Cuando a una persona escucha la palabra «director de cine», piensa inmediatamente en Steven Spielberg. Desde Duel hasta West Side Story, el cineasta americano ha llevado nuestras emociones a lugares nunca pensados. Sin embargo, no es momento de pensar en su cine ni en las hazañas de su carrera. Detrás de un genio siempre hay conflicto. En The Fabelmans, Spielberg muestra su faceta más personal, un film semiautobiográfico que retrata sus primeros años de vida. Desde la primera vez que entró en una sala de cine, hasta cuando entendió dónde poner el horizonte. Un 10 de enero de 1953, en un gran cine de New Jersey, el joven y miedoso Sammy Fabelman estaba por entrar a un cine por primera vez en su vida. Su padre, el amable e inteligente Burt Fabelman (Paul Dano), quiere llevarle tranquilidad a su hijo explicándole los tecnicismos detrás de la proyección de una película, mientras que su madre, Mitzi (Michelle Williams) convence al pequeño diciéndole que las películas son sueños, que nunca olvidará. Ya en la sala, al frente de la gran pantalla, presencia el gran montaje del choque entre el tren y el auto de The Greatest Show on Earth de Cecil B. DeMille. En ese momento, algo cambió para siempre en Sammy. Su cerebro se partía, como si se tratara de un robot, y cambiaba de configuración. Ya no podría ver las cosas de igual manera, porque siempre tendrá una visión cinematográfica. Allí, nace el genio. En los posteriores años seguiremos el crecimiento de Sam y los movimientos de los Fabelmans. Burt, trabaja con computadoras y su carrera va en ascenso. Por eso se tienen que mudar varias veces. Mientras que su madre es una artista, una pianista. Un alma inentendida que decidió callar a sus deseos por una familia. The Fabelmans se centra precisamente en la relación de los padres de Sam. Ambos se aman, pero son personas opuestas que quieren cosas distintas. Los científicos vs los artistas. Esto afectará a Sam, especialmente luego de descubrir que su madre mantiene una relación secreta con Bennie (Seth Roger) el mejor amigo de su esposo. Con el tiempo Sam logrará entender ambas partes y a su ser. Escucharán y leerán mucho que está última película de Spielberg es una carta de amor al cine, y en cierta medida lo es sí. Pero ¿no son todas las películas de Spielberg precisamente eso? Siempre he considerado al directo como un genio que puede arreglar todo. No importa la historia. Guerras mundiales, conspiraciones, aventura, históricas, comedias, incluso musicales. Si es solo una roca, él verá cómo hacerlo emocionante. Sin embargo, si algo le faltaba a este maestro era precisamente mostrar su ser más personal en pantalla. The Fabelmans eso precisamente eso. Para ello muestra un proceso de muchas heridas y conflictos con su padre y madre. Es el proceso de entender que la vida no es como el cine, pero que puedes entender la vida con el cine. Steven Spielberg escribió y dirigió a The Fabelmans como una película, que a su vez es consciente de que es precisamente una película. Para ello se afinca en su estructura. Su primer acto es la etapa de preproducción. Inicia con el pequeño Sammy yendo al cine por primera vez, entendiendo como se construye una historia, como se corta y pegan los rollos fílmicos, como poner el color, donde poner la cámara, entre otras cosas que representan a la teoría. El primer acto y la etapa de la preproducción terminan cuando la familia se muda a Arizona. Es encontrar la historia, escribir el guion, conseguir los actores e incluso la locación. La segunda etapa, ósea la producción, inicia con un Sam ya grande (Gabriel LaBelle) en pleno set de grabación. Estamos en el medio de un rodaje. Allí se piensa la película desde el lente. Graba lo que puede. Improvisa. Se decepciona. Se alegra. Encuentra cosas mágicas, como la aparición del Tío Boris (Judd Hirsch, que se roba la película), o a su primera novia. Pero también encuentra cosas muy malas que pondrán en peligro todo, como la mudanza a California y el secreto de su madre. Sin embargo, al final sale a flote. Llegamos a la postproducción. La edición. Entender la película, darle propósito. Esto se sitúa en el baile de la escuela. Cuando proyecta su pequeño film de la ida a la playa. Ahí, junto al bravucón, empieza a entender el material. El poder del montaje. Allí hace los recortes que debe hacer, une la escena que debe unir y limpia su ser. Menos es mal. Aprendió que precisamente las películas no son la vida real, pero que a veces, de igual forma al final te quedas con la chica. Para el final, estamos en el estreno, la proyección del film. La audiencia, en este caso es solo una. El director más grande de todos los tiempos. Sam entra en la oficina de John Ford, interpretado por David Lynch. Sam no sabe que decir, Ford lo destroza. Le dice que no entiende nada de nada todavía. Pero le deja el mejor consejo posible, fijarse en el horizonte. Sam sale de la oficina. Se retira caminando. La cámara encuadra al horizonte. Sam Fabelman acaba de hacer su primera película. Ahora es que viene lo bueno. The Fabelmans es fácilmente una de las mejores películas del año. Se hablará mucho de ella lo siguiente meses y en la carrera por los Oscars con Michelle Williams, Paul Dano y Judd Hirsch en algunas nominaciones. Steven Spielberg seguirá grabando y produciendo por varios años. Sin embargo, en este film hay una especie de cierre hacia una vida que ya no conocemos. Parecido a lo sucedido en su versión West Side Story y siguiendo el patrón de Once Upon a Time in Hollywood y Licorice Pizza. Historias que ya no se cuentan, momentos que ya no se saborean tanto como antes. Salas que no se llenan. Choques de trenes que ya no sorprenden tanto. Salir de la sala y querer comerse al mundo entero. Una gran película que, como diría el gran Paul Schrader, comienza cuando termina.
Desgarrado por el arte y la familia Ante una obra de fuerte corte autobiográfico como Los Fabelman (The Fabelmans, 2022), regreso concreto de Steven Spielberg a lo mejor de su trayectoria reciente en sintonía con Puente de Espías (Bridge of Spies, 2015) y Ready Player One (2018), uno está muy tentado a englobarla en la minúscula ola de films símil memorias de los últimos años en materia de retratos de la infancia, la adolescencia y/ o la joven adultez de realizadores de alto perfil, como Roma (2018), de Alfonso Cuarón, Belfast (2021), de Kenneth Branagh, y Tiempo de Armagedón (Armageddon Time, 2022), de James Gray, no obstante la génesis del proyecto de Spielberg es muy anterior, llegando hasta 1999, y se condice con el humanismo y con la nostalgia lúdica de siempre del mítico magnate norteamericano, pivotes sostenidos de su producción artística que pueden emparentarse a nivel yanqui/ local con el Woody Allen melancólico de Recuerdos (Stardust Memories, 1980), Días de Radio (Radio Days, 1987) e incluso Los Secretos de Harry (Deconstructing Harry, 1997), amén del Federico Fellini de Los Inútiles (I Vitelloni, 1953), 8½ (1963), Amarcord (1973) y Entrevista (Intervista, 1987) y aquella pentalogía también semi autobiográfica de François Truffaut a través de su álter ego Antoine Doinel (Jean-Pierre Léaud), una saga compuesta por Los 400 Golpes (Les Quatre Cents Coups, 1959), el corto Antoine & Colette (1962), correspondiente a la odisea colectiva El Amor a los Veinte Años (L’Amour à Vingt Ans, 1962), con otros segmentos adicionales de Shintarô Ishihara, Marcel Ophüls, Renzo Rossellini y Andrzej Wajda, La Hora del Amor (Baisers Volés, 1968), Domicilio Conyugal (Domicile Conjugal, 1970) y la ya en verdad lamentable El Amor en Fuga (L’Amour en Fuite, 1979), rejunte de clips de las obras previas a lo collage film desvergonzado. Apoyado en un guión coescrito junto a su colaborador habitual y de máxima confianza Tony Kushner, aquel señor de Múnich (2005), Lincoln (2012) y la anterior Amor sin Barreras (West Side Story, 2021), remake del clásico homónimo de 1961 de Robert Wise y Jerome Robbins basado en el musical de Broadway de 1957 con libreto de Arthur Laurents, letras de Stephen Sondheim y música de Leonard Bernstein, aquí Spielberg recupera sin mucha metáfora su pubertad trashumante en Nueva Jersey, Arizona y el Norte de California cual sincericidio con algo de exorcismo espiritual. Desde ya que la película que nos ocupa, asimismo, forma parte de la extensa tradición del amigo Steven en materia de obsesionarse con toda dinámica familiar en descomposición basada en el Complejo de Edipo tradicional de una figura materna poderosa, un padre que representa esa ley social que amerita la rebeldía, hermanos/ amigos/ allegados tontuelos e intercambiables, algún que otro tótem -lejano o cercano- de sabiduría intra parentela y por supuesto la necesidad de quebrar la claustrofobia a través de la búsqueda de una pareja externa y de alguna causa, objetivo o pasión que movilice al sujeto por fuera de lo heredado esclavista a instancias del clan, raudo esquema narrativo que pudo verse en mayor o menor medida en una retahíla de realizaciones muy variopintas como por ejemplo Loca Evasión (The Sugarland Express, 1974), Tiburón (Jaws, 1975), Encuentros Cercanos del Tercer Tipo (Close Encounters of the Third Kind, 1977), E.T. El Extra-Terrestre (E.T. The Extra-Terrestrial, 1982), El Imperio del Sol (Empire of the Sun, 1987), Indiana Jones y la Última Cruzada (Indiana Jones and the Last Crusade, 1989), Hook (1991), Rescatando al Soldado Ryan (Saving Private Ryan, 1998), A.I. Inteligencia Artificial (A.I. Artificial Intelligence, 2001) y Guerra de los Mundos (War of the Worlds, 2005), entre otras faenas que ofrecieron acepciones rosas del formato como El Color Púrpura (The Color Purple, 1985) y El Buen Amigo Gigante (The BFG, 2016). También se podría aseverar que Los Fabelman funciona como una recreación magnífica de todo aquello ya analizado meticulosamente en ocasión de la primera mitad de Spielberg (2017), aquel documental de Susan Lacy para HBO de idiosincrasia hiper celebradora o muy poco crítica para con el artista retratado, no obstante el Steven maduro esquiva la sencillez melosa de su homólogo de los años 70 y 80 y tiende a arrastrar un núcleo actitudinal lúgubre -o cuasi nihilista, con la amargura a cuestas- que gusta de disfrazarse de ese optimismo sentimentaloide estándar, generando una propuesta paradójica y por ello fascinante en la que el homenaje a la propia candidez una y otra vez choca con el reconocimiento de la imperfección de los seres queridos, la sutil crueldad del mundo en general, la paciencia que éste tantas veces reclama y la propia indecisión que nos hace girar incansablemente sobre nuestros traumas y frustraciones de ayer e incluso hoy. La familia empieza viviendo en 1952 en Nueva Jersey, donde los progenitores, el ingeniero eléctrico Burt Fabelman (Paul Dano) y la pianista retirada y reconvertida en ama de casa Mitzi Fabelman (Michelle Williams), llevan al cine por primera vez en su vida al frágil protagonista, Samuel “Sammy” Fabelman (Mateo Zoryan de niño, Gabriel LaBelle como adolescente), quien termina maravillado por El Espectáculo más Grande del Mundo (The Greatest Show on Earth, 1952), bodrio de Cecil B. DeMille, y obsesionado con recrear el descarrilamiento de un tren que vio en pantalla, así Mitzi pronto le propone registrar con una cámara de ocho milímetros de Burt un choque hogareño improvisado con juguetes del ferromodelismo. Toda la parentela, junto con el mejor amigo y socio del padre, Bennie Loewy (Seth Rogen), y esas hermanas menores Reggie (Birdie Borria y Julia Butters), Natalie (Alina Brace y Keeley Karsten) y la pequeña Lisa (Sophia Kopera), eventualmente se traslada a Phoenix, ahora en Arizona, y Sammy se une a los Boy Scouts y comienza a filmar cortos con una producción rudimentaria aunque a gran escala, como la faena bélica Escape a Ninguna Parte (Escape to Nowhere, 1961) y el western El Último Tiroteo (The Last Gunfight, 1959), éste inspirado en Un Tiro en la Noche (The Man Who Shot Liberty Valance, 1962), de John Ford, suerte de ídolo con pies de barro -o rey desnudo, junto con el mamarrachesco John Wayne- de la vertiente escapista/ pueril o antiintelectual del Nuevo Hollywood de los años 70. Entre los comentarios sarcásticos de la abuela paterna, Haddash Fabelman (Jeannie Berlin), el fallecimiento de la nona materna, Tina Schildkraut (Robin Bartlett), y la visita de un tío bizarro de Mitzi que trabajó en el circo y el cine, Boris (Judd Hirsch), de a poco queda claro que Samuel comparte la inclinación artística de su madre mientras que las tres hijas se vuelcan a las matemáticas y la tecnofilia aburridísima de Burt, quien a su vez considera al cine como apenas un hobby en la vida de su único hijo varón. El muchacho edita una película vacacional y así descubre un affaire entre Mitzi y Bennie que sólo comunica a su madre, sin embargo la crisis se profundiza porque el patriarca consigue un trabajo en IBM que los lleva a mudarse a Saratoga, en California, donde Sammy sufre el antisemitismo de sus tontos compañeros de colegio a pesar de no ser un judío practicante. Si bien es de destacar el genial desempeño de todo el elenco, sobre todo de un LaBelle que le copia los tics a Steven sin jamás caer en la caricatura burda, y lo bien que se acopla esa partitura insólitamente relajada de John Williams con la selección musical de piezas para piano, esa que incluye diversas composiciones de Johann Sebastian Bach, Muzio Clementi, Joseph Haydn y Friedrich Kuhlau, el verdadero tesoro detrás de Los Fabelman es el guión de Spielberg y Kushner, éste también famoso por Ángeles en América (Angels in America, 2003), la miniserie dirigida por Mike Nichols para HBO sobre el reaganismo y la pandemia del VIH en los 80, en este sentido pensemos que el voluminoso metraje de 151 minutos le permite al artífice máximo comenzar su periplo en la comarca del drama familiar con toques de Cinema Paradiso (Nuovo Cinema Paradiso, 1988), de Giuseppe Tornatore, para después coquetear con el romance de infidelidades y locura incipiente, una vez que entra en juego el secreto entre madre e hijo y la culpa progresiva símil bola de nieve, y finalmente torcer el rumbo hacia el bildungsroman o relato de aprendizaje o “coming of age”, ya en lo que atañe a esa California que trae consigo a dos expertos del bullying, Logan Hall (Sam Rechner) y Chad Thomas (Oakes Fegley), y a una novia de lo más estrafalaria, la cristiana fanática e hiper ridícula Mónica Sherwood (Chloe East). Los padres reales de Spielberg, Leah (fallecida en 2017) y Arnold (muerto en 2020), se parecían mucho a sus émulos en pantalla, él un workaholic que termina viviendo en Hollywood con Steven/ Samuel, una vez que se confirma el divorcio por la aventura amorosa de la mujer con el mejor amigo de su esposo, y ella, efectivamente, rozando siempre una enajenación que se confundía con su buen humor y delirios como comprarse un mono capuchino o usar sólo cubiertos y platos descartables. A diferencia del acervo retroidealizado de John Hughes o American Graffiti (1973), de George Lucas, el film de Spielberg explora el pasado en toda su complejidad, piensa el choque entre familia y arte e incluso nos regala una “frutilla de torta” magistral, nada menos que un cameo de David Lynch como el fascistoide Ford vía un breve encuentro en las oficinas de CBS, momento gracioso que reproduce palabra por palabra la realidad y que involucra la magia -o las mentiras ultra adictivas- del encuadre y la puesta en escena…
Nos acercamos al cierre del año, pero no por eso dejamos de ver películas. Y una de las grandes rumoradas a estar nominada a los premios fuertes de los Oscar, The Fabelmans, se acaba de estrenar en las diferentes plataformas de streaming verde; así que veamos que nos trajo Steven Spielberg esta vez. Para el que no sabe de qué estamos hablando, esta vez Spielberg nos presenta a los Fabelman, una familia de ascendencia judía de mediados de los 50. En ella tenemos al joven Sam, quien de a poco va mostrando pasión y talento para con el cine, pese a filmar cortos con cámaras rudimentarias. A medida que pasan los años, este talento se irá mostrando cada vez más, mientras los problemas familiares se hacen presentes. Si todo esto le suena de algo, es que hicieron bien la tarea y saben que The Fabelmans es una biopic encubierta de la infancia del propio Steven Spielberg. Y si él mismo está dirigiendo, asumimos que todo lo que vemos sucedió de verdad; incluido ese tema familiar que se nos presenta, y que sorprende ver cómo el realizador no titubeo a la hora de mostrar a sus progenitores como personas con falencias, y no perfectos como hubieran hecho todos. Y con eso, pasamos a las actuaciones, quizás el punto fuerte de The Fabelmans. Primero que nada, destacar a Michelle Williams y Paul Dano, quienes vienen estando en todas las terminas de actuación, y posiblemente repitan en los próximos Oscar. También destacar al sorpresivo Seth Rogen, quien no desentona para nada con el resto del elenco, y en especial, al para mi desconocido Gabrielle LaBelle, nuestro protagonista y símil Spielberg. Eso sí, les tenemos que decir que hay que tenerle un poco de paciencia a la película. Podríamos decir que el primer tramo se siente un poco largo, y no es hasta cuando nuestro protagonista se encamina hacia la adolescencia y empiezan los problemas en la casa, es cuando The Fabelmans se pone interesante y comienza a ser una oda al cine, y a aquellos que soñamos (cumpliéndolo o no) con filmar algún proyecto. Para no extendernos demasiado, The Fabelmans es una buena película que recomendamos al 100%. Les interese la vida de Spielberg o no, la historia es bastante emotiva. Si bien peca de ser un poco larga, ya deberíamos estar acostumbrados a esto, viendo los choclos de casi tres horas que nos tenemos que aguantar.
En noviembre se estrenó en Estados Unidos la última película del emblemático Steven Spielberg. La cual ha sido recibida muy bien por les crítiques, quienes aseguran que ganará muchos premios cinematográficos. Los Fabelman (The Fabelmans) es un exquisito largometraje de Universal Pictures que narra la historia personal de un joven que de casualidad descubre el poder del cine cuando sus padres lo llevan a ver una película. Basada en sus propias memorias, el director puede explorar su pasado y ver dónde aprendió lo poderoso que puede ser el llamado séptimo arte. La coescribió junto al guionista Tony Kusher, y el resultado final es una trama que resulta conmovedora y atrapante, casi sobrecogedora emocionalmente. Donde no solo el público simpatiza con el personaje principal, sino con la familia por completo.
Si algo mantiene aún vigente a Spielberg en Hollywood es su capacidad para interpretar y anticiparse a los cambios de la industria que siempre admiró y ayudó a forjar en los últimos 45 años. Del cine adulto al cine para toda la familia, de los efectos visuales mecánicos a los 3D, siempre ha sabido acoplarse a las nuevas necesidades del espectáculo y manera de captar al público. En línea con las producciones contemporáneas Spielberg hace una biopic de su propia infancia, contando su paso a la adultez en una Coming of Age muy cinética. Como el afiche de Los Fabelman (The Fabelmans, 2022) anticipa, se trata de una película de retazos, de distintos momentos de su vida retratados por el film de extensas dos horas y media de duración. La relación con su madre (Michelle Williams), una artista que toca el piano y baila, y con su padre (Paul Dano), un ingeniero informático, serán la clave de su pasión por el cine. Por eso la película empieza cuando ellos lo llevan al cine a ver El espectáculo más grande mundo (The Greatest Show on Earth, 1952) de Cecil B. DeMille. El pequeño Steven, bajo el nombre de Sammy Fabelman en la película, queda obnubilado cuando ve chocar a un tren con un auto, escena que el pequeño Sam (Gabriel LaBelle) tratará de reproducir una y otra vez en la pantalla. Desde el género no faltará el despertar sexual, los problemas de bullying en la preparatoria, las discusiones familiares cuando descubra la infidelidad de su madre con su tío (Seth Rogen), y otros episodios pregnantes en la memoria del veterano realizador. En ese sentido es destacable la idealización de los momentos identitarios del joven Sammy. El juego de palabras del apellido de la familia con la noción de fábula permite dar cuenta que a Spielberg no le interesa contar la verdad sino una versión más interesante de sus recuerdos. Por eso edulcora a la figura de su madre y dota de extrema bondad y comprensión a su padre. Por eso también resume en la película sobre el festejo en la playa con sus compañeros de colegio, la diferencia necesaria entre la realidad y la construcción de imaginarios fílmicos. “La vida real no es así” le recrimina un compañero, y él le contesta “pero en las películas siempre te quedas con la chica al final”. Los Fabelman también deja entrever la gran capacidad de Spielberg de narrar -y emocionar- solo con imágenes. Una economía de lenguaje lograda gracias a la falta de sonido de su cámara Bolex. El juego con el período mudo siempre está presente en su concepción del cine. Y por supuesto no falta su encuentro con John Ford (interpretado por David Lynch en la película), contado por él mismo infinitas veces en innumerables entrevistas. ¿Por qué filmarlo entonces? Por los mismos motivos descritos arriba. Porque el cine para él, siempre es mejor que la realidad.
EL HIJO DEL INGENIERO Es imposible espoilear esta película, así que voy a empezar contando el final. El protagonista, alter ego del adolescente Spielberg quiere hacer cine y consigue que John Ford le conceda cinco minutos en su oficina. El maestro, interpretado por un muy gracioso David Lynch, le pregunta qué ve en dos pinturas que tiene en la pared. Sammy Fabelman le describe los cuadros pero Ford lo hace callar, le dice que está hablando de arte y le pregunta dónde está el horizonte. Sammy responde que en un cuadro está arriba y en el otro abajo. Ford explica: “cuando el horizonte está arriba es interesante, cuando está abajo es interesante, cuando está en el medio es una mierda insoportable”, le desea buena suerte y le grita que se retire de la oficina. Sammy sale de allí exultante por haber conocido al gran Ford y Spielberg lo filma de espaldas caminando por las calles del estudio en el medio del plano. Luego recuerda el consejo y sube la cámara como para que el protagonista quede bien abajo y el cielo ocupe mucho más espacio arriba. Esa escena final contrasta con la del principio. En ella, los padres de Sammy lo llevan por primera vez al cine. El chico no quiere entrar porque le da miedo entrar a una sala a oscuras. Al padre ingeniero no se le ocurre mejor argumento para convencerlo que explicarle el mecanismo de la proyección cinematográfica. Finalmente, logran que Sammy entre a ver The Biggest Show on Earth de Cecil B. DeMille y, por supuesto, Sammy queda fascinado, en particular con un choque de trenes. De allí en más, el joven Fabelman, tímido con las chicas, malo para las matemáticas y los deportes, dedicará todo su esfuerzo a aprender a hacer películas. El padre se opone porque no quiere que se dedique a algo tan inmaterial pero, de todos modos, la aproximación de Sammy al cine será la del ingeniero que quiere saber cómo se filma y cómo se hace para que las cosas parezcan reales en la pantalla. El encuentro con Ford y su inasible consejo funciona como un modo de decir que el cine no es solo su construcción o su tema, sino que tiene que ver con la atención a la forma y con algo llamado arte. No está claro que el arte sea para Spielberg lo mismo que para Ford, pero en el paralelo entre las dos escenas se expresa, más que una certeza, una preocupación, una pregunta, incluso una contradicción. ¿Por qué filmar al personaje en el medio del plano mata el interés que puede despertar el arte y por qué cambiar el ángulo lo revive? La respuesta tal vez sea que mostrar una mayor porción de cielo, como hace John Ford al final de El joven Lincoln, permita introducir el tiempo y abrirlo hacia el futuro. Pero también hace aparecer un misterio que el plano centrado obturaba al explicarlo todo. Al mover la cámara, el joven Fabelman se enfrenta con su futuro de cineasta así como Lincoln se enfrentaba con su futuro de político. Un futuro, por otra parte, más incierto que definitivo. Y todo por no encuadrar a los personajes en el centro. Sin embargo, la propia película impide comparar a Ford con Spielberg. Porque The Fabelmans tiene mucho de previsible, de convencional. Pero, al mismo tiempo, permite ver cómo su director se enfrenta con el material que eligió, que es el de su propia vida, el de su familia y el de su aprendizaje. Y allí es donde la película se vuelve más compleja, más abierta a las dudas e incluso a la posibilidad de que Spielberg esté contando algo distinto a lo que parece. Y eso no tiene que ver con lo autobiográfico. Ignoro cuánto hay exactamente de Steven Spielberg en Sammy Fabelman, pero importa menos que saber qué quiere contar Spielberg y cómo. La película tiene un hilo conductor, que es la relación del protagonista con el cine, desde su deslumbramiento inicial hasta su decisión de convertirlo en su carrera profesional, pasando por las distintas etapas de su desarrollo como cineasta amateur, por las cámaras y los equipos de edición que acompañan su progreso. Por otra parte, la película cuenta dos episodios. El primero tiene que ver con la familia Fabelman, que en las primeras escenas parece una feliz y típica familia judío-americana. Padre profesional en ascenso, madre ama de casa después de dejar la práctica del piano para ocuparse de los hijos. Michelle Williams interpreta el papel de la madre como si se tratara de Doris Day. Pero detrás de esa luminosa apariencia hay dos focos oscuros. El primero es que ella renunció a su vocación artística para acompañar al marido contra la opinión del tío Boris, cuya aparición en casa de los Fabelman será el primer encuentro del pequeño Sammy con la idea del arte. Boris se fe de su casa y trabajó en el circo metiendo la cabeza en la boca. ¿Y eso es arte?, le pregunta su sobrino. No, contesta el tío Boris, eso es tener bolas, el arte es lograr que los leones no te corten la cabeza. El chiste es un poco burdo, pero tiene la misma característica que la boutade de John Ford: el arte es algo inesperado, indefinible, una idea vaga que complementa la ingeniería que permite hacer las cosas. Incluso contra lo que aconseja esa ingeniería. Es rara la posición de Spielberg al respecto: si uno analiza ambas escenas con atención, Sammy asiste a una lección que no entiende del todo pero sabe que tiene que tomar en cuenta. Spielberg siempre fue, como director, algo más parecido a un ingeniero que a un poeta, pero nunca fue totalmente un ingeniero. En todo caso, siempre fue una especie de ingeniero blando, más orientado al software que al hardware como lo fue su amigo George Lucas, decididamente un amigo de los fierros y un cineasta sin inspiración. Lo que suelda el aspecto ingenieril de Spielberg con sus intuiciones como artista es lo narrativo: las historias emocionales que le gusta contar, que siempre están a mitad de camino entre el sentimentalismo y la tristeza asociada a la pérdida (pérdida que, le advierte el tío Boris, en el caso del arte va asociada a la distancia con la familia). El segundo factor oscuro de la familia modelo Fabelman es que la madre está enamorada de Ben, el mejor amigo del marido, que es también su empleado. Antes de que deje de ser un secreto para la familia, Sammy lo descubre gracias al cine: al filmar un picnic, la cámara revela que Ben y Mitzi viven una pasión irresistible, aunque no consumada entonces, pero que la llevará a dejar a sus hijos y al divorcio. La imagen mecánica sirve como en Blow Out de Antonioni (o en Las babas del diablo de Cortázar) para desocultar la verdad que era invisible a los ojos. Spielberg explora en ese episodio otro uso del cine, el de su relación con la verdad, que tendrá una continuación más adelante, durante la segunda parte del film que transcurre mientras Sammy cursa la escuela secundaria en California, entre rubios antisemitas. Allí, el chico sufre el martirio por parte de los matones de rigor, apenas compensado por la atracción que despierta en Mónica, una chica tan católica como dispuesta a liberar sus hormonas. A esa altura, Sammy es el que hace películas, primero con sus amigos en Arizona, luego en la escuela, hasta que finalmente se gradúa simbólicamente durante la fiesta de promoción (otro tema clásico del cine americano que Spielberg utiliza con un fin sesgado), en la que presenta su película (otra vez filmada durante una jornada al aire libre, esta vez con sus compañeros en la playa) en la que la estrella es un rubio que se llama como él, pero es su opuesto: el campeón en todos los deportes, el más fuerte, el más rápido y el seductor de las chicas. La película de Sammy muestra a Sam como una especie de superhéroe ario pero el protagonista se da cuenta de que la adulación que el film parece dedicarle no es más que una caricatura que lo denuncia como un fraude, que es así como verdaderamente se siente. La historia parece tomada de los relatos de Henry James en los que la pintura tiene la propiedad de hacer que los retratados se encuentren con una cara que no quieren ver o que no quieren que los demás vean. Y esa es la trayectoria de Sammy Fabelman antes de encontrarse con John Ford. El cine como juego, como técnica, como entretenimiento, como medio para destacarse y, al mismo tiempo, el cine como vigilancia de la realidad, como exposición de la mentira, como aproximación al arte, es decir a aquello que al menos dos generaciones de Fabelmans reprimieron en la ficción. Permanente ambigüedad la de Spielberg, un cineasta que siempre practicó una especie de timidez expresiva, la de un director de la industria que parece pensar que el cine esconde un misterio con el que no hay que meterse demasiado. El suyo es un arte intermedio, seguro sobre su ejecución, dubitativo en cuanto a su alcance y respetuoso con su historia. The Fabelmans, con sus momentos demasiado esquemáticos, no es su mejor película, pero tiene un lugar en su filmografía.
Si uno piensa en la palabra cine y lo que representa seguramente la imagen y el nombre de Spielberg no tardan en aparecer. Él es un icono de esta industria desde su juventud y sus nuevas realizaciones son siempre motivo de celebración para la cinefilia. Tras ganar dos Golden Globes este año a mejor dirección y mejor película llega a las salas del país la premiada y seguramente firme candidata al Oscar “The Fabelmans”. El director de “Tiburón”, “E.T”, “La Lista de Schindler”, “El color purpura”, “Rescatando al Soldado Ryan”, “Ready Player One” y “Amor sin barreras”, entre otras, traslada al espectador a su infancia, etapa en la cual conoció al que sería su amor y su pasión por el resto de su vida, el cine. Desde aquella primera función a la que asiste con sus padres, Sammy Fabelman descubre lo que marcaría el resto de su infancia, adolescencia y vida adulta, la pasión irrefrenable por contar historias. La historia se relata a través de las vivencias de Sam junto a su familia desde niño y hasta el final de su adolescencia, el contexto familiar y social marca su personalidad y su forma de entender los vínculos. Spielberg desnuda su memoria y aquello que lo modificó en su juventud a través de este filme. Paul Dano personifica al padre de Sam, un ingeniero tan exitoso como amable perdidamente enamorado de su mujer Mitzi (Michelle Williams), una pianista que no duda desde el primer momento en apoyar la vocación artística de su único varón. La interpretación de Williams es extraordinaria, al igual que el protagónico de Gabriel LaBelle, quien le da vida al adolescente Sam, personaje por el cual se ganó el Critics Choice Award este año. Completan el grupo familiar sus hermanas y el “tio” Bennie (Seth Rogen)...
Steven Spielberg nos lo ha dado todo. El señor cine nos hizo temblar de pánico con tiburones, perseguir el Santo Grial y emocionarnos con extraterrestres. Nos había dado todas las historias, menos la suya. Los Fabelman viene a marcar el casillero restante: la película del cineasta sobre su propia vida. ¿De qué se trata Los Fabelman? Sammy es un niño que siente fascinación por filmar películas caseras y demuestra gran talento para ello. Su lente será testigo no solo de historias inventadas, sino de la propia: su niñez y su juventud entre cámaras, mudanzas, conflictos familiares y vínculos escolares de amor y de odio. Nacido en el seno en una familia judía que cambia de residencia constantemente, filmará guerras y momias, pero también a su madre, una pianista frustrada (Michelle Williams); su padre (Paul Dano), un hombre trabajador e innovador; y sus tres hermanas. Crítica de Los Fabelman, la nueva película del mejor Spielberg Steven Spielberg se embarca en su proyecto más personal y entrega una película de esas que te hacen salir de la sala sintiendo esto es cine. ¿Y quién mejor que él para dárnoslo? La historia está maravillosamente contada, con la simpleza de solo ver a un niño crecer y descubrir su pasión por el cine. Es el rollo de película el que va tejiendo su vida, el que revela secretos, el que cambia relaciones, el que une e incluso separa. Y es su mirada joven la que entiende que las películas pueden ser mucho más que eso. Michelle Williams y Paul Dano se lucen como los padres de este niño, padres tan amorosos como humanos. Gabriel LaBelle, quien interpreta al protagonista en la mayor parte del film, brilla en este papel, a la altura de los consagrados. Mención aparte para Judd Hirsch que a sus 87 años protagoniza una de las mejores secuencias de Los Fabelman. ¡Inolvidable! También es fabulosa la escena final brutalmente cinéfila y con un cameo especial sobre el que no diré para no arruinar la sorpresa. Los Fabelman tiene también un magistral manejo de los tonos. Es comedia y es drama, es risas, sobre todo, pero también es bullying, discriminación, locura y frustraciones. Lo más doloroso es contado con la sensibilidad justa y lo más divertido es hilarante. En resumen Estamos ante una de las mejores películas de Steven Spielberg y eso es mucho decir. Su cinta más personal no podía fallar y es, además de un gran film, una lección de cine y una oda al séptimo arte. Da placer verla. Aplausos, por favor, porque esto es cine del mejor. ¡No te la pierdas! “Los Fabelman” (The Fabelmans) – Puntaje: 10 / 10 Duración: 151 minutos País: Estados Unidos Año: 2022
Con tintes autobiográficos y una increíble actuación de Michelle Williams, Steven Spielberg repasa su vida con un amor al cine en cada una de las escenas. Emotiva y nostálgica, el director más amado de todos los tiempos, vuelve a demostrar por qué es el número uno.
A lo largo de su carrera, Steven Spielberg dirigió películas con historias que tenían algunos elementos de su vida -lo ha mencionado varias veces-. Con Los Fabelman, él es la película. El film, nominado a 7 premios Oscar (incluyendo Mejor Director y Mejor Película), se estrena en cines el próximo jueves 26 de enero. Después de ver El Mayor Espectáculo del Mundo (1952), un pequeño Sammy Fabelman (Gabriel LaBelle) descubre la magia del cine. Con la ayuda y el apoyo de sus padres (Michelle Williams y Paul Dano) empieza a filmar sus propias historias. Y mientras más lo hace con el pasar de los años, más se refugia en ellas, como si fuesen un escape de todo lo que le sucede. Estamos ante la cinta más personal del realizador de Encuentros Cercanos del Tercer Tipo (1977). Durante la pandemia se convenció, después de tantas presiones familiares, que era necesario sacar a la luz este proyecto. Por eso se junta con su amigo y uno de sus mejores guionistas, Tony Kushner (Munich, Lincoln) para concebir a esta familia judía proveniente de Arizona. Y lo bien que lo hacen. No sólo es una película coming-of-age, también es una carta de amor a los films, a su magia y al poder que tuvieron, y siguen teniendo, sobre el mismo Spielberg. El elenco es de mil maravillas: la vulnerabilidad y la calidad artística de Michelle Williams (nominada al Oscar como Mejor Actriz) como Mitzi Fabelman; la ingenuidad, el empeño y el cariño de Paul Dano como Burt Fabelman; la energía inigualable de Judd Hirsch (nominado al Oscar como Mejor Actor Secundario) como el Tío Boris; y la mirada curiosa y concentrada del Sammy Fabelman que interpretó Gabriel LaBelle, quien captó los ritmos y las actitudes del propio director. Imposible no verlo cuando aparece en pantalla. Tampoco podía faltar la fotografía y la visión de Janusz Kaminski, tan unida a la de Spielberg que se entienden con una sola mirada. El cinematógrafo de La Lista de Schindler logró plasmar ese encanto mágico tan icónico de él, haciendo de cada plano algo único. Quien también entiende al director es John Williams, encargado de la banda de sonido. A sus 90 años recibió una nueva nominación al Oscar, por el trabajo realizado. El compositor fue otro de los que aportaron su épica a esta obra de arte con momentos tan bien marcados. La palabra inglesa fable significa fábula. Y esto es lo que puso Steven Spielberg en la pantalla grande con Los Fabelman. Esta es su fábula, su historia, la que le faltaba contar, y lo hizo a través de su lente. Como lo hizo durante toda su vida.
Parece ser una constante entre los directores consagrados que, llegado a un punto avanzado de sus carreras, deciden mirar para atrás y observar con detenimiento el camino recorrido que los llevó hasta ese punto. Obviamente, que cada relato tendrá la visión de su autor, al mismo tiempo que cada historia tendrá una aproximación diferente. En los últimos años tuvimos varios ejemplos de esta cuestión que estuvieron poblando la pantalla, y comprendiendo tanto una carta de amor al cine en general como a sus familias y a los hechos personales que volcaron a los cineastas a involucrarse en el séptimo arte. Quizás podríamos decir que esta tendencia la inició Alfonso Cuarón con su desgarradora y muy personal «Roma» (2018), que describía su infancia en México al mismo tiempo que representaba un homenaje a las mujeres que lo criaron. Un año más tarde, Martin Scorsese nos deleitó con «The Irishman» (2019) que, si bien no decide meterse en un terreno autobiográfico como el film anterior, sí logra tocar varias de las temáticas que tanto le obsesionaron al director de «Taxi Driver» durante toda su carrera para otorgarnos un relato trepidante y con una madurez inusitada donde el propio director emplea la auto referencialidad para hacer una especie de recorrido de toda su filmografía/carrera. Ese mismo año, Quentin Tarantino nos ofreció una mirada intermedia entre la de Cuarón y Scorsese, para erigir «Once Upon a Time in Hollywood» (2019), una suerte de fábula cinematográfica que rinde homenaje al cine en general y también al Hollywood de fines de los años ’60, una de las grandes fuentes de inspiración de Quentin, con la cual el director parece tanto rendir homenaje como reflexionar internamente sobre las influencias. Al mismo tiempo trabaja esa auto-referencialidad con una mirada nostálgica sobre el cine que disfrutó desde temprana edad. Por último, en 2021 el director irlandés, Kenneth Branagh, realizó un ejercicio cinematográfico similar al de Cuarón pero priorizando una mirada más amable, aunque igualmente conmovedora, con «Belfast», relatando su infancia en la Irlanda del Norte de los ’60 y reflejando el contexto político de la época a través de los ojos de un niño. Ahora le toca el turno a Steven Spielberg, que a sus 76 años decide deleitarnos con «The Fabelmans», una película semi-autobiográfica que describe su infancia y su juventud. El largometraje se sitúa a fines de los ’50 y principios de los ’60, y se centra en el alter ego del propio director Sammy Fabelman (Mateo Zoryan en su versión de niño y Gabriel LaBelle en la más juvenil), que influido por su excéntrica madre artista (Michelle Williams) y su más rígido padre ingeniero informático (Paul Dano), comienza a sentir una profunda atracción por el arte cinematográfico. Es así que comienza registrando pequeños encuentros familiares, vacaciones y demás momentos cotidianos hasta que comienza a explorar mediante la ficción junto con sus amigas y sus hermanas. El poder narrativo de las películas lo ayudarán a lidiar con secretos familiares al mismo tiempo en que emprenderá su camino descubriendo/forjando su propia identidad. Como bien sabemos, la infancia siempre ocupó un lugar central en varios de los grandes clásicos que nos dio Spielberg a lo largo de su carrera, por ello no llama la atención que su propia historia personal, sea un coming of age centrado en sus comienzos más que otra porción de su vida. Lo interesante es ver cómo Spielberg hace gala de todos sus recursos como autor para otorgarnos uno de los relatos más emotivos de su carrera. Su mirada respecto a sus comienzos es realmente madura y emocionante, y no representa un drama familiar más (como bien podría ser en algún sentido el film de Branagh que mencionaba al comienzo). A su vez, resulta destacable que estemos ante un film sin «villanos», sino que los mismos personajes se muestran, por momentos, como fuerzas antagónicas u opositoras al de nuestro propio protagonista, sean familiares o allegados del mismo que presentan sus virtudes y defectos como personas. Estos convierten a la película en algo con lo que el espectador pueda llegar a sentirse identificado o empatizar. Por otro lado, además de la madurez de Spielberg como narrador, que es algo innegable, también podemos ver cómo con este relato se resignifican varias de sus películas y de sus decisiones como director y productor. Uno puede entender mucho más a partir de «The Fabelmans», a las familias o figuras allegadas (tanto maternas como paternas) que aparecen en otros relatos del director como «Close Encounters of the Third Kind» (1977) a modo de poner un ejemplo. Asimismo, Spielberg sabe siempre rodearse de los mejores colaboradores para cada ocasión, y en esta oportunidad parece que la decisión también tuvo que ver con lo sentimental de cierta forma. El principal colaborador que vuelve y sin el cual ni esta película ni la mayor parte de la filmografía de Spielberg sería igual, es el enorme John Williams que nuevamente compuso la banda sonora original del film, sellando lo que son cerca de 50 años de trabajo en conjunto. Janusz Kaminski se encargó de la dirección de fotografía del largometraje, con quien viene trabajando casi ininterrumpidamente desde «Schindler’s List» (1993). Y, por otro lado, Tony Kushner fue el responsable de coescribir el guion junto a Spielberg, otro que fue una pieza fundamental en varias películas del director y que en este film tuvo el difícil trabajo de hacer que los recuerdos del director y la historia real se presente de forma cinematográfica al mismo tiempo en que supo manejar los cambios de tono entre el drama y los momentos cómicos de manera acertada. Respecto al elenco y al casting, sabemos que Spielberg tiene un ojo privilegiado para darle el papel indicado a cada intérprete, y esta vez no fue la excepción. Sabiendo que cada personaje estaba inspirado en un familiar real de Spielberg y teniendo que llevar eso a buen puerto cada actor/actriz del elenco fue perfectamente seleccionado, dando como resultado una estupenda labor de prácticamente todos los involucrados, destacando principalmente a Michelle Williams y a Paul Dano como los padres del artista que representaban opuestos claramente diferenciados. Seth Rogen también merece una mención especial como Bennie, el mejor amigo y socio del padre que cumple un rol preponderante en la vida de Sammy Fabelman. Párrafo aparte merece Gabriel LaBelle que tuvo la ardua tarea de componer al mismísimo Spielberg al mismo tiempo que fue dirigido por él en esta especie de biopic, mostrando que tiene un enorme futuro por delante como actor y que una vez más Steven dio justo en la tecla seleccionando a un joven talento. «The Fabelmans» es una película realmente emocionante que muestra a uno de los mejores narradores del cine en plena vigencia y uso de sus facultades a los 76 años de edad. Un film que tiene ligeros toques de «Cinema Paradiso» (1988) y de esos films de la tendencia autobiográfica que mencionaba al principio, pero con un carácter singular que solo el propio Spielberg puede brindar. Más allá del hecho catártico que trae aparejado el relato y de esa noción de volver sobre el camino andado que incluso se resignifica de forma sublime al ver al Spielberg actual tratando de recrear sus primeros cortometrajes en Super 8 tratando de imaginar esa mirada amateur evitando corregir aquellos intentos, la película en sí, es un drama familiar más que sólido que tiene el plus de ser la historia personal de uno de los directores más grandes de la historia. Un film sumamente emotivo, un testimonio cinéfilo de primera mano de su autor y una película inolvidable.
La película abre en 1952 con la familia Fabelman llevando a Sammy (Zoryan) su único hijo, hasta entonces, a ver “El Espectáculo Más Grande del Mundo” de Cecil B. DeMille, es tal el impacto que produce en el niño que no puede volver a su vida normal. Es cuando Mitzi (Michelle Williams), su madre lo impulsa a recrear la escena que lo perturba para poder elaborarla, sin intuir que plantaría en su hijo la semilla del cine. El filme se constituye como una casi autobiografía de Steven Spielberg, en términos de recuerdos mayormente encubridores, de vidas pasadas. Algo que se puso de moda entre los directores, los filmes autobiográficos, desde “Amarcord” de Federico Fellini a “Belfast” de Kenneth Branagh pasando por “Dias de Radio” de Woody Allen, “La Mala Educación” de Pedro Almodovar o “Adiós a los Niños” de Louis Malle, entre muchas otras, claro. Su padre Burt (Paul Dano) es un investigador en la incipiente industria de la computación, tan requerido
Los Fabelman no era necesaria para entender a Spielberg como artista. Esa sensación de desplazamiento, ese anhelo infantil de sanar lo fracturado, está eternamente presente en su obra. Pero hay en la película algo cautivadoramente humilde en la simplicidad de su deseo de identificar las raíces ordinarias de la grandeza futura.
"Los Fabelman": Steven Spielberg se mira en el espejo de su infancia De "E.T." a "Parque Jurásico", pasando por "Atrápame si puedes", el rol de la familia es clave en la formación del protagonista, y en su nueva película es más determinante que nunca. Un accidente de trenes. Eso es lo que fascina al pequeño Sammy Fabelman (6 años) la primera vez que va al cine, en compañía de sus padres. No la película en sí (la mamotrética El espectáculo más grande del mundo, de Cecil B. de Mille), sino la escena específica (muy buena, en verdad, y filmada en un Technicolor que marea de tan espectacularmente falso) en que dos trenes chocan, desparramando vagones, pasajeros y animales salvajes enjaulados. Sammy abre los ojos muy grandes, maravillado ante esa especie de alucinación colectiva (la sala está llena), y cuando su padre le regala un reluciente tren eléctrico lo primero que hará será pedirle prestada su cámara 8mm., montar una colisión en pequeña escala y filmarla, para su propio asombro y el de su familia. Ya se sabe que hay una zona de cine de Steven Spielberg donde el sentido de maravilla prima, como demuestran E. T., Encuentros cercanos del tercer tipo y la primera parte de (la primera) Parque jurásico. Y aquí vuelve a reinar, siempre con un niño (o un niño grande, como Richard Dreyfuss en la segunda de las nombradas) como protagonista. La única diferencia que Sammy Fabelman tiene con Steven Spielberg es el nombre. En todas las películas mencionadas, tanto como en Atrápame si puedes, el rol de la familia es clave en la formación del protagonista, y en Los Fabelman -candidata a siete premios Oscar- es más determinante que nunca, tal como indica el título. Corre el año 1952 (Spielberg tenía la misma edad que Sammy) y Burt Fabelman (un excelente Paul Dano) es un ingeniero eléctrico genial, pionero en la investigación de computadoras. Su trabajo lo lleva de New Jersey a Phoenix , de allí al norte de California y luego a Los Angeles. Su familia lo sigue de un destino laboral a otro, hasta que… bueno, ninguna mujer soporta seguir durante tanto tiempo a su marido, ocupando un rol secundario en su vida. Mitzi Fabelman (Michelle Williams, nominada al Oscar por este papel) es una ex pianista que pospuso su vocación pero conserva su pasión por la música, que coincide con la de su hijo Sam (Mateo Zoryon Francis-DeFord a los 6 años, Gabriel LaBelle en la adolescencia) por el cine. De hecho y aunque el bueno de Burt le compre al hijo todo lo que necesita para ser cineasta (una cámara de 16mm, un proyector y una moviola), el lazo fuerte de los Fabelman es entre Mitzi y Sam. “Hacer otro mundo te hace estar a salvo, y feliz”, le dice Mitzi a Burt, pero lo mismo podría decir Sam. Felices parecen, sin embargo, los Fabelman en su conjunto, incluidas las tres hermanas del protagonista. Al menos hasta el momento en que una sombra aparece en el horizonte y Mitzi se arroja a ella, con la misma impulsividad con que literalmente persigue a un tornado en auto, junto a sus tres hijos mayores. Felices son los Fabelman, más que simplemente parecerlo, como lo demuestra por ejemplo un campamento con canciones, baile y risas, compartidos con Bennie (Seth Rogen), uno de esos amigos al que de tanto que está en casa todos llaman tío. Es en ese campamento, sin embargo, cuando Sam descubre qué está pasando con su madre. Pero no lo descubre con sus propios ojos sino con la moviola. Como alguna vez dijo Jean-Luc Godard, en ese momento para Sam el cine es la verdad a 24 cuadros por segundo, en una escena que recuerda a su vez enormemente la de Blow Out, de Brian de Palma, cuando John Travolta revela un crimen por los mismos medios. La visión familiar de Spielberg es seguramente idealizada, pero llega un momento en que Los Fabelman se convierte en una precuela de E. T., donde el pequeño Elliott sufría la separación de sus padres. Mitzi, que tiene algo de heroína trágica (aunque al final resulte algo así como la heroína de una épica íntima) es para Sam otra fuente de maravillas, semejante a la del cine, y quizás por eso en una escena clave Spielberg la filma con una fuerte luz artificial de fondo, en lo que es un sello de la casa. Mitzi es la luz, y el cine se goza en la oscuridad. Como la noche en que Sam Fabelman pisa por primera vez una sala de cine, de la mano de Burt y Mitzi.
El hecho de haber dirigido algunas de las mejores películas de la historia del cine -`Tiburón', `ET: El extraterrestre', `Indiana Jones', `Jurassic Park', `La lista de Schindler', por sólo nombrar algunas-, ¿habilita a alguien a hacer un filme sobre su vida, escribirlo y también dirigirlo? Pues sí. Puede sonar un tanto narcisista pero con `Los Fabelman', Steven Spielberg -junto a su asiduo colaborador, el guionista Tony Kushner- se dio el lujo de contar su propia historia en un largometraje de dos horas y media en el que resume parte de su infancia y adolescencia sin caer en golpes bajos ni nostalgia barata. Claramente, como es una variación de su vida, los nombres están cambiados pero su persona está reflejada en el personaje de Sammy Fabelman, quien queda totalmente asustado y cautivado en partes iguales cuando a muy temprana edad asiste al cine con sus padres a ver `The Greatest Show On Earth', de Cecil B. De Mille. El pequeño Sammy (Mateo Zoryan) no puede sacarse de la cabeza la escena del choque de trenes y para que pueda revivirla una y otra vez su madre, Mitzi (Michelle Wiliams), le da la idea de recrearla con el tren de juguete que recibe como regalo en Hanukkah. Y eso no es todo: le obsequia una cámara para que lo filme y que de esa manera lo vea tantas veces que `se le vaya el miedo'. Todo eso con una condición: no contarle nada a papá Burt (Paul Dano), un hombre de las ciencias exactas, paciente y de mente lógica, que tal como se refleja en la película no termina de comprender la locura por filmar de su hijo. Y a medida que la pasión de Sammy por el cine crece, también se acentúan las diferencias entre Mitzi y Burt. FAMILIA ROTA Como todo matrimonio de los '50, que hubiera roces no quiere decir que la procreación se frenara y a Sammy se le suman tres hermanas, formando una numerosa familia a la que se había adosado el simpático tío Benny (Seth Rogen). Asentados en Arizona, Sammy despunta el vicio de filmar en cualquier ocasión que puede, ya sea campamentos familiares o los westerns que montaba junto a sus compañeros del grupo scout (de hecho, los nombres de los cortos son los reales). Pero Spielberg viene de una familia rota y promediando la película el panorama de familia feliz se empieza a oscurecer y es ahí donde el director se permite mostrar toda su vulnerabilidad, con la revelación de un secreto que se veía venir pero que Sammy descubre de la manera más paradójica. Como toda película `coming of age', hay varios saltos temporales, pero sin duda la mudanza de la familia a California en plenos años '60, con un antisemitismo que iba in crescendo en la sociedad estadounidense, es la más dinámica del filme. En la piel de Sammy, Gabriel Labelle convence -aún más- como un Spielberg adolescente que busca hacerse un lugar en la nueva y pretenciosa secundaria a la que asiste, a la vez que su hogar, su mundo y el de sus hermanas se derrumba con la noticia del divorcio de sus padres. Entonces, Labelle, sí, es parte fundamental de la película; pero Michelle Williams también lo es, como esa matriarca adelantada a su época que recurre a la terapia para tratar de estar mejor para los suyos, apoya ciegamente la vocación de su hijo por el cine pero a la vez decide ser egoísta y priorizar su felicidad a la abnegación de eternizarse en un matrimonio infeliz. MEMORIA Claro que hay escenas subrayadas o innecesariamente largas -con un pianito melancólico de fondo para que la lágrima esté garantizada-, pero la sensación que queda luego de ver `Los Fabelman' es que es tanto una memoria como una oda al cine. Es Spielberg mismo contando el cuento -valga la redundancia- de cómo ese muchachito sensible, blanco de burlas por ser judío, de contextura pequeña, que odiaba álgebra y los deportes, y que alguna vez asistió a los estudios de Hollywood con una carta escrita de puño y letra para que lo contrataran, se convirtió en uno de los cineastas más icónicos del mundo. Entre tanta biopic fallida reinante en Hollywood, Spielberg decidió contarse a sí mismo en `Los Fabelman', desafío que podía salir muy mal por muchos motivos pero que logró convertir en una masterpiece -con siete nominaciones al Oscar, incluyendo Mejor película- gracias a su magistral destreza narrativa y a las tremendas actuaciones no sólo del joven Labelle sino de la dupla Williams-Dano y participaciones especiales de lujo como las de Judd Hirsch y Jeannie Berlin, y un ingenioso guiño final como frutilla del postre.
La ultima y premiada (Golden Globes) película de Steven Spielberg, con 7 nominaciones para los Oscar, incluida mejor film y mejor director, es una realización donde cuenta su propia vida, con mucho amor y nada de nostalgia. Alimentando, con sinceridad y sin juzgar a su familia, su propia leyenda. Comienza con el niño que ve por primera vez una película, una situación impensable en nuestra época poblada de medios y plataformas visuales que acompañan cada momento de nuestro existencia, y se deslumbra, se asusta y se obsesiona por reproducir lo que vio y termina con sus primeros pasos en un mundo profesional, con una entrevista sorprendente con alguien a quien idolatra. Es admirable como Spielberg cuenta la maravilla del lenguaje que se apropio de su cabeza para siempre, cuando descubre que la cámara ve lo que nosotros dejamos pasar, o construye significados con ángulos de filmación o edición, o los primeros trucos que inventó. La relación con sus padres, en especial con madre, la separación que marcó su vida, que muestra con rigurosa verdad, el dolor que le produce la calificación de “pasatiempo” que utiliza su padre para su obsesión, y el sacudón de un tío que lo insta a ser fiel a su arte por encima de todo. Pero también el humor, el antisemitismo que sufrió, las primeras pulsiones sexuales, los reconocimientos tempranos . Se apropia de monstruos y temas bélicos, de momias y terrores, de westerns y catástrofes. Eligio actores maravillosos, como Michelle Williams, Paul Dano, Seth Rogen, Gabriel Labelle. La película es un verdadero deleite del principio al fin. No se la pierda.
Amar al cine desde pequeño. Si hay un realizador autorreferencial acerca de sus propias vivencias aplicadas a lo largo de su extensa obra, ése es Steven Spielberg. Nacido el 18 de diciembre de 1946 en el estado de Ohio, Estados Unidos, desde muy pequeño sintió un interés desmedido por el séptimo arte y este arte/medio fue su ancla para entender y comprender el mundo, amén su forma de relacionarse con la sociedad. Varios hechos que le tocó atravesar desde temprana edad definitivamente lo marcaron y dejaron una senda visible en su camino como director de cine: la abrupta separación de sus padres; la posterior conflictiva relación con su padre, un hombre severo y distante; su sentida lucha contra el antisemitismo; su inmediata conexión con los cómics y revistas de divulgación científica que se publicaban en la década de los 50’ y que de alguna forma le inculcaron una fuerte creencia acerca de la vida extraterrestre. También amaba las películas de corte fantástico y de aventuras de la misma época del siglo pasado, que fueron clave en su formación cinéfila. Revisando algunos de sus películas más exitosas e icónicas: Tiburón (1975), Encuentros cercanos del tercer tipo (1977), Indiana Jones y los cazadores del arca perdida (1981), E.T., el extraterrestre (1982), Jurassic Park (1993), La lista de Schindler (1993), entre muchas otras; en cada una de ellas se puede apreciar una referencia a su historia personal. Los Fabelman (2022), recientemente nominada al premio Oscar 2023 como Mejor Película y Mejor director, quizá sea su película más autobiográfica en su carrera cinematográfica, que ya lleva más de 50 años de recorrido, ni más ni menos. Su trama nos cuenta acerca de la niñez de Sammy (Mateo Zoryan), lógico alter ego del propio Spielberg. Desde la primera escena podemos apreciar toda la magia del cine: Sammy ve en una sala oscura y acompañado por sus padres la película El espectáculo más grande del mundo (1952, Cecil B. DeMille), un real y exitoso largometraje que es un gran homenaje al mundo circense. Es allí mismo cuando Sammy se enamora del cine, comenzando a filmar situaciones cotidianas familiares con una cámara Súper 8 de su papá. Luego seguirán sus propias películas o réplicas de otras, como la secuencia de un tren que descarrila en la película de DeMille ya nombrada. Su padre Burt (Paul Dano) es un tenaz ingeniero que lo capacitará en aspectos más técnicos referidos al cine, desde el uso de la cámara, hasta como darle movimiento a sus imágenes. Su madre Mitzi (Michelle Williams) en cambio es una persona soñadora y ve al cine como un arte fascinante. Al ser concertista de piano, posee una sensibilidad que tratará de transmitir a su pequeño y curioso hijo. Entre esta mezcla de enseñanza parental, Sammy crecerá feliz. Nacido y criado en New Jersey, luego en su adolescencia (ahora interpretado por Gabriel LaBelle) mudará con su familia en Arizona debido a una nueva oportunidad laboral para su padre. Es allí donde Burt y Mitzy comenzarán a distanciarse, principalmente con la aparición en escena del Tío Benny (Seth Rogen), un amigo de la familia. California será el próximo destino familiar. Allí Sammy vivirá tristes experiencias referidas al antisemitismo. El cine será el lugar donde nuestro joven protagonista va a refugiarse de todo el dolor y la injusticia de este mundo. La película se divide marcadamente en tres partes y momentos en la vida del protagonista Sammy/ Spielberg: la primera mostrará el descubrimiento del cine por parte de Sammy de pequeño, la segunda su adolescencia en Arizona, dónde le tocará vivir situaciones más complejas y que le ayudarán a entender el mundo adulto y finalmente su experiencia como estudiante en la universidad de cine. Los Fabelman es la declaración de principios de Steven Spielberg hacia su amor al cine. De lo que significó comenzar a filmar, de cómo cambio su vida y destino. El cine fue (y sigue siendo) su apoyo incondicional cuando la realidad se puso/pone difícil. También el séptimo arte es el que le permitió volver a soñar y ser nuevamente un niño gracias a la fantasía y la industria. Los Fabelman es lenguaje cinematográfico en estado puro. Dotado de una gran inteligencia desde muy joven, desde esa primera función de cine Sammy/Spielberg supo que ese sería su oficio y medio de vida. El poder transmitir detrás de una cámara, todas las sensaciones (algunas alegres, otras no tanto) que todos los humanos podemos transitar, desear o sufrir. Spielberg, a sus 76 años, no perdió ni un mínimo de su encanto, acompañado por el compositor John Williams y su director de fotografía Janusz Kaminski. Al contrario, sigue demostrando que es el mejor director de cine que pudo ser, ese que Sammy no llegó ni siquiera a imaginar jamás.
La infancia ocupa un lugar de privilegio en las películas de Steven Spielberg. En algunos casos de forma directa, con niños protagonistas y conflictos familiares en primer plano, como en E.T.: El extraterreste o El imperio del sol; en otros, como una fuente inspiración, plasmando intereses que el director cultiva desde que era chico, como son los films de Indiana Jones y casi todos sus acercamientos a la ciencia ficción. Sin embargo, hasta ahora, Spielberg no había dedicado una película a contar la historia de su propia infancia y adolescencia. Los Fabelmans tienen un apellido distinto al del director, pero no hay ninguna intención de esconder que estos personajes de ficción están moldeados en base a su propia familia y que Sammy Fabelman es su alter ego. La nueva película de Spielberg es una mirada honesta a las tribulaciones y alegrías con las que creció, pero mediada por un filtro de fábula. Tiene la lógica de los recuerdos de la propia vida, en donde el dolor por un hecho del pasado puede sentirse igual de punzante muchos años después y aún así estar teñido por la melancolía que genera esa época perdida y las personas que la vivieron junto a uno. Es una combinación extremadamente difícil de plasmar en la pantalla. Una jugada arriesgada y ambiciosa, con muchas posibilidades de fracasar… al menos que detrás de eso esté Spielberg. Hay algo casi tonto y repetitivo en admirar la puesta en escena de uno de los cineastas contemporáneos más importantes. Pero la verdad es que Spielberg logra despertar esa admiración una y otra vez; dejando al espectador con la boca abierta como la primera vez que vio Tiburón, Encuentros cercanos del tercer tipo, Jurassic Park o Rescatando al soldado Ryan. Con Amor sin barreras demostró que podía hacer una película musical sobresaliente y un año después presenta un film íntimo y personal, con el mismo grado de sofisticación estética. Cada elección de plano y sus elementos, cada movimiento de cámara (esos acercamientos hasta un primer plano que tanto le gustan), el ritmo del montaje: todo tiene un sentido narrativo claro y busca una reacción del público, que por supuesto siempre consigue. Spielberg volvió a convocar a varios de sus colaboradores habituales, entre ellos el compositor John Williams y el director de fotografía Janusz Kaminski, cuyos trabajos son clave en la construcción de una consistencia en su obra, aún con la diversidad de sus exploraciones temáticas y de géneros. Tony Kushner tuvo la complicada tarea de escribir el guion sobre la propia vida de Spielberg junto con el director. El talentoso guionista de Lincoln y Amor sin barreras parece haber sido la elección acertada como mediador entre el recuerdo y las necesidades narrativas para convertirlo en una película. Es en especial destacable la forma en la que los guionistas manejan los cambios de tono, que van desde el humor desatado al drama familiar. Esos cambios se producen de una forma orgánica, dictados por la construcción precisa del punto de vista de Sammy, en constante transformación a medida que va creciendo y que ese idílico mundo familiar se va descubriendo como más complicado de lo que aparenta, aunque siempre amoroso. El amor es un tema central de la película, desde el familiar hasta el romántico y ese siempre demandante que es la pasión por el cine. Cada uno de los personajes tiene que lidiar con la forma en la que sus sentimientos y los de los otros confluyen o chocan. Los distintos tipos de amor compiten entre sí y también se retroalimentan. En Los Fabelman queda claro que Spielberg creció rodeado de amor, aun en momentos difíciles como el final del matrimonio de sus padres. Y también que el amor por el cine fue una fuerza arrolladora, que se convirtió en mucho más que un escape de la realidad. Las actuaciones de Michelle Williams y Paul Dano como los padres de Sammy están en un tono que se aleja del realismo para adaptarse a las necesidades particulares del punto de vista desde el cual se cuenta la historia. Los actores interpretan a personajes que ocupan una posición tan idílica como difícil de comprender para un niño como son sus padres. Williams, que se entrega con intensidad a su rol, y Dano, quien toma prestados gestos del propio Spielberg para su personaje, van calibrando sus trabajos a medida que la historia se va desarrollando y la humanidad de ambos queda en evidencia ante los ojos de Sammy. Gabriel LaBelle tenía el desafío más complicado de todos: interpretar a Spielberg bajo la dirección de Spielberg. El realizador debería estar más que satisfecho con el trabajo del joven actor, que lleva adelante la película con soltura y navega con comodidad por todas las complicadas emociones, tan bien delineadas en el guión. LaBella convence al público de que en Sammy está el potencial de convertirse en Spielberg. No es difícil inferir el cariño y cuidado con el que fueron elegidos cada uno de los actores secundarios que interpretan a la familia y amigos del director, que cumplen con creces su misión. A Seth Rogen le toca hacerse cargo de un personaje que resulta un poco opaco, solo porque así lo ve Sammy, y que pasa de ser el mejor amigo gracioso del padre al catalizador de la separación del matrimonio Fabelman. El legendario comediante Judd Hirsch se come la pequeña secuencia en la que aparece, interpretando a un tío excéntrico que llega a la casa y le habla a Sammy sobre lo que implica estar atado al arte para siempre. Jeannie Berlin le da un toque de humor ácido al personaje de una de las abuelas y Julia Butters, la niña revelación de Había una vez en Hollywood, interpreta a una de las hermanitas de Sammy, demostrando que su brillo en la película de Quentin Tarantino no fue casual. Los Fabelman es una película muy conmovedora, no porque sea un efecto buscado de manera cínica, sino como una emoción genuina que surge cuando un enorme contador de historias narra su propia vida. Los temas sobre la familia y el matrimonio tendrán eco en la mayor parte del público; pero la forma en la que está planteada la relación de Sam/Spielberg con el cine es emotiva para los que admiran la obra del director y para quienes aman al cine en su totalidad. El realizador se dio el gusto de recrear los cortos en Súper 8 que hizo cuando era chico, con sus hermanas y compañeros de los Boy Scouts como reparto y equipo técnico; y en esas recreaciones, ahora con mayores recursos, se ve que nunca perdió el entusiasmo por filmar. Asistir a la evocación de los inicios y la evolución de uno de los grandes directores de la historia, en una película hecha por él mismo, es una experiencia que pega directo al corazón cinéfilo. Tal como lo hace la última escena del film, repleta de humor, con un personaje inolvidable que es mejor no revelar, y cerrando con un chiste visual que resume lo que ya sabíamos: en lo que respecta al cine, Spielberg entendió todo.
Precedida de una catarata de premios en diversos festivales y Asociaciones de Críticos, sumadas las 7 nominaciones al Óscar y los dos Globos de Oro ganados como Mejor Película y Mejor Director, “LOS FABELMAN” llega finalmente a la pantalla grande con una historia simple y emotiva, en donde el Maestro Spielberg repasa, con una historia de tintes claramente autobiográficos, el inicio de su pasión por el cine. El leit motiv de “captura cada momento” es algo que recorre la totalidad del film, donde la cámara, aliada incondicional de Sam Fabelman (un perfecto e inequívoco alter ego del propio Steven Spielberg), irá dejando testimonio de cada uno de los momentos vividos tanto en el descubrimiento de la posibilidad de narrar una historia y comenzar a hacer cine, como de detener el tiempo y dejar plasmados fragmentos de una historia familiar en un puñado de imágenes que quedarán guardadas entre los recuerdos más preciados. En “LOS FABELMAN” Spielberg vuelve al tono de épica, pero sin centrarse en un gran momento de la Historia, sino sumergiéndose en la suya propia para narrar en tono de biopic completamente atravesado por la nostalgia, momentos de su infancia y su adolescencia en donde, entre otras tantas cosas, descubre su pasión por el cine. Impulso que le permitió consolidar más de 50 años de carrera desde su “Reto a Muerte” de 1971 pasando por títulos inolvidables como “E.T.”, “Indiana Jones”, “La lista de Schindler”, “Jurassic Park”, “El Color Púrpura”, “Tiburón” o “Encuentros Cercanos del tercer tipo” sólo para mencionar a algunos de ellos y mostrar no sólo el arco creativo de un autor que supo transitar absolutamente todos los géneros, sino que como cineasta logró adaptarse y generar contenidos propios de cada uno de los movimientos que fue teniendo el cine en su medio siglo de carrera. Con un tono de fábula que le sienta muy bien a la historia (la elección del apellido de la familia justamente permite ese juego de palabras), Spielberg va narrando momentos particulares de su infancia, desde la primera vez que asiste al cine y queda sorprendido frente a la creación de Cecil B. de Mille de “El espectáculo más grande del mundo” hasta algunos de su adolescencia siempre con su historia familiar de fondo. Spielberg pone un acento especial en la relación que mantiene el protagonista con sus padres (brillantes interpretaciones de Michelle Williams y Paul Dano) que se muestran con dos personalidades completamente diferentes. Mientras ella es una artista que toca el piano y ama bailar, afectuosa para con sus hijos, él es un estructurado ingeniero que se muestra frío y distante en los afectos y preocupado por mejorar su posición laboral, arrastrando a la familia en un cambio de puesto que agrava algunos conflictos. Pero hay un punto de crisis del cual el propio Sam fue testigo justamente a través de la lente de su cámara, un momento bisagra dentro de la historia familiar que queda captado en imágenes y donde él se verá involucrado directamente subrayando la potencia del cine como testimonio de cualquier acontecimiento. Spielberg nos conduce durante dos horas y media por este relato con una fuerte impronta en primera persona y si bien lo dota de todos los condimentos necesarios para disfrutar de grandes momentos: la religión ya marcada desde el colegio secundario en donde prácticamente no había chicos judíos y él era el diferente, la visita de un tío materno (con una deliciosa participación de Judd Hirsch), el apoyo familiar a que descubra y crezca en su carrera artística –situación que no le había sucedido a su madre con sus propios padres que le truncaron su vocación-, los juegos infantiles con los primeros experimentos cinematográficos para hacer chocar un tren, el despertar sexual, la despedida de la secundaria, la vida luego de la separación de sus padres, la búsqueda de un primer trabajo…, se percibe en algunos momentos una clara noción de Spielberg de cómo conducir el espectáculo sin necesidad de hacer grandes esfuerzos y optando por el camino más previsible (por momentos haciéndonos acordar demasiado a relatos sobre la infancia y la adolescencia de Woody Allen como “Días de Radio” o las primeras secuencias de “Annie Hall”). Sobre el final, Spielberg sabe darle un cierre inteligente y un guiño cinéfilo que se venía esperando –porque justamente la película no apela a referencias cinéfilas permanentes sino que se construye desde un lugar más popular y para todo el público en general- cuando narra su encuentro con el gran John Ford (protagonizado por nada menos que David Lynch!) y aparece ese frase que marcó un rasgo distintivo en su carrera: “Cuando el horizonte está en el fondo es interesante. Cuando el horizonte está arriba es interesante. Cuando el horizonte está en medio es aburrido y soso.” Evidentemente Spielberg lo entendió a la perfección, porque siempre supo poner su punto de vista desde un lugar donde pudiese marcar una diferencia. Esa que sigue conservando aún en “LOS FABELMAN” y su enorme talento para contar historias.
“Lo raro para mí es que no creía la verdad que me decían mis ojos. Solo creía lo que me decía la película. Y eso se convirtió en mi verdad para muchas cosas. Si la película me dijera la verdad creería que es un hecho”. Al hablar de Los Fabelman, Steven Spielberg nos dice una vez más, por si alguien todavía no lo sabe, que la única religión en la que cree de verdad es la del cine. Y lo afirma haciendo propia la clásica frase de Un tiro en la noche: “Esto es el Oeste, señor. Cuando la leyenda se convierte en hecho, imprima la leyenda”. La leyenda, en el caso de Los Fabelman, es nada menos que la propia memoria personal que Spielberg, a los 75 años, revela de un modo que se parece mucho menos a un testamento que a una especie de expiación. De sus sabias manos nace un relato disfrutable como entretenimiento y lleno de poesía cada vez que regresa al lugar en el que se siente más seguro y protegido: el refugio familiar. La vida de Spielberg no es otra cosa que un aprendizaje constante e incansable de lo que significa el cine como arte y entretenimiento. Así lo sugiere el documental en clave de biografía autorizada que lleva su apellido como título, disponible en HBO Max. Allí cuenta otra parte esencial de su propia historia personal: a los 16 años quiso abandonar su sueño de ser director después de ver Lawrence de Arabia y sentir que no estaba a la altura. Hasta que se convenció que las grandes películas empiezan y terminan con una única y decisiva pregunta: ¿quién soy yo? El “otro yo” de Spielberg se llama Sam Fabelman. En la primera escena de esta película tiene apenas ocho años y está por entrar por primera vez en un cine. Le impresiona la sola idea de ver “personas gigantes” en la pantalla y encontrarse con sueños que pueden darle mucho más miedo que placer. Su padre, un hombre de ciencia (Paul Dano, extraordinario), trata de explicarle todo desde la razón, y su madre (la conmovedora Michelle Williams), una concertista de piano que dejó los anhelos de fama para consagrarse a su familia, lo persuade con palabras más cercanas a la emoción y a la magia. Lo primero que el pequeño Sammy observa en la pantalla le dejará una marca de por vida. Es la escena del choque de trenes de El espectáculo más grande del mundo, de Cecil B. DeMille. Todo lo que aparecerá a partir de ese momento en este bello, catártico, emocionante, divertido e irresistible cuento (una fábula con los pies y la cabeza bien afirmados en la realidad) tendrá esa impronta. Las sencillas películas caseras surgidas de la imaginación de Sammy, las vivencias familiares de las que es testigo y protagonista y los distintos planos de su educación, la formal y la sentimental, poseen esa grandeza. Primero, porque son los recuerdos más poderosos de una década decisiva (de 1952 a 1964) en la formación del joven Sammy, o el joven Spielberg, que es lo mismo. Y segundo, porque adquieren sentido y se engrandecen todavía más cuando interpelan a un espectador que el Spielberg director imagina curioso, comprometido y atento al detalle. En el fondo, lo que quiere es que en algún momento quienes vemos la película nos preguntemos, como él, dos cosas: qué nos pasa cuando sentimos que la vida es mucho más complicada de lo que imaginamos, cuáles son los misteriosos mecanismos que ponen en juego una tensión entre familia y arte que puede durar toda la vida. Aquí está, nos dice Spielberg, la pregunta más importante de todas, expuesta en una breve y memorable escena concebida para el lucimiento de Judd Hirsch. A Sammy (interpretado con genuina pureza desde la adolescencia por Gabriel LaBelle) lo vemos cada vez más deslumbrado por el cine, aprendiendo de a poco a narrar y a montar películas. Mientras tanto se enfrenta por primera vez al antisemitismo y sobre todo descubre una verdad inesperada que desgarra a su familia y lo lleva siempre a ponerse del lado de su amorosa e inestable madre. La leyenda empieza a imprimirse en múltiples pantallas (la real, la simbólica, la que se multiplicará en el futuro) cuando Sammy llegue finalmente a Los Angeles (a su Oeste) y se sienta más seguro que nunca sobre su destino tras un revelador encuentro dentro de un estudio de cine. No se habla en Los Fabelman de Lawrence de Arabia y tampoco hay huellas de la complicada historia política y social de Estados Unidos en esa década. Spielberg nunca eludió el compromiso con la realidad en sus películas, pero aquí nos cuenta otra cosa. Y lo hace a partir de la pregunta que lo convirtió en director: ¿quién soy yo?
¿Cuál es el Steven Spielberg que prefieren? ¿El del cine de acción y aventuras, el de los blockbusters como Los cazadores del arca perdida, E.T., Jurassic Park o Minority Report, o el más “serio”, el de La lista de Schindler? Los Fabelman está decididamente lejos de los primeros títulos, pero mantiene con toda a filmografía de Spielberg un nexo: la maestría para narrar en imágenes. Las producciones de Spielberg suelen ser experiencias cinematográficas. Son películas para sentir con el cuerpo, con el corazón o con algo más etéreo como el alma, y a veces hacen reflexionar. Los Fabelman es la película más personal del cineasta, tanto como lo fue La lista de Schindler, pero en este caso lo que cuenta se parece mucho a su propia vida, a sus vivencias de joven. También, es una película de Hollywood sobre Hollywood. No es la vida de Spielberg, digamos que es la versión de Hollywood de su existencia, de su adolescencia, su familia y sus comienzos en el cine. Después de todo, el genio del cine de entretenimiento se autorreferencia en este relato de 150 minutos, que incluye la compleja relación con (y de) sus padres y muchísimos guiños que los que aman y conocen la carrera del director de Tiburón, se frotarán las manos (sí: está el corto en el que logra “efectos especiales” en el desierto…). Decir que una película de Spielberg es por momentos lánguida sería casi obsceno. Digamos que en Los Fabelman -y vengan de a uno- hay como baches, en los que cae y no pasa mucho, como sucedía en El buen amigo gigante. O cambia de eje, porque el guion que escribió con Tony Kushner -cuarta colaboración, tras Munich, Lincoln y Amor sin barreras- toma el bullying o el antisemitismo, quizá con un brochazo en vez de una pincelada. Pero ahí está la imagen final, con la que termina la película y donde retoma toda la magia y Spielberg nos vuelve a meter en su bolsillo. La trama tiene a Sammy Fabelman (Gabriel LaBelle), viviendo con sus hermanas y sus padres (Michelle Williams y Paul Dano), que viven un matrimonio imperfecto. Un amigo del padre (Seth Rogen), bueno, tiene algo que ver con esa imperfección. Pero el filme, decíamos, demuestra amor por la familia y también por el cine. Spielberg es melancólico, compasivo e indulgente en Los Fabelman como no lo había sido en estas dimensiones nunca. En cuanto a los tintes autobiográficos, tiene más relación con lo que hizo Woody Allen en Días de radio que Fellini con Amarcord. Están allí, en la pantalla, la primera película que vio (El espectáculo más grande del mundo), sus primeros rodajes caseros y el encuentro en la Paramount con John Ford (impresionante cameo de David Lynch). Y también la música de John Williams, su amigo, con el que volverá a encontrarse en la próxima entrega del Oscar, a la que Los Fabelman llega con siete nominaciones. Lo dicho: es Hollywood amando a Hollywood.
Si bien Los Fabelman no es la mejor película de Steven Spielberg de los últimos años, es una tierno y conmovedor retrato familiar autobiográfico de uno de los directores más relevantes de la historia del cine.
Cine, amor y fortaleza. La última película de Steven Spielberg, es la más íntima de toda su filmografía. Estrechamente ligada a su infancia/adolescencia, a su vida personal. Ambientada a fines de los 50´, la historia sigue los pasos de Sammy Fabelman, hijo de una familia tipo judía que a muy corta edad descubre su pasión por el cine. Es innata su capacidad para construir historias, para sostener la cámara en la mano. Y apoyado por una madre pianista, algo excéntrica (una notable Michelle Williams), y un padre genio en informática (Paul Dano), su sueño comienza a tomar forma. No solo su sueño, sino también su personalidad, porque vivimos diferentes etapas de la vida de Sammy, hasta sus dieciocho años. Atravesado no solo por la imaginación y todo tipo de planos mentales, sino también por una historia familiar difícil y por momentos muy dolorosa. La resiliencia, el esfuerzo y la aceptación lo ayudarán a sobrevivir, a ser quien es y quiere ser. Los Fabelman, es una declaración de amor al cine, en modo de homenaje y también desde lo formal. Dinámica, muy emotiva y con actuaciones superlativas. Una película que afronta lo disfuncional de la manera mas sana posible y transforma el sufrimiento en superación. Empática, humana y con defectos, es una historia para sentarse en la sala y disfrutar. Párrafo aparte, la aparición de David Lynch como John Ford, lo cual habla de la grandeza de Spielberg para rendir tributo a dos grandes. Solo esa escena justifica cada centavo de la entrada al cine.
Los Fabelman (The Fabelmans, 2022), la nueva película de Steven Spielberg, narra la vida de Sam Fabelman entre dos momentos que marcaron su vida en relación al cine. Sammy no es otro más que el propio Steven Spielberg y esta es su primera película abiertamente autobiográfica. Esos dos momentos son las dos anécdotas más conocidas del director, aquellas que ha contado una y otra vez y que todos los que lo seguimos conocemos de memoria. Por este motivo esta es una película diferente del director pero también es fácil reconocerlo en todos y cada uno de los momentos. Los Fabelman narra el inicio del amor de Steven Spielberg por el cine y su período amateur, pero filmado ahora desde su condición de director veterano, exitoso y prestigioso. Aunque sea parte de la difusión de la película, hay que asumir que un número grande de espectadores no sabe que Sam Fabelman, el protagonista del film, se convertirá con los años en el director más conocido del mundo y uno de los más respetados. En definitiva, todas las películas tendrán, en mayor o menor medida, espectadores que con la información más o menos completa de aquello que están viendo. Los Fabelman tal vez no esté destinada a ser masiva justamente por eso, pero también se trata de una obra maestra donde Spielberg se anima a jugar con la narración cinematográfica con una libertad absoluta, aún sin perder la perfección de su clasicismo. El cine de Steven Spielberg lleva ya más de cincuenta años si tomamos Reto a muerte (Duel, 1972) como su ópera prima, ya que se hizo para televisión pero se estrenó en cines en muchos países. Su conexión con el público nunca ha mermado y su popularidad tampoco. Su nombre es, como mencionamos, el más famoso dentro del mundo de los directores. El prestigio tardó más. Casi dos décadas completas se necesitaron para que el respeto que se ganó por ser taquillero fuera equiparado por del de ser considerado un genio del cine. Su obra trasciende cualquier coyuntura y moda, abarcando los más variados géneros y tonos, pero siempre con un dominio del arte cinematográfico que no se puede comparar con ningún otro cineasta contemporáneo. Spielberg no es sólo el realizador más popular del mundo, es también el más asociado a la idea de director de cine, es decir al cine mismo. Justamente por esto último, Los Fabelman es una película tan maravillosa y a la vez importante. Narra su formación incluso antes de ser director profesional, pero explica cuál es su vínculo con el arte cinematográfico, en lo que además de ser un film autobiográfico se convierte en una declaración de principios. No es un dato menor que se trate de uno de sus pocos largometrajes escritos por él, además de Encuentros cercanos del tercer tipo (Close Encounters of the Third Kind, 1977) e Inteligencia Artificial (A.I. Artificial Intelligence, 2001). A pesar de la evidente autoría de sus films, sólo tres largometrajes dirigidos por él lo tienen como guionista en su larga trayectoria. Por supuesto que los cortometrajes antes de volverse profesional lo tenían escribiendo los guiones, entre varias otras funciones, pero esa es otra historia que en Los Fabelman también se aprecia. Encuentros cercanos tiene muchas cosas que aquí vuelven a aparecer y como dato curioso, vuelve a tener a un realizador importante en el elenco. En 1977 tuvo a François Truffaut y ahora tiene a David Lynch. Pero lo más interesante es la conexión con Inteligencia artificial, donde el rol de la madre tiene un valor enorme. La madre de ese film y la de Los Fabelman están conectadas. IA se basó en un breve cuento de Brian Aldiss y fue un proyecto de Stanley Kubrick, quien deseaba que Spielberg lo dirigiera. Los Fabelman no es una película con suspenso ni tiene una estructura dramática tan a la vista como otros títulos del director. No hay misterios en Los Fabelman. Prácticamente todo lo que se narra ha sido previamente contado por Steven Spielberg en innumerables entrevistas, con mayor o menor detalle. De hecho, la escena inicial, dónde se deslumbra con El espectáculo más grande del mundo (The Greatest Show on Earth, 1962) de Cecil B. De Mille, es la información básica que todo admirador de Spielberg conoce a la perfección. Pero ver esa anécdota recreada en la pantalla es mucho más conmovedora que contada con sus palabras. Hay varios momentos en la película que son justamente eso, la historia del Spielberg narrador oral convertidas ahora en puro lenguaje cinematográfico. Es algo curioso, porque esas experiencias habían sido volcadas, en mayor o menor medida, en toda su obra, aunque no con este componente autobiográfico. Que casi ninguno de los personajes lleve el nombre real es también una señal de que el director se ha tomado muchas licencias poéticas. Parece guionado que el primer film que vio Spielberg en cine se llame El espectáculo más grande del mundo pero cómo cualquier cinéfilo sabe no se trata ni de la mejor película de De Mille ni tampoco de una obra maestra. Tiene, sí, algunas escenas memorables, una de las cuales será lo abra las puertas del amor al cine para el niño. Pero Sam irá a ver, diez años más tarde, Un tiro en la noche (The Man Who Shot Liberty Valance, 1962) de John Ford. Ya no hablamos solo de un espectáculo, sino que estamos frente a una obra maestra, una de las películas más complejas de la obra de John Ford, es decir de la historia del cine. Un western entretenido, con acción, suspenso y hasta una vuelta de tuerca. Una obra maestra clásica, madura y de género. Es justamente aquella donde se acuñó una idea fordiana por excelencia: “Impriman la leyenda”. Al mostrar a Ransom Stoddard (James Stewart) a punto de contar su vida, Spielberg también nos avisa que su autobiografía cinematográfica puede que incluya bastante de leyenda, y sin duda que es así, incluyendo el final de la película. Entrar en la obra de John Ford, es entrar en el cine con mayúsculas. Por eso la película tiene esa escena final tan importante para Spielberg. La última escena de Los Fabelman (quien no quiera saber como es puede pasar al siguiente párrafo) es uno de los momentos más impresionantes de la filmografía de Steven Spielberg. Lo más parecido a un instante sagrado de la cinefilia. Luego de mucho esfuerzo Sammy ha logrado conseguir su primer trabajo en un estudio y tiene su primera reunión con quien lo va a contratar. Como este entiende que ama más el cine que la televisión, le ofrece hablar con “el más grande director de la historia del cine”. Cualquier cinéfilo ya sabe que se trata de John Ford y cualquier admirador de Spielberg ha escuchado la anécdota mil veces. Lo lleva a la oficina sin decir su nombre y cuando Sam se sienta se ve rodeado por los afiches de sus películas. Es un momento enorme. La cámara recorre la obra de John Ford por sus afiches y el protagonista siente emoción, miedo y también la presencia del cine con mayúsculas. Finalmente, y luego de tanto camino, está rodeado de cine. Al entrar a la oficina está Ford anciano, claro, y el actor que lo interpreta es idéntico al director. Acá el guión no inventa un nombre, Ford es Ford. Spielberg director filma al actor que hace de Spielberg en su encuentro con John Ford, interpretado nada menos que por David Lynch. El director más grande de todos los tiempos interpretado por el más importante director de cine moderno e independiente de los últimos cincuenta años. Lo clásico y lo moderno en un solo lugar. Y claro, filmado por el mejor director de las últimas décadas. Una trinidad insuperable, un espacio de pureza cinematográfica absoluta. La reunión no es necesario contarla, pero si hay que destacar que la película tiene que terminar allí. Spielberg ha recibido la bendición del más grande, ya ha entrado en el cine. Un pequeño gran gag final con un toque de modernidad nos deja claro algo: la lección del maestro ha sido aprendida. Por todo esto Los Fabelman ya puede ser considerada una obra cumbre, pero aunque parezca mentira esa es solo una parte de la película. No es sólo una historia de cine, sino que también es una historia familiar. Ser disfuncional en la década del cincuenta era particularmente inquietante y todas las tensiones que Sam experimenta no son otras que las del propio director, aunque haya optado por el tenue disfraz de cambiar los nombres. Aunque no fuera Spielberg, Sam es un niño y luego adolescente tímido, retraído, enamorado de algo que su padre cree que es un hobby y su madre sabe que es una pasión. Llegará luego el tío Boris para explicarle las angustias que le esperan. Los biógrafos de Spielberg entenderán rápido que el guión altera gran parte de su vida para hacer una mejor película. Si acaso ese es uno de los temas que aparecen, es obvio que el director, como su personaje, obedecerá por encima de todo al cine. Dichos cambios nos ayudan a valorar más al director, pero también a concentrarnos en los personajes, en particular en el segundo personaje más importante de la película, la madre de Sam. La familia Fabelman está conformada por Sammy (de adolescente Gabriel LaBelle) su madre Mitzi, gran pianista pero artista frustrada (Michelle Williams), Burt el exitoso padre ingeniero informático (Paul Dano), el mejor amigo del padre, Bennie (Seth Rogen) y las tres hermanas, Natalie, Regina y Lisa (Keeley Karsten, Sophia Kopera y Julia Butters). También está la madre del padre de Sammy (Jeannie Berlin) y la de la madre (Robin Bartlett) y finalmente la presencia breve pero poderosa del tío Boris (Judd Hirsch). La película es comprensiva con todos ellos, pero en particular intenta entender a Mitzi. Varios detalles claves de la vida de Spielberg que él siempre contó de una manera -incluyendo cuando descubrió algo desconocido sobre sus padres ya de grande- acá se alteran por completo para trata de mostrar que todos y cada uno de ellos intenta vivir como puede. La madre es central pero también tiene una mirada de amor por su padre. Luego de que el padre ausente fuera uno de sus temas recurrentes, Spielberg también ha cambiado ese punto de vista y se ha vuelto más comprensivo. Y hablando del padre es muy evidente que es el mismo padre del protagonista de Atrápame si puedes (Catch Me If You Can, 2002). Y ahora más que nunca queda claro que si bien era un film basado en un personaje real, Leonardo DiCaprio estaba interpretando las angustias del joven Spielberg y la relación con sus padres y la separación de ambos. Bueno, así es todo en Los Fabelman. Se adivinan también elementos de Rescatando al soldado Ryan (Saving Private Ryan, 1998), Inteligencia Artificial, E.T. (E.T. the Extra-Terrestrial, 1982), Encuentros cercanos del tercer tipo, Guerra de los mundos (War of the Worlds, 2005), Indiana Jones y la última cruzada (Indiana Jones and the Last Crusade, 1989) y posiblemente de casi toda su obra. La pregunta es sí Spielberg está citando su cine o si en realidad su cine estaba citando su vida durante todos estos años. Esta pregunta es muy importante porque la respuesta nos lleva al corazón mismo del director. La relación que tiene con el cine no es idéntica a la de la mayoría de los directores y por eso es quien es. Hay muchos, realmente muchos, directores que hacen películas diciendo que el cine es un infierno. Algunos han hecho obras maestras sobre eso, porque han ido más allá de la queja, pero otros, la mayoría, simplemente son personas de éxito que le dicen al mundo que eso que aman pagar para ver es en realidad un horror. A Spielberg mostrar el cine así ni se le ocurre. Él no hace cine contra el cine, él es alguien que está agradecido por el cine cada día de su carrera. El cine es lo que lo salvó, es lo que lo protegió, es algo que ama y eso no solo se ve en Los Fabelman, también en toda su obra. A medida que va creciendo y el mundo se vuelve más complicado, para Sam el cine es cada vez más importante. Esa pasión que le pone a sus cortometrajes y el talento único que va demostrando nunca le hizo perder la fascinación del primer día. Tiene, en ese sentido, una conexión con François Truffaut y Martin Scorsese, dos cinéfilos que respiraron cine desde el inicio de sus carreras. La película, claro, tiene la puesta en escena más perfecta posible, algo que a nadie sorprende viniendo de Spielberg. Se trata de una de las mejores películas de los últimos años y una obra fundamental para Steven Spielberg. Es capaz de maravillar, emocionar y también tiene humor, como suelen tenerlo los films de los maestros clásicos. La música es de John Williams, el montaje de Michael Kahn y la fotografía de Janusz Kamiński, todos grandes colaboradores de Steven Spielberg, parte de su familia artística. Incluso el coguionista y coproductor, Tony Kushner, ha trabajado con Spielberg en Munich (2005), Lincoln (2012) y Amor sin barreras (West Side Story, 2021). Ya pasaron casi treinta años desde que Spielberg finalmente ganó su primer Oscar como director. Esa noche recibió dos premios por La lista de Schindler (1993) y en uno de sus dos discursos hizo algo que casi ningún director triunfante hace: les agradeció a los espectadores del mundo. El éxito y la fama llevan a los artistas a perder el rumbo pero eso no ha pasado con Spielberg. Nunca fue una persona escandalosa fuera de la pantalla ni se metió en problemas. Incluso en Los Fabelman lo deja bien claro. Esa dedicatoria a los espectadores siempre me pareció conmovedora, ya que no hay otro realizador que me haga sentir que me habla directamente a mí como lo hace Steven Spielberg. Ahora, con Los Fabelman, termino de entender cómo logra ese efecto. Él es un espectador de cine, uno agradecido de haber podido encontrar las películas en su vida. Este maestro nunca, ni por un instante, ha dejado de entender lo que significa sentarse en una sala oscura a mirar esas imágenes en movimiento. Luego de tantas décadas y tantos logros. De récords de taquilla y premios, Steven Spielberg sigue siendo el pequeño Sammy sentado en la oscuridad viendo El espectáculo más grande del mundo. Por suerte, además, él es también el creador de esos espectáculos.
Reseña emitida al aire en la radio.
TODO SUCEDE POR UNA RAZÓN Siempre hubo algo realmente mágico en el cine de Steven Spielberg, a partir de cómo ha sabido hilvanar historias que, desde sus particularidades, consiguen interpelar las experiencias propias de los espectadores. Eso puede decirse no solo desde su filmografía como director (E.T. – el extraterrestre, Encuentros cercanos del tercer tipo, Atrápame si puedes, por mencionar algunos ejemplos), sino también como productor: ahí tenemos a Volver al futuro, Los Goonies o hasta Poltergeist para dejarnos en claro que muchas infancias cinematográficas cimentadas durante los ochenta tienen que agradecerle un montón al gran Steven. Los Fabelman, que es una especie de testamento cinéfilo y fílmico, es la culminación de este poder innegable por parte del que posiblemente sea el realizador más importante de los últimos cincuenta años. Más aún si tenemos en cuenta que Los Fabelman podría haber sido un ejercicio plenamente ombliguista, que en parte lo es a partir de su indudable autorreferencialidad: lo que hace Spielberg es contarnos una serie de eventos que marcaron su infancia y adolescencia, afianzando (o debilitando) sus lazos familiares y su relación con el cine. Hay, es cierto, una reconversión a partir del protagónico de Sammy Fabelman (Gabriel LaBelle), quien desde muy chico encuentra en el cine un vehículo para canalizar sus vivencias, primero en Arizona y luego en California, mientras va mutando las formas en las que mira a su padre, Burt (Paul Dano), y Mitzi, su madre (Michelle Williams). Pero esa ficción es, tras su serie de viñetas, una vía para ajustar cuentas con sus etapas de crecimiento, su rol como artista y, especialmente, su vínculo con su padre. Es que, vale la pena recordarlo, casi toda la obra de Spielberg está atravesada por la noción de la ausencia paterna: padres defectuosos o directamente ausentes, hijos huérfanos o sin referentes claros, incluso instituciones que no cumplen sus roles y que evocan en cierta forma a ese padre que no estuvo de la forma que el niño Steven quería o necesitaba. Pero en Los Fabelman esa figura resurge para que Spielberg nos diga (y se diga a sí mismo) que quizás fue todo más complejo y, a la vez simple: que ese padre tenía metas y obsesiones que no siempre comulgaban con las necesidades de su familia, que no supo comprender del todo a su hijo, pero que también tuvo que lidiar con contingencias inesperadas y desagradables, y que hizo lo que pudo, dadas las circunstancias. Y que esa serie de cortocircuitos afectivos, esas grietas personales y grupales que se dieron en el núcleo afectivo familiar, permitieron que se potenciara el lado artístico de Sam/Steven, hasta hacer estallar por los aires todos los límites entre lo ficcional y lo personal. Hay una secuencia donde Mitzi deja a su marido en casa y sale en auto con algunos de sus hijos (incluido Sam) a perseguir un tornado que ven a la distancia. De repente, debe frenar en una esquina para evitar chocar con unos carritos de supermercado que pasan empujados por el viento. Frente a eso, Mitzi se repite a sí misma, en un murmullo, una y otra vez, que «todo pasa por una razón». Esos carritos, que nos recuerdan al tren en llamas que aparecía súbitamente en Guerra de los mundos, parecen decirnos efectivamente eso mismo que dice Mitzi: que hay imágenes que han perseguido a Steven durante toda su vida y que se vio obligado a convertirlas en cine. Y que ese acto creativo, tan inseparable de su propia individualidad, también tiene consecuencias en los demás: como pocos, Spielberg expone la diversidad de respuestas posibles por parte del público, porque en ese diálogo no hay respuestas predeterminadas, del mismo modo que el proceso por el cual se hilvana una narración o se construye un plano no es automático. Si lo que cuenta en Los Fabelman tiene sus dosis de complejidad, no solo por constituir una serie de viñetas infanto-juveniles, sino también por su vocación de dialogar con su propio cine y las implicancias casi melodramáticas de los conflictos -hay una secuencia donde Sam descubre un secreto familiar que es una piña al estómago y que es casi una cirugía a corazón abierto del propio Steven-, Spielberg deja en claro que John Ford es su máximo referente, y lo hace no solo con palabras, sino también con hechos. Es que, aún cuando todo estaba servido para un drama existencial y manipulador al estilo Iñárritu, el film siempre se permite volcarse al humor, incluso en sus vetas más absurdas y juguetonas: hay, por caso, toda una subtrama dedicada al romance entre Sam y una compañera de colegio que afirma estar “enamorada de Jesús” que es tan dulce como desopilante, y con una vocación rupturista que ni el más ateo se atrevería a soñar. Al fin y al cabo, Spielberg parece decirnos que su infancia tuvo sus dificultades, pero que lejos estuvo de ser una tragedia, y que muy posiblemente eso también aplica a cualquiera que esté mirando la película. Pero, además, por si alguno podía hacerse el distraído, Spielberg nos recuerda que, cuando está enfocado como corresponde, puede ser un magnífico director de actores y un gran descubridor de talentos jóvenes. Ahí tenemos a un Dano notable -e injustamente fuera de la carrera por el Oscar-, en la mejor actuación de su carrera, con varios momentos donde dice todo con la mirada y nos rompe el corazón. O a un LaBelle -tampoco nominado, otra injusticia más- que es una revelación absoluta a partir de su apabullante expresividad. Y también a una gran cantidad de intérpretes niños y adolescentes que aparecen siempre en escena con una espontaneidad llamativa y estimulante: no hay impostación o sobreactuación, sino una impresión de realidad constante. Y todo esto pasa mientras Spielberg vuelve a mostrar que nadie pone la cámara al ras del piso como él y que puede hacer de esa serie de eventos que presenta una reflexión perfecta sobre la trascendencia que puede tener el cine en nuestras vidas, siempre con una alternancia entre pausa y velocidad que nadie más posee. Muy posiblemente, Los Fabelman termine relegada a la hora de la entrega de los Premios de la Academia, a la que últimamente le cuesta una enormidad reconocer a los realizadores norteamericanos y sus creaciones. Pero no importa, porque Spielberg logró otro hito más que reafirma la universalidad de su cine: armar una historia sobre sí mismo donde cualquier pulsión ególatra queda de lado, porque aún sabiendo su lugar en la historia del cine, él se pone por detrás de otras leyendas. Por eso también la última secuencia, donde Steven (a través del personaje de Sam) se pone a los pies de Ford, enseñándonos que siempre se puede aprender -o enseñar- algo nuevo, con un plano final que es una lección perfecta de cine. Spielberg, que también es Steven, y Sam, y un poco su padre (ficticio y real), y un poco su madre (ficticia y real), se muestra ante nosotros para decirnos que también nuestras propias historias son dignas del cine y que están las cámaras para convertirlas en ficciones. Si el Chef Gusteau de Ratatouille nos decía que “todo el mundo puede cocinar”, el maestro (en todo sentido) que es Spielberg también asevera que “todo el mundo puede filmar”. Que una bestia del cine como él pueda sostener eso y nos invite a ir al cine en estos tiempos complejos es un rayo de esperanza realmente conmovedor. No te vayas nunca, niño judío bueno.
Los rasgos autobiográficos del cine de Steven Spielberg son innegables. Como cinéfilo, uno observa su grandiosa obra y no puede evitar maravillarse. El ganador de tres estatuillas de la Academia nos ha hecho emocionar en decenas de ocasiones; su cine posee la virtud de describir la condición humana con eximia emoción. “Tiburón” (1975), “E.T.” (1982), “La Lista de Schindler” (1993) y “Jurassic Park” (1994) son algunas de sus gemas maestras. El Rey Midas de Hollywood sabe cómo capturar nuestra atención desde la más tierna infancia. Alrededor de la hoguera nos sentamos, el rito se renueva inalterable. ¿Guarda un as bajo la manga, a sus setenta y seis años de edad? El abuelo Steven nos cuenta anécdotas que nos cautivan de inmediato, y a tales fines arriba a las salas locales “The Fabelman”. En tiempos de films autorreferenciales dirigidos por notorios pesos pesados de la industria (“Belfast” de Kenneth Branagh, “Bardo” de Alejandro G. Iñarritu), es hora de ponernos introspectivos. Basado libremente en experiencias de su adolescencia, nos preguntamos cuánto ‘fact’ y cuánto ‘fiction’ habrá detrás de la principal candidata en tiempos de entrega de galardones. “The Fabelman” viene al mundo con un Premio Oscar bajo el brazo. Luego del suceso obtenido por la insípida remake del musical “Amor sin Barreras” (2022), nos llega este drama familiar mixturado con un evidente coming of age anexado al universo del cine, a través del cual Spielberg realiza su película más personal a la fecha. Protagonizada por Michelle Williams, Paul Dano, Seth Rogen y Judd Hirsch, “The Fabelman” refleja el brillo de una ilustre filmografía. La presente es una oda al artificio que nos maravilla, una carta de amor al cine y al arte de hacer películas, proyectado desde los ojos de un muchacho que se fascina con la magia de las imágenes en movimiento. El apellido es F-A-B-E-L-M-A-N, pero el guiño idiomático de la pronunciación podría colocarnos delante la palabra mágica: ‘fable’ / ‘fábula’. Es lo que estamos a punto de ver; un pretexto, para contar algo más: recuerdos idealizados desde la mirada romántica que descubre el amor al cine del modo más genuino. En el seno de una familia judía de principios de los años ’50, crece un pequeño que intenta emular secuencias que ve en la gran pantalla. Antes de ingresar a la sala, por vez primera, su padre lo maravilla contándole acerca de ese invento que es sagrada ilusión a veinticuatro fotogramas por segundo. Luego, el amor a primera vista, que surge como tal sin proponérselo. El primer truco que despierta la fascinación es ese tren, omnipresente elemento en la historia del cine, yo quiero verlo y jugar. Acto seguido, aparece la anhelada cámara, regalo de cumpleaños. Pedimos tres deseos, ya agotamos el primero y vienen en continuado cintas en super 8 y la devoción por el género western. Y una película que será piedra angular: “The Man Who Shot Liberty Balance (1956); prestemos especial atención a este homenaje. Habrá más, a raudales. Esa revelación que nos marca a fuego… La historia que se nos cuenta es la de Sammy (o Sam, como él prefiere ser llamado), un joven que crece bajo estrictos mandatos; acaso tironeado entre las expectativas que sobre él posa su padre (un hombre de ciencia para quien el cine es solo un pasatiempo) y su madre (una pianista frustrada que no cesa en incentivarlo). La culpa es una emoción desperdiciada, le dice ella, y la sentencia es una bocanada de aire fresco. Entre tertulias familiares y abundante comida, las costumbres judías se instalan en este adolescente, deslumbrado por un primer amor adolescente que será, más explícito imposible, una aparición divina. La mano maestra de Spielberg sabe cómo llenar de detalles cada frame. La recreación de época nos lleva de comienzos de los ’50 a mediados de los ’60, a medida que el drama familiar se desarrolla mediante una dirección sumamente imaginativa. Alquimia de luz, cámara y acción. La música diegética y extradiegética se confunde en las manos al piano de Mrs. Williams haciendo maravillas. Delicadeza total, un manual para nóveles directores. También Williams ofrenda con su cuerpo, se contornea, baila alrededor del fuego y le dedica el número de performer encubierta a su marido y a sus hijos. O, quizás, a su amante en secreto. El mejor amigo de él. Quien descubra la cruda verdad será el aspirante a director (Gabriel LaBelle, en un rol revelación), porque todos ocupamos en esta vida el lugar que nos quepa. Mostrar lo que no es, ocultar lo que es, he aquí el dilema. Dos historias se retroalimentan en perfecta sinergia. La convivencia familiar continuará, imperturbable, hasta que ella quiera, porque, como bien aconseja, y en carácter sumamente disruptivo para los conservadores años que corrían, seguir al corazón es menester, o acabaremos por no reconocernos. Un atentado contra la institución familiar, pero la señora Fabelman había callado por años su auténtico deseo. A fin de cuentas, la postergación y el progreso siempre acaban por encontrarse en un cruce de caminos inevitable. El hijo calla, aunque duela profundo. El camino no estará desprovisto de escollos, inclusive de sufrir, en carne propia, el recalcitrante antisemitismo. Hacerse mayor en la vida, comprobará, también implica riesgos y responsabilidades. La sólida narrativa de un experto en géneros tan diversos destaca a lo largo y ancho de un film que no hace más que empatizar con sus personajes. Pero nada le impedirá soñar. Dispuesto a disputar el leading rol en tan desigual afrenta, y aceptando a sus padres tal y cómo son. El tío loco que hay en cada familia aconseja, casi siempre de madrugada. Mandato primero: romper arte y familia en un gesto intempestivo, será la carta de triunfo de mañana. Cuando el arte llama, cuando el arte ataca, no existe alternativa. El arte y su corona en el cielo, los laureles van en tierra. No todos poseen la piel curtida, pero unos pocos elegidos alcanzarán la tierra prometida. Y allí marcha la familia itinerante, de una ciudad a otra, el crecimiento profesional manda. Sam es los ojos testigos, registrando cada acontecimiento que lo rodea. En su jardín improvisa un set de rodaje, hoy toca filmar una de guerra. Spielberg captura una oda a la artesanal y amateur tarea de filmar. Desde el anonimato total, solo por amor al cine y con la indetenible pulsión de hacer rodar esos rollos en la pantalla grande. Para ello se atravesó noches enteras sin dormir, buscando con ahínco la toma perfecta. Retrocediendo, acelerando, agujereando. Vamos de nuevo otra vez, se ve falso. Spielberg, monumental, nos coloca dentro de una máquina del tiempo, todos alguna vez nos sentimos extraños en la gran ciudad; los negocios mandan. Por momentos, parecemos asistir a una grandiosa road movie, un registro va dentro de otro, de la costa este a la costa oeste, sin escalas. La fotografía se vuelve cada vez más granulada. El tratamiento de planos y encuadres nos depara sorpresas que todo cinéfilo de pura cepa sabrá apreciar hasta la emoción. El maestro de orquestas hace puro ilusionismo, enseñándonos el truco de antemano. Ahora miremos la toma entera. Con música del histórico John Williams. la gloriosa escena final paga la sola entrada. La magnífica aparición en el relato de uno de los directores más grandes de todos los tiempos nos hace refregar los ojos. ¿Realidad o mito? Una leyenda viva de aquel entonces (no haré spoiler), interpretada por otra leyenda viva del presente (reservemos la sorpresa para los créditos finales). Un director siempre está en control, o, al menos debería. La figura de ‘auteur’ demiurgo, que sabe de memoria el destino de sus personajes, convertirá a sus villanos en héroes, porque eso es un director, aunque no sepa porqué lo hace. O esté de más explicarlo. La creatividad, simplemente, brota de su intelecto en noches de insomnio, observando sombras proyectándose. Eso es el cine, ni más ni menos. Steven dicta a Sam al oído, porque sueña con filmar a lo grande, en estudios, y este aprende la ley primera, en un encuentro fortuito. La suerte que selló el devenir. Todo es una cuestión de mero enfoque, porque el horizonte en el medio aburre y lo último que queremos es ser previsibles. Sam se dispone a filmar el espectáculo más grande del mundo, y no hay nadie que pueda interponérsele. ¿O es que el más genial cineasta vivo se está escribiendo a sí mismo?
En el cine de Spielberg suelen confluir lo divertido y lo almibarado, lo encantador y lo conservador. Este retrato familiar con pibe apasionado por el cine incluido (suma de recuerdos del propio Spielberg, según parece) responde a fórmulas que el director de Tiburón (1975) conoce muy bien, realizado con todo su oficio y las limitaciones que las mismas le imponen. Por eso, internarse en la infancia y adolescencia de Sammy Fabelman resulta tan grato como inocuo. A lo largo de dos horas y media, y aunque no falten conflictos, todo es tan benigno y dulzón como simple, a veces redundante: si Sammy niño (Mateo Zoryan) se deslumbra ante una proyección cinematográfica, sus ojos parecen bolitas brillosas; los momentos en que alguien sufre o muere son subrayados por música sentimental; los compañeros de colegio de Sammy adolescente (Gabriel Labelle) sobreactúan sus modales cancheros; el tío excéntrico (Judd Hirsch) dispara previsiblemente chistes y consejos; la habitación de la noviecita católica (Chloe East) rebosa de posters de Jesús; y así podría continuarse. Las viñetas de la vida de Sammy, en definitiva, repiten esa especie de postas que acompañan el crecimiento del estadounidense promedio (el baile de egresados, el ingreso a la universidad, el auto, la búsqueda de éxito y dinero). Si algo saca a Los Fabelman de sus convencionalismos es el personaje de la madre, a quien le gusta la música, baila, sus pequeñas hijas le reprochan que se le transparenta el vestido sin que a ella le importe, y hasta esconde un secreto que termina poniendo en jaque la felicidad familiar. Michelle Williams (que sufre tanto como en La isla siniestra, Wendy y Lucy, Manchester junto al mar y otras) logra imponerle ambigüedad a su Mitzi Fabelman: no se sabe a ciencia cierta si desvaría o lucha por su felicidad, o ambas cosas a la vez, mientras sus lágrimas y sonrisas se confunden, por lo cual termina siendo lo menos predecible del film. Esto al margen de algunas secuencias indiscutiblemente efectivas, como la de la fascinación del chico al ver el choque de trenes de El espectáculo más grande del mundo (1952, Cecil B. de Mille) –con la consecuencia de querer imitarlo con un tren de juguete– o la manera en la que, años después, descubre el secreto de su madre. El diálogo final es también un guiño simpático para los cinéfilos.
Los Fabelman es un proyecto pasional de Steven Spielberg que gestó a fines de los años ´90 y toma el recurso de la semi-biografía para narrar los orígenes de su vocación y la historia de su familia. Queda la impresión que si el mismo relato de ficción no estuviera relacionado con la vida de uno de los cineastas más importantes de los últimos 50 años esta propuesta no hubiera acaparado la misma atención ya que resultó más genérica de lo esperado. A no confundirse, es una buena película con algunas pinceladas de genialidad pero dentro de esta temática no ofrece la misma experiencia memorable de Casi Famosos (Cameron Crowe) o Días de radio (Woody Allen). Cuesta imaginar que este film con el paso del tiempo adquiera estatus de clásico o se lo destaque entre los títulos esenciales de la filmografía de Spielberg. Los Fabelman encuentra sus mejores momentos en todas esas oportunidades donde la trama se concentra en la pasión por el cine y el espíritu creativo. En ese sentido no es casualidad que la secuencia más celebrada de esta producción sea la soberbia escena que aporta Judd Hirsch (Día de la independencia) como el tío del protagonista, que nos regala el fragmento más inspirador del relato durante los 151 minutos de metraje. Escenas donde vemos a Sammy Fabelman (el alterego de Spielberg) gestar sus primeros cortos que representarán las semillas creativas de los que más tarde serán en la vida real obras maestras del cine o el modo en que utiliza el arte para canalizar sus angustias personales integran también los grandes momentos del espectáculo. Lamentablemente gran parte del film luego se concentra en desarrollar un melodrama extremadamente indulgente y sentimental, digno de una película de Lifetime, con todos los clichés mundanos del coming of age que resulta menos apasionante. El foco de atención se encuentra en la desintegración del matrimonio de los Fabelman y las repercusiones emocionales en tuvo en su hijo. El segundo acto del film funciona como un collage de viñetas donde Spielberg aborda diversas temáticas como el bullying, el antisemitismo y el despertar sexual sin una cohesión definida. La película vuelve a cobrar fuerza cada vez que se concentra en la pasión por el arte de contar historias, que aporta una gran secuencia final con una participación especial de David Lynch en el rol del director John Ford. Dentro del reparto Paul Dano y Gabriel Labelle (el protagonista) ofrecen interpretaciones muy sólidas mientras que Seth Rogen sorprende gratamente con un rol más serio de los que suelen ser habitualmente sus personajes. Por otra parte, una sobreactuada Michelle Williams genera una distracción permanente con la clásica mujer sufrida que suele abundar en su filmografía y cuya excentricidad en este caso parece pertenecer a otra película. Si nos dejamos llevar por la lógica de los miembros de la Academia de Hollywood probablemente obtenga un premio Oscar. No es un dato menor que Los Fabelmans reúne a todos los colaboradores clásicos de Spielberg, donde sobresalen la labor de Janusz Kamisnki en la fotografía, la edición de Michael Khan y la música de John Williams, quien aporta una banda sonora más intimista que se acopla a la perfección con el tono de la historia. En lo personal no me voló la cabeza esta película, pero no deja de ser una propuesta amena para disfrutar una vez más a uno de los grandes cineastas de nuestro tiempo en la pantalla grande.
Seguro que más del ochenta por ciento de las reviews de este film utilizan la frase “la película más personal de Spielberg”. Y obvio que es así porque se trata de su -semi- autobiografía y tanto la nostalgia como el homenaje se encuentran a la altura. Estamos hablando de uno de los mejores directores de todos los tiempos y el creador del cine blockbuster. Por supuesto que no es su mejor película pero su magnetismo es innegable y el tipo sigue filmando como los dioses. La fotografía es una delicia, cada plano estudiado. Los movimientos, las angulaciones, las fusiones. Me da la sensación de que quiso dejar testamento en su propia biografía de todo lo que puede hacer incluso cuando muestra a alguien caminar. Asimismo, no opino eso que he leído por ahí de que es “la Cinema Paradiso de la nueva época”. Ya que la película de Giuseppe Tornatore abordaba desde otro lado el amor al cine y fue otro tipo de autobiografía. Aquí Spielberg nos muestra como se formó, cómo aprendió a hacer puestas y, por sobre todo, la relación de sus padres. Algo que de alguna manera, a modo de metáfora, había hecho en ET (1982) y de forma mucho más sutil en la escena final de Encuentros cercanos de tercer tipo (1977) donde la tecnología se comunica a través de la música. Esa catarsis es llevada al extremo aquí, de forma Freudiana, pero aunque suene redundante, de manera cinematográfica en el sentido más artístico de la palabra. Tanto Paul Dano como Michelle Williams hacen un trabajo formidable. Lo mismo Seth Rogen, en su papel más dramático hasta ahora. Y la gran revelación, Gabrielle LaBelle, que tuvo la magna responsabilidad de interpretar al protagonista que aquí se llama Sammy (el director no se animo a nombrarlo Steven), es para aplaudirlo, al igual que con el resto del cast. Mención aparte para la mágica aparición de Judd Hirch. También hay que remarcar la espectacular banda sonora por parte de John Willimas y que sella 50 años de colaboración entre estos dos monstruos. Todas y cada una de las nominaciones y premios de Los Fabelman es más que correcta y merecida. Nos encontramos ante una biopic a corazón abierto del máximo referente del séptimo arte de las últimas cinco décadas. Jamás podré olvidar el plano final.
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Nadie puede hacer una biografía de Steven Spielberg salvo Steven Spielberg, porque la única manera es que sea una película de/a lo/con el estilo de Spielberg. Y aunque en los años 80, como productor, “contagió” muchos de sus modos a una generación de cineastas, el hombre sigue siendo único. Con ficción interpuesta y artificio evidente, narra en “Los Fabelman” la historia no solo de su familia sino de cómo le hubiera gustado que se resolviera el trauma familiar central en ella. Trauma descubierto y luego resuelto por el cine, por el arte cinematográfico que Sammy Fabelman va descubriendo poco a poco, pero sin detenerse nunca. Spielberg entiende, de paso, algo fundamental: no hay biografía que valga la pena solo como exhibición o ilustración de una vida. Para que una película sea una película, para que sea parte de un arte, requiere ser mucho más que eso, plantearse al menos una pregunta y arriesgar una respuesta. La pregunta aquí no es “qué es el cine” sino dónde y por qué el arte (el cine en este caso) se interseca con la vida. La respuesta es la expresión de un deseo. La última secuencia -donde brilla nada menos que David Lynch- desemboca en el plano más agradecido que un realizador haya hecho jamás. Y es, también, una respuesta “spielberguiana” a la pregunta: la vida, en su caso, es el cine.
Una vez más el camino hacia los Oscar me cruza con un film que es alabado por la crítica y a mí no me produce mucho. Un amigo me mando el tráiler de este film, y la verdad que no me interesó. Pero igual decidí verlo para continuar en este camino a los premios de la academia. No es una película mala, pero si no existiera el mundo seguiría igual. Estoy casi convencido que está nominada a los Oscar porque está dirigida por Spielberg y es una especie de auto biografía, y yo me pregunto: ¿Por qué hay algunas personas que creen que su historia es tan interesante que tienen que contarla al mundo? Es un film muuuuy lento. Dura más de lo necesario. Son 151 minutos que si le recortaba por lo menos unos 51 quedaba bien. Escenas largas innecesarias, escenas innecesarias, cosas que se pueden contar en menos tiempo y dejar en claro igual el mensaje o lo que sucede. Lo que me gustó del film fue la perseverancia del pequeño Sam. Le dijeron muchas veces que es un hobby hacer películas, pero él siguió firme en sus convicciones. También me gustó ver como se resolvían algunos efectos en los años 60 de forma casera y así obtener buenas escenas. Las actuaciones están…al nivel de la película. Ni bien, ni mal. Para mí ninguno se destaca, hacen todos un papel a tono con el film. La banda sonora está bien también. Pero no hay mucho para destacar. Como leí por ahí, hubiese sido mejor que sea una mini serie, tal vez era más llevadera, no parecía tan lenta y con algunas partes que no parecen estar bien resueltas al final. Mi recomendación: Si te gusta Spielberg, espera que salga en algún servicio de streaming. Mi puntuación: 5/10