Con el vértigo en la cámara y ofreciendo por momentos un registro de notable clasicismo, Los dos papas, de Fernando Meirelles, apela al conocimiento general de las figuras retratadas, desde la lograda composición de los protagonistas para desandar el encuentro entre dos hombres que sin saberlo, se necesitan. Si bien la vida del ex cardenal Jorge Bergoglio ha sido llevada al cine y televisión con diferentes resultados, es tal vez “Los dos papas” el más acabado registro de aquello que el universo de la ficción puede construir como verosímil desde el artificio. Meirelles toma manos en el asunto y detalla con precisión la vida de estos dos hombres, enfrentados por ideales, pero que en el fondo pudieron conectarse desde otro lugar para llevar adelante un plan que beneficiara a ambos y que trascendiera la mera sucesión obligatoria de mando. Jonathan Pryce encarna a Bergoglio con oficio y dedicación, desde sus primeros días hasta la aceptación del rol trascendental que debería asumir tras la salida de Ratzinger del papado. Anthony Hopkins encarna al ex papa con preciosismo y precisión, ofreciendo, dentro de la coraza del personaje, humanidad y devoción, pero también debilidad y miedo. Meirelles recorre la vida de ambos, y particularmente la de Bergoglio desde su juventud hasta asumir el rol de papa, organizando un fresco detallado sobre sus inseguridades alrededor de la vocación y sus aciertos y férreas convicciones. Por momentos la narración reposa en diálogos únicos, ya impensados para otros intérpretes, en otros, cuando juega con la cámara, haciendo todo aquello que en las universidades y escuelas de cine se dice que no hay que hacer, la película se acerca a un registro documental que refuerza su verosímil. La utilización de temas para nada imaginados para una propuesta de estas características, como así también el detalle de gustos y placeres mundanos de cada uno de los papas (Fanta naranja, pizza, tango, mate, fútbol), se construye el universo de “Los dos papas” con acumulación y simpleza. Cuando Bergoglio le presenta, sin suerte, la renuncia a Ratzinger, y éste comienza a recordar su pasado, su novia, su casi propuesta de casamiento, su confesión inesperada, con planos clásicos, expresionistas, en blanco y negro, el film se despega de la biopic para transitar el camino del homenaje sin bronces ni eufemismos panfletarios. La religión como gran tema, pero sin caer en la religiosidad, Meirelles logra atravesar la historia de Argentina, la más oscura, con algunas imprecisiones, pero con la seguridad de saber que la propuesta debe respetar el pasado para en la nostalgia fundar su presente. A la bellísima fotografía de César Charlone, se le suma un vibrante y cautivante guion, que hacen de esta propuesta un entretenimiento de calidad y una lección de cine y actuación se mire por donde se la mire.
Basada en la obra teatral de Anthony McCarten escrita en 2017, “Los dos Papas” se centra en la figura de Benedicto XVI y de Jorge Bergoglio, quien posteriormente se convertiría en el Papa Francisco. Principalmente podremos ser partícipes de los intercambios entre ambos personajes con dos visiones del mundo totalmente opuestas. Si bien a priori podría resultar aburrida, demasiado estática o teatral, porque nos encontramos frente a conversaciones entre dos personas, la película de Fernando Meirelles (“Ciudad de Dios”) logra cautivar desde todos sus aspectos, volviéndose una historia digna de ver y de disfrutar, ya sea en la pantalla grande en las pocas salas que la proyectan a partir del 5 de diciembre o cuando llegue a la plataforma de Netflix el 20 del mismo mes. Uno de los grandes aciertos del film es el elenco que presenta. Jonathan Pryce no solo tiene un gran parecido físico al Papa Francisco, sino que logra encarnarlo de la mejor manera. El actor galés presenta la esencia de aquel hombre humilde, que rechaza los lujos y que pretende construir un lugar más igualitario y menos conservador. Si bien intentó darle un acento argentino al personaje, aprendiendose el guion correspondiente, finalmente se decidió doblarlo para preservar nuestra tonada característica. Aunque pueden notarse un poco los hilos en la realización, Pryce hace un buen trabajo de movimiento de labios para que todo parezca más realista. La versión de Francisco joven, cuando todavía era Jorge Bergoglio, fue interpretada por Juan Minujín, quien le dio el toque más emotivo y crudo, mostrando los momentos internos más complejos del personaje como también los más difíciles para el país en los que estuvo, en cierta manera, involucrado. En el lado opuesto se encuentra Anthony Hopkins como Benedicto XVI, un hombre tradicionalista, que busca preservar a la Iglesia como institución, aunque eso signifique tapar ciertos hechos aberrantes que de ver la luz alejaría a los fieles. No hace falta recalcar el buen trabajo de composición que hace este gran actor y junto a Pryce conforman una dupla magistral. En ambos personajes podemos ver su evolución y con ello los mensajes que quiere transmitir el director: habla de redención, de perdón, de culpas, de misericordia, de transformaciones. Por otro lado, debemos resaltar el guion del film, que como mencionábamos anteriormente es una adaptación de una obra teatral del mismo guionista, que mezcla realidad con ficción para seguir indagando en la vida de personas públicas, como lo hizo en “La teoría del todo” (2014), “Las horas más oscuras” (2017) o “Bohemian Rhapsody” (2018), convirtiéndose ya en un especialista dentro de las biopics. El tono que mantiene la película es muy ameno, a pesar del drama y los dilemas a los cuales se enfrentan ambos protagonistas, también tenemos momentos de humor necesarios para sobrellevar esta carga. Mucho tiene que ver con lo opuestas que son sus personalidades y cómo repercuten en el otro. Y si bien se presenta un contexto religioso enmarcado dentro de la Iglesia católica, se logran tocar temas controversiales a partir de una mirada crítica a, por ejemplo, los abusos de menores dentro de la institución. Con respecto a los aspectos técnicos, podemos destacar el vestuario y la ambientación de la cinta, que a pesar de no tener el permiso del Vaticano para filmar, lograron retratar la atmósfera de dicho lugar de una manera imponente no solo para aquellos religiosos sino para todo el mundo. Lo mismo sucede con la recreación de época cuando se trata la temática de la dictadura militar argentina en los ‘70. En cuanto a la música, se hace presente en pocos momentos pero claves para generar algún clima o emoción, con algunos temas conocidos reversionados. En síntesis, “Los dos Papas” va a cautivar a todo el público, sin importar sus creencias. Porque a fin de cuentas no se trata de un film sobre religión, sino sobre la visión de dos importantes líderes que tuvieron y tienen en sus manos el poder de realizar cambios profundos y que a lo largo de su vida fueron transitando transformaciones internas. Esta película los humaniza porque los hace salir de su rol y nos permite conocerlos más internamente (con su cuota de realidad y también de ficción). Un film que sobresale por las actuaciones de su elenco, por el tratamiento de temas controversiales y la vuelta de tuerca que lograron darle tanto su director como su guionista para que las conversaciones entre dos personajes puedan tener movimiento.
Veamos. Un brasileño filma en castellano, latín, italiano e inglés la historia de un Papa argentino, que interpreta un galés, y un Papa alemán, que encarna otro actor galés, sobre un guión de un neozelandés (Anthony McCarten, el de Bohemian Rhapsody) para una plataforma… internacional. Porque este jueves se estrena Los dos Papas, de Fernando Meirelles, con Jonathan Pryce (72 años) y Anthony Hopkins (81), y el 20 de diciembre Netflix ya la subirá a su plataforma de streaming. La película del mismo director de Ciudad de Dios y El jardinero fiel pivotea constantemente en el juego de los opuestos. Ratzinger, o Benedicto XVI, es conservador, defensor del Dogma y de la Doctrina de la fe. Bergoglio o Francisco viene a romper mucho de lo establecido, reniega y renuncia a todos los lujos. Conviven, sabemos, porque uno renunció al pontificado de la Iglesia Católica, y el otro fue electo por los cardenales. Uno es pintado casi como un troglodita, un retrógrado, o con salidas y respuestas infantiles, el otro es locuaz, popular y abierto. Aunque en lo que están de acuerdo es en enfrentarse al aborto y al matrimonio entre homosexuales ("el plan del Diablo”), y hasta comparten una pizza y un par de naranjas Fanta. Los dos Papas, en verdad, trata más sobre el argentino. Será por cuestión de carisma, afinidad o porque lo vieron como un personaje más fácil de generar empatía con el espectador, lo cierto es que conocemos a Jorge Bergoglio de joven (lo interpreta un correcto y convincente Juan Minujín) y de adulto, en su vida diaria y sencilla, y aprendemos cómo dejó el amor de una chica para dedicarse a Dios. Y, para aquellos que piensan que la película fue financiada por el Vaticano, no le escapa a la etapa de la dictadura militar en la que Bergoglio salvó vidas, sí, pero le dio la comunión a Jorge Rafael Videla en su casa, y hay que ver cómo se banca que otros curas de la Villa 21 le digan “¿Hasta cuándo te vas a quedar callado?”. Son esos momentos, y no solamente para el público argentino, los más álgidos, e intensos, donde el filme abandona el tono afable y se torna dramático, con los vuelos de la muerte, la aparición de Astiz, la represión y el secuestro de curas y civiles. Y allí Benedicto, que era como un dinosaurio y todo lo que opinaba parecía provenir de un necio, se vuelve lúcido y más que aleccionar, contiene a su par. También se habla de los abusos de curas a menores, de pecadores y víctimas, todo en los jardines o habitaciones de la residencia papal de verano en Castel Gandolfo. Pero luego Los dos Papas retoma la senda del relato amigable, con Francisco y Benedicto viendo la final de la Copa del Mundo 2014 frente a un televisor, o bailoteando tango, tarareando Dancing Queen, de Abba. Y es que cuando los personajes no largan frases célebres, armadas y grandilocuentes, como en la primera media hora, y Pryce y Hopkins salen a actuar y mostrar todo lo que pueden tener debajo de la sotana -cuando Meirelles no los encorseta-, sin salirse del libreto la relación es más fluida y hasta pareciera sincera. Con los conflictos espirituales, y por supuesto morales. Los cónclaves en los que se eligieron a ambos Papas no podían no estar, y están. Hay una muy buena reconstrucción de época, tanto en Buenos Aires como en lo que sería el Vaticano, y un par de errores (“vea cómo juega Vilas”, se dice, y se ve a un tenista sacando con la mano derecha cuando el marplatense es zurdo, o hacen referencia a una Copa del mundo, y los años en el diálogo no dan). Pero eso sería ver más allá de lo que pretende Los dos Papas, entre rituales y progresismo.
Quince días antes de su estreno en Netflix, Los dos papas llega a los cines con múltiples elementos de interés para el público argentino: parte del rodaje se realizó en reconocibles locaciones locales, hay varios actores nacionales en el elenco como Juan Minujín, María Ucedo, Germán De Silva y Cristina Banegas, pero sobre todo tiene como eje la historia del cardenal Jorge Mario Bergoglio desde su juventud y hasta convertirse en el papa Francisco. Dirigida por el brasileño Fernando Meirelles ( Ciudad de Dios), Los dos papas se basa en una serie de intensas conversaciones que transcurren en 2012 entre el por entonces Benedicto XVI (Anthony Hopkins) y el cardenal Bergoglio (Jonathan Pryce). Mientras el alemán Joseph Ratzinger se ve cada vez más afectado por los escándalos financieros y morales que lo rodean, el argentino tiene decidido presentarle su renuncia. Los sucesivos encuentros entre ambos (de miradas opuestas sobre el estado de las cosas en el mundo en general y en la Iglesia en particular) irán acercándolos incluso desde el disenso y permitiéndoles compartir sus dudas, culpas y traumas. En el caso de Benedicto, su mal manejo de los escándalos de abusos sexuales; en el de Bergoglio, su polémico accionar durante la última dictadura militar. Más allá de que la "argentinidad" de Bergoglio se presenta con ciertos clichés (bailes de tango, fanatismo por el fútbol), los flashbacks que exponen el pasado del protagonista durante las décadas de 1950 (cuando abandona a último momento un casamiento pautado y se convierte definitivamente en un hombre de fe) y de 1970 (cuando se enfrenta a otros jesuitas por sus negociaciones con la Junta Militar con el objetivo de salvar unas cuantas vidas) lucen cuidados y bastante bien documentados (el guionista es Anthony McCarten, un experto en biopics tras La teoría del todo, Las horas más oscuras y Bohemian Rhapsody). El principal problema es, sobre todo, de verosímil, ya que el look de Minujín poco tiene que ver con el de la versión joven de Bergoglio. Con dos notables actuaciones de Pryce y Hopkins, quienes exponen en toda su dimensión las contradicciones psicológicas, espirituales y morales de sus personajes, una notable reconstrucción en los estudios Cinecittà de la Capilla Sixtina, un impecable uso de los efectos visuales para exponer la dinámica interna y externa del Vaticano, un amplio despliegue musical (con connotaciones dramáticas) que va desde Abba hasta los Beatles, pasando por varias composiciones de Dino Saluzzi y unos cuantos logrados momentos de humor que matizan la solemnidad de la historia, Los dos papas surge como una atractiva película con mucho material para el debate artístico, político y religioso.
Texto publicado en edición impresa.
Otro duelo de actores, esta vez en una ficción (el encuentro entre Jorge Bergoglio y Joseph Ratzinger es básicamente inventado) sobre algo real. Se verá en Netflix en dos semanas, pero visualmente se disfruta bastante en pantalla grande. Lo demás es teatro: dos tipos distintos que se convencen de tener algo en común y se hacen amigos. Los flashbacks argentinos funcionan mejor si uno tiene alguna otra nacionalidad (pero Juan Minujín está muy bien). Continuará.
El guionista Anthony McCarten (“La teoría del todo”, “Las horas más oscuras”) imagina la interna de la renuncia del Papa Benedicto XVI y la llegada Papa Francisco. En esta historia sólida que permite el enorme lucimiento de dos grandes actores como Anthony Hopkins y Jonathan Pryce, se imagina una serie de encuentros entre el hombre que gustaba expresarse en latín y se oponía a toda reforma y el argentino como su opositor temido. Y como rodeado de escándalos, los conocidos como “vatileaks” que llevaron preso a su mayordomo, mas los de su hermano Georg Ratzinger vinculado con al abuso de menores, se encontró en una muy difícil situación. Por su parte el cardenal Bergoglio había llegado a la conclusión de renunciar a su cargo y dedicarse a atender alguna iglesia pequeña y a sus feligreses. El talento del guionista armó una historia que arranca en el 2005 cuando muere Juan Pablo II, y el cardenal argentino es el segundo más votado en las primeras rondas. Compone un encuentro Bergoglio quiere renunciar a ser cardenal, y como en una serie de conversaciones creíbles y no comprobables, posiblemente mucho más incómodas, estos hombres logran comunicarse, confesar sus pecados, y confraternizar. Esa es la base del film que se apoya en las extraordinarias actuaciones que se registran en primeros planos conmovedores, donde Meirelles huye del encierro, elige jardines, y una reproducción de la capilla Sixtina impresionante. La película conmueve. Bergoglio considera que no es digno del papado porque no actuó como debía durante el proceso. En esos flashbacks Juan MInujin realiza una electrizante composición de la juventud del Papa, Es un film que habla de redenciones y arrepentimientos, de fe y crisis de fe. Es emotiva, está muy bien actuada y bien dirigida. Vale la pena.
Inspirada en una historia real, esta apuesta de Netflix realizada en coproducción entre Estados Unidos, Italia, Reino Unido y Argentina; puede verse en Mendoza en la pantalla grande de Cine Universidad (Nave UNCuyo), dos semanas antes de su debut masivo a través del gigante del streaming. Con un sostenido pulso narrativo, el director brasileño Fernando Meirelles ("Ciudad de Dios", "El jardinero fiel"), se apoya en el oficio del guionista Anthony McCarten, quien ya ha demostrado su eficacia en biopics como "Bohemian Rhapsody", "La teoría del todo" y "Las horas más oscuras"; para indagar en la trastienda del Vaticano y el debate por el máximo liderazgo de la Iglesia Católica, en la transición del poder de Benedicto XVI a Francisco. Como era de esperar, la dupla protagónica conformada por Anthony Hopkins (interpretando con rigor a Ratzinger) y Jonathan Pryce (dando en la tecla carismática de Bergoglio); aporta la suficiente solvencia como para sostener un relato que atraviesa algunas instancias solemnes, sobre todo en los primeros minutos, pero que luego cobra el suficiente vuelo como para humanizar y darle espesor a dos figuras eclesiásticas de altísimo rango. Con el soporte de imágenes de archivo, el relato comienza con la muerte de Juan Pablo II y la sucesión de Benedicto XVI. Si bien el asunto inicialmente puede sonar a Wikipedia ilustrada, Meirelles se encarga de sacudir un poco la seriedad del cónclave introduciendo una simpática escena en la que cardenales silvan en un baño del Vaticano el clasico hit de ABBA "Dancing Queen". Ese guiño inicial traza una suerte de pacto de amabilidad entre la platea y los protagonistas de esta historia, que se extiende con cierta ligereza durante todo el metraje de la película. En simultáneo, y sin opacar ese registro juguetón, el guión se encarga de ajustar las clavijas en dos secuencias que resultan fundamentales a la hora de entrar en el plano intimista de dos referentes de perfiles tan opuestos como los de Ratzinger y Bergoglio. Una de ellas tiene que ver con la llegada del cardenal arzobispo argentino a la residencia de verano donde descansa el papa alemán, coincidiendo con la polémica filtración de documentos del Vaticano que derivó en la prisión del secretario del líder religioso. Si bien la película traza al ex Sumo Pontífice con rasgos más antipáticos que los del hincha de San Lorenzo más influyente en el mundo, hay una escena nocturna de acertado tono intimista, en la que un Bergoglio vulnerable dispuesto a renunciar a su rol como cardenal le confiesa a Benedicto su culposo accionar durante la dictadura en nuestro país. Más allá de la empatía y la admiración hacia la figura de nuestro ícono nacional profesada por Netflix en "Los dos papas", la película de Meirelles no titubea a la hora de aclarar las cuentas pendientes y los tantos políticos. El cura argentino visitó más de una vez el despacho del almirante Masera y le dio la comunión a Videla en su casa. Pero para no pecar de sentencioso, el film remarca la intención de Bergoglio de salvar la vida de unas cuantas personas, incluyendo varios compañeros jesuitas, en aquellos siniestros años '70. Así y todo, queda expuesta que la interacción entre el sacerdote y la cúpula militar no fue de una oposición manifiesta. Más allá del tono culpógeno de la confesión, la película se impregna de un vuelo adicional cuando los flashbacks nos muestran a Juan Minujín interpretando a la versión joven de Francisco. Las contradicciones entre los errores, los ideales y los cambios que atravesaron a través de unas cuantas décadas tanto Ratzinger como Bergoglio, son la materia prima para que "Los dos papas" vaya labrando un subtexto que termina siendo más poderoso que el relato que aparece en primer plano. La angustia de estos dos referentes de matices antagónicos en una estructura tan inmutable y avasallante como la del Vaticano, queda en carne viva a medida de que avanzan los minutos. La otra secuencia vertebral de esta historia que contiene unas cuantas aristas de interés, sucede en la Capilla Sixtina (recreada con notable detalle en los estudios Cinecittà). Allí quien se quiebra frente a Bergoglio es Ratzinger, por motivos que aquí no conviene anticipar. Benedicto XVI fue el primer papa en renunciar en cerca de 700 años de historia de la Iglesia, y si bien la sombra de su partida no está tan desarrollada como la instancia del accionar del referente argentino en la dictadura, la sugerencia alcanza para generar un perturbador escozor, que ni siquiera se diluye con los dos religiosos brindando con Fanta y comiendo pizza. "Los dos papas" es una película más valiente de lo que parece. Bajo un manto de frescura, y esquivando holgadamente el tono de denuncia, sabe camuflar una incómoda mirada sobre una institución que más allá de uno que otro cambio en las formas de sus líderes, permanece inmutable bajo dogmas que van quedando obsoletos. Definitivamente, no estamos ante un film provocador o irreverente, pero sí frente a una comedia dramática que entiende que la clave para desempolvar la hipocresía está en sacudir unas sotanas milenarias, para que luego el espectador haga su propio examen de conciencia, ajeno a todo sermón. The Two Popes / Estados Unidos-Italia-Reino Unido-Argentina / 125 minutos / Apta para mayores de 13 años / Dirección: Fernando Meirrelles / Con: Anthony Hopkins, Jonathan Pryce, Juan MInujín, Sidney Cole, Thomas D Williams, Federico Torre.
"Los dos papas": la amistad menos pensada La película es menos una biopic de Bergoglio antes de su asunción que un relato imaginario sobre su relación con Ratzinger. Con una estrategia similar, aunque de aún menor escala, al lanzamiento reducido de El irlandés, llega a un puñado de salas el último largometraje del brasileño Fernando Meirelles, un proyecto por encargo ofrecido por Netflix en bandeja al director de Ciudad de Dios. Aunque lo parezca, Los dos papas no es tanto una biopic de Jorge Bergoglio antes de su asunción como Sumo Pontífice como un relato imaginario acerca de su relación con su antecesor en el trono, Joseph Ratzinger. Al guion de Anthony McCarten (La teoría del todo, Bohemian Rhapsody) no puede negársele una cuota moderada de ingenio a la hora de alternar temporalidades, aunque los viajes al pasado, gracias a una serie de flashbacks, están restringidos a la vida del primer papa argentino, eliminando de la ecuación los recuerdos de su par alemán. El núcleo dramático de la película, sin embargo, está centrado en un clásico duelo actoral entre Jonathan Pryce (Francisco) y Anthony Hopkins (Benedicto XVI), una serie de conversaciones –en estricto inglés con acento fabricado– que atraviesan cuestiones como la fe, el dogma, la culpa y el rol de la iglesia en el siglo XXI. Pero también acerca de los placeres de la vida, el fútbol (San Lorenzo, desde luego), el tango, la música y la comida. Los dos papas abre con imágenes de la Villa 21, con el entonces cardenal dando un sermón ante los habitantes del lugar, días antes del fallecimiento de Juan Pablo II. Lo primero que llamará la atención del espectador argentino es la impecable pronunciación del español de Pryce. En realidad, el actor galés fue doblado en esos planos por una voz argentina, aunque esta no parece ser la de Juan Minujín, encargado de encarnar a Bergoglio en aquellas escenas que reconstruyen instancias puntuales de sus años mozos. El film salta rápidamente a la votación vaticana para elegir a un sucesor, momento en el cual comienza a apreciarse la meticulosa reconstrucción –en Cinecittà y por medios digitales– de las galerías, pasillos y naves de la Santa Sede. Habrá entonces un pequeño juego de alta política pontificia, aunque el relato nunca entrará de lleno en la descripción de los inevitables maquiavelismos, conjuras y traiciones inherentes a ese mundillo. Esa amabilidad para con el mundo retratado regresará más tarde, cerca del final, cuando cuestiones sumamente delicadas como el rol de Ratzinger durante los años del nazismo y, en particular, las crecientes denuncias de casos de abuso en la Iglesia son comentadas al pasar y cubiertas con un manto de piadosa elipsis sonora. Relativamente ágil y sumamente profesional –en el sentido más normativo de la palabra–, Los dos papas avanza con clásicas placas superpuestas hasta el año 2012, cuando el pedido de Bergoglio de dejar su rol como cardenal se topa con otra demanda aún más inesperada. Poco importa si ese encuentro entre ambos hombres existió en la realidad. El jugo de la narración permite a los creadores imaginar el comienzo de una impensada amistad, a pesar de un enorme escollo: las miradas virtualmente opuestas sobre la religiosidad y el mundo en general. O tal vez, en la mejor tradición del buddy film, esa relación es posible precisamente porque existen tales diferencias. Son más que evidentes los esfuerzos del guion por incluir elementos de humor en los diálogos entre las dos potencias, aunque más de un gag funcione al ciento por ciento (“¿qué himno está silbando?”, le pregunta Ratzinger a Bergoglio en un primer encuentro, en un baño del Vaticano. “Dancing Queen, de Abba”, es la respuesta, acompañada de la mirada impecablemente impertérrita de Pryce). Los dos papas es, en esencia, un divertimento que no pretende describir las más profundas capas del alma humana o los vericuetos de la estructura de poder del Vaticano. Ni siquiera el extenso flashback que recrea las polémicas posiciones de Bergoglio durante la última dictadura amaga con eclipsar el tono esencial del proyecto: un retrato amable, por momentos cercano a la hagiografía, de dos hombres complejos y contradictorios. Aunque, por momentos, el resto del film no lo acompañe, Jonathan Pryce se mete al personaje en el bolsillo y entrega una de esas performances ideales para su oscarización inmediata.
"¿Dónde hallamos a Dios si siempre se mueve?", pregunta en algún momento el papa Benedicto XVI al todavía cardenal Bergoglio y éste le contesta: "En el camino". Y el argumento de "Los dos papas" trata precisamente sobre el camino hacia Dios que pueden elegir dos seres de mentalidad diferente. Creado originalmente por el escritor y periodista neozelandés Anthony Mc Carten, el guion que él mismo adaptó es el que da origen a la cinta que Netflix encargó al director brasileño Fernando Meirelles ("Ciudad de Dios"). La película centrada en jugosas conversaciones que la ficción de un creador armó en el papel, realizada inicialmente para la televisión, fue estrenada en un solo cine de Villa Devoto, al menos en Capital, repitiendo una característica iniciada con "El irlandés", también producida por la empresa de entretenimientos estadounidense. Con fondos impecablemente reconstruidos o directamente filmados, y que abarcan la Santa Sede o suburbios de Buenos Aires, ver la increíble actuación de dos grandes del cine y el teatro como Anthony Hopkins y Jonathan Pryce es un privilegio. Si la forma de enhebrar temas tan arduos como la razón y la fe a través del tradicionalismo ratzinguerano o el racionalismo de Bergoglio es un logro sin caer en el tedio o la complejidad, el mérito es el de actuaciones sobresalientes y un guion inteligente. Con picos de humor y picardía, que pueden darlo pequeños detalles, como las alusiones a la música de ABBA o la efervescencia de la afinidad común por el fútbol, el guión de Mc Carten demuestra que no por nada es autor de éxitos como "Rapsodia bohemia", "La hora más oscura" o "La teoría del todo" (también basados en sus guiones). INOLVIDABLES Detalles que se entroncan con el documental (momentos de la asunción papal y la cobertura de los medios) o las recurrencias al pasado (flashbacks), que muestran a un Bergoglio joven (Juan Minujín, muy correcto), y detalles de su actividad en villas, sumado a situaciones polémicas durante la dictadura, son resueltas exteriormente por no formar parte del objetivo final de la producción. Pero lo que permanece de "Los dos papas" más allá de su excelente guion es esa creación que hacen los maestros Hopkins y Pryce. Si Hopkins fue un maestro de la perversidad y el intelecto en su caníbal exquisito ("Hannibal") o de la contención y el buen gusto (el mayordomo de "Lo que queda del día"), ahora como el papa Ratzinger, que parece prever a su sucesor, se convierte en un modelo de racionalismo a punto de eclosionar en una ingenuidad oscilante. Mientras Pryce, luego de encarnar filósofos irónicos y victorianos como Lytton Strachey en "Carrington" y al Perón de "Evita", sorprende con un Bergoglio tan nuestro, sorprendentemente terrenal. Una producción ambiciosa y entretenida sobre certezas y laberintos de la fe y el materialismo en una sociedad compleja.
“Los dos Papas” Crítica. ¿La Iglesia cambió? La película muestra dos visiones del mundo actual puestas en contradicción a través de las charlas imaginarias entre Benedicto XVI (Joseph Aloisius Ratzinger) y Francisco I ( Jorge Bergoglio) en el marco de una de las transiciones de poder más relevantes de los últimos siglos. por Javier Erlij La película del brasileño Fernando Meirelles, mismo director que estuvo nominado al Oscar por Ciudad de Dios, y el guionista tres veces nominado al Óscar Anthony McCarten, tuvo su premiere en Latinoamérica en la Facultad de Derecho de Buenos Aires con la presencia de ambos junto a los protagonistas Jonathan Pryce que compone al Papa actual y Juan Minujín que tiene a cargo la interpretación de Bergoglio de jóven. No vino a la Argentina Antonhy Hopkins que tiene el rol de Benedicto XVI en la realización. El film muestra el episodio de 2012 donde Bergoglio viaja al Vaticano a ver a Benedicto XVI para solicitarle el permiso para dirimir del cargo de Cardenal, desalentado por el camino que había tomado la Iglesia y en desacuerdo con algunas decisiones. Benedicto XVI tiene una postura rígida y conservadora con el tratamiento hacia los fieles, diferentes a la del actual Papa que prefiere una Iglesia más abierta a los fieles alejada de oropeles del Vaticano. El film de Meirelles aprovecha el encuentro entre Bergoglio y Ratzinger a través de flashbacks para contar algunos episodios desde la juventud de Francisco I, a través de un cuidado blanco y negro, que no le escapa a mostrar los claroscuros del actual Papa en relación con la la Dictadura de 1.976, de no haber ayudado a denunciar las atrocidades del régimen militar y tener encuentros con el oficial naval militar argentino Emilio Eduardo Massera, integrante de la Junta Militar Argentina del Proceso. Una escena destacada de gran dramatismo es con los curas tercermundistas Francisco Jalics y Orlando Yorio cuando Bergoglio a cargo de la Orden Jesuita en Argentina les quita la anuencia y luego son secuestrados mientras estaban dando misa en la villa del Bajo Flores. También en las conversaciones muestra el cambio de postura de Bergoglio, luego de haber sido enviado a la ciudad de Córdoba por la Compañía de Jesús desde 1.990 a 1.992 a la Residencia Mayor que la orden posee en el centro de esa ciudad. La transferencia de Bergoglio para que obre de sacerdote en Córdoba ha sido considerado como una especie de castigo por los estudiosos de su vida y él mismo ha definido ese momento como de «purificación interior» y «como una noche, con alguna oscuridad interior. La producción de Nétflix también muestra la postura de los últimos años previos a la asunción como Papa de Bergoglio pronunciandose contra la concentración de la riqueza en pocas manos, de los bancos y de los muros entre países. Tampoco le escapa al abordaje del tema de la pedofilia por sacerdotes de la Iglesia y la escasa o nulo pronunciamiento por parte de Benedicto XVI.También se cuenta el episodio donde también en otra tiempo es echado por corrupción el secretario de Ratzinger . Pero también muestra que aunque estemos en 2.020 el pensamiento de la Iglesia en contra de la homosexualidad y el aborto está a años luz de las corrientes progresistas en el mundo actual. Con respecto al rodaje de las locaciones se reprodujeron las instalaciones del Vaticano en la residencia de Castel Gandolfo y en la Capilla Sixtina, de manera exhaustiva y bien recreada, y las filmadas en Argentina en la Villa 21. Los tópicos del tango, el club San Lorenzo y los viajes por Latinoamérica de Francisco I son tratados también en la película del realizador brasileño de manera vibrante y referido a las actuaciones del trinomio Price-Hopkins y Minujin constituyen una vara alta de la película. La realización no le escapa a temas polémicos y también pone sobre el tapete si realmente con Francisco I tuvo una evolución la Iglesia Católica o son pequeños cambios de maquillaje, donde la mayoría de las cosas siguen iguales dentro de la institución. Calificación: 90/10 Accedé al trailer desde Nétflix https://www.netflix.com/title/80174451
Con duelo actoral y calidad artística camino a los Oscar El año pasado, con motivo del estreno de “Roma” (Alfonso Cuarón, 2018), hicimos una larga introducción para el lector sobre el cambio de paradigma en la distribución cinematográfica a partir de que Netflix es la empresa que hoy está dictando las reglas del juego. El propio y el ajeno. La escalada a partir de la multi-premiación que a película mexicana logró en la última entrega del Oscar no hizo más que incentivar a la plataforma internacional a redoblar la apuesta respecto de sus decisiones sobre la exhibición en salas de las películas que produce. Esta temporada había dos de sus productos esperados con ansia y durante todo el año hubo preguntas desde todos los flancos para saber si se iban a poder ver en el cine: “El irlandés”, de Martin Scorsese, y “Los dos Papas”, de Fernando Meirelles. En el caso de la argentina ambas producciones con diferencia de quince días se estrenaron en poco más de 60 salas en todo el país. Una sola en la ciudad de Buenos Aires y una en la zona del Gran Buenos Aires. Apenas días después, ambas están disponibles en la plataforma de Netfkix. Comparado con lo que solemos ver son estrenos a medias, pero hay que acostumbrarse a esta como la cercana forma en que los espectadores verán cine de ahora en adelante. Yendo al estreno de marras es menester destacar las buenas virtudes de una película contemporánea que no ahorra temáticas dentro de un universo eclesiástico, que cada vez que sufre un cimbronazo la fe del mundo se pone a prueba. Estamos en el año 2012, Ratzinger (Anthony Hopkins) anda tambaleando como sumo pontífice merced a una forma ultra conservadora de llevar adelante la iglesia y varios escándalos internacionales. Lo acompaña el cardenal Bergoglio (Jonathan Pryce), o mejor dicho lo antagoniza ya que desde el punto de vista ideológico están en las antípodas. Esta construcción (formal en el texto cinematográfico) se ve ratificada cuando se profundiza en los demonios internos que precede a cada uno, en especial a un Bergoglio que todavía se devana en sus acciones contradictorias durante la última dictadura militar en la Argentina. Los flashbacks ayudan a llevar al espectador a ese tiempo para que éste pueda sacar sus conclusiones respecto de una coyuntura difícil. Una buena recreación de época que tiene a Juan Minujín (inexplicable elección del physique du role) como el joven Bergoglio, y a varios conocidos del teatro independiente con pequeños aportes. El guión de Anthony McCarten, autor de “Las horas más oscuras” (2018) y “La teoría del todo”(2014), habla de la aferre y la defensa de las ideas cuando estas chocan, pero también del punto de encuentro que tienen los extremos si se decide horadar la postura con la dialéctica. El aporte del director resulta igual de profundo a la hora de dirigir a estos dos monstruos de la actuación ya que de las situaciones planteadas, contrastadas con el registro que ambos manejan, aparece un humor bastante emparentado con el cinismo de las ideas cuando estas son interpeladas por la realidad coyuntural. Esta batalla dialéctica es tan rica como cinematográficamente teatral, si se permite la ambigüedad. “Los dos Papas” se nutre de todos estos elementos y si bien se puede hablar de alguna redundancia cuando ya está todo muy claro, la película tiene todavía un lugar para sorprender desde el juego lúdico que se propone, pese a ya estar escrita la historia fuera de la ficción. Altos puntos en la banda de sonido de Bryce Dessner y el montaje Fernando Stutz, además del ya mencionado duelo actoral ya merecedor de sendas nominaciones a los Globos de Oro 2020, y claramente serios candidatos al Oscar. “Los dos Papas” aportan el diálogo como herramienta de entendimiento, pero también como elemento de persuasión y de presión cuando se cae en la cuenta de la responsabilidad mundial de esos cargos que dan miedo de sólo pensarlo. Sin dudas estamos frente a uno de los estrenos del año.
El director de Ciudad de Dios filma a dos grandes actores en la piel de dos grandes personajes actuales. Jonathan Pryce como Jorge Bergoglio y Anthony Hopkins como Joseph Ratzinger. El argentino liberal y progre, el alemán conservador. Que es Papa cuando convoca al futuro Francisco, en lo que será el preámbulo de un traspaso de poder, las bambalinas de la última fumata blanca del Vaticano. Es ese centro de poder, intrigante y secreto, visto en la intimidad (aunque el Vaticano no autorizó el rodaje) uno de los atractivos de la película, junto a sus dos intérpretes. Dos tipos muy distintos discutiendo sobre casi todo y, acaso, haciéndose amigos. Es mérito de ellos, y de los realizadores, que semejante propuesta, con aire de traducción al cine de una obra de teatro, sea atractiva, entretenida durante dos horas. En sus miradas, sus silencios, sus peleas, hay gracia y encanto, aunque algunos de los muchos temas de debate parecen soslayados (los abusos en la Iglesia, sin ir más lejos). Funcionan menos, en cambio, los flashbacks que, sobre todo en la primera parte, dan cuenta del pasado de Bergoglio. En la Argentina, en blanco y negro, aparecen más como inserts de una biopic para apuntalar la mirada elegíaca hacia el Papa Francisco que tiene la película. Una que, sin embargo, hace bien en no omitir la discusión en torno de su papel en la dictadura.
La realidad y la fe se encuentran en esta nueva película de Fernando Meirelles, director de “Ciudad de Dios” y “El jardinero fiel”. Es que “Los dos Papas”, protagonizada por Anthony Hopkins y Jonathan Pryce indaga en las controversias del ex Papa Benedicto XVI, conservador y defensor del Dogma, y en el actual Papa Francisco, popular y renovador de la Iglesia. La historia relata los acontecimientos más trascendentales de los últimos años en el Vaticano, cuando Benedicto XVI decide renunciar y convertirse así en el primer ex Papa vivo desde el siglo XV, y cuando asume al puesto el Arzobispo de Buenos Aires, Jorge Bergoglio. La trama se centra en los encuentros anteriores a la asunción de Francisco, entre Bergoglio y Raztinger, y en las diferencias conceptuales y filosóficas entre ellos. Para darle vida a estos encuentros privados, Netflix convocó al guionista neozelandés Anthony McCarten (“La teoría del todo”, “La hora más oscura” y “Bohemian Rhapsody”). Demás está decir que los diálogos y las interpretaciones de Hopkins y Pryce son el plato fuerte de esta producción que estrenó en algunas salas comerciales y que estará disponible en Netflix a partir del 20 de diciembre. Entre escena y escena, el espectador logra llegar a las fibras más íntimas de estas figuras eclesiásticas donde la culpa, el miedo y las dudas salen a la luz. El filme tiene muchos condimentos atractivos para el público argentino, ya que muchas escenas fueron filmadas en Córdoba, con un Juan Minujin encarnando a Bergoglio de joven, y no faltan el fútbol, el tango y la pizza. Y si bien la película no se centra en los temas álgidos de la Iglesia, como es el caso de la pedofilia, los toca de cerca y no los pasa por alto. El momento más fuerte es cuando se muestra el vínculo de Bergoglio con la dictadura militar argentina, donde se ven los vuelos de la muerte y las torturas. Lo cierto es que el vínculo y la cercanía, al principio impensada, entre estos dos personajes, es la clave de este filme que atrapa hasta el final. Los momentos más disfrutables son los filmados en una Capilla Sixtina especialmente construida para la película, donde no falta la música del 2 x 4. Otra de las claves del filme de Fernando Meirelles son los momentos de humor que sirven de bálsamo entre tanta solemnidad. En síntesis, una gran película que vale ser vista tanto por religiosos como por ateos.
La comedia de la religión En el año 2013, el Papa Benedicto XVI se convirtió en el primer líder de la Iglesia Católica en renunciar en los últimos 600 años. La decisión de reemplazar al papa alemán por el Papa Francisco se presentó en los medios de comunicación de todo el mundo como una señal de que la Iglesia Católica se alejaba del enfoque estricto y tradicional de Benedicto hacia un futuro más liberal, global y progresista. Los dos Papas (The Two Popes, 2019), basada en una obra de teatro de Anthony McCarten, argumenta que este análisis es demasiado simplista, sugiriendo que los dos hombres no son realmente tan distintos. Fernando Meirelles pone el foco en el pasado de Francisco, cuando todavía era conocido por su nombre de nacimiento, Jorge Mario Bergoglio. Juan Minujín interpreta al Cardenal Bergoglio durante los flashbacks sobre su juventud en Argentina. Tiene sentido que sea otro actor el que dé vida al Papa Francisco durante esas escenas, ya que por aquel entonces era un hombre completamente diferente al de hoy. Durante su juventud Bergoglio era una figura bastante controvertida, criticada por no proteger al clero de la junta militar, una reputación que aún lo persigue. Por otro lado, Benedicto tan solo aparece representado como un octogenario, y su fracaso a la hora de lidiar con los casos de pedofilia en la Iglesia Católica apenas se menciona en la película, sin llegar a profundizar en el tema. La mayor parte de la película consiste en una serie de conversaciones imaginadas entre Benedicto y Francisco, con diálogos ingeniosos, ágiles y bien planteados. La ironía de la historia reside en que, cuando se conocen por primera vez, es Francisco el que quiere renunciar. Los dos hombres discuten sobre grandes temas, pero de una forma diseñada para no ofender nadie. Un planteamiento gentil que, por otra parte, puede generar muchas críticas dado el historial reciente de la Iglesia Católica. La razón principal por la que Los dos Papas funciona tan bien es porque trata un tema difícil de una forma atractiva para el gran público. Se necesita mucha astucia para crear escenas de comedia observacional tan agudas. La comida, la moda y el fútbol se utilizan para presentar ciertos argumentos y resaltar las diferencias culturales entre ambos, como ocurre en la vida real. En ese sentido, la película no evita los temas complejos, pero tan solo se limita a rozarlos. Meirelles logra capturar algo importante en la era de las noticias falsas: el hecho de que cuando se escarba bajo la superficie, la verdad no suele ser blanca o negra.
Los dos Papas es un film institucional hecho para convertir al Papa Francisco en una estampita de los tiempos modernos en oposición a Benedicto XVI, donde la película coloca todos los defectos de la vieja iglesia. Un encuentro entre dos hombres distintos que, de forma previsible y esquemática, discutirán sus puntos de vista sobre la iglesia católica. Los encuentros son antes de que Benedicto XVI renuncie a su papado. Una gran producción al servicio de la propaganda vaticana. El primer escollo insalvable es el doblaje de Jonathan Pryce al castellano. Aunque la mayor parte del tiempo el actor debe actuar en inglés, para muchas escenas se necesita que hable en castellano. La voz elegida para esto no se parece en nada a la de Jorge Bergoglio y, además, está muy mal interpretada. Cada escena en argentino parece un doblaje de cine argentino de la década del setenta. Este descuido expone la falta de interés de la película por hacer las cosas en serio. Jorge Bergoglio interpretado de joven Juan Minujín es otro tropezón sin arreglo. Eligieron al actor perfecto para hacer de Francisco pero no se esforzaron en nada para el casting de juventud. Todo un sector de la película está dedicada a la dictadura militar argentina. Mientras que se va por lo general en varios puntos, acá la película se vuelve más precisa y parece, por primera vez, dedicada al público argentino que sabe de lo que se habla. Es un desvío de la trama principal desde lo cinematográfico y afecta la narración general. Directamente la destruye. Es la parte más ridícula y mal ejecutada de la película, planteada con la misma clase de abyección que las peores películas argentinas de la década del ochenta. Claro que nada es tan bochornoso como Francisco: el Padre Jorge (2015) donde en un imposible e insoportable Dario Grandinetti interpretada a Jorge Bergoglio. El género vida de Jorge Bergoglio ya parece ser un género cinematográfico en sí mismo. Siempre, claro, con una mirada a favor. Y si Los dos Papas tiene es un poco más tolerable es porque Anthony Hopkins tiene gracia para decir los diálogos ingeniosos y porque Jonathan Pryce se compromete con su papel. Como ya fue mencionado, que lo doblen al argentino le quita todo el mérito a su esfuerzo. La producción es prolija y eficiente. La elección de la banda de sonido es obvia y poco inteligente, con instantes de gran vergüenza ajena. Lo que queda en claro desde el comienzo es la condición de mala obra de teatro que tiene la idea. Los dos Papas es una de esas piezas donde dos personajes distintos hablan y dan, con todo los lugares comunes existentes en el planeta, sus puntos de vista. Uno los imagina a los dos sentados en el centro de un escenario teatral hablando y hablando. El esfuerzo de Fernando Meirelles por hacer una película con algo más lo lleva a pasearse por otros lugares comunes, pero con más locaciones. Al final, los dos Papas miran fútbol en una escena cómica que es tomada con sentido del humor y con un ritmo que la película nunca tuvo. El guión cobarde y la obsecuencia de todo el proyecto se saltea todos los conflictos que el Papa Francisco ha tenido desde que asumió, desligándose de toda responsabilidad sobre la posición de Bergoglio sobre Venezuela, Argentina y demás polémicas actuales. El director Fernando Meirelles termina su película burlándose de los argentinos en el Mundial. Tal vez lo hace para que alguien en Brasil recuerde que nació allí, que no siempre fue un empleado al servicio de la iglesia.
Católicamente correcto La operación “lavado” de las figuras del Papa Francisco (Jonathan Pryce en el presente, Juan Minujín en el pasado) y quien claudicara al papado en el 2013, Benedicto XVI (Anthony Hopkins), es la primera marca que se expande en esta coproducción inspirada en una obra teatral de Anthony McCarten y que tras su estreno en salas comerciales llega a la pantalla caliente del popular streaming Netflix, bajo la dirección del brasilero Fernando Meirelles. Los dos papas parte de la idea de las charlas entre el cardenal Jorge Bergoglio y el Papa Benedicto XVI en 2013 y se entrecruza con la parte de la elección por parte de todos los candidatos a ocupar el cargo de Benedicto tras haber anunciado su claudicación, hecho que para la Iglesia Católica no ocurría en casi 600 años de historia. Por eso, a todo el segmento donde Fernando Meirelles imprime cierto ritmo, con una cámara avanzando en pasillos y en rol de testigo de largas mesas o cónclaves, donde el nombre de Bergoglio se hacía fuerte, terminan por opacar gran parte de los otros dos tercios del relato donde la impronta teatral le gana a la puesta en escena, afecta el ritmo y sumerge finalmente a este encuentro real, pero con diálogos ficticios, en un pozo de lugares comunes. Nada es más gracioso que ver a un Jonathan Pryce, bien caracterizado como Jorge Bergoglio antes de pasar a llamarse Papa Francisco, doblado al español porque la voz elegida lo aleja de cualquier atisbo de seriedad. No ocurre lo mismo con el polifuncional Anthony Hopkins, su inglés perfecto y una postura de hombre estricto que no puede conectarse con nada que lo aleje de su propia fe e incluso de sus crisis de fe compartidas en la intimidad de la charla a Bergoglio. El devaneo de las charlas, ese mecanismo de relojería de mentes y dialéctica donde ambos se van conociendo y así marcando sus posiciones antagónicas al comienzo, sumado a los cruces de ideas distintas sobre el presente de la Iglesia Católica, su falta de respuesta ante conflictos de justicia social y su lugar dentro de los feligreses y de un mundo cambiante, se intercalan entre flashbacks como recurso narrativo para instalar en el pasado de Jorge Bergoglio todas sus vinculaciones con el contexto político de la dictadura argentina y su difuso vínculo con algunos personajes de esa etapa del régimen dictatorial. Esa idea deja establecido el propósito mayúsculo de esta película dado que para Benedicto no hay reservado ningún flashback más que sus brumosos recuerdos. La balanza inclinada para Francisco también es en cierto punto un guiño para el público argentino más que de otro país. Esa liviandad y falta de profundidad en los verdaderos demonios internos que atraviesan el camino de la Iglesia Católica desde siglos y todavía hoy; y la manera de afrontarlos desde lo político con el Vaticano como institución autoindulgente, son uno de los botones de muestra de las limitaciones de este film que desde su discurso católicamente correcto aventura que el encuentro entre el papa saliente y el entrante fue el embrión para que la semilla del cambio hacia el progresismo de aquel Jorge Bergoglio hiciese el suficiente ruido para que tiemblen las estructuras más perversas del mundo.
El pasado los condena Si bien todo hacía suponer que nos encontraríamos con una propuesta de raigambre teatral sustentada en diálogos incesantes, algo que se deducía tanto de la avanzada edad de los dos protagonistas principales, nada menos que Anthony Hopkins y Jonathan Pryce, como del planteo macro del relato que nos ocupa, vinculado al choque dialéctico entre dos supuestas visiones contrastantes de la fe, a decir verdad Los Dos Papas (The Two Popes, 2019) terminó siendo un film bastante más atractivo, extraño y valiente de lo que se esperaba a priori, especialmente gracias a la decisión en conjunto del director Fernando Meirelles y el guionista Anthony McCarten de tomar al “encuentro excusa” de turno entre Benedicto XVI/ antes Joseph Aloisius Ratzinger y Jorge Mario Bergoglio/ después Francisco como un disparador de flashbacks varios acerca de la juventud del segundo en Argentina, detalle que oxigena el devenir y por suerte jamás nos condena al ámbito cerrado por el ámbito cerrado. La película nos presenta un hipotético viaje al Vaticano en 2012 de Bergoglio, por entonces Cardenal Arzobispo de Buenos Aires, para presentarle la renuncia a Benedicto XVI porque desea un cargo de menor perfil político que le ahorre las peleas con el kirchnerismo, no obstante se sorprende por el hecho de que el Papa está planificando su renuncia debido a una crisis de fe (afirma no escuchar la voz de Dios desde hace mucho tiempo) y porque se desató un escándalo con motivo de la masiva filtración de documentos estatales y privados a la prensa y la publicación de Su Santidad: Los Papeles Secretos de Benedicto XVI (Sua Santità: Le Carte Segrete di Benedetto XVI, 2012), un libro de investigación del periodista italiano Gianluigi Nuzzi (en esencia se recopilan cartas confidenciales y memorándums entre el pontífice y su secretario personal, el jurista y clérigo alemán Georg Gänswein, que destaparon una olla de corrupción, sobornos e intrigas de poder de múltiple naturaleza). Meirelles, aquel de las maravillosas Ceguera (Blindness, 2008), El Jardinero Fiel (The Constant Gardener, 2005) y Ciudad de Dios (Cidade de Deus, 2002), y McCarten, conocido por Bohemian Rhapsody (2018) y Las Horas más Oscuras (Darkest Hour, 2017), combinan locaciones como el Palacio de Castel Gandolfo y la mismísima Capilla Sixtina para intercambios verbales entre los dos hombres que giran alrededor de la negativa de Ratzinger a aceptar la renuncia de Bergoglio porque podría ser interpretada -en momentos tan delicados- como una crítica solapada del segundo contra el primero, sobre todo porque no se ponían de acuerdo en temas como la “humildad” de los miembros de la Iglesia, el celibato de los curas, hasta dónde debería llegar la condena a los homosexuales, el estatus de los divorciados, qué se debería hacer con los sacerdotes pedófilos, y la pompa narcisista en general de la institución católica como un todo, cada día más y más en crisis porque los otrora fieles la ven como una secta cercana a la inquisición medieval que arrastra una incapacidad patológica de aggiornarse en lo que atañe a dos de sus autoasumidos enemigos de siempre, las mujeres y los gays. El film asimismo lima diferencias entre ambos al indicar que hablamos de dos versiones de una única y férrea ortodoxia que se debate entre el ultra conservadurismo y el conservadurismo a secas, incluso llegando a subrayar que en diversos instantes de la vida de ambos protagonistas defendieron concepciones y posturas idénticas. Desde ya que lo hecho por Hopkins y Pryce es supremo y se agradece que se le dé a los dos veteranos semejante oportunidad de lucirse, algo muy poco habitual en un mainstream como el de nuestros días obsesionado con la juventud más banal, a lo que se suma un buen desempaño de Juan Minujín como el joven Bergoglio y de Germán de Silva y Lisandro Fiks como los dos religiosos -Orlando Virgilio Yorio y Franz Jalics, respectivamente- que fueron secuestrados y torturados durante cinco meses en el aciago contexto del Proceso de Reorganización Nacional por osar brindar ayuda social en los barrios pobres de Buenos Aires. Si bien resulta comprensible que el acento retórico esté sobre el sentimiento de culpa y el pasado oscuro del argentino ya que hoy por hoy encabeza la Iglesia, circunstancia homologada a su complicidad pasiva con la dictadura cívico/ militar al expulsar a los dos clérigos y dejarlos a la merced de las huestes del genocida Emilio Eduardo Massera (Joselo Bella), también hubiese sido interesante que la propuesta analizase un poco más el sustrato nazi y convalidante de abusos sexuales de Ratzinger. En este sentido, Los Dos Papas es más un retrato de los entretelones de la renuncia de 2013 de Benedicto XVI y el ascenso de Francisco que un verdadero examen de un reformismo representado en el argentino que se quedó en las promesas y no mucho más, basta con señalar la continuidad intolerante de uno para con el otro en torno al rechazo al aborto, la eutanasia y el matrimonio homosexual…
"Los Dos Papas" después de su estreno comercial en los cines de Argentina, ha llegado a la plataforma de Netflix el reciente 20 de Diciembre. "The Two Popes" está dirigida por el talentoso director brasileño Fernando Meirelles ("Ciudad de Dios", "El jardinero Fiel") y se centra particularmente entre el vínculo entre Benedicto XVI (Joseph Ratzinger) y el cardenal Jorge Bergoglio. En consecuencia, la película deja de lado grandes cuestionamientos del gran poder que tiene la Iglesia a nivel mundial, para centrarse en las diferentes concepciones sobre dicha institución que poseen los "dos papas" con orígenes bien diversos. Esto no es tan sólo un debate de ideas entre ambos, en el que siempre el idealizado Bergoglio gana cada discusión, sino también un duelo actoral entre los profesionales y efectivos Antony Hopkins (Ratzinger) y Jonathan Pryce (Bergoglio). En las partes habladas en español éste último fue doblado. Hay que destacar el trabajo de caracterización del equipo técnico como así también la expresividad de Pryce que logran a la perfección la imagen de Bergoglio. En adición, el relato narra algunos episodios de la vida de Bergoglio desde su juventud, su fuerte vocación, pero también los episodios que refieren a uno de los momentos más dolorosos de la historia argentina, la dictadura militar. En consecuencia, el relato parece mostrar en ambos papas que ninguno de ellos es perfecto, aún así tampoco es que el relato construya cuestionamientos de forma exhaustiva. El filme quiere exponer el costado humano que posee alguien en dicho cargo y la soledad y debates internos éticos que los invaden. Además, de mostrar el ascenso institucional de Bergolio hasta llegar a ser el Papa Francisco. Por último, otras cuestiones como los abusos infantiles por parte de algunas autoridades de la iglesia, son apenas mencionados y pasados por alto. A pesar de todo esto, el relato es construido de tan forma que logra conmover en algunas instancias, y resulta entretenido para ser consumido desde la comodidad del hogar.
Los dos Papas es una película dirigida por el prestigioso director brasilero Fernando Meirelles, que trata sobre la relación entre Joseph Ratzinger (Benedicto XVI), interpretado por el ganador del Oscar Anthony Hopkins y Jorge Bergoglio (Francisco), a cargo de Jonathan Price, los dos últimos sumos pontífices de la Iglesia Católica. Y los acompaña un elenco formado por Juan Minujin, Luis Gneco, Germán de Silva y Cristina Banegas, entre otros. Basado en un guion escrito por el tres veces nominado al Oscar Anthony McCarten, de larga trayectoria escribiendo biopics, la historia transcurre en diferentes épocas, pero tomando como eje principal una serie de días del 2012 en los que el entonces cardenal Jorge Bergoglio fue a visitar al entonces Papa Benedicto XVI. Allí conocemos la intimidad de los dos líderes religiosos atravesando una crisis existencial a partir de la cual tomaron decisiones que cambiaron el destino de la Iglesia Católica. Lo primero que vale la pena destacar es la correcta elección tanto de Jonathan Price como de Anthony Hopkins para interpretar sus respectivos personajes. Porque más allá del innegable parecido físico, ambos actores copian los acentos y la forma de hablar de cada personaje. Y resulta sorprendente ver cómo el acento porteño del argentino Juan Minujin, que interpreta a un Jorge Bergoglio joven, es idéntico al del actor inglés que tuvo una experiencia fallida al interpretar a Juan Domingo Perón en Evita. En segundo lugar hay que destacar el uso interesante de la fotografía, en la que el uruguayo César Charlone, colaborador habitual de su director, se permite intercalar material de archivo, imágenes en blanco y negro y cambiar el formato de la pantalla para diferenciar lo que ocurre en el pasado y el presente. A lo que hay que sumarle el fuerte contraste narrativo de las diferentes locaciones, que abarcan desde el lujoso Sant’Angelo o la Capilla Sixtina hasta las villas de la ciudad de Buenos Aires. En conclusión, con Los dos Papas, Fernando Meirelles nos da a conocer el funcionamiento del Vaticano, como lo hizo Nanni Moretti en Habemus Papam, aunque a diferencia de este se basa en acontecimientos históricos contemporáneos. Y el resultado final es interesante, porque muestra el costado humano de los últimos dos Sumos Pontífices de la Iglesia Católica en el momento más trascendental de sus vidas, mostrándonos cuáles fueron las causas y consecuencias de las decisiones que tomaron.
La cadena internacional de streaming Netflix suma a su catálogo una de las novedades más relevantes de la temporada cinematográfica 2019. Luego de adueñarse de algunos de los títulos más inquietantes y atractivos de cara a la próxima temporada de premios, la empresa americana continúa ganando en calidad y diversidad de estrenos, tal como las reglas de mercado y sus cánones competitivos exigen. Primero fue “El Irlandés” (Martin Scorsese), después “Historia de un Matrimonio” (Noah Baumbach). Ahora es el turno de “Los dos Papas”, una película de eminente actualidad y connotación mundial, con el aditamento extra de que, como argentinos, nos involucra profundamente. Puertas adentro del Vaticano se dirime el futuro de la Iglesia Católica, también su legado entrado el tercer milenio. Esta interesante propuesta que pasó por los cines locales de forma selecta retoma un hecho histórico para realizar un interesante nexo ficcional y brindar así cierta perspectiva sobre un hecho polémico: el escándalo de corrupción infantil que sacudió a la Iglesia en 2012 y la decisión del papa Benedicto XVI de dirimir de su puesto de obispo de Roma. Fernando Meirelles es un destacado cineasta carioca, internacionalmente conocido en el año 2002 gracias a la valiente y comprometida “Ciudad de Dios”. Tres años después, haría su transición al cine de habla inglesa con la valiosa adaptación de la novela de John Le Carré “El Jardinero Fiel”. No obstante, la carrera de Meirelles no es necesariamente prolífica. Este es apenas su cuarto largometraje desde aquella lejana gesta que testimoniaba la vida en las favelas de Río de Janeiro. Aquí, une fuerzas con la todopoderosa cadena de streaming para abordar un proyecto en coproducción que promete convertirse en una de las grandes películas laureadas de la presente temporada. “Los dos Papas” resulta una propuesta cinematográfica encomiable que funciona en varios aspectos, con idéntica eficiencia. Nos exhibe las flaquezas, mezquindades y negociados que se tejen tras la poderosa maquinaria eclesiástica. Burocracia y corrección política a la orden cuando se trata de cuidar la inmaculada imagen, a riesgo de ser manchada por acusaciones de grave calibre o de poner en peligro sus arcaicas y conservadoras estructuras morales: se emitirá juicio en contra de la libre elección sexual y se intentará esconder, por todos los medios, cualquier denuncia sobre acoso y abuso infantil. Este legado es el que hereda Joseph Ratzinger a la muerte de Juan Pablo II. El nativo de Alemania asumió su papado en 2005, bajo una férrea postura acerca de los valores tradicionales de la Iglesia Católica, esos que definen la integridad ética y siembran las dudas sobre la capacidad de autocrítica y evolución intelectual de la misma, a la hora de abrir un juicio de valor sobre la orden religiosa más populosa del mundo. También la más cuestionada: sus detractores vierten contundentes críticas sobre los responsables de sostener, por siglos, anquilosadas estructuras de dudosa naturaleza moral, amparadas en sucios entramados sobre los que se dispone un sistema de poder con nula capacidad de autocrítica, construyendo altares y tronos alrededor del mundo al tiempo que sus férreos axiomas de fe asfixian al alma humana. . El film se sustenta en dos frentes narrativos fundamentales. El encuentro cumbre entre el futuro Papa saliente (Joseph Ratzinger) y su futuro sucesor (Jorge Bergoglio), ocurrido en un castillo de descanso que el primero poseía en las afueras del Vaticano. Allí, lejos del ruido y en un bucólico entorno, sendas y contrarias personalidades chocarán ideológicamente, enfrentando creencias, dogmas y posturas políticas que consolidan miradas sobre lo que cada uno considera como ‘respeto’ al legado de San Pedro y ‘obediencia’ a la voluntad divina. Enfrentados por una causa común, percibimos la rigidez inquebrantable teutona del Papa vigente, también la viveza criolla y bohnomía del futuro Papa Francisco (acaso su denominación guarda una alegoría histórica llamativa). Allí, Meirelles posa la cámara sobre sus dos inmensos actores y los deja interpretar tan profundos y opuestos roles. Uno es ortodoxo y tildado de extremista, el otro desborda simpleza y aborrece la solemnidad. Durante este lapso del metraje, “Los dos Papas” gana en intensidad de forma conmovedora. Hopkins y Pryce están gigantes y el director carioca los aprovecha, otorgándoles planos para el regocijo de todo cinéfilos. Sendos actores británicos aprovechan brillantes parlamentos para dotar de exquisitez y precisión dos magníficas composiciones. Para Sir Anthony Hopkins este rol resulta (sin apelar al doble sentido) una absoluta bendición. Rescata una carrera cinematográfica sumida en el olvido producto de elección de papeles mediocres; acaso su último gran rol en pantalla fue interpretando nada menos que a Alfred Hitchcock, en la biopic estrenada en 2012. Para Jonathan Pryce, un actor shakesperiano por antonomasia, este protagónico respalda los elogios que recibiera por la reciente “La Buena Esposa” (2018), interpretando al Papa argentino con un admirable grado de mimetización, apreciable en gestos, miradas y un probado trabajo de maquillaje y caracterización. El otro frente narrativo que resulta igualmente provechoso es la alteración temporal a la que recurre. El film se narra mediante un montaje paralelo, que va y viene en el tiempo con sucesivos flashbacks que sirven para mostrarnos la juventud del cura Bergoglio, su primera revelación divina disipando las dudas existenciales de su juventud, su elogiable labor en barrios carenciados y su conflictiva participación en la Iglesia durante la última dictadura militar. Aquí se inserta, con la solvencia habitual que acostumbra, el actor argentino Juan Minujín, para encarnar al joven Jorge en su inserción social (provenía de una familia de clase media, profesional), y así transmitir la búsqueda de la vocación sacerdotal (confrontando la autenticidad de un amor adolescente), las heridas emocionales luego sufridas (la pérdida de amigos desaparecidos durante la dictadura), los traumas psicológicos ocasionados por su rol durante el nefasto gobierno militar (por la película desfilan seres desagradables que detentaron el poder) y la exposición mediática acaecida al respecto (impactando notoriamente en su imagen pública -aún confirmando leyendas falsas sobre ciertos acontecimientos- que trazarán una huella indeleble sobre su ser. Cuarenta años después y de regreso al presente, el padre Jorge vuelve a enfrentarse al llamado del sacerdocio, la excusa de un retiro prematuro, proveyendo la encrucijada fundamental que lo lleva a confrontar su dilema. Este cruce de caminos existencial lo unirá en fraternal necesidad de respuestas junto a un debilitado Papa (Benedicto), quien siente que sus días al frente de la Iglesia (y por el bien de ella) han terminado. Eludiendo los lugares comunes más esperados para este tipo de propuestas narrativas, la extraña pareja compartirá (aún proviniendo de idiosincrasias opuestas) más de lo que se imaginan. La fe y la mano de Dios (la otra) hará el resto. Meirelles, hábil, insertará diálogos y situaciones ficticias (no adelantaremos que es y no verídico, a fin de no develar detalles pertinentes) con el fin de enriquecer la propuesta. Tan colorida, que incorpora el vistoso paisaje del barrio de La Boca contemporáneo, también estampa en blanco y negro los aires de cafetín de la Buenos Aires de mediados de siglo. El vistoso ejercicio del cineasta también se traslada a los gustos gastronómicos y musicales de ambos Papas, haciendo especial mención a lo último. Del tango a The Beatles (Eleanor, who?)…de una bella melodía al piano a un disco de música litúrgica grabado en los mismísimos Abbey Road Studios. Parte de la ficción, parte del encanto, parte de la vida. A pesar de Ratzinger ser encarnado por un actor de presencia magnética como el eterno Hopkins, no caben dudas que la figura del Papa argentino (en conmovedor retrato) se convierte en el centro sobre el cual orbita el relato. Y en su ir y venir temporal es el fascinante duelo actoral mencionado el que eleva al film a un nivel superior, sin desmerecer los pormenores de una trama que no deja cabos sueltos ni persigue la corrección política. La provocativa lente del brasileño se adentra en los laberínticos pasillos del vaticano, convidándonos del buen gusto estético que decora en sus paredes enormes murales de geniales artistas plásticos, no obstante estas preciadas piezas de la historia del arte funcionan como vital simbolismo: ¿y si esas paredes hablaran? El protocolo ineludible y la rispidez mostrada de antemano dará paso a la empatía y la camaradería, confluyendo en una emotiva media hora final. Descontracturados, ajenos a ceremonias, rituales y parafernalias propias de la creencia a la que entregaron sus vidas, otra pasión de multitudes (eterno objeto de encuentro o discusión) podía reunirlos. ¿Se imaginan cuál? ¿Qué otra cosa podrían estar haciendo un argentino y un alemán una tarde veraniega europea de 2014?
Humo Blanco Hay un principado en el mundo donde la corona no se pasa a los herederos. Cuando muere quien lo gobierna, su aristocracia se reúne a elegir quién será el siguiente de ellos en portarla. Tal evento atrae la atención de todo el mundo cada vez que sucede, con miles de personas reunidas en la plaza principal esperando enterarse de primera mano cuál decisión han tomado. Así fue en 2005. El Cónclave optó por el candidato más conservador, Joseph Ratzinger, quien se convirtió en Benedicto XVI, imponiéndose sobre el ala un poco más reformista que planteaba modernizar algunas de las tradiciones y dogmas. Entre los derrotados se encontraba el Cardenal Jorge Bergoglio. Tras algunos años de desacuerdos políticos con la nueva dirigencia, Bergoglio se decidió a abandonar el cargo que detentaba entre la cúpula de la curia, para lo que necesitaba conseguir la aprobación de su rival. Este, aunque no le tiene ninguna simpatía, sabe que tendría que pagar un costo político importante permitiéndole irse tan fácilmente. Como ya de por sí está en medio de un escándalo de corrupción que salpica a gente muy cercana a él, decide invitarlo a debatir sobre sus diferencias. Sombras del Pasado Voy a sacarme de encima lo antes posible un tema ineludible para poder pasar a otros. Sí, el guión de Los Dos Papas parece escrito por un Cardenal, o al menos aprobado por alguno. Con sus diferencias teológicas y políticas, ambos protagonistas son representados bajo una luz bastante favorable que seguramente molestará a quienes esperen una crítica más mordaz y agresiva hacia la institución más poderosa y cuestionada del mundo, después de Disney. Las críticas existen, pero son mostradas de forma solapada. Se excusa bastante a los personajes, insistiendo con que todo lo que han hecho siempre fue con buenas intenciones, dejándole lugar a mostrarse atormentados por la culpa de no haber podido hacer las cosas mejor. Hay algunos indicios escondidos para sospechar que el director, Fernando Meirelles (Ciudad de Dios, El jardinero fiel), no cree del todo en la sinceridad de sus personajes. Se permite deslizar algunas burlas sutiles a la pretendida ingenuidad de estos dos expertos políticos, rivales que llegaron a las más altas esferas del poder. La confiabilidad del narrador de esta historia, que es justamente quien viene a serruchar el piso del Papa anterior, queda tan sujeta al juicio personal del público como las posturas dogmáticas enfrentadas que sostienen Los Dos Papas. Más allá del discurso que plantea y sus posibles interpretaciones, la narración de Los Dos Papas es ágil y sólida hasta en sus momentos más cercanos al documental, un escollo con el que suelen tropezar muchas de las películas que pretenden ficcionar hechos reales, un género con el que el guionista Anthony McCarten(Bohemian Rhapsody, Las horas más oscuras) tiene experiencia. Los monólogos y debates verbales están dosificados para no agotar, alternando con flashbacks que relatan el camino de Bergoglio hasta ese punto. O simplemente con escenas de la vida cotidiana de dos líderes con estilos antagónicos, claramente destinadas a remarcar la sencillez del nuevo referente por sobre las actitudes anquilosadas y más tradicionales de Benedicto. La reconstrucción de la Argentina de los 70s está un poco sobreexplicada, pero es algo entendible teniendo en cuenta que se trata de una película apuntada a un mercado internacional que desconoce la historia local. Los momentos más altos son usualmente cuando comparten pantalla Anthony Hopkins y Jonathan Pryce. Sostienen buena parte de la película con sus intercambios y debates, los cuales van progresivamente alterando la perspectiva que cada uno tiene del otro: porque si bien los personajes en sí mismos no cambian durante los eventos que se narran, sí lo hace el vínculo entre ellos. Con menos brillo, pero igualmente en un buen nivel, queda el joven Bergoglio que interpreta Juan Minujín; este sale bastante bien parado teniendo en cuenta que no tiene un contrapeso semejante con el que interactuar. Como es de exigirse en una superproducción de este calibre, no se queda todo ahí. Lejos de ser una simple charla de dos horas a plano y contraplano con algunos recuerdos explicativos en el medio, la imagen tiene un uso narrativo que complementa las acciones. A lo largo de varias décadas recorre numerosos escenarios, desde las bucólicas sierras cordobesas a los lujosos palacios vaticanos, con una impecable realización de fotografía y ambientación que nunca deja duda de lo que está queriendo contar. Todo construyendo una historia de redención para Los Dos Papas, cada cual buscando alivianar el peso de los pecados de los que se les acusa.
DUELO DE FE Los dos Papas, la última película del brasileño Fernando Meirelles, culmina con una simpática secuencia en la que Jorge Bergoglio y Joseph Ratzinger son espectadores de la final del Mundial 2014 en Brasil entre Alemania y Argentina. La viñeta es improbable, casi una fantasía, pero no resulta inverosímil y es aquí donde la película gana presencia: es el duelo de la percepción que se tiene sobre dos personajes y sus contradicciones como seres humanos, que representan a una de las instituciones más antiguas, poderosas y controvertidas en los últimos años por los casos de abuso de niños y corrupción. No es un film sobre la institución eclesiástica, la forma en que construye poder o sobre el dogma religioso, sino que se circunscribe en el duelo de estos dos personajes con el rigor de una buddy movie, ocasionalmente apuntando al biopic en el caso de Bergoglio. Evitarse estas rispideces es un tanto indulgente pero también ayuda a focalizarnos en los personajes, las ideas opuestas en torno a la conducción de la Iglesia y las actuaciones: Jonathan Pryce y Anthony Hopkins protagonizan un duelo actoral épico que sostiene narrativamente un film arriesgado que pudo haber quedado en la intrascendencia del cine “qualité” televisivo de no ser por virtudes actorales y algunos destellos de lirismo visual en los flashbacks (que protagoniza el correcto Juan Minujín). El film recorre la transición y camaradería entre quien era el Papa Benedicto XVI a su renuncia en el 2013 y la asunción del Papa Francisco I, tras la sombra del fallecimiento de Juan Pablo II en el 2005. La oposición entre un ala más conservadora representada por Ratzinger y un ala más liberal y reformista por parte de Carlo Martini y Bergoglio se enfrentan en arduos debates sobre la dirección que debe seguir la Iglesia y finalmente encuentran en Ratzinger a la figura adecuada para continuar el papado como la figura de Benedicto XVI. Sin embargo, los ecos de estos debates encontrarán su replica en un nuevo encuentro entre el entonces cardenal Bergoglio y el Papa en su residencia de verano, con la finalidad de solicitar su renuncia tras no recibir respuesta a través de las cartas. El resultado es el intenso debate y posturas que encuentran allí la semilla de la transición de Bergoglio hasta convertirse en el Papa Francisco I y la renuncia de Benedicto XVI. Con un montaje trepidante que confía en los primeros planos y los detalles, sosteniendo conversaciones a través del plano y contraplano, antes que encuadres más estáticos, Meirelles le da a la película un ritmo que ocasionalmente muestra de soslayo un recuerdo o remembranza para acercarnos a comprender las motivaciones de cada uno. Es el corazón de la película, que hace de este encuentro un enorme duelo actoral entre Pryce y Hopkins. Luego de la barroca y fallida 360 – Juego de destinos, Meirelles construye un film desde una estructura más cerrada que resulta sin embargo fresca y vital. El rigor está puesto sobre mantener el verosímil, antes que priorizar el rigor documental para trabajar sobre estas figuras: es más la idea o percepción que se tiene sobre Ratzinger y Bergoglio con fines de construir un drama narrativo, antes que los hechos reales que puedan interesar a quienes no entienden que la ficción cinematográfica es, en sí, una representación. El guión de Anthony McCarten es preciso y quirúrgico, a pesar de quizá perderse en el segmento más problemático del film, el enorme flashbacks que protagoniza Juan Minujín. No es problemático por su ejecución, que tiene algunos momentos fotográficos realmente bellos al aprovechar el blanco y negro y una actuación sólida de Minujin -que sostiene algunos momentos emocionales que quedan en la retina, como el abrazo con el padre Franz Jalics (Lisandro Fiks)-. Lo es porque en el marco narrativo que construye Meirelles de duelo actoral este segmento debería tener su contraparte en un flashbacks que profundice en la vida de Ratzinger. De lo contrario, profundizar solamente en Bergoglio parece arbitrario y quita la oportunidad a Pryce de dar a entender toda esa información sin necesidad de una larga secuencia. Desde un marco religioso, Los dos Papas construye el retrato humano de dos figuras que tienen una responsabilidad y visiones distintas en torno a ella, reflexionando sobre el poder, la tradición, la culpa y las rupturas, algo que se acerca más a lo terrenal que a los difíciles y crípticos vericuetos religiosos.
La película del director de “Ciudad de Dios” se centra en un encuentro y una serie de conversaciones entre el entonces papa Benedicto XVI y el futuro papa Francisco poco antes de la renuncia del primero. Tras un par de semanas en cines, llega a Netflix. Estrenada en salas argentinas hace dos semanas y disponible desde el 20 de diciembre en Netflix, LOS DOS PAPAS es una bastante mediocre y banal película que imagina una serie de encuentros entre Jorge Bergoglio y el papa Benedicto XVI cuando ambos, por distintos motivos y circunstancias, planean renunciar a sus respectivos puestos en la Iglesia. Tomando ese encuentro como base y yendo hacia el pasado de Bergoglio en Argentina –nunca al de Ratzinger que, más allá de algunas breves cosas que él cuenta, jamás se visualiza–, la película del realizador brasileño Fernando Meirelles (CIUDAD DE DIOS) se organiza como un choque de formas de ser, de pensar y de actuar entre ambos religiosos tratando al fin de conciliar esas enormes diferencias. La película podría pensarse como una simplista comedia dramática apta para un escenario teatral, organizada como un diálogo entre aparentes opuestos, mezclando escenas y momentos más dramáticos con otros más livianos y, si se quiere, mundanos. A eso habría que sumarle los flashbacks a la historia local de Bergoglio (Juan Minujín, en su juventud) en la que se va contando de una manera tan didáctica como simplista la historia de su vida, su relación con la Iglesia y sus supuestos traumas respecto a su rol durante la dictadura militar de 1976/1983. Nada es sutil aquí y todo está excesivamente subrayado. Desde los argentinismos de Bergoglio (el tango y San Lorenzo, como en un constante loop) y su modo campechano y alejado de cualquier pompa y circunstancia vaticana al mal talante del solitario y áspero papa saliente. El guión de Anthony McCarten (el mismo de, ejem, BOHEMIAN RHAPSODY) se ocupa de sobrevolar todos los temas sin profundizar casi en ninguno y hace hablar a los protagonistas de cosas que ambos saben, de manera rutinariamente expositiva. Llamémoslo, “Churchsplaining” para gente que conoce poco y nada de la historia reciente de la iglesia, de Bergoglio y de su llegada al papado. Es obvio que teniendo a dos intérpretes como Jonathan Pryce y Anthony Hopkins en los roles principales siempre habrá momentos de brillantez actoral. Pero son aislados y, en general, se oponen al texto. Son miradas, gestos, movimientos físicos. El momento acaso más dramático del film, ligado a las respectivas confesiones de ambos respecto a cosas que hicieron y de las que se culpan, tampoco logra ser demasiado convincente, especialmente el de Ratzinger por una discutible decisión formal de dejarlo fuera de campo amparándose en un supuesto secreto de confesión. Todo es demasiado rutinario, de manual, sin casi lugar para algo genuino. Los mejores momentos terminan siendo los más casuales, especialmente los ligados a las situaciones cómicas en las que se mete Bergoglio (pedir una pizza, querer comprar un pasaje de avión por su cuenta, escuchar pop, comentar fútbol y así) ligados a su falta de apego a todo tipo de formalidad y protocolo. Una buena parte de la película funciona en forma de flashback y transcurre en la Argentina, donde también se filmó. Meirelles repasa la historia del hoy papa Francisco desde que decidió ordenarse sacerdote hasta los momentos previos a su asunción haciendo eje en su más que discutible actuación durante la dictadura. Si bien la película crece por meterse en una zona que hoy hasta el propio progresismo parece haber olvidado, también encuentra la forma de perdonarlo en base a su filosofía posterior como religioso, que parece directamente ligada a un mea culpa al respecto. Algo similar hace el guión con Ratzinger en lo que respecta al tema de los abusos sexuales en la iglesia: lo acusa de mirar para otro lado pero apresuradamente lo absuelve. Más allá de la incomodidad que genera la lucha de acentos y de idiomas (aceptemos que es una coproducción internacional y ya, sino se hace difícil entenderlo), LOS DOS PAPAS falla en otorgarle cualquier tipo de profundidad a su relato. Los modales progresistas de Francisco (convengamos en que más que nada son modales) están exhibidos con la banal acumulación de imágenes y sentencias obvias de una publicidad o de un clip de una ONG mientras que la aún más compleja y sombría personalidad de Ratzinger se reduce aquí a hablar del aislamiento de un chico solitario y poco apegado al contacto con la gente. Ese juego de opuestos pasa por cada detalle: la música que escuchan (Bergoglio es muy fan de los Beatles, Ratzinger apenas sabe quienes fueron), cómo se visten, cómo se relacionan con la gente y con los que trabajan para ellos, lo que comen y, fundamentalmente, cómo piensan el rol de la iglesia. Todo es bastante sabido y previsible. Y no hay nada en LOS DOS PAPAS –más allá de algunos simpáticos apuntes y la tensa química que ambos actores poseen, con Hopkins tratando siempre de hacer una mueca de más frente al medido Pryce– que aporte al cine, a la discusión teológica, al conocimiento de los personajes o la comprensión del mundo actual. LOS DOS PAPAS es una película menor que, al fin y al cabo, termina siendo casi un relato promocional de un Vaticano “humanizado”. Admitir errores y culpas en cuestiones de abusos sexuales o complicidades con las dictaduras puede ser un buen paso, pero termina siendo intrascendente si no se hace demasiado para solucionar ese tipo de cosas y se absuelve a sus protagonistas por el solo hecho de reconocer su existencia.
por Mishell Patiño Todos somos humanos No importa cuán cercanos o alejados estén de Dios, ni cuántos títulos lleven en su nombre, o qué tan altos y lujosos sean los muros que los rodean, nada cambia el hecho de que son y siempre serán humanos expuestos en igual riesgo que cualquiera de nosotros a cometer errores. En The Two Popes (2019), vemos como frustrado con la dirección de la Iglesia Católica, el Cardenal Bergoglio (Jonathan Pryce) solicita permiso para renunciar al papa Benedicto XVI (Anthony Hopkins) en el año 2012. Detrás de las paredes del Vaticano, un enfrentamiento comienza entre ambos; tradición y progreso; culpa y perdón para encontrar un lugar común y forjar un futuro para billones de seguidores alrededor del mundo. Para ser una adaptación de una obra de teatro se puede aplaudir el trabajo del Director Fernando Meirelles, en ningún momento los monólogos de los personajes interfirieron con el ritmo de la película ni las posibilidades de la cámara, tampoco en el montaje. Además, cuenta con una iluminación acertada al integrar flashbacks de la vida de Bergoglio en blanco y negro mientras en la actualidad prevalece el color. Un excelente detalle es el uso de la música, más allá de dar contexto a los personajes (Bergoglio-Argentina/Ratzinger-Alemania-El Vaticano) funciona además como una manera de complementar sus personalidades resaltando sus diferencias. Al recaer el peso de la historia en sus protagonistas, la pareja de actores ha hecho un trabajo grandioso, ambos se transforman de tal manera en sus personajes que nos mantienen atentos de principio a fin durante el film. Anthony McCarten (guionista) no ahonda en temas controversiales, el manejo de la perspectiva (inclinada hacia Bergoglio) y el uso de la comedia compensan en cierta medida la falta y la convierten en una experiencia disfrutable. "El film presenta una visión muy optimista de la realidad en la que el proceso de introspección y reflexión de un hombre sobre sus errores, pequeños y grandes, afecta a otro, para ambos hacer frente a sus consecuencias." Calificación: 7/10 Título original: The Two Popes Año: 2019 Duración: 126 min. País: Reino Unido Dirección: Fernando Meirelles Guion: Anthony McCarten Música: Bryce Dessner Fotografía: César Charlone Reparto: Jonathan Pryce, Anthony Hopkins, Juan Minujín, Cristina Banegas, Sidney Cole, Luis Gnecco, Federico Torre, María Ucedo, Thomas D Williams, Pablo Trimarchi Productora: Coproducción Reino Unido-Italia-Argentina-Estados Unidos; Netflix. Distribuida por Netflix Género: Drama | Religión. Amistad. Basado en hechos reales Web oficial: https://www.netflix.com/title/80174451
El Carnaval terminó. La iglesia católica, desde su fundación, ha sido superviviente de escándalos y contradicciones. Desde sus concilios, la supresión ad profeso de varios de sus evangelios sobre la vida de Jesús, el ascenso del mismo de profeta a hijo de Dios, el oscurantismo –ese penosísimo retardo de centurias en donde nuestra civilización fue negada a la reflexión y las ciencias-, la inquisición, la imposición de la fe armada de la conquista, entre muchos otros.
Conversaciones que transforman ''Los dos Papas'' es una película que por las figuras del mundo religioso en las que se enfoca, generó controversias y miradas opuestas entre los críticos y el público. Por lo que pude leer y escuchar acerca de opiniones sobre la propuesta, noté que había mucha carga personal en las mismas. Los anti catolicismo le pegaron bastante porque dicen que mostraron a los dos Papas ''demasiado buenitos'', y los muy católicos se quejaron también de que al ex Papa Benedicto XVI lo hicieron mucho más amargado, débil y rígido de lo que realmente fue. La cuestión es que siempre que se haga una película acerca de religiosos, van a haber críticas posiblemente sesgadas porque se mezcla el análisis de lo cinematográfico con lo personal, y eso está bien también de cierta manera, uno no se puede abstraer de su historia y construcción emocional. Yo voy a tratar de ser lo más objetivo posible, es decir, tratar de enfocarme en el film. Dicho esto, comienzo por elogiar el guión de Anthony McCarten (''Darkest Hour'', ''The Theory of Everything'') y la dirección de Fernando Meirelles (''Cidade de Deus''). Había un gran desafío, hacer que una película que básicamente se trata de dos miembros de la curia conversando sobre sus diferencias y encontrando respuestas en el otro, resultara entretenida e interesante de ver. Lo logran. Las conversaciones, dotadas de algunos flashbacks que ayudan al dinamismo, son inteligentes y picantes, permitiendo al espectador reflexionar sobre los temas tocados a medida que va conociendo mejor a los protagonistas. Para esto hizo falta tener dos actores de la talla de Anthony Hopkins (''The silence of the lamb'') y Jonathan Pryce (''The Wife'') que con gestos y miradas actúan tan bien como con palabras, pero esto también es un gran mérito del director brasilero Meirelles que supo captar todas esas pequeñas genialidades. El film tiene un ritmo que no aburre en ningún momento. Personalmente me gustó también que se usara actores argentinos para los flashbacks, les dio más credibilidad. Por otro lado, el enfoque que se le dio a la historia permite que el público se encariñe y por momentos se enoje con dos hombres muy importantes en la religión católica, y es que después de todo son eso, hombres, con sus defectos y sus virtudes. La película profundiza sobre esa condición, sobre las debilidades y las oportunidades de redención, y eso es lindo de ver en pantalla cuando se muestra con vacación. Lo único que quizás me quedó un poco corto fue la carga dramática a los momentos que la tiene como protagonista. Los momentos de humor son impecables, igual que los de camaradería entre ambos cardenales, pero los dramáticos, si bien son buenos, creo que se quedaron un poco cortos en potencia. Me hubiera gustado ver un poco más de dureza en los reproches y arrepentimientos de cada uno, pero bueno, no creo que sea algo que disminuya demasiado la calidad de la propuesta. Una gran película, entretenida y trascendental en la manera de mostrar a dos figuras religiosas importantes para gran parte de la población mundial que practica el catolicismo. La recomiendo.