Amor de madre. En pocas cosas la humanidad completa podría estar de acuerdo como en aquella máxima que reza lo siguiente: "¡No existe amor como el de una madre!". Con todos los matices que lo pueden atravesar, como las costumbres y la condición socio-económica por ejemplo, podemos afirmar que el cariño maternal no tiene obstáculos a la hora de desplegar toda su capacidad. ¿Pero qué sucede cuando ese amor ve su límite justamente en el mismo sentimiento de otra mamá? Hablamos de un excepcional choque de fuerzas de igual magnitud. La Mirada del Hijo (Pozitia Copilului, 2013) es una película que llega desde Rumania. El realizador Calin Peter Netzer nos cuenta la historia de una madre, Cornelia Keneres (Luminita Gheorghiu), que está dispuesta a hacer todo lo posible para que Barbu (Bogdan Dumitrache), su hijo, no caiga en prisión luego de causar un trágico accidente de tránsito en el que un niño de 14 años perdió la vida. El filme intenta mostrarnos el duro e incómodo camino que debe pasar esta señora, acostumbrada al éxito profesional, las fastuosas fiestas con la alta elite rumana, la ostentación y la capacidad de conseguir todo lo que se propone. Pero lo que aparentaba ser más simple es aquello en lo que Cornelia está en dolorosa deuda: su relación de familia es pésima. El matrimonio parece sufrir una irreversible erosión luego de tantos años. Las amistades y la hipocresía van de la mano y -para colmo- hace varios años que ha perdido el amor de su hijo. Sin darle demasiado interés a la génesis de estas problemáticas, que realmente no interesan tanto al realizador, Netzer centra toda la película en el personaje de la madre, maravillosamente interpretado por Luminita Gheorghia. Su vida, objetivos y moral quedan plasmados en cada minucioso y descarado diálogo que lleva adelante como si fuera una batalla que hay que ganar. Son varios momentos pero se destacan dos en especial, uno al principio que marca su personalidad. Otro al final, que desnuda su ser por completo.
Relaciones humanas, cuestión de poder Ya se sabe de la austeridad, el rigor y la severidad con que el joven cine rumano viene examinando la realidad de su país. Esta vez, la mirada se dirige a esa nueva elite que ha venido a ocupar el lugar de privilegio del que en otros tiempos disfrutaba la nomenclatura. Cornelia, la protagonista de este áspero drama, pertenece a ella. Arquitecta y escenógrafa, casada con un médico y estrechamente vinculada con todos los personajes que importan en la política, los negocios, el arte y la cultura de su ciudad, está lejos de vivir en plenitud los beneficios que le ha concedido la vida. Se entenderá por qué apenas se la escuche en la escena inicial, cuando en charla con una amiga sólo exponga los constantes reclamos que le genera la conducta de su hijo, único y cuarentón. Mujer de fuerte personalidad, autoritaria y manipuladora, ejerce sobre su entorno y sobre sí misma un control sin desmayos. Si con el tiempo parece haber engendrado cierta resignación en su marido, encuentra en cambio hostilidad y creciente rechazo en su hijo, la única persona que -según declara- le interesa en el mundo. Seguramente también quien más ha sufrido la asfixia que produce ese mal llamado amor maternal. La relación entre los dos es, como mínimo, conflictiva, y mucho más desde que Barbu se ha unido a una mujer que, por supuesto, a ella le resulta intolerable. Para Cornelia (Luminita Gheorghiu, formidable), no parece existir otra forma de relación humana que la que supone un combate por el poder. Y esa naturaleza -quizá réplica metafórica del estado que los rumanos padecieron en carne propia durante la larga noche de Ceaucescu- se manifestará a pleno cuando sobreviene un drama inesperado: Barbu acaba de tener un accidente en la carretera; él ha salido ileso, pero el atropello le ha costado la vida a un chico humilde de 14 años que la cruzaba y no quedan demasiadas dudas de que fue la imprudencia del joven conductor la responsable de esa muerte. La frágil resistencia del hijo, que por comodidad, inmadurez y falta de carácter suele subordinarse, como todos, a los abusos maternos, poco hace por impedir que sea ella, tan acostumbrada a valerse de sus influencias, tan carente de escrúpulos cuando se trata de ejercer el poder y tan acorde con la corrupción ambiente que la habilita para acomodar la ley a su voluntad, quien se haga cargo de evitar que corra el riesgo de ser declarado culpable, aunque lo sea. Cornelia no tiene límites: hará todo lo imposible, legal o no, para liberar del compromiso a un hijo que cuanto más atosigado se siente por ella más la rechaza. En apariencia (y aun desde el punto de vista de sus autores, el propio realizador y el admirable guionista de La noche del señor Lazarescu, Aquel martes después de Navidad y 4 meses, 3 semanas y 2 días), el asunto central del film es la enfermiza relación madre-hijo, en tanto el subrayado contraste entre esa clase empobrecida y la soberbia, inescrupulosa y corrupta familia de los protagonistas, sólo un apunte circunstancial y secundario, está claro que el film apunta siempre a una misma cuestión: la del poder y su decisivo papel en las relaciones interpersonales. La nerviosa cámara de Andrei Butica y el guión colmado de apuntes incisivos y diálogos filosos no lo pierden nunca de vista, incluso en ese final catártico e intensamente dramático (el encuentro necesario sólo se ve de lejos y a través de una ventanilla del auto). Es en ese sentido que el film de Netzer, aun sin llegar a la intensidad de Lazarescu o de 4 días, por ejemplo, se muestra a la altura de las obras admirables a que el cine rumano nos ha acostumbrado en la última década. Como en todos ellos, las interpretaciones rayan a gran altura.
En el nombre del hijo A partir de un episodio tan dramático como cotidiano, La mirada del hijo va tejiendo una trama capaz de dar cuenta no sólo de un proceso de descomposición familiar, sino también social. Gran trabajo de la actriz protagónica, Luminita Gheorghiu. El llamado no podría haber sido más inoportuno... pero siempre lo hubiera sido: las malas noticias nunca son bien recibidas, en ningún momento ni lugar. Algo grave debe haber sucedido para que una amiga arranque a la portentosa Cornelia de una función de L’elisir d’amore, la bulliciosa ópera de Gaetano Donizetti. Y el motivo de semejante urgencia no demorará en saberse: Barbu, el hijo único de Cornelia, acaba de sufrir un accidente de auto. No, no hay nada de qué preocuparse, Barbu salió ileso. Pero en una maniobra imprudente atropelló en la ruta a un chico de 14 años, que murió antes de llegar al hospital. Y una prueba de alcoholemia puede comprometerlo aún más. A partir de allí, esa madre posesiva y plena de recursos hará todo lo que tenga que hacer (sea o no sea legal) para salvar a su hijo adulto de las consecuencias de su acto. Y sin importarle siquiera qué es lo que él piensa al respecto. Lo notable de La mirada del hijo, la gran película del rumano Calin Peter Netzer que el año pasado ganó el Oso de Oro de la Berlinale, es cómo, a partir de un episodio tan dramático como cotidiano, va tejiendo una trama capaz de dar cuenta no sólo de un proceso de descomposición familiar, sino también social. Como en La noche del señor Lazarescu (2005), de Cristi Puiu, y 4 meses, 3 semanas, 2 días (2007), de Cristian Mungiu (ambas con guión de Razvan Radulescu, libretista ahora de La mirada del hijo), el film de Netzer también se suma al ácido retrato de su país, de sus antecesores. Pero si en aquellos títulos el acento estaba puesto en las capas más desprotegidas de su sociedad, ahora en cambio el foco está puesto en los nuevos ricos, que se manejan hoy como si todavía fueran los miembros más encumbrados del régimen de ayer, porque siguen teniendo la misma impunidad. Antes se la daba el poder y ahora el dinero, parece decir el film de Netzer, que describe los desesperados esfuerzos de esa madre envuelta en pieles por salvar a su hijo del cargo de homicidio culposo. Basta ver a Cornelia (la extraordinaria Luminita Gheorghiu) en acción para darse cuenta de cómo se mueve no sólo su personaje sino también toda su clase social. Escoltada por su amiga Olga (Natasa Raab), casi tan imponente como ella, Cornelia casi toma por asalto la gris comisaría de provincia en la que tienen demorado a su hijo (Bogdan Dumitrache, protagonista de la inminente Cae la noche sobre Bucarest, de Corneliu Porumboiu). Los agentes policiales no son precisamente unos novatos, pero Cornelia conseguirá en sus propias narices que Barbu cambie su declaración por una menos incriminatoria, al tiempo que amenaza con hacer valer nombres e influencias varias. Esa es apenas una de las grandes escenas de La mirada del hijo, un film que a pesar de provenir de una cinematografía y un paisaje tan lejanos parece, sin embargo, tener tanto que ver con la realidad argentina, casi como si se tratara de un espejo deformante. Y aunque muy distintas en su concepción y objetivos, tanto el accidente que dispara el conflicto como la necesidad posterior de ocultarlo tienen más de un punto en común con La mujer sin cabeza (2008), de Lucrecia Martel. Tal como señala el propio director (ver aparte), la incomodidad esencial que provoca La mirada del hijo está en el punto de vista elegido, que no es otro que el de esa madre asfixiante como un pulpo, capaz no sólo de enfrentarse a la policía sino también de revisar a escondidas la casa de su hijo y hasta de carear a su compañera, a quien por supuesto quiere bien lejos de la luz de sus ojos. ¿El padre del triste Barbu? Podrá ser un médico muy reconocido, pero no cuenta para nada. Tal como su propio hijo se lo echa en cara, es apenas una masa blanda en las manos de Cornelia, que le da forma según su humor y sus necesidades. Hay algo a la vez monstruoso y querible en esa madre que sufre como la agonista de una tragedia griega frente a la cámara siempre atenta, nerviosa, generalmente en mano del director de fotografía Andrei Butica. Pero el suyo no es un dilema de orden moral sino de carácter práctico: ¿cómo evitar que ese accidente destruya la vida su hijo? Lo que Cornelia, a pesar de todo su status y su barniz cultural (lee a Pamuk y a Herta Müller porque ganaron el Nobel), no puede llegar a comprender es que ella ya lo hizo antes, primero que nadie, como si lo hubiera atropellado con su amor, su temperamento y su dinero desde el mismo día en que nació.
Últimamente se escucha mencionar la frase “La nueva ola rumana” en la que agrupa un puñado de directores que se han dado a conocer en distintos certámenes. Este es el caso del director Calin Peter Nezter, que con su tercera película, La Mirada del Hijo, obtuvo su Oso de Oro en el Festival de Berlín. Cuando uno piensa en una madre cinematográfica, es inevitable que el primer recuerdo sea la mamá de Norman Bates. Esta versión de madre rumana, solo le resta dirigir un hotel, ya que todo está bajo su mandato. Cornelia es una mujer mayor de la alta sociedad rumana, con contactos y dinero para hacer las cosas a su antojo o necesidad. Sus habilidades de dominación se ponen en práctica cuando su único hijo atropella a un chico en la ruta. Chantaje, cambios en las declaraciones tanto del hijo como del testigo, favores a la policía, dinero para el funeral, son algunas de las bondades de esta señora. Una versión materna fuera de los cánones establecidos. Cornelia puede controlar su entorno pero no tiene la habilidad para reconstruir la relación con su hijo. En un monólogo ante la madre del chico fallecido, ella también demuestra que perdió un hijo, pero en vida. Es notable la destreza con que el director maneja la tensión durante toda la película, una mínima palabra o intensión explotan con una fuerza capaz de invertir los roles de víctima a victimario. La utilización de la cámara en mano genera un nerviosismo y naturalidad que escapa del artificio del drama.
Cornelia es una mujer de la alta sociedad rumana, es madre, amiga y esposa. Pero las apariencias suelen engañar, y detrás de la apariencia de esta mujer elegante, hay lazos familiares a punto de quebrarse. Sobre todo con el hijo al que hace alusión su título, hijo único, que vive en pareja con una mujer que por supuesto a su madre no le cae bien. La película comienza a tomar forma, o al menos a inducirnos al lugar donde se dirige, cuando este hombre atropella a un niño y lo mata. Ahí entra en juego la madre, una mujer decidida a que su hijo no vaya a la cárcel. Las pieles de su vestimenta contrastan con la sencillez de la familia del niño fallecido. Es que para Cornelia, todo puede arreglarse, pues está segura de tener los medios para que así fuera. La mirada del hijo es un drama que pone en juego esta relación entre madre e hijo en medio de una situación extrema. Con una nerviosa cámara en mano, el director filma una película que a la larga tiene pocas escenas pero porque sus casi dos horas de duración está más que nada abocada a escenas largas y sin demasiadas elipsis. Esta cámara y este tipo de narración, que por momentos se la siente lenta, ayuda a que la película se la perciba de una manera más cruda, y a generar una necesaria tensión en momentos claves. Ningún personaje en esta película parece ser tan inocente, ni tan culpable. Cornelia es ante todo culpable de querer lo mejor, o lo que ella cree que es mejor, para su hijo, un hombre que tras este fatal accidente se convierte casi en un zombie. Al final, el film toma el rumbo más esperado, más moralista, y es esa última parte, además, la que se percibe más estirada. Este drama que pone en el centro este estrecho lazo familiar madre-hijo, retrata además la corrupción y el poder que el nivel alto de la sociedad tiene y utiliza para salir favorecido. La actriz Luminita Gheorghiu es la encargada de dar vida a esta madre posesiva, un personaje que dota de ambigüedad, que funciona de manera brillante en escenas dramáticas y no apaga ese brillo en aquellas de un humor involuntario. El punto de vista es siempre el de esta mujer, que pasa de ser una madre preocupada por su hijo, a una mujer fría que sólo quiere, y sabe que así va a ser, salirse con la suya. El film de Calin Peter Netzer que ganó el Oso de Oro en la Berlinale del año pasado genera entonces una experiencia interesante pero incómoda, y es una película que se queda impregnada en la mente de uno e invita a la reflexión, no sobre los temas expuestos en sí, sino el paralelismo que uno no puede evitar percibir con situaciones que nos son más cercanas.
¿Qué no haría una madre por su hijo? Cuantas veces esta frase, lugar común para hablar del “amor” a prueba de todo que una mujer siente por sus críos. Pero por más trillada que suene, el director Calin Peter Netzel, en su tercer largo, lo lleva a otra dimensión, al extremo. Si cualquier madre (promedio) se jugaría por su hijo, una madre asfixiante llevaría el límite mucho más lejos. Pregúntenle a Cornelia (Luminita Gheorghiu), una mujer de clase pudiente acomodada, que vive de apariencias, y también vive para saber paso a paso la vida de su hijo Barbu (Bogdan Dumitrache) de quien habla como si fuesen una sola persona. Últimamente las cosas entre Cornelia y Barbu no están del todo bien, desde que él decidió independizarse, ella parece haber perdido el norte y hace todo tipo de reclamos; lo persigue cada vez más. Pero sucede algo que lo cambia todo, o no, lo acrecienta aún más, Barbu atropella accidentalmente a un niño y lo mata. ¿Cuál será la reacción de Cornelia? Por supuesto, hacer cualquier cosa para que su hijo pueda evadir la ley o que la condena sea la menor posible. Le estará más encima que nunca, llegando a límites perversos. La mirada del hijo es un film tenso, por las líneas de arriba uno podría pensar que estamos frente a una madre joven e hijo apenas adulto, pero no, Cornelia ronda más de sesenta años y Barbu supera ampliamente los treinta, lo cual hace la relación entre ambos mucho más enfermiza. Netzel tiene un ojo agudo, y realiza un film de personajes, lo que sucede, en el fondo, no pareciese más que una anécdota extrema sobre una relación que tiene que estallar. Hay algo más en el riquísimo personaje de Cornelia, no solamente se desvive por y para su hijo, sino para y por ella misma, para mantener una postura de clase. El filo entre el real amor maternal y el deseo de que nada turbe la delicada torre de cristal en la que vive, es muy fino. Ganadora del Festival de Berlín 2013, son varios los aciertos de La mirada… principalmente los protagónicos de Gheorghiu y Dumitrache, fundamentales en un film como este que apunta a la psiquis de sus criaturas. En ciertos tramos, la historia pierde algo de potencia y pareciese no querer ir más allá, indagar un poco más, sobre todo, en los otros personajes, en las otras aristas del caso policial. Este detalle le quita el brillo que pudo redondear una obra quizás inigualable. La toma de ciertos caminos “correctos” termina acomodándola y transformarla en más convencional de lo que debería. De todos modos, con sus grandes aciertos y sus miedos, La mirada… es otra muestra más de una cinematografía pujante como la rumana, país que ha venido creciendo con constancia en los últimos años, y que, con títulos como este, parece tener un buen futuro asegurado.
Cine de primer nivel que analiza la conflictiva relación madre e hijo, que si se quiere, también funciona como metáfora política de lo que vivió el pueblo rumano. El director Calin Peter Netzer muestra a una mujer relacionada con el poder que se queja porque su hijo no la quiere y cómo reacciona cuando ese hijo mata accidentalmente a un joven. La mujer manipuladora que mueve cielo y tierra para atenuar el castigo, el hijo pusilánime, cobarde. Grandes actuaciones, profunda, conmovedora.
Mirar sin ver En los primeros minutos del film, vemos a Cornelia (Luminita Gheorghiu) hablar despechadamente de un hombre. No es su amante ni su pareja, aunque el tipo de reclamo así lo infiera. Habla de su hijo Barbu (Bogdan Dumitrache), con quien mantiene una relación absorbente y conflictiva. La mirada del hijo (Pozitia copilului, 2013) desarrolla este particular vínculo entre madre e hijo agravado por un accidente que cambiará el curso de sus vidas. Cornelia tiene unos sesenta y pico de años, su hijo treinta y algo. Nunca se llevaron bien, y ahora que él se independizó la relación es cada vez más tensa. Ella sin verlo –la mirada es fundamental en la película- lo asfixia, lo invade, lo atosiga. Él mantiene un resentimiento latente hacia ella. Pero las cosas se complicarán cuando él atropelle y mate a un niño y la ley le caiga encima. Cornelia intentará por todos los medios ayudarlo, cuando termine por atropellar –figuradamente- a su propio hijo. La película ganadora del Oso de Oro en el Festival de Berlín 2013, es un relato de personajes. Personajes a quienes conocemos por su psicología expresada en su comportamiento y relaciones con los demás, como en los mejores films de Mike Leigh (Secretos y Mentiras). La acción se centra en Cornelia y en su obsesión con su hijo ya adulto. Una continua cámara inestable sigue su errática conducta, al modo de registro casual de las situaciones. Barbu tiene un carácter similar, apabullante con su mujer. Se lleva el mundo por delante y el accidente en cuestión simboliza su proceder. Ella buscará por todos los medios restablecer el vínculo con su hijo. Apelará a sus saberes de abogacía y nivel económico para evadir lo mejor posible la condena, siendo este uno de los puntos más interesantes de la película, pues muestra la miseria humana ante la desesperación. El accionar de la policía o del otro implicado en el accidente, lo demuestran. Este film rumano dirigido por Calin Peter Netzer retrata hábilmente la suerte de sus personajes con largas escenas que manifiestan sus defectos, llevados a extremos dramáticos por el relato. Características que comparte con el cine que llega de Rumania por estas latitudes, basta recordar los casos de 4 meses, 3 semanas y 2 días (4 luni, 3 saptamani si, 2 zile, 2007) o Aquel martes, después de Navidad (Marti, dupa craciun, 2010). La mirada del hijo habla también del otro, a quien se debe aprender a respetar, comprender y aceptar sus decisiones. Y lo hace desde la ceguedad materna, pero también desde una actitud de clase -sumada a una cuestión de poder-, a través de un interesante juego de miradas, y con un apoyo fundamental en las actuaciones del elenco, que eleva el relato a niveles sensitivos realmente intensos.
Algo huele a podrido en Rumania... Ganador del Oso de Oro del Festival de Berlín 2013, este film de Calin Peter Netzer (María, Medalla de honor) resulta un nuevo exponente (y van…) de la solidez, rigor, profundidad, inteligencia y capacidad de provocación del cine rumano. Coescrita por Răzvan Rădulescu (La noche del Sr. Lazarescu), la película tiene como protagonista a Cornelia (descomunal trabajo de Luminita Gheorghiu), una arquitecta y diseñadora que mantiene una tensa, difícil relación tanto con su marido ausente como con su hijo cuarentón, Barbu (Bogdan Dumitrache), y su nuera Carmen (Ilinca Goia). Cornelia es una mujer autoritaria, dominante, avasalladora, manipuladora y a veces hasta un poco cruel. Sus habilidades (y sus miserias) saldrán a relucir cuando su hijo quede involucrado en un accidente automovilístico con un chico de 14 años como víctima fatal. Ella apelará a sus contactos, a su dinero y a su poder para mantener a Barbu -con quien casi no puede entablar una mínima conversación- fuera de la cárcel. Lo interesante de los comportamientos de Cornelia es que están motivados por el amor, por la protección que quiere dar a un hijo bastante cobarde e incapaz. Pero, para lograr sus objetivos, deberá concretar acciones muchas veces reñidas con la ley. Es que La mirada del hijo muestra una sociedad rumana post-Ceausescu dominada por la corrupción, la impunidad, el tráfico de influencias y el poder del dinero de unos nuevos ricos sin pruritos ni escrúpulos. Como en buena parte del cine rumano, Netzer construye largos planos-secuencia con cámara en mano para darle nervio, tensión y contundencia a la tarea mayúscula de sus intérpretes (otro pilar de las películas de ese origen) a la hora de sobrellevar diálogos de gran intensidad y situaciones extremas. Una película incómoda y perturbadora, es cierto, pero también de notable factura y enormes alcances y connotaciones.
Fuerte cuadro de una sociedad inmoral El título de este inquietante drama rumano es "La mirada del hijo", pero la que mira más fuerte es la madre, una profesional de peso, acostumbrada a imponer su voluntad y contrariada porque el desamorado de su hijo decidió hacer rancho aparte y llevar adelante su vida con una chica que no es precisamente como ella quisiera. Pero de pronto el hijo, que ya es un tamaño gandul, atropella a un pibe y corre el riesgo de ser condenado por homicidio culposo. Ahí es donde la mujer saca las uñas y apela a todos los recursos que sabe usar, y otros más, en el esfuerzo por evitar que el nene vaya a donde le corresponde. Esos recursos podrían ser corrupción de testigos, alteración de pruebas, intento de "arreglo extrajudicial" con los padres de la víctima, en fin, nada es suficiente, y encima el sujeto no colabora ni agradece como corresponde. Sólo la burocracia colabora, con sus resabios de cinismo e indiferencia cívica. Y con su capacidad para cobrar en exceso lo que sea. Fuerte cuadro de una sociedad inmoral, duro retrato de una relación enfermiza, buena historia con un final contundente y amargo, El film se concentra en el accionar de la madre, y tiene para ello una intérprete brillante, Luminita Georghiu, ya vista en "4 meses, 3 semanas, 2 días" y "La muerte del señor Lazarescu". Lástima que tenga a un muerto de frío en el manejo de la cámara, que se mueve todo el tiempo y termina cansando más que la mujer y el ingrato del hijo. En fin, ser moderno tiene sus desventajas.
Madre e hijo; dolor y poder Barbu, de 32 años, atropella a un niño, que muere poco después del accidente. Iba rápido y seguramente irá a prisión. Barbu mantiene con su madre, Cornelia, arquitecta de clase alta, una tensa relación. Y el filme cuenta las andanzas de esa madre manipuladora, invasiva y avasallante que sólo quiere salvar a su hijo de la cárcel, aunque para eso haya que recurrir a la mentira, el soborno y la hipocresía. Por debajo de esa historia, cargada de notas trágicas, circula en voz baja una parábola sobre el ejercicio del poder en un país –Rumania- que de atropelladores y de impunes sabe bastante. Ella controla todo. Su comportamiento en la comisaría y su visita a escondidas al departamento del hijo, definen su carácter y sus ambiciones. Otro gran filme rumano, intenso, devastador, implacable. El guionista es Cristi Puiu, el mismo de otros grandes filmes de esa cinematografía (“El señor Lazarescu”, “4 meses, 3 semanas, 2 días”) un autor de un notable poder de observación, que a manera de espiral va ampliando su mirada y profundizando su análisis. La madre es a la vez odiosa y entendible: ampara y asfixia. Pelea por ese hijo, (“lo único que tengo”) que casi ni le habla y que está harto de ella. Babu le pide que lo deje solo, que no lo ayude, que salga de escena, que una vez –aunque sea en el castigo- lo deje vivir su vida, sin protegerlo ni manejarlo. La escena del funeral es demoledora: Cuando Cornelia se mide con la otra madre, recién allí tomará conciencia de la verdadera dimensión del dolor, aunque seguirá manipulando y comprando. En la última secuencia, el hijo –libre de la pegajosa presencia de ella- enfrentará solito al arrasado padre de la víctima. Pero Cornella desde el espejo retrovisor no dejará de vigilarlo. Diálogos intensos, personajes estupendamente delineados, mirada sugerente, actuaciones formidables. Un filme doloroso, creíble y riguroso.
Todo sobre mi madre Cornelia (Luminita Gheorghiu) no puede vivir sin tener noticias de su hijo; Barbu (Bogdan Dumitrache), por el contrario, prefiere tener a su madre bien lejos y olvidada de la relación filial. Pozitia coplului, título original del film dirigido por el rumano Calin Netzer, cuenta una historia conocida pero pocas veces narrada: la de la madre sobreprotectora, aquella cuyos miedos la acechan más de la cuenta, generando distorsiones en el entorno familiar. La tensa relación de Cornelia y Barbu se precipita cuando este último atropella y mata a un adolescente de clase baja mientras manejaba por las afueras de Bucarest. El trauma reacomoda las ya imposibles riendas familiares por la vía de la solidaridad y un perdón casi cristiano. Ganador del Oso de Oro en el último Festival de Berlín, el tercer largo de Netzer, como los films del iraní Asghar Farhadi o sus primos de la nueva ola rumana, lleva adelante una historia compleja y realista, envolvente, y triunfa sin necesidad de juzgar a sus personajes. En varios momentos Cornelia peca de ser intrusiva, dominante, hasta que un inmutable testigo del accidente marca sus límites, resultando la escena más lograda de este notable film.
Como arcilla entre las manos Ganadora del Oso de Oro en el Festival de Berlín, el film del rumano Calin Peter Netzer construye su trama de telaraña a partir de un accidente de tránsito, un episodio medular que asocia a la vez que desoculta -y miente- afectos, relaciones familiares y sociales. La mirada del hijo tiene su fuerza centrípeta en la figura férrea de Cornelia (la estupenda Luminita Gheorghiu), madre del responsable al volante: hijo de edad avanzada, mirada caída, como si de un sonámbulo se tratase. Para llegar a su punto crítico, el film mantiene un prólogo premeditadamente disperso, que permite entrever un añorado vínculo de madre. El accidente llega como noticia imprevista, para ella y para el espectador. El fuera de campo es total, no hay necesidad de descubrir en flashbacks qué es lo que sucedió, el hecho será mucho más sentido por las reacciones circundantes, por los pequeños datos que asoman. Lo que golpea rápido es el comportamiento estoico de esta familia con su hijo en apuros, quienes evidentemente saben muy bien dónde guardar sus afectos para priorizar lo que se debe: abogados, medicamentos, dinero, todas piezas de un ajedrez al que más vale agilizar. Ninguna lágrima, nada de caricias. Tampoco un mínimo de pesar por la vida que se ha perdido: la de un niño cuya familia es reverso social de la de Cornelia: ciudadanos de la periferia, de extracción humilde, sin contactos ni relaciones. El comportamiento de Cornelia es ejemplar: lo que sea por su hijo. Las fisuras son lo mejor del film. Allí cuando el hijo, siempre harto, cansino, da un portazo tras despacharse con su padre: "Eres arcilla entre sus manos" le dice a él. "Sí, eres arcilla", le ratifica ella a su marido. Las maniobras a atravesar no tendrán límites. Porque, como se dijo, cualquier cosa por un hijo. Además, es el único hijo. Ustedes tuvieron, al menos, dos; explica Cornelia a los padres humillados por "la voluntad de Dios". Éste es uno de los momentos más sorprendentes del film, donde se cruzan lágrimas, palabras, de un asidero flotante, cambiante, que obliga al espectador a estar más atento, a preguntarse qué es lo que de veras sucede. Por todo esto, la escena final es magistral. El espejo retrovisor del auto de Cornelia devuelve el diálogo entre su hijo y el padre del niño fallecido. Antes, él tuvo que pedir a su madre que le dejara bajar del auto. Para luego volver al mismo asiento de siempre, el de atrás. Como cuando era un niño, el de toda la vida. Sus lágrimas parecen ciertas. Las de Cornelia, en todo caso, son tan sinceras como se lo permite su amor de madre, amparado en su apellido de relieve y un ahorro en euros.
Las clases y las personas Uno de los grandes méritos de La mirada del hijo, ganadora del Oso de Oro y el premio FIPRESCI el año pasado en el Festival de Berlín, es la variedad de lecturas que permite, lo que la emparenta con otros exponentes de su país como La noche del señor Lazarescu o 4 meses, 3 semanas, 2 días. Hay una anécdota central, clara, precisa, hay un seguimiento detallado de las acciones, y en esa exploración van apareciendo otras cuestiones que enriquecen la premisa inicial. La película desde el comienzo propone un punto de vista problemático, al centrarse en Cornelia, una típica exponente de la clase media alta de Rumania, aunque por sus modalidades de construcción cultural podría pertenecer a cualquier otro país, como la Argentina, por ejemplo. Es esa clase sostenida en base al consumo, al cual muchas veces disfraza de intelectualidad, pero también en la impunidad, esa impunidad que nace de sentirse superior por tener una profesión de peso (en el caso de ella la arquitectura), vínculos con sectores influentes y dinero -o al menos la cantidad de dinero suficiente para mover las palancas que hacen falta-. Su andamiaje tan tranquilizador entra en crisis cuando una amiga viene a avisarle, interrumpiendo su disfrute de una ópera (ahí ya hay toda una mirada sobre el personaje, toda una toma de posición), que su hijo ha tenido un accidente automovilístico. No está herido, pero atropelló a un joven, quien murió antes de llegar al hospital. Si llegan a hacerle una prueba de alcoholemia, quedaría muy mal parado. A partir de allí, Cornelia empieza a desplegar toda una serie de tácticas, destinadas a que su hijo pueda salir indemne y no quede tras las rejas. Le hace cambiar la declaración, que al principio lo incriminaba por otra más acorde a sus propósitos, frente a las mismas narices de los policías; recurre a todas las influencias posibles; y hasta se propone sobornar a un testigo, entre otras cosas. Lo que realmente escapa a sus cálculos es el enfrentamiento que sus acciones provocarán con su hijo, quien comienza a reprocharle de manera cada vez más marcada su manía de controlar los destinos de las personas que están a su alrededor. A la vez, lo que va quedando para ella de manera cada vez más patente es que hay influencias que no alcanzan y que no todo se puede solucionar con dinero, que hay pérdidas irreparables, decisiones que marcan para siempre y vínculos rotos imposibles de recomponer. Da para especular (y por ende comparar) cómo habrían sido presentados los personajes del film de Calin Peter Netzer en el contexto del cine argentino, en especial en lo que respecta a su protagonista. Hay un problema crónico en buena parte de la cinematografía nacional vinculado a cómo se observan las distintas clases sociales: si muchas veces la mirada sobre los pobres es -valga la redundancia- pobre, la visión sobre las clases media y/o alta está atravesada por el esquematismo y hasta cierto miserabilismo. Para eso, basta con ver films como Betibú, Las viudas de los jueves o Una semana solos, que nunca salen de las obviedades, porque ya tienen sus tesis establecidas antes de comenzar sus historias, forzando a sus personajes a seguirlas aunque las reglas de verosimilitud indiquen otras direcciones. En cambio, en La mirada del hijo el punto de vista y su recorte sobre el mundo se va configurando a partir de los cuerpos que se siguen, de esas personas que toman decisiones terribles, que se equivocan, que cometen toda clase de errores, que cargan con historias pasadas no precisamente luminosas, que incurren en unas cuantas miserias, pero que aún así nunca dejan de ser seres humanos, individuos ordinarios, en fin, personas. Ese humanismo que atraviesa todo el largometraje no impide que el relato sea en extremo crítico con lo que se muestra, que adquiera una complejidad mucho mayor y que genere, finalmente, muchas preguntas, todas difíciles de contestar, sobre los relaciones familiares, las confrontaciones sociales y económicas, el funcionamiento de instituciones como la justicia o la policía dentro de un Estado corrupto, las reformulaciones de penas y castigos a través del arrepentimiento o la noción de víctima. Lo consigue a través de una narración que avanza de manera implacable y una puesta en escena que trabaja los espacios en toda su profundidad (ver por caso la última, espléndida secuencia), captando la atención del espectador y manteniéndola de principio a fin. Film de múltiples capas, que despliega sus elementos sin manipulación, La mirada del hijo rompe con los esquematismos, elude las oposiciones simplistas y efectistas, y nos obliga como espectadores a hacernos cargo de lo que miramos, a ponernos en lugares incómodos, a dejar de lado las respuestas tranquilizadoras. Y lo hace a puro cine.
Un tema maduro en su tratamiento pero que rema con dificultad en densas aguas narrativas. Pocas relaciones son tan fáciles y a la vez tan complejas de entender como las que existen entre una madre y un hijo. El vínculo que existe puede ser tan fuerte, que hasta a veces dificulta que ambos se vean el uno al otro solo como seres humanos. Pero ¿Qué pasa cuando esto resulta en el daño a un tercero, a otra mitad de un vínculo tan fuerte como el de ellos? Esa es la pregunta que viene a contestar La Mirada del Hijo. ¿Cómo está en el papel? La Mirada del Hijo cuenta la historia de Cornelia, una arquitecta de la alta sociedad rumana, se encuentra repentinamente en un predicamento cuando Barbu, su hijo de 32 años, se ve involucrado en un accidente automovilístico que resulto en la muerte de un niño. Cornelia luchara contra viento y marea para evitar que su hijo vaya a la cárcel, aun si eso implica llevar a cabo acciones cuestionables. La película claramente trata el tema del abandono del nido, del hijo que inevitablemente tendrá que irse del lado de su madre, y la renuencia de esta a aceptar este hecho. El director, muy inteligentemente, elige para vehiculizar este tema algo tan desgarrador como un crimen y sus consecuencias. Es un vinculo, una burbuja, tan intensa y tan increíblemente dependiente que se vuelve añicos inmediatamente con el hecho delictivo. La deshonestidad en la que incurre Cornelia es una resistencia a aceptar esto, por más que se vea y se sienta como el amor de una madre. El daño a un tercero, a un hijo de otra madre, será la piedrita en el zapato de Cornelia, quien progresivamente comenzara a sentirse en los zapatos de la otra persona. Al tener que preguntarse que haría si estuviera del otro lado de la contienda. Aunque tiene un tratamiento maduro de su tema y un desarrollo de personajes tan complejo como rico, su progresión dramática es demasiado lenta para su bien. Las escenas están cargadas de subtexto, pero el espectador tiene que hacer un enorme esfuerzo para descubrirlo, tampoco le ayuda el ritmo de las escenas, que cuando no están ocupadas introduciendo excesivamente la acción, la alargan de modo tal que uno le pierde el hilo no solo a lo que cuenta, sino también al mensaje que quiere dejar. ¿Cómo está en la pantalla? La mayoría de la película esta filmada con cámara en mano, y casi sin hacer cortes. Aunque esto suma a la hora de crear un retrato visceral, no ayuda en el relato de una historia que desde el papel es muy exigente y estratégico para una estética tan librada a la improvisación como lo es esta. Por el costado actoral, se destaca gratamente a Luminita Gheorghiu, quien da vida a Cornelia a través de una gran expresividad y el uso justo de las palabras; una máscara de frialdad que expresa miles de sentimientos encontrados. Por la manera en que ella trabaja la última escena de la película, aun a pesar de las complejidades del relato en que se mueve, podemos sacar, y con toda justicia, que estamos ante un gran talento interpretativo. Conclusión La Mirada del Hijo ofrece un tema complejo pero definitivamente maduro y que a pesar de contar con un gran talento interpretativo para desarrollarlo, se encuentra en un marco narrativo demasiado pesado que a la postre le juega en contra.
A una década, casi, del inicio de la llamada Nueva Ola Rumana, el cine de ese país sigue demostrando tener un enorme control sobre un género que buena parte del mundo ha extrañamente desechado: el drama adulto, urbano y contemporáneo. Me refiero, simplemente, a historias contadas con rigor y severidad, con un estilo realista en todos sus detalles (desde las actuaciones al vestuario, la dirección de arte y, más que nada, a la duración de los planos) que tratan sobre las relaciones personales, económicas y sociales entre seres que habitan ciudades occidentales con las contradicciones que todas ellas tienen. No parece haber ningún gran secreto atrás de todo esto pero a juzgar por la poca gente que lo hace (y la aún menor cantidad que lo hace bien) debe ser muy complicado. Si bien aquí –como en otros filmes rumanos recientes– hay un “disparador” casi de thriller, lo que la película busca es ahondar en sus personajes a partir de esa excusa argumental. En LA MIRADA DEL HIJO, dirigida por Calin Peter Netzer, esa excusa es un accidente automovilístico que involucra a Barbu (Bogdan Dumitrache), el treintañero hijo de Cornelia (Luminita Gheorghiu), una mujer madura y dominante, miembro de la alta burguesía de Bucarest y una madre entre devota e insoportable, capaz de hacer cualquier cosa por su hijo arruinándole la vida en el camino. childsposeBarbu, claro está, no puede ni verla (la película abre con una escena en la que Cornelia le describe a su hermana como él la maltrata y la agrede), pero el accidente es la excusa perfecta para que esta Madre Todoterreno intente ayudar a su hijo a salir del problema y, de paso, recapturarlo de las manos de esa “madre soltera” que es su actual pareja y que todavía “no le dio un hijo”. El tal Barbu, atribulado tras pisar y matar con su auto en la ruta a un chico de 14 años andando a más velocidad de la permitida, no sabe si dejar que su madre se ocupe (como suele y sabe hacer) o salir del estupor y empezar a arreglárselas por su cuenta. Ella, con sus contactos y su actitud de dueña del mundo, querrá decidirlo todo, al punto de que el pobre Barbu –que tampoco parece ser una luz, digámoslo– puede llegar a pensar que es mejor ir a la cárcel que seguir soportando el férreo control que ella tiene sobre su vida. LA MIRADA DEL HIJO se organiza como un drama clásico, con una estructura un poco más tradicional que otros filmes rumanos recientes y un aire de realismo teatral –las escenas son, más que nada, largos diálogos– que por momentos nos hace pensar en cierta tradición norteamericana en el tema. Pero el guión de Razvan Radulescu (acaso el arma secreta del cine rumano, guionista de LA NOCHE DEL SEÑOR LAZARESCU, 4 MESES, 3 SEMANAS, 2 DIAS y AQUEL MARTES DESPUES DE NAVIDAD, entre otros clásicos modernos) es un experto creador de personajes complicados, ambiguos y difíciles de asimilar del todo en su amplitud de registros y reacciones. childspose3Si algo diferencia a este filme de otros rumanos es que se centra en una clase más alta y en gente con influencia política, algo que queda en claro en la fiesta de cumpleaños de Cornelia a la que su hijo no viene pero no faltan ministros y autoridades. Son esos “contactos” a los que recurrirá cuando llegue a la estación de policía del suburbio de aparentes bajos recursos donde está detenido su hijo y, vestida con un ostentoso tapado de piel y sin despegarse de su moderno celular, se mueva allí como si todos fueran sus empleados domésticos. Ella lo controla todo –inclusive a su timorato marido que ni se atreve a enfrentarla– y hará lo imposible para manipular el caso también, desde forzar a su hijo a mentir en los registros policiales (adelante de los propios policías) a sobornar a los duros testigos. Pero también querrá dictaminar lo que deben hacer su hijo y su nuera, y no aceptará un “no” de nadie. Y aún recibiendo una negativa, seguirá con sus planes como si nada. Lo único, parece, que no puede controlar del todo es a su hijo y las emociones que (en ambos) despierta la toma de conciencia real de haber matado a alguien que, también, es hijo de una sufriente madre más allá de las diferencias. childs_poseCon una actuación descomunal (casi conscientemente “descomunal”, si cabe la expresión) de Gheorghiu, actriz que ha aparecido en casi todas las películas rumanas recientes importantes, LA MIRADA DEL HIJO es un retrato puro y duro de una complicada relación madre e hijo, cuya extrañeza puede notarse con detalle en una escena que tiene lugar cuando ambos regresan de la estación de policía a la casa materna y ella descubre a su hijo golpeado en la espalda. Y es, también como los otros filmes rumanos, una puesta en discusión de cierta decadencia y corrupción ética que cala a fondo en una sociedad en la que los rasgos más nobles y los más miserables de las personas se combinan de las maneras más inesperadas. Los límites que estas películas manejan son siempre difusos, estando muchas veces al borde de pasarse a cierto tono hanekeano de “castigo por pertenencia a una clase” o “lección al espectador”, pero la película logra casi siempre mantenerse dentro del borde “humano” de esa delgada línea, encontrando aún en las actitudes más graves y hasta monstruosas de sus personajes una lógica interna comprensible que los hace actuar como actúan. Cuando Metler se aleja de ellos para juzgarlos (como en una escena entre Cornelia con su mucama, por ejemplo), la película pierde esa apuesta. Pero cuando reencuentra su punto de vista y logra que el espectador sienta algún tipo de empatía por los contradictorios personajes que presenta (como en toda la excelente secuencia final), logra transformar esa serie de hipótesis socioculturales en genuina emoción. Y gana la partida.
Cualquier película rumana garantiza un cine para adultos, y en nuestra cartelera eternamente adolescente no es un mérito menor. El pesimismo metafísico de los Cárpatos y una escuela cinematográfica sólida constituyen las bases para un cine caracterizado por una densidad dramática exenta de galimatías y obviedades, interpretaciones sólidas, una puesta en escena rigurosa y un apropiado sentido sociológico sobre el lugar de los personajes en una sociedad específica. La mirada del hijo arranca con el discurso de la madre. La extraordinaria actriz rumana Luminita Gheorghiu interpreta a Cornelia, una mujer de clase media alta. La conversación con un familiar cercano da cuenta que Barbu, su único hijo, la evita sistemáticamente, ni siquiera lee los libros que le ha regalado. Aparentemente, la culpable es Carmen, su nuera, que no está dispuesta a convertirla en abuela. En menos de cinco minutos se configuran las coordenadas simbólicas de una situación familiar. Pero La mirada del hijo es un poco más que un drama familiar y edípico tardío. En el medio de una función teatral, Cornelia recibirá un llamado telefónico. Se le informará que Barbu tuvo un accidente automovilístico. Su hijo está sano y a salvo, pero mató a un chico de 14 años que cruzaba la ruta. De aquí en adelante, La mirada del hijo se centrará en cómo Cornelia hará lo imposible para evitar que su hijo vaya preso, aunque eso signifique traspasar los límites de la ley. Se dirá que el espíritu materno está por encima de la ley. La pertenencia de clase también. Hay un pasaje estremecedor que cifra el universo cultural de la película. Cornelia tiene una cita con el único testigo directo del accidente. La racionalidad instrumental del diálogo es una pieza discursiva de terror y un striptease de la subjetividad capitalista. Visible y táctil, el Euro es aquí el único dios. La resolución (abierta) de este drama no sólo familiar, sino también jurídico y sociológico, tiene lugar cuando Cornelia, Carmen y Barbú visitan a los padres de la víctima en un pueblo. El contraste material es apabullante, y el sufrimiento de los familiares del chico muerto, inconmensurable. Es un epílogo poderoso, emocionalmente circunspecto y preciso sobre cómo abordar cinematográficamente el dolor. Un buen ejemplo es la distancia elegida para filmar el encuentro entre el padre del chico y Barbu. El desamparo impone una poética, y Calin Peter Netzer, en su tercera película, demuestra estar a la altura de las circunstancias. Notable.
La mujer con cabeza De a poco y teniendo presente siempre las escasas oportunidades de ver cine rumano actual uno se va configurando un estilo gracias a películas de alto contenido social y dramático como La mirada del hijo, ganadora del Oso de Oro en Berlín y dirigida por Calin Peter Netzer que cuenta con el notable guión de Razvan Radulescu, responsable de La noche del señor Lazarescu (2005) de Cristi Puiu, otro gran film rumano que sorprendiera en el BAFICI por aquellas épocas. La grandeza de este film es la capacidad para desarrollar entre líneas una compleja madeja de fuerzas y relaciones para describir con absoluta realidad y crítica social el retrato crudo de los mecanismos de poder cuando se trata de la prevalencia de una clase social sobre otra en la dinámica del capitalismo Occidental con el dios euro como única estampa de devoción frente al cinismo de los nuevos ricos que ahora aparecen en la Rumania tras el régimen. Del drama familiar o relato de descomposición a la alegoría más contundente el film toma la anécdota de un homicidio accidental que involucra al hijo de la protagonista, Barbu (Bogdan Dumitrache), y a un niño de catorce años a quien atropella mortalmente. A partir de conocer el hecho y sobre todo de anoticiarse que la policía detuvo a su vástago, la sobre protectora Cornelia (Luminita Gheorghiu) apelará a todo su poder económico y recursos a veces no éticos para que Barbu no sea acusado de homicidio culposo cuando hay ciertas pruebas y un testigo que puede comprometerlo si es que la familia de la víctima decide proseguir con la denuncia. En paralelo a este conflicto donde sale la verdadera miseria de Cornelia y su predisposición a mover cielo y tierra con tal de conseguir su objetivo ante un esposo prácticamente ausente y superado por su avasallante temperamento, se cuela otra compleja historia de dependencia afectiva y un complicado vínculo que pasa del amor al odio en un parpadeo de ojos. Son las miradas sobre el otro, tanto la de una madre que no puede aceptar la culpabilidad de un hijo como la de un victimario frente al entorno los elementos que prevalecen en este agudo y áspero film que por su temática relacionada con la impunidad, la culpa y la necesidad reparadora de los vínculos trasciende las fronteras geográficas para hundirse en la universalidad más extrema por su contundencia en los declives de una sociedad tan parecida a la Argentina que causa estupor. Párrafo aparte merece la extraordinaria interpretación de la actriz Luminita Gheorghiu y su prodigiosa composición de la oscura y creíble Cornelia con su drama familiar a cuestas.
La película del desasosiego. En el comienzo hay una escena festiva: la gente baila y bebe para celebrar los sesenta años de Cornelia, una mujer de clase media alta perteneciente a un microcosmos que está convencido de que todo puede ser comprado. Todo, menos el amor del hijo. En la siguiente escena nos enteramos que Barbu, el joven en cuestión, está involucrado en un accidente de tránsito que se cobró la vida de un niño. Cornelia debe lidiar con un conflicto moral agudo. Barbu aparece claramente comprometido en la investigación y sólo los contactos de la familia pueden salvarlo. La mirada del hijo es un thriller judicial, un retrato mordaz de la decadencia de las élites nacionales, una película atemporal sobre el amor filial, el poder y la autoridad. Cornelia irrumpe en la estación de policía, se dirige primero a los agentes y luego hacia Barbu para que cambie su declaración, tejiendo los hilos para un posible arreglo. El director pone a la madre en el centro de todas las escenas eludiendo los previsibles choques con su hijo. Una madre rígida, manipuladora, celosa y entrometida, encarnada por la extraordinaria actriz Luminita Gheorghiu que logra transmitir una forma de sufrimiento bajo su caparazón. La película transcurre en interiores iluminados con luz artificial, entre murmullos y diálogos intensos. Una sucesión de palabras extrañamente cautivantes conforman el retrato de un ser que concibe las relaciones humanas como una permanente lucha de poder. La película está filmada en largos planos secuencia que abusan por momentos del malestar que provoca la cámara inestable. El guión recuerda en más de un punto a La mujer sin cabeza, aunque aquí los métodos para el ocultamiento son explícitos y llegan a una cumbre de cinismo en la inquietante escena de negociación entre la protagonista y el único testigo del accidente. En un notable giro final, Cornelia se reúne con los padres de la víctima para intentar que levanten la demanda pero la angustia rompe su frialdad y revela que ella también está de luto por la desaparición de ese hijo generoso, tierno y agradable que tanto amaba. En la última secuencia el director suspende la narración y amplía los sentidos de un modo sorprendente. La distancia poética en el encuentro entre Barbu y el padre del niño demuestra que se puede filmar el dolor, la inquietud y el desamparo con emoción, pudor y sutileza.
Una historia potente acerca de la relación enfermiza entre madre e hijo. La película cuenta la historia de una familia de clase alta, los nuevos ricos, Cornelia Keneres (Luminita Gheorghiu) es arquitecta y escenógrafa, casada con un médico y está muy bien vinculada con políticos y otros personajes importantes, tiene una fuerte personalidad, absorbente, dominante y totalitaria, a la hora de organizar celebraciones lo hace a lo grande, y vive pendiente de la vida de su hijo Barbu (Bogdan Dumitrache), quien a su vez no se encuentra en la misma situación, dado que le gusta vivir libremente y tiene cerca de 40 años. Tiene un amor maternal asfixiante, en todo momento demuestra que lo único que le interesa en la vida es su hijo y como suele suceder en estos casos a cualquier mujer que se le acerque ella no la aceptará y le parecerá poco su adorable Barbu. Pero toda su vida formidable se desbarranca cuando se entera que su adorado Barbu acaba de sufrir un accidente en la carretera; él está bien, pero atropelló a un niño humilde de 14 años cuando cruzaba y ha muerto, lo someten a distintos controles y entre ellos el de alcoholemia, resta descubrir si hubo imprudencia por parte del conductor y qué responsabilidad tiene en la muerte. A partir de ese momento su madre mueve todas sus influencias y dinero para que su hijo no vaya a la cárcel, logra que cambien la declaración del testigo, interviene en la investigación policial; esta mujer se transforma en un monstruo, en una leona, pero también sufre y padece. El film muestra la relación enfermiza entre madre e hijo, los estados mentales, los sentimientos, las pasiones, la desesperación y la cámara en mano muestra el nerviosismo y las perturbaciones de las distintas situaciones, con diálogos y planos inteligentes. Este es un drama psicológico con una buena fotografía (Andrei Butica), escenas casi teatrales y con toques que se asemejan a la tragedia griega, el título del film está muy relacionado con su narración, las actuaciones Luminita Gheorghiu, Bogdan Dumitrache, son sublimes y el resto del elenco también se destaca. Esta película del rumano Calin Peter Netzer el año pasado ganó el Oso de Oro de la Berlinale. Recordemos que algunas películas del cine rumano tocan temas relacionadas con el dictador Nicolae Ceaucescu y su época, abordando temáticas como: el aborto clandestino “4 meses, 3 semanas, 2 días” (2007) de Cristian Mungiu, sobre la arbitrariedad “Policía, adjetivo” (2009) de Corneliu Porumboiu, la burocracia “Bucarest 12:08” (2006) la corrupción, entre otras.
Todo sobre mi madre No hay mucho para decir respecto de “La mirada del hijo”, procedente de Rumania, que no vaya en deterioro de las expectativas que debería producir una critica sobre este texto en particular Digamos que es una historia dramática, universal, como tantas que se escuchan o se ven a diario, una tragedia producida por un accidente de transito que pone en juego, al mismo tiempo que dispara un sinfín de situaciones, situaciones que nadie quisiera vivir. Si bien el tema se centra específicamente en la relación de una madre, de alrededor de los 55 años, con su hijo ya adulto, y el disparador del desarrollo de las acciones es el accidente, lo que más hace que el ritmo de lo narrado no decaiga es la reactualización de esa relación construida hace años. La historia comienza con la queja de esa madre hablando con su hermana, diciéndole que su hijo hace dos meses que no la llama por eso llamó ella, a lo que la hermana le responde: “Por eso siempre te dije que deberías tener al menos dos hijos, para repartir las molestias”. Todo dicho, ¿no? Lo mejor es cómo el realizador nos va presentando a los personajes principales, con detalles que aparecen como superfluos pero que luego son herramientas importantes para entender la psicología de los mismos. Gente de clase media alta, acomodada en algunos sectores relacionados con el poder político, que ve pasar la vida de los otros por un costado, sin siquiera ser salpicadose hasta que colisionan… Por supuesto que el filme se apoya en la dura realidad que se plantea a diario con las imprudencias desde todos lados, el desinterés de los gobernantes por el cuidado de la gente común, salvo antes de las elecciones, hasta el infortunio de una mala acción, sea del peatón, de los conductores, o de ambos de manera simultánea, esto no sólo sirve de sostén del texto sino que la hace crecer en el momento de elección de qué ir a ver al cine. El único, a mi entender grave, problema de esta producción está dado por la forma en que desarrolla las acciones, no en su estructura narrativa, en el diseño de sonido, en las actuaciones, memorables ellas, sino en esa que es casi una estética snob con la cámara en mano todo el tiempo. Si con ello lo que intentan generar es dinamismo, sólo logran el hastío, el cansancio en el espectador. La herramienta más importante para lograr esa vertiginosidad pretendida, que no es vértigo, es el montaje, el que debería adecuarse al género al que aplica el texto, en este caso el drama. No es una regla de oro, pero para cruzar los géneros y aplicar el relato a otro tipo de montaje hay que saber, y mucho, aunque en realidad estas cuestiones técnicas no van en desmedro del peso dramático del relato, sino que puede terminar, y sería una lástima, siendo un juego de esos mismos espejitos de colores que los europeos trajeron a nuestro continente allá por el 1492, pura parafernalia, lo que es casi lo mismo que el baile del tango for export, para turistas extranjeros, vendiendo el firulete, la acrobacia, que hay que revolear a la mujer por los aires bailando el tango, lo que le hace perder la elegancia a la danza, cuando en realidad los eximios, los que saben en serio, lo demuestran con sólo tomar a la mujer en sus brazos, demostrar seguridad y guiarla. Esto lo aprendí de mi viejo, que de cine sabía bastante, pero de tango mucho más. Dejando de lado estas cuestiones, nos enfrentamos a un filme duro, que deja pensando al espectador, y eso es bueno.
Un útero envenenado. Cuando Anthony Perkins mostró la sumisión y el daño monumental escondidos tras la cortesía colectiva al hacer que su Norman Bates asegurara que “el mejor amigo de un chico es su madre”, uno no puede evitar pensar en ejemplos dados por seres como Cornelia Keneres (Luminita Gheorghiu) en La Mirada del Hijo (Pozi?ia Copilului, 2013). En una perspectiva lejana, la mujer es un ejemplo: una de las arquitectas más afluentes de Bucarest, frecuente anfitriona de cenas para cantantes de ópera y figuras administrativas de todo tipo, y feliz mitad de un poderoso matrimonio, ella parece tener una imagen impecable. Pero hay alguien capaz de arrancar la máscara que engaña a la clase alta: su hijo adulto Barbu (Bogdan Dumitrache), que en su frecuente distancia saca a la persona rencorosa escondida detrás de pieles costosas y joyería cegadora. Frustrada con el alejamiento de su única criatura y asqueada por su relación con una madre soltera, Cornelia se la pasa frustrada, incluso cuestionando a la mucama que comparten por datos; no sabe como hacer para recuperar su atención. Y entonces ocurre el choque. Interrumpida durante su sopor burgués por una llamada, ella corre tras él al oír la noticia. En la ruta, todo se va haciendo más claro. Resulta que Barbu, un hombre no muy iluminado que digamos, estaba excediendo la velocidad de la autopista cuando un niño se le cruzó en el camino. Sin frenar a tiempo, el muchacho fue atropellado, y de manera tal que un funeral a cajón abierto es la opción menos recomendada. Imaginen la situación de la carente familia, y la impotencia sentida con la llegada a bombos y platillos de Cornelia en la estación de policía. Regresando al hijo a su casa, la madre piensa que esta es la oportunidad perfecta para recuperarlo, y decide usar sus influencias para tratar de impedir que él vaya a la cárcel. Al mismo tiempo que ella falsifica evidencia y compra testigos de la tragedia, su foco está en atraer al rencoroso y necio Barbu a sus brazos de regreso. Pocas veces un lazo entre madre e hijo se tira tanto en el medio del thriller y el drama. 1908289_10152349098873887_2380871438632230873_n Para esta serie de eventos, los ojos están sobre Cornelia, manejada por Gheorghiu en una performance absorbente que agarra la pantalla de tal manera que ni la mirada de la cámara ni la nuestra puede alejarse de ella. Ella es el justo centro de esta confiada producción, que logró ganar el Oso de Oro en la Berlinale de 2013, así como la posibilidad trunca de representar a Rumania en la carrera por el Oscar a Mejor Film Extranjero. A través de la visión del director y co-guionista C?lin Peter Netzer (quien se arma para este tercer largometraje suyo con la ayuda de R?zvan R?dulescu, escritor detrás de La Noche del Señor Lazarescu y Aquel Martes Después de Navidad, obras clave de la ahora llamada Nueva Ola del país de Traian B?sescu), ella es otro gran personaje en la búsqueda de realistas y secas narrativas del país, que se ve bien reflejado en papel, aunque no tanto en pantalla (hasta el final). Esto es principalmente debido al capricho pretencioso de maldecir al trípode y filmar todo “de forma documental” (una de las frases con menor sentido de la última década), agarrando la cámara de forma movediza, tan amateur y enfermiza, para pretender cercanía, cuando en realidad parece que el nivel de terremotos en Rumania es tan recurrente que la gente ya ni reacciona del acostumbramiento. De todas maneras, eso no importa tanto cuando uno está compenetrado en Cornelia, cosa que ocurre con facilidad. Existe un deseo en los ojos de Luminita cuando está cerca de su hijo ficcional, y no es de amor o respeto. Él es la última posesión, algo que debe estar bajo su completo control, y la búsqueda la frustra tanto como la apasiona. Teniendo al alcance de su mano la élite y el poder de la ciudad, habiendo transformado a su cónyuge en una mísera mascota que asiente a su comando y estando a disposición de costearse hasta la injusticia, el aburrimiento la lleva a este último recurso. Ya sea interrogando a la pareja de Barbu sobre sus preferencias sexuales o frotándole a él las heridas con un ritmo inusual, la actriz desaparece; señal de una excelente labor. Es un trabajo monumental, el único ser visible en un mundo de fantasmas, como su malcriado pero arrepentido descendiente. childspose.photo04 Pero aún así, no la conocemos. Haciendo una gran apuesta, Netzer nos somete al lento y circular andar de estas irredimibles sombras que habitan la fría comodidad de los ex-países comunistas. La crítica es interrumpida por un final donde el cruce de clases da lugar a una reinterpretación que justifica todas las medidas tomadas hasta el momento, y nos deja con una incógnita por el alma de todos los condenados en pantalla. Para la confiada y extrema La Mirada del Hijo, el sentimiento es la pregunta, y la catársis la respuesta.
Entre el amor, el egoísmo y el lugar seguro La irreverente “nueva ola” del cine rumano ya no es una novedad. En los últimos años, la irrupción de películas como “4 meses, 3 semanas y 2 días”, de Cristian Mungiu (Palma de oro en Cannes, 2007), o “12:08 al este de Bucarest”, de Corneliu Porumboiu (Premio Camera D’or, Festival de Cannes 2007), le abrieron la puerta a un cine que tematiza problemáticas sociales a través de una demoledora estética realista y minimalista. “La mirada del hijo”, ganadora del Oso de oro del Festival de Berlín en 2013, se inscribe en este movimiento fílmico y desnuda la dinámica enfermiza del vínculo entre una madre posesiva y un hijo que no logra independizarse del todo. Con actuaciones conmovedoras y un guión inteligentísimo, “La mirada del hijo” narra la historia de Cornelia (Luminita Gheorghiu), una madre sobreprotectora de clase alta que se siente infeliz, pues su hijo Barbu (Bogdan Dumitrache) se ha ido a vivir con su novia y, en su afán por independizarse, la evita constantemente. Sin embargo, cuando éste atropella y mata accidentalmente a un niño de 13 años, sus caminos se reencontrarán. Cornelia, valiéndose de su dinero y contactos, hará todo lo posible para que su hijo no vaya a la cárcel, y aprovechará la oportunidad para hacer que éste vuelva a ser el niño dependiente que era antes. En ese contexto, sus personajes deberán tomar decisiones: por un lado, Barbu deberá decidir entre no aceptar la ayuda de su madre y enfrentarse a las consecuencias de su crimen, o dejar que ésta resuelva sus problemas por él, a costa de sacrificar la independencia obtenida; por otro, el amor de Cornelia se tornará rápidamente en un sentimiento egocéntrico y manipulador para recuperar el control absoluto sobre su hijo y, así, mitigar su infelicidad. Su director, Peter Netzer, nos entrega un complejo drama psicológico dotado de un realismo intenso y a la vez potenciado por el efecto arrollador de sus primeros planos. Sumado a esto, el reiterado uso de la cámara subjetiva acentúa la tensión y acerca al espectador a los cambiantes y contradictorios estados emocionales de sus personajes. Y todo esto en un contexto socio-político atravesado por las miserias y corruptela de una clase acomodada que hace y deshace en función de su conveniencia. En definitiva se trata de un film que llevará al espectador de la simpatía a la repugnancia, de la ternura hacia la brusquedad y de la complejidad hasta el desconcierto. Una propuesta realista, emotiva y que incomoda. Brillante. Por Juan Ventura