All inclusive. Las Insoladas (2014), la última película de Gustavo Taretto (Medianeras, 2011), se sitúa a mediados de los años noventa, un 30 de diciembre en una terraza en el centro de Buenos Aires, para ofrecer una visión costumbrista de la clase media porteña bajo el neoliberalismo. Durante todo un día seis mujeres se proponen consagrarse al ritual de tomar sol con el fin de broncearse para un concurso de fin de año de baile de salsa que otorga cinco mil pesos de premio. Mientras toman sol cada una le expone su personalidad al resto generando una sinergia colectiva que desemboca en la búsqueda de una meta para proyectar sus vidas hacia el futuro. Con toques de sarcasmo, Taretto describe la idiosincrasia y las fantasías de un grupo de jóvenes mujeres estancadas que sueñan con viajar a Cuba, tierra lejana y desconocida para la clase media apolítica de los noventa, recientemente abierta al turismo tras la apremiante crisis sufrida debido a la caída de las alianzas del bloque soviético. Las actuaciones de Carla Peterson, Luisana Lopilato, Marina Bellati, Maricel Álvarez, Elisa Carricajo y Violeta Urtizberea son correctas y en general las actrices buscan adaptar el guión de Gabriela García y Gustavo Taretto a sus propias personalidades. El resultado es ligeramente forzado pero agradable e incluso divertido. El mayor acierto de la película es la fotografía, que retrata a la ciudad como organismo viviente que renace cada día a través de los rayos solares y su energía. De esta manera, la terraza y todo lo que la rodea se convierte en algo más que un escenario para construir una visión filosóficamente panteísta de la existencia, plasmada principalmente en los ocurrentes diálogos “new age” de Carricajo. La película se traza la meta pequeña de recrear una situación cotidiana en un ambiente cerrado para lograr un recuerdo ameno pero sardónico sobre el menemismo. Sin destacarse demasiado, Las Insoladas es una obra leve que busca comprender y analizar tímidamente las consecuencias culturales y sociales positivas y negativas de las políticas económicas neoliberales en la Argentina, aunque sin indagar en las causas y los corolarios de fondo. El resultado es ambiguo y deja una sensación de oportunidad perdida en lo que respecta a generar una verdadera visión de la clase media argentina y sus absurdas esperanzas de vivir el sueño del primer mundo, y en este caso, de disfrutar de los restos del segundo en su versión acordonada “all inclusive”.
Verano y empatía a flor de piel. Flor es la ideóloga. Sol la tiene re clara. Vale tiene problemas. Kari es la psicóloga. Lala es re Susana. Vicky es muy Vicky. Así es como el trailer de Las Insoladas, la nueva película de Gustavo Taretto, nos presenta a las seis protagonistas que nos acompañarán por la hora y media que dura la película. Así es como Taretto nos presenta a las chicas. Ahora bien, sería imposible y hasta injusto contar mucho más que eso. Imposible porque la trama no se mueve de la terraza en la que toman sol por todo un 30 de diciembre de un año noventoso, injusto porque esta es una de esas películas en las que es un lujo ir desgajando línea a línea para llegar al carozo de los personajes. Porque la realidad es que, superficialmente, Las Insoladas parecería ser una película muy superficial, muy sobre nada. Pero Taretto nos presenta aquí un nada engañoso. Es el mismo nada que le atribuimos a seis chicas como estas, cuando asumimos que el sol frió su materia gris y que no nos queda más que reírnos de su estupidez. Es el nada de una época donde el materialismo lo absorbió todo. Es el nada de una terraza en microcentro, de no mostrar nada de Buenos Aires. Es un nada que en realidad no es tal. La película es un fiel retrato de una época, que va desde sutilezas como Lala rebobinando un cassette con una Bic hasta conversaciones más políticas como las referidas a Cuba. Buenos Aires también dice presente en cada grado que va subiendo, en cada bocinazo y ambulancia que las devuelve a su realidad urbana, en cada línea que intercambian, que se siente tan porteña. La ciudad se nos aparece en una suerte de blanco y negro, mientras que las seis protagonistas son la única paleta de color que invade la pantalla. Y es que más allá del retrato de la ciudad que el director ya demostró poder hacer en su ópera prima Medianeras, más allá de lo astuto de retratar un momento político emblemático en la cultura argentina mediante seis chicas tomando sol en la terraza, el mayor logro de esta película está en sus personajes; no es casualidad que los colores que las representan sean su mayor fuerte estético. Es muy simple: Taretto no juzga. Logra que de verdad queramos a estos personajes. Pronto descubrimos que la cantidad de veces que los personajes de esta película dicen "boluda" es inversamente proporcional a lo boludas que las consideramos a medida que avanza la película. Con un tono muy lejos de ser burlón, logra que empaticemos con ellas al punto de que pronto entendemos que no nos estamos riendo “de” ellas, sino “con” ellas. Pronto entendemos que queremos que se vayan a Cuba, que podemos reír a carcajadas un minuto y querer llorar al próximo, cuando alguna de pronto se muestra vulnerable. Pronto entendemos que, como dijo Maricel Álvarez en una rueda de prensa, está perfecto que estas chicas tengan estas motivaciones. No hay nada mejor para nosotros espectadores que encontrarnos en la piel de seis personajes con los que probablemente no tengamos nada en común. Es esta empatía el mejor regalo que nos da el cine, y es este verano violentamente caluroso que sentiremos quemándonos la piel en plena sala de cine el que nos regala Gustavo Taretto.
Las Insoladas El film de Gustavo Taretto nos lleva de regreso a los 90' y a aquellos pequeños sueños que se tienen cuando el neoliberalismo se deglute los grandes. Por Teresa Gatto Una terraza puede ser un paraíso pero todos sabemos que hay otros. Si algo caracterizó a los 90’ fue la instalación de una necesidad de nuevos edenes que estaban lejos de aquí. Así, la clase media que luego quedaría en extinción, soñaba. Un dólar, un peso. Si es para llorar. Pero Taretto lejos del melodrama se atreve a montar una comedia en la que seis mujeres se broncean un 30 de diciembre de 1995 para llegar espléndidas a un concurso de salsa y tal vez a Cuba que otorga 5000 US$ de premio. Cuba, la exótica, la desconocida o sencillamente conocida hasta ese momento por una imagen de Fidel, de Ernesto Che Guevara, para una gran parte de la clase media una estampa en una remera y ya callados los ecos revolucionarios. De este modo, el motor del sueño, Flor, encarnada por Carla Peterson, se introduce en el deseo de sus amigas y mientras se cocinan bajo la inclemencia de Febo y se refrescan en una pileta de lona, el sueño va mostrando quién es cada una, qué desea y cómo cada deseo está ligado a una cosmovisión de la vida. La pretendida inacción o los diálogos que parecen sin sustancia profunda, tienen como objetivo reflejar esa nada que acompaña a los sueños pequeños. Y si bien no hay una profundidad en torno a cómo se llega a tener esas pequeñas ilusiones, si es posible evidenciar en cada enunciado de las mujeres, esa desmembración del tejido social que vendría poco después. Las insoladas es una buena comedia que nos propone revisarnos, reír y saber por qué la clase media, la menos cohesiva y solidaria de las clases casi llega a su desaparición. Muy buenos trabajos de las seis actrices: Carla Peterson, Luisana Lopilato, Marina Bellati, Maricel Álvarez, Elisa Carricajo, Violeta Urtizberea, con una fotografía luminosa que no deja ver a esa Buenos Aires “tan suceptible” sino radiante de verano, hacen del film de Gustavo Taretto un buen momento en el cine.
Incluso antes de hacer largometrajes, Gustavo Taretto ya era considerado un director promisorio debido a una serie de cortos multipremiados. Historias pequeñas, pero con un humor muy propio y encantador. Medianeras, su estupenda ópera prima, es una versión extendida de uno de esos cortos. De la misma manera, Las Insoladas también está basada en una de sus creaciones breves. El argumento puede resumirse en una sola línea: durante un día de verano, un grupo de amigas se junta a tomar sol en una terraza, donde hablan sobre la vida, sus frustraciones y sus sueños, mientras la temperatura no para de subir. Lejos de quedarse en una premisa que tiene más de obra de teatro, Taretto sabe exprimir la historia, los personajes y el carácter cinematográfico de la película. Las protagonistas son seis (a diferencia del corto, donde sólo figuran dos), y aunque todas tienen puntos en común, cada una se diferencia de la otra por sus personalidades y profesiones, y también por el color de las bikinis que lucen casi todo el tiempo. El director nos permite observarlas en la intimidad, sin omitir juicios acerca de ninguna; todas tienen sus atractivos, sus miserias, y tienen un objetivo inmediato: ganar un concurso de salsa, por lo que suelen practicar cuando no se dedican a broncearse. Otro detalle importante: ahora la acción transcurre en la década del 90, una época de la Argentina signada por la desigualdad de clases. Algunos lograron enriquecerse y beneficiarse de una política neoliberal, que permitía consumir sin culpa (productos importados, generalmente) y viajar por el mundo, aprovechando que la moneda peso tenía el mismo valor que el dólar. Pero la mayoría no pudo acceder a esos lujos; de hecho, fue perjudicada por el proceder -o no proceder- de aquella presidencia. Como las “insoladas”: anhelan viajar a Cuba, no sólo de vacaciones sino con la idea de empezar otra vida, lejos de la rutina, lejos de todo, pero deben lidiar con una deprimente realidad, en la que apenas ganan lo suficiente para subsistir. De esta manera, Taretto refleja la verdadera cara de un país en donde todo parecía rebosar de pizza y champagne. También vale destacar el trabajo de recrear ese período con pocos recursos: ciertas celebridades y eventos mencionados por las chicas, además de detalles de arte (walk-man, cassettes) y vestuario. Pero la película se apoya principalmente en el trabajo de las actrices. Si bien algunas tienen una mejor performance que otras, cada una tiene espacio para su lucimiento. Maricel Álvarez, Violeta Urtizberea y María Bellati se manejan con naturalidad, como si hubieran nacido para esos personajes. Algo similar sucede con Carla Peterson, quien todavía es una artista a descubrir y a explotar. Luisana Lopilato sigue dando muestras de que la comedia le sienta muy bien, gracias a su combo de belleza y gracia. Pese a ser la famosa del elenco, Elisa Carricajo no desentona junto a ninguna de sus compañeras; al interpretar a la psicóloga del grupo, funciona como la denominada “voz de la razón”. Las Insoladas es graciosa, poseedora de una simpatía muy especial, y también invita a la reflexión. Las mujeres podrán verse reflejadas en las chicas (o, al menos, en sus conversaciones), y los hombres podrán adentrarse por un rato en ese mundo tan suyo. Aún sin estar tan lograda como Medianeras, confirma a Gustavo Taretto como uno de los directores más talentosos y personales del cine argentino actual.
El regreso del peor costumbrismo Al enorme placer que resultó ser el primer film de Gustavo Taretto, Medianeras, se le opone la enorme decepción que significa su segundo largo, Las insoladas. Aquel primer film era divertido, original, lleno de ideas de guión y también visuales. Acá ese aprovechamiento del espacio deviene en una rutina difícil de llevar adelante, repitiéndose en un sinfín de planos feos, que no lograr pegar en el montaje, agotando las ideas en los primeros minutos del film. Seis amigas pasan un día en una terraza en el centro de la ciudad. Durante ese día charlan sobre diferentes temas, anticipan el concurso de salsa en el que participarán a la noche y planifican un viaje a Cuba para el año siguiente. Todo esto transcurre en la década de los noventa, y aunque son pocos los comentarios políticos tal vez se pueda intentar una mirada política sobre aquellos años. Mirada crítica, contraria, que muestra aquellos años como superficiales y tontos. Con sueños burgueses. Pero no sé si es lo más acertado exigirle una lectura política minuciosa de aquellos años a esta película. Y lo que vuelve difícil una mirada precisa es que la película no produce suficiente material para el análisis político. Y lo que la convierte en la década del noventa es su iconografía y los diálogos, no una lectura profunda. Una de las chicas nombra al presidente Menem y todas las demás se tocan un pecho porque dicen que trae mala suerte. Sin duda es un pensamiento mágico, banal, que las ubica a todas en un lugar de tontas. Y la verdad es que las seis protagonistas son, en esencia, un despliegue de idiotez que va de lo un poco idiota a lo inaceptablemente imbécil. Es difícil, casi intolerable, escuchar sus diálogos durante toda una película. Sin espacio, casi, para salir de esa terraza. La vergüenza ajena que producen desde el primer diálogo hasta el último es algo digno de mención. No es culpa de las actrices, sino más bien del guión y la dirección de actor. Una vez más el recuerdo de esa hermosa comedia romántica llamada Medianeras vuelve a aparecer y uno se pregunta porque no mantuvo ese tono. El más rancio de los costumbrismos cinematográfico argentinos aparece en todo su esplendor. El costumbrismo que en este caso se sumerge en lo grotesco, es anti cinematográfico. Los personajes son agotadores, los diálogos imposibles, la situaciones carecen de cualquier interés o complejidad. Y la manera geométrica y fragmentada de filmar de Taretto produce una combinación fatal con esa forma de construir diálogos, situaciones y actuaciones. La pregunta que me queda por hacer es si es intencional el retrato de los personajes o es simplemente un error de todo lo que las llevas a ser así. Creo que el cine argentino ya había superado estas cosas y mi reacción frente a la historia confirma que me había desacostumbrado a esta clase de cine. No es común que me resulta difícil soportar una película cuando voy al cine, pero seriamente se hace muy complicado lidiar con una película así. Las insoladas se hace por momentos eterna, sus seis actrices están encerradas en personajes terriblemente tontos y la película a duras penas consigue un mínimo de empatía hacia ellas. Un mínimo de empatía para un largometraje con solo seis personajes que ocupan la casi totalidad del film y que están todo el tiempo en pantalla es muy poco. Si el director las desprecia o las ama es difícil de saber, lo mismo con respecto a la década que retrata. A juzgar por el efecto que tuvo en mí, yo diría que desprecia a ambas cosas, pero no sé si esa fue la intención. Como nota optimista aconsejo saltearse ese film y ver de nuevo o por primera vez Medianeras, que es una gran comedia romántica urbana.
El menemismo en la terraza Con Las insoladas da la sensación que al director Gustavo Taretto le ocurrió lo mismo que con su anterior film Medianeras al tomar la decisión de extender el metraje a la duración de un largo cuando para esta nueva radiografía del neo liberalismo de los noventa parecía más adecuada la síntesis de un cortometraje. No tanto por la calidad de las actrices convocadas, Carla Peterson, Luisana Lopilato, Marina Bellati, Maricel Álvarez, Elisa Carricajo y Violeta Urtizberea, sino por una falta de ritmo que se percibe promediando la mitad del film y que se va acentuando hacia el desenlace. El punto de encuentro de estas seis amigas, quienes se prepararon y ensayaron para salir victoriosas en un concurso de Salsa que las puede hacer acreedoras del premio mayor de cinco mil pesos (dólares con el 1 a 1) y así cumplir el sueño del viaje a la isla de Cuba, es la terraza de un edificio céntrico a la intemperie y dispuestas a broncearse con un sol que raja la tierra. Entre el aumento de la temperatura, que funciona como separador de los distintos estadios a modo de viñetas, en la trama también, y en sintonía, lo que crece y aumenta en Las insoladas es la tensión dramática que se constituye por el choque de personalidades, pero que no logra escapar desde los trazos gruesos del guión de los estereotipos del mundo femenino: la psicóloga del grupo que interpreta los dichos y actitudes inconscientes de sus amigas; la sabelotodo que usa anteojos como una Calculín en bikini: la boba: la obsesiva de los animales, por citar los más obvios. A ese racimo de lugares comunes se le debe agregar, a veces ,diálogos ampulosos que no aportan demasiado más allá de su rasgo de banalidad, en contraste con aquellas situaciones donde los elementos del costumbrismo y la observación aguda de una idiosincrasia propia de aquellos tiempos del 1 a 1 resultan atractivas y permiten realizar comparaciones con la actualidad y encontrar en ese ejercicio de los contrastes históricos similitudes y diferencias tan abruptas y tajantes como ese sol que deshidrata en una tarde de verano porteño cuando las gotas de sudor se escurren entre los cuerpos bronceados como las ideas que se achicharran a pesar de los buenos intentos de Taretto y equipo.
Sueños de un día de verano Hay decepciones y decepciones. Están las que se producen cuando uno no espera demasiado y, efectivamente, nada ocurre (una suerte de confirmación de los malos presagios). Y están las que duelen, las que sobrevienen cuando se mantenían no pocas esperanzas. Este segundo tipo de desilusiones, de desencantos, me generó Las insoladas, una película que fui a ver con ganas porque tenía todo para ser una propuesta leve, simpática y disfrutable. Le puse ganas, le puse mucha onda (Gustavo Taretto me parece un tipo con talento, Medianeras me había gustado y el elenco femenino que mixturaba estrellas de TV con actrices del cine indie y el teatro off prometía bastante), pero no pude entrar en el juego: no me pareció original, ni divertida, ni siquiera demasiado entretenida ¿Es una mala película? Para nada ¿Está mal producida? Tampoco. Simplemente, para mí no funciona como comedia eficaz, como exploración inteligente y desprejuiciada de los códigos de la amistad femenina ni como mirada sociológica a los efectos del penoso período menemista. Es un film que se queda casi siempre en el gesto, en el diálogo banal, en el costumbrismo ramplón, en un medio tono por momentos agradable, pero que no le permite crecer (ni tampoco, por suerte, caer en la catarsis colectiva, en el confesionario, en la bajada de línea, en la moraleja con mensaje incluido, cuando tenía todo para eso). La película (con una muy cuidada fotografía de Leandro Martínez) arranca con una Buenos Aires nocturna que va amaneciendo (con la melodía de una versión instrumental y con aires latinos de la canción harrisoniana Here Comes the Sun de fondo). Estamos en el 30 de diciembre de 1995 y en una terraza, en pleno centro porteño y en medio de una ola de calor que superará los 40º, se irán reuniendo seis amigas que se preparan para participar en un concurso de salsa. Entre mates y churros, con un cassette TDK (rebobinado con birome, claro) sonando, estas adoradoras del sol se irán tostando mientras sueñan con un objetivo común: viajar a Cuba (con el dinero que no tienen y discuten cómo conseguir) y disfrutar así del verano eterno. Los personajes tratan de cubrir el mayor espectro posible, pero en general resultan bastante estereotipados y superficiales: Vicky (Violeta Urtizberea) es una atractiva empleada a la que le ofrecen la oportunidad de ganar buena plata en películas porno; Kari (Elisa Carricajo) es la especialista en terapias alternativas y onda new age; Sol (Maricel Alvarez) se las sabe todas (o eso cree); Vale (Marina Bellati) vive angustiada por sus problemas con los hombres (se está divorciando y ya tiene un nuevo amante casado); Lala (Luisana Lopilato), recién llegada al núcleo, es bastante naïf, cholula y obsesionada con la vida extraterrestre; y Flor (Carla Peterson) es la líder del grupo. Una peluquera, una psicóloga, una empleada de un laboratorio fotográfico, una telefonista de una empresa de radiotaxis, una manicura y una promotora que serían algo así como exponentes que resumen la idiosincrasia de la clase media algo decadente, frustrada (o que aspira a más) de la consumista Buenos Aires de los años ’90. A la película le sobran parlamentos (no siempre ocurrentes ni inspirados) y le falta fluidez. Las distintas escenas resultan demasiado armadas, calculadas y/o forzadas (el baile grupal con mímica parece un videoclip que podría extrapolarse) o demasiado cerca del cliché y del lugar común (se fuman un porro con música de… reggae, se apela a referencias de época bastante obvias con énfasis en la tecnología como la llegada del CD, el boom de los videoclubes y sus VHS, la aparición de los primeros celulares, etc.). Así, más allá de cierto encanto de algunos pasajes y de la innegable belleza (de las chicas y de las imágenes), Las insoladas resulta un triunfo del concepto y de la forma por sobre el contenido.
Luego de la ingeniosa y celebrada Medianeras, Gustavo Taretto vuelve a utilizar como base fundacional un corto de su autoría para extenderlo a largometraje. Al igual que la arriba mencionada, Las Insoladas surgió en 2002 como una pequeña historia, donde dos amigas se dedicaban a abrasarse en pleno verano en la terraza de su edificio. Esas dos amigas ahora son seis y todas comparten la misma ambición: juntar plata e irse de vacaciones quince días al Caribe. Los peligros de estirar una historia que funcionaba desde un corto son muchos, y en la aventura de arriesgar se puede ganar un poco, pero también se puede perder. El resultado de Taretto es una comedia sutil, light, que retrata con cierto nivel de agudeza la amistad femenina, y también un claro reflejo de lo que significaba el pertenecer en los años '90, cuando el dólar en el país estaba en relación 1=1 con el peso, y la clase media disfrutaba de viajes a lugares paradisíacos... menos las protagonistas, aisladas en una terraza que, poco a poco, les va cociendo las mentes a lo largo de una tarde a la cual el adjetivo calurosa le queda chico. Los desaciertos de Las Insoladas son pocos. Por un lado, aún con un guión sólido de parte del director -crear seis mujeres bien definidas aunque un poco unidemensionales no es poca cosa para un guionista hombre- en el terreno de la comedia hay pocas situaciones en las cuales las carcajadas brotan con facilidad. Muchos de los diálogos son inteligentes, llevados a buen puerto por un grupo selecto de actrices bien elegidas para cada uno de los papeles, que elevan el nivel de un libreto relleno de mañierismos y detalles de la época, mientras que otros momentos y situaciones se notan forzados y no cargan el mismo contenido de hilaridad. Este desnivel no termina de adecuarse y el resultado general es amable, aún cuando hay escenas muy destacables a lo largo del metraje. Falta empuje y mas decisión para terminar de redondear un buen producto, que podría haber resultado una comedia más efectiva. Los aciertos, por otro lado, le dan otro gusto muy diferente al film. La fotografía es alucinante, creando un contraste muy logrado entre colores fuertes y la ciudad, ruidosa como siempre, en matices de blanco y negro, con un filtro dorado que ayuda a crear una sensación de sofocamiento compartido con el elenco, ayudando a esos gráficos que van mostrando poco a poco como sube la temperatura a lo largo del día. La unicidad, el estandarte que presenta Las Insoladas para equilibrar la balanza, son sus actrices, muy bien personificadas por un plantel de hermosas mujeres donde sobresalen por encima de las otras Violeta Urtizberea con sus letales ocurrencias, y Marina Bellati, como la problemática Vale. En general, todas tienen un ritmo chispeante y se retroalimenten las unas de las otras, creando esa sensación de que ya las conocemos muy bien desde hace tiempo. Le tenía bastante fe al estreno de Las Insoladas y, si bien no colmó las expectativas que generé hasta el momento de su visionado, es una gran entrada dentro de lo que significa la nueva oleada de cine comercial nativo. Sin duda alguna, no pasará desapercibida en las carteleras.
Una película despareja, que nunca termina de caer por obra y gracia de su elenco. Diciembre de 1995. Seis amigas, compañeras de una clase de Salsa, se juntan a tomar sol en una terraza y a planificar un viaje de ensueño a Cuba. Protagonizada por Luisana Lopilato, Carla Peterson, Violeta Urtizberea, Marina Bellati, Elisa Carricajo y Maricel Alvarez. Cuando calienta el sol Hace un par de años Gustavo Taretto estrenó lo que a mi parecer es una de las comedias románticas mejor logradas del cine argentino contemporáneo: Medianeras. La película se centraba en dos seres solitarios (Javier Drolas y Pilar López de Ayala) que vagan por la ciudad, cada uno con sus problemas, hasta que se da el inevitable y esperado encuentro entre ambos. La cinta logró sobresalir gracias a su original propuesta narrativa y también gracias al buen ojo de su director, quien le prestó mucha atención al aspecto visual y terminó rindiendo sus frutos. Las Insoladas tiene algunos puntos en común con Medianeras, sea quizás el más importante que ambas están adaptadas de unos cortometrajes filmados tiempo atrás por el propio director. Mientras que en Medianeras esto difícilmente fuera un problema, en Las Insoladas desgraciadamente le juega un tanto en contra. Para poder entender donde falla Las Insoladas, tenemos primero que entender cual es la intención de un cortometraje. Allí hay poco tiempo para establecer una historia, es por eso que en la gran mayoría de los casos los propios personajes y lo que les pasa son la historia. Y algo debe sucederse a estos personajes para poder finalizar con una suerte de “punchline” o remate. Queda en evidencia con esta película que Las Insoladas es sin lugar a dudas una muy buena idea para tratar en formato de corto (incluso si logran encontrarlo por la web está más que recomendado), pero difícilmente logre trascender cuando se expande a un largometraje de 90 minutos. Al finalizar la película me quedó una extraña sensación en la cabeza. Sentí que Taretto regaló la primer mitad de Las Insoladas para finalmente enderezar el barco durante la segunda mitad. No es que la primera parte sea un completo desperdicio, de hecho la introducción de los personajes es sumamente divertida. Pero luego de esto la cinta comienza a naufragar en un mar de charlas banales, chistes que se sienten un tanto adelantados de su tiempo (recordemos que la película transcurre durante Diciembre de 1995) y otras yerbas que, cuando está todo dicho, se sienten como un mero relleno para sostener el guión hasta que entra en escena el verdadero conflicto.Ya con el sol y el agobiante calor haciendo estragos en las muchachas, la cosa va tomando otro color. Surge la posibilidad de viajar todas juntas a Cuba, el viaje comenzó como una simple idea pero con el correr de los minutos irá poniendo a prueba la amistad del grupo. Y es recién ahí cuando la película se vuelve interesante, pasado los 45 minutos. Debemos destacar la gran labor de Taretto otra vez cuidando al máximo el aspecto visual de la película. Los fondos de la terraza están incorporados por computadora y sinceramente eso nunca se nota. También hay un muy buen trabajo del departamento de arte y en la corrección de color, algo que le da a Las Insoladas una estética propia y especial. Por el lado de las propias “insoladas” lo cierto es que todas cumplen su función como es debido, ninguna llega a desentonar completamente y hay una muy buena química entre todas ellas. Mención aparte merece Violeta Urtizberea quien es sin dudas la que verdaderamente sobresale de todo el elenco. Con mucha soltura y frescura (y también con la ayuda de un personaje muy bien construido desde el guión) es una verdadera revelación y alguien debería darle de una vez por todas un protagónico absoluto en cine! Conclusión Las Insoladas es una película que, aunque no llega a funcionar completamente, siempre resulta simpática gracias a la buena labor de su elenco y sobre todo una muy divertida actuación de Urtizberea. Sumando a eso una interesante propuesta visual, quizás quienes tengan el hábito de pasar horas bajo el sol se sientan identificados y le puedan sacar un mayor provecho.
Hay que estar muy atentos con el cine que haga Gustavo Taretto. Con Medianeras (2011) había probado que se puede hacer algo muy grande con una historia chica y simple, y con este estreno repite la fórmula. Al igual que en su ópera prima, son los personajes y los ricos diálogos los que logran embelesar al espectador. Y menos mal que eso ocurre porque si el sistema fallara, aunque sea un poco, la película podría derivar en completo desastre porque no hay otras cosas de las cuales agarrarse. Por eso hay que aplaudir a las actrices y la manera en la cual se adueñan de los personajes. A priori, parece que la puesta es el sueño de cualquier productor: una sola locación y seis actrices diciendo sus líneas. Solo hay que ubicar la cámara ¿no?. La realidad es un poco más complicada que eso, más teniendo en cuenta que se filmó en un durísimo verano bajo el sol más fuerte de los últimos años. Este es otro gran punto a favor de lo excepcional que está el elenco. Ahora bien, aún no resalté los otros dos grandes puntos fuertes del film. Siendo el primero que todo transcurra a mediados de la década del ‘90. Ese “detalle” marca por completo las personalidades, las charlas, los objetivos y hasta los pensamientos. Y hace que con una mentalidad de año 2014 se disfrute muchísimo, más aún si uno transitó esa época de forma consciente. Seguramente muchos hablarán de “la fiesta menemista” y sobre-analizarán como es su costumbre, aquí se dirá que es un genial elemento y disparador para toda la trama y la conformación de los personajes porque se trata de una película (comedia) y no de una clase de sociología y ciencia política. El segundo punto fuerte es la química entre las actrices y esa sensación real que transmiten de que uno está espiando una verdadera charla entre amigas. Con todas las cosas sensibles, vacías e inteligentes que eso implica. La naturalidad de Maricel Álvarez, Luisana Lopilato, Carla Peterson, Violeta Urtizberea, Marina Bellati y Elisa Carricajo es innegable y abrumadora. Y además de todo esto están los detalles, ya sean los tecnológicos y de costumbres que hacen reír mucho tales como la forma de escuchar música o de ver fotos, y los colores utilizados para cada uno de los personajes (con su propia explicación) para que resalten en la gris terraza y ciudad. Las insoladas es una genialidad y muestra total de talento por parte de sus realizadores e intérpretes. Es la salida ideal para un grupo de amigas y para los amantes de las buenas historias en el cine.
El deseo tiene forma de isla Gustavo Taretto regresó al universo de su cortometraje Las insoladas (2002) y lo expandió en este largo homónimo. El resultado es una rara avis para los parámetros del cine argentino, que conjuga una mirada social y un micro clima femenino durante los ’90, antes de que el país comenzara a estallar. Más allá de los resultados, hay dos proezas en Las insoladas (2014); una es de índole técnica, formal, y la otra es de naturaleza actoral. La primera está vinculada al loable trabajo fotográfico, que reproduce el devenir de un día (muy) soleado a partir de una única locación que –sabemos- ha sido trucada a partir de la tan mentada “pantalla azul”. La segunda se reproduce en las 6 actrices convocadas, de diversas formaciones, trayectorias y procedencias, que ponen toda su empatía y conquistan cada uno de los fotogramas. Dicho esto (aquí, solemos empezar por la síntesis argumental), es necesario precisar que el opus dos de Taretto (luego de Medianeras, de 2011) podrá gustar a muchos, pero dejará irremediablemente afuera a otros que se perderán en cierta “experimentalidad” de la obra; la locación única, el elenco de desempeño equitativo (igual cantidad de líneas de diálogo para las figuras y también para las actrices menos populares), el conflicto en buena medida “imaginario” que obstruye la acción secuencial. Sí; todo eso se vio antes. Pero admitamos que el “gran público”, ese que aplaude Relatos salvajes (2014), tal vez no encuentre en esos rasgos una virtud. Dicho lo anterior, Las insoladas reúne a un grupo de amigas (cada una con su personalidad, cada una con su bikini o malla de color particular) en una de las típicas terrazas en la que, cual lagartos urbanos, tuestan su piel durante horas y se relajan ante el inminente torneo de salsa para el que se han preparado todo el año. Es fines de diciembre y las reflexiones están a la orden del día. El pasatismo se impone y, como una mecha que se enciende, surge una idea: ¿Y si al año siguiente, en vez de estar rodeadas de cables y ventanas, no se van al Caribe, más precisamente a Cuba? Esa idea está imbricada en la red de un microclima social, al que Taretto pone el ojo sin caer (en general) en maniqueísmos. Y consigue que esa época no roce la veta historicista (con sus detalles “haciendo ruido”) de un film de época, precisamente. Porque los ’90 pasaron, claro, pero están allí: en el álbum de dos o tres temporadas atrás. Un pasado reciente. A partir de aquella premisa, el film entreteje lo social con lo anecdótico con la misma fluidez que le imprimen las actrices, que se destacan y conforman un verdadero elenco (ellas son Carla Peterson, Elisa Carricajo, Marina Bellati, Maricel Álvarez, Violeta Urtizberea y una sorprendente Luisana Lopilato), aunque también hay momentos poco inspirados. Todo se percibe desde la óptica de esa clase media que, sin ser “postergada” como la clase más golpeada, ve cómo otros toman aviones y proyectan compras en Miami mientras ellas se quedan sentadas. Los chistes más eficaces aluden de forma anodina a los ’90, como aquel en que se menciona a Menem, o se postula la (difundida) tesis de que el comunismo fracasó en los países de clima frío. Pero a no confundirse: no se trata frivolidad en los diálogos, sino de una ligereza articulada con el mundo aludido. Las insoladas resulta, finalmente, un buen pasatismo con algunas ideas hasta ahora no muy exploradas. No es poco.
Cuerpos ardientes Gustavo Taretto ya había demostrado a través de su anterior apuesta la maestría que posee para el relato de historias simples, el despliegue técnico de recursos puestos a disposición de un relato intimista y por sobre todo urbano y contemporaneo. En Medianeras ( 2011) la ciudad se mostraba con un inmenso monstruo gris carente de colores y matices que apenas tenía conciencia de las historias personales que alberga en su ser. Sus protagonistas son seres encerrados en si mismos ,ansiando conexión, sin posibilidades siquiera de vislumbrar un cielo (y mucho menos un horizonte) que los oriente en su destino errante. Tres años después el director vuelve a reinventar un corto propio, convirtiéndolo en un largometraje. En este caso no serán dos las insoladas sino seis y a diferencia de las medianeras que dividían las historias personales en este caso el cielo y un agobiante sol serán los elementos que darán marco a la historia de estas seis jovenes argentinas en plena etapa menemista. Los acordes de “ Here come the sun” (en ritmo caribeño) nos introducirán en este universo femenino que se sitúa en una terraza, plagada de membrana asfáltica donde estas jovenes se reunen a tomar sol. Ellas son Vicky (Violeta Urtizberea), Lala ( Luisana Lopilato), Flor ( Carla Peterson), Sol ( Maricel Alvarez),Valeria ( Marina Bellati) y Karina ( Elisa Carricajo). Estas mujeres se dan cita en ese inhóspito lugar para realizar uno de las ceremonias más comunes entre las argentinas de medianos recursos en los noventa : tomar sol hasta lograr el bronceado perfecto. Poco se sabía sobre el agujero de ozono o sus implicancias para la salud, lo importante era lucir bronceada. Los que tuvieran los medios lo harían en piletas , en countrys o en las playas del caribe, para el resto las terrazas eran el territorio ideal para imitar el tono sexy que se necesitaba para lucir espléndida por la nocheY lo cierto es que estas jovenes, compañeras de una clase de salsa, deben competir esa noche en un certámen que les permitirá ganar una sustancial suma de dinero, por lo que ningún sacrificio parecerá exagerado. Extraños ungüentos cubrirán sus pieles mientras comparten el proceso de convertirse en algo distinto a lo que son. El relato en si mismo no es mucho más que eso: el delicado retrato de seis mujeres jovenes que sueñan con convertirse en algo más de lo que parecen condenadas a ser. Sin embargo si observamos con más detalle podemos ver diversos elementos que nos dibujan el retrato de una época muy reciente de nuestra vida social. Las insoladas son ese grupo etario de jovenes que se quedaron afuera del paraíso menemista del uno a uno, esas promotoras ( profesión femenina clave de esa década) que rasguñaban la felicidad quedándose con alguna muestra gratis de los productos que ofrecían. Esa peluquera de barrio que solo tiene contacto con el Jet Set cuando los peina o esa joven manicura que expresa su arte a través del nail art.
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“¿A dónde te vas de vacaciones? A Punta... a Punta terra”. Esa frase era (y es) común escucharla allá por los años noventa, donde la masa desencantada de la clase media debía quedarse en casa, armar la pelopincho en el patio, jardín o terraza y viajar sólo con la mente. Las insoladas, de Gustavo Taretto (director de la lograda Medianeras), se centra en seis amigas anestesiadas por una realidad de la cual buscan huir, nada las ata, sólo poder disfrutar de las eternas bondades de Febo a las que son adictas. Ellas sólo piensan en prolongar ese verano brillante bien lejos de su tierra, en Cuba, tierra turísticamente casi inexplorada por el turista local: el filme se sitúa el 30/12/1995, con toda la burbuja menemista a flor de piel. Taretto se focaliza, se centra, hace bien en encerrar esta historia costumbrista en una terraza de un edificio del centro porteño. El director aprovecha cada desnivel y superficie de la azotea (con membrana, sin uso de solarium) como un múltiple espacio de diálogo, casi teatral. Los límites escenográficos los delimita el espacio aéreo urbano, en el que la fotografía hace un meritorio trabajo: retrata las cúpulas, antenas, terrazas vecinas como un lejano y ajeno horizonte de las chicas. Sólo se busca enfocarse en ellas. Y sus curvas desnudas. Están Flor (Carla Peterson), la mujer alfa del grupo, promotora; Kari (Elisa Carricajo), psicoanalista new age y la voz de la razón con buenos momentos de diálogo; Sol (Maricel Alvarez), que trabaja en un laboratorio fotográfico -y deposita un inquietante mensaje de la violación a la intimidad-, y Vicky (Violeta Urtizberea), la atractiva peluquera, ingenua (¿hueca?) con asombrosas preguntas y propuestas. Completan el grupo Vale (Marina Bellati), la conflictuada, la “oveja negra”, con sus problemas de amoríos y miedo a volar. Y Lala (Luisana Lopilato), la nueva, quien brinda cierta pureza y frescura. Ellas están (mentalmente) afuera de la ciudad, viven un proyecto dolarizado donde sólo quieren arena caribeña. Generan empatía, se ensamblan por la meta, pero también se dividen para sacarse el cuero ante el mínimo conflicto. Las insoladas fuerza la idiosincrasia de los ‘90 (un cassette rebobinado con birome, un teléfono celular aparatoso) e infantiliza -por no decir que cosifica- a estas soñadoras. El ruido ambiente de bocinazos y sirenas se filtra sin despertarlas, otorga realidad. Eso sí, no hay pizza ni champagne, sí churros y tragos Cuba Libre.
Como Medianeras, su muy justificadamente celebrada ópera prima, este nuevo film de Gustavo Taretto también tuvo su origen en un cortometraje anterior en este caso el primero de todos, de 2002, con el mismo título y el mismo tema y asimismo bien recibido en varios festivales. Pero quizá convenga dejar a un lado esa referencia porque esta vez el resultado de la operación está lejos de haber resultado tan feliz. La historia mantiene su muy sencillo punto de partida: se trata de un grupo de lindas treintañeras de los 90, una época en que según se subraya en el comienzo, mientras mucha gente disfrutaba del sol del Caribe las heroínas del caso (en el cortometraje, dos; en esta revisión, seis), deben conformarse con el improvisado solario de una terraza en pleno centro porteño y en una jornada en que la temperatura no parece dispuesta a detenerse antes de hacer estallar todos los termómetros. Son chicas de clase media, aparentemente conformes con su rutina de vuelo bajo y con atender inalterables sus muy atractivas presencias. No es cuestión de puro masoquismo, aunque siempre algo de eso hay en quienes se exponen a los rayos en estos últimos veranos de soles despiadados, sino de coquetería: las chicas quieren verse tostadas ("mulata", exagera alguna), sobre todo porque tienen que presentarse (y ganar) un campeonato de salsa. Sólo así, ya que sus ahorros son todavía bastante insuficientes (trabajan como peluqueras, psicólogas, manicuras, empleadas de un laboratorio fotográfico, telefonistas, pero también hay una a la que le ofrecen un buen cachet por participar de un film pornográfico), podrán pagarse el viaje a Cuba, con el que sueñan durante las largas jornadas en la terraza. Mientras se fríen al sol apenas cubiertas por sus coloridas bikinis, mantienen sus charlas, tan superficiales como se supone que son las de mujeres de esa edad y de esa época (estamos en pleno menemismo), según dictan los más prejuiciosos estereotipos. El escenario es siempre el mismo. El tema principal de conversación tiene que ver con el ansiado viaje a Cuba, que con el paso de las horas y el aumento de la sensación térmica se va volviendo obsesivo. Tal vez la intención sea parangonar ese deseo de las chicas con el sueño de pertenecer al Primer Mundo que experimentaba el país de la pizza con champagne, pero lo cierto es que no hay más de dos o tres (superficiales) alusiones políticas, pero queda claro que la ironía crítica no es el fuerte de la película. Tampoco abundan -sí los había en Medianeras y se los echa de menos, los apuntes certeros y oportunos que definen comportamientos y personajes. El humor asoma en dosis muy módicas y la fotografía de Leandro Martínez contribuye al atractivo de las imágenes. Pero como entretenimiento, Las insoladas apenas si se salva por la desenvoltura y la belleza que aportan las actrices, a pesar de que la banalidad de los diálogos y la abundancia de lugares comunes no las favorecen demasiado.
Dorado verano en los noventa Seis chicas de entre 20 y 30 años, de clase media media, sin demasiado para destacar, salvo que son amigas, que les gusta tomar sol, que quieren estar espléndidas para la final de un concurso de salsa en el que participan como equipo y que sospechan, no sin cierta razón, que se quedaron afuera de la fiesta de consumo, frivolidad y del fin de la historia que se imponía allá por los noventa. Ubicada en un asfixiante 30 de diciembre de mediados de la década menemista, Las insoladas, segunda película de Gustavo Taretto partió de un corto de 2002 al igual que su ópera prima, Medianeras, que primero tuvo una versión breve y multipremiada en 2004. Las protagonistas que van llegando a la terraza de un edificio céntrico, un espacio para desgranar sus penas y la falta de horizontes, solo parecen tener en común el desánimo y la posibilidad de compartir unas horas en ese lugar deslumbrante de membranas aislantes para el techo, un lugar que significa una pausa a sus problemas y en donde incluso se permiten soñar. Porque mientras que se suceden las historias de amores truncos, trabajos grises y falta de dinero –las seis serían algo así como las distintas facetas de una clase media tilinga, aspiracional y claramente golpeada por la crisis que parece no tener fin y que sabemos, en los próximos años iba a empeorar–, las chicas comienzan a planear un viaje a Cuba, la metáfora del escape para amplios sectores argentinos en ese entonces. Si en Medianeras el corto original daba paso a un largometraje con unos cuantos aciertos en cuanto al humor y su mirada punzante sobre las imposibilidad de las relaciones para construir un simpático artefacto pop, en Las insoladas la misma operación fracasa al querer construir una historia sólo a golpes de efecto y de viñetas ingeniosas sobre el universo femenino que tiene como telón de fondo una época egoísta y aparentemente sin futuro, dando como resultado una puesta desflecada, donde cada personaje suma irritación a un relato que nunca alcanza a ser fluido.
Superficialidad al sol Un grupo de seis amigas se reunen en una terraza a fines de diciembre de 1995 para tomar sol, ya que esa misma noche van a participar en un concurso de salsa y quieren estar bronceadísimas. En ese escenario, las chicas pasan el día al sol. Con un texto en letras amarillas que cada tanto nos informa la hora, desde temprano hasta que comienza a atardecer, las seis se extienden al sol sobre sus lonitas y se untan con extraños bronceadores caseros. Aparentemente en los noventa no les preocupaba demasiado el cuidado de la piel, ya que ninguna saca de su bolso un protector solar. Entre música en cassettes, lonas transpiradas, bikinis de colores, un poco de ron y un poco de porro, las chicas pasan la tarde casi sin parar de hablar, y lo que comienza como una charla amena y pasatista se convierte de a poco en una catarsis colectiva. Karina (Elisa Carricajo) la psicóloga del grupo -estudiante de psicología, en realidad, y amante de toda terapia alternativa existente- les hace ver que los objetivos que se plantean son imposibles, que no son más que sueños: el novio perfecto, la casa propia, el trabajo donde te valoren. Las convence entonces de que deben plantearse un objetivo más simple, posible de alcanzar, y el sueño común que todas proponen es que dentro de un año en vez de juntarse en esa terraza a asarse como pollos, van a estar en una hermosa playa en Cuba, todas juntas. A partir de ahí, Flor (Carla Peterson) la líder del grupo, una promotora simpática y con carisma, las arenga y las organiza para cumplir el objetivo; las propuestas van y vienen, el sueño se pincha tantas veces como se vuelve a inflar, y mientras tanto las chicas se enojan entre ellas, se critican, se ayudan, se juntan, y siguen manteniendo el mismo objetivo hasta el final de la historia. La película funciona como una buena postal de los 90´s, esa época en que el uno a uno les permitía a muchos viajar, comprar en el súper productos importados, y la superficialidad se nos metía por los poros. Sin embargo, la historia falla cuando pretende ser algo más. Por momentos creemos que las chicas van a ir un paso más allá, y aparecerá alguna crítica o reflexión más profunda, o que a pesar de tanto sol la cosa puede volverse tragicómica, pero no, todo se queda en la superficie, como una foto o un simple retrato. La química entre las actrices funciona muy bien, aunque los personajes son por momentos un poco estereotipados, y a pesar de que cae en algunos lugares comunes sobre la amistad femenina, la película es graciosa, entretenida, y tiene momentos de humor muy bien logrados, la mayoría aportados por Violeta Urtizberea, quien compone a una peluquera un tanto hueca, pero muy extrovertida. El sol parece otro protagonista más de la historia -el mejor logrado-, casi sentimos el mismo calor que ellas, con tanto color cálido que nos sofoca desde la pantalla. La historia ha llegado y se ha ido como una tarde de verano, de esas en las que hemos pasado un buen rato, pero nada más.
Crítica emitida por radio.
Con "Las Insoladas" volvemos a los 90´s, más exactamente a un 30 de diciembre y a una terraza de Buenos Aires, con 6 mujeres que lo único que quieren es broncearse y competir en un concurso de baile para así, con ese dinero, viajar a Cuba. "Medianeras", la primera película de Gustavo Taretto es mucho más superior que esta, pero si queres ver algo liviano, con diálogos simpáticos (que a veces se repiten) está puede ser tu elección. Luisana, Carla, Violeta, Marina, Elisa y Maricel interpretan a mujeres muy diferentes, pero que a mi gusto, siento les faltó desarrollo... La fotografía es uno de los aciertos de la realización, o bien, el momento del celular, en donde cada una de las chicas despliega algo interesante para ser destacado. Ya sabés... queda en vos la decisión de meterte en el cine a escuchar durante casi hora y media a estas mujeres que... ¿tienen mucho o poco para decir?
Seis buenas actrices en busca de un guión Corre la década de los 90 y un grupo de media docena de mujeres de distintas profesiones se juntan a tomar sol en la terraza de un edificio de departamentos céntrico. Hablan de las cosas cotidianas y sueñan con ganar un concurso de salsa que las ayude a alcanzar el dinero necesario para viajar a Cuba y tomar sol en una arena más sensual que las lonas que llevan todos los días a la terraza. "Las insoladas" es una película original, desde que tiene como decorado único la terraza, e incluso por momentos, sobre todo al comienzo, puede llegar a ser divertida. Pero tiene un gran problema, y es la ausencia de conflicto. Las chicas cuentan chismes, hablan de nuevas terapias, confiesan alguna experiencia amorosa, y hablan por supuesto de todas las posibilidades de llegar a conseguir la plata para su ansiado viaje al Caribe, pero dramáticamente, en realidad pasa muy poco. A favor del director Gustavo Taretto se puede decir que la puesta, que perfectamente podría haber caído en lo que finalmente es, teatro filmado, tiene una estructura cinematográfica apoyada por una excelente fotografía y un buen uso de la escenografia de la terraza, que de a ratos es atractiva (hay un recurso interesante que es cambiar el lugar del decorado donde las insoladas toman sol). Pero finalmente en la película pasa muy poco, y básicamente lo malo es que en un momento queda claro que no va ir más allá de misma repetición de zonceras en un plan monotemático que poco a poco se va volviendo menos soportable. La música, que se limita a variaciones sobre "Here comes the sun" de George Harrison en estilo salsero no muy afortunado, podría haber apoyado más. Y las actrices, todas buenas y parejas, no cuentan con un guión que las lleve a otro lado que la floja escena musical final.
Las chicas sólo quieren divertirse Una terraza en pleno verano en la ciudad de Buenos Aires es el escenario elegido por el director Gustavo Taretto para desarrollar su segundo largometraje luego de la aplaudida "Medianeras". En Las insoladas, seis amigas de personalidades contrastantes (Luisana Lopilato, Violeta Urtizberea. Marina Belati, Elisa Carricajo, Carla Peterson y Maricel Alvarez) van sumándose a esta actividad femenina por excelencia: broncearse. Y, como si fuera poco, lucir espléndidas para el concurso de salsa que otorga un premio de cinco mil dólares. Ellas también hablan de hombres y sueñan con un viaje a Cuba. Acá las chicas quieren divertirse, rotan de posición como lagartos al sol y esconden recelos y anhelos. Ambientada a mediados de los años 90, en tiempos donde los cassettes se rebobinaban con una lapicera, las protagonistas siguen con su eterno ritual que sirve como excusa para pintar sus días con diferentes tonalidades. Y lo hacen a través de gags que parecen escritos especialmente para ser dichos por cada unas de las actrices. El film (que intenta una pintura de época con una clase media lejana a la felicidad) está dividido por la hora y la temperatura de una extensa jornada de un sábado 30 de diciembre. Bronceadores, bikinis, confesiones íntimas (la escena de Urtizberea relatando su experiencia cercana al mundo de las peliculas porno) y charlas sobre los beneficios de las terapias alternativas ponen sobre la lona mitos, frivolidades y verdades del universo femenino.
Medianías Si algo puede decirse a favor del segundo largometraje de Gustavo Taretto (1965, Buenos Aires) después de Medianeras (2011), es que no es ambicioso ni tiene ínfulas de nada. La duda es hasta qué punto esa liviandad, esa falta de aspiraciones, no implican cierta endeblez o pereza. Tomando como punto de partida un corto propio del mismo título (premiado en el Festival Latinoamericano de Video de Rosario años atrás), Las insoladas registra las conversaciones de un grupo de amigas mientras toman sol en la terraza de un edificio porteño. Tan simpáticas como superficiales y algo ingenuas, las chicas en cuestión se doran divagando en torno a un deseado viaje a Cuba y trivialidades varias, desde los recuerdos de infancia de una o las invitaciones de la pareja de otra hasta cierta confusión en torno al nombre del Che Guevara y el goce que deparan los alfajores de una conocida marca marplatense (especie de publicidad confundida con los diálogos). No habrá mucho más que eso, sin grandes revelaciones, momentos dramáticos ni gags excepcionales. El hecho de ubicar la acción en los ’90 permite deslizar no sólo comentarios sobre costumbres de la época sino, también, una mirada ligeramente irónica sobre la Argentina menemista, atravesada por el culto por las apariencias, el dinero que no alcanza y la corrupción como atajo. No hay demasiadas quejas, sin embargo, y el film no llega nunca a ser cruel ni perturbador. Esa amabilidad hacia el espectador podría celebrarse si Las insoladas contuviera chistes más estimulantes y soluciones visuales y dramáticas que la apartasen del cruce de cuerpos y palabras imaginable en un escenario teatral. Hay dos películas argentinas que se le parecen, al menos en la idea de acompañar el ocio de un grupo humano en los altos de un edificio: La terraza (1963, Leopoldo Torre Nilsson) y El asadito (1999, Gustavo Postiglione). La primera estaba sembrada de tensión sexual, arduos conflictos y alegorías capciosas, con esa soltura tan propia de su director en busca de cierta belleza enrarecida; la otra –realizada en un momento en que el cine argentino ansiaba salir de su solemnidad– apostaba al humor cómplice y los guiños machistas. A diferencia de aquéllas, Las insoladas es híbrida y colorida. Si bien durante hora y media sólo da voz a seis mujeres y un perro, no exhala aires feministas, aunque tampoco se muestra reaccionaria: los comentarios sobre un director de cine porno (admirador de Scorsese, astuta referencia) despiertan, por ejemplo, reacciones diversas entre las mujeres, y lo mismo ocurre con referencias al paso en torno a capitalismo y comunismo. Evidentemente el film de Taretto se cuida de no adoptar posiciones tajantes para no excluir espectadores, un poco como lo hace también Relatos salvajes (2014, Damián Szifrón), aunque en este caso sin solazarse con los fracasos y broncas de los argentinos. Las insoladas se sostiene, más que nada, por la belleza y la gracia de sus actrices, si bien Carla Peterson, Violeta Urtizberea y Marina Bellati repiten sus personajes de casi siempre, y Luisana Lopilato pone más entusiasmo en bailar y hacer fonomímica que en darle vida a su decorativo personaje.
“CHE, BOLUDA! ¡TE COMPRASTE UN CELULAR!” Los 40,2° de Buenos Aires en Enero no son ningún obstáculo para un grupo de seis amigas que sueñan con un futuro mejor y un próximo verano en tierras caribeñas. Ellas, y sus anhelos de progreso son el eje de Las insoladas, un filme con mujeres que habla de mujeres, pero que también atrae a los hombres. Porque ellas se ven reflejas, pero ellos son curiosos y desean saber qué hacen seis minas todo el día en una terraza. En las manos de Gustavo Taretto (Medianeras, 2011), el ambiente de Las insoladas se vuelve seductor. Ancladas en los años 90, el protagonismo coral de cada una de las actrices logra poner al descubierto aspectos tragicómicos de aquella década de pizza y champagne. El auge de las terapias psicológicas, los primeros radio taxi y el negocio del alquiler de VHS, entre otros, recrean la simpática atmósfera en la que seis mujeres deciden pasar un verano “gasolero”. Al compás de Here comes the sun (The Beatles, 1969) el espacio físico de la terraza se transforma en el refugio de los sueños y la arena de un abanico infinito de posibilidades que nadie podrá quitarles. Ellas fantasean con el mar transparente y las playas de arenas blancas, mientras que el sol les hace arder no sólo sus cuerpos sino también sus mentes. Luisana Lopilato, Violeta Urtizberea, Elisa Carricajo, Carla Peterson, Marina Bellati y Maricel Alvarez le ponen el cuerpo a un atractivo conjunto de mujeres que sufren por amor, pero con sus hombres fuera de campo, lo que más les importa es su futuro. Rodada íntegramente en exteriores y bajo extremas condiciones climáticas, el aspecto estético del filme propone una paleta de colores shocking que le da brillo a las actrices y al conjunto escénico en general. Plantear una película que sólo transcurre en un único ambiente puede parecer agotador, pero la terraza de Las insoladas se hace extensa y multifacética gracias al coreografiado movimiento de las protagonistas, y a la conciencia en la elección de cada rincón como escenario para cada una de las diferentes charlas que se suceden. El concepto artístico del filme no es casual, y éste se ve reflejado en varios aspectos del mismo. Por un lado, la selección cromática antes mencionada; pero por el otro, la función rítmica que se propone al utilizar secuencias de montaje como intersección entre conversaciones a medida que aumenta el calor. Las insoladas viven su mundo femenino con ansiedad, disfrutan su presente mientras que intentan salir de esa terraza, que como sitio de confort les brinda seguridad. Sin embargo, sus objetivos están en otro lado. Juntando dólares, y con alguna idea non santa, tal vez el próximo enero las encuentre entre habanos y ron. Por Paula Caffaro redaccion@cineramaplus.com.ar
Seis mujeres atrapadas por un guión La premisa de poner a un grupo de amigas bajo el sol impiadoso en una terraza termina naufragando por las imposiciones de una trama que se limita a reírse de ellas, estereotipándolas como una caricatura de la clase media menemista. En los ’90, seis amigas se reúnen a tomar sol en una terraza porteña, un día de verano en el que la temperatura subirá hasta casi 40 grados. Esa es la idea básica de Las insoladas, y ésa es también la película: el opus 2 de Gustavo Taretto (realizador de Medianeras, 2011) es una de esas películas que no sólo son exactamente iguales a su guión, sino que además en este caso el guión no admite movimiento alguno en los personajes. Matices, claroscuros, cambios, sorpresas. Nada: Flor, Vicky, Sol, Lala, Valeria y Karina terminan igual que como empezaron. Con una única alteración: en el lapso que va de la mañana a última hora de la tarde de un 30 de diciembre, con una coda nocturna, el único exabrupto que se produce en ellas, en lo que les pasa, es que deciden ahorrar plata durante el próximo año, para que el verano siguiente no las pesque de nuevo en la terraza, sino en Cuba. La Cuba del paraíso menemista, claro. Una que es puro sol, playa, Caribe, mojitos y esos negrazos de ensueño. No es que obligadamente los personajes y las situaciones de toda película tengan que sufrir modificaciones durante su transcurso. Buena parte de lo que se conoce como nuevo cine argentino está y estuvo hecha de abulia, desgano, inmovilidad vital. Lo que sí es de esperar es que eso que no pasa les pase a los personajes en el transcurso de la película. Y no que sean meras figuritas, mimando un guión. En Las insoladas todo viene dado de antes, nada pasa en la película que no esté previsto, que no se sienta preexistente. Desde la “personalidad” de cada una de las seis “amigas” hasta cada pequeño detalle de vestuario, maquillaje o atrezzo. Las comillas tienen su razón de ser. Sobre todo, en el segundo caso: pequeñas envidias, apartes envenenados y comentarios maliciosos abundan entre estas chicas, cada una ocupando el lugar que el guión le asigna. Abriendo y cerrando con sendas versiones de “Here Comes The Sun”, de The Beatles, arregladas por el talentoso Gabriel Chwojnik (músico de cabecera de Mariano Llinás), está la que trabaja como promotora en eventos (el personaje de Carla Peterson), la estudiante de Psicología capaz de conciliar a Lacan con los extraterrestres (Elisa Carricajo, miembro de la troupe estable de Matías Piñeiro), la empleada de una casa de fotografía (la venenosa Maricel Alvarez), la manicura y peluquera (Luisana Lopilato), la telefonista en una empresa de radiotaxis (Marina Bellati, muy popular por sus zafados secundarios en tiras de televisión) y la chica a la que le ofrecieron trabajo como actriz porno (Violeta Urtizberea). ¿Qué comparten las seis? Son miembros de un grupo de salsa amateur y esa noche tienen una presentación para la cual en algún momento ensayarán. Si alguien tiene alguna duda de que el grupo está pensado como representación de “la clase media menemista”, bastará con chequear sus lecturas (las revistas Gente, Para Ti, Muy Interesante) o escuchar sus comentarios (“¿El Che era argentino?”, “¿En Taiwan hay palmeras?”, “El calor es comunista, el frío capitalista”, “A mí, todo lo que tiene que ver con la cabeza me da miedo”) para verificarlo. De verificar se trata: el guión de Taretto y Gabriela García estigmatiza a los personajes, las iguala en su descerebre y apunta, a partir de ello, a las risas del público. Reírse de ellas, y no con ellas: la idea es presenciar el grado de boludización que representó el menemismo, constatando con alivio, por elevación y comparación, todo lo que ha avanzado la sociedad argentina en ese punto. La tipificación se completa, claro, con referencias y objetos propios de la época: los videoclubes son un gran negocio, los casetes todavía existen, se usan sandalias con tacón, se juega con esos resortitos plásticos extensibles y con esas pelotitas musicales que abundaban en las casas de chinoiseries. Estupendamente fotografiada por Leandro Martínez, que hace sentir el sol mediante la saturación de color, todo termina reduciéndose, como en una obra de teatro, a contemplar las actuaciones. Las hay más o menos teatrales y más o menos televisivas, con un caso en el que, por razones de espontaneidad, vividez, presencia y soltura, puede hablarse sin rubores de “actuación cinematográfica”. Se trata de Luisana Lopilato, que ya mostraba todas esas virtudes en Casados con hijos y aquí logra el milagro individual de que su personaje no se sienta como un tipo o una macchietta, sino como una chica que vive y respira en cámara. Puro mérito de ella: dentro de este esquema de hierro, el guión no le da más aire que a sus cinco compañeras de rubro.
Cuando uno ve películas como LAS INSOLADAS nota, casi a primera vista, cuánto de cierto hay en la idea de que la comedia es el género más difícil de todos. Hay algo ahí que entra en el terreno de lo misterioso, de lo inasible, que se da o no se da, que cobra vida o no. Y es muy difícil saber qué es. Lo más complejo del asunto, para mí, es que ni siquiera depende de la película solamente, sino de un montón de factores que la exceden. No sólo los distintos sentidos del humor –eso pasa con cualquier película, lidiar con los gustos diversos de los espectadores– sino con lo que sucede en la sala en el momento de la exhibición. Hay algo contagioso, o no, que se da en las comedias y que funciona, virtualmente, como un ida y vuelta. Digo virtualmente porque no es real como puede serlo en el teatro, pero es como si la película cambiara en función de su recepción y las risas que provoca o no en el público. Un ejemplo es RELATOS SALVAJES. La primera vez que vi la película, en una proyección de prensa para cuatro personas, nadie se reía. Y la película no era entonces una comedia: se la seguía con tensión, pero no de manera humorística. Luego volví a verla en una función repleta de público en una enorme sala de Cannes y era como estar en una cancha de fútbol: la gente se reía, hablaba, aplaudía frases y situaciones, cada cambio de episodio. Y sí, de golpe RELATOS SALVAJES era una comedia, hecha y derecha. Ahora, ¿es o no es? ¿El público completa el género en algunas películas? INSOLADASVi LAS INSOLADAS en una función de prensa masiva en la que muy poca gente se reía. La percepción que se tiene en esas situaciones es que la película no está funcionando y uno, quiera o no, muchas veces entra en ese clima que se genera en la sala (en otras, pasa lo contrario, uno no entiende de qué se ríe la gente). Es en ese contexto que escribo sobre la segunda película de Gustavo Taretto, en el de un espectador que veía a un grupo de actrices, técnicos y a un guionista/director invitando con ahínco a los espectadores a divertirse con los comentarios e historias de estas chicas y lográndolo pocas veces. ¿Es LAS INSOLADAS una mala película? No, no lo es. Pero tampoco logra trascender el planteo que propone, el juego que Taretto ha tratado denodadamente de transformar en una experiencia cinematográfica que trascienda ese escenario más propio para una obra teatral. Viendo la última película de Martín Rejtman no podía dejar de pensar que muchas veces el humor surge de ángulos de cámara, de milimétricos movimientos físicos, de silencios, de beats, de aire, de las maneras en las que todos los detalles que no son texto pueden producir gracia (y no me refiero acá al más obvio humor físico). Tengo la sensación que eso suele fallar en LAS INSOLADAS, que esa química, esa magia, esa combinación de elementos nunca termina por dar resultado. Y no son fallas groseras –los textos están relativamente bien, las actuaciones son aceptables, las escenas no tienen graves problemas específicos, el timing no es brillante pero es correcto–, pero el click no termina de aparecer. O, insisto, no apareció en la proyección a la que fui. Tal vez con un auditorio más receptivo al filme (uno de mujeres de 35 para arriba, acaso?), la cuestión cambie. Insoladas_2La película transcurre a lo largo del un calurosísimo 30 de diciembre (no queda claro pero estimo que es 1995) en el que un grupo de amigas de una clase de salsa se reúnen a tomar sol para estar bien bronceadas en un show que deben dar esa noche. La película –por suerte– no opta por ir transformándose lentamente en un drama de acusaciones o historias cruzadas y mantiene un tono leve y anecdótico hasta el final. No conoceremos demasiado de las vidas previas de los personajes más allá de ciertas anécdotas que las pintarán, digamos, en términos psicológicos. En ese sentido la escena/monólogo de Marina Bellati contando su romance con un taxista brilla como ninguna de las otras en todo el filme, muchas de las cuales juegan entre el chiste fetichista discreto para que recordemos esos pequeños detalles de los ’90 (están todo el tiempo, pero se manejan con cierta sutileza) y las conversaciones banales de momento. Esa levedad temática es bienvenida y si bien varias de las actrices no dan demasiado el physique du rol de los papeles de clase media, media baja que les toca interpretar (telefonista, promotora, peluquera, manicura y así), el problema es menor. Lo mismo sucede con lo que, en principio, es el tema de la película: retratar la época menemista en su punto cumbre, con los sueños de la clase media argentina de irse de vacaciones al Caribe como centro y eje narrativo. En ese sentido, es interesante lo que hace Taretto con los personajes, de los que podría burlarse fácilmente –con la comodidad que dan el tiempo y la distancia respecto a esa época–, pero jamás lo hace. O lo hace de una manera sutil (con el personaje de Violeta Urtizberea, digamos, como la “tonta” del grupo; o el de Elisa Carricajo como la estudiante de psicología que todo lo transforma en freudianismos básicos) sin llegar nunca a caer del todo en el estereotipo. SEse cuidado, esa prolijidad, esa elegancia formal que tiene Taretto (algo que ya traía de MEDIANERAS) hace que nunca LAS INSOLADAS pueda volverse una mala película en un sentido clásico. Pero, a la vez, potencialmente, esa misma prolijidad es la que le impide brillar, destaparse, perder la línea, convertirse en realmente graciosa. Es como una comedia con miedo a volverse “grasa” (hasta la manera de mostrar los cuerpos bronceados y en bikinis de actrices escapa a esa tentación) pero, a la vez, sin querer tornarse cool ni darle una pátina de mirada “palermitana” o sobradora de hoy a ese mundo y a esos personajes. La película termina teniendo algo que tienen los personajes: más ilusiones que posibilidades de concreción. Y, como las chicas de la terraza, intenta llegar a destino en pequeñas y cómodas cuotas cuando lo conveniente tal vez podría haber sido colarse en el avión de una. O pensar en hacer otro tipo de viaje…
Una terraza. Seis chicas tomando sol. Mates, costumbrismo, charla con amigas y un sueño que nace producto de la frustración. Eso es “Las Insoladas“. Una historia que da la impresión de ser más adecuada para montarse como obra de teatro, que para filmarse como largometraje. El concepto inicial nació de un corto, experiencia que el director Gustavo Taretto repite de su obra anterior “Medianeras“. Pero a “Las Insoladas” le falta algo para rellenar esas dos horas de metraje, ni que hablar para convertirlas en una obra memorable. Con demasiada introducción de personajas y poca definición en torno al nudo del argumento, da la impresión de que el climax de la historia siempre está por llegar pero nunca llega. No destaca por tener diálogos agudos, grandes momentos de humor ni desbordante originalidad. Todo lo que estas chicas están viviendo ya lo vivimos hace dos décadas, y todo lo que están conversando ya lo conversamos alguna vez con nuestros amigos, y no hay ninguna vuelta de tuerca que nos atrape la atención. Entonces nos quedaría apelar a la nostalgia, ese caleidoscopio a través del cual todo tiempo pasado se ve mejor. Pero no llega a lograr ese efecto, ni transportarnos a esa época tan particular, excepto con unas pocas frases y momentos que no alcanzan a dar el efecto deseado. Todo se ve muy manufacturado, y en ningún momento perdemos la noción de estar viendo una película para sumergirnos en la historia. Y si de cine pasatista se trata, esa es justamente su función. Sin embargo, no todos son desaciertos para “Las Insoladas“. Los personajes están muy bien logrados, y eso es un mérito tanto de las actrices como del guionista (el mismo dircetor), que asumió la difícil tarea de componer seis personajes femeninos, y salió casi airoso de ella. Si bien estas chicas no son mujeres muy complejas ni sofisticadas, vale el mérito de llevar la película entera sin una contraparte masculina. Al menos merece el reconocimiento a la osadía, en una industria donde rara vez se apuesta a esto. Si de aciertos hablamos, el fuerte de este largometraje es -sin dudas- su estética. Los encuadres, los colores, los detalles en la composición de cada escena, las tomas de primerísimos primeros planos y hasta la elección de la terraza están tan cuidados, que compensan de a ratos la lentitud del guión. Todo esto condimentado con música caribeña y postales urbanas de Buenos Aires. La pintura de época que pretende pintar queda incompleta, pero con un poco de buena voluntad podemos ubicarnos en los ’90 y aceptar el relato como una simpática anécdota pasajera de una década naif y despreocupada.
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Verano del '95 Tras conseguir un puñado de fieles con el mediometraje Medianeras (luego extendido a largo, con menor suerte artística, para la competencia internacional), Gustavo Taretto vuelve a la carga con su obsesión por la vida entre estructuras de hormigón. Si Medianeras era una romántica reflexión sobre futuros amantes distanciados por un pulmón de edificio, Las insoladas es su fantasía sobre la trivialidad de seis vecinas amigas que toman sol en la terraza a mediados de los noventa. Como una versión femenina de El asadito, del rosarino Gustavo Postiglione, la película no muestra más que una reunión donde nada ocurre, hasta que a alguien se le ocurre planear un viaje para salir del ostracismo. Alguien podrá acusar a Taretto de recurrir a estereotipos: sus chicas de los noventa, deslumbradas por el primer celular, son más bien chetas sin plata, rubias taradas de los ochenta. Lo interesante es cómo Taretto elude la burla simplona y se dedica a retratar el pequeño mundo de amigas que sueñan con el Caribe. Con personajes menos huecos que entrañables, el director, a la manera de Wes Anderson, muestra oficio para la caricatura de lo ordinario.
Los enceguecedores años '90 Nace de una buena idea, aunque chiquita, y se sostiene por el trabajo de las actrices, pero le faltan diálogos potentes. Un amanecer naranja pone luz a los edificios en la gran ciudad. Es Buenos Aires y se sabe que la temperatura arranca con más de 20ºC. En una terraza se encuentran ellas. Poco después se sabe que es sábado.Las insoladas, de Gustavo Taretto, reúne a seis actrices en un espacio único y una situación que va sumando estados de ánimo, particularidades y la energía que transforma las palabras en un proyecto.Las mujeres comparten una actividad semanal: bailan salsa y van a competir esa noche. No se sabe si el bronceado enrojecido por horas de exposición al sol tiene que ver con la circunstancia del baile. La terraza es el lugar en el que se aíslan para hablar de ellas y ser ellas, embadurnadas y sedientas. La película está planteada en un contexto general del que se habla al paso. Es 1995, fiebre del uno a uno, con Menem en el gobierno. Todos viajan, menos ellas. La ironía, al pintar aquello desde el presente, depende del espectador. El sexteto integrado por Carla Peterson, Violeta Urtizberea, Luisana Lopilato, Marina Bellati, Elisa Carricajo y Maricel Álvarez logra una relación coral bajo el sol despiadado. Ellas van encarando conversaciones a jirones, con datos sueltos, en la intimidad de la terraza. Paulatinamente el espectador conoce los aspectos sobresalientes de sus personalidades mientras toman agua, pican algo en dieta rigurosa y hablan. Los personajes se definen por la palabra. Y están tipificados como una foto más o menos estándar: Vicky (Urtizberea), la peluquera de inocencia desconcertante; Kari (Carricajo), estudiante de psicología y terapias alternativas; Sol (Álvarez) la ‘sabelotodo'; Vale (Bellati), en crisis con los hombres; Lala (Lopilato), la nueva, cree en los extraterrestres; y Flor (Peterson), la líder que se las arregla como promotora. El grupo, al ritmo cumbiado de Here comes de sun, sintetiza la franja de clase media que arañaba algún gustito y, habitante de un paraíso artificial, no llegaba a fin de mes. La película transmite esa sensación, aunque faltan diálogos potentes (no necesariamente intelectuales o políticos) y recursos de puesta. Las fotografió con mano maestra Leandro Martínez, que captó sudor y lágrimas, las gotas del rociador, los tonos y los detalles de la piel, los ojos al sol. Las amigas transitan el día bajo el sol, afiebradas por aquello que les falta: insatisfacción de los años 1990, cuando parecía que las oportunidades eran ajenas. Las insoladas nació de una muy buena idea, que fue cortometraje en 2002 y envejeció. Cabe pensar en la herencia cultural de una época tan pobre y banal que cuesta reciclarla. Si ‘todo es energía' como dice Kari, Las insoladas se sostiene por las actrices. Ellas exponen su piel para contar una anécdota chiquita sobre el descubrimiento de un sueño compartido.
El off porteño llegó al cine Seis personajes en una terraza tomando sol. Seis mujeres, con sus universos personales y estereotipados, intercalando sus voces hasta lograr una especie de voz superior que nos habla de cierta tilinguería de clase media noventera. Porque Las insoladas es una película ambientada en los 90’s, en el epílogo de la década menemista, que trata de indagar en cierto imaginario de época que se vale tanto de una paleta de colores entre kitsch y pop, como de objetos que alardean de lo nostálgico. Esas seis mujeres y la película misma no se moverán -casi- de ese espacio, en un tour de force narrativo de Gustavo Taretto por intentar que cierta languidez veraniega de diciembre y de fin de año termine haciéndose carne en el desarrollo de los personajes y de la experiencia del espectador. Tal vez Las insoladas sería una buena idea -o un buen concepto- si estuviéramos ante una obra del off porteño: todo en el film hace recordar al teatro, desde la utilización del espacio y el encuadre de la imagen, como la forma en que se van intercalando los diálogos y una narración que fragmenta en actos. El asunto es que más allá de esa apuesta teatral carente de creatividad como evento cinematográfico, los diálogos y las situaciones, así como el crescendo dramático entre los personajes, es definitivamente intrascendente y apenas salvan la película algunas actuaciones profesionales de Maricel Alvarez, Violeta Urtizberea y Carla Peterson. A pesar de su minimalismo de puesta en escena, Las insoladas quiere ser bastantes cosas a la vez. Y logra poco. Taretto trabaja la imagen y el universo femenino como si del Almodóvar ochentero fuera, pero lo suyo es pura superficie: sus personajes son una deconstrucción machista que nunca comprende a la mujer desde adentro; de hecho, su cercanía con los cuerpos es bastante objetual, aunque se respalda en una estética kitsch que le permite algunos excesos. Sin embargo, lo superficial está explícito en otros asuntos. También quiere decir algo sobre los noventa, especialmente de su frivolidad, pero para lograr ese efecto tiene que forzar a sus criaturas hasta el nivel de la tontería perpetua: el personaje de Violeta Urtizberea es un ejemplo en ese sentido. El inconveniente es que Taretto no tiene la mínima vergüenza en hacer que aquel personaje que desconocía que Che Guevara fuera argentino, luego sea el que descubre que una nube que se ve allá a lo lejos, se parece a Cuba. Apenas Las insoladas tiene para ofrecer unos primeros segundos, donde el director vuelve a demostrar su talento para descubrir imágenes particulares de las ciudades (como hacía en su estupendo cortometraje Medianeras; no tanto en el largo), y un número musical final que aún extemporáneo en el orden narrativo, le permite algo de dignidad a estas seis mujeres en busca de un destino, de un guión y de una película que las contenga un poco mejor.
Comedia vintage de Gustavo Taretto. La acción transcurre en 1995, con el 1 a 1, los pasacassettes y el sueño de ganar un concurso de baile por parte de un grupo de amigas que se juntan a tomar sol en la terraza del edificio en que habitan, cuando estar hiper bronceadas lo era todo. Divertida, amena y con logradas actuaciones, el filme está protagonizado por Violeta Urtiberea, Carla Peterson y Luisana Lopilato entre otras.
Some three years ago, Argentine filmmaker Gustavo Taretto released his début film Medianeras, a low key, quite personal dramatic comedy about finding your other half in an overcrowded city such as Buenos Aires. Smart and biting, Medianeras was a refreshing surprise amid so much uninspired indie cinema. Now it’s time for Taretto’s second film, Las insoladas, which features six popular comedy actresses from the television arena. It intends to be funnier, cool, and still more surprising than Taretto’s début. The bad news is that it is not. In spite of good intentions, Las insoladas looks, sounds and feels like a prolonged television episode from a series that could have been titled Six Women in Search of Paradise. Or something like that. The story in a nutshell: on December 30, in the early 90’s, six middle-class young women spend an entire day sunbathing on the rooftop of a building in downtown BA. These longtime friends share a dream: to spend a vacation in the Caribbean, more precisely on the sunny beaches of Cuba. Not that they can afford it, but they can always think of ways of making and saving money. And perhaps they can even win the salsa contest that night, which has a cash prize of U$5,000 and for which they have been rehearsing for six months. The general idea of the film is, I guess, to confront the real, prosaic lives of these girls with their fantasies and to draw a portrait of a sector of society in times of neoconservative policies, cheap dollars and daydreams. Cuba would be heaven on earth for them, as opposed to their daily routines as hairdressers, employees, psychologists, or manicures. That, and also an examination of the longings, wishes, thoughts and behaviour of these glamour-less Sex and the City-style girls. And that’s it. And though Taretto has a good ear for dialogue and a keen eye for body language, which provides the film with a fair number of amusing verbal exchanges and insights, the overall result is too flimsy and underdeveloped for a feature film. There’s a series of loosely interconnected anecdotes that never escalate into full comedy or character study. In spite of the actresses’ engaging performances, their characters never reach full status. It all looks pretty good on the surface, but then again the surface is all there is to see. Too smart for a dumb chick flick and too superficial for a smart comedy, Las insoladas is a film that will have a hard time finding an audience.
“Las Insoladas” es ante todo una obra de teatro para televisión. Obra de teatro, porque utiliza la unidad aristotélica de lugar. Seis amigas - o no tanto - se reúnen en una terraza porteña a tomar el sol durante un día entero, pero no es cualquier día. Es el día del concurso de salsa donde es casi obligado ganar, porque el cuantioso premio las puede acercar a su inalcanzable viaje al Caribe. Precisamente por este planteo sin conflicto real in situ, sin acción que, como si de un motor se tratase, haga avanzar la historia, la película es más una galería de escenas (y bikinis y culos y tetas) descriptivas que un relato con modificación consecuencia de un desequilibrio en el status quo de las protagonistas. Mientras la temperatura asciende y avanza la hora durante ese día de playa urbana (con bastantes fallos de continuidad de la luz), se suceden las escenas que muestran la relación de cada una de las seis chicas con las otras, sus vidas individuales y sus problemas personales. También por este motivo el ritmo se hace lento y pesado, porque no hay un hilo conductor que mantenga todo en tensión: al espectador expectante, la trama enredada, los personajes en apuros. Y para televisión, porque es casi una revista de corazón en fotogramas, un cotilleo sobre seis pibones corrientes de mente y aficiones. Porque esa es otra, las gordas no existen, o no existen bikinis para gordas; las feas, tampoco, o no toman el sol... Hasta hay un momento “Bailando por un sueño”: el baile, salsa; el sueño, el viaje a Cuba. La narrativa es más que convencional, por eso remite a los talkshow o a la prensa amarilla. Y las personalidades muy estereotipadas: la tonta peluquera que se sacrifica por todas porque aunque de pequeño cerebro tiene gran corazón; la hippie alternativa que cuenta cosas a las que nadie le da bola; la colgada de los hombres que no sabe estar sola; la madurita con determinación que las lidera a todas... El tipo de relación es un gran tópico: las mujeres hablan mal hasta por detrás de sus propias amigas. También las conversaciones son lugares comunes, comunes y manidos y machistas y reduccionistas... Y la película no se trata de una crítica a esa visión femenina de la vida (la que pudieran tener los hombres de las mujeres en un sentido muy reduccionista y estereotipado), porque si así fuese, en algún momento d habría un guiño que nos hiciese entender la clave crítica. Sin embargo, como para confirmar la visión que la califica de conservadora y abochornante, la escena final. Innecesaria para la narración porque ni siquiera se soluciona el conflicto en hipótesis sobre el que gira la mitad de la historia (cómo conseguir dinero para ir a Cuba). Y además viene a confirmar que se trata más de un show televisivo de variedades que de séptimo arte, que las mujeres tardan 7 horas en arreglarse para bailar y que sin los hombres no hacemos nada de nuestras vidas....
Las chicas de la azotea Minimalista al palo, la propuesta consiste en registrar retazos de diálogos y delirios de cinco atractivas chicas durante un día en la terraza de un edificio, mientras duran las horas soleadas. El recorte temporal no es al azar, esas horas pertenecen a un retazo de los noventa, con alusiones muy concretas, sobre todo tecnológicas y bastante menos sociológicas. El objetivo primordial de las amigas es tomar sol en compañía femenina para no aburrirse y porque es una opción barata, ya que los ahorros no alcanzan para irse de vacaciones. En el elenco, se entrecruzan estrellas televisivas con actrices del cine independiente y el teatro vanguardista, formando un gineceo posmoderno donde sólo un perro mascota representa al género masculino (fugazmente también los bailarines del acto final que no veremos en primer plano). A medida que aumenta la ola de calor, ellas irán ajustando los preparativos para participar esa misma noche en un concurso de salsa, donde existe la posibilidad de un premio en efectivo. Porque hay un deseo dando vueltas: el de un viaje a Cuba para prolongar el verano al menos dos semanas, pero como el ocio entretenido exige dinero, ellas se suben a la cresta del vórtice consumista, que a pesar de todo no está para nada distante de los días que corren. Con pocos pero cuidados elementos formales y temáticos, la naranja se exprime hasta sacarle todo su jugo: una estrategia constante es el gran cuidado estético de las formas: el color, la composición de cada plano, con lo que se va construyendo un verosímil donde las chicas nos mantienen atentos a sus propuestas, confesiones y desatinos. Buscando en la superficie Taretto filma bien y logra buenos rendimientos en los elencos que dirige. En sus películas habitan personajes solitarios de la Buenos Aires de clase media, como ocurre en su comedia “Medianeras” y también en “Insoladas”, donde las protagonistas tratan de cubrir el mayor espectro posible, pero en general resultan roles estereotipados y superficiales. Una peluquera, una psicóloga new-age, una empleada de un laboratorio fotográfico, una telefonista, una manicura y una promotora conforman un material que daba para indagar mucho más en los códigos de la amistad femenina o ahondar en los vericuetos sociológicos del fragmento expuesto. No es la primera película argentina donde la acción transcurre mayormente en una azotea, pero “La Terraza” sesentista de Leopoldo Torre Nilsson -por ejemplo- era un espacio ganado por un grupo de jóvenes de ambos sexos, que buscaban aislarse del control ejercido por el mundo adulto, reflejando síntomas generacionales con inquietudes diversas. Aquí, en cambio, se trata de un lugar elegido ante todo por las posibilidades visuales para contener un limitado mundo femenino y su entorno inmediato. Una búsqueda en la superficie sin demasiadas vueltas de tuerca. Aunque en “Insoladas”, la rutina de lo predecible se rompe en breves momentos, en que aparece alguna que otra sorpresa, por lo general se queda en la intrascendencia de un medio tono por momentos agradable, pero que no crece en las distintas escenas demasiado armadas (cuando no forzadas) que se acercan al cliché. Igualmente, sumando el encanto de algunos pasajes, la película tiene el mérito de no ser aburrida mientras transcurre a media sonrisa.
Nueva película de un director que nos gusta y mucho: Gustavo Taretto. Para quienes no estén familiarizados con ese nombre, basta saber que es su mirada es original, posee una particular manera de retratar lo citadino, desde sus cimientos mismos (con el universo físico claro y marcado). Explora la vida urbana y hace foco en las construcciones, paisajes y encuadres, como pocas veces se ha visto en el cine local. Su ópera prima, "Medianeras", daba una idea de su talento y ahora ya sabemos que el mismo es reconocido, al repasar el lineup de protagonistas, muchas de ellas con gran exposición televisiva en este tiempo. "Las insoladas" es su nueva creación. Un relato que reune a 6 amigas en la terraza de un edificio porteño, en un caluroso día (el 30 de diciembre) de 1995. Fresco de una época donde la dolarización regía la vida (y los actos) de la gente, las chicas se reunirán desde temprano a la mañana para tomar mucho sol para estar divinas esa noche. Tienen una coreografía que mostrar en un concurso de salsa y su jugoso premio estimula los ánimos para lograrlo. Es un grupo, hay una tarea explícita (asarse al sol y dar los últimos toques a su participación en el evento de baile) y una implícita, que pasa por elaborar las ansiedades de las protagonistas en relación a sus angustias con los temas que las atraviesan: los hombres, el trabajo, su futuro individual y conjunto y sus sueños y ambiciones más secretas. Taretto arma una estructura donde cada actriz tiene un perfil definido y juega su papel en función del juego colectivo, en forma eficiente. La terraza es el lugar donde las seis amigas (a saber, Marina Belatti, Elisa Carricajo, Luisana Lopilato, Carla Peterson, Violeta Urtizberea, y Maricel Álvarez) se irán alternando para ser centro de la escena y desplegar sus conflictos, pequeños y muy íntimos. Las amigas se plantean que están siempre en el mismo lugar (y "todos se van"), por lo cual se proponen viajar en grupo a Cuba, el próximo año. Ese deseo, caro (incluso para aquella época), se instala como eje de la acción y en base a él, irán surgiendo ideas para conseguir el dinero necesario para llegar a esa paradisíaca isla. El ideal de la clase media viajera (como medio de realización personal), el ahorro y las cuotas para conseguir cualquier objetivo material, se unen a otros temas que el relato presenta, el fin del VHS y los cassettes, la aparición de la telefonía celular y la superficialidad del menemismo, en los años que gozaba de buena salud. Taretto ofrece junto a su fotógrafo (Leandro Martínez), un film atractivo, colorido donde se garantiza desde el primer momento un alto impacto visual. Sin embargo, la lucidez en el tratamiento de la imagen no logra disimular carencias en el guión, que nunca logra cobrar vuelo y se pierde en diálogos con poca gracia y profundidad. Si bien cada protagonista tiene su espacio para lucimiento, pocas logran atrapar a la audiencia. El sol estalla en el cielo, pero la temperatura del film no lo refleja. Adolece de sintonía fina: en lugar de optar por desplegar interés y vibración en las crisis personales, con celos, locura, competencia y ambición, cada vez que una emoción aparece en el discurso de las chicas, se desinfla la presión, el conflicto se desactiva y vuelve todo a la medianía promedio del relato. Quizás esa sea su mayor debilidad: la falta de agudeza y humor en los intercambios en su rico elenco. "Las insoladas" es una película prolija y presentada en envase lujoso, pero que adolece de ese calor que la imagen intenta transmitir todo el tiempo. Los diálogos entre estas bellas mujeres noventosas no provee el salto de calidad esperable para el calibre de las intérpretes que posee. Entretiene, pero con un estilo que no logra cautivar.
Seis amigas, un edificio capitalino, una terraza, y una época social determinada; esto conjuga el combo Las Insoladas, segundo opus de Gustavo Taretto luego de la llamativa Medianeras. Ellas tienen anhelos, sueños, inquietudes, conflictos, y bien en un lugar y en un momento determinado. Sí, estamos frente a un film de diálogos, y aunque su director y guionista asegura haberles dado libertad a sus intérpretes, pareciera que cada palabra, cada punto y coma, fueran meticulosamente diagramados. Ellas son Valeria, Karina, Lala, Flor, Vicky, y Sol; o sus intérpretes, Marina Belatti, Elisa Carricjo, Luisana Lopilato, Carla Peterson, Violeta Urtizberea, y Maricel Álvarez. Seis amigas e integrantes de un grupo de danza, que en la noche tiene un concurso de Salsa, y para eso tienen que estar espléndidas. Es fines de diciembre, y van a pasar todo el día en la terraza, de polizontes, absorbiendo cada gota de sol para dorar su piel y ver rozagantes y doraditas para el jurado. Pero claro, pasan las horas, y la temperatura aumenta, en todo sentido. Podrían decir que son estereotipos o clichés de mujeres, una peluquera, la ayudante que realiza la manicura que además cumple el rol de “la nueva”, una promotora, una psicóloga amante de cuanta terapia alternativa se cruce en su camino, una recientemente separada, y “la negativa”. Las charlas, mientras se pasean en bikini permanentemente, varían de trivialidades varias a temas que tiene más que ver con su vida, sus problemas. Hasta que se instala una disyuntiva, el año que viene hay que viajar a Cuba, basta de vacaciones de chiquitaje, tiene un año entero para juntar dinero y realizar las vacaciones que marcaran sus vidas, o así auguran. Claro, todo se sitúa en la década del ’90, año específico incierto, pero de promedio, mitad de década; y ese dato lo marca todo, Estas seis chicas son hijas de la situación que atraviesa el país, de la banalidad que todo lo envuelve, de ese aire superfluo que permite hablar del comunismo y de las revistas del corazón con la misma liviandad. Años de sueños de grandeza, del vale todo, estas amigas sueñan mirando hacia el afuera que creen un paraíso, la cuba turística; creen en la estética como superadora de conflictos, y compraron esa idea de hacer todo por el objetivo. Es el capitalismo en miniatura, un botón frívolo. Las insoladas avanza erráticamente, de un comienzo algo exasperante hasta llegar al climax cuando se proponen el objetivo; ahí sí el asunto comienza a tomar forma, y se entiende mejor a qué apunta, aunque ya haya alcanzado una parte importante del metraje. Al igual que en Medianeras, Taretto adapta un corto suyo homónimo, y otra vez, el asunto huele a estiramiento, más personajes, anécdota alargada. No obstante, se nota un cuidadísimo detalle en lo técnico y en lo estético, Las Insoladas, por momentos parece una obra pop de Andy Warhol, y hasta los colores no son librados al azar. El grupo de intérpretes despliega química y luce homogéneo aun cuando sus personajes empiecen a ventilar los trapitos al sol entre ellas. De entre todas, quien más se luce es Violeta Urtizberea, en el rol con mayores matices, más logrados, y con la mejor escena de la película a cuestas; Violeta demuestra que desde Magazine Forfai no ha parado de crecer en talento. Algunos toques confusos en la ambientación de época (por momentos pareciera que transcurre durante todos los ’90, con cosas de los primeros años y de los últimos a modo de melange) y tropiezos en la continuidad, nublan el conjunto, y llaman la atención ante tanto detalle en la puesta en escena. Con sus aciertos y sus desconciertos, Las Insoladas es una obra que pretende graficar una época a través de un cliché, d una situación que mirada con cierta lejanía suena hasta de grotesco, pero que en ese momento era real y palpable. Ese indudablemente es su mayor acierto, saber dosificar los dardos en un ámbito que pareciera de vacuidad total. Cada una con sus personalidades diferentes y marcadas, pero con la misma nada a cuestas, representan a un sector de esa sociedad que parecía dormir en un sueño eterno; quizás Taretto esté queriendo decir más de lo que parece.
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