En la síntesis brutal que exigen los 140 caracteres de un tweet el otro día escribía que La luz entre los océanos “pudo ser un Terence Davies y termina siendo un Nicholas Sparks”. Las referencias al director de Sunset Song y A Quiet Passion no son las únicas posibles en esta transposición de la novela escrita en 2012 por M.L. Stedman y ambientada en las postrimerías de la Primera Guerra Mundial, ya que también hay algo de David Lean, Ingmar Bergman o Douglas Sirk. Derek Cianfrance siempre se mostró como un cultor del melodrama romántico recargado, pero en este caso se aleja de todo tipo de riesgo para cultivar un film donde todo luce demasiado cuidado, prolijo: una película de qualité, académica, un ejercicio de estilo con intérpretes de primera línea, una reconstrucción de época y un acabado técnico/estético muy virtuoso (la escena de la tormenta es imponente), pero que genera una sensación que -quiero creer- es la opuesta a la buscada: distanciamiento, frialdad y hasta cierta irritación y hastío. Como espectador, uno terminaba pidiendo algo menos de contención y un poco más de desmesura. Tom Sherbourne (Michael Fassbender), un ex héroe de guerra australiano, se casa con Isabel (Alicia Vikander) y ambos se van a vivir a una remota isla donde él está a cargo de un faro. Ella pierde uno, dos embarazos y, cuando una bebé aparece vivo en un bote, deciden quedárselo y hacerlo pasar como hija propia. La niña crece bella y sana, pero la culpa sigue carcomiendo al protagonista, que termina incriminándose. La chica va a manos de su verdadera madre (Rachel Weisz), pero allí es donde los dilemas morales se ramifican más de lo debido. Por momentos estamos en el terreno del culebrón cursi, pero -claro- revestido del prestigio de un director y unos intérpretes de renombre. Las imágenes rodadas en locaciones de Nueva Zelanda son bellísimas (propias de tarjeta postal), los actores usan sus técnicas para sufrir y llorar, los personajes se escriben cartas y se sacrifican, pero la película se acaba y hay poco para rescatar y recordar.
El director de Blue Valentine: Una historia de amor filmó un melodrama insípido, estrictamente académico en su ejecución. Las lúcidas interpretaciones de Michael Fassbender y Alicia Vikander son el único atributo valioso de esta película moralista, dedicada a mortificar y juzgar el comportamiento poco ético de sus personajes. Basada en la novela homónima de M. L. Stedman, La luz entre los océanos transcurre en una remota aldea australiana en la que, tras finalizar la Primera Guerra Mundial, ha habido una escalada de xenofobia hacia los alemanes. El director utiliza el indefinido estrés post-traumático del personaje masculino, así como el fanatismo patriótico de los habitantes del pueblo costero, para conducir un relato predecible, plagado de tópicos y exento de riesgos, sobre un matrimonio que será castigado por sus faltas. Después de dirigir la irregular The Place Beyond the Pines, The Light Between Oceans muestra a un Cianfrance decido a abrazar la senda del convencionalismo.
La soledad era esto El drama profundo que involucra a una pareja, sola en una isla desierta, está bellamente narrada. Un drama con todas sus cinco letras es La luz entre los océanos, una historia de amor profundo que involucra a una pareja a comienzos del siglo XX en una aislada isla en Australia, sin nada a 160 kilómetros a la redonda. Hasta allí llega Tom (Michael Fassbender), a encargarse del faro de la isla, una suplencia de tres meses que el héroe de la Primera Guerra Mundial cree le vendrá bárbaro para estar lejos de todo. Pero la suplencia se alarga -el anterior cuidador se arrojó por un acantilado-, y Tom permanecerá por años. No solo, ya que Isabel (Alicia Vikander), una joven a la que conoció en el continente antes de partir, se enamora de él, y las reglas indican que sólo podrá acompañarlo si se casa. Lo que hace, y a partir de allí se desencadena el drama. Tras la pérdida de dos embarazos, divisan un bote a la deriva. Encuentran un hombre muerto y una beba que llora, y deciden criarla sin informar a las autoridades, haciendo pasar a la beba como propia. La complicación surge cuando en una visita al continente Tom descubre a Hannah (Rachel Weisz) sollozando ante una tumba vacía: la de su esposo y la de su hijita, que cree muerta. Todo el recorte preciosista que Derek Cianfrance (el director de Blue Valentine) realizaba con los personajes sobre el paisaje agreste pasa a un segundo plano. El drama gana sustancia y consistencia, entre lo que deben hacer y lo que sienten los protagonistas, entre lo que les dicta la conciencia y el amor a esa niña que criaron, lejos de su verdadera madre. Las implicancias de La luz entre los océanos pegarán a cada uno de manera diferente, y hasta habrá quien haga un parangón con la apropiación de bebés durante la dictadura. La sutileza de Vikander (ganadora del Oscar por La chica danesa) va de la mano del agobio y la aflicción de Fassbender y la congoja de Weisz, en esta tragedia bellamente filmada que no deja indiferente al espectador en ningún momento de la proyección.
Eran océanos, pero de lágrimas. Apenas cuatro películas le llevó a Derek Cianfrance obtener la membresía del club de directores académicos y moralistas que circulan –y, lo peor, con relativo éxito de premios y crítica– por Festivales Clase A y alfombras rojas de la temporada de estatuillas. Reconocido internacionalmente gracias a la demoledora Blue Valentine: una historia de amor (2010), su nuevo largometraje se titula La luz entre los océanos. Hay una evidente búsqueda de épica y grandilocuencia detrás de esa elección, y también en la historia de largo aliento temporal y destinos entrecruzados que allí se cuenta. El film es un melodrama demodé, casi anacrónico, al tiempo que los parlamentos en tono confesional de sus intérpretes, sumados a las largas escenas románticas situadas en atardeceres furiosamente anaranjados filmados en planos mayormente cerrados e inexorablemente sonorizados con una pista orquestal de fondo, muestran que Cianfrance hizo muy bien los deberes y está más cerca de convertirse en hijo putativo del Terrence Malick más arty –el mismo que acaba de presentar su último trabajo, el documental Voyage of Time: Life’s Journey, en la Sección Oficial del Festival Venecia, mismo apartado donde se estrenó internacionalmente La luz…– antes que en el discípulo de John Cassavetes que alguna vez amenazó con ser. Nobleza obliga, debe reconocerse que Cianfrance encadena las casualidades que hilan el relato con la firmeza, el convencimiento, la seguridad y el aplomo de un narrador consciente del potencial lacrimógeno de su materia prima, en este caso la novela homónima de la escritora australiana M. L. Stedman. Lágrimas –y mocos– emanan la pobre Isabel (Alicia Vikander) y su obstinado marido Tom (Michael Fassbender) después de perder no uno sino dos embarazos. Pero para esos fluidos debe esperarse una buena porción de metraje, ya que antes hay uno de esos idílicos relatos amorosos de época (todo transcurre en Australia durante la década del 20) dignos de la imaginación de Nicholas Sparks. Con ella destruida y él cargando el peso de la lejanía del nidito de amor que impone su trabajo como cuidador de un faro, la aparición de un bote con un hombre muerto y una beba llorando –porque acá todos lloran– trae la solución a todos los problemas: deshacerse del cuerpo y criar a la nena como propia. Total, nadie sabe del inesperado arribo, ni muchos del segundo aborto espontáneo. La decisión implicará, en términos formales, más sol y atardeceres, algunas tomas áreas limitadas a captar la inmensidad del paisaje y un par de secuencias de montaje que ilustran el crecimiento de la nena. Y en términos narrativos, una culpa de parte de él silenciada…hasta que se manifiesta. La aparición de la madre biológica marca el campanazo de largada para que Cianfrance, igual que en su film inmediatamente anterior, The Place Beyond the Pines, despliegue la funcionalidad aleccionadora del arco dramático sometiendo a sus protagonistas a un sinfín de padecimientos y castigos. Impersonal y pulcro como nueve de cada diez films académicos, La luz entre los océanos tiene un imponente diseño de producción, geografías majestuosas, un actriz y un actor intensos, encrucijadas morales, dilemas éticos, religión, stress postraumáticos y una búsqueda constante de redención. Sólo le faltan un par de Oscars.
La película entre las hojas La luz entre los oceános (The Light Between Oceans, 2016) es una película de época (principios de siglo XX), situada en una comunidad pastoral, embebida en un poco de intriga social y protagonizada por un galán trágico y una damisela presa del aburrimiento. Y debajo de todo hay un crimen por el cual tarde o temprano alguien debe pagar pero nadie quiere hacerse cargo. Indudablemente bien actuada, ambientada y fotografiada, la nueva película de Derek Cianfrance – quien debutó con la emocionalmente devastadora Blue Valentine (Una historia de amor) (2010) – es relativamente insípida. Se parece a un montón de películas similares y no se alza por sobre ninguna en particular. La primera parte se concentra en el súbito romance entre Tom (Michael Fassbender) e Isabel (Alicia Vikander). Él es un veterano conmocionado por la Gran Guerra, ella es una pueblerina con deseos de dejara el pueblo. No son personajes particularmente queribles. Él es un pusilánime amedrentado por una vaga sensación de culpa, ella es una egoísta que caza la primera oportunidad que tiene para dejar todo por una nueva vida. Así desposa a Tom, quien acaba de llegar al pueblo para tomar el lugar del viejo ermitaño que operaba el faro. La segunda parte trata sobre el crimen en cuestión. Sin arruinar la trama, involucra el deseo de Isabel de tener un hijo, y la forma en que manipula a su esposo para cometer un crimen por capricho de ella. Tom demuestra su poca inteligencia presuponiendo que el crimen no tiene víctima, y al conservar evidencia incriminatoria por ningún buen motivo. Tom continúa incriminándose a lo largo de la historia; la película sugiere que esto está conectado a su misterioso pasado como soldado pero no se molesta en tratar la cuestión. La tercera parte involucra a una tercera en discordia, interpretada por Rachel Weisz. A esta altura la trama se desenvuelve más o menos predeciblemente, simplemente porque la película no aporta demasiados elementos de entrada y es fácil relacionar lo poco que hay en ella – la culpa de Tom, el egoísmo de Isabel y la congoja de weisz son todos los factores que la trama necesita para plantearse y resolverse, con muy poco desarrollo de por medio. Como si la historia se desinflara por la mera presencia de los personajes, sin grandes sucesos o intervenciones. Lo verdaderamente destacable del film son las actuaciones del dúo protagónico – Fassbender aporta primeros planos de sufrimiento silencioso y Vikander está excelente en un papel por lo demás ingrato. Este tipo de películas necesita actuaciones potentes para llenar todas las partes aburridas con algo que ver: gestos, venias, minuciosidades en la dicción o el lenguaje corporal. Consideren la cantidad de veces que alguien escribe o lee una carta en esta película – debe haber como una docena al menos – y cuan mundana es la puesta en escena, una y otra vez, de estas tediosas lecturas. Aquí la película traiciona sus orígenes como novela (basada en el libro homónimo de M. L. Stedman) y cuan literal fue el proceso de adaptación.
LA FUERZA DE LA VERDAD Una tema, aquí tomado de la novela de M.L. Stedman, que tiene un particular eco en la historia de los argentinos: la apropiación de un bebe, la sustitución de su identidad. En este caso para paliar el dolor que siente una mujer después de haber perdido dos embarazos, y porque el bebe llega de manera fortuita, en un bote a la deriva, al lado de un hombre muerto. La pareja en cuestión vive en una isla solitaria, el es el encargado del faro. Ella propicia el engaño. El descubre que la mamá de la niña esta viva y destrozada, pero su esposa no quiere admitir la verdad. El director se toma su tiempo, mas de dos horas, para mostrar el torbellino de sentimientos en paralelo a las furias que desata la naturaleza, y aunque los protagonistas Michael Fassbender y Alicia Vikander (pareja en la vida real desde este film) ponen toda su garra interpretativa, no alcanza. El melodrama se estira, resulta obvio. Muy a pesar de la belleza del lugar, única, aún con el trabajo de los protagonistas, a la que se suma la talentosa Rachel Weisz. La naturaleza humana, la culpa, la verdad necesaria, el engaño, la redención. Muchos temas no bien llevados.
Los novelones melodramáticos nunca pasan de moda. Basta chequear las listas de best sellers. La luz entre los océanos tiene grandes atractivos visuales para enmarcar su historia. Un hombre, sobreviviente al combate de guerra, acepta un puesto como cuidador de un faro remoto y se instala en una isla rocosa, en medio del océano. Tom, interpretado por un parco Michael Fassbender, es un tipo melancólico y callado que enamora a la joven, y jovial Isabel, hija de sus patrones (Alicia Vikander). Ya casados, suceden días de felicidad compartida en la isla, pero ella pierde dos embarazos y cae en una depresión. Su fuerte deseo maternal cambiará los destinos de los enamorados, sobre todo después de una decisión que toman frente a la llegada de un bote a la deriva donde llora... un bebé. Durante más de dos horas, el director Derek Gianfrance desarrolla este drama que vira de romántico a melodrama a secas, con el protagonista sufriendo entre dos mujeres trastornadas por la cuestión maternal y un dilema ético que ocupa el centro de la historia. Lo curioso de la película es que, en su sucesión de situaciones lacrimógenas y su lustroso capricho, no termina de generar emociones genuinas en el que mira. Acaso la química entre Fassbender y Vikander -que son pareja en la vida real- funcione de manera extraña. Pero los actores tienen la culpa de la falta de sangre que aqueja a este melodrama a la antigua. Es quizá el esfuerzo por la prolijidad el que se llevó toda la energía.
Si nos dejamos llevar por el póster La luz entre los océanos parecería ser una película romántica así que a tener cuidado con esto porque nos encontramos ante un verdadero drama. Con una química arrolladora que traspasa la pantalla Michael Fassbender y Alicia Vikander (son pareja en la vida real) nos brindan un romance idílico en tiempos de post Primera Guerra hasta que la tragedia los golpea. A partir de ese momento el espectador se sumerge en un mundo muy gris donde hace empatía con todos los puntos de vista sobre el conflicto pero sale perdiendo porque se sentirá mal al terminar la proyección como causa de un golpe-efecto y no por trascendencia de la historia. El director Derek Cianfrance no logró lo mismo que había hecho con Blue Valentine (2011) en donde nos sumergirnos en la desesperación de la pareja, aquí lo intentó pero el film se quedó corto y recayó en lo gráfico y obvio tapando sutilezas. Desde el punto de vista actoral es impecable, lo mismo sucede con la fotografía que aprovecha muy bien la luz natural de las locaciones de Australia pero la historia se hace un poco pesada y larga. En líneas generales La luz entre los océanos es un drama que se deja ver pero que no trasciende en ninguno de los puntos que toca y su mayor atractivo es la labor de sus actores
INOCUO MELODRAMA Un joven de veterano de la Primera Guerra Mundial consigue trabajo como torrero en un solitario faro, en una isla solitaria. Asume el reto de aislamiento, esperando curar las heridas internas que le ha dejado la guerra. Al poco tiempo, Tom (Michael Fassbender), conocerá a Isabel (Alicia Vikander), una joven del pueblo más próximo a la isla y tras un breve noviazgo, la pareja vuelve a la isla, donde por un tiempo tendrán una vida de ensueño, hasta que la muchacha sufre dos abortos espontáneos, que traumatizaran a la pareja. Milagrosamente llega a la isla un bote perdido con el cadáver de un hombre y una niña de pocos meses. Luchando contra su deber Tom, accederá al pedido de su mujer y decidirán quedarse con la niña y críala como a una hija propia. Por ahí anda Hannah (Rachel Weisz), la verdadera madre del bebé y de ahí, la historia tomará un rumbo vertiginoso con demasiadas curvas y contra curvas que llegan a exasperar al espectador. La cuidada fotografía, la impecable dirección de arte, junto a las buenas actuaciones y la dirección a cargo de Derek Cianfrance (Blue Valentine: Una historia de amor) no alcanzan para sobrellevar el guión, basado en la novela homónima de M.L. Stedman, que se derrumba hacia el descarado melodrama. LA LUZ ENTRE LOS OCÉANOS The Light Between Oceans. Reino Unido/Estados Unidos/Nueva Zelanda, 2016. Dirección: Derek Cianfrance. Intépretes: Michael Fassbender, Alicia Vikander, Rachel Weisz, Bryan Brown y Jack Thompson. Guión: Derek Cianfrance, basado en la novela de M.L. Stedman. Fotografía: Adam Arkapaw. Música: Alexandre Desplat. Edición: Jim Helton y Ron Patane. Diseño de producción: Karen Murphy. Duración: 132 minutos.
“La Luz entre los océanos” fue dirigida por Derek Cianfrance (Blue Valentine), basándose en la novela homónima de M.L. Stedman y compitió por el León de Oro en Cannes. Cuenta la historia de Tom Sherbourne (Michael Fassbender), un veterano de la primera guerra mundial que ahora se dedica a cuidar el faro de una isla Australiana que une dos océanos. El aislamiento en el que vive le resulta una salida beneficiosa ya que todavía mantiene frescos los recuerdos de la guerra y espera que este nuevo lugar le impida dañar más gente. En uno de sus viajes se enamora de Isabel Graysmark (Alicia Vikander), se casan velozmente para que ella pueda acompañarla en la isla donde intentarán que la vida siga como en el continente. Pero ambos sufren, no por las dificultades que conlleva vivir alejado de todo lo que uno conoce, sino por haber tenido dos abortos y haber dado a luz su tercer hijo muerto. Sus vidas cambiarán radicalmente cuando en la orilla del mar aparece un bote con un hombre muerto y un bebé a bordo que podría resultar la solución a todos sus problemas. El film tiene un inicio como es debido, con una presentación de lo que va a tratar, seguidamente en su desarrollo, una sucesión de imágenes de paisajes impecables y emotivos, dignas de un cuadro con la firma de Adam Arkapaw que ya trabajó junto Fassbender en MacBeth. La imagen y el sonido se complementan perfectamente y durante el transcurso del relato gozamos del acompañamiento musical compuesto por el francés Alexandre Desplat (El discurso del rey y El curioso caso de Benjamín Button), todo en pos de generar un clima pesado y nostálgico. Este ritmo audiovisual es igualmente correspondido por las espectaculares actuaciones que atraen al público e intentan, por momentos, distraer al espectador de las falencias narrativas. Cuando Tom conoce a Isabel, vemos a un hombre que estaría dispuesto a dar todo por la mujer a la que ama y una mujer que le corresponde de la misma forma, así, el relato cobra una dimensión heroica, pero Cianfrance no explota esta carta. En cambio, se concentra en llevarnos a la vorágine de imágenes, música, lágrimas, paisajes, dejando de lado las emociones del espectador. El relato termina siendo manipulado estéticamente para generar emoción en las imágenes, de esta forma genera empatía con la humanidad, el dolor y la pérdida, lo que se sostiene muy bien durante toda la introducción pero no lo logran a lo largo de todo el camino. Como su título lo indica “La luz entre los océanos” debería dar cuenta de la iluminación de las personas dentro de tanta oscuridad, lamentablemente la historia se concentra en la oscuridad y lo que aspira a ser entendido como luz deja un sabor amargo de mero egoísmo por parte de los personajes femeninos. Al basarse en el libro de M.L. Stedman Cianfrance cuenta con todos los elementos narrativos para transformar una historia tele novelesca en un brutal relato, pero no, en lugar de eso se sobrecarga y no llega a hacer buen puerto quedando como otra simple obra de época que invita a las lágrimas, estéticamente preciosa pero rozando el ridículo por el curso de la historia.
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Océano de lágrimas A pesar de sus malas criticas alrededor del mundo, La luz entre los océanos merece cierto reconocimiento por varias cosas. En primer lugar podemos poner el nivel actoral que logra con ese trío estelar de estrellas en el que participan Alicia Vikander, Michael Fassbender y Rachel Weisz. En segundo lugar podríamos poner la dulce música de Alexander Desplat, el cual nunca decepciona. Y en tercer lugar la fotografía de Adam Arkapaw, con tonos azules y colores verdes y tierras que resaltan durante todos los paisajes del film. Eso sí, no es perfecta, lo lacrimógena que resulta ser esta de más. Es una hermosa historia, pero se termina haciendo tan triste que parece exagerar. Actores y Actrices: Alicia Vikander y Michael Fassbender: solo por esta vez me pareció correcto evaluar a los protagonistas como una pareja. La verdad es que son los mejores del film, hacen acordar esas parejas que supieron formar Meryl Streep y Robert Redford en África Mía o Clint Eastwood y nuevamente Meryl Streep en Los Puentes de Madison. Se supieron complementar muy bien y lograr una gran performance por parte de ambos. Rachel Weisz: la actriz de La Momia tampoco se queda atrás, su actuación sorprende luego de algunos años sin buenos papeles y ya se posiciona como una posible nominada al Oscar.
Cuando Derek Cianfrance llegó a las pantallas con “Blue Valentine” (2010) no sólo resignificó el cine de amor y de desamor, sino que planteó un nuevo esquema relacionado a las películas con historias de parejas complicadas, aquellas que se dicen apasionadamente te amo con la misma fuerza que se pueden estar clavando un puñal por la espalda. Y tras la fallida “Cruce de Caminos” vuelve al ruedo con un filme que, dentro de aquello que estaba configurando como su obra, termina por generar ruido no porque trabaje mal con el material inspirador (la novela de M. L. Stedman), todo lo contrario, sino porque se da el gusto personal, una vez más, de regodearse en el morbo que le genera una historia de amor épica con una mentira enorme en el medio. “La luz entre los océanos” (USA, 2016), protagonizada por Michael Fassbender y Alicia Vikander, trata sobre una pareja, muy despareja, que por motivos de conveniencia, en parte, y por una atracción irrefrenable, también, decidirán que lo mejor que les puede pasar es estar unidos ante cualquier adversidad que les toque atravesar. Él (Fassbender) volvió de la guerra y acepta tomar un cargo interino en un faro, alejado del pueblo más cercano, para convivir, sin mencionárselo a nadie, con las pesadillas y fantasmas que trajo del frente de batalla. Ella (Vikander) es una joven que vive con sus padres, y cuyo único fin en la vida es esperar a que un caballero la corteje y la saque de la rutina en la que se ve envuelta, plagada de tareas hogareñas y compromisos familiares con los que no quiere lidiar. En el primer encuentro ambos se seducen, ella con su sencillez y el con la rudeza y madurez que la contienda le supo dar, apartándolo de sus pensamientos más instintivos e impulsivos relacionados a su relación con el sexo opuesto. Durante un tiempo el recuerdo de ese encuentro será justamente eso, un dato al pasar entre ambos que no reviste de otro sentido aquellas miradas que se cruzaron, juguetonamente, en medio de un almuerzo junto a los padres de ella. Pero cuando la soledad y el tedio de él, en medio de ese faro lejos de todo, se potencie al ser confirmado como el custodio del faro por tres años, y no interinamente como originalmente se le había planteado, gracias al apuro de ella por convencerlo que tienen que estar juntos, se precipita una boda que traerá a ambos más desgracias que alegrías. Cianfrance filma todo con una estética publicitaria, de aquellos avisos de Ford de los años setenta, con el horizonte plagado de luz y la pareja besándose y amándose como en los cuentos de hadas, y cuando el dolor y la angustia, y una tragedia que será aprovechada por la pareja, se sume a la historia, continúa narrando como si nada hubiese pasado. La efectiva banda sonora de Alexander Desplat, funciona como nexo entre aquellas escenas en las que el director prefiere dejar a los actores trabajar solos sobre la culpa, el recelo, el resentimiento, y otros sentimientos particulares que se desprenderán de la decisión que uno de ellos tome para poder salir de la soledad en la que ambos, en esa oscura y triste isla del faro, estaban viviendo. Pero Cianfrance se regodea en ese dolor, no puede más que revertir cierto aire a telefilme de Hallmark con la incorporación del personaje que interpreta la siempre efectiva Rachel Weisz, una especie de voz de la conciencia de él que lo hará tomar una decisión que cambiará para siempre el destino de ambos. Fallida.
Hermosa visualmente y bien interpretada, pero hay algunas traspiés en el guión que se hacen notar y anulan, en cierta manera, las buenas intenciones del director. Cuando se habla de faros en la literatura, enseguida resaltan The great Gatsby, de Francis Scott Fitzgerald, To the lighthouse, de Virginia Woolf, o bien Le phare du bout du monde, de Jules Verne. En esta ocasión, el que compete es el que desarrolló y creó la escritora australiana M.L. Stedman en su novela The light between oceans. Tom Sherbourne, el protagonista de la historia, consigue trabajo en el faro de una desolada isla Australiana, convirtiéndose en el único habitante de la misma. Derek Cianfrance, director encargado de llevar la historia a la pantalla, presentó su tercer largometraje de ficción en el último festival de Venecia rodeado de un equipo implacable: Michael Fassbender, Alicia Vikander, Alexandre Desplat y Adam Arkapaw. La conjunción de estos gigantes prometía un alboroto en los sentidos, pero algunos traspiés de guión opacaron, en cierta medida, una conseguida proeza visual. La luz entre los océanos tiene muchos aspectos en común con las noveleras Blue Valentine (2010) y The place beyond the pines (2012): todas superan las dos horas diez, sus historias dan saltos en el tiempo, el ser humano expone sus miserias y el primogénito obtiene una destacada importancia. La desgarradora Blue Valentine es una lograda bomba nostálgica de parte del autor, completa en su totalidad, efectiva para los sentidos e interpretada de forma excelente por Ryan Gosling y Michelle Williams. Está claro que los tres filmes de Cianfrance siguen la misma línea, pero la plenitud y la sensación de no haber sobrado ni un minuto que deja su ópera prima no aparece en sus otras dos películas. El romance entre Tom Sherborune (Michael Fassbender) e Isabel (Alicia Vikander) -también enamorados en “la vida real”- comienza en 1926, con la llegada del ex combatiente a los alrededores de la isla. Con el correr del tiempo, el matrimonio atraviesa diferentes etapas. El primer punto de giro es la decisión más desacertada del Cianfrance en toda la película. La historia se altera abruptamente y pierde credibilidad aquello interesante que se había hecho notar en la primera media hora. Este aspecto es potenciado en la mitad de la historia con la aparición de un segundo punto de giro, tan tirado de los pelos como el anterior. La manipulación del director para con el espectador está al tacto de todos los espectadores, subestimados, a veces, por la inocencia descarada de algunas escenas. Se nota a viva voz la -buena- necesidad del director de generar lágrimas y algún que otro planteo ético luego del visionado. Esta intención no se refleja en el desenlace, que llega arreado por la confusa veracidad de las resoluciones anteriores. A causa del cariño hacia los personajes, los mejores momentos del film llegan cuando aflora una tensión límite entre sus destinos, efecto generado consagratoriamente en los melodramas épicos A royal affaire (2012) o Expiación, deseo y pecado (2007). La isla australiana en donde habita el veterano de guerra Tom no puede ser mejor retratada que por Adam Arkapaw, director de fotografía de True Detective y Macbeth. El DF tiene a su disposición la belleza natural del lugar para hacer desastres. Uno de los planteos fotográficos más bellos de lo que va del año está acompañado por la música del francés Alexandre Desplat, compositor de la banda sonora de El Gran Hotel Budapest, El discurso del Rey y Argo, entre otras películas multipremiadas. Todas las historias románticas nombradas en este texto llevan consigo el poderoso arma de la nostalgia. Por más que Cianfrance ofrezca un trabajo menor respecto a Blue Valentine, en algunos casos logrará dar frutos a su desempeño de gladiador para conseguir que el espectador se emocione. Los textos banales, las resoluciones simples y la absolución de la sorpresa generan un film semejante a un culebrón que podría haber resultado más interesante si continuaba en el camino de sus primeros minutos. Fassbender y Vikander, que son dos intérpretes en alza de un talento innegable, y el resto de los profesionales que acompañan el proyecto de Cianfrance -incluido el mismo-, jerarquizan, a cierto punto, un melodrama que podría haber sido mucho más de lo que es.
Los actores, lo mejor de un melodrama La luz es la del faro que guía a los navegantes desde una remota isla australiana donde confluyen dos océanos y el aislado escenario donde un ex soldado de la Primera Guerra Mundial busca la soledad para recuperarse de las heridas morales que le dejó la dolorosa experiencia bélica. Ningún refugio será más apropiado para el hombre que el que el azar le ofrece en el regreso a su país: el faro se ha quedado sin cuidador y Tom podrá ocupar su lugar. Pero el azar también decide ofrecerle una inesperada y bienvenida compañía: la bella y encantadora Isabel, que le propone matrimonio y cuyo mayor sueño es llegar a ser madre. El amor no tardará en unirlos, como lo dispone el destino, y tampoco, como quiere el melodrama, que es terreno tan caro al director Derek Cianfrance, en someterlos a duras y reiteradas pruebas y a dramáticos dilemas. La historia proviene de una novela de M. L. Stedman, quizá tan sobrecargada de giros dramáticos que parecen haber empujado al director y adaptador a imponer a su relato una excesiva contención y, fruto de ella, a despojarlo de la emoción pedida por los múltiples caminos a que conduce el complejo melodrama y que el guion intenta desarrollar, esta vez sin la misma fortuna que lo acompañó en Blue Valentine y Cruce de caminos. Tras un primer período de felicidad más allá de las duras condiciones de vida en ese inhóspito rincón del mundo, los infortunios que la pareja ha enfrentado ya han sido varios (incluida la frustrada maternidad de la muchacha) cuando el destino vuelve a desafiarlos; la corriente ha acercado a la rocosa costa un bote en el que yace un hombre moribundo y junto a él un bebe de algunas semanas. Para Tom, no hay otro camino que notificar a las autoridades, pero ¿cómo negarse al desesperado ruego de su mujer si las circunstancias parecen ofrecerle ahora una suerte de reparación a su reiterado e inconsolable duelo? No es difícil imaginar la riesgosa decisión que toman y que tendrá con el tiempo sus dramáticas consecuencias, ya que la madre de la criatura existe y no está lejos. Tampoco cuesta imaginar que el hecho tendrá derivaciones lacrimógenas, a pesar de que Cianfrance busca moderar los excesos. Drama sobre la maternidad y la responsabilidad, sobre los llamados lazos de sangre, sobre la lealtad y el perdón, sobre la lealtad y la traición, La luz entre los océanos tiene sus mejores valores en el sector interpretativo, en especial en los trabajos de los protagonistas: Michael Fassbender, Alicia Vikander y Rachel Weisz. También merecen ser destacadas tanto la cuidada ambientación como el que de los escenarios sabe hacer la admirable fotografía de Adam Arkapaw.
Basado en la novela “2012” de ML Stedman, un best-seller. La adapta a la pantalla grande el realizador de "Blue Valentine" protagonizada por Michael Fassbender (“Steve Jobs “) y Alicia Vikander (la ganadora del Oscar por “La chica danesa”). Esta historia cuenta con una buena ambientación y fotografía, un gran elenco con estupendas actuaciones, lleno de emociones y metáforas. Habla del amor, las pérdidas, la culpa, entre otros temas; pero resulta un melodrama con toques de telenovela.
Mejora notablemente cuando empiezan los planteos morales La película tiene los mismos defectos (sobre todo lo almibarado del principio) y las mismas virtudes que la novela de la australiana Margot L. Stedman en la que se basa. Directo desde el Festival de Venecia llega este melodrama basado en una novela romántico-sumarial (no exactamente judicial) con hermosa fotografía del inmenso mar, lindos y muy buenos intérpretes, tono vintage años 20, terribles dolores, abundantes vueltas y revueltas argumentales, fuertes sentimientos de amor conyugal y maternal, hábil manejo de temas importantes, música excesiva y dos o tres finales, como para elegir. Tiene sus defectos, provenientes de la novela original. Es que su autora, la australiana Margot L. Stedman, se ve demasiado influenciada por el meloso Nicholas Parks, sobre todo en las partes de enamoramiento y en el estirado desenlace. Por suerte también tiene otras influencias, literarias y éticas. Se explica: Un veterano de la Primera Guerra se casa con un encanto de mujer, se van a vivir tranquilos en un faro lejano, son felices, hasta que ella se trastorna por la pérdida de sus embarazos y le pide al marido quedarse con una bebita encontrada en un bote. La nena va creciendo, todos contentos, pero la verdadera madre la está buscando. Ahí empieza lo bueno, tanto en la novela como en la película, con sus planteos morales, sus revelaciones y su habilidad para hacernos entender la posición y los sentimientos de cada personaje, incluyendo la criaturita y unos cuantos comedidos que algo aportan. Simbólicamente, casi todo transcurre en el lugar de encuentro de dos grandes mares, en una isla llamada Janus, como el dios romano de dos caras. Curiosamente, todo podría suceder también en la Argentina. Cuestión de pensarlo. Postdata: no hay faro en Janus Rock. El que vemos en la película es el del cabo Campbell, Nueva Zelanda, allá frente al mar de Tasmania. Igual no vamos a ir.
Tom (Michael Fassbender) es un ex combatiente de la Primera Guerra Mundial. Con un pasado lleno de muerte y tristeza, decide tomar un trabajo manejando un faro en una isla cercana a un pueblo costero. Pese a querer llevar su vida en soledad, se enamora y se casa con una joven local, Isabel (Alicia Vikander). La vida de los recién casados parece feliz hasta que ella sufre dos abortos. Pero un día aparece un bote a la deriva con un hombre muerto y un bebé llorando. Isabel y Tom decidirán adoptar a la pequeña y hacerla pasar como hija suya, sin informar a las autoridades, y sin saber en el problema que se estarán metiendo. La Luz Entre los Océanos es un best seller, escrito por M. L. Stedman, pero quien les escribe no leyó dicha novela, así que la siguiente crítica se limita a hablar del film como material independiente y no como una adaptación del libro. Por la temática y el trailer, La Luz Entre los Océanos podría tomarse como un dramón de esos golpebajistas ideales para ver un domingo a media tarde si uno quiere terminar de deprimirse; y pese a que sí, se toca un tema bastante complicado, La Luz Entre los Océanos sale bastante airoso sin buscar la lágrima fácil. Uno de los méritos que salta a la vista de inmediato son las actuaciones, tanto de Michael Fassbender como de Alicia Vikander, quienes solos soportan casi el total peso de la película. Si bien en la segunda mitad aparece Rachel Weisz, su performance está por debajo del dúo protagonista. También cabe destacar que al ser pareja en la vida real, la química que tienen se nota de inmediato. Y atención a la actuación de Vikander cuando sufre los abortos, no sorprendería verla nominada en algún premio por esta película. Otro factor a destacar es la preciosa fotografía con la que cuenta La Luz Entre los Océanos, no sólo por lo bella que es, sino como es usada para acompañar los estados sentimentales de los protagonistas, ya sea tanto los pocos momentos de felicidad que tienen, o cuando sufren ante las diferentes pérdidas a lo largo de la historia. Y acá me quiero detener un momento, porque sin dudas es la pata flaca de esta película, la historia. Sí, más arriba me vieron decir que a favor tiene que no apela al golpe bajo. Y en ese sentido el guión escrito por Derek Cianfrance (quién también es el director) es bueno, pero adolece de un tercer acto bastante largo y estirado, que no sólo le quita ritmo al film, sino que se siente como si no hubiera sabido como terminar la película. A esto hay que sumarle que pese a sus actos, los personajes terminan siendo en su mayoría demasiados buenos, todos tienen un corazón noble y algunas de sus decisiones se sienten poco creíbles. La Luz Entre los Océanos es una muy buena película, que poco le falta para ser excelente, con grandes actuaciones, una enorme fotografía y una buena dirección. Se posiciona como uno de los mejores dramas del año. Una lástima que tenga pequeñas fallas en el guión; pero esto no quita que estemos ante un film que se los recomendamos a todos.
A sus suegras les encantará. La luz entre los océanosLas películas del director Derek Cianfrance no se han destacado especialmente por ser clásicas y convencionales. Guste o no, este cineasta ha realizado films caracterizados por premisas que cuestionan y reformulan los géneros tradiciones de Hollywood. En su opera prima, Blue Valentine, supo reconvertir el melodrama en una destructiva pieza de ciencia ficción romántica y ya para su segundo largometraje, la episódica The Place Beyond The Pines, se aproximó al thriller de manera fresca y reflexiva. Siguiendo la lógica podríamos esperar que su tercer trabajo continuara con esta línea disidente, por eso cuando uno ve La luz entre los océanos no puede evitar quedar perplejo ante tanta memez reaccionaria. Sin ir más lejos, la película parece una producto para TV con mucho presupuesto destinado a estrenarse en el ya desaparecido canal Hallmark Channel. Desde el vamos, el argumento es un sueño húmedo para suegras en busca de emociones fuertes. Un perturbado veterano de la Primera Guerra Mundial (Fassbender) se casa con una bella y joven maestra (Alicia Vikander) e inicia una nueva vida en un alejado Faro de Nueva Zelanda. Todo va de perlas, hasta que la señorita descubre su imposibilidad de tener hijos y se hunde en lo más profundo de la depresión. En medio de esta terrible situación, las plegarias de la frustrada madre son respondidas y un bebe recién nacido llega en un botecito a su solitaria isla, teniendo así que decidir entre adoptarlo o devolverlo a las autoridades. Como se podrán imaginar las cosas se van a complicar gracias a una serie de hechos fortuitos y acciones impulsivas de los protagonistas. Llamen a Thalia: El último trabajo de Cianfrance es un culebrón tan cuidado como artificial. A lo largo de los interminables 133 minutos de duración el espectador es expuesto a montaje tras montaje de los protagonistas leyendo en voice over cartas románticas con planos directamente robados de una portada de Danielle Steele. Es tan fría la relación entre Fassbender y Vikander que parece que se necesitan 60 minutos para establecer su romance, y no basta con escenas innecesarias de su vida idealizada vida cotidiana, sino que también deben subrayarlo en sus diálogos cada cinco minutos. Tanto la dupla de ascendencia germánica como la talentosa Rachel Weisz no ayudan demasiado al tedioso guión y lo único que hacen es saturar de emoción cada diálogo y gesto. Por otro lado, Cianfrance se toma una infinidad de tiempo en presentar los conflictos de la trama y cuando éstos por fin llegan, se resuelven al instante y no alcanzan a tener un desarrollo de algún interés; eso sí, en el medio hay tanto relleno y plano pseudopoético que uno no puede hacer otra que esperar el fin de la película o en su defecto la caída de un asteroide en nuestra sala y la exterminación absoluta de toda vida en el Planeta Tierra. Conclusión: La luz entre los océanos es un melodrama tedioso, trillado e interminable disfrazado de arte contemplativo y bienpensante. Un bodrio con todas las letras.
La nueva película del realizador de “Blue Valentine” es un drama entre romántico y ético acerca de una pareja que adopta una niña a principios del siglo pasado. Protagonizada por Michael Fassbender y Alicia Vikander, se trata de un producto cuidado, bello y con un aura de prestigio pero que no produce verdadera emoción ni demasiada tensión. Un término muy usado décadas atrás, aunque ya pasó un poco de moda, bien serviría para definir esta película de Derek Cianfrance: “cine de qualité”. Adaptado del francés (“cinéma de qualité”), era la forma en la que los críticos y luego realizadores de la Nouvelle Vague calificaban a buena parte del cine que los precedía, basado en prolijas y prestigiosas adaptaciones literarias, más de guionistas que de realizadores, poco propenso al riesgo. LA LUZ ENTRE LOS OCEANOS remite muy claramente a esos antecedentes, aunque se trate de una película estadounidense que transcurre en Australia. Es prolija, prestigiosa y cuidada. Luce bien y está bien actuada. Pero no parece estar viva: no late, no respira, no vibra. Es como una fotocopia de una película. Tras revelarse como un interesante director con su segundo filme, BLUE VALENTINE, Cianfrance hizo la poco vista THE PLACE BEYOND THE PINES. Más allá de gustos, ambos filmes dejaban en claro una cierta personalidad y estilo: denso, oscuro, casi melodramático. Los temas vuelven a aparecer en LA LUZ ENTRE LOS OCEANOS pero se los siente adormecidos, devaluados, envueltos en una narrativa propia de una novela más cercana al estilo best-seller de lo que cree estar. La película transcurre en 1918, cuando Tom (Michael Fassbender, con un gesto adusto casi inmodificable) vuelve de la guerra y de lo que, uno supone, fueron una serie de cruentas experiencias. Para estar solo y alejado del mundo, toma como trabajo temporario ser cuidador de un faro, en una isla bastante lejos del pueblo más cercano. Le advierten, de entrada, que el último cuidador enloqueció luego de estar años ahí así que le recomiendan o no quedarse mucho tiempo o formar una familia. Y termina haciendo lo segundo. Rápidamente se enamora y conquista a Isabel (la más vivaz, al menos al principio, Alicia Vikander), la hija de su jefe, y se la lleva a la isla. La vida allá entre ellos empieza siendo bella y tranquila, permitiendo a Cianfrance y equipo pintar un bucólico panorama. Pero al pasar el tiempo empiezan los problemas ya que la chica pierde dos embarazos y queda psicológicamente muy dañada. Demasiado casualmente, apenas después de perder el segundo sucede un hecho rarísimo que les cambiará la vida: un barco perdido en el mar llega hasta sus orillas con un hombre muerto y una beba de unos pocos meses que todavía vive. Tom duda respecto a qué hacer, pero ella insiste en quedársela y adoptarla. Y él, viendo que la llegada de la niña revitaliza a su deprimida mujer, acepta. Pero, esperablemente, las cosas no serán tan simples ya que lo que en principio parecía ser un acto de nobleza años después pasa a convertirse en algo más parecido a una apropiación, ya que la niña tiene madre (Rachel Weisz). Y, al ellos enterarse, la película pega un giro temático hacia otras zonas moralmente cuestionables o, al menos, ambiguas. Pero el drama que atraviesan Tom e Isabel nunca parece ser del todo convincente y es solamente desgarrador en algunas pocas escenas, más que nada gracias a momentos actorales logrados. A toda la película le falta intensidad y le sobra prolijidad, como si durante buena parte del relato Cianfrance no soltara las amarras y buscara la medianía del “efecto Oscar”. Si bien la perturbación, reserva y luego culpa y contradicciones de su protagonista masculino son secas e internalizadas, la película no decide nunca su tono, ya que sobre el final, intenta acercarse a una zona más emotiva pero termina saliéndole mal, más cerca del romance dramático y trágico de novelita de aeropuerto que otra cosa. De hecho, el tema y el lugar permiten un mayor enrarecimiento estilístico (hay siempre señales de que los personajes están a punto de perder su sanidad mental y la propia situación de “apropiación” es de por sí ya bastante perversa), pero en lugar de ir hacia ese lado el guión se encamina a una resolución mucho más prototípica, con un segundo y tercer final que no hacen más que seguir empeorando las cosas. Es una pena, ya que es evidente que hay talento a ambos lados de la cámara y que la historia tiene elementos potencialmente atractivos. Pero LA LUZ ENTRE LOS OCEANOS nunca es más que la suma de sus partes. Se queda en el gesto cuidado del dolor, pero el sufrimiento solo se transmite al espectador de manera esporádica. Como el faro que ambos cuidan, la película se ilumina una vez cada tanto.
LOS PECADOS QUE NOS ALCANZAN La verdad que me cuesta entender el nivel de maltrato por parte de los críticos que ha sufrido La luz entre los océanos, y más aún si tengo en cuenta que Derek Cianfrance venía de generar un fuerte consenso a partir de Blue Valentine y El lugar donde todo termina. No es un problema de punto de vista, sino de cómo se respalda la propia perspectiva a la hora de mirar y escribir sobre un film, que va por dos vías principales: el capricho casi digno de análisis psicológico de muchos críticos que, luego de poner en lo más alto a un cineasta, lo tiran abajo y lo hunden en el barro, en una banal mostración de rudeza; y un tipo de formación que lleva a una imperiosa necesidad de encadenar cualquier película que se analiza a uno o varios referentes previos. Las dos “críticas” publicadas en Otros Cines son un ejemplo un tanto triste: si el texto de Diego Battle acumula casi de manera coleccionable en su primer párrafo cuatro nombres importantes (Davies, Lean, Bergman, Sirk) y hasta una autocita cuya fuente es Twitter (sí, el gran Battle ya llegó a un lugar de excelencia tal que hasta es capaz de citar un tweet propio); el de Carlota Mosegui tiene dos párrafos (es que debía estar muy apurada y no tenía tiempo para escribir), donde se dedica básicamente a repetir lo mismo que Battle. Si usted, querido lector, está empezando a pensar que el panorama de la crítica argentina es trágico, lo avalo por completo. Lo cierto es que se ha tratado a La luz entre los océanos de drama académico, demasiado prolijo, convencional en su construcción y hasta moralista, pero esa no deja de ser una visión tranquilizadora y superficial: las bases donde se apoya Cianfrance son tenues, porque su apuesta no pasa por el homenaje, la cita o la mera reproducción de un modelo ya asentado. No, lo que intenta es diferente, implica recorrer un camino propio, donde el hilo narrativo se va formando de manera pausada, a partir de las acciones, los gestos y las miradas, con una inversión particular donde las transiciones tienen mucho más peso de lo habitual. De hecho, el conflicto central tarda en aparecer no por torpeza narrativa, sino por una decisión sumamente consciente por parte del director, a partir del material de origen, la exitosa novela de M.L. Stedman. Lo que le importa en primera instancia es construir el vínculo entre Tom Sherbourne (Michael Fassbender) e Isabel Graysmark (Alicia Vikander), cómo el amor que va naciendo entre ellos funciona como una forma de curación para los dolores y las pérdidas que ambos vienen arrastrando. Es una especie de largo prólogo que le permite a Cianfrance retratar el lazo entre la búsqueda de soledad por parte de Tom y su decisión de convertirse en el cuidador de un faro aislado del resto de la civilización, en una huída deliberada de su pasado como soldado durante la Primera Guerra Mundial; pero también indagar en la soledad que padece Isabel, atravesada por la pérdida de sus dos hermanos en la Gran Guerra. Y luego de eso, el encuentro entre esos dos individuos, el acercamiento tímido, respetuoso, pero innegablemente sincero, la confluencia entre esos dos cuerpos dolidos que van creyendo que pueden recuperar la felicidad al empezar una vida juntos. El relato no les niega antojadizamente esa felicidad y por eso el film puede entregar instantes plenos donde la convivencia surge como una forma de complementariedad, sin por eso negar el dolor, sino incorporándolo a las etapas de la vida y por ende dándole otra relevancia a sentimientos y gestos que desde su simplicidad dicen mucho sobre los protagonistas. Hay una secuencia alrededor de un piano viejo y defectuoso que es ejemplificadora de esto último y toda una declaración de principios. Por todo esto es que podemos entender, comprender y hasta justificar la decisión de Tom e Isabel de adoptar de manera irregular a un bebé que llega accidentalmente en un bote náufrago a las costas de su hogar, ante la imposibilidad de ella de concebir naturalmente. Y lo mismo se puede decir respecto a la culpa por esa acción, que afecta particularmente a Tom. Cianfrance vuelve a girar alrededor del tema de la paternidad, pero también de la maternidad -Isabel tiene muchas cosas para decir y decidir en su rol de madre-, y esas dos variables le permiten seguir abordando otro tópico decisivo en su cine, que son las razones que llevan a ciertas decisiones, las consecuencias que acarrean y cómo lidiar con las repercusiones. La culpa es el núcleo absoluto de La luz entre los océanos y está presente aún antes de desatarse el nudo conflictivo, ya está marcando a los personajes desde el minuto uno. Lo temporal es un principio fuertemente constructor de los personajes en La luz entre los océanos, es prácticamente una película de vida, una especie de saga familiar, lo cual explica que el film decaiga en su segunda mitad, particularmente a partir de la aparición de Hannah Roennfeldt (Rachel Weisz), la madre biológica de la niña adoptada por Tom e Isabel. La propia historia de amor de Hannah -que podría haber tenido una película propia- está desarrollada un tanto a las apuradas y eso le resta impacto a su personaje, delatando asimismo que en verdad la fuente primaria de interés de Cianfrance es el matrimonio de Tom e Isabel, con el primero como eje moral. Historia de amor, de tragedias, dolores y pérdidas, de deseos y frustraciones, La luz entre los océanos es también un film de época, pero no en el sentido de la mera reproducción naturalista de un tiempo y lugar. Lo que se intuye en el film, casi como un fuera de campo que condiciona a los protagonistas, es un conjunto de valores socio-culturales, un paisaje estableciendo un vínculo de retroalimentación con los dilemas que se van desarrollando a lo largo del metraje. Aún con sus fallos, La luz entre los océanos es un film de gran honestidad, mucho más arriesgado de lo que parece, donde cada minuto y cada plano cuenta, confirmando a Cianfrance como un cineasta moral, que no es lo mismo que moralista.
Crítica emitida en Cartelera 1030-sábados de 20-22hs. Radio Del Plata AM 1030
La luz entre los océanos, basada en la novela homónima de la escritora australiana M. L. Stedman, es el tercer largometraje ficcional del director Derek Cianfrance y llega a la pantalla grande para presentar un drama ubicado en Australia a mediados de los años 20. Tom Sherbourne (Michael Fassbender) e Isabel Sherbourne (Alicia Vikander) viven solos en una isla donde el esposo trabaja en el faro. Una mañana un bote llega a las orillas de la isla y se encuentran con que dentro de este, hay un hombre muerto y una bebé recién nacida. La pareja decide quedarse con la bebé en vez de reportar lo sucedido a las autoridades, hasta que la culpa los corrompe al conocer a la madre biológica de la niña, interpretada por Rachel Weisz. En un principio parecería que el film no termina de empezar, ya que el conflicto tarda en llegar porque la película se encarga de mostrarnos los inicios de la pareja. Una vez que encuentran a la niña, el film nos empieza a llenar de contradicciones. Cianfrance nos involucra en la historia de los lazos familiares de esta pareja y nos coloca en una posición incómoda como espectadores ya que se corre de las convenciones sociales de lo que está bien y lo que está mal. Los actores saben meterse a fondo en los personajes que encarnan, Alicia Vikander en la piel de una madre a la cual le quitan la tenencia de su hija es verdaderamente conmovedora por momentos. Al igual que Fassbender, este esposo al cual la culpa comienza a corromperlo al conocer a la madre biológica de su hija. Rachel Weisz en un papel difícil, sabe mostrar el sufrimiento de esta madre que ha perdido a su familia. En la película los protagonistas se envían cartas, que son narradas por ellos mismos en voz en off, un recurso un tanto predecible que termina agotándose a lo largo del film, al igual que los planos que utiliza el director, de paisajes, casi imitando postales, que hay a lo largo de la película. La banda sonora original compuesta por Alexandre Desplat (Trabajó con Polanski, Tom Hooper, Wes Anderson, entre otros) es de lo más interesante de la película, ya que conduce muy bien al espectador por el hilo dramático que transita. De más está decir que la ambientación de época de la película es excelente. Derek Cianfrance es un director que tiene habilidad para lograr que el espectador empatice con sus personajes, pero en esta entrega, el drama recae en la muy buena interpretación de los actores, pero si queremos buscar en las otras capas del film no nos encontraremos con mucho
El director de 'Blue Valentine' nos trae un melodrama conservador, en el cual el virtuosismo estético desentona con el ritmo narrativo. El melodrama ha sido uno de los géneros medulares de la historia del cine, sobre todo por los aportes que hizo en su época dorada, los años 40 y 50. Sentimientos excesivos, catarsis, intrigas, malos entendidos amorosos, relatos intrincados, son algunos de los motivos que conforman la naturaleza de estos. La Luz entre los Océanos es un claro ejemplo de puesta en escena de todos los móviles mencionados. La historia, ambientada a fines de los años 20, se centra en una joven pareja de recién casados: Tom (Michael Fassbender), un veterano de guerra que cuida el faro en una remota isla de Australia, e Isabel (Alicia Vikander), una bella mujer enamorada con el máximo deseo de formar una familia. Lo que parece ser un lecho de rosas en esta idílica isla del océano índico, paulatinamente se convertirá en sufrimiento y obsesión, dado que Isabel pierde sus embarazos. Tras la segunda vez de no poder culminar su periodo de gestación, la joven cae en una gran depresión, hasta que un día sucede un hecho impensado: el mar le ofrenda una bebé sana y fuerte. En medio de las olas aparece una barca que se encalla en la arena. En el interior yace un hombre muerto y una pequeña de pocos meses. Isabel ve que su oportunidad frustrada de ser madre puede convertirse en realidad, por lo que hará lo imposible para retener a la niña, y a pesar de que Tom en un principio se resiste, terminará aceptando el pacto y la criarán como suya. En medio de revelaciones casuales y sentimientos culposos, tres o cuatro años después de este suceso, la verdad saldrá a la luz y la pareja entrará en una profunda crisis, además que deberá enfrentar graves problemas legales. Si bien los aspectos técnicos y estéticos del film son virtuosos, así como las actuaciones correctas y una puesta en escena cuidadísima, La Luz entre los Océanos no asume ningún tipo de riesgo. Por ser tan correcta, aburre, y esto se refleja en su capa narrativa. Hacia la mitad del film el ritmo se dilata y la voz ronca de Fassbender, así como los sollozos de Vikander, comienzan a fastidiar. Todo se torna tan impostado que es imposible no distanciarse de la historia y los protagonistas. Alejado de aquellos melodramas que bien sabe reformular Todd Haynes (Carol, Lejos del paraíso), en los cuales subraya con maestría el estado emocional de los personajes, La Luz entre los Océanos rescata solo el aspecto superficial del género, aproximándose más al espíritu de una soap opera, lo diametralmente opuesto a lo que el director concibió en la demoledora Blue Valentine.
Triste, triste, triste... Esta película la vi en un avión yéndome de viaje junto a mi esposa... Si no quieren quedar deprimidos para todo el resto del recorrido y hacer fuerza para no llorar (mi mujer sí lloró mucho) delante de gente que no conocen y van viendo por ejemplo "El bebé de Bridget Jones", no se las recomiendo. ¡Qué triste por Dios! Sin spoilear, "La luz entre los océanos" es un film que nos cuenta la deprimente historia de Tom Sherbourne (Michael Fassbender) e Isabel Greysmark (Alicia Vikander), una pareja perfecta, de esas que nos dan ganas a todos de estar enamorados, que por hechos engañosos de la vida y malas decisiones se cae por un agujero negro sin fin. En primer lugar debo resaltar la labor de ambos protagonistas. La dupla hace un gran despliegue de actuación que sostiene toda la película. Los momentos felices y los desgarradores tienen mucha fuerza por el talento que le pusieron. Sumo la interpretación de Rachel Weisz que siempre cumple y aporta calidad. Por otro lado, la fotografía es espectacular, metiendo al espectador tanto en la belleza de Janus, la isla donde pasan juntos sus días Tom e Isabel, como en la soledad del lugar. Lo que no me pareció tan bueno es justamente la esencia de la historia, que como si se tratara de un juego macabro de la vida decide arruinar a estas dos personas buenas en esencia. Esto viene de la novela de M.L. Stedman por lo cual no sería justo echarle la culpa al film, pero es un poco forzado el timing del nudo de la historia y la manera en que las malas decisiones se apoderan de nuestra pareja protagonista. Es una historia diseñada para patear y trompear el corazón sin razón aparente. Es exagerada en mi opinión. Los golpes bajos están un poco controlados pero presentes durante la mayor parte del metraje. Es una película triste, con algunos mensajes fuertes sobre la moralidad y la capacidad de sanación del amor. A los espectadores sensibles les va a gustar bastante, pero a los que son un poco más duros les puede llegar a chocar la búsqueda constante de la emoción.