Con momentos logrados, esta nueva propuesta de M. Night Shyamalan, se mete de lleno en una historia que trasciende su género para tomar la posta en cuestiones que tienen que ver con discriminación, homofobia, a partir de la llegada de cuatro personajes siniestros, pero amigable, a la cabaña de una familia. Intensa y con logrados pasajes, pierde fuerza cuando quiere explicar absolutamente todo para cerrar el relato.
Llega a los cines Llaman a la puerta, la nueva película de M. Night Shyamalan, director que suele dividir aguas con sus historias de corte sobrenatural y sus infaltables vueltas de tuerca. Sus películas no pasan desapercibidas: con sus aciertos y sus errores, ha construido una filmografía a la que se le pueden reprochar algunas cosas, pero no la falta de originalidad, giros y suspenso. Así lo demostró en Viejos (2021), que aun con críticas no tan buenas, tenía una premisa irresistible. ¿Pasa lo mismo con Llaman a la puerta? Sinopsis de Llaman a la puerta Basada en la novela de Paul Tremblay, La cabaña del fin del mundo, Llaman a la puerta cuenta la historia de la pequeña Wen (Kristen Cui) y sus padres (Jonathan Groff y Ben Aldridge), quienes están descansando en una cabaña cuando cuatro desconocidos irrumpen asegurando que la familia deberá hacer un sacrificio para evitar el fin de la humanidad. Crítica de Llaman a la puerta: Creer o reventar La película empieza con unas bellas imágenes de la pequeña Wen atrapando saltamontes en un frasco, animalitos de los que toma registro en un cuaderno y a los que encierra para poder estudiarlos. Suena a anticipo: sabemos que nuestros protagonistas también quedarán encerrados en una cabaña, pero sus captores serán algo más radicales que Wen. Lo que parecía un indicio interesante (la intriga de predestinación, como a los teóricos les gusta llamar a lo que anticipa que pasará en el resto de la película), se va diluyendo. Lo siguiente es creer o reventar. Evitando el spoiler, el problema con Llaman a la puerta es el verosímil. Tenemos a cuatro personas exigiéndole un determinado sacrificio a una familia de tres, asegurando que, si no lo hacen, la humanidad de extingue. Aja. ¿Por qué? Porque tuvieron ciertas visiones. Ok. ¿Qué vieron? ¿Quién pide ese sacrificio? ¿Cómo supieron que era esa cabaña o esas personas? Como espectador, cuesta que te convenzan y el pensamiento, claro, es que deliran. Entonces, tenemos a cuatro chiflados secuestrando a tres inocentes: no sería la primera vez. Pero esta presunta locura, aun con sus acciones extremas, nunca llega a convencer. No te lo crees. Los tres miembros de esta familia logran un mayor desarrollo, mientras que los captores, liderados por Leonard (Dave Bautista), no tienen profundidad, historia o, siquiera, carácter. Cuando la acción mejora, esperás el giro argumental, la vuelta de tuerca, el plot twist que tan bien le sale a M. Night Shyamalan. Casi que por eso ves sus películas: querés ver qué cómo te va a sorprender. Quizás por lo dilatado de las acciones o porque lo anterior no llega a ser convincente, el plot twist no aparece, al menos no con la fuerza suficiente. Los aciertos de M. Night Shyamalan Voy a coincidir con una reflexión que leí en Twitter: hay que destacar como Shyamalan logra normalizar a una pareja homosexual como protagonistas de un film de terror, haciendo que su orientación sexual sea irrelevante. Si es un dato más, se ha dado la verdadera inclusión. En este sentido, la historia de Eric y Andrew, los padres de Wen, está contada con gran tacto, así como el proceso de adopción de la niña. La pequeña, por cierto, es un gran acierto, haciendo un trabajo excelente a su corta edad. Por otro lado, rescato que, en tiempos en que sobra sangre y morbo en cuanto relato visual se estrene, Shyamalan se lo ahorra, sin mostrar más de lo necesario en una historia que le da pie para la violencia total. Gracias, Señor Noche. En resumen Llaman a la puerta propone una interesante historia de debate moral, pero no consigue la profundidad suficiente para entenderla de esa forma. Escenas entretenidas, con acción y suspenso, se intercalan con otras que no ofrecen mucho; del mismo modo que las variadas actuaciones no terminan de lograr un equilibrio. Como fan incondicional de Shyamalan, me quedó sabor a poco. ¿Donde ver Llaman a la puerta? Llaman a la puerta se estrena exclusivamente en salas de cine. Su estreno en Latinoamérica es el jueves 2 de febrero de 2023. El viernes 3 de febrero llega a España y Estados Unidos. “Llaman a la puerta” (Knock at the Cabin) Puntaje: 5 / 10 Duración: 100 minutos País: Estados Unidos / China Año: 2023
Llaman a la puerta toma una decisión moral imposible y se convierte en un enérgico"home invasion" que baja su intensidad en el tercer acto, donde se carga de las clásicas reflexiones filosóficas y religiosas sobre la humanidad del director
El director M. Night Shyamalan es sinónimo de suspenso y tensión, de hecho lo viene demostrando desde "Sexto Sentido", una película inolvidable, a la que le siguieron otras, con suerte dispar. "Llaman a la Puerta" es el decimoquinto film del director, y es la adaptación de "La Cabaña del Fin del Mundo", novela de Paul Tremblay de 2018, adaptada por el director junto a Steve Desmond y Michael Sherman, que describe la invasión de cuatro personas a la cabaña del título, situada en un Bosque de Pensilvania. Allí pasan unos días de relax la pareja formada por Eric (Jonathan Groff) y Andrew (Ben Aldridge) junto a su hija adoptiva, la tierna Wen (Kristen Cui), de siete años. El grupo de extraños asegura tener visiones proféticas sobre el fin del mundo, y está liderado por el maestro de escuela, Leonard (Dave Bautista), la enfermera Sabrina (Nikki Amuka-Bird), el empleado Redmond (Rupert Grint) y la cocinera Adriane (Abby Quinn). La idea del cuarteto nunca fue lastimarlos, pero sí exigirles que, si quieren salvar a la población mundial, de inminente desaparición, deben sacrificar con sus propias manos a un integrante del grupo familiar. Ante la negativa y a contrareloj, la pareja tiene sólo un día para decidir, con lo que los "visitantes" usarán distintas maniobras para lograr su cometido. Mientras intentan persuadir a los intrusos, se muestran flashbacks sobre la relación de Eric y Andrew y su lucha por ser aceptados y formar la armoniosa familia que finalmente consiguieron. Lo mejor de la película sin dudas es el suspenso que mantiene al espectador aferrado a la butaca 1 h 40'. Las actuaciones son excelentes, y sobresale por su naturalidad la pequeña debutante Kristen Cui. Los primeros planos, una gran banda de sonido, la sensibilidad, la emoción, el pánico, la angustia y desesperación forman parte de este gran regreso de Shyamalan, quien ofrece un gran entretenimiento
Crítica de “Llaman a la puerta”, M. Night Shyamalan y el fin de los tiempos con Dave Bautista El director de “Sexto sentido” encuentra la manera de explotar su ingenio para la puesta de cámara en un film que presenta el horror en varios sentidos. Llaman a la puerta (Knock at the Cabin, 2023) es la mejor película de Shyamalan en los últimos años. Quizás porque se siente más contenido por una historia que no surge de su autoría (está basada en la novela “La cabaña del fin del mundo” de Paul G. y él escribe el guión basado en un borrador de Steve Desmond y Michael Sherman), o quizás porque los espacios de encierro y un solo disparador de tensión dramática lo obliga a utilizar toda su imaginación en función del relato. De cualquier manera, su pincel es notorio en cada plano y la historia que se cuenta adquiere una potencia arrolladora. Una familia está de vacaciones en una casa en medio del bosque cuando llegan cuatro personas con raras intenciones, comandadas por Leonard (Dave Bautista). Se presentan amablemente y les dicen que de ellos depende el fin del mundo y que, para evitarlo, deben sacrificar a un familiar. Tamaña decisión que los pone contra las cuerdas. Shyamalan cruza como en toda su filmografía el componente fantástico con la realidad. Creer o no es la cuestión que mantiene en vilo al espectador hasta el final. Un poder sobrenatural determina los acontecimientos en el mundo y dictamina lo irracional del comportamiento humano. Desentrañar las razones ocultas detrás de los eventos será el quid de la cuestión. Con ese disparador el cineasta indio-estadounidense que cada vez se parece más en el manejo de la cámara a Hitchcock (y por decantación a Brian De Palma), recurre en sus últimas producciones a los relatos de terror contemporáneos que plantean una situación de encierro en una única locación. Un tipo de relato contado infinidad de veces pero que en manos del director de Fragmentado (Split, 2016) adquiere otra dimensión. Lo que aparece en foco y fuera de foco, lo que está en campo y fuera de campo, los leves movimientos de cámara, destacan objetos claves para la narración (la pistola, los cuchillos), o los recovecos por dónde escapar (puertas, ventanas, sótanos). Toda una ingeniería cinematográfica al servicio de construir el mejor suspenso posible. Hay también sutiles pero efectivos temas de coyuntura mencionados en la trama, tales como el terror irradiado desde los medios de comunicación, la imposibilidad de comunicarse, la posverdad, las nuevas dinámicas familiares, la intolerancia social, etc.; para quien quiera hacer una doble lectura del relato. Llaman a la puerta muestra a un Shyamalan contenido en el relato y sacándole el mayor provecho posible a una historia sobre el fin del mundo que se alinea perfecto con sus mejores producciones.
Durante unas vacaciones en una cabaña en un bosque alejada de todo, una chica y sus padres se convierten en rehenes de cuatro desconocidos armados que obligan a la familia a tomar una decisión imposible para evitar el apocalipsis. Con acceso limitado al mundo exterior, la familia deberá decidir qué creer antes de que todo esté perdido. Llaman a la puerta (Knock at the Cabin) está basada en la novela publicada en 2018 The Cabin at the End of the World, de Paul Tremblay, cuenta con las actuaciones de Dave Bautista, Jonathan Groff, Ben Aldrige, Rupert Grint, Abby Quinn y Kristen Cui. El filme tiene la misma estructura de “Horas Desesperadas” (1955) de William Wyler, un grupo de personas, cuatro en este caso, irrumpen en la cabaña donde una familia esta vacacionando. Pero como estamos en la tercer década del siglo XXI, la familia esta compuesta por
Llaman a la Puerta es un trip bíblico en el que las viejas supersticiones chocan contra el escepticismo y el egoísmo modernos, cuando un grupo de extraños profetas del apocalipsis invade la intimidad familiar y exige un sacrificio para salvar al mundo. La película tiene la marca de Shyamalan, que pone en escena la religión de una manera salvaje, como si el cine solo consistiera en convocar la conciencia de lo trascendente a través de un teatro de la crueldad perturbador.
Llaman a la puerta no quedará en el recuerdo entre los grandes filmes de M.Night Shyamalan pero durante 100 minutos al menos ofrece un entretenimiento decente dentro del thriller apocalíptico. En este proyecto presenta una adaptación de la novela de terror The Cabin at the End of the World, de Paul Temblay, que cosechó reseñas positivas en los últimos años. El director establece la premisa del conflicto en los primeros cinco minutos del film y en adelante presenta un gran trabajo a la hora de sostener la trama con tensión y suspenso. Hasta el momento de la resolución, el misterio que rodea a los protagonistas es atractivo y cuenta con un muy buen reparto donde sobresale especialmente Dave Bautista, quien vuelve a demostrar que es el mejor actor que brindó la industria de la lucha libre en los últimos años. Su evolución fue notable y hay que reconocerle el esfuerzo por no repetir los mismos roles en los proyectos que escoge. El gran estigma de The Rock. Por el contrario, Bautista siempre busca aportarle algún detalle interesante a los personajes que interpreta y en esta propuesta cuenta con muy buenos momentos. La gran debilidad de este film es que se queda corto en materia de giros sorpresivos y la resolución resulta más genérica y previsible de lo esperado. Esta cuestión es un poco decepcionante porque durante los primeros dos actos del film el relato amaga con presentar un regreso a la primera etapa de la filmografía del director. El tema es que Shyamalan no concibió esta historia y se limitó a adaptar la novela de Temblay que tiene un buen concepto que se desinfla notablemente en el final. Pese a todo no deja de ser una propuesta un poco más satisfactoria que su obra previa (Old) si bien está destinada a quedar enseguida en el olvido.
Wen (Kristen Cui), una encantadora niña de 8 años de origen chino, recolecta saltamontes en un bosque cercano a una aislada cabaña cuando se le acerca un hombre gigante llamado Leonard (Dave Bautista), que trata de hacerse amigo de la pequeña mientras le formula algunas preguntas. A los pocos minutos llegan también al lugar otros tres extraños, Redmond (Rupert Grint), Sabrina (Nikki Amuka-Bird) y Ardiane (Abby Quinn), con el objetivo de ingresar en la casa. Desesperada, Wen corre para avisarles del peligro a sus dos padres (un matrimonio gay), Eric (Jonathan Groff) y Andrew (Ben Aldridge). Los tres empiezan a cerrar todas las ventanas, a trabar todas las puertas, a ubicar muebles pesados para dificultar los accesos y a buscar elementos caseros para defenderse. Pero tras ese inicio ligado al subgénero de invasiones a la privacidad, con intrusos ingresando por la fuerza a un hogar y secuestrando a sus habitantes, nos enteraremos de que la película va por otro lado: en verdad se tratan de un maestro de escuela, una cocinera, un trabajador de gas y una enfermera que les aseguran que el mundo está a punto de desaparecer, a menos que ellos acepten concretar un sacrificio; o sea, que uno de ellos tres mate a otro integrante de la familia. Solo así podrán salvar al planeta de la extinción. La premisa (tomada de la multipremiada novela The Cabin at the End of the World que Paul Tremblay publicó en 2018) puede sonar ridícula, pero conforme avanza la trama nos daremos en cuenta que no se trata de cuatro delirantes salidos de alguna secta de fanáticos convencidos del apocalipsis. Mientras, el director de Sexto sentido, El protegido, Señales, La aldea, La dama en el agua, El fin de los tiempos, El último maestro del aire, Después de la Tierra, Los huéspedes, Fragmentado, Glass y Viejos (también coautor del guion) va reconstruyendo en distintos flashbacks la historia de amor de la pareja gay, su lucha contra los prejuicios sociales y cómo llegaron a adoptar de beba a Wen en China. Si la primera mitad de Llaman a la puerta alcanza a sostener cierta intriga, supenso y tensión con un par de secuencias muy bien filmadas, la segunda parte es poco más que una acumulación de reflexiones filosóficas y religiosas supuestamente profundas (pero en definitiva bastante banales) sobre las miserias humanas que generan crecientes catástrofes y lo están llevando a la extinción. Así, lo que en principio parecía un prometedor ejercicio de cine de género, termina desbarrancando en un drama que busca sin suerte la trascendencia con un mensaje que pendula entre la advertencia y la moraleja. Shyamalan, una vez más, dilapida su talento como narrador clásico para convertirse en un torpe predicador.
Nadie puede negarle a M. Night Shyamalan su condición de artista honesto y transparente. Jamás dejó de mostrar todas sus cartas en una carrera que lleva ya quince películas, con la irregularidad como marca más visible. En todas ellas, desde las más logradas (Sexto sentido, El protegido, La aldea, Señales, Los huéspedes) hasta las decepcionantes (El último maestro del aire, La dama en el agua, Viejos, Después de la Tierra) están todo el tiempo a la vista las preocupaciones ecológicas, la inquietud existencial sobre el destino del planeta y de la humanidad como especie, la necesidad del diálogo y de la comprensión entre las personas inclusive en las situaciones más aterradoras, la atención que siempre merecen los extraños o los distintos. Shyamalan también parece haber abandonado ese toque mediante el cual logró que en sus primeras y rutilantes apariciones las películas con su firma fueran vistas como algo distinto a todo lo demás. Aquel giro sorpresivo que aparecía en un momento de la trama, de inmediato modificaba todo lo visto hasta allí y encaminaba las cosas hacia otro lugar ante la feliz perplejidad del espectador. Todo eso permanece solamente en el recuerdo y la atención de quienes siguen estudiando todavía con cierto asombro el primer (y mejor) tramo de su obra fílmica. Llaman a la puerta es la muestra más contundente de las actuales convicciones de Shyamalan. En vez de aprovechar, como lo hacía en sus primeros films, el poder de la imagen, el lenguaje visual, los silencios y esas atmósferas llenas de inasibles amenazas que siempre salen de su imaginación, ahora siente una necesidad incontenible de salir a explicar todo lo que pasa (y que entendemos de sobra, porque lo estamos viendo) en los momentos menos adecuados. Esto ocurre en un momento determinado de la trama después de que Shyamalan, con sus elegantes movimientos de cámara y un dominio absoluto de la acción, había logrado al principio construir genuino suspenso alrededor del eje básico del relato: una pareja gay y su pequeña hija adoptiva, de vacaciones en una cabaña rodeada de verde en un bello paraje boscoso, recibe la amenazadora visita de un cuarteto de desconocidos que plantean un reto casi terminal: un miembro de esa familia debe ser sacrificado para evitar la destrucción del planeta, expuesto a un espiral de catástrofes encadenadas que ya se puso en marcha. El director debe haber llegado a la conclusión de que el mundo es demasiado peligroso como para dejar a los demás sin un manual de instrucciones sobre situaciones apocalípticas que sirva para calmar estados extremos de incredulidad o alarma. Shyamalan parece genuinamente preocupado por el estado actual del mundo, las visiones conspirativas sobre el futuro y los prejuicios de toda clase (empezando por la homofobia), pero expone toda esa angustia de la peor manera: despojándola en una trama lineal de cualquier clase de misterio o enigma y cargándola de explicaciones innecesarias. De todos los disparos que resuenan en esta película el más fuerte es el que el director destina a su propio pie.
Debe haber pocos directores de cine tan desparejos como M. Night Shyamalan. El realizador que se consagró con Sexto sentido puede hacer otras grandes películas de suspenso, como El protegido o Fragmentado, y caer y derrumbarse con Glass, El fin de los tiempos o Después de la Tierra. Bueno, Llaman a la puerta está ahí de integrar el segundo grupete. Hay siempre un común denominador en sus realizaciones. Y no hablamos de que siempre hace un cameo, una aparición, como le gustaba a su adorado y plagiado Alfred Hitchcock. Los suyos son filmes de suspenso intrigantes, que pueden empezar con algo que descoloca (la gente que se suicida no más arranca El fin de los tiempos, por caso), siempre tienen sorpresas o una vuelta de tuerca al final. Llaman a la puerta, una película prácticamente rodada en la cabaña del título original (Knock at the Cabin, a la vez basada en la novela The Cabin at the End of the World, de Paul Tremblay) está protagonizada por Dave Bautista (Guardianes de la galaxia), cuya enorme contextura contrasta con la de Wen (Kristen Cui), la niña de 8 años. Leonard se le acerca sigilosamente en el bosque, donde ella está atrapando saltamontes. Peligro inminente Hablan, pero Wen percibe, olfatea el peligro cuando tres compañeros de Leonard aparecen con armas improvisadas y empiezan a perseguirla. Wen entra a la cabaña, donde sus padres Eric (Jonathan Groff) y Andrew (Ben Aldridge, de Fleabag, que salió del closet hace pocos años) pronto escucharán el golpecito a la puerta. E irrumpen en la cabaña, y los atan. Son Leonard, maestro, Redmond (Rupert Grint, de Harry Potter), la cocinera Adriane (Abby Quinn) y la enfermera Sabrina (Nikki Amuka-Bird). Los cuatro tienen una propuesta a la familia. Ellos tuvieron visiones compartidas de catástrofes globales. El Apocalipsis llegará al día siguiente, si la familia homoparental no realiza un sacrificio. Los papás y Wen deben decidir quién morirá entre ellos tres. Habrá que matarlo, porque no vale el suicidio. Las preguntas empiezan a sumarse, encimarse y a ocupar tal vez, más del espacio que debería. ¿En serio el planeta sucumbirá si la familia no realiza el sacrificio? ¿Los recién llegados, el cuarteto de la muerte, sufren psicosis? ¿Cómo puede ser que uno de los atacantes haya tenido relación con la familia? ¿Eh? Película políticamente correcta, la pareja gay ha estado haciendo “sacrificios” para poder mantener su estilo de vida. Pero lo que le piden es demasiado. ¿O no? Es Groff quien le pone más carga emotiva al asunto, y Bautista, del otro lado de la grieta, impresiona bien como el tipo intimidante, pero comprensivo. Como decíamos, Shyamalan es dispar, y no siempre apela a los giros inesperados al final de sus películas. Aquí la cosa no es darse cuenta de que el personaje de Bruce Willis estaba muerto, o quiénes son los simpáticos abuelitos que los nietos visitan en Los huéspedes. Aquí, una vez que se descubre por qué el cuarteto irrumpe, y que irán a inmolarse de a uno si la familia no realiza el sacrificio, se acaba el misterio, las expectativas disminuyen y lo que pase o deje de pasar interesará menos.
M. Night Shyamalan es uno de los mejores directores de los últimos veinte años, y tal vez no está obsesionado con romper esquemas al no contar historias o establecer una superioridad de lo técnico sobre lo argumentativo cómo le sucede a algunos directores muy adorados por la crítica. Shyamalan no pierde el tiempo en contar historias sacadas de otras obras, adornarlas con elementos técnicos con el único fin de ganar dinero pero bajo la farsa de querer enaltecer el arte como hace James Cameron (¿ acaso alguien se creyó que le interesa el arte?) o en el peor de los casos con ilustrar al mundo como un sitio horrible que tiene el privilegio de tenerlo a él como un miembro de la especie humana, cómo le sucede a Iñárritu. Si bien cuenta con todos los recursos técnicos y creativos de verdaderos genios como Fincher o Spielberg el objetivo de este director es contar historias; a veces sus historias han sido buenas, otras malas, pero jamás ha renunciado a eso, a la importancia del arte sobre el artificio, de la fábula cómo eje de la narración. Él tiene su sello que aparece en sus historias, pero nunca es más importante que lo que quiere contar. Luego de fallida ‘Old’ de 2021 (fallida para un sector de la prensa que para con algunos directores está dispuesta desconectar la credibilidad y aceptar lo que se les da pero que con Shyamalan en particular prefieren buscar errores en lugares donde no los hay o pedir explicaciones que a otros no les piden) adaptación de la novela gráfica Castillo de arena, de Pierre Oscar Levy y Frederik Peeters. Shyamalan se vuelve a arriesgar adaptando una obra de otro autor, en este caso elige la obra de Paul Tremblay ‘La cabaña del fin del mundo’. Paul Tremblay desde sus comienzos sabe guardar dentro de sus historias mensajes subyacentes que van más allá del mismo terror, es así como en ‘A head full of ghosts’ (2015) el tema es la mercantilización del dolor, el fanatismo religioso y la evasión de la realidad por medio de negar la enfermedad mental, aunque aun así la duda es lo que nos provoca verdadero terror y donde siempre terminamos preguntándonos si asistimos a un hecho paranormal o un simple acto de locura. En su otra obra ‘Disappearance at Devil’s Rock‘ (2016) Tremblay vuelve a jugar con el dolor y la locura de tal manera que al terror se agrega la angustia. Este autor construye los dramas desde la acción y no desde los personajes ya que es la reacción de los personajes lo que nos ilustra el carácter de los mismos, los personajes actúan, no se explican y a partir de su accionar uno logra conocerlos. Esa habilidad del autor de develarnos directamente la acción es lo que les da dinamismo a sus historias y nos permite empatizar con los protagonistas. En ‘La cabaña del fin del mundo’ lo que nos trae es un home invasion con más toques de violencia y gore que sus otras obras, pero al mismo tiempo es la menos terrorífica de ellas. En esta novela en realidad critica la forma en que los sujetos cuestionamos la realidad a partir de la información que nos llega desde las redes sociales sin realizar cuestionamientos, de la misma manera que critica el fanatismo religioso. Tremblay en cada una de sus obras explora las dinámicas familiares y la forma en que un objeto extraño altera las mismas y como afecta a cada individuo este fenómeno. Con el título nacional de ‘Llaman a la puerta’ M. Night Shyamalan presenta la adaptación de esta novela haciéndole justicia a la original, pero manteniendo esos toques propios de su obra. Tremblay mantiene dentro de sus narraciones un gris que nunca nos permite discernir si lo que estamos leyendo es realmente un hecho netamente paranormal o una interpretación paranormal de un hecho racional. La sinopsis de la película es sencilla: Eric, Andrew y Wen son una familia que va a pasar unas vacaciones en una cabaña ubicada en un bosque de Pensilvania. Un día aparecen en el bosque cuatro personas que intentan convencerlos de sacrificar a un miembro de la familia para evitar el apocalipsis. La historia también podría ser leída desde el otro lado, lo cual la haría mas interesante: Leonard, Sabrina, Redmond y Adriana son cuatro individuos que viven en distintos lugares del país, que tienen ideologías, gustos y profesiones diferentes y que a partir de visiones que los atormentan se ven unidos en la misión de prevenir el apocalipsis. Desde esta premisa algo absurda Shyamalan construye una película cargada de suspenso y de violencia, la cual como suele hacer el director transcurre fuera de campo, lo cual es por un lado una virtud ya que el director nos trasmite cierta incertidumbre al no participar de la acción y por otro lado le quita fuerza. Shyamalan al quitarnos la violencia delante de nuestros ojos nos permite enfocarnos en las emociones de los personajes, sus reacciones y la interacción entre los mismos ya que sin ninguna explicación logramos comprender la relación entre Andrew (Jonathan Groff) y Erick (Ben Aldridge) o el dolor y contradicción que atraviesa a Sabrina (Nikki Amuka-Bird). Shyamalan construye desde las actuaciones, y la fotografía, el sonido, el montaje y el diseño forman parte de la parte de la fábula, pero no son la narración, por lo cual son herramientas que enriquecen y no opacan lo que se quiere contar. Al tratarse de una historia que transcurre entre cuatro paredes el suspenso pasa por las voces, los gestos y el lenguaje corporal. En ese sentido Dave Bautista da una actuación adecuada, construye a su personaje desde lo emocional, ya que su Leonard es un hombre angustiado por lo que tiene que hacer y esta creación es tan genuina que lo pone como el eje de la película trazando un diferencial con otros actores provenientes del mundo de la lucha libre, Shyamalan los lleva a explorar otra faceta de su actuación, parecido a lo que James Gunn hizo con John Cena en Peacemaker (HBO, 2022) sin ser un histriónico o sobreactuar Bautista llega a convencernos de la peligrosidad y sensibilidad de su personaje. El resto de los actores también logran una interpretación adecuada generando duelos entre los personajes que le dan verosimilitud a lo absurdo de la historia. Shyamalan entrega un thriller apocalíptico que comienza como un intenso home invasion pero que se coinvierte en algo más sensible que mantiene la tensión hasta el final. Desde el punto de vista técnico casi no tiene errores y el guion es una buena adaptación del texto original. Sin dudas un paso adelante de este director que seguramente será atacado por sus detractores, quienes cada vez se quedan con menos argumentos.
El Apocalipsis según Shyamalan. El director de origen indio M. Night Shyamalan llamó verdaderamente la atención a fines del siglo pasado gracias a su tercer largometraje, el thriller con toques fantásticos El sexto sentido (1999), una magnífica película que gozó tanto de los elogios de la crítica especializada, como del éxito del público en la taquilla en el momento de su estreno. Un comienzo tan prometedor en la carrera de un director de cine trae aparejadas cosas buenas y otras no tanto. Por un lado, la suerte de tener un apellido y una impronta de autor que se hace de repente reconocible en la industria y lógicamente en los espectadores, lo que también permite poder conseguir la financiación para próximos proyectos. Pero por el otro la presión que se ejerce en un realizador como el creador de La Aldea (2004), al que siempre se le exige un cierto nivel de calidad en sus películas (tanto visual, como narrativa), pero que en realidad no todas las veces se ha podido cumplir. Yendo al grano, Shyamalan tiene en su filmografía películas muy buenas como El protegido (2000), Señales (2002), Los huéspedes (2015) o Fragmentado (2016); y otras que son regulares como La dama en el agua (2006), El último maestro del aire (2010) o Después de la tierra (2013); por dar algunos ejemplos de ambas categorías. Su última producción Llaman a la puerta (2023), está en un punto intermedio. Posee en su intrigante relato tantos aciertos como pifiadas (por lo menos para quien redacta esto). En el cine de M. Night Shyamalan por lo general encontramos historias concretas que hablan de fe, religión, existencialismo y redención; intensos relatos que nos permiten reflexionar acerca de la humanidad y sus propósitos como sociedad. También, como buen narrador que es, nos deja un moraleja o lección en muchos de los finales de sus películas. Todo en un contexto visual de desarrollo convencional, pero no exento de sugerencia y misterio. Recursos estilísticos como el fuera de campo o el plano detalle son determinantes en la iconografía de su cine. Llaman a la puerta, que está basada en la novela “The Cabin At The End of The World” de Paul Tremblay, comienza de forma contundente: una pequeña niña china llamada Wen (Kristen Cui) juega tranquilamente en los alrededores de la casa de campo que comparte con sus dos padres, una pareja gay formada por Eric (Jonathan Groff) y Andrew (Ben Aldridge). De repente, aparece un hombre de grandes dimensiones, Leonard (Dave Bautista), quien comienza a hablar con ella y a pedirle para ingresar a la casa para poder así dialogar con sus progenitores, que la adoptaron siendo una bebé en un viaje a Oriente. Detrás de este extraño hombre vendrán tres personas más (dos mujeres y un joven), quienes también desean ingresar a la vivienda. La situación se pondrá muy tensa cuando la niña huya a la casa y estos intrusos entren allí por la fuerza. En su primer tramo, la película empieza como una del subgénero de invasión hogareña (por otro lado, bastante violenta), para luego mutar en otra que mezcla drama familiar, toques de fantástico y hasta del subgénero postapocalíptico. Ciertos dilemas morales y éticos serán planteados en la trama por el realizador, en una especie de antesala al fin del mundo. El miedo a la extinción de la raza humana es uno de los puntos centrales. Por medio de flashbacks iremos comprendiendo un poco más acerca de la vida de todos los protagonistas, especialmente de la pareja que adoptó a la niña. Todo es desarrollado casi a la manera de un cuento clásico. En Llaman a la puerta se destacan las actuaciones: se intuye un gran compromiso y entrega por parte de los intérpretes (destaco a Dave Bautista). También la angustia y la incertidumbre que se siente en la primera hora de metraje. Pero luego lamentablemente, por complicados giros de guion, la cuestión se pone difícil y el relato cambia, centrándose en un montón de cuestiones humanas que pierden credibilidad. Es demasiada información y uno no entiende para qué lado ir o qué punto de vista en la cuestión atender. Todo quizás sea una brutal teoría conspirativa, o quizás no. Este es el Apocalipsis según M. Night Shyamalan. Creo que corresponde a cada espectador sacar sus propias conclusiones. A está servidora le parecieron demasiadas y no tan claras.
M. Night Shyamalan es un director que sigue generando interés a pesar de que su esplendor parece haber quedado atrás. El director de Sexto sentido, El protegido, Señales y La aldea, despierta algunos odios excesivos, posiblemente producto de la admiración que tuvo hace veinte años. Directores más irrelevantes y realmente malos no reciben dichos ataques pero M. Night Shyamalan ya fue puesto en ese lugar. Por otro lado, sus viejos admiradores viven esperando aquella película que lo lleve nuevamente a su mejor forma. Para ambos grupos cada nueva película es un acontecimiento que no los deja indiferentes. Llaman a la puerta (Knock at the Cabin, Estados Unidos, 2023) está basada en The Cabin at the End of the World, de Paul Tremblay, lo que significa que no es una historia original del director, quien además eligió acá no estar solo a la hora de la adaptación. Sin embargo, toda la película tiene el tono y el suspenso propio de Shyamalan. El conflicto se establece rápido, más allá de un par de misteriosas escenas iniciales. El hecho de que prácticamente toda la película transcurra en una cabaña en medio del bosque obliga a que esto sea así. Una niña de ocho años (Kristen Cui) está en una cabaña con sus dos padres (Jonathan Groff y Ben Aldridge) cuando llegan cuatro extraños caminando hasta allí. Cada uno lleva una herramienta que podría transformarse también en un arma mortal. Lo que tienen para decir es tan inverosímil que los habitantes de la cabaña no pueden creer que sea cierto. Los extraños le dicen a los dos hombres y su hija adoptada que deben tomar una decisión terrible y que si no lo hacen, será el comienzo del apocalipsis y el fin de la humanidad. Excepto para ellos tres, claro. Siete personajes en una cabaña aislada de todo. Sin señal para los teléfonos y lejos de cualquier ayuda. Es más fácil de sobrellevar esta clase de historias en literatura que en cine, porque son menos las preguntas que surgen. Aun así el dilema queda planteado y los protagonistas deberán elegir entre sus seres queridos y toda la humanidad. La película no tiene material para más de una hora y por eso recurre a una serie de flashbacks cuya única función es llegar a los noventa minutos. El problema es que frente a una estructura de encierro, dichos flashbacks le sacan rigor a la trama y desvanecen poco a poco el drama. El cuarteto que visita la cabaña está encabezado por Dave Bautista, quien está buscando otra clase de roles, quizás con el sueño de convertirse en el nuevo Dwayne Johnson. Su fracaso actoral prueba que no es tan fácil lo que ha logrado The Rock. M. Night Shyamalan logra una película mejor que Viejos (2021) o al menos mucho menos irritante. No se descarta que eventualmente vuelva a encontrar un guión que lo regrese a su mejor época, por ahora eso no está pasando. El director sigue viviendo entre el recuerdo de sus fans y el desprecio de quienes lo han tomado como objeto de burla. Llaman a la puerta tiene varios momentos que prueban su talento y con eso ya se eleva por encima de la media.
"Llaman a la puerta": ¿sabes quién viene a cenar? Al director de "Sexto sentido" últimamente le interesa menos la coherencia narrativa que indagar en sus dudas existenciales sobre la humanidad y su relación con el entorno. Y de eso no sale nada bueno. La cosa es más o menos así: una nena de origen asiático está juntando saltamontes en un bosque, hasta que la interrumpe un gigantón con intenciones en principio desconocidas, pero difícilmente positivas para la menor. Él, amable y atento, le habla sobre generalidades, y poco a poco va revelando la idea de un sacrificio que debe hacer su familia, haciendo que corra desesperada a la cabaña que alquilaron sus padres adoptivos para unos días de vacaciones. Mientras intenta explicar lo ocurrido, el hombre, secundado por tres personas, toca la puerta y comienza un ida y vuelta acerca del motivo de su visita: efectivamente, está ahí porque asegura que el Apocalipsis es inminente, que la única manera de evitar el Fin –así, con mayúsculas, porque todo en esta película es con mayúsculas– es que alguno de ellos tres (los padres o la nena) decidan sacrificarse en pos de redimir a la humanidad entera. De allí en más, poco más de una hora de negociaciones, muertes y un misticismo digno de un convento. Suena lógico que la reacción de los padres ante una teoría con olor a delirio de un grupo de empachados con foros conspiranoides sea el descreimiento, la negación absoluta, el intento de demoler la teoría como deben demolerse: con datos. Lo que no parece lógico es que cuando uno de ellos, Eric (Jonathan Groff, el joven agente del FBI de la muy recomendable serie policial Mindhunters, de David Fincher), empiece a creer que quizás el profe de gimnasia Leonard (Dave Bautista), la cocinera Ardiane (Abby Quinn), la enfermera Sabrina (Nikki Amuka-Bird) y el empleado de una compañía de gas Redmond (Rupert Grint) tengan un poquito de razón, no se le ocurra preguntar lo que preguntaría el 99,99 por ciento de los humanos ante una situación así: por qué esa cabaña, qué tienen ellos para volverlos potenciales objetos de sacrificio. Tampoco se le ocurre a su marido Andrew (Ben Aldridge), demasiado enfrascado en negar y negar y negar. La hipótesis de esta crítica es que a M. Night Shymalan le interesa menos la coherencia narrativa que indagar en sus dudas existenciales sobre la humanidad y su relación con el entorno. Difícilmente una película salga bien cuando su director se pone por encima de ella. La idea de utilizar el cine como vehículo de sus preocupaciones eco-friendly no es una nueva en una filmografía que ha orbitado varias veces alrededor de ellas, con El fin de los tiempos (2008) y Después de la Tierra (2013) como ejemplos máximos. Pero si en esos casos las preocupaciones eran fruto de lecturas surgidas de desenlaces imposibles, aquí se patentizan desde el minuto uno. Mejor dicho, desde el minuto 20, porque el primer acto es, por lejos, lo mejor de Llaman a la puerta: económico en su puesta en escena, con frases susurrantes que generan inquietud y una tensión que preludia el huracán y logra hacer de espacios campestres elementos dramáticos. Allí entraña el nudo más fuerte del director de Sexto sentido, El protegido y Los huéspedes, quizá la razón por la que todavía cuesta dejar de ver cada nueva película suya, esperando que sean buenas, aunque hace mucho tiempo que no lo sean. El indio tiene un estilo propio y definido, un indudable talento para crear atmósferas viscosas e incómodas y mil ideas visuales (varias notables), pero todas caen víctimas de guiones de hierro, llenos de metáforas bobas y con ínfulas de mesianismo. Mismo mesianismo que hace que lluevan lenguas de fuego, caigan estrellas ardiendo como antorchas e irrumpa una plaga que, en este mundo pos covid, ya no son langostas, sino virus desconocidos.
Una pareja y su hija adoptiva están de vacaciones en una cabaña en el bosque. Todo es normal hasta que llega un grupo de personas y los secuestran dentro de su hogar. Los extraños aseguran que esta familia va a ser la única capaz de salvar el mundo pero para hacerlo tienen que matar a uno de sus miembros. Si no lo hacen el apocalipsis vendrá y destruirá al mundo. “Llaman a la puerta” es un largometraje estadounidense dirigido por M. Night Shyamalan también director de películas exitosas cómo “Sexto sentido” y “El protegido”. Fue estrenada el pasado 2 de febrero de 2023 en Argentina. Está basada en el libro “The Cabin at the End of the World” escrito por Paul G. Tremblay. La premisa de la historia me gustó mucho y logró captar mi atención desde el primer momento. La cinta es visualmente muy buena, teniendo excelentes locaciones y dentro de todo buenos efectos especiales. Tiene giros argumentales y varios de los aspectos de la trama tienen una buena justificación. El único aspecto que no me terminó de cerrar es el por qué eligieron a esa familia en particular. Me pareció que la explicación que dieron fue muy vaga y me hubiese gustado que ese punto tuviera más profundidad. Se destacan las actuaciones de Jonathan Groff, Eric, Ben Aldridge (Andrew) y Kristen Cui (Wen). Si les gustan las películas de suspenso entonces no se pueden perder “Llaman a la puerta”.
“Llaman a la puerta” (Knock At The Cabin), es una adaptación cinematográfica de la novela de Paul Tremblay “La cabaña del fin del mundo”. El director, junto a Steve Desmond y Michael Sherman, reescribió la atrapante historia sumándole más tensión, donde todo gira alrededor de una hipótesis doméstica tan psicológica como terrorífica. Así, el film se convierte en un thriller tan angustioso como intenso y siniestro, aunque presenta pocos giros y revelaciones. Pero más allá de ello, se convierte en su mejor trabajo luego de varios intentos fallidos dentro de su irregular cinematografía.
M. Night Shyamalan es un director que se caracteriza por aportar conceptos interesantes a la pantalla, mantener al espectador atrapado y sorprenderlo con un giro inesperado y potente hacia el final. Nos cautivó con «Sexto Sentido» (1999), «Señales» (2002) y «Fragmentado» (2016), por eso cada nueva propuesta que nos trae es digna de ver, a pesar de que los resultados no siempre sean los mejores. Con «Llaman a la Puerta» («Knock at the Cabin» en su idioma original) nos ofrece una historia atrapante y original pero que se queda a mitad de camino entre lo que propone y lo que termina siendo. La misma se centra en una familia compuesta por dos padres (interpretados por Jonathan Groff y Ben Aldridge) y su pequeña niña (Kristen Cui) quienes se fueron de vacaciones a una cabaña en el medio del bosque. Cuando un hombre (Dave Bautista) y sus tres compañeros (Rupert Grint, Abby Quinn y Nikki Amuka-Bird) llegan al lugar, los obligarán a tomar una drástica decisión: deben elegir quién de ellos se va a sacrificar para que no se desate el fin del mundo y de la humanidad tal como la conocemos. «Llaman a la Puerta» nos ofrece un thriller lleno de tensión y misterio que se sostiene a lo largo del tiempo, donde no sabemos qué es lo que puede llegar a suceder. A partir de los diálogos entre los protagonistas, es difícil discernir si lo que dicen es real o si existe algo más detrás de todo el planteo. Sin embargo, con el correr del metraje la trama se va volviendo un poco repetitiva y sobreexplicada, haciendo que podamos prever algunos de los giros finales de la historia y que tampoco quede demasiado espacio para la imaginación o la interpretación propia. Se plantea un concepto interesante y reflexivo pero cuya ejecución no termina de cerrar del todo. Tenemos buenas actuaciones por parte de Jonathan Groff y Ben Aldridge como aquellos que tienen que luchar contra los invasores y Kristen Cui resulta ser una gran revelación como la pequeña hija de ambos, con diálogos inteligentes y una actitud carismática, como también de Dave Bautista y Rupert Grint como quienes llegan con una misión misteriosa y de dudosa procedencia. Tal vez se podría haber profundizado un poco más en algunos personajes y no quedarnos con cuestiones tan superficiales. Para contar la historia de los protagonistas se recurre a pequeños flashbacks que nos permiten conectar con ellos a pesar de no sumar detalles tan sustanciales para la trama o algún agregado extra a lo que ya sabíamos de ellos. Sin embargo, con los invasores directamente conocemos algunas pocas características. Incluso, los papeles de Abby Quinn y Nikki Amuka-Bird están un poco desdibujados. Los aspectos técnicos están bien logrados. Utilizan una cabaña aislada en medio de la nada y aprovechan cada espacio para crear un clima de opresión y tensión del cual es difícil escapar. También usan algunos efectos especiales que resultan sumamente creíbles. Además, la banda sonora también ayuda a generar esas sensaciones. En síntesis, «Llaman a la Puerta» es un film atrapante, que te mantiene alerta y tensionado a lo largo de toda su duración, pero con algunas cuestiones como la repetición de situaciones o demasiadas explicaciones sobre lo que sucede que no permiten que la obra sea memorable dentro de la filmografía de este osado director.
CREENCIA Y EVIDENCIA En los últimos años, M. Night Shyamalan, que venía de algunos fracasos importantes (La dama en el agua, Después de la Tierra), encontró en lo económico la llave para ser siendo fiel a sí mismo. Es decir, comenzó a trabajar -en particular desde Los visitantes– con presupuestos muy pequeños y premisas concentradas, con escasos personajes, pero manteniendo las típicas huellas de su cine. Llaman a la puerta es una continuación de esa senda: un film que focaliza casi toda su acción en un único espacio y con pocos protagonistas, pero que se da el lujo de ser al mismo tiempo bastante ambicioso. El relato, basado en el libro The cabin at the end of the world, de Paul Tremblay, contiene buena parte de las obsesiones habituales de Shyamalan: personajes rotos y torturados; familias que a partir de un acontecimiento específico ponen en juego sus lazos afectivos; la noción de los dones como algo muy parecido a una maldición; la violencia como algo latente en el tejido social; y hasta -algo que viene in crescendo en su filmografía, desde Señales y pasando por El fin de los tiempos– el imaginario vinculado a la idea del apocalipsis. En este caso, con la historia de dos hombres (Jonathan Groff y Ben Aldrige) y su hija adoptiva (Kristen Cui) que se van de vacaciones a una cabaña en el medio de un bosque y cuyo pacífico descanso es interrumpido por cuatro extraños armados (Dave Bautista, Rupert Grint, Nikki Amuka-Bird, Abby Quinn) que los toman de rehenes y les demandan que tomen una decisión brutal para así evitar el fin del mundo. A partir de este punto de partida, que se plantea casi de inmediato, se dará una lucha de voluntades entre ambas partes, al mismo tiempo que se irán conociendo fragmentos del pasado de los protagonistas, con diversos factores conflictivos. Shyamalan, un creyente extremo, diseña una narración donde la noción de lo apocalíptico es un puente para pensar esa confrontación constante entre la fe religiosa y el escepticismo ateo o agnóstico, para llegar a una conclusión tan simple como interesante: si la primera necesita ser un acto colectivo, donde lo comunitario confirma los pensamientos de cada sujeto hasta convertirlos en certezas; lo segundo es más bien un ejercicio individual, que incluye un cuestionamiento sustentado en paradigmas científicos. Pero, además, a medida que avanza la trama, queda claro en Llaman a la puerta -al igual que en buena parte de la filmografía del cineasta, aunque aquí de forma más explícita- que no basta simplemente con la creencia, sino que también se requiere de una evidencia que pruebe un discurso. Es como si Shyamalan hubiera escrito el guión asesorado por un ateo, pero al que interpela con la hipótesis de qué haría si aparecen indicios que contradicen la postura que tuvo toda su vida. A esa confrontación dialéctica, Llaman a la puerta le agrega un trasfondo político y de género ciertamente tortuoso, pero trabajado desde lo fragmentario, como una operación de la memoria y las vivencias. Eso no quita que Shyamalan también construye desde ahí un alegato donde los diversos personajes son representaciones de distintos paradigmas sociales. Ahí, en esa vocación discursiva, es donde el film trastabilla, porque encima eso va de la mano de una serie de explicaciones en los minutos finales que caen en ciertos subrayados. Pero, a cambio, Shyamalan ofrece las ya típicas virtudes de su cine: una llamativa capacidad para crear tensión desde el diseño de los planos, la interacción con el fuera de campo y la expresividad del sonido, además de personajes y situaciones que ya desde antes que estallen los conflictos están parados en un lugar marginal. Y cuando decimos marginal, no solo nos referimos a lo social, sino también a lo cinematográfico: nadie en el cine actual es capaz de desplegar una puesta en escena y dispositivos narrativos como los de Shyamalan. Llaman a la puerta es otra muestra de su apuesta constante a cumplir algunas expectativas del público para dinamitar otras, delineando dramas envueltos en thrillers que luego realizan el movimiento inverso y luego vuelven a hacer ese mismo giro. Y que ha encontrado en estructuras pequeñas el camino más sostenible para mantener una coherencia difícil de encontrar en otros realizadores. Shyamalan siempre está caminando por la cornisa, y por suerte acá no parece caerse, aunque todo depende del punto de vista con que se lo mire.
Por lo general, el espectador que se encuentra frente a una película de M. Night Shyamalan está jugando un juego donde se tiene que adivinar el próximo paso que tomará la historia. Es dificil intentar descrifrar la cabeza del cineasta indio. Lo cierto es que todas sus historias, hasta las más simples, tienen su cierta complejidad a la hora de desarrollarse. Se trata, más bien, de una firma autoral que Shyamalan le agrega a sus trabajos. Su última película, Llaman a la Puerta, no es la excepción. El cine de M. Night Shyamalan está caracterizado por lo inesperado. En una búsqueda constante por lograr la perfección a la hora de narrar suspenso, el director supo sostener sus historias y demostrar que se sabía defender a pesar de ser catalogado como un enfermo de los giros de guion. La cuestión es que Llaman a la Puerta persigue con entusiasmo la fórmula Shyamalan, pero la película da un paso más que permite entenderla de otra manera y así diferenciarse de la filmografía del director. Llaman a la Puerta cuenta con la premisa de un Shyamalan que ya está consagrado, y que se puede dar lujos a la hora de elegir qué historia quiere contar. La película se centra en una familia integrada por un matrimonio gay y su hija adoptiva. Las pequeñas vacaciones que esta familia decide tomarse lejos de toda ciudad y civilización en una cabaña en el bosque se verá distorsionada por la aparición de otras figuras. La cabaña es asediada por cuatro personajes que están dispuestos a entrar allí mediante cualquier vía. La desesperación por ingresar a la cabaña donde tomarán lugar los acontecimientos no es al azar. Estos cuatro personajes buscan frenar el posible apocalípsis. Para ello, uno de los integrantes de la familia protagonista tiene que morir en manos de otro de ellos. Ante semejante locura, se plantea un juego moral que mezcla el fanatismo religioso, el ateísmo extremo y la incapacidad de diferenciar la realidad de lo imaginario. Constantemente, se crea entre los personajes una disputa histórica. Un grupo presenta una visión religiosa de los acontecimientos. Por el otro lado, la familia protagonista es el claro ejemplo de la visión realista de las cosas. Este choque es fundamental para entender Llaman a la Puerta. La perseverante búsqueda de una respuesta y las diferentes maneras de resolver una incógnita caracterizan esta película que resulta diferente dentro de la filmografía de Shyamalan. La cabaña es el lugar elegido por Shyamalan para narrar la historia de Llaman a la Puerta. El director indio sabe moverse en lugares pequeños y el sentimiento de encierro se hace presente a lo largo de toda la película. Es en ese bosque y en esa pequeña cabaña donde M. Night Shyamalan despliega un juego perverso donde el suspenso recorre cada habitáculo y se posiciona como un personaje más del largometraje. Shyamalan elige desviarse de un camino en la que se basó toda su filmografía. Llaman a la Puerta no presenta un giro de guion, ni una explicación que haga que la película cierre enteramente. Todo lo contrario a lo que el cineasta acostumbró a su audiencia. Hay una historia que se entiende mediante términos religiosos, sin vueltas ni rodeos. Un efectivo quiebre de la fórmula creada por M. Night Shyamalan y un largometraje que sabe defenderse con las decisiones que toma.
EVANGELIZAR AL PRÓJIMO En The Last Wave (Peter Weir, 1977) un abogado comenzaba a tener inexplicables sueños premonitorios a la vez que investigaba un caso de supuesto asesinato que involucraba a cinco aborígenes australianos. ¿Coincidencia? ¿causalidad? Sus sueños lo acercaban cada vez más a una verdad aterradora: el fin de todas las cosas tal como las conocemos por la llegada de un cataclismo. A pesar de que podemos ver cada detalle en los sueños del protagonista, Weir prefiere el misterio, lo oculto, lo que nos es imposible explicar y entender. Porque si hay algo que está más allá del entendimiento es justamente esa otredad que separa el pensamiento primitivo del moderno. Ese espacio vacío que alberga todo tipo de creencias, fuerzas, y nace y muere como misterio, como enigma. Lo místico puede ser solo cuestión de fe, de tradición cultural o parte de costumbres tribales. Por eso lo místico y misterioso encierran una misma cuestión: la de reservarse ante el raciocinio mundano, moderno, positivista (si se quiere) de un mundo cada vez menos espiritual y más organizado dentro de las ciencias. The Last Wave utilizaba esa veta fantástica para expresar una visión del mundo acorde a la que su realizador tenía en aquellos tiempos y sin abandonar jamás sus obsesiones sobre choques culturales entre tradición y modernidad, lo primitivo y lo moderno. Algo de esto debería haber entendido M. Night Shyamalan en su última película, Llaman a la puerta, con la que comparte un par de ideas. En Llaman a la puerta también hay un abogado, Andrew, que convive con Eric, su pareja, y la pequeña Wen, su hija. Los tres son interrumpidos en su apacible cabaña por cuatro extraños que intentan entrar. Primero se muestran amables y serenos, pero ante la negativa de la pareja entran a la fuerza y ambos son interceptados y maniatados en sillas. El aparente líder, Leonard, les dice que no les van a hacer daño, pero que uno de los miembros de la familia debe ser sacrificado por decisión y a manos de ellos mismos. Cada vez que se nieguen un terrible acontecimiento se desatará sobre la tierra sembrando el pánico, el caos y la destrucción, por lo que ese sacrificio es la única opción para detener un inminente apocalipsis. Leonard les explica que los cuatro tuvieron visiones que los alertaron para llegar hasta allí y concretar esa especie de ritual. Claro que Andrew y Eric en un principio se mostrarán reacios pero con el correr del tiempo serán testigos de todo tipo de hechos que los llevará a dudar sobre si tales acontecimientos son en realidad parte del fin de los tiempos. Otra vez Shyamalan cae, como en Old (2019), en todo tipo de caprichos argumentales, notoriamente disfrazados de lecturas políticas y su personal visión del mundo. En Llaman a la puerta hay un hecho paradójico en yuxtaposición con la película de Weir: mientras que en la del australiano podemos ver las visiones del protagonista, en la de Shyamalan quedan relegadas al fuera de campo. Pero en donde Weir mantenía siempre el misterio por sobre todas las cosas, en la de M. Night se sobreexplica y se enfatiza. Se resuelve, se encuentra una solución, se entiende el problema (lo único que importa, pareciera) aun cuando se desconoce el motivo de tales sucesos extraordinarios. El misterio se pierde porque todo en la película se subraya (el límite del ridículo: nos explica la simbólica llegando casi al final) y dicha solución parece más un capricho argumental contenidista, como muchas otras cosas que alberga la obra. En The Last Wave el personaje interpretado por Richard Chamberlain está perdido en otro mundo, un mundo que responde a un orden distinto y cuyas respuestas jamás son resolutivas, más bien generan otros problemas. Todo allí se transforma en un laberinto, mientras que en la película de Shyamalan los protagonistas están sentados, maniatados y siendo sermomeados una y otra vez. Hasta que el resultado se agota, como la paciencia del espectador. Pese a algunos momentos donde el director demuestra tener pulso para los climas, construir lecturas interesantes y algunas ideas de puesta en escena bien ejecutadas (Andrew y Eric muchas veces son separados, divididos en la composición estética de la película), no se salva por momentos del tedio, la corrección política y la reiteración de temas abordados a diestra y siniestra en todo tipo de medios actuales. Para ello recurre al flashback innecesario (Howard Hawks decía que no necesitaba del flashback para hablar del pasado de un personaje), así como a líneas de diálogo aleccionadoras y buenas intenciones demasiado obvias para no verle los hilos (su discurso sobre la intolerancia, la posible salvación del planeta depende de una pareja gay, etc). No molesta que la pareja sea homosexual, para nada. Lo que molesta es que, respecto de algunos tópicos, el director no sepa cómo abordarlos sin caer en fórmulas reiterativas dentro del cine actual. Menos aún, no sabe cómo desprenderse siquiera de una manía horrenda de nuestros tiempos: el abuso de los primeros planos, lo más cercano y cerrado posible. Sin fugas para no ver “más allá” y que solo nos detengamos en las expresiones. Los mismos atienden a la lógica de que en la actualidad el cine está más preocupado por emocionar que por hacer pensar al espectador, y en Llaman a la puerta hay una cantidad desmedida e innecesaria. Ese tipo de planos se utiliza además como dispositivo de creencia, de fe, y a Shyamalan le importa más, se nota, que crean en todo lo que sucede en su película. Pero principalmente en su cine. Por eso hace un truquito con los protagonistas: uno es el creyente y el otro es el racional, aquel al que le cuesta digerir la información, o sea, el escéptico. Se representan así dos tipos de espectadores. Por eso los primeros planos, los cuatro intrusos evangelizadores, etc. Todo aquí es un intento de evangelización. Resulta necesario que esos personajes entren a la fuerza, dado que se carece de la herramienta de la elocuencia. Shyamalan, en un sentido, es uno de esos intrusos intentando lavarnos el cerebro: su película es trascendente, importante y necesaria. Para ello, dejó de lado su siempre bienvenido humor. Una lástima. De haberla agarrado Weir estaríamos hablando de algo mucho más interesante y, claramente, más misterioso.
Abulia o responsabilidad Si bien Llaman a la Puerta (Knock at the Cabin, 2023) es el segundo trabajo al hilo del cineasta hindú M. Night Shyamalan basado en un material externo/ no escrito en primera instancia por el señor, ahora inspirado en La Cabaña del Fin del Mundo (The Cabin at the End of the World, 2018), odisea literaria de horror de Paul G. Tremblay, y en el caso del film anterior, Viejos (Old, 2021), en Castillo de Arena (Sandcastle, 2010), novela gráfica del suizo Frederik Peeters y el documentalista francés Pierre-Oscar Lévy, a decir verdad la película que nos ocupa se condice en un cien por ciento con las preocupaciones de siempre del realizador y guionista como los vínculos afectivos, el quid familiar, las premoniciones ultra lúgubres, el entramado curioso de la niñez, las relaciones de poder en la pareja, los secretos sociales por revelar, la visita de lo desconocido, la hipocresía integracionista en colectivos esencialmente discriminadores como el primermundista, la tendencia caníbal del ser humano, la naturaleza más misteriosa, lo religioso etéreo, la aislación, el autoengaño y en especial el choque permanente entre empatía para con el prójimo por un lado e histeria homicida y narcisista por el otro, sin duda una de sus obsesiones, en tanto reformulación enriquecedora de la vieja contienda simplista del cine de género entre bondad y maldad, y eje de aquella primera fase posterior a sus dos incursiones fallidas en la comedia dramática, las fundacionales Rezando con Ira (Praying with Anger, 1992) y Más Astuto que Nunca (Wide Awake, 1998), hablamos por supuesto de la seguidilla más que conocida de Sexto Sentido (The Sixth Sense, 1999), El Protegido (Unbreakable, 2000), Señales (Signs, 2002), La Aldea (The Village, 2004) y La Dama en el Agua (Lady in the Water, 2006), todos clásicos posmodernos del suspenso esotérico cargado de una ambición muy poco habitual en estos tiempos, por cierto bien insípidos, antiintelectuales y redundantes hasta la médula. Llaman a la Puerta continúa la racha de buena calidad de las otras obras recientes del hindú a posteriori del renacimiento creativo en ocasión de la excelente Los Huéspedes (The Visit, 2015), léase la mencionada Viejos más Fragmentado (Split, 2016) y Glass (2019), las dos continuaciones de El Protegido y partes constituyentes de una suerte de trilogía acerca de superhéroes y supervillanos bastante prosaicos, a su vez un período enmarcado en sus dos encomiables trabajos televisivos, las series Wayward Pines (2015-2016) y Servant (2019-2023), realizadas para Fox y Apple TV+, respectivamente, y cierre de la fase de decadencia inmediatamente previa, esa intermedia de su trayectoria correspondiente a las demasiado pobres El Fin de los Tiempos (The Happening, 2008), El Último Maestro del Aire (The Last Airbender, 2010) y Después de la Tierra (After Earth, 2013), opus que lo acercaron al acervo mainstream más intercambiable y/ o cayeron en rasgos autoparódicos a todas luces involuntarios. La sencilla trama funciona como una fábula de entorno cerrado tácito y gira alrededor de la cabaña del título original en inglés, una bucólica y remota en Pensilvania donde vacacionan un matrimonio homosexual, el de Eric (Jonathan Groff) y Andrew (Ben Aldridge), y su hija adoptada de siete años, la chiquilla de rasgos asiáticos Wen (Kristen Cui) que gusta de coleccionar grillos símil entomóloga incipiente. Cuatro son los extraños que destruyen la paz idílica de la familia, el líder Leonard (Dave Bautista), un docente con un cuerpo gigantesco, y los segundones Sabrina (Nikki Amuka-Bird), una enfermera negra, Adriane (Abby Quinn), cocinera y madre de un chico pequeño, y Redmond (Rupert Grint), otrora un energúmeno homofóbico que le partió una botella en la cabeza a Andrew tiempo atrás y cumplió una sentencia de prisión por ello, representante en sí de la malicia humana del mismo modo que Adriane simboliza la nutrición, Sabrina la sanidad y Leonard la guía. El leitmotiv apocalíptico tiene que ver con el mandato aparentemente divino -transmitido mediante visiones- de los extraños, quienes atan a los gays y les explican que el fin del mundo está próximo y deben elegir a uno de los suyos para morir si pretenden evitarlo, al cual además deben faenar en primera persona/ sin intermediarios porque caso contrario la debacle se desatará por cuotas a medida que los cuatro visitantes se asesinan entre ellos a través de garrotes tuneados con armas blancas. Una vez planteado el latiguillo principal, esta alternativa entre el sacrificio intra familiar o ser testigos vía TV de un cataclismo que incluye terremotos, tsunamis gigantescos, una gripe devastadora, caída general de aviones y una andanada de incendios por rayos, el guión de Shyamalan, Steve Desmond y Michael Sherman combina ingredientes del porno de torturas (el desfile de asesinatos rituales con un paño en la cabeza y cráneos destrozados, primero muriendo Redmond y luego Adriane), el thriller mitológico de base bíblica (aquí regresa un elemento muy caro a la producción del cineasta, la pugna entre el ateo cínico y el creyente ortodoxo, por ello Andrew considera que está ante miembros de un culto suicida y Eric, por el contrario, empieza a compartir su capacidad de profetizar el futuro), el melodrama familiar (entre los esperables flashbacks que amenizan el encierro Shyamalan incorpora un encuentro incómodo con los padres de Andrew, en la piel de Ian Merrill Peakes y McKenna Kerrigan, en esencia la personalidad dominante en la relación porque Eric es mucho más sensible, cercano al rol estándar de las hembras sin ser afeminado caricaturesco) y desde ya la tragedia de resonancias filosóficas y éticas (en pantalla la típica pasividad posmoderna/ burguesa desencadena consecuencias nefastas en el corto plazo, léase el óbito de desconocidos a los que se termina conociendo por el frenesí de los acontecimientos, justo como en nuestra sociedad política cotidiana). A diferencia del woke bobalicón de la falsa diversidad hollywoodense, una estrategia de marketing hiper evidente en la bazofia de Marvel y tantos otros films del mainstream y el indie de la actualidad, Shyamalan sí es honesto en su enfoque plural y democrático que empareja a todos, por ello siempre apostó por la integración del diferente -empezando por él mismo, un hindú criado en Estados Unidos bajo el hinduismo y el cristianismo- mientras se sumergía de manera esquizofrénica en lo sentimentaloide, lo macabro y lo teológico sincrético, gran mejunje que en Llaman a la Puerta se nos aparece mediante referencias varias a los Cuatro Jinetes del Apocalipsis, la pureza romántica idealizada, la persecución de los marginados, esos presagios que despiertan incredulidad y finalmente las ofrendas de fe paradigmáticas de todas las religiones, aquí la muerte voluntaria de los visitantes y del Eric autoinmolado del desenlace. Shyamalan, en muchas ocasiones despertando la hilarante condena de ciertos sectores descerebrados del público y la crítica que no soportan su tono serio, austero y profundo en tiempos de un Hollywood monstruoso y banal que desconoce la artesanía cinematográfica, en su última propuesta redondea una epopeya minúscula y en general disfrutable que equivale a un buen “directo a video” de las décadas del 80 y 90, modificando el final abierto del libro de Tremblay y otros detalles como la muerte de Wen, el óbito asimismo más temprano de Leonard y el papel preponderante de Sabrina en las páginas. Al muy buen desempeño de Bautista, Aldridge y Grint y la excelente fotografía de Lowell A. Meyer y Jarin Blaschke, este último el colaborador de cabecera del genial Robert Eggers, se suma el estupendo manejo del marco conceptual del propio Shyamalan, hoy por hoy nuevamente pensando a la responsabilidad -el hecho de hacerse cargo de las decisiones y sus resultados- en contraposición a la abulia que delega en terceros el rumbo de la vida…
Una pareja y su pequeña hija se convierten en víctimas de cuatro personas que quieren entrar en su cabaña en lo profundo del bosque. Dirigida por M. Night Shyamalan, “Llaman a la puerta” es el nuevo thriller psicológico que asegura un terror y suspenso apocalíptico.
M. Night Shyamalan suele ser un cineasta excesivamente criticado, cuánto menos cuestionado, por la falta de verosimilitud de sus argumentos. Al menos, eso dicen sus detractores, quienes tienden a desvalorizar la extensa carrera que desarrollara luego de descollar con sus dos tempranas obras maestras: “Sexto Sentido” (1999) y “El Protegido”. El director indio, un esteta absoluto que escribe, dirige y produce todas sus obras, practica una clase de arte que ha ido mutando a lo largo de las décadas, no exento de tropiezos y exabruptos, buceando a través de diversos géneros. Sin embargo, existe un aspecto primordial que se ha permanecido inalterable: es de su hábito colocar el lenguaje cinematográfico por encima de la trama, aspecto que lo acerca a autores del estilo de Brian De Palma. Una pequeña juega, libre, en el boscoso y salvaje entorno que parece alejado de todo tumulto y ruido urbano. Juega a cazar saltamontes, para luego educarlos, dentro de su propio ecosistema. Más allá de los árboles, un inmenso lago y montañas. No hay rastros de la civilización. Hasta que, cuatro desconocidos se presentan a la puerta de una bella cabaña de veraneo. No son testigos de Jehová los cuatro jinetes del apocalipsis que se aproximan. Cada una de las características que los describen a la perfección nos convencen a creer: el mal, la sanación, la alimentación, la guía han llegado a la hora del juicio final. Una vez que la maquinaria argumental se echa a andar, se nos invita a espiar desde primera fila el juego paranoico que establecen los citados intrusos versus los anfitriones, en resultante de típicas maniobras de ‘home invasion’. Shyamalan coloca delante de nuestro intelecto el dilema: ¿en manos de quiénes depositamos la extremadamente difícil decisión de evitar el apocalipsis? Contra todos los males de este mundo ya no hay amuleto que alcance, las catástrofes se avecinan. Los cielos se llenan de tinieblas, los verdes bosques se tiñen de fuego, un próximo virus mortífero azota al planeta. Caen de las alturas aviones sin control, ¿se trata de la maléfica obra de un pirata cibernético? Dentro de la cabaña se vive un clima claustrofóbico. Prevalece una mirada que se posa sobre las noticias que difunden los medios de comunicación. Noticias espeluznantes sobre el mundo de hoy; lo más terrorífico y temido no se aleja de cuestiones que consumimos a diario. Desde el apremiante cambio climático a similitudes con la última de las pandemias que la humanidad atravesara recientemente. Telón de fondo, Estados Unidos es el centro del mundo y, no solo los desastres ocurren principalmente allí, sino que en tres ciudadanos americanos reside la suerte del resto de la humanidad, de aquí al fin de los tiempos. Quien esté libre de pecado, que suelte la primera piedra. Ciento cinco minutos de duración bastan para desarrollar, de allí en más, un ejercicio de suspenso categórico, sazonado por toques de ciencia ficción y terror. Tampoco escapa al interés de Shyamalan aquel estigma que concierne a la hostilidad, la segregación y la violencia de la que son víctimas las parejas homosexuales. Sabemos bien del armazón vincular que preocupa al autor y hacia allí se direcciona el grado de focalización privilegiado. No despojada de ciertas etiquetas obvias que remarcan por demás lo innecesario, surge en ruta paralela una subtrama en donde el molde de convivencia no es el convencional. Dos hombres se muestran plenos y felices compartiendo su amor, de forma armoniosa e idílica, con la niña adoptada. La examinación social sobre el individuo blanco de clase acomodada, nos dice que uno de dos buscará justicia por mano propia. Y comprará un arma para defenderse. Síntomas el síndrome de la violencia americana. “Llaman a tu Puerta” privilegia el placer de hacer buen cine, y observamos, como huella personal inconfundible una puesta en escena grandiosa, por parte de quien planifica pequeños microrrelatos de suspenso que convergen en el denominador común de su cine; la amenaza se hace presente, de repente y de forma intempestiva, para no abandonarnos. Muy pocos personajes y una sola localización dan vida a una historia en donde el vehículo audiovisual lo es todo, en uso de formas funcional al contenido aquí moldeado con mano artesana. El director de la reciente “Old” (2021) lleva a cabo una exquisita implementación de la cámara cinematográfica y sus bondades. Existe una inclinación hacia el fuera de campo para retratar la violencia; también plano contra plano agresivos y primerísimos primeros planos opresivos. En manos del realizador, el entendimiento de la sintaxis cinematográfica es clarísima. Un depurado uso de la lente, evidente en encuadres y angulaciones, confluye en planos detalles que resultan fieles indicaciones de un punto concreto. La música incidental remarca el tono tenso que se respira dentro de una cabaña ya convertida en cámara de torturas…física y mental Traumáticas muertes convierten al film en un reguero de sangre. Un argumento que abunda en significaciones bíblicas nos inclina hacia una percepción del mal y la justicia que podríamos definir como ira de Dios. Suma atención es requerida para no perder ninguna pista proporcionada, mientras el poder de identificación que nos implica con sus personajes más débiles conforma otra marca identitaria. Hasta aquí, un Shyamalan de manual, ejecutante de flashbacks efectivos en que conozcamos detalles que asientan al drama familiar. Buen aprendiz hitchcockiano, resuelve una escena en el baño (con ducha incluida) de modo magistral. Tampoco faltarán múltiples guiños a su Philadelphia adoptiva. La cámara nos impone el punto de vista de aquellos en más frágil posición, de manera que se nos suministre información que alimente la mentada paranoia. Otra vez, Hitchcock al pie de la letra. La película juega -y alimenta- un constante juego de sospechas, acerca de lo que podría estar pasando o no, y se nos muestra (o no). Entramos en el verosímil de la película, compramos el bocado que se nos vende. Las horas pasan, los sospechosos miran el reloj. Se anuncia la próxima masacre. A no ser que cambiemos de idea. ¿Será que los seres humanos solo entendemos por la fuerza? El dilema ético surca el relato ¿Cuánto estarías dispuesto a sacrificar por amor al prójimo? ¿Estarías dispuesto a ser el elegido para salvar al resto de la humanidad? El golpe emotivo es asestado con la precisión y la fuerza que a Shyamalan le importa. Tratamos de ver con claridad y de escuchar con detención. Duro y en la sien, pero pronto recuperamos la lucidez.
Reseña emitida al aire en la radio.
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Aunque adapta una novela de terror, esta es una película de Shyamalan hecha y derecha: lo sobrenatural se manifiesta antes de que podamos considerarlo una “sorpresa” y la vuelta de tuerca es más bien metafísica. En principio, una pareja de papás con su hija van de vacaciones y cuatro extraños los secuestan: debe morir alguien para evitar el Fin del Mundo. Una premisa fortísima que Shyamalan explota con elegancia y con una muy definida caracterización de sus criaturas. Y aquí viene lo que tienen todas sus películas desde el principio: una meditación, con las mejores herramientas del género y del entretenimiento, sobre la existencia de lo divino y el alcance de su poder. En este caso, la mirada no deja de ser pesimista. Shyamalan, que no siempre acierta (últimamente no lo hace muy seguido) es un autor que nos deja con más preguntas que respuestas incluso resolviendo de modo satisfactorio sus tramas. Hay pocos así.