Una divertida Claudia Lapacó nos sorprende con un papel de madre de clase media que se entera que su hija es lesbiana, se entera casi durante el fundido en negro de la pantalla al comienzo: no hay un secuencia de imágenes de ella espiando, o dándose por enterada de las señales, o haciendo en varias oportunidades preguntas sobre la vida privada de su hija: No. La directora presenta el tema así, al plato: En la cocina Ruth, interpretada por una Virginia Innocenti de entre casa, recibe una pregunta directa a la que responde de la misma manera. Su madre Estela lo comenta con su vecina/amiga y comienza un mini tour por el circuito gay cercano a su hogar. Ruth le comenta con dificultad a su pareja actual (excelente Claudia Cantero) que su madre post desmayo, ya esta conciente de que son más que amigas, esta la felicita por el paso dado. Luego se dan una serie de situaciones en las cuales se ve envuelta Estela con el pretexto de conocer mejor a su hija, en medio esta su otra hija interpretada por Ana Katz, las idas y vueltas de la novia de Ruth y su atractiva asesora ( Mara Santucho). El afiche no le hace justicia al film, hay que aclararlo, una serie de fotos en situaciones que nunca vemos a las pareja protagonista y en medio Claudia Lapaco recibiendo un baldazo de agua (se entiende) con la frase flotando “sorpresas te da la vida” . No es para nada eso: no hay gritos ni sobreactuaciones. Se trata de un film costumbrista, pero directo y limpio: sin chiste fácil, con personajes queribles y sostenibles.
El amor tiene cara de mujer La ley del matrimonio igualitario ha sido la consecuencia de un cambio social vivido por la condición gay en Argentina, cuya comunidad ha pasado de sufrir un silencio condenatorio a la aceptación generalizada de una realidad dada. Bienvenidas, entonces, son películas como Lengua materna y Mi familia, que ayudan a la mayor visibilidad de la pareja lesbiana, sumergida en el desconocimiento y el ninguneo. Afortunadamente, pasaron las épocas en que el personaje homosexual siempre debía morir o pagar por su pecado en algún final trágico, como ocurría cada vez que Hollywood incluía el tema gay. Nuestra sociedad tiene aún deudas pendientes con otras comunidades que viven discriminaciones o situaciones relegadas, siendo la más notoria la sufrida por los aborígenes propios y de países limítrofes. Si bien Adrián Caetano lo trató muy bien en Bolivia, estos grupos todavía esperan otras reivindicaciones en el cine. En Lengua materna, Claudia Lapacó vuelve al cine con un personaje entrañable: una madre que decide sacar del armario a su hija lesbiana, quien desde hace años vive con su pareja, para todos “una amiga”. Ruth (Virgina Innocenti) se siente un poco aturdida por el súbito reconocimiento de su madre, que decidió el coming out de su hija, pero acepta el hecho. Menos resignación tendrá cuando su madre decida investigar sobre la condición lesbiana, se introduzca en la comunidad y acabe invadiendo su casa y su intimidad. Tal vez la madre responda a la apertura social ya mencionada o quizás no haga más que satisfacer su curiosidad por su propio lesbianismo. En ocasión del estreno de su opera prima, Por sus propios ojos, elogiamos el trabajo de Liliana Paolinelli, quien se animó con un tema muy comprometido y un tratamiento y propuesta originales o personales. Si bien en su nueva película aborda también una temática de alto compromiso, su filmación por el contrario se encuadra en lo más tradicional del cine costumbrista argentino. No significa esto una condena: la primera mitad del film discurre con simpatía y tiene momentos hilarantes (oficializada su pareja, Ruth decide blanquear también los abortos de su hermana, lo cual lleva a una pelea típica, y también es muy graciosa la escena en el bar de mujeres). Pero en la segunda mitad se resiente la tensión dramática y la narración tiende a diluirse, para rematar con un final poco iluminado. Sin embargo, un elenco impecable, que se completa con Claudia Cantero (a quien también podemos ver estos días en Sin retorno), Mara Santucho y Ana Katz hacen de este film una más que agradable opción.
Sorpresas te da la vida Los tiempos cambian y la relación de parejas del mismo sexo se pone viento en popa en la pantalla grande. Con situaciones divertidas, otras hilarantes e incluso algunas un poco patéticas transcurre esta comedia costumbrista, con un resultado bastante decente dentro del género. Podría haber sido una gran comedia si hubiera seguido la línea de descubrimiento estimulante, como en su primera media hora, unos minutos sobresalientes, con excelentes escenas. Sin embargo, comienza a haber reiteraciones y unos minutos algo estancados, donde algunos tópicos salen a la luz. Esto hace que se baje la intensidad de la historia. Hay que destacar muy especialmente la actuación de la señora actriz Claudia Lapaco, en un papel muy creíble, y muy bien logrado, y a una Virginia Innocenti en una relación en la que parecía realmente su hija. Creo que se tendría que haber trabajado mas los detalles. .. En rodaje se descuidaron, puede ser por la velocidad del mismo, ciertos diálogos y actuaciones de los personajes secundarios. La fotografía y los cuadros aunque con algunos fuera de foco, fueron muy bien logrados. La peli se deja ver, pero no deja algo arraigable ni en la memoria ni en el corazón
Tengo una hija gay La realizadora Liliana Paolinelli explora el mundo de las relaciones familiares y la sexualidad femenina en esta lograda película nacional que se ve enriquecida por el humor. En Lengua materna (algo similar ocurría en el film italiano El hada ignorante), Estela (Claudia Lapacó), es una madre que se entera que su hija (Virginia Innocenti) es lesbiana y, a partir de se momento, intentará comprender las reglas de un mundo que desconoce. La directora aprovecha los chispeantes diálogos (sobre todo al comienzo) para mostrar la tormenta emocional que atraviesan sus personajes. Mientras la hija ve el "interés" de su madre como una intromisión a su vida privada, Estela consulta con un cura y trata de convencerse por "haber pecado". Entre facturas y mates, Estela también empujará a su mejor amiga para que la acompañe al bar de citas que frecuenta su hija. El film no juzga y muestra a padres que no quieren ver a sus hijos cómo realmente son. Y lo hace sin golpes bajos, con emoción y escenas muy logradas. El pilar de la propuesta descansa en Claudia Lapacó, una actriz que merecía su primer protagónico en cine, y cuyo personaje se mueve con gracia dentro de la "desgracia" que le propone la trama. La secunda cómodamente Virginia Innocenti como la hija que se aproxima cada vez más a su madre mientras se aleja de su pareja de años.
¡Socorro! Tengo una hija lesbiana Liliana Paolinelli sorprendió hace un par de años con una ópera prima que pasó de manera inadvertida en la cartelera argentina. Por sus propios ojos (2008) nos presentaba desde un estilo narrativo diferente, en el que se mezclaba la ficción y el documental, la extraña relación entre una estudiante y un convicto. En su segunda película, la realizadora, sigue interesada en el tema de los vínculos aunque de una manera mucho más clásica y menos innovadora. Ruth de 40 y pico lleva adelante una relación gay desde hace algunos años. Estela, la madre, piensa que su hija vive con una amiga y se entera de sopetón y sin previo aviso que la amiga no es la amiga y que en realidad es su pareja. A partir de esa situación la trama virara en la relación vincular entre estos dos seres y de cómo la madre intentará asimilar la situación actuando de la manera más normal posible, aunque para el resto suene raro. Paolinelli utiliza un estilo muy poco usado en el cine argentino como lo es la comedia clásica, con una historia que transita la linealidad y en donde todo el argumento gira en la relación madre e hija, más allá de algunas subtramas que sirven únicamente para matizar un guión, por momentos anacrónico, focalizado en dicha relación. Resulta casi imposible imaginar la película sin la antológica actuación de Claudia Lapacó como esa madre que ante el desborde de la situación camina sobre una pendiente que de caer la hará estrellarse contra el ridículo. Con tonos justos, sin desbordes y con una naturalidad que parecía olvidada en el cine de los últimos tiempos, la actriz de Eva & Lola (Sabrina Farji, 2009) es uno de los sostenes de una historia simple y sin demasiadas pretensiones. Junto a ella Virginia Innocenti, Mara Santucho, Claudia Cantero y Ana Katz aportan los condimentos extras que la película necesita, aunque sin ninguna sorpresa. Tras una ópera prima tan arriesgada, uno hubiera querido ver un poco más de osadía en Lengua Materna (2010), algo que rompa con el clasicismo y que por ahí resulte más vanguardista. Pero eso es lo que uno hubiera querido y no lo que en definitiva se ve. Así que como no se puede criticar lo que no está simplemente nos remitiremos a lo que vimos y lo que se ve es una historia honesta, contada de manera simple y con una interpretación memorable de Claudia Lapacó. El resto fueron sólo las expectativas de ver algo diferente, aunque seguimos poniendo fichas en Liliana Paolinelli.
Lengua materna , film por y para mujeres Una historia de familias, silencios y revelaciones En su segundo largometraje tras la muy atendible Por sus propios ojos , la guionista y directora Liliana Paolinelli se arriesga con temas bastante controvertidos y poco transitados por el cine argentino (desde las relaciones homosexuales hasta el aborto) y los aborda con un bienvenido recato, con austeridad y con sensibilidad, sin por ello dejar de exponer con contundencia su visión sobre ciertos prejuicios sociales. La película narra la historia de Ruth (Virginia Innocenti), una mujer que desde hace ya mucho tiempo mantiene una relación de pareja con una política (candidata a diputada). Sin embargo, para su madre, Estela (Claudia Lapacó), ellas siempre han sido "amigas". Hasta que un día la mamá descubre (o deja de negar) que su hija -que ya ha pasado los 40 años- es lesbiana. Tras el shock inicial, hace un enorme esfuerzo por entender la situación e interiorizarse del tema (compra libros, va a bares gays, charla con sus amigas). El problema para Ruth es que Estela -en su intento de "aceptarla"- empieza a entrometerse cada vez más en su vida, en su hogar y hasta en la relación afectiva con su pareja, que no está pasando por su mejor momento. La madre parece no tener límites: pasa de la inacción inicial a la invasión de la privacidad. Al gran trabajo del dúo protagónico se le suman sólidos aportes de otras actrices en los papeles secundarios, como Claudia Cantero, Mara Santucho y Ana Katz, en una película de, con, sobre y para (aunque no exclusivamente, claro) mujeres. El film aborda el conflicto con honestidad, pero sin caer en la solemnidad (durante la primera mitad hay muy logradas pinceladas de humor). Por momentos, Lengua materna se acerca demasiado a un costumbrismo un poco forzado y el desenlace no está a la altura del resto de la propuesta, pero aun con sus desniveles e indecisiones esta segunda película de Paolinelli propone una sincera e inteligente indagación no sólo de una relación lésbica sino de sus implicancias familiares y sociales. En momentos en que la aprobación de la ley de matrimonio igualitario generó un arduo debate con posiciones encontradas, el equilibrio y la nobleza de este film resultan un entrañable y bienvenido aporte al diálogo.
Política sexual en plan de comedia “Algo mal habré hecho”, se dice Estela, recién recuperada del desmayo que le ocasionó la súbita confesión de la hija. “Hace catorce años que soy lesbiana, mamá”, le largó de pronto la cuarentona Ruth en la cocina, tras un ligero apriete de mamá. Un poco después, Ruth concederá que los catorce años de lesbiana tal vez podrían estirarse a veinticinco o veintiséis, al tiempo que Estela pasa del período jurásico de su mentalidad a una fase más desarrollada de comprensión materna. Escrita y dirigida por la realizadora cordobesa Liliana Paolinelli, la acertada idea de tratar cuestiones de política sexual en plan de comedia se logra en Lengua materna sólo de a ratos. Lo que sí logra Paolinelli plenamente en su opus 2 (luego de Por sus propios ojos, 2007) es abordar la cuestión desde un punto de vista amplio, en el que no hay lugar para condenas express o alguna forma de intolerancia. Un primer y estimable logro consiste en bajar el asunto a tierra, evitando sermones, generalizaciones y bajadas de línea. Que Ruth (Virginia Innocenti) se haya pasado su entera vida amorosa sin que mamá Estela (Claudia Lapacó) se desayunara sobre su elección sexual habla de una larga historia de secretos, omisiones y fallos en la comunicación familiar, sin necesidad de diálogos explicativos. Que en la primera escena Ruth confiese, sin que Estela le pregunte, cuatro abortos de su hermana Carlota (Ana Katz), remite también a una pica fraterna que el desarrollo no hace más que confirmar. En la antideclamatoria visión de Paolinelli, ser lesbiana es una elección, no un paraíso: la pareja integrada por la empresaria gastronómica Ruth y la candidata política Nora (Claudia Cantero) no anda del todo bien. Incluyendo la presencia de una tercera en discordia (Mara Santucho, una de las Cuatro mujeres descalzas de Santiago Loza), con la que Nora tendrá más de un apronte caliente. Lo que funciona algunas veces sí y otras no tanto es el sentido del humor. Resulta todo un hallazgo una clásica secuencia de comedia de equivocaciones, en la que para investigar el mundo en que (supone que) se mueve su hija, mamá Estela va a un boliche gay en compañía de una vecina (la apropiadísima María Simone), fingiendo ser lesbianas y siendo tomadas por tales. Producto de la matizada observación de la realizadora, que Estela abra la cabeza no quiere decir que no se comporte como mamá pesada (cierta visita a la casa de Ruth y Nora tiene carácter de intervención, en el sentido militar del término) o como una desubicada absoluta (una borrachera, durante una cena, genera entre piedad y vergüenza ajena). Sin embargo, ciertas incursiones en el humor físico no resultan igualmente felices. Como el momento del desmayo, resuelto de un modo que lo asemeja a un mal gag televisivo. En términos de estilo, Paolinelli combina diálogos sobrescritos, que generan ping pongs sumamente teatrales, con una suerte de costumbrismo atenuado, pasando de la más cuadrada estética de plano-contraplano a fueras de campo que parecen salidos de una película experimental. Con parecida inconsecuencia, una escena en una clínica está encuadrada a gran distancia, cuando el resto de la película está filmada casi enteramente en planos medios. En términos de marcación actoral –rubro esencial, teniendo en cuenta que la puesta en escena tiende a descansar sobre el trabajo de las actrices–, lo de Claudia Lapacó orilla en más de un momento el unipersonal, mientras que a Virginia Innocenti no siempre se la nota cómoda con el tono ligero que se intenta imponer.
Amor entre mujeres Comedia dramática sobre una madre que descubre que su hija, cuarentona, es lesbiana. Como lo explicó Liliana Paolinelli, que debutó como realizadora con Por sus propios ojos : su segundo largometraje no se centra en el lesbianismo sino en una relación madre-hija. El filme, en torno de una señora (Claudia Lapacó) que se entera de que una de sus hijas (Virginia Innocenti) está en pareja desde hace años con una conocida de la familia, demuestra cuál es su eje desde el mismo título: Lengua... alude a los códigos de comunicación maternos y al mismo tiempo a una tendencia a la indiscreción, uno de los tantos modos de invasión, aun cuando la intención sea buena. Otro ejemplo de por dónde pasan las coordenadas: el personaje de Lapacó es el que traza el arco de transformación más amplio. Del asombro, la preocupación y el autocuestionamiento pasa a la curiosidad y la intromisión; y, después, a la búsqueda de empatía y a un respaldo que genera incomodidad, porque la pareja de su hija está en proceso de decadencia, con una tercera en discordia. Paolinelli acierta, en el plano cinematográfico y en su (sutil) intención de confrontar con el prejuicio, al mostrarnos que el amor entre mujeres es tan común o tan extraño como el heterosexual: no apela a victimizaciones, exaltaciones ni redenciones. En su filme, el “universo lésbico” no entrega tantas particularidades como imaginan la señora encarnada por Lapacó y la mayoría de los espectadores. Entonces: los personajes, al menos los femeninos homosexuales, están felizmente a salvo de la parodia y al arquetipo (tal vez no se pueda afirmar lo mismo del resto). Tras un tono y una estética que apelan a cierto costumbrismo, y de una historia sencilla, se abre un abanico de relaciones tratadas con delicadeza. La película tiene más virtudes: humor, fluidez, interpretaciones logradas (Claudia Cantero hace de novia de Ruth; Ana Katz, de hermana), ausencia de solemnidad y subrayados. Aunque el afiche promocional insinúe otra cosa, Lengua... no es (solamente) una película acerca de “mi-hija-es lesbiana-y-ahora-qué-hago”. Con gracia, tensión y elementos dramáticos la directora nos acerca a un “ámbito” que está dejando de ser invisible. Ojalá que algún día vuelva a serlo, definitivamente. El día en que al fin entendamos que nadie es distinto por su elección sexual y ya no existan los compartimentos. Ni sociales ni sexuales ni cinematográficos.
Nueva mirada al costumbrismo El aviso gráfico de Lengua materna asustaba de antemano, y el recuerdo de aquel realismo del cine argentino de los ’80 hacía prever lo peor desde la explícita publicidad. Pero no, por suerte el segundo film de Liliana Paolinelli toma herramientas del costumbrismo arcaico pero desde una nueva mirada, una bienvenida reinterpretación al asunto. En efecto, una madre (Claudia Lapacó) se entera de que una de sus hijas es lesbiana (Virginia Innocenti) y hasta tiene pareja estable desde hace tiempo, y la otra abortó más de una vez (Ana Katz). Se ven así un par de estupendas escenas donde la comicidad jamás cae en el discurso políticamente correcto y, mucho menos, en la observación cretina sobre la homosexualidad en una familia donde los hombres no existen. Es una película de mujeres que tomaron o toman decisiones de vida, en la que la directora las describe con honestidad y respeto, también con los detalles humorísticos del caso. Pero no estamos frente a un film en que se juzgue a los personajes: las mujeres de Lengua materna son así, frágiles y fuertes, románticas y pasionales, infantiles y adultas, con certezas e incertidumbres. Como el punto de vista que se elige, el de la madre, que no duda en investigar de manera enfática y disparatada un mundo que desconoce. Lengua materna va más allá de la promulgación del matrimonio igualitario. Se trata de una comedia de perfil bajo que, a través de sus sutiles pretensiones, dice más que un casamiento bullicioso transmitido por la televisión con los comentarios banales de cierto periodismo democrático.
En el caso de Lengua Materna, estamos ante una película pequeña que apunta a las relaciones entre madre e hija. El planteo va más allá de la identidad lésbica del personaje de Virginia Inocenti. Los estereotipos de una madre con su nuera o su yerno son universales, así como las culpas y peleas, y responden a modos de comportamiento esperados, que, cuando se cuestionan mínimamente descolocan a todos los integrantes y producen una tensión a subsanar. Esto también provoca el sano efecto de desnaturalizar lo no marcado y hace foco en una relación que rápidamente se asimila. Se destaca especialmente el papel de Claudia Lapacó, que ya ha dado amplias muestras de su fuerza dramática en su extensa y variada trayectoria, como la madre que, a la hora de aceptar, no tiene conflictos. Más allá de cuáles sean las intenciones de su directora, hay un interesante atisbo de crítica al rol del fetichismo en las mujeres, y una carga paródica al piscoanálisis de café sobre las presuntas motivaciones de una lesbiana. La relación madre hija se sobrepone a todo esto, y la película ofrece una mirada que demuestra, más que nunca, que ninguna teoría puede ofrecer una explicación de todas las formas de las relaciones sociales o de cada modelo de práctica política. Frente a ello el cine se revela como un elemento disparador, y siempre es de aplaudir el hacer independiente que profundice estas líneas. Lengua materna alude a eso que se hereda, a lo que, como la lengua que aprendemos al nacer, tiene que ver con mandatos y determinaciones. Es una película donde lo afectivo es estructurante, y dispara complicidades, con un broche final muy consistente que sostiene lo dicho.
Que no se entere Mamá La realizadora cordobesa Liliana Paolinelli había debutado con la interesante Por sus propios ojos, film que giraba en torno a la temática carcelaria desde un enfoque original y periférico como el de la mirada de una estudiante de cine completamente ajena a los códigos y a la realidad que se vive detrás de las rejas. En esa misma línea del extrañamiento o la ajenidad se encolumna la mirada de Lengua materna, su segundo film, en el que prevalece el punto de vista de Estela (Claudia Lapacó), una viuda de 60 y pico que por insistencia y azarosamente termina enterándose de que su hija Ruth (Virginia Innocenti) es lesbiana hace mucho tiempo y que además ella convive con Nora (Claudia Cantero), amiga de toda la vida. En un drástico intento por asimilar de golpe semejante noticia, sumado a la novedad de los abortos que se ha efectuado su otra hija (Ana Katz), la actitud de Estela por conocer a su hija Ruth y el entorno-tras resignarse de la condena divina cuando consulta con un cura amigo acerca de la pecaminosa conducta de Ruth- provoca rechazo y poca aceptación por parte de ella y su pareja, con quien transitan una etapa de crisis al haber aparecido en escena una tercera en discordia (Mara Santucho), su secretaria heterosexual por quien Nora siente atracción. Liliana Paolinelli aborda el tema de la elección sexual despojándose de todo prejuicio pero sin un carácter reivindicatorio o militante, valiéndose de situaciones cotidianas entre madre e hijas, donde a veces deja un resquicio al humor aunque no lo consigue en todas las escenas planteadas. El guión procura no saturar con diálogos exclamativos haciendo hincapié en la naturalidad de las conversaciones y peleas, lo cual aporta a una trama sencilla cierta consistencia en el abordaje. También ocurre lo mismo en la elección del elenco, mayoritariamente compuesto por actrices, entre las que sin dudas se destaca Claudia Lapacó que se roba la mayoría de los planos con gran soltura ante una contenida Virginia Innocenti, en lo que podría definirse como: una película de profundas raíces femeninas sin ser del todo feminista, a pesar de que la presencia de los hombres no sea más que un elemento decorativo en el relato.
¡Grande Má! “Nora no es mi amiga, es mi pareja. Hace 14 años que vivimos juntas.” Eso le dice una hija (Virginia Innocenti) a su madre (Claudia Lapacó) ni bien comienza Lengua materna. Ruth está cerca de los 40 y Estela jamás hubiera pensado que ante una pregunta común y corriente la respuesta modificara su mundo y abriera una catarata de información sobre sus hijas que ahora parecen dos perfectas desconocidas. Estela padece eso de “no preguntes si no quieres saber”, pero como después de determinadas acciones ya no se puede volver atrás, todo lo que continúa es seguir caminando hacia adelante. De ese tránsito trata este filme de Liliana Paolinelli (Por sus propios ojos), de si es posible volver a retomar (o iniciar) una comunicación materno-filial cuando ya somos grandes. Ruth, seguramente, se abre y se dice porque su relación de pareja está atravesando una crisis, que aunque no quiera reconocer se refleja en la cotidianeidad de la convivencia, en las ausencias, en los viajes programados, en los escarceos infieles de Nora que si bien no ve, a nosotros espectadores nos quedan bien claro. Su tardía salida del clóset ofrecerá un panorama servido para la comedia que el guión explota con timing e inteligencia. Los prejuicios a la orden del día, las opiniones del cura confesor de Estela o de su amiga, las miradas de los Otros y sobre los Otros se desarrollan ante nuestros ojos y causan sonrisas y más de una carcajada. Pero además lo que ocasiona este coming out es la posibilidad de una madre de entrar en la vida de su hija, con lo que de intromisión y cariño, -así, en tándem indivisible-, se presentan en cada nueva pregunta o procura de acercamiento y que implican un necesario apre(he)nder un mundo desconocido. Todo es tan nuevo que uno necesita que le muestren la casa nuevamente aunque ya la haya visitado miles de veces, como si el ahora informado pase de amigas a pareja cambiara la disposición de los muebles o agregara un nuevo cuarto a la vieja vivienda. Sutilezas de este tipo abundan en Lengua materna. Y en este intercambio que se pone en funcionamiento quedan expuestos los prejuicios que ambas partes sostienen para ser. Los esperables de una mujer mayor se atenúan con el afecto maternal y la defensa a ultranza de la opción sexual de su hija (“en esta casa no se va a decir ni un insulto en presencia o ausencia de Ruth” o “no perdí una hija, gané otra”), el cariño que, después del shock primero, patina todas las decisiones de Estela. Los de Ruth, surgen menos sutiles (“¿mamá que hacías en ese boliche -exclusivo de mujeres-?, me das vergüenza”) y permiten observar una mirada precisa sobre el mundo gay que muchas veces resulta tanto o más conservador y discriminador que el heterosexual. Quizá los varios aciertos de la película (actuaciones y puesta en escena que logran la naturalidad merced a la rigurosidad de lo que se intuye previamente planificado y el siempre difícil registro de la comedia por encima del costumbrismo o el grotesco) son los que dejan en evidencia ciertas faltas que ocasionan que no sea ésta una cinta completamente lograda. Hay situaciones que se alargan en demasía (el bingo, el asado, la escena final), alguna errática decisión sobre a qué darle preponderancia en lo que se cuenta y algunos personajes apenas dibujados que no superan la necesidad del guión (la hermana, por ejemplo). Lengua materna es una película hecha por mujeres y sobre mujeres, pero no sólo para ellas. Porque ellos in absentia sobrevuelan el paisaje. Y porque no sólo muestra una de las partes más invisibilizadas de la homosexualidad, como son las lesbianas, sino porque rompe estereotipos y plantea adultamente los temas que desarrolla integrándolos a la trama y sin caer en didactismos ni en panfletos doctrinarios. Que haya en la película chicas que amen a chicas no es más importante que los chantajes emocionales que se originan en las relaciones familiares o los errores humanos o los cariños incondicionales o los fracasos amorosos. Y eso es algo que hay que festejar.
En el transcurso de sesenta días los estrenos cinematográficos en la pantalla argentina contabilizaron cuatro realizaciones donde el tema de la homosexualidad es el que se desarrolla en la trama principal. Innegablemente esto sucede debido a la nueva situación social igualitaria que sacó a las personas homosexuales de la Argentina de la condición de seres marginales. En la cinematografía argentina, si bien se han visto muchas realizaciones en las que se visualizaban “mariquitas”, el tema del amor homosexual, sin estereotipos que inclinaran a la burla, fue tocado de manera sugerente y muy pocas veces, ya en época de democracia se pudo ver historias de relaciones entre hombres en “Adios Roberto” (Enrique Dawi, 1984) y en “Otra historia de amor” (Américo Ortiz de Zárate, 1986), aunque la base argumental se enfocaba a parejas que se formaban accidentalmente entre un gay y un “hétero” por crisis anímicas de éste último, el tema no se profundizaba y la “redención” venía cuando el “no gay” volvía a su “correcta” vida (hay que tener en cuenta la época en que se rodaron). Sin embargo, décadas antes hubo un realizador que abordó el tema de los vínculos homosexuales de manera profunda (toda una avanzada para esos años y por las presiones a las que estuvo sujeto), fue Daniel Tinayre en el policial “Extraña ternura” que hizo en 1954, y quien había tocado también el tema en el año 1952 en “Deshonra”, drama que transcurría en una cárcel de mujeres y que contenía una subtrama en la que se desarrollaba una relación lésbica. En 2010, con los cambios referenciados todavía en plena transformación en el pensamiento social, Liliana Paolinelli presenta su obra que comienza de manera simbólica con la pantalla a oscuras y un diálogo en el que Ruth, le revela a Estela, su madre, que es gay y que la amiga con la que comparte su casa desde hace catorce años es en realidad su pareja. Cuando la pantalla se ilumina se ve a dos mujeres en la cocina de una casa de clase media en la que no hay hombres. Ante esta revelación Estela se esforzará por comprender de qué se trata el lesbianismo, lo hará mediante libros que tratan el tema y hasta le pedirá a una amiga que la acompañe a un bar donde se reúnen las lesbianas. También aceptará la nueva posición que tiene en su mente la amiga de su hija y verá, con más sorpresa que dolor, como una relación homosexual entra en crisis como cualquier relación heterosexual. Contiene esta obra cinematográfica un mensaje casi obvio que es la curiosidad de los heterosexuales por un mundo al que se le ha tenido miedo, al que se lo ha calificado en algún momento de “lacra social” y sobre el que todavía existen algunos pruritos que sólo el tiempo eliminará. Una comedia dramática llena de pequeños gags que coadyuvan a la construcción de los personajes en su vida cotidiana. Una vida común, sin mayores pretensiones, en la que se le da prioridad a los vínculos. Claudia Lapacó aprovecha al máximo su primer protagónico cinematográfico al componer a una mamá con una vida regida por las normas conservadoras, pero que busca adaptarse a los cambios, por momentos la actriz cae en algunos desbordes que sin embargo no le juegan en contra porque la imagen de “la madre argentina” es precisamente desbordada. Virginia Inocentti, actriz premiada por sus trabajos en cine, le da mesura a su personaje de Ruth, su trabajo se acerca al estereotipo pero no lo sobrepasa. Ana Katz, en uno de los pocos personajes “héteros” le da convicción al rol de la otra hija de Estela, la que se ha hecho abortos, un tema que podría haber abierto una subtrama argumental, pero que la realizadora dejó acertadamente en la referencia. Una obra cinematográfica que aporta un contundente metamensaje a todas las espectadoras: “las lesbianas también existen”.
Me cuesta catalogar Lengua materna como una película gay o sobre lesbianas, más que eso: creo que etiquetarla tan livianamente es un ejercicio perezoso. Lengua materna es una película sobre descubrimientos y sobre una relación madre-hija; no todas las relaciones, no es tampoco una tesis acerca del tema, es una mirada particular sobre una familia particular con la que uno puede sentirse, o no, identificado. Paolinelli no busca el golpe de efecto, el tema se instala de entrada: la película comienza con la declaración de Ruth (Innocenti) a su madre, Estela, (Lapacó) de que es lesbiana, de que su amiga Nora es en realidad su pareja hace catorce años y, para matizar el posible efecto de su confesión, también le cuenta que su hermana Carlota (Katz) se hizo cuatro abortos. Estela reacciona con estupefacción, está más desconcertada por el hecho de que su hija mayor sea gay que por haberse enterado de que la menor abortó. La sorpresa quizá provenga de lo que podría ser posible o esperable de cada una de sus hijas. Estela igual se desmaya. No sé como serán las relaciones adultas entre madres e hijas, pero me las imagino así como me las presenta Paolinelli: conflictivas, fluctuantes, donde el amor a veces se confunde con intrusión; el enojo, con fastidio, con vergüenza. Ruth siente que la noticia no es gran cosa; a Estela se le abre un mundo nuevo por descubrir, comienza a ver a su hija desde un ángulo diferente, con otra mirada. Sus hijas se develan como personas a las que no conocía del todo. Estela entra en ese terreno frágil que las convierte a ellas, de a poco, en madres de su madre. Paolinelli trabaja los tonos de manera precisa, un humor sutil atraviesa toda la película, cuando un diálogo, o una escena, parece cargarse de cierto grado de dramatismo, se encauza rápidamente, y el drama es solo una ráfaga. A excepción de la secuencia en el bar gay que irrumpe en el matiz general, toda la película está impregnada de naturalidad –incluido el rostro lavado de Innocenti–, de realismo. Con ese mismo realismo se amalgama la puesta en escena. Las producciones televisivas de Polka explotaron el costumbrismo de manera tal que cada vez que vemos una azucarera de plástico, una casa chorizo o una mesa de fórmica nos preparamos para la entrada de Laport en musculosa. Paolinelli, en cambio, resignifica esos objetos (o al costumbrismo mal entendido) como lo que realmente son: cosas que habitan y perduran en muchas de las casas de la clase media. El empapelado florido del living de Estela no es menos horrible de lo que era la alfombra colorinche de mi casa paterna. Los espacios en Lengua materna definen y acompañan a los personajes. Tanto la casa de Ruth como la de Estela son hogares vividos, usados, llenos de cosas, enquilombados, cada uno con su estilo, anclado en el recuerdo y el tiempo de lo útil uno; moderno el otro. El costumbrismo le da paso a lo cotidiano. Y en el realismo de lo cotidiano se tejen relaciones posibles y auténticas. Tanto Lengua materna como Rompecabezas son habladas por mujeres y sobre las mujeres: imperfectas, femeninas, hermosas, desbocadas, sensibles, tranquilas y explosivas. María del Carmen en la película de Smirnoff; Estela en la de Paolinelli son todas esas mujeres, pero principalmente, y quizá en eso radica el encanto de las películas que las contienen, pueden ser reales. Son retratadas con sutileza y cariño, con pinceladas, gestos, casi como si hubiera un tacto femenino especial para captarlas. Lengua materna pone ante nuestros ojos un momento en la vida de una madre, un momento en la vida de la hija, ambas se redescubren y se acompañan. Pasa mucho en ese momento, y todo eso que pasa, bueno, simplemente pasa. Al final, siempre serán madre e hija.
Los vínculos entre padres e hijos son casi un tópico. “Lengua materna” indaga en la relación entre una mujer mayor y su hija adulta que un día le confiesa que es lesbiana. Sin embargo la directora Liliana Paolinelli evita los lugares comunes. Reviste de ironía a ese breve diálogo del principio del filme y lo deja en segundo plano para concentrarse en la forma en que esas dos personas, a pesar del amor, de pronto se convierten en una incógnita la una para la otra. Y también se dedica a mostrar, siempre con sobrias pinceladas de humor, la manera en que la hija, después de una crisis de pareja, debe enfrentarse al hecho de que ya no es una niña, que ya no hay espacio para los reclamos ni dependencias y que debe hacerse cargo de su propia vida.
Sin prejuicios sobre el amor lésbico Con la brillante interpretación de Claudia Lapacó en su primer protagónico, junto a Virginia Innocenti y Claudia Cantero, la película se puede considerar "de personajes" y aporta frescura a un tema poco frecuentado en el cine nacional. Como si de una escena de la vida cotidiana se tratara, una recortada secuencia en la vida de una familia como tantas, el film de la guionista y realizadora Liliana Paolinelli nos ofrece un acercamiento que sólo en los últimos tiempos ha comenzado a liberarse de prejuicios, rasgos caricaturescos y personajes estereotipados. Y este es una de las notas relevantes de Lengua materna, film que focaliza su atención en un mundo de mujeres que oscilan generacionalmente y que subrayan particularmente una historia centrada en los vínculos, a veces silenciados, a veces resistidos, entre madre e hija. Desde un transcurrir que por momentos apela al humor y en otras oportunidades al efecto dramático, el film que hoy comentamos se puede definir como un "film de personajes" que tiende un puente con programas televisivos y en otras con los unipersonales teatrales. Desde este umbral inicial, podemos sí afirmar que el gran protagónico que logra Claudia Lapacó, quien hasta el presente no había sido tenida en cuenta para la pantalla grande, es el lugar de cruce de miradas y situaciones de los otros personajes. Su más que destacada actuación será ciertamente recordada en los días por venir y sus matices compositivos le permiten ofrecernos algunas secuencias en las que parece que, por su tono y actitud, abre un diálogo con nosotros, los espectadores. De cómo una madre en un sorpresivo instante llega a tomar conocimiento de la elección sexual de su hija, su amor por otra mujer, y de cómo ella misma comenzará a querer saber sobre el comportamiento lésbico. Allí, el film de Liliana Paolinelli va tomando un rumbo marcado por algunos tropiezos, otras tantas alegrías y nuevas emociones. Pero no sólo es el personaje de Estela el que domina la escena sino las respuestas de los otros, las que comienzan a entrar en juego. De esta manera, una de sus hijas, Ruth nos conduce a su pareja del presente, en quien se comienza a evidenciar una situación de crisis. Desde su más profundo deseo de conocer el universo de su hija, ella misma, en compañía de su más querida amiga, llegará a un bar sólo para mujeres. Y entre la ingenuidad y la expectativa, y por sobre todo el asombro, comenzará a darse cuenta de que entre su hija, ligada a una situación empresarial, y la pareja de ella, candidata en el escenario político, algo ya no está funcionando. Estamos ante un film de actrices. Desde una por momentos sublime Claudia Lapacó hasta las jóvenes mujeres que interpretan talentosamente Virginia Innocenti y de la cada vez más presente en la pantalla cinematográfica -afortunadamente-, Claudia Cantero, actriz rosarina. Estamos ante un film muy querible que mira hacia los que aún hoy siguen discriminando, expulsando, como se registra sobre el cierre del film. Pero tal vez sea un error considerar que esa discriminación, esa no aceptación, sólo se da en las personas de mayor edad. En el film se puede notar claramente cómo es la propia hija quien aún no ha podido aceptarse y de cómo es la propia madre quien está dispuesta a acercarse sensiblemente a su incertidumbre, a acompañarla en su camino. Frente ante una temática como las que nos ocupa, la de las relaciones lésbicas, el cine argentino en su largo recorrido sólo en muy contadas oportunidades ha podido dar cuenta de ello, teniendo en cuenta además que los inapelables sistemas de censura han respondido a las conductas de gobiernos dictatoriales. Desde mediados de los años 40, la cuestión de las diferencias sexuales, ha estado presente de manera velada. En algunos films, ya en el estricto plano del grueso humor, se veían personajes trasvestidos o mucamos afeminados. A principios de los 50, comienza a presentarse en ambientes carcelarios, con rasgos muy negativos, tal como en Mujeres en sombra de Catrano Catrini y Deshonra de Daniel Tinayre. Fugaz escena de lesbianismo encontramos en el prohibido film de Leopoldo Torre Nilsson, La tigra del 53 y en el 58 una situación similar en Rosaura a las diez de Mario Soffici, en relación con escenas del pasado de la protagonista. David José Kohon, siempre recordado, nos ofrece escena de este corte en uno de los episodios de Tres veces Ana, en un momento de una reunión de amigos y en el 64 René Mugica dirige El octavo infierno, ambientada entre rejas. En su último film Piedra libre, de 1976, Torre Nilsson incluye una secuencia amorosa entre Luisina Brando y Marilina Ross que fue motivo de persecución por el censurador Miguel Paulino Tato. En 1982, y a partir de Misteriosa Buenos Aires, de Manuel Mujica Láinez, llevada al cine por tres realizadores podemos ver cómo el último episodio, El salón dorado dirigido por Oscar Barney Finn se presenta una escena de lesbianismo entre los personajes que componen Julia Von Grolman y Graciela Duffau. En el año 1984 se estrena Atrapadas de Aníbal Di Salvo, otra vez, de tono más subido, en una cárcel de mujeres, y en el 86, siempre dentro de este esquema, Emilio Vieyra dirige Correccional de mujeres, algo que repetirá Enrique Carreras en su film del 91, Delito de corrupción, En el 93, Raúl de la Torre dirige Funes, un gran amor, con escena pasional entre los personajes de Nacha Guevara y Andrea Del Boca. Será Lucrecia Martel quien desde su primer film La ciénaga recupere para esta temática otros valores y otros conceptos, seguida a lo largo de la última década por Santiago García, Diego Lerman y Mariano Mucci, entre otros.
Nuevas costumbres Algún desprevenido puede pensar que el estreno de Lengua materna responde a un cálculo oportunista, una vez que el Congreso de la Nación aprobó la ley de matrimonio igualitario y Satanás dejó de merodear sobre el destino de los genitales de muchos hombres y mujeres. Lo cierto es que filmes como Lengua materna (o Una pareja despareja, Mi familia, 80 días, por citar algunos títulos recientes) sintonizan con un Zeitgeist, un espíritu del tiempo, a pesar de que los representantes del Altísimo execren el laicismo progresista de algunas naciones. La cineasta más importante salida de Córdoba, Liliana Paolinelli, vuelve con su segundo filme de ficción. Al igual que Por sus propios ojos, se trata de un filme de mujeres, aunque aquí su interés no pasa por indagar sobre las relaciones de poder entre clases sociales diferentes (y en segunda instancia entre hombres y mujeres). Lengua materna no es un drama carcelario sino una comedia costumbrista heterodoxa, no tanto por su tema (el amor entre mujeres y la aceptación y comprensión de una madre respecto de su hija lesbiana) sino por el modo de abordar un género proclive al lugar común y a la fórmula. La historia es casi una anécdota. Una madre descubre que una de sus hijas ama a una mujer, una diputada un poco más grande. Su hallazgo alimenta su curiosidad acerca del tema, además de entusiasmarla por la felicidad de su hija, lo que jamás despierta prejuicios religiosos, aun cuando rece por ella todas las noches. Una visita a un bar gay coronará su inquietud práctica, y una hipótesis naturalista sobre el primer objeto amoroso de las mujeres en los primeros meses de vida le ofrecerá sosiego intelectual, aunque su aprendizaje mayor será constatar que los vínculos amorosos son siempre complicados. Si bien el relato aquí es más clásico que en su película anterior, Paulinelli esconde delicadamente sus virtudes formales como cineasta; su elegancia es casi invisible: cuando la madre habla sobre su hija respecto del tema, la realizadora elige mantener a los personajes en fuera de campo. Se escucha el diálogo, pero se verán primero algunos planos fijos de varios árboles para luego pasar a un breve travelling sobre los personajes. Lo mismo sucede con la resolución de un conflicto en el seno de la pareja: una elipsis ejecutada a través de un fundido en blanco con la aparición del rostro de la diputada indica paso del tiempo y una consecuencia previsible. Además, todas las interpretaciones son sólidas, y Claudia Lapacó como la madre entrega un trabajo memorable. Paolinelli retrata amablemente un giro en el ethos de nuestra sociedad, o cómo las costumbres se modifican cuando la imaginación moral se desmarca de algunas creencias que constriñen la experiencia humana a descripciones mezquinas respecto de la diversidad y la lógica del deseo. El inteligente plano final, con uno de los pocos hombres en escena, entonando el mantra conservador “¡Qué barbaridad!”, simplemente nos recuerda que el prejuicio se vence con paciencia, y también con películas como Lengua materna.
En un momento en que la cartelera porteña ofrece al menos dos films, Una pareja despareja y Mi familia, que abordan relaciones entre personas del mismo sexo, el cine argentino también se suma a esa tendencia y ofrece la audaz e interesante Lengua Materna, sugerente título de acuerdo al contenido. Dirigida por una mujer, circunstancia que ha predominado este año con atrayentes propuestas como La mosca en la ceniza de Gabriela David, declarada en estos días “de interés social” por la Legislatura Porteña, en una semana la que también se da a conocer Franzie de Alejandra Marino; esta pieza protagonizada por Claudia Lapacó y Virginia Innocenti se ocupa de una trama familiar que gira alrededor de una pareja lesbiana en crisis. La guionista y directora Liliana Paolinelli ya había demostrado su talento en su debut testimonial Por sus propios ojos, y aquí entra en un terreno de ficción con un tema riesgoso que alterna momentos dramáticos con otros decididamente humorísticos, por momentos desopilantes. El peculiar vínculo entre una madre posesiva con su hija mayor, de la que tarde se entera de que está en pareja con otra mujer, está tratado con sensibilidad apoyado en buenos diálogos y situaciones. Un segmento final con una elipsis apresurada y un tono dispar no malogran un film dotado de un elenco ajustado, en el que se destacan las estupendas caracterizaciones de Lapacó e Innocenti.
La aventura del conocimiento La comedia es un género más que complicado: despreciado por los puristas del buen gusto y el cinema qualité, sobreexplotado por las corporaciones del cine y la televisión, el humor suele quedar atrapado entre los límites asfixiantes de los cánones de la industria, perdiendo la cualidad que se nos ocurre esencial o definitoria, su capacidad de constituirse en un medio liberador, un ariete capaz de romper las estructuras simbólicas que regulan a la sociedad (y al espectador) y llevar libertad (conocimiento) allí donde sólo existía prejuicio, ignorancia o simple sumisión. Semejante aspiración emancipadora es, sin embargo, cada vez más rara de encontrar en nuestras carteleras cinematográficas, acaso porque las películas que suelen cooptarlas hacen casi siempre todo lo contrario (estigmatizan al marginado, afirman nuestros prejuicios), aún bajo cierta apariencia transgresora que nunca garantiza nada (¿acaso un filme como JACKASS puede ser liberador?). Pues el cine no necesita ser explícito ni violento para lograr la emancipación de nuestras conciencias: basta un espíritu de respeto hacia su objeto de estudio para sacudir las falsas estructuras que llevamos a su encuentro. Un buen ejemplo de comedia sutil y libertaria es Lengua materna, la segunda película de ficción de la cordobesa Liliana Paolinelli (Por sus propios ojos), acaso una de la directoras locales más reconocidas en los últimos tiempos, que por fin llega a las grandes carteleras de nuestra ciudad. Sutil y libertaria porque tanto su tema, y sobre todo la forma en que lo aborda, logran trascender los estereotipos y lugares comunes de un subgénero ya bastante transitado, aunque casi nunca con la honestidad e inteligencia con que lo hace Paolinelli (a pesar de que el afiche de promoción sugiera todo lo contrario). Claro que el tema, como ha aclarado alguna vez la propia directora, no es tanto la homosexualidad como las relaciones entre madres e hijas, o quizás cómo los prejuicios sociales son capaces de condicionar hasta los vínculos más íntimos de las personas. Ya la apertura del filme, de una contundencia ejemplar, dejará en claro su tono y su conflicto central: un diálogo entre una madre y su hija culmina con la confesión de ésta última de su condición de lesbiana. No estamos ante una adolescente pues Ruth (Virginia Innocenti) ya supera los 40 años, y hace por lo menos 14 que convive con su actual pareja, una política en plena campaña para llegar a la Cámara de Diputados (Claudia Cantero), algo que su madre Estela (Claudia Lapacó, en un trabajo consagratorio) ni imaginaba, así como tampoco ciertos secretos que esconde su otra hija (interpretada por la cineasta Ana Katz). La primera escena ya revela así el estado de una relación que la estupefacta Estela no hará más que intentar cambiar a lo largo de toda la película: “Algo mal habré hecho”, se dice a sí misma en la primera reacción, pero poco después saldrá a enfrentarse con sus propios prejuicios, aunque las novedades quizás no sean tan bienvenidas por su hija. Primero, irá a hablar con el cura de su Iglesia pero sólo encontrará indiferencia (o mero rechazo y exclusión), luego comprará cierta bibliografía especializada que le despejará sus prejuicios y no tardará en pasar a aventuras mayores, como asistir a un boliche gay para conocer el ambiente. Lo cierto es que el proceso de aprendizaje de Estela la llevará a inmiscuirse cada vez más en la vida de su hija y su pareja, para descubrir al fin que no es tan perfecta como imaginaba, sino que se trata de vínculos tan complejos como cualquier otro, que su invasión tal vez pueda complicar. La capacidad formal de Paolinelli se encuentra en los detalles: los encuadres son excelsos pero sutiles, al igual que la composición interna de los planos (en su mayoría medios y fijos), que privilegian a los protagonistas pero pocas veces condicionan la mirada del espectador; el timing para las escenas y varios gags humorísticos es notable, así como también el guión de la propia directora -con algunos diálogos sobresalientes-, y el uso del fuera de campo; hay al fin un respeto casi documental que despeja todo riesgo de costumbrismo para la venta. Su mayor logro, sin embargo, está en la decisión de privilegiar las actuaciones, que en Claudia Lapacó encuentra a una intérprete sublime, capaz de entregar un trabajo pleno de matices, que la coloca entre lo mejor del año. Por Martín Iparraguirre
Todavía no terminamos de acomodarnos en la butaca cuando comienza el temblor. Alguien nos deposita justo en el pico de un diálogo decisivo entre madre e hija. Las escuchamos pero no las vemos, pues la pantalla aún está en negro. "¿Qué pasa con Nora?", pregunta mamá Estela (Claudia Lapacó), y su hija Ruth (Virginia Inocenti) responde que Nora es su pareja desde hace catorce años. Así lo dice, sin más, con perfil bajo. Sin un cultivo previo del "gran momento", sin transiciones narrativas ni hipérboles interpretativas. Pisamos un suelo singular. Nuevamente, como ya lo había hecho en Por sus propios ojos, el timón de Liliana Paolinelli nos marea con convicción. Y eso hay que agradecerlo. Sucede que habíamos creído con perezoso automatismo en la estampa que el afiche pretendía vendernos: una comedia de enredos quizás grotesca con una madre conservadora en proceso de descubrir que tiene una hija lesbiana. Uno imaginaba que Lapacó recopilaría indicios y enfrentaría escenas incómodas hasta llegar finalmente al grito de ¡Oh! que el póster pondera con su costumbrismo a todo color. Uno suponía que iban a contarnos el camino hacia esa revelación. Y resulta que la confesión es apenas el inicio de otro arco, una curva que en vez de revelar prefiere confirmar un principio conocido y comprobado por todos: nada es seguro en este mundo. La "noticia" impone sus síntomas. Primero Estela se desmaya, luego le cuenta el caso al cura del barrio y más tarde le pide a una vecina que la acompañe a un boliche gay. Ella quiere investigar, y ciertos acordes de ritmo marcial que surcan la banda sonora parecerían escoltar una actitud policial que la hija no tardará de reprochar. Y es entonces cuando asoma, otra vez, esa extrañeza con la que Paolinelli sella el devenir de sus criaturas. Si bien Estela luce descolocada, en la relación con su hija y su pareja no exhibe ningún rastro de pánico o vergüenza, mucho menos de malicia. Todo lo que hace en la ficción es absolutamente comprensible dentro del marco que propone la película. Con exquisita precisión, Lapacó y la directora nos conducen hacia una lectura irrebatible: esta madre está haciendo lo que puede como puede. Y por sobre todas las cosas, no quiere ver a su hija sufrir. Habría que preguntarse hasta qué punto Estela no era realmente consciente de esta verdad que ahora su hija viene a explicitar. Pero llega un momento en la historia en donde el tema de la orientación sexual ya no es lo importante. Lo verdaderamente difícil es acompañar a un hijo en el amor, reto que la protagonista no había experimentado hasta entonces. Por allí pasa Lengua materna, por esa estación que no por visitada o incluso previsible resulta menos dolorosa. En definitiva, la película nos prepara para un golpe. Tan clásico como real y fulminante.