La niña santa Entre el misterio, la fábula y el relato místico deambula la nueva película de Maximiliano Schonfeld (Germania, 2012), donde se destaca la actuación de Ailín Salas y una impecable dirección de fotografía. En un pueblo indefinido, habitado por descendientes de alemanes que se dedican a la agricultura, el tiempo parece no haber transcurrido. En ese espacio -mayoritariamente masculino- se encuentran los hermanos Lell , cuyos cultivos son amenazados por una fuerte helada que no dejará nada en pie. Una misteriosa mujer aparece de la nada y la helada cesa. A partir de ese momento, la joven se transforma en una santa a la que todos veneran. Mientras que por otro lado crea tensión en un universo familiar donde pasa a ser el objeto de un deseo platónico. Schonfeld vuelve a Entre Ríos, locación de su ópera prima, y a trabajar con actores no profesionales exceptuando Ailín Salas, quien rompe no solo con el registro actoral sino también con la uniformidad étnica del resto del elenco, conformado por rasgos alemanes. La cámara toma ese espacio natural cerrado y actúa casi de manera voyeur, espiando lo que sucede en un mundo rutinario que ante la llegada de un extraño provoca tensión en una aparente armonía. La historia está planteada como un cuento, casi mágico, donde el gran trabajo de fotografía de Soledad Rodríguez es vital en la construcción de ese mundo entre onírico y real. Schonfeld elige narrarla de manera elíptica, con la misma elegancia y exquisitez de la que ya había dado muestras en Germania. Poniendo al espacio como protagonista y a la naturaleza como eje. El arco dramático está atravesado por la llegada de la extraña y como su simple presencia provoca cambios. La helada negra (2016) es uno de esos relatos sensoriales donde hay que dejarse transportar por el encanto, que provocan estados y que conectan al espectador con un mundo que no necesita de demasiadas explicaciones racionales. De la misma manera que no las necesitan los personajes de esta historia.
Apuntes sobre el paganismo. Uno de los grandes lugares comunes de los relatos centrados en los contextos campestres siempre fue el “doble filo” de esa supuesta simplicidad de los moradores del interior y de las fronteras más distantes: ya sea que pensemos en cualquier forma artística en general o en términos exclusivamente cinematográficos, una y otra vez nos hemos topado con historias que en un primer momento ensalzaban una vida primitiva y alejada del bullicio insoportable de las ciudades, para a posteriori enumerar las consecuencias menos felices del aislamiento, la tosquedad y una tradición compartida que suele ser vista como una ley petrificada e incuestionable. Así las cosas, cuando falla el análisis social -o directamente no existe- una pequeña novedad puede transformarse de inmediato en un ejemplo a seguir o por el contrario, en una síntesis de elementos considerados negativos vía el maniqueísmo. Desde el vamos La Helada Negra (2015) decide enrolarse en dicha vertiente y lo hace a través de una bienvenida sutileza, sin los fatalismos afectados del mainstream: el realizador Maximiliano Schonfeld, en su segundo opus luego de Germania (2012), sigue inspirándose en detalles autobiográficos para construir una narración aletargada -con un gran trabajo visual y en lo que atañe a la dirección de actores- deudora tanto de la fantasía de acento sobrenatural como del politeísmo y la idiosincrasia religiosa luterana (la aparente pulcritud de una colectividad cerrada esconde el espectro del ascetismo mal entendido y de una serie de actos de crueldad solapada). Hoy el catalizador es el descubrimiento de una joven misteriosa, Alejandra (Ailín Salas), por parte de una familia poseedora de una estancia en un paraje de Entre Ríos, en esencia dominado por una comunidad de inmigrantes alemanes. Como si se tratase de una relectura etérea de la llegada de un mesías semi bíblico, aunque más cercana al costumbrismo lacónico estándar que a la efervescencia ideológica de -por ejemplo- Teorema (1968), Alejandra habla poco pero hace mucho, especialmente en lo referido a mejorar y/ o salvar las economías hogareñas de los habitantes del lugar, apuntaladas en la ganadería y la agricultura. Pronto sus consejos sobre el mantenimiento y la explotación de los recursos locales se vuelven muy populares, elevándola a la condición de una suerte de “curandera” con ínfulas divinas. Ahora bien, el factor determinante para la formación de este culto improvisado alrededor de su persona pasa por el repliegue de la helada del título al momento de su arribo, una adversidad que es leída como un castigo celestial y por ende, el remedio/ la solución también son percibidos dentro de ese esquema. Más allá de la prolijidad del film en su conjunto, es innegable que las peculiaridades más estimulantes están condensadas en la fotografía de Soledad Rodríguez (apabullando con algunas tomas secuencia muy logradas) y la estructuración narrativa del también guionista Schonfeld (el enigma está administrado con perspicacia e incluye citas explícitas al extraordinario Robert Bresson); porque a decir verdad el trasfondo centrado en la mitología rural del interior de la Argentina ya ha sido trabajado en innumerables ocasiones y La Helada Negra no agrega ninguna novedad al respecto. El desempeño sereno de Salas, cuyo rostro constituye el leitmotiv de la película, mantiene siempre el interés y consigue transmitir el encanto necesario para compensar los baches intermitentes que caracterizan al desarrollo, lo que redondea una propuesta correcta acerca de los coletazos del paganismo…
Como en Germania, el primer film de Schonfeld, la provincia de Entre Ríos marca el hábitat rural de una sociedad alemana catalogada como “colonia”, que ha mantenido en gran parte costumbres, tradiciones y festejos oriundos de su tierra originaria. El hecho de que el director sea alemán definitivamente ayuda a que en La Helada Negra podamos descubrir los orígenes y características de los germanos. La vida cotidiana de los personajes principales, presentada desde el naturalismo, es uno de los pilares más fuertes sobre los que se erige el film. Hablamos de una película marcada por atmósferas y momentos asfixiantes, con planos secuencia que derivan en estadios que generan incertidumbre en el espectador sobre qué puede pasar luego, creando de esta manera tensión. Ailín Salas interpreta a Alejandra, una extraña que se aparece sorpresivamente en una granja y augura el elemento fantástico de la cura de plagas existentes en las cosechas. A medida que los vecinos van enterándose de esta cualidad de la joven, comienzan a visitar a la chica misteriosa, quien por momentos termina resolviendo los problemas relativos a la cosecha, el trabajo y eventualmente la economía de la región. La sociedad la necesita pero la critica a la vez, creando así una brecha en la personalidad desarraigada de Alejandra, un ser que deambula sin lugar fijo, sin meta, pero con un don. La Helada Negra no expone simbologías ni explicita a gritos lo que quiere demostrar, lo que constituye un punto muy a su favor: de a poco permite que el espectador sea quien descubra o interprete qué es lo que acontece acorde a su propia mirada. Según Schonfeld, en la trama está muy presente la lucha entre lo pagano y lo religioso, algo que se siente en toda la duración de este extraordinario film de atmósferas.
EL MILAGRO ES EL MISTERIO. Su sencillismo pastoral y su intérprete principal pueden confundir: La helada negra no es una arbitrariedad desapasionada con una actriz de moda, sino un film maduro, de ideas claras, con un director sensible detrás. La historia de Alejandra, una joven que es vista por los habitantes de una comunidad de descendientes europeos como hacedora de milagros –y al mismo tiempo, tal vez por el mismo motivo, como alguien en quien no confiar demasiado–, es narrada por Maximiliano Schonfeld (1982, Crespo, Entre Ríos) sin sobresaltos. La belleza de los encuadres y la ajustada disposición de cada travelling responden a una planificación que se intuye paciente, sin que el resultado final se alce como una creación de frialdad milimétrica: hay calidez en La helada negra, con un tibio enigma rondándola. Aunque podría ligarse a películas con personaje dudosamente angelical que sacude un estado de cosas –como Teorema (1968, Pasolini)– o con supersticiones del Litoral argentino encarnadas en una muchacha con fluctuantes actitudes de debilidad y fortaleza –como La hora de María y el pájaro de oro (1975, Kuhn)–, la distinguen una templanza provinciana, un tono delicado y ambiciones que no abruman. Las imágenes iniciales (una mancha deforme que parece ser la helada del título o un dibujo en el espacio, en cualquier caso una forma que induce al misterio) llevan a pensar en Tarkovski o en las inquietudes ecológicas de algunas películas de Peter Weir, así como cuando la cámara merodea a unas niñas rubias asoma el recuerdo de Luz silenciosa (2007, Reygadas). Y aunque el film nunca traspone una sensación de serena inquietud, se acerca a los espejismos de Favio al detener su mirada en los bordes (miradas y gestos son lo que importa, como cuando se habla de un parabrisas que permanece fuera de campo), al permitir que la tensión dramática sea atravesada por una ráfaga de humor, o al integrar espontáneamente a la trama bailes, música y costumbres que entretienen a gente del interior de las provincias. Rodada en la localidad entrerriana de Villa María con personas del lugar –salvo la protagonista–, La helada negra orilla la fantasía con pudor, con la ayuda de una música amenazante que altera el fondo sonoro hecho de mugidos de vacas y murmullos de pájaros. No menos sutiles resultan otras señales de alarma en ese apacible espacio cruzado de árboles y fardos dorados: una mano que aprieta una fruta, por ejemplo. El rigor plástico (gran trabajo de la directora de fotografía Soledad Rodríguez y los camarógrafos Gustavo Triviño y Nicolás Mayer) encuentra su cauce en la depurada dirección: resulta difícil encontrar una película argentina reciente que exhiba esta calidad, con una secuencia filmada de manera tan envolvente como la que revela ciertos datos sobre la protagonista culminando con un beso, para luego prolongarse en las imágenes de un baile en el pueblo. El film de Schonfeld deriva de una historia que él mismo vivió de cerca: el revuelo que generó en Crespo un niño que decía haber visto a Jesús; ese punto de partida revela la sinceridad del trabajo. No deja de ser reconfortante, por otra parte, que por sobre esos límpidos horizontes que traen ecos de John Ford se recorten necesidades y conflictos ciertos. Los personajes trabajan y se preocupan por el estado de sus cosechas, y el milagro mismo (la desaparición de la helada perjudicial, supuestamente por obra de la joven forastera) puede ser visto como solución a un infortunio de la Naturaleza pero también una manera de remediar la indiferencia o inacción de quienes deberían ocuparse del bienestar de esta gente. La fe en alguien superior o distinto, que viene de afuera (no surge del seno de la comunidad) para resolver problemas, enfrentando algunas sospechas y resistencias, posibilita diversas interpretaciones. ¿Alejandra los ayuda o los engaña? ¿En los pueblerinos hay excesiva confianza o simplemente aprovechamiento de un prodigio del destino? ¿Lo de ellos es serenidad, ingenuidad o un modo de vivir sin hacerse demasiadas preguntas? La tonada de Lucas, el pibe cuyos sentimientos se ven sacudidos por la presencia de la joven sanadora (Lucas Schell, a quien Schonfeld había dirigido ya en Germania), y su presencia no intoxicada de vicios televisivos, son demostración de la verdad que el director logra extraer de este grupo de no actores convocados para jugar personajes no muy distintos a sí mismos. Junto a ellos, Ailín Salas compensa largamente cierta falta de matices al hablar con esa mezcla de fragilidad y madurez que suele imprimir a sus seres de ficción. Con sus sonrisas pícaras, el brillo de sus miradas asustadas y su discreta carnalidad, hace de esa “chica vestida de vieja” una criatura recordable, seductoramente sinuosa. Por Fernando G. Varea
Podría considerarse a La helada negra, segundo opus del entrerriano Maximiliano Schonfeld, como parte de un cine que mira al interior del país despojándolo de los estereotipos propios del "campo" y considerándolo terreno fértil para los riesgos formales, las búsquedas narrativas y los climas enrrarecidos. En esta corriente están incluídos algunos estrenos locales recientes como Camino de campaña (Nicolás Grosso), Crespo (Eduardo Crespo, también entrerriano) y El eslabón podrido (Javier Diment), que pueden provocar extrañeza ante la mirada foránea.
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Una extraña dama. La helada negra (2015) es el segundo opus de Maximiliano Schonfeld y si bien parte de la historia transcurre en un escenario similar al explorado en Germania (2012), la película propone otras aristas interesantes que trascienden el paisaje exterior e interior para adentrarse en un relato que coquetea con el realismo mágico, indaga sobre los límites de la superstición y genera en el espectador una relación muy particular con el misterio, la majestuosa fotografía y la magnética Ailín Salas.
Autenticidad natural El hombre siempre recurre a explicaciones por fuera de la razón para dar una respuesta a los hechos naturales. Es inevitable. Por más que la ciencia siga avanzando, es algo que nunca dejará de estar presente. La helada negra retoma esa expectativa, ese deseo de solucionar los problemas imposibles de resolver con la simple acción del ser humano. En este caso, se trata de una helada que complica las cosechas de un pueblo de Entre Ríos, Villa María, una colonia alemana. Así aparece una chica, Alejandra (Ailín Salas), que con su presencia ayuda a que la naturaleza no abrume la producción de los habitantes de la zona. Tras un buen paso por el festival de cine de Berlin y el BAFICI, el film se estrena en las carteleras porteñas, y era esperado por varios motivos. En principio, la producción de la película tuvo sus particularidades. El director arrendó unas parcelas de tierra para seguir y controlar la cosecha, 6 meses antes de empezar el rodaje. Esto fue importante para lograr el punto necesario para lograr el efecto deseado, tanto en la fotografía como en la credibilidad del film. Ahí están dos de los puntos más fuertes del film, la belleza visual es muy alta en todas las tomas y no solamente eso, sino que aporta un aura de misticismo constante. La mano de la directora de fotografía Soledad Rodríguez y los camarógrafos muestran una sensibilidad especial que se destaca en todo momento. El efecto de credibilidad se potencia con la utilización de actores no profesionales que exhibe gran verosimilitud a ese contexto. De la misma forma, Ailín Salas se acopla muy bien a ese universo. También aporta su enigma a los diálogos, que por momentos se tornan difusos, pero que rodean ese clima particular. Quizás ahí es donde La Helada Negra no termina de llenar; tanta poesía visual y una historia que se muestra interesante, le sacan protagonismo a la palabra que parece tan cruda como simple. Una forma de darle fortaleza a un intercambio simple y corporal, pero pierde en el típico compromiso de sensibilidad de parte del espectador. Pero no hace falta una gran frase para completar una buena película. La vida común de todos los días no se llena de poesía. La helada negra toma un hecho milagroso para hablar sobre la simpleza de todos los días. Pero también para darle entidad a los hechos misteriosos que corren como rumores, como el chismorroteo de pueblo que corre entre los habitantes. O en esa envidia que se ve claramente en las chicas que desconfían de Alejandra y luego corren a pedirle ayuda. O en ese histeriqueo entre Lucas (Lucas Schell) y Alejandra. La muestra de pueblo chico, infierno grande no está ni cerca de La Helada Negra, pero sí se ven fragmentos de esa lógica, de ese funcionamiento de la vida. El film de Schonfeld logra ser auténtico por méritos propios y técnicos, juega con la magia de la vida silvestre y con lo cotidiano de lo místico.
Una composición del espacio muy tarkovskyana, sumada a una increíble fotografía de tonos fríos, dejan entrever un poder asombroso para un relato simple y sin pretensiones pero con gran bagaje metafórico.
CLIMA DE MISTERIO Y MIRADA INTELIGENTE Dirigida y por Maximiliano Schonfeld, el de “Germania”, es una muy interesante indagación sobre las creencias populares, el comienzo de la transformación de una muchacha-cuya llegada a un pueblo pequeño coincide con el fin de la temida helada- en un ser que es vehículo de la divinidad. La inteligencia del guión es mostrar lo que ocurre pero también cerrar perfectamente la trama del destino de esa chica, y como a pesar de eso, la condición de milagrera no pierde fuerza. Para esa “elegida” fue perfecta la elección de Ailin Sala, -una verdadera estrella en el cine independiente- que le aporto con talento toda la sugestión necesaria a su personaje y se entrelazo sin problemas con actores no profesionales. Mención aparte merecen los rubros técnicos que contribuyen a crear un clima de ensoñación que borra realismo y suma misterio.
En La helada negra, un niño santo en Entre Ríos Tras su notable ópera prima, Germania, Maximiliano Schonfeld filmó en el ámbito de Valle María, una comunidad de descendientes de alemanes del Volga en Entre Ríos. Oriundo él también de esa provincia (es de Crespo), el director se inspiró en una vivencia personal (la aparición de un "niño santo" en su pueblo natal) para esta nueva película. La helada negra transcurre en una granja comandada por los hermanos Lell, y el título refiere a un extraño fenómeno climático que afecta a la cosecha y a los animales. Pero la aparición de una joven (la siempre enigmática y magnética Ailín Salas) comienza a mejorar las cosas. ¿Ella es capaz de hacer milagros? Los dueños de la estancia y los vecinos así lo creen. La película no sólo tiene que ver con las creencias populares, las supersticiones y el misticismo, sino también con cuestiones como la dinámica rural, las carreras de perros con apuestas o el despertar (y la tensión) sexual. Además, el trabajo visual (con el aporte sofisticado de la talentosa fotógrafa Soledad Rodríguez) le imprime al relato un sesgo por momentos cercano a la fábula fantástica con una idea atemporal (hay autos y celulares, pero la historia podría transcurrir también en cualquier otra época). Para quienes esperan una narración con fuertes revelaciones y golpes de efecto habrá que advertirles que Schonfeld es un creador de climas, de atmósferas, de estados de ánimo. La película, elíptica y misteriosa, fluye sin prisa y sin caer en las convenciones del cine de género. Esta vez, la interacción entre una actriz profesional (Salas) y varios no-actores no es del todo virtuosa, pero tampoco desmerece los múltiples atributos estéticos y narrativos de La helada negra.
ale of mystery set in rural Argentina is an atmospheric slow burner with stunning visuals POINTS: 7 “In Germania, my first film, I delved into the relationship between man and nature. I explored how the mood of people who had to look for a different life affected the animals on the farm. I find an unavoidable connection between the two,” says Argentine filmmaker Maximiliano Schonfeld about his subtly absorbing debut feature which premiered at BAFICI in 2012. “My second film, La helada negra (“The Black Frost”) was also first conceived as a film about nature. Moreover, it became a film about faith and the small miseries that revolve around any object of worship that may appear in the town I was born and raised.” Set in a small town in the province of Entre Ríos with a strong community of German ethnics, Germania focused on a family about to move to Brazil when some kind of unknown plague attacks their farm and animals. Why that was happening was a mystery to everybody. At the same time, there was a deep sense that there’s something ominous lurking beneath it all. Released today, La helada negra is not about people leaving town but about someone arriving in town. Also set in the small town where Germania took place, Schonfeld’s sophomore feature deals with yet another plague that’s threatening a farm — while some other weird stuff also occurs — while it focuses on Alejandra (Ailín Salas), a mysterious young woman who is found sleeping in a field by Lucas (Lucas Schell), a young man whose family’s crops have been killed by a dry freeze, meaning the black frost. Lucas takes Alejandra to his family’s farm. Soon enough, she starts doing some house chores such as cooking and also helps out with farming tasks. Out of the blue, Alejandra starts showing some magical powers that seem to solve quite of few problems the villagers are facing — the destructive effects of the frost among them. So it’s no surprise the dazed farmers start to worship her as a saint. To them, she maybe the saviour they were in urgent need of. But as time goes by they’ll also harbour some doubts about her identity. Maybe she is not the luminous presence she appears to be. Unlike Germania, La helada negra is elliptically narrated and it doesn’t tell what you could conventionally call a story. It’s more of an atmospheric feature where what matters is a mystic sense of reality, a scenario where what’s left unsaid triggers many possible interpretations. Scenes take place one after the next without necessarily being dramatically interconnected with a causal logic. So you should be in a contemplative and introspective state of mind to apprehend the universe this at times mesmerizing film turns out to be. Like Germania, La helada negra cinematography’s is stunning. Warm and not so warm yellowish, brownish, and greenish tones and soft lights render remarkable detail in the shadows, with appealing textures of all sorts. It’s an odd thing for this is a film that’s diaphanous and tangible at once. It’s evocative of a mutating state of things, but also of a motionless state of things, suspended in time. Non-professional actors — or rather “models”, in the Bressonian sense of the word, and as the filmmaker likes to call them — sometimes play themselves whereas other times they play other people who could be like themselves, but are not precisely them. In this regard, the presence of a well-known, professional actress such as Ailín Salas may create a sense of estrangement in viewers as she distances herself from the other actors. This feeling of estrangement can be seen as an equivalent to how the villagers perceive her. Because above it all, she’s a stranger and will never be one of them — no matter how involved in the community she gets. La helada negra is deliberately slow-paced, sometimes excruciatingly so, and while it makes sense and does work for a good deal of the screening time, it should be said that at times it drags. This is when you feel not only the town is suspended in time, but also the narrative. In any case, it’s pretty much up to viewers to decide whether it does the trick for them or not. You could also say that some sequences of the film work better in the level of ideas than in anything else, and this is not necessarily a bad thing. But it can pull you out of the film for it can create a distance between the scene and the emotions it arouses. All in all, La helada negra does certainly have far more assets than missteps, and considering what a personal and challenging film it is, then it’s more than an accomplishment. production notes La helada negra (Argentina, 2016) Written and directed by Maximiliano Schonfeld. With Ailín Salas, Lucas Schell. Cinematography: Soledad Rodríguez. Editing: Anita Remón. Running time: 82 minutes. @pablsuarez
Modestos milagros, claridad y sombras. La aparición de una chica de rasgos americanos, que parece venida de otro mundo, sacude la estructura cerrada de una comunidad rural de ascendencia alemana. Y mientras ella se convierte en una especie de santita, también aparecen celos, recelos y culpas. Como si el comienzo del día conjurara hasta la más primitiva de las referencias acerca de los mitos de origen, La helada negra, del director argentino Maximiliano Schonfeld, empieza con un amanecer. Sentada sobre la tierra, una chica contempla el paisaje desolador de un campo cuya cosecha parece arruinada. La primera luz de la mañana la alumbra débilmente, haciendo que los colores todavía difusos le den a la escena un aire de vigilia, mientras que un diseño de sonido artificial y ominoso le confiere una extrañeza no exenta de lisergia. La escena adquiere continuidad. Un joven que ha madrugado para salir a correr por el campo junto a su perro encuentra a la chica inconsciente, tirada a la vera de un arroyito. El cambio en la intensidad de la luz marca el tempo de la secuencia: ahora el sol ha subido un poco y su presencia se hace tangible en los reflejos y brillos verdosos del rocío sobre el pasto, y en las ondas blancas y las chispas anaranjadas que le arranca al agua en movimiento. La secuencia termina con el chico cargándola en sus brazos, ella todavía sin recuperar el conocimiento, hasta la granja en donde él vive. Como había ocurrido con Germania, el film que marcó el debut de Schonfeld en la dirección, La helada negra también está ambientada en el ámbito de las comunidades rurales de ascendencia alemana de la provincia de Entre Ríos. A diferencia de aquella, cuyos diálogos transcurrían completamente en alemán (en la versión de esa lengua que se habla en aquellas comunidades que emigraron desde la región del Volga), esta vez los personajes se vinculan en un castellano de inflexión rural. Esta diferencia entre ambas películas excede lo meramente idiomático, porque si en la primera un anillo de sordidez comenzaba a rodear el relato, creciendo desde el interior de un cuerpo endogámico, en La helada negra es un elemento externo el que viene sacudir la estructura cerrada de la comunidad. Porque la aparición de Alejandra, aquella chica a la que Lucas lleva en brazos hasta su casa, representa una conmoción para todos los que ahí viven y trabajan. Incluso visualmente, la aparición de la chica, interpretada por Ailín Salas, representa una anomalía. Sus rasgos americanos, el color de su piel, el revoltijo de sus indomables rulos oscuros, su personalidad vivaz y hasta el color urbano de su voz son una rareza dentro de una comunidad de hombres de piel casi translúcida, de ojos cristalinos, y cabellos tan mansos y claros como su carácter. Alejandra es una aparición que parece venida de otro mundo, como salida de un sueño y así puede leerse la atmósfera onírica de la primera secuencia. Por eso no es casual que Schonfeld eligiera construir aquella obertura haciendo que la luz vaya adquiriendo protagonismo, permitiendo que sus cambios funcionen como el tic-tac de un metrónomo que le impone a la narración un ritmo que tiene mucho de musical. Un ritmo (y un tono) que no es el de una ópera majestuosa ni el de una sinfonía barroca y desmesurada, sino la calma inquietante de una pieza de cámara íntima, cargada de variaciones y arreglos sutiles. Sin embargo, no hay amanecer que no tenga su correlato en el crepúsculo y la presencia de Alejandra, como la propia luz, aporta claridad pero también sombras. Así, mientras una serie de modestos milagros la van convirtiendo en una especie de santita rural, también empiezan a aparecer celos, recelos y culpas que Schonfeld consigue poner de manifiesto con elegancia, apenas con el registro de algunas miradas de oscuridad elocuente y siempre atento a los detalles mínimos del lenguaje corporal. Pero no sólo entre los hombres tienen lugar estas veladas miserias, sino también en las mujeres, que lentamente comienzan a ganar espacios dentro de la historia, aunque lo masculino y lo femenino aparezcan como universos escindidos que la figura de Alejandra de algún modo comienza a enlazar. Así como Schonfeld realiza un estupendo trabajo de observación que, entre otros detalles, puede comprobarse en la exquisita composición de la gran cantidad de primeros planos que ejecuta para retratar a sus personajes, La helada negra también está construida a partir de las miradas de muchos de sus personajes. Miradas furtivas, solapadas, encubiertas, a partir de las cuales consigue generar la ilusión de un registro voyeurista, que no pocas veces traslada al espectador la sensación de estar siendo testigo de una historia clandestina. O, por qué no, de un sueño ajeno.
La existencia en los pueblos desconoce la aceleración hipermoderna y el estímulo permanente de la vida cosmopolita; la presunta bonhomía de los habitantes de Valle María es indesmentible, como también la manifiesta austeridad simbólica que gobierna sus días. La llegada de una joven hermosa cambiará un poco la repetición rural y conjurará los efectos de la helada negra. ¿Una santa? En ese contexto supersticioso asoma el ethos de un pueblo de inmigrantes oriundos de una Europa decimonónica y rudimentaria: las carreras caninas, los bailes tradicionales, el trabajo de campo y una difusa religión cristiana llenan el vacío cotidiano, que Schonfeld, nacido en esa región que conoce de primera mano, registra y a su vez enrarece a través de varios fundidos misteriosos y algunos planos coreográficos notables.
Poco y nada que contar en medio del campo entrerriano El naturalismo domina casi toda esta película, aunque en realidad tiene cierto subtexto místico o supersticioso, que aparece menos de lo que el espectador querría. El director entrerriano Maximiliano Schonfeld ubicó su historia en una localidad de sus pagos e hizo a actuar a gente del lugar, decisión que tiene puntos a favor y otros en contra. La trama transcurre en una finca donde la gente vive como detenida en el tiempo, y sólo para dar una idea hay que mencionar que el elemento más tecnológico que aparece en toda la película es una de esas máquinas de videogames a fichines de los 80 que ahora, en el siglo XXI, y fuera de la pulpería donde pasan el tiempo los protagonistas, sería "vintage". El pueblo y el campo donde trabaja el protagonista está habitado por una comunidad de "gringos", que en medio de temores de la helada del título y su nocividad para los cultivos, reciben a una chica un poco enigmática y mandona, a la que ven como una especie de salvadora contra los designios de la naturaleza. Lamentablemente, el director no sabe bien cámo plantear y darle interés a su conflicto, aunque a veces sí saca lo mejor de su elenco de actores amateurs, que pronuncian diálogos bastante elementales pero divertidos, al menos en el contexto. Es que la película deambula entre carreras de perros (una buena escena que podría haber estado mejor aprovechadfa por la trama), los trabajos del campo, chanchitos, gallinas, bailes alemanes y nada especialmente intenso. La fotografía tiene momentos atractivos y enfoca de manera interesante las locaciones genuinas del campo entrerriano.
Las primeras imágenes ya establecen el tono. Nos adentramos como a través de un vidrio oscuro. Vemos al personaje de Alejandra (Ailin Salas) sentada en el medio del campo. Mira a cámara, nos damos cuenta que no es un personaje normal, no es como el resto, es un otro. Luego la vemos dormida o desmayada en el mismo lugar. Lucas (Lucas Schell) la encuentra y se la lleva a la granja en que vive con su familia. Ella no da mayores explicaciones de donde viene, ellos la incorporan sin mayores cuestionamientos a formar parte de su casa y su cotidianeidad. El campo está sufriendo una helada que echa a perder la cosecha pero esto cambia con la llegada de Alejandra. Pronto se esparce en el pueblo cercano el rumor de que la joven es una santa y tiene poderes de sanación. Maximiliano Schonfeld vuelve a los escenarios de su primer película, Germania (2012), los del campo entrerriano, y a sus personajes, la comunidad de descendientes de alemanes del Volga. Escenarios que Schonfeld conoce bien, ya que es oriundo de Crespo, pueblo de la zona, de donde salieron (otro fenómeno milagroso) otros realizadores de su generación como Iván Fund y también Eduardo Crespo, quien estrenó recientemente un interesante documental llamado precisamente Crespo. Lo que Schonfeld hace aquí es introducir un elemento disruptivo con el personaje de Alejandra y contar una suerte de fábula en un tono a la vez naturalista y a la vez de cuento de hadas. La película se mueve con fluidez en ese espacio de ambigüedad y de cruza. Por un lado se nos muestra la vida de la familia de Lucas con un registro realista, casi documental. Y, a la vez, se nos muestra la presencia sobrenatural de Alejandra con recursos del cine fantástico. Recursos del género que el realizador toma pero sin llegar a introducirse plenamente en él. Por otro lado la ambigüedad se aplica también al personaje de Alejandra y a sus intenciones. Si bien la comunidad la acepta y no duda de su carácter benigno, las cosas no son tan claras para el espectador quien tiene elementos para cuestionarse su carácter de bruja buena o hada oscura. Sobre todo cuando puede ver en determinado momento que no dijo todo de sí misma, de adonde pertenece, de cómo llegó allí, ni que vino a buscar. Alejandra es una completa extraña incluso en cuanto al género (es la única mujer en una casa de hombres) y a nivel étnico, un toque de mestizaje en esa comunidad cerrada de descendientes de europeos blancos, cuya ajenidad revoluciona el pueblo y desencadena toda una serie de reacciones. Schonfel refuerza esa ajenidad colocando a Salas como la única actriz profesional en medio de su elenco de no-actores. La helada negra es una película de atmosferas. Para ello es fundamental la fotografía de Soledad Rodríguez, que realza y sostiene el clima de irrealidad. Se trata de una película que juega sutilmente con la espiritualidad, con la fe y el misterio. 4ojookLA HELADA NEGRA Argentina. 2016. Dirección: Maximiliano Schonfeld. Intérpretes: Ailín Salas, Lucas Schell, Benigno Lell, Dario Wendler y Mario Wendler. Guión: Maximiliano Schonfeld. Fotografía: Soledad Rodríguez. Edición: Anita Remón. Duración: 82 minutos.
El segundo largo de Maximiliano Schonfeld es un extraño ejercicio cinematográfico. Entre el docudrama y el misterioso relato rural, inscribe a Ailín Salas, musa del cine independiente argentino, en la comunidad alemana de Villa María, en Entre Ríos, entre actores no profesionales. La presencia de la mujer parece natural y a la vez mágica, mientras una helada amenaza los sembrados. La sensación de rareza se subraya con fundidos y texturas visuales que se suman a una cuidada y bella fotografía y a la captura de los sonidos del campo. La helada negra consigue más en el rubro estético que en el narrativo. Hay una aspereza, una sequedad que nos deja afuera, en el rol contemplativo de una serie de escenas cuyo núcleo entrañable, o atrapante, el director no logra del todo transmitirnos.
El sonido ominoso y las indescifrables imágenes gráficas que abren LA HELADA NEGRA invitan al misterio, a la extrañeza. La figura se va lentamente disolviendo y lo que aparece por detrás de ella es una joven sentada en el medio del campo, perdida, como ausente. El comienzo invita a imaginar algo sobrenatural, con Ailín Salas como la versión telúrica de algún tipo de alienígena, la Scarlett Johansson de la adaptación local de UNDER THE SKIN, de Jonathan Glazer. Y durante gran parte del relato, la cámara inquieta de Maximiliano Schönfeld, el sonido perturbador y la manera intrigada y curiosa con la que la miran los habitantes de la comunidad alemana a la que termina yendo, recogida de allí por un joven de ese lugar, nos hace pensar que hay algo verdaderamente extraño en ella. Si lo hay, o no, eso es algo que habrá que descubrir viendo la segunda película del director de GERMANIA, que meses atrás tuvo su estreno internacional en el Festival de Berlín para luego pasar por el BAFICI local. LA HELADA NEGRA es una película curiosa, fuera de lo común. Tras ese inicio casi de cine fantástico se establece como una suerte de docudrama rural en el que vamos viendo cómo Alejandra se va inmiscuyendo en las vidas de esta comunidad cerrada y que atraviesa tanto problemas económicos y familiares como evidentes tensiones entre muchos de sus rubísimos miembros. Difícil es deducir exactamente las relaciones de sus habitantes (todos parecen primos, hermanos, tíos, parientes, miembros de una gran y autonómica familia), pero es claro que la llegada de la chica los perturba. Especialmente a Lucas, que fue quien la encontró y con la que se obsesiona/enamora. Para algunos otros, la presencia de este literal cuerpo extraño es motivo de incomodidad: ¿quién es? ¿qué está haciendo allí? ¿qué pretende de nosotros? La intriga que sostiene la por momentos confusa trama del filme está relacionada con el hecho de que Alejandra podría tener misteriosos poderes curativos, sobrenaturales, que pronto empiezan a congraciarla con algunos miembros de la comunidad que al principio la rechazaba. Schönfeld juega inteligentemente con la intriga que eso produce: ¿hay algo en ella que puede hacer que la cosecha mejore, que los niños se curen, que los animales corran más rápido? ¿Es su mirada, su cabello, el sólo hecho de que es “distinta”? ¿O es todo una farsa creada por la chica para sobrevivir allí, sostenida por la desesperación o la necesidad de creer en algo de los pobladores? ¿O hay algo más? Filmada en la misma comunidad de alemanes del Volga de Entre Ríos en la que rodó GERMANIA, la película se vuelve a veces impenetrable y en casi todos los momentos Schönfeld parece priorizar las elecciones estéticas (planos secuencias sinuosos y fantasmales por medio de cosechas, bosques o campamentos, bellamente fotografiados por Soledad Rodríguez) por sobre las dramatúrgicas, generando que la continuidad entre una escena y otra muchas veces se vuelva un tanto arbitraria, como si faltaran trozos narrativos en el medio. Esa dificultad para entender las motivaciones o relaciones entre los personajes (además de cierta parquedad actoral de parte de la mayoría del elenco no profesional) puede generar algún tipo de distancia respecto a lo que LA HELADA NEGRA narra pero lo que jamás se pierde en el filme es la extrañeza, la inquietud que el personaje de Salas genera tanto en el pueblo como en los espectadores, lo mismo que las posibles repercusiones (personales y sociales también) que derivan de su presencia allí. Misteriosa y elíptica, la película procede con la cadencia de un cuento nocturno contado a la luz del fogón, uno de esos mitos folclóricos que se parecen a los sueños pero tienen mucho también de pesadilla.
Atractiva y desconcertante La segunda película de Maximiliano Schönfeld es un paso adelante en su filmografía: introduce elementos fantásticos y a una actriz profesional. Hay algo que está matando a las vacas. ¿Quién es ella? -Ella puede solucionar sus problemas. -¿Cómo? Ya intentamos de todo. -Yo sólo se los digo. Ella puede. Este diálogo es quizás el más representativo de lo enigmático de La helada negra, la segunda película de Maximiliano Schönfeld. Preguntas sin respuesta: ¿quién es ella? ¿cómo puede solucionar mis problemas? Y “algo” que está matando a las vacas. Ailín Salas es esa “ella” y también contesta con evasivas o mentiras. “-¿Tenés novio? -Enviudé”, y se echa a reir. Alejandra (ese es su nombre) aparece -el verbo es exacto- tirada en un pastizal, a la vera de un arroyo, como dormida. La recoge Lucas (Lucas Schell) y la lleva en sus brazos a su casa. Ella se integra enseguida a esa comunidad de alemanes del Volga de la provincia de Entre Ríos, la misma que Schönfeld retrató en Germania, su película anterior. La frase de León Tolstoi que se volvió lugar común, esa que dice “pinta tu aldea y pintarás el mundo”, aquí parece estar en negativo. Schönfeld no pinta el mundo a través de su aldea, sino que se detiene en la singularidad de ese lugar con gauchos rubios, pollos correteando y carreras de galgos para pintarnos un planeta diferente, casi marciano. Pero esa singularidad no tiene que ver sólo con la singularidad del lugar sino con el modo que elige Schönfeld de mostrarlo y la historia que construye para transitarlo. El misterio que rodea a Alejandra se intensifica porque parece tener poderes sobrenaturales que ayudan a que la cosecha mejore o que los galgos corran más rápido. La helada negra tiene aires de fábula mística, de cuento de hadas fantástico contado con el ritmo del cine contemplativo. Cine casi fantástico, casi narrativo y casi experimental. Schönfeld dijo que puede verse como el Lado B de Germania, aunque por su densidad dramática merece el lugar de Lado A de ese luminoso simple en vinilo. El centro absoluto es la presencia de Ailín Salas, que logra un tono exacto de languidez que no desentona con el resto de los actores de la película, que no son profesionales. La helada negra es un paso adelante de Schönfeld respecto de Germania, introduce el elemento casi-fantástico y a una actriz profesional en ese ambiente nunca antes explorado de la comunidad de descendiente de alemanes de la zona del Volga. El resultado es tan atractivo como desconcertante.
A Maximiliano Schonfeld lo conocíamos por su fábula rural Germania, una muy buena película. La helada negra vuelve a un terreno similar para contar una historia sobre el misterio, ni más ni menos. Una joven llega a un pueblo que vive de la tierra y al que una helada condena: la joven cura esa helada. Con imágenes bellas, hipnóticas a veces, nada pictóricas y siempre cine, Schonfeld retrata las raíces de la fe, del miedo y de la superstición. Hay pocos films así.
El cine de Maximiliano Schonfeld es un cine de límites y de indefiniciones, algo que le posibilita que la construcción del relato y los personajes que la componen sean interesantes en cuanto aquello que no se muestra o dice en el campo de la acción. Si en “Germania” (2012) una ida era el punto de comienzo de la narración, en “La helada negra” (2016), una llegada es la disparadora de conflictos en un pequeño pueblo del interior profundo del país en el que nada nunca pasa. Una joven (Ailin Salas) llega con toda su impronta citadina, pero también con sus irregularidades, dudas, deseos y fantasías cargadas en una imaginaria y pesada mochila. Los hombres la miran y las mujeres también, principalmente las más pequeñas, que se dedican a criticar la vestimenta como si se tratara de un caso de vida o muerte: “esa pollera es de verano, no puede usarse con esa campera de invierno”, dicen, al pasar, o dirigiendo todo el odio que pueden hacia ella. Pero además de las jóvenes, un muchacho se quedará impregnado por los consejos que recibe por parte de esta mujer que llega y que le hace salvar una cosecha con algunos trucos que él desconocía. Luego del suceso los jóvenes se sentirán conectados con la mujer, quien avanza en el pueblo a paso firme, evitando los conflictos y considerando que su sola presencia modifica hasta el aire que cada ser vivo comparte en el pequeño pueblo. Schonfeld documenta la rutina de cada uno de los integrantes del lugar, y la acompaña con una tensión in crescendo que responde a algunas decisiones narrativas interesantes, como la inclusión de imágenes que se funden con rostros o lugares. El misterio se va urdiendo, y si los procedimientos de resumen de la historia prefieren la elipsis, la metáfora y hasta el oxímoron, como manera de enrarecer las atmósferas, es porque sabe que a “La helada negra” le interesa más el cómo que el qué del acontecer de los personajes. Las rutinas se desnudan y se chocan ante el hecho irreal y fortuito de un milagro que en apariencia la recién llegada pudo hacer, pero también en la cercanía con el imaginario religioso, como en esa carreta, móvil icónico de la fe, hay una decisión por defender lo pagano que alrededor de la joven comienza a suceder. El cine nacional anda gustando de estos pequeños relatos con personajes intrascendentes que se potencian en descripciones, como recientemente lo ha hecho “El eslabón podrido”, y en los que además se suma una impronta de género que fortalece la propuesta. Aliin Salas logra una de sus interpretaciones más sentidas, como aquella joven que puede manejarse entre extraños y dejarlos con un sabor amargo sobre su aparición y relacionamiento, pero quizás en lo despojado de relato se pierde esto por intentar crear un universo tan pero tan hermético que quizás excluya a aquellos que llegan al mundo de Schonfeld sin saber, con anterioridad, a aquello se expondrá.
LA MUJER SANTA: BENDICION CON INTERESES Misteriosa, mística e implícita es La helada negra, la nueva propuesta original del director entrerriano Maximiliano Schonfeld (Germania), que en esta oportunidad narra una especie de fábula en un pueblito rural y avícola en la provincia de la que es oriundo, donde una joven entre curandera y media bruja irrumpe para frenar sequías y heladas. Con Ailín Salas como protagonista y un grupo de no actores que deslumbran en naturalidad, Schonfeld despliega una historia interesante con climas que rozan lo onírico y un latente suspenso liviano pero atrapante. Con ritmo pausado pero excelentemente llevado, vemos cómo una muchacha al estilo hippie vegano es rescatada por otro joven pueblerino cerca de un pequeño canal junto al río. Salas es un acierto físico y actoral, sus rasgos ya desprenden esa belleza autóctona particular con un halo de misterio que se vuelve la impronta central del film. Su personaje por un lado rompe la cotidianeidad tranquila de Valle María -locación elegida- precisamente en la granja de los hermanos Hell, que se disputan el cariño de esta “única” mujer ya sea por deseo sexual; por veneración a sus “poderes”; o por considerarla como una hija indefensa. Habrá que preguntarse hasta qué punto esta “jovencita santa” utiliza la necesidad de los demás a su favor aprovechando cada ofrenda material y hasta dinero otorgado. Sin embargo, nadie cuestionará su accionar. Es digna de fe y Salas cumple su rol a rajatabla. Por otro lado, La helada negra nunca revela los orígenes de esta misteriosa y tosca extranjera que altera la vida de una población mayoritariamente masculina con faenas propias del hombre de campo. A estos pueblerinos sólo les preocupa el accionar de los daños climáticos exteriores a sus cosechas y animales, así deban pagar o alimentar a la nueva “inminencia”. Es un ida y vuelta, un negociado implícito que por momentos amenaza con quebrarse. Este clima de tensión tan logrado que juega con la impaciencia del espectador resulta también de la correcta fotografía de Soledad Rodríguez y equipo, que incluyen giros de 360 grados sobre el eje de algunos personajes generando sensaciones de unanimidad con aquel paisaje tan dependiente del apocalipsis. Y también algunos encuadres en medio de festejos masculinos y privados con planos medios cortos o largos que cargan de suma importancia a los actores, como si de fotos de archivos se tratasen. Estos ejemplos recuerdan a las técnicas de Leonardo Favio que en algún momento fueron frescas y novedosas a principios de los 60’. Lo cierto que en La helada negra siempre se juega con la contraposición y la ambivalencia, ya sea desde la sexualidad fuertemente marcada hasta las creencias y los chusmeríos de pueblo, pasando por la elección de planos de conjunto durante las fiestas de la colectividad alemana a kilómetros de la granja de los Hell pero con esa “fastuosidad urbana” que todo pueblo chico gusta demostrar. Exhibida en primera instancia durante el último Festival de Berlín, tenemos una historia enigmática aparentemente típica que mezcla la muerte, la religión y la naturaleza pero contada con una gran falta de explicitez que desata el mejor de los imaginarios. Schonfeld cautiva de forma esencial y con recursos tan necesarios como acertados, en medio de esta nueva corriente de cine independiente nacional que tiene como epicentro para muchos directores la cuestión rural y provinciana -sin caer en lo peyorativo-, desde ámbitos como el género terror/humor negro con El eslabón podrido, pasando por el excelente drama La niña de los tacones amarillos, hasta el documental Crespo (la continuidad de la memoria).
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
La Helada Negra nos habla de Alejandra (Ailin Salas), quien llega misteriosamente a un lugar estancado en el tiempo, un área rural de Entre Ríos (Argentina) poblaba por descendientes europeos. Cuando la joven parece tener un efecto positivo sobre los cultivos, surge un rumor entre los aldeanos sobre la posibilidad de que se trate de una santa que viene a salvarlos. Paganismo y creencias mágicas La Helada Negra es el segundo largometraje del argentino Maximiliano Schonfeld, un realizador entrerriano que filmó en la zona pastoral de Valle María. El relato se erige con un aire onírico, de ensueño, como una fábula. El ritmo es más bien aletargado y el trasfondo no es del todo nuevo. Las plantaciones están siendo amenazadas por una helada que deja negras las cosechas y está matando a los animales. Al llegar la forastera, los pueblerinos la ven como una curandera que viene a asistirlos en su desgracia (si bien algunos tardan más en creerlo que otros). La mitología de “lo rural” ya fue trabajada previamente muchas veces, y en ese sentido la película no explora ningún terreno novedoso. El aspecto interesante es que el director –que también escribió el guión– se basó en un hecho real que ocurrió en aquel lugar (de donde es oriundo). Había aparecido un niño sanador, que decía tener contacto con la Virgen, y la gente hacía colas larguísimas para ser atendido por él. Bendita eres entre todos los pueblerinos Hay un paralelismo muy grande entre lo que cuenta la película y la historia de su filmación. La protagonista Salas es la única actriz profesional dentro del elenco. El resto son los mismos habitantes del pueblo que se sumaron al proyecto. Ailín Salas (Mariposa, Dulce de Leche, La Vida de Alguien) es una de las actrices jóvenes argentinas con más actividad. Comenzó a actuar en el 2007, con sólo 14 años, y hoy ya tiene más de 30 películas en su haber. Personalmente no suele convencerme, pero en este caso su desempeño sereno y tranquilo está en tono con el relato. Se las ingenia para transmitir simpatía y su personaje es atractivo por el misterio que lo rodea. La Helada Negra no deja lugar a dudas en cuanto a la curación de los cultivos, pero es ambigua en relación a si la causa es la forastera o simplemente la naturaleza del clima. De hecho, el final puede interpretarse libremente para considerar que ella era una farsante o una verdadera santa. Creo que, narrativamente, esa imprecisión fue acertada. Si bien la narración no es original ni resulta especialmente memorable, el aspecto técnico de la película es absolutamente destacable. La fotografía de Soledad Rodriguez es magnífica y hay una serie de planos secuencia que están muy logrados, y hasta me tomaron por sorpresa. Se percibe muchísimo talento detrás de cámara. Conclusión La Helada Negra no trae nada nuevo a la mesa en cuanto a su premisa, pero no puedo negar que se trata de un film estético, muy prolijo y que maneja eficientemente la sutileza de lo que nos está mostrando. Como experimento cinematográfico (trabajar con actores no profesionales, utilizar ambientes rurales y abiertos, expresar el film como una suerte de fábula ambigua) creo que sale airoso, y hasta resulta satisfactorio.
Agazapado, el campesino ve una figura yaciendo bajo la ladera. Desciende ágilmente, toma en brazos al extraño cuerpo y lo lleva para su morada. A partir de entonces, Lucas (Lucas Schell) ha introducido un elemento extraño en la comarca a la que pertenece, el prototipo de colonia alemana que varó en Entre Ríos o Misiones casi un siglo atrás, con los rasgos de origen inalterables. La chica (Ailín Salas) llega en momentos cruciales, mientras el pasto se seca y el ganado se muere, por una helada tan inexplicable como su llegada. A excepción de Salas, la chica misteriosa, de aura mística, que genera incógnita y esperanza en los campos de los hermanos Lell, todos los personajes están interpretados por actores no profesionales. Y sin embargo, la naturalidad de las actuaciones está a contramano de la naturaleza del enigma: claramente, algo extraño pasa, aunque parece contradecirlo el carácter apacible de los colonos y la bella fotografía de Soledad Rodríguez. Con aires a Teorema de Pasolini y Luz silenciosa del mexicano Carlos Reygadas, Maximiliano Schonfeld se anima a configurar un film de frágil incertidumbre, donde las cosas son, de tan elípticas, contundentes.
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La historia nos aleja de la ciudad y de la vida citadina a la que estamos acostumbrados. La vorágine del día a día y la rutina suelen omitir los innumerables paisajes que la Argentina ofrece. Mientras las máquinas de oficina nos encierran en redes, barullo y estática, en otro lugar muy alejado de la locura urbana, una niña misteriosa (en medio de un vasto y majestuoso horizonte) decide quedarse a vivir entre los habitantes de una colonia alemana. Esta película situada en el interior del país (en la comunidad rural de Valle María – Entre Ríos -) nos recuerda a otros filmes que ya se han estrenado en lo que va del año, como, por ejemplo: El eslabón podrido de Javier Diment y Crespo (la continuidad de la memoria) de Eduardo Crespo, siendo esta última muy significativa, ya que ambos directores, Crespo y Schonfeld, son oriundos de la localidad de Crespo y, a su vez, las historias que cuentan en sus filmes están basadas en un hecho real que cada uno vivió de pequeño. Estos relatos apuestan al extrañamiento del espectador y a romper con la estructura tradicional de contar una historia de la vida del hombre urbano, buscando locaciones naturales y alejándonos de lo que estamos habituados. Maximiliano Schonfeld (director y guionista de esta cinta) elige nuevamente como escenario el paisaje rural, una colonia alemana, un peligro que supone la pérdida de la cosecha y a parte del elenco que ya había participado en su primera película Germania (2012). La helada negra es un fenómeno meteorológico que sucede durante la noche cuándo la temperatura cae por debajo de 0 grados perjudicando la vegetación. Al no haber un punto de rocío las plantas sufren quemaduras quedando impregnadas de un color negro. La pérdida de la cosecha es lo que amenaza a los hermanos Lell, hasta que Alejandra (interpretada por la actriz Ailín Salas) se presenta con una especia de cura, sanando el mal que los está acechando. La helada cesa y pronto los lugareños correrán la voz en todo el pueblo. La película tiene su momento misterioso y religioso acompañado por una increíble fotografía que Soledad Rodríguez sabe mostrar de manera cálida al hacernos sentir correr la brisa en nuestras caras. Durante un largo tiempo no sabemos quién es esta joven misteriosa, qué es lo que hace allí, si es que la retienen, o simplemente no quiere escapar. Este y muchos interrogantes más que son develados casi al final de la película. También se puede apreciar los sentimientos que empiezan a surgir por parte del más joven de la familia, la confusión que siente hacia Alejandra al no querer dejarla ir ya siendo para cuidar los campos o simplemente para que se quede con ellos. El director se detiene, en este caso, en las imágenes (prolijamente filmadas) más que en los diálogos, juega con escenas de montaje como, por ejemplo, el primer plano de la cara de la protagonista fundida con el paisaje del campo. Schonfeld nos invita a entrar en una historia de misterio dónde el espectador tiene que prever todo lo que va sucediendo en una atmósfera de grandes paisajes, pocos diálogos y sugerentes miradas. Por Mariana Ruiz @mariana_fruiz
Las heladas negras se producen cuando la temperatura baja por debajo de los 0 grados Celsius, pero no se forma escarcha. Esto es debido a que el aire es tan seco que la temperatura no iguala a la de roció, y por tanto no se produce condensación ni formación de escarcha. El cielo cubierto, o semicubierto, o la turbulencia en capas bajas de la atmosfera favorecen la formación de este tipo de heladas. Temidas en el campo debido a los daños que producen pues ataca directamente la estructura interna de las plantas, haciendo que los cristales de hielo en forma de cuchillos que se forman en las células vegetales, la desgarran y las membranas internas se secan debido al propio proceso de congelación. Por su amplitud de acción hasta las especies vegetales “resistentes” como los parrales son atacados, se combate con el humus y el riego que debe ponerse en práctica desde la madrugada para obtener resultados. El director y guionista Maximiliano Schonfeld dice que “el disparador fue la aparición de un niño sanador en las cercanías de Crespo - ciudad en la cual nació Schonfeld - que decía tener contactos con la Virgen. Apareció cuando estábamos filmando “Germania” - primer largometraje de su autoría -, y toda la gente se apostaba alrededor de su casa y hacia larguísimas colas, esperando ser atendidos por él. Nadie sabía muy bien que hacía, pero todos decían que era milagroso” La película narra la historia de unos granjeros, inmigrantes alemanes, de la región de Entre Ríos, que encuentran a una chica (Ailin Salas) de origen desconocido, vagando por los campos. A partir de su relación con el más joven de los granjeros se va integrando a la vida de la comunidad, asolada por la plaga que da origen al título. La llegada de la joven altera la vida del pueblo, la plaga desaparece, los animales se curan, se empieza a correr la voz de que tiene poderes sanadores, y la misteriosa joven se erige como una santa que ayudara a toda la región Según el realizador, tuvieron siete semanas de filmaciones, con varias semanas de preproducción en la zona de Valle María, con un equipo de veinte personas. Se filmaron escenas en granjas, caminos, y dos en un campo de maíz. Se compró una hectárea de maíz a punto de cosechar, y parte del equipo de producción se puso a pintar de negro choclo por choclo. Se alquilaron campos y granjas como escenarios del rodaje, con la participación de gran cantidad de extras, en su mayoría de la zona de Diamante y Valle María. “El trabajo con los extras duro más de un año. Lo primero que hicimos fue separarlos en grupos y hacer muchas pruebas grabadas, les daba texto y después los veía. Con ese material iba sacando conclusiones; no de como actuaban, sino de cuál era la mejor forma de transmitirles lo que nosotros queríamos. Un hallazgo fue hacerlos modificar su aspecto físico, eso los iba modificando a ellos y ahí, creo, que empezaron a actuar en la película… descubrimos que la utilización del steady cam (sistema de estabilización de cámara) que permite seguir a los personajes en sus recorridos, es un buen aliado de los no actores, pues los acompaña y no los enfrenta”. Maximiliano Schonfeld, en función de un guión bien estructurado, logra una producción con temática rural, presentada como una fábula, que se desarrolla en la localidad de Villa María (Entre Ríos), en una comunidad alemana. Tiene excelente fotografía bajo la dirección de Soledad Rodríguez, afianzada por los camarógrafos Gustavo Triviño y Nicolás Mayer, a lo que se suma el trabajo de Nahuel Palenque en el tratamiento del sonido, y la muy ajustada labor de Anita Remón en la compaginación. El trabajo actoral cumple a la perfección lo solicitado por el director, teniendo en cuenta que gran parte de ese reparto se integra con actores no profesionales. El motor del relato lo ejerce la joven actriz brasilera (radicada en la Argentina) Ailin Salas encarnando a la protagonista, Alejandra, con poderes especiales, como la sanadora, pero con características muy humanas (como las escenas en la cuales se cansa y se retira a fumar un cigarrillo, o cuando juega como una simple adolescente en una camioneta ajena), denotando una actuación muy desenvuelta. Esto no es de extrañar pues su debut data del 2007 cuando, a los 14 años, animó el personaje de Roberta (amiga de Alex, la protagonista, Inés Efron), en “XXY”, de Lucia Puenzo, habiendo aportado su presencia a 18 producciones, además de participaciones en televisión, entre ellas “Terapia”. Resumiendo, una buena película, con temática no muy abordada en nuestra cinematografía, y apropiada realización que logra la atención del espectador, por lo que merece ser vista.
Entre la fascinación y el temor El joven director entrerriano Maximiliano Schonfeld continúa explorando sus raíces a través de sus películas, una tarea que incluye algunos cortos, un primer largometraje, “Germania”, y ahora, el segundo, “La helada negra”. Schonfeld es descendiente de inmigrantes alemanes, nacido y criado en una zona de colonias rurales de ese origen instaladas desde hace tiempo en la campiña de Entre Ríos. En esta oportunidad, intenta reconstruir, a su manera, algunas costumbres y vivencias de los pobladores de la ciudad de Crespo y sus alrededores. La historia de “La helada negra” está inspirada en un suceso ocurrido en ese lugar, mientras se filmaba “Germania”: la aparición de un niño sanador que era frecuentado por numerosos vecinos que acudían a él para que interceda en favor de algún pedido. A partir de ese hecho de la realidad, Schonfeld crea una ficción de características un tanto ambiguas, ya que apela al relato mítico, lindante con la fábula, y al mismo tiempo intenta ofrecer una pintura, con trazos naturalistas, de su aldea. El tema elegido favorece esa atmósfera que impregna al film al desarrollarse en un espacio atemporal, aunque esté ocurriendo en este preciso momento. La película comienza en un día en el que la granja de los hermanos Lell amanece completamente arrasada por una helada que arruinó todos los cultivos. Sobre esos campos llagados por la escarcha, también aparece un personaje desconocido que irrumpe en esa familia de una manera extraña. Lucas, el menor de los hermanos, salió ese día a pasear a su perra Branca y se encontró con una chica desmayada, a la orilla de un arroyo. Sin dudarlo, la toma en sus brazos y la lleva para la casa. Sin hacer preguntas, le dan alojamiento y parecen adoptarla con naturalidad. Allí viven solamente varones de edades variadas. La chica dice llamarse Alejandra. Los dueños de casa le prestan ropas de mujer que tienen guardada de otros tiempos, pero de su original dueña, nada se sabe. A la chica le encargan algunas tareas domésticas y si bien los hermanos no hablan mucho, sus miradas y sus actitudes demuestran que la presencia femenina les provoca una mezcla de curiosidad, tensión y secretas emociones. Pero lo más llamativo del caso, es que Alejandra se muestra desenvuelta y tiende a tomar la iniciativa, haciendo algunas cosas un tanto fuera de lo común, que los hombres interpretan como una especie de “trabajos sanadores”, atribuyéndoles a esas acciones la pronta recuperación de los cultivos, cuando todo hacía suponer que estaban destruidos irremediablemente. En una granja vecina, se están muriendo las vacas y nadie sabe por qué. Los hermanos Lell sugieren que tal vez Alejandra pueda hacer algo al respecto y así se va corriendo la voz, y empiezan a acercarse cada vez más personas a pedir alguna ayuda y a dejar ofrendas a la “santa”. Los días transcurren en una atmósfera un tanto irreal, con alguna tensión sexual y un aura de misterio que rodea a Alejandra. Nadie sabe en realidad quién es ni de dónde viene, aunque ella toma todo con naturalidad. Pero el hechizo se rompe cuando el relato devela que forma parte de un grupo de trashumantes, quizás gitanos, que ha acampado por allí cerca. No se sabe por qué Alejandra se apartó de ellos, pero pronto, sin dar explicaciones, con ellos habrá de volver. Así como vino un día, otro día se va. Schonfeld intenta un enfoque cuasi poético, al darle al relato las características de una fábula, queriendo ilustrar así uno de los aspectos más llamativos de esas comunidades cerradas que viven en una especie de aislamiento (congelados en el tiempo), apegados a viejas tradiciones provenientes de Europa, por un lado, pero que empiezan a ser invadidas por el mundo exterior, por el otro, lo que se vive como una tensión sin resolver entre la fascinación y el temor. Para darle más verosimilitud al relato, Schonfeld trabaja con actores no profesionales, todos habitantes del lugar, y solamente el personaje protagónico está a cargo de una actriz profesional, la sugestiva Ailín Salas, en el papel de la misteriosa “sacerdotisa” a quien atribuyen el “deshielo” de la aldea.
El cine es una cuestión de fe Capaz de ahondar en el misterio, a través de un personaje ambiguo, el film de Schonfeld hace de su santita un interrogante. El cine, el milagro, ritos heredados y ofrendas paganas. Cuando las imágenes son capaces de materializar sueños. Hace unos años, el realizador entrerriano Maximiliano Schonfeld estuvo en la ciudad, durante la 14ª edición del Bafici Rosario, organizado por Calanda Producciones. En esa oportunidad, acompañó la proyección de su ópera prima, Germania (2012). También dialogó sobre la película y su manera de pensar el cine. Una de sus frases sobresalió: "Para mí el cine es una cuestión de fe". Tal aseveración lleva a pensar en la inevitable creencia que el cine requiere para, justamente, ser. Al respecto, hay varios ejemplos, pero el nombre destacado será, siempre, el de Roberto Rossellini. Capaz como era de detenerse en la situación límite, ambigua, a través de la cual el milagro podía, tal vez, suceder. ¿Cómo no creer en Europa '51, en Viaje a Italia? La alucinación de sus personajes traspasa la pantalla, impregna al espectador, le interroga para hacerle permanecer en la pregunta. Lo logró también Frank Capra, en la magistral Qué bello es vivir (1946). Hay que aceptar su momento angelical, de registro alterado, para permitir que la película sea. Desde un lugar semejante, el filósofo Alain Badiou destacaba a Los amantes crucificados (1954), de Kenji Mizoguchi, a partir de la sonrisa de los enamorados durante la secuencia final, capaz de transgredir el castigo mortal. La fe en el cine está, de hecho, en la aceptación de esa otra realidad que se materializa en la pantalla, que algunos pocos grandes directores son capaces de articular con el drama: los inicios de Trono de sangre, de Kurosawa; de Jersey Boys, de Eastwood: en la primera es la neblina, en la segunda el cielo níveo; en las dos, la asunción blanca de la pantalla grande, sobre la cual ingresar en el Japón feudal o en los años '50 de New Jersey. Hay otro ejemplo, de los más bellos del cine: cuando los Taviani adentran a sus hermanos protagonistas en el Hollywood de Good Morning Babilonia: tras la bruma repentina,se descubren formando parte de una historia de reyes y caballeros; por un momento la confusión trastoca todo, en ellos y en quienes miran el film. En Schonfeld hay una asunción de esta problemática, de esta creencia. De igual modo, se adentra en el mundo que significa la comunidad alemana de Entre Ríos a través de una presencia extraña, tal vez sanadora, algo milagrosa. Su aparición es fortuita o por lo menos no explicada. ¿De dónde viene esta santita? Ella nunca dice que lo sea, tampoco lo niega. Mientras, la comunidad rural comienza a tratarla de manera cuidadosa; no faltarán las ofrendas, los obsequios, los rezos. La helada negra es esto, pero mucho más. La ilación argumental no es lo que de veras importa en las imágenes de Schonfeld. Su interés se nota al ahondar en un abismo que resulta embriagador, pagano, onírico. Para lograrlo se vale, por una parte, del conocimiento de vida que tiene sobre lo que filma; pero también, de lo inevitablemente extraño que él mismo debe haberse vuelto, puesto tras una cámara, dedicado ahora a capturar y mirar lo que los otros hacen. No hay retrato posible sin la distancia. Es por esto que la figura que encarna Ailín Salas no deja de ser la de un alter ego, situada dentro y fuera a la vez. Tal cuestión se rubrica en su carácter de actriz profesional, rasgo que no comparte con ninguno de los demás partícipes. Los mismos, por otro lado, de la anterior Germania. En este sentido, La helada negra es una profundización mayor, un capítulo más, dentro de las obsesiones de Schonfeld. Paisaje, iconografía y personajes, se reiteran. ¿Cómo ingresar al lugar, al ámbito familiar y cotidiano, sin dar cuenta de la experiencia vivida por fuera de él? Para el caso, vale precisar la estadía del realizador, durante la escritura del guión, en Jerusalén; a la par, ni más ni menos, que de László Nemes, el director de El hijo de Saúl. La elección de Salas no es menor. Su destreza la lleva a adoptar las maneras del habla, los ademanes gestuales, de quienes se rodea. También porque fisonómicamente encarna el cuerpo de la niña-mujer, de edad imprecisa, con rasgos delicados. Su comportamiento deja claro que sabe más que lo que dice. Cuando se viste con la ropa que le dan, corporiza los fantasmas de quienes ya no están. De manera casi ingenua, actúa la situación, sus palabras parecen esconder algo. En tanto, la amenaza de la helada atraviesa el ánimo de la gente. El temor de reiterar desgracias aparece. Tal vez la aparición de esta santita sea el signo esperado. Hacia ella se encaminarán los deseos de bienaventuranza. Que sean las mismas y reales personas del lugar quienes lo encarnen, acentúa el límite raro ante lo actuado. Consecuente con un cine que escapa a categorías, La helada negra es documental y ficción, deja que tales instancias adhieran sobre sí mientras sobrelleva el misterio de su personaje. Llama la atención la naturalidad con la que se actúa, algo ya presente en Germania. Se relaciona, otra vez, con el límite raro aludido. Pero todavía más, dado el cuidado formal que el realizador imprime en cada uno de sus planos. Muchos de ellos, a través de movimientos de cámara precisos, en donde nada está fuera de lugar. Cómo logra Schonfeld hacer comulgar tales instancias, es otro de los encantos de este film. Lo que asoma, en este sentido, es un relato pausado, que se demora en las sensaciones con las que se va encontrando. La santita será parte cada vez más natural de este entorno. Con ella la película logra una armonía imprevista, ya que se siente el desafío mismo de introducir a la actriz, al personaje, en un hábitat de costumbres y ritos heredados. Habrá una secuencia que hiera, o que por lo menos abra un paréntesis. Qué es lo que pasa allí es algo que se anuda con el fuera de campo, con la historia de esta mujer sobre la que no se sabe más. Son datos que apenas sugieren, pero no por ello alterarán lo visto. En todo caso, no harán más que acentuar la fe que se necesita para permitirle a la película, y su personaje, persistir en su cometido.
La helada negra mantiene firme la identidad del director entrerriano Maximiliano Schonfeld, al tiempo que busca aumentar el pulso narrativo. En su ópera prima, Germania (2012), Maximiliano Schonfeld lograba algo notable: filmar un gallinero poéticamente, bajo encuadres frágiles y perfectos bañados de oro podrido, convirtiendo a los pollos en deidades desgraciadas. Con La helada negra, su segundo filme, Schonfeld regresa al campo, a los rostros curtidos y a una resaca de inmigrantes alemanes en un pueblito de Entre Ríos, creando un folklore mixto a base de tirolesas, Street Fighter y partidas de truco. Si Germania retrataba a un grupo endogámico de campesinos a través de viñetas atmosféricas, La helada negra se propone como una instancia superadora de ese universo estético. Respetando su sobriedad, el director aumenta los porcentajes narrativos. En esta ocasión, al grupo endogámico llegará una intrusa, la misteriosa –sin importar qué película– Ailín Salas, que parece tener poderes mágicos para revertir una mala cosecha. Este punto de partida se torna más interesante cuando descubrimos que en la granja habitan únicamente varones. Lejos de caer en el lugar común de la riña masculina, la película aborda lo femenino como bonanza y elemento unificador, no sólo entre los hombres de la granja; también en una comunidad que debilitó su identidad extranjera. Uno de los aciertos de Schonfeld es plasmar ambientes toscos, sucios, e incluso podridos, con rigurosa prolijidad. La puesta de cámara es exquisita sin caer en el ridículo bucólico o en el pintoresquismo cobarde. Schonfeld sabe qué está filmando y no busca plastificarlo. En La helada negra, los galgos corren sus carreras y las vacas muertas son arrastradas por la tierra. Ninguna de estas imágenes perturba porque son tan auténticas como bellas. Al rostro hermético de Ailín Salas se le contrapone el rostro introspectivo de Lucas Schell. Lo atractivo de esta dupla protagónica es cómo desde facetas opuestas transmite el mismo desamparo. Sabemos de entrada que allí no comulgará la carne y eso reformula la tensión, la lleva hacia otro lugar. El diseño sonoro a cargo de Nahuel Palenque es un pilar para enrarecer la narrativa, aunque por momentos caiga en algunos subrayados con una música dark ambient. Otro aspecto cuestionable es la incursión del videoarte “friki”, cuando ya desde el montaje se dislocan los espacios y se entrecruza la temporalidad. Pecados menores si consideramos que este filme afianza la mirada de un director. Cuando La helada negra concluye, algo del orden místico nos hace suponer que Schonfeld volverá con más fuerza.
ME INTERESÓ MUCHO EL PROCESO DE LA CREACIÓN DE LO SAGRADO, DE QUÉ MANERA SE VA DANDO LENTAMENTE COMO UN HECHO CREATIVO, PORQUE SIEMPRE EN LA CREENCIA HAY ALGO DE CREATIVO. MAXIMILIANO SCHONFELD Con la ayuda de su galgo, Lucas Lell (Lucas Schell) encuentra a Alejandra (Ailín Salas) dormida en un maizal. Lucas es el más chico de los hermanos Lell los dueños de la propiedad en donde la encuentran. La chica parece caer en un momento especial de la familia Lell que acepta sin más la presencia de Alejandra sin preguntarle ni de dónde viene ni adónde va. Alejandra es diferente, no es rubia como son la mayoría en esa comunidad de origen alemán y es directa en materia de sentimientos y dice tener novio cuando Lucas la aborda en el piso con cierto grado de violencia, le gusta cocinar y ayudar en ciertas tareas agrícolas en momentos que una helada negra atenta con frustrar toda la cosecha, pero luego de hacer humo para arrope de ciertos frutos, la helada desaparece, así como vuelven al estanque los peces y las vacas enfermas se curan. Alejandro hace correr la voz y el pueblo al ver que sus males se van eliminando lentamente le confieren cierta rol de “sanadora” a la recién llegada que parece asumir conscientemente esa función. Paradoja mediante, la mestiza sentada en su trono de heno es tratada como santa por esos gauchos rubios de ojos celestes (que siguen hablando alemán como sus ancestros) que la necesitan para intervenir en sus vidas no solo para detener la rara peste que pone en jaque su medio de vida sino también para sacudir ese profundo letargo emocional en la que está sumida la comunidad. 196-63-cine1 Estrenada en la berlinale de este año (y donde sino…) seguramente habrá duplicado en los espectadores teutones el sentimiento de extrañeza viendo como etnias afines viven como gauchos del siglo pasado. A diferencia de la triste y melancólica Germania, su anterior film, La Helada Negra tiene un optimismo de corte sobrenatural, con unos planos y una iluminación (responsabilidad de Soledad García) y unos magníficos fundidos (Vera Somlo) que profundizan una mística ligera pero intensa complementada con una sonoridad natural (Nahuel Palenque) que terminan conformando un cuadro técnico de gran calidad. Radiografía de la construcción de lo sagrado, la helada negra está hecha pacientemente sin estridencias con el mismo modus operandi de la gente que retrata, como queriendo obtener una poética de la lentitud y del detalle donde la mirada puede decirlo todo. the_black_frost (1) Ensayo antropológico donde el otro puede ser (sin importar las diferencias étnicas) un salvador y no un enemigo, la Helada negra recrea, cual experimento, el origen de lo mágico en nuestras vidas y como ese efecto puede activar el resorte de la propia sanación haciendo que lo externo y lo interno se complementen. Minimalista y sugerente, tanto La Helada Negra como Germania apelan al silencio para mostrar la intimidad de las personas, donde lo que pesa es la soledad y la frustración por los sentimientos que no se expresan. Schonfeld trata de mostrar su aldea y lo hace despojándola de todo costumbrismo y cuando apela a las tradiciones lo muestra reforzando la soledad y la incomunicación de su propia gente Rodada principalmente en Valle María, Entre Ríos, muy cerca de la ciudad de Crespo de donde es oriundo el director y de donde vienen otros directores como Ivan Fund (con quien trabajó en Sirenas) y recibió varios premios y estímulos como al Mejor Proyecto Work in Progress en el 30º Festival de Cine de Mar del Plata, Concurso Raymundo Gleyzer y Lab Bafici (donde se proyectó este año) entre otros. la reina del heno Como una metáfora de su propio proceso creativo, Schonfeld nos entrega con La Helada negra un film donde la mirada del etnólogo y el cineasta se funden, donde las explicaciones y argumentos desaparecen porque la película se piensa como una matriz que es todos los lugares y ninguno, como una alegoría sobre las cosas que suceden en este mundo y que no se pueden explicar… Realizada con un mix de actores y no actores (decisión que tal vez sea tanto su virtud como su debilidad) el film se edifica como una sucesión de escenas que si bien no pierden el eje narrativo si resienten la dinámica del film y su poder dramático ya que no es fácil filmar alegorías y a la vez no deshumanizar el retrato de la personas, con el riesgo de transformar a la cinta en algo tan frío como la helada que enuncia. Una comunidad rural que elige reconectarse consigo mismo y los demás a través de lo religioso le sirve a Schonfeld para enmarcar la unión de lo poético y lo sagrado como su punto de encuentro con Andrei Tarkovky. Como él, enuncia y denuncia el vacio de un mundo sin misterios, sin ligazones sagradas con la vida, sin Dios. Con este film Schonfeld demuestra que es un cineasta integral y elípticamente también nos hable de esta helada negra que amenaza no solo al cine argentino desde la gestión cultura y política actual.