Son varios los aciertos que tiene esta nueva película del argentino radicado en Uruguay Adrián Biniez (Gigante, El 5 de talleres) que vimos el año pasado en Mar del Plata y se estrena este próximo jueves de forma comercial. El primer acierto es que con cuando su recurso central parece agotarse, la película termina. Y eso se recibe bien: el hecho que su protagonista, Alfonso Tort (actor y personaje llevan el mismo nombre) ingrese al mar y cuando salga lo espere un cambio temporal en la historia de su vida es un recurso que puede sostenerse hasta cierto punto. El viaje en el tiempo es un componente narrativo que, bajo los ojos de Alfonso se devela como algo muy natural. El espectador tendrá que entrar no sin dificultad a ese universo. Lo que parece un viaje extraordinario se aparece como lo contrario y Montevideo con su inmensa costanera dividida por dos aguas: la del Rio de la Plata y la del Atlántico parece tener con ver con ese imaginario del agua con poderes extraordinarios. Alfonso sale del agua con su traje de baño y entra a distintas situaciones de su vida: como niño pequeño, como adolescente, como joven, como hombre, como marido, como padre. Cada una de estas minihistorias está titulada con el nombre de un libro de la niñez: La isla de los Robinson, Viaje al mundo en 80 días, y así. Esa referencia a la literatura infantil es interesante: Alfonso está hecho de esas historias que su madre le leía (le lee?) y su mirada ingenua sobre la realidad se confunde entre la visión adulta y la infantil. Tal vez lo que le falta a este personaje es una densidad que el director dejó librado a la constante, intensa y por cierto estresante entrada y salida del agua.
Luego de hacer “El 5 de Talleres”, una buena película que se podría caracterizar por tener una estructura “clásica”; Adrián Biniez propuso insertarse en el cine experimental, presentando una rareza cinematográfica y no falló en el intento. “Las Olas” es el título de este film que nos produce extrañeza de principio a fin. Localizada en Montevideo, con un formato particularmente distinto a lo convencional, el director nos realiza un recorrido por distintos momentos de la vida de Alfonso. Utilizando la salida y entrada al mar del protagonista, éste va transitando vacaciones de verano de distintos momentos de su vida; como su infancia, adolescencia con amigos, viajes en carpa con sus novias y veranos en familia con su mujer e hija. Durante la narración, el relato se va permitiendo jugar constantemente con la linealidad y con cuestiones de los personajes de una forma que no deja de generar intriga e interés en los espectadores; lo que podría hacer que la película no sea del todo apta para el público masivo. Pero para quienes disfrutamos de dejarnos sorprender en la sala de cine es una gran experiencia. Es difícil de entender en un principio, pero a medida que va a avanzando y comprendemos su formato y estructura, nos sumergimos en la historia con el personaje, viendo sus distintas experiencias mientras éste cambia. Tanto su perspectiva sobre la trama, como la nuestra, también va mutando. Con una ambigüedad que acompaña al relato de principio a fin, queda abierta la posibilidad a múltiples interpretaciones. Por mi parte, como espectador, la entendí como un viaje introspectivo hacia distintos momentos en la vida de un hombre, fundamentales en la constitución individual de sí mismo; todo bajo el contexto de las vacaciones que se puede comprender como que está liberado de las instituciones que día a día ejercen presión en nuestra formación. Aunque puede verse de muchas otras maneras, otra visión que noté posible, en mi experiencia, es la concepción de un sujeto de clase media que busca un crecimiento en un ámbito tan cercano, parecido y distinto a Buenos Aires, que es Montevideo. Siendo una producción pequeña y de bajo presupuesto, esto se nota muy poco en la pantalla. El relato no requiere de grandes efectos o técnicas costosas y está acompañado de una fotografía muy bella con actuaciones que hacen verosímil un relato que sucede en un mundo que no avanza de las mismas formas espacio-temporales que el nuestro. En balance, es una película que no es para cualquier espectador o espectadora, que toma su tiempo entenderla. Pero si como público buscamos sorprendernos por lo que tiene para proponer la historia, es una experiencia que vale la pena no perderse. Al ser una narración ambigua, que presta lugar a interpretaciones múltiples, invitamos a los lectores a que cuenten su experiencia e interpretación.
Una tarde como cualquier otra en Montevideo, Alfonso (Alfonso Tort) termina su jornada laboral y se zambulle en el mar. Pero cuando sale, aparece en un agreste balneario, a la búsqueda de su mujer y su hija. Es el punto de partida de Las olas, tercera película del argentino radicado en Uruguay Adrián Biñiez, quien luego de retratar a un tímido hombrón en Gigante (que le valió el Oso de Plata en la Berlinale de 2009) y a un ex jugador de fútbol en El 5 de Talleres, incursiona ahora en terrenos fantásticos, aunque sin perder la melancolía y el humor asordinado característicos del cine "charrúa".
Sumergirse en la propia aventura de soñar. La duermevela es un estado fascinante que permite entrelazar realidad y sueño en un mismo relato. Mucho más utilizado en el ámbito literario -por ejemplo por Macedonio Fernández- que en el cine, siempre que no estemos hablando del genial David Lynch, referente habitual cuando se trata de pensar el séptimo arte como una suerte de proclama anti realista. Eso es lo que ocurre en este extraño y a la vez bienvenido opus de Adrián Biniez (Gigante y El 5 de Talleres), Las Olas, con su propuesta de relato episódico, que coquetea con la comedia absurda, el cine de aventuras y un intrigante buceo por los rincones de los sueños, los recuerdos y la deformación de la realidad a partir de la memoria y su capacidad evocativa. El protagonista de este relato es Alfonso (Alfonso Tort). Su aspecto entre inocente y aniñado genera en el espectador la incertidumbre sobre su real madurez. Todo se disipa cuando se precipita en una corrida hacia el mar, ese espacio ambiguo que le permite nadar sin ataduras hacia el pasado o tal vez hacia su mundo de reconstrucción de recuerdos de veranos en la costa o las mujeres con las que entabló algún que otro roce amoroso durante aquellas estadías. La ambiguedad transmitida por Alfonso cuando recibe reprimendas o retos de sus padres, al responder desde la rebeldía de un niño con palabrotas o incluso en el modo de relacionarse con otros niños implica en cierta manera una forma de exponer los contactos afectivos con la infancia y no renunciar jamás al niño interior, a pesar de la adultez y de las etapas madurativas per sé donde la realidad es menos líquida que la que supone el mar y su inmensa chance de sondearlo. Por momentos, Las Olas en ese ir y venir continuo entre la aventura y la capacidad de asombro cuando nada de lo que ocurre en pantalla puede anticiparse genera por peso propio un mecanismo intrínseco para alejarla de todo intento de anclaje con lo real y lo mismo ocurre con el humor anecdótico que atraviesa el derrotero del protagonista y los personajes secundarios que aparecen en su aventura. Una propuesta distinta con el riesgo que eso implica para este director prometedor en cada una de sus películas y que insufla de aires renovados a un cine rioplatense que debe tenerse siempre en cuenta.
El lobo de mar El argentino Adrián Biniez (Gigante, El 5 de Talleres) filma un trabajo disruptivo narrativamente que atraviesa el tiempo a través de diferentes flashbacks que marcan una época en la vida del personaje. Alfonso (Alfonso Tort) sale de su trabajo y camina hacia el mar. Se saca la ropa y se tira a nadar. Como un lobo de mar emerge a la superficie pero en otra época y espacio. Así Alfonso atraviesa diferentes planos temporales que lo hacen regresar al pasado para resolver varias dudas que lo inquietan. Dividiendo cada flashback con el título de una obra de Julio Verne, Biniez trabaja un relato fragmentado, que funcionan como si se trataran relatos cortos atravesados por un común denominador que no es otro que el personaje central. Alfonso nada, sale a la superficie y se encuentra con su madre, nada y vuelve a la tierra para encontrar a sus amigos de la infancia o a su ex mujer con su nuevo marido. El realizador cuenta la vida de Alfonso, con la particularidad de que el actor interpreta al personaje de niño, de joven y de adulto sin cambiar un ápice su apariencia. Este recurso hace que sus vueltas al pasado sean a partir de la visión que tiene a esta edad y no la que le correspondería a ese momento de su vida. Por momentos surrealista, cargado de un humor donde predomina la ironía y la acidez, y por otro con cabos sueltos que no tienen la necesidad de encontrar una explicación, Las olas tiene la frescura del mar y la calidez del sol veraniego con un gustito muy uruguayo.
Vacaciones pasadas Las olas es una película dirigida y escrita por Adrián Biniez (Gigante, El 5 de Talleres). Coproducida entre Argentina y Uruguay, el reparto incluye a Alfonso Tort, Fabiana Charlo, Martín Baumgartner, Julieta Zylberberg, Victoria Jorge, Lucía David de Lima, entre otros. Participó en el Festival de Cine de Mar del Plata y en la 65 edición del Festival de San Sebastián (Sección Horizontes Latinos). Al salir de trabajar, Alfonso (Tort) se dirige a una de las playas uruguayas y se adentra en el mar. Al emerger, él está igual pero el tiempo y espacio cambiaron. Gracias al océano, Alfonso podrá volver a ser parte de las vacaciones que vivió en su infancia, adolescencia y adultez con sus amigos, padres y novias. Las olas es el claro ejemplo de que no solo teniendo una gran idea se puede conseguir un buen film. La película está dividida en muchas partes, cada una titulada con el nombre de clásicos libros de aventuras. Lo que al principio puede interesar por el desconcierto que genera el ver al protagonista llegar a una playa siempre en distinto traje de baño y encontrarse con personas que no tenemos idea quiénes son, pronto hace agua por todos lados. Y eso sucede principalmente porque ni el director pareciera saber qué es lo que quiere transmitir con esta historia, que algunos encasillan en una comedia pero para nada logra ese resultado. La película fue rodada con un equipo de tan solo ocho personas y el poco presupuesto resulta notorio, sin embargo esto no sirve como excusa: si se armaba un buen guion y si el protagonista daba una mejor interpretación las cosas serían muy distintas ya que no se puede negar que la idea está muy buena, pero si no existe un relato sólido detrás es difícil que el producto sea aceptado por el espectador. Que Alfonso Tort, dependiendo la etapa de su pasado en la que se encuentre, deba actuar como niño o joven inmaduro, no hace más que aumentar la ridiculez de un personaje con el que nunca se logra empatizar. No hay explicaciones sobre por qué Alfonso tiene esta capacidad de volver a su pasado a través del mar, así como tampoco se esclarece cómo es que su entorno lo acepta sin más aunque su cuerpo es el de un adulto. Por una charla que él tiene con un amigo podemos captar que el adolescente se da cuenta que Alfonso viene del futuro, ya que le hace varias preguntas sobre qué pasará con su vida y el protagonista contesta sin un ápice de duda. Por lo demás, sólo se salva Julieta Zylberberg en el rol de la ex pero su tiempo en pantalla es ínfimo. Así es como Las olas desperdicia un concepto imaginativo que daba para mucho más. Sin ritmo y con personajes planos, la paciencia deberá hacerse presente durante los 88 minutos de duración.
Desde su debut con la multipremiada Gigante (2009), Adrián Bíniez pasó a ser uno de los cineastas argentinos con más proyección internacional. El 5 de Talleres (2014), que lo trajo a su Remedios de Escalada natal (ahora reside en Uruguay), confirmó su talento para retratar las relaciones humanas y los personajes lidiando con la madurez. Las olas (2017) es una continuación de sus preocupaciones, pero incursionando en otro género, lejos del realismo. Tras cumplir con su jornada de trabajo, Alfonso (Alfonso Tort) se zambulle en las aguas de Montevideo, como quien decide refrescarse un poco. Pero al volver a la superficie, al regresar después de cada zambullida, aparece en diferentes balnearios de distintas épocas de su vida, lo que le permitirá hacer contacto con padres, amigos, novias, su ex mujer, su hija. Si bien las referencias literarias se hacen presentes desde los nombres de cada episodio (La isla del tesoro, La vuelta al mundo en 80 días, etc.), la película misma funciona a la manera de los cuentos de autores como Jorge Luis Borges, Julio Cortázar y Adolfo Bioy Casares: el elemento fantástico se apodera desde el principio de la historia, y el personaje siempre está entregado a esa lógica sin hacer cuestionamientos, como si se sumergiera en un sueño. Bíniez le da un tono de comedia, pero no basándose en gags sino por situaciones que se dan naturalmente, como en el detalle de que Alfonso, sin importar a qué época de su vida regrese, conserva la edad y la forma de adulto. El director tampoco le escapa a los momentos algo más delicados para el personaje, consiguiendo una mezcla de tonos que le da un gusto propio a la película. Alfonso Tort -uno de los protagonistas de 25 watts (2001), film que en su momento le dio nueva vida al cine uruguayo- es el protagonista, y lleva adelante su trabajo con autoridad, sin exageraciones y siendo convincente en todas las etapas de la vida que el personaje vuelve a vivir. El resto del elenco es igual de acertado y variado. Se destaca Julieta Zylberberg, quien vuelve a estar a las órdenes del director después de El 5 de Talleres. Realismo mágico, humor, drama, amor, la vida misma se da cita en Las olas, que además demuestra que Bíniez no teme tomar caminos arriesgados.
El argentino radicado en Uruguay Adrián Biniez debutó en la dirección de largometrajes con Gigante, un retrato minimalista acerca del día a día de un guardia de seguridad. Su segundo trabajo fue El 5 de Talleres, que apostaba al costumbrismo barrial para narrar los últimos días como profesional de un futbolista del ascenso. En Las olas, vuelve a cambiar de estilo para una historia atravesada por la fantasía, lo onírico y los recuerdos. El protagonista es Alfonso (Alfonso Tort), un cuarentón en apariencia común y corriente que después de un día de trabajo se pone la malla para un baño en las costas montevideanas. La particularidad es que cuando salga del agua lo hará en momentos distintos de su vida, pero con él siendo el adulto de siempre. Las vacaciones con los padres (que lo tratan como a un chico) primero y con amigos después, el pedido de explicaciones a una ex que lo dejó con el corazón roto y un campamento de verano en un bosque son algunas de las postas de un viaje por distintas playas que funciona como el reencuentro de Alfonso con su esencia sentimental. Dividido en capítulos titulados con obras de clásicos de la literatura del siglo XIX, en especial de Julio Verne, Las olas arma el rompecabezas de la vida de Alfonso con paciencia y sin apremio. Biniez apuesta por un tono lúdico y tranquilo, sin subrayados ni grandes picos dramáticos, para redondear una película que fluye con la misma naturalidad que las olas del título.
La nueva película del argentino radicado en Uruguay Adrián Biniez puede parecer un juego estilístico, pero la primera palabra está lejos de confirmarse en una realidad. Es que Alfonso, el protagonista de la tercera película de Biniez, luego de las muy distintas Gigante y El 5 de Talleres, cada vez que ingresa al agua, sea del mar o de un río en el Uruguay, cuando sale es él mismo, pero en otro momento de su vida. No cambia su cuerpo, por lo que puede ser que esté hablando como un niño de 6 años. La extrañeza que causa tal(es) situación(es) en parte se ve diluida porque cada episodio específico estás separado con el título de un libro de aventuras. Entonces lo que vemos es una unidad, una integridad fragmentada, y la suma de esas partes nos dan una idea de cómo es, qué piensa, qué lo motiva y por lo que ha pasado Alfonso en su vida. Así, Alfonso camina descalzo por la ciudad, con su malla puesta. Hay un trabajo desde el absurdo, y desde lo fantástico. La posibilidad de recorrer la vida, volver al pasado para luego ubicarnos en el presente es más que un idea original. Todo esto lo confirma el hecho de que la actuación de Alfonso Tort es, si se quiere, monocorde. Julieta Zylberberg –que había tenido una brillante actuación en El 5 de Talleres- aquí corre con un rol secundario en esta película atípica, sí, pero atípicamente atractiva.
El mar como origen de toda aventura En su tercer largometraje, el director de Gigante y El 5 de Talleres se sumerge en un mundo a la vez fantástico e ingenuo. Después de cada nuevo chapuzón, el protagonista vuelve a experimentar distintos episodios de su vida, como niño o adolescente. Desde que al cine argentino se le antepuso el “Nuevo”, el mar es sinónimo de purificación, de reinicio, de la purga de un pasado con miras a un futuro distinto. Como si la sal curara heridas físicas pero sobre todo emocionales, hombres y mujeres de todas las edades se sumergen en las aguas del Atlántico para renacer y dejar atrás quienes fueron. Las olas no es estrictamente argentina, como así tampoco su realizador: Adrián Biniez nació en Lanús pero hace años se afincó en Montevideo, y su última película es, al menos en términos de producción, más de aquél lado del Río de la Plata que de éste. Quizá por eso el mar cumple aquí un rol distinto, más cercano al de las aventuras marítimas de tintes fantásticas de la literatura del siglo XIX que a la expiación intimista. Un linaje que el propio Biniez reconoció en la entrevista al suplemento Radar del último domingo y que como director valida incluyendo títulos de clásicos de aquel género en las placas que funcionan como separadores de los distintos capítulos, con especial predilección por la obra de Julio Verne, algunas de cuyas líneas sirven para el desenlace. Como en los libros del autor de La isla misteriosa, La vuelta al mundo en ochenta días y Viaje al centro de la Tierra, por citas algunas referencias usadas en los separadores, Las olas presenta un universo en el que la aventura imposible es falible de volverse real. Estrenado en el último Festival de San Sebastián, el tercer largometraje del responsable de Gigante y El 5 de Talleres abre con varias tomas de distintos puntos de Montevideo, terreno en el que Alfonso (Alfonso Tort) se mueve como pez en el agua y cuyas paredes contienen, como una piel, las huellas de su historia personal. La cámara lo encuentra casi como al pasar, vestido de traje y corbata, recorriendo distintas licorerías por motivos que en principio se desconocen. En principio y al final también, puesto que el film omite cualquier explicación sobre el tema. Una omisión que, lejos de agujero narrativo, se corresponde al valor anecdótico de su potencial oficio. El núcleo del relato despliega sus alas después de que Alfonso se ponga la malla para un baño en las aguas de la rambla, allí donde el río amarronado empieza a dar paso a las primeras corrientes de agua salada. PUBLICIDAD Las cosas empiezan a enrarecerse cuando salga del agua en un tiempo con indisimulables coordenadas del presente aun cuando lo que vea –¿imagine?– sean escenas de su infancia y juventud. ¿Qué ocurrió? ¿Acaso es un sueño? ¿Un viaje alucinatorio? ¿Una introspección con fines terapéuticos, de reconciliación interna? Poco importan los motivos del choque de temporalidades, dado que en Las olas la fantasía, lo onírico y los recuerdos se entrelazan hasta volverse un todo imposible de disociar. Lo primero que ve Alfonso es a una pareja de cincuentones que en realidad son sus padres. Padres que lo tratan como a un chico –mamá le hace un sánguche, papá se enoja porque se portó mal– aun cuando él siga siendo el mismo cuarentón de siempre. Otro chapuzón y ahora el encuentro es con aquellos amigos de la adolescencia, cuando el entrecruce de miradas con las chicas era el mejor combustible para la explosión de las hormonas. “¿Voy a seguir haciendo música a los 35 años?”, le pregunta uno de esos jóvenes, aceptando sin un atisbo de sorpresa que aquel hombre es y a la vez no es su amigo. El pedido de explicaciones a una ex que marcó a fuego su corazón (con la actual pareja de ella como involuntario pero cómodo testigo), largas charlas veraniegas y un campamento en un bosque son algunas de las postas de un viaje por las etapas clave de la vida de Alfonso. Un viaje que marca un nuevo quiebre en la filmografía de Biniez. El realizador pasó de la observación lacónica de un guardia de seguridad en Gigante al costumbrismo futbolero y barrial con El 5 de Talleres, y ahora a un recorrido lo-fi, sin estridencias ni quiebres de guión, tan derivativo en su estructura como naturalista en su registro, que fluye con el ritmo cansino e hipnótico de las olas espumosas durante el verano.
Argentino radicado hace unos cuantos años en Montevideo, Adrián Biniez cambia notoriamente de rumbo con su tercer largometraje. Ya sus dos películas anteriores - Gigante y El 5 de Talleres- revelaban talento y personalidad, pero con Las olas Biniez despega hacia otra dimensión, alejándose del naturalismo y proponiendo una narración atípica, de espíritu lúdico, evocativo y azaroso. Dividida en episodios cuyos títulos citan a los de la saga de novelas de la colección Robin Hood (clásicos de la literatura juvenil de Julio Verne, Emilio Salgari o Robert Louis Stevenson), la historia tiene como protagonista a Alfonso, interpretado por Alfonso Tort, símbolo del cine uruguayo que brilló en la década pasada con películas como 25 Watts y Whisky, nacidas de las entrañas de Control Z, la misma productora de Gigante. Con un humor exótico y una carga intensa de melancolía, Las olas recorre sinuosamente la educación sentimental de un personaje gris pero también adorable, desde su infancia hasta su adultez, a la manera de un alucinado viaje en el tiempo sin lógica ni ataduras. Como si Francois Truffaut hubiera decidido reunir en un solo film todas las etapas de la vida de Antoine Doinel, uno de los antihéroes más fabulosos de la historia del cine. La sensibilidad y el buen gusto del trabajo fotográfico y la precisión milimétrica del montaje potencian la poética de esta película lírica y encantadora.
Un hombre se zambulle en el mar y, al volver a la playa, tiene una serie de flashbacks que lo llevan a recordar distintas situaciones de vacaciones en ese mismo lugar. Los personajes se hilvanan y deshilvanan en esta original y bastante disfrutable comedia lunática con personajes divertidos, chicas celosas y niños salvajes, enmarcados en distintos capítulos con aventuras de Julio Verne o Emilio Salgari como "Viaje al centro de la tierra" o "Los tigres de la Malasia". Hay algunas situaciones adolescentes, otras más adultas unas de las mejores escenas del film trata sobre quién fue infiel a quién en un triángulo amoroso-, y también infantiles, y si bien no todas tienen la misma eficacia la película avanza con buen ritmo y humor. Las actuaciones son creíbles a pesar del contexto de comedia del absurdo que "Las olas" adquiere en más de un pasaje. La fotografía aprovecha las locaciones uruguayas e inclusive aporta algunas visiones poéticas. La música lounge de Estupendo hace honor al nombre de la banda.
Alfonso sale exhausto de trabajar y va a la playa. Se sumerge en el agua. Al sacar la cabeza está en otra playa y sus padres -que tienen casi la edad de el- lo esperan gritando en la orilla. Allí comienza este viaje fantástico por las diferentes vacaciones a lo largo de su vida, donde Alfonso tiene cuerpo adulto y las situaciones se siguen sin orden cronológico, interrumpiendo con un tono de intimidad y nostalgia, su cruce con novias, amigos de la adolescencia, de la niñez, su hija y su soledad. Adrián Biniez (Gigante, El 5 de Talleres) está detrás de este film coproducido entre Argentina y Uruguay, el reparto incluye a Alfonso Tort, Fabiana Charlo, Martín Baumgartner, Julieta Zylberberg, Victoria Jorge, Lucía David de Lima, entre otros. Participó en el Festival de Cine de Mar del Plata y en la 65 edición del Festival de San Sebastián (sección Horizontes Latinos). El detalle, Alfonso se sumerge en las playas de Uruguay y sale en distintas épocas de su vida, siendo siempre el mismo pero diferente a los ojos de quien lo esperan en la orilla. Alfonso Tort viaja al pasado cada vez que se sumerge Es algo distinto para el cine nacional, no cuenta con efectos especiales pero lo fantástico está. La naturalidad con la que el personaje repite cada momento de su vida, pero esta vez, desde otro punto de vista es lo que hace más llevaderos los 90 minutos de duración. La cinta tiene se divide en varios episodios titulados con los nombres de distintos cuentos de aventuras, y con la colaboración en el montaje de Alejo Moguillansky, la película arma de a poco y sin orden la vida del protagonista de manera significativa. Escondidos en los medanos Aunque no hay explicaciones de por qué Alfonso puede volver al pasado a través del mar, es algo distinto y bastante acertado.
Un hombre de unos cuarenta años es retado por sus papas, o se encuentra con sus novias, o tiene su primera borrachera de la niñez que se transforma en adolescencia. Ese hombre, el protagonista del filme, el notable actor uruguayo Alfonso Tort, se ve en el pasado, vive, apresa los inasibles hilos de una emotiva memoria que salta al ritmo de una ola de nostalgia o vivencias escondidas, que navegan con los libros de la colección Robin Hood. La misma que lo acerca a “La isla misteriosa”, “La vuelta al mundo en 80 días” o “Viaje al centro de la tierra”. Con Stevenson, Emilio Salgari y sobre todo Julio Verne. Lo que le ocurre al protagonista cada vez que sale del agua, es que transita, sin cambiar su aspecto físico, siempre en malla, amores, fantasías, o lo que queda de los verdaderos recuerdos que se transforman en nuestra cabeza con el paso del tiempo. Se trata de un recurso ideado por el director y guionista Adrián Biniez, que le permite jugar con lo que habita la cabeza del protagonista, un rompecabezas que muestra sus piezas sin orden cronológico, para que el espectador acompañe encantado a ese ser que viaja con la materia de los sueños y las experiencias. Por momentos un real aprendizaje amoroso masculino, poblado de desconciertos, éxitos y fracasos, los primeros amores, los dolorosos fracaso de adulto. Todo mezclado como el bagaje que nos acompaña y nos define. El director recure a carteles con títulos de famosas novelas dedicadas a la niñez y juventud, algunos recursos de comedias de antaño, animaciones. Pero el verdadero efecto de extrañeza, del protagonista siempre adulto en situaciones de otro tiempo, es el más feliz de los hallazgos y encuentra en el protagonista a un notable intérprete que siempre estuvo en la cabeza del realizador mientras redondeaba el proyecto. El resultado es un film notable, lejos del naturalismo, aunque se disfraza en muchos momentos de él, y se interna sin miedos y con mano segura en un pasado fluctuante, que asoma caprichoso para sorprendernos a cada paso. Lleno de detalles bien pensados, con la emotividad a flor de piel, para ver con una permanente sonrisa en el rostro. No se la pierda.
Adrian Biniez es un artesano del cine. Pocos directores dedican tanto a la construcción de sus relatos, personajes, climas y ambientes como él. Ya en sus propuestas anteriores, “Gigante” y “El 5 de talleres”, se animó a configurar universos en los que una sola palabra dicha por los intérpretes terminaba por revalidar aquella estructura que presentaba y la potenciaba. En esta oportunidad en “Las Olas” (Uruguay/Argentina, 2016), ofrece una historia episódica que termina por cerrar con el último segundo de su personaje en la pantalla. Buceando en el realismo mágico, y entendiendo el verano y la playa como posibilidad infinita de exploración y sentido, Biniez configura una historia que se revalida en cada fragmento de la misma que ofrece. Un personaje llamado Alfonso (Alfonso Tort) la inmensidad del tiempo expresada en esas tardes eternas de sol, arena y agua. Las olas como elemento unificador de varios momentos y veranos del protagonista, un hombre al que lo vemos transformarse, mágicamente, en un adolescente, en un niño, en un hombre, en un trabajador, padre, hijo, amigo, marido, ex marido, y mucho más. Dejarse llevar por “Las Olas” es navegar en aquellos caminos que el cine permite jugar con el espectador, si bien todo relato se termina de completar con el público, con su mirada, con sus sentimientos y emociones, aquí es necesario para leer las subcapas que la historia propone. La infancia, juventud, madurez y nuevamente la infancia, son los espacios que el director decide construir para que los personajes jueguen, y gracias a la solvencia con la que componen las escenas, no es raro que un hombre de cuarenta pueda hacer de un niño de ocho. “Las Olas” juega con la atemporalidad, y con las posibilidades que el extrañamiento, la necesidad de una expectación y curiosidad por los hechos que se presentan, escapen de la tradicional actitud pasiva del espectador. Al recorrer lugares propios, pero reconocibles y universales, el camino del relato es simple de recorrer, trazando, necesariamente, desde la identificación, un universo de sentido que excede y supera su propuesta. Alfonso Tort se presta al juego y ofrece una composición única, con pequeños detalles y gestos que agrandan la experiencia de acompañarlo en su búsqueda en el tiempo de respuestas, sentido y forma a sus días. Secundado por un elenco integrado por actores como Julieta Zylberberg, Fabiana Charlo, Carlos María Lissardy, entre otros, todos juegan el juego en el que Alfonso va cambiando de edad. Película entrañable, de climas y atmósferas precisas y concretas, “Las Olas”, centrada en ese viajero en el tiempo, demuestra que a pesar que todas las historias ya se han narrado, siempre hay posibilidades de volver a explorar recovecos que ni siquiera en los mejores y más recordados sueños pueden expresarse.
El mitad uruguayo-mitad argentino Adrián Biniez ganó el Oso de Plata en Berlín con su ópera prima, la estupenda Gigante. Su tercer largo, después de El 5 de Talleres, que dejaba Montevideo por Remedios de Escalada, vuelve a la geografía uruguaya, con acento en sus playas y sus generosas aguas de distintos colores: más gris en la ciudad, más azulada hacia el Este. Las Olas es una de esas películas que se cuentan en una línea, una idea (muy) original: un tipo entra y sale del mar, y emerge cada vez en un lugar y un momento distinto de algo que parece su vida. En malla de distintos estilos, según las épocas, Alfonso (Alfonso Tort), parece por momentos asistir impávido a su pasado, preguntando a su ex (Julieta Zylberberg) porqué lo dejó, pero sólo como para saber. O sometido, como niño, al capricho de una adulta sensual. La decisión de que el mismo actor ocupe roles de lo que parecen menores de edad es discutible, pero le suma extrañamiento a una propuesta que viaja, como Alfonso, entre distintas aguas. Las de un humor absurdo y deadpan, un fantástico bajado a tierra, para una comedia asordinada, de locura calma, muy uruguaya. Como viñetas separadas por las sucesivas inmersiones del protagonista, las escenas van construyendo un relato de piezas que se niegan a armarse en rompecabezas. También Las Olas resiste clasificaciones a mano, y ahí encuentra una de sus fortalezas.
EL MÉTODO El primer rasgo destacable de Las olas es la evidencia de un método. En este sentido, y dentro de las relaciones intertextuales que plantea con la literatura (Salgari, Stevenson, Verne), el protagonista Alfonso parece la Alicia de Lewis Carroll. Aquí, en vez de caer a un pozo, ingresa al mar y entonces asistimos a un mundo de tiempos cruzados, donde sus diferentes etapas de la vida estarán encarnadas por los personajes que se topa en el camino. El asombro nunca se apodera de él y el carácter sobrenatural de la situación está despojado de emociones. Se percibe un halo de inocencia y de irresponsabilidad infantil en este niño en cuerpo de hombre, y también un ente que halla en el torso desnudo y el traje de baño su naturaleza cómica. Los títulos de cada segmento, vinculados al imaginario de los libros de aventuras, refuerzan una mirada desprejuiciada ante el mundo. Este recurso se sostiene por momentos a partir de un solapado uso del humor basado en el extrañamiento que generan los esporádicos intercambios gestuales y verbales. Hay, incluso, una saludable libertad que bordea el surrealismo y un aprovechamiento visual del espacio natural que engalana. Pero también están las consecuencias visibles y no necesariamente estimulantes, esto es, un manejo desangelado que agobia y el diseño de un personaje central sin matices, más forzado a confirmar un método que a cobrar vida en pantalla. De este modo, lo que prevalece es la explotación de una idea narrativa original cuyas formas se tornan recurrentes. Y quienes se atrevan a buscar interpretaciones simbólicas a partir de la presencia del mar y sus connotaciones, allá ellos. De igual modo ocurre con las vinculaciones que puedan establecerse con la literatura infantil, sólo una decorosa manera de utilizar separadores, porque el protagonista está a años luz de la vitalidad y la intensidad de un Sandokan o un Fogg. Más bien se mantiene en un registro monocorde y su aparente singularidad no puede evitar la pronta fecha de vencimiento. Más allá de lo anterior, y como en todo viaje, hay paradas y paradas. Algunas funcionan, por ejemplo, aquella en la que dos carpas enfrentadas con dos chicas diferentes (una novia y una ex) se disputan su atención. Son atisbos de poesía en medio de un cálculo formalista que se vuelve lastre y que confirman la versatilidad y la capacidad lírica de este joven e interesante director que, en este caso, apuesta por lo lúdico y el azar con resultados dispares.
Las olas: Las memorias de Alfonzo. “El mar es una expresión idiomática que no puedo descifrar“. Jorge Luis Borges (Buenos Aires 1899-Ginebra 1986) No es fortuita la comparación de la memoria y el mar, del reflujo constante, de la marea de recuerdos. Conocidas y manidas metáforas que se antojan anquilosadas y que jamás terminaron de definir ambas cuestiones; la vehemencia de la memoria, la testarudez del mar. Hasta que Adrián Biniez en “Las Olas”, juega con una nueva rosca al tópico que hacia el final recuerda ese cuento que tanto amaba el bardo porteño, “Chuang Tzu soñó que era una mariposa. Al despertar ignoraba si era Chuang Tzu que había soñado que era una mariposa, o si era una mariposa que soñaba ser Chuang Tzu.” Cercano también es en ambos, arguyo fantaseando un poco más las comparaciones que hago, el amor por esos relatos clásicos de R. L. Stevenson, Emilio Salgari, Jack London y porque no Julio Verne. Exótica mixtura que se reduce a la memoria partida de un hombre que nada. Alfonso (un bucólico y hasta a veces apático Alfonso Tort) sale de trabajar y va al mar. Se sumerge en el agua y nada. Emerge en una playa donde estuvo de vacaciones con su familia cinco años atrás. Dando comienzo a un naufragio en la memoria de su historia, partida en siete recuerdos que no concluyen, solo se pierden en el siguiente, como si al inspirar el nadador, transmutaran como las corrientes marinas. Será así, todo el film, una suerte de metáfora del mar y los recuerdos en imágenes con Alfonzo adulto interpretando todas sus edades. Sutil el realismo mágico, como si se atemperara en costas más australes y atlánticas, que son las uruguayas, que las del cálido pacifico que tanto provecho sacaron al género. Las novias, los amigos, los padres y el amor. Las voces a veces sin rostro, otras hasta con la piel desnuda, se esparcen en siete ciclos que subtitula con una obra de la literatura de aventuras, como esa al principio que llama “La Isla Misteriosa” en la que no muestra a esa mujer que tanto amó que la hizo madre de su hija, a la que si vemos, como dejada atrás en una huida desesperada. Sale del mar, y solo encuentra la sombrilla y bolsos abandonados, corre a la casa, que han dejado sola como a la niña. O “La familia Robinson” y el recuerdo de los padres el aprendizaje rudimentario y clave de la medida y el amar a pesar de no estar de acuerdo. Se recorta así una onírica sucesión que irá tomando forma, hablará del abandono, la amistad y el desamor, como del amor a dos novias, partido y puesto en el mismo lugar. Porque ella, la memoria, guarda por asimilación de pareceres, de sentimientos. Romperá entonces la magia la intervención del viaje temporal cuando el recuerdo se convierta en un inquisidor y pregunte sobre el futuro que no conoce. “Soñé que era el hijo de Lady Gaga” dirá Alfonzo respondiendo al sueño de un amigo adolescente de un mundo todavía lejano a esa estrella pop, y lo hace en cierta manera para acallar la tristeza del otro, ridiculizando ese onírico cuento que hasta ahí viene narrando el film. Como si el personaje escapara por un momento del relato solo para mofarse de él. La novia que no fue, la esposa que abandonó y que lo abandonó a él, los padres, los amigos, una y otra vez se sumerge en las olas para surgir en otro instante, siete veces, siete títulos que puede que sean idóneos o no y que al final, verás querido espectador, no sabrás si es el hombre recordando una vida que fue en el mar que nada y atraviesa, o si es el mar recordando al hombre que nadó en él y dejó allí esparcida su historia que estrella constantemente en la costa.
Crítica emitida en radio. Escuchar en link.
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Realizada en Uruguay por el director argentino Adrián Biniez, esta película es un poco difícil de explicar y analizar. Porque, de una manera muy particular, cuenta la vida de Alfonso (Alfonso Tort) como si fuese un flashback. Los recuerdos del pasado afloran luego de que el protagonista, cansado de su jornada laboral, va en bicicleta a la costa y se tira al agua. Allí, cada vez que emerge, aparece en un momento distinto de su existencia. Cada segmento es titulado con el nombre de un libro de aventuras, donde nos cuenta cómo era Alfonso en esa época, pero siempre teniendo la misma edad que cuando se tiró al agua por primera vez, es decir, un adulto. De algún modo, se hace el nene al interactuar con sus padres, o el adolescente mientras está con sus amigos o también de campamento con alguna de sus novias. La mayor parte del film está rodada en diferentes balnearios donde el protagonista viste una malla distinta para resaltar los cambios temporarios y de lugar, además de que siempre se encuentra descalzo. La única ocasión que se pone en contacto con el asfalto y los ladrillos es cuando visita a la hija, y a su ex esposa Soledad (Julieta Zylberberg), para pedirle explicaciones, de cuáles fueron las causas que la llevaron a abandonar el hogar e irse con otro. Aquí, en esta pequeña escena, que también está en traje de baño, podríamos decir que es el momento más jugoso y entretenido por los diálogos que tiene con su ex y con su nueva pareja. El relato intenta acercarse al género fantástico, por la capacidad de trasladarse luego de un chapuzón en tiempo y espacio. La idea primaria tiene muy buenas intenciones, pero abunda la austeridad y escasea el presupuesto. Este inconveniente se lo trata de subsanar con charlas y situaciones que rozan el absurdo, como cuando está con sus padres, y especialmente con su madre. Lo mismo sucede desde otra mirada, cuando acampa en la playa con sus jóvenes novias. La propuesta del director es original, pero el tono y el ritmo cansino en que la narra, acentuado aún más por los balnearios despojados de turistas siendo mucho menos atractivos y divertidos que en plena temporada veraniega, sumado a la actuación del personaje de Alfonso que no tiene matices, pues siempre acepta todo como viene, sin alterarse nunca, lo que convierte a la realización en un cuento complejo de abordar y entender. Y es una lástima porque Adrián Biniez, luego de realizar una muy buena película como fue “El 5 de Talleres” (2014), tanto desde el punto de vista del guión como de las actuaciones y la producción general, haya dado ahora, un peligroso paso hacia atrás.
La recuperación del tiempo perdido, del ocio de la infancia o de la adolescencia, de lo que nos ha hecho ser quienes somos es el tema de esta película bella donde, por un fantástico mecanismo, un personaje recorre ciertos momentos de su pasado. Sin caer en la sobre estetización, sin buscar un efecto “raro”, Biniez (El cinco de Talleres, Gigante) transmite cómo se reconstruye la emoción a partir del recuerdo con total precisión.
La tercera película del realizador de “Gigante” y “El 5 de Talleres” cuenta la vida de un hombre a partir de distintas situaciones vividas a lo largo del tiempo en distintas vacaciones en playas de Uruguay. Una premisa fantástica (cada vez que el protagonista sale del mar está en otro momento de su vida) para un filme que repasa y recorre esos pequeños momentos que pueden alterar por completo el curso de una vida. “Fantástico rioplatense”, define el director argentino radicado en Uruguay, cuando se pone filosófico (algo que no sucede muy a menudo) acerca de su obra cinematográfica más reciente, LAS OLAS. Su tercer filme marca un nuevo cambio estilístico en su carrera, tras el minimalismo uruguayístico de GIGANTE y el naturalismo bonaerense de EL 5 DE TALLERES. Acaso con más influencias literarias que en sus filmes previos, Biniez construye una suerte de relato poderoso y reflexivo en el que repasa una vida entera a partir de situaciones pequeñas y específicas. La curiosidad de la trama es la siguiente. Cada vez que Alfonso (Alfonso Tort) sale del mar o el río en el que se mete a bañarse en alguna playa de Uruguay aparece en otra vacación y otro tiempo de su vida. Es él mismo, siempre, pero pasa de estar con unos amigos en la adolescencia, a lidiar con su situación familiar actual a estar con sus padres en unas vacaciones de niño, y así… Pero no como simple observador que ve todo desde afuera, sino que es él mismo con su cuerpo adulto involucrado en esas situaciones (el esquema queda claro, para los que puedan no entenderlo bien a primera vista, cuando está con sus padres y habla como un niño de no más de 5, 6 años) y atravesando esos momentos en cierto modo formativos pero nunca de manera muy evidente. Dividida en episodios con títulos de libros de aventuras de la Colección Julio Verne o similares, y con la colaboración en el montaje de Alejo Moguillansky, quien en su cine también parte de propuestas altamente lúdicas, LAS OLAS es una película que va armando de a poco el rompecabezas que es la vida de su protagonista, ya que las secuencias no son cronológicas pero sí significativas. Al final, cuando vuelva a ese posible presente, veremos a Alfredo de otra manera. Ya no es uno más en las calles de Montevideo. Es una especie de Eternauta que viaja por el tiempo buscándose a sí mismo.
Hay elementos que nos parecen la clave en la creación del germen de un filme: la idea, o sea lo que podríamos juzgar como “una buena idea” o “una idea original”, usando frases hechas que solemos decir sobre ese aspecto de una obra artística. Es en parte cierto que una idea es el disparador inicial, la llama que se enciende, el primer tiro al blanco en pos de gestar algo de orden creativo, en este caso en la creación de un filme. Pero desgraciadamente solo con buenas ideas no se hacen buenas películas, pues es indiscutible que un filme sólido, y más aún un relato autoral, es mucho más que una ingeniosa primera chispa motora, esa llama que encendió la mecha del proyecto, esa musa necesita una serie de otras tantas musas más, además de mucho trabajo para alcanzar la plenitud de un filme en toda su magnitud. Toda esta introducción, extensa tal vez, no es caprichosa, es abrir el tema para hacer pie sobre el problema que claramente padece este filme uruguayo. Su director Adrián Biniez, que había logrado un peliculón con Gigante (2009) por el que se le otorgó ni más ni menos que el Oso de Plata de Berlín, busca en Las olas, a partir de una “idea ingeniosa” hacer una historia más ambiciosa que el resultado alcanzado. Si el cuentito de filme es “Un joven (Alfonso) que puede viajar en el tiempo – concepto muy de ciencia ficción- ya que cada vez que entra a bañarse al mar , en distintas partes de la bella costa Uruguaya, cuando sale del agua se encuentra en un momento del pasado de su vida, y así va y vuelve en este paseo fantástico a través del cual descubrimos pequeños momentos de su pasado, para volver al presente”. Con estos datos no spoileo nada clave por decirles el final, no es ese el plato fuerte ni el punto revelador del relato. Lo que parece haber querido ser una revelación para el director era lograr comicidad y originalidad con las situaciones narradas en ese viaje temporal de corte fantástico, pero no es eso exactamente lo que el filme produce. La risa surge de algunas situaciones en las que filme trabaja lo absurdo, pero no hay mucho más que ese chiste efímero. Y lo genérico confunde a la mayoría pues no hay pistas simples para decodificarlo. Una de las decisiones poco atractivas para que una idea “ingeniosa” no pueda funcionar es equivocarse en el tono de la actuación del protagonista. En la que el mismo actor hace todos los roles en las distintas edades que atraviesa durante el viaje: infancia, pre adolescencia, adolescencia, adultez. O sea que está siempre igual vestido, en malla y descalzo, actúa con el mismo tono y los mismos modos, no importa la edad que tenga en la escena ni la situación que atraviese. Por otra parte las escenas descriptas en la historia no generan gancho, ni atractivo, ni mucha empatía y menos aún reflexión. Es un logro hacer este tipo de filme con muy bajo presupuesto, también es entretenida ya que es muy dinámica, tiene algunas bellas imágenes del paisaje local y algunos momentos simpáticos, pero no alcanza en absoluto lo que se propone. Por Victoria Leven @LevenVictoria
“Las Olas” fue estrenada en el reciente Festival de San Sebastián celebrado en el pasado mes de septiembre, y constituye el tercer largometraje Adrián Biniez, sucediendo a “Gigante” (ganadora del Cóndor de Plata al Mejor Film Iberoamericano) y “El 5 de Talleres”, respectivamente. El realizador bonaerense –radicado en Uruguay- consuma en su última obra un relato lacónico que intentará dar respuesta a inquietudes existenciales. Con un elenco encabezado por los intérpretes Julieta Zylberberg, Alfonso Tort y Fabiana Charlo, “Las Olas” se configura como una propuesta fuera de lo común. Desde lo observacional a lo costumbrista, el registro cansino de la narración se adivina como un calmado oleaje que va construyendo un film experimental, que a su paso arroja buenas dosis de sorpresa mientras nos disponemos a adentrarnos en su mundo por demás particular. Ese río de La Plata que divide las orillas de Buenos Aires y Montevideo es el escenario de esta historia, localizada en la entrañable metrópolis uruguaya. La historia utiliza al agua de mar como elemento transformador, mientras sigue la maduración de su personaje a través de las diferentes etapas de su vida (y sucesivas vacaciones), mediante constantes guiños nostálgicos acerca de la construcción de relaciones: desde las amistades de la niñez al noviazgo de adolescencia y de allí a la responsabilidad paterna. Nos encontramos ante un protagonista que va mutando a medida que el relato avanza y que necesitará de la complicidad del espectador para otorgar la cuota necesaria de introspección para hacer de esta aventura un momento revelador, como todo viaje hacia el interior de nuestro ser. Absolutamente despojada desde lo técnico, “Las Olas” abreva su mensaje desde la concepción de la vida entendida como una gran aventura en donde prima la incerteza. Todos los acontecimientos que conocemos acerca de este personaje, nos hablan sobre sus motivaciones y construyen una radiografía pormenorizada de este ser bien singular. Por otra parte, el guiño fantástico a las novelas de islas y tesoros nos resulta elocuente acerca de las influencias literarias que son parte de la cosmovisión del autor. Si bien el tono elegido para la actuación del protagonista (y la representación de las sucesivas edades que se nos muestran) no parece la elección más apropiada a fines dramáticos, nuestro héroe improvisado viaja hacia una dimensión onírica del que somos exclusivos acompañantes. La evocación como disparador emocional intenta, con mayor o menor atino a lo largo del metraje, hacernos partes de un naufragio emocional donde las mentadas olas otorgan un simbolismo evidente a esta indagación acerca del amor y el olvido. El secreto es descubrir que nos espera del otro lado de la orilla.
La aventura de vivir Las olas es una comedia uruguaya que no se parece a nada, un OVNI cinematográfico que logra momentos de belleza únicos. Adrián Biniez nació en Remedios de Escalada pero vive hace varios años en Montevideo y allí construyó su carrera cinematográfica, que empezó en 2006 cuando ganó el primer premio del Bafici por su corto 8 horas. Tres años después abrió el mismo festival con su ópera prima Gigante. Tanto 8 horas como Gigante contaban la vida cotidiana de un trabajador condenado a la monotonía de la repetición como un Sísifo moderno. Su segunda película, El 5 de Talleres, fue un paso adelante: un poco más ambiciosa y a la vez más amable, también ponía la lupa en la vida de un trabajador, aunque en este caso se trataba de un futbolista del ascenso. Con más humor y costumbrismo, parecía que Biniez había encontrado una veta si se quiere más convencional y clásica aunque sin dejar de lado el tono indie. Pero Las olas no tiene nada que ver con todo esto. Es su película más uruguaya, si entendemos por uruguayo a ese humor absurdo y melancólico de películas como 25 watts y sobre todo Whisky, ambas de Juan Pablo Rebella y Pablo Stoll (con quienes comparte productor y protagonista). Pero además, la película está totalmente alejada del costumbrismo, del mundo del trabajo y de la vida urbana cotidiana de su protagonista. En el prólogo, ese alejamiento parece ser consciente. La cámara de Biniez muestra una Montevideo movediza, repleta de personas que están en plena actividad, cadetes, hombres con maletines, mujeres vestidas de oficina. Pero de a poco, va apareciendo nuestro protagonista, Alfonso (Alfonso Tort), que se acerca al río y se tira de cabeza. Entonces empiezan los títulos, una secuencia de animación en la que se lo ve nadando por el Río de la Plata. Y después, Alfonso emerge del mar, con otro traje de baño, en una playa desierta. Quizás sea su imaginación, un viaje fantástico, un pase de magia de Biniez o una combinación de todo, poco importa. Lo que propone Las olas es que Alfonso se asome a distintos episodios de su vida transcurridos en esa playa alejada –la niñez con sus padres, la adolescencia con sus amigos, la juventud con algunas novias– no para armar un rompecabezas, porque en casi ninguno de los episodios sucede nada demasiado determinante, sino para pintar viñetas de una vida sin demasiadas características destacables: una vida que puede ser la de todos nosotros. Cada segmento tiene el título de una novela de aventuras del siglo XIX de Julio Verne, Emilio Salgari o Robert Louis Stevenson y el ambiente de playa, mar y selva contrasta con el tono de humor deadpan uruguayo; a su vez, que sea siempre el mismo actor quien interpreta las diferentes edades del personaje contribuye a la extrañeza general. El resultado es una comedia melancólica que no se asemeja a nada, un OVNI cinematográfico que logra momentos de belleza únicos pero que a la vez no parece tener más ambición que la arbitrariedad lúdica. Y si lo pensamos bien, quizás precisamente esa sea la mayor de sus virtudes.