La vanguardia siempre debe ser recibida con alegría y celebrarla. Los nuevos aires en la creación fílmica, es lo que uno inconscientemente siempre espera, que las películas vayan por más, que los directores sorprendan, que la propuesta sea novedosa. No hay género en donde observar una novedad sea más difícil que en las películas de terror. Un estilo de películas donde ya se ha probado casi todo. Es sumamente reconfortante sostener que con La Casa Muda (Mención Especial “Opera Prima” Festival de La Habana 2010) el género de terror ha mostrado una nueva cara. Esta película uruguaya está basada en un hecho real ocurrido en una pueblito del interior del ese país, en la década del 40. El guionista ha escrito esta historia basándose en los reportes y evidencias recolectadas por la polícia. Así se reconstruyen los hechos que sucedieron en esta pequeña casa abandonada en el medio de un campo. Los 74 minutos que dura la película, son rodados en un solo plano, logrando que el espectador esté también en la casa, siguiendo a Laura mientras la recorre. Terror en tiempo real. Esta cercanía ofrece la oportunidad de asomarnos de una manera más profunda al miedo. La cinta se ha convertido en el primer film de terror en el mundo en ser filmada en su totalidad en plano secuencia y el segundo film de terror en utilizar, también,una cámara de fotos. El sonido de la película es tenebrosamente perfecto, la dirección de arte ha logrado acondicionar la casa de una forma en la que el miedo y la locura se perciben, también , gracias a la atmosfera visual que han podido crear. Cada objeto colocado en el lugar indicado para ofrecer impacto y acrecentar el clima de suspenso y expectativa que el plano secuencia lleva adelante. La estética de esta película ha sido una pareja perfecta para las novedades en el lenguaje fílmico que presenta. Logra momentos sumamente inquietantes. Pero no todo es un lecho de rosas. Lamentablemente la película se debilita cuando llega la escena de la explicación de los acontecimientos. El espectador viene de una sensación de sofoco, encierro y varios sobresaltos para llegar a un momento de razonamiento argumentativo que deja muchísimo que desear. La película vuelve a salvarse un poco en la última escena, que se encuentra pasando los títulos finales, donde podemos ver un excelente simbolismo sobre el enajenamiento y donde el director muestra una vez más su gran (y muy acertada) obsesión para representar el terror de una manera sumamente poética. El film, quitando algunos aspectos bajos es una excelente demostración de que no está todo dicho en la industria el cine, menos aún en un género cinematográfico. Y que se puede ofrecer, aún hoy, nuevas y originales maneras de jugar con las emociones del espectador y de poder seguir alimentando la obsesión de cualquier amante del cine por la buena estética.
El Viejo Truco de la Soga en el Baúl Formalmente hablando, este nuevo ejercicio cinematográfico tenía sus atractivos. Una película grabada con cámara digital sin cortes siempre es llamativo. No es la primera y no será la única. El precursor de este recurso (¿cuándo no?) fue Alfred Hitchcock. No fue ningún vanguardista de la nouvelle vague, de Alemania o de India. No, uno de los directores más industriales y respetados de la época se metió en una habitación y grabó en apenas una semana un film con pocos cortes que se escondían cada vez que la cámara iba a un objeto negro y volvía a salir. En el medio, el maestro hacía un fundido invisible al simple ojo y salía como si nunca hubiese cortado. Un revolucionario. 1948. La película: Festín Diabólico, o mejor conocida como La Soga. Varios trataron de emularlo con el correr de los años. El último y acaso más justificado, inteligente e interesante a nivel narrativo fue el director de Madre e Hijo, Alexander Sokurov con El Arca Rusa (2003), una recorrida por la historia rusa en un plano secuencia dentro de un museo, muy bien construida y con apenas 10 cortes indivisibles. Con La Casa Muda volvemos al género de terror. Tanto por estética como por narración este film uruguayo se acerca más a un film español al mejor estilo Rec, Proyecto Blair Witch, Actividad Paranormal o Cloverfield, pero acá no hay una explicación diegética de la presencia de la cámara, por suerte. Ya el seudo documental de terror no causa efecto. Lo primero que llama la atención es la prolijidad de los encuadres, la frialdad y la austeridad del relato. La protagonista ni dice casi palabra durante la primera media hora de duración, donde la sugestión y los recursos fuera de campo toman protagonismo. Prácticamente sin música incidental, sonidos, sombras, miradas, entradas y salidas de personajes transmiten cierto miedo o tensión al espectador. Como siempre, estos principios tranquilos logran ser mejores que el resto de la película. La excusa para este relato: un casero y su hija deben pasar la noche en un casa abandonada, que el dueño quiere vender, y supuestamente, la mañana siguiente arreglarla. Pero la acción no va a pasar de esa noche. Hernández sostiene toda la acción desde el punto de vista de Laura, la protagonista de forma inteligente. Los problemas comienzan cuando empiezan a caer cadáveres por así decirlo. En este punto, no solamente la actuación de Florencia Colucci empieza a decaer por llantos poco creíbles, sino que también la narración que empieza a tomar rumbos previsibles y se dilata la acción. En los últimos 15 minutos, nos encontramos con un final demasiado explicativo y complejo para este tipo de películas que involucra trata de blancas y pedofilia probablemente. ¿Por qué? ¿Era necesario? Hernández con su guionista se inspiraron en este segmente en un caso policial real y parece que “quisieron” ser fieles a este mismo. La narración agarra caminos difusos y confusos, tanto que en el sentido más estrictamente cinematográfico, Hernández repentinamente no sabe que punto de vista tomar… y mete una subjetiva innecesaria. Durante los títulos finales se devela todo lo que en los 75 minutos anteriores no estaban claros, y por si hay dudas, después de los títulos siguen las explicaciones (no a manera literal sino con imágenes). La inteligencia y originalidad de la puesta en escena de este tipo de películas es relativa. Por momentos, sorprende que la solemnidad primeriza demuestran al menos ciertos conocimientos cinematográficos para crear climas. Algo que no tenían ni Proyecto Blair Witch, Actividad Paranormal 1 o la primera Rec (que se parecía más a un video juego en primera persona que a una película). Pero exponiendo tanto argumento metafísico, el director pierde el rumbo de la película. Se vuelve pretenciosa. Es en dichos momentos, donde se debe reconocer que Tod Williams entendió lo mismo que Balagueró y Plaza, en las retrospectivas secuelas de Actividad Paranormal y Rec: que cuando el ejercicio formal - técnico se agota, uno tiene que apostar por el relato en sí, dándole acción y no explicación. En este sentido, me parece que Matt Reeves fue el más inteligente de todos con Cloverfield. Está bien, la historia era diferente, pero Reeves construyó una película, que sin perder su identidad, era vigorizante, y nunca dejaba de ser atractiva, gracias a buenas interpretaciones, construcción de personajes, y subtramas que se mechaban de forma inteligente. Claro, el genio de J. J. Abrams estaba detrás controlando todo. Y ni me atrevo a hacer una comparación con Hitchcock. Lamentablemente, La Casa Muda no pasa de ser otro curioso ejercicio de terror, con algunos momentos interesantes, pero que no termina bien. Claro, filmado de este lado del océano cobra mayor significado. Pero no olvidemos, que de esta lado también tenemos maestros del terror como la gente de Paura Flics y los muchachos de Farsa.
Terror del otro lado del río La película de Gustavo Hernández marca una bienvenida incursión de la creciente cinematografía uruguaya en el género del terror. La casa muda (2010) tiene un interesante trabajo espacio-temporal ya transitado por otros films (Rec; 2007, The blair witch Project; 1999). Pero también tiene mucho cálculo y un punto de giro que roza lo inverosímil. Una joven y su padre aceptan una “changa”: pasar un par de días en una casa en medio del campo y poner todo en orden, limpiar, quitar las malezas del terreno. La propiedad será puesta en venta y debe estar un tanto más presentable. Cuando se predisponen a dormir, de repente se escucha un ruido en el primer piso. Hasta ese momento, nada hacía suponer que difícilmente no verían la luz del día siguiente. El planteo argumental es conocido y a la vez atractivo. Pero a ese argumento lo rodean una serie de máximas efectistas. A saber: “filmada en una sola toma”, “realizada con la cámara de un celular”, “inspirada en un caso real”. Son estas tres sentencias las que pretenden capturar el público de La casa muda. Cada una de ellas tiene su “lado B”, por decirlo de algún modo. La película –al menos en el corte con el que se estrena en Buenos Aires- no está hecha en una toma. Luego de los créditos esto queda claro. Luego, dirán, es por lo menos dudoso que así sea durante los primeros ochenta minutos (hay momentos de casi absoluta oscuridad, en donde tranquilamente puede haber un corte). Pero no nos pongamos tan estrictos. En cuanto a la segunda proposición, nada hace sospechar que el film no esté hecho con la cámara de un celular. ¿Osadía tecnológica? El relato se solventa en la movilidad de la cámara, en el desplazamiento permanente, rasgo que con una cámara profesional y liviana se pudo haber conseguido. Desde luego, la “proeza técnica” habrá demandado su buen trabajo de pos-producción. Por último, la historia está inspirada en un caso real ocurrido hace decenios en las afueras de Montevideo. La película retoma aquel hallazgo de dos cuerpos sin vida y conjetura el móvil del crimen y la resolución de su misterio, pero tampoco establece un lazo directo con datos verídicos. Todo esto nos pone bien de frente ante un film hecho a puro nervio publicitario, con la singularidad de que se trata del exponente de una cinematografía emergente. El mayor atractivo de La casa muda reside en el tiempo real desde donde la historia está contada. Y las herramientas más interesantes no son las “novedosas virtudes” que auto-proclama, sino el trabajo minucioso sobre la banda sonora y el fuera de campo, y –sobre todo- los recursos actorales puestos en función de una trama que hacia el final da un giro imprevisto y no del todo cerrado. En sus momentos más logrados, el film pega sus buenos sustos con mínimos elementos, transitando el horror más físico y sorpresivo. Poco a poco se aproxima hacia la noción de lo siniestro, canónicamente entendido como aquello del orden de lo familiar que no debe salir a la luz. Tal vez, el final no hubiera generado esa sensación de inverosimilitud si el guión hubiera dejado algunas zonas en penumbras.
La casa que habla Siguiendo el estilo de El proyecto Blair Witch, el director Gustavo Hernández apuesta al terror uruguayo con esta película que juega en "tiempo real" con el miedo de la protagonista, encerrada en una casa de campo. Laura (Florencia Colucci) y su padre Wilson (Gustavo Alonso) llegan al lugar para reacondicionarlo porque su dueño, Néstor (Abel Tripaldi), quiere venderlo. Padre e hija pasarán la noche para comenzar los trabajos al día siguiente. Todo transcurre con normalidad hasta que Laura escucha un sonido que proviene de afuera y se intensifica en el piso superior. Abajo comenzará el auténtico calvario de Laura. Basada en una historia real ocurrida en un pequeño poblado del Uruguay, La Casa Muda inquieta más que asusta, y el modo de contarla en plano secuencia (o casi, porque la cámara aprovecha la oscuridad para acumular algunos cortes) intensifica la experiencia. Con elementos perturbadores heredados de Actividad paranormal, Acá vive el horror! y El Grito, el relato acierta en la creación de climas y en la caminata que la protagonista realiza (con farol en mano) por toda la casa. Cada sombra y cada elemento cobra una dimensión inquietante que sugestiona al espectador. Un detalle: el espectador no deberá abandonar la sala cuando empiecen los créditos porque la acción continúa y da un cierre a la trama, que se mueve entre lo fantasmagórico y la locura.
Luego de una larga caminata por un campo lleno de yuyos, una adolescente y un hombre llegan a destino. Es una casa que parece abandonada, y la muchacha y su padre fueron contratados por el dueño para refaccionarla. Enseguida el espacio comienza a tensarse y los hechos se ciñen a un tic tac real, exactamente el mismo que marca nuestro segundero interno. Ahí advertimos que la cámara lleva algunos minutos sin cortar. Estamos adheridos a esa chica, Laura, que nos hará recorrer la casa con su curiosidad suicida. Adentro todo es oscuro. El primer paso consiste en orientarse en esa negrura quebrada cada tanto por un sol de noche. Los ojos pugnan por hallar algún resquicio de nitidez en una batalla inútil, porque sólo encuentra sombras, polvo, cenizas. La boca de lobo se adivina invencible, pero aun así el desafío resulta atractivo, porque las manchas sobre la imagen surgen y se van continuamente, y la incertidumbre nos obliga a atrapar el grado cero de la luz, la base mínima desde la cual accedemos a las formas. Distinguir un rayito en el imperio de la nada: debería ser un entrenamiento cotidiano para la mirada. Hasta que llega el primer golpe de efecto, y uno se prepara entonces para el segundo paso, que implica aceptar el pacto de género y dejarse asustar, no importa cómo ni con qué lógica. La propuesta de La casa muda indicaría que hoy el espectador de terror se sigue conformando con el ruido de unos pasos sospechosos, o una silueta que corre veloz de un cuarto a otro, o un cochecito de look tenebroso (como aquel de The Changeling, con George C. Scott, o el de la mismísima Rosemary). Y no, esas simples palancas narrativas no alcanzan. Tampoco los virtuosismos técnicos. La película pretende justificar su arbitrariedad de manera retrospectiva, una vez que conocemos la motivación de Laura y podemos dar coherencia a su accionar. Pero el problema reside en el durante, el trayecto central del relato que muestra a Laura deambulando por el circuito cerrado y reiterativo de la cabaña embrujada. A pesar de la excelente actuación de Florencia Colucci, al film le falta desesperación real, especialmente en su tramo inicial, cuando el personaje tiene que ganarse nuestra preocupación. Si las puertas están todas cerradas, ¿por qué no probar con las ventanas? Que la heroína se llene de furia, que destroce todo con su guadaña, que demuestre que está verdaderamente atrapada. Verla hacer el intento, eso es todo lo que pedíamos para creer en ella. Porque cuando la oportunidad se presenta, ya es tarde. Nuestras palpitaciones abandonan la sincronía con la ficción. Aunque el estilo del film logre sostener ciertas vibraciones, llega un punto en el cual el futuro de la protagonista ya no nos importa demasiado. Porque el personaje dejó de ser persona para tornarse frío artefacto.
Terror de interiores Filme de horror uruguayo, hecho con una cámara fotográfica. El efecto de La casa muda sobre el espectador dependerá, en parte, del interés que éste tenga por el modo de producción y las particularidades de la película. En primer lugar, se trata de un filme de terror uruguayo: una rareza. Además, hecho íntegramente con una cámara fotográfica y un presupuesto ínfimo, con pocos actores. Supuestamente, en un solo plano secuencia. Un ejercicio, un método o una necesidad que provocan curiosidad y le dan un valor suplementario al filme, aunque no suplen ciertos desniveles. La película, según la promoción, se basa en un caso real ocurrido en los ‘40. Tras verla, con su carga de subjetividades y su resolución psicologista , queda en claro que, en todo caso, es la libre interpretación de un hecho real. La trama, básicamente, se centra en una joven humilde que va con su padre a reacondicionar una casa de campo que el dueño está por vender. Ahí, en medio de una noche asfixiante, claustrofóbica, empezará una suerte de terror, en más de un sentido, de interiores. Se sabe, Hitchcock incluso habló del tema, que una casa de más de una planta puede representar distintos niveles de la conciencia. ¿También bipolaridad, desdoblamiento? Desde lo formal, la película -que trabaja el tiempo real, el fuera de campo, la “desprolijidad” documental- tiene algo en común con El proyecto Blair Witch y toda la corriente que le siguió. En otros puntos, que conviene no revelar, tiene influencias de la francesa Alta tensión , de Alexandre Aja. Pero el director de La casa... , Gustavo Hernández, prescinde de los impactos gore y del vértigo desmedido: todo un mérito, sobre todo en tiempos de chata pornotortura. El realizador uruguayo se toma su tiempo -y se distancia del mero cine de género- apoyado, entre otros elementos, en la buena actuación de la protagonista (Florencia Colucci) y en una notable fotografía (de Pedro Luque). La homogénea oscuridad del lugar sólo cede a los halos de linternas y hendijas, los temblores de faroles o los relampagueos de flashes. La atmósfera es opresiva. Una música tenue y elementos infantiles van dando pistas de un final que resignifica -y acaso hace sentir forzado- al resto del filme, que atrae, aun con reparos.
La casa muda El cineasta uruguayo Gustavo Hernández propone un film con claro destino de culto Si bien se trata de una película de terror, la historia detrás de La casa muda se parece bastante a la de un cuento de hadas. Rodada en apenas cuatro días, con una cámara de fotos digital prestada (una Canon 5D), con dos faroles como toda iluminación, con un equipo de 15 entusiastas amigos y con un presupuesto de 6000 dólares, esta ópera prima del uruguayo Gustavo Hernández se convirtió en un inmediato boom en Internet, tuvo su estreno mundial en el Festival de Cannes, se vendió a casi todo el mundo y hasta tuvo una remake hollywoodense titulada The Silent House , que dirigieron Chris Kurtis y Laura Lau ( Mar abierto ). Si Hernández -cuyos antecedentes como director se limitaban hasta entonces a un puñado de videoclips, comerciales y cortometrajes- consiguió semejante repercusión no es sólo por la proeza financiera, técnica y narrativa -la película está contada en tiempo real y con un único plano-secuencia (en verdad, hay algunos cortes "disimulados")- sino porque este joven uruguayo demostró también un amplio dominio del abecé del género de terror: cómo sostener la tensión y el suspenso, cómo dosificar la información y cómo manejar las explosiones de sangre y violencia. Basada en un caso real (un doble asesinato) que sacudió al poblado de Godoy, en Tacuarembó, en la 1944, La casa muda transcurre en la actualidad y se desarrolla casi íntegramente dentro de las paredes de una casona rural abandonada. Hasta allí llegan un padre y su hija adolescente, contratados por su dueño para reacondicionarla un poco para una futura venta. Una tarea en apariencia sencilla, pero que se convertirá en un suplicio. Si bien la película apela a ciertas fórmulas y esquemas (tanto de imagen como de sonido) ya trabajadas por el cine de terror de Hollywood, de España o de Japón, también hace gala de un humor, de observaciones, de diálogos y de situaciones que no podrían ser más uruguayas. El final -demasiado moralista- generará no pocas polémicas, pero no alcanza a empañar un film con claro destino de culto y, por qué no, de clásico, al menos en el contexto del nuevo cine latinoamericano.
Terror llegado desde la otra orilla Evitando las mutilaciones y los chorros de plasma hemoglobínico para concentrarse en la fabricación de climas y el trabajo con el fuera de campo, La casa muda se suma a una lista de películas contemporáneas que incluye títulos como El proyecto Blair Witch, las dos partes de Actividad paranormal y la española (Rec), entre otras. Si bien la originalidad no debería ser una virtud necesaria a la hora de elaborar un trabajo de género –al fin y al cabo, los géneros cinematográficos pueden definirse por sus cualidades derivativas, el horror particularmente–, sí resultan relevantes la pertinencia en el uso de los recursos estilísticos y la potencia final de los resultados. Generar miedo en la platea no es moco de pavo y no hay nada más perezoso que despachar un film con un comentario del tipo “para los fanáticos del género”, frase que detrás de su aspecto democrático esconde un profundo menosprecio. Con pergaminos que incluyen su paso por la Quincena de los Realizadores del Festival de Cannes y aparentemente basada en hechos reales, la excusa argumental de La casa muda no podría ser más básica y funcional: Laura, una joven algo tímida, y su padre atraviesan el campo para encontrarse con su empleador, el dueño de una casa rural desvencijada que está a punto de ser vendida. Minutos después de traspasar el umbral, la chica comienza a ser testigo de extraños sonidos que parecen venir del piso superior. Así repartidas las barajas, no pasa demasiado tiempo hasta que el padre decide investigar, linterna en mano, el posible origen de esas anomalías sonoras. No hay mucho más en términos argumentales, pero en La casa muda el estilo lo es (casi) todo. Autopromocionada como una película rodada en un solo plano, en realidad el film está compuesto por varios planos-secuencia (este cronista contabilizó al menos tres) de extensa duración, donde la cámara adquiere un rol primero ubicuo e impersonal, para transpirar luego características más subjetivas. Verdadero tour de force técnico, máxime si se tiene en cuenta el bajísimo presupuesto con el cual fue rodado, que no necesariamente aporta nada demasiado significativo a nivel creativo. Nobleza obliga, en la primera media hora de sus 78 minutos La casa muda logra construir un clima ominoso que les escapa, en la medida de las posibilidades, a golpes de efecto y sustos de repertorio, haciendo de la falta de información sobre las ocurrencias, aparentemente paranormales, una usina generadora de suspenso y angustia. No es menor el aporte de la actriz Florencia Colucci, sobre cuyos hombros se apoya prácticamente la totalidad del metraje. Pero a poco de andar esos pasillos y cuartos repletos de fotografías y objetos ajados, el film del debutante Gustavo Hernández empieza a explicar con lujo de detalles el origen del desacato de la casa, vuelta de tuerca mediante. De allí en más, la historia se desbarranca vertiginosamente y lo que era atrayente e incluso divertido empieza a ser rutina. La arbitrariedad con la cual la cámara adopta uno u otro punto de vista y la forma mentirosa en la cual la película resignifica todas y cada una de las escenas anteriormente vistas, terminan haciendo de La casa muda un ejercicio esforzado (¿la primera película de terror uruguaya?) pero no tan noble sobre el miedo cinematográfico.
La casa muda es un interesante experimento del director uruguayo Gustavo Hernández que le dio un poco de aire fresco a la cartelera, que últimamente no viene muy bien con los estrenos de terror. La película tiene la particularidad de haber sido filmada en una sola toma, algo que no tiene precedentes en el género y además el rodaje se hizo con una cámara de fotos digital Canon Mark II que grabó en alta definición. El film tiene su punto fuerte durante la primera mitad de la historia, donde el espectador no tiene demasiadas pistas sobre lo que ocurre en la casa y el misterio pasa por averiguar si los responsables de los hechos extraños que ocurren en ese lugar son humanos o están relacionados con espectros. El aspecto siniestro de la casa brinda esa posibilidad. Me pareció fabuloso en este film como el director logró convertir ese lugar aterrador, una locación fantástica para este tipo de historias, en un personaje importante más de la trama. Florencia Colucci, la protagonista, lleva excelente un personaje complicado que interpreta con convicción. La historia no es perfecta y el giro tal vez ya lo vimos en otras películas, pero me parece que La casa muda es una propuesta que no pasa tanto por su guión, sino más bien por la experiencia visual que genera en el espectador esa toma única de 78 minutos. Confieso que en todo momento me mantuvo enganchado con la curiosidad de saber cómo se resolvía la historia. Hace rato que no encontraba eso en un estreno de este género y la verdad que tiene momentos de tensión muy bien elaborados. Es muy complicado desde la realización sostener una historia de misterio en una sola toma y acá hicieron un muy buen trabajo. Para una producción que se hizo con una cámara de fotos digital la verdad que la calidad de imagen es sorprendente y la banda de sonido que remite por momentos a algunos trabajos de John Carpenter son dos elementos que sumaron mucho a esta propuesta. Está bueno que en Latinoamérica se empiece a apostar más seguido al cine de terror y fundamentalmente que las producciones lleguen a los cines y no mueran en los festivales de cine. Muy buena apuesta de Uruguay. El Dato Loco: Luego de los créditos finales hay una escena extra.
¿Truco o treta? Sería conveniente reflexionar sobre dos conceptos que parecen sinónimos pero que no lo son y mucho menos en materia de cine. Una cosa es sorprender al espectador y otra muy distinta manipularlo con el único fin que el director llegue a buen puerto y se haya salido con la suya. De estas dos ideas, además, se desprenden otras muy ligadas como la verdad y la verosimilitud. Una historia verosímil en el cine es aquella que reúne todos los elementos necesarios para volverse creíble dentro de la lógica interna del relato, que no necesariamente se debe ajustar a los parámetros de la realidad. El mayor y garrafal defecto de toda película de terror o de género es precisamente perder la verosimilitud a causa de torpezas narrativas o atajos de guión para resolver situaciones. Por eso resulta casi incomprensible -y triste a la vez- que un film con una premisa interesante y una propuesta estética audaz cometa tantos despropósitos desde el punto de vista de la narración y se vuelva prácticamente enunciativo en detrimento de la atención que pudo haber despertado en un principio en el espectador. Eso es lo que ocurre con esta propuesta rioplatense La casa muda, ópera prima de Gustavo Hernández protagonizada por la actriz uruguaya Florencia Collucci: un film impecable en todos los rubros técnicos, con una estética y atmósfera lúgubre muy logradas pero que se derrumba y arruina en la segunda mitad, gratuita y estrepitosamente al punto de que todo lo anteriormente dicho se opaca y tiñe de ridículo. Los recursos narrativos y cinematográficos empleados por Hernández con absoluta eficacia y buen manejo de los tiempos le hubiesen permitido construir una historia con coherencia interna dentro de la puesta en escena planteada, sin apelar a ningún tipo de arbitrariedad y mucho menos a la trampa lisa y llana para despistar al espectador. Advertimos desde aquí que luego de los créditos finales la película continúa y es muy importante quedarse en la butaca hasta que se prendan las luces en el cine. Valiéndose de mínimos detonantes dramáticos como el fuera de campo sonoro y el punto de vista de la protagonista Laura (Collucci), quien queda atrapada en lo que supuestamente sería una casa abandonada a la que llega junto a su padre Wilson para dejar en condiciones y así poder venderla en un futuro, alcanzaba de sobra para mantener la atención del público y lograr bajo una ambigüedad bien justificada una muy buena película de terror de temática convencional. Asimismo, el ejercicio virtuoso de haber planificado todo el film en un único plano secuencia –donde la cámara en seguimiento constante oculta más de lo que revela- grabado en una Canon EOS 5D Mark II (cámara fotográfica digital que permite grabar), cuyas propiedades en lo que a imagen respecta son insuperables, le suma un atractivo extra al relato que puede compararse -salvando las distancias- con la española Rec o la norteamericana El proyecto Blair Witch (aquí también hay un bosque de fondo). El desempeño de Florencia Collucci es aceptable en términos dramáticos y convincente a la hora de transmitir angustia así como en su destreza corporal para desplazarse en un espacio reducido, atestado de objetos y espejos donde nunca se refleja la cámara que la sigue, con muy poca luz teniendo en cuenta que no hay corte de toma aparente. Sin embargo, sin anticipar nada sobre la trama, puede decirse que su personaje no es creíble y mucho menos aun su transformación psicológica que no se produce ni gradualmente ni por un shock emocional, sino por puro capricho del director. Si bien es cierto que en el conjunto de la propuesta suman más los aciertos que los desaciertos, el producto en sí debe medirse con la vara de lo que queda plasmado tanto en la pantalla como fuera de ella. Y desde ese punto de vista resulta imposible desviar el foco de atención en el ingenuo e infantil error de creer que todo es lo mismo y que en cine todo vale.
Anexo de crítica: Esta anomalía absoluta que nos llega desde Uruguay combina con perspicacia El Proyecto Blair Witch (The Blair Witch Project, 1999), Rec (2007) y hasta elementos varios de Psicosis (Psycho, 1960). El director Gustavo Hernández obtiene un buen desempeño por parte del elenco, se luce en la puesta en escena y sabe camuflar sutilmente los cortes para hacernos creer que su opera prima está filmada de corrido en una única toma. En síntesis, estamos ante una película que merece nuestro apoyo tanto por su eficacia concreta como por la valentía de encarar/ enarbolar un género como el que hoy nos ocupa. Queda claro que por una vez las buenas intenciones dejan sus frutos y todos salen ganando: el público descubre que se puede producir terror digno en el sur, la crítica se sacude la modorra típica de su ombliguismo y los responsables demuestran que un presupuesto limitado no es obstáculo de nada si se cuenta con una pizca de inteligencia…
"Terror en tiempo real", reza el lema de este film uruguayo dirigido por Gustavo Hernández y ello se debe al plano secuencia, bien logrado (con todas las dificultades que acarrea), que atraviesa la película de principio a fin. El problema de esta película de ecos que recuerdan a los de [REC] es que las desconexiones operan, si bien no (aunque, a decir verdad, parcialmente) en el montaje, en el hilo argumental de la historia. Por otra parte, el avezado fanático del terror verá varios patrones que se repiten en este film y en otros, lo que genera no consolidación y fortaleza, sino el sabor de lo trillado. El plot es sencillo, Néstor (Abel Tripaldi) decide vender la casa de su campo y para ello le pide a su casero Wilson (Gustavo Alonso) que la ponga en condiciones de ser vendida. Con este fin, Wilson solicita la ayuda de su hija Laura (Florencia Colucci, de buena actuación) para la limpieza. Cuando ella se ponga ropa cómoda comenzará el tenebroso trajín, en el típico punto de inflexión que los films de terror poseen tras una intro donde lo sobrenatural y lo siniestro aun no ha sido introducido. Ahora llega el turno de los elogios a la obra, que hacen que la misma sea algo más interesante y posiblemente muy valorada por otros críticos -cuya opinión me ha sido participada. Pero si queremos hablar de este oscuro secreto de Laura, debemos sugerir a los espectadores futuros que no lean lo que sigue. Atención, desde aquí PLOT SPOILER Las relaciones peón/patrón son las que pone Gustavo Hernández en juego en esta película de terror. El hecho de que sea uruguayo, un habitante de nuestras pampas australes, es crucial. Solemos escuchar los reclamos, rojos o no tanto, de las agrupaciones sindicales, pero muy pocas veces escuchamos las de los peones del campo. Sé que muchos pensarán en el lock-out patronal o "Conflicto del campo" del año 2008 en Argentina. Dejen que este humilde servidor exprese sus dudas de hasta qué punto este conflicto pudo revelar a la sociedad la situación de servidumbre del peón de campo. El feudalismo tan sólo se ha desvanecido como sistema económico de recolección de tributos, etc, aunque no lo ha hecho el tipo de dominación simbólica con la que algunos historiadores pretenden definir este sistema (por ejemplo, para justificar el feudalismo en la América de la Conquista). Esta casa es muda porque debe ocultar una relación perversa entre Laura y Néstor, que involucra incluso a su padre y a terceros. Que la violación y el estupro y los hijos bastardos existen en nuestra sociedad, principalmente en el sector rural, de eso no cabe duda alguna. Lo que ocurre es que suelen mezclarse tantos tópicos que empañan la terrible cuestión principal, como la maternidad precoz, la "humildad" rural, la relación entre el peón y su patrón... Si el terror surge en La casa muda es por estos temas, mucho más tremendos que los juegos de cámara, los sustos y los aparecidos comunes en el género. [FIN DEL PLOT SPOILER] No obstante, el director no logra cerrar la idea general y mezcla tantos, dejando a su paso huecos que no podemos obviar y alusiones que tanto queremos olvidar. Al respecto hay que destacar cómo en los últimos años los niños han sido usados como elementos del terror. Son adorables y terribles, lo sabemos. ¿O será un cambio de época? La profilaxis llegó al cine o el Bebé de Rosemary se hizo grandecito.
Film uruguayo basado en hechos reales ocurridos en tierra charrúa hace más de 50 años. Una joven y su padre toman un trabajo en una casa de campo y deciden pasar la noche allí. Ruidos, gritos, suspenso y sangre conviviendo durante 78 minutos en tiempo real. Lamentablemente el cine uruguayo resulta, en la mayoría de los casos, limitado por la suerte que corre la película en cuestión al estrenarse en nuestro país. Suelen vivir a la sombra de los films argentinos y pocas veces pueden destacarse en géneros convencionales como el drama; ni hablar de géneros menos concurridos como el terror. Teniendo esto en cuenta, trataremos de entender cómo es que La Casa Muda ya tiene su remake yankee, la cual fue presentada en el Sundance Festival. Laura y su papá se internan en pleno campo, alejados de la ruta y cualquier pueblo cercano. Una casa que ya desde un primer momento mete miedo es la protagonista del film, las ventanas tapiadas, sin luz, sin teléfono, abandonada por muchos años y a la que quieren poner nuevamente en el mercado. De eso se encarga Laura y su padre, de la refacción. Cuando llegan un día al atardecer el patrón es más que claro: "no suban a la primera planta, hay baldosas flojas". Y como en toda película de terror, basta que lo diga para que los personajes lo hagan. Filmada en tiempo real, sin un corte, sin montaje, con una cámara en mano que se mueve a la par de la protagonista. La casa muda es la primera película de terror filmada enteramente con una cámara digital. Podemos afirmar que estos datos que parecen meramente técnicos influyen mucho a la hora de ver el film. El clima que se genera es casi claustrofóbico, por momentos la luz es escasa, el escenario es reducido y uno no puede más que sumergirse en una atmosfera que no le es habitual. La película, sin duda, levantará polémica y en un futuro será considerada como un film de culto latinoamericano. Terror al por mayor, y un final inesperado, inevitablemente está predestinada a hacer sufrir al espectador.
Terror en 78 secuenciales minutos. Cuenta la historia de Laura (Florencia Colucci) y su padre Wilson (Gustavo Alonso) que se internan en una lejana casona de campo con el fin de reacondicionarla, ya que su dueño Néstor (Abel Tripaldi), muy pronto la pondrá a la venta. Ellos pasarán allí la noche, para comenzar los trabajos al día siguiente. Todo transcurre con normalidad hasta que Laura escucha un sonido que proviene de afuera y se intensifica en el piso superior de la casona. Wilson sube a inspeccionar mientras ella se queda sola abajo a la espera de su padre…, La casa muda centra su relato en los últimos setenta y ocho minutos, segundo por segundo, en los cuales Laura intentará salir con vida de una casa que encierra un oscuro secreto. Basada en una historia real ocurrida en un pequeño poblado del Uruguay Contar que la película se realizo en Uruguay, y como reza en el inicio: “inspirada en hechos reales”, a un costo de U$s 6000.-, realizada en 4 días, con 4 actores, en una sola locución, y con una cámara de fotos (primer films de este genero técnicamente logrado de esta forma), puede ser una buena campaña de prensa para los cinéfilos curiosos (target en el que me incluyo), pero “La Casa Muda”, tiene algo atrapante, un terror en ciertos momentos muy bien logrado, con una trama simple, y un sonido efectista. “Plano secuencia”: en términos cinematográficos se denomina a la secuencia filmada en continuidad, sin corte entre planos, en la que la cámara se desplaza de acuerdo a una meticulosa planificación, generando en el espectador la sensación real de compartir las vivencias junto al protagonista. La Casa Muda esta contada en sus 78 minutos en plano secuencia, perfilando el terror, en el manejo narrativo casi amateur, logrando que el espectador pierda el sentido de que existe una cámara contando la historia, puesto que no se anticipa a los hechos, no se adelanta a los movimientos y nunca llega tarde, la historia esta perfectamente contada, quizás con una vuelta mas de tuerca en el guión hubiese sido ideal. Estamos ante una peli de terror con un flojo guión pero muy bien realizada, te hace saltar de la butaca como si fuera un tanque Hollywoodense donde los presupuestos son enormes, logrando el mismo o inferior resultado para el genero. Cabe destacarse la actuación de la actriz principal, María Salazar, y una muy buena banda sonora. Esta es la peli debut del uruguayo Gustavo Hernández es un logrado ejercicio de cine de escaso presupuesto, se presento en Cannes con muy buenos resultados
Anexo de crítica: La casa muda arranca con sugestión y buen uso del fuera de campo pero al rato queda en evidencia que detrás del artificio no existe un guión coherente que lo sustente. La historia resulta muy poco creíble a partir de un giro argumental que sucede en el segundo acto y desde ese momento todo parece caprichoso e inverosímil. Lo único rescatable es el look del producto que tanto le debe a falsos documentales de terror como El Proyecto Blair Witch. Esta vez el ingenio se quedó corto…
Varias son las mentiras que hacen no creíbles este producto fílmico de origen uruguayo, promocionado como la primera película latinoamericana de terror filmada en un plano secuencia, y/o con una cámara de fotos digital. Según reza al comienzo esta inspirada en hechos reales. La primera gran mentira es decir que es un plano secuencia de 78 minutos. Vayamos por partes, un plano secuencia tiene determinadas características, la más importantes es que una sucesión de imágenes registradas en una sola toma, variando los encuadres, con una acción que por su prolongación y contenido pueda considerarse una secuencia. Definamos secuencia, es una unidad narrativa, constituida de acuerdo a un criterio dramático, posee principio, desarrollo y fin. En este ejercicio fílmico, sí hay cortes, fundidos a negro, elipsis, y el criterio narrativo, que incluiría desarrollo de los personajes, su credibilidad, brilla por ausencia. La historia comienza cuando dos personas van caminando a campo traviesa, escuchamos música extra diegética, empática en relación a la imagen, con cierto sentido de instalación del genero. Esta sería la más logradas de las escenas de todo el film. Corte. Estos dos personajes llegan a una casa supuestamente abandonada, los están esperando, la idea es que ellos la arreglen pues la intención del tercero en cuestión es venderla. Corte. Entran a la casa ellos dos, solos, ¿Y NO ABREN UNA MÍSERA VENTANA? Todo el resto del film intenta tener la misma estética y el mismo diseño de sonido- De las ultimas películas del genero, todas hijas dilectas de “El proyecto Blair Witch” (1999), en relación a la última secuencia de ese famoso y sobrevalorado film yankee, esto es mediante el uso de la cámara en mano, movimientos bruscos con la misma, oscura, nada es visible, montada sobre una banda sonora que apela al exabrupto del volumen para sobresaltar al espectador. Manejo de la luz en forma caprichosa, por ende injustificada. Estos dos personajes, que enseguida sabemos son padre e hija, entran muñidos de lámparas y/o linternas, se “sientan” a dormir, para empezar las tareas al día siguiente. Corte. Fundido a negro. Se escuchan ruidos, el espectador los escucha, la hija los escucha, no el padre que, alertado por la hija, sube las escaleras para investigar en el piso superior el origen de esos ruidos que el no escucho, la cámara se queda con la hija. Ruidos. Corte. La hija va en busca de su padre, lo encuentra mal herido, o muerto, no se ve demasiado bien. Sangre en el padre, sangre en la remera de la hija, y ruido. “Ruidos, mucho, mucho ruido, ruido de tijeras, ruido de escaleras que se acaban por bajar, tanto, tanto, ruido” (Perdón Joaquín Sabina). La otra gran mentira esta en relación con el verosímil del relato en forma indirecta, y en forma directa con la construcción de los personajes, en especial con la de la hija, ya que es el personaje actante, mal cimentado, pues debería realizar acciones y sólo grita, llama, llora, y pone caras. Situaciones y hechos que no producen ningún cambio ni en ella ni en los demás, ni en la historia, ni en el espacio, fundamental en un personaje de estas particularidades. No sólo eso, en relación al relato correspondería justificar el accionar del padre, ¿pero como es que no lo vemos más? ¿Deberíamos suponer que sucedió arriba? Todo este engendro, más cercano a un juego de personas que, gracias al acceso a la tecnología, jugaron a filmar algo que creen es un filme. Pero el cine no es un juego. Lo que si destaca es la ausencia total de un guión coherente, sólo una idea no desarrollada. Sobre el final se produce un giro narrativo, totalmente infundado, que intenta burlarse y ridiculizar al espectador, dando las pistas del origen de la idea en unas fotos y unos recortes de diarios, de un hecho de violencia ocurrido en Uruguay. Corte. Créditos. Corte. Ultima escena fuera de contexto, un personaje con su accionar, contradice las ultimas imágenes vistas anteriores a los créditos.
Una casa maldita y uruguaya filmada en secuencia Hay elementos, curiosidades, que revisten a "La casa muda" de cierto interés. Es decir, se trata de una producción uruguaya, inscripta en el género terror, y resuelta desde la utilización del plano secuencia, esto es: la cámara filma ininterrumpidamente, sin la utilización del corte de montaje. De todas formas, en "La casa muda" el plano secuencia es cierto a medias, ya que existen algunos cortes disimulados, otros evidentes, con el fin de hacer creíble la continuidad del tiempo real. Pero ello no es algo que, precisamente, moleste la visión del film. En todo caso, la pregunta mejor es: ¿por qué la utilización de este recurso narrativo? Antes de aproximar alguna respuesta, señalar que La casa muda -que juega su historia desde una supuesta fuente verídica- narra la estancia de un padre y su hija adolescente durante una noche (o atardecer tardío, si se permite tal expresión, aún cuando esto no está muy claro, ya que el exterior es más o menos diurno y en los interiores el sonido devuelve ecos de grillos) en una casona en medio del campo. Allí realizarán un trabajo de restauración del lugar para su venta, a manos de un propietario que también tendrá un rol significativo dentro del film. El plano secuencia nos introduce argumentalmente desde el protagónico de Laura (Florencia Colucci), ingresamos junto con ella en la casa y su oscuridad, de manera tal que el crescendo del suspense y sus golpes de efecto (ruidos, golpes, la desaparición del padre) deberán sostenerse desde Laura y sus gimoteos. Los cuales, lamentablemente, restan credibilidad para un verosímil que se interrumpe en varias ocasiones, sea tanto desde la acción precipitada como en la situación de muerte que la protagonista rápidamente debe asumir. Es por ello que la utilización del plano secuencia no beneficia necesariamente al film sino, antes bien, prácticamente obra en contra de su propósito. Al no permitir la elipsis, la sucesión temporal real obliga, en este caso, a un suspense elaborado de manera repentina, sin la gracia con la cual -vamos al ejemplo extremo y mejor- el propio Hitchcock lo tejiera a partir de "Festín diabólico" (1948). Es que, justamente, lo que en Hitchcock -y de acuerdo con Deleuze- es un telar que cobra su forma plano tras plano, en el caso de "La casa muda" la utilización del plano secuencia no tiene más justificativo que el de servir a un oportunismo estético o a la gracia publicitaria.
Home Alone De un tiempo a esta parte, una gran porción del cine de terror ha tomado como forma ideal la narración subjetiva a través del lente de una cámara digital. Como si se tratara de imitar la mirada humana, el movimiento corporal sustituido por la cámara en mano, el fuera de foco constante, la falta de raccord y el montaje a través del corte directo, han sabido multiplicar por doscientos la experiencia del espectador con el verosímil. Se sabe que si un film está basado en hechos reales, esa aparente realidad hará temblar al espectador. Desde Proyecto Blair Witch, los cineastas del género encontraron en el punto de vista documental su dedo en la llaga de aquel que se sienta en la butaca. Porque no hay peor temor que el sentir (saber) que todo eso que esta sucediendo nos puede pasar (de “verdad”) en cualquier momento. Además, si a esta experiencia le sumamos la narración en tiempo real (no olvidemos el excelente unitario argentino Tiempo Final), el suspenso también se acrecentará. Cuando hay muy poco presupuesto, el temor y el suspenso, bien narrados, se convierten en las principales herramientas del cineasta clase B. Claro está que como toda fórmula cinematográfica, y como decía Tusam padre, puede fallar. Entonces nos encontramos con películas olvidables como Actividad paranormal en cualquiera de sus partes o pequeños grandes films como Rec (en su versión original española) o La casa muda (el film uruguayo que acaba de estrenarse en la cartelera porteña y del que vamos a hablar a continuación). La casa muda es una película chiquita, filmada con una cámara de fotos, con apenas seis mil dólares y en un único plano secuencia. Sin embargo, desde su concepción, y aún con su resultado final, logra superar todas nuestras expectativas. Rápidamente logra aquello que se había propuesto: asustar al espectador, tenerlo en vilo. Con una dirección de arte y una fotografía sucia que acentúa el verosímil en el espectador. Quizás haya un par de desaciertos (hay problemas de ambientación, de reconstrucción de época, algunos problemas narrativos cuando cambia el punto de vista hacia el final del relato). Sin embargo, la película nos convence y nos asegura que de este lado del mundo también se puede hacer (un buen) cine de género.
Polaroids de locura ordinaria. La casa muda, a su manera atemperada y discreta, es en parte un baile de luces y sombras, de parpadeos, de intermitencias; una película que opera con los modales de un espasmo atávico: cae la oscuridad, nos encontramos en una casa ajena; sus recovecos son una incógnita, únicamente hay soles de noche para iluminar lo indispensable. La premisa es básica y se ha puesto en práctica una cantidad innumerable de veces, pero en la película de Hernández sus repetidas delicias logran alcanzar un modesto esplendor que parece, si no nuevo, ribeteado de un breve tono de originalidad, como si el mismo tópico adquiriera un matiz diferente. Todo surge a partir de una historia que se promociona desde el inicio como verdadera pero que no importa nada, al final: el color acerado del atardecer con el que empieza la película es lo que pesa, si uno está atento a detalles semejantes; y enseguida, el andar de esa adolescente a la que se ve atravesar el campo, pasar por debajo de un alambre y confluir en la misma dirección que el hombre que aparece en un costado del plano y que también va hacia la casa abandonada. ¿Venían los dos de lugares distintos o iban juntos y ella decidió acortar camino, como hacen los chicos? No se sabe. El dejo de autoridad con la que el hombre le habla cuando llegan y se paran delante de la casa, teñido de una dulzura rústica, aclara el vínculo que los une pero no mucho más: Laura, la llama, y le informa las tareas de la casa que harán al día siguiente. No es necesario que ella diga papá. Cuando llega el dueño de la propiedad y se pone a hablar con el padre, que resulta ser su empleado (la casa hay que dejarla más o menos a punto, “emprolijarla”, arreglarla un poco para que luzca más presentable con miras a su próxima venta), la chica se le mete por la puerta abierta del auto, sin que nadie se inmute, y se pone a jugar con algo que cuelga del espejo retrovisor. Una música apenas perceptible de piano, suave y repetitiva, acompaña la acción. Sin que nos demos cuenta, el clima se enrarece y se vuelve, como en un suspiro, algo ominoso. La sensación de incomodidad de la película se construye paso a paso, zurcida con un hilo invisible de angustia. Es que en La casa muda el terror no es una pasión cincelada en la espera y el temblor sino un malestar instalado secretamente en los pliegues de un tiempo llano que se deja recorrer (obscenamente, sin resto alguno) mediante el publicitado ardid de la falsa toma única. Sólo de este modo, prescindiendo de toda elipsis, el plano puede tensionarse y estallar en un juego de disrupciones que le sirve al director para horadar el presente absoluto de la película y producir la emergencia de lo otro inesperado; es decir, del miedo. Es cierto que en algún punto de la trama, hacia el final, el director parece hacer derivar todo el asunto hacia el formulismo de una fábula de locura y venganza, conforme el cine y sus explotados temores primitivos, que nos vienen de niños (donde no debería haber ninguna cara observándonos aparece una: hay que recordar la lección genial de un plano en particular de Carnival of Souls), cede el paso a la explicación psicológica en contra de lo sobrenatural. Sin embargo, esos momentos de revelación pueden también ser aterradores: vemos que el miedo no reside necesariamente en los movimientos bruscos que se verifican a nuestras espaldas sin que sepamos qué cosa los produce. Una pared cubierta de punta a punta de fotografías, avistada en un golpe de lámpara, puede descubrirle al espectador la existencia de un mundo más terrorífico aún del que se esperaba. Finalmente, La casa muda propone una historia de horror ateo, no importa si para ello debe descender al territorio melancólico de los males nuestros de cada día: parece que el demonio nos gobierna, aunque no se llame demonio.
Destino sudamericano La casa muda se presenta desde su web lacasamuda.com, como la primera película en Latinoamérica (y la segunda en el mundo) en ser filmada con una cámara de fotos (una Canon EOS 5D Mark II); y también dice ser la primera de terror filmada en un sólo plano-secuencia, es decir, sin cortes. Con esa información entré al cine, queriendo descubrir de qué se trataban aquellas afirmaciones. En primer lugar, con respecto a la cámara, sea de fotos o no, la calidad de imagen es bastante buena, así como el sonido, digna de ser proyectada en cualquier sala. Ahora bien, el tema del plano-secuencia (PS) es un poco más complicado. Este recurso técnico de narración (sin cortes entre los planos) causa sensación de inmediatez y ayuda a crear un clima de tensión, pero también es bastante limitado, y utilizarlo para todo el film plantea desde el principio muchas dificultades y desafíos, que Gustavo Hernández resuelve con oficio la mayoría de las veces. Por momentos la cámara sigue a los personajes desde cerca, luego abre el plano, cambia de punto de vista o se vuelve subjetiva, todo con movimientos fluidos que le dan ritmo al la historia. La utilización del “fuera de campo” también está muy bien, mostrando poco y reduciendo el resto a sonidos y oscuridades, logra momentos de suspenso muy efectivos. Sin embargo, la tensión está distribuida de manera irregular y la historia frena. Porque, mas allá de la muy buena actuación de Florencia Colucci (sobre quien recae todo el peso dramático de la película), al sostener demasiado los momentos de suspenso, estos se van diluyendo y son difíciles de retomar, ya que a veces el remate de la situación llega un poco tarde. Y ahora lo más difícil para mi, que le tengo cariño a este film: El gran problema de La casa muda es la subtrama que intenta desarrollar en el medio de la acción, para justificar el accionar (¡viva la redundancia!) de los personajes, sobre todo del personaje de Colucci. Todo esto por simples razones: es confusa, distrae y obliga a la película a un giro sorpresivo brusco, de aquellos que hacen que algunos la odien y otros la adoren. A tal punto, que al salir de la proyección dos pre-adolescentes me preguntaron: ¿Vos entendiste algo?, yo les dije que sí, pero mi explicación las dejó más confusas creo. En fin, subtrama que le quita fuerza al comienzo y molesta, en un film que podría haber sido demoledor. Buena noticia, es que al fin se estrena, en circuito comercial, una película de genero Latinoamericana, que puede competir en calidad y factura técnica con la mayoría de lo que nos llega de Hollywood o Europa. Y, agregando que la semana que viene se estrena comercialmente Sudor frío, y que para mas adelante se espera Fase 7 (ambas argentinas), podríamos decir sin timidez, que el cine fantástico del continente está pasando un buen momento, dando un salto de calidad y cantidad que esperemos se prolongue. En fin, La casa muda ofrece, miedo, suspenso, una casa horrorosa de la zona rural uruguaya, ¿Qué más querés? Si seguro te bancas cosas horribles de las tierras del Tío Sam. Además ya lo dijo Borges, o lo debe haber insinuado, no hay nada más sudamericano que morir por el filo de un cuchillo, salpicando sangre en los pastos de las llanuras de este bendito continente.
Oscuridad no es terror Antes de su estreno, a La casa muda la estaban vendiendo de dos formas. Por un lado se la promocionaba como una película de terror producida en conjunto por Argentina y Uruguay (como si el sólo hecho de que acá se pueda hacer cine de terror ya fuera un elogio en sí). Por el otro, nos anticipaban el gran hallazgo de haber sido filmada con una sola cámara y en plano secuencia, o sea, sin cortes de ningún tipo (al estilo La soga de Hitchcock, que como todos saben tiene varios cortes). Uno entiende que en estos últimos tiempos el género de terror hizo del marketing y el misterio sus mejores armas para captar la atención del público (pregúntenle sino a los productores de Actividad paranormal), pero la verdad la conocemos todos: con saber vender tu proyecto no alcanza si no tenés una película que banque semejante promoción. Ojo, durante la primera parte de La casa muda la cosa no viene mal. Vemos a una chica y a su padre ingresando a una casa desvencijada y sin luz en medio del campo. Con una cámara en mano se sigue el trayecto de ella sin abandonarlo nunca. Hasta ese momento los climas generados por el director Gustavo Hernández nos prometen la tensión de que en cualquier momento puede pasar algo aterrador, pero también hay cosas que empiezan a hacer ruido: ¿por qué si todavía es de día a nadie se le ocurre abrir una ventana para que entre más luz en la casa? Pequeños detalles como estos, o el hecho de que la chica hable con su padre susurrando cuando todavía no pasó nada terrorífico y no hay nadie que pueda escucharlos, nos hace pensar que el realizador partió de una idea clara para encarar la historia (utilizar la oscuridad y el fuera de campo visual y sonoro como herramientas para generar miedo) pero que no supo crear una estructura sólida para rodear esa idea. Esto da como resultado un film que llega a tener, por momentos, los climas de tensión deseados, pero sin lograr llevar la historia más allá de eso. Y para colmo, hacia el final se reserva una vuelta de tuerca que quien haya visto un par de películas recientes del género sabrá adivinar enseguida (¡ejem, Alta tensión, ejem!). En cuanto a la tan publicitada “filmación con una sola cámara”, si bien es cierto que la película contiene varios planos secuencia de larga duración, es tal la oscuridad de la imagen que uno puede llegar a creer que el efecto haya podido falsearse en ciertos pasajes. Lo que nos deja La casa muda como conclusión es que los actuales directores de cine de terror prefieren inspirarse más en El proyecto Blair Witch que en el cine de John Carpenter o de Wes Craven. Y eso sí es algo que mete mucho miedo.
Espanto yoruga Esta peli costó 6000 dólares, fué rodada en cuatro días, con una cámara de fotos digital prestada, y dos focos como toda iluminación, es decir casi una proeza fílmica de este joven director uruguayo llamado Guillermo Hernández. A partir de la llegada de dos personas: Laura y su padre Wilson a una apartada casona rural con el fin de reacondicionarla, comienzan a surgir situaciones de corte espeluznante, en ese sitio asfixiante surge como principal invitado el espanto. Con unos primeros minutos de verdadero suspenso, de ajustada narración fílmica, nos vamos introduciendo en una propuesta de miedo y sobresalto que derivará en un pesado y desencadenante horror. A mérito estos chicos orientales han confeccionado una filmación en extenso plano secuencia, algo que muy poca gente se animó a hacer en el séptimo arte, salvo ejemplos más contundentes como "La Soga" de Hitchcock, o similar a "El Arca Rusa" de Alexander Sokurov. Esto claramente muestra cierta originalidad buscada por los mentores de "La Casa muda". Además una peli del género con corta duración de 80 minutos y con tan pocos personajes, se la juega sin dudas, como ese final inesperado que surgirá después de los títulos finales, es decir no salgan de la sala y aguantensé que allí se define la cosa. Por ahora le firmamos un cheque al portador a estos gurises.
¿TERROR EN TIEMPO REAL? Grabada con una cámara fotográfica, "La Casa Muda" es una correcta, aunque poco original en lo que respeta al argumento, cinta de terror que se destaca por la exactitud técnica y el muy bien logrado uso de los recursos audiovisuales. Laura y su padre deciden ir e instalarse en una casa rodeada por árboles y soledad para reformarla. Durante la primera noche, la mujer comienza a escuchar ruidos fuera del hogar, los cuales rápidamente se dirigen al primer piso. Dentro de la casa hay algo o alguien que quiere verlos muertos. El principal atractivo de la película, además de que en latinoamérica se animen a adentrarse en un género olvidado, es que la misma fue filmada con una cámara fotográfica y al mismo tiempo grabada en un solo plano secuencia. Ahora bien, hay que tener en cuenta algo, si bien las publicidades dicen que la misma no posee cortes, la formación del plano puede tenerlos, aquí es casi inevitable encontrar los momentos en los que supuestamente los hay o que por lo menos abren la puerta a la duda (pantallas negras, movimientos de la cámara rápidos, una entrada a un auto enigmática y la escena de las fotos), el secreto es el trabajo para no hacerlos visibles o reconocibles para el ojo del espectador. Si se es un poco más estricto con desmentir a la publicidad, es imposible que la cinta haya sido grabada sin cortes cuando al final se ve uno bien claro (la cinta finaliza, créditos finales, una escena más), pero aquí lo que vale es lo que la película en verdad es, y no se puede negar el fantástico trabajo del director al grabar con fluidez y mucho dinamismo la historia. Los aspectos técnicos son asombrosos. Desde la fotografía muy cuidada, que mezcla los tintes azulados propios de las lámparas que los personajes usan para alumbrar, con los rojizos de las manchas de sangre que poco a poco van apareciendo; hasta el excelente tratamiento musical que aquí se presenta, con unos tonos infantiles muy tenebrosos y una cuidada utilización y organización de los sonidos incidentales, está película le ofrece al espectador una experiencia traumatizante desde el comienzo, con un desarrollo lento, pero con los suficientes sustos y escenas de suspenso como para hacer saltar al público o hacerlo mirar para otro lado. Hay planos que son maravillosos, la utilización y el aprovechamiento de los espejos, por ejemplo. Ahora bien, como sucede en muchas películas en las que lo técnico es muy bueno, aquí el problema pasa por dos diferentes factores. Por un lado el argumento. El film engaña al espectador al decirle y mostrarle en todo momento que lo que está viendo es una historia sobre fantasmas. Las fotografías, los sonidos, las apariciones de la niña, todo da a entender que se está frente a una típica casa embrujada. El giro que se produce casi llegando al final, teniendo en cuenta esto, queda totalmente colgado y es muy difícil llegar a entenderlo con facilidad, el argumento es mucho más sencillo de lo que parece y no se explica con detallismo, soltura ni dándole las justificaciones necesarias como para que el espectador pueda comprender que fue lo que en realidad acaba de ver. A su vez, el mismo es muy poco original, ya que se lo ha visto en muchas otras cintas del género. No hay una coherencia inmediata entre lo que sucede al comienzo con lo que se plantea al final. Por otro lado, las actuaciones, principalmente el del rol protagónico, no le aportan la profundidad ni el espíritu realista que la historia demanda. Florencia Colucci está muy bien al comienzo, en especial hasta el momento en el que encuentra por primera vez a su padre, pero mientras los minutos van pasando y su personaje necesita de verosimilitud y fuerza, ella no se lo aporta, confundiendo aún más al espectador. Gustavo Alonso y Abel Tripaldi, están mejor en sus cortos papeles. "La Casa Muda" es una de esas películas muy bien hechas pero muy flojas en el argumento y las actuaciones. Una cinta que gracias a la publicidad es muy atractiva y que muestra el talento por lograr algo tan grande con tan poco. Film con sustos, con buenos acordes musicales, con atmósferas oscuras y tenebrosas, pero con una historia que no logra entenderse con facilidad y con interpretaciones que poco ayudan a que el relato se comprenda y se torne verosímil. UNA ESCENA A DESTACAR: cuarto de pinturas.
Si bien cumple con su tarea de entretener, la historia termina siendo confusa por querer mostrar lo que realmente no está sucediendo para mantener el suspenso. Cuando termine la proyección, si rebobinás la película en tu cabeza, vas a...
Verdadera proeza fílmica y expresiva, La casa muda es un film de género muy similar a otros en su tipo y a la vez diferente a todos. Filmada en plano secuencia y en tiempo real con extrema precisión, el efecto terrorífico es eficaz sin apelar al montaje o efectos visuales. Un mérito que se suma al hecho que la película de Gustavo Hernández es uruguaya, por eso un factor inicial llamativo sea que un film de lanzamiento internacional esté hablado en un más que familiar voceo. Creando una historia ficticia, o no tanto, alrededor de un tenebroso hecho criminal auténtico ocurrido en el país oriental, el film focaliza en una chica que trata de sobrevivir en una oscura casona de campo que oculta un fantasmal asesino. La intensa protagonista Florencia Colucci recuerda a Manuela Velasco en REC y asoman ecos de El proyecto Blair Witch, Actividad paranormal y el tramposo –pero afín- film francés Alta tensión, pero aún así La casa muda es una inteligente pieza que abre una nueva puerta en el género. Rodada con una cámara de fotos, formato en el que ya incursionó el pionero Raúl Perrone con la magnífica La Navidad de Ofelia y Galván, Hernández demuestra una habilidad fuera de lo común para aprovechar al máximo sus escasos recursos, logrando genuino terror y tensión constante. Habrá también alguna trampita, pero el perturbador y bizarramente poético final termina de redondear una pieza formidable.
SILENCIO EN LA SALA Antes de empezar a analizar los aspectos esenciales de LA CASA MUDA (2010) de Gustavo Hernández, voy a aclarar algunas dudas. Primero, y a diferencia de lo que muchos espectadores creen - en especial los habladores que me acompañaron durante la función -, esta NO es una película argentina. Este nuevo exponente de horror latinoamericano es una producción 100% uruguaya ¿Quedó claro? Segundo, y para desmentir la frase promocional del afiche que promete “miedo real en tiempo real”, LA CASA MUDA no es un plano secuencia propiamente dicho. Okey, es “en tiempo real”, pero está hábilmente camuflado en varias tomas pegadas entre sí con la mayor discreción - así como LA SOGA (ROPE, 1948) de Hitchcock, aunque con mas discreción – y presentada como un supuesto plano secuencia. En realidad es un falso plano secuencia, pero a la gente normal no le interesa ni se da cuenta. Por último, es mi deber aclarar que, lamentablemente, LA CASA MUDA - este falso plano secuencia uruguayo - no es ni siquiera un producto bien logrado. Si la comparamos con el cine de terror en general, LA CASA MUDA es un exponente inferior dentro del género, con escasos momentos de buenos sustos (la mayoría provocado por el banal recurso del elemento sorpresa), actuaciones poco creíbles, vueltas de tuerca muy abruptas o torpemente presentadas y un final con cabos sueltos que a nadie le importó ni importa atar (ni a los realizadores ni al espectador frustrado). Hay momentos en que el film cae en lo absurdo (ella vuelve a la casa), lo ridículo (“¿Qué te hicieron?” le dice la protagonista una y otra y otra vez a su padre ensangrentado) o lo repetitivo (la lámpara como única fuente lumínica o la contante oscuridad), o en que se vuelve tedioso o aburrido, para recién atrapar al espectador en la segunda mitad de la cinta. Sin embargo, desde el punto de vista técnico, LA CASA MUDA es un acierto, en especial si se tiene en cuenta que fue filmada con una cámara de fotos. La fría (y escasa) iluminación juega un papel importantísimo en el film y su juego de sombras y escalofriantes tonos de luz ayudan a crear, junto a los agobiantes silencios y efectos sonoros, una exquisita tensión que va in crescendo a lo largo de la narración. Hay buenos trucos de cámara (la escena después de créditos es un buen ejemplo), pero de nada sirven si los actores a los que están filmando no dan un buen desempeño y la historia que se intenta narrar no llama tanto la atención. Otro inconveniente de LA CASA MUDA es que, a diferencia de EL PROYECTO BLAIR WITCH (1999), CLOVERFIELD: MONSTRUO (2008) o [REC.] (2007), la decisión formal tomada por el realizador no se justifica. Me refiero a la temblorosa cámara en mano. Aquí es un concepto arriesgado si no se tiene como excusa a un personaje dentro del universo ficcional que sostenga la cámara. Y como esta película no lo tiene, el recurso distrae durante la primera media hora (tiempo suficiente como para acostumbrarse), convirtiéndolo en un film muy revelador del dispositivo cinematográfico (que hace visible lo invisible). Es decir, se vuelve obvio el hecho de que detrás de lo que se ve en pantalla hay un equipo de filmación, haciendo poco disfrutable la función. Y aunque a veces logra secuencias interesantes (como la caminata inicial) y agobiantes picos de tensión, la cámara en mano distrae más de lo que debería. Y por si a esta altura a alguien le interesa saber, LA CASA MUDA cuenta (sin entretener y sin asustar, y para colmo, con pretensiones de convertirse en film de culto) como un padre y su hija van a una casa de campo a arreglarla para poder venderla. Pero durante esa fatídica noche, la maldad y un oscuro secreto cubrirán de sangre a los habitantes de la casa. Supuestamente está inspirada en hechos reales, pero a estos tipos ya no les creo nada.
Crímenes en tiempo real Poco hay de nuevo bajo la luna de las películas de miedo. Es entonces cuando aparecen tras las cámaras quienes consiguen utilizar con fidelidad y eficacia los recursos del género. Tal el caso de este filme de terror uruguayo rodado con exiguos recursos sobre una historia real acontecida en el apacible pueblito de Godoy en los años 40. Un hombre y su hija llegan a una casa de campo para limpiarla antes de su venta. Será de noche cuando la muerte tome por asalto a los protagonistas. Filmada en tiempo real, en una única secuencia y con una magistral administración de los picos de tensión; iluminada sólo con faroles (gracias a una cámara ultramoderna), con rasgos Blair Witch y aprovechando la angustia de no saber, "La casa muda" sofoca e impacta al espectador. Eso, a esta altura, paga.
Dirigida por Gustavo Hernández, La Casa Muda es una película uruguaya de terror basada en una historia real ocurrida en los años ’40. Laura (Florencia Colucci) y su padre Wilson (Gustavo Alonso) deciden pasar la noche en una casa alejada con el objetivo de acondicionarla para que su dueño Víctor (Abel Tripaldi) la ponga a la venta. El relato se centrará en los últimos 78 minutos en los que Laura buscará salir con vida de aquel lugar que oculta un oscuro secreto. ¿Por qué referirnos hoy a una película que ya hace casi dos meses que fue estrenada por toda Latinoamérica? Quizás porque se trata de uno de los filmes más exitosos de la industria del cine de Uruguay, o quizás porque se estrenó por estos días en el Reino Unido y causa sensación como ya hiciera en Cannes. Un trabajo con sólo ambiciones locales se convirtió en la película uruguaya más vista en la Argentina y ya tiene su versión hecha en Hollywood. Si La Casa Muda ha despertado un gran interés a nivel mundial -su remake norteamericana ya fue estrenada en el American Film Market- se debe a la gran cantidad de riesgos que los realizadores han tomado. Además del hecho de pertenecer a un género que no tiene demasiado vuelo en la región, se trata de la segunda película del mundo realizada enteramente con una cámara fotográfica y la primera de terror narrada en un único plano secuencia. Con la premisa de generar miedo real en tiempo real, tras una breve introducción comienza esta exploración por el terror psicológico que logra destacarse dentro de un género abarrotado de propuestas sin ideas. Tanto Pedro Luque, quien hace un gran trabajo como director de fotografía, como Gustavo Hernández comprenden que la falta de recursos no implica necesariamente pobreza en el resultado. A base de espacios oscuros, musicalización minimalista y apropiados fuera de campo logran sacar el mayor provecho posible de cada elemento disponible y construyen un efectivo relato cargado de tensión, la cual logran mantener hasta el final. Es fundamental también el trabajo de Florencia Colucci, sobre la que básicamente se sostiene la historia, quien resulta convincente en un papel jugado cuyo principal desafío era el de sostener una actuación en forma continua durante 78 minutos. El principal problema que se presenta, el cual termina por perjudicar toda la realización, se encuentra en la necesidad de explicar lo ocurrido. En un punto de la secuencia Laura está frente a la cámara y a través del marco de la puerta se ve que al otro lado de la habitación hay un hombre inmóvil que la observa. Como en The Strangers (Los extraños), el espectador gracias a un plano abierto sabe de la presencia de alguien más, es una visión que la protagonista no tiene por estar de espaldas. Así como ocurre con esta, que el efecto está en no saber por qué se produce el ensañamiento con los dueños del hogar, La Casa Muda funciona perfectamente hasta que se decide a justificar los acontecimientos. La película se resuelve así mediante una vuelta de tuerca que conduce a un final inesperado, inentendible y mentiroso. Inesperado porque constituye toda una sorpresa, que en este caso no es buena; inentendible porque lejos de satisfacer sólo empaña lo desarrollado; y mentiroso porque no se trata de un giro probable, es decir de una posibilidad latente, sino de un engaño a lo largo de todo el filme el cual se espera que cuadre porque así lo dicen. En la ópera prima de Gustavo Hernández el innovador lenguaje narrativo termina por imponerse a lo estrictamente narrado, lo cual no implica que no se esté en presencia de un trabajo digno. Si bien el desenlace es crucial para cualquier historia y en este caso termina restando, la película no deja de ser un experimento interesante de ver, especialmente durante su primera mitad en la que sus puntos a favor están en su máxima expresión.
Hablar de Uruguay haciendo cine, es como hablar de un equipo jamaiquino de carreras sobre hielo. Bah, lo último existió y lo primero está ocurriendo. Siendo uruguayo, lo único que se hizo en el país (que yo recuerde) eran rarezas tales como Los Tres Mosqueteros (1945) con Armando Bo (rodada en el Parque Rodó y siglos antes que Bo decidiera mostrarle los flotadores de Isabel Sarli a medio mundo), El Lugar del Humo (1979) (un bodrio por el cual importaron a la única estrella internacional uruguaya, George Hilton), y Guri (1979). Y luego vino un apagón, y la industria cinematográfica uruguaya dejó de producir películas. Por supuesto, luego pasó mucha agua bajo el puente; yo me vine a Argentina, en Uruguay volvió la democracia, y los nuevos gobiernos terminaron por generar nuevas leyes para estimular el séptimo arte en la Banda Oriental. Y entre toda esa gente que se acercan al ICAU en busca de un préstamo para financiar su proyecto cinematográfico, apareció una dupla que venía con idea de rodar una película de terror. Y si hay algo más raro que hablar de cine uruguayo, es hablar de cine uruguayo de terror. Y hablar de una buena película uruguaya de terror. Es el caso de La Casa Muda, una auténtica rareza a la que presentaron en varios festivales (como en Cannes) y a la gente le gustó. ¿Y saben por qué les gustó?. Simplemente porque es efectiva. Acá los guionistas se basan muuy libremente en un hecho real ocurrido en los años 40. ¿Qué pasó entonces?. No importa, no interesa. En los años 40 no existían cámaras Polaroid, lo que es un detalle importante de la trama, así que la idea básica debió haber sido "muertes extrañas en una casa abandonada" y "un misterio que no se resolvió nunca", y el resto es pura imaginación de los libretistas. Acá hay un padre y su hija que son contratados por un estanciero para que arreglen una casa que el tipo está por vender. Llegan a la tardecita, se trancan, se ponen a dormir y empiezan los ruidos. La chica entra en pánico, manda a su padre a investigar, y al viejo lo tumba alguien... o algo... en el primer piso. Como la chica queda enclaustrada en la casa, debe ir al primer piso a recuperar las llaves que tenía su padre. Y, como lo que sea que anda arrastrándose allá arriba no quiere que se vaya, comienza a perseguirla sin cesar para poder atraparla. La película es dispar pero muy efectiva. Está rodada en digital, así que se ve impecable aunque el sonido (en especial, de los diálogos) deja mucho que desear. Es como que le faltaba un doblaje en post producción, ya que la cámara se aturde con el sonido ambiental y es muy débil para registrar la voz humana (igual, hay pocos diálogos que atender, pero...). Las perfomances son buenas, en especial la de Florencia Colucci que está en frente de cámara el 90% del tiempo y debe pasar por todos los estados anímicos posibles. Pero en donde La Casa Muda basa su efectividad es en el manejo de cámara; la película está rodada en una sola toma (bah, hay cortes invisibles al estilo de La Soga de Hitchcock, ya que la filmación real llevó cuatro días) y en primer plano tipo El Proyecto Blair Witch. No, no hay un protagonista nabo con la cámara rodando todo el tiempo; es como una cámara fantasma que flota alrededor de la chica y la sigue a todos lados a donde va. Debo admitir que el filme tiene su cuota de momentos muertos, en donde la chica examina todo lo que encuentra (absolutamente todo) y a veces con demasiada lentitud. Por su parte, esto contribuye a crear clima. Cuando Florencia Colucci se ve obligada a buscar las llaves en el pantalón de su padre - al cual todos damos por muerto -, el filme entra en una espiral de suspenso creciente. Y la siguiente hora es una auténtica montaña rusa de emociones, en donde uno pega unos repingos increíbles. La tensión que provoca el efecto de toma continua es inenarrable. La primera hora es formidable porque se reduce a la chica intentando salir a toda costa de la casa, y siendo acosada desde los rincones por sombras y manos que salen de la nada. Con un libreto tan minimalista, Gustavo Hernandez genera algunos shocks realmente efectivos. Pero la narración resiente un poco de su credibilidad debido a que cada secuencia de impacto funciona como un compartimiento estanco, lo cual no es natural. Por ejemplo, una de las mejores escenas tiene lugar cuando la chica queda encerrada en una habitación y se le rompe la linterna, con lo cual lo único que tiene para iluminarse son los flashes de la cámara Polaroid que encontró. Ni qué decir de las cosas horribles que ve en cada llamarada del flash (demás está decir que con cada fogonazo ve cosas espantosas). Cuando la protagonista logra salir del cuarto y se pasa al siguiente, en vez de huir corriendo por toda la casa decide quedarse a investigar unos objetos extraños que acaba de encontrar. Perdón, pero ¿no es que había monstruos en el cuarto de al lado y queriendo atraparla?. En donde la efectividad de La Casa Muda se diluye bastante es en el último acto. (alerta spoilers). El guión decide despacharse con una serie de indicios, dando a entender que todo lo que ocurre es fruto de una mente afiebrada. Es natural que los filmes de fantasmas se puedan interpretar en términos sicológicos, pero aquí las señales son bastante explícitas y arruinan el clima de shock. Al parecer el padre de la chica y el estanciero se mandaban sus fiestitas sexuales en la casa y todo lo documentaban con la Polaroid; cuando la muchacha descubrió las fotos, terminaron por saltarle los fusibles. Al momento en que las evidencias aparecen, los protagonistas empiezan a hablar y - lo que es peor de todo - la cámara queda estática en uno de los intérpretes (como si fueran sus ojos). Es en ese instante en donde La Casa Muda devalúa gran parte de los activos que había conseguido. Primero, porque se trata de un cambio de reglas (en especial la cámara testigo), como si fuera otra película distinta que hubieran empalmado con ésta; y, segundo, porque se transforma en algo demasiado standard. No es que lo que hay en pantalla sea malo, pero tiene tufillo a trampa, y arruina el impacto de la revelación sobre lo que pasa realmente en la casa. (fin spoilers). La Casa Muda es muy recomendable. Los yanquis ya tomaron nota y se despacharon con su remake, Silent House (2011) con Elizabeth Olsen (burp!). Aún con sus problemas menores, es un filme de terror efectivo. Y sí; es uruguayo.
Alumbrar la sugestión De una historia verídica ocurrida en un pequeño pueblo de Uruguay, el director Gustavo Hernández comenzó a tejer La casa muda, una lúgubre película que deja al espectador conviviendo con uno de sus miedos más básicos: la oscuridad y lo desconocido. Laura (Florencia Colucci) y su padre Wilson (Gustavo Alonso) se internan en una vieja y lejana casona de campo para reacondicionarla. Su dueño Néstor (Abel Tripaldi), en breve la pondrá en venta y le sugiere al dúo familiar que pasen allí el crepúsculo para comenzar con los trabajos al día siguiente. Ese será el comienzo de una larguísima noche a oscuras, asfixiante y solo bajo las luces de dos faroles, que en poco tiempo pasaría a ser uno: Wilson morirá extrañamente en la vivienda luego de ir a investigar, en la parte superior, la procedencia de ruidos extraños. Desde ese momento su hija escrutará a solas cada rincón de la casa, entre la opresión del miedo, las inquietantes voces de niños y los ruidos (supuestamente) realizados por un pequeño espíritu, nudo central en la trama del film. La casa muda, filmada en su totalidad con una cámara digital, en un solo plano secuencia y con varios guiños a El proyecto Blair Witch, plantea un verdadero desafío para los amantes del género de suspenso y terror: no correr la vista de la pantalla en ningún momento del film. Inténtenlo si pueden. El tormento psicológico, los pocos recursos utilizados (tanto actoral como material) y la simpleza de un guión contundente, que al final se torna algo forzado y difuso, plasma un excelente puntapié charrúa para un género que no deja de sorprender.