Héroes anónimos Todavía recuerdo la ovación que saludó a este nuevo film de Ken Loach tras su prémière mundial en la Competencia Oficial de Cannes 2012 (donde pocos días después ganaría el Premio del Jurado). Me pareció un poco exagerada, es cierto, pero la entendí como una reivindicación de la sensibilidad y la coherencia de la trayectoria del veterano director británico -un “abonado” del principal festival del mundo- y como una exaltación hacia un crowd-pleaser hecho casi siempre con dignidad y nobleza. El protagonista del film es Robbie (Paul Brannigan, debutante absoluto en el cine), un joven violento de Glasgow que intenta reencauzar su rumbo tras ser padre de un varón. Mientras cumple una probation, es acechado por mafiosos que no le permiten armar una familia. Con la ayuda del veterano oficial que se ocupa de que cumpla las horas de trabajo en beneficio de la comunidad (un conmovedor John Henshaw) y con la compañía de unos patéticos amigos, se sumerge en el sofisticado y multimillonario negocio del whisky con resultados sorprendentes (no adelantaremos nada más para no arruinar el disfrute). En la línea de sus anteriores Kes, Riff-Raff, Sweet Sixteen y Ae Fond Kiss..., ese maestro del realismo social que es Loach maneja con gran destreza un tono tragicómico y agridulce, quizás tocando de vez en cuando algunas notas demagógicas y manipulatorias, pero siempre con una mirada humanista que convierte a estos verdaderos marginados del sistema en pequeños y queribles héroes con los que el espectador terminará empatizando de forma inevitable. Unos personajes y una fábula que terminen siendo irresistibles.
Otro veterano de presencia habitual y ya galardonado en Cannes, Ken Loach, presentó su último film en competencia. Una película pequeña pero muy graciosa, con la que el director vuelva a la comedia tras el drama bélico Route Inish, con reminiscencias de trabajos como Looking for Eric, otro film que también fue presentado en Cannes, y en Buenos Aires en la Semana de Cine Europeo. El film va de un grupo de chicos que malviven, roban, son violentos y, en un momento, entran a un programa de servicio a la comunidad donde conocen a un chofer y guía que los lleva a visitar diversos lugares como pasatiempo, entre ellos una bodega de whisky, donde se enteran que se ha encontrado un barril con uno de los más antiguos y preciados líquidos, de valor indescifrable. El barril entraría en subasta al cabo de una semana...
Loach nos transporta a Glasgow, para que conozcamos a Robbie, un joven que está tratando de salir adelante y reestablecer su vida, después de haber tenido varios problemas con la ley. Luego de un incidente, es condenado a trabajo comunitario, mientras, se prepara para ser padre, sin embargo los fantasmas de su pasado, lo vienen a buscar de forma constante, y tratará de encontrar la forma de poder hacerse cargo de su familia y llevar adelante una vida normal. Lo que podría ser con total facilidad un melodrama, Loach lo toma como una comedia ligera, con algunos momentos de tristeza. La belleza de su cine está en que no juzga a sus personajes, sino que los acepta como son. Ken es la clase de director admira a los personajes por sus virtudes, pero los ama por sus defectos, y en La Parte de los Angeles se percibe claramente...
La solución está en la bebida Ken Loach pertenece a una generación de cineastas europeos, que han dedicado la mayor parte de su carrera cinematográfica a cuestionar al sistema y observar diversos procesos históricos que desencadenaron conflictos civiles y sociales, criticando la desigualdad económica y posando su mirada en regiones marginalizadas. La filmografía en particular de Loach incluye obras grandilocuentes, como Agenda Secreta, Tierra y Libertad o El Viento que Sacude el Prado, y otras más minimalistas, donde prefiere contar la historia de pequeños personajes de barrios de los suburbios industriales, que generalmente son los menos favorecidos a nivel económico. La observación del crecimiento de los jóvenes en dichas regiones es una parte fundamental de su cine. Por eso no es de extrañar que tras la inédita Route Irish, que mostraba la participación del ejército irlandés en Irak, Loach prefiera contar una pequeña fábula de personajes que son más afines a él...
La redención como inserción El realizador Ken Loach se aleja un tanto de los dramas sociales para sumergirse en el terreno de la comedia y retratar las peripecias de un grupo de marginales en Glasgow, quienes han caído por el camino de la ilegalidad y sin llegar a representar lo que podría considerarse delincuentes deben cumplir condena por diversos delitos menores y así realizar trabajos comunitarios. La idea de reinserción social así como la de redención se ve directamente asociada con un relato que roza el costumbrismo, no escatima a la hora de mostrar hechos violentos, más concentrado en la historia de las segundas oportunidades. Los desvíos morales de los personajes como el protagonista del relato Robbie (Paul Brannigan), padre de un niño pequeño, se justifican de cierta manera al encorsetarlos en un contexto social adverso sin reales posibilidades de ascenso de clase en el que la esperanza está depositada no en el trabajo y el esfuerzo sino en dar el gran golpe que permita a todos ser lo que jamás podrían alcanzar. Así las cosas, la oportunidad parece llegar de la mano de la cata de whiskies, en la venta de una botella de ese elixir único por el que se pueden llegar a pagar fortunas y en definitiva aquellos que lo adquieren a veces pueden ser estafados por los propios catadores. En la línea del plan que por algún motivo se encuentra sujeto a complicaciones y en sintonía con el derrotero habitual de un grupo de perdedores -pero queribles- La parte de los ángeles transita sin tropiezos moralistas y deja un sabor dulce en el paladar del público que encontrará una rápida empatía con personajes secundarios bien escritos y una interesante historia donde prevalece el intento por cambiar de vida cuando todas las cartas repartidas juegan en contra.
Bebidas angelicales Es difícil clasificar los films de Ken Loach, porque la fortaleza de estos son muchas veces sus personajes y los lazos que forjan para enfrentar el mundo, las injusticias, la adversidad. Por eso en ellos puede entrar el drama, la comedia y el suspenso libremente, pero nunca como esqueletos de un guión sino como desprendimientos de la vida de sus protagonistas. La parte de los ángeles (The angel´s share, 2012) se puede leer también desde aquí y desde la nobleza con la que el director construye estos mundos tan peculiares. La película se centra principalmente en Robbie (Paul Barnnigan), un joven padre con un importante historial de delincuencia y violencia. Tras su último arrebato debe cumplir horas de trabajo comunitario; allí conoce a Harry (John Henshaw), su jefe, quien lo introducirá en el mundo del whisky y sus aromas pero que también lo ayudará a proyectarse un futuro más alentador. A su vez, entabla amistad con los demás compañeros y entre todos ingresarán al universo del whisky y las destilarías de la forma menos pensada. (La parte de los ángeles hace referencia al 2% del whisky que se pierde, que se evapora, en el proceso de elaboración). Nuevamente Ken Loach dirige su mirada hacia un grupo de excluidos sociales que luchan por mejorar su mundo y el de los demás. La manera en que se van forjando los lazos de compañerismo, de solidaridad, es una de las marcas registradas del director, y en este film esta impronta es sin duda el tema principal de la película. Se suma la idea de la redención, de las segundas oportunidades, pero como objetivos que nunca se consiguen individualmente sino a través del esfuerzo colectivo. Este tópico se refuerza a medida que avanza el film y fortalece cada una de las escenas. Pareciera ser como si el director buscase tan sólo una excusa para volcar su necesidad de mostrar a estos personajes: cada uno con sus particularidades que, aunque no lo sean, Loach convierte en las principales fortalezas de cada uno. De esta manera el espectador toma partido por ellos, los empieza a sentir como una gran familia a la que sólo deberían pasarle cosas buenas. Sin duda que el conflicto de sus vidas ahogadas en violencia y alcohol no deja de ser parte de la superficie de cada uno de ellos, pero ese drama nunca adquiere protagonismo aquí, tan sólo se lo deja percibir. Lo que más llama la atención de La parte de los ángeles es la versatilidad dentro de un mismo film. Una escena muestra a Robbie en un flashback desfigurando a un joven inocente, pero al rato lo vemos con sus compañeros riendo por cómo visten faldas escocesas para no ser confundidos con delincuentes. Algunos momentos del film pueden resultar un poco débiles o de cierta ligereza argumental, pero por ello justamente el realizador logra tanto realismo a la hora de construir a sus personajes principales: llenos de miedo, de violencia, de agresión, pero también llenos de amor y necesidad del otro.
Ken Loach se ha hecho un nombre en el mundo cinematográfico como lo que podríamos llamar un director denuncia. Su foco suele estar en las duras penas que deben pasar las clases extranjeras frente a una sociedad que los hostiga. A lo largo de una extensa filmografía se le han reconocido dramas formidables, sobre todo aquellos ambientados durante procesos histórico-sociales. Pero a todo director consagrado le toca el turno de relajarse, de hacer films más livianos, algunos dirían menores, y en su caso particular, hacerlo sin dejar de lado sus ideas, lo cual es algo muy valeroso. Esta “Parte de los Ángeles” probablemente no sea una película memorable, puede que no integre una lista selecta de sus mejores obras, y aún así, en su simpleza ser una obra remarcable que sigue colocando a su director dentro de los nombres más firmes del cine europeo, más aún de un cine inglés tan de capa caída. Hablamos de una comedia divertida, fresca y hasta desprejuiciada. Los protagonistas son un grupo de personas, en especial unos jóvenes, y en particular uno de ellos Robbie (Paul Brannigan), que deben cumplir servicio comunitario como parte de una condena para reducir la misma. Pero lejos de aplacarse, estos jóvenes no perderán la rebeldía y seguirán haciendo “de las suyas”. Este grupo son lo que llamaríamos pequeños delincuentes o bándalos, una cultura emergente de los barrios bajos de Glasgow, gente si se quiere desclasada, que las instituciones intentan reformar, pero a la manera de un “La naranja mecánica” muy light comprobaremos que el fuego interno es imposible de aplacar. Robbie y los suyos ingresan a este programa de ¿rehabilitación?, pero pronto se enteran de la existencia de un Whisky muy bondadoso, raro, inclasificable, y claro muy caro, y esa botella muy pronto va a entrar en subasta... Claro que no sería Ken Loach sino se tomara su tiempo para retratar el día a día de la clase obrera, y además sino nos mostrase un poco de los conflictos internos de Robbie, y ahí sí, el drama toma la escena, aunque tampoco carga las tintas. Robbie se debate entre hacer buena letra, quedar limpio y en libertad para poder disfrutar de su hijo por venir, o mantenerse en la suya, “no venderse” y seguir por el mismo rumbo cueste lo que cueste. También habrá lugar para la marginación de los pobres frente a esa otra clase que los quiere encasillar y en definitiva encorsetar. La conclusión al ver un film como “La parte de los ángeles” es que se está frente a un trabajo de más de una capa. En una primer mirada se observa la liviandad, los momentos divertidos y graciosos; pero más allá de eso, en una segunda impresión asoman las mismas vueltas de siempre, la lucha del marginado por surgir, por no dejar que lo opriman, y los dramas tan disímiles con los de una clase pudiente. Acertadamente Loach convocó a un elenco casi ignoto (por lo menos para nosotros) que se adapta perfectamente en sus roles de desclasados, casi como si hubiese manejado a un puñado de no actores, lo cual le otorga frescura y realismo al relato. Repetimos, no se la recordará como una obra trascendente, es el propio film de un director septuagenario que sabe que ya no tiene que demostrar nada, y sin embargo es un film valioso en su mixtura de liviandad y cruda realidad social; podríamos decir un Ken Loach puro.
Siempre vi al director Ken Loach como el Bruce Springsteen del cine inglés. Un artista que a lo largo de su carrera supo retratar los pormenores de la clase obrera inglesa y los excluidos sociales con historias duras pero apasionantes que brindaron muy buenas películas. Stevie (Robert Carlyle) el protagonista de Riff Raff, por ejemplo, es un personaje que tranquilamente podés encontrar en discos de Springsteen como "Nebraska" o "The Ghost of Tom Joad" y "Darkness in the edge o town" y podría mencionar más equivalentes de otros filmes como Sweet sixteen y Mi nombre es todo lo que tengo. Creo que hay un nexo en común entre el arte de estos artistas y por eso siempre me resulta interesante conocer un nuevo trabajo de Loach, ya que difícilmente te decepciona con una mala película. La parte de los ángeles me sorprendió ya que el realizador cuenta una típica historia 100 por ciento Loach, pero esta vez se enfocó mucho más en el humor, algo que no es tan habitual en su filmografia. Al menos sus filmes más elogiados internacionalmente siempre fueron propuestas dramáticas. Lo interesante de este nuevo trabajo del cineasta es que durante el desarrollo de la trama la película explora distintos géneros. Hay momentos en los que se vuelve una comedia disparatada, luego un film policial y no está ausente el drama con realismo social que caracteriza a los trabajos de este artista. El retrato que brinda de los aspectos mas oscuros y violentos de la ciudad de Glasgow al comienzo de la trama es tremendo. En este caso Robbie (un personaje que tranquilamente podía ser parte del disco de Sprinsgsteen "The River") intenta dejar su pasado violento junto a otros inadaptados sociales cuando encuentra una segunda oportunidad en la vida a través de la destilería y cata de whisky. Resultó todo un hallazgo el protagonista, Paul Brannigan, quien no tenía antecedentes en la actuación y brinda un gran trabajo. No creo que La parte de los ángeles sea recordada entre los grandes clásicos de Loach pero es una muy buena película inglesa que se disfruta a pleno y vale la pena tener en cuenta.
No puedo ubicarme en el Club de los Odiadores de Ken Loach, club que está creciendo mucho en números últimamente, especialmente en el universo de los festivales de cine. Más allá de que lo considero un cineasta que ya no tiene demasiado para revelarnos, tiendo a entrar fácilmente en sus relatos, me da cierto placer su mundo y sus personajes, y hay una cierta constancia en esta última época que me atrae. Mucho más, por lo pronto, que su etapa turística resolviendo los problemas del mundo. LA PARTE DE LOS ANGELES es una comedia es simpática, amable, ligera; no podrá confundirse con una gran obra y será una experiencia tan entretenida como rápidamente olvidable. Comedia sobre un ex presidiario “rehabilitado” como catador de whisky y llevado a tener que robar ese brebaje con la compañía de otros torpes aún más inadaptados que él, es una comedia de formato clásico, simplona y banal, que mezcla chistes simpáticos con otros muy malos, y posee unos personajes tibiamente delineados. Pero, a la vez, tiene -como dicen por ahí- “el corazón en el lugar correcto”. Y eso le juega a favor. AngelsShareLa película tiene algo de comedia alla italiana y otro poco de ciertas películas de Woody Allen (con sus criminales perdedores, torpes y algo patéticos) y a más de uno hará recordar a VINO PARA ROBAR, ya que buena parte de la trama tiene que ver con robar un whisky carísimo en medio de una ceremonia de cata. Pero Loach envuelve la trama de comedia policial con su ya acostumbrado tono de realismo social (ligado a los problemas que el protagonista tiene tras salir de la cárcel), lo que le da por un lado un poco más de credibilidad a la historia pero, por otro, la lleva hacia un lado sensiblero un poco fuera de lugar. No llega a estar ni por asomo cerca de las mejores películas de Loach, pero es mucho más disfrutable que las últimas. Para mí, es su mejor película desde DULCES 16, de 2002. Lo que no es poco. Aunque tampoco sea demasiado…
Comienza en el adusto ambiente de una sala de audiencias, con un juez que pasa revista a las fechorías de un grupo de infractores a la ley y distribuye penas según la calidad de las faltas cometidas, que van desde el pintarrajeo de monumentos públicos o las borracheras escandalosas hasta las pequeñas estafas, las raterías y, en algún caso, una golpiza feroz derivada de un incidente callejero. Los acusados son todos jóvenes, por lo general víctimas del desempleo, sin futuro alentador a la vista. Y la mayoría son obligados a cumplir decenas o centenas de horas de trabajos comunitarios. Incluso el violento Robbie, el de la golpiza, cuyo frondoso prontuario ya registra temporadas en la cárcel: lo salva el hecho de que su novia (una influencia benéfica para él, según apunta la asistente social) está a punto de hacerlo padre por primera vez. Aun así, todos los caminos hacia la redención parecen cerrados para Robbie; lo determina su pasado violento, su temperamento irascible, una encarnizada e imparable rivalidad que le viene de lejos, y hasta un suegro dispuesto a expulsarlo de Glasgow con tal de alejarlo de su hija. Y no hay aparentemente nadie en toda la ciudad que sea capaz de pasar por alto las cicatrices que lleva en la cara y denuncian su pasado para ofrecerle un empleo. Estamos, como se ve, en el mundo de Ken Loach, entre los excluidos del sistema, los que siempre han pasado inadvertidos por la declamada igualdad de oportunidades. Pero el cine comprometido con lo social del laureado director inglés -aquí más optimista que nunca- ha elegido esta vez un tono más liviano, próximo a la comedia y, tal vez, a la fábula. Del clima severo del ámbito judicial del comienzo se llegará a las sonrisas esperanzadas del final. En el camino hacia esa esperanza (y a la redención del protagonista) habrá un invitado sorpresa: el whisky. Y también, fundamental, el buen samaritano que tiende una mano al muchacho y trae consigo el humanismo clásico de Loach. Al que se agregan el inesperado talento natural que Robbie esconde en su nariz y una única y picaresca recaída en el delito. Porque, como en Los desconocidos de siempre , con los que guardan algún parentesco, además de generar similar simpatía, los perdedores de Loach se conocen mientras cumplen su condena lijando y pintando paredes. Y como aquellos, también planean un golpe. El botín, hasta entonces impensado para ellos, les saldrá al encuentro gracias a un encadenamiento de circunstancias. Cuando el supervisor que está a cargo de los "condenados" celebra con un brindis el nacimiento del hijo de Robbie, lo introduce, sin proponérselo, en los secretos del whisky. Y no sólo eso: termina descubriendo en el muchacho sus excepcionales dotes de catador. Del ingreso en ese mundo de refinados sibaritas, coleccionistas y millonarios capaces de gastar fortunas para conseguir las variedades más cotizadas de la bebida nacional escocesa y del traslado de la acción a las Highlands provienen no sólo la idea del "golpe", sino también algunas de las escenas más divertidas, las más ilustrativas (la visita a la destilería es casi un pequeño documental sobre whisky) y las ironías más sutiles que aporta el guión de Paul Laverty. La parte de los ángeles (se refiere al 2 por ciento de alcohol que se pierde cada año en las barricas) es una comedia social graciosa y al mismo tiempo conmovedora y lo es también gracias a la naturalidad de su elenco, en el que descuellan los intérpretes no profesionales (Paul Brannigan, el protagonista, es todo un hallazgo) y los consagrados, como John Henshaw, el generoso Harry.
Camaradas descastados Aunque se extrañan las delicadezas formales de otros films y por momentos hay más guión que frescura, el director inglés logra una corriente de simpatía con sus actores no profesionales. Ganadora de un exagerado Premio del Jurado en Cannes 2012, La parte de los ángeles es lo que podría considerarse “un típico Ken Loach”. O un típico Ken Loach & Paul Laverty, si se prefiere, teniendo en cuenta que se trata de la undécima colaboración al hilo entre el realizador de Tierra y libertad y su guionista estable desde La canción de Carla (1996). Como en Riff Raff o Como caídos del cielo (previas, en verdad, a la etapa Laverty), el protagonista es parte de un grupo que en este caso no está formado por trabajadores, sino por pequeños infractores de la ley. Estos desfavorecidos antihéroes tratan de ponerle el pecho a la adversidad, oscilan entre la desesperanza y la búsqueda de salida, su franqueza, ingenuidad y sentido del humor mueven a cinchar por ellos. Interpretados como en otras ocasiones por actores no profesionales, esta vez sobra guión y falta algo de frescura en sus andanzas. Por más que uno pueda reírse con sus bromas chuscas, simpatizar con la condición de desaventajados o desear que les vaya mejor de lo que les fue hasta ahora. Algo debe saber Mr. Laverty, que antes de escribir guiones ejerció la abogacía, de la relación entre la ley y quienes la infringen. En este caso se trata de infractores muy menores. “Por qué no se deja de joder y se dedica a perseguir violadores, asesinos en serie y pervertidos”, le sugiere Mo, que lleva un mechón bordó, al policía que la atrapa por robarse un guacamayo de madera. A Rhino lo detuvieron por hacer pis sobre monumentos públicos, a Albert por caerse borracho sobre una vía y a Robbie por darle un navajazo al miembro de una bandita con la que se cruzó. A todos los condenan a prestar trabajos comunitarios. No le pondrán toda la onda al asunto. A Rhino no le gusta el color con que tiene que pintar una pared, a Albert le da fiaca pasar la espátula, Mo en cuanto puede se roba algo y Robbie está más preocupado por el embarazo de su mujer que por recoger hojas secas en el cementerio. Como lo que más valora Loach es la camaradería entre descastados, la convivencia entre estos pares será casi ejemplar. Y el encargado de su custodia (John Henshaw, uno de los pocos profesionales del elenco) termina resultando algo más parecido a un padre sustituto o un ángel de la guarda que un servidor de la ley. Será durante una visita a una destilería, en un paseo de fin de semana conducido por el buenazo del custodio, que Robbie (Paul Brannigan, que lo interpreta, estuvo en prisión por un hecho semejante al que aquí se le imputa) descubre un don que desconocía. Aunque difícilmente haya probado un whisky en su vida, el muchacho es capaz de reconocer cada tipo de malta con una breve degustación. Eso llama la atención de un catador (Roger Allam, otro de los profesionales del cast), que le hará un encargo sumamente valioso. La astronómica cifra en juego tienta a cierto “operativo” conjunto de nuestros héroes, devenidos un cochambroso gang con kilts. A propósito, La parte de los ángeles es una de esas películas de Loach que requieren de subtitulado... al inglés, dado el cerrado acento escocés que se impone en cada diálogo. Es también una de las películas en las que la palabra fuck y sus derivados más se usan, desde que el cine afroamericano dejó de existir. El peso del guión se siente sobre todo en la condición de padre primerizo que se le asigna a Robbie, en pareja con una chica que suena como demasiado clase media para un chico de la calle. También en las acechanzas que ponen a Robbie en la permanente condición de víctima potencial, tanto de la ley como de su suegro, un pesado de temer que tampoco “pega” demasiado con el aspecto angelical de la hija. Se extraña la falta de aquellos largos planos-secuencia, que en películas como Riff Raff, Caídos del cielo y, sobre todo, Tierra y libertad, daban a cada escena de grupo una carga de “vivo”, de verdad robada al paso, que renovaba el sentido de la palabra “realismo” y las llenaba de libertad. Hay, esta vez, más cálculo que verdad.
De lumpen a catador Sobre las oportunidades, sobre la redención y la piedad se asienta el nuevo film de Ken Loach, que basó buena parte de su carrera en el realismo social. Pero el gran mérito de La parte de los ángeles es el tono del relato, alejado de la gravedad de muchos de los títulos del veterano realizador inglés, aunque sin dejar de marcar las injusticias y la falta de contención de los jóvenes de su país. A partir de Robbie (Paul Brannigan), un joven lumpen de la ciudad escocesa de Glasgow que intenta un cambio en su vida cuando nace su hijo, Loach hace un mapa de los desclasados del lugar, pero con una mirada siempre piadosa y hasta divertida de esos personajes patéticos y adorables. Criado en una ambiente violento, Robbie primero tiene que sortear el rechazo de la familia de la chica que lo ve como un perdedor y luego de un entorno marginal. Por un delito menor es condenado a trabajos comunitarios y allí encuentra a otros jóvenes que tienen historias parecidas pero sobre todo, allí está Harry (el extraordinario John Henshaw), el oficial a cargo de la custodia de los chicos, que le toma cariño al rebelde y confundido Robbie, y además lo introduce en el mundo del whisky. Inesperadamente el propio protagonista descubre que tiene un paladar privilegiado y que puede hacer una carrera como catador. Pero el pasado y las costumbres pesan de manera decisiva para los personajes de Loach, y si bien el grupito de perdedores accede al universo de botellas clasificadas, de coleccionistas dispuestos a pagar miles de libras por una botella de whisky especial, los muchachos van a hacer los suyo pero de manera noble, como el pasaje a otra vida. Desde su humanismo a rajatabla, Loach entiende a sus criaturas y decide que tienen derecho a algún tipo de revancha.
Manual de perdedores Comedia agridulce en la que cuatro jóvenes marginales buscan alguna redención. Algunos lo verán como un rasgo de coherencia; otros, de repetición: en La parte de los ángeles, el viejo Ken Loach se mantiene en su vieja línea del realismo social, firme en el punto de vista de las víctimas -que al parecer siguen siendo muchas- del conservadurismo tatcherista y sus derivados. En este caso, a través de una comedia agridulce, lo que tampoco es novedoso en su filmografía. Una película fresca y emotiva, es cierto, aunque también podría decirse: ligera y algo manipuladora. Una pequeña fábula con su correspondiente moraleja. En la primera parte, el joven Robbie (Paul Brannigan), condenado a trabajos sociales por un incidente de su pasado agresivo, intenta escapar de una violencia que tiene gran parte de su origen, aunque él no lo sepa del todo, en las leyes de mercado. Entre medio habrá búsquedas, retrocesos y un intento de redención, junto con otros tres marginales y un hombre bonachón que fiscaliza el cumplimiento de la probation de Robbie. La película se traslada desde una Glasgow plomiza hasta una luminosa Edimburgo; desde la ley de la calle, a puro puñetazo y borracheras, hasta la del refinado mundillo de la cata de whisky; desde el drama a la comedia. Con un humor de trazo grueso: verosímil para los personajes que el filme retrata. Lo que no es tan verosímil es la media hora final, cuyo sencillo desenlace podría corresponder al de cualquier comedia masiva, con “mensaje” y golpe de efecto sentimental incluidos. Y sin embargo, aun en la medianía, el talento de Loach: para filmar criaturas queribles, para contraponer -sin retórica- a ganadores y derrotados del sistema, para captar la esencia del capitalismo en la mera secuencia de una subasta. Y la actuación magnífica de Brannigan, que estuvo realmente en la cárcel y que no es actor profesional. Al verlo moverse en jogging por las calles de Glasgow, chiquito pero sacando pecho, orejón, la mejilla cruzada por una cicatriz, con mirada amenazante y triste, la de un animal atrapado en su trampa, uno siente que podría ser cualquier joven marginal de acá o de allá, el origen es el mismo.
La redención por el camino del whisky La nueva película del director inglés Ken Loach, con guión de Paul Laverty, trata una vez más sobre seres marginales. Personas a las que el destino parece haberles jugado una mala pasada ubicándolos en situaciones que los hacen víctimas, aparentemente irreversibles, de sus circunstancias. Robbie (Paul Brannigan) es un joven a punto de ser padre, que es detenido por un episodio de violencia callejera. Aunque tiene antecedentes, dado que en esa ocasión los culpables fueron los muchachos del otro bando, lo condenan a cumplir una cantidad de horas de servicio comunitario. Allí conocerá a su encargado, Harry (John Henshaw), y a un variado grupo de personas que también deben cumplir su deber con la sociedad de esa forma. Harry tiene un marcado interés por el whisky y su historia, algo que también seduce a Robbie, permitiéndole descubrir un talento que hasta entonces desconocía, y pensar en la posibilidad de cambiar de vida. El guión de la película es interesante porque, con un ritmo muy bien sostenido, pasa del tener el tono de filme social sobre marginales a una suerte de suspenso en algo que puede definirse como un robo de guante blanco. Todo bajo un halo de comedia, apoyado fundamentalmente en las personalidades de sus compañeros de trabajo comunitario, los que terminan resultando entrañables. Las actuaciones también son destacables: todos los actores cumplen con sus roles con una naturalidad notable, incluso en el caso de un actor debutante como es Paul Brannigan. Lo destacable de la mirada de Loach es el desprejuicio: ninguna de sus criaturas es inocente, pero así y todo, ninguna se merece vivir estigmatizada por eso, o por el lugar donde nació, o por quienes fueron sus padres. Robbie, como tantos otros, se siente encarcelado en la vida que le toca llevar, y de la cual no puede salir, por más que se lo proponga, por su carencia de recursos económicos, aunque le sobren los de otra índole. Un encanto aparte de la película es su lado pintoresco: el recorrido por las destilerías de whisky, la cata, la historia y la tradición escocesa a pleno, polleritas incluidas. Loach logra cerrar una película positiva, pero sin caer en la ingenuidad ni en el milagro inexplicable, que muestra la voluntad que algunas personas pueden tener por cambiar su realidad, especialmente cuando la viven como una condena. Una oda a las segundas oportunidades, esas que cualquiera se merece en la vida.
Ken Loach, con un retrato certero de cuatro chicos marginales, con destino casi ineludible de violencia y delincuencia, que encuentran un resquicio para esquivar el camino marcado y “salvarse” a su estilo. Malandrines definitivamente queribles en una película pequeña pero redonda.
Drama y diversión con el sello del maestro Loach El veterano Ken Loach hace dramas sociales muy fuertes, como "Vida en familia", dramas históricos (no tan logrados pero bien claros) como "Pan y Rosas", y también comedias de costumbres, medio dramáticas, ambientadas en la clase baja británica. Cuando hace una de éstas, cada vez pierde menos tiempo en acusar a la burocracia o el gobierno. No puede. Está muy ocupado viendo cómo se las arreglan sus personajes, sean buena gente o inadaptados sociales. En el primer caso, se trata de laburantes que logran sacarse una molestia de encima, por ejemplo la familia enfrentada al prestamista en "Como caídos del cielo", o los vecinos hartos del mafioso que maneja a los chicos en "Looking for Eric". En el otro caso, el de los inadaptados, bueno, la molestia que deben sacarse ya está enquistada dentro de ellos. Por ejemplo, la tremenda agresividad del flaquito Robbie, llevado a la Justicia por haber destrozado a un pobre tipo una noche de copas. No es mal pibe, pero la mente le funciona torcida. Encima es desocupado y mal entretenido. Por suerte la Justicia le da una mano y lo deja a las órdenes de un tipo paternal y canchero. La novia le da un hijo y le hace aflorar sentimientos de ternura y responsabilidad. Y la nariz le ha dado un olfato con el cual podría conseguir un trabajo inesperado. Sólo debería cuidarse, entre otras cosas, de obedecer los controles, soportar o esquivar a cuantos lo buscan para romperle los dientes, y ser más derecho, o más vivo, que sus compañeros de castigo. La historia transcurre en Glasgow, Edimburgo, la costa de Argyll y las Tierras Altas, donde funciona (lugar clave) una destilería. La parte de los ángeles es el alcohol que con los años se va evaporando de los toneles de whisky. También, la que les toca a los angelitos como este del cuento y sus amigos. Hay drama y diversión entremezclados, todo con particular frescura y franqueza. Y hay picardía, para que uno pueda ayudarse a salir de la mala. Los actores son creíbles, los personajes son simpáticos, la historia es buena. Y Ken Loach, un maestro.
En las primeras 5 escenas del film sabemos que Ken Loach sigue siendo el mismo director, fiel a sus ideales juveniles de activista comprometido con la causa de los desheredados, y posibles perdedores de este mundo. Su filmografía ha desnudado y denunciado los aspectos probablemente más crueles de la sociedad británica, y su compromiso ideológico y social lo ha convertido en un pionero del cine social, y por ende en un realizador de culto. Loach fue un enemigo reconocido de las políticas neoliberalistas de Margaret Tatcher, las cuales profundizaron las brechas entre pobres y ricos condenando a miles de familias al hambre, y a la marginación social. Esta es la historia de un grupo de outsiders que han transgredido la ley de diferentes maneras, y a los cuales se les han asignado trabajos comunitarios como penalidad. En ese ámbito el asistente social jugará el papel de re direccionar sus realidades, dándoles otra oportunidad en sus vidas. Acá el compromiso intelectual y emotivo no pasa por un tema mediado por las convenciones o la retórica de la objetividad, sino que la misma se da por la identificación afectiva con los personajes. El camino de la cata del whisky será el recorrido elegido por el protagonista principal para crecer, modificar su conducta, e intentar ser feliz. La parte de los ángeles, – que alude a la parte mágica del proceso de evaporación del alcohol- no es de hecho uno de sus mejores films, más que el drama a los cuales nos tiene acostumbrados, esta es una comedia social, agradable, de corte neorrealista italiano, por momentos infantil, pero con esa cuota necesaria de idealismo, que es la que nos hace identificar su obra, y a sus personajes, sencillos, sin pretensiones, pero con la bonhomía necesaria para llegar hasta el final y sonreír.
Ex convicto, padre y sommelier A los setenta y siete años el británico Ken Loach, da un nuevo y saludable giro a su carrera con esta "comedia social", como él mismo la define. Fiel a retratar las miserias y la discriminación que viven muchos de sus compatriotas, a través de filmes de un realismo profundo, como "Tierra y libertad", o "Pan y rosas", con "La parte de los ángeles", aporta un cambio y una sonrisa al espectador. Lo logra a través de una historia, en la que un joven que estuvo preso, al salir intenta readaptarse, a pesar de que tiene que pagar un precio por haber nacido en los barrios bajos de Glasgow. Robbie (Paul Brannigan), sale en libertad luego de estar en la cárcel por haber golpeado y dejado inconsciente a un chico en la calle. LABOR COMUNITARIA Ya en libertad el muchacho es obligado a hacer trabajos comunitarios, mientras es apañado por Harry (John Henshaw), un agente federal que lo ayuda a readaptarse, pero los hermanos de su novia terminan agrediéndolo en plena calle. Ocurre que Robbie y Leonie (Siobhan Reilly) están a punto de ser padres y la familia de ella no quiere saber nada con el ex preso. Pero como ocurre siempre el amor todo lo puede y el bebé le cambia la perspectiva de vida al flamante padre. En su proceso de readaptación social, Robbie y otros jóvenes ex presos son llevados a conocer una bodega, en la que se les enseña cómo se elabora el vino y cuál es el procedimiento para saber si su calidad es óptima para la venta. Lo que viene más tarde es que tanto Harry, el agente federal, al que le gusta el whisky, y los otros ex delincuentes, descubren que el joven padre tiene un paladar especial y es un muy buen catador de vinos. CARRERA INESPERADA A partir de ese momento Robbie comienza una carrera de sommelier, que le abre un futuro nuevo a él, su mujer y su retoño. La pareja y el bebé se mudan a Londres y el joven no sólo logra readaptarse, también asciende socialmente. El título de "La parte de los ángeles", encierra un secreto, según lo explica una especialista se llama así a esa parte de vino que se evapora cuando apenas se abren los barriles. Frente a esta historia, el espectador puede descubrir un filme que puede parecer un cuento de hadas, pero no lo es tanto, porque Ken Loach se preocupó por contar la historia mediante una narración tan verosímil, como contundente. Conmovedora y poética, es una película muy atractiva en la manera en que el veterano realizador le da un nuevo giro a la casi siempre problemática juventud británica. Para concretarlo contó con dos magníficos actores: Paul Brannigan (Robbie) y Siobhan Reilly (Leonie), quienes aprenden a calibrar el futuro a través de su pequeño hijo.
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Por una botella. O dos La parte de los ángeles es una comedia de Ken Loach. Para el público cinéfilo tal definición puede resultar suficiente. El maestro inglés, ciertamente muy prolífico, ha realizado documentales combativos, un rico y variado cine político -en el sentido más ceñido del concepto- y comedias de tono costumbrista en las que nunca ha evitado abordar diversas problemáticas sociales. La película comienza con una sencilla y maravillosa secuencia donde muestra la resolución de una serie de juicios menores, todos ellos con condenas a trabajos comunitarios. De este modo, Loach nos presenta a los personajes, las problemáticas diversas por las que transitan y el espacio donde todos ellos se van a encontrar. Robbie, un joven violento con antecedentes en la cárcel, es el centro de este grupo que, al mando de Harry, marchará en una camioneta a pintar y limpiar diversos espacios públicos. Robbie está por ser padre y desea recomponer su vida, aún cuando son muchos los factores externos que pugnan por impedir que esto ocurra. ¿Cómo obtener un trabajo digno con sus antecedentes? ¿Cómo dejar atrás el pasado de peleas y cuentas pendientes? ¿Cómo alejarse de los sectores más marginales de la sociedad? Ese es el nudo principal de la comedia. En una interesante vuelta de tuerca, el futuro de Robbie no estará lejos del delito y la estafa. Para poder salir de esa suerte de telaraña en la que está atrapado, el recurso será mudarse de ambiente y de lógica. Todo se hará posible cuando descubra su talento para catar whiskies de alto rango. Así, Robbie muda de ambiente. Ya no será un violento ladrón, consumidor de drogas para marginales. Se convertirá en ladrón y estafador en un ámbito sofisticado. Ese cambio no solo reportará acceso a más dinero, sino que se verá exento de la culpa moral que supone su reconversión social. Este giro del guión es el que permite el desarrollo de una comedia vital y mordaz, al mismo tiempo que pensar sobre la contradicción entre la sociedad opulenta del capitalismo post industrial en el que el trabajo productivo está menguando. Loach focaliza en exponer las limitaciones de los sistemas sociales en contener y dar oportunidades a quienes atraviesan situaciones conflictivas, como los personajes del grupo condenado a “probation”. El realizador conoce al dedillo las claves de la comedia y construye los personajes justos. Cada uno de los compañeros de Robbie no tiene más remedio que cargar en solitario con sus problemas, pues el Estado y la sociedad civil sólo están para condenar. De modo que el único recurso parece ser convertirse en una “Liga de la justicia” que, a la Robin Hood, se aprovechan de sus talentos sumados para robar una invalorable botella de whisky. O dos. En la elección de los actores Loach tuvo en cuenta tanto actores profesionales como no profesionales o con mínima experiencia, privilegiando la concepción del personaje y la posibilidad de encontrar la complejidad de los mismos sin que esto requiriera sobreactuación. Y lo logró con creces. Todos los personajes están moldeados con profundidad y con actuaciones sencillas. Este es un valor más que importante en una comedia inteligente como La parte de los ángeles. ¿Cuánto podría pagar una persona por un vaso de un whisky incunable en esta sociedad global? He aquí también la lectura obligada que La parte de los ángeles nos impone. La pregunta que queda flotando es: ¿cuál es la medida y el sentido del valor de un bien en un capitalismo concentrado que tiene magnates inalcanzables y marginados invisibles?
Una fábula moral y social Ken Loach es una marca registrada en el cine universal. El director británico es dueño de un estilo propio inconfundible, caracterizado principalmente por tratar en sus películas las luchas sociales, conflictos de clase y situaciones que tienen que ver con una mirada crítica del mundo industrializado moderno. “La parte de los ángeles” no es una excepción en su filmografía (“Tierra y libertad”, “Pan y rosas”, “Felices dieciséis”, “Riff Raff”), aunque en esta oportunidad prefiere eludir el crudo drama desolador y presenta una versión de lo mismo, pero en tono de comedia. Los protagonistas de esta historia, que transcurre en Glasgow (Escocia), son un grupo de jóvenes marginales, vagos, delincuentes de poca monta, buscavidas, que atrapados por la policía en algún incidente callejero, son condenados a realizar trabajos sociales para su rehabilitación. Uno de ellos, Robbie, es un ex presidiario que intenta dejar atrás su pasado violento, pero por sus antecedentes, no consigue trabajo. Está de novio con una chica socialmente mejor posicionada porque es integrante de una familia que regentea locales nocturnos. La muchacha está embarazada, a punto de dar a luz, cuando Robbie se mete otra vez en problemas. Los otros integrantes del grupo son Albert, un “colgado”, como dirían aquí; Rhino, un bueno para nada; y Mo, una jovencita cleptómana y sin hogar. Todos ellos son regenteados por Harry, un educador social que tiene a su cargo dirigir los trabajos que deben realizar los chicos, en su programa de rehabilitación, como pintar paredes, limpiar calles o cementerios, y ese tipo de cosas. Entre tanto, la novia de Robbie, Leonie, da a luz un varón, pero su familia quiere mantener al muchacho lejos de la madre y del niño. Robbie no se resigna y tiene otro tipo de aspiraciones. En una ocasión, Harry lo invita a una degustación de whisky, y él va con sus amigos. En ese mundo tan particular de expertos y especuladores, aparece la oportunidad que el joven está buscando. A partir de esa experiencia y algunos contactos, los discípulos de Harry se proponen encarar una aventura que les puede dejar algunos pesos, aunque para ello tienen que trasladarse hasta Londres. El relato toma ahora un tinte picaresco y muestra las andanzas de estos improvisados degustadores, que un poco por audacia y otro poco por suerte, consiguen salir bastante airosos en su empeño. Pero lo más importante es que Robbie logra dar forma a su proyecto: tener un trabajo estable y reunirse con Leonie y el bebé. Lo que hace entrañable a esta película es la manera simpática con que Loach muestra a estos antihéroes, un poco ingenuos, pero con códigos, para lo cual trabaja con actores no profesionales, apoyados por un par de actores profesionales veteranos, consiguiendo un relato fresco, una pintura de un retazo de la realidad, que no obstante no agobia al espectador con el drama social, al ofrecer una salida a los personajes. “La parte de los ángeles” refiere a cierto porcentaje de whisky que se evapora de todas las barricas y simbólicamente alude a los personajes de la película, que están ahí, en los límites, tratando de reinsertarse en un mundo que los rechaza.
La parte tibia del wisky La parte de los ángeles (además de ser el título de la película en cuestión, dirigida por Ken Loach) es una frase que se refiere a un proceso que sucede cuando se abre un barril de whisky. Parece que en ese momento hay un porcentaje de alcohol que se evapora y se pierde; para quienes quieran verlo poéticamente, esa pequeña porción que se esfuma, se dice que se “comparte con los ángeles”. Lo clave del título es, en este caso, la pérdida. De alguna forma todos los personajes perdieron algo en el proceso de su vida, como todos nosotros seguramente, pero esa pérdida los une y además, hace que puedan compartir lo que les queda, aquello que todavía no se destruyó, mensaje positivo si los hay. Los personajes son presentados en un juzgado, uno por uno, delito de por medio, y son sentenciados a hacer trabajos comunitarios durante un tiempo. Es así como conocen a Harry, un señor gordito, solitario y agradable (juzguen ustedes si les suena esta descripción) que se encariña especialmente con Robbie, otro de los personajes principales de esta película. El resto: Rhino, encarcelado por hacer algunos disturbios en los monumentos de Glasgow, Albert un ignorante en su máxima potencia y Moe, una chica que no puede salir de los pequeños placeres delictivos, especialmente los robos sin demasiada importancia. Ronnie, por otro lado, con un historial policial más importante, está en pareja con una chica rubia y adinerada llamada Lonie (esto sí que suena trillado) y acaban de tener un hijo en común. Obviamente la familia de la chica, tan mafiosa como Ronnie pero con plata, no está de acuerdo con esta relación (habrán visto esta historia ciento de veces en las novelas de la tarde). Lo demás sucede entre destilerías de whisky, reuniones de catadores y un plan algo simplón de robo, con la idea que este delito hará al grupo tener un futuro mejor, cualquiera sea el significado que cada uno de los personajes le dé a esto. Es una película ideal para quienes quieren ver algo cálido, lo que significa también tibio, cómodo y optimista. Observar cómo un chico de clase baja que se pasó la vida inhalando cocaína y pegándole a quien se le cruzó por el camino, al sostener a su hijo en brazos por primera vez cambia su mirada ante las cosas (aunque por suerte, no tanto, sino ya sería demasiado). A Ronnie lo queremos, como al resto del grupo, y mucho más a Harry, ese señor adulto que le enseña a este muchacho cuál es su talento: el olfato y su capacidad de catar whiskies. Y además guía a los personajes por el “camino correcto”, porque parece que hay un camino correcto, ¿no? Todos son adorables, sí y también algo aburridos. Esta es una comedia que personalmente no me hizo reír demasiado. Los personajes no tienen matices, como si mágicamente todo eso que los llevó a la cárcel desapareciera. Está claro que la unión y la empatía con un grupo de semejantes ayuda, por supuesto, pero deduzco que hasta en estos casos los roces, las contradicciones y hasta el pasado hacen tensión y generan ruido. Pero no, en La parte de los ángeles esto no sucede. Los pocos conflictos que hay se esfuman plácidamente como el alcohol que se pierde cuando se abre el barril, algo poco creíble para una espectadora que evidentemente cada vez se vuelve más cínica. Tampoco el relato es para destacar, acompaña la escueta historia que se está contando. En todo caso, la película no está mal, pero para mí esto no es suficiente. Si quieren ver un lindo final, sonreír y sentir que a pesar de todo hay posibilidades de un “mundo mejor” (aunque sea para algunos) entonces acomódense tranquilamente en sus butacas que esta película es para ustedes.
Un poco de humor escocés La parte de los ángeles, The angel’s share, dirigida por Ken Loach obtuvo el premio del jurado en Cannes 2012. Rob, un joven a punto de ser padre tiene que cumplir con 300 horas de trabajo comunitario. Descubre que tiene un gran talento para la cata de whisky y luego decidir si va a utilizar ese talento para algo bueno o seguir con su vida delictiva. Desde el comienzo se destaca ese humor británico absurdo. Lo cual, desde el punto del guión está bueno porque tarda un poco en dar el golpe bajo que desata todos los enredos que siguen después. Nunca probé whisky –es lo que dice Rob, El elegido. Un escocés que no haya tomado whisky antes de los 12 años. ¿Dónde se ha visto? At its finnest. Rob tiene que derimir entre hacer lo correcto basada en la figura de Harry o aprovechar su talento para estafar a otros. El reparto The Angels ShareEl grupo de los protagonistas funciona muy bien conjuntamente durante la peli. En las comedias la química, no descubro nada acá, es sumamente importante. Poco a poco van evolucionando los personajes. A pesar de la situación dramática de fondo que los reúne con sus miserias y, en principio, pequeñas virtudes, es muy graciosa en cada escena sin terminar siendo una suma de chistes atrás del otro sin razón alguna salvo por el chiste mismo, (ejem, Seth Macfarlane). ¿Cómo viene la historia? Una de las cosas más interesantes de la película es que no se basa en la forma típica de la comedia que uno ve en los cines comerciales, llamemosle, estos días. Generalmente la sinopsis resume todo y ya sabés con qué te vas a encontrar y por ende esperás que los chistes sean buenos y no una recopilación del catálogo. La historia de La Parte de los ángeles es una serie de enredos que van llevando, lógicamente, de un lugar al otro, como así es la vida de Rob y de sus amigos que existen en uno de los peldaños más bajos del escalafón. Usualmente hay una serie de chistes iniciales presentando a los personajes, luego aparece el conflicto, al pibe lo deja la chica y él va a recuperarla aprendiendo algo de acerca de él, que ya estaba escondido allí porque tenía buen corazón. Por suerte este no es el caso, y digo suerte porque no sé ustedes, pero no encuentro comedias fácilmente en el cine últimamente. Uno siente esa empatía con los personajes y su grupo de amigos y termina formando parte durante los 100 minutos que dura la peli. Conclusión Es una comedia divertida con un poco de ese humor británico y algo más que no les digo para no spoilear, miren qué bueno que soy. Una buena opción para la noche o la tarde del domingo. No les va a cambiar la vida, pero… No me pregunten a mí, sólo soy un redactor…
Whisky para robar Así como 21 gramos refería a un peso misterioso que expulsan los que pasan a mejor vida, La parte de los ángeles del veterano Ken Loach (Inglaterra, 1936) nombra el dos por ciento de whisky que se evapora anualmente de los barriles que conservan la escocesa sustancia. Eso les dice una guía de destilería al grupo de protagonistas del filme, reincidentes condenados a trabajos comunitarios entre los que destaca el orejudo Robbie (Paul Brannigan), un muchacho con modales de vándalo pero de buen corazón que se ve obligado a cambiar de rumbo una vez que tiene un hijo con su novia. El didactismo con el que son recibidos los protagonistas en esa destilería es el mismo que Loach pone en práctica para desplegar su fábula social: Robbie simplemente no ha tenido suerte, pero con una buena idea y otra dosis de empeño tal vez pueda hacer que todo mejore. En todo caso, la picardía de la cinta está en que para alcanzar la redención deseada Robbie debe cometer una acción ilegal: robar un whisky carísimo para revenderlo en el mercado negro y con eso salvar a sus compinches, hijo y pareja. Será esa segunda parte de picaresca malhechora la que entregue lo mejor de La parte de los ángeles, mientras que la primera no se decide del todo entre el naturalismo dramático de los barrios bajos de Glasgow, los gags desenfadados que tienen al borrachín Albert (Gary Maitland) como bufón estelar o la postal del mundo del whisky. Entre algunos momentos graciosos y un par de chistes malos, un devenir un tanto predecible y escenas de grácil suspenso, un planteo a veces en serio y otras en joda, La parte de los ángeles no altera la carrera irregular de Loach pero ofrece un fluir agradable, vagamente optimista, que hace de la cinta más un pasatiempo humanista que una verdadera problematización de la sociedad escocesa y su injusticia universal. A pesar de que queda la sensación final de que la película es tan vaporosa como el whisky hecho aire, Loach al menos se ahorra los "mensajes" y se da el gusto de contar una historia moralmente caprichosa con cierta libertad y el contagioso plus humano que destilan sus personajes, y eso ya es suficiente para compensar cualquier derrame.
UNA MIRADA RISUEÑA Robbie es un joven padre de familia de Glasgow que no logra escapar de su pasado delictivo. Para evitar ir a la cárcel, se ve obligado a realizar trabajos comunitarios en un establecimiento donde conoce a Rhino, a Albert y a la joven Mo. Henry, el educador que les han asignado, se convierte en su nuevo mentor y los inicia en el arte del whisky. El veterano Ken Loach, siempre dispuesto a reflejar con franqueza la vida en la clase baja británica, deja a un lado sus aspectos más dolientes (aunque hay una escena emocionalmente demoledora entre Robbie y su víctima) para darle sonrisas a esta amable tragedia que trae un mensaje esperanzador: siempre se puede dar un volantazo y volver al buen camino. La violencia está como telón, también esa sensación de que no hay muchas escapatorias para estos excluidos. Pero el whisky será la alegoría que les abrirá otras puertas: les mostrará que hay estafadores en todos lugares y hasta las dará la oportunidad de darse algunos gustos. La parte de los ángeles es el alcohol que con los años se va evaporando de los toneles de whisky. Y el embrujo de ese vapor les deparará la chance de hacerse de unos pesos y de arañar la ilusión de un cambio de vida.
Esperanza agridulce Un Ken Loach extrañamente optimista y esperanzado demuestra con “La parte de los ángeles”, una comedia ligera y agridulce, que para sobrevivir en este sistema hay que trampear las reglas y hacer, con cierta cuota de talento y osadía, lo que la mayoría no se atrevería a hacer. El director, que a partir de un cine socialmente comprometido supo reflejar en sus películas la involución conservadora británica de los años 80 que aceleró los procesos de descomposición social en el mundo desarrollado, se puso al frente con buen pulso y mucho sentido del humor de un elenco de actores casi desconocidos, sobre todo de Paul Brannigan, un actor proveniente de la calle, con pasado delictivo y todo, que da vida a Robbie, un muchacho a punto de ser padre y que tiene una cuenta pendiente con la justicia. Loach, detrás de cámara, lo conducirá a buscar su propio camino y salida, cambiando así esas verdaderas trompadas a la mandíbula que fueron sus filmes (“La tierra de mi padre”, “Tierra y libertad”) por una caricia esperanzadora. En “La parte de los ángeles” otra vez Loach regresa a Glasgow, esta vez para seguir de cerca a un cuarteto de jóvenes delincuentes que deben conmutar su pena con trabajos comunitarios como medio de reinserción. Uno de ellos es Robbie, que acaba de tener un bebé con Leonie y que intenta escapar de un entorno de violencia donde ni siquiera la familia de su novia le mira con buenos ojos. Harry es el tutor del grupo y también quien despierta en Robbie la curiosidad del arte de la cata de whisky y abrirle nuevos horizontes. El muchacho decide, para salvarse, robar junto a sus amigos un barril supermillonario de la preciada bebida y, claro, uno desde la butaca deseará que el disparatado plan les salga bien.
Una metáfora por la vía del whisky El director inglés elige esta vez la clave de comedia agridulce, con una salida esperanzadora, para acercar otro de sus retratos sociales. Para él, la risa es un instrumento revolucionario, porque permite afirmar la resistencia a la opresión. ¿Qué es lo que media entre lo que moviliza al gran retratista social en el cine de nuestro tiempo, Ken Loach, al llevar adelante este proyecto fílmico, que nace de pensar el estado de ánimo de tantos jóvenes desocupados de hoy y la imagen que muestra el afiche original, en la que un grupo de ellos, cuatro en este caso, vestidos con sus características prendas escocesas dan saltos de felicidad, en el aire? Ya desde esta imagen, y a diferencia de la mayor parte de sus films que recorren un arco de cuatro décadas, nos instalamos en el plano de una comedia; pero claro está, no por ello, exenta de presentar ciertas problemáticas que son familiares en su obra. Y esto ya desde el prólogo, desde el sistema de credits, donde se están leyendo las causas por las cuales algunas de esas personas son acusadas de haber caído en una falta, en una transgresión, en algo que el sistema policial y jurídico prohíbe y sanciona. Como el que le corresponde a esa joven mujer respecto del reclamo por las leyes sociales, que nos lleva a pensar, en cierta manera, en algunos aspectos, en uno de sus films más polémicos, Ladybird Ladybird, de 1994. Ambientada en Glasgow, en La parte de los ángeles el realizador de origen inglés, nacido en 1936 ofrece aquí un itinerario que nos ubica ya desde el inicio del film en una zona límite, en un espacio de riesgo, andenes y vías de un tren, para inmediatamente, a través de una presencia coral poner en acto una acción en conjunto que, insospechadamente, abrirá compuertas y destapará fragantes y deseadas botellas de whisky que esperan. Merecedora del Premio del Jurado en Cannes 2012, año en que el mismo fue presidido por el notable cineasta Nanni Moretti, y en el que la conmovedora y sublime Amour de Michael Haneke recibió la Palma de Oro, La parte de los ángeles toma su nombre, y así es en el original, de una expresión, de un modismo, que remite a lo que en Escocia se identifica como "a lo que se va evaporando, mientras se va añejando, envejeciendo, el whisky, dentro de los barriles". Figura que bien podría pensarse como metáfora del mismo devenir de los personajes. Las criaturas de Ken Loach parecen tocar el cielo con las manos, en el afiche original. Ese salto, ese brinco, al unísono. Y el film traza ese periplo por la vida de estos personajes, los momentos cotidianos, sus vínculos. Desde los primeros momentos en que deberán cumplir con trabajos comunitarios hasta, como ocurre ciertamente en las fábulas, pasar a ser lo que ni siquiera cada uno de ellos sospecha. Cuando el estreno del film, en numerosos países, la crítica fue particularmente desigual. Y esto se da particularmente cuando un actor, actriz, director, elige componer otro tipo de roles, asumir otro tono en la manera de contar. Su filiación a las corrientes de izquierda, sus definiciones, llevaron a que numerosos ortodoxos no le permitieran a Ken Loach distraerse de narrar problemas sociales, desde otra perspectiva; permitirse que sus personajes vivan algunas andanzas, recuperar cierta picaresca; sin que por ello haya hecho concesión alguna a las leyes del mercado. Algunos inclusive la han calificado de "banal" y otros han igualado mecánicamente el vocablo "fábula" al de "cuentos de hadas" con poco creíble final feliz. Desde ciertas aseveraciones que descalifican deberíamos, creo, revisar qué comprendemos por "final feliz", que llegamos a pensar respecto de "un final esperanzador" y seguir viendo de qué manera las notas críticas se hacen presentes en las más caprichosas de las ficciones. Desde mi punto de vista, La parte de los ángeles no se puede caracterizar como un film complaciente y mucho menos confundir una sonrisa con una cínica carcajada. Admiro el cine de Ken Loach. Y si pienso en los cineastas que lo acompañan en su país, allí están, Mike Leigh y Stephen Frears. La sociedad de Thatcher, hoy reciclada y potenciada por los nuevos magnates, entre ellos la canciller alemana Angela Merkel y aliados, la situación de los inmigrantes, los barrios periféricos, el desamparo que sufre la clase trabajadora, la arbitrariedad de ciertas leyes, los horrores y negocios de la guerra, son algunos de los grandes temas que estos tres cineastas vienen planteando desde recortes de vidas cotidianas. En la filmografía de Ken Loach, director que mira hacia Latinoamérica en La Canción de Carla, centrando su atención en Nicaragua; hacia la explotación de los cruzan las fronteras de Méjico a Estados Unidos, en este caso, mujeres que serán explotadas en tareas de limpieza, como lo hace en Pan y Rosas, no hay absolutamente nada que pueda seducir a la gran pantalla de hoy. De ahí que sus films, si bien muchos de ellos son reconocidos en numerosos festivales, sólo se presentan en pequeñas salas. Sus obras, al igual que la de tantos otros directores, deberían programarse en escuelas, fábricas, clubes de barrio. En Italia, cuando el estreno del film el pasado 13 de diciembre, en rueda de prensa, el director comentaba: "Esta vez sí, y sé que es un riesgo, elegí el humorismo por espíritu de contradicción. El mundo parece decirle a muchos jóvenes: no me interesás, no me ocupo de vos. Frente a ello, he preferido mostrarlos de otra manera: desde su vitalidad, alegría, fantasía; capacidad de creer en el futuro. Hoy la risa es un instrumento, podemos decir, en parte, revolucionario; un modo de afirmar que estoy todavía aquí y que estoy dispuesto a resistir al miedo, a la opresión".
Santos bebedores Merodeando siempre los bajos fondos, cada film de Ken Loach es una radiografía. Y en su prolífica, dilatada trayectoria, con casi treinta largos en su haber, al británico nunca le tembló el pulso para hacer diagnósticos. La parte de los ángeles no es un film de denuncia como Agenda secreta o La canción de Carla, ni una proclama inserta en un contexto histórico, como Tierra y libertad o El viento que acaricia el prado, sino la clase de crítica social disfrazada de comedia, para la cual a Loach, por lo general, le sobra paño. La película sigue a un grupo de condenados por diversos delitos en vías de recuperación, sólo que, en vez de realizar trabajos comunitarios, su reinserción pasa por capacitarse como catadores de whisky (el título, La parte de los ángeles, refiere a la parte que se evapora en la elaboración, como metáfora del grupo y un momento clave). El protagonista es Robbie (Paul Branigan), un muchacho de pasado violento que intenta cambiar bajo el ala de Harry (John Henshaw), un tutor bonachón. Loach sigue su derrotero por los suburbios de Glasgow (salvando las distancias geográficas, el recuerdo de Riff-Raff es inevitable); luego, por las Highlands, en busca de una maltería que destila un peculiar elixir, y entonces se verá si Robbie endereza su rumbo. Con guión de Paul Laverty, su habitual colaborador, Loach, en su más inspirada veta costumbrista, retrata personajes exquisitos como el single malt (whisky puro de malta), absurdos, trágicos como la vida misma. Nadie le pide otra cosa.
Whisky del bueno A la afirmación de que Ken Loach viene filmando la misma película desde hace cuarenta años hay poca cosa que responder salvo que pocos lo hacen mejor que él. Y lo cierto es que últimamente el director (hoy con 77 años) ha sabido reinventarse, con obras más dinámicas y contagiosas, con la explotación de un aire políticamente incorrecto que significa un soplo fresco y, en este caso particular, con un notable sentido del humor. Es una suerte que el director pueda distanciarse de esa seriedad que sufrió buena parte del cine social europeo (y él mismo) durante décadas, como si el entretenimiento y la denuncia militante fueran asuntos incompatibles o antagónicos. "La parte de los ángeles" es la porción del whisky que se pierde por evaporación durante su añejamiento en barricas de roble. La metáfora es aplicable a los personajes, eternos inadaptados de los barrios bajos de Glasgow que vienen marcados por las pérdidas: habiendo pagado penas en prisión, tentados a la reincidencia en el delito, vinculados forzosamente con maleantes. Pero es esta cualidad de perdedores la que los lleva a conocerse, cumpliendo con determinadas tareas en los servicios comunitarios. Durante la primera mitad de la película son expuestas, a grandes rasgos, las penurias de los cuatro personajes principales, el protagonista, un padre reciente obligado a enderezarse, más un borrachín de pocas luces, una cleptómana y un rebelde anti-sistema muy único en su especie. El ángel del título vendría a ser Harry, un asistente social que se preocupa por ellos y los lleva a conocer otro mundo que pueda hacerles levantar la cabeza del círculo vicioso del que son cautivos. Cuando el protagonista entra al mundo de la cata de whisky descubre habilidades propias que desconocía, y también mundos impensados: como en la reciente The bling ring, de Sofía Coppola, es expuesto a un círculo de gente con muchísimo dinero y despreocupada de la seguridad de sus posesiones, ya que ni siquiera imaginan que alguien podría robarlos. Lo irónico del asunto es que, cuando un marginado se ha convertido en chivo expiatorio, condenado igualmente por el Estado y la sociedad civil, una de las pocas vías de superación o ascenso social a las que puede echar mano y que conoce cabalmente es el mismo delito, y aquí es que la película alcanza su mejor mitad: al estilo de las mejores películas de atracos, este grupo de antihéroes se prepara para un robo premeditado y un golpe perfecto contra quienes se encuentran en el extremo opuesto de la escala social. Con un poco de road movie, algo de drama, fuertes dosis de comedia socarrona, acompañada de una notable banda sonora (el tema "I would walk 500 miles", de The proclaimers nunca sonó tan bien) y emparentado en espíritu con ese cine clásico y de género que siempre funcionó, Loach da con la combinación ideal de ingredientes para una malta refinada, añejada con la sabiduría de un eximio veterano.