A casi dos siglos de su publicación, el cuento de hadas escrito por el danés Hans Christian Andersen sigue inspirando nuevas producciones. Tras la popular película animada de 1989 y el musical de Broadway, ahora es el turno de una versión con intérpretes que, más allá de la indudable espectacularidad del universo de Disney, no luce demasiado “real” ni del todo convincente. La Sirenita (The Little Mermaid, Estados Unidos/2023). Dirección: Rob Marshall. Elenco: Halle Bailey, Jonah Hauer-King, Daveed Diggs, Awkwafina, Jacob Tremblay, Noma Dumezweni, Art Malik, Javier Bardem y Melissa McCarthy. Guion: David Magee. Fotografía: Dion Beebe. Edición: Wyatt Smith. Música: Alan Menken (letras de Howard Ashman y Lin-Manuel Miranda). Distribuidora: Disney. Duración: 135 minutos. Apta para todo público. Las películas live-action de Disney tratan de ser cada vez más realistas, pero en su uso y abuso de lo digital (efectos visuales y ahora IA) terminan siendo más artificiales que las producciones animadas. Eso es lo que ocurre con este nuevo film del director de Chicago, Memorias de una geisha, Nine, Piratas del Caribe: Navegando aguas misteriosas y En el bosque que, más allá de la presencia de Halle Bailey como Ariel y de figuras reconocidas como Melissa McCarthy (la despiadada Úrsula) o Javier Bardem (el rey Tritón), luce demasiado diseñada, construida antes que filmada (algo similar ocurre con varias producciones de Marvel e incluso con la reciente Indiana Jones y el dial del destino). Y, como ya ocurrió también con otras versiones live-action basadas en éxitos animados previos, hay una tendencia, una compulsión a agrandar (inflar) las historias con más acción, más personajes, más escenas musicales. Así, mientras el original animado dirigido en 1989 por Ron Clements y John Musker duraba 83 minutos, este film de Marshall llega a los 135. Y, más allá del bienvenido despliegue de recursos técnicos y estéticos, que un producto familiar supere con holgura las dos horas puede conspirar contra la adhesión y paciencia del público más infantil. Lo mejor de esta versión 2023 es la revelación de Halle Bailey como la heroína de turno (se luce también como cantante), mientras que, en cambio, lo de Melissa McCarthy o Javier Bardem resulta demasiado limitado y hasta cierto punto decepcionante. Tampoco funciona con la misma eficacia que en el original animado el trabajo vocal de Daveed Diggs como el cangrejo Sebastian, principal comic relief de la trama. Así, La Sirenita termina siendo un film para admirar en lo formal y no tanto como una historia que fascine, conmueva y divierta como sí lo hizo la película original hace casi un cuarto de siglo.
La sirenita (The Little Mermaid, 2023) es una remake de la película del mismo nombre del año 1989, que a su vez se basaba en el cuento de Hans Christian Andersen publicado en 1837. De la misma manera que la película de animación de la década de los ochenta alteraba notablemente el cuento original, la película del 2023 tiene enormes diferencias con su antecesora, aunque utilice la mayoría de las canciones y gran parte de su guión. La gran diferencia es que una es de animación y la nueva es con actores reales, o algo así como actores reales, ya que están rodeados de digitalización por todos lados. La mayoría de las películas reflejan los valores, los temas y las modas de la época en la que se hacen. La sirenita no es una excepción, pero siempre es bueno recordar que las demagogias ideológicas no son un invento actual, aunque hoy se sientan más exageradas que nunca. Siempre será menos interesante una película desesperada por encajar como La sirenita que una que busque explorar los límites y cuestionar la coyuntura. No hay nada innovador, ni sofisticado, ni artístico en este musical de dos horas quince minutos de duración, una extensión que prueba la incapacidad de narrar de forma económica una historia simple, incluso cuando su público sea mayoritariamente infantil. Las canciones de Alan Menken y Howard Ashman marcaron un hito dentro de la historia de los estudios Disney a punto tal que fueron el comienzo de una nueva edad de oro para el estudio cuando La sirenita (1989) se convirtió en un éxito enorme que se extendió a los títulos siguientes. No habría remake de la película sin esas canciones y de hecho todo el chiste es ver nuevamente la historia que todos amaron. Pero no es la misma película ni tampoco tiene el mismo espíritu. Lo más justo sería no compararlas, pero cuesta no hacerlo. Dicho de otro modo, si no las comparamos La sirenita (2023) es tan solo una película horrible con un par de buenas canciones. No es justo compararlas porque de alguna manera se le da entidad a un largometraje irrelevante. Ariel (Halle Bailey) es una sirenita rebelde que sueña con el mundo de los humanos. Su padre, Tritón (Javier Bardem, desopilante, pero en el mal sentido) le ha prohibido subir a la superficie, avisándole lo peligrosa que es la especie humana. Ariel, por supuesto, no hace caso y es así como descubre al príncipe Eric (Jonah Hauer-King) mientras espía lo que ocurre en un barco. Una tormenta hace naufragar al príncipe y a la tripulación y Ariel lo salva. Ambos se enamoran a primera vista, pero el príncipe es abandonado en la playa por Ariel antes de que él descubra que ella es una sirena. Dispuesta a todo para poder estar con su amado, Ariel hace un pacto con Úrsula (Melissa McCarthy) la bruja del mar para obtener piernas durante tres días, finalizados los cuales perderá su alma. El precio por el intercambio es la voz de Ariel, aquella que enamoró también al príncipe. Pasar de la animación al live action tiene sus problemas. Para empezar los amigos de Ariel, el pez Flounder es un bochorno insalvable, simplemente porque al buscarle realismo solo tienen un pescado digital que mueve su pequeña boca sin mayor expresión. El cangrejo Sebastian está un poco mejor, pero aún muy lejos de tener una personalidad. Y Scuttle cambió de especie y de sexo -ahora es hembra-, para amoldarse a la lógica del guión y la época. El resto sufrió las comprensibles actualizaciones, cómo ocurre siempre con las remakes, pero ninguna de ellas en pos de mejorar la película. En la animación que todos hablen bajo el agua funciona, en el mundo de los actores reales es una distracción permanente. Eso sí, cuando se lo ve fuera del agua a Tritón, parece una publicidad de piletas prefabricadas, así que mejor que se quede bajo el agua. Otro elemento insólito es la oscuridad de la película. No me refiero a la historia, sino a la imagen. Hay al menos un puñado de escenas en las que casi no se ve lo que pasa. El color feliz de La sirenita (1989) ha desaparecido casi por completo. La nueva versión no tiene alegría. El único momento luminoso es su canción más importante, Bajo el mar, donde casi se disfruta de la película que pudo ser. El resto es un incómodo sinfín de ideas pobres para tratar de hacer un remake razonable. El esfuerzo ya es una muy mala señal. Y acá es donde entran los dos responsables de la catástrofe. El director Rob Marshall y el letrista Lin-Manuel Miranda, ambos productores de la película. Marshall es un gran destructor del musical, un hombre que ha puesto lo mejor de sí para hacer un puñado de películas que parecen producto de un enemigo del género. En cuanto al insoportable y sobrevalorado Lin-Manuel Miranda simplemente hay que decir que su tarea principal aquí fue la de cambiar las letras de algunas canciones para no herir sensibilidades. No es tan grave el casting daltónico porque al final de cuentas no es resulta relevante, así que aprobado y a otra cosa. Sabemos que no podría hacer el cambio inverso, pero la protagonista está bien, no pasa nada. Pero lo de las letras sí es malo. Le quitaron las frases que Úrsula -la villana- le dice a Ariel, por ejemplo. La bruja le dice que los hombres no quieren que una mujer tenga voz y así la convence. ¡Es la villana, por eso miente! Pero el mundo actual no soporta ni los argumentos de la villana para engañar a la heroína. Al menos sigue siendo villana, porque a esta altura hasta los malos corren riesgo de seguir existiendo. Le quitaron alguna canción buena y le agregaron alguna mala, todo para que dure las mencionadas más de dos horas. Rob Marshall dijo que si la película tenía éxito iba a tener secuelas. No le deseamos un fracaso a nadie, pero las secuelas más graves serían que alguien piense que Howard Ashman, que falleció hace décadas y a quien le dedican la película, hubiera escrito las letras cambiadas y las nuevas canciones que aparecen aquí. Hace mucho que Disney ha dejado de preocuparse por el legado cultural de su cine, pero estas películas dan tanta tristeza como bronca. La sirenita (2023) nunca logra encontrar identidad o tono, así como tampoco un montajista que le saque un tercio de su duración, que está claramente de más.
La Sirenita se estrena el 25 de mayo en todos los cines argentinos como una historia de princesas y un musical, fiel a su adaptación animada de 1989, pero que pudo haber sido más. Dirigida por Rob Marshall, conocido por ser el director de Chicago (2002), siendo esta su cuarta película de Disney. Protagonizada por Halle Bailey, Jonah Hauer-King, Javier Bardem, Melissa McCarthy, Daveed Diggs, Jacob Tremblay, Awkwafina, Art Malik y Noma Dumezweni. La Sirenita cuenta la historia de Ariel (Halle Bailey), la hija menor del Rey Tritón (Javier Bardem), el gobernante del reino submarino Atlántica. Ariel, fascinada por el mundo de los humanos, se enamora profundamente del apuesto Príncipe Eric (Jonah Hauer-King) después de salvarlo durante un naufragio, y decide encontrarse con él en el mundo sobre el agua. Su búsqueda la pone en conflicto con su padre y en las garras de la intrigante bruja marina Úrsula (Melissa McCarthy). Bajo el mar Esta nueva adaptación de La Sirenita trae a Ariel a la gran pantalla, en un musical lleno de magia y muy similar a la cinta animada. Hay que tener en cuenta que continúa siendo una historia infantil y no se mete en la vía de la obra original, escrita por Den lille Havfrue, en la cual la historia de La Sirenita es mucho más oscura a lo visto en sus adaptaciones de Disney. Pasando a este nuevo estreno, Halle Bailey tiene una gran voz y en todo momento en el que ella canta, la película no recae en el musical pesado y molesto. Pasa de la misma forma cuando cantan Sebastián, Flounder y Scuttle. Lo que más se puede criticar es que las escenas bajo el agua son muy oscuras y se pierde mucho la magia, si es cierto que esas escenas son durante la noche y es comprensible que no se vea mucho, pero a pesar de que quieran hacerlo más real, la claridad en ese momento en particular hubiese sido lo más acertado. El hiperrealismo de los amigos animales de Ariel está muy bien, se siente mucho mejor que ver a un cangrejo amorfo y un pez extraño como lo eran en la animación. Los efectos visuales no son de lo mejor realmente, hay varias cosas para pulir ahí, así como los movimientos de Ariel entre la fauna submarina o la presencia de las otras sirenas y Tritón en un solo espacio, no se ven muy bien y parecen muy caricaturescas. Por el lado de las actuaciones, Halle Bailey hizo un gran papel como Ariel, teniendo en cuenta que interpreta a alguien inocente y que no conoce nada del mundo humano. Jonah Hauer-King también interpretó muy bien a Eric, es el típico príncipe de película pero que es muy agradable. Pero, quien se lleva los laureles es Melissa McCarthy como Úrsula, un papel que le quedó más que bien y lo supo interpretar de forma magistral. Algo que se tiene que destacar, es que en los live action que Disney está haciendo, sus villanos tienen mucho más impacto que los propios héroes en la historia. En resumen Una adaptación live action con cosas muy flojas en lo estético y lo visual, haciendo más hincapié en los efectos. El vestuario está muy bien logrado, al igual que el maquillaje. La puesta en escena de la superficie y el agua tiene muy buenas transiciones y eso se valora. La banda sonora revive la película animada y el reparto acompaña muy bien. Lisa y llanamente La Sirenita es una buena adaptación, pero para ser un live action se quedó un poco corta, no tiene nada que sorprenda o destaque y que sea diferente a la de 1989. Es una película que la falta algo más para que sea memorable, si el objetivo era despertar las ganas de volver a ver la película animada, lo logra. Es una película entretenida y llevadera para que todo el publico pueda verla, sin ningún diálogo rebuscado ni nada extraño, para que se tenga que mantener la atención del espectador en todo momento.
No hay caso. Siempre que Disney intenta actualizar sus clásicos animados con nuevas versiones que incluyen personajes de carne y hueso terminamos volviendo a los originales. Son los que quedan en la memoria, siempre por arriba de estas “modernizaciones”. Aladdin, La bella y la bestia, Mulan, Cenicienta y El libro de la selva, entre otras, experimentaron esta renovación en la última década a través de producciones millonarias en despliegue de producción y efectos visuales. Es muy probable que el único recuerdo que nos quede de todas estas remakes sea la asociación inmediata con las películas originales del mismo nombre. Lo mismo va a pasar con La sirenita modelo 2023 frente a la película original de 1989, hecha a pura animación tradicional (el dibujo a mano que se aprecia y disfruta en cada plano) y con un puñado de maravillosos temas surgidos de la inspiración de Howard Ashman (letra) y Alan Menken (música). El aporte de Menken a la música incidental y a algunas nuevas canciones es la única conexión a primera vista entre aquella obra y este costoso producto dirigido por Rob Marshall y escrito por David Magee (el mismo dúo que perpetró en 2018 El regreso de Mary Poppins) pierde de inmediato ante cualquier ejercicio comparativo. Esta mirada resulta inevitable, porque detrás del uso casi indiscriminado de efectos digitales y los actores reales la nueva versión sigue de manera bastante fiel la historia original, inclusive desde la copia textual de algunas líneas de diálogo. También reaparecen las canciones canónicas, aunque en un par de ellas (“Bésala” y “Pobres almas desafortunadas”) Disney hizo algunos cambios forzosos en la letra a partir de la creencia de que algunas ingenuidades del texto de 1989 podrían ser malinterpretadas. Con “Parte de tu mundo”, una de las mejores creaciones de la historia musical de Disney, esta nueva Sirenita quiere marcar el contraste más visible con la anterior. En 1989, Ariel quería dejar las profundidades y hacerse humana en nombre de un impulso enamoradizo incontenible hacia el príncipe Eric. La nueva criatura, una de las siete hijas de distintas razas concebidas en otros tantos mares por el rey Tritón (un desaprovechado y rígido Javier Bardem), tiene a la curiosidad como principal virtud. El amor llegará como consecuencia de esa inclinación. Este matiz bien pudo alentar una verdadera puesta al día de este tradicional cuento de hadas, pero en la adaptación de Magee y Marshall resulta circunstancial y se desvanece rápido. Un anhelo por descubrir y conocer asoma al principio en los ojos curiosos de la debutante Halle Bailey y es lo que la mueve a aceptar el pacto fáustico que le propone la bruja Úrsula (Melissa McCarthy, lejos del carisma habitual), dispuesta a todo con tal de vengarse del destino oscuro que le impuso su hermano Tritón. Pero cuando Ariel adquiere forma humana completa, no solo pierde la voz por el hechizo de Úrsula. Desde ese momento la afroamericana Bailey (que tiene carisma natural y canta muy bien) nunca encuentra del todo la manera de mostrar cuáles son sus sentimientos. Como dice en un momento un personaje hablando de ella: “Tiene la mirada distante”. Tampoco la ayuda mucho el atlético galán Jonah Hauer-King, un Eric mucho más esforzado que convincente. Cuesta entender, por lo demás, que los impecables 89 minutos de la película original hayan crecido ahora sin necesidad hasta llegar a 135, una duración ciertamente pesada para la atención del público infantil. Los elementos agregados, especialmente las canciones nuevas escritas por Lin-Manuel Miranda, no suman nada esencial y difícilmente consigan ser recordados. Mientras tanto se omite por completo, para evitar susceptibilidades, un gran momento de la película de 1989, la escena completa del Chef Louis y la magnífica canción “Les Poissons”. Pero el mayor problema está en otro lado. Hay ciertas historias solo pueden narrarse con elementos animados y cualquier cambio termina arruinándolas. Esta pérdida queda a la vista con personajes como el crustáceo Sebastián, el pececito Flounder y la gaviota Scuttle (que además cambió de género). En la versión 2023, en cambio, resultan víctimas de un diseño hiperrealista que podría acercarse a la fisonomía real de esas especies, pero a la vez les quita toda vitalidad y atractivo. Lo más triste y equívoco de la nueva Sirenita es ver a un Sebastián puramente mecánico y con los ojos muertos “animando” una colorida fiesta de corales y fauna marina mientras suena la pegadiza y maravillosa “Bajo el mar”. Por eso siempre terminamos volviendo a los originales.
La nueva versión de La Sirenita, clásico animado inspirado en el cuento de Hans Christian Andersen comienza con una frase del autor. “Una sirena no tiene lágrimas, y por eso sufre muchísimo más”, presagia la cita con una densidad que nunca termina de concretarse en esta adaptación con actores de aquel dibujo animado que arrancó el resurgimiento de Disney a finales del siglo pasado. El estudio está embarcado hace rato en repasar los clásicos animados de esa época, como La Bella y la bestia o El Rey León, en una versión fotorrealista, que le sienta un poco mejor al universo submarino de La Sirenita. El director Rob Marshall consigue que ese mundo acuático sea vistoso, aunque carezca del impacto audiovisual de la reciente Avatar: El camino del agua. El cineasta se zambulle en La Sirenita sin alejarse de entrada demasiado de la versión anterior, como quien necesita nadar cerca de la orilla para sentirse seguro, pero busca su rumbo al agregarle casi una hora de película a los 83 minutos originales. La historia es prácticamente la misma y se repite gran parte de los números musicales. Ariel (la sirenita) desoye las advertencias de su padre Tritón sobre su fanatismo por los humanos y, en pos de conquistar al príncipe Eric que rescata de un naufragio, termina hechizada por su tía Úrsula, quien le da piernas y le quita su voz. Los principales cambios tienen que ver con adaptar el relato a los tiempos que corren. Si el tono siniestro del cuento original estaba considerablemente lavado en la versión de los '80, esta adaptación se encarga de purificar todavía más las aguas. Apenas queda esa Úrsula, que interpreta Melissa McCarthy, para imponer algo de tenebrosidad entre tanto colorinche. Y la actriz lo consigue sin resignar ese tono camp de la villana inspirada en la icónica drag queen Divine. Marshall agrega un rap entre las canciones nuevas, se detiene en los intereses genuinos de Ariel más allá del amor por el príncipe, elimina al estereotipado chef Louis e incluye una reina negra como madre del príncipe Eric, que por supuesto ya no es aquel macho alfa de fines de los '80 y hoy día necesita el rescate de la protagonista por partida doble. El director de Chicago transmite cierta falta de imaginación al forzar demasiado algunas de estas cuestiones, sobre todo a la hora de detenerse en el trasfondo moral que atraviesa la película. El enfrentamiento entre hombres y criaturas marinas enseguida trasciende el especismo para convertirse en una metáfora del racismo y la xenofobia. La angustia adolescente de Ariel de repente se ve atravesada por la mirada social contemporánea, que se lleva puesta lo que parecía una película de crecimiento centrada en el conflicto entre padre e hija. Halle Bailey hace lo que puede en la piel de Ariel, que al quedarse sin voz expone las limitaciones de la actriz. Javier Bardem, en cambio, parece sentirse a gusto como el sobreprotector Tritón que mira de reojo a la humanidad. El actor luce peluca y barba en un look incluso más ridículo que aquel corte taza de Sin lugar para los débiles, pero el plano de su aparición final, con todo ese pelo falso en una obvia pileta, transmite más realidad que las trabajadas texturas de las colas de sirenas generadas por computadoras. El cangrejo Sebastián tal vez sea el personaje más forzado en esa búsqueda de verosímil realista en la imagen. Esta falsedad visual tiene su punto más atractivo en un esperanzador final multicolor con mensaje inclusivo, con un concepto sobre la identidad propia ideal para volverse de culto dentro de la comunidad trans, pero en las antípodas de la oscuridad que transmite la frase de Christensen con la que arranca la película.
Cada nueva traslación al cine del cuento del danes Hans Christian Andersen, publicado en 1837, se aleja mas del original. En esta ocasión toman como punto de partida el filme animado de la misma productora de 1989. Por lo cual, si ya el origen estaba tergiversando el cuento, esta lo profundiza. No es que sea una cuestión de vital importancia, pero los nuevos parámetros están mas cercanos al discurso político actual y en términos de verosímil, este queda destruido. Las acciones transcurren en el siglo XIX, principios, en algún lugar del Caribe, estancia veraniega de algún reino, se supone del norte, correcto. Ahora bien,
El clásico de Disney, regresa a la pantalla grande dirigido por Rob Marshall en una nueva versión de Live action que cautiva y emociona, sobre todo por la actriz principal. En esta adaptación, quien se pone en la piel de la Sirena Ariel es Halle Bailey, cantante maravillosa que nos deleita con su increíble voz en cada canción, llevándonos en un viaje mágico bajo el mar. La historia, sigue la vida de la menor de las hijas del Rey Tritón (Javier Bardem), y sus hermanas. Acompañada por su leal amigo, el pez Flounder y el cangrejo Sebastián, Ariel sube a la superficie cada vez que puede, a mirar cómo es la vida fuera del mar, fascinada por los humanos. Su curiosidad la lleva a espiar el Barco donde viaja el Príncipe Eric (Jonah Hauer-King). Cuando el barco naufraga en el medio de una tormenta, Ariel lo salva y, le canta. Esa voz lo enamora, ella desaparece y él desea encontrarla, aunque no sabe que se trata de una sirena. Su padre, al conocer los hechos le prohíbe volver a subir. En un rapto de rebeldía, Ariel cede su maravillosa voz a la villana Ursula (Melissa McCarthy), quien resulta ser la hermana de su propio padre. Lo hace para convertirse en humana por un tiempo limitado y el Príncipe tiene tres días para besarla, ese es el arreglo. En el castillo, Eric se siente atraído por Ariel pero no puede olvidar la voz que escuchó cuando fue salvado y Ariel está muda, debido al maléfico plan de Úrsula... Esta versión en live action de "La Sirenita" es un deleite a todo nivel, con efectos visuales impresionantes y una paleta de colores cautivadora. Cada escena está cuidadosamente diseñada para sumergir al espectador en el mundo submarino y transportarlo a un reino de fantasía. Los rubros técnicos están cuidados a la perfección, las canciones reversionadas traen un aire fresco bajo la mano de Manuel Lin-Miranda. En cuanto a los personajes secundarios, Scuttle, la gaviota (Awkwafina) fue el que más disfruté es el más divertido, el resto quedó en el intento. De todas formas, es imperdible para volver a escuchar su música y una sorpresa para los que tenían alguna duda. Entretenimiento puro.
Justicia para Flaunders y Sebastíán. El estudio Disney todavía está a tiempo de emitir un comunicado con disculpas a la humanidad por el desastre que hicieron con la representación live action de los personajes, producto de la obsesión enfermiza que tienen con el hiperrealismo. Los entrañables amigos de Ariel terminaron convertidos en familiares del Ugly Sonic, cuyos diseños parecen haber sido desarrollados por pacientes fugados del Asilo Arkham de Gotham que odian la vida y la fantasía. Pese a que el cangrejo tiene un aspecto macabro y el Flaunders desnutrido perdió su encanto es justo destacar que la versión live action de La sirenita resultó menos terrible de lo esperado. Si se puede rescatar algo de este cine insípido y sin alma que ofrece el estudio en la actualidad es que al menos no presenta la pereza creativa del Pinocho de Robert Zemeckis ni distorsiona los personajes como en la soporífera Peter Pan y Wendy. En ese sentido resultó una sorpresa ver que Mellisa McCarthy pudo interpretar a la bruja original sin que la convirtieran en una villana incomprendida como las aberraciones de Maléfica y Cruella. Aunque la trama es la misma y se evocan todos los momentos clásicos que el público recuerda del film de animación en esta remake al menos hubo un mínimo intento por adicionar un contenido diferente. La historia de amor entre los protagonistas tiene un mayor desarrollo y también se expandió el rol del príncipe Eric que siempre fue bastante soso. Más que una película esta versión de La sirenita en realidad parece un espectáculo teatral de un parque temático filmado para la pantalla grande. Una cuestión que se relaciona con la horrenda dirección de Rob Marshall, quien desde Chicago no brinda una producción memorable y previamente había manifestado su incompetencia para trabajar la fantasía en el musical Into the Woods. No hay una sola escena en su nueva producción donde consiga transportar al público al reino de sirenas y magia en el que habita la heroína. Todo se ve penosamente artificial y secuencias memorables como la canción "Under the Sea" carecen del encanto y energía que se apreciaba en la obra original. Un problema de esta propuesta es que al igual que El Rey León mucho elementos que hacían especial al film de animación en una versión live action no terminan de funcionar. Especialmente cuando los realizadores optaron por recrear el mundo de los peces y las criaturas marinas a través del hiperrealismo digital que afecta las expresiones de los personajes. Por ese motivo esta película encuentra sus mejores momentos cuando Ariel cobra forma humana y la trama se desarrolla en la superficie. En cuanto a la labor de Halle Bailey su interpretación es más que correcta y sobresale en las interpretaciones musicales que es el gran fuerte de ella como artista. Tiene carisma es expesiva y consigue hacer llevadera la insípida narración de Marshall. Bailey sale muy bien parada de este primer rol protagónico y cuenta con tiempo de sobra para evolucionar como actriz. La labor del reparto en general es decente con la excepción Awkafina que da verguenza ajena en el rol de la gaviota Scuttle a la que arruina por completo. Al margen que la comediante ya cansó al interpretar todos los personajes de la misma manera el tema musical que interpreta es una tortura a los oídos. La banda de sonido incorpora nuevas canciones compuestas por Alan Menken y Lin Manuel Miranda que son intrascendentes y no le aportan nada relevante a la trama. Me cuesta creer que esta película tenga una gran llegada en los niños como espera el estudio. Creo que será una obra más pasable para los adultos que busquen un poco de nostalgia y antes que termine el mes se borrará enseguida de la memoria como ocurre habitualmente con el cine de Disney en la actualidad.
El live action de Disney más polémico de toda su historia. No hay duda alguna y da bronca, porque es uno de los mejores que ha hecho. Pero bueno, hay mucho racismo en el mundo. Aquí nos abocaremos en juzgar la película y por lo tanto son muchos elogios y pocas críticas. Es muy fiel a la original, no se desvían de la historia. Solo alargan algunas cuestiones que sirven para enriquecer a los personajes (y la banda sonora). Rob Marshall, quien demostró su pericia musical con Chicago (2002) y Nine (2009) hace un gran laburo tomando este material tan querido y transformándolo en live action, que no es lo mismo y se marca una gran diferencia con la adaptación de Broadway. Y pese a todo, se siente fresca y ocurrente. Sin dudas su gran valor es Halle Bailey, cada vez que aparece en pantalla te enamora con su magnetismo. Y cuando canta... ¡Por dios! La secuencia Part of your world es tan increíble que te emociona sin dudas, más aún si tenés alguna conexión con Ariel ya sea por tu infancia o por haber visto muchas veces el film de 1989. John Hauer-King está bien como el Príncipe Eric y tiene muchos más matices que en la versión original. Melissa McCarthy la rompe como Úrsula, no tanto en lo musical pero sí en presencia. En cuanto al Rey Tritón, Javier Bardem le da gravedad al personaje y lo legitima. El resto de los personajes están muy bien, pero también es verdad que choca un poco el "realismo" de Sebastian (voz de Daveed Diggs), Flounder (voz de Jacob Tremblay) y Scuttle (voz de Awkwafina). O sea, no llega a ser tan real como lo que vimos en El Rey Leon (2019) pero dista mucho de lo caricaturesco. Pero es lógico que así sea. La otra estrella de todo esto es el gran Lin Manuel Miranda, quien compuso las canciones nuevas e hizo los arreglos musicales y supervisión de toda la obra. Por lo cual podemos decir que el tándem Miranda-Marshall funciona de maravillas y le da mucha chapa a este film. En síntesis, La sirenita es una gran película. De lo mejor que ha hecho Disney en los últimos tiempos y top 3 de sus remakes animados. Si la película no funciona o no trasciende es simplemente por un acto de odio.
Luego de idas y venidas de discusiones estúpidas sobre el color de piel de un personaje mítico y ficcional, llega a nuestros cines la adaptación live action de La Sirenita. Film dirigido por Rob Marshall y protagonizada por Halle Bailey, acompañada por Jonah Hauer-King, Javier Bardem, Melissa McCarthy, Daaved Diggs y Awkwafina. La Sirenita sigue la historia de Ariel, una sirena adolescente e hija del rey Tritón, la cual está obsesionada con el mundo de la superficie. Una vez que conoce al príncipe Eric, Ariel dará todo para conseguir piernas y poder vivir con su príncipe azul. Lo primero que podemos decir de la última película de Disney es que estamos ante un producto mediocre como la mayoría de las adaptaciones live action de los clásicos de la compañía. Lamentablemente, en este caso, el racismo se hizo notar y las redes sociales se llenaron de comentarios negativos sobre la elección de la actriz y, como era de esperarse la interpretación de Halle Bailey son de las mejores cosas de La Sirenita. Ella no solo actúa bien, sino que su voz es maravillosa, se nota que es una gran cantante. También nos sorprendió la química que tiene con Jonah Hauer-King, el actor que se pone en la piel del príncipe Eric. Ya que estamos hablando de actuaciones, quien termina dándolo todo es Melissa McCarthy en el papel de Úrsula, la villana de esta historia. Javier Bardem cumple, pero se nota que está actuando por inercia. Dicho esto, como se imaginarán, los puntos fuertes de La Sirenita son las actuaciones y los musicales, sobre todo lo demás… Empecemos por los efectos CGI, en La Sirenita no cometieron el error de El Rey León donde los animales se ven ultra realistas y pierden el efecto ternura que nos da la animación, en esta película los animales son una mezcla entre lo real y lo animado. Digamos que esto sale bien hasta ahí, Disney aún no aprendió del efecto Sonic. Además, estos efectos CGI son irregulares, hay escenas marinas que se ven bien y otras escenas donde son desastrosas (pongo como ejemplo la batalla final contra Úrsula, la cual se ve horrible). Si hablamos de mediocridades, La Sirenita, presenta la misma historia de la versión animada de 1989, pero extendida, teniendo una extensión de dos horas diez minutos que termina sintiéndose cansina. Los únicos cambios que hizo Disney en esta nueva versión son cambios étnicos y de sexo, lo cual no molesta in situ, el gran problema es que repetir esa misma historia en el siglo XXI parece una cargada de Disney. Voy a decirlo en criollo, cambiar la etnia de la protagonista es hipócrita sino se cambia el machismo inherente. Ariel deja todo por Eric, es sometida por su padre y todas las decisiones que toma son condicionadas por un hombre. No voy a extenderme más porque me sube la presión. En fin, La Sirenita seguramente pase sin pena ni gloria y, aunque el mensaje sea románticamente nefasto, es preferible ver la versión animada antes que esta aberración. Solo se la recomiendo a personas fanáticas del amor romántico clásico o a niños y niñas de corta edad donde los vislumbra más lo visual que la historia en sí. Esperemos que Disney deje de tocar sus clásicos y se dedique a darnos nuevas historias y nuevos mensajes, porque con películas como Frozen demuestran que esto sí puede hacerse. Comentario final sobre la versión doblada en latino, Sebastián no habla con acento cubano, repito, Sebastián no habla con acento cubano.
Una vez más, un de las famosa animación de Disney llega en Live acción, con seres humanos, pero con su bagaje de efectos digitales y la aplicación de inteligencia artificial. El responsable es el celebrado director Rob Marshall (Chicago) y el guionista David Magee que se basaron en la versión de 1989. El tema es que siempre cuando se va de la animación a versiones como esta, hay implícita una necesidad de buscar que todo se potencie con más canciones, mucha más acción, agregado de personajes y espectacularidad. El resultado se extiende por dos horas quince minutos lo que parece de antemano un despropósito para el público infantil. Pero esa pretensión hace que el hiperrealismo logrado, especialmente bajo el mar, donde todo parece mucho más efectivo, sea realmente sorprendente, con tiburones que dan escalofríos y una villana pulpo que tiene en Melissa McCarthy a una intérprete ideal, amén de restos de naufragios, corales y peces que parecen una versión amplificada y llamativa de los documentales submarinos. Aunque justo es decir que lo realmente atractivo sea esta sirenita negra, hermosa y talentosa, excelente cantante, Halle Bailey la que le da encanto a esta versión. Ella luce enamorada y anhelante de aventuras, amores y conocimiento, y tiene toda la gracia. Bajo el mar ella y la más mala se lucen, pero tanto empeño subacuático hace que el príncipe adoptado, su madre la reina negra y el pequeño imperio caribeño luzca pobretón, salvo en los peligros de tormenta. Y lo más difícil son las escenas reales de agua hasta el cuello donde menos convencen los personajes, especialmente Jarvier Bardem. Pero cuando uno se acostumbra al estilo adoptado, la cosa empieza a funcionar, fluyen las canciones y la concreción de los sueños del eterno cuento de Christian Anderson, sin demasiadas angustias para el cambio de mundo, pero buena cuota romántica para el púbico del género de princesas. Toda la polémica sobre la elección de Halle Bailey que despertó no pocos racismos en las redes no hizo más que aumentar las expectativas sobre una versión que seguramente tenga mucho éxito.
La versión live action (acción real) de La sirenita, dirigida por Rob Marshall y escrita por David Magee y Jane Goldman, es otro logro de Disney, que hace algo novedoso con un personaje que viene cautivando al público desde 1989, cuando la historia de la sirena Ariel fue llevada al cine por primera vez en una versión animada y basada libremente en el cuento de hadas de Hans Christian Andersen escrito en 1837. Una de las principales virtudes de esta nueva versión es que combina sus elementos de manera efectiva y milimétricamente calculada, uniendo fantasía y realismo con una historia de amor que estalla desde el océano sin esquivar las exigencias inclusivas de los grandes estudios, a las que les saca provecho para hacer que todo sea más conmovedor. La sirenita de Marshall logra una combinación perfecta de musical, humor, drama, aventura y efectos especiales que no empalagan ni quiebran el realismo fantástico de la película, y presenta a los personajes como nunca antes se los presentó, encarnados por actores que se mezclan armoniosamente con personajes creados con CGI. Ariel, protagonizada por Halle Bailey, es la hija menor (y la más rebelde) del Rey Tritón (Javier Bardem), gobernante del reino submarino Atlántica. Ariel es la única que se muestra interesada en el mundo de los humanos, y la única dispuesta a salir de su zona de confort para ir a espiarlos mientras andan en sus barcos. Es así como conoce al joven y apuesto príncipe Eric (Jonah Hauer-King), cuyo barco pierde el control en el medio de una fuerte tormenta y se hunde en el mar. Ariel salva a Eric y se enamora profundamente. Y Eric, aún inconsciente, sabe que alguien lo salvó, pero no sabe quién, y así empieza la búsqueda de su salvadora desde su reino, en el que vive con Sir Grimsby (Art Malik), su mayordomo y confidente, y la Reina Selina (Noma Dumezweni), su madre. Por su parte, Ariel empieza a hacer todo lo posible para volver a ver a Eric (a pesar de las prohibiciones de su padre), siempre acompañada por sus amigos inesperables, el cangrejo Sebastián (voz en inglés de Daveed Diggs), el pez tropical Flounder (voz de Jacob Tremblay) y la alcatraz común Scuttle (voz de Awkwafina). Las ganas de Ariel de conocer a Eric la llevan a hacer un trato con la bruja del mar Úrsula (Melissa McCarthy), quien le quita la voz y le da piernas para que se pueda hacer pasar por humana en el mundo de Eric. Además, Ariel le tiene que dar un beso al príncipe antes de que se cumplan tres días, de lo contario, vuelve a convertirse en sirena, pero esta vez obedeciendo a Úrsula, quien quiere apoderarse de Atlántica. La sirenita se trata, en el fondo, de las ganas de amar por primera vez. La tensión amorosa que hay en la primera escapada que hacen Ariel y Eric es uno de los grandes logros de la película, porque deja en claro que el asunto va del despertar de ese sentimiento y de lo maravilloso que es cuando se siente por primera vez. Las barreras creadas por la cultura se disuelven cuando se enciende la chispa del deseo amoroso. De ahí que La sirenita siga siendo una fantasía romántica clásica y progresista. Los planos finales son un triunfo de la inclusión, de la comprensión y del amor, con un Tritón aceptando el destino de su hija porque entiende que para el amor no hay especies, no hay géneros, no hay ideologías.
Han pasado un poco más de veinte años para que Disney sume a su ola de renovar historias en formato live-action a una de sus joyas más preciadas en animación, La Sirenita. La película llegó a las salas argentinas este jueves luego de varios meses de espera. Su estreno fue postergado varias ocasiones frente a las reacciones del público al ver los adelantos. La historia se mantiene fiel a la original, solo con algunos giros, pero lo más arriesgado fue cambiar a varios de sus personajes. Esto dividió en su mayoría al público, sobretodo el cambio de color de su protagonista Ariel. El resultado es un relato clásico bajo la dirección de Rob Marshall, quien se esmeró en lograr buenos cuadros musicales y personajes más maduros, pero ambos lucen desencantados.
Hace tiempo que coincidimos que Hollywood se quedó sin ideas y que encontró en el pasado la posibilidad de explotar productos en base a la nostalgia y la actualización de su contenido para las nuevas generaciones con el objetivo de repetir el éxito y obviamente el rédito monetario. Es así como se hicieron una gran cantidad de remakes, secuelas y adaptaciones live-action de un montón de clásicos. Disney es una de las compañías que hace años encontró esta veta y nos viene trayendo cada tanto una nueva adaptación de carne y hueso de sus clásicos animados con distintos resultados. Algunos que funcionaron más como «La Bella y la Bestia» (2017) o «Aladdin» (2019) y otros que les faltó un poco de corazón o respetar más la esencia como «El rey león» (2019) o «Mulán» (2020). Acá nos encontramos nuevamente frente a esta situación con «La Sirenita», film que se estrenó originalmente en 1989, y que traía aparejada la polémica de cambiar la fisionomía de su protagonista, algo que a los más puristas o racistas les parecía una aberración y los más inclusivos y abiertos opinaban que era una buena oportunidad para que muchas niñas afroamericanas pudieran verse reflejadas en una princesa. Independiente de las polémicas, la nueva versión de «La Sirenita» logra sortear todas estas dificultades previas y cautivar a los espectadores con un producto que lejos de ser novedoso mantiene la esencia del film y la traslada de una buena manera a su forma live-action. «La Sirenita», como todos ya sabemos, se centra en Ariel, la hija más joven de Tritón que está obsesionada con los seres humanos y lo que hay en la superficie. Luego de conocer al príncipe Eric tras un naufragio, que demuestra ser todo lo opuesto al retrato que tiene su padre sobre los hombres, hace un pacto con Úrsula para poder ir a la tierra. A cambio de su voz le crecerán piernas y si luego de tres días no se da el beso del verdadero amor volverá a ser una sirena y quedará atrapada bajo los tentáculos de la malvada bruja del mar. La nueva versión de Rob Marshall, un gran conocedor del género musical ya que es el director de «Chicago» (2002), «Nine» (2009) e «Into the Woods» (2014), es bastante fiel a la original. Solamente se suman algunas canciones más al repertorio, se le agrega el parentesco de Úrsula con la sirenita y se le da una mayor dimensión al príncipe Eric, a quien podemos conocer más profundamente, pero luego en líneas generales se respeta la historia tal cual fue concebida. Por un lado eso es bueno porque no se buscó cambiar nada de manera trascendental que ofenda a quienes crecimos con estos cuentos de hadas pero tampoco le aporta mucha novedad al film como para diferenciarse y justificar su existencia. De todas maneras, la película resulta ser una buena mezcla entre entretenimiento y emoción. Halle Bailey se destaca en su papel de Ariel, tanto por su carisma y obstinación como por su talento vocal que deslumbra en cada una de las canciones. Está bien acompañada por tres graciosos animalitos, que en la previa se veían visualmente peor de lo que terminaron siendo. Awkwafina sobresale como siempre con un personaje torpe y divertido como la gaviota Scuttle, demostrando todo su talento y haciéndonos reír con cada aparición, Jacob Tremblay le aporta el miedo y la inocencia características de Flounder y Daveed Diggs es perfecto como Sebastian. Melissa McCarthy como Úrsula, Javier Bardem como Tritón y Jonah Hauer-King como Eric terminan de redondear un elenco muy bien seleccionado. Además, al extender un poco más la duración del largometraje, también se le pudo dar más desarrollo tanto a los personajes, sobre todo a los últimos tres mencionados, como a su background, entendiendo mejor su pasado, sus motivaciones y acciones. No solo nos centramos en Ariel sino que cada uno de los secundarios tienen importancia y tridimensionalidad no solo cumplen con el rol de interés amoroso, villano u obstáculo. La banda sonora también respeta las canciones originales, con algunos retoques en algunos temas para aggionarlos a los tiempos que corren y las nuevas incorporaciones de la mano de Lin-Manuel Miranda se sienten como si siempre hubieran sido parte del film. Alguien que no haya visto la cinta de 1989 probablemente no podría adivinar cuáles fueron añadidas. La ambientación es correcta aunque no deslumbra. Solo en muy pocos momentos podemos apreciar lo que se encuentra bajo el mar, pero no siempre se aprovecha este escenario rico en fauna y flora. De todas maneras el CGI está bien realizado y nada se siente fuera de lo normal o artificial como ha pasado en otras oportunidades. Si bien uno siempre se enfrenta a este tipo de películas con un miedo previo, «La Sirenita» nos muestra que no hay nada que temer. Aunque su existencia pudo no haber sido necesaria (como sucede con todos los live-action porque las versiones animadas suelen ser superiores), el film cumple con su cuota de entretenimiento y emoción, brindándonos una cinta más que convincente y que podrán disfrutar grandes y chicos. El aumento de su extensión no fue caprichosa sino que sirvió para delinear mejor las historias y los personajes, el elenco estuvo muy bien seleccionado e, incluso los animales, que no parecían ser visualmente atractivos y no son de lo más adorables, nos conquistan con sus personalidades y un logrado trabajo de los actores vocales, y la banda sonora queda resonando en nuestra mente. Tal vez se podría haber aprovechado mejor los escenarios acuáticos, pero son solo detalles que no perjudican del todo la experiencia cinematográfica.
Valiéndose de su poderosa infraestructura y apoyándose en el “ruido” con el que viene transitando su camino antes de llegar a las salas, el live action de “La Sirenita”, de Rob Marshall zozobra por donde se lo mire. Las primeras noticias de la adaptación con actores de carne y hueso del clásico animado de Disney de 1989, el que inició una nueva era para los estudios, reflejaban el actual estado de la agenda de la empresa, con una imperiosa necesidad de aggiornar sus contenidos escuchando al público el que, harto de años y años de heteronorma blanca patriarcal, exigían nuevos protagonismos para todo el mundo. Atendiendo a estas inquietudes y reclamos decidieron que Ariel, protagonista del relato inspirado en el clásico de Hans Christian Andersen, tuviera la tez oscura, algo que en determinados círculos molestó, pero que en otros cayó de mil maravillas, principalmente en aquellas jóvenes, niñas y mujeres que nunca se sintieron representadas por su piel en una película de Disney. Tras ese ruido inicial, con un tráiler que se nos mostró hasta dentro del plato de sopa, “La Sirenita”, finalmente, llega a los cines, y el principal problema no tiene que ver con los ajustes que hicieron respondiendo a una era donde la corrección política manda, sino que, más que nada, tiene que ver con aquello que replica en su forma, un entretenimiento vestido de “cine” pero que en realidad es un largo episodio de cualquier serie de plataforma. La versión, calcada de la animada original, comienza con una larga secuencia de Ariel nadando en las profundidades del océano, recogiendo objetos perdidos de la superficie y planteando el conflicto esencial de la historia: sus ganas de ser humana. Esa secuencia, de alrededor de 7 minutos, es sólo utilizada para que la versión 3D luzca los avances en materia de efectos especiales y en la capacidad del estudio de mejorar sus técnicas. Justamente, apoyado en esos avances, el relato continúa con la progresión dramática que conocemos, Ariel se enamora de un príncipe, quiere ser humana para estar con él, su padre le exige que continúe bajo superficie y por un maleficio de la villana de turno todo puede convertirse en una catástrofe. En “La Sirenita” todo es artificio, todo es mentira, las cabezas de los actores son colocadas en cuerpos creados por CGI y la cercanía con los espectadores es cada vez más lejana. Si en el live action de “El Rey León”, la principal crítica era la manipulación de las imágenes de animales o la utilización de animatronics (o como se llamen) para recrear el clásico animado, aquí, todo se exacerba. “La Sirenita” es tan fría como el agua que transita la protagonista, y excepto por la intervención en algunas escenas de Melissa McCarthy (que se apropia de Úrsula pero no logra superar a la versión animada inspirada en Divine) todo es aburrido, conocido, oscuro y sin gracia. Las canciones se precipitan y se acumulan y aquello que funcionaba como comic relief en cada una de las intervenciones de Sebastián y Flounder, acá, por la búsqueda de realismo, asustan más que generar gracia. Ojalá en este afán de apoyarse en lo ya hecho para impulsar nuevos proyectos Disney recule su andar y continúe por nuevos y originales senderos, porque si la cuestión va a seguir metiendo la mano en su librería para asegurarse ganancias, el cine, la nostalgia, y su legado, estará en graves problemas.
Aunque hay algunas debilidades en el desempeño de Javier Bardem como Triton y en la interpretación de Awkwafina como Scuttle, en general, La Sirenita justifica su existencia más allá de ser una simple remake live-action. La película presenta a Halle Bailey como una Ariel singular y ofrece una experiencia que combina la extravagancia característica de Disney con una profundidad y humanidad auténtica para una nueva generación.
Mi reino por unas piernas. La historia de Ariel, una inquieta, bella y joven sirena que, cansada de su monótona vida en el mar, emerge del mismo para investigar la vida de los humanos en tierra firme, es la esencia principal del cuento de hadas homónimo escrito por el poeta danés Hans Christian Andersen en 1837. Este relato, todo un clásico de la literatura infantil mundial, fue adaptado en varias oportunidades: por ejemplo, en la película de animación japonesa Anderusen dôwa ningyo-hime (1975); sin embargo la más reconocida es la película animada producida por Disney en 1989, La sirenita, la cual era una versión bastante libre y se tomaba algunas licencias respecto al cuento original, transformándose con el tiempo en un clásico moderno dentro de la productora del ratón Mickey. La sirenita (2023) es una nueva adaptación del cuento de Andersen, en este caso en versión live-action, dirigida por el realizador Rob Marshall (Chicago, Memorias de una geisha, Nine) y protagonizada por Halle Bailey, Jonah Hauer-King, Javier Bardem, Melissa McCarthy, Simone Ashley y elenco. Nuevamente la historia cuenta con la producción de Walt Disney Pictures. Ariel (Halle Bailey) tiene fuertes deseos de conocer un poco más a los humanos, a quienes desde muy pequeña observa agazapada entre las olas del mar. Su padre, Tritón (Bardem) se lo impide, pero ella rebelde, de todas maneras, llevará a cabo su anhelo. Un día, tras subir a la superficie, mientras se oculta atrás de un barco, conoce a un joven apuesto, el príncipe Eric (Hauer-King), del que se enamora. Dispuesta a vivir su amor con el muchacho, Ariel hará un pacto con Úrsula (McCarthy), una bruja del mar que le propone darle un par de piernas por tres días, para que pueda caminar en tierra firme. A cambio la malvada mujer le pedirá su maravillosa y dulce voz. Su mejor amigo, el cangrejo Sebastián, le advertirá del engaño, pero la sirenita, muy enamorada, no le hará caso. Las consecuencias serán drásticas. ¿Es esta versión de La sirenita, llena de colores vivos, canciones y actores de carne y hueso, una buena película? La respuesta a esta incógnita se podría situar en un punto intermedio. Por un lado, es entretenida y llevadera. Un gran acierto de casting es la elección de Halle Bailey, una actriz y cantante norteamericana muy famosa en sus tierras y que forma con su hermana el dúo musical Chloe x Halle. Cada vez que Halle/ Ariel aparece todo se ilumina, su carisma es demasiado evidente. Pero luego nos encontramos con un gran actor como Javier Bardem, encarnando aquí al rey del mar Tritón, totalmente desaprovechado y con una interpretación que bordea el ridículo. Ni hablar del desmedido uso de los efectos digitales, llegando a momentos de verdadero desconcierto y poco entendimiento, ni hablar en el público infantil al supuestamente esta destinada la película. También la malvada, en la figura de Úrsula y a quien le pone el cuerpo y voz Melissa McCarthy, otra actriz maravillosa, es exagerada en demasía y poco creíble. Las canciones originales creadas para la versión animada de 1989 que fueron coescritas por el letrista Howard Ashman, en esta oportunidad fueron reelaboradas por su socio Alan Menken (ganador de 8 premios Oscar por sus variadas colaboraciones con Walt Disney Studios). Las nuevas canciones están escritas por Lin-Manuel Miranda. En su mayoría son simpáticas, pero no mucho más. Es como que le faltan algo de magia y fantasía. El guion está a cargo de David Magge, a partir de una historia original de John Musker. Mientras la versión de 1989 duraba unos ajustados 89 minutos, esta nueva Sirenita se extiende mucho más llegando a los 135, una duración demasiado larga para la “tolerancia” de los niños que seguro acudirán a verla junto a sus padres o familiares mayores al cine. La sirenita animada de Disney, con su pelo colorado, su corpiño de almejas, cola verde brillante y hermosa voz era el sueño de cualquier niña que se precie. A esta novel y realista sirenita le va a tocar transitar un largo camino, sea por mar o tierra, para lograr el mismo resultado.
Tras una larga espera para los fanáticos de La Sirenita (The Little Mermaid, 1989), una de las animaciones más recordadas del periodo de “renacimiento” de los Disney Studios, ha llegado el estreno de la versión live action. La Sirenita (The Little Mermaid, 2023) es dirigida por Rob Marshall -Chicago (2002), Memorias de una Geisha (2005), Nine (2009) y El regreso de Mary Poppins (2018)-, quien posee experiencia en el género musical, lo cual es notorio en el largometraje en cuestión y no es la primera vez que debe realizar un relato marítimo fantástico, ya lo había hecho en Piratas del Caribe: Navegando aguas misteriosas (2011). Tanto la versión animada de 1989 como la actual, están basadas en el cuento homónimo del autor danés Hans Christian Andersen, publicado en 1837. Lo que pocos saben es que antes que Disney, el estudio japonés Toei Animation, ya había realizado una transposición animada, más fiel al cuento, llamada Andersen Dowa: Ningyo Hime (Hans Christian Andersen's The Little Mermaid, 1975 de Tomoharu Katsumata). Recordemos rápidamente que además del filme de 1989, Disney ha usufructuado el personaje de Ariel, realizando una serie animada de tres temporadas Las nuevas aventuras de la sirenita (1992-1994), una secuela del largometraje titulada La Sirenita II (2000) y otra serie televisiva llamada Los comienzos de Ariel (2008). La Sirenita (2023) inicia con una cita del texto literario que enuncia: “Una sirena no tiene lágrimas y eso hace que sufra mucho más”. A pesar de ello, al igual que su predecesora versión animada, la protagonista no sufre tanto aquí, puesto que el filme mantiene el happy-end, en lo que difiere rotundamente del trágico desenlace del cuento de hadas de Andersen y su simbología. La película narra la historia de Ariel, una joven sirena, la menor de sus hermanas, hija del rey Tritón. Ella posee un espíritu rebelde y tiene mucha curiosidad por ese otro mundo terrestre, tanto por los objetos que allí se encuentran, como por los humanos. Pero su padre le prohíbe extenderse a ese terreno, debido a la desconfianza que le tiene a los humanos, porque según él su esposa falleció a causa de ellos. Esto es un aditivo de esta versión, en la animada no se hacía tanta mención al pasado de la madre de Ariel. Tritón describe a su hija menor como parecida a su difunta madre, por su interés en el mundo de la superficie. A pesar del mandato paterno, Ariel desobedece sus órdenes en busca de su propio destino, en dicho sentido la pieza es una Coming of Age. La protagonista es interpretada carismáticamente por Halle Bailey, quien se destaca principalmente por su talento vocal, es un placer escucharla cantar. A través de las canciones ella expresa que quiere más, el mundo marino que conoce no le es suficiente. Por un lado, el relato presenta elementos de empoderamiento en Ariel, por ejemplo, al rebelarse al patriarcado y salvar ella al caballero al inicio, pero, por otro lado, la motivación principal surge tras enamorarse de un humano, Eric. Si se analiza desde la perspectiva de género, las objeciones son preexistentes, ya que provienen del texto literario. Recordemos que los cuentos de hadas eran aleccionadores y pedagógicos para el comportamiento de niñas y jovencitas. Retomando el argumento, en consecuencia, Ariel recurre a la bruja del mar, Úrsula, una mujer-pulpo (otra morfología peyorativa perteneciente a la tradición patriarcal), con quien hará un pacto. A cambio de volverse humana, deberá otorgarle su preciada voz de sirena a la bruja, y debe besar al príncipe Eric antes de que se rompa el hechizo o su alma le pertenecerá a Úrsula. En adición, dicha entrega enfatiza los puntos en común entre el carácter de Ariel y la personalidad del marinero Eric (interpretado correctamente por Jonah Hauer-King), queriendo suavizar que la motivación de Ariel es amorosa. Ambos gustan de coleccionar antigüedades y explorar nuevos sitios. Asimismo, si bien los dos tienen linaje real, en la presente historia Eric ha sido adoptado, lo cual invierte la asimetría original del amor interclasial (característico del melodrama), enfatizando el amor “interracial”. Ella es una sirena, él es un humano, su amor parece ser imposible (otro rasgo del género del melodrama). Pero como ya es sabido ella renunciará a su esencia, a sus características originales por ese amor, “algún día seré parte de tu mundo”. Para que ese amor sea posible, la mujer -que pasa de la adolescencia a la adultez- cambia su identidad por un hombre. Pasa de ser una sirena, a una humana, mitológicamente la sirena también implicaba un símbolo de tiempos de transición (del terrestre al marino), aquí el pasaje es inverso. Aunque, también puede interpretarse como una búsqueda identitaria propia, uno no debería dejar de ser quien es para conseguir lo que desea o hacer su propio destino. Sin embargo, es ella quien debe transformarse para que el amor “inter-clasial/racial” sea posible. Incluso cuando Ariel ingresa al palacio donde vive Eric con su familia, se le coloca un corset. Después de la libertad que su naturaleza le proveía, pasa la domesticación y opresión del corset. Es necesario hablar de la corrección política actual de los Disney Studios, los intentos superficiales por dar una imagen inclusiva y de diversidad han traído polémicas. En este caso se considera que la elección de la protagonista es acertada. Si bien la tradición literaria occidental, pero sobre todo la de las artes visuales europeas han representado a las sirenas como mujeres blancas de largos cabellos, con eso se corresponde con los cánones de belleza hegemónicos, que son los que realmente hay que cuestionar. En adición, las hijas de Tritón, son sirenas de los siete mares, por eso pertenecen a distintas etnias (en la versión animada ya tenían distinto color de pelo, igual que en la versión japonesa), en La Sirenita (2023) la diversidad cultural es enfatizada. Mitológicamente las características -tanto físicas como de carácter- de las sirenas varían según la región de origen de cada narrativa, por ende, esta propuesta tampoco desentona. En contraposición, lo que si se considera extraño es que la reina Selina, madre de Eric, tenga tez negra (por más que se explique que no es su madre biológica). Se sabe que es un relato fantástico, pero cada obra de arte, es producto de su contexto de producción, por ende, en ese periodo antiguo, representar que era posible que una persona de dichas características físicas sea de la aristocracia, desliza el peligro de caer en la negación histórica. Es decir, hay un contexto y mundo de referencia al que el autor apela, y esta elección que a simple vista parece inocente, puede implicar negar la lamentable existencia histórica de la esclavitud y del racismo. Esta falsa corrección política de Disney, una vez más no entiende que menos, es más. Cuánto más intenta enfatizar la inclusión, más superflua resulta su representación. ¿Por qué los haters se han quejado tanto de la protagonista de La Sirenita (2023) y no se han tomado el tiempo para pensar que tanto en Ant-Man y la Avispa: Quantumanía (2023) y Guardianes de la Galaxia Vol.3 (2023) ambos villanos son de tez negra? ¿Creen acaso que eso es al azar o inocente? Finalmente, en este traspaso al lenguaje de “acción real” los personajes del reino acuático y animal han perdido protagonismo, nos referimos a Sebastian, Flounder y Scuttle. Sebastian y Scuttle se ven algo extraños con los efectos del CGI, sin embargo, su estética no es tan desacertada o desagradable como los efectos de El Rey León (2019). En adición tampoco resultan del todo convincentes las interpretaciones del Rey Tritón (Javier Bardem) y Úrsula (Melissa McCarthy). Si bien las actuaciones no son artificiosas, ambos no logran sacarle provecho a sus respectivos personajes, no desentonan, pero tampoco se lucen. En conclusión, la película en cuestión resulta entretenida y emotiva, esto último gracias al talento musical de Halle Bailey. Igualmente, el traspaso al live action es logrado y mejor que las últimas entregas, pero no está al mismo nivel que las predecesoras 101 Dálmatas (1996) o El libro de la selva (2016). Asimismo, a pesar de su efectividad presente, no brinda resignificaciones o un aporte que lleve al filme a perdurar a largo plazo.
No soy seguidor de Disney. Puedo paladear otros productos de la compañía – Pixar, Marvel, Star Wars – pero no me pidan que reseñe los grandes clásicos del gigante del ratón, los cuales considero que son melodramas monumentales (¡Púm!; ¡chau, mamá de Bambi!). Los he visto alguna vez allá lejos y hace tiempo – en mi infancia era el standard de entretenimiento infantil – pero después decidí no volver a visitarlos nunca más. Cuando Disney comenzó su renacimiento en 1989 con La Sirenita – luego de un par de décadas de filmes animados y live action mediocres -, no la ví ni siquiera con la llegada de mi nena. Me tentaron Hércules, Aladino y El Rey León y hasta ahí nomás. Es por eso que a muchas remakes live action de clásicos Disney de las últimas tres décadas llego virgen. Aladdin con Will Smith me gustó mucho mas de lo que pensé, Mowgli me pareció muy buena, El Rey León resultó innecesaria. De más está decir que poco mas que me obligué a ver la última versión de La Sirenita. Más allá de la polémica sobre una morena con rastas rojas como Ariel (mas sobre eso en un momento), el filme increíblemente funciona. Al parecer sacaron cosas, pusieron otras nuevas, retocaron la historia para darle más profundidad (¡chiste fácil, ya que hablamos de sirenas!… el fondo del mar… eh, ustedes me entienden), no sabría decir exactamente las diferencias y cómo pesan en el resultado final. Yo no estoy en contra de la diversidad racial en los filmes – creo que Disney hace bien en mandar mensajes de tolerancia, igualdad y convivencia en un país tan partido al medio con el racismo como es USA -, pero a veces a estos chicos se les va la mano. Primero al ver que Tritón es el españolísimo Javier Bardem y su hija una morena caribeña… pero, como hay siete mares, hay seis hermanas mas y todas ellas (cada una representando a un océano distinto) son diferentes: latinas, africanas, asiáticas… con lo cual si Bardem siempre estuvo casado con la misma mujer, sus cuernos deben ser tan grandes como dos antenas para celulares. Aún el más bien intencionado mensaje de tolerancia choca con la realidad genética / estadística / biológica y, lo que para los niños es una galería de chicas bonitas de todas las razas, a los adultos de la platea les da un pie para todo tipo de malos pensamientos. Eso es lo absurdo de llevar un mensaje woke a los últimos extremos – como la temible serie de superhéroes Naomi donde una morena era adoptada por un asiático y una latina, o The Fosters con una pareja gay de una blanca y una morena adoptando un montón de pibes latinos; ¿en serio? -. ¿Por qué no adoptar una postura estilo Crazy Rich Asians o Ms. Marvel, explorando una sola cultura e incluso dándonos detalles fascinantes de otro tipo de sociedad, creencias, religiones, etc?. Hubieran puesto a Djimon Hounsou de rey Tritón, hubieran hecho que todas las hijas fueran morenas y la cosa era muchísimo más coherente. Yo creo que cualquier rol puede ser interpretado por cualquier actor de cualquier raza, sexualidad o credo, y si las circunstancias no son creíbles históricamente, entonces hagan una adaptación – Rey Lear transcurre en Wakanda y está interpretada por morenos, o Macbeth transcurre en el Japón feudal -. Pero enloquecerse con los castings multirraciales / LGBT multitudinarios y a ciegas – quizás para hacer rabiar a Ron DeSantis o al señor del jopo amarillo – no siempre va de mano de la lógica. La Sirenita arranca bien, es un show ok y Halle Bailey es simpática y canta joya. Sebastián parece salido de la tira de Bob Esponja y tenemos un pájaro pescador que puede hablar media hora bajo el agua sin respirar. Mientras todo eso es medio meh, las rotativas se paran cuando Melissa McCarthy entra en escena. La Bailey es buena pero ésta es la película de su vida para la McCarthy. No solo su Úrsula es la viva encarnación del dibujo animado sino que la diva se regodea con el papel y Rob Marshall le da los mejores planos. Verla cantar y contonearse con sus enormes tentáculos fosforescentes es magnífico y vale el precio de la entrada. Rebosa maldad, se relame con sus complots, canta a todo lo que da y se roba cada escena donde aparece. Una nominación al Oscar por aquí, por favor. El resto funciona muy bien – siguiendo con el casting multirracial, ahora el príncipe era un náufrago blanco adoptado por una reina negra con un primer ministro indio -. El príncipe no es un bobo, tiene su costado interesante y la química con la Bailey es buena. Las canciones suenan lindo – aunque la única que conozco, “Bajo el Mar”, me suena mas floja que la versión animada al menos en coreografía y shock visual (digo después de ver la secuencia varias veces en YouTube durante años) – y hay un par de temas extras anónimos by Lin-Manuel Miranda, autor sobrevalorado si los hay. Aún con momentos ok, La Sirenita vale la pena como espectáculo familiar y porque la McCarthy se devora todo y hace historia. No es banal como La Bella y La Bestia live action, no se siente innecesaria. Quizás Rob Marshall sea el hombre indicado para las remakes Disney – aunque El Regreso de Mary Poppins solo me pareció pasable -, simplemente porque un hombre de Broadway tiene mayor sensibilidad artística que un mero tecnócrata especialista en CGI – como le pasó a Jon Favreau con El Rey León -. No se trata simplemente de regurgitar algo venerado sino de darle un plus para que tenga identidad propia… lo cual, afortunadamente, ocurre aquí.
Nadie la pidió, pero acá tenemos la remake live-action de La sirenita. La trama es la misma de siempre. Ariel, una sirena pelirroja, sueña con escaparse de su hogar acuático, explorar la superficie y vivir entre los humanos. Es como una adolescente a punto de terminar la secundaria. Quiere salir al mundo y conocerse a sí misma. Su padre, el Rey Tritón, no está de acuerdo, pero Ariel lo desobedece. Y bajo las sombras de una gruta perdida, llega a un acuerdo con su tía Úrsula, quien le concede una forma humana a cambio de su voz. Para recuperarla, Ariel deberá besar al amor de su vida, el príncipe humano de una isla ficticia. La remake propone algunos cambios. Eric, el príncipe, ahora es menos anónimo y cultiva sus propias ambiciones personales y conflictos familiares. Úrsula es oficialmente la hermana de Tritón, un detalle omitido de la original. Hay nuevas canciones, compuestas con la colaboración de Lin-Manuel Miranda, que no desentonan. Pero no son suficientes cambios para forjar una identidad propia. Muchas escenas y tomas son calcos de la película anterior. Y esto nos lleva a la comparación directa entre los dibujos originales —con toda su gracia y expresividad— y su pálido reflejo digital. Los peces, tiburones, crustáceos y aves ahora perdieron su gestualidad anatómicamente imposible. Están encorsetados por diseños realistas, restringidos por las limitaciones de su cuerpo. Sebastian, el cangrejo jamaicano que cuida a Ariel, lucha contra la rigidez de su exoesqueleto, observa todo desde pequeños ojos puntiagudos. Los actores de voz y el equipo de animación hacen lo que pueden para darle vida a la taxidermia digital. A veces lo logran. Pero chocan contra el techo expresivo del concepto inicial, la propuesta —artísticamente incomprensible— de reprimir el antropomorfismo animado a través de un verosímil documental arrancado de Planet Earth. Esto nos lleva a preguntarnos: ¿para qué y para quiénes son estas remakes live-action de Disney? Solo tendremos la respuesta en unos quince años, cuando las infancias actuales crezcan y nos digan lo que significaron estas películas para su generación. Como sea, para mí esta versión de La sirenita es intrascendente. La original de 1989 inauguró el renacimiento de Disney luego de una década de fracasos. Introdujo una fórmula que marcaría el rumbo de los próximos años, con números musicales propios de Broadway compuestos por dos veteranos del musical teatral, Howard Ashman y Alan Menken. Todo impulsado por una animación tan dinámica, tan colorida, que significó, en su momento, un salto cualitativo e incluso temporal: al lado de La sirenita, el resto de las películas animadas, en cartelera o en el videoclub, parecían reliquias de un anticuario. Dudo que esta nueva La sirenita logre un efecto comparable. Hoy quienes están transformando el campo de la animación no lo hacen para Disney sino para Sony. La duología de Miles Morales rompió con el paradigma estético de Pixar (como Pixar rompió con el paradigma de La sirenita en 1995, al estrenar Toy Story). Esta remake de La sirenita, en cambio, está muy ligada a la nostalgia de los 80 para darnos algo novedoso en 2023. Lo cual no significa que sea mala. Es una buena distracción de dos horas. El casting funciona. Halle Bailey, como Ariel, es efervescente y divertida. Javier Bardem le da rango emocional al Rey Tritón, a veces imponente, a veces tierno y vulnerable. Y Melissa McCarthy se apropia de Úrsula, un personaje tan problemático como icónico. En los papeles, es una creación transparentemente gordofóbica, su tamaño y sexualidad contrastados con la delgadez e inocencia de Ariel. Pero ya hace tiempo que fue recuperada por el fandom como un ícono queer y hasta de positividad corporal. Es la villana, pero destila más confianza, inteligencia y personalidad que cualquier otro ser acuático. Es la más sensual, la más locuaz y la más real. Queremos ser Úrsula antes que Ariel, y McCarthy lo sabe. No iguala a su antecesora animada, pero tampoco la traiciona. El resto de la película — los diálogos, las escenas de acción, la coreografía de los bailes, la comedia— también funciona. Y hago foco en esta palabra: funciona. Hay algo mecánico en La sirenita. Existe porque debe existir, porque integra un calendario de estrenos, un plan a largo plazo para reeditar todos los clásicos de Disney en live-action. La sirenita, en fin, es un trabajo muy profesional, muy correcto. Hay personas que, tras ver la película y leer mi crítica, me reprocharán: “Yo la pasé bien. Mis hijos la pasaron bien. No hay que buscarle el pelo al huevo”. Y es una reacción válida. Aunque también frustrante, porque supone que una película infantil no puede aspirar a más.
En esta nueva entrega de live-actions de clásicos animados de Disney le tocó el turno a La Sirenita, la película basada en un cuento de Hans Christian Andersen que por supuesto optó por una versión mucho más luminosa y romántica que la original. Dirigida por Rob Marshall y protagonizada por Halle Bailey, quien tuvo el desafío enorme de ponerse en la piel de Ariel. La historia es conocida. La mayoría de la gente que se acerque a salas a ver esta versión probablemente ya vio la anterior, a excepción de gran parte del público infantil. Ariel es la menor de una hermandad de sirenas que viven bajo la protección y cuidado de su padre el Rey Tritón, pero lo que la diferencia del resto es su curiosidad. Ariel no quiere quedarse encerrada en el vasto mundo acuático, sino que le interesa lo que hay más allá de la superficie y, sobre todo, el mundo humano, la posibilidad de tener piernas, de caminar, saltar y bailar. Eso la enfrenta constantemente a su protector padre (Javier Bardem sorprende con un personaje que fácilmente podría haber caído en lo ridículo) y la pone en peligro al escaparse sin previo aviso a espiar, desde donde puede, a quienes navegan sobre ella. Pero cuando es fuertemente castigada tras acercarse demasiado a la superficie, tras tener contacto directo con un joven príncipe al que rescata, se ve arrastrada magnéticamente hacia Úrsula, hermana traidora de Tritón y conocida como la Bruja del Mar. Ella le propone el trato de convertirla en humana a cambio de lo más poderoso que tiene: su voz. ¿Qué es una sirena sin una voz? Ya no es una sirena. Mitológicamente, una sirena es una mujer mitad pez que llama, seduce y engaña a navegantes. Por supuesto la versión de Disney que conocemos es más edulcorada y romántica, pero esa voz con la que Ariel embrujó al humano al que salvó ahora no puede utilizarla para conseguir su propósito: el beso de amor que los mantendrá juntos de por vida. Si bien se habló mucho de la elección de su protagonista, en el primer número musical ya entendemos por qué Halle Bailey fue la elegida para el rol de Ariel: Sus interpretaciones consiguen el encanto que nos traslada a la época donde la magia de Disney era más simple y efectiva. Su química funciona con el príncipe, Jonah Hauer-King, a quien se le intenta brindar una mayor dimensión. Pero quien sorprende con su difícil rol es Melissa McCarthy. Su Úrsula es divertida y aterradora y cautivante y dan ganas de que tenga más minutos de pantalla. En esta versión la historia es muy fiel a la original, con algún pequeño descarte y algunas escenas nuevas que, a la larga, no aportan demasiado. Algunos agregados musicales compuestos por Lin-Manuel Miranda se sienten que sobran. Desde lo técnico, hay una gran construcción del mundo bajo el mar, por momentos luminoso y colorido pero con rincones oscuros y peligrosos. A la hora de desarrollar a los personajes que en una animación resulta más sencillo, como a los animalitos amigos incondicionales de Ariel, se apuesta a un estilo hiperrealista que en primera instancia resulta extraño. También se nota, y a veces demasiado, la intención de continuar apostando a la diversidad. Ojalá pareciera algo más fluido, pero una ve a todas las hermanas sirenas de distintas razas… pero ninguna que le escape a cánones hegemónicos, claro. En fin, intenciones que se agradecen pero que aún necesitan trabajarse, quizás incluso creerse para que no parezca que todo se trata de llenar cupos. Lo mismo con los pequeños cambios de líneas que intentan adaptarse a la época porque hoy parecen algo anticuadas. Tal vez por los agregados que no hacen más que estirar la historia, es que hacia el final todo se siente que se resuelve demasiado rápido, sin sorpresas porque ya conocemos lo que sucede, pero con poca emoción. La Sirenita no es la catástrofe que esperaba pero tampoco es una gran película de una compañía que en busca de inspiración decidió revivir clásicos hasta hace poco intocables. Una película entretenida que en sus mejores momentos nos traslada a otra época, tal vez porque se nota que el público al que apunta no es tanto al infantil sino al adulto que creció con esta historia. Un homenaje, un ejercicio nostálgico más que una reversión.
MÁS LIBERTAD QUE AUTOMATISMO Debo admitir que mis expectativas respecto a esta reversión de acción en vivo -concepto algo mentiroso, porque incluye mucha más animación de la que podría creerse a simple vista- eran casi nulas. Entre lo mediocres que vienen siendo estos productos de Disney -que van de la copia carbónica a la actualización woke culposa- y la presencia de Rob Marshall (uno de los grandes destructores de musicales e ilusiones varias de las últimas décadas) en la dirección, no había mucho para ilusionarse. Sin embargo, la experiencia con La sirenita me resultó mucho más rescatable de lo que esperaba. Quizás me haya favorecido no haber revisto previamente el clásico animado de 1989, que supo iniciar la llamada “era del Renacimiento” del estudio. Sin el recuerdo fresco del original, pude apreciar esta nueva versión sin hacer -no tanto al menos- comparaciones odiosas y con algo más de apertura a las diferencias con su predecesora. Y vaya si La sirenita de Marshall busca diferenciarse, especialmente desde su duración: unos 50 minutos más que la original. De esa manera busca ampliar el espectro dramático del film que, vale recordar, sigue las aventuras de Ariel (Halle Bailey), una joven sirena que, contra los deseos de su padre, el Rey Tritón (Javier Bardem), está fascinada con el mundo de la superficie y termina enamorándose de Eric (Jonah Hauer-King), un príncipe humano. Dejando de lado su forzada corrección política, con un elenco que pretende ser, a tono con el discurso dominante, una especie de United Colors of Benetton -aunque por suerte no pasa de la meramente gestual-, donde La sirenita 2023 encuentra mayores inconvenientes es en su necesidad de evocar los aspectos y momentos más icónicos del film original. Por eso la primera hora, que acciona como una reproducción técnica de los conflictos ya conocidos, es entre fría y timorata, un revival sin mucho sentido que incluso palidece frente a las ideas visuales y cómicas de la película de 1989. Incluso, sin haber visto el clásico dirigido por Ron Clements y John Musker, se puede intuir como todo es una copia sin mucha inventiva de un material artístico que era mucho más potente. Es en su segunda mitad que La sirenita 2023 se toma más libertades y sale de la senda de reproducción automática, profundizando en el trayecto de descubrimiento del mundo humano que hace Ariel. Con altibajos, encuentra mayor profundidad dramática y hasta consigue establecer lazos más concretos con las atmósferas del cuento de Hans Christian Andersen, que, por cierto, es bastante oscuro. Allí le da mayor entidad a los dilemas afectivos y morales que atraviesan no solo a Ariel, sino también a Eric, con un mayor realismo en la puesta en escena, pero sin resignar los espacios de la fantasía y el humor. Esa vocación por darle más desarrollo y capas de sentido a los personajes -también a algunos de reparto, como Sir Grimsby, aunque la villana Úrsula vuelva a tener un final inmerecido- termina justificando, contra lo previsto, la duración de la película. Y hasta le permite arribar a un final ciertamente conmovedor, donde la felicidad se entrelaza con la melancolía. Sin maravillar -y lejos de las cimas alcanzadas por Clements y Musker-, La sirenita de Marshall muestra algo de vigor y con eso le alcanza para ser un entretenimiento decente.
Banalidad bajo el mar Que el mainstream contemporáneo está obsesionado con reflotar propiedades intelectuales del pasado, en especial las productos populacheros que profundizan la lobotomización general del público, porque no tiene ni una idea novedosa desde hace tres décadas no es precisamente una novedad, lo que sí continúa sorprendiendo es la estrategia insistente -ya bordeando lo maniático sediento de dinero fácil- de Walt Disney Pictures de seguir y seguir refritando películas de tiempos mejores a pura vagancia creativa y un conservadurismo que pretende homologar al cine a una atracción de los parques temáticos de la compañía, en el sentido del latiguillo capitalista/ estadounidense/ ultra idiota estándar de “¿qué pasaría si llevásemos el ecosistema animado a la realidad?”, pregunta a la par estúpida y capciosa porque todas las remakes resultantes incluyen una enorme cantidad de CGIs que desde el vamos terminan transformando el asunto en una estafa monumental porque en el mentado live action sólo queda una parte ínfima de la narración de turno, casi siempre condenada a un metraje en donde más de la mitad de la duración total está repleto de esa animación digital apestosa que ofrecen los grandes estudios norteamericanos de hoy en día, esquema en el que cualquier criterio de innovación formal, estilística o conceptual desaparece por completo ante una catarata de diseños redundantes, secuencias ya vistas mil veces, nulo cariño por la trama narrada y un sinfín de detalles odiosos más que suman al perpetuo déjà vu de la mediocridad omnipresente en el nuevo milenio a lo largo del mercado planetario. Disney nos viene torturando desde El Libro de la Selva (The Jungle Book, 1994), opus de Stephen Sommers, y 101 Dálmatas (101 Dalmatians, 1996), de Stephen Herek, con su obsesión con las reversiones de clásicos animados, pensemos en la horrenda andanada de Alicia en el País de las Maravillas (Alice in Wonderland, 2010), de Tim Burton, Maléfica (Maleficent, 2014), de Robert Stromberg, La Cenicienta (Cinderella, 2015), de Kenneth Branagh, El Libro de la Selva (The Jungle Book, 2016), de Jon Favreau, La Bella y la Bestia (Beauty and the Beast, 2017), de Bill Condon, Dumbo (2019), otra más de Burton, Aladino (Aladdin, 2019), de Guy Ritchie, El Rey León (The Lion King, 2019), también de Favreau, La Dama y el Vagabundo (Lady and the Tramp, 2019), de Charlie Bean, Mulan (2020), de Niki Caro, Cruella (2021), de Craig Gillespie, Pinocho (Pinocchio, 2022), de Robert Zemeckis, y Peter Pan & Wendy (2023), de David Lowery. El último eslabón de la cadena del suplicio es La Sirenita (The Little Mermaid, 2023), un nuevo intento de Rob Marshall de recuperar la destreza demostrada en el campo de los musicales en ocasión de Chicago (2002), su ópera prima, redondeando con la presente la friolera de cuatro bodrios insufribles que se completan con Nine (2009), En el Bosque (Into the Woods, 2014) y El Regreso de Mary Poppins (Mary Poppins Returns, 2018), amén de obras tradicionales y un poco mejores, Memorias de una Geisha (Memoirs of a Geisha, 2005) y Piratas del Caribe: Navegando Aguas Misteriosas (Pirates of the Caribbean: On Stranger Tides, 2011). A diferencia de la película original de 1989 de Ron Clements y John Musker, odisea que marcó un mínimo renacimiento creativo para el estudio de Mickey Mouse porque venía de una década como los 80 de decadencia indisimulable que se corta gracias al gran éxito de ¿Quién Engañó a Roger Rabbit? (Who Framed Roger Rabbit?, 1988), joya de Zemeckis y Richard Williams, La Sirenita en versión live action es un mamotreto de 135 minutos que se las arregla para destruir el encanto pueril de los apenas 83 minutos del opus primigenio, dando a entender una vez más que el Hollywood actual confunde cantidad con calidad y por milésima vez ofrece una copia milimétrica de lo ya hecho aunque con algún que otro agregado banal en materia de las canciones, alargando innecesariamente muchas secuencias intermedias, “oscureciendo” el tono de algunas situaciones -desde la perspectiva bobalicona y demasiado autoconsciente del marketing del Siglo XXI, por supuesto- e introduciendo cambios de idiosincrasia woke tontuela como primero transformar a la protagonista en una sirena negra, segundo ya no hacer que abandone su hogar, el mar, en pos de un macho sino de una suerte de curiosidad general/ relativista en torno al universo de los humanos/ la superficie, tercero otorgarle al galán blanco, un príncipe, una improbable madre adoptiva negra y para colmo reina, bautizada Selina (Noma Dumezweni), y cuarto ponderar a la ninfa como la heroína que mata a la villana bajo la idea de quitarle ese lugar al noviecito, pavadas que no molestarían tanto al público si el film fuese interesante y este no es el caso. La historia, basada muy libremente en el cuento de hadas homónimo de 1837 del danés Hans Christian Andersen, vuelve a ser la misma con Ariel (Halle Bailey) como la linda hija menor del Rey Tritón (Javier Bardem), el cual le prohíbe subir al mundo de los humanos porque la madre de la chica fue asesinada por bípedos inmundos, situación que de todos modos deriva en curiosidad, pelea con el progenitor y un pacto con la malévola y desterrada tía de la joven, Úrsula (Melissa McCarthy), una bruja del mar que le quita su voz de sirena y le entrega piernas que reemplazan a su cola de pez durante tres días para que selle el amor con un príncipe de estirpe anglosajona, Eric (Jonah Hauer-King), mediante un beso que la convertiría en humana de manera permanente, caso contrario será propiedad de su tía cual venganza contra Tritón, a quien pretende extorsionar para que le pase el mando del reino subacuático en cuestión, Atlántica. Bailey cumple dignamente aunque da un poco mucho de vergüenza ajena ver a Bardem rebajarse al nivel de la fauna actoral norteamericana y sobre todo del paupérrimo guión de David Magee, el mismo de El Regreso de Mary Poppins y un profesional que no consigue aportar ni una pizca de novedad o atractivo a los personajes principales o los cómicos secundarios símil el cangrejo Sebastián (Daveed Diggs), el pez tropical Flounder (Jacob Tremblay) y el alcatraz Scuttle (la demasiado sobreactuada Nora Lum alias Awkwafina), lo que nos deja con otro producto calamitoso e inflado saturado de sentimentalismo berretón, aventuras en piloto automático y un artificio digital anodino…