Una pareja (Jazmín Stuart y Esteban Bigliardi) llegan a una inmensa estancia de campo. Allí los recibe el padre de ella (Gerardo Romano) y todo nos va indicando que se están ultimando los detalles previos a su boda, que será justamente en esa casona familiar, al día siguiente. Un suegro con la prepotencia que parecen darle su posición privilegiada y su cuota de poder, se encuentra demasiado involucrado en las decisiones de los ajustes de último momento que debiesen ser propios de la pareja: se preocupa por ubicar a sus invitados –que más que genuinas amistades son contactos políticos con los que debe sostener un mundo de status y de apariencias- y esto suma mayor presión todavía a un clima que ya de por sí se presenta enrarecido, tenso, con demasiado nerviosismo. La pareja luce notablemente desconectada y cuando ella busca a su futuro esposo con un cierto deseo sexual, él no la rechaza abiertamente, pero tampoco accede al encuentro sino que lo pospone. En el medio de la noche ella sale a tomar aire, a distenderse, a aquietar su cabeza y llega hasta una quinta muy cercana en donde un grupo de jóvenes está llevando a cabo una fiesta electrónica. Rápidamente se sumerge en el mundo que le propone la música y en ese fluir, se siente atraída por uno de los jóvenes de la fiesta (otro excelente trabajo de Lautaro Bettoni, que ya había brillado en “Temporada de Caza”) y se va dejando llevar por el deseo. Entre besos y caricias, lo que arranca como un juego de seducción y atracción sexual, termina de una manera completamente imprevisible y desata una serie de acontecimientos que generan una escalada de violencia y tensión donde ese clima que había sido presentado inicialmente con cierta densidad, terina convirtiéndose en una verdadera pesadilla, cuando esta cadena desafortunada de sucesos se eche a rodar. No solamente el director Diego Fried (con sus trabajos anteriores “Sangrita” y “Vino”) se consolida con una gran madurez llevando el pulso de un thriller que no da respiro en ningún momento, sino que además “LA FIESTA SILENCIOSA”, desde su guion -escrito por el propio Fried junto a Nicolás Gueilburt y Luz Orlando Brennan- propone al espectador no quedarse afuera de la historia sino tener que tomar partido del dilema moral que aparece apenas se planteen cada una de las motivaciones de los personajes. En un tiempo donde los movimientos femeninos como el #MiraComoNosPonemos, #NoEsNo o el #MeToo son el centro de la mirada y ocupan un importante espacio en la agenda de los medios, Fried no evita tomar ninguno de los riesgos que implica el tratamiento de este tema y exponer todas sus posibles implicancias. La astucia en la forma de presentar la historia es que ni los espectadores ni muchos de los personajes saben lo que puntualmente sucedió en esa fiesta y sin embargo toman decisiones en base a la información parcializada con la que cuentan (un fragmento grabado en el celular, lo que la protagonista puede expresar a medias, lo que cada uno intuye sobre los hechos) y se dejan llevar por sus impulsos, por lo que prejuzgan, por sus propios preconceptos. Es muy interesante ver como de alguna manera con los datos omitidos –que se irán develando dentro de los giros de la trama-, tanto los protagonistas como los espectadores, intentan tomar partido y, casi sin quererlo, intercambiar muy fácilmente los roles de victima / victimario. Aparece un juzgamiento, una mirada de sentencia, aun sabiendo que no se cuenta con la totalidad de la información y es ahí cuando Fried nos pone frente a un espejo de lo que hacemos cotidianamente, en forma casi inconsciente y sin pensarlo. Lo que en apariencia es un thriller de tensión extrema, tiene la pericia de incomodar con las decisiones que van tomando los personajes, empujando hacia los extremos, jugando permanentemente con el límite, al filo de la navaja. Es inevitable que como espectadores nuestra propia ética y nuestros valores se pongan en un juego con esto que los protagonistas ponen en acto y que, inevitablemente, la butaca se vaya transformando en una especie de tribunal en donde el mismo ritmo que no da respiro, nos empuja a ponernos de un lado o del otro de los acontecimientos. Uno de los grandes logros de “LA FIESTA SILENCIOSA” es involucrarnos dentro de la trama y preguntarnos a nosotros mismos hasta donde nos empujarían nuestros propios impulsos y cuáles son los valores y principios que estaríamos dispuestos a romper frente a una situación límite. El trabajo de Jazmín Stuart transmite la tensión, la asfixia y la desesperación que necesita el relato, Gerardo Romano vuelve a brillar en ese padre/suegro déspota y villano que tan bien le sienta y Gastón Cocchiarale se luce en un papel particularmente complejo, con el que el espectador claramente no empatizará pero que sin embargo, expone sus motivos y sus propias razones. La tercera película de Fried, presentada dentro de las Noches Especiales del “Panorama del Cine Argentino” en el último Festival Internacional de cine de Mar del Plata, se conoce esta semana como uno de los estrenos que forman parte de la propuesta de www.cine.ar/play y se convierte de esta manera en uno de los trabajos más sólidos que se presentan dentro de su programación. POR QUE SÍ: «Lo que en apariencia es un thriller de tensión extrema, tiene la pericia de incomodar con las decisiones que van tomando los personajes, empujando hacia los extremos, jugando permanentemente con el límite, al filo de la navaja»
Potente propuesta de género, que invita a la reflexión y al debate, sin dejar de entretener con su lograda tensión in crescendo, además de presentar un diabólico juego en el que nunca sabremos la verdadera cara de los protagonistas. De relatos mucho más relajados a construir uno de los más osados thrillers de venganza del cine argentino, sino el más osado, Diego Fried transita a paso seguro su película llevando de la mano a un elenco a la altura de las circunstancias y que se presta al juego sin juzgar a los personajes. Para no entrar en detalles, y dejar que se acerquen y puedan sorprenderse, como lo ha hecho este cronista en el momento de verla, “La fiesta silenciosa” es un preciso mecanismo narrativo que habla sobre tabúes y prohibiciones de una manera libre y sencilla. La película está dividida en dos partes. Una primera, asociada a los preparativos de una boda en las afueras de la ciudad, con la presentación detallada de cada uno de los personajes, y una segunda en donde el deseo de venganza y justicia por mano propia de cada uno de ellos construirá un hipnótico espiral de violencia del que nunca podremos escapar. Hay mandatos que Laura (Jazmín Stuart) debe cumplir, como contraer matrimonio, vestirse de blanco, hablar sólo cuando se lo piden y dejar el vino para los hombres, cosa de machos que no entra en la cabeza de ninguno de los personajes masculinos cada vez que transgrede reglas explícitas e implícitas patriarcales. Laura es una mujer decidida, que se corre de lo políticamente correcto, patea el tablero y evita, muchas veces, de cumplir con lo establecido, arriesgándose y subvirtiendo normas sin importar el qué dirán. Su padre (Gerardo Romano) la mira con desconfianza, su novio (Esteban Bigliardi), lo mismo, aún a horas de tomar una decisión que cambiará sus vidas para siempre, discuten por pequeñeces y evitan hablar con profundidad y madurez sobre aquello que callan. Cuando Laura, joven, bella, deseante, conecte con una parte adormecida por la rutina, nada la haría suponer que aquello que imaginaba la iba a ayudar a salir del tedio la iba a introducir en una vorágine y un vértigo con el que se llevará a todos aquellos que conoce y a los recién conocidos también. Mandatos, violencia, masculinidades puestas en jaque, cuerpos que se buscan, otros que se repelen, víctimas y victimarios que tiñen de sangre el impoluto blanco con el que la novia se iba a vestir. “La fiesta silenciosa” arriesga y gana, bucea en el género de venganza y construye un potente relato sobre las pasiones, los deseos y, principalmente, sobre la necesidad de reflexionar sobre aquello que desata pesadillas y que día a día cobra cada vez más víctimas y transforma a los hombres instantáneamente en monstruos femicidas orgullosos de sus presas. Un elenco de lujo a la altura del relato, con una Jazmín Stuart impecable y sorprendentes actuaciones de Lautaro Bettoni, Esteban Bigliardi, Gerardo Romano y un lascivo Gastón Cocchiarale que suma poderío al relato. POR QUE SI: “Propuesta de género que invita a la reflexión y al debate sin dejar de entretener”
Película argentina del género Rape & Revenge que firma Diego Fried con Jazmín Stuart como la protagonista damnificada que emerge como vengadora y se carga sola este fuerte alegato anti violencia.
"Un asunto de hombres" La fiesta silenciosa (2020), es un largometraje argentino dirigido por Diego Fried y codirigida por Federico Finkielstain. Laura (Jazmín Stuart) y Dani (Esteban Bigliardi) van a festejar su casorio en la estancia del papá de la chica (Gerardo Romano). Nervios, ansiedad, discusión. Falta un día para el evento, Laura necesita despejarse. Sin invitación, llega a otra fiesta, silenciosa. Los anfitriones (Gastón Cocchiarale y Lautaro Bettoni) son jóvenes y pegan onda con ella. Arrancó la noche y lo peor está por llegarle a todos. La banda de sonido es muy buena, por las elecciones de fuentes sonoras, la calidad de la grabación y su montaje. La musicalización de Pedro Onetto es estupenda, ambienta las escenas con instrumentos clásicos (violines, violonchelos, piano) y electrónicos. La estética de este thriller consiste en plano-secuencia, travelling lento, primer plano medio, plano general, flashbacks y juegos entre campo y contracampo. La Iluminación en clave baja y la locación (un barrio cerrado) acompañan muy bien a la narración. Notable trabajo en el maquillaje y en los efectos especiales. Lo bueno es que el argumento considera al celular como un arma. Lo malo es que la trama pierde sensibilidad y tensión a medida que avanza. Los diálogos y las acciones de los personajes también devienen lineales. "Con una técnica atractiva, Fried brinda una historia sobre violación y venganza. Si bien no es común en el cine nacional, el resultado es una trama rígida y respetuosa al sub-género."
Un thriller dramático y los dilemas morales que inician la venganza .Crítica de “La fiesta silenciosa” La película tuvo presentación en el 34° Festival Internacional de Cine de Mar del Plata Florencia Fico Los directores Diego Fried y Federico Finkielstain hallan los secretos en los countries. La perversión y perturbación en jóvenes y adultos tras un abuso sexual. Los realizadores exponen a quien sobrevive con ansias de revancha. Donde la actriz Jazmín Stuart se anima con su manejo corporal encabezar un papel en combate físico y emocional magistral. Por. Florencia Fico. El argumento de la cinta se sitúa un día antes de la celebración de la boda de una pareja Laura(Jazmín Stuart) y Daniel (Esteban Bigliardi). Regresan a la estancia de campo donde está el padre de ella “León”(Gerardo Romano), con el fin de finalizar los planeamientos de la fiesta. Al parecer por nerviosismo, sensación de incertidumbre sobre lo que conlleva el acontecimiento o una crisis inminente, Laura se ve trastocada. En el anochecer, toma la decisión de pasar a una casona contigua. En el lugar hay jóvenes que experimentan su propia fiesta. Lo que sucede allí cambia la vida de Laura. La dirección de Diego Fried y Federico Finkielstain exponen un claro filme de género thriller gore con una entrada laberíntica. Las puertas de ingreso a la historia son múltiples ese es el juego que promete diversas reflexiones. Asimismo la salidas de cada uno de los personajes se apoya en el drama que va en aumento a la par de la intriga. Sobrevuela un filme con tintes de acción con algunas escenas de persecución. La mixtura de géneros hace un cóctel tan extremo que deja debate; y al espectador palpitante. Al modo Kill Bill de Quentin Tarantino. Diego Fried, Nicolas Gueilburt y Luz Orlando Brennan son los guionistas de ésta película retomaron el cine de violación y venganza donde la inmoralidad, el crimen, el consumo de drogas, el comportamiento sexual y agresivo es el detonante de la revancha de la víctima que sobrevive a ese hecho. Sin embargo, lo perturbador y tenebroso está sin control. El límite de lo ético se ve borroso. Laura no es una víctima estereotipada tiene grises. Los antagonistas tienen como cabecilla a León quien le da el marco, áspero y conflictivo pero de él derivan otros, que sin contar con su preparación e influencia entran en ese ámbito. Los autores incluyen el sueño o flashbacks como elementos para relatar los momentos de encierro y abuso sexual; donde los fragmentos son como adrenalina para el castigo o desquite. Abre discusión sobre: el lugar de la mujer en contextos machistas y a su vez empoderada. Lo mismo pasa con los mandatos a los hombres con cánones de belleza o valentía casi irracionales. La paternidad agridulce. La naturaleza como personaje instintivo y depredador. Y un desarrollo con componentes sorpresivos y peleas con intensidades de alto voltaje. Hay un trance al peligro que es un arma de dos filos: insaciable y encantadora de serpientes. La música de Pedro Onetto suscribe al estilo suspenso con instrumentos para generar esa percepción de incomodidad, aturdimiento,desajustes emocionales, angustia con pianos y violines. En el tema electrónico “Espiral” se usaron baterías y la voz de Luciana Godoy quien deja ver con la composición cómo se encuentra Laura: “Un sentimiento inusual, el sol ya sale y vos te quedas sola bailando, es un mejor modo de escapar”,”Un mundo perfecto gira en espiral en el reflejo tendría que brillar”, “Un sueño profundo todo parece real”; éstas frases evidencian su estado desencajado de la realidad. Las alucinaciones de la droga, el retrato de las oscuridades de la sociedad que vive desconectada de sus sentimientos. La fiesta es un vacío perfecto para las perversiones y las transgresiones. La percusión se usó en las partes de persecución. El director de fotografía Manuel Rebella hace que su cámara serpentee en todo momento, con planos secuencia impresionantes donde el acceso a la casona es un anticipo del zigzagear de la historia. Las tomas con iluminación cálida son al picante hervor de la agresividad y las frías cuando el bosque se apodera de los bajos instintos. Las capturas con grúa o traveling dan esa esfera de vértigo al filme. En el elenco se encuentra el actor Gerardo Romano a quien se lo ha envejecido de una forma brusca con el pelo al estilo pelón. Su interpretación como León expone su rol como villano, evidente donde le puso el cuerpo a un padre agresivo, cruel y tirano. La actriz Jazmín Stuart compone a Laura, dotándola de una personalidad ingeniosa, contradictoria, dura y desafiante. El actor Esteban Bigliardi como Daniel tiene un proceso de cambio de un hombre tierno y amigable, transita por su lado más insolente. El victimario “Maxi” en la piel del artista Gastón Cocchiarale desató una figura en principio pícara asimismo retorcida. El actor Lautaro Bettoni como “Gabriel” da vida a un seductor y esquivo personaje. El filme de Diego Fried y Federico Finkielstain ondula en un thriller sangriento con influencias del cine explotación donde la temática inquietante es la reconstrucción mental de una situación de abuso. El papel de Jazmín Stuart condensa un personaje complejo, espinoso y suave, tridimensional. La película revaloriza con suspenso; un gran armado del subgénero de violación y venganza. El filme de Diego Fried y Federico Finkielstain ondula en un thriller sangriento con influencias del cine explotación donde la temática inquietante es la reconstrucción mental de una situación de abuso. El papel de Jazmín Stuart condensa un personaje complejo, espinoso y suave, tridimensional. La película revaloriza con suspenso; un gran armado del subgénero de violación y venganza.
Diego Fried, quien en 2010 había estrenado Vino, una producción de corte netamente independiente, regresa al cine con La fiesta silenciosa (2019), una película que básicamente se encuentra en las antípodas de su antecesora. Mientras que en la primera trabajaba sobre un registro más intimista y de cine de autor ahora se vuelca al cine de género cruzando elementos de Quentin Tarantino y Michael Haneke pero con un estilo criollo. La fiesta silenciosa (2019) La pareja que conforman Jazmín Stuart y Esteban Bigliardi se dirige a la casa del padre de ella, ubicada en las afueras de la ciudad, donde se realizará la boda entre ambos. Todo está bajo el control del padre, un prestigioso abogado interpretado por Gerardo Romano que tiene a su cargo la organización del evento. Todo menos el stress prenupcial a la que está sometida la novia que hace que en medio de la noche abandone la casa y camine sin rumbo. En ese deambular sin sentido termina en una casa vecina donde un grupo de jóvenes organizaron una fiesta silenciosa (fiesta donde todos los invitados usan auriculares que transmiten la misma música). Entre la crisis, el alcohol y la música, la futura esposa termina teniendo relaciones con uno de los organizadores (Lautaro Bettoni) mientras bruscamente aparece un tercero que la termina violando (Gastón Cocchiarale). La venganza será implacable. De entrada, y siguiendo las convenciones del género, Fried, tira algunas líneas para saber por dónde vendrá la historia. Corte y un flashback nos lleva al principio donde todo se desarrolla con total normalidad, y el foco está puesto en la crisis prenupcial. Todo indica que hasta el momento estamos más cercanos a una película de corte indie, de personajes por sobre aquellos tópicos que caracterizan al cine de género, pero si bien el prólogo indicaba que en algún momento el registro iba a cambiar, Fried sorprende con cambios permanentes. Y así pasamos a una fusión entre Funny Games, de Michael Haneke con Kill Bill de Quentin Tarantino donde Jazmín Stuart se convierte en una suerte de Uma Thurman con sed de venganza. La fiesta silenciosa, codirigida por Federico Finkelstain, como buena película de género, descomprime la violencia de sus escenas de sangre y tortura con el humor inocente que brota del personaje de Esteban Bigliardi, que funciona como el contrapunto ideal entre Jazmín Stuart y Gerardo Romano y en las antípodas de la perversión de Gastón Cocchiarale. Entretenida y sangrienta, con una fuerza narrativa de entrada que sobre el final es muy difícil de sostener, por momentos graciosa, otros terroríficos, angustiante y también para pensar sobre el ejercicio de la justicia por cuenta propia, Fried logra lo que no muchos consiguen: poner varios ingredientes en la coctelera, batirlos y generar un híbrido bien criollo, pero por sobre todo eficaz y entretenido, donde Jazmín Stuart se luce como una chica empoderada de principio a final.
“La Fiesta Silenciosa” de Diego Freid. Crítica. Venganza ruidosa en medio del silencio. Presentada el año pasado en el Festival de Mar del Plata, se estrena en Cine Ar TV y en Cine.Ar Play la película del director de “Vino”, codirigida por Federico Finkielstain y protagonizada por Jazmín Stuart, Gerardo Romano, Esteban Bigliardi y Gastón Cocchiarale. Por Bruno Calabrese. Múltiples películas han abordado la temática de la agresión sexual en el cine. Algunas de manera explícita como “Irreversible” de Gaspar Noé o “Perros de Paja” de Sam Peckinpah, enfocándose en la venganza desde el lado masculino hacia los violadores de sus parejas. Otras en el cambio de paradigma de transformar a la víctima en victimario, con el discurso “ella los provocó” como en “Acusados” de Jonathan Kaplan, donde “la manada” somete en una impactante violación a una joven Jodie Foster en un bar. Como una especie de grito de guerra ante la injusticia de transformar a la víctima de la violación en culpable de esa agresión sexual, surge el subgénero de violación y venganza Dicho furor emasculador femenino nos legó films como la hiperviolenta y gore “I Split on Your Grave” del año 1978, que tuvo su reversión en el 2010, y más cerca en el tiempo “Revenge” de Coratie Fargeat. El cine argentino también tuvo grandes exponentes dentro del género con “La Búsqueda” de Juan Carlos Desanzo y “La Patota” (en sus dos versiones de 1960 dirigida por Daniel Tinayre y la de 2015 dirigida por Santiago Mitre). En “La Fiesta Silenciosa” Diego Fried profundiza en la temática explorando en el universo masculino que se constituye alrededor de la víctima. Laura (Jazmín Stuart), llega junto a su pareja, Daniel, (Esteban Bigliardi) a la casona de campo del padre de ella. Es el día antes de su fiesta de casamiento, y se encuentran ultimando los detalles para los preparativos de la celebración. León, su padre (Gerardo Romano) es quien lleva la batuta. De personalidad avasallante y una verborragia insoportable asume un control que nadie le dio pero que ella lo permite porque “el es así”. La frase “todo para mi princesa” se repite una y otra vez de la boca del progenitor. Daniel parece ser una especie de alter-ego de Leon, un hombre sumiso, que se ve sobrepasado por la actitud de su suegro. El futuro esposo verá en disputa su masculinidad, algo que intentará compensar desde el plano económico, al intentar asumir el costo de la fiesta pero ella no lo dejará. Un padre que se pone a practicar tiro al blanco con una pistola automática en el momento que ellos tratan de tener sexo en su habitación, la planificación de un viaje a Traslasierra entre León, su hija y su futuro nieto, dejándolo a Daniel de lado, son un reflejo de la actitud posesiva hacia su hija. Ese contexto de lucha de machismos, sumado a los nervios propios de contraer matrimonio hacen que ella se vea necesitada de un poco de aire. Comenzará a caminar sola por el campo hasta llegar a la quinta vecina, donde un grupo de jóvenes realizan una fiesta silenciosa con auriculares, a la que decide sumarse. Ella está al margen de todo, hasta que aparecen dos jóvenes que se ponen a bailar con ella. Ese inocente baile derivará en un juego de seducción con Gabo (Lautaro Bettoni) mientras el otro, Maxi (Gastón Cocchiarale), es testigo privilegiado. Acto seguido la vemos salir de la fiesta en estado de shock, como una muestra de que ha sido víctima de una violación o de alguna situación de abuso. A partir de ahí nos meteremos en una sangrienta historia donde todos los participantes de la fiesta se verán involucrados en una violenta persecución en busca de venganza de Laura, su padre y su futuro esposo. El film resuena como un muestrario de violencia machista, muchas veces naturalizada, como esas actitudes paternas y de su pareja, en la disputa por ella como un objeto de deseo. Una dinámica que se seguirá reproduciendo de manera sistemática en la fiesta silenciosa, con la actitud de los jóvenes hacia ella cuando la ven bailando en soledad. La reproducción entre el grupo de amigos de un video de Laura teniendo sexo con Gabo, el reproche de este ante el reclamo de la difusión del mismo y la respuesta de Maxi, un joven de contextura obesa, por el “supuesto egoísmo” porque todas las mujeres acceden a tener sexo con él, como si fuese un trofeo cosificado al que todos deberían poder acceder. Con pequeños fragmentos y diálogos, el director logra reflejar todos los estereotipos de violencia hacia la mujer que se reproducen en diversos ámbitos, esta vez con la excusa de una doble fiesta (la del casamiento y la silenciosa). Gerardo Romano como el padre, funciona perfecto como una especie de Rey Tritón en “La Sirenita” , al igual que Esteban Gagliardi como el futuro esposo sumiso y todo el elenco joven que construye el espectro masculino que rodea a la mujer. Pero es la actuación de Jazmín Stuart la que refuerza el concepto del film, dándole la dualidad necesaria para interpretar las dos caras de Laura. La actriz compone con solvencia a una mujer resignada en un principio, que no lucha para cambiar esa realidad a la que se encuentra acostumbrada y se vuelve feroz cuando sale busca tomar justicia por mano propia. “La Fiesta Silenciosa” es una experiencia catártica sobre una víctima que descarga su ira sobre aquellos hombres que la han transformado en un objeto sexual. Aunque su discurso no es de odio ni de tomar venganza por mano propia sino de defenderse tomando las propias armas del silencioso opresor, la película se transforma en denuncia cuando refleja la violencia masculina, simbólica y explícita, hacia la mujer y se vuelve salvaje cuando se enfoca en la venganza de Laura hacia sus violadores. . Una catártica historia de una víctima que descarga su ira sobre aquellos hombres que la han transformado en un objeto sexual.
Un grito en el vacío. En su tercer opus, La fiesta silenciosa, el director Diego Fried nos sumerge en un mix de géneros, que toman elementos tanto sensoriales como recursos narrativos para desarrollar una historia de secretos y venganza. Aparece el silencio en contraste con el aturdimiento en el seno de una familia acomodada cuya hija, Laura, está a punto de casarse y en preparativos de la fiesta de boda en su amplia estancia. Sin demasiados prolegómenos conocemos que ella (Jazmín Stuart) tiene su particular carácter y para la futura relación con su novio (Esteban Bigliardi) ese detalle es un condicionante porque si bien no la consiente en todo tampoco le marca algún límite frente a su impulsividad. Algo parecido ocurre con el padre de Laura (Gerardo Romano), un juez aparentemente respetado que ve con beneplácito el futuro de esta pareja. Es por ello que la impulsividad de la protagonista, y su inconforme relación con su potencial esposo, detona un relato diferente donde entran en juego la frontera entre el deseo y lo prohibido, pero también los peligros de un juego que no tiene reglas definidas. Jazmín Stuart sabe adaptarse a este tipo de historias sin red y es ideal para componer personajes al borde como el de Laura para aportarle una cuota de misterio y ambigüedad, aspectos que la llevan de un estado de fragilidad absoluto a otro de control en situaciones extremas. A esa energía arrolladora la equilibra Esteban Bigliardi, con un rol más moderado pero no por ello menos intenso a la hora de tomar decisiones importantes. El resto del elenco cumple sin caer en maniqueísmos ni excesos para redondear una película de género, con un ritmo trepidante y buena ambientación del campo sensorial, donde la violencia siempre aparece con justificación como un acto de libertad y desenfreno.
Una pareja a punto de casarse viaja por la autopista a la finca familiar de ella, donde su padre armó la fiesta para cien personas con la que se va a celebrar la unión. En el viaje Laura (Jazmín Stuart) maneja tensa y su novio (Esteban Bigliardi) trata de bajar la intensidad. El padre de Laura (Gerardo Romano) es un juez con vinculaciones, trato campechano de tipo “macanudo” y “paquete”, al que le gusta tener armas (y dispararlas). La pareja llega a la casa de campo pero la tensión no baja, es más, Laura pelea con el padre y discute con su novio, incluso toma un poco de más según su novio y la observación la molesta a Laura aún más de lo que ya está. Así que después de cenar, la futura esposa se va de paseo y llega hasta la casa de al lado donde se desarrolla una fiesta silenciosa donde la gente baila con auriculares puestos. Laura empieza a besarse con un muchacho y la situación se pone cada vez más caliente. La escapada nocturna de la novia se complica porque el encuentro caliente deviene en violación y el fin de semana que iba a ser una fiesta termina siendo una noche de violencia, cacería y persecución. La fiesta silenciosa es una buena muestra de que no se necesita demasiado para armar un relato que atrape al espectador. Los directores Diego Fried y Federico Finkielstain demuestran que conocen el género y que saben narrar. El elenco se completa con Lautaro Bettini y Gastón Cocchiarale, nadie desentona y la película nunca pierde el ritmo y el guión nunca baja la intensidad. Un thriller con sexo, sangre y violencia, que no defrauda. LA FIESTA SILENCIOSA La fiesta silenciosa. Argentina, 2020. Dirección: Diego Fried y Federico Finkielstain. Intérpretes: Jazmín Stuart, Gerardo Romano, Esteban Bigliardi, Gastón Cocchiarale y Lautaro Bettoni. Guion: Nicolas Gueilburt, Luz Orlando Brennan y Diego Fried. Fotografía: Manuel Rebella. Música: Pedro Onetto. Edición: Mariana Quiroga. Duración: 86 minutos.
La fiesta silenciosa es una película desconcertante. Lo que arranca con el registro sutil de los nervios y la incertidumbre de una mujer durante el día previo a su casamiento, termina con una creciente espiral de violencia que pone a ella -y al espectador- en un lugar moralmente incómodo. A fin de cuentas, el debate sobre la justicia por mano propia atraviesa a todas las sociedades modernas y ha sido una de las recurrencias históricas del cine norteamericano. Todo arranca cuando una pareja (Jazmín Stuart y Esteban Bigliardi) llega a la coqueta estancia donde vive el padre de ella (Gerardo Romano, con una calvicie artificial inexplicable) y al otro día realizarán la ceremonia. A los reparos iniciales de él ante el hecho de que el padre se haga cargo de todos los gastos, se suma un evidente nerviosismo por parte de ella frente al ajuste final de los preparativos. En medio de la noche, mientras su futuro marido duerme, ella decide asomarse a la casa de enfrente, donde encuentra una particular fiesta silenciosa en la que todos los invitados bailan con la música de sus auriculares. No tardarán en llegar los coqueteos con uno de los jóvenes del lugar. Un coqueteo que tendrá consecuencias que no convienen adelantar. Sí puede decirse que nada -la vida de los protagonistas, la película- volverá a ser como antes luego de lo que vendrá. Los directores Diego Fried y Federico Finkielstain se manejan muy bien y con soltura en ambos registros, en especial durante la segunda mitad de un metraje que se ubica en la tradición de aquel cine de los años '70 concentrado en tiempo y espacio en el que una situación normal es interrumpida por un hecho violento que los implicados responden con una violencia aún mayor. Con un buen manejo del suspenso y notables actuaciones del trío protagónico, La fiesta silenciosa se erige como un thriller con resonancias sociales cuyo punto de vista -el de la víctima- dota al relato de una bienvenida ambigüedad moral. Cada espectador elegirá de qué lado ubicarse.
Tal vez los directores de La fiesta silenciosa vieron o desearon hacer un homenaje a Los perros de paja, la película de Sam Peckinpah. Porque es un filme que de acción, de venganza, y también uno que a la vez que cuestiona la violencia por momentos pareciera regodearse con ella. Los protagonistas son, principalmente, los novios que componen Jazmín Stuart y Esteban Bigliardi. Laura y Dani llegan a la quinta de León (Gerardo Romano), el padre de Laura. “Todo para mi princesa”, se babea este abogado verborrágico, egocéntrico y con una excelente puntería, no tanto a la hora de elegir las palabras para hablar con su inminente yerno (la fiesta de casamiento, no la silenciosa del título, es al día siguiente), sino para hacer saltar latas de bebida con su arma de fuego. Las cosas no iban demasiado bien entre Laura y Dani. Discuten por pavadas, pero hay algo que subyace. Al atardecer, Laura sale a caminar, y termina en, sí, la fiesta silenciosa del título. Jóvenes con auriculares bailan y beben. De entrada no acepta los auriculares ni el vaso de bebida que le ofrece Maxi (Gastón Cocchiarale), pero al final sí, una cosa lleva a la otra, y termina apretando con Gabo (Lautaro Bettoni), se toman de la mano, se van al bosque y… Cuando Laura regresa a la quinta, en estado de shock, le dice a Dani que se “perdió”. Pregunta va, lloriqueo viene, Dani -mientras ella camina rumbo a la quinta vecina- entiende que su prometida sufrió una violación o un abuso. Lo que seguirá serán la venganza, el desengaño y una sumatoria de escenas sangrientas en las que, adivinaron, el personaje de Romano tendrá más que cabida. Y los personajes de La fiesta silenciosa no tendrán mucho para festejar. La película, que pasó por el Festival de Mar del Plata en noviembre pasado, puede verse como lo que decíamos, un relato de acción y venganza. Que lo es. O, también, como una muestra de actitudes en las que la masculinidad estuviera en juego -los diálogos entre suegro y yerno; entre Gabo y Maxi, que por su físico entiende que las mujeres sólo lo ven bien a Gabo-. Todo, como si se tratara a las mujeres como un objeto a consentir, o un premio a conseguir. No hay mucho para decir de las actuaciones, porque no es La fiesta silenciosa una propuesta que le pida o exija a sus protagonistas una entrega sobrecogedora, pero tampoco aparatosa. Resuelta bien técnicamente, con muchas escenas nocturnas, el final deja planteadas más preguntas que respuestas, escapando así del mero entretenimiento.
Diego Fried nos presenta un thriller hecho y derecho que, tras su paso por el Festival Internacional de Mar del Plata del año pasado, desembarca en Cine.Ar TV, primero, y en el streaming después, ya que obviamente con la pandemia que está afectando al mundo entero, los cines estarán cerrados por quien sabe cuánto tiempo. Una lástima que «La Fiesta Silenciosa» no tenga su estreno comercial en las salas de todo el país ya que es una historia interesante y bellamente filmada que nos sumerge en el campo de los encuentros de música electrónica que se dan con auriculares y sin sonido a viva voz más que el que puede recibir cada usuario con sus receptores personales. Una imagen bastante llamativa y eficaz para ser trasmitida de manera audiovisual. El largometraje inicia el día previo al casamiento de una pareja, Laura (Jazmín Stuart) y Daniel (Esteban Bigliardi), quienes se dirigen hacia la casa de campo del padre de ella, León (Gerardo Romano), lugar donde se realizará la celebración. Ambos están nerviosos e inquietos creando un clima bastante enrarecido previo a la boda. León no hace más que añadir su cuota de incomodidad a los novios y todo parece indicar que hay una tensión latente que pone en duda el evento augurando una crisis inminente. Laura decide pasear por la zona para despejarse y descubre que en la quinta de al lado hay un grupo de adolescentes que están teniendo una de esas «fiestas silenciosas» donde los participantes escuchan la música por medio de auriculares para no molestar a las casas aledañas y para darle un giro novedoso al asunto. Allí, ella se emborracha y atraviesa por una situación donde su vida dará un giro de 180 grados, transformando su realidad para siempre. El escenario es perfecto, una fiesta novedosa donde cada persona escucha la música por separado pero está alienada complemente del resto y de lo que pasa alrededor. Un marco en lo que todo puede pasar y nadie se daría cuenta hasta que sea demasiado tarde. Una tensión latente como resultado del nerviosismo previo al casamiento o quizás otras cosas que como espectadores desconozcamos. Una cámara fluida que sigue a nuestros personajes bien de cerca, casi haciéndole marca personal y metiéndonos en la intimidad de estos individuos. Incluso la llegada de la pareja a la casa de campo tiene un plano secuencia bastante interesante donde vemos la disposición del lugar y nos ubicamos en el espacio donde sucederá la mayor parte de la acción. Una historia que comienza de manera normal y a medida que se van desarrollando los acontecimientos se va tornando cada vez más oscura y amenazante, haciendo que verdaderamente temamos por la vida de los protagonistas. Un film que no tiene pelos en la lengua a la hora de mostrarnos varios temas de actualidad como la violencia, el abuso sexual y demás cuestiones que atraviesan a las sociedades modernas, pero desde el costado del thriller (con algunos tintes del cine de explotación del estilo «Rape And Revenge» de los ’70 pero con la perspectiva más actual de la problemática), buscando siempre ese clima enrarecido y esa atmósfera ominosa que envuelve a los personajes. Gran labor de Jazmín Stuart en su interpretación de Laura y un excelente aporte de Gerardo Romano en la constitución de ese padre moralmente cuestionable que como típico representante de la clase acomodada busca hacer justicia por mano propia y/o resolver las cosas de forma personal. Un film técnicamente impecable que también se beneficia por un trabajo destacado de guion aun cuando sobre el final tambalea un poco dejando ciertos elementos con una resolución o falsa resolución apresurada. «La Fiesta Silenciosa» es un gran thriller que daría que hablar en un contexto diferente con un estreno en salas, como reflejo de una sociedad convulsionada que todavía tiene un largo camino que andar en cuestión de violencia de género. Una sociedad que al igual que la fiesta del título decide optar por un comportamiento silencioso haciendo oídos sordos a las problemáticas continuamente señaladas.
Presentada en el 34° Mar del Plata Film Fest del año pasado, la película de Diego Fried es un rape and revenge con todas las letras, que tiene en Jazmín Stuart una fuerte protagonista decidida a no dejarse atormentar por el daño causado por otros. Laura, su personaje, llega con su novio a la quinta familiar. No se la ve muy contenta a pesar de que en pocas horas celebrará allí su casamiento. Tras una discusión menor con su pareja y en busca de algo de aire, Laura sale a caminar y se topa con una fiesta silenciosa en una estancia vecina. La música y el ambiente descontracturado la alejan por un momento de las tensiones. Sin embargo, la vemos salir de allí perturbada y tambaleándose. No es la Laura que su padre y su novio conocen. A lo largo de la noche vamos conociendo lo que realmente ocurrió en ese lugar y cuando ella puede ponerlo en palabras su familia la ayudará a cobrar venganza.
SIN NADA QUE DECIR Antes de su casamiento, una pareja (Jazmín Stuart y Esteban Bigliardi) llega a una casa quinta que le pertenece al padre de ella (Gerardo Romano) y en donde se realizará la fiesta. Luego de un intento fallido por tener sexo con su novio, ella decide dar una vuelta para despejar su cabeza. Camina a través de unos árboles y da con una fiesta que están haciendo en una casa vecina. Luego de tomar un trago comienza a bailar con auriculares (una fiesta cool en donde todos los participantes tienen auriculares puestos y no se escucha la música hacia afuera), situación que da nombre al film: La fiesta silenciosa. La protagonista tiene un juego de seducción con uno de los invitados y comienza a tener sexo, a lo que se sumará otro joven que la terminará violando. Esto, que es la primera parte de la película, dará pie a una historia de violación y venganza que incluye al padre y al novio buscando a los violadores. La película de Diego Fried tiene algunas acciones de los personajes que no son creíbles. El personaje de Stuart cae en esa fiesta y trago de por medio ya baila desaforadamente para seducir a uno de los jóvenes. El padre es el típico estereotipo de clase alta que le gustan las armas y va a cazar a los violadores. El novio es un tipo sin personalidad que no quiere involucrarse en la venganza por mano propia, pero cuando Stuart le dice que no tiene agallas para enfrentarlos tiene un cambio de actitud demasiado veloz. La fiesta silenciosa depende demasiado de estos clichés mal ensamblados. Sin posibilidad de empatizar con los tres protagonistas, la película juega con el humor negro (el novio disparando y matando por error) como una forma de generar interés, pero en verdad no aporta nada nuevo a un subgénero con tradición como el de violación y venganza.
El silencio que lastima En La Fiesta Silenciosa (2019) desde el inicio del relato, y posteriormente mediante la acumulación que es propia del espectador cinematográfico, entendemos que algo no anda bien, hay una tensión latente que mantendrá intrigado al público de principio a fin, como es propio del género del thriller. En dicho largometraje lo que se supone es un momento de celebración en la estancia familiar, debido al futuro casamiento entre una pareja de jóvenes, Laura -interpretada con excelencia por Jazmín Stuart- y Daniel (Esteban Bigliardi), devendrá en tragedia. Tal como plantea la superstición popular, el novio nunca debe ver el vestido mujeril antes de la boda, porque trae “mala suerte”. Desde el comienzo la pareja en cuestión se plantea como poco sólida en algunas cuestiones, con recursos sutiles pero claros, a través de ciertos gestos y parlamentos de los personajes. Al igual que el vínculo peculiar de la joven Laura con su padre, personificado verosímilmente por Gerardo Romano, quien posee un gran cambio en materia de su “physique du rol” a través del gran trabajo de maquillaje FX. El patriarca en cuestión es representado como un hombre grandilocuente y con algunas costumbres excéntricas, y un tanto iracundo. En varios momentos se hace hincapié en el carácter impredecible de Laura, y a su vez en las similitudes de ella con su padre. Por supuesto, pues cada sujeto se ve afectado por su crianza. El personaje de Laura resulta muy interesante porque no es femeninamente estereotipado, por el contrario, es ambiguo, débil y fuerte a la vez, según la circunstancia. El segundo grupo de personajes del relato está compuesto por un grupo de jóvenes que decide también realizar una fiesta en otra estancia cercana en la que se inmiscuye Laura, en busca de liberar la tensión previa a su boda. Ambos espacios se conectarán a través del follaje y será allí donde surja el conflicto, entre los preparativos de un casamiento y una fiesta que ya ha comenzado. A lo largo de todo el relato, el título del film se resignifica una y otra vez, principalmente en tres sentidos: el casamiento que aún no es y del que sólo está presente su mobiliario, la fiesta de los jóvenes que bailan con los auriculares puestos y por ende es en apariencia “silenciosa”. Al respecto, el tercer sentido está dado por el hecho de que lo que es considerado una “fiesta” por determinada persona, puede ser un silencio tortuoso y paralizante para otra. En conclusión, se considera que La Fiesta Silenciosa no avala ni justifica el comportamiento violento de ninguno de los personajes, mantiene la distancia respecto de los mismos, y no hay ninguno de ellos que no obtenga un castigo simbólico en el relato. No se apoya la justicia por mano propia, y también se esboza una sutil crítica hacia la juventud alienada tecnológicamente, que parece no involucrarse. Por ende, la película dejará pensante al espectador, que ha sido testigo de una vorágine de violencia que se retroalimenta a sí misma, una y otra vez. Al respecto, hay que destacar que la película selecciona muy bien qué escenas mostrar directamente vía la cámara y cuáles sugerir, es decir, no abusa de la violencia explícita. Por último, puede considerarse que La Fiesta Silenciosa tiene elementos del subgénero cinematográfico del “rape and revenge”. Dicho subgénero, tal como su nombre lo indica, generalmente posee una protagonista femenina víctima de una violación que luego buscará venganza sobre el abusivo. Se plantea que La Fiesta Silenciosa posee algunos elementos, porque no sigue todas las reglas principales de este subgénero, sino más bien comparte algunas cuestiones temáticas. Por ende, si bien es novedoso para el cine nacional, hay que recordar que en el ámbito mundial actual hay muchas películas con dicha temática, que ha retornado después de su aparición en los 70. En consecuencia, debido a su constante suspenso y el excelente manejo de la intriga, La Fiesta Silenciosa es muy entretenida para el espectador que se sienta a gusto con este tipo de géneros.
La boda de Jazmin Stuart se complica seriamente en este violento thriller con algunas escenas bien resueltas, en especial la que da lugar al título. La protagonista y su prometido, no demasiado agudo, llegan a la fastuosa casa de campo del padre de ella, donde apenas al día siguiente tendrán lugar el casamiento y la fiesta. Pero, esa noche, la novia no está de buen humor ni con su padre ni con su futuro esposo, y cuando sale a caminar termina en una misteriosa fiesta electrónica en medio de un bosque, donde todos los participantes escuchan música tecno solamente por auriculares. Pronto estará tomando tragos y bailando con auriculares prestados, lo cual deriva en una experiencia sexual que luego irá recordando de a poco. El resto es un desbande de violencia vengativa en la que todos los personajes hacen su aporte, especialmente el padre fascista que tiene un arsenal en su ropero. “La fiesta silenciosa” empieza bastante bien, pero una vez planteado el argumento la narración se debilita, al igual que el ritmo y la técnica. Como hay bastante acción, el asunto nunca deja de perder el interés del todo, pero el film daba para más, en especial por las buenas actuaciones de Jazmin Stuart y Gerardo Romano.
Con una temática muy actual y necesaria, llega el estreno, en Cine.Ar TV y Play, de La fiesta silenciosa, un film que propone debates interesantes pero que no logra generarlos con la altura que ellos requieren. El film, tal como su enmarañado hilo temporal, está presentado con la siguiente premisa: “a horas de celebrar su casamiento en la estancia de su padre, Laura sale a caminar sola y se encuentra con una inusual fiesta. La música y el ambiente la alejan por un momento de las tensiones hasta que un hecho violento cambia drásticamente el curso de la noche involucrando a su padre y a su novio.” Como suele pasar, las cosas siempre son mucho más complicadas de lo que parecen y este es el principal problema de la película. Abordar temas de candente actualidad, e incluso de importancia social como la violencia de género, es una urgencia de nuestro presente, pero eso no justifica que algunas cosas se pierdan en el proceso solamente por el apuro de sacar un guion y filmarlo. Desde el inicio conectar con los personajes es una tarea complicada para el espectador. Conocemos a Laura (Jazmín Stuart) como una persona conflictiva desde el primer momento y, aunque sabemos por la secuencia inicial que ella está en problemas, la sobrecarga de energía negativa en los primeros momentos del film nos genera un marcado rechazo por los personajes, reforzado por la puesta de cámara que insiste en tomar a Laura desde atrás dándole muy poco tiempo para conectar con el espectador. A eso se suman las discusiones constantes con su novio (Esteban Bigliardi) y su relación con su padre (Gerardo Romano) que tampoco parece ser la mejor, ya que mientras él trata de controlar todos los aspectos posibles de la fiesta en pos de sus propios gustos e intereses, Laura se dedica a protestar con mal humor. Sostener el vínculo con el espectador en un film donde ningún personaje despierta empatía es una tarea difícil que requiere de un guion muy sólido que La fiesta silenciosa no tiene. La película juega con los saltos en el tiempo para ir construyendo el relato de a poco y de esa forma oculta al espectador cierta información con la que construye un thriller de venganza por mano propia que no logra nunca el nivel de ambigüedad necesario para que los personajes sean rápidamente absueltos de su doble moral. Laura miente para salvarse de que su novio sepa que le fue infiel, el novio sabiendo que las cosas no fueron como Laura las cuenta actúa violentamente sobre el pibe al que Laura sedujo y el padre de Laura, siendo nada más y nada menos que juez, decide resolver los asuntos por afuera de la ley iniciando una cacería despiadada. La manera de mostrar “el momento de quiebre” es bastante caótica, lo cual tampoco ayuda a construir el relato que el guion quiere contar. La falta de claridad en las escenas lejos de provocar intriga en el espectador, aumentan la (acertada) sensación de que no todo está siendo contado y, aunque obviamente nada justifica el hecho de violencia del cual Laura es víctima, las sospechas de que no todo es como ella lo dice sí generan reparos sobre qué tan acertadas son sus decisiones. Cuando la furia se desata y comienza la cacería final, los directores parecen olvidarse del código del thriller que venían construyendo y el film se acelera resolviendo muchas cosas apresuradamente y dejando otras en el tintero que no tienen resolución, al mismo tiempo que carecen de la impronta suficiente como para que el espectador haga el esfuerzo de construir un posible desenlace, demostrando que algunas cosas, incluso algunos personajes, estuvieron en el guion solamente para darle al espectador y/o a los otros personajes alguna información que no se pudo generar desde la diégesis del relato. Hacer un film que muestre (y justifique en algunos casos) la venganza por mano propia no es algo fácil y sólo un guion contundente puede lograr ese tipo de comprensión por parte del espectador. Ninguna de esas dos cosas se logran en este film, que tiene aciertos en su búsqueda de climas y las tensiones que genera, pero que pierde su objetivo en el camino mientras distancia emocionalmente al espectador de la historia.
Las fiestas silenciosas tienen su propia historia. Nacieron informalmente en los años 80 y ya en los 90 se pusieron de moda, impulsadas por ecoactivistas enfocados en minimizar la contaminación acústica de la música bailable. Laura ( Jazmín Stuart ) se encuentra con una de esas particulares fiestas casi de casualidad y sin sospechar el explosivo desenlace de ese hallazgo fortuito. Llega a la estancia de su padre para celebrar su casamiento y de pronto queda envuelta en una pesadilla, narrada en tono de intenso thriller que mantiene la tensión en todo su recorrido en base a un trabajo de puesta en escena que aprovecha muy bien algunos recursos del cine de terror de bajo presupuesto. Aun cuando se notan trazos gruesos en el guion, la inventiva que revelan muchas de las escenas equilibra esas falencias. Más que aquello que se cuenta -la crónica de una violación y una sangrienta venganza posterior-, lo que funciona muy bien aquí es el cómo. No hay muchos datos sobre los personajes, salvo un par de pinceladas iniciales, que permitan prever sus extemporáneas reacciones. Ni tampoco las de un grupo de jóvenes victimarios transformados en presas de caza de una familia furiosa. Algunos flashbacks que vuelven sobre los sucesos que disparan esa cacería subrayan lo que cualquier espectador atento puede imaginar y morigeran un misterio que cuadraba muy bien en la trama.
Someter, callarse, aceptar La violencia contenida puede tener, como es el caso de La fiesta silenciosa de Diego Fried, dimensión física, visual, y muestra fatal de la idea de la posesión del cuerpo del otro y de sus deseos. Un análisis desde lo sociológico y lo político , desde lo psicológico también, tal vez, generaría un debate profundo cuyo espacio más que probablemente sobrepasaría los limites de esta reseña, pero es interesante, al menos, dejar establecido el planteo y es seguramente la idea que el director eligió mostrar para dejar expuestas las cuestiones que llevan a los personajes a moverse en un terreno que claramente los arrastra al límite. (A partir de aquí no hay spoilers literales, pero lo que viene en cuanto al acercamiento por medio del análisis se le puede parecer bastante). Laura parece buscar algo que no encuentra en sus vínculos más cercanos; se nota de manera muy clara, desde sus gestos de hastío, una suerte de rechazo no demasiado sutil a partir de la lectura de sus movimientos corporales para con las acciones y dimensiones desmedidas del comportamiento de los hombres que la rodean, tal vez porque uno de ellos necesita dejar plantado que su figura representa al alfa (aunque lo demuestre con soltura, casi con campechana amabilidad) y el otro congraciarse con el que manda, para luego demostrar que puede ocupar su lugar, abandonando su comportamiento deslucido y casi pleno de sumisión obligada. Pura pose, en definitiva. Laura es libre cuando escapa de la mirada hipercontroladora y se sumerge en un festejo en el que cada quien está inmerso en su propio espacio, en su rollo individual, hasta que conecta con el otro, y no justamente para bien. Laura es libre, como decía, y disfruta en este nuevo contexto de la seducción, del disfrute y el deseo (otras emociones contenidas) hasta que se ve forzada a un acto que no elige. Y la acción bestial llega y el sometimiento de la manada vence, a través del control violento, una vez más, la voluntad de la protagonista. Para muestra de la sociedad basta un botón. Sometete, callate, aceptá. El trabajo de Jazmín Stuart es valorable no solamente por el ejercicio físico actoral que supone exponerse y llevar adelante la recreación de la situación de abuso; se ve en ella, en su rostro, en sus movimientos el nervio, la angustia, el desgano y el cansancio. ¿Qué sería de la vida de su personaje, de esa mujer, si no estuviera en ese lugar en el que se la ha puesto? ¿Tendría otra búsqueda, otra idea de lo que quiere para sí misma? No nos es posible saberlo. Tal vez apenas imaginarlo. Gerardo Romano tiene también una gran performance. No basta con levantar la voz para parecer malo. Su personaje fue construido con intención y atención, de manera revisada, honesta, en capas que van desde la amabilidad sutilmente violenta y dominadora de todo lo que lo rodea hasta su pico máximo de huracán desmedido que decide tomar y arrasar con todo a su paso. Evidentemente una gran construcción de parte de este experimentado actor. El resto del elenco (como Lautaro Bettoni y Gastón Cocchiarale) tiene también su oportunidad y el planteo es que sean apenas sombras indignas de seres que toman lo que ven, o se muestran agazapados y amenazantes, cuando el espacio o la situación se los permite. La dirección tomó ese planteo a la hora de la pintura completa que recrea una interacción social que, de momento y en lo que a mí respecta, no es posible comprender. La fiesta silenciosa es una muestra indirecta de la violencia social (no tan) solapada en capas de reacción brutal cuyo fin es apropiarse del otro y su voluntad mediante el sometimiento.
La fiesta silenciosa maneja una moral dudosa. Primero y principal porque el director parece no decidir hacia dónde disparar la artillería de eventos que desencadena el desafortunado hecho que sufre la protagonista. Segundo, porque varias de las situaciones se resuelven tan fácilmente que suponemos es un film que solo sirve para provocarcomo esas películas que apelan a poner en duda al espectador como si eso fuese un mérito artístico y nada más. De cine poco y nada. Jazmín Stuart interpreta a Laura, mujer de carácter hosco y medio caprichoso que está por casarse con Daniel, un tipo de buen corazón aunque medio zonzo. Ambos deciden celebrar el acontecimiento en la quinta del padre de la futura novia. El papá, interpretado por un Gerardo Romano medio sacado y casi caricaturesco, es un patriarca con todas las letras: cuida celosamente a su hija y anda por ahí practicando tiro al blanco con unas latas de cerveza. Las armas, se ve, le apasionan. Mientras vemos cómo la pareja, a un día de la boda, anda de disputa en disputa: ella no para de tomar alcohol, él parece demasiado pendiente de la organización del evento. No están en sintonía. Cuando ella quiere tener sexo con él, este se niega fatigoso y dubitativo. Esto desencadena un hecho bastante inverosímil (como muchas cosas en el film): Laura, medio ofendida, sale a caminar y llega a una quinta vecina donde se lleva a cabo una fiesta de veinteañeros bajo el loop de música electrónica moderna. Ahí se topa con un tipo que vio rato antes de entrar a la quinta de papá Romano y por el cual siente una enorme atracción sexual. Acá no hay drogas de por medio ni nada por el estilo para llevar a cabo el terrible hecho que se avecina. En medio del confuso acto sexual, Laura es arrebatada por manos celosas en medio de la oscuridad. Allí es violada por otro asistente de la fiesta mientras otros cómplices filman o ven el hecho. Luego Laura vuelve medio aturdida a la quinta de su padre. Tras la horrible confesión, este y Daniel salen de cacería. Lo que vendrá tendrá resultados desastrosos e inesperados. La fiesta silenciosa es tan manipuladora, obvia y ambigua (¡¡¡ese final!!!) que podríamos tener dos teorías: primero, que lo que intenta es “molestar” al típico espectador retrógrado que piensa que la protagonista se merecía lo que le pasó por meterse donde no debía; segundo, que no tuvieron el valor para hacer un rape and revenge a la vieja escuela. Pura provocación vacua sin entender la sacra construcción de este subgénero maldito donde la carne, el sudor, la sangre y la fisicidad creaban una masa uniforme de violencia social y subversiva. El rape and revenge exhibía en su época dorada dos cuestiones importantes: la de llevar a la pantalla una verdad aterradora, siempre oculta tras la moral impuesta por la sociedad, y la de hacer catarsis justamente ante esa realidad. En los tiempos que vivimos, convulsionados por la violencia de género, éste subgénero calza perfecto para retratar los horrores cotidianos de nuestra sociedad. El problema es siempre el resultado, acá poco directo, poco claro. Calculado milimétricamente en sus formalidades narrativas, cada hecho parece querer poner en jaque cuestiones morales pero jamás se la juega como para entender ideológicamente de qué va el asunto. Un ejemplo de esto (entre muchos otros) es el ridículo final y que el violador sea poco agraciado físicamente, a diferencia del pibe que el personaje de Jazmín Stuart seduce. Más jugado hubiese sido que el pibe carilindo sea el victimario, dando como resultado una lectura más interesante sobre los monstruos que llevamos dentro, por tirar una idea. Ni hablar de la construcción cronológica que supone la escena de violación, que disparará supuestas sorpresas o vueltas de tuerca a lo largo del relato. Esto supone algo muy simple: no creer en las bondades del relato clásico y conciso en pos de retorcer la historia innecesariamente para hacerla parecer más interesante. A veces funciona. Este no es el caso ya que las torpezas (los hilos ideológicos, las intencionadas jugarretas morales) son tan notorias que es imposible dejarlas pasar.Una de ellas es la supuesta “justicia” contra los cuatro pibes cómplices: dependiendo del grado de complicidad en el hecho se les da un castigo “apropiado”. Nada más cercano a correcciones políticas bienintencionadas de hoy en día que insisten en lo ideológico pero clausuran por completo el buen lenguaje cinematográfico. O al menos tirarse a la pileta y entregar una obra digna sin titubeos
La Fiesta Silenciosa Crítica de Esteban Jourdán Los casos de abuso y violaciones en nuestro país lamentablemente son frecuentes, con jueces que más que proteger a las victimas se ponen del lado del los verdaderos culpables con frases como “desahogo sexual” , La Fiesta Silenciosa de Diego Fried es más actual que nunca y está disponible para ver de forma gratuita en la plataforma CINE.AR Las fiestas silenciosas son ese invento raro donde mucha gente tiene auriculares con diferentes colores, cada uno puede elegir que color desea y en base a eso cambia entre 3 o más DJ que ponen música, de forma independiente a lo que escucha la persona que tiene al lado. En la película, Jazmín Stuart (Laura) está en el día previo a su casamiento y se encuentra con esta Fiesta Silenciosa a pocos metros de su quinta familiar. Ahí sufre una situación traumática y dolorosa que cambia completamente su vida, la de quienes la rodean y la de los culpables. Gerardo Romano (León) no decepciona jamás y en su papel de padre que busca “justicia por mano propia” luego de lo que pasó con su hija. Distinta es la actitud que toma Esteban Bigliardi (Dani) que en un principio también quiere tomar la justicia en sus manos, luego no le cree a su pareja y termina siendo arrastrado por su suegro para tomar las armas y buscar a los responsables. La Fiesta Silenciosa genera debate, genera charla y distintos puntos de vista incluso mientras se desarolla así como también el papel y responsabilidad de los que abusan como también de los que miran mientras eso sucede sin intervenir. Gastón Cocchiarale (Maxi) es quien comete el abuso pero Lautaro Bettoni (Gabo) es cómplice y culpable por no detener a su amigo que actúa apoyado por el “grupo”. También se pone en tela de juicio la viralización de fotos o videos sexuales en los grupos de whatsapp. Vale la pena ver La Fiesta Silenciosa, debatirla y discutir que estamos haciendo individualmente y como sociedad a la hora de detener, castigar y prevenir los abusos, siempre poniendo el énfasis en el abusador, nunca en la victima. La Fiesta Silenciosa se puede ver en la plataforma CINE.AR
El día antes de la realización de su fiesta de casamiento, una pareja llega a la casona de campo del padre de ella para ultimar los preparativos de la boda. Por algún motivo ella está inquieta. Tal vez son los nervios antes del gran paso, tal vez hay algo más profundo. En mitad de la noche, decide cruzar a la casa vecina, donde un grupo de adolescentes viven su propia fiesta. Lo que parece un simple acto de rebeldía termina trayendo graves consecuencias que desatan un espiral de violencia sin retorno. La película consigue pasar de cierto camino rutinario del cine argentino al estilo de films de la década del setenta como Perros de paja o Deliverance. Este sorprendente giro sin duda es lo que hace que la película funcione y se separe de los lugares comunes. Una vez que la historia toma un rumbo lo lleva hasta las últimas consecuencias. Siempre es bueno ver cineastas que saben lo que quieren contar y como contarlo.
Un día antes de su boda, Laura (Jazmín Stuart) y Daniel (Esteban Bigliardi) van a la casa de campo del padre de ella, León (Gerardo Romano), para ultimar detalles de la fiesta. Él es el jefe de todos: dirige a la pareja como si fuesen marionetas y decide sobre la celebración a realizarse, su hija lo respeta porque “él es así” y porque hace “todo para mi princesa”, frase en la que se escuda León constantemente, pase lo que pase. A Laura se la ve rara, parece ser por el contrapunto que suponen su padre y su futuro marido, callado y sumiso. Esa noche, se escapa a una fiesta silenciosa que se realiza, con auriculares, en la casa de al lado, y su vida cambiará para siempre. Laura, su padre y su futuro marido, saldrán en búsqueda de violenta venganza.
Estrena el 4 de junio en CineAR TV para todo el país, la película dirigida por Diego Fried, codirigida por Federico Finkielstain con guión de Nicolas Gueilburt, Luz Orlando Brennan, Diego Fried e interpretada por Jazmín Stuart, Gerardo Romano, Esteban Bigliardi, Gastón Cocchiarale y Lautaro Bettoni. Una película en el género del thriller, una pareja joven sale de Capital Federal, rumbo a una casa de campo, donde se va a celebrar su boda. Ella presenta al novio a su padre, que es un juez. Una película, que durante su duración de 86 minutos, se desarrolle en una atmósfera enrarecida, donde la violencia aparenta estar contenida y el suspenso los va a atrapar. Ese día previo al casamiento, antes de cenar, como solía ella hacerlo de chica, se escapa de la chacra para llegar a una fiesta, con mucha música, alcohol y donde será bien recibida. Más no vamos a contar, porque sería espolear, pero lo que sucede después es una secuencia de hechos que se van a desencadenar en un efecto dominó. Tiene un guión sólido, y las actuaciones son excelentes. Esta es una opinión personal, pero Jazmín Stuart junto a Sofia Castiglione, son las actrices jóvenes consagradas y que tendremos mucho más para disfrutar. Ambas, pero más Jazmín, este año, ha hecho papeles muy jugados, en donde la está rompiendo. Obviamente Gerardo Romano, en un personaje que maneja de taquito y tal vez, a estas dos monstruos femeninas les esté faltando la pareja masculina. Para mi, tiene mucho futuro, tiene un rostro muy para cine, es Gastón Cocchiarale, que tiene un papel bisagra en el argumento y lo interpreta magníficamente bien. O tal vez, y porqué no, sea el joven actor Lautaro Bettoni. Bueno, los invito a que la vean. En cuanto a la repercusión del film, en el medio, luego de su presentación en el 34° Mar del Plata Film Fest, y en base a las iniciativas tomadas por el INCAA para disminuir el impacto de la pandemia COVID-19 en el sector audiovisual, se decidió que La Fiesta Silenciosa, del director Diego Fried, se estrene el jueves 4 de junio, a las 22 hs., en la plataforma de CINE.AR TV para todo el país en forma exclusiva y gratuita. Tendrá una repetición el sábado 6 de junio, a las 22 hs. Y a partir del 5 de junio estará disponible gratis por siete días en CINE.AR PLAY. A mi me da mucha pena, lo que los artistas deben sentir, en cuanto a no poder compartir el estreno con el público, ni con sus compañeros de trabajo. En un esfuerzo como es producir un film Esperemos que de los males, este sea el menor, igual inolvidable como hecho para quienes en la vida real, no han podido disfrutar ni del estreno, ni de todo lo que sucede después de un estreno como éste. Les compartimos la entrevista que hicimos al actor Lautaro Berttoni, de manera virtual, nos comunicamos el fin de semana del 23 de mayo, y nos contó lo siguiente:
La Fiesta Silenciosa es una película que sólo utiliza el subgénero Rape and Revenge como base para contar una historia sumamente inteligente, con una lectura profunda sobre el patriarcado, las relaciones desgastadas y el empoderamiento femenino.
Atractiva. Despareja (y esto no es negativo). La lógica violación-venganza, pone en el tapete la mirada machista de de la enorme mayoría de las películas, desde los inicios del cine. ¿Cómo abordar ahora una película de género con esta temática? He aquí una manera posible; no exenta de debate, claro está.
El nuevo largometraje del director Diego Fried es un rape & revenge (violación y venganza) polémico, pantanoso, que así como carga con el mismo grado de intensidad anímica, sufre varias asperezas narrativas que elige pasar por alto. El día previo a su casamiento, Laura (Jazmín Stuart) y Daniel (Esteban Bigliardi) arriban a la casona del padre de ella, León (Gerardo Romano), para relajarse horas antes de la celebración que tendrá lugar ahí mismo. Lejos de descansar, la futura esposa discute con su pareja y se va de la casa-quinta sin destino. La errancia termina al toparse con una fiesta electrónica donde las personas bailan mientras escuchan la música con auriculares. Entre el nerviosismo por lo que sucederá mañana, y una necesidad desahogo, Laura se suma a los jóvenes y descarga todas las tensiones acumuladas. Primero bailando, luego con un chico, hasta que del beso apasionado, la imagen va a corte y la vemos en la oscuridad caminando entre lágrimas. Con tal de tironear la narración al festín de venganza desenfrenada que es lo que exige el subgénero y, al fin y al cabo, lo único que realmente le interesa a la película, se saltean algunos trámites cruciales de guion como si fuesen obstáculos que hay que desmalezar para no perder tanto el tiempo. Ya la decisión impulsiva de irse a caminar sin rumbo está vagamente justificada por una embriaguez que nunca vemos. Si desde que llegan a la estancia Laura se presenta como una mujer con carácter, aguerrida y con cierta alteración interna por el evento del día siguiente, las copas de más que le señala Daniel no parecen modificar en nada su comportamiento. De la misma forma que entre el shock post-traumático y su impulso reaccionario casi no hay puntos medios. Laura regresa angustiada a la casa y a las horas, sale de nuevo, ahora con el arma cargada en la mano lista para inaugurar la cacería. Esta primera mitad no tiene otra razón de ser que poner en evidencia las conductas patriarcales que encapsulan a la protagonista y eso no está mal. De hecho, está muy bien siempre y cuando se tenga el tiempo para desarrollar todas esas micro-violencias que se suponen silenciosas (algo que en Los sonámbulos de Paula Hernández -2019- se resolvió con más sutileza que erupción), en vez de quedar reducida a la planicie de un poderoso cabeza de familia que le dice “princesita” a su hija y “cuidamela” a su yerno, el mismo yerno que inmediatamente después de la violación la presiona en la cama para tener sexo. Lo que nos queda entonces es que en el comprimido lapso que va de la tarde a la noche, Laura es víctima de todo lo que una mujer puede llegar a sufrir, y si el tecnicismo suntuoso de la cámara lo acompaña, no habría nada capaz de detener la implosión de la furia femenina. Sin embargo, no se le permite ni eso, de modo que los que van a encargarse de la venganza son su padre y futuro esposo, ambos amparados bajo la lógica machista de que el cuerpo violentado les pertenece, y por ende, la justicia por mano propia debe correr por su cuenta. Así es como los directores aprovechan para subrayar otra vez la opresión masculina, ahora sí con un sentido dramático no tan tosco, poniendo a su vez a prueba Laura que queda desplazada a la pasividad. Es cierto que el rape and revenge al sostenerse bajo una estructura esquemática que va de un punto A a un punto B obliga, por el nivel de intensidad de ambos elementos, a tener que dar por entendidas algunas cuestiones. Históricamente, la distancia de clase explicaba sin mucha vuelta el porqué de la violación. La víctima concentraba para el atacante un doble deseo prohibido. No solo se apoderaba de un cuerpo femenino, sino de uno femenino y de una clase social superior, inalcanzable. La fuente de la doncella (Ingmar Bergman, 1960), Perros de paja (Sam Peckinpah, 1971), o hasta La Patota (Santiago Mitre, 2015)-que lleva con polémica hasta el extremo esta problemática dejando inconclusa la segunda pata del género al reemplazar venganza por perdón- son ejemplos claros. En este sentido, en un primer momento La fiesta silenciosa le escapa a este prejuicio al instalar su relato dentro de una geografía económicamente acomodada, de quintas inmensas y chicos bien que hacen lo que quieren cuando los papis no están en casa. Sin embargo, según la película, el que viola a Laura de ninguna manera puede llegar ser el carilindo con el que se estaba besando. Al principio, los flashbacks que sacuden a la protagonista no ayudan a entender bien el porqué de la angustia. Si es por haber engañado a su marido horas antes de casarse o porque el joven se propasó. Luego se revela que en realidad hubo un tercero en escena y que el violador era uno de los amigos, el anfitrión de la fiesta y como no podía ser de otro modo, el chico gordo que al no ser atractivo, el único método que encuentra para estar con una chica es violándola. Digamos entonces que lo que no tiene de prejuicio de clase, lo tiene de gordofobia. La intención de fondo pudo ser otra, un discurso contra la obligación por responder a cierto mandato masculino, pero de nuevo, el personaje de Maxi -que junto al resto de los chicos esta extraviado sin encontrar el camino de regreso a Proyecto X (Nima Nourizadeh, 2012)- queda como la única bestia en este lío. El suspenso arrolla con todo y no hay tiempo para andar reponiendo nada por lo que resulta más fácil teñir las zonas grises de rojo sangre y ya. Por Felix De Cunto @felix_decunto
La visibilidad de los agravios, abusos y delitos sexuales hacia mujeres han tenido una trascendencia y relevancia durante los últimos años como nunca antes. Los hilos de una sociedad machista y desigual van siendo cada vez más visibles y eso también logra reflejarse en las producciones audiovisuales. La Fiesta Silenciosa es un cúmulo de un montón de situaciones de la sociedad. Hechos cotidianos que suceden en el silencio de la noche o a plena luz del día, una opresión asfixiante y continúa, que va llenando un vaso al punto tal que una vez que se rebalsa no hay vuelta atrás. Diego Fried logra consolidarse como un director a mirar de cerca en esta producción, tercera dentro de su filmografía (antes realizó Vino y Sangrita, que no solo cuenta con una calidad actoral bien marcada, sino logra narra esta historia con una tensión in crescendo, en el que una vez que los hechos comienzan a desencadenarse, el drama logra transformarse en suspenso para mutar en ocasiones a un thriller con tintes de terror, en donde el espectador va descubriendo con parte de los protagonistas qué fue lo que sucedió. La Fiesta Sangrieta es una producción de Aramos Cine y su elenco está conformado por Jazmín Stuart, Gerardo Romano, Esteban Bigliardi, Gastón Cocchiarale y Lautaro Bettoni. La película se estrena el 4 de junio a las 22hs. por cine.ar TV y se podrá ver gratis en cine.Ar Play del 5 al 12 de junio. La Fiesta Silenciosa comienza con la llegada deLaura y Daniel (Jazmín Stuart y Esteban Bigliardi, respectivamente) a la finca de León (Gerardo Romano), padre de ella, en la que celebrarán su casamiento al día siguiente. En la casona ya está casi todo listo para la fiesta y solo quedan ultimar detalles, todos controlados y manejados por León, que con la misma manera que sobreprotege a su hija intenta dominar con firmeza cada situación que lo rodea. Desde el inicio del relato, la incomodidad de la protagonista se manifiesta sin decirlo verbalmente, pero con miradas, gestos, el tono de sus respuestas. Hay una tensión latente en su cuerpo, una presión a las horas previas a su casamiento y un contexto. Acá entra gran parte del notable trabajo de Friedpara mostrar la tensión invisible entre este triángulo protagónico, que va desde la inseguridad constante de Daniel y la dominación constante del padre de Laura. En el medio, ella, que sufre esa opresión de circunstancias, que las evade tomando alcohol para abstraerse de lo que lo rodea. Con imperiosa necesidad de escaparse un rato de esta realidad, sale a caminar por los anchos campos de la casa hasta que, por inercia y también por la atracción de risas y sonidos, llega hasta el terreno vecino, en donde se esta llevando a cabo una fiesta electrónica silenciosa, en la que todos los invitados utilizan auriculares para escuchar al dj que pasa música. Rápidamente ella accede a colocarse uno de los periféricos y acepta una bebida, el punto de partida para un desenlace que comienza a formar un rompecabezas dentro de la trama. La protagonista no volverá de la misma forma hacia su casa, transformando no solo a los personajes sino al concepto mismo de la película. Nosotros, como espectadores, tendremos que ir descubriendo de a poco qué fue lo que sucedió en la fiesta, todo en un marco de escalada de violencia, tensión y misterio. Es interesante ver cómo La Fiesta Silenciosa cambia de registros a medida que el foco de la película se ve modificado por las acciones de los personajes. De la crisis prenupcial pasamos al escape de la protagonista para luego tomar un camino de venganza sin vuelta atrás. Pero con ella, también arrastrará a su futuro marido y a su padre. Estos registros también modifican el tono de la narrativa: la película pasará de un drama familiar al extasis de la violencia, al suspenso y por momento unos sutilezas de terror con una fotografía muy bien ejecutada. El terror no es algo puntual, pero hay un momento muy particular que sucede mucho en producciones de este genero, y es cuando el o la protagonista cruza por el punto de no retorno. Ese umbral solo tangible para el espectador y del que la historia se vale para transformar la trama a gusto del director. El sonido es, desde ya, un factor fundamental dentro de la ambientación. Los silencios son los verdaderos estruendos dentro de las escenas y hay un cuidado sonoro quirúrgico en las escenas, con un ambiente alimentado de forma exponencial por esos incómodos momentos sin música, sin ruidos, sin absolutamente nada. La Fiesta Silenciosa, durante sus 85 minutos de duración, logra alimentar esa tensión constante que verdaderamente atrapa, que solo tiene se desdibuja cerca de su recta final, pero que en ningún momento afloja. Es un híbrido de géneros en el que pudo haber salido todo de forma desastrosa pero termina sucediendo todo lo contrario. Si bien todo el elenco realiza un trabajo bastante interesante, quien resalta por sobre los demás es Jazmín Stuart, en un papel tan fuerte como empoderado, que buscar abstraerse de lo ético y moral para tomar venganza por mano propia, inyectando de dilemas y dicotomías a todo el resto de los personajes. Ella es la causa y la consecuencia de la historia y todo gira en torno a esa opresión y sufrimiento que padece, tanto emocional como físicamente. La Fiesta Silenciosa es una película que logra entretener desde el comienzo, alimentando una tensión e incomodidad de la que no escatimará violencia y sangre cuando la historia lo precise. Diego Fried deja mensajes aquí y allá, con personajes creíbles y situaciones que son un reflejo constante de una realidad que sucede en el mayor de los silencios.
El dicho popular afirma que la violencia engendra más violencia. La Fiesta Silenciosa es la tercera película de Diego Fried, un joven director de cine, que -en esta ocasión- se adentra profundamente en el tema de la violencia y el círculo vicioso que la potencia. Una joven, en la angustia del día previo a su fiesta de bodas, se ve atrapada por una fiesta silenciosa en la que se desencadena una sucesión de hechos fatídicos que involucran a su padre y a su novio, de los que no se advierte salida. Narrada con gran ritmo y refinado suspenso, La Fiesta Silenciosa tiene una bella y trabajada fotografía que nos ofrece un llamativo universo pictórico de color y textura. Entre las muy buenas actuaciones del film se destaca Jazmín Stuart, la protagonista, en un estado de disponibilidad física y emotiva óptimos que cautivan al espectador. Gerardo Romano, en una potente y notable caracterización de primera línea, interpreta un padre de familia de clase alta, poderoso, omnipresente y machista. En La Fiesta Silenciosa se percibe el ojo de un cineasta gourmet, que a través de los años ha desarrollado una mirada cada vez más propia y sutil. Es un placer degustar esta película, que enfrentándonos a un inquietante universo de violencia, nos interpela como individuos y como sociedad.
La Fiesta Silenciosa sin dudas es de las mayores sorpresas de la última edición del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata. La película de Diego Fried es un thriller que una vez que empieza nos va a dejar impactados hasta el último plano del film. La introducción a los personajes es corta y concisa, tenemos que saber lo necesario para adentrarnos en el contexto sobre lo que vamos a ver. El conflicto se presenta rápido y es ahí cuando La Fiesta Silenciosa se transforma en un frenesí que nos va a dejar los pelos de punta. Violenta, horrorosa y bastante sangrienta por momentos, La Fiesta Silenciosa no es parecido a ese cine B que muchos quizás estén acostumbrados de Hollywood, en donde se pueden encontrar tramas similares entre si salvo una resolución distinta. Por ende, esta película se diferencia de las demás por sus personajes, sobre todo el de Jazmín Stuart, que es el mejor del film. En este tipo de películas, la o el protagonista principal siempre tiene que tomar coraje y enfrentarse codo a codo con los problemas que se le van presentando en el camino. Pero con Stuart no es solo tomar coraje, sino demostrar que su personaje también puede entrar en el juego y ser mucho pero que los “antagonistas” del largometraje. Gerardo Romano y Esteban Bigliardi también se destacan bastante, sobre todo por estar en una gran mayoría de escenas juntos o acompañando a Jazmín. El resto del reparto tampoco decae, aunque hay algunas actuaciones que son mucho más creíbles que otras, ya que a fin de cuentas, estamos en un thriller de tensión constante. Entonces, esa ambientación que juega mucho con la trama, los personajes también potencian eso, otros más otros menos, realmente todos hacen un gran trabajo. Otra cosa que quiero felicitar es la utilización de la música en el film. Desde el inicio podemos suponer que gracias a lo que se oye de fondo, nos estamos metiendo poco a poco en algo mucho más que una fiesta previa a un casamiento y lograr unos “últimos preparativos”. En resumen, La Fiesta Silenciosa es un thriller que mantiene la tensión desde el principio hasta el final que además potencia a uno de los mejores clímax de los últimos años de este género en Argentina, y que gracias a su protagonista principal tenemos un magnifico uso de la violencia presente.
Una pareja llega la quinta de padre de ella un día previo al casamiento de ambos para ultimar detalles. Llegada la tarde/noche ella saldrá a caminar por la zona y caerá en una fiesta de jóvenes que la invitan a divertirse entre música y tragos. Lo que parecía un rato de liberación, termina afectando su presente. GRATA SORPRESA!!! Es tremenda, la pelí de entrada ya marca un excelente pulso narrativo del director #DiegoFried, que sabe cómo hacer fluir esta historia optimizando todos los recursos en cada escena con un dominio de cámara apabullador. Fried hace crecer el horror minuto a minuto. Las escenas nocturnas son perfectas, la música, la ediciòn y la fotografía impecables. Las actuaciones prff ¡Que gran acierto!!!!, #JazminStuart (#Fase7, #Recreo, #Toxico) es gloriosa y la implosión de su personaje es PERFECCIÓN. #GerardoRomano (#Respira, #Acusada, #Elmarginal) y #EstebanBigliardi (#Manualdesupervivencia, #MuereMonstruoMuere) son dos enormes de nuestro cine. Junto a este trío protagónico, #LautaroBettoni (#TemporadadeCaza) y #GastónCocchiarale (#Luciferina, #NiheroeniTraidor) aportando lo necesario para que funcione. Es realmente fabulosa y si bien culmina, también me dejó ciertos interrogantes. Me encantaría pensar que podría haber una continuación porque quiero seguir viendo más!!!… Podríamos decir que no hay peor sordo que el que no quiere oír.
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EL SONIDO DEL SILENCIO Es frecuente escuchar y leer afirmaciones sobre el cine argentino, en cuanto a que no construye bien el suspenso, que por qué no se logran películas de calidad como las norteamericanas, que los actores esto, lo otro, que el sonido, que los planos. Todos estos comentarios de gente que ve muy poco cine argentino y que sin duda se está perdiendo joyitas como la que vengo a recomendamos aquí. La fiesta silenciosa es una película que expone todo lo bueno que tiene nuestro gran cine argentino, un guion sólido, una construcción del ritmo narrativo y del suspense que te mantiene atrapado en todo momento y no te suelta ni hasta los créditos finales, actuaciones una mejor que la otra: Jazmín Suart, Gerardo Romano, Esteban Bigliardi, Lautaro Bettroni y, para el final, alguien que ya es hora tenga todos los protagónicos que se merece porque en cada película (obra de teatro o programa de TV) donde participa, la rompe: Gastón Cocchiarale, un joven actor en plena construcción de una gran trayectoria. La película trata sobre una pareja que celebrará su casamiento en la estancia del padre de la novia, un Gerardo Romano impecable, pero algo sucede la noche anterior que cambiará el destino de todos. Una fiesta, un encuentro que desencadena una situación de abuso y una venganza son los temas que expone la trama y que encuentran a Stuart en una de sus mejores interpretaciones. Ideas claras, sin diálogos explicativos innecesarios, sonido e imagen al servicio de la historia; en síntesis, una clara exposición de lo mejor del cine argentino. La fiesta silenciosa, dirigida por Diego Fried, puede verse en la plataforma Cine.Ar.
Una película potente que comienza con la crisis de una mujer de 40 años que se casa al día siguiente y tiene dudas, se la ve desconcertada. Con ese personaje central, que tiene un novio muy “maneable” y un padre muy manipulador, y el clima de una fiesta silenciosa – todos bailan con auriculares una misma música, pero cada uno en su mundo, se llega como en torbellino a un hecho atroz y a una espiral de venganza. La violencia cuando se desata puede tener proporciones terroríficas. Un padre sobreprotector engendró de alguna manera a una mujer que ejerce el ojo por ojo con respuesta agigantada. Pero también se habla de una mujer que se empodera. Y de los peligros de la justicia por mano propia. Con la dirección de Diego Fried (que particiapa del guión con Nicolás Gueilburt y Luz Orlando Brennan) y la codirección de Federico Finkielstain es un film de género, de terror y acción, pero no se queda en un entretenimiento y profundiza en sus personajes y temas. Jazmín Stuart brillante en este protagónico exigido, Esteban Gagliardi en el tono justo, Gerardo Romano intenso y talentoso y la sobresaliente actuación de Gaston Cocchiarale. Un film intenso, inteligente y también inquietante.
El día anterior a su fiesta de casamiento, una pareja se instala en la quinta donde el padre de ella (Gerardo Romano) está organizando los últimos preparativos antes de la boda. Un poco por los nervios del evento, aunque seguramente también un poco por otros conflictos más antiguos y profundos que arrastra la pareja, ambos están un poco irascibles. Buscando algo de calma, Laura (Jazmín Stuart) se aleja de la propiedad y cruza hace una finca vecina, donde la atraen los tenues ruidos que originan un grupo de jóvenes bailando al aire libre con auriculares. Con curiosidad pero algo de reticencia, se acerca al grupo y el anfitrión la invita a participar de La Fiesta Silenciosa que organizó con sus amigos. Poder bailar y beber con libertad lejos de su familia parece ser lo que Laura necesita para liberar sus tensiones, pero no espera que una noche de diversión tome un giro trágico. La simple aventura se convierte en un ataque sexual del que varios jóvenes asistentes a La Fiesta Silenciosa son cómplices. La Fiesta Silenciosa, la venganza es ajena El primer tramo de La Fiesta Silenciosa podría pasar por uno de tantos dramas de treintañeros tardíos lidiando con sus problemas de clase media, con parejas poco funcionales que anuncian a los gritos el fracaso que se avecina, y familias que no conocen de límites. Recién después de que Laura regresa de su escapada a La Fiesta Silenciosa toma algunos tintes de thriller, mientras va mostrando en fragmentos lo que realmente sucedió en la casa vecina, por más que alcanzara con el primer flashback para confirmar que sucedió lo que se anunciaba que iba a pasar en los minuto previos. Es de esperar que sea recién cuando Laura se decide a embarcarse en una misión de venganza contra quienes la atacaron, que comience la acción y el suspenso, pero realmente eso tampoco sucede. Lo siguiente es todo un segundo acto donde ella desaparece de la trama mientras le deja la venganza a su padre y su marido, quien ni siquiera le cree que fue atacada y no tiene muchas razones de hacer todo lo que va a hacer empujado por su suegro. Una trama sin vuelo y personajes tan chatos que resultan indistinguibles entre sí, no siempre son un ancla demasiado pesada para este tipo de historias, pero sí lo es que lo poco que tenga para contar avance sin generar tensión o sorpresa. Justamente el mayor problema del que adolece La Fiesta Silenciosa, junto con un ritmo que parece tener arena mojada hasta las rodillas. Si no va a importar lo que le pase a los personajes o por qué hacen lo que hacen, al menos que a cambio de perdonar esa chatura se espera una tensión agobiante o una acción arrolladora. Nada de eso forma parte de La Fiesta Silenciosa, donde el momento más inquietante fue el temor a que se me trabe la mandíbula durante un bostezo prolongado. Mucho ha debatido la crítica sobre el simbolismo del subgénero de rape and revenge (violación y venganza), especialmente tras algunas reinterpretaciones más recientes que se concentran en remarcar el arco de un personaje que se esfuerza por recuperar el poder de defenderse de sus agresores, y eventualmente hacerlos pagar por su crimen. La Fiesta Silenciosa está tan lejos de esa idea que, aunque se supone que es la protagonista, Laura es casi intrascendente en el desarrollo y resolución de la trama, porque quienes realmente parecen merecer la venganza no es ella, sino un marido que se cree engañado y un padre posesivo.