Raquel es una empleada doméstica que lleva más de 20 años contratada por una misma familia... es "casi" de la familia. y ese casi es el que marca la diferencia. Ha visto crecer a sus hijos, ha ayudado activamente en su crianza , conoce todos los movimientos de la casa y por sobre todas las cosas, conoce palmo a palmo los secretos y los manejos familiares. Su delicado estado de salud y ciertos conflictos con la hija mayor de la familia, impulsan la contratación de una empleada más, para que refuerce sus servicios. En esta primer parte de la trama, con muy pocas palabras y una galería de gestos y miradas de una expresión y potencia increibles, Catalina Saavedra (Raquel) nos sumerge en las vivencias, frustraciones, sentimientos encontrados, rencores y celos que tiene con sus empleadores, una familia de clase media alta -con aires de burguesía, mucho de nuevos ricos y escalada social estrepitosa con delirios de grandeza- que hace todos los esfuerzos para que la mucama parezca "naturalmente" incluida en la familia. Aunque por otro lado, y tan subrayado como la ficticia inclusión de Raquel en el seno familiar, no pierden oportunidad de dejar bien claro cuál es el rol (social?) que juega cada uno de ellos. Raquel, luego, defenderá su medio de vida, su lugar, su trabajo de tantos años, intentando boicotear a su manera y de todas las formas que le sea posible, el trabajo de las empleadas que la familia contrate para ayudarla. Esa mínima "competencia" despierta en ella los sentimientos más oscuros, su parte más sombría, la instala en un lugar de poder que ella desconocía, pero que le brinda un adictivo placer apenas puede empezar a ejercerlo. Hasta que es el momento en que Lucy llega a la casa. Una sencilla muchacha de provincia que no repara demasiado en el comportamiento y las reacciones de su compañera de trabajo, le parece como natural su comportamiento. Es entonces que por el contrario, Lucy logra rápidamente entablar un buen vínculo con ella y será el disparador para que Raquel inicie una serie de cambios en su vida. Cambios profundos: una "visita" que viene a la casa para dejar huella, quizás no tanto en la familia como en la propia Raquel. El director de "La Nana", Sebastián Silva, logra ya sólo en la primer media hora situarnos claramente en la realidad social del Chile de hoy. Le bastan un puñado de escenas para transmitirnos con toda la profundidad y la complejidad necesarias, los sentimientos de Raquel, presa e inmersa en los "delirios" y las exigencias de una familia tipo de clase media alta, ya casi en decadencia y en el mundo de sus hijos adolescentes que se les torna inmanejable. Ante la aparición del personaje de Lucy, la película pierde su densa negrura -las cosas que les hace Raquel a las otras mucamas son realmente para un pequeño pero meticuloso análisis de la condición humana- para comenzar a mostrar un tono más amable, bordeando la comedia y empatizando más con lo que quizás el espectador quiera para la vida del personaje principal. Después de una extensísima carrera en los circuitos de los principales festivales del mundo y con cierta demora en llegar a la cartelera porteña, la Ganadora del Gran Premio del Jurado de Cine Internacional/Ficción, y del Premio Especial del Jurado a la Actuación de Catalina Saavedra en el Festival Sundance, "La Nana" se constituye en un ejemplo de un guión tan pequeño como interesante (como la uruguaya "Gigante") en la mirada minuciosa y cotidiana, donde los personajes dicen poco, no se trepan ni a diálogos discursivos ni a grandes construcciones de diálogos, pero que a su manera tienen muchísimo que contar y lo hacen a través de un lenguaje estrictamente cinematográfico. Catalina Saavedra en el papel de Raquel es el personaje clave, absolutamente excluyente para que "La Nana" realmente cumpla con lo que quiere contar. Ella sabe robarse la película ya desde su primer aparición y es notable su composición llena de detalles y de fuerza en sus miradas y en sus gestos. No se hubiese logrado el mismo impacto si ella no estuviese en pantalla. Su actuación es de un protagonismo absoluto y tiene la ductilidad de poderla percibir sincera, con repliegues y sutilezas, natural y encontrando la complejidad de su personaje, precisamente en lo simple. Es realmente una muy buena noticia que dentro de tantos tanques y películas nominadas al Oscar, se pueda rescatar dentro de la cartelera a un cine latinoamericano diferente a lo convencional, y con una historia para contar con muchos puntos de contacto -todos, podría decirse-, sirviéndonos de espejo de la sociedad en la que vivimos.
La nana (Sebastián Silva, 2009) Convivencia maldita Desde su primer escena, esta película ya plantea una relación de poder, una desigualdad radical y una situación incómoda. Se trata de una empleada doméstica cenando en una mesa de la cocina, vestida con ese uniforme tan ridículo que a algunas les toca usar. Pero hay algo muy extraño en su mirada, en su seriedad y en sus ojos desorbitados, quizá desequilibrio, o algo peor. No come tranquilamente, sino que se la ve atenta, pendiente de las conversaciones que tiene la familia en el comedor. Porque claro, ella cocina, sirve y levanta la mesa, y debe interrumpir su comida según los caprichos de otros. Pero esta vez la llaman por algo especial; desearle feliz cumpleaños, invitarla con una torta y darle unos regalos. Aunque se trate de un gesto de cariño y buena fe, la escena revela sutilmente y con pequeños indicios cierto aire de condescendencia, y que se trata de una situación extraordinaria, un impensado reconocimiento a una figura que existe sin ser parte. Y de la que dependen totalmente. La nana es una adicta al trabajo y es quien cocina, limpia, friega la loza, lava la ropa, plancha, prepara los niños para el colegio. Y lo hace desde hace veinte años. Tiene además conocimiento de los secretos familiares, de las manías y los vicios personales, de cada escondrijo de la casa. Asimismo, sufre de terribles migrañas, demuestra cierto desprecio visceral por una de las hijas e incluso llega a utilizar su propio micropoder para complicarle la existencia. Sin tomar posiciones y siguiendo de cerca los cuadros cotidianos, se empieza a convertir a la nana en una suerte de “enemigo en casa”, un personaje digno de una obra de horror psicológico, que hasta parece factible pueda detonar en cualquier momento. Además de una evidente lectura desde una perspectiva de clases, la película se presta a ser analizada desde la sociología y la psicología, como muestra de la dinámica de grupos humanos, de la territorialidad, de ciertas mezquindades y reacciones respecto a microclimas de exclusión y competencia, y de las enfermedades grupales. Todo esto logrado con un presupuesto escaso, problemas de financiamiento a mitad del rodaje y nada más que un par de locaciones, un equipo técnico reducido y pocos actores. El director chileno Sebastián Silva contó con la invaluable presencia de la actriz Catalina Saavedra, de quien logra extraer los matices necesarios para despertar reacciones encontradas. Silva reconoce como referentes a Lars Von Trier, Woody Allen y Gus Van Sant, ante todo por la naturalidad de sus cuadros. Pero en La nana no es fácil dar con las huellas de estos autores y, ante todo, se percibe una originalidad y una profundidad deslumbrante. Pero lo realmente meritorio de este filme y lo que lo convierte en una obra excepcional es la vuelta de tuerca que se da pasada la mitad del metraje -quizá a algun lector le convenga dejar de leer por aquí- porque la amplísima mayoría de los directores del mundo se hubiesen sumado al arrollador pesimismo que impera en el cine social, cerrando el cuadro a modo de drama irresoluble, dejando el personaje en decadencia y a su suerte, sin dejar espacio para la esperanza. Es en todo sentido asombroso este quiebre impuesto ya que es probable que la mayoría de los espectadores hubiera extraído la conclusión de que la nana es un problema endémico, una amenaza potencial y un cáncer que es preferible extraer. Incluso la negativa de la madre de despedirla podría resultar al más evidente sentido común, una auténtica necedad. Y es aquí que una aparición externa dará un vuelco radical a la situación, y surgirá con una solución sorprendentemente sencilla. “Todo lo que necesitas es amor” parece decir el director-coguionista, y la resolución está planteada con inusitada verosimilitud, demostrando el equívoco general. Por sorprender de esta manera el espectador, y peor aún, por llevarlo a cuestionar sus mismas seguridades, La nana es una obra mayor, seguramente de las mejores películas latinoamericanas vistas en años.
Nada le viene bien a la pobre Raquel... Cuando uno se sienta a ver una película, dispuesto a encontrarse con algo diferente, siempre trae consigo una cuota de esceptisismo guardada en caso de que el producto falle, o peor aún, aburra. Pasa muchas veces, pero este no es el caso. La Nana es una obra chilena que sin dudas sobresale del resto de las de su país, y para qué negarlo, del resto del mundo. Está dirigida por Sebastían Silva con una estética bastante telenovelezca, que la ensucia un poquito de la simpleza típica de estos lares latinoamericanos, pero que siempre sirven como distintivo. No se define entre el drama y la comedia, y puede resultar tan chocante como adorable. La anodina historia de una empleada doméstica, atareada y abatida por la edad y el arduo trabajo, se ve reflejada con la brillante intepretación individual de Catalina Saavedra, que logra conmover con su seriedad y mirada triste, así como también puede enternecer con esa sonrisa permitida entre tanto letargo incomprendido por una familia de clase media-alta, interpretada a duras penas por un elenco que deja muchísimo que desear. Los habitués de este blog sabrán que no soporto que una sola actriz o actor se lleve la película por delante solo/a, pero en este caso se perdona porque el retrato que se intenta ofrecer a modo casi de historia de vida es más bien tirado hacia un individualismo minimalista deprimente y a la vez altanero, producto de una composición corporal impresionante por parte de Saavedra, que encarna a la insatisfecha Raquel. Convengamos que el personaje principal es bastante irritante, pero tiene como mejor logro transmitir la insatisfacción o el tedio con escenas espléndidas como la compra del chaleco en la boutique, o esas frenéticas hazañas de "desinfectar" la bañera de las intrusas que quieren tomar su lugar por petición de la dueña de casa. Sin dudas es digno de aplaudir el modo en que el director extrae cuotas de la vida para llevar a la pantalla grande. El realismo con el que se cuenta la historia es de lo más puro de este 2009 que se nos pasó volando. Las dos caras de Raquel sin lugar a dudas nos podrán hacer quedar como tontos que no entienden el por qué de su tristeza o su obsesión por no dejar rastros de competencias, así como tampoco quizás nunca entenderemos si lo que sintió por su última compañera fue amor o simple cariño. Es difícil digerir largometrajes como estos. Pero desde luego que son bienvenidos a la hora de tomar como análisis la denuncia social ante la incomprensión de las masas. No nos cuesta nada detenernos a preguntarle al otro cómo está, qué hace, o cómo se siente. Y películas como estas nos abren la mente para que así lo hagamos. Como punto en contra le doy esa ambigüedad en cuanto al género. Hubiese sido todo mucho más fácil si el director y guionista se inclinaba por algo concreto. Pero no. Nos tenemos que conformar con ratos de letargo complementados con otros más hilarantes, como todas las veces que Raquel deja afuera de la casa a sus compañeras. Si mezclamos toda esa ambivalencia con el realismo asfixiante de su estética cotidianezca, nos quedamos con una masa gigante que se nos atraganta hacia la mitad del filme. De verdad, no es apto para cualquiera. Se precisa tiempo y dedicación, como los años que Raquel le dedica a su trabajo en esa casa de familia. Pero quién dice que todo tiene que ser fácil y caído del cielo.
La mucama chilena La nana (2009) es una película chilena que retrata de manera intimista una realidad que viven personas de los dos extremos de Chile: los ricos y los pobres. Los ricos tienen “nanas” y los pobres trabajan como “nana”. La “Nana” es para los chilenos la empleada doméstica, una mujer que trabaja haciendo aseo, cuidando niños, cocinando y planchando en las casas más acomodadas de la clase alta. La película es sobre una nana (Catalina Saavedra) que dedica su vida a la familia para la cual trabaja y todo lo que es capaz de hacer por defender algo que ella cree que es suyo. Cuando traen a otras nanas a ayudarla con las labores de la casa, ella se siente amenazada e invadida y hace todo lo posible para no perder ese lugar que siente que se ha ganado en el corazón de esa familia. El personaje de la nana es un personaje muy bien armado, con todas sus complejidades, miedos, conflictos, amores, deseos e intereses, con todo lo bueno y lo malo que tiene una persona real, por lo que se hace un personaje muy querible, ya que a pesar de hacerle la vida imposible a sus nuevas “rivales” finalmente uno la compadece, y entiende sus temores. Para muchos, es algo muy icónico de la cultura chilena, pero La nana ha dado la vuelta al mundo y después de más de 3 años desde su estreno, sigue dando vueltas por cines de Europa, de Estados Unidos y de Sudamérica, como sucede ahora con el estreno en Argentina. Además, es la primera película chilena que fue estrenada en Netflix, sitio online de streaming de películas norteamericano. Un gran logro para el cine chileno por lo que significó, además de haber obtenido muchos premios alrededor del mundo en los varios festivales en los que participó. Dirigida por Sebastián Silva, el film cuenta una historia muy personal que lo llevó a contar con su hermano como uno de los actores, con amigos en la producción y en roles principales y a filmar en la casa donde se crió. Es una película íntima de una historia familiar, pero también muy chilena sobre un tema como es el trabajo de una empleada doméstica (hay otros países que también tienen a una persona que trabaja en la casa pero sólo en Chile se le dice “Nana”). La nana recrea una realidad de manera íntima, silenciosa y dentro de su sencillez logra algo muy valioso: traspasar las emociones. No se queda en el macro, sino que los personajes y el guión están tan bien construidos que la película tiene alcance social y cultural. En estas películas tan intimistas, las actuaciones son importantísimas, ya que todo está puesto en los personajes. Haberle dado el protagónico a Catalina Saavedra no es sorpresivo, si nos referimos a la cultura popular en Chile, donde ella ha sido Nana en más de una oportunidad en televisión. Pero no sólo por eso, sino que porque es una de las actrices más talentosas de Chile. Incluso el “Village Voice” le dio el premio a la mejor actriz del 2009, ganándole a una maestra como Meryl Streep. Además de la actuación de Saavedra, en el elenco también participan la gran actriz Claudia Celedón, Alejandro Goic y Andrea García-Huidobro, entre otros. La nana muestra lo mejor que ha dado el cine chileno en el último tiempo, gracias al talento de Silva y de los actores, además de relatar una historia tan sencilla pero con muchos matices, detalles, y la suficiente fuerza y talento para resaltar dentro del cine contemporáneo latinoamericano.
El discreto desencanto de la burguesía Con una demora inmerecida, llega el estreno de La nana, un film de Sebastián Silva que ha recorrido muchos festivales (con premios en varios de ellos) y que ha colocado a Silva y a su actriz, Catalina Saavedra, en las primeras filas del ascendente nuevo cine chileno. Cuando lo vi, en 2009, fue uno de mis preferidos en el Festival de Miami y acababa de ganar en Sundance el premio al mejor drama y a la mejor actriz. Excelente retrato de la sociedad chilena en el micromundo de laC familia burguesa, La nana analiza el complejo rol que cumple una mucama, quien a lo largo de veinte años ha criado a todos los hijos y ejerce un peculiar poder en esa familia con la que vive, y que es de alguna manera la suya. La relación de mutua dependencia con la patrona, el amor-odio hacia la hija mayor que está haciéndose mujer, el boicot a todas y cada una de las asistentes que le trae la señora, la rutina, su amargura y frustración están impecablemente tratados en un film ágil (rodado con cámara en mano) y por momentos muy divertido, que rebosa humanismo y desarrolla en tono de sátira una crítica social moderada, tal vez un poco liviana. Hay momentos muy logrados: las tácticas disuasorias ante las nuevas empleadas, la inesperada relación que se establece con una de ellas. Saavedra desarrolla una actuación notable, de una evolución asombrosa. Pétrea, inamovible en su rol, apreciada pero ignorada en la invisibilidad de sus funciones, establece una red de alianzas y rivalidades con cada uno de los miembros de la familia. Pero en ella subyacen sentimientos de inferioridad, tristeza e intensa soledad. El director conoce muy interiormente esta red social, la mira con cariño y respeta a todos sus personajes. De hecho, Silva se basó en la realidad de su propia familia y sus empleados domésticos para componer el cuadro de Raquel en familia, y la locación es su casa paterna. En ningún momento se llega a plantear profundamente el conflicto de clases, tan rigurosamente divididas en Chile, disfrazando la sumisión de la criada con superficiales muestras de afecto. El valor de la amistad completa la pintura moral. Un film pequeño, pero de grandes alcances.
Con cama adentro Así como Rodrigo Moreno con El custodio lograba poner en un primer plano a un personaje secundario como el encarnado por Hugo Chávez, su par chileno Sebastián Silva en su opus La Nana –que llega con mucho retraso a las pantallas porteñas tras su itinerario festivalero- hace lo propio con la actriz Catalina Saavedra, artífice absoluta de los logrados momentos tragicómicos de este film, que mezcla la sátira solapada a la burguesía chilena a partir del punto de vista de una empleada doméstica con grageas de comedia costumbrista. Si en Cama adentro, otro film que marcaba la relación amor-odio entre la señora de la casa venida a menos y su decadencia, en contraste con la complementariedad y sostén afectivo desde el rol de la mucama, en este particular caso se da exactamente al revés: la prescindencia del servicio doméstico para la dinámica de una familia con hijos adolescentes y pequeños, un matrimonio donde el padre se dedica a armar como hobby barcos a escala y la mujer a charlar con las amigas, se manifiesta a partir del conflicto con la mucama cama adentro que lleva trabajando para ellos más de 20 años y que ahora denuncia achaques y cansancio, más el hastío de una agobiante rutina de servidumbre: alistar a los chicos para la escuela, llevar el desayuno a la cama, limpiar la casa de dos pisos, lavar la ropa, el baño, cocinar, servir. El rostro avinagrado de Raquel (Catalina Saavedra) ni siquiera se anima con el festejo de cumpleaños número 41, la torta y los minutos en que no debe servir a nadie, algo de vida propia que tampoco los regalos de la señora y el señor Valdes aportan a su mustia existencia de cuatro paredes y novelas televisivas donde las protagonistas sí tienen vida propia; mucho menos cuando se le informa la decisión de incorporar una nueva empleada para ayudarla, dado que su cansancio es más que notorio y su desgano no es muy bien visto por ningún miembro de la familia. La llegada de intrusas es una amenaza latente que ponen a Raquel en pie de guerra, sobre todo cuando los verdaderos dueños de la casa no están y ella se apodera del espacio y maneja situaciones de boicot en cada oportunidad donde ve peligrar su reinado. En ese aspecto es insoslayable el buen trabajo de puesta en escena y el manejo y desplazamiento de la cámara que aporta tensión al relato. El guión, rico en detalles no narrados, bucea la psicología de su protagonista desde su doble rol de dependencia; desde su intrascendente lugar y su invisibilidad que recién se manifiesta cuando sus emociones afloran. No puede pensarse a esta aproximación al mundo burgués chileno como una crítica, con la marcada diferencia de clases, más que como un simpático apunte que se refleja en un puñado de escenas porque el núcleo del film se apoya en los rasgos humanos con un despojo manifiesto de estigmatización tanto de la mucama como de sus empleadores. La Nana es un film lúcido y buen exponente de la nueva tendencia chilena que pisa cada vez con más fuerza e identidad en festivales, algo que otrora era impensado y mucho más cuando el cine argentino ocupaba el centro de atención de las miradas extranjeras como ahora sucede con el nuevo cine chileno.
La vida según la servidumbre El film comenzó a recorrer festivales hace cuatro años y su director ya tiene una corta pero intensa carrera en Estados Unidos. La actriz principal de la película, gran labor de Catalina Saavedra, ya interpretó quince papeles en cine y televisión luego de su estupenda performance como mucama todo servicio de un hogar de la alta burguesía chilena. Estos datos e informaciones no deberían hacer pasar por alto el estreno de La nana –más que tardío–, que a través de los años se convirtió en el puntapié inicial para que el cine chileno empezara a ubicarse en el inabarcable mercado de festivales. Con una cámara en mano que recorre los pasillos laberínticos y el jardín de la casa familiar, más una estupenda utilización del espacio y del sonido fuera de campo, Silva narra la melancólica y rutinaria vida de Raquel, mucho más que la empleada doméstica todo servicio del clan burgués trasandino. Un aspecto más que relevante del film es observar cómo Silva bucea en el interior de un personaje que estructuró su vida al servicio de otros. En ese punto, Raquel es una criatura querible y detestable, poderosa pero también supeditada a un reglamento diario, que odia a la hija mayor del clan y hace lo imposible para sacarse de encima a otras colegas elegidas para compartir su rutina doméstica. Allí es donde La nana sintoniza con un film bélico y de batallas constantes, donde Raquel necesita defender su espacio de poder, pequeño pero bien ganado por su experiencia de 20 años con la misma familia. Otro tema que presenta la película es el conflicto de clases, más aun viniendo de una sociedad donde la división es muy notoria entre ricos de la zona de Las Condes y sirvientes de por vida al servicio de las familias. En este punto, Silva expresa su opinión pero se escapa de manera sutil, no profundizando en exceso una hipótesis de confrontación. Si esta decisión está bien o mal, quedará en la respuesta de cada espectador, aunque en más de una ocasión el rostro triste de Raquel dice más que varios discursos expresados en voz alta.
Sobre la relación de sirvientes y patrones Premiada en el Festival de Sundance 2009 y programada poco más tarde en el Bafici, la película chilena exhibe precisión narrativa y actuaciones ajustadas, aunque en su búsqueda de agradar al público deja algunos flancos sin explorar. Lugar en el que el choque de clases se funde con el afecto y la familiaridad, la relación entre empleadas domésticas y patrones ha sido menos explorada de lo que merece, producto seguramente de la molestia que genera. El excelente documental Bajo un mismo techo (Marcelo Mosenson, 1996) les daba voz a las “muchachas”, mientras que Cama adentro jugaba con la inversión de roles. Uno de los films chilenos de mayor proyección internacional del último lustro, La nana –que se estrena en Buenos Aires con cuatro años de retraso–, va por otro lado. Premiada en el Festival de Sundance 2009 y programada poco más tarde en el Bafici, por el modo en que trata el malestar de la convivencia entre distintos, el opus 2 de Sebastián Silva (Santiago de Chile, 1979) se roza con el film de Mosenson, encaminándose luego hacia una zona vecina de The Nanny –donde la niñera Bette Davis generaba tanta inquietud como la familia a la que servía–, para revelarse finalmente como cuento de superación personal. Que fue seguramente lo que la convirtió en favorita de Sundance y del público medio internacional. “Ven, Raque, ven”, llaman desde el comedor los miembros de la familia a Raquel (Catalina Saavedra), que se hace la que no oye, mientras cena en la cocina. Es su cumpleaños, y la señora Pilar, su marido Mundo y los cuatro hijos la esperan con torta, regalos y el festejo listo. “Que la vaya a buscar Luquitas, que es su favorito.” Y Lucas va y efectivamente la convence. Esa escena inicial fija varias cuestiones básicas: el afecto cierto de sus patrones para con Raquel, que trabaja con ellos desde hace más de veinte años; el carácter hosco de ésta; la cercanía física y la distancia personal que une y separa el living, territorio familiar, y la cocina, coto de Raquel; los favoritismos y rechazos que ésta impone, con arbitrio de reina. De reina que tal vez reine, pero, desde ya, gobernar, no gobierna. Así como sólo sonríe en presencia de Lucas, que andará por los 15 años, si puede joderle la vida a Camila, que tiene unos más, se la jode. ¿Hay algo de atracción ahí, y algo de celos? Por el modo en que cada mañana Raquel olfatea las huellas de las poluciones nocturnas de Lucas, daría la impresión de que algo hay. Ese lugar de reina se verá sitiado cuando, producto de unas cefaleas que no le permiten cumplir a pleno con sus tareas, doña Pilar decida contratar una segunda mucama. Raquel no sólo no oculta su desagrado sino que les hará la vida imposible a una pobre chica limeña (“Acá no estamos en Perú”, le avisa) y a una sargentona que terminará agarrándola a trompadas. Hasta que llegue la entusiasta Lucy, que le enseñará que hay un mundo, fuera de los muros que protegen la imponente mansión de sus patrones. ¿Representa Lucy para Raquel algo más que un modelo a seguir? Tal vez, pero no llega a saberse del todo. Narrada con precisión por un realizador de mirada penetrante y estilo fluido (que incluye una certera utilización de fundidos a negro), manteniendo un tono homogéneo y con actuaciones parejas y un verdadero tour de force por parte de Saavedra –que pasa de comportarse como animalito acorralado a fiera empacada– hay, sin embargo, un par de cuestiones que echan ciertas sombras sobre el conjunto. Una es el punto de vista, que tiende a hacer aparecer a los patrones de Raquel como un encanto de gente (¿cómo habrán hecho la plata?, se pregunta el espectador desconfiado). La otra, más de fondo, es la calculada parábola ascendente que recorre la protagonista, que convierte a La nana en lo que se llama crowd pleaser: la película hecha a gusto del público masivo.
Relaciones alienantes Raquel (Catalina Saavedra) hace más de veinte años que trabaja como “nana” en una casa de familia adinerada chilena. La mitad de su vida. Su trabajo consiste en hacer las tareas domésticas y criar a los niños del matrimonio que la emplea. Sin embargo, aunque ellos la tratan bien, Raquel es amarga, malhumorada, casi mala persona, y muy celosa de la familia a la que ella quiere creer pertenecer. El filme consiste en una descripción de la rutina de trabajo de esta mujer que apenas pasó los cuarenta años de edad, y algunas situaciones de quiebre, que la llevan a ver que toda la familia que tiene en realidad no es suya. La película busca analizar la alienación que generan estas relaciones entre personas de diferentes clases sociales que además, conviven. Esta convivencia con alguien que es “más o menos” de la familia, como reza el slogan de la película implica que Raquel participe de las intimidades, los afectos de su grupo de gente, pero que en realidad no comparta nada real con ellos. Porque a pesar de su ilusión de pertenencia, no deja de ser la empleada. El guión del director Sebastián Silva junto a Pedro Peirano hace hincapié en cómo Raquel fue perdiendo la posibilidad de hacer su vida propia al relegar todo a su trabajo. Con un trabajo de cámaras muy simple, sin salir casi de la casa excepto en un par de ocasiones (como le ocurre a Raquel en su vida diaria), Silva muestra las posibilidades que una mujer como Raquel tienen aún en la vida, y si es capaz, o no, de verlas y aprovecharlas. Se destaca la actuación de Saavedra, que compone a este agrio e infeliz personaje con gran naturalidad. Un filme interesante, que trata de explorar una de las relaciones humanas más complejas: la de la convivencia con alguien ajeno, que sin embargo se siente parte, y con quien se establece también una situación de “lucha” poderes (quién “manda” en la casa, por ejemplo). El único defecto del guión es dejar un par de puntas abiertas sin demasiada explicación, como qué le sucede a la protagonista con la hija mayor de la casa, o su relación con su madre.
No es aleatoria la elección del título para esta reseña. En aquel excelente thriller de Curtis Hanson, una escena definía todo el conflicto de aquella película. Durante una cena, el personaje de la amiga de la familia interpretado por Julianne Moore se sorprendía de la introducción de una niñera en el seno familar, y alertaba “la mano que mece la cuna gobierna al mundo”. Esa frase perfectamente podría transplantarse a La nana, y ahí se terminan las comparaciones con aquel film, ya que esta obra (que data de 2009), va mucho más allá que aquella, profundiza más en otras cuestiones, y hasta podríamos decir que le da otro significado a la frase. Raquel es la mucama de los Valdés, entró a trabajar desde muy joven, y mantiene con ellos una extraña relación simbiótica. Raquel es la que se encarga de todo, sin ella la casa y la familia no podrían funcionar; es más, pareciera ser la única que realmente trabaja de todos ellos. Ella maneja todo, está pendiente de cada detalle, y sin embargo no es más que la mucama. Uno podría observar la primer escena y directamente abandonar la sala satisfecho, en esos pocos minutos está todo el meollo. Raquel está sola aparte, pero prestando atención a todo lo que sucede; de pronto la llaman para desearle un feliz cumpleaños, le dan torta y festejan, pero toda la escena es tan falsa que uno advierte cómo son las verdaderas relaciones ahí; ella podrá sentirse parte, pero no es recíproco, por más que se disimule. El director Sebastián Silva pone el foco en este ser que vive al margen y hasta pareciera aceptarlo; una mujer que entregó su vida a una familia que nunca la aceptará como una igual. Raquel es un ser oscuro, ciertamente perturbado, a la vez de encargarse de todo/s y preocuparse, también demuestra cierto resentimiento, y hasta realiza pequeños actos en contra de ellos. Este resentimiento será más profundo hacia la hija mayor a la que podríamos decir que aborrece, pero en un extraño sentimiento casi familiar o maternal. Por otro lado, Raquel se encarga de que nadie se interponga, ella se ha encargado siempre de espantar a las otras mucamas mediante juegos mentales o trampas variadas; repito, es un ser oscuro y complejo. En un momento, la familia traerá a una nueva asistente, Lucy, que resistirá los ataques iniciales de Raquel hasta convertirse en la única persona que la entiende y se preocupa por ella, pese a que tiene una “ideología” diferente. La nana es varios films a la vez, por un lado tiene una construcción de suspenso perfecta, el clima de tensión va in crescendo y uno no sabe qué es lo que puede pasar en esa olla a punto de explotar, realmente come los nervios, hasta hacerlo insoportable, incómodo; también hay fuertes dosis de comedia negra, ideales para relajar y también para graficar ciertas cuestiones muy duras de tratar de otra manera; y por supuesto hay una alta carga de drama personal y social. El camino obvio para una película como esta hubiese sido un relato declamatorio sobre las diferencias sociales; y eso está muy presente, pero en medio de un argumento atrapante que deja fluir las cosas sutilmente, por naturaleza, alejado de lo reforzado. La nana no sería lo mismo sin su protagonista, la excepcional Catalina Saavedra, la película es ella, la nana es ella, y logra hacer querible un personaje odioso por varias razones. No suelen llegar a nuestro país demasiados títulos provenientes de Chile, no se entiende por qué se tardó casi cuatro en estrenarlo acá, pero sea como sea, estas pequeñas joyas de la cartelera merecen destacarse y no dejarlas pasar, parecieran ser oportunidades que se dan muy de vez en cuando.
Personal doméstico poco recomendable La primera parte de esta película chilena hace temer una tragedia, con los dueños de casa muy amables queriendo celebrar el cumpleaños de la empleada, y ésta rehuyendo con fastidio cualquier tipo de atenciones. Hosca, cerril, evidentemente resentida, parece prima hermana de esas criadas de Ruth Rendell que encarnaron Rita Tushingham en "A Judgement in Stone", e Isabelle Huppert y Sandrine Bonnaire en "La ceremonia". Digamos, un personal doméstico muy poco recomendable si se quiere llegar a viejo y despedirse con un entierro a cajón abierto. Como los acompaña desde hace largo tiempo y está mal de salud, los patrones deciden aliviarle el trabajo y contratan una segunda empleada. La otra lo ve como una invasión de territorio y se encarga de espantarla. Lo mismo con la siguiente. Y que pase la tercera. Pero la tercera es más viva, y ahí empieza la parte simpática. En resumen, no es una tragedia, tampoco un drama social, aunque tenga elementos, ni exactamente una comedia, aunque termine de modo simpático. Muy creíble la actriz, Catalina Saavedra, en una composición que le ha valido grandes elogios y abundantes premios. Y entrenida la historia, que hace pasar por alto algunos detalles solo para saber cómo termina. Autor, Sebastián Silva, que filmó esta película en apenas dos semanas, casi toda en la casona de su propia infancia, e inspirado en domésticas que allí conoció cuando chico. Coguionista, Pedro Peirano, que también supo trabajar en la serie infantil "31 minutos", y en la famosa "No", reciente candidata a un Oscar. No será perfecta, pero vale la pena.
La película parece derivar hacia el thriller psicológico, aun cuando una complicidad con la comedia quiebra la solemnidad de aquel género. Raquel es una mucama con cama que trabaja en la casa de una familia de la alta burguesía chilena. Atiende con devoción a cada uno de sus miembros, a quienes siente como propios, a quienes cela como si fueran de su pertenencia. Las anécdotas que recorren esta película, que transcurre en su mayoría dentro de la casa familiar, el lugar del que Raquel de algún modo se ha apropiado, dan cuenta de una relación compleja (y bastante perversa por cierto) que se establece entre una familia y la persona que los atiende desde el amanecer hasta la cena. Y de cómo esa es, sin dudas, una relación de poder abusivo, íntimo y dependiente. A partir de esta relación definitivamente patológica que con mucha astucia el director devela sin impugnar, la cotidianidad se tiñe de amenaza. La película parece derivar hacia el thriller psicológico, aun cuando una complicidad con la comedia quiebra la solemnidad de aquel género. Sostenido en excelentes actuaciones (donde se destaca sin dudas Catalina Saavedra, la protagonista, pero se luce Delfina Guzmán como la madre de la patrona), La nana aprovecha la cámara móvil y cercana y el uso del espacio acotado de cada ambiente, para contar la situación de diario de la trabajadora y su apropiación de la intimidad personal de la familia. Con un cierre que pierde de algún modo la línea que desarrolla a lo largo del relato, la película es muy inteligente y entretenida, abriendo la puerta a una situación invisibilizada y pocas veces abordada con tanta sensibilidad.
De Sebastian Suilva, con una actriz increíble como Catalina Saavedra, es del 2009. El mundo de una mujer de la que se sabe poco, que vive con una familia, a cargo de los chicos y los quehaceres domésticos, que reacciona como un animal herido cuando ve amenazada su posición. Un ser cerrado que cura sus males cuando alguien acierta a darle un poco de afecto verdadero. Interesante.
Esta cinta perteneciente al interesante nuevo cine chileno, nos presenta una excelente interpretación de Catalina Saavedra, una fabula moderna sobre la lucha de clases contada a base de planos cortos y climas claustrofóbicos. El director trasandino Sebastián Silva logra una pintura fresca y original de cada uno de los personajes que desfilan por la pantalla durante todo el metraje. Ironica, comprometida y hasta oscura por momentos, resulta una grata sorpresa del cine sudamericano.
Con cama adentro Los manejos de una empleada doméstica con una familia chilena, con la que trabajó por más de 20 años. ¿Cuánto llega a formar parte e integrar una familia una empleada de servicios domésticos, que cocina, lava, aspira y convive con ellos por veinte años? Los manejos de Raquel, la empleada, con sus patrones, y su particular relación con Lucas, el hijo varón más grande, y lo pésimo que se lleva con Camila, la hija más grande, son como hitos en La nana, una coproducción chileno-mexicana con vartios premios en su haber, y que llega a las salas comerciales argentinas tras varios años de retraso -es de 2009-. Embarcada en lo que fue una suerte de (¿re?)nacimiento del cine chileno, junto a Tony Manero (2008, de Pablo Larraín, el mismo director de No), La nana trata sobre la lucha de clases al comienzo, para luego adentrarse más en la figura protagónica de Raquel, sus celos cuando, por sus constantes jaquecas y desmayos, le traen varias mucamas para que la ayuden, y cómo ella, que se siente la reina en la casa, empieza a sentir que, como tal, no gobierna. El director Sebastián Silva marca de entrada cómo es cada personaje en relación con Raquel, de trato más bien hosco y receloso. El cariño que los patrones le tienen se demuestra con la torta y el festejo de su cumpleaños con que abre la película, pero de golpe y porrazo la trama se abrirá cuando Raquel salga del ámbito familiar y descubra un par de cosas de las que había estado ajena, sumida en su mundo de cuatro paredes. La película es homogénea en cuanto al tratamiento narrativo, pero lo cierto es que los personajes no crecen desde que son apenas pincelados. Catalina Saavedra “es” la película, está prácticamente en todas las escenas y con su mirada desconfiada, de pocas amigas, sabe ganarse su sitial en un elenco parejo en una película seca, áspera.
Presentada en la sección Work in Progress en el Festival de Valdivia de 2008. Ganadora de muchos premios en 2009, incluidos dos muy importantes en Sundance. Estrenada en varios países europeos en 2010. La nana fue una de las películas chilenas pioneras del boom cinematográfico que hoy vive el país vecino. Se exhibió en el Bafici 2009 y ahora, cuatro años después, se estrena comercialmente. Y no hay que dejarla pasar. Es, por un lado, una comedia dramática. Pero también puede verse como un thriller psicosocial sobre nanas: una nana principal y también otras nanas. No, no "nanas" en el ya poco usado término infantilizado para describir algún pequeño dolor o lastimadura de los niños. Nana a la chilena: mucama con cama adentro y uniforme, que limpia y funciona como niñera, madre sustituta o nodriza de los hijos de las familias chilenas de clase alta (o también media alta, disculpen las probables inexactitudes sociológicas). La protagonista de La nana es Raquel, desde hace veinte años junto a la misma familia (numerosa). En su cumpleaños número 41, día que abre la película, vemos que la retraída Raquel está al borde del colapso físico y emocional. No es pareja de nadie. No es madre de nadie. No tiene amigas. Vive, maneja y hace funcionar una casa que no es la suya. Hay algo -o mucho- que no funciona. La dueña de casa intenta ayudarla contratando una segunda nana. Y ahí se desatan varias situaciones de suspenso y de guerra doméstica cuando Raquel defiende patológicamente su lugar ante las que ella ve como invasoras. Y hay muchos otros detalles argumentales y de los personajes que es placentero descubrir: La nana es una película rica, generosa, de mirada lúcida, convincente y convencida de lo que cuenta. El director Sebastián Silva filmó la película en la casa en la que se crió y los hechos están basados parcialmente en experiencias de su niñez, y hasta dedica la película a dos nanas. Se pueden hacer tortuosos bodrios basados en experiencias propias (el cine independiente tiene hoy gran oferta de naderías autobiográficas), pero no es el caso: Silva saca el máximo partido de lo que conoce, y así la película exhibe una precisión asombrosa para tocar temas emocionalmente complicados y para plantear -con apuntes siempre integrados a la narración- cuestiones de clase, la relación empleado-patrón y mucho más. La nana es una película latinoamericana que no le teme a la abundancia y no rinde pleitesía ni al miserabilismo ni a las fórmulas televisivas. Y ni siquiera usa "elementos clave del guión" para dar golpes emocionales o como inyecciones de dramatismo: un ejemplo es la resolución de la línea del barco en miniatura. Sabemos que va a pasar algo con eso, sí, pero se resuelve -y se disuelve- con gracia múltiple. La nana esquiva con timing cualquier riesgo de entumecimiento, y suple con montaje despliegues posiblemente más espectaculares pero no necesariamente más efectivos (la subida al techo de "la nana brava" apela con seguridad a recetas clásicas de edición). Entre el reparto hay muchos nombres muy conocidos en Chile (país que no pocos argentinos se siguen negando a ver, y no sólo en el cine) y las actuaciones comparten la generosidad de la película. Un actor generoso no es el que inunda y hunde la película con su performance: el medio gesto, o el cuarto de gesto de Raquel -Catalina Saavedra, en una de esas actuaciones que en Hollywood definirían para siempre una carrera- en el final con travelling, con movimiento, con música, debería hacer escuela, al igual que esta película memorable.
Raquel es una mujer hosca, recelosa, golpeada por la vida y poco instruida. Casi una antisocial. Sin embargo, es también la empleada que hace más de veinte años trabaja para la familia Valdés, un cónclave parental de varios miembros de clase acomodada. Las distintas personalidades que componen ese seno familiar tienen vínculos muy distintos con esta mujer, a veces opuestos, pero sin embargo, siendo sólo la mucama o la “nana” de ellos, a veces pareciera que la casa girara a su alrededor, en lugar de lo contrario. Este es el nudo esencial de esta notable película chilena, que establece una sustanciosa pintura social a la vez de contar una simple y singular historia. Raquel, adicta casi enfermiza a la limpieza, puede ser también desganada y hasta saboteadora de las tareas familiares básicas, fundamentalmente cuando se enfrenta al ingreso de distintas mujeres que se van designando para ayudarla en sus tareas. Lo cual produce en ella una rechazo casi animal, al borde de lo patológico, momentos en los cuales el film parece que va a desembocar en el más puro género terrorífico. Pero la irrupción de una nueva colaboradora generará un bálsamo de luz inesperado. Un film con variadas vertientes, verosímil, logrado y atrayente. Y dotado de un elenco impecable, en el que brilla la carismática Mariana Loyola como Lucy y la fenomenal caracterización de su protagonista, Catalina Saavedra.
El despertar de la criada La nana es veloz, económica, no da puntada sin hilo (para decirlo en un lenguaje doméstico acorde al tema), consigue rápidamente lo que se propone. El comienzo deja ver el pulso cinematográfico del director Sebastián Silva, aunque todavía sus intenciones no sean claras: algunos indicios apuntan a un rancio cine de tesis que, en este caso, versaría sobre los cortocircuitos que se dan al interior de una familia de clase media alta chilena y la mucama que vive con ellos. Un par de subrayados iniciales, como la enemistad velada entre Raquel (la nana en cuestión) y Camila (la hija mayor) o la despreocupación afectada de la madre, llevan a pensar que lo que sigue es una condena más o menos explícita. Pero enseguida la película se pone en movimiento; el director sigue a los personajes (sobre todo a Raquel) con una cámara en mano temblorosa pero ágil, tratando de captar los intercambios cada vez más áridos y cortantes entre los habitantes de la casa. El guión anuncia un fresco de Chile que felizmente nunca se concreta, y en sus mejores momentos hasta amaga con meterse en el terreno del thriller. El malestar subterráneo de la protagonista descoloca el relato hasta que ya no queda nada de ese primer comentario social. O, en todo caso, se puede decir que La nana comenta la sociedad chilena de manera oblicua, sin caer en lugares comunes ni en machaques, apostando a una crispación dramática antes que a un discurso obvio acerca de la posible hipocresía de una clase media acomodada. Lo mejor de todo aparece cerca del final, cuando la película realiza un giro capaz de sorprender hasta al espectador más atento. La nana cambia, muta y, lo más importante, se reinventa: Sebastián Silva abandona decididamente cualquier aspiración de sociología y se reconcentra en su personaje central. Raquel es observada con una luz distinta y, bien lejos de la condena y el cinismo del cine con pretensiones de agudeza política, la película se torna amable y se colma de una calidez inesperada. Ahora todo lo que importa es que los problemas se resuelvan, ya no se espera un estallido que termine quién sabe cómo (esto no es La ceremonia), solo hay que acompañar a un personaje maltrecho en su (re)aprendizaje de las cosas sencillas, de todos los días, que van desde el sexo y un saludo telefónico de Navidad hasta el hecho de tener una amiga. Las familias se reúnen, los comensales festejan y una Nochebuena partida en dos es el escenario en que, en apenas un par de planos, La nana sella el perdón y el vínculo entre los personajes; todo a la distancia y con el silencio de una cocina vacía que, ordenada y sin Raquel, es como un páramo desolado.
De lo humano y las clases sociales en una obra destacada del cine chileno Cuatro años después de girar por festivales y cosechar premios, “La nana” se estrena en nuestro país. Este hallazgo cuenta la historia de Raquel, una mucama con “cama adentro”, que trabaja para la misma familia desde hace más de 20 años, por ende es lógico que semejante rutina haga mella en el cuerpo y en la mente de cualquier persona. El día de su cumpleaños la muestra en su “habitat” natural, la cocina. Ese territorio es su pequeño mundo claramente definido a lo largo del relato. Allí es donde transcurren casi todas las pausas en su trabajo, pero también 20 años de desayunos y comidas solitarias. Raquel es convocada por sus empleadores al living para integrarla a su propio festejo con torta, regalos y agasajo, pero ella se niega. Algo conserva de lo que suponemos fueron sus comienzos. Timidez y recato ante la demostración de un cariño que nunca sintió en su propio seno familiar. Así descubrimos la relación casi simbiótica entre La nana y la familia, sobre todo en Pilar (Claudia Celedón), la madre. Lejos de intentar un ensayo sobre las clases sociales, Sebatián Silva bucea más profundo en la siquis de su criatura. Nos deja, como espectadores, a presenciar el desmoronamiento de las estructuras de Raquel, y la dificultad que ésta tiene para soltarse, para liberarse de ella misma, abrirse a sentir por primera vez. Disparador del conflicto son algunas actitudes que llevan a la necesidad de contratar a alguien para ayudarla en las tareas, y sobre todo pueda mediar solapadamente entre algún miembro de la familia. Claro, la nueva mucama podría verse como un apoyo o como una invasión del territorio. Será por eso que la elección es seguir a la protagonista u ofrecer planos móviles entre los marcos de las puertas, como si estuviéramos espiándola en cuerpo y alma. Gracias a la fenomenal actuación de Catalina Saavedra es que La nana tiene tantos momentos graciosos como desconcertantes. Su trabajo ofrece una mirada a la capacidad humana para institucionalizarse, creando un alto e inquebrantable sentido de la dependencia. Sobre todo cuando falta el afecto de origen, el que se mama desde la cuna, ese que nos marca y nos crea un sistema de defensa propio ante la adversidad. “La nana” es un buen retrato humano cuyas pinceladas tiene trazos finos para abordar los temas mencionados además de la tolerancia, los miedos, a poder, y a querer, ser y la reconstrucción del mundo de los afectos ante la propia carencia. Una buena opción de esta semana.
Los chilenos tienen, hoy y por lejos, el mejor cine de América del Sur. La Nana, film multipremiado, es un ejemplo: la historia de una sirvienta que no quiere quedarse sin trabajo opta por varios tonos, desde la comedia hasta el suspenso y acierta en todos, dejando como telón de fondo los conflictos sociales y enviando al primer plano al personaje, tan atractivo como peligroso. No se la pierda.
La distancia insalvable La primera secuencia de La nana es clave: Raquel, la mucama de la casa, está cenando a solas en la cocina de la casa de sus patrones. La familia para la que trabaja hace años le prepara secretamente una breve celebración de cumpleaños en el living. La distancia (formal) es precisa: hay dos ambientes que implican una cierta legitimidad en su uso correspondiente. Suena entonces la campanita, el sonido mecánico que suele significar demanda de servicio, pero en realidad se trata de un llamado festivo: los dueños de casa quieren a su nana; una torta y un par de regalos así lo atestiguan. En esa presentación se sintetiza la dimensión política del relato, la constatación de la evidencia sociológica de una práctica humana que, como tantas otras, se ha naturalizado, borrando las huellas de una contienda indecorosa y perpetuando la lógica de un orden social que resulta sempiterno. ¿A quién le importa todavía pensar y revisar la división del trabajo? La segunda película de Sebastián Silva examina la pertenencia de clase en la sociedad chilena contemporánea indagando la interacción cotidiana de una familia de clase media alta y su nana. Silva presenta un universo reconocible, el de los patrones y sus sirvientes; sin ser condescendiente, y mucho menos políticamente correcto (o cínico), dibuja personajes queribles y complejos que expresan un orden simbólico. Si bien La nana se sostiene en el enorme trabajo de Catalina Saavedra, que interpreta a Raquel, la nana en cuestión, Silva no desatiende la conformación matriarcal de la familia, en la que el padre, preocupado por sus maquetas y palos de golf, no está muy lejos del hijo adolescente que navega en Internet saciando los dictados de su explosión hormonal. Los privilegios y placeres de clase funcionan como contrastes y correlatos de los deberes y padecimientos de clase. Tras 20 años de servicios, Raquel es uno de los tantos sujetos que viven como objetos respetados mientras cumple sus faenas de limpieza y mantenimiento. Su cansancio, y más precisamente la mala relación con la hija mayor de la casa, llevan a la contratación de una segunda mucama. Silva se vale de esto para sugerir cómo un empleo es un territorio existencial, o cómo la servidumbre compone un modo de ser, pero también, a partir del ingreso de una joven empleada, el director le otorga a su dolido y avergonzado personaje la oportunidad de cambiar y explorar su identidad más allá del deber laboral. Ver la transformación de Raquel en la pantalla es un pequeño milagro. En última instancia, La nana es un filme rítmico y fluido que prescinde de música y subrayados, y su trama no es otra cosa que una defensa discreta pero poderosa de la dignidad humana.
Un témpano difícil de derretir El Film de Sebastián Silva, quien se encargó de dirigir este tierno y dramático relato, pone en foco a Raquel, la empleada de la casa de los Valdés. Una familia acomodada económicamente y con una importante creencia religiosa. Raquel, La Nana, es introvertida, seria y por momentos, arrogante, pero con un gran cariño por la familia que la cobija. Pero su mundo se desmorona cuando una serie de empleadas domésticas comienzan a desfilar por la casa, y ella logra una a una, sacarlas de manera fulminante. Hasta la llegada de Lucy, quien será la única que podrá domar a la demoledora Raquel. Con ese camino por recorrer, Silva logra sumergir al espectador en el corazón de esta Nana, que a pesar de sus años de trabajo, aún tiene mucho que entregar y aprender. Por esta producción, Sebastián Silva se impuso en la categoría "Mejor Película Internacional, Categoría Dramática" y "Mejor actuación" en Sundance 2009, el más prestigioso festival de cine independiente. También cosechando un Premios Altazor 2010: Mejor director, además de recibir un Globo de Oro 2010: Mejor película en lengua no inglesa. Con algunos detalles de edición y sonido, el film logra su cometido, que es transmitir emociones, traspasando la pantalla. Y la fuerza de la mutante actuación de Catalina Saavedra, quien se lleva gran parte de los aplausos.
Una pintura naturalista Es el segundo largometraje del chileno Sebastián Silva. El primero fue La vida me mata (2007), donde abordó el tema del suicidio desde distintas perspectivas. Silva nació en 1979 en Santiago y además de cineasta con formación universitaria, es compositor, cantante, pintor y diseñador. Con la colaboración para la escritura del guión de Pedro Peirano, en La nana se introduce en el universo de las empleadas domésticas y su relación con sus patrones, como antes lo hicieron, en nuestro país, Marcelo Mosenson en el documental Bajo el mismo techo (1996) y Jorge Gaggero en Cama adentro (2004). La filmación de La nana data de 2009, pero se estrenó en la Argentina recién este año. Silva se basó en sus propias experiencias e inclusive el rodaje lo realizó en la casa de sus padres, lo que proporciona a la película una particular pátina de verismo y verosimilitud. El director centró la atención sobre la figura de Raquel, interpretada de manera excelente por Catalina Saavedra. Es una mujer de cuarenta años, hosca e introvertida. Proviene del norte de Chile y trabaja desde hace veintitrés años en la casa de los Valdés, una familia de clase alta conformada por el matrimonio y cuatro hijos. El ámbito doméstico es el único que ella conoce y es el lugar donde se siente segura y protegida. Cuando comienza a padecer cefaleas y sufre una caída, Pilar --la dueña de casa-- contrata a una limeña para que la ayude. Pero Raquel siente la presencia de la nueva mucama como una amenaza a su mundo y su estabilidad laboral, y le hace la vida imposible, apelando a pinceladas de terror psicológico. Lo mismo ocurre con Sonia, una sargentona que apenas permanece una semana. Finalmente la convocada por Pilar es Lucy (Mariana Loyola), quien llega del campo, es extrovertida, alegre e hiperactiva, que logra penetrar la coraza de Raquel, remover su hosquedad y romper las rígidas estructuras impuestas por ella en lo que considera su territorio. Silva opta por una pintura naturalista, sin cuestionar las relaciones laborales de las sirvientas con sus patrones, quizás porque forma parte de ese ámbito donde todavía las empleadas son llamadas con la famosa campanilla, a pesar del trato cercano al afecto que les dispensan. Corresponde destacar las actuaciones de todos, inclusive de los adolescentes, el inteligente uso de la cámara, que recorre constantemente los espacios algo laberínticos del hogar de los Valdés, y la precisión narrativa que demuestra el director. Bazas que fueron reconocidas con más de veinte premios internacionales en festivales como Sundance, Huelva y La Habana, además de la nominación a los Globos de Oro de la Prensa de Hollywood como mejor película extranjera.
Publicada en la edición digital #249 de la revista.