El director napolitano Paolo Sorrentino cautiva al espectador con la belleza de su puesta surrealista y por un estilo incomparable. Están sublimes Michael Caine y Harvey Keitel, como dos ancianos que pasas sus días en un spa de lujo. Después de ganar el premio Oscar a la "mejor película extranjera" con La grande belleza, el director napolitano Paolo Sorrentinoarremete con Juventud, una película que cautiva y emociona al espectador por la belleza de las imágenes, los diálogos afilados y por un estilo incomparable a la hora de contrar una historia.Juventud habla del paso del tiempo, de la vejez y de los achaques de la edad, pero siempre con una mirada positiva que coloca a los personajes en una suerte de paraíso en decadencia, un hotel ubicado al borde de los Alpes que funciona como un spa de lujo para almas en conflicto. Allí pasan sus días Fred Ballinger -Michael Caine-, un director de orquesta retirado que recibe el pedido de alguien muy especial para volver al ruedo y su amigo Mick Boyle -Harvey Keitel-, un director de cine que intenta terminar, junto a su grupo de guionistas, su próximo trabajo.Ellos se someten a baños, masajes y análisis clínicos, preocupados por sus próstatas y observando todo su entorno, en medio de apuestas y diálogos chistosos. También residen en ese lugar que parece detenido en el tiempo Kimmy Tree -Paul Dano, el de La sospecha-, un actor preocupado por su futuro ya que todos lo reconocen por haber participado en un film exitoso donde hacía de robot; un Diego Maradona en recuperación -rol a cargo del argentino Rolly Serrano- y desfilan además por la pantallaRachel Weisz como la hija de Fred yJane Fonda, una actriz en decadencia que llega para ver a su compañero Mick. Todos ellos forman parte de la fauna que el director expone sin tapujos para explorar un pasado que modifica el presente y el futuro de los personajes.Con momentos sublimes como el de Fred caminando por las pasarelas inundadas de Venecia o dirigiendo la orquesta con la ayuda de los sonidos de la naturaleza, el film gana en emoción y envuelve al espectador en un clima atípico, disfrutable desde el comienzo y plasmado con una puesta en escena coral y surrealista.La belleza femenina dice presente también con una Miss Universo que hace tambalear las mandíbulas - y mucho más- de los protagonistas y hasta un Hitler personificado que se da el lujo de tomarse vacaciones mientras sorprende a los comensales. Lo antiguo y lo moderno están en constante fricción a través de la música clásica y los ritmos pop que descubren la soledad y los silencios de otros personajes secundarios, inmersos entre la meditación y las caminatas.Juventud vale la pena como experiencia cinematográfica porque no se parece a ninguna otra película y permite el lucimiento de sus figuras centrales. Michael Caine y Harvey Keitel están sublimes en sus papeles de ancianos que contemplan sus vidas en un entorno natural donde empiezan a replantearse los próximos pasos.
El tesoro de la juventud Luego de ganar el Oscar por La grande bellezza (2013), el italiano Paolo Sorrentino regresa con otro film cargado de sus magníficos encuadres fellinianos en el que la amistad parece ser el tema central. Sin embargo, tras este sentimiento que une a los dos grandes protagonistas del film, Michael Caine y Harvey Keitel, aparece una percepción del sentido de la vida y del cine propia del director napolitano y digna continuadora de la obra que le valió el premio de la Academia de Hollywood, entre tantos otros. Amigos amigos, el director de orquesta y compositor ya jubilado que interpreta Michael Caine y el activo cineasta Harvey Keitel, se encuentran en el mismo spa de lujo en Suiza. El director de cine está rodeado por un grupo de jóvenes guionistas con los que está escribiendo su película-testamento. El director de orquesta, en su lugar, está preocupado por su hija (y asistente), Rachel Weisz, a la que el marido abandonó para fugarse con la estrellita del pop del momento (Paloma Faith, que se interpreta a sí misma) . Por desgracia, el marido es el hijo del amigo director. Un poco como en los clásicos griegos, la encarnación de la Juventud es una Miss Universo Madalina Ghenea) que llega al hotel a subrayar la decadencia de los cuerpos de los protagonistas y del resto de huéspedes del lugar, entre los que aparece el astro del fútbol argentino Diego Armando Maradona (Roly Serrano.. Juventud (La giovinezza, 2015) se desarrolla en el hotel Schatzalp de Davos (Suiza), el mismo que cita Thomas Mann en La montaña mágica. Una connotación literaria ciertamente potente que en la película desmiente, en una de sus múltiples sentencias, el director de orquesta Michael Caine: "Stravinsky me dijo una vez que los intelectuales no tienen gusto. Y yo he tratado toda la vida de no ser un intelectual". Le dice a la joven estrella del cine estadounidense interpretada por Paul Dano, frustrado porque la gente lo conoce sólo por su papel de Mister Q. en un film de ciencia ficción en el que aparece siempre dentro de una coraza. Él, en cambio, lee a Novalis y lo cita: "desvanecido el deseo de ir lejos, queremos regresar a la casa del padre". Preso toda la vida por su música, Caine no ha sido un buen padre y ha sido infiel a su mujer, cantante lírica y única intérprete de su composición más famosa, las "Simple Songs". Y justo ahora llega a ese lugar encantado entre los Alpes un emisario de la reina de Inglaterra que quiere a toda costa un concierto suyo en Londres. El maestro lo rechaza porque no ve futuro en su vida, tan rica y, a sus ojos ahora, tan próxima a su final. La herencia que arrastra el cineasta, sin embargo, tiene el aspecto de Jane Fonda, que encarna a una actriz que ha encarnado muchos de sus papeles en el pasado y que tendría que ser la protagonista de su última película. Pero la televisión, ahora, inmediatamente, podría prevalecer por delante de cine. Ambos amigos, músico y cineasta, tomarán decisiones que irán en direcciones radicalmente opuestas y que responden a la pregunta: "¿cómo podemos enfrentarnos al futuro cuando el futuro no es una expectativa cierta?" Para el director, siempre hay un futuro y siempre es una gran oportunidad para la libertad. Queda por ver cuál es el precio de esta libertad y la película da su idea con respecto a este asunto.
Michael Caine y Harvey Keitel protagonizan “Juventud” (Youth), el último film del italiano Paolo Sorrentino, que en 2014 se llevó el Oscar cuando La Grande Bellezza fue seleccionada como mejor película extranjera. Alejado de Roma, pero fiel a temas como la vejez y la decadencia, el napolés pone el foco en dos amigos que pasan sus vacaciones en un lujoso hotel en los Alpes suizos. El pasado y el olvido son algunas de las cuestiones que envuelven a estos amigos que intercambian inquietudes en sus caminatas.
Epifanías en el ocaso. Gran parte del cinismo de nuestros días se basa casi de forma exclusiva en un esbozo de una actitud superadora -para con todos y todo- que pone en el centro del mundo al sujeto hablante y deja de lado cualquier otra perspectiva de legitimación que no sea la burla o el desprecio, como si el ninguneo constante no derivase en el aislamiento y la pauperización cognitiva (tanto a nivel individual como en lo referido al andamiaje de la sociedad). En este sentido, el cine de Paolo Sorrentino nos coloca en un aprieto en tanto espectadores porque si bien resulta encomiable su interés por el Federico Fellini posterior a La Dolce Vita (1960), lamentablemente su obra a la fecha sabe a rancia, al igual que sus observaciones sobre la crisis de la cultura tradicional italiana, la muerte de los ideales y el advenimiento de la pedantería televisiva, ese diapasón vacuo y carente de toda conciencia constructiva. Este círculo vicioso ya podía verse en películas como Este es mi Lugar (This Must Be the Place, 2011) y La Grande Bellezza (2013), ejemplos claros de un devenir visualmente florido pero reduccionista y elemental en lo que hace al acervo discursivo. En Juventud (Youth, 2015) la decadencia artística/ social aparece vía una metáfora que involucra a dos amigos con muchos años de correrías en conjunto, el director de orquesta retirado Fred Ballinger (Michael Caine) y el realizador cinematográfico Mick Boyle (Harvey Keitel), quienes dilapidan sus últimos días en uno de los palacios del relax que pululan entre los Alpes suizos. Mientras que el primero se la pasa diciéndole “no” a la propuesta de un emisario de la Reina Isabel II para dirigir un concierto final, el segundo trabaja arduamente en pos de finiquitar un guión, con el objetivo de que funcione como un broche de oro para su carrera. Una vez más el relato está estructurado en torno a una serie de viñetas tragicómicas acerca del transcurrir del tiempo, los fantasmas psicológicos familiares, la sombra ascendente de “la parca” y por supuesto -como cabía esperar en una suerte de exploitation fellinesco- la colección de alucinaciones y seres bizarros que deambulan alrededor de los protagonistas (a modo de ejemplo, en los primeros minutos nos topamos con una versión muy obesa de Diego Armando Maradona en la piel de Roly Serrano). Más allá de la presencia de los maravillosos Caine y Keitel, el elenco está plagado de luminarias como Paul Dano, Rachel Weisz y Jane Fonda, entre otros; las cuales a su vez complementan lo hecho por el director de fotografía Luca Bigazzi y la diseñadora de producción Ludovica Ferrario, dos excelentes profesionales que ya habían trabajado bajo las órdenes de Sorrentino en el pasado reciente. Quizás los dos elementos más ridículos/ anacrónicos se condensen en la inclusión de un machismo de una idiosincrasia bastante rudimentaria (que pretende recuperar a las mujeres de antaño, esas musas petrificadas y sin lengua) y el acopio de detalles de aspiraciones “elevadas” y muy poca profundidad (la lentitud exasperante del ritmo narrativo tampoco ayuda demasiado a olvidar los facilismos y las sentencias de cotillón que se desprenden del destino final de cada personaje, filosofía barata mediante). El preciosismo plástico de Sorrentino y sus epifanías en el ocaso constituyen un molde más videoclipero que barroco, y para colmo de males el napolitano no consigue robustecer aquellas ironías amargas de su colega y máximo referente: esta doble paradoja va enterrando de manera paulatina las buenas intenciones del autor bajo el agobio del lujo y la pomposidad más intrascendentes…
El voyeur ataca de nuevo El director italiano redobla la apuesta con una película que sigue la línea de las anteriores Las consecuencias del amor, El amigo de la familia, Il divo, This Must Be The Place y La grande bellezza. Tras ganar hace el premio Oscar al mejor film en idioma extranjero con La grande bellezza, Paolo Sorrentino regresó a Cannes con una película que lo muestra igual de estridente, ampuloso, manierista y provocador. ¿Qué es Juventud? Una película hablada en inglés con intérpretes de renombre, como había ocurrido con This Must Be The Place, encabezada por Sean Penn. Ya no está ese músico en decadencia ni tampoco el Jep Gambardella de Toni Servillo al frente del elenco, aunque esta vez son Michael Caine y Harvey Keitel quienes de alguna manera toman la posta en esta suerte de continuación todavía más extrema, ampulosa y recargada de La grande bellezza. Acompañados por figuras como Rachel Weisz, Paul Dano y Jane Fonda, Caine y Keitel dan vida a dos directores (uno de orquesta, el otro de cine), pero mientras el Fred de Caine ya está retirado (hasta que recibe una propuesta de conducir un concierto delante de la Reina de Inglaterra), su amigo Mick (Keitel) está en plena preparación de su “obra maestra” acompañado por un equipo de jóvenes guionistas. Esta vez no aparecen las faraónicas fiestas romanas de La grande bellezza, pero eso no quiere decir que en el lujoso resort y spa ubicado en los paradisíacos Alpes suizos donde transcurre buena parte del film (hay también algún viaje aislado a Venecia) no haya lugar para los excesos, la ampulosidad, el patetismo, los caprichos, las arbitrariedades y la autoindulgencia tan típicas del cine de Sorrentino: desde una suerte de Diego Maradona obeso y con tanque de oxígeno (Roly Serrano) hasta una versión de Adolf Hitler que desayuna solo ante la curiosa y desesperada mirada del resto de los huéspedes. Por supuesto, también hay muchos números musicales (desde actuaciones en vivo de Paloma Faith hasta el concierto final, pasando por pasajes con Caine dirigiendo una “orquesta” con ruidos de la naturaleza y cantos de los animales), estilizados videoclips y escenas publicitarias, y espacio para el voyeurismo con esculturales mujeres casi siempre desnudas para otra mirada no exenta de misoginia y machismo (aunque también con cierta emoción y nostalgia a la hora de explorar las sensaciones propias de la vejez) por parte del director italiano, al que el siempre fiel Festival de Cannes, que nunca dejó de seleccionar sus películas, ha convertido en uno de los autores más amados (saludado como el nuevo Federico Fellini) y odiados (por sus imposturas) del cine mundial.
Antes de decidir ver Juventud hay que tener en cuenta que nos encontramos ante un film que no es para todos los paladares ya que el director italiano Paolo Sorrentino, quien viene con un Oscar bajo el brazo por La grande belleza (2013), propone una narrativa muy particular que mezcla tiempos dinámicos con pausas pronunciadas. Si te gustó su galardonada obra, y si esta propuesta te atrae, no vas a salir decepcionado ni un poco ya que Juventud es una magnífica película. Arrancando desde la ironía del título, los dos protagonistas se encuentran en un hotel/spa de lujo en los Alpes en el ocaso de su vida queriendo hacer un repaso por su pasado sin poder recordarlo con claridad, lo que hace que la perspectiva del presente se les nuble de problemas. Así es como encontramos a Michael Caine y Harvey Keitel en dos soberbias actuaciones que logran transmitir muy bien lo que están atravesando. Asimismo, ese hotel medio bizarro en el cual estos dos mejores amigos se encuentran aloja a una gran gama de personajes secundarios que van desde la hija de uno de ellos en pleno divorcio (Rachel Weisz), un exitoso actor de Hollywood quien no quiere que se lo reconozca únicamente por haber protagonizado un blockbuster (Paul Dano) y el mismísimo Diego Maradona, aunque sin mención directa por obvias legalidades, interpretado por el actor argentino Roly Serrano. También hay un cameo espectacular de Jane Fonda. Reflexiones sobre la vida, la muerte y el lugar de los afectos es la base para todo el relato en un guión con diálogos muy certeros e ingeniosos. La fotografía también cautiva porque resalta ese ambiente natural propio de un cuadro y otras escenas un tanto más oníricas. Juventud es un film que vale la pena experimentar. Es diferente. Es buen cine.
Retórica de la soledad Luego de ganar el Óscar a Mejor Película Extranjera en 2014 por La gran belleza, el director napolitano Paolo Sorrentino trae su segunda película hablada en inglés después de Un lugar donde quedarse (The Must Be the Place, 2011). Fred Balliger (Michael Caine) es un retirado director de orquesta que pasa sus vacaciones en un lujoso hotel y spa de los Alpes Suizos, acompañado de Mick Boyle (Harvey Keitel) un director de cine que busca la inspiración para terminar su última película y su hija Lena Ballinger (Rachel Weisz) quien se recupera luego de una separación. En el hotel hay algunos huéspedes que en mayor o menor medida se relacionarán con los personajes. Uno de ellos es Jimmy Tree (Paul Dano), un joven y talentoso actor pero que ha quedado encasillado en un personaje que detesta y en el que no se le veía la cara, ahora se retiró por unas a semanas para preparar un papel que requiere mucha preparación física y sobre todo psíquica, además descubrirá que tiene bastante cosas en común con los dos ancianos. Otra de las huéspedes es la flamante Miss Universo quien entre sus premios tiene una semana con todo pago y será el objeto de atención de una variopinta cantidad de ancianos incluyendo a los protagonistas. Ballinger es convocado para dirigir sus “Obras Simples” en un homenaje para el cumpleaños del Príncipe Felipe, su negativa se debe a que las considera menor que otros de sus trabajos y por motivos personales que lo harán reflexionar sobre el amor, los recuerdos y sobre todo la juventud perdida y el tiempo que no volverá. Michael Caine interpreta a un hombre nostálgico que aunque está completamente sano supone que le queda poco y sabe que deberá disfrutar hasta el final, pero el que se lleva la película es Harvey Keitel: es lo mejor de la película y tiene el momento más dramático, es un director de cine que necesita inspiración y junto con un grupo de jóvenes guionistas creativos buscan que su última película sea una obra maestra que perpetúe su legado y para eso van a necesitar que la protagonice Brenda Morel (Jane Fonda), una diva clásica que debe su fama al personaje de Keitel. Con pocos minutos en pantalla se convierte en uno de los puntos fuertes. Sorrentino al recibir el Oscar se lo dedicó a una lista de gente que admiraba entre las que se encontraban Federico Fellini, Martin Scorsese y Diego Armando Maradona, a quien ahora decide hacerle un homenaje. El argentino Roly Serrano interpreta a Maradona aunque nunca se lo nombra. Es una caracterización impecable donde este personaje está más grande que el actual y con problemas respiratorios por lo que necesita llevar un tubo de oxígeno a donde quiera que vaya, en reemplazo al clásico tatuaje del Che Guevara lleva un enorme Karl Marx tatuado en la espalda. Retomando, Paolo Sorrentino escribe esta historia donde trata todos los temas que son habituales en sus películas, en este caso transforma una temática que suele ser representada como intimista y pequeña en una grandilocuente y la complementa con un buen trabajo de dirección y una espectacular fotografía a cargo de Luca Bigazzi, encargado del rubro desde la segunda película del director. Una banda sonora de música clásica a cargo de David Lang y que llevó a Simple Song #3 interpretada por la soprano coreana Sumi Jo a estar nominada en la categoría Mejor Canción Original de los últimos premios de la Academia. Uno de los defectos es que no es muy amigable por su ritmo lento y sus más de dos horas de duración, que realmente se sienten y se hace pesada ya que tiene una buena historia y es técnicamente impecable, pero cuesta sentirse atraído por ella al momento.
Fórmulas “light” para combatir la vejez El director de Il divo y La grande bellezza convocó a un gran elenco para tratar temas trascendentes: el paso del tiempo, la creación artística, los recuerdos, amores y rencores. Pero su tratamiento nunca deja de ser superficial e incluso publicitario. El séptimo largometraje del director napolitano Paolo Sorrentino luego de la multigalardonada La grande bellezza puede parecer, a priori, un proyecto más introspectivo. Intimista, incluso. Nada más alejado de la realidad. A pesar de transcurrir, casi en su totalidad, en un exclusivo spa enclavado entre las montañas y los valles del cantón suizo de Berna –hotel con algo de geriátrico, más allá de la presencia de algunos huéspedes jóvenes–, Juventud resulta tan expansiva en su tono, estilo y ramificaciones como los anteriores esfuerzos del realizador. Más aún: como ocurría en aquel film o en Il divo –su particular aproximación a la figura de un político de alcurnia–, podría afirmarse que una parte sustancial del film está empapada por la mirada del protagonista, un encumbrado compositor y director de orquesta retirado, interpretado con flema y algo de ironía por esa institución de la actuación británica llamada Michael Caine.El tal Fred Ballinger anda descansando de su retiro junto a su hija (Rachel Weisz) y un amigo, el director de cine norteamericano encarnado por Harvey Keitel, parte de un reparto envidiable que se completa con Paul Dano y la presencia sorpresiva –casi a último momento– de Jane Fonda. De esa manera Youth se transforma, por lógica narrativa y necesidades comerciales, en la segunda película de Sorrentino rodada en idioma inglés luego de This Must Be the Place. Que la historia gira alrededor de grandes temas como el paso del tiempo, la vejez, la creación artística, los recuerdos, amores y rencores de toda una vida y las ansias más vitales que pueda imaginar el ser humano es algo que Sorrentino deja en claro casi desde las primeras escenas, luego de que Ballinger saque a las patadas (no literalmente, claro: con la más afilada verba posible) a un emisario de la reina británica. Por ahí cerca, en el mismo albergue, anda el mismísimo Maradona en su versión más rolliza posible, interpretado con gracia mimética –y un tubo de oxígeno a cuestas– por el argentino Roly Serrano, otro recordatorio de las glorias pasadas y los presentes no tan idílicos, cuestiones sobre las cuales Juventud volverá una y otra vez.Cada tanto, como en La grande bellezza, el relato intercala breves interludios musicales y/o descriptivos, deudores muchos de ellos, hasta el hartazgo, del Fellini post La dolce vita. Marcados por esa sobrecarga grotesca que sin dudas ya estaba presente en el cine del director de Amarcord, lo de Sorrentino sólo puede definirse como imitación y homenaje superficial. “Nos dejamos llevar, al menos una vez, por un poco de ligereza”, le dice la estrella de Hollywood encarnada por Dano a Ballinger en una de sus pláticas nocturnas. Precisamente hay algo leve, en el mal sentido de la palabra, algo banal y “publicitario”, no sólo en la manera en la cual el film encuadra, fotografía y mueve a los personajes sino en el tratamiento dispensado a sus conflictos y pesares más trascendentes. Como si Sorrentino no confiara en el desarrollo del relato y necesitara remarcar y remachar cada línea de diálogo con tres o cuatro golpes de martillo.Nada nuevo bajo el sol: el cine del director en general difícilmente pueda ser definido como sutil. Pero esa bravura técnica y estilística que podía aportarles brío a varios pasajes de sus films anteriores parece aquí fuera de lugar, autoimpuesta, un aspaviento que poco tiene para ofrecer y que se esfuma una vez que el movimiento desaparece. Y que, como un oropel o una baratija bien pulida, aporta dosis regulares de vulgaridad estética a una historia que acompaña cada presunción de profundidad filosófica (ahí están las citas cultas: Stravinski, Novalis) con un golpe de obviedad emocional. Como si en lugar de crear una película Sorrentino estuviera pergeñando una publicad para venderla.
Perdido en la traducción Paolo Sorrentino había concretado la suma y potencia de su estilo en La grande bellezza, pero Juventud es otro intento -luego del fallido This Must Be the Place- de hacer cine en inglés. Y fuera de su idioma, Sorrentino deja de ser el italiano de modos cinematográficos expansivos y que hacen sistema. En Juventud el director napolitano sigue siendo ambicioso, y el trabajo de cámara de su colaborador habitual Luca Bigazzi sigue buscando el asombro. Pero hay algo perdido, quizá la comodidad de la lengua propia, la familiaridad con una cultura, o lo que sea que constituya ese clic necesario para que los excesos y las tentaciones abarcativas de Sorrentino fluyan de manera grácil, para que los trazos intensos de este felliniano -y con más influencias de los sesenta del cine europeo- no resientan la narración. Juventud transcurre mayormente en un hotel spa suizo, en el que se hospedan, entre otros, un compositor retirado (Michael Caine), un director de cine veterano (Harvey Keitel), un actor joven pero consagrado (Paul Dano), un ex jugador de fútbol que en los créditos figura nombrado como "Sudamericano" pero que es obviamente Diego Maradona (interpretado por Roly Serrano), una Miss Universo y también hija del compositor (Rachel Weisz). También llegará una gran actriz (Jane Fonda). Un elenco de estrellas con un brillo por momentos abrumador, entre diálogos sobre el sentido de la vida, el amor, el paso del tiempo, el arte, la pasión, la amistad, las relaciones paterno-filiales y cuanto tema mayor se le ocurra intentar integrar en estas viñetas levemente cohesionadas. Esos temas, que también estaban en La grande bellezza, sufren aquí de aclaración constante y de verbalización explícita, como si Sorrentino no se sintiera seguro de transmitir ideas en un idioma que no es el suyo. Sin embargo, las ideas ya están ahí, y claras, con la fuerza de sus imágenes y su musicalización, que siguen siendo desbocadas, pasionales, personales, admirables. Cuando Juventud confía en el riesgo y el trabajo de los encuadres, en los movimientos de cámara y su integración musical estamos ante uno de los directores menos adocenados del cine contemporáneo, uno de los que mejor justifica las dimensiones de la pantalla más grande a la que se pueda acceder. Pero, lamentablemente, cuando Juventud pretende que entendamos muchas veces sus muchas ideas, y esas ideas se dicen con claridad rayana en la obviedad y un énfasis impenitente, sentimos que la ambición habitual de Sorrentino se ha convertido en pretensión decorativa de aforismos.
El dolor de ya no ser Dos amigos que fueron grandes artistas viven el final de sus carreras en el filme del indisimulado machista que es Paolo Sorrentino. Ya en La grande bellezza Paolo Sorrentino se regodeaba mostrando cómo cierta elite romana, artística y social, era fatua y presumida. Para ello, tomaba muchas cosas de Fellini. Y aquí, con algún toque felliniano menos vulgarizado, vuelve al ataque: la espiritualidad vacía de una generación, que en su momento, se cuenta, fue brillante, y que ahora no sabe cómo dar las hurras sin sentirse o humillada o bastardeada. Dos son los amigos que recorren las instalaciones de un resort en los Alpes. Fred, un semi retirado director de orquesta inglés (Michael Caine), y Mick, un realizador de cine (Harvey Keitel). Fred no quiere saber nada de la invitación de la Reina de Inglaterra para que dirija una de sus mejores obras para el cumpleaños del príncipe, y Mick se ha rodeado de jóvenes guionistas ara crear lo que él entiende será su última obra maestra. Entre diálogos sobre problemas de próstata y recuerdos de tiempos mejores, hay una contrapartida. O dos. Una, la de los personajes más jóvenes, que se debaten por un presente y futuro con escollos, desde Lena, la hija de Fred (Rachel Weisz) a un actor hollywoodense (Paul Dano), preparándose para un papel, a la nueva Miss Universo. La otra, sin nombrarlo, es Diego Maradona, encarnado por Roly Serrano. Es, también, la decadencia, pero no en palabras sino enn la literalidad de sus excesos. Juventud es mucho más directa y acongojante que La grande bellezza. La amargura que queda en la boca al final de las dos horas es mucho más genuina que la parafernalia exhibida en la ganadora del Oscar a mejor filme extranjero. Sorrentino tal vez se crea más que lo que es -y no lo disimula, como tampoco su machismo-, pero la ternura encubierta que muestra en las escenas de desenlace ciertamente lo redimen. El ambiente -relajado, de elite y de millonarios, igual que el de La grande bellezza- aquí es más logrado. Es un universo, con sus reglas claras y propias, y ver cómo Fred lucha por ser quién es, no dejar que le impongan nada, y a Mick soñando alto, llegan por momentos a conmover. Lógicamente Juventud habla de ese estado interno, que se lleva y se cuenta, y que no disminuye por envejecimiento de células. Seguro no la verá de la misma manera un veinteañero que un jubilado. El secreto de Juventud es que funciona donde flaqueaba La grande bellezza: la credibilidad de las situaciones, por más que para Sorrentino los hombres sean los artistas y las mujeres, simplemente musas. Tanto Michael Caine como Harvey Keitel cumplen actuaciones memorables. Cómo construyen y dan terminación a sus personajes es una lección de interpretación.
En los Alpes, en un hotel que resulta casi una caricatura del hotel de El Gran Hotel Budapest, que de por sí ya consistía en una caricatura, un monje tibetano toma vuelo y despega finalmente del suelo. Ya se lo había visto intentándolo en un par de planos precedentes, pero nadie creía en su liviandad metafísica. La cámara sí obedece a la fuerza de la gravedad y, a cierta altura del registro, no se entiende inmediatamente si la cámara desciende o el monje se eleva. He aquí el suspenso gestionado en lo menos acuciante de una acción. Pero sí, el monje está levitando, lo cual se comprueba para nuestro asombro porque la cámara llega a distanciarse para tomarlo en el aire. ¡Una maravilla! ¡Y una tendencia de época! Estamos en la era de los voladores, estrellas que, si quieren, levitan en la postura padmasana. ¿Cómo no va a vencer a la gravedad quien práctica el control total de su cuerpo? ¿Cómo no van a elevarse de esta tierra inmunda aquellos que sienten pertenecer al firmamento? En Birdman, la escena en cuestión era la inicial. Aquí, en Youth, la nueva película de Paolo Sorrentino, un director italiano que filma por segunda vez para Hollywood, la escena está en la mitad de película. Lo que no sucedía en la de Alejandro González Iñárritu es que el plano a continuación en Youth es demasiado terrenal: una Miss Universo despampanante, que un poco antes ha demostrado ser, además, una criatura inteligente, se mete enteramente desnuda a la piscina del spa. Darse un chapuzón, relajarse y, mientras tanto, regalarles a los personajes casi octogenarios interpretados por los grandes Michael Caine y Harvey Keitel un momento de dicha visual, aunque no táctil. Los viejos observan como si estuvieran contemplando una emanación erótica de la madre tierra la encarnación directa de Eva. Los pechos perfectos de quirófano de esta criatura proveniente del Edén, concebida por algún demiurgo machista con bisturí en mano, también desafían la gravedad. Pechos de inspiración budista, un culo para invocar el samadhi. Es que en la película de Sorrentino todos los signos circulan en pie de igualdad: se ven tetas de distintos tamaños, pubis, se cita a Novalis, se recuerda a Stravinsky, un actor practica ser Hitler y, por si faltara algo más, un remedo obeso de Maradona, antes de su operación gástrica, se pasea en traje de baño con un tatuaje de Karl Marx en su espalda nadando un poco o haciendo jueguito con una pelotita de tenis. La Claudia lo acompaña. He aquí Youth, película de Sorrentino, presunta meditación sobre el paso del tiempo con escenas didácticas para que nadie deje de iluminarse frente a esta lección colosal. Belleza, belleza por todos lados. O, simplemente, la gran vulgaridad. Youth, película en competencia oficial, próximamente en los Oscars. Aclamada, amada por la mayoría, con este film de Sorrentino se proclama la nueva ola del global pudding. ¿Qué es? Películas universales de calidad con su respectiva pedagogía en el nuevo esperanto de los ricos del mundo que se escribe en imágenes: budismo, publicidad, hedonismo light, existencialismo de tarjeta de crédito. Ideal para Cannes.
Los geniales Michael Caine y Harvey Keitel protagonizan la nueva película de Paolo Sorrentino, en donde los principales temas a tratar son el paso del tiempo y la soledad que éste conlleva. En una lujosa hostería en Los Alpes Suizos, donde las actividades al aire libre y los chequeos con distintos médicos son moneda corriente, se hospeda un puñado de personajes de lo más interesante. Fred Ballinger (Caine), ex director de orquesta, pasa sus vacaciones junto a su amigo y cineasta Mick Boyle (Keitel) y su hija, recién separada de su matrimonio, Lena (Rachel Weisz). Pero no están solos: el actor Jimmy Tree (Paul Dano) está en el proceso de desarrollo de un nuevo personaje; una pareja que no se dirige la palabra en ningún momento; un supuesto Maradona en un patético estado de salud; la nueva Miss Universo; y otros individuos, completan el interesante elenco. La Reina Isabel II envía a pedir a Ballinger que toque su obra más conocida, Simple Songs, para el cumpleaños del Príncipe Felipe. Mientras éste se niega por motivos (aparentemente) caprichosos, su hija insiste en que vuelva a trabajar, mientras que Jimmy le dice que lo comprende porque él también es solo reconocido por su papel más famoso, pero no el mejor. A su vez, Mick, junto a un grupo de jóvenes guionistas, intenta concebir su última película a modo de testamento cinematográfico. Todo está puesto en Juventud para darle la posibilidad a Sorrentino, principalmente a través de diálogos entre Fred y Mick e intervenidos por Jimmy, de reflexionar sobre la vejez, la soledad y el amor. Cualquier semejanza con La Montaña Mágica (1924), de Thomas Mann, no debe ser coincidencia. El hotel tiene más del Sanatorio Internacional Berghof que de un simple lugar de descanso. Fred y Mick son el Settembrini y el Naphta de Sorrentino, mientras que Jimmy toma el lugar de Hans Castorp. Los extraños y heterogéneos habitantes del hotel son el equivalente a los pacientes tuberculosos del libro de Mann. El director decide continuar con temas ya tratados durante La Grande Bellezza (ganadora al Oscar por mejor película extranjera en 2014), pero en esta ocasión los personajes se enfrentan a su éxito y sus obras de otra manera. Fred, Mick, Lena y Jimmy deben entender de qué se trata el deseo y el horror, para poder seguir adelante con sus vidas una vez que abandonen Suiza, un lugar en el que no pasa “nada”. Y es ahí donde está el problema de Juventud: Sorrentino hace hincapié de forma constante en los momentos donde reina la “nada”, y éstos se transforman en planos largos y por momentos innecesarios, Pero no por eso dejan de ser preciosos y elegantes, gracias a Luca Bigazzi, habitual colaborador del director. Las actuaciones de Caine y Keitel, a sus 82 y 76 años respectivamente, son impecables. Son las escenas de diálogo entre ellos las mejores de la película, las más ricas en cuanto a guion e interpretación. Dano, que ya ha demostrado ser un gran actor en Love & Mercy, aquí está más que correcto. La que se queda un poco atrás es Weisz, que pone demasiado la cara de mujer sufrida y exagera un poco.
Juventud se desarrolla en un elegante hotel/spa a los pies de los Alpes. Allí Fred (un director de orquesta) y Mick (un director de cine) dos viejos amigos octogenarios pasan unos días de vacaciones mientras se debaten entre el retiro y la consumación de nuevas obras artísticas. El italiano Paolo Sorrentino sigue rindiendo homenaje a su amado Fellini con esta exquisita comedia coral sobre la amistad, el paso del tiempo y el sentido de la vida. Michael Caine y Harvey Keitel dan clase de actuación rodeados de personajes pintorescos, bizarros entre los que sin dudas se destaca Roly Serrano como un obeso Maradona, símbolo de la decadencia corporal, en una de las tantas metáforas a las que nos somete esta película deliciosa. Cine de autor para los amantes del grotesco y el surrealismo italiano.
Juventud evoca sensaciones parecidas a las de hojear una revista de yates o autos lujosos. Al mejor estilo Sofía Coppola, Paolo Sorrentino introduce lo que parece ser una típica problemática de clase alta. O por lo menos alguno de los conflictos que puede perturbar a un sujeto que toda su vida tuvo todo al alcance de su billetera, pero necesita llegar a la vejez para darse cuenta que el dinero no es todo y que quizás hasta la familia es más importante que el estatus, su profesión o su riqueza. Si se tratara de otra película moralista de Disney apuntada a un público joven, quizás tendría una mayor justificación, pero no es el caso. Es una de esas película para que los padres y suegros digan a los más jóvenes "cuando tengas mi edad la vas a entender". Durante los largos 124 minutos de metraje, Michael Caine y Harvey Keitel se pasean por un spa alpino de alta gama que hace de purgatorio para ricos. En medio de tanta reflexión pomposa y obvia, se puede apreciar el innegable ojo del realizador y sus colaboradores para captar con sus cámaras las imágenes más hermosas posibles. Superando quizás la fotografía y ambientación de La gran belleza. ¿Pero con qué fin? Una vez que la película llegue a su fin, tal como al dejar una de esas revistas de lujos innecesarios, la vida real continua. Salvo que uno pertenezca a ese 1% de la población cuya vida resulta semejante a la de alguno de los protagonistas. Y aun así, probablemente la encuentren sobreestilizada y banal. Es cierto que no hace falta empatizar con los personajes para apreciar una buena historia. Tarantino da cátedra de ello con sus horribles personajes que a pesar de su maldad y antipatía nos resultan de lo más atractivos. Sobran ejemplos de villanos y antihéroes que por sí solos pagan la entrada a un cine. Pero la notoria mano de Sorrentino se evidencia en cada plano de la película que destruye toda noción de realidad dando lugar al artificio excéntrico de sus personajes intelectualoides. Sin embargo uno puede encontrar mayor sabiduría en canciones de rock como "Old Man" de Neil Young, o inclusive en la rebelde "My Generation" de The Who que en Juventud, que como ensayo sobre la vejez no pasa de la lectura más superficial. Detrás de semejante retrato sobre la banalidad, cuando se resquebraja la superficie cubierta de imágenes y sonidos deslumbrantes a los ojos y satisfactorios al oído, solo queda un inmenso vacío del que solo se salvan algunas buenas actuaciones y por supuesto un buen grupo de técnicos realizando excepcionalmente su trabajo (iluminadores, sonidistas y músicos entre otros).
La “juventud” con divina ironía Michael Caine y Harvey Keitel interpretan a dos grandes artistas al final de sus carreras, disfrutando de un maravilloso spa en los Alpes suizos. Caine es un músico famoso, retirado del todo, mientras Keitel es un director de cine preparando lo que supone será su última gran película. El director Paolo Sorrentino ("La grande bellezza") no propone una gran trama pero sí logra una gran comedia basándose sobre todo en el talento de estos formidables actores, que en este film realmente se lucen. De manera entendible, el que brilla más es Michael Caine, que tiene los mejores diálogos, y cuyo personaje también conlleva un enigma, ya que cuando un enviado de la reina de Inglaterra lo va a visitar pidiéndole que salga de su retiro a cambio de un título de caballero, y él se niega, el argumento lleva al espectador a preguntarse que es lo que impide al protagonista a volver a su metier. Sorrentino, más que decidido a resolver el enigma, deja que se resuelva solo permitiendo que las escenas fluyan de manera natural, a pesar de que "Juventud" no es del todo una película de imágenes naturalistas, ya que hay también cierto grotesco felliniano en el medio, incluyendo la breve presencia de un maradoniano Roly Serrano muy divertido. También, y con más importancia en el guión, está la hija del personaje de Caine, una neurótica Rachel Weisz que, al igual que el resto de los actores, tiene una razón de ser y actúa muy bien. Aunque la que tal vez resulte más sorprendente es una hipermaquillada Jane Fonda, que parece burlarse de sí misma y de toda una tradición de divas hollywoodenses. En todo caso, "Juventud" es una película original, llena de imágenes notables, con excelentes diálogos irónicos y no los típicos sobre historias de la tercera edad. Y sobre todo con dos protagonistas sin desperdicio.
Paolo Sorrentino viene de entregarnos "La Grande Belleza", ganadora del Oscar a Mejor Película Extranjera (que si no la viste, por favor, hacelo) y ahora es el turno de "Juventud", una película tan profunda, delicada y de buen gusto como él sólo sabe realizar. Michael Caine y Harvey Keitel se roban la historia e incluso dejan chiquititos a los personajes secundarios (ojo, Paul Dano y Rachel Weisz cuentan con algunas escenas deliciosas). Si algo tiene el cine de Sorrentino es que desde que empieza la película te hipnotiza hasta el final generándote pensamientos muy interesantes de analizar. Nuestro Roly Serrano (sí sí, Roly, el que ahora mismo podés ver en "Casa Valentina" en teatro) interpreta a Maradona (aunque no lo nombren como tal), muy bien caracterizado. ¡Bien por Roly! Una gran película que te recomiendo veas, sobre todo por los momentos en que Paolo se toma las imágenes en serio y los segundos sin diálogo se transforman en cuadros en movimiento, con sombras, transpiraciones, cuerpos jóvenes y adultos, todo al servicio de que lo visual sea inolvidable.
Dos viejos indecentes ‘Juventud’, de Paolo Sorrentino, navega entre el ingenio y la berretada pero logra un par de momentos inolvidables. Si digo que lo mejor de Juventud son las participaciones de Roly Serrano y de Jane Fonda algunos podrán pensar que es un gesto de esnobismo de mi parte y otros se enterarán de esta manera que Serrano y Fonda comparten una película. A ellos, a los ex ignorantes, les cuento: Roly Serrano hace de un Diego Maradona obeso que camina con bastón y un tubo de oxígeno y tiene tatuado en la espalda el rostro de Karl Marx. Paolo Sorrentino viene de ganar el Oscar con La gran belleza y era de esperar que en su siguiente película se desatara por completo y se tirara de cabeza en esas escenas medio fellinianas (si somos benévolos) o subielescas (si somos malvados). Juventud está repleta de pavadas arbitrarias y surreales, momentos que caminan por la cornisa entre el ingenio y la berretada, pero no están en esos momentos los problemas de la película sino en los otros, en los pretendidamente serios, en los que la “trama” avanza y los personajes hablan. Porque los personajes hablan. Mucho. La película transcurre en una especie de resort de lujo en los alpes suizos. Ahí están los septuagenarios Fred Ballinger (Michael Caine) y Mick Boyle (Harvey Keitel), un director de orquesta retirado y un director de cine en decadencia, amigos de toda la vida. Un emisario de la Reina Isabel llega para pedirle a Fred que salga del retiro y dirija por única vez una orquesta en el cumpleaños del Príncipel Felipe. Por su parte, Mick está terminando de escribir el guión de su última película, que será su “testamento”, junto a un grupo de guionistas jóvenes. Andan por ahí también un actor joven (Paul Dano), la hija y asistente de Fred, recién separada o más bien abandonada (Rachel Weisz), el Diego Maradona del que hablábamos (Serrano) y algunos otros personajes más bien terciarios que le dan color a ese pequeño Universo. Es cierto que Juventud tiene por momentos un encanto notable gracias a las imágenes que Sorrentino imagina y logra plasmar con la ayuda de su DF de siempre Luca Bigazzi, y que además del pequeño estallido que ocurre cuando aparece para sus dos escenas Jane Fonda está el inmenso Michael Caine dotando a su Fred de una complejidad que no se percibe en los papeles y evitando -esto es fundamental- caer en el patetismo que por momentos la película amenaza con darle. Pero la película tiene dos caras. Además de estos momentos de ingenio, arbitrarios y que muchos pueden catalogar como “autoindulgentes”, surreales, subielescos o fellinianos, que podemos disfrutar o no (yo disfruté algunos) pero en los que hay cine, están los otros en los que los personajes hablan en discursos interminables, repletos de lugares comunes y aforismos sobre la vida, la muerte, la vejez y el amor, que parecen ser el corazón temático de la película pero la ahogan. Además de que no funcionan en sí, pertenecen claramente a otra película. Pero aún con estos problemas y con cierta cosa de viejo pajero y gagá que tiene Sorrentino (aunque anda por los 45 nomás), los momentos atractivos de Juventud van a quedar para siempre: Roly Serrano haciendo jueguitos con una pelotita de tenis hasta quedarse sin aire, Caine y Keitel discutiendo sobre una mujer que se cogieron (o se quisieron coger) hace más de cincuenta años y Jane Fonda diciéndole a Keitel “dejá de chuparme el culo” son los míos. Otros tendrán otros y quizás ahí esté, en definitiva, el encanto de Juventud.
Un conductor de orquesta retirado. Un cineasta en el ocaso de su carrera escribiendo su película testamento. La hija del primero, atravesando una crisis personal. Una estrella de mediana edad, acomplejado por su fama y sus papeles. Un crack del fútbol que es una sombra de lo que alguna vez fue. La última Miss Universo, que esconde una mente pensante detrás de su hermosa fachada. Una masajista joven que es pura expresión. Una pareja que no se dirige la palabra mientras cenan. Éstos son un puñado de personajes presentes en Youth, la siguiente película del italiano Paolo Sorrentino luego de su magnífica La Grande Bellezza, y la segunda de habla inglesa tras This Must Be the Place con Sean Penn. Una secuela casi espiritual de aquella película que le otorgó el Oscar a Mejor Película Extranjera, Youth es un plato artístico con una impronta muy notable, pero que absolutamente no es para todo el mundo. Entre la vida y la muerte, el pasado, presente y futuro, la vejez y la juventud del título, todos los temas que elige Sorrentino desde un guión propio apuntan a una exploración humana y muy visual, que en ejecución obtiene un sobresaliente pero que deja con gusto a poco sobre todo si la ponemos lado a lado con La Grande Bellezza. La comparación es siempre odiosa, pero el hilo argumental, con escenas oníricas y surreales a montones, juega a ser una secuela espiritual, con momentos hilarantes, otros que parecen sacados de un videoclip demencial y algunos que estrujan el corazón cuando Sorrentino toca las fibras más tensas de la situación humana. El cine de Sorrentino no es para todos, pero alegra que haya encontrado un elenco tan virtuoso para darle rienda suelta a sus descabelladas ideas. La dupla de Michael Caine y Harvey Keitel como amigos veteranos tiene excelente química, y el viaje de cada uno está muy bien coordinado por dos luminarias del cine que se rehúsan a colgar los guantes. El trío protagónico podría decirse que lo compone Rachel Weisz como la hija de Caine, asistente de su padre atravesando un doloroso rompimiento y los intentos por salir de ese pozo depresivo. De los tres, es la que menos importancia y peso tiene en la trama, pero Weisz es una actriz notable y saca a relucir todos sus dotes cuando debe. Como siempre, Sorrentino tiene un talento nato para hacer sobresalir hasta al más ínfimo personaje secundario y su acuarela de invitados en el spa de lujo en Suiza tiene su momento. Y si hablamos de apariciones especiales, Jane Fonda tiene un acotado pero importante momento en la segunda mitad de la película, donde nuevamente demuestra lo que significa masticarse la escena donde tiene asentados sus pies. Es una titán del cine y lo demuestra en apenas dos o tres secuencias. De una calidad visual imponente, Youth no pisa suelo firme en cuanto al mensaje que quiere explorar, siendo una bolsa mixta de emociones que a veces funciona y otras resulta un tanto gélida. De lo que no hay duda alguna es que Paolo Sorrentino tiene un sabor particular que remixa con cada película, pero nunca repite. Es un director fiel a sí mismo y su tren de pensamiento, una vez que se lo entiende, se disfruta mucho más. Básicamente, es una obra de arte en movimiento.
Levité y no soy agua. Sin la cohesión narrativa y eficacia de La grande bellezza -2013-, el italiano Paolo Sorrentino vuelve a las andanzas existenciales en Juventud -2015-, su nuevo opus y segundo largometraje, con la vista puesta en Hollywood, que tiene como estrellas a un reparto de lujo encabezado por el británico Michael Caine, secundado por Harvey Keitel, Paul Dano, Rachel Wiesz y una fugaz pero intensa aparición de Jane Fonda.
Mirada grotesca y elevada a lo que queda y a lo que fue Extravagante y rebuscada, la nueva pieza de Paolo Sorrentino, después de la soberbia La grande belleza, no hace otra cosa que ahogarse en sus excesos. Fred (Caine) un director de orquesta alejado de todo; y Mick (Keitel), un director de cine con ganas de seguir, comparten sus días y sus desvelos en un lujoso Spa de los Alpes suizos. Sorrentino aprovecha ese decorado para aportar bellos planos fotográficos que a veces valen por sí mismos. Pero el film, más allá de lo visual, no tiene el vuelo ni emoción ni frescura. Es como una obra hecha solo de pequeños momentos. Un cine de puras ocurrencias que a manera de un diario de viaje va recogiendo impresiones sueltas. En el centro están las largas charlas sobre la vejez, la muerte, el arte, el amor, la soledad y el peso de los recuerdos. Pero hay más que nada frases sueltas y muchos personajes que ocupan espacio y no aportan nada. Cine presuntuoso, contemplativo, que siempre está listo para retratar lo accidental y que asume un forzado aire felliniano para ponerse serio. Por supuesto que Sorrentino tiene talento, que hay buenos momentos y logrados pincelazos a la hora de retratar la tristeza de sus seres solitarios. Pero no alcanza. Se extraña la ausencia de un personaje a la altura del inolvidable Tony Servillo. Tampoco está el idioma italiano, para darle más frescura al desfile, ni la descascarada Roma, que acompañaba con sus ruinas el deterioro moral de sus personajes. Mucha imagen suelta, muchos personajes que entran y salen (Hitler, el matrimonio que no se habla, la prosti, etc.) le dan un aire desordenado a una película grandilocuente en su tono y exageradamente ambiciosa en sus propósitos. Todos los personajes recuerdan sus mejores días. No solo los dos protagonistas, también esa hija abandonada por su esposo que rememora y llora. Lo mismo que ese Maradona, gordo y con bastón, que hace jueguito con su gloria para olvidarse del presente
Decadencia y redención A pesar de haber tenido la posibilidad de contar en su elenco a una figura de la talla de Sean Penn cuando estrenara Este es mi lugar (2011), el guionista y director Paolo Sorrentino logró el reconocimiento mundial necesario con La grande bellezza (2014) en la que contaba con un elenco de desconocidos, sobre todo si la comparamos con la producción que nos ocupa hoy. Porque nadie dudaría de que Juventud tiene varios motivos desde sus piezas gráficas promocionales para invitar a ser vista, como el afiche con la figura de la imponente rumana Madalina Ghenea dejando impávidos a Harvey Keitel y Michael Caine mientras se mete en la misma piscina en la que ellos reposan. Y aunque se preste un poco a la confusión -o intención promocional- de creer que estamos ante una película picaresca o una comedia sexista liviana, en realidad se trata de todo lo contrario, a pesar de que el humor y las situaciones procaces no estén ausentes como parte de algo mucho más interesante y profundo. Los dos ancianos compuestos por el dúo Caine-Keitel son el eje de la historia y quienes se ponen el peso encima de la misma. El primero es un compositor resignado a pasar sus últimos días sin ejercer que trata de congeniar con su hija con problemas matrimoniales (Rachel Weisz) y el otro un director de cine apasionado que combina el descanso con el trabajo junto a su equipo de jóvenes colaboradores, en la búsqueda de concretar su última producción. Ambos intentan reconstruir, al mismo tiempo, recuerdos de una larga amistad que remontan desde su infancia y tratan de salir de los problemas que se les van presentando en esta vejez que llega sin preguntar y a la que intentan adaptarse a su manera. Juventud es una pieza con múltiples referencias culturales y una herencia fellinesca innegable. Las formas, los colores, los encuadres de cada plano en cada escena viven por sí mismos y cuentan micro historias independientes del relato principal. Y hasta los personajes secundarios cobran una relevancia que en muchos casos supera a la de las historias centrales o les ayudan a dar un peso extra. Porque lo importante no es hablar de los personajes en sí mismos sino de cómo viven y aceptan su decadencia o tratan de descubrir ese proceso inverso que significa buscar la juventud perdida. Entonces también tenemos al actor que no logra superar la frustración de ser reconocido -y encasillado- sólo por su papel más impersonal (Paul Dano), a la hija/asistente (Weisz) del compositor que acaba de ser abandonada por su esposo por otra mujer más “exitosa”, la reina de belleza que deja desnudo en su ego al mismo actor infravalorado justamente por traducir en pedantería su frustración y por último al Diego. Sí, Maradona mismo está presente -personificado por Roly Serrano- en uno de sus peores momentos, físicamente hablando porque, siendo coherentes, se trata de mostrar decadencia y vaya si el ex-jugador ha pasado por eso aunque cual delfín, cada tanto saque la cabeza y salte para luego caer alternativamente en ese mar de miserias en que ha convertido su existencia. Incluso es curioso cómo se separa la admiración por el ídolo mundial de la mirada objetiva sobre alguien cuya fama y genialidad no están en su razonamiento o forma de expresarse más allá de la devoción que el público argentino tenga sobre él. Cuando se asoma a decirle a un pequeño artista “yo también soy zurdo” y el personaje de Dano le espeta con “eso lo saben todos”, se intuye una irreverencia al hablar del astro que pocos realizadores se atreverían a mostrar. Por mi parte, agradezco esa falta de condescendencia que ya nos tiene un poco cansados en el mundo extra-futbolístico. Y luego está el sexo, no como ingrediente de carácter explícito sino como un desfile de cuerpos al natural, la desnudez como algo desvencijado y carente de erotismo prefabricado, reflejo de esa decadencia y sin ninguna intención de expresar más que la idea de que el tiempo no hace excepciones y tampoco entiende de pudores, algo que tampoco parece afectar a ninguno de los residentes de ese lugar. La excepción que sirve de parámetro es la irrupción de ese cuerpazo tallado que exhibe la Miss Universo -Madalina Ghenea, segunda mención en esta nota- con el sólo objetivo de ofrecer un contraste impiadoso. Y por supuesto las miradas, los cruces a veces descarados e inquietantes entre mayores y niñas que hablan de otras cosas sobre las que conviene no profundizar por si el espectador tiene una visión más ingenua o menos malintencionada de la obra. Pero en realidad Juventud es mucho más esperanzadora de lo que pretende perturbar porque además busca, sin sutileza pero con efectividad, demostrar que el arte es el agente salvador por excelencia. No hay manera de que nuestras vidas fluyan sin dejar que el arte las atraviese como bien comprueba el compositor cuando vuelve a escuchar las melodías que compuso ejecutadas bajo su batuta, o el actor vanidoso cuando se caracteriza de Führer en público como si se tratara de un juego. Y no sólo le ocurre a los artistas, sino a los otros que disfrutan de las obras como partícipes necesarios de las mismas. Todos y cada uno de los personajes tendrán su forma de entenderlo y de ser catalizadores de esa experiencia. Todos -menos una impactante excepción- tendrán su momento de gloria y comprenderán de qué se trata eso a lo que llamamos vida, aún cuando llega a su ocaso. Podrá reprochársele -y con justa razón- a Sorrentino el evocar con demasiado descaro a Fellini, el intentar convertirse a los empujones en sucesor sin que esto sea posible con la sola voluntad y un par de planos pretenciosos. O también que los diálogos que pone en boca de sus personajes parezcan extraídos de un librito de autoayuda que intenta aleccionar sobre el funcionamiento de ciertas cosas que se aprenden sobre la marcha -es decir, viviendo-, pero todo eso no le quita mérito a una obra que se sostiene por sí misma. Juventud, esa edad que llevamos dentro y que sólo se escurre si la dejamos morir por ausencia de arte, pensamiento que me permito porque a veces me inspiro en los papelitos con mensajes que vienen en los bombones, al igual que el director italiano.
Escuchá el audio haciendo clic en "ver crítica original". Los sábados de 16 a 18 hs. por Radio AM750. Con las voces de Fernando Juan Lima y Sergio Napoli.
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Paolo Sorrentino sigue a su exitosa La grande bellezza con otra maravilla de proporciones. Juventud es el largo cavilar de dos ancianos artistas, el músico Fred Ballinger (Michael Caine) y el director y guionista de cine Mick Boyle (Harvey Keitel), en un spa exclusivo de los Alpes suizos. Una vez más, el italiano da cátedra sobre un perfecto espectáculo visual, con movimientos casi de danza y cortes de escena abruptos, y con Caine y Keitel intercambiando recuerdos así como al Jep de Tony Servillo, en La grande bellezza, lo abordaban viejas amantes. Para el público local, esta danza de la decadencia no tendría un gustito especial si faltara Roly Serrano, camuflado como un futbolista de panza hiperbólica que, aunque nadie lo nombra, es Diego Maradona. Y para el público internacional, no sería lo mismo sin la aparición de una Jane Fonda genuina, sin bótox, capaz de sacar de la pileta termal, por el puro poder de los recuerdos, a un Keitel embobado frente una Miss Universo desnuda. Pero es la performance de Caine, su mirada imperturbable, de pecados y vidas consumidas, la que define goles con el número 10, redondeando otro magnífico film de este director tan ambicioso como genial.
El dolor de tener que ser, puede ser análogo al de haber querer sido Pese a todo lo que abarcaba “La grande belleza” (2013), al término uno seguía paladeando esa preciosa exhibición de cine realizada por Paolo Sorrentino, pero también quedaba la sensación de que no estaba todo dicho todavía respecto de la sociedad y su decadencia moral. Por eso uno bien podía preguntarse por su próximo proyecto. La respuesta es “Youth”. Más de lo mismo, sí, por suerte. Al revés de ese gran paseo por Roma, su noche y sus excesos en la renovada y aggiornada mirada a aquella realizada por Fellini en “La dolce vita” (1960), Sorrentino tomó algunos bosquejos de esos personajes y los encerró en una suerte de resort privado y exclusivo, en el cual las miserias siguen siendo las mismas: costosas, opulentas y decadentes. Por esta razón, sería una suerte de facilismo querer comparar éste estreno con su opus anterior porque conceptualmente está más cerca de ser una secuela, o una ampliación, si se quiere, de lo hecho hace tres años y que le valió el Oscar a mejor película de habla no inglesa. En este lujoso hotel, spa, resort, retiro (o todo junto) conviven distinto tipo de celebridades de varios países. El costado reflexivo de la historia es llevado adelante por Fred (Michael Caine), un director de orquesta voluntariamente retirado, y Mick (Harvey Keitel), un guionista convencido de estar escribiendo su última gran obra maestra, para lo cual también arrastra consigo a un grupo de colaboradores incondicionales que escriben a mansalva para tratar de encontrar el final perfecto, algo que la vida no ofrece fácilmente. A su alrededor deambulan varios personajes, cada uno en su burbuja. Diego Maradona – no mencionado como tal, pero es él - (Roly Serrano), Un actor famoso (Paul Dano), sumido en el cínico esnobismo de estar ahí para preparar un personaje; un budista con supuestos poderes de levitación; una Miss Universo que se pasea ante los ojos de quien quiera prestar atención, y varias otras referencias a los representantes de la farándula, el establishment, y el poder político (aunque socarronamente escondido). “Youth” (juventud) no escatima conceptos metafóricos en sus imágenes, a cual más preciosa y lograda, como para dejar al espectador paladeando fotogramas en busca de simbolismos mientras los diálogos y situaciones se van encadenando como un caleidoscopio, empezando por la escena inicial con una cantante en primer plano que pivotea, junto con la cámara, dejando que el entorno se muestre en plenitud, pero en segundo plano. A medida que el relato avanza, las caminatas se alargan y las reflexiones se hacen más enunciadas dejando que los personajes fluyan aleatoriamente, pero sin dejar de tener una ida y vuelta con Mick y Fred. Tal vez porque en ellos dos se ve el ejemplo de como una elección de vida, aparentemente llena de logros, no está exenta de una imperiosa necesidad de redención. Aquí es donde “Youth” cobra su mejor forma interpelando la moral de cada espectador, porque si algo queda claro aquí es que el dolor de tener que ser, puede ser análogo al de haber querer sido. El cine de Sorrentino está vivo y lleno de sensaciones. Sólo hay que estar atento para descubrirlas (o taparlas, según el momento de la vida)
Que se estrene un film dirigido por un italiano ya es (así estamos...) noticia. Esta es de Paolo Sorrentino, quien ganara el Oscar por la hermosa La grande bellezza. Bueno, aquí estamos más o menos en el mismo territorio: dos amigos -geniales Michael Caine y Harvey Keitel- y la hija de uno de ellos -Rachel Weisz- pasan vacaciones en los Alpes. Uno de ellos, músico, no quiere volver a la música: el otro, cineasta, piensa en escribir la que sería su última película. Pero lo que pasa en todo esto es el tiempo: el biológico, que ha llevado a los personajes a la vejez, y el cotidiano, que los empuja más al ocio y a mirar en perspectiva qué ha sucedido (y que, todavía, puede suceder) con y en sus vidas. Pues bien: si el film tiene muchas ideas y quiere decir a veces demasiadas cosas, también es una manera de pasar dos horas con gente brillante, escucharlos hablar, compartir lo que miran -a veces imágenes de gran belleza-, pensar en el cine como un espejo que nos invita a la reflexión pero -y aquí la gran diferencia con otras películas que la van de “filosóficas”- invitar no es imponer. Hay algo más que solo “bueno, estamos viejos, esto es lo que queda”: hay, a diferencia del género “geriátrico” que Hollywood anda desparramando, felicidad y alegría sin estridencias. Para quien se queja de que el cine es puro ruido, pues aquí tiene la oportunidad de alejarse de él, pasarla bien y guardar la experiencia en la memoria.
Paolo Sorrentino hace años que viene forjando una carrera a fuerza de impacto y proyectos personalísimos. El Oscar recibido por “La gran Belleza” le permitió conseguir la financiación para plasmar en “Juventud” (2015) algunas visiones, perversiones y reflexiones con las que ya venía trabajando en su obra. A falta de Tony Servillo, en esta oportunidad las figuras que lo ayudaran a narrar serán nada más ni nada menos que Michael Caine y Harvey Keithel, quienes interpretarán a dos amigos (o hay algo más entre ellos?) que además son consuegros y que verán como en el ocaso de sus días las posibilidades que se les presentan pueden más que las rutinas más odiosas a las que diariamente se exponen. “Juventud” arranca con un apocado director de orquesta llamado Fred Ballinger (Caine) intentando rechazar a toda costa la solicitud de participar en un evento de la realeza británica para la que es convocado. El emisario de la Reina se desespera ante la inercia de Ballinger ante la propuesta, porque éste, inmutable, sabe que ni todo el oro del mundo lo sacará de su retiro en un lujoso spa y mucho menos de sus obsesiones particulares, miss mundo, el papel de un bombón, los encuentros con un monje tibetano y cualquier otra decisión que a él lo termine completando como persona. Un día su hija Lena (Rachel Weisz) le da la noticia de su separación y que además pasará unos días con él, pero su reciente ostracismo hará que más que un encuentro, esa recuperación del vínculo con ella sea más un obstáculo que una alegría. Sorrentino narra con la ampulosidad, obsesión y minuciosidad que lo destaca, esta historia de personas que quieren cerrar su historia y de otras que deben, de un momento para el otro, rever su destino. Mientras Ballinger reflexiona, su amigo Jimmy (Keithel), un guionista con pocas ideas, siempre rodeado por un séquito creativo que lo ayuda a conseguir las mejores historias para una diva de Hollywood (Jane Fonda) que está cansada de él, lo ayuda a tomar algunas decisiones, y en las largas conversaciones, en ese ambiguo vínculo de amistad y deseo se va conformando la propuesta de “Juventud”, un fresco que se potencia más que por su trama por su cuidada puesta en escena. Sorrentino es un artista, un plano circular inicial, que se suma a la simetría casi obsesiva de cada una de las escenas y la colorida paleta con la que decide bañar las imágenes, terminan por consolidarlo, junto con quizás Alejandro Iñárritu, como uno de los directores más megalómanos de la contemporaneidad. Los personajes secundarios son solo la excusa para seguir hablando de Ballinger y sus deseos, pero en el hallazgo de ese Maradona terminal, obeso, degradado, consumido por vicios, o en esa pareja que diariamente encuentran en el restaurant del lugar, en silencio, hasta el estallido, es en donde “Juventud” se permite transgredir algunos puntos que si se siguiera en la línea inicial se perderían. La hija le reclama, el amigo lo acompaña, los números musicales contextualizan la acción y el detalle de rostros, imágenes, cuerpos, casi de manera fotográfica, terminan por componer con libertad el lienzo sobre el cual el director trabaja. “La libertad es una tentación terrible” dice Ballinger, algo que el propio Sorrentino diría, pero al cual le agradecemos la posibilidad de seguir ejerciendo su soberanía en el cine y su mirada obsesiva y detallada.
Así como pasó con Fellini y Bertolucci, el cineasta italiano Paolo Sorrentino se convirtió en una figurita de esas que generan amores y odios, pasiones encontradas en el mundo de la cinefilia. Para comprobarlo, solo hacía falta ser testigo del momento en que, al terminar la función matutina de YOUTH, los asistentes a la enorme Sala Lumiere estallaron en aplausos y abucheos al mismo tiempo, como si los admiradores y los enemigos del realizador deLA GRANDE BELLEZA estuvieran compitiendo para ver quién gritaba más fuerte. Calculo que ganaron los aplausos, tal vez porque el silencio de todos los demás no juega en esa competencia y a muchas personas, cuando no nos gusta una película, no nos sale abuchear a los gritos en medio de una sala. Pero los franceses no tienen problemas en hacerlo y los críticos de otros países, al venir aquí, se sienten como liberados para poder gritarle a la pantalla. En el transcurso de las horas, tanto en las redes sociales como en los encuentros callejeros aquí en la Croisette, se podía notar esa dualidad. “Es un fantoche”, bramaban algunos. “La mejor película del festival”, decían otros. En mi opinión no es una cosa ni la otra, aunque se entiende la irritación y la admiración. Paolo Sorrentino es un cineasta que no se parece a nadie más que a sí mismo y que no se anda con medias tintas. Sus imágenes son potentes y pueden ser para algunos fascinantes y para otros tan banales como la supuesta “banalidad” que critica en las sociedades que describe. Este filme transcurre –como THE LOBSTER, de Yorgos Lanthimos– en un hotel lujoso. En este caso, un spa en el que se alojan muchos ricos y famosos en plan vacaciones, descanso y recuperación. Los personajes principales son Michael Caine, que encarna a un conductor de orquesta retirado y deprimido al que luego viene a visitar su hija y asistente (Rachel Weisz) que también atraviesa una situación personal complicada; y Harvey Keitel, en el rol de un cineasta veterano que está preparando con un grupo de guionistas la que, dice, será su última película, su “testamento cinematográfico”. También está Paul Dano en el papel de un actor serio que se hizo famoso por interpretar a un robot en una película hollywoodense. Y está “El Pibe” que, sin decirlo, es el propio Maradona, aunque interpretado por un actor cuyo nombre no aparece en los créditos. El “Maradona” del filme es el de su etapa más obesa y al borde de lo decadente, pero Sorrentino lo muestra con evidente afecto. La película tiene los habituales clips visuales y musicales de Sorrentino, que van desde la música clásica y sacra hasta actuaciones en vivo de Mark Kozelek (él aparece cantando en el spa) y un videoclip delirante de la pop-star Paloma Faith, que también se encarna a sí misma en el filme. En el medio aparecerá una Miss Universo despampanante, una masajista con dotes especiales y otros personajes de esos casi caricaturescos que suele pintar el realizador napolitano. A favor del filme, en principio, está la relación de amistad que establecen Caine y Keitel, con momentos de mucho humor, al punto que uno quisiera ya ver una comedia de amigos protagonizada por ambos. Pese a sus distintas escuelas actorales y tradiciones, dan muy bien juntos en la pantalla y protagonizan algunos momentos realmente divertidos. En cambio, cuando la película se pone un tanto más seria y sentenciosa –sobre la edad, el paso del tiempo, las relaciones y la muerte–,YOUTH se vuelve un poco obvia y banal, más prosaica que poética y mucho menos sutil de lo que pretende ser. Ese es, en cierto punto, el “karma Sorrentino”: su elegancia bordea siempre con la autoparodia, pasa como si nada de una escena refinada a otra cuya única forma posible de definirla es “grasa”: cursi, banal, de show televisivo de Berlusconi. Y si bien su objetivo siempre es trabajar con personajes que intentan escapar a esa banalidad, por momentos le es inevitable meterlos de lleno en ella, algo que se nota claramente en la participación especial de Jane Fonda, en el punto medio entre el ridículo y lo emotivo. Ahí está el cine de Sorrentino y ahí se ubican los espectadores, los que lo ven como un elegante poeta del cine contemporáneo y los que creen que es un publicitario que hace avisos de champagne. Y los que, como me sucede a mí, sentimos que es un poco las dos cosas al mismo tiempo.
Paolo Sorrentino, cineasta italiano ganador del Oscar en 2014 por la mejor película extranjera gracias a su film La Grande Bellezza, nos trae este drama protagonizado por Michael Caine, Harvey Keitel, Rachel Weisz, Paul Dano y Jane Fonda. Juventud, divino tesoro Juventud nos retrata la historia de un director de orquesta ya retirado, quien se encuentra de vacaciones en un lujoso hotel en los Alpes suizos junto a su hija, y a su amigo cineasta. Durante su estadía en el paradisíaco lugar, recibirá una invitación de la reina Elizabeth II para dirigir una orquesta en honor al cumpleaños del príncipe Felipe. Es entonces cuando las charlas con sus compañeros de hotel le harán repasar su apática y larga vida. Lo que más llama la atención de esta propuesta es su espectacular elenco. A pesar de que algunos de los nombres del reparto cuentan con más escenas que otros, aun así todos los personajes son interesantes, y la construcción de los mismos alrededor del protagonista es genial, por lo que cada actor de renombre tiene su oportunidad de lucirse en la cinta, aunque sea por un breve instante. Inclusive el film cuenta con la presencia de Roly Serrano, el actor oriundo de la provincia de Salta encarna a Diego Maradona, en un respetuoso homenaje, pero que seguramente hará reír a más de uno por la forma en que se retrata al eterno 10. Algo sumamente genial, que uno no espera encontrarse en una propuesta con tantas figuras de renombre. Los momentos en Caine y Keitel comparten la pantalla son simplemente geniales, el dúo protagónico lleva adelante las escenas con más carga emocional y el verlos juntos en escena es un deleite. Las charlas que protagoniza Caine junto a Paul Dano o a la bellísima Rachel Weisz también son dignas de destacar. Todo esto se acentúa aún más gracias a la majestuosa fotografía que realza la belleza de los Alpes suizos y las distintas locaciones que los personajes visitan, haciendo que el lugar sea un protagonista más. Es cierto que por momentos el film peca de pretencioso y presuntuoso, y el ritmo narrativo fluctúa entre escenas plúmbeas y otras en las que la cadencia se torna vertiginosa. Aunque el pulso impregnado por Sorrentino sea lento, las actuaciones de los protagonistas y la trama hacen llevadera esta historia. Dejando de lado estos defectos, llama la atención el hecho de que Juventud haya competido por la Palma de Oro en el Festival de Cannes, y que haya sido totalmente ignorada por la Academia para la 88° edición de los Oscar, contando solamente con una nominación a mejor canción. La música es bellísima y juega un papel fundamental en el film de Sorrentino, pero las actuaciones de los protagonistas lo son aún más. Conclusión Juventud es una propuesta algo diferente, no para todo tipo de espectador. Su ritmo lento y sus charlas pretenciosas pueden aburrir a los espectadores que busquen más dinamismo en una historia que destaca por sus intérpretes. Si bien esto por momentos le juega en contra, termina siendo un resultado satisfactorio. El elenco protagonista es un lujo que cualquier director soñaría tener en su película, y la fotografía y la historia son bellísimas. Recomendada para quienes busquen una propuesta lenta pero aun así interesante.
O “La giovinezza” de Paolo Sorrentino, responsable también del guión tiene lo mejor y lo más criticable de su estilo: el eco de films de Fellini, hombres protagonistas y mujeres musas inspiradoras, sin carnadura, un enamoramiento de los paisajes que rodean ese hotel de lujo para clientes decadentes. Pero Michael Caine y Harvey Keitel brindan dos personajes al borde de la vida, adorables. Y Roly Serrano es un Maradona en su peor momento como una alegoría de lo que fue. La vida que se escapa en un film que, aún para criticarlo, hay que verlo.
Juventud Paolo Sorrentino insiste en retratar la escritura que deja el tiempo en la conciencia existencial del hombre. Si el eje vertebrador de La gran belleza era el saldo de una vida malograda tras un éxito temprano; Juventud propone lo contrario: un presente vacío que obliga a mirar atrás, aunque no demasiado, para encontrar algo que valga la pena ser recordado. El conflicto existencial es común a ambas películas pero el tratamiento es diferente. Juventud ofrece una estructura dividida en cuatro vidas igualmente vacías: dos ya en la curva de la ancianidad Fred Ballinger (Michael Caine) y Mick Boyle (Harvey Keitel); las otras dos en la antesala de la madurez: Jimmy Tree (Paul Dano) y Raquel Weisz (Lena Ballinger). La configuración etárea es consecuente con las funciones sociales de estas cuatro almas detenidas en un lujoso spa ubicado en el corazón suizo de Los Alpes. Los amigos de cara al tramo final de sus vidas son directores: uno de orquesta (Fred Ballinger); el otro de cine (Mick Boyle). El talento que han desarrollado para dirigir sus respectivas artes es inversamente proporcional al que supieron conseguir para encauzar el equilibrio de sus emociones en la etapa más fecunda de la vida. El racconto perturbador al que se ven expuestos proviene de la conciencia antes que de la memoria. Los directores comparten su desasosiego junto a un actor insatisfecho de sus logros Jimmy Tree (Paul Dano). Se suma a ese cuadro de insatisfacciones repartidas la angustia de la hija de Fred, Raquel Weisz (Lena Ballinger). La cámara de Sorrentino sondea el espacio de sus sombras, los obliga a reconocerse en la caída. Contrasta con la desprolijidad y las deficiencias plásticas usuales en el cine europeo que hemos podido ver últimamente con escasas excepciones. Los personajes no logran fundirse con su medio porque siempre parecen en deuda con las fastuosas estructuras por las que deambulan y esto los despega del paisaje y los reduce a una escala miserable. El espacio los contiene y los aplasta al mismo tiempo. Sorrentino es uno de los pocos realizadores actuales que tiene la capacidad alquimista de expresar los espacios sin aspavientos inútiles, como una prolongación interior de los personajes. El spa es un purgatorio cinco estrellas, confortable para analizar derrotas y esconderse cobardemente del mundo. Los hospedados recorren circuitos repetidos como hámsters entrenados en el ejercicio banal de atravesar el vacío sin tocarlo. La toponimia del fracaso los acecha con sus perros de caza. El retiro, no los acerca a la paz interior sino al vacío. Hasta el jugador “Sudamericano” interpretado por Roly Serrano -Maradona, ¿qué duda cabe?- se sumerge en el ostracismo refinado del infierno florido frente a la mirada curiosa de sus compañeros de hospedaje y se mueve en el agua como una bestia bíblica con el semblante venerable de Marx tatuado en la espalda. Este personaje aparece como el símbolo inequívoco de la gloria y el ocaso, del triunfo y la extravagancia decadente. La cámara se detiene en el tatuaje de su espalda como si fuera un mapa. También mira de cerca las manos de Fred Ballinger, el músico empecinado en estrujar un papel para repetir el obsesivo gesto de un ritmo y a la vez capaz de dirigir la infinita música de la naturaleza en la soledad de un prado. Si algo promete todo purgatorio -hasta el más lujoso- es el encuentro con uno mismo. El dolor cuando no mata, enseña. Los selectos pensionistas del spa suntuoso van a curarse de ellos mismos. La cobardía de buscar culpables para no asumir la responsabilidad de los propios errores se pone en crisis frente al paisaje de esa anemia espiritual inmune a todo mecanismo de defensa. El diálogo es interno, sucede entre las paredes difusas de la decepción. Todos han sido víctimas de su propia opacidad (hasta el monje tibetano que contra la adversidad de los pronósticos consigue levitar). Para alcanzar la paz interior, fuente de toda elevación, antes hay que morder el veneno de las malas ortigas. Los personajes de Juventud parecen obedecer a ese verso de Discépolo que dice: somos la mueca de lo que soñamos ser. Cada uno de ellos arrastra su sombra, su baba de caracol contra el vacío. El director de orquesta que interpreta Michael Caine sufre el peso de su conciencia que le recuerda las disonancias de una vida miserable, alienada por el éxito profesional y agobiada por el infortunio de su frustrada experiencia amorosa. El caso de Mick Boyle (Harvey Keitel) es diferente, encarna el ocaso del director de cine pensado como autor, capaz de estampar su firma aún en obras imperfectas pero personales. Lena es abandonada por su esposo. El trabajo consciente sobre esa pérdida le permitirá recobrar el camino hacia el corazón herido de su padre. Las certezas equívocas con las que juzgaba al músico celoso de su arte anidaban en un prejuicio limitante alimentado por el carácter acaso antigregario del severo director. Jimmy Tree, bordado de manera impecable por Paul Dano, es un actor insatisfecho con la orientación de su carrera. Siente algo que Scott Fitzgerald supo expresar como nadie: ninguna carrera decente se ha basado jamás en el público. La vida le reservará un pequeño milagro en ese spa que pondrá en duda el veneno de sus pálidas certezas. La escena que resume, iba a escribir rezuma, toda la película es la de los binoculares en manos de Mick Boyle (Harvey Keitel). El mítico director que encarna se enfrenta a la inmensidad del paisaje en el punto panorámico y lo contempla desde ambos extremos de los prismáticos. Comprueba algo asombroso: el pasado se ve con una focal que nos aleja del horizonte; el presente, en cambio, siempre parece cercano. La vejez nos invita a mirar desde la cara de los prismáticos que nos aleja de la realidad. Esa metáfora vale por todo la película. El tiempo, la vida, es el cambio inevitable de las perspectivas. Jane Fonda, interpretando a una actriz en decadencia, le hará notar justamente eso mismo al realizador vencido, no sin antes desmoronar su última esperanza. El estro del artista se apaga como la lumbre del deseo devorado por la oscuridad. Paolo Sorrentino, una vez más, nos recuerda con la tenue belleza de la emoción que el tiempo no es un lugar donde quedarse.
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El tiempo, divino tesoro “Juventud” es la segunda película en inglés de Paolo Sorrentino, el director italiano que hace dos años se llevó un Oscar a mejor película extranjera por “La gran belleza”. Ahora hay más ojos mirando el cine de Sorrentino, un director que divide aguas, sí, pero que tiene un sello inconfundible. Nadie filma como él, y pocos contemporáneos tienen una filmografía tan intensa y pareja. En ese sentido “Juventud” es una continuación más llana de “La gran belleza”. En aquella película Sorrentino remitía a “La Dolce Vita”, y ahora sigue su derrotero fellinesco en un ambiente que recuerda a “8 y 1/2”: un lujoso hotel-spa en medio de los Alpes. Aquí la cámara se centra en dos viejos amigos (Michael Caine y Harvey Keitel). El primero es un famoso director de orquesta que no quiere volver a la música. El otro es un cineasta que pretende escribir su última película. En el medio hay una actriz veterana fuera de sí (Jane Fonda) y un imperdible jugador de fútbol en rehabilitación (Roly Serrano), una figura inspirada en Maradona. En una atmósfera entre nostálgica y onírica, Sorrentino reflexiona sobre el paso del tiempo con estos personajes que transitan como pueden el deterioro físico y los fantasmas del pasado. Y lo hace con ternura, humor y serenidad, sin sermonear ni caer en golpes de efecto. Es cierto que a los diálogos les falta brillo, pero el director compensa con un espectáculo visual que se vuelve íntimo en su significado y queda pegado a la retina.
La sinfonía del ocaso Michael Caine y Harvey Keitel sostienen Juventud, la película de Paolo Sorrentino, en el escenario de ensueño de Los Alpes suizos. Un hotel spa exclusivo en un enclave de Los Alpes suizos es el lugar en el que Paolo Sorrentino imagina una Babel refinada, decadente, fuera del mundo aunque expresión terminal de él. Allí se encuentran dos viejos amigos, consuegros: Fred Ballinger y Mick Boyle. Michael Caine y Harvey Keitel funcionan como el eje de Juventud, una película bella, visualmente exquisita, de estructura sinfónica. Las escenas que concibe el director que deslumbró con La gran belleza se suceden como en un álbum de fotografías. El director de orquesta y el director de cine, maestros de prestigio, conversan sobre el pasado, comparten impresiones, auscultan el entorno en el que los pasajeros se mantienen a distancia prudente. Salvo el actor que medita sobre su próximo papel (Paul Dano) y la hija de Fred, Lena (Rachel Weisz). El paisaje natural domina la escena, inalterable, sobre el que reposa una suerte de palacio suntuoso al que llegan Miss Universo, un monje tibetano que intenta levitar, parejas, y un personaje que no se nombra porque su presencia es suficiente. Roly Serrano compone a Diego Maradona, obeso, casi discapacitado para caminar, asistido por un respirador. La imagen fellinesca irrumpe como una más en ese lugar detenido en el tiempo, en el que justamente los amigos se asumen observadores sin futuro. La puesta cinematográfica imponente se asocia al elenco que genera fascinación por sí mismo. No hay conflictos complicados, sí historias de vida de las que se conocen algunos datos que explican la tristeza de Fred, acusado de apatía, y el desasosiego de Mick, que prepara el guion de su última película, un testamento de dudosa necesidad. La música vuelve a ocupar el espacio de un personaje imprescindible para Sorrentino. Abre esa especie de concierto multicultural que acompaña el desarrollo de la película, el grupo The Retrosettes, una banda de Manchester, Gran Bretaña, con el tema You Got The Love. Contemplativa, con dosis de ensoñación, Juventud también gira en torno a la composición por la que se lo recuerda a Fred: Simple Song. La pieza (de David Lang) suena sublime al final con gran orquesta y la voz de Sumi Jo. En el retiro de alta montaña los amigos descargan su melancolía en medio de una coreografía de camareras, asistentes y sesiones de masaje. La piel y sus edades, en foco por la cámara de Sorrentino, se manifiesta. Hay en la película un medio tono existencial, con un par de estallidos, como el de la hija, estupenda Weisz, o el de la diva, aparición breve de Jane Fonda. Sorrentino arma un nuevo cambalache europeo en el que no falta la reflexión sobre el arte, los recuerdos y lo que queda cuando se detienen los relojes. Juventud exige del espectador entrar en esa sinfonía sin esperar respuestas.