Locos por los votos es una sátira política bastante eficaz. Gran parte de las escenas rondan lo escatológico, lo grosero y lo absurdo, pero hay que admitir que en varias secuencias está bien utilizado y no es gratuito. Si no sos muy sensible a este estilo, no la vas a pasar mal y te vas a reír mucho. Lo que sí creo que la parodia hubiera sido brillante, redonda y muy...
Políticamente incorrectos Protagonizada por dos “pesos pesados” de la comedia americana contemporánea, Locos por los votos (The Campaign, 2012) trata desde el cinismo, la parodia y desfachatez, la campaña política sin escrúpulos que llevan a cabo dos candidatos al congreso. Con grandes momentos, la película decae sobre el final en la innecesaria reivindicación de sus personajes. Cam Brady (Will Ferrell) está en campaña para renovar su mandato como congresista. Lejos de ser un político capaz, es además un adicto a los affaires. La figura del congresista pierde popularidad, y los magnates corporativos (geniales John Lithgow y Dan Aykroyd), deciden salir a buscar un nuevo candidato que los deje hacer sus negociados. Aparece en escena Marty Huggins (Zach Galifianakis), un nerd querido en su pueblo por su ingenua conducta, que deberá realzar los valores republicanos. La batalla no tendrá códigos como anticipa el refrán que da inicio al film. Locos por los votos se presenta como una comedia disparatada y burlona sobre los agentes del poder, ganando en la representación de los estereotipos visualizados en las campañas: debates orquestados, besos a bebés (una de las mejores escenas de la película) y prototipos republicanos: nombrar reiteradamente a Jesús, la apología al uso de armas, la postura con los inmigrantes, etc. Hay un par de aciertos a tener en cuenta en la representación de los políticos norteamericanos que muestra la película: son tipos idiotas, están manejados por las corporaciones, y sólo esperan que los medios o su asesor político les digan que hacer. Son incapaces de tener un pensamiento propio y carecen de cualquier tipo de ideales. Están enmarcados en un primitivismo preocupante. Pero la película dirigida por Jay Roach (Austin Powers, La familia de mi novia), se encuadra en la comedia americana clásica y pierde sobre el final su carácter trasgresor, redimiendo a sus personajes y reestableciendo valores. Sin embargo el film maneja muy bien los tiempos y, con lapsos que rozan la genialidad, logra ser un entretenimiento grato. Eso si, el mayor atractivo de Locos por los votos sigue siendo ver en escena a Will Ferrell y Zach Galifianakis en una suerte de duelo humorístico-actoral, cuyo único ganador será el público.
Un voto en blanco En época electoral para los Estados Unidos, llega esta comedia de la mano de dos humoristas, uno en ascenso y otro, quizás, en su declive (Zach Galifianakis, el primero y Will Ferrell el segundo). Will interpreta a un congresista de en un pequeño distrito electoral de Carolina del Norte, embustero, mujeriego y sin ningún escrúpulo. Por su parte, Zach es el contrapunto, un hombre de familia, religioso y sin grande expectativas, quien será tentado para postularse y sumergirse en el mundo de la política. Si bien, detrás de este argumento hay un negociado con el comercio oriental, eso pasa desapercibido y la atención hace foco sobre los personajes principales. Cam Brady (Ferrell) pierde popularidad por sus traspiés (desde golpear a un bebé hasta after hours sexuales), mientras que su oponente Marty Huggins (Galifianakis) debe refinarse, cambiar de perros y hasta de costumbres. El film, que transcurre sin demasiados sobresaltos, no entrega momentos hilarantes y quizás el realizador Jay Roach se haya equivocado en la elección de uno de los protagonistas. El elenco está conformado por grandes del mundo del cine, como John Lithgow, Dan Aykroyd, Dylan McDermott, Jason Sudeikis y Brian Cox, entre otros. El director tuvo en su carrera aciertos como Los Fockers 1 y 2, La Cena de los Tontos y las tres partes de Austin Powers. Locos por los Votos se encuentre entre las menos destacadas y con escenas menos felices que las esperadas.
A mitad de camino ¿El vaso medio vacío o medio lleno? ¿Con cuál quedarse? Que se estrene una comedia con Will Ferrell producida por Adam McKay es, sin dudas, una muy buena noticia para este dúo que no ha tenido demasiada suerte en el circuito comercial argentino pese a sus notables aportes. Sin embargo, pese a que tiene algunos pasajes logrados y un puñado de observaciones impiadosas y punzantes respecto del estado de las cosas en la política norteamericana contemporánea, se trata de un film decididamente menor dentro de la filmografía del gran Will. Jay Roach -quien ya había incursionado con éxito en la sátira con la trilogía de Austin Powers y en el cine político de denuncia con los telefilms de HBO Recount y Game Change- construye una película que se queda en todos los terrenos a “medio” camino: es medianamente divertida, medianamente incorrecta, medianamente eficaz. Ferrell es Cam Brady, un demócrata a-lo-John Edwards que va por su quinto periodo en el congreso por un distrito de Carolina del Norte pese a sus escándalos sexuales y excesos varios; y Zach Galifianakis es Marty Huggins, un agente de turismo sin ninguna experiencia en política que se convierte en el contrincante republicano a-lo-Newt Gingrich. En el trasfondo aparecen dos lobbystas multimillonarios (Dan Aykroyd y John Lithgow) que manipulan a los candidatos para imponer negocios sucios con China. La película -que cuenta con la participación de algunos reconocidos periodistas de grandes medios estadounidenses- nunca va más allá de lo esperable (OK, Cam le pega a un bebé y a un perro), de una superficialidad que por momentos se disfruta, pero que deja una sensación de cierta insatisfacción, de que la cosa podría haber ido más allá, haber sido más profunda, haber golpeado más ácidamente en el corazón de la podrida estructura política, justamente en un año eleccionario. Con Mitt Romney en campaña, Ferrell y Galifianakis jamás podrán resultar tan patéticos y ridículos en pantalla.
WILL FERRELL y el siempre gracioso ZACH GALIFIANAKIS, son los protagonistas de esta acida critica a la hipocresía de la política y las campañas proselitistas. Sin ser súper original, el filme funciona. Apelando a un humor extremo que se vale de chistes escatológicos, groseros y sexuales, JAY ROACH nos entrega una cinta a la que más que nunca le cabe el mote de “Políticamente incorrecta”
Hay películas que por su temática y desarrollo deberían ser exhibidas sólo en su país de origen, o en su defecto en países con los que comparta ciertos puntos en común. Uno no se imagina una exhibición comercial en EE.UU. de, por ejemplo, Revolución: El Cruce de los Andes, o el documental Yo, Presidente; así como en otros países fue un desperdicio estrenar films como El Patriota. Algo similar ocurre en Locos por los votos; hay dos maneras de ver al nuevo film de Jay Roach (Austin Powers, La Familia de mi novia), y una de ellas es (o debería ser) de exclusivo interés de los norteamericanos. La historia se sitúa en Carolina del Norte donde Cam Brady (Will Ferrell) pretende ser electo por quinta vez como congresista del cuarto distrito. La elección parece sencilla, nunca a contado con ningún oponente, y esta vez no es la excepción. No obstante, un escándalo sexual con una voluntaria complica las cosas. Dos hermanos empresarios (John Lithgow y Dan Aykroyd) ven la oportunidad de beneficiarse económicamente, y aprovechan la oportunidad para candidatear al director de turismo del pueblo, a su vez hijo de uno de sus socios, Marty Huggins (Zach Galifianakis). Al principio Cam no verá en Marty, un hombre extremadamente simple, familiar, externo a la política y pueblerino; a un verdadero oponente. Pero las cosas empiezan a complicarse para Cam, y ahí comienza una campaña salvaje en donde todo puede salirse de eje. simple comedia (que posiblemente es lo que estemos buscando afuera de su país de origen) el entretenimiento está servido y es amplio; el secreto está en no analizarla. Ahora si lo que se busca es una mezcla de ambas cosas, y uno está interesado en descubrir algo de la política estadounidense, hay que decirlo, Jay Roach (que también realizó el telefilm Game’s Changing con Julianne Moore como Sarah Palin) no es Barry Levinson ni Alan J. Packula; su aparente crítica al sistema no lo es tanto (casi al estilo Robert Redford); y hay más aire de oportunismo por las próximas elecciones que de rebeldía política, es poco lo que se va a aprender. Ferrell, Galifianakis, y Roach parecen con esta película más que querer adoctrinarnos en su política o mostrarnos su patriotismo, demostrarle a lo más alto de Hollywood que pueden ser parte de su sistema. Locos por los Votos funciona como una perfecta introducción de la Nueva Comedia Irreverente al mainstream, y cuando eso sucede, ya se sabe, algo hay que ceder.
Humor de trazo grueso en un sátira política Ni Will Ferrell ni Zach Galifianakis se destacan precisamente por su sutileza para hacer humor. No obstante, son dos comediantes populares de sobrada eficacia y su última película, la sátira política Locos por los Votos, los tiene a ambos manteniendo un formidable duelo interpretativo en el que el ganador, como era de imaginarse, es el espectador. La comedia de Jay Roach (el de la saga de Austin Powers y La Familia de mi Novia) puede jactarse de reidera pero dista de ser brillante: el guión de Chris Henchy y Shawn Harwell apela al efectismo más burdo para llegar a su público. A nada se le hace asco aquí: lenguaje explícito, sexo, drogas y crítica social convergen en una historia que interesa bastante menos que muchos de los sobrecargados gags que la nutren. Hay escenas que de tan divertidas valen la admisión a la sala pero la idea daba para más y debería habérsela explotado con mayor rigor. El cambio operado en los personajes hacia el final, por ejemplo, aunque se trate de un vehículo cómico carece de sentido. Y a ninguno de los involucrados en el proyecto parece importarle demasiado. Desde luego que una campaña proselitista puede ser terreno fértil para todo tipo de conflictos. Con la misma premisa que plantea Locos por los Votos también se podría haber pergeñado un drama o una tragedia que valga la pena ver. Sin ir más lejos recordemos la pesimista visión de George Clooney sobre el ambiente de la política en Secretos de Estado. Otras tantas miserias e hipocresías son descritas en el filme de Jay Roach pero exacerbadas hasta el grotesco para que se luzcan sus actores en pleno plan festivo. Más que una reflexión sobre la decadente actualidad de la gente que detenta el poder o procura alcanzarlo a cualquier costo, la intención aquí pasa por hilar a todo ritmo un humor desbocado, a caballo entre lo políticamente incorrecto y lo simplemente chabacano. El trasfondo de la trama, el que hace alusión a los lobbystas encarnados por Dan Aykroyd y John Lithgow, es de un realismo indiscutible y tranquilamente merecedor de un relato con aspiraciones más serias que esta comedia tan breve como contundente. Tras dejar por error un desubicadísimo mensaje en el contestador telefónico de una familia tipo, al candidato a congresista por el distrito 14 de Carolina del Norte Cam Brady (Will Ferrell) le diseñan “a dedo” un rival que en el boxeo sería denominado como un “paquete”. Marty Huggins (Zach Galifianakis), el hombre en cuestión, es el hijo de un poderoso ex jefe de campaña (Brian Cox) que se avergüenza de él por un sinnúmero de razones. Con la guía del inescrupuloso Tim Wattley (Dylan McDermott) Huggins le da batalla a Brady en una escalada de bajezas que va in crescendo constante. Después de todo había que justificar la cita del político estadounidense Ross Perot con que abren los títulos: "La guerra tiene reglas, la lucha libre tiene reglas. La política no tiene reglas". Es en esa fricción de dos personalidades contrapuestas que apuntan a un mismo objetivo y que avanzan arrasando lo que se cruce a su paso, que la película gana comicidad a partir del histrionismo histérico de Ferrell y la extraña capacidad que demuestra Galiafinakis para que su personaje de freak sin luces pero querible exhiba algunos vestigios de humanidad. Edificante, moralista y poco creíble en este contexto, el final de Locos por los Votos decepciona por su nulo ingenio para resolver de manera satisfactoria la relación entre sus personajes centrales. No se observa un esfuerzo en ese sentido. Ahora si lo único que se le pide es que provoque unas cuantas carcajadas seguramente esta es una de las mejores comedias que podremos disfrutar este año. ¿Podría ser más de lo que es? Sin dudas. Claro que con la anemia de buenas comedias que sufre la cartelera de cine sus hallazgos quizás terminen pesando más que sus puntos flojos.
VCA (Vieja Comedia Americana) A priori la dupla formada por Will Ferrell, Zach Galifianakis y la producción de Adam McKay nos hacían pensar en otro nuevo episodio glorioso de la nueva comedia americana. Estos personajes fueron algunos de los responsables de sacarle la solemnidad y la complacencia a la comedia yanqui, tipos que anularon la formula tranquilizadora de la comedia sub normal que hizo desastres en los ochenta y en gran parte de los noventa. El Anchorman construido por McKey y Ferrell y que decir de la aparición anárquica de Galifianakis en ¿Qué Pasó Ayer? eran ejemplos de una nueva comedia que sepultaba a la ya olvidada comedia vetusta que tanto le gustaba hacer a Chevy Chase (recuerden las infumables European Vacation y Nothing But Trouble entre otras) y que había hecho del genero el peor de todos los géneros del cine americano...
Un voto de confianza Will Ferrell vuelve a nuestras carteleras luego de más de cinco años de ausencia (debido a que las distribuidoras han enviado sus últimas películas directo a DVD) acompañado de Zach Galifianakis con Locos por los Votos, una sátira política que nos contará cómo dos candidatos de Carolina del Norte se disputan una plaza de congresista en los Estados Unidos. Ferrell es Cam Brady, el actual representante de ese distrito en Washington, y Galifianakis es Marty Huggins, un excéntrico ciudadano que es impulsado por unos millonarios a representar la principal oposición de Brady. La talentosa dupla protagonista prometía, el elenco secundario integrado por Dan Aykroyd, John Lithgow, Jason Sudeikis y Brian Cox era sólido, la dirección de Jay Roach (realizador de las dos primeras Fockers y varias Austin Powers) parecía un aspecto solvente de la película y la historia representaba quizás una de las patas más fuertes de este film que lamentablemente no termina de aprovechar todo su potencial. Vamos a comenzar por el dúo actoral. Everybody loves Zach Galifianakis, pero ya es hora que este buen comediante deje de lado al Alan que tantas alegrías le dio para bridar alguna caracterización que se diferencie de aquel gran papel que interpretó en ¿Qué Pasó Ayer? Este Marty Huggins no se distancia demasiado del querido Alan, como así tampoco del Ethan Tremblay de Todo un Parto, dejando como resultado un deja vu que va perdiendo gracia en cada película. Por otra parte tenemos al inmenso Will Ferrell un tanto encorsetado, que por momentos deja salir ese lado salvaje y experimental (que hasta ahora sólo pudieron domar y explotar al máximo Adam McKay y Ben Stiller) siendo allí cuando se registran los mejores momentos de la cinta. Ferrell, como explico más detalladamente en este texto hacía este genio, es uno de los más grandes comediantes que ha dado Hollywood en los últimos años y aquí no logra desarrollar ese dark side más complejo e inesperado porque el tono timorato y condescendiente que va tomando la cinta hacía el final de su proceso no lo deja ser. Más allá de esto, su sola presencia y sus exagerados gritos al viento pagan la entrada de la película sin problemas. El problema principal de Locos por los Votos es que Jay Roach, de nuevo a pesar de tener mucho potencial que desarrollar, no consigue plasmar en el final ese aire de incorrección que presentaba la cinta en su promisoria hora inicial. Incluso se podría decir que sus últimos veinte minutos son decepcionantes por dar giros que se caracterizan más por su carácter reivindicatorio y temeroso, que por la desfachatez y transgresión que mostraba en un comienzo. Para no contarles solamente lo deficiente de la cinta, se puede destacar que la representación de la clase política, las campañas y todo lo que rodea a ese mugroso mundo se encuentra por momentos plasmado con gracia, agudeza, comicidad y hasta esa exageración característica de la Nueva Comedia Americana. Aunque en resumen es como si la cinta iniciara como los incorrectos aires que posee la Nueva Comedia Americana para lamentablemente sobre el final dar paso a los peores vicios que tiene la Comedia Clásica Americana. Locos por los Votos no llega a desperdiciar del todo el genial tono paródico y satírico de su primera hora, aunque su último cuarto le hace bajar considerablemente su margen en el escrutinio final, consiguiendo llevarse la elección solamente por el voto de confianza que deposito en ese crack de la comedia llamado Will Ferrell.
Animales políticos Locos por los votos es una de las películas más graciosas del año y al mismo tiempo termina dando un poco de pena. ¿Tiene un costado triste? No (en realidad sí, pero de esto hablaremos más adelante). Lo penoso -el término tal vez sea un poco exagerado- es que esta sátira de Jay Roach (director de la saga de Austin Powers ) desanda en su tramo final todo lo mordaz, lo irreverente, lo políticamente incorrecto que había mostrado hasta entonces. Y lo hace de un modo deliberado, demagógico, complaciente: como si a último momento se hubiera arrepentido o asustado de sus transgresiones. El centro son dos políticos en disputa por llegar al Congreso: Cam Brady (Will Ferrell) y Marty Huggins (Zach Galifianakis). El primero es demócrata; el otro, republicano. Pero la película casi no hace foco en sus diferencias. Al contrario: los iguala en su condición de seres idiotas, pusilánimes, indolentes y, sobre todo, manipulables: por corporaciones y jefes de campaña. Brady y Huggins son, en síntesis, dos tipos vacíos, dos hombrecitos, pero feroces e inescrupulosos en su lucha por alcanzar el poder, al que quieren llegar para beneficio propio o para aplicar la lógica de Hood Robin: quitarles a los pobres para darles a los ricos. Con inteligencia, Roach no se ensaña sólo con estos dos personajes (interpretados con talento por Ferrell y Galifianakis), sino con la sociedad entera. Entre la ironía y el cinismo, la película se estructura en base a gags dinámicos y a un guión muy pulido, estilo sitcom, con chistes disparados de a ráfagas; humor de ametralladora: plano en el que los estadounidenses resultan imbatibles. Hay varias secuencias antológicas. En una, Huggins (hijo de un millonario que lo desprecia; marioneta de un asesor de imagen omnipresente y de poderosos lobbistas) se sienta a la mesa familiar y les explica a su mujer y a sus dos hijos pequeños -solemnes, prolijos, obedientes- que a partir de entonces los medios adversos les buscarán defectos para generar escándalos. Les pide que confiesen, en pacífica intimidad, si alguna vez han cometido alguna pequeña transgresión. El salvajismo de lo que se escucha a partir de entonces parece salido de la boca de Borat... En los spots, un mero bigote alcanza para vincular al adversario político con Saddam Hussein y Al Qaeda; y un perro/mascota de raza china sirve para hacer macartismo. A mayor vileza, mayor intención de voto. Brad, un mujeriego compulsivo (estigma Bill Clinton), repite las palabras “Estados Unidos, Jesús y libertad”, sin saber bien de qué habla. La apología del uso de armas y las muestras de intolerancia con los inmigrantes son bienvenidas por el electorado. Se trata, apenas, de una parodia: triste. Pero Locos... nos propone reírnos de nuestra pobre idiosincrasia y de la ajena. El problema, como se dijo al comienzo, es que en última instancia termina perdiendo su ferocidad, buscando la redención de los protagonistas. Acaso, sólo acaso, cumpliendo con el mandato de alguna corporación a la que no toma como objeto de burla.
Loca carrera hacia el Congreso Llamar comedia satírica a Locos por los votos sería faltarles el respeto a los centenares de maestros del género de todas las épocas, de Petronio a Mark Twain, de Quevedo a Rabelais y de El gran dictador a Dr. Insólito . La sátira no emplea un espejo tan deformante como para evitar que pueda identificarse al personaje o el hecho satirizado ni se toma tanto trabajo por evitar que alguien se sienta directamente alcanzado por sus dardos como esta sucesión de bufonescas escenas paródicas sobre el mundo de la política norteamericana en general y sobre los políticos en campaña en particular. Jay Roach y su equipo (los libretistas, claro, y especialmente muchos de sus actores, duchos en la improvisación de ocurrencias paródicas casi siempre gruesas, aunque muchas veces eficaces) apenas exageran hasta el disparate los absurdos de un sistema que ya viene con la sátira incorporada: basta leer con atención las crónicas acerca de las estrategias de campaña, del peso decisivo que tienen los aportes financieros para favorecer a determinados candidatos y perjudicar a otros, las falsificadas puestas en escena que aporta la publicidad o las estratagemas de todo orden que los contendientes emplean para desacreditar a sus rivales. En vez de destapar lo que el fenómeno tiene de perverso o al menos de indagar con el arma del sarcasmo en lo que hay de corrupto y deshonesto en la conducta de políticos y de votantes, el film se conforma con ofrecer una sucesión de sketches en torno de una única historia: la de un fatuo y libidinoso congresista de Carolina del Norte (Will Ferrell) que casi tiene asegurada su quinta reelección no tanto por su labor política como por ausencia de competidores hasta que un escándalo público lo hace tambalear, y lo que sucede cuando un par de influyentes millonarios (John Lithgow y Dan Aykroyd), que aspiran a multiplicar sus ganancias importando de China (obreros, régimen esclavista y magros sueldos incluidos) fábricas por instalar en el territorio de ese Estado y por eso necesitan un hombre en el Congreso, inventan un nuevo candidato. Es Marty Huggins (Zach Galifianakis) tan ingenuo y buenazo como para aceptar dócilmente las sugerencias del equipo de campaña que se le impone y entregarse a la tarea con entusiasmo y buena fe. La comicidad abunda sobre todo en la primera parte, cuando se trata de la preparación de los dos candidatos, en especial el bisoño, al que le trastornan la vida, más que en la segunda, cuando se entabla la contienda, y que el tramo final, donde el film aspira a aportar su mensaje y se vuelve discursivo y moralizador. Pero aun quienes festejan este tipo de humor adolescente percibirán que al film le falta una línea narrativa que engarce la sucesión de sketches, muchos efectivos; otros, los más rudimentarios, ya un poco gastados.
En campaña para levantarla en pala La comedia dirigida por Jay Roach apunta sobre el rastrerismo de la clase política estadounidense y la idiotez de cierto americano medio, pero se va desinflando por el camino, hasta cerrar con uno de los finales más concesivos de que se tenga memoria. “Acordate de decir que tus pilares son América, Jesús y la libertad”, le apunta su asesor al candidato a congresista Cam Brady, antes de uno de sus discursos de campaña. “Sí, ya sé”, contesta Brady. “No tengo la más puta idea de lo que quiere decir, pero funciona.” Nada más oportuno que una película sobre dos candidatos que se arrancan las tripas justo en este momento, en que dos candidatos hacen algo parecido. Y nada más alentador y revulsivo que uno de los candidatos de Locos por los votos sea un hijo de puta absoluto. Y el otro, un nabo de colección. Todo lo cual convierte a este duelo de titanes (Will Ferrell vs. Zach Galifianakis) no sólo en una película valiosa por tratarse de quienes se trata, sino mucho más jugada políticamente que, por ejemplo, El dictador, de Sacha Baron-Cohen, cuyo villano respondía a todas las ideas preformateadas que de un dictador musulmán puede tener un espectador occidental medio. Pero como no todo es perfecto, Locos por los votos, que empieza siendo sucia y jodida, se va desinflando por el camino, hasta cerrar con uno de los finales más ridículamente concesivos de que se tenga memoria. Final que ni siquiera está sobrerridiculizado, de modo de volverse autoparódico. Congresista republicano durante cuatro períodos por el Estado de Carolina del Norte, Brady (Will Ferrell, que alguna vez hizo una famosa imitación de Bush) tiene a los votantes tan en el bolsillo que puede convencerlos de que el chanchísimo mensaje sexual que dejó por error en el contestador de una familia cristiana-integrista (suponiendo que se trataba del teléfono de una de sus amantes) es apenas un ligero desliz, y seguir en carrera como si nada. Pero hay dos tipos a los que Brady, por corrupto e inescrupuloso que sea, no les ofrece las garantías que necesitan. Son los hermanos Motch (referencia a unos hermanos Koch, industriales de ultraderecha), dos recontramillonarios, con un proyecto digno del zar de la moda que el propio Ferrell encarnaba en Zoolander. No conformes con levantarla a paladas explotando trabajadores esclavos de la lejana China, quieren venderle directamente Carolina del Norte al gigante asiático, para que pueda trabajarse allí a “tasas chinas” (tasas en el sentido de sueldos, claro). Para eso necesitan un pelele total: hora de que Zach Galifianakis haga su aparición. Producida, entre otros, por los propios Ferrell y Galifianakis (además de Adam McKay, “cumpa” de Ferrell de toda la vida), los blancos sobre los que apunta Locos por los votos son los correctos: el rastrerismo de la política estadounidense, el capitalismo ya loco de tan salvaje, el modo en que el capital maneja a la política, la idiotez de cierto americano medio (representado por Marty y su familia) y lo profundamente desagradable de todo ello. Durante su primera mitad, Locos por los votos es tan gruesa y chocante como debe ser. Y muuuy graciosa. La increíble “compañía turística” que maneja Marty, la pelea a brazo partido para ver qué candidato llega primero a besar a un bebé, la mucama china a la que el papá sureño de Marty (el gran Brian Cox) obliga a hablar como negra, la campaña de Brady dirigida a demostrar que su rival sería “un agente islámico encubierto”, un chiste genial sobre el perrito de El artista o la reconversión express a la que el asesor de imagen contratado por los Motch (John Lithgow y Dan Aykroyd siempre suman) somete al pobre Marty, su casa y su familia, dan lugar a gags a la altura de la trayectoria (como cómico y motor creativo) de Ferrell. Pero entre que a Jay Roach (director de las series Austin Powers y La familia de mi novia) parece darle todo lo mismo y que los guionistas parecen conformarse con gags cada vez más espaciados, en lugar de seguir con el acelerador a fondo en la línea en la que venían, la cosa se va desarmando. Hasta llegar a un final que es directamente una traición a mano armada a la película, al espectador y a sí mismos. Con lo cual todos los participantes terminan comportándose igual que esos políticos que, se suponía, habían venido a destripar.
Uso y abuso de la diferencia Will Ferrell y Zach Galifianakis interpretan a dos políticos en plena campaña electoral en este film de diseño, dirigido por Jay Roach. Humor algo irreverente sin muchas sorpresas. Era solo cuestión de tiempo para que a alguien se le ocurriera que era una buena idea juntar al gran Will Ferrell y al no menos importante Zach Galifianakis. Efectivamente, a priori, la combinación entre el humor explosivo del gigante de la comedia americana y la manera aniñada del actor de apellido difícil ya tenía medio camino recorrido al éxito. Solo se debía encontrar un buen guión y un director capaz de llevar adelante el proyecto y el resultado estaba garantizado. Pero en el cine la matemática suele ser una ciencia inexacta y las fórmulas infalibles no siempre dan el resultado esperado. Locos por los votos, de Jay Roach, que ya demostró su efectividad en la trilogía de Austin Powers y de los últimos dos films sobre la familia Fockers, se asienta en en carisma indiscutido de los protagonistas y los deja hacer como dos candidatos dispuestos a cualquier cosa para ganar una elección. Así, Farrel es Cam Brady, un diputado que aspira confiado a ganar por quinta vez un asiento en el Congreso –con buena parte de los excesos que el imaginario popular le atribuye a los políticos demócratas–, mientras que Zach Galifianakis es Marty Huggins, un apocado hombrecito que transcurre su vida a la sombra de un poderosos padre y que de golpe, aun con su inexperiencia política, se convierte en el elegido del Partido Republicano para enfrentar al experimentado Brady. En un segundo plano, la elección está manejada por dos empresarios (John Lithgow y Dan Aykroyd), que pretenden que el distrito se convierta en una factoría para sus productos, con mano de obra barata made in China. Por supuesto, la película hace uso y abuso de las diferencias entre ambos candidatos (y entre dos estilos de actuación) que en principio resultan divertidas. Como no podía ser de otra manera, hay varios momentos decididamente incorrectos como manda el género en estos últimos años, con su cuota de escatología o el maltrato a bebés y a perros por igual, es decir, la combinación que se supone, dará como resultado una buena comedia. Sin embargo, ahí cuando el relato se interna en la mugre de una campaña política, en los límites que están dispuestos a traspasar los candidatos para resultar elegidos, en el accionar de los lobbistas, en la publicidad negativa, en los operadores mercenarios, la película se queda a medio camino y para el final reserva una redención elemental que desmiente el accionar de los personajes hasta ese momento. Una película calculada, de diseño, donde efectivamente, casi nada está muy mal pero que tampoco se eleva por encima de la media adocenada que cada semana puebla la cartelera.
No hay demasiado en esta comedia sobre la política estadounidense que un par de buenos momentos y algunas referencias bastante obvias a la lucha por el poder. Tenemos en escena a dos candidatos a congresista, Cam Brady (Will Ferrell) y Marty Huggins (Zach Galifianakis), que se sacan los ojos en una campaña desaforada por obtener el voto de los electores. Por ahí pasarán operaciones de prensa sin escrúpulos, así como declaraciones altisonantes y dirigidas a un público sin mayores exigencias que una brillosa bandera flameante y algún que otro llamamiento al nacionalismo retardado. Desde el lugar de la crítica punzante, The Campaign se queda corta, apelando a un humor socarrón, que por comparaciòn hace de la reciente El dictador una obra superior. Jay Roach (el mismo de la saga Austin Powers) dirige con oficio un guión de fórmula que combina buenas ideas puntuales con un tono general de poco vuelo. Por su parte, Will Ferrell y Zach Galifianakis repiten los tics de los personajes que ya vienen encarnando hace varios años, lo cual es tanto una apuesta sobre seguro a la hora de lo efectivo, como una reiteración demasiado predecible.
Cualquier parecido con la realidad... Cam Brady creía que su renovación del cargo de congresista era apenas un trámite. Sin contrincante a la vista solo se trataba de una firma, pero fuerzas ocultas se mueven detrás de la política, y cuando menos lo esperaba un opositor apareció. Claro que no se trataba de un político profesional, sino de un títere manejado por la corporación que desea convertir a Carolina del Norte en una sucursal china de trabajo esclavo. El filme inicia con esta sentencia: "La guerra tiene reglas, la lucha libre tiene reglas. La política no tiene reglas", se trata de una frase dicha por el millonario estadounidense Ross Perot, uno de tantos que convencido del poder de su dinero creyó poder llegar a la presidencia de los EE.UU., pero quedó en el camino durante las presidenciales de 1992. Lo que deja claro el filme es que sin dinero ni influencias mejor olvidarse de hacer campaña. La dupla formada por Ferrell y Galifianakis consigue buenos momentos en pantalla, se complementan bien y dejan varias escenas para la antología de la comedia estadounidense. En roles secundarios aportan lo suyo al filme nada menos que Dan Aykroyd y John Lithgow, además de contar con un cameo de John Goodman. Forzada en el inicio, la película logra acomodarse tras la presentación de los personajes principales, y es pasada la primera media hora cuando comienza a tomar el ritmo, se define más por la sátira de trazo grueso, sin sutileza alguna, antes que querer ser graciosa a fuerza de frases pretendidamente ingeniosas. Los políticos en campaña siempre son un festival para el ojo atento, para la mirada crítica que escudriña a los que se exponen. En esa circunstancia los candidatos son capaces de cualquier cosa por ganar el voto; así se expone en el filme, donde sus protagonistas llevan adelante acciones de las más bajas y degradantes. Finalmente, la historia acaba siendo entretenida, algo moralizante y cumple con la propuesta de pasar un rato divertido. Aunque no pase mucho tiempo hasta caer en la cuenta que, por exagerada que sea esta farsa, de ninguna manera puede competir con la realidad, donde la política es mucho más sucia, impiadosa, corrupta y nada divertida.
A comienzos de este 2012 se estrenó Secretos de poder, dirigida por George Clooney que retrató muy bien el mundo sucio de la política de Washington, a través de una producción que se enfocaba en el drama y algo de suspenso. Loco por los votos, aunque no lo parezca al ver los trailers y el afiche, hace exactamente lo mismo a través de un género más difícil como es la comedia. La película es una sátira tremenda sobre estos temas que con una trama muy sencilla cumple el cometido de brindar un gran entretenimiento. Junto con Ted este estreno es uno de los filmes más desopilantes que se estrenaron este año. Probablemente sea una de las mejores comedias del 2012, donde el director Jay Roach, que en el pasado brindó filmes exitosos como La familia de mi novia y Austin Powers, volvió a presentar un gran trabajo en este género. Loco por lo votos, que por momentos parece un sketch extendido de Saturday Night Live, sobresale por la labor de los protagonistas y un guión que retrata con mucho humor las miserias de los políticos y las influencia de las corporaciones en el mundo de Washington. La película tiene algunas escenas desopilantes que logran sacarte más de una carcajada con un humor un poco más subido de tono para lo que suelen ser las producciones de este realizador. Cabe recordar que en el último tiempo no tuvimos suerte con los filmes de Will Ferrell que terminaron directamente en video. Historias muy divertidas como The other guys (con Mark Wahlberg) y Casa de mi padre no llegaron a las salas locales. Su último trabajo consiguió distribución local y es una buena noticia porque la dupla que hace con Zach Galifianakis es excelente. Además la película tiene el lujo de tener en el reparto a dos próceres de la comedia como John Lithgow y Dan Aykroyd. También se destaca el regreso a los cines de Dylan McDermott (protagonista de esa gran serie que fue Los practicantes) que acá se destaca como un consejero de políticos oscuro. Reitero, en materia de comedia esta es una de las mejores películas que tuvimos este año y merece su visión.
Fair Play En una entrevista, Barry Sonnenfeld (director de Los Locos Adams, Hombres de negro) dijo que el fracaso de Wild Wild West se debió al hecho de haber juntado a dos cómicos (Will Smith y Kevin Kline) en los roles protagónicos. Para él, la unión de estos actores provocaba una especie de rechazo casi químico entre ellos (y por ende en el espectador con la película) ya que provenían de un mismo género. En este sentido, el realizador aclaraba que, por el contario, Hombres de Negro era más efectiva porque fusionaba a un actor de comedia como Smith con otro acostumbrado a un registro dramático como Tommy Lee Jones. Es decir, era una buddy movie que respetaba las diferencias que surgen entre los opuestos. Wild Wild West (además de ser mala en casi todos sus aspectos) no lograba generar una conexión con el público porque había más competencia que unión, más rivalidad que afecto...
Sátira despareja con sólidos comediantes Dos excelentes comediantes y un puñado de buenos chistes, más un tema tan atractivo para satirizar como los políticos y sus campañas pueden bastar para recomendar esta película por más despareja que sea. Will Ferrell interpreta al político varias veces electo para representar a Carolina del Norte en el Congreso. Acostumbrado a no tener rivales, de golpe se ve enfrentado a un ingenuo experto en turismo (Zach Galifianakis en un papel bastante distinto al de «¿Qué pasó ayer?») bancado por tipos poderosos que necesitan un cambio para hacer nuevos negocios. Luego de algunos traspiés iniciales, el recién llegado recibe la ayuda de un demoníaco asesor de campañas y le declara la guerra al político veterano. El director Jay Roach se atreve a un tipo de humor bastante más audaz que el de la saga de «La familia de mi novia», más al estilo de su formidable saga del espía Austin Powers, aunque lamentablemente sin el mismo nivel de gags, Aquí hay algunos chistes realmente eficaces especialmente en la primera mitad del film, pero luego, la batalla a muerte entre los dos políticos capaces de cualquier cosa por subir un punto en las encuestas se vuelve un tanto repetitiva, y dado que no todos los gags son igual de contundentes, en un punto el asunto empieza a ser menos divertido. De todos modos, hay momentos realmente hilarantes y muy buenas actuaciones no sólo del dúo protagónico, sino también de un gran elenco que incluye a figuras tan talentosas como Dan Aykroyd, John Lithgow y Brian Cox.
Dos candidatos sin escrúpulos La preparación de una campaña política se caracteriza, en la mayoría de los casos, por su falta de ética y por su estudiada necesidad, de los encargados del marketing, de aniquilar al candidato opositor. Esto es lo que muestra ‘Locos por los votos’, una comedia que se encarga de develar con efectivos recursos, como se gesta la campaña de un candidado que aspira a una banca en el Congreso estadounidense. Cam Brady (Will Ferrell) es un demócrata de Carolina del Norte. El hombre lleva años en la política y según sus datos biográficos, ya en la primaria se notaba su capacidad de líder. ALIANZA ASIATICA Brady va en un ascenso seguro al Congreso, no tiene opositores en su distrito, pero unos inescrupulosos millonarios, los hermanos Gleen y Wade Motch (John Lithgow y Dan Aykroyd), que armaron una oculta alianza con un gigante asiático dedicado a los juguetes, quieren imponer a su propio candidato, que en este caso será un representante de los republicanos, Marty Huggins (Zach Galifianakis), a cargo de un centro turístico local. Huggins es el típico antihéroe. Está casado, tiene dos hijos -igual que su opositor- y dos perros muy feos, de origen oriental. El padre de Huggins siempre menospreció a su hijo y éste no hace mucho para simpatizar con él y menos aún cuando un día confiesa que disfruto mucho de disfrazarse de Lady Gaga, para una fiesta. POSIBLE GANADOR Cam Brady está casado con una rubia ambiciosa con la que tiene dos hijos y es un seductor innato, capaz de vivir relaciones de sexo furtivas, sin importarle demasiado el que dirán. El otro, Marty Huggins, muestra más entusiasmo que carisma, pero con un buen asesor publicitario, que le cambia la imagen a él y su familia, la decoración de su casa y hasta le trae perros nuevos al hogar, se convierte en un astuto competidor. ‘Locos por los votos’ muestra la preparación de una campaña política, hasta la votación final, la que también se convertirá en un sutil escándalo, más aún cuando se desnude una campaña en contra de la idiosincracia norteamericana. Graciosa, con cierto tono se sátira y de comedia algo subida de tono en sus chistes, al estilo de ‘¿Qué pasó ayer?’, en la que también trabajaba Zach Galifianakis, ‘Locos por los votos’, resulta entretenida, con situaciones que se repiten, pero ponen de manifiesto el caprichoso ingenio de sus guionistas. Will Ferrell (Cam Brady) y Marty Huggins (Zach Galifianakis), son dos estupendos comediantes, capaces de divertir con tonterías bien calibradas.
"La guerra tiene sus reglas y las luchas en el barro también. La política no tiene reglas". Esta frase del candidato presidencial Ross Perot en 1988 -incluída al comienzo de la película- resume lo que el espectador está por ver en esta divertida comedia de tono político dirigida por Jay Roach (Saga "Austin Powers", "La Familia de mi Novia") y protagonizada por los comediantes Will Ferrell y Zach Galifianakis, quien particularmente ha cobrado mucha mas notoriedad en la serie de películas "Qué Pasó Ayer?". "Locos por los Votos" narra la historia de dos candidatos pertenecientes al distrito 14 de un pequeño pueblo de Carolina del Norte y lo que son capaces de hacer con tal de conseguir los votos necesarios para obtener el puesto en el Congreso por el que compiten. En un lado de la contienda está Cam Brandy (Ferrell), un político arrogante sin competencia alguna que, tras cometer un error que hace pública su indiscreción extra matrimonial antes de la próxima elección, pierde popularidad. Por este motivo, un par de empresarios multimillonarios sin escrúpulos (interpretados por los geniales Dan Aykroyd y John Lithgow) planean imponer a un candidato rival al que puedan controlar para gozar de las influencias en el mencionado distrito y así tener el camino libre para hacer sus negociados. Su hombre resulta ser el ingenuo Marty Huggins (Galifianakis), director del centro turístico local. Al principio, este personaje parece ser una opción inverosímil, pero con la ayuda de sus nuevos benefactores y un feroz asesor de campaña (papel a cargo de Dylan McDermott), se convierte rápidamente, y contrariamente a sus ideales, en un verdadero oponente. A medida de que se acerca el día de la elección (la trama transcurre faltando cuatro semanas para el sufragio), los dos rivales caen en lo más bajo dentro del juego sucio para degradarse mutuamente y así liderar las encuestas que lo lleven directamente al Capitolio. Lamentablemente lo que sucede en el ámbito de las campañas políticas de nuestros días es cierto (especialmente en las norteamericanas), y aquí causa mucha risa y nos divierte porque el circo estereotipado que se genera alrededor, repleto de corrupción, mentiras y falsas promesas, es presentado de manera hilarante (las escenas del bebé y del perrito Uggie de "El Artista" son lo mejorcito) y es llevado al extremo más disparatado, políticamente incorrecto y trasgresor.
Homo Politicus Locos por los votos quizás sea la más floja y menos arriesgada película de las últimas que ha protagonizado Will Ferrell (recordemos que viene de la muy buena Policías de repuesto y ese delirio astronómico que es Casa de mi padre), y sin embargo funciona bien parodiando al show democrático mediante unos cuantos gags muy divertidos. La película de Jay Roach cuenta la historia del congresista Cam Brady (Ferrell), una especie de Alcalde Diamante pasado de rosca, que va en busca de su quinto mandato consecutivo. Cargos que obtiene siempre sin elecciones mediante, ya que nadie se presenta como oponente. Sin embargo, este año, deberá enfrentarse a Marty Huggins (Zach Galifianakis) quien hace peligrar su continuidad en el cargo. Roach presenta el asunto muy rápidamente en una certera introducción. Lo que se verá a continuación será la violenta campaña entre ambos candidatos. Como decíamos al principio, Locos por los votos se centra en hablar acerca del show democrático, ese concurso de popularidad, esa hipocresía casi obligada de la que se ven rodeados los candidatos a algún puesto político elegido por el voto del pueblo. Roach se regodea deformando y exagerando la estupidez de estos personajes, y atacando a los principales lugares comunes de la democracia, incluso aquel que reza que “los políticos son maniquíes de las grandes corporaciones”, presentando a dos personajes caricaturescos, los hermanos Glenn y Wade Motch (John Lithgow y Dan Aykroyd respectivamente), dos industriales ridículos que manejan todo el escenario político desde las sombras. Esta película deja implícita una vieja idea (que comparto desde mi humilde lugar): la política, lejos de ser el racional instrumento de cambio y lucha de intereses que pretende, es en cambio el escenario donde se debaten nuestros instintos más bestiales. El viejo renovado circo romano con ideas berretas que se utilizan como lanzas rotas en este triste espectáculo. E intentando alejarnos de las propias alegorías berretas podríamos citar una frase de Churchill que ya es un lugar común siempre que hablamos de la democracia: “la democracia es el peor sistema de gobierno inventado por el hombre. Con excepción de todos los demás”. Por supuesto mi querido Winston, y no sólo eso, sino que también es la demostración de la incapacidad de la especie humana de organizarse mejor tanto racional como moralmente. Luego de la increíble “lucidez” del anterior párrafo, volvamos a hablar un poco más de la película. Un chiste que atraviesa todo el film es que los personajes políticos no hablan de política casi nunca. Es que obviamente para ganar una elección no hace falta hacer tal cosa. De hecho, Cam Brady enloquece cuando un joven asesor le sugiere algunas ideas progresistas. Incluso los propios realizadores se cansan de hablar de política y hacia al final, en contrapunto con todo lo que nos vienen contando apelan a la humanidad escondida en lo profundo de los perversos personajes. La parodia funciona, y divierte a fuerza de la capacidad de Ferrell y Galifianakis, a pesar de ciertas irregularidades y el final esperanzador. En cuanto al plano político, Locos por los votos no tiene nada nuevo para decir, pero por lo menos adhiere a aquella sospecha que desde aquí compartimos: los políticos fueron personas, antes de ser unos codiciosos hijos de puta.
VALE TODO En una esquina, Will Ferrell. En la otra, Zach Galifianakis. Los dos grosos del humor se enfrentan en LOCOS POR LOS VOTOS (THE CAMPAIGN), una comedia que se ríe de los oscuros manejos de la política y de las campañas electorales, en las que todo vale con tal de sumar votos . Los actores interpretan a dos candidatos que pelean por un lugar en el congreso: el primero es el amoral Cam Brady (Ferrell), quien es el más experimentado con respecto a los manejos políticos y no duda en engañar a la opinión pública si tiene que hacerlo. Cuando creía que su victoria era segura a pesar de una caída en su imagen, aparece el raro e idealista Marty Huggins (Galifianakis), quien está apoyado por dos empresarios con oscuros planes. Es entonces cuando empezará una dura contienda en la que el fin justificará los medios. Ambos competidores se darán con todo: delirantes spots, cámaras ocultas, negociados, insultos en medio de los debates y hasta enfrentamientos físicos para ver quien besa primero a los bebés. A diferencia de otras películas con Ferrell, LOCOS POR LOS VOTOS hace un mayor uso del humor escatológico y deja un poco de lado los momentos absurdos. Mucho tiene que ver el director, Jay Roach , quien demostró su pericia para los chistes fuertes y asquerositos en las sagas de los Fockers y de Austin Powers. Por otra parte, los actores principales parecen estar un poco más ceñidos al guión que en otras ocasiones y se extrañan esas delirantes líneas de diálogo a las que nos tiene acostumbrados Ferrell y que solamente pueden surgir en los momentos de improvisación . En cuanto a las actuaciones, Galifianakis aventaja a Ferrell con su composición: Huggins no parece ser el calco de otros personajes del gordito barbudo, a diferencia de lo que sucede con Ferrell, quien no logra otorgarle a Cam Brady algún aspecto novedoso. De hecho, las mejores actuaciones pueden encontrarse en los personajes secundarios. Si LOCOS POR LOS VOTOS fuera un candidato político, seguramente se destacaría por su simpatía (prefabricada, eso sí), pero no lograría hacer méritos suficientes para ganar las elecciones.
Will Ferrel, y Zack Galifañss… Galoefen… Garfiline… ¡Will Ferrel y el gordito de Hangover juntos! ¿Qué puede salir mal? Con ustedes, la mejor comedia del año. CON LA RISA EN EL CUERPO ¿Cómo medir la efectividad y excelencia de una comedia? ¿Por sus actuaciones? ¿Por el nivel de chistes o gags que podemos ver? ¿Por cómo se ríe la gente en la sala? No, el nivel de efectividad de una comedia se mide en el cuerpo. Así es. Y en mi caso, salí del cine después de ver Locos por los Votos con dolor en mis abdominales y con una tos bastante molesta, consecuencia DIRECTA de lo mucho que me reí con esta película. Lejos, la mejor comedia del año. Y DIOS SIN CRACIA Es cierto, la carrera electoral norteamericana NADA tiene que ver con la argentina. Y es algo que la mayoría de la gente se encarga de recalcar y comentar casi hasta el hartazgo. Es entendible, estamos en una Argentina un tanto sensible con temas políticos, por lo cual, la gente todo lo siente autorreferencialmente. No se dejen engañar por ahí, Locos por los votos es una comedia sólida y excelente. A ver, cuando se estrenó Apollo 13 -y fue tan bien recibida por la crítica- nadie se detuvo a pensar en NUESTRA carrera espacial argenta. Bueno, acá debería pasar lo mismo. Les recomiendo sentarse y reírse un buen rato de lo que ven en la pantalla. CÓMO SORPRENDER Es el tema más complicado en una comedia, en un mundo donde todo está inventado, todo está filmado, donde la realidad supera a la ficción, The Campaign (más corto que el nombre en español) hace lo que tiene que hacer: muestra lo «inmostrable». No les quiero adelantar gags, ya que les sacaría efectividad y gracia, pero en una senda similar a los hermanos Farrely, The Campaign dice y muestra cosas políticamente incorrectas (nunca mejor utilizada la frase). Es verdad, seguramente si han leído por ahí sabrán la mayoría de los gags y chistes (una pena), porque les quita el efecto deseado. Y hasta he escuchado por ahí que Zach Galifianakis hace su personaje de siempre -cosa completamente alejada de la realidad- ya que el personaje que compone NADA tiene que ver con sus personajes deHangover o Due Date. Will Ferrel por otro lado, sí hace acordar al genial y único Ron Burgundy, pero eso no tiene nada de malo. Digamos que si vamos a ver una peli con Will Ferrel, sabemos qué vamos a ver y con qué encontrarnos, porque es en definitiva lo que QUEREMOS ver. No obstante, les puedo asegurar que, si bien algunos chistes son esperables, todo termina siendo efectivo y funcional. ¿LA TRAMA COMO EXCUSA? Los yanquis tienen entre miles de cosas reprochables una virtud, y es la de ser los primeros, y los más despiadados críticos de su propia sociedad. Esta película no es la excepción, y si bien creo que podría haber ido un poquito más al fondo con la crítica, lo que hacen los dos candidatos por el poder no es nada que no se haga realmente. Si bien no literalmente como lo vemos en pantalla, las campañas son así de desleales y traicioneras. Los dos maestros titiriteros entre bambalinas, compuestos por los completamente desaprovechados John Lightgow y Dan Aykroyd, quieren imponer chanchullos turbios con sus manejos multimillonarios, para lo cual necesitan poder manejar a los candidatos, uno por vez, llegado el momento. Todos sabemos de qué se está hablando en la película, pero con unos gags tan efectivos y con dos actores tan excelentes, pero esta comedia, en vez de hablar de política, podría habérselo gritado al público en la cara, y es precisamente allí donde esta «autocritica» se queda algo corta. De todos modos, el objetivo principal de una comedia es hacer reír. Como para quedarse pensando y estrujarse el mentón con los ojos entrecerrados, vayan a ver Michael Clayton y no The Campaign. CONCLUSIÓN En un año bastante flojo de comedias, Locos por los Votos sale victoriosa, cabeza a cabeza con Ted, porque ambas hacen esos chistes que solo decimos entre amigos y en confidencia. De eso se trata la risa, de soltar y dejar salir al demonio pícaro interior por un rato, ya que luego de la película, volveremos a guardar las formas. Locos Por Los Votos es sólida, efectiva e hilarante, quizás no acorde para la mayoría del público argentino, es verdad. Como alguien me comentó por allí: es solo apta para fanáticos de Saturday Night Live, y es un comentario bastante acertado, ya que en EE.UU este «late show» está en televisión desde el año 1975 ininterrumpidamente, y seguramente aquí en Argentina habría durado lo que una campaña política…
Los candidatos del miedo (y de la risa). En papel, la idea parecía un éxito asegurado: aprovechar el clima de las elecciones presidenciales estadounidenses para enfrentar en la pantalla grande a dos de los actores más representativos de la llamada ‘nueva comedia americana’, bajo la dirección de un realizador con experiencia en la parodia y el análisis político, y con la producción de un experto a la hora de mezclar risas con comentario social. Lamentablemente, Locos por los votos (The Campaign, 2012) falla a la hora de cumplir estas expectativas, aunque logra sacar suficientes carcajadas para entretener por un rato. Para el congresista Cam Brady (Will Ferrell), representar a su pequeño distrito de Carolina del Norte es un voto cantado. Tras cuatro mandatos seguidos y sin ninguna oposición, el candidato demócrata se confía demasiado acerca de ser nuevamente reelecto, lo que lo lleva a descuidarse y revelar un affaire con una de sus seguidoras. En el medio del escándalo, los multimillonarios hermanos Motch (Dan Aykroyd y John Lithgow) deciden usar la ocasión para impulsar a un postulante propio, alguien para usar como títere en sus planes corporativos. ¿El elegido? Marty Huggins (Zach Galifianakis), un ingenuo guía turístico. Con la campaña en marcha, los oponentes están dispuestos a ganar, pero con el paso de las semanas, surge una pregunta: ¿en qué punto van a parar? Dirigida por Jay Roach (responsable tanto por las comedias de Austin Powers y La Familia de Mi Novia, así como por los films electorales Recount y Game Change), y con parte de la producción saliendo de Adam McKay (quien ya había criticado fuertemente las movidas de la clase alta ejecutiva en Policías de Repuesto), la película inicia prometiendo una ácida mirada a las intenciones que corren detrás de las acciones democráticas, con una buena dosis del humor políticamente incorrecto que identifica a los responsables de El Reportero: La Leyenda de Ron Burgundy. Pero, mientras avanza la producción, se va abandonando la sátira, mientras que el contenido irónico y la irreverencia van lentamente desapareciendo, dando lugar a muchas escenas que se sienten formulaicas y vacías. Claro, ocasionalmente hay una buena escena que mueve las cosas (como aquellas en las que presentan sus anuncios para ensuciar a los contrincantes, llevando a acusaciones cada vez más bizarras), pero la mayoría del tiempo el humor (que a menudo parece improvisado) se siente forzado y extendido, perdiendo su gancho. De todas formas, las actuaciones de Ferrell (que mezcla su imitación de George W. Bush en Saturday Night Live con algunos toques de Ron Burgundy) y Galifianakis (reciclando su interpretación hecha en Todo un parto) mantienen a la producción interesante, en un duelo que deja que muestren el talento que los caracteriza. Acompañándolos en la comedia están Jason Sudeikis y Dylan McDermott (como los managers de ambos aspirantes); extrañamente, el segundo resulta ser la revelación humorística del film, robándose todas sus escenas junto a los protagonistas. Considerando todo, Locos por los votos se queda a mitad de camino. Si bien no tiene la misma mordida que los proyectos anteriores de sus responsables, el dúo de Ferrell y Galifianakis, así como un par de momentos acertados, hacen que el resultado final valga la pena. Veanla, que no los va a defraudar. @JoniSantucho
EN PLENA CAMPAÑA Visión vulgar y desoladora de una interna republicana en una pequeña ciudad norteamericana. Con brochazos gruesos nos dice que la política de hoy pasa por la imagen, los asesores y las encuestas; que los discursos va cambiando en función de las oscilaciones el electorado; que las ideas, convicciones, principios y programa no existen y que todo se decide de espaldas a ese pueblo que intentan seducir. El tema daba, pero lo que pasa es que le falta humor, ingenio, pincelazos punzantes. Los protagonistas son dos candidatos a congresistas: un zarpado que no cesa de meter la pata y va por la reelección y un bobo impresentable que tras sus pifiadas iniciales al final gana terreno porque es sincero, honrado, inocentón. La película acumula detalles de mal gusto, groserías y payasadas. Se ríe de los partidos, de las familias y sobre todo del electorado, esa masa amorfa que compra cualquier cosa. El final, encima, es de lo peor: el bueno y el malo se unen para ayudar a la gente, la ciudad se salvará, los políticos malos cambian y colorín, colorado…
Dos comediantes más que buenos (Will Ferrell y Zach Galifianakis) hacen de políticos: uno profesional, otro novato; uno cínico, el otro idiota, y ambos en pugna por un escaño parlamentario. De no ser porque estos dos tipos conocen al dedillo los secretos del tempo cómico, esto sería demasiado aburrido, dado que lo único que tenemos son los lugares comunes más repetidos de la sátira sobre los políticos en campaña, a esta altura un espectáculo más cómico (y penoso) que una sátira al respecto.
Muy divertida comedia sobre los políticos en elecciones Cam Brady es un congresista que se va a presentar para ser electo por quinta vez por Carolina del Norte. Pese a un par de deslices durante la campaña igual será elegido ya que no tiene contendiente. Incluso se da el lujo de desechar el aporte de unos hermanos multimillonarios e inescrupulosos que quieren poner unas fábricas con trabajo esclavo en la región. Estos en contrapartida lanzaran la candidatura del director del centro turístico de la ciudad : Marty Huggins. Marty es lo más alejado por apariencia e ingenuidad a alguien que pueda darle pelea a Brady en la elección, pero un asesor que le imponen los hermanos financistas hará que Marty, pese a todo, sea tomado en serio. El director Jay Roach ha demostrado con varias películas que sabe como manejarse en las comedias, basta recordar las de Austin Powers o “Los padres de la novia” y su continuación. Esta vez toma a los políticos como centro y los lleva a mostrara todas las miserias de la que son capaces por un voto. Una comedia que sin embargo uno intuye la verdad que se esconde debajo. El film abona la hipótesis, que mucha gente cree, de que todo lo que la política toca se ensucia. Y aquí muestra eso, porque uno no se extraña de lo que llega a hacer el personaje de Will Ferrell pero se pregunta hasta donde podrá llegar una persona de bien e inocente como el que interpreta Zach Galifianakis. El verdadero valor de la película se basa en un director que conoce a la perfección el ritmo que debe tener, los tiempos que debe manejar en cada uno de los gags y de sacarle el mayor provecho a un buen guión (con muy buenos diálogos) y las muy buenas actuaciones. “Locos por los votos” es uno de esos films en que uno se va a divertir desde el primer momento hasta el último y que luego, aunque uno no quiera se irá pensando en cuantos políticos conocemos y que podemos emparentar con los de la, película. “Locos por los votos” una excelente opción para ir al cine a divertirse.
En un año crucial como lo es el 2012 en materia política, la vieja y la nueva escuela del humor hollywoodense se unen bajo la dirección de Jay Roach para crear The Campaign, una sátira irreverente al mundo de la competencía política que apunta, dispara y acierta más veces de las que falla, aunque en general resulte una comedia más sumada a la filmografía de todos los presentes. La película tiene varias fichas para resultar una clara ganadora, pero de una forma u otra termina decepcionando. Tiene un enfrentamiento de talentos humorísticos como lo son el incombustible Will Ferrell (en franca caída, digamoslo así) versus la novedad del momento que representa Zach Galifianakis (todavía no entiendo el humor de este señor, de verdad no puedo...) en el que ambos personifican a candidatos que dan lo peor de sí en una pelea en la que no escasean golpes bajos ni faltan las risas ante cada situación presentada. Tiene una escueta longitud de 85 minutos, transcurre mansamente de un gag al siguiente, algunos con mayor repercusión o impacto que otros -la escena del bebé, aunque graciosa y totalmente desvergonzada, está llevada de una manera muy 'computarizada' como para agradar del todo-, pero finalmente lo que falla es el intento desesperanzado de crear una sátira coherente y cohesiva ante los grandes ganadores de que una parte o la otra cumpla su cometido: las grandes corporaciones que mueven al mundo. El acto final se desenvuelve, cuando todas las perversiones, todos los affairs, todas las idas de olla de los personajes han sido sometidas a escrutinio, ese cambio de tono desde lo totalmente vergonzoso y degradante hacia aguas mas beneficiosas, en donde el happy ending sobrevuela el final para dejarnos un mensaje, cuando claramente toda la línea de la película apuntaba hacia otro lado. Entre corrupciones e inmoralidades en ambos bandos, Will Ferrell se desenvuelve perfectamente haciendo el ganso como le es habitual en su trayectoria. El tipo autoencumbrado al margen de la percepción que de él tienen los demás, dejando el peso emocional de la historia Galifianakis, muy comedido en su composición de un personaje peculiarmente flexible en su desarrollo, el vulnerable que poco a poco se va fortaleciendo. Como aderezo, The Campaign se adorna con las participaciones de Jason Sudeikis, Brian Cox, Jack McBrayer, Dylan McDermott, John Lithgow y Dan Aykroyd, entregados todos a reflejar la degradación generalizada que provocan a todos los niveles quienes se supone tienen que representarnos. Una comedia bizarra, que se suma a la filmografía de Farrell y Galifianakis sin pena ni gloria, tal cual como son los personajes que interpretan.
“Locos por los votos”, tal es el título de esta producción que originalmente se denomina "La Campaña". En ambos casos se aplican para poder explicar una parte de la comedia americana que se nutre más de la televisión que del cine, ya que se inscribe dentro de un tipo de humor irreverente, autocrítico, hasta contestatario presente desde hace muchos años en ciclos como “Saturday night live” (SNL), el grupo de National Lampoon y la revista “Mad”, que vendría a ser como aquellas gloriosas publicaciones vernáculas como “Satiricón” y “Humor”. Todas fuentes también generadoras del “Stand Up”, ese tipo de humor cuya virtud principal es tener una aguda visión de la realidad cotidiana. De toda esta época salieron verdaderos talentos como Chevy Chase, Martin Short, Steve Martin y Bill Murria, entre tantos otros, y otras grandes del humor yanqui. En todo este contexto es donde encontramos la crítica voraz a la política y a sus ejecutores, presente en esta producción. La historia es simple. Cam Brady (Will Ferrell) es congresista por Dakota del Norte y jamás tuvo rival en su distrito. Esto lo convierte en corrupto por definición, basado en el hecho de ser un hombre ignorante de los problemas que aquejan a quienes representa. Es torpe, malhablado, cínico y todo lo que usted quiera endilgarle a un político de cualquier lugar del mundo, que cuenta con la anuencia de una clase votante aún peor que él. Sin embargo ahí está. Gozando del poder que le da la gente. Pero esta vez sus gestos son tan evidentes que el dúo millonario detrás de su figura decide financiar a otro títere que lo reemplace. Y lo hace sin importar quién es, ni mucho menos si es por el partido opositor. Se trata de Marty (Zack Galifianakis), de buen corazón pero con cero pasta de político. Ambos personajes son dibujados como la gran contradicción del sueño americano. El espectador asistirá a un sin fin de actos políticos donde la demagogia prima por sobre todas las cosas a la hora de la encarnizada lucha por llegar a ser elegido y, en ese camino, también se podrá ver reflejado en la propia falta de ideas a las cuales seguir en el cuarto oscuro (en este sentido el humor político es absolutamente universal) “Locos por los votos” funciona entonces como una seguidilla de gags sobre los políticos y la maquinaria financiera detrás de ellos. Los dos cómicos en cuestión están ayudados por un buen elenco donde se destacan también Dan Aykroyd y John Lithgow. Desde el punto de vista de la realización, no hay más que ver algunos antecedentes como “De mendigo a millonario” (1983) o “Gracias por fumar” (2006), salvando las grandes distancias. Sólo que ninguno de estos dos ejemplos incurren en el error de concepto de esta película. Una vez establecida la crítica ácida (no al sistema, sino a quienes lo ponen en práctica) el director reconcilia, perdona y redime a sus personajes en un acto que bien podría ser una dosis de su propia medicina. El confundido, como siempre, es el espectador (o el votante, como usted lo prefiera). De todos modos, esto es una comedia y como tal tiene con qué entretener más allá del discurso.
¿En la política todo vale? Sátira política sobre dos personas que se debaten a duelo por obtener un puesto en el congreso. Un película hecha con excesos y situaciones disparatadas las cuales por si solas, en espacios compactos, funcionan aceptablemente pero cuando se alinean en un hilo argumental pierden mucha fuerza. De esta manera, el espectador se termina perdiendo en un mar lleno de chistes (algunos graciosos y otros no tanto) que a pesar de aparentar ser una irreverente crítica al sistema político estadounidense, termina siendo una simple cadena de hechos cómicos. Will Ferrell y Zach Galifianakis logran dar muy buenas actuaciones. Mientras Ferrell interpreta a un desaforado congresista quien no solo conoce el juego a la perfección sino que además hará lo que sea para ganar, Galifianakis compone a un hombre "raro", reprimido y que en busca del respeto de su familia intentará ser el nuevo congresista. Realmente ninguno actúa mal, pero los personajes parecen haber sido diseñados exclusivamente para ellos y donde no hay riesgos tampoco hay sorpresas. Quien si realiza un trabajo fascinante es Dylan McDermot como el jefe de campaña de Galifianakis. Alguien carente escrupulosos o límites, pero cuyo exceso de confianza y fuerte presencia lo convierten en un personaje sumamente atractivo. El principal inconveniente de "Locos por los votos" es la falta de una clara y definida identidad cómica. Es decir, estamos ante una película donde el absurdo es llevado al máximo, como pretender que dos empresarios lleven talleres chinos a Estados Unidos, o va ser una comedia de tono más cínico cuya gracia provenga de presentar de forma sarcástica toda la campaña electoral y como los votantes reaccionan ante los dichos de los postulantes; tal cual es el caso de Will Ferrell repitiendo su discurso una y otra vez diciéndole a personas totalmente diferentes que son la columna vertebral del país. Sin embargo, a pesar de este detalle la película podría haber funcionado, pero el problema radica en la volatilidad que se pasa de un extremo a otro. Por un lado, tenemos un puñetazo a un bebe (del cual nadie podría haber seguido como político) y en el otro hay una emotiva sobre un viejo tobogán oxidado que hería gravemente a los chicos. Lo interesante para resaltar de esta película es como de alguna manera se infiere que el mal puede provenir de cualquier candidato, sin importar su origen, personalidad o partido político. Aunque esta "advertencia" es relevante e ingeniosa, la historia carece de una ideología significante como para tomarla en serio. Casi como todo la película, a pesar de tener un fuerte correlato sobre lo que la política y el deseo a ganar provoca en las persona, solo termina siendo una historia de dos hombres inmaduros peleándose de maneras graciosas.
La comedia al poder Más que políticamente incorrecta, Locos por los votos de Jay Roach (La familia de mi novia, Austin Powers) es cómicamente incorrecta, en el sentido que lo viene siendo la “nueva comedia norteamericana”: no tanto hacia afuera como hacia adentro del género, empujando y retorciendo los límites recurrentes de la sátira y los gags. Pero, claro, ni la política ni la sociedad estadounidense se salvan de los embates de este sarcástico filme que tiene a Will Ferrell como el componente físico ideal para llevar la película hacia su apoteosis, en una serie de escenas que marcan la medición más alta de risas: la mejor, cuando su personaje, el conservador recalcitrante Cam Brady, es picado por una serpiente sagrada en pleno recital religioso, y después de pronunciar todas las blasfemias escatológicas habidas y por haber y sentirse considerablemente mal (los gestos de Ferrell son imperdibles), escapa a través de un vitral y se interna en un pantano, donde se convierte en una especie de hombre-barro que irrumpe en una casa de asustados creyentes à la Flanders. El ahora bigotudo Zach Galifianakis está también muy bien como Marty Huggins, una caricatura inclemente del norteamericano medio, quien es contratado por un par de magnates para que se postule como congresista de Carolina del Norte, disputándole los votos al corrupto y necio Brady. La batalla electoral se convertirá así en terreno de comedia cuando el a primera vista inofensivo Huggins demuestre ser un rival más que preocupante (más gracias a equívocos y asesores que por mérito propio) de Brady, aunque la trama en cuestión se revele como lo más flojo de Locos por los votos: su fuerte está en un conjunto de desquiciados gags desperdigados por ahí, como el de una empleada asiática que está obligada a hacer de negra por sus patrones o la piña que recibe un bebé en plena cara, que después se replica en un oportuno cameo perruno. El final del filme es su talón de aquiles, como suele pasar en la “nueva comedia norteamericana”, y donde el moralismo que tanto se atacaba resulta ser el que le permite al filme congraciarse consigo mismo. Las risas, ahí, miden menos.
Ahora si, los seguidores de Will Ferrell estarán de parabienes sabiendo que finalmente una de sus películas llega a los cines locales. Luego de varios pasos en falso y de no lograr estrenar en salas argentinas (la mayoría de sus últimas producciones fueron directo al mercado hogareño), Locos por los votos no justifica este cambio de racha. Básica, chabacana y con menos creatividad que otras propuestas que han quedado en el sinuoso camino de la distribución local, aquí todo se centra en el congresista Cam Brady (Ferrell), su metida de pata días antes de las elecciones y el surgimiento de un inesperado rival opositor, Marty Huggins (Zach Galifianakis). Carolina del Norte será el distrito que los verá pelearse cual niños en el arenero. Es que esta película es eso: dos personas grandes comportándose como niños pero destrozándose mutuamente con herramientas de adultos. Que los supuestos momentos de gracia refieran a homofobia, escatología y un par de golpes certeros a bebés y perros es demasiado poco.
Una farsa de la vida Las parodias de las luchas electorales tienen distintos significados, según las épocas y las regiones del mundo. En el filme de Jay Roach los elegidos son dos arquetipos del mundo norteamericano: un profesional político y otro que llega a la disputa electoral casi a los empujones. Sobre esa base, el director intenta construir una comedia reidera que logra algunos puntos altos aunque, en general, apunta a un público poco pretencioso, más proclive a la risa fácil. ?Los roles centrales abordados por Will Ferrel (el demócrata Brady), un comediante que más allá de algunos chispazos, no consigue sorprender y se muestra demasiado acartonado; y Zach Galifianakis (el republicano Marty Huggins), que consigue los mejores momentos de la película asumiendo el rol de un hombre que debe internarse por caminos que desconoce por completo.???El filme no llega a la categoría que otros cineastas —como los italianos, por ejemplo— han podido retratar con mayor patetismo y humor. En “Locos por los votos” el tema político tiene una influencia demasiado sesgada. Sólo pueden rescatarse fugaces situaciones reideras montadas en una historia que no llega a las salas en el mejor momento político de la Argentina.
Habilidades individuales "The Campaing" o "Locos por los votos" es la nueva comedia del realizador Jay Roach, responsable de otros trabajos como "La familia de mi novia" 1 y 2, y la franquicia de "Austin Powers" entre otros. Como podrán apreciar el tipo tiene experiencia en comedias, y a su vez, posee otra característica en particular que lo hace destacarse, ir cambiando el tipo de humor que pone en pantalla de trabajo en trabajo, es decir, no sigue una línea definida como por ejemplo lo hacen Todd Phillips ("¿Qué pasó ayer?" 1 y 2, "Proyecto X", "Todo un parto") o David Zucker ("La pistola desnuda" 1 y 2, "Scary Movie" 3 y 4), sino que va alternando en la forma de construir la comedia. Personalmente disfruté muchísimo del humor utilizado en "La familia de mi novia", hasta llorar de la risa incluso, pero por ejemplo con "Austin Powers" me aburrí como nunca. En "Locos por los votos" el director combina una línea de humor subida de tono con los sellos característicos de sus protagonistas, como ser la pateticidad, la bizarreada y el amaneramiento de Zach Galifianakis, y el "Trash Talking" junto con la comedia física de Will Ferrell. Dejar que estas estrellas de la comedia sean libres y hagan sus gracias emblemáticas es una jugada inteligente, potenciando el talento de ambos y haciendo que las habilidades individuales de cada uno rindan sus frutos. El problema surge cuando esto no va bien acompañado con una historia atractiva, que además de hacer reír al espectador con las payasadas de los personajes, logre mantenerlo interesado con lo que sucede detrás de la comedia. Creo que Roach debería haber sido más cuidadoso con el trasfondo del film, plantear junto a los escritores una trama más consistente y no tan tirada de los pelos. Se nota que hay poco contenido, sobretodo para una película que está satirizando y de alguna manera criticando, algo tan importante como la política en el país más poderoso del mundo. La película parece ser algo más cercano a sesiones de improvisación de 2 habilidosos del humor unidas frágilmente por una línea narrativa construida con hilo barato. "Locos por los votos" es divertida y hasta presenta algunos momentos realmente hilarantes, pero teniendo en cuenta la materia prima y la experiencia del director, podría haber sido magistral y trascendental, ubicándose en el podio de las grande comedias, cuestión que sospecho, no llegará a suceder.
Locos por los votos es una película de chistes. Bah, así es como la quiero recordar. Porque además es una sátira política con final edificante, un cierre que no cuaja del todo con las salvajadas diversas que venía ofreciendo. Algunos de los chistes funcionan por el absurdo y por el crescendo: el inicio del primer debate y el consejo de “decir alguna grosería” genera un peloteo salvaje entre Galifianakis y Ferrell. Y Galifianakis y Ferrell están preparados –o, mejor dicho, hasta genéticamente diseñados- para sostener un chiste tras otro (con variedad de estilos, formas y bases, y con diversos de grados de agresión). La película dirigida por Jay Roach a veces va más allá de los protagonistas, y arma situaciones cómicas con otros personajes, como los perros. Uno de los chistes que volvería a ver muchas veces termina en una mirada de desencanto, hasta de dolor, de despecho, por parte de los dos bulldog franceses de Galifianakis. Uno de esos chistes “de montaje” que la industria estadounidense hace con una facilidad no tan habitual en otros cines. Hay películas de las que recordaré menos momentos pero que seguramente podré volver a ver en su totalidad: a Frankenweenie y a Locos por los votos prefiero fragmentarlas para una posible revisión. Incluso prefiero seleccionar esos fragmentos para rememorarlas. No todas las películas pueden ser homogéneas y consistentes: hay otras de las que atesoramos retazos, partes que anidan, en un mix mayor, en nuestra memoria cinéfila. Una memoria que adquiere nuevas formas según las nuevas tecnologías. Hoy es muy sencillo volver a ver fragmentos de películas, sobre todo si esos fragmentos son valorados por mucha gente en el mundo. Con saber usar un buscador ya es suficiente. Y cada vez será más fácil armarse incluso un greatest hits cinematográfico con montaje propio. La tecnología muta, el cine muta, y nosotros reforzamos nuestros afectos cinematográficos desde posibilidades que eran inimaginables hace algunos años.
Escatológica lucha por el poder “Locos por los votos” es una sátira sobre los políticos estadounidenses y sus artimañas para ganar elecciones y posicionarse en el poder el mayor tiempo posible, con el único fin de pasarla bien y ganar dinero. Cam Brady (Will Ferrell), del partido conservador, quiere renovar su mandato como congresista, pero un error grosero en su campaña pone en riesgo el proyecto. Los financistas de Cam, los magnates y hermanos Motch (John Lithgow y Dan Aykroyd), deciden buscar un candidato para hacerle la oposición interna, con el fin de remontar la mala imagen del partido a causa del desliz del político. Así entra en la escena partidaria Marty Huggins (Zach Galifianakis), un personaje que se mueve en las antípodas del ambiente de su, ahora, adversario. Marty es un regordete ingenuo, algo afeminado, discreto padre de familia y modesto agente turístico de su pueblo, en Carolina de Norte. Con el impulso de su padre (Brian Cox), un viejo y típico republicano, a quien los hermanos Motch convencieron para que apoye esta iniciativa, Marty acepta, sólo para no defraudarlo. Los comienzos no serán fáciles para el inexperto recién llegado, sus rivales tratarán de descuartizarlo y despellejarlo apenas pise el primer acto de campaña. Sin embargo, con la ayuda de un asesor de imagen (Dylan McDermott), irá remontando posiciones en la opinión pública. La película, al más puro estilo de las comedias norteamericanas, se concentra en la lucha entre los dos rivales por conseguir el apoyo de los votantes, lo cual los obliga a estar pendientes de la imagen que deben “vender” a través de los medios de comunicación. En esa contienda apelarán a todo tipo de trucos y trapisondas, sin reparar en escrúpulos, con lo que el mal gusto y los golpes bajos abundan, de un lado y del otro. El guión explota los tips de los valores republicanos, como la sensiblería familiar, la mojigatería religiosa, el uso de armas, el desprecio a los inmigrantes, la búsqueda del lucro a cualquier precio, el abuso sexual si es necesario, entre otras lindezas, siempre y cuando ayuden a ganar votos. Votos que tienen como único objetivo conseguir un lugar en el Congreso con el fin de habilitar leyes que permitan seguir haciendo negocios. Negocios que van a beneficiar a unos pocos y que tal vez impliquen traicionar los mismos principios en los que basaron su acceso al escaño. La ridiculez La comedia satírica dirigida por Jay Roach pone en ridículo a los políticos, a los intereses que hay detrás de sus candidaturas, a los medios de comunicación que andan detrás de ellos y al público que se hace eco de sus mensajes y después los vota. En fin, a todo el sistema del país que hace de la libertad y de la democracia sus grandes marcas de origen, valores con los que pretende imponerse en el resto del mundo. “Locos por los votos” es una muestra más de esa característica también propia de los norteamericanos a través de la cual gustan de parodiarse a ellos mismos y poner al desnudo sus más oscuras fallas y debilidades. Si simpatiza con este tipo de entretenimientos livianos, quizás disfrute de esta película, de lo contrario, tal vez se aburra.
Publicada en la edición digital #245 de la revista.
Hacía ya tiempo que no se parodiaba a la política de esta manera y qué mejor para los tiempos que corren que reírse un poco de las absurdas decisiones que a veces toman los funcionarios en ejercicio del poder. Locos por los votos (The Campaign, 2012) de Jay Roach lo logra recurriendo a clásicos de la comedia americana como Will Farrell (Elf, Megamente) y nuevas estrellas en ascenso como Zach Galifianakis (¿Qué pasó ayer?, Todo un parto). Todo parecía ir tranquilo para el candidato Cam Brady (Farrell). Las encuestas eran sobresalientes y no había ningún opositor que le hiciera frente, por lo que su llegada al poder sería más fácil de lo que imaginó. En este contexto aparece Marty Huggins (Galifianakis) que con su apellido de marca de pañal y su perfil ingenuo, representa la antítesis graciosa de un típico funcionario codicioso. ¿Resultará ser un buen oponente para el obsesivo Brady?. En medio de esta maraña de idas y vueltas, cada candidato deberá mostrar lo mejor que tiene. Y eso se convertirá en la mezcla perfecta de humor absurdo que se aleja bastante de lo berreta y muy cerca de convertirse en la película cómica del momento. Aun en cartel en algunas salas, Locos por los votos ofrece además un claro mensaje sobre la política actual de manera universal porque no se centra únicamente en lo que pasa en los Estados Unidos. Lo que sí, esta trama descontracturada por momentos resulta incómoda en algunas escenas y tiene un descenlace poco real. A pesar de esto, Farrell y Galifianakis se calzan el traje de “hijos de buena madre” y lo hacen muy bien, ofreciendo actuaciones como siempre sólidas y convirtiéndose en dos de los principales cómicos de la actualidad. No esperen ver una gran obra maestra con mensaje profundo, pero se destacan los momentos en que se habla de los ideales, la ética y la importancia de la buena educación para los hijos aunque sea de modo un poco superficial. Divertida, con momentos cumbres para reírse a carcajadas, con elenco sólido y un bien ritmo. 3/5 SI Ficha técnica: Título Original: The Campaign Dirección: Jay Roach Guión: Chris Henchy, Shawn Harwell Estreno (Argentina): 1 Noviembre 2012 Género: Comedia Origen: Estados Unidos Duración: 83 minutos Clasificación: AM13 Distribuidora: Warner Reparto: Will Ferrell, Zach Galifianakis, Jason Sudeikis, Sarah Baker, Dylan McDermott, Katherine LaNasa, Brian Cox, John Lithgow, Dan Aykroyd, Scott A. Martin, Thomas Middleditch