El director de El juego del miedo (2004), La noche del demonio (2010), El conjuro (2013), La noche del demonio 2 (2013), Rápidos y furiosos 7 (2015), El conjuro 2 (2016) y Aquaman (2018) entrega la película más extraña e inclasificable de su filmografía, una historia clase B que abreva en el cine directo a video de los ’90 y mezcla altísimas dosis de violencia con una delirante trama centrada en una mujer que sufre visiones aterradoras que, en realidad, son hechos reales cometidos durante su vigilia. La protagonista se llama Madison (Annabelle Wallis) y está de novia con un muchacho violento del que ha quedado embarazada varias veces, siempre sufriendo abortos espontáneos. Ante un nuevo embarazo que, aunque reciente, parece marchar sobre ruedas, una pelea entre ellos funciona como el preludio de un brutal ataque nocturno que deja al hombre muerto y a ella, muy mal herida. La policía rápidamente sospecha de esa mujer cuyo pasado es una incógnita para ella, ya que fue adoptada. Wan se toma un buen tiempo, quizás demasiado, para desarrollar la trama y entregar varias escenas de suspenso bien construidas, demostrando una vez más que tiene un pulso notable para el género. Pero sobre el último tercio Maligno pega un cambio radical de tono. Si El conjuro se mantenía dentro de los carriles del verosímil interno, con su impronta setentosa y su atmósfera levemente enrarecida, aquí Wan vuela todos por los aires apostando a la fantasía y el gore más crudo y visceral, incluyendo varias situaciones conscientemente ridículas que, desde ya, no conviene adelantar.
A nadie se le ocurriría construir un gigantesco hospital de niños con la arquitectura del castillo de Drácula, y menos en la cumbre de una montaña, al lado de un risco, todo este potenciado por la lluvia y relámpagos de Seattle. Pero así es el mundo que propone James Wan en su vertiginosa nueva película de terror gótico contemporáneo, ya que el director cambia de estilo con respecto a su excelente “El conjuro” (que tenía que resultar creíble al espectador, ya que estaba basada en la historia real de la pareja de psíquicos protagónicos); en cambio aquí construye una historia fantástica que sorprende con climas ominosos y explosiones de gore. Con “Maligno”, Wan se inspira en el estilo de Dario Argento y otros directores que priorizaban las imágenes por sobre la trama para llevar al público a un universo pesadillesco. Con el título, y uno de los primeros diálogos del film (“¡Hay que extirpar el cáncer!”) el director y guionista da una pista de lo que está por suceder, aunque lo que ocurre en “Maligno” queda escondido hasta el final. La historia empieza con una sufriente mujer embarazada, que ya ha perdido otros dos, y que es golpeada por su marido alcohólico. A eso se agrega una sucesión de fenómenos paranormales que culmina con un engendro sombrío que asesina al esposo de manera indescriptible. A partir de ahí, la protagonista empieza a tener visiones de otros homicidios cometidos por el mismo ser, y la policía va descubriendo que ella está relacionada con todas las víctimas. Wan va dando distintos climas argumentales y visuales a tres partes bien diferenciadas del film, luciéndose cuando lleva a sus personajes a los sótanos de la antigua Seattle destruida por el fuego a fines del siglo XIX, y en especial con las masacres que combinan la superacción con lo paranormal. La película tiene sustos a granel, y lo que no tiene desperidcio es el estilo visual de Wan, que sabe cómo usar la notable música tecno dark de su compositor habitual, Joseph Bishara.
Bienvenidos al mundo del terror de James Wan. En Maligno, el director se vale de todos los lugares comunes del género: un hospital antiguo en lo alto de un acantilado, una casa rodeada por neblina, luces que se prenden y se apagan, personajes que caminan hacia la oscuridad; los horrores del cuerpo, el asesino serial con una fuerza sobrenatural, la amenaza latente del espacio entre la cama y el piso. Pero Maligno no es una parodia, aunque coquetee con ella. La combinación de estos elementos es el juego de un cineasta que ama al terror y tiene el suficiente talento como para construir con ellos una narración llena de suspenso y con escenas de verdadero horror. El guiño hacia ese espectador que comparte su pasión por el género, no tiene un espíritu cínico sino de exploración: cómo hacer una película de terror para los espectadores que ya las vieron todas (y siempre quieren más). El rechazo hacia el realismo es total, invitando desde la estética a dejar atrás el mundo real y entrar en el del terror cinematográfico. La secuencia inicial lo indica desde su look de película directo a VHS, los diálogos cursis y las actuaciones desmesuradas. Las escenas policíacas remiten a esas series que se parecen entre sí; el melodrama familiar se cuela, mientras que el humor apuntala el crescendo de extravagancia. Y, sin embargo, esta historia de una mujer acosada por visiones de asesinatos (Annabelle Wallis, de Peaky Blinders) tiene una violencia brutal y la tensión de las escenas más terroríficas no da respiro. La confianza de un director como Wan, con una sólida trayectoria en el género, se expresa en ese caminar al borde de lo bizarro o del gesto canchero, sin caer. Maligno demuestra compartir los códigos del espectador de terror avezado, pero también se entrega al objetivo más básico del género: divertir asustando y asustar divirtiendo.
El abominable encanto de James Wan por la clase B El regreso de James Wan al cine de terror fantástico funciona por la ocurrente gestación de un nuevo e icónico monstruo. De mas está decir que el director de El conjuro (The Conjuring, 2013) y La noche del demonio (Insidious, 2010) no crea absolutamente nada en materia de cine de terror. Su talento está en captar los recursos y refritarlos en un producto contemporáneo. El tipo es un conocedor del género como pocos y trasmite su pasión en cada fotograma de Maligno (Malignant, 2021). La historia comienza con un video VHS de una psicóloga que habla de tratamientos sobre un peligroso paciente, que tiene fuerza sobre humana y controla la electricidad. Saltamos en el tiempo y Madison (Annabelle Wallis) sufre alucinaciones que anticipan los crímenes cometidos por un espectro de pelo largo. ¿Se trata de un loco o un monstruo sobrenatural? La casa donde vive la protagonista parece de los años setentas aunque estamos en la actualidad: paredes empapeladas, vieja heladera y muebles antiguos, conviven con teléfonos Iphone. No sabemos hasta qué punto estos elementos buscan orientar o desorientar al espectador en el origen del serial killer. ¿Pura estética vintage? La película avanza con la investigación policial que busca dar con la identidad del homicida apodado Gabriel como el arcángel. Este coctel de homenajes fluye entre actuaciones espantosas que rozan lo ridículo y un evidente bajo presupuesto en la realización. Pero, y aquí está el punto para Wan, lo que en otra producción es un defecto tras otro, en Maligno se percibe adrede. La película presenta con orgullo cada una de sus consagratorias referencias a la clase B. Lo inverosímil del argumento se siente reivindicatorio sin preocuparse jamás por darle un sentido a las improbables vueltas de tuerca. En la segunda mitad del film hay un descenso en las referencias. Ahora se muestra cercana a films imposibles, recordados y puesto en valor por su osadía. Este es uno de ellos. Si con El conjuro Wan revolvía los estantes de arriba del género para encontrar las referencias, ahora mete la mano directamente en el tacho de basura. Y le da resultado. Maligno no es una gran película ni mucho menos. Es un producto celebratorio del cine basura que enaltece la irreverencia sin ninguna otra pretensión que ser un disfrutable entretenimiento de explotación.
El inconsciente. Allí, o de allí surgen las mejores películas de terror, ciertamente psicológico. Piensen en El resplandor, de Kubrick. En Repulsión, de Polanski. Hasta en La isla siniestra, de Scorsese, que no era de terror, pero sí de horror. La capacidad que tiene James Wan para aterrorizarnos, para generar miedo, pareciera que la tiene innata. La primera El juego del miedo fue su creación. Dirigió las dos primeras de El conjuro. También es capaz de saltar al mundo de DC Comics, como ahora, que está rodando la secuela de Aquaman, que también fue suya. Pero lo mejor que maneja el director nacido en Malasia es el susto. El temor. El terror. A diferencia de las películas de El conjuro que Wan dirigió, donde lo siniestro está ahí, habitando alguna casa, en Maligno la posesión está en Madison, la protagonista. Y si en El conjuro nos conduce, y decidimos seguirlo no con los ojos cerrados, porque nos perderíamos lo mejor, porque sabemos que no nos va a engañar, que no habrá pistas falsas y que su camino podrá ser sinuoso, pero siempre estaremos bien guiados, en Maligno Wan mete golpes de efecto en una historia que se las trae. Porque hay algo que, en un momento de la trama, hará que el espectador quede fascinado o diga “Naaaaahhh, ¿en serio?”. A no quejarse Pero a no quejarse, porque en honor a Hitchcock, Maligno tiene un par de MacGuffin, ese recurso del autor del guion para no tanto engañar al espectador, sino realizar luego un giro en la trama sobre ese elemento al que el público no le prestó la atención que debía. Piensen en muchos filmes de Hitchcock, o en la mencionada La isla siniestra. Annabelle Wallis, que ya había entrado en la mira de Wan cuando protagonizó la primera Annabelle, es Madison. Y si hay alguien -en su sano juicio- en quien nadie quisiera estar en sus zapatos es en ella. Tiene un embarazo complicado, tras dos abortos traumáticos y soporta a una pareja golpeadora. Y es, justo, pero justo, luego de un episodio de violencia de género que Madison comienza a tener, llamémosle, visiones. ¿Son fruto de su imaginación? No. Son reales. Madison tiene un extraño poder, que es el de la videncia, que la conecta con un asesino brutal (¿Los ojos de Laura Mars, que tenía guion de John Carpenter, quizás?). Ella, como que se teletransporta al lugar donde ese ser, mata. Ella lo ve. ¿Cómo puede ser? No me pidan que se los spoilee. Hay un sanatorio mental, casi una mansión, un castillo que da a un acantilado, que es donde abría la película. Hay idas y vueltas en el tiempo. Hay un personaje con una niñez complicada, para decir lo menos. Y un par de policías incrédulos. Si la textura de las películas de Wan, sobre todo en las dos que dirigió de El conjuro, eran como una marca de fábrica, aquí optó por los tonos azules, oscuros o rojizos. Wan confió en Michael Burgess, que viene de dirigir la fotografía de El conjuro 3 y algunos derivados de la saga, pero esas decisiones finales seguro fueron suyas. La banda de sonido, con mucho electrónico, no resulta disonante, pero chirria demasiado, tal vez. Maligno no es lo mejor de Wan, claramente. Y hay un terror gótico, con algo de slasher y del giallo italiano en el que Wan abreva -mientras sigue pivoteando entre alguna Rápidos y furiosos y los blockbusters de DC- con ese cine que mejor le sale y que más le (y nos) gusta.
James Wan vuelve al horror El director de Aquaman dirige una nueva película de terror luego de 5 años. Madison (Annabelle Wallis) es una mujer que vive en Seattle junto a su pareja Derek (Jake Abel). Una noche, él golpea su cabeza contra la pared, y comienzan a suceder cosas extrañas en la casa. A partir de entonces, Madison tiene visiones sobre unos cruentos asesinatos que parecen estar relacionados a ella de alguna manera. James Wan vuelve a ponerse tras la cámara de un filme de género después de media década. En el medio produjo varias de terror para la única que lo tuvo efectivamente como director fue Aquaman (2018) del universo de DC Comics. La película tiene su sello desde el minuto cero, cuando nos muestra lo que parece ser un hospital donde se realizan horribles y sobrenaturales experimentos para saltar al presente donde esas acciones tendrán consecuencias. Las fortalezas de la película son las usuales en la filmografía de Wan: una historia lo suficientemente interesante, no abusa del jump scare, crea una atmósfera muy incómoda por momentos y oscila entre posibles soluciones a un misterio planteado, el cual de forma orgánica termina revelándose pero en su debido tiempo. Destaco esto último en particular porque el filme va quebrando la cintura hacía diferentes tropos del género hasta que finalmente llegamos a la revelación de lo que ocurre. Ahora bien, Maligno tiene dos debilidades muy marcadas. La primera es que salvo el policía interpretado por George Young y algunos momentos de la protagonista, Annabelle Wallis, está actuada de forma bastante pobre. La segunda y, a mí parecer, la que termina disparándole en el pie a una película bastante sólida es la sobre explicación del final. Una vez acontecidos los eventos del final, los cuales los vemos suceder, un personaje te explica punto por punto lo visto y es bastante molesto. Recomiendo verla en cine. Es muy envolvente y en pantalla grande se disfruta de mejor manera el buen gore que tiene la cinta.
Maligno es una de esas películas de las cuales uno puede escuchar o leer declaraciones tales como “es una genialidad” o “que porquería acabo de ver”. Va a depender mucho de si entrás en el código y sintonía que le dio James Wan. Se nota que el director quiso hacer algo distinto en el género de terror luego de haber dejado su huella con grandes hitos modernos tales como Saw (2004), las dos primeras Insidius (2010 y 2013) y las dos primeras de El conjuro (2013 y 2016), amén del resto de las secuelas y spin-offs. Aquí intentó lograr una modernización de cierto tipo de cine (de terror) pseudo Clase B de la década del ’80 y principios de los 90s. De ahí las sobreactuaciones que esgrimen los personajes, los diálogos ridículos y los tiempos de la narración. Ojo, no está queriendo causar que el público se ría, pero lo puede provocar. Ofrece la entrada a un mundo particular y que vos como espectador disfrutes de él. Todo esto dentro de un gran laburo de puesta y fotografía para maquillar los clichés que saca a relucir. Bien en contraposición de sus trabajos previos. En definitiva, Maligno no es una película para todos los paladares. Sino más bien para quienes amen mucho las distintas aristas del género.
Maligno comienza en 1993 en el Hospital Simion Research, para luego llegar a la actualidad donde Madison "Maddy" Mitchell (Annabelle Wallis) espera una beba después de dos abortos espontáneos. Nada es rosa aquí, su marido Derek (Jake Abel) es abusivo. A partir de una discusión donde Maddy recibe un fuerte golpe en la cabeza, comienza a ver aterradores asesinatos en tiempo presente, como si estuviera en la escena del crimen. Los policías Kekoa Shaw (George Young) y Regina Moss (Michole Briana White) comienzan una investigación que la involucra, pero para ello deberá adentrarse en un pasado aterrador. Su director, el talentoso James Wan, creador de grandes títulos como "El Conjuro", "Saw" e "Insidious" en el género, pero también "Aquaman" y "Fast & Furious 7", (sólo por mencionar algunas ) vuelve adonde se siente como pez en el agua. El film ahonda en relaciones entre padres, hijos y hermanos, todo eso envuelto en temas médicos y traumas infantiles. Siempre hay que ir con pie de plomo para no spoilear, y en este caso es aún más difícil dar detalles sin arruinar la trama, sólo decir que el otro gran protagonista es el misterioso Gabriel. Lo interesante es averiguar quién es Gabriel, un espíritu, un personaje imaginario o alguien de su pasado? El suspenso de este thriller se mantiene durante las casi dos horas de proyección y crece hasta que el misterio es develado. Para averiguar quién es el responsable de los asesinatos que comienzan a acontecer, Maddy cuenta con la ayuda de su hermana Sydney (Maddie Hasson) además de la policía local. Cada asesinato es más sangriento que el anterior, por lo que no es apto para sensibles. La filmación que sobrevoló esta película estuvo signada por el misterio, casi no se conocían detalles...pero ya puede verse y si bien es cierto que la fórmula se repite, (la casa enorme, los ruidos, la entidad) entretiene de principio a fin. Buen elenco, coreografías muy bien ejecutadas, la fotografía de Michael Burgess es excelente y si uno se presta a jugar el juego durante 111 minutos, se sentirá atrapado por ese festival de sangre y buenos efectos, que, para los amantes del terror, valen la pena.
Extirpar el tumor. El cine de género le sienta bien a James Wan, y Maligno no es la excepción. En esta historia sigue recorriendo intrincados laberintos, entre sueños, sustos y monstruos, además de poner “en la mesa” un extenso bagaje de referencias de clásicos del terror, como por ejemplo Los ojos de Laura Mars. Suponemos que es parte de la experiencia visual que ha aprehendido para consumarse como realizador cinematográfico, y aquí imprime (consciente o inconscientemente) su huella. Un neuropsiquiátrico, un caso extremo y una cirujana que se dedica a estudiar y corregir malformaciones (en realidad hay un equipo interdisciplinario detrás), funcionan de prólogo para este relato en ese momento ambientado en los noventa, que se presenta como una pista a dilucidar. Fundido a negro y una leyenda nos indica que estamos en el presente, e inmediatamente nos metemos en una casa algo antigua, con aspecto de temer. Así vemos como entra Madison a su hogar. Madison está embarazada. Madison se siente mal. Madison sube las escaleras. Madison entra a la habitación y se encuentra con su esposo que está mirando deportes por la TV. Madison discute fuerte con él. A Madison su pareja le golpea el vientre de forma violenta y la empuja con todas sus fuerzas contra la pared lastimando su cráneo. Madison se desmaya. Madison se despierta confundida al día siguiente. Madison encuentra a su marido brutalmente asesinado. Madison es internada. Madison pierde su tercer hijo. A partir de esta dolorosa secuencia, Madison comenzará a experimentar visiones extrañas relacionadas con asesinatos, y a medida que indague cada vez más, se dará cuenta que hay un pasado latente, trágico y negado, que está ávido por salir a la luz. Como mencionamos antes, James Wan toma varios elementos y conceptos heterogéneos, hablamos desde la violencia doméstica, visiones, apariciones fantasmales, crímenes hasta traumas infantiles, para ir dando forma a un relato en donde todo encaja. De este modo, si bien predomina el terror, la narración también se nutre de otros géneros como el policial, lo psi y el drama. Y si bien no estamos ante una película que nos aterre y que por momentos es predecible, tiene la virtud de aunar toda esta cantidad de elementos de manera orgánica. Va estructurando una narración entre barroca y gótica, con la clara intención (por sus características) de fundar una especie de ser mítico (¿o una franquicia?). También hay resabios del giallo, el horror corporal y la cultura del vhs. Wan con sus influjos saca a relucir su costado más intervencionista y pop. Celebramos la secuencia final demencial, donde se despliegan los pocos efectos especiales y brota sangre a más no poder. A su vez, la cualidad monstruosa muestra su cara en lo que podemos inferir como un claro y sentido homenaje al cine de género.
La suspensión de la incredulidad es una convención que los espectadores aceptan a la hora de enfrentarse a una película. En realidad, es una expresión que viene desde el siglo XIX, más precisamente de 1817 y fue acuñada por el filósofo Samuel Taylor Coleridge, refiriéndose más que nada a las obras literarias y teatrales pero que hoy en día se extendieron a otros medios de expresión artística. Dicho pacto comprende una voluntad del espectador de aceptar ciertas premisas y/o elementos de la ficción aun cuando sean fantásticas o imposibles en la vida real pero que resulten creíbles en el verosímil que construye el propio relato. Todo esto comprendiendo una diegesis donde el público pueda adentrarse y disfrutar del viaje sin ningún tipo de reparos. ¿Por qué toda esta introducción pesada antes de hablar del más reciente trabajo de James Wan?, se preguntarán. Y es que «Malignant» (título original de la película) es uno de los largometrajes más osados del director y uno de los que más estira/manipula su verosímil al punto de que probablemente un gran sector del público no termine de acordar con dicho relato o lo sienta bastante caprichoso en algunos aspectos. Si uno ve los trailers del largometraje, todo apunta a que estamos ante otra película de casas embrujadas, algo que ya hemos visto infinidad de veces y que el propio Wan ya supo explotar tanto en «The Conjuring» (2013) como en su respectiva secuela «The Conjuring 2» (2016), y también en «Insidious» (2010), dos de las ahora ya extensas sagas que llevaron a James Wan a convertirse en una de las figuras más importantes del cine de terror del mainstream contemporáneo. No obstante, nada más alejado de la realidad, ya que «Maligno» es un film de terror que coquetea más con lo paranormal (a primera vista) y luego con el policial y el llamado «Body horror». Pareciera que el director decide alejarse momentáneamente de lo que supo hacerlo famoso y volcarse hacia un terreno más salvaje. En esta oportunidad, el director de «Saw» parece volver más a sus inicios, ofreciendo un relato que juega con lo absurdo y la excentricidad, algo que pudimos ver en parte en «Dead Silence» (2007). Igualmente, aquí se puede ver a un director más maduro donde se mantiene más el foco en una cuidada puesta en escena, un diseño visual impactante que se beneficia del virtuosismo del propio Wan para manejarse dentro del espacio escénico y ofrecer formas creativas de retratar los acontecimientos (especialmente con atractivos movimientos y posiciones de cámara que además de proeza técnica conllevan una gran inventiva a nivel visual). A modo de breve resumen sin spoilers que puedan arruinar la experiencia cinematográfica, el film sigue a Madison (Annabelle Wallis), una mujer embarazada que lleva una vida bastante complicada con su pareja, un alcohólico y golpeador que la vive maltratando. Luego de un episodio de violencia doméstica, una extraña criatura parece acecharla tanto a ella como a su esposo. Simultáneamente Madison comienza a tener extrañas pesadillas y visiones que la paralizan mientras presencia cruentos y espeluznantes asesinatos. Todo parece empeorar cuando descubre que esos «sueños» son en verdad hechos consumados en la realidad. James Wan, además de ser un director prolífico dentro del género, resulta ser un gran conocedor del mismo, y por eso no resulta extraño que en su obra podamos ver algunas referencias a ciertos films. Algunos erróneamente conciben a «Maligno» como el «giallo» de Wan, pero si bien homenajea a algunos directores como por ejemplo a Lucio Fulci y algunos de sus largometrajes como podría ser en parte «Siete Notas en Negro» (1977), además de utilizar algunos mecanismos del subgénero a su antojo (guantes negros, armas blancas, etc), aquí la obra representa un clásico film de terror que se nutre de la visión moderna de su autor para obtener un film tan particular como propio. Y es que como mencionamos antes Wan es un gran conocedor del género y decide acatar varios de los clichés y lugares comunes que habitan en él para subvertirlos, exagerarlos y llevarlos al extremo, desafiando toda lógica y realismo. Pareciera como si Wan se hubiera cansado de haber estado encerrado varios años en el Universo Warren y el de Insidious para volver a sus orígenes y ofrecer un relato tan desfachatado como personal, que homenajea a ciertas películas de Fulci y de Argento, pero también al cine de Cronenberg, el de Raimi y el de Brian De Palma. Incluso entre sus homenajes y su forma de abrazar por momentos el ridículo, podemos vislumbrar algunas cuestiones de «Basket Case» (1982) de Frank Henenlotter, componiendo una extraña mezcla de elementos que llevan a que el relato se sienta un tanto irregular, pero a la vez tan personal como atractivo. James Wan ofrece un film que no da respiro desde un prólogo que arranca a toda velocidad, situándonos en un mundo de ensoñación pesadillezca como el que sufre la protagonista para luego ir paseándonos por atmósferas opresivas llenas de violencia y sangre. Asimismo, nos presentará algunos giros sorprendentes que nos golpearán con ciertas dosis de absurdo y de extrañeza. Un film que probablemente no sea del agrado de todo el mundo, y que por momentos sufra de algunas inconsistencias en el guion, al igual que de diálogos algo acartonados que igualmente parecen puestos adrede como parte de los códigos que busca emular el director. «Maligno» es un film entretenido y osado cuya existencia representa una rara avis dentro del cine hollywoodense. Un film difícil de explicar (y vender) que desafía tanto a los espectadores como a la habitual suspensión de la incredulidad a la que invitan los relatos.
James Wan, queramos o no, es uno de los directores con más reconocimiento en lo referente al cine de terror. Si bien sus sagas se fueron al garete con el paso de cada película, las iniciales, las que dirigía él, tenían bastantes cosas rescatables. Incluso en otros sub géneros el realizador demostró tener talento. Por eso nos preguntamos ¿Qué le pasó con Maligno? La trama sigue la vida de Maddy, una mujer que está pronta a tener su primer hijo; pero que, tras tener una discusión violenta con su marido, recibe un fuerte golpe. Ese va a ser el inicio de una ola de misteriosas muertes, mientras la propia Maddy presencia dichos actos desde otro plano de la realidad. Vista así, la historia parece normal, mil veces vista en el cine de terror. Pero si les contamos que todo empieza con un flashback que es un caso medico de un hecho particular, estoy seguro de que todos se van a acordar de varios films que adolecen del mismo inicio, para luego andar adivinando que va a pasar en la película a medida que avanza, al grado de intuir el final a la media hora de metraje. Y por desgracia, todo esto pasa em Maligno. Pero ahí no termina el desastre. EL guion le tiene poca estima a la inteligencia del espectador, dando una explicación sobre ese famoso inicio, casi como si estuviéramos ante una patología medica real. Pero cuando se piensa lo acontecido en las casi dos horas de película, encontramos bastantes contradicciones con respecto al comportamiento de mucho de los personajes, siendo quizás los policías, los únicos que actúan de forma coherente. Y ya que decimos de actuar, mejor no comentamos las actuaciones, porque sinceramente, salvo la pobre Zoe Bell que apenas está reconocible y sale unos segundos, nadie parece haber estudiado actuación; y eso que en el elenco tenemos a Annabelle Wallis, alguien con bastante recorrido en el cine y la televisión. Dentro de lo poco salvable, podemos mencionar la música, que quizás recuerde bastante a la que sonaba en Sentencia de Muerte, del propio James Wan. Y también la dirección de este último; que, si bien pese a que la historia es un muy básica, el realizador sabe dónde poner la cámara para generar momentos tensos, aun a sabiendas que vamos a anticipar los acontecimientos. Para no extendernos más porque esta película no lo merece, solo vamos a decir que Maligno debe ser lo peor que filmó James Wan en su carrera, y quicas de lo más flojo que llevamos viendo en el cine en un 2021 que, por ahora, tampoco nos dio grandes cosas.
Es el regreso de James Wang al terror, a las raíces del creador del universo de “El Conjuro”, y poco se puede contar de su argumento para no quitarle a los espectadores, que seguramente serán muchos, el placer del desenlace a gran orquesta de la película. Solo un dato al pasar, el argumento tiene una lejana base científica que tiene que ver con lo que se llama columna o espina bífida. Solo un detalle. Es que la historia que comienza en un tenebroso hospital al borde de un acantilado, donde un paciente recibe el diagnóstico final, pronto se traslada a una casa antigua donde una mujer embarazada, es castigada por su marido golpeador, que le provoca una herida en la cabeza. Lo que sigue es la invasión a ese hogar de una sombra que hará justicia a su modo. La mujer pierde a su hija, es la tercera vez que le pasa y regresa a su hogar solitario. A partir de allí comienza a tener visiones de escenas violentas. Más no conviene contar. El director malayo un maestro en como filmar el terror muchas veces se divierte homenajeándose a sí mismo, o recuerda a grandes films del género pero no le tiembla el pulso para sumergirse en escenas impresionantes que recuerdan desde los grandes maestros del “giallo” o los slashers ochentosos. Con efectos visuales y especiales muy bien hechos no teme sumergirse en vendavales de sangre, persecuciones, enigmas y paroxismos. Wan se divierte, se arriesga, por sobre todo entretiene y mucho. Su protagonista es Annabelle Wallis (ya estuvo precisamente en “Annabelle” y “La momia”) una actriz perfecta para los cambios bruscos de climas, pasividad y terror. La acompañan Maddie Hasson, George Young y un buen elenco. Es muy posible que se trate del inicio de una saga. Para los fanáticos del género un plato fuerte.
Maligno", de James Wan: comida chatarra Como el realizador y productor malayo (radicado en Hollywood) sabe que la cosa va a funcionar y es especialista en sagas, en "Maligno" vuelve a dejar la puerta abierta para una continuación. Por lejos el productor y director más exitoso de este siglo, James Wan es un mamarrachero. Como productor expande las películas que funcionan bien y las convierte en sagas (la de El juego del miedo/Saw, la de El conjuro & familia). Como realizador, acumula y yutxapone referencias, estilos, corrientes, tramas, convenciones genéricas y sobre todo tareas de cortado y pegado, en pastiches que a veces funcionan mejor (La maldición del demonio/Insidious), a veces medio cochambrosamente, como la primera El conjuro, y a veces decididamente mal. Ése es el caso de Maligno, que seguramente romperá todo en la taquilla mundial. Wan sabe, entre otras cosas, que “inflar” la película siempre es bueno. Un poco porque la proliferación de tramas y subtramas genera un efecto-góndola, que permite al espectador ir de una historia a otra, eligiendo con qué producto se queda. Y otro poco porque esa sociedad de la abundancia que son sus películas deja al espectador pipón pipón, después de haber tragado una hamburguesa triple y un balde gigante de pochoclo, y haber despachado de un trago uno de esos vasos de gaseosa que miden medio metro de alto. La junk food de Maligno tiene como ingredientes uno de esos cuchilleros estilo Martes 13, varias víctimas por supuesto, una suerte de culebrón familiar con hija adoptiva, dos madres, hermana menor celada y hermano gemelo convertido en monstruo por envidia de las hermanas, marido abusador, esposa víctima, varios abortos, una clínica donde conviven psiquiatras y cirujanos, un hipnoterapeuta, guantes de cuero negro como en una de Dario Argento, peleas de película de kung-fu y, faltaba más, una fábula de empoderamiento que se cuela por la ventana casi en tiempo de descuento y se resuelve en un par de frases. Como el realizador y productor malayo radicado en Estados Unidos sabe que la cosa va a funcionar y es especialista en sagas, deja la puerta abierta para la segunda parte. Dos o tres méritos puntuales suben uno o dos puntitos la calificación. Uno es una escena construida con todos los recursos clásicos del género (sectores de sombra que podrían albergar al monstruo, zonas vacías que generan la idea visual de un inminente visitante no deseado en cuadro, trabajo sobre la profundidad de campo, mutismo de la banda sonora). Otro es la graciosa veta autoparódica aportada por una investigadora escéptica, que funciona como crítica implacable de tics del género (aunque la película los reproduzca, al punto de que el malo se ríe con la típica “carcajada de malo”). Finalmente se sincera y asume plenamente el ridículo, que permite reírse de la película junto con la película, con un monstruo que evoca al protagonista de The Thing with Two Heads, aquélla en la que el racista Ray Milland se veía obligado a convivir con un negro, cabeza a cabeza. Pero éste tal vez lo supere por su capacidad de caminar hacia atrás, como un cangrejo humano. Lo que resulta muy gracioso, aunque se supone que debería asustar.
Maligno es un proyecto bastante particular de James Wan donde el cineasta expresa su resistencia a ser encasillado dentro de un estilo determinado de cine. Algo que ya había demostrado previamente cuando decidió involucrarse en filmes como Rápido y furioso 7 o Aquaman, donde se alejaba del género de terror con el que suele estar vinculado. Su nueva obra se relaciona con el horror pero ofrece un espectáculo radicalmente diferente a lo que fueron las historias de El conjuro o Insidious, centradas en las posesiones demoníacas. Maligno no es otra cosa que una celebración cariñosa de la estupidez y el delirio que primó en las producciones clase B y Z de los años ´80. Wan le rinde tributo a esas películas marginales de culto, que generaban más risas que miedo, con la paradoja que la reivindicación en este caso tiene lugar dentro de una propuesta mainstream financiada por un estudio importante. Si el nombre del director y sus antecedentes en la taquilla no hubieran estado involucrados, jamás en la vida Warner Bros le hubiera dado luz verde a este guión que tira los conceptos de la lógica y la coherencia a la basura. El film comienza con un primer acto muy sólido que amaga con desarrollar una especie de neo-giallo, que evoca el cine de misterio y horror italiano de los ´70. Sin embargo, esa impresión enseguida se desvanece y resulta ser una ilusión de la narración de Wan para encubrir el verdadero espíritu de la trama. El corazón de Maligno se encuentra en el cine bizarro de Stuart Gordon (Castle Freak) y muy especialmente la comedia de horror de Frank Henenlotter, quien fue responsable de títulos cutre inolvidables, como Brain Dead y la trilogía Basket Case, por la que Wan parece tener una notable devoción. En un momento de este film donde tiene lugar la gran revelación del misterio, el director abraza la excentricidad y desquicio de Henenlotter para elaborar una oda a la ridiculez que ofrece algunas secuencias desopilantes. Me parece importante destacar esta cuestión ya que los espectadores que busquen el tipo de experiencia que ofreció El conjuro saldrán del cine notablemente decepcionados. Los últimos 40 minutos donde a Wan no le importa nada y explota toda la cursilería y ridiculez que primó en el horror de los ´80 es la gloria para quienes nos gusta ese tipo de clásicos que el establishment de la crítica vapuleó toda la vida. No obstante, también hay que mencionarlo, para otro segmento del público esto podría resultar una basura y probablemente se cuestione la sanidad mental del director. Más allá de algún exceso de CGI, el film tiene una ejecución impecable a la hora de construir situaciones de tensión y suspenso, muy especialmente en la primera mitad del conflicto donde se encuentran los pocos momentos serios del relato. La fotografía de Michael Burgess y la banda sonora de Joseph Bishara contribuyen a acentuar esas atmósferas macabras, donde sobresale también el diseño visual del villano. Otra gran acierto de Wan en Maligno reside en el casting de Annabelle Wallis para el rol principal. Una actriz amiga de la sobreactuación que protagonizó la primera entrega de Anabelle y en este film encuentra sus mejores momentos cuando explota sus expresiones exageradas. En este caso particular creo que la recomendación va con reservas. Quienes sean adeptos del cine bizarro clase Z probablemente la terminen por apreciar más que los espectadores que busquen una producción de James Wan cercana a sus obras previas.
Que de una película de terror se puedan decir muchas cosas, tanto a favor como en contra, es de por sí algo positivo. Eso es justamente lo bueno de Maligno, la nueva película de James Wan, el director malayo conocido por haber hecho algunos clásicos del terror contemporáneo como Saw, Dead Silence, Insidious y El conjuro. Pese a que en su filmografía hay varias incongruencias, irregularidades y decisiones innecesarias, Wan es alguien que sabe lo que hace. En Maligno logra mantener el interés del espectador hasta el final, gracias a su pulso narrativo y a la maestría que tiene para saltar de un género a otro, y para resolver situaciones descabelladas con ingenio y audacia. Es cierto, hay momentos que están de más y elementos que requieren buena predisposición para aceptarlos. Sin embargo, Maligno es una película que hay que ver por lo arriesgada, interesante, desafiante y compleja que es su propuesta, y porque es tan monstruosa como el villano principal. La película atraviesa, con yerros y aciertos, subgéneros y tradiciones cinematográficas que van del thriller de acción con balacera a lo Matrix al giallo con vuelta de tuerca eficaz, del gore con toques demoníacos al slasher con atmósfera lluviosa, de la casa con espíritu maligno al body horror con monstruo que promete saga, manejando una cantidad de elementos dispares sin que quiebren el suspenso y el misterio. Wan sabe cómo cautivarnos con su sabiduría de artesano curtido en los géneros, de realizador con personalidad, que maneja el susto como nadie. Aun sabiendo que detrás de esa puerta se esconde el cuco, Wan se cansa de hacerlo bien. La casa con espíritu maligno está presente en su cine, y la familia es el otro material con el que siempre trabaja. Es en el seno de la familia donde se producen las situaciones extraordinarias que tienen que atravesar los personajes. En este caso, la protagonista es Madison (Annabelle Wallis), una mujer de mediana edad embarazada que sufre una agresión muy violenta de parte de su novio. A partir de allí, Madison empezará a presenciar situaciones aterradoras, asesinatos ejecutados por alguien espeluznante. Desde el comienzo, la película nos da una pista del posible origen del mal que aqueja a la protagonista, cuando en un hospital dedicado a la investigación vemos a una doctora tratar un caso muy particular. Pero todo es secreto. El espectador se irá enterando de a poco de lo que sucede en realidad. Maligno quizás sea la película más “cronenberiana” de Wan, por el trabajo con el cuerpo y la mente, por la fusión patológica de ambos, por cómo una afecta irremediablemente al otro. Pero a su vez no llega a ser un Cronenberg rotundo, sino que lo aligera con recursos de otros géneros y directores, como el giallo con vuelta de tuerca retorcida de Argento o el slasher clase B más demencial y libre. En el terror hay al menos dos tipos de películas: las que apuestan por un cine de autor (solemnidad mediante) y las que apuestan por un cine de género (desfachatez mediante). Wan juega permanentemente a desdibujar los límites entre los géneros. Se entrega a los vaivenes de la historia y a sus altibajos con total desprejuicio. Wan tiene el mérito de ser un creador de clásicos del terror y un iniciador de posibles sagas y universos. Maligno es una locura grotesca e inolvidable que apuesta por el riesgo y el amor al género.
Una de las producciones más irresistibles del año El aclamado director James Wan regresa al género que lo consagró y el resultado es tan satisfactorio como confuso. Afortunadamente, está ausente la solemnidad de varias obras del nuevo terror y la abrumadora dependencia del jumpscare, presente en numerosas producciones del cine mainstream. Sin embargo, es inevitable percibir la tensión entre lo que le interesa a Wan y lo que le interesa a una major como Warner Bros.. De todas maneras, el primer acuerdo entre ambos no debió resistir mayor análisis: la diversión no se mancha. Que homenaje al giallo italiano, que al cine clase B y “la mar en coche”. Desde que se dieron a conocer las primeras noticias y avances de Maligno, todo parecía consistir en descifrar que influencia podía advertirse en la nueva producción de Wan (El juego del miedo, La noche del demonio, El conjuro, La noche del demonio 2, Rápidos y furiosos y, El conjuro 2, Aquaman), como si todo dependiese del homenaje que se le rinde a un tiempo pretérito y mejor. Claro, después de ese garrafal error llegan las decepciones: “¡Una falta de respeto al giallo!” ¡Cómo Wan va a decir que fue influenciado por De Palma y Cronenberg, es una falta de respeto! En definitiva, estas son las consecuencias de lo que hoy parece la inevitable necesidad de que todo tenga una relación. Y claro está que mayormente esas conexiones existen, pero no necesariamente deberían repercutir con tamaño impacto. Probablemente, desprenderse de esa costumbre haga que Maligno se disfrute mucho más. En estas instancias, lo mejor es -también- evitar cualquier persecución publicitaria, característica no solo en las producciones de Warner Bros., sino también en avances que atentan contra la imaginación del espectador. Vamos a lo fundamental. Terminada la película, no quedarán dudas de lo que el director tenía en mente a la hora de construir Maligno. Habrá quienes apoyen esa idea porque es lo que esperaban ver -aunque en mayor medida-, quienes la defenestren porque la ansiaban pero con otra ejecución (habrá varios) y quienes terminen desconcertados tras la segunda mitad del metraje (de estos habrá miles), obviamente, luego de una inevitable comparación con la primera mitad, donde todo resulta edulcorado en los términos que el cine mainstream del género requiere: poca sangre, ingenio contenido, luces titilantes y nada – ¡pero absolutamente nada! – que pueda alejar o mal predisponer al espectador. Y no olvidemos algo tan burdo como, en vez de hacer sonar “Zombie” de The Cranberries, para nada más ni nada menos que una película de zombies (El ejército de los muertos), acudir a una reversión instrumental de “Where Is My Mind” de The Pixies, cuando el eje argumental parece concentrarse en la locura. Todo muy directo, ¿no? Ahora bien, esa segunda mitad, amén de no arriesgar en demasía, definitivamente aspira a otro target. Y ser absolutamente consciente de que el delirio es tal y no otra cosa es un gran punto a favor para conectar con el espectador. Aunque, ¿qué hacemos con aquellos que se sentían a gusto con lo que se aproximaba a “lo convencional”? Puede que allí esté uno de los grandes problemas de Maligno. Hay un “de todo” que puede desorientar. Podría imaginársela como el resultado de un plan de trabajo basado en concesiones recíprocas: “Yo te doy esto, pero vos me das aquello”, y las constantes pujas que provoca ese esquema. Insistimos en que no parece necesario descubrir cuántos homenajes hay al giallo, al cine B o a directores como de Cronenberg o De Palma. Sí, quizás, algún plano invite a captar la referencia. Pero punto y a otra cosa. Lo que verdaderamente hay que contemplar de Maligno es su rareza, atípica no solo en su objetivo comercial sino también en los atribulados tiempos que hoy la tienen en la pantalla grande. Y claro, sus inestables tonalidades, cautivantes para unos o intolerables para otros. En definitiva, el regreso de James Wan es tan caótico como encantador. Pero permítanse disfrutar sin grandes exigencias. Aún a pesar de los radicales cambios de registro, Maligno, además de confirmar la versatilidad del director malayo, entretiene demencialmente. Y eso, es motivo de felicidad.
Reseña emitida al aire
Madison ve cosas. Podría decirse que sufre terribles pesadillas si no fuera por el hecho de que esas visiones espantosas acaso suceden en el implacable plano de la realidad. Y acaso están conectadas entre ellas. Es la atormentada, y embarazada, protagonista de esta notable película del malayo James Wan. Interpretada por la bonita Anabelle Wallis, el amor de Thomas Shelby en Peaky Blinders. El director de El Conjuro, El juego del miedo, Rápidos y furiosos 7 pone toda la carne en el asador acá. Más lejos del terror sobrenatural y más cerca del horror psicológico con buenas dosis de violencia, crudeza, body horror y delirio, en una trama que remite con orgullo al clase B. Con una heroína que entraña un misterio hasta para sí misma y por tanto fácil sospechosa de un ataque bestial que mata a su violenta pareja. Pero si el argumento se despliega con buenas dosis de suspenso y enajenación, tomándose su tiempo, Maligno viene a guardar sorpresas para su último tramo. Que por supuesto no hay que contar, pero en el que Wan pisa el acelerador a fondo.
Tibio regreso de James Wan. James Wan volvió a lo que supo hacer mejor los últimos años: el terror. Con una nueva entrega que se aleja del tono que construyó con la saga de El conjuro, esta vez con Maligno, su último opus nos introduce en la historia de Madison y su violento novio, ella varias veces embarazada y una nueva pelea donde termina muerto. La primera característica de este film es por un lado el tiempo que se toma el director en el desarrollo de cada escena y por otro las similitudes formales con el cine italiano (giallo). Otra diferencia con propuestas de terror de la factoría Wan tiene que ver con la ruptura de la linealidad temporal. Elemento que hace más entretenido al relato. Con la utilización de este recurso con la fragmentación temporal se establece un guiño y complicidad con el espectador en el que por momentos pareciera que el propio Wan se divierte y juega con nosotros espectadores. A pesar de esta idea, la decisión de un brusco cambio de registro no resulta nada positivo. Con Maligno parecía haber vuelto el cine de terror clásico, con sus atmósferas y climas pero finalmente irrumpe el cine de género. Nada innovador, algo entretenida. Lo que nadie puede negar es que El conjuro fue mucho mejor.
Erradicando el cáncer Maligno (Malignant, 2021), el regreso de James Wan a la dirección de películas de terror, resulta una sorpresa porque en una época en la que prácticamente todo el mundo -incluido él mismo- se dedica a franquicias y remakes, el australiano de ascendencia malaya vuelve a demostrar que por lo menos en lo que atañe a su faceta de realizador aún busca abrir el terreno en términos artísticos y probar formatos hasta este momento no trabajados por el señor. Dicho de otro modo, Wan puede entretenerse en su rol de productor con cuatro sagas muy redituables en simultáneo, hablamos de los superhéroes de DC en línea con Aquaman (2018) y las series de epopeyas del espanto desencadenadas por El Juego del Miedo (Saw, 2004), La Noche del Demonio (Insidious, 2010) y El Conjuro (The Conjuring, 2013), sin embargo Maligno no tiene nada que ver ni con el porno de torturas de El Juego del Miedo ni con el suspenso y los fantasmas escurridizos y persistentes de La Noche del Demonio, El Conjuro y Silencio de Muerte (Dead Silence, 2007) ni mucho menos con el esquema del film noir de vigilantes suburbanos símil Sentencia de Muerte (Death Sentence, 2007), planteo que implica que el cineasta en esencia se caga en sus fans bobalicones mainstream que lo relacionan con espectros elegantes y ahora apuesta a encontrar un nuevo público de muy distinta envergadura porque el opus que nos ocupa es por lejos su propuesta más trash y desatada, algo rarísimo viniendo de un tanque financiado por la Warner Bros., un estudio al que definitivamente le debe haber vendido el proyecto como un slasher sobrenatural clásico aunque el producto resultante en sí cae en todas aquellas gloriosas exageraciones de la Clase B de los 80 y 90 en materia de un asesino descabellado y monstruoso, un misterio delirante de fondo, una protagonista anodina, mucho gore extasiado, escenas pirotécnicas y diversos personajes secundarios bastante más interesantes o coloridos que los principales. El guión de Akela Cooper, a partir de una historia de Cooper, Wan e Ingrid Bisu, comienza con un prólogo en 1993 situado en el Hospital de Investigación Simion, donde la Doctora Florence Weaver (Jacqueline McKenzie), médica especializada en cirugía reconstructiva infantil, debe detener con un dardo tranquilizante la furia homicida de un tal Gabriel que se cargó a buena parte de los ayudantes de la matasanos, un sujeto deforme con una enorme fuerza, la destreza de controlar la electricidad y hasta la capacidad de transmitir sus ideas a través de la radio. El salto al presente nos lleva a conocer a Madison Mitchell (Annabelle Wallis), embarazada que arrastra una racha negativa de tres abortos espontáneos a lo largo de dos años y por ello tiene una relación conflictiva con su violento esposo, Derek Mitchell (Jake Abel), quien en un episodio de cólera empuja su cabeza contra una pared. Derek pronto termina asesinado por una fuerza misteriosa en un ataque hogareño que desencadena una serie de homicidios de médicos que trataron a Gabriel, como Weaver y sus colegas Victor Fields (Christian Clemenson) y John Gregory (Amir AboulEla), lo que provoca la investigación de dos detectives, Kekoa Shaw (George Young) y Regina Moss (Michole Briana White), quienes desde ya no le creen a Madison cuando afirma tener una conexión psíquica con el psicópata que la lleva a vivenciar en primer plano los homicidios, casi todos cometidos con una daga dorada que el muy atlético Gabriel construye a partir de uno de los trofeos de Weaver. Ayudada por su hermana, Sydney (Maddie Hasson), y su madre, Jeanne (Susanna Thompson), Madison descubre que bloqueó el recuerdo del chiflado durante su vida adulta pero hablaba muy seguido con él cuando niña porque es su hermano biológico, señor que tiene secuestrada en el altillo de la casa de Madison a la madre de ambos, Serena May (Jean Louisa Kelly), guía turística de la Seattle olvidada después del incendio de 1889. Como decíamos antes, en esta oportunidad Wan deja de lado toda sutileza retórica y hasta se podría decir que durante buena parte del metraje evita su marca registrada hasta el día de la fecha como autor, eso del acecho sigiloso in crescendo y los golpes de efecto a lo bus effect de cadencia arty y muy meticulosa, hoy por hoy reemplazada por algo de la puesta en escena pesadillesca promedio de Wes Craven, por una vuelta de tuerca final de impronta body horror cercana a David Cronenberg y especialmente por un ritmo narrativo desaforado y una andanada de desvaríos que recuerdan mucho a nivel conceptual al Sam Raimi de Ola de Crímenes (Crimewave, 1985), El Hombre sin Rostro (Darkman, 1990), Arrástrame al Infierno (Drag Me to Hell, 2009) y la trilogía de Diabólico (The Evil Dead, 1981), Noche Alucinante (Evil Dead II, 1987) y El Ejército de las Tinieblas (Army of Darkness, 1992). Wan sabe muy bien lo que hace y manipula al espectador desde un derrotero anímico que arranca en el terror gótico de edificaciones lúgubres, científicos dementes y monstruos del averno, pasa por los abusos domésticos, el procedimiento policial y la retahíla de asesinatos hiperbólicos por venganza y finalmente desemboca en el melodrama familiar tácito cuando descubrimos que Madison no sólo es adoptada sino que sufre al parasitario Gabriel y su idea de eliminar a todos a su alrededor para dominarla por completo, ya sea a los bebés en su vientre o su esposo o su hermana, esa Sydney que se salvó por poco de morir dentro de Jeanne por los episodios de control absoluto que padece la protagonista a instancias de su gemelo. Con un estupendo desempeño de Michael Burgess en fotografía, Kirk M. Morri en edición y Joseph Bishara en música, la película por momentos adquiere la forma de una montaña rusa estrambótica en la que no se sabe qué podría ocurrir a continuación aunque sin ser particularmente original, sólo por esta mezcla caótica de ingredientes heterogéneos. El film, errático y enfebrecido hasta el éxtasis, incluye muchos detalles interesantes como ese prólogo ultra trash, una secuencia de créditos iniciales a lo montaje tenebroso cool de David Fincher con seudo rock industrial, el extraordinario trabajo de Marina Mazepa (acrobacias) y Ray Chase (voz distorsionada por radio o teléfono) en lo que respecta a la interpretación de un Gabriel que se mueve en reversa, la idea minimalista de representar el trauma de los abortos de Madison y del surgimiento de su doble malvado con un constante sangrado craneal, la relación de amor platónico entre Sydney, una actriz de pocos recursos, simpática y mucho más humanizada en el relato que su hermana adoptiva, y Shaw, evidente álter ego asiático de Wan, la susodicha colección de asesinatos y secuestros a toda pompa, la noción de reducir la utilización de CGI a los pocos planos de la criatura y la reconversión del entorno inmediato de Madison al momento de los crímenes cual teletransportación surrealista compulsiva que la obliga a ser una testigo de las salvajadas símil aquella Betty (Cristina Marsillach) de Terror en la Ópera (Opera, 1987), de Dario Argento, las obvias alusiones complementarias a El Fantasma de la Ópera (Le Fantôme de l’Opéra, 1910), la archiconocida novela gótica de Gastón Leroux, la maravillosa escena de la persecución de Kekoa detrás de Gabriel luego del homicidio del Doctor Gregory en su bañera, aquella otra secuencia de la hipnoterapeuta y el “casi asesinato” de la Sydney no nata, el muy hilarante instante de la caída de Serena desde el techo sobre el living del hogar de Madison adelante de los esbirros de la ley, una prodigiosa carnicería en la estación de policía del último acto que nada tiene que envidiar a lo que sería una lectura a lo Matrix (The Matrix, 1999), de los hermanos/ hermanas Wachowski, de su homóloga de Terminator (The Terminator, 1984), de James Cameron, y finalmente ese remate en el hospital y frente a la cama de May -único momento sensiblero de la trama aunque bien manejado- con nuestro antihéroe iracundo en retroceso pero siempre avanzando, Gabriel, y su lucha definitiva con Madison por el envase corporal, quizás no tan “definitiva” porque en el caso de Wan nunca se sabe si esto termina aquí o desencadenará una nueva franquicia. Maligno, una película que en otros tiempos más variados y ricos sería un placer culpable y en la uniformidad paupérrima del presente funciona como un soplo de aire fresco, resulta muy pero muy entretenida porque el director comprende a la perfección que el cine de género se sostiene en un villano apesadumbrado, mortífero en serio y de carne y hueso, no un engendro animalizado o gigantesco, y en una buena dinámica entre la seriedad, representada en la caracúlica de Madison, y la afabilidad o hasta cierta pata payasesca, simbolizada en Sydney en lo que en ocasiones es un traspaso del devenir protagónico a pura ciclotimia narrativa. El ardid de Gabriel adquiriendo la forma de un cáncer antropomorfizado, pegado a la espalda y la cabeza de su gemela, es tan encantador y ridículo como el carácter de supuesta “oveja negra” social del personaje de Wallis, una belleza reluciente típica de un mainstream cultural que por regla general no suele regalarnos odiseas tan enajenadas como Maligno, asimismo una crítica astuta contra la lacra médica chupasangre, esa también tumoral que experimenta con los pacientes y les miente sistemáticamente, y una suerte de adaptación lejana del grotesco de los monstruos posmodernos de Hammer Productions y el motivo eterno del doppelgänger en su acepción hitchcockiana/ depalmiana/ shyamalaniana, ahora llevado a las aberraciones biológicas…
“Maligno” de James Wan. Crítica. De otra época. Que aire noventero que tiene esta película. Francisco Mendes Moas Hace 1 día 0 4 Los románticos suelen decir que uno siempre vuelve al primer verdadero amor, aplicable a muchos conceptos e incluso a James Wan. Tras su paso por el mundo superheroico, el icónico director de género vuelve al terror una vez más. “Maligno”, es el nombre de su última obra, la cual llega a los cines de todo el país el 9 de septiembre. Una retorcida historia donde se ponen en juego la concepción de los lazos familiares. Noche tras noche Madison presencia horrendos asesinatos por parte de una figura negra. Esto comienza luego de que su novio la golpeó fuertemente en la nuca. Pero poco a poco descubre que estos sueños vividos, son aterradoramente reales y ella queda enredada en medio de los crímenes. Al mismo tiempo que se desenmaraña su oscuro pasado, siguiendo las migajas, como Hansel y Gretel. Un combinado de géneros, terror, policial, thriller, además de otro tanto de referencias se fusionan todos en la masa madre que propuso Wan. Comenzando con una trama clásica que poco a poco se desinfla dentro de una investigación policial y llega a un puerto extraño donde no se termina de entender si debemos asustarnos o reírnos. Pero siempre teniendo la oportunidad de hacer ambas. Pudiendo así dividir la película en una mitad tediosa y repetitiva, donde se plantean los conflictos y se desarrollan los lazos familiares entre las protagonistas. En cambio, la otra mitad mucho más dinámica e inverosímil, que para esa altura es algo que ya deja de preocupar, deja de lado dichas preocupaciones para brindar un baño de sangre y fracturas expuestas que vuelven a captar la atención del espectador. Algunos destellos de giallo italiano se desprenden como los mejores momentos. En simultáneo podemos decir que tenemos aquí un slasher tradicional donde no faltan los asesinatos y agradecidamente sobra el gore. Sostenido todo con esta obsesión que tiene James con diferentes planos de la realidad corriendo en simultáneo, generados con un efecto interesante que pierde fuerza cada vez que lo volvemos a ver. El arma, ícono del asesino en los slashers, es innovador, pero poco práctico en caso de secuelas. Si bien el objetivo de estos productos es asustar y entretener o divertirse asustando, no tenemos aquí a uno de los mejores productos de James Wan. “Maligno” rememora aquellas épocas de videoclub, un viernes a la noche, donde alquilabas la comedia dominguera y la de terror para el sábado. Tras muchos viernes terminaremos alquilándola, pasando un buen rato, pero olvidando rápidamente.
El juego del miedo (Saw, 2004) y El conjuro (The Conjuring, 2013) convirtieron a James Wan en uno de los grandes realizadores de cine de terror contemporáneos. No fue su único vínculo con el terror, pero esas son dos películas que marcaron al género. Lamentablemente la multiplicación de secuelas, algunas buenas, algunas malas, hace que se pierda un poco el legado del realizador. Wan también pasó por la saga de Rápidos y furiosos, dirigiendo el film siete con notable oficio y fue el elegido para desaparecer como auto al quedar tras las cámaras dirigiendo las películas de Aquaman. Maligno (Malignant, 2021) es su nuevo propuesta dentro nuevamente del cine de terror. Madison (Annabelle Wallis) está embarazada y vive en Seattle junto a su pareja (Jake Abel), un hombre golpeador. Una noche, en medio de una violenta discusión él la ataca, golpeando su cabeza contra la pared. A partir de allí Madison comienza a tener visiones de crímenes horribles, particularmente sangrientos. Esas visiones son crímenes que ocurren en la realidad, por lo que Madison tiene una información que la convierte en una posible sospechosa. Nadie puede entender lo que realmente pasa, ni Madison misma. Tal vez algo en su pasado pueda explicar estos eventos. Los espectadores sabemos que es así por el prólogo de la película. James Wan tiene talento y eso se ve en la resolución de muchas escenas. Hay buenas ideas y momentos logrados, muy por encima del promedio. Pero a la vez, Wan hace algo que va en dirección contraria a sus mejores films, se lanza demasiados efectos visuales, es decir aquellos que se hacen con post producción, y no en rodaje. Los combina con los efectos especiales, claro, pero terminan ganando la batalla los primeros. El problema es que el abuso de este recurso vuelve inverosímil el esfuerzo por volver reales las escenas. La historia es un disparate de antología, pero cuando una película está lograda, los disparates los compramos sin dudar ni un segundo. Una buena dosis de sangre y asesinatos violentos renuevan el cariño de James Wan por el gore, pero una vez más, lo digital le gana a los físico y le quita impacto.
James Wan es uno de los directores referentes del cine de terror. Su nombre está asociado a películas como 'El conjuro' e 'Insidious', aunque también ha dirigido otros filmes alejados del género ('Aquaman', 'Rápidos y furiosos 7'). A sus cuarenta y cuatro años el director, productor y guionista malayo ha forjado una carrera muy interesante y con sello propio. En 'Maligno', su última película, presenta una historia que no sale airosa en su ejecución por el exceso de contenido, géneros y sorpresas. Que a Wan le atraen los efectos especiales y los sabe usar es algo obvio, lo ha demostrado en buena parte de su filmografía. También sabe manejar los géneros cinematográficos de acuerdo al tipo de película que encara. En 'Maligno' se junta todo, lo que él conoce, lo que le interesa y lo que puede hacer, aunque eso no significa que el resultado sea positivo. 'Maligno' cuenta la historia de Madison (Anabelle Wallis), una mujer que lucha por mantener su embarazo tras haber perdido dos anteriores por abortos espontáneos. Una noche, Madison es agredida por su pareja y a partir de ese momento comienza a tener visiones de diversos asesinatos repletos de sangre y violencia explícita, que resultan ser hechos reales que suceden al mismo tiempo que ella los ve. Los motivos por los cuales esto sucede y lo que Madison descubre y recuerda a medida que avanzan los 111 minutos de duración de la película son cuestiones que no deben ser reveladas, pues en 'Maligno' nada es lo que parece y cualquier spoiler puede ser letal. EN EQUIPO En los rubros técnicos Wan eligió trabajar son sus frecuentes colaboradores: el director de fotografía Don Burgess y el editor Kirk Morri ('Aquaman', 'El conjuro 2'), la diseñadora de producción Desma Murphy ('Rápidos y furiosos 7') , así como la diseñadora de vestuario Lisa Norcia ('Insidious: La última llave'). La música de Joseph Bishara es un elemento relevante en 'Maligno'. Punzante, incómoda, potente. No es variada, son unos acordes puntuales que resuenan de forma previsible en varias escenas. Llega a ser insoportable por momentos y es claro que es lo que Wan buscaba generar. Un sonido extradiegético muy bien utilizado en la película. Wan plantea una idea original, delirante en gran medida, pero sin dudas particular. Para contarla decide recurrir al giallo, subgénero cinematográfico a través del cual logra escenas memorables, pero que se ven desdibujadas a lo largo de la película cuando deja lugar a elementos del cine slasher, el thriller, el gore. Es demasiado para una sola historia. 'Maligno' se transforma así en un non-stop de sangre a litros, deformidades, muertes con un nivel de violencia extremo, que se presentan de forma abrumadora y sin respiro, como si la calidad de la película dependiera de cuán extremo y cuántos recursos pueden surgir en ella. Sin duda, habrá un público que disfrutará 'Maligno' porque todo el tiempo la película funciona a un ritmo vertiginoso. Wan escribe, produce y dirige este filme con una gran dosis de delirio. El ritmo pausado que el director construyó en las entregas que dirigió de la saga 'El conjuro' (1, 2) acá no aparece. Es evidente que decidió ir por todo y se alejó de cualquier estructura para dar rienda suelta a su creatividad. Wan dará que hablar y eso se agradece, más allá del resultado final.
JAMES «FRANKENSTEIN» WAN Y SU CRIATURA SIN VIDA A caballo de éxitos como El conjuro y Aquaman, James Wan pudo darse el lujo de hacer un film que, a pesar de contar con un presupuesto pequeño, es casi enciclopédico en sus ambiciones. El gran problema de Maligno es que termina siendo un objeto repleto de información, pero inanimado, un cuerpo cinematográfico que nunca llega a cobrar vida propia, al que su creador procura darle aire y movimiento en base a golpes de efecto que no llegan a tener el impacto y los resultados esperados. La criatura -por decirlo de algún modo- que piensa Wan (junto a la guionista Akela Cooper) es una donde el relato se centra en Madison (Annabelle Wallis), una mujer que, a partir de una particular serie de circunstancias, comienza a tener visiones de asesinatos espeluznantes. Progresivamente, se va dando cuenta que lo que le pasa no son sueños o alucinaciones, sino eventos reales y que incluso tienen conexiones con su pasado. Esa premisa, que tiene un potencial más que interesante, le sirve al realizador como trampolín para desplegar todo un conjunto de referencias genéricas, estéticas, narrativas y hasta sociales. En Maligno hay guiños, homenajes y citas al giallo italiano, el slasher, el body-horror, los thrillers de asesino seriales y la comedia negra, entre otras vertientes, además de comentarios en relación con el pasado histórico de esa compleja urbe que es Seattle. Como el Doctor Frankenstein, Wan toma partes desde múltiples orígenes para armar una entidad con oxígeno propio. El problema es que ese cuerpo llamado Maligno nunca llega a respirar por sí mismo, es más un rejunte de ideas astutas que un todo consistente, un ejercicio paródico y canchero, pero en el fondo, vacío. Y que, además, se pretende disruptivo a partir de su estructura de caja de sorpresas, aunque en el fondo no deja de ser extremadamente predecible. Es que, en verdad, se le notan demasiado los hilos, su diseño para apuntar a un espectador que gusta de los subrayados cuando puede tomar distancia del relato y observarlo con tranquila seguridad. De hecho, por más que aparente ser el film más arriesgado y libre de Wan, a partir de cómo confía en un público que posiblemente no vio buena parte de la tradición cinematográfica sobre la que se planta, es en verdad el más complaciente. Por ahí no está hecho para interpelar a las audiencias masivas, pero sí al núcleo fanático del género y a la crítica especializada. Sí hay que reconocer que Wan filma muy bien, que demuestra que con el paso del tiempo ha depurado y afinado un estilo que le permite exhibir un gran dominio de la puesta en escena. Eso se ve particularmente en una secuencia de matanza y escape notable, donde todo se entiende a partir de una cámara que sigue con precisión todos los movimientos de los personajes. Pero, quizás no tan casualmente, es también el pasaje más libre y auténtico de la película, aún a pesar del giro pretendidamente astuto que conlleva -y que es más predecible de lo que busca ser-, porque el estilo se pone al servicio de la narración y no al revés. Antes y después, hay un relato que acumula lugares comunes para procurar reconfigurarlos, pero esa operación es más clínica que cinematográfica. Si bien Wan ya había hilvanado reformulaciones de otras expresiones del terror (por caso, El conjuro supo actualizar parámetros del subgénero de posesiones de los setenta), acá se deja llevar por los artificios y la mecanización. Por eso Maligno, a pesar de unos pocos momentos realmente divertidos y disparatados, es una entidad que no respira por sí misma.
And you really don’t remember was it something that he said? Are the voices in your head calling, Gloria? EN LA SANGRE Cinco años después de dirigir la segunda película de la franquicia El conjuro, James Wan volvió al terror. Lo hizo después de haber alcanzado la cúspide del cine de franquicias de alto presupuesto: primero Rápido y furioso, después con Aquaman. Se nota: en el medio de una propuesta cinematográfica cada vez más conservadora, cada vez más acotada, James Wan usa las herramientas consolidadas a lo largo de estos años para entregar una película casi disruptiva. Acá, Wan apuesta a la mezcla de géneros, a la hipérbole y al desenfado total en una película que amenaza con volverse narrativamente caótica, hasta que decide hacer explotar todo por los aires. Luego de transitar el último acto (en el que los elementos que parecen desordenados se organizan de golpe) la sensación es de euforia, la que deja el cine disfrutado sin reparos. Puro festejo. La protagonista de Malignant es Madison (Annabelle Wallis), que intenta mantener a flote la relación un marido violento del cual espera un hijo. Una noche, Derek empuja a Madison y le provoca una herida en la cabeza. Ella se encierra para protegerse, sin saber que por la casa merodea un extraño personaje que cambiará su vida para siempre. Esa noche, acontece una tragedia terrible a partir de la cual Madison empezará a presenciar violentos asesinatos, hasta que su camino se cruza inevitablemente con el del policía Kekoa Shaw (George Young), que investiga los crímenes. Cuando se anunció, se habló de Malignant como un homenaje de James Wan al giallo. El resultado final es bastante más ecléctico, de influencias diversas y bastante personal. Hay elementos del subgénero, tanto narrativos (la investigación policial como columna vertebral del relato) como estéticos (los guantes negros del asesino). Se podría decir que Wan está intentando, con un manejo de la cámara espectacular y música electrónica al frente en la mezcla de sonido, recuperar algo de esa sensibilidad e integrarlo al mainstream de Hollywood. Creo que la influencia del giallo en Malignant tiene que ver más con una actitud que con una estética: la propuesta es construir un mundo de cine en el cual se entrelazan los géneros y las sensibilidades, que reniega de lo sutil (esas escenas expositivas al borde de la carcajada y a la vez, tan honestas y directas) y se atreve al descalabro (con un plot twist que me recordó, en desfachatez, al de la primera Don’t Breathe). Con Malignant, Wan consolida un estilo que incorpora elementos de su paso por otros géneros (la acción, la aventura) y se aleja del de sus inicios con su colega Leigh Whannell (guionista de Saw e Insidious). Con El hombre invisible, Whannell pareciera haber elegido un cine de género de corte realista, que se preocupa por incorporar preocupaciones del presente y cobijarlas dentro de los códigos del thriller y el terror. En una dirección estética totalmente opuesta, James Wan (junto con las guionistas Akela Cooper e Ingrid Bisu) consigue lo mismo. Tanto El hombre invisible como Malignant son peliculas protagonizadas por mujeres que tienen que llegar a un acuerdo con la violencia que anida en su interior: esa que intentan esconder, pero el mundo en el que viven obliga a despertar.
La tranquilidad después de la paliza James Wan es como uno de esos maestros guerreros de las películas chinas que disimulan sus habilidades bajo un velo de modestia exagerada. Hace tiempo que al cine de terror le llegó, como a todo lo demás, la hora de aggiornarse, de hablar de cuestiones urgentes, de la clase social o el racismo o del encuentro con “el otro”. Maligno desmantela esa severidad bienpensante por la vía de la reducción: la película no trata de parecer inteligente, sofisticada o autoconsciente, al contrario, quiere ser menos, menos de lo que el presente espera del cine de terror y del arte en general, menos que las ínfulas de complejidad que las películas de terror actuales tratan de hacer pasar por refinamiento. Ser menos significa renunciar a cualquier tipo de sofisticación innecesaria y contar una historia con los rudimentos elementales que el género provee desde hace más o menos un siglo: un monstruo, peligro, casas desvencijadas, rincones oscuros, muertes y coqueteos con el encanto del mal. El guerrero Wan se ata una mano a la espalda y nos provoca, nos dice que lo ataquemos, que una mano sola le alcanza. Y uno está ahí, ligando las piñas que el maestro propina: un asesino sobrenatural que tiene alguna especie de conexión con la protagonista, que a su vez tiene un pasado misterioso, que a su vez tiene un presente un poco misterioso también. Trompada. Aparece el fantasma y se divierte con la primera víctima. El espectro en cuestión o lo que sea prende una licuadora, abre la heladera, enciende la tele: el momento es terrorífico pero Wan no quiere presumir: el monstruo se comporta como si se hubiera preparado algo de comer y se hubiera tirado en el sillón a ver algo de Netflix. De acuerdo, nos reponemos, entendemos, aceptamos los cachetazos del sifu Wan. Pero cuando nos habituamos al ritmo de la pelea, el director cambia las reglas: de la nada aparece una pareja de investigadores que tienen menos que ver con los protagonistas de la saga de El conjuro que con Twin Peaks. El tipo, de rasgos levemente orientales, se presenta: hola, soy el detective Kekoa Shaw. Una sonrisa discreta, una dureza sobreactuada y el nombre pegadizo: no hay más nada en el personaje, solo la pose, el juego con los lugares comunes que nos dejó la historia de los detectives, y está bien; Shaw se integra perfectamente con la trama, que alterna lo sobrenatural con la pesquisa policial y los chistes secos y el cinismo y el café que Shaw y su partner escenifican con un rigor deadpan. Wan para un segundo y nos deja descansar, que nos recuperemos un poco de los golpes y tomemos aire mientras la película se mueve segura por un territorio conocido y un poco reiterativo: llueven asesinatos y descubrimientos en una historia que sigue igual a sí misma. Pero justo en ese momento sentimos en la nuca el vuelo rasante de una patada voladora: es Wan, no lo vimos moverse y ahora el tipo nos arroja al piso con una revelación inesperada, de una truculencia tan bella como generosa. Desde el suelo vemos la película transformarse impunemente, igual que las reas en la celda que demasiado tarde se dan cuenta de que están encerradas con un engendro que se les abalanza y las quiebra, las retuerce, las perfora, las destruye. Sigue el show (sin Shaw), el monstruo ejecuta un carnaval de coreografías deformes en el hall de una comisaría y los policías caen como moscas bajo su cuchilla con la gracia propia de un wuxia pian. Al final no somos los únicos que cobramos y los manotazos y las llaves y las patadas también las reciben otros. Este rejunte de terror, acción y baile, este pastiche, nos dice Wan mientras da un doble salto mortal, es otra forma (insiste) de ser menos, de escaparle a la solemnidad de las películitas que hacen del terror un coto de caza de ideas correctas, un lugar chiquito, prolijo, un safe space diseñado a la medida de los miedos y las exigencias de los ofendidos. Una criatura desquiciada revolea un cuchillo improvisado ensartando policías y nos recuerda que alguna vez todo esto fue oportunidad de goce, de disfrute sin dobleces. Vemos la carnicería desde el piso y le agradecemos al maestro Wan la lección.
Mito urbano o no, la ciudad de Seattle es consideraba uno de los destinos más lluviosas de todo Estados Unidos. Cuna del grunge y urbe que viera nacer a bandas epítomes como Nirvana o Pearl Jam, recibe un promedio de milímetros caídos de agua por jornada bastante considerable. Ubicada entre cordones montañosos, su clima le ha proferido el mote de ‘ciudad de la lluvia eterna’. Aquí se emplaza la última ficción de James Wan, cineasta malayo nacionalizado australiano y otrora maestro del terror. Todo tiempo pasado fue… Podríamos pensar que la abundante caída de agua presente en el argumento de “Maligno” obedece al enésimo cliché genérico, más allá de emplazarse en coordenadas geográficas que obedezcan a este tipo de fenómenos naturales. Digamos que toda precipitación noctunra sirve como elemento atmosférico a una buena historia de terror. No es este el caso. Mero disfraz para tiempos vacuos. El aguacero acumulado no nos salva del naufragio intelectual. James Wan, desdibujada ya su silueta de culto, parece haber sido víctima de una auténtica inundación de ideas. Sumergida su capacidad de conmoción, “Maligno” adquiere forma de broma de mal gusto. Hace ya algunos años que el creador de las franquicias “El Conjuro” e “Insidous” delegó la silla de director de ambos proyectos, conservando su labor como productor y guionista. El resultado fue paupérrimo, y sendas sagas se ocuparon de mancillar el legado establecido por dos de los abordajes al cine de terror más originales de la última década. Dejando la inventiva de lado, solo se ocuparon sus inescrupulosos estudios de financiación en acumular secuelas intrascendentes. Poco queda intacto de la ambición y de la provocación de la que hiciera gala el creador de notables productos como “El Juego del Miedo” (2004), “Dead Silence” (2007) o “Dead Sentence” (2007). Estropeando su carrera merced a aventuras mediocres como “Furious 7” (1015) o “Acquaman” (2018), parecen los mejores días creativos de Wan haber quedado definitivamente en el olvido. Llevando a la enésima potencia el valor irrisorio de una trama carente de todo verosímil y atino, “Maligno” resulta obscena en su pretensión de conformarse como un ejemplar digno de generar una considerable dosis de miedo. Agotado todo recurso posible que pretenda perturbar al más incauto espectador, sus casi dos horas de metraje se resienten mediante un rejunte de efectos archiconocidos, diálogos que rebosan absurdo y un poco idóneo manejo del más sarcástico humor. Los primeros quince minutos de la historia dilapidan las posibilidades visuales de una propuesta estéticamente pobre. Conocemos de memoria las sombras amenazantes ocultas en la lúgubre mansión. También sabemos que el mal se cierne sobre los protagonistas, cada vez que las frecuencias radiales interferidas y las luces parpadean presagiando lo peor. Lo que seguirá a continuación de semejante introducción, bajo las merecidas disculpas de todo spoiler argumental, es la payasesca invención de un hermano gemelo parasitario capaz de engendrar todo el resentimiento y la maldad posibles. El relato alimenta la monstruosidad de esta criatura deudora de “Alien”, no obstante, el film acaba por fagocitarse a sí mismo. Disfrazado de pesadillesco Quasimodo deforme y escurridizo, cual grotesca criatura operando en las sombras, ajusticiará a sus victimarios, a fin de convertirse en un indetenible ente demoníaco que desafía las leyes espacio temporales y actúa mediante poderes mentales. Ni Wan cree semejante despropósito guionado a seis manos, tan pobremente actuado. El micro universo argumental que contiene la flamante propuesta de un preferido de la platea juvenil, atiborrado de endeble complejidad psicológica y en búsquedas de reiterados guiños a clásicos del subgénero de terror gótico, persigue denodadamente la auto validación, solo para colisionar, una y otra vez, con sus propias limitaciones creativas. Mediocre intención de emular a Brian de Palma y asombroso sacrilegio de auténticas obras maestras firmadas por Dario Argento, “Maligno” no logra escapar al tedio, a la reiteración y la convención. Es un ejercicio del cine sobre el mentado doble oscuro literario convertido en paródica caricatura impotente de causar terror. Es miseria intelectual y pobreza de instrumentación. Estamos ante una confusa historia de fantasmas, lo suficientemente tibia como para ser slasher y demasiado conservadora como para abordar la vertiente sobre posesiones demoníacas que tan prolífica comunión teje con la tradición genérica. Infierno en vida para los malogrados intérpretes sumergidos en esta farsa, “Maligno” peca de falta de originalidad y no teme inmolarse en una salvaje y ridícula performance. Su desproporcionado desenlace se preocupa por violar todos los códigos genéricos posibles: asistimos a un enfrentamiento cuerpo a cuerpo sacado de un videogame de baja resolución. Luego, la secuencia dialogada que acompaña tal pasaje tiñe al film de un edulcorado y melodramático aire de culebrón. Es la redención de vínculos sanguíneos más ridículamente guionada que este humilde escritor haya podido contemplar en una sala a oscuras. Una estafa moral que se ríe de todos nosotros. Cuando todo parece encaminarse de modo deficiente, Wan sabe hundirse aún más en el fango de la superficialidad. ¿Dónde quedó el arrojo de aquel cineasta capaz de asustarnos gracias a un sentido proverbial del ritmo cinematográfico? “Maligno” es un desperdicio demencial que derrama somnolencia y agudiza una falta de inspiración preocupante. Están por demás advertidos: puro desecho cinematográfico y bizarra ofensa al buen paladar de todo incauto cinéfilo. Vivimos tiempos de cine chatarra.
James Wan vuelve a su amado género de terror con MALIGNO. Madison está paralizada por visiones de asesinatos espeluznantes, y su tormento empeora cuando descubre que estos sueños de vigilia son, de hecho, realidades aterradoras. El cine de terror por muchos años ha sido considerado un género menor. En estos últimos años el aporte de directores como Ari Aster (HEREDITARY, MIDSOMMAR), Robert Eggers (THE WITCH, THE LIGHTHOUSE), Jordan Peele (GET OUT, US) e incluso Luca Guadagnino incursionando con su remake de Darío Argento (SUSPIRIA) han otorgado al género un salto de calidad que brinda un tono mucho más profundo, cinematográfico y simbólico. El cine de terror hoy puede ser buen cine. Es por eso que, debo advertir, mi opinión también se encuentra empapada de este promisorio presente. La cinta toma las bases del género giallo o, mejor dicho, juega a partir de este. Lo que comienza siendo un clásico film de terror termina virando más a la acción y el policial. Este podría ser su mejor acierto dado que no termina de asentarse en ningún género otorgándole cierto dinamismo a la experiencia. Por otra parte, aquellos fanáticos de Wan también podrán deleitarse con sus clásicas secuencias de acción y algunos toques donde puede verse su impronta. Pero, a mi parecer, la principal falla está en la de aferrarse a viejos elementos que el género ya no necesita. En especial un muy mal trabajo alrededor de los personajes. Todos simples, bidimensionales, con muy malos diálogos, motivos forzados, entre una larga lista que voy a evitar detallar. Casi como si el propio director no hubiese puesto interés en aquellas escenas en dónde no hay acción. Se hace difícil querer acompañar a estos personajes a lo largo de la cinta. Lo mismo sucede con la trama que, sin importar cuan fantasiosa pueda ser la propuesta, podría funcionar con un adecuado desarrollo. Un plano secuencia cenital, la intervención de unas canciones con sintetizadores potentes son algunos aciertos estéticos. Grandes directores han hablado de cómo a veces la carencia de recursos suele ser motor de creatividad. Quizás estar más atento a construir atmósfera y no descansar tanto en la espectacularidad podrían haber favorecido en más de una oportunidad (que también cabe mencionar, hay bastante CGI dudoso). Pero claro, entonces no sería una película de James Wan y aquí entramos en materia de gustos. En definitiva, MALIGNO viene a reencontrar a este director con el género que lo catapultó utilizando aquellos condimentos que más le gusta usar apostando fuerte a una secuela y, por qué no, posible franquicia. Casi como si la ansiedad misma hiciera pasar por alto el producto mismo pensando en lo que vendrá. Por Matías Asenjo
Nadie sabía muy bien qué esperar de lo nuevo del exitoso James Wan, quien después de consolidarse como director y productor de cine de terror con películas y sagas como El juego del miedo, El conjuro e Insidious hasta se puso tras la dirección de una de superhéroes de DC, Aquaman. Maligno parece ser una película que el director se ganó hacer, en la cual se lo percibe trabajar con mucha libertad. Es difícil contar de qué se trata la película sin adelantar sorpresas, que las tiene en grandes. Tras un intrigante y extraño prólogo en un gótico hospital veinte años atrás, en la actualidad Madison carga un embarazo visible y avanzado y llega a su casa tras trabajar largas horas; su pareja mira la televisión, la regaña un poco y tras una discusión la escena termina con un fuerte golpe en la cabeza contra la pared. Durante esa larga noche, alguien o algo que no alcanzamos a ver irrumpe en la casa y mata al hombre. Allí entra en juego la policía, con una pareja de oficiales que nos hacen pensar un poco en El juego del miedo. Las referencias al cine de James Wan se percibirán durante casi todo el relato. Establecidas algunas cuestiones: un embarazo que es un intento más en una fila larga fila de fallidos y la situación de violencia de género -que lamentablemente no se explora nunca del todo-, la trama policial parece tomar protagonismo junto a las visiones que la protagonista empieza a tener de asesinatos. Pero Maligno no es un thriller policial, tampoco es esa especie de giallo que creímos intuir a través de las imágenes promocionales, no es un slasher ni tampoco sobre demonios o fantasmas. Es una película que mezcla climas y subgéneros para narrar una historia extraña y poco verosímil en la que uno se introduce recién después de entender y aceptar el juego. James Wan es un director ya experimentado y aun cuando presenta escenas más estrafalarias lo hace siempre de una manera muy prolija. Quizás por eso es fácil comerse el amague de que estamos ante una película de terror más psicológica que hay que tomarse en serio, más allá de las actuaciones exageradas y las líneas de diálogo entre tontas y obvias. En el medio el desarrollo de personajes es a medias (apenas nos acordamos después de qué trabaja la protagonista, por ejemplo) y hacia el tercio final ya poco importa. Lo que sí es evidente es que el director se mueve con toda la libertad que puede permitirse y hasta da la sensación de que a medida que se sucede la película se va divirtiendo más y más y eso es contagioso. Una escena en una celda exageradamente grande es quizás la frutilla más apetitosa del postre. Maligno es despareja y descoloca en varias oportunidades. Es una película que con un guion más trabajado y un mejor manejo del tono -sin tanto cambio brusco- y sin tanta prolijidad y pulcritud de imagen y con menos cantidad de efectos especiales hubiese sido más fácil de entrar en ella. Sin embargo es al mismo tiempo una apuesta arriesgada, diferente y muy entretenida, llena de ideas -quizás demasiadas- y con buenas dosis de gore. Podrá gustar más o menos pero no pasa desapercibida. Para amantes del género, imperdible.
Warner Bros. le da carta blanca a James Wan para un desquicio de género único La nueva película del director de The Conjuring es un delicioso throwback a una era del cine de horror que ya había quedado para exhibición de museo. ¿De que va? Madison está paralizada por causa de visiones impactantes de asesinatos espeluznantes. Su tormento empeora cuando descubre que estos sueños de vigilia son, de hecho, realidades aterradoras. A estas alturas, varios estudios le deben al director malayo James Wan varios favores. Bajo el estandarte de Lionsgate se catapultó con la lucrativa franquicia Saw; para Sony trabajó con Insidious dirigiendo sus dos primeras entregas. Ya para Warner Bros. se asentó con las brillantes dos primeras partes de The Conjuring y ya para cuando el estudio lo eligió para dirigir la película en solitario de Aquaman, la estrecha relación entre el director y el estudio estaba bastante aceitada. Es por eso que Malignant es tanto un capricho de Wan como una concesión del estudio, un pequeño favor en retribución por los servicios otorgados y la ingente suma millonaria que les hizo ganar con sus jugadas ganadoras. Sino no se explica el haberle dado permiso para una obra de terror que dejará a mas de uno pasmado, a otros enfurecidos y, a quien logre entrar en código desde el primer momento, le parecerá un delicioso throwback a una era del cine de horror que ya había quedado para exhibición de museo. Muchos podrán decir que captaron el tono de Malignant con la particular escena inicial y sus créditos, pero la confirmación de que estamos ante un espectáculo fuera de serie viene mas tarde. Endemientras, tenemos a la indefensa Madison (Annabelle Wallis, abonada al multiverso Wan desde el spin-off Annabelle) quien embarazada sufre un violento ataque de su novio alcohólico. Es el detonante para una seguidilla de violentas muertes que ella podrá ver como espectadora, pero no podrá hacer nada por una parálisis que le impide siquiera alertar a las víctimas. La consiguiente investigación policial ofrecerá mas pistas, pero ninguna certeza absoluta de quién está detrás de estos horripilantes crímenes. Las comentadas influencias sobre el giallo italiano en la nueva película de Wan son notorias, pero no son las únicas. Revelarlas seria contraproducente para la sorpresa (tanto buena o mala) del giro en la trama, pero también el saberlo hubiese sido necesario para intentar codificar la visión que uno tenga sobre la misma. Siendo honestos: Malignant se va al carajo en su tercer acto, un movimiento audaz estilo salto de fe que no gustará a todos, pero el que pueda entrar en el juego que propone Wan, saldrá mas que satisfecho. La inmersión en el juego de cine de horror clase B es absoluta, juega en el terreno de esas películas de terror de las cuales nos reíamos en nuestra infancia y/ó adolescencia. James le hace un gran homenaje a ese estilo de cine, y lo eleva con un presupuesto que le permite jugar en las grandes ligas pero sin olvidarse del cine bizarro del cual esta elevando sus alabanzas. Claro está que el elenco no desentona con el nivel de descalabro y se prestan al juego demencial hasta el mismísimo final. La carta de amor de Wan hacia el cine mas berreta de los años ´80s es su película mas polarizante hasta el momento. Ya me he encontrado con gente que la odia y no terminó de verla, y con gente que la adora desde el comienzo. Por mi parte, si bien agradezco el entender la fina línea por la cual se balancea, me hubiese gustado que el código este presente desde el comienzo, o al menos mas visible, para no sentirme un tanto engañado por el aspecto promocional de la misma película. Hasta ahora casi todos los proyectos del malayo me encantaron, pero con Malignant habrá que ver si el paso del tiempo termina de posicionarla como un clásico de culto o un experimento cuasi fallido de parte del Midas del género.
Cine de terror de factura maltrecha La más reciente película del director de El Conjuro es un absurdo al que disfraza de thriller, donde sobresalen pocos hallazgos formales. De acuerdo con las noticias previas a su estreno, Maligno venía a agregar cierta dosis de “giallo” al cine de terror; es decir, un matiz consecuente con la vena espeluznante del cine italiano de género policial y pesadillesco, cultivado por maestros como Mario Bava y Dario Argento durante las décadas de 1960 y 1970. De manera colindante con el terror, el giallo ofrece un escenario por demás cautivante. Pero tras ver Maligno no es demasiado el aire de aquel cine, más allá de ciertos acentos impostados. Maligno es la nueva producción del malayo/australiano James Wan, cultor del cine de género, famoso por instaurar franquicias como El juego del miedo y El Conjuro, capaz de bodrios como Aquaman y Rápidos y Furiosos 7, y responsable de esa pequeña joya que es La noche del demonio (Insidious) (y de una segunda parte que poco importa, todo hay que decirlo). De alguna manera, Wan integra un escenario pretendidamente confuso, donde el sello autoral de la industria estaría en gente como él, Guy Ritchie o James Gunn. Cosa rara. Igualmente, vale reconocer su a veces gran desempeño y la creación de algunas secuencias estremecedoras, como la del juego de manos en El Conjuro o el despliegue de niebla de estudio por el que se pasean los miedos de La noche del demonio. Con su nueva producción, la pretendida alusión al giallo termina por ser engañosa, porque Maligno está más y mejor orientada a cierto cine de terror barato, tan disfrutable y muchas veces también italiano. De acuerdo con el argumento, Maligno ofrece un juego de cajas chinas, en donde la historia principal –la relación tortuosa de una pareja, donde ella no puede quedar embarazada y él la golpea– esconde otra, profunda. A partir de la muerte de su marido, Madison (Annabelle Wallis) quedará liberada de su carga pero también de su embarazo. Un alivio en cierta medida no carente de castigo. Ahora bien, ¿por qué esto es así? Más vale averiguarlo en la película. Lo que sí puede señalarse es la incógnita que une a esta historia con el prólogo del film, situado 30 años atrás y en un hospital de investigaciones médicas. Allí hay algo o alguien que escapa, capaz de reventar instalaciones eléctricas y de asesinar de modo feroz. La decisión de la doctora es terminante: hay que terminar con este cáncer. De alguna manera, la historia de Madison (cuyo “mad” incluye pretendidamente el desequilibrio) comenzará a confluir con aquella, aparentemente ajena y distante. En este sentido, a partir del desdoblamiento entre pasado y presente, el film propone una puesta en escena que no deja de ser interesante. Así, la ciudad sabrá revelar otra, subterránea y recuperada como atractivo de pocos turistas, mientras la historia personal de Madison recubre inconsciente un pasado almacenado en viejas cintas de vhs. De manera también dual, quien la ayuda en este recorrido de (auto)descubrimiento es su hermana (Maddie Hasson); y como efecto réplica, una pareja policial (George Young y Michole Briana White) lleva adelante la investigación sobre una serie de homicidios macabros que involucra a Madison, debido al asesinato de su marido. Si de guiños giallo se trata, Maligno tiene a su asesino de mano enguantada y cuchillo, cuya voz distorsionada se escucha a través de parlantes o teléfonos, así como en aquellas películas, donde la voz distorsionada expresaba el desquicio o una identidad sexual huidiza. La música se siente cercana a las producciones de aquella época, y presiona una tecla justa en la que tal vez sea la mejor secuencia del film, allí cuando una de las víctimas cae –literalmente– sobre el living de la casa de Madison, a ojos vista de la policía, y el primer plano sobre ella derive en un crescendo musical que vuelve difuso el límite entre verdad y locura. Pero el film de Wan lleva estos ingredientes hacia algo todavía más grotesco y situado mejor en el cine de terror. Puntualmente, en lo que refiere a cierto cine de rasgos bizarros, que por ello mismo puede ser tan disfrutable. En este sentido, existe una relación con títulos de temáticas afines como Braindead de Peter Jackson, el Brian De Palma de Sisters, y fundamentalmente Frank Henenlotter con la trilogía Basket Case, pero sin asumir el grotesco que en estos casos brilla. (Justamente, si de efecto giallo se trata, en De Palma hay maestría. Y autoría). De manera inversa, Maligno se pone seria allí cuando el disparate se revela, y apela a secuencias de acción digital que mezclan lo ridículo del asunto con la gracia incongruente de un film de superhéroes. Esta suerte de solemnidad revela que no se trata de una película de bajo presupuesto, sino de un producto que toma los ingredientes de aquel cine para regurgitarlo como mejor le place; por ejemplo y qué duda, para generar una franquicia. En el camino, algunos hallazgos se sostienen y hacen creer que Wan es un buen director, pero en el conjunto lo que sobresale es otra cosa: una película absurda, algo de por sí nada objetable, lo que sucede es que allí cuando revela su secreto, se toma a sí misma en serio y reproduce todas las consignas del cine de terror mainstream, adocenado y aburrido.
Tras su paso por el universo cinematográfico de DC, el taquillero cineasta y productor James Wan vuelve a su zona de confort con Maligno, un ridículo film de terror que adosa sin gracia una variedad de estilos y subgéneros pero que no ofrece nada sustancial. Crítica a continuación. En las últimas dos décadas, el nombre de James Wan se ha convertido en éxito asegurado para las productoras y distribuidoras que han hecho de cada una de sus creaciones una franquicia nueva que funciona como imán entre el público +13. Maligno malignoEl director de Saw (2004), Insidious (2010), The Conjuring (2014) y actualmente ligado al DCU tras comandar Aquaman (2018), se hizo popular por evocar los filmes hollywoodenses de posesiones a través de una ambientación elegante, buen manejo de tensión y un uso poco común de los clásicos clichés del género. En esta oportunidad, el cineasta originario de Malasia retorna a la silla del director con Maligno (Malignant), una de sus películas menos inspiradas hasta la fecha. Co-escrito por Wan y Akela Cooper (Hell Fest) bajo una historia de la actriz Ingrid Bisu (The Nun; The Conjuring: The Devil Made Me Do It), el film se alza como una ensalada de arquetipos y tropos dentro de los diversos subgéneros como el slasher, el body horror, el giallo y los relatos de casas embrujadas. El producto de esta suerte de licuadora cinematográfica se siente como un curso acelerado del cine de terror de los ‘80 y ‘90 que no profundiza en absolutamente ninguna de sus vertientes y prioriza la imitación en pos de la historia. En la mente del asesino La película comienza con un prólogo bastante confuso ambientado en un hospital gótico, en donde uno de los personajes desliza a modo de gancho para la audiencia la frase “es hora de eliminar el cáncer”. Luego de esa introducción, Maligno presenta a Madison (Annabelle Wallis), una mujer embarazada que vive en Seattle junto a un esposo violento y alcohólico (Jake Abel) que la hace responsable por los abortos espontáneos que ha tenido anteriormente. En medio de una discusión, el hombre golpea fuertemente a Madison contra la pared, haciendo que su cabeza sangre. Minutos más tarde, la protagonista despierta de una terrible pesadilla y encuentra el cuerpo sin vida de su marido. El asesino parece seguir en la casa y antes de que Madison pueda hacer algo, una silueta oscura y esbelta de aspecto sobrenatural la golpea y la deja inconsciente. Luego de despertar en el hospital y que su hermana (Maddie Hasson), una actriz sin mucho éxito, le revele que ha perdido el embarazo, Madison insiste con regresar sola a su hogar. El extraño comportamiento de las luces y puertas que infieren cierta actividad paranormal parecen a simple vista suficientes para que la protagonista huya despavorida del lugar, sin embargo, Madison decide quedarse. Mientras un dúo de detectives (George Young y Michole Briana White) investiga el sospechoso homicidio del esposo, la joven continúa siendo atormentada por sueños cada vez más vívidos en donde resulta testigo involuntaria de nuevos asesinatos cometidos por aquella figura de negro, cabello largo y rostro desfigurado que la atacó en un principio. Maligno maligno Con un tono que alude más a la comedia de terror bizarra que al drama oscuro e tenso de Insidious, los primeros dos actos de Maligno se manifiestan como una seguidilla de escenas chapuceras, en donde no hay un solo protagonista que actúe de manera creíble o coherente. Uno de los aspectos de la filmografía de James Wan que más acostumbra a endiosar cierta crítica especializada es la construcción de la atmósfera, sin embargo, aquí esto se echa por tierra ante la necesidad inmediata de producir golpes de efecto que, a decir verdad, tampoco resultan tan eficientes. Entre excesos de alivio cómico pueriles, escasez de desarrollo de personajes, reiteraciones y sobreexplicaciones, la película se sostiene a duras penas gracias a los habituales juegos de cámara de Wan y una puesta en escena correcta. El descabellado giro narrativo del último acto consolida la ridiculez del guion, algo que lejos de aniquilarla por completo, podría darle el sello de terror de culto, de film autoconsciente de su propia naturaleza que se burla de las convenciones aún siendo producida por una compañía como Warner. Cabe señalar también que, a nivel dirección, el tercio final se encuentra entre lo mejor de un relato del que difícilmente se podía esperar algo atractivo. James Wan remonta lo irremontable en Maligno con una estrafalaria dosis de acción bien ejecutada y un gore salvaje que probablemente hará las delicias de los amantes del género. Por supuesto, tampoco ha de faltar el clásico desenlace cursi con diálogos forzados que el cineasta suele incluir en cada una de sus historias. CONCLUSIÓN Maligno es una película hecha a base de escenas repetitivas y expositivas hasta el cansancio. Resulta deficiente en cuanto a la construcción atmosférica, quizá lo más destacado del estilo de James Wan. Un homenaje a las películas de bajo presupuesto y a los diversos subgéneros como el body horror y el slasher realizado de una forma artificiosa e incompetente. Cobra fuerza en su llamativo tercer acto, sin embargo, no logra compensar sus carencias previas.
Luego de su última cinta de terror en 2016, ‘El conjuro 2’, James Wan abandonó la silla de director por un largo rato. Sin embargo, jamás estuvo desaparecido. Durante cuatro años continuó monitoreando a los hermanos Warren, produjo la última entrega de ‘La noche del demonio’ y dos cintas que se sumaron al universo de Jigsaw. Todas esas experiencias se condensan en ‘Maligno’, un film donde conviven tanto el Wan primerizo y adicto al horror gráfico, como aquel actual experto que adecua el terror psicológico a las nuevas audiencias. La trama gira alrededor de Madison Lake, una mujer cuyo embarazo y matrimonio penden de un hilo. A esto se le suman pesadillas protagonizadas por algo que se debate entre lo onírico y lo real. ¿Qué es lo que se puede esperar de ‘Maligno’? Lo mejor y más. James Wan sorprende ocupándose de contentar a las audiencias que lo acompañaron en su recorrido cinematográfico. El gore más visceral encuentra su protagonismo, retomando la creatividad que el director empleaba en las trampas de Jigsaw allá por el 2004. Los estragos causados por Valak y Anabelle para atormentar a los Warren son similares a los desastres que genera lo maligno en esta nueva cinta. Sin embargo, hay algo que James Wan destierra de su modus operandi: sus tan aclamados jumpscares. Así que, si lo que se busca es un susto fácil, es mejor quedarse con sus anteriores cintas. Además, Wan quiere atraer a quienes más lo detestan. Aquellos amantes del terror característico de las décadas 80 y 90, fieles a un modo de asustar que poco tiene que ver con generar respingos, sino con perturbar. Así es como ‘Maligno’ se entremezcla con el giallo, el género popularizado por Argento que inspiró a los mejores antagonistas del suspenso. Esta temática suele involucrar a un asesino difícil de desenmascarar, que se cobra a sus víctimas en cantidad y sin asco. Más allá de respetar esas bases, James Wan toma otros aspectos que son secundarios en regla general y los ubica como principales. Uno sumamente interesante es la creación de un espectador activo que debe estar siempre atento, pues es quien tiene las pistas para resolver el enigma, inclusive más que los personajes principales. De este popurrí plagado con elementos positivos, es engendrada la que probablemente sea la mejor creación de James Wan hasta la fecha. Su meta de complacer a la audiencia dista de ser inalcanzable, porque él mismo se declara un fanático del género terror, un espectador más. Como tal, escucha los reclamos para que el cine traiga de vuelta el horror de épocas anteriores, y lo vuelve realidad en ‘Maligno’. Muy respetuosamente, toma un pedacito de los films más icónicos, y los reintegra en su novedosa definición de cine. Hay solo un elemento que hace al film flaquear, y es que el final es demasiado impredecible. En otras circunstancias tal hecho sería la cereza del postre, pero en una cinta con fuertes cimientos en el suspenso eso no funciona. Si hay un misterio, y aún más si hay giallo, al público se le hace difícil llegar al corazón de la trama, pero nunca imposible. Entonces ‘Maligno’ deja entrever un carácter egoísta, dejando un reguero de pistas falsas y desconcertantes, guardando el conocimiento de la verdad para que nadie lo conozca de antemano. De todas formas, reclamar eso a la cinta es un capricho si consideramos que para muchos será lo mejor del film. Lo ideal es celebrar que James Wan comienza a encaminar el horror en la senda correcta, donde vuelve a recordar sus raíces y retoma aquellos elementos que lo hicieron tan especial y viable años atrás.
Viendo Maligno (2021) del director James Wan. He notado lo siguiente: ¿Recuerdan el plano en la primera de Halloween en donde Laurie en la escuela mira por la ventana y ve a Michael Mayers a lo lejos y él también la está mirando, quieto e inmóvil como si fuese un fantasma que ella sola pudiese verlo? Bueno, en este film existe un plano similar. Y no por nada, ya que el fantasma llamado Gabriel, entrara al lugar de sus víctimas por las ventanas. Siendo Madison (la protagonista), la única capaz de verlo. Un film más que interesante como suele entregarnos este director en cada estreno suyo, respondiendo a la tradición del genero combinando con gore, trhiller y slasher resultando a veces un poco fantasioso y generalmente verosímil. The Ring, Halloween, las películas de James Wan: Wan reversiona la historia e incluso al monstruo de “The Ring” para contarnos una historia sobre una mujer que desea tener un hijo legítimo de sangre luego de haber sufrido un par de abortos. Y como suele ocurrir en las películas de este director, cuando un personaje intenta hacer o crear un bien, no hace más que forzar a salir al mal a la luz como ocurre en el Conjuro. O de crearlo en el caso de John Kramer casualmente luego de perder un hijo. Una vida que se pierde es un mal que nace. Mal que se comunica a través de aparatos como celulares, radios o pantallas haciéndonos acordar a “The ring” por los objetos, pero sin caer equivocadamente en el creer que es una copia. Tengamos en cuenta que el muñeco emblemático de Saw se comunicaba a través de la televisión entre otros ejemplos en el cine de este director. Cobrando vida a través de la imaginación (por eso está en su cabeza) de Madison generando unos asesinatos y un misterio sobre la identidad e historia de la protagonista. Ingresando luego en la película, unos detectives que suma al film el policial y la acción, por ejemplo: en la alabada escena de la persecución o los asesinatos en masa en la cárcel o central policial. Escenas en donde Wan utiliza sus habituales recursos técnicos con los movimientos giratorios de cámara sobre un eje, sonidos simples como torceduras de huesos, pero con una amplitud más alta de lo normal convirtiéndola en algo sobrenatural y distinta. O los juegos de luces que hacen de este tipo de escenas el momento en donde todo lo técnico que acompaña la situación, cobre vida propia. Pero de forma independiente al fenómeno. Si en “Saw” los juegos y las muertes eran el atractivo visual y asombroso. O en el Conjuro los rincones y lugares secretos de la casa. Aquí será la conversión de Madison en Gabriel o lo psicológico en el traslado a otro plano. Wan sabe que las escenas en donde el terror y el miedo aparece tanto en nosotros como en sus personajes. Deben ser las escenas en donde el asombro en el espectador debe venir de la rareza del comportamiento técnico de la escena en cuestión. Sea visual, sonoro o a través de los efectos especiales. Y esto funciona ahora y funciono siempre. En Halloween, Psicosis, Suspiria, etc. Pero la matanza hubiese sido más satisfactoria si se limitara solo con los involucrados en el aborto de Gabriel, algo que venía mostrando el film en su primera hora. Hasta que este se une con Madison y ocurre lo que vemos luego. En donde uno ve a un demonio desatado con hambre de asesinar a lo que le cruza por delante rompiendo un poco con las ideas que veníamos formando. Ideas que dialogan con la realidad de las mujeres y el dilema de que si la existencia es válida cuando nacemos o no. Dejando Wan su postura evidente sobre el tema, pero no solo en el mostrar de que las ideas o la imaginación pueden ser tan reales como un ser que no nació físicamente (o por lo menos separado de alguien). También en que la interrupción o la decepción que lleva a la depresión a Madison por perder bebes, algo que está visto como una obra de Dios, de bien o el dar a luz. Como consecuencia se transforme en otra cosa, y como sabemos, lo otro es el mal. Gabriel, alguien que no vio la luz y se quedó en la oscuridad al morir dentro para transformándose en algo maligno por su remordimiento de no nacer. Inteligentemente durante la mayor parte del film, Madison estará encerrada. De hecho, al inicio luego del conflicto con su pareja, se encierra en la habitación. Pensando en el final de “Saw” o de “El Conjuro”, o de este propio film. Madison junto a una hermana que no es y una madre que tampoco es, encerradas. Pero estando unidas aprendiendo a vivir con el mal que aparentemente fue superado por Madison, pero que seguro aparecerá de nuevo pensando nuevamente en relación al Conjuro y los Warren. Una pareja que no pudieron tener un ser de luz y que en consecuencia trabajan para combatir a la oscuridad que justamente se quiere apoderar de los niños (Conjuro 1 y 2). De hecho, viven con ella al tener su museo. Como las mujeres al final de Maligno. CONCLUSION: Sin embargo, Maligno por momentos en confusa en su narración debido a la sumatoria de géneros en su narración. Es decir, da la sensación que podemos estar viendo muchas películas posibles obligándonos esto a un segundo visionado, y a su vez, sintiendo que la obra cree necesitar tener todos estos géneros para ser un gran film produciéndonos alguna mueca por la inverosimilitud en algunas escenas. Por ejemplo: la persecución del policía a Gabriel (rara la reacción del policía al seguir al monstruo y no correr) o los traslados de dimensión siendo parte del asombro buscado, pero ya llevado a niveles en donde lo psicológico pareciera querer impresionarnos. A uno le puede gustar, a otros no. O la cantidad exacerbada de sangre derramada que parecen baldes de pintura bordo entendiendo que responde a la sangre que Madison nunca pudo conseguir. Pero esta disparidad entre lo verosímil y lo fantasioso sin ser una justificación a los excesos, es una buena prueba de intentar estar con la tradición autoral e histórica, pero a su vez alejándose y eligiendo caminos que no son comunes de ver en este tipo de películas. Digamos que es y no es.
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James Wan regresa al terror de la mejor forma posible, con giros en la trama que pueden tanto sorprender como decepcionar.
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Esta película original (no secuela, ni precuela, ni saga, ni «spin-off») del director de «El conjuro» cuenta la impactante y violenta historia de un misterioso ente asesino en busca de venganza. En salas de cine. Quizás el shot de adrenalina creativa que el género de terror, en su faceta comercial, venía necesitando hace un buen rato, MALIGNO marca un regreso «al origen» de parte del realizador James Wan, que venía desperdiciando hace rato tiempo y talento en películas intrascendentes (como AQUAMAN y la enésima secuela de RAPIDO Y FURIOSO) que solo tenían cierta gracia a partir de esos brotes de maníaca energía y/o delirio que el realizador de INSIDIOUS/LA NOCHE DEL DEMONIO y EL CONJURO les otorgaba. Aquí, el cineasta australiano nacido en Malasia baja los millones de producción pero sube el nivel de delirio para la que termina siendo una de esas rarezas de horror original que no se apoyan en personajes célebres o son remakes o parte de alguna saga interminable. Acaso la más claramente influenciada por el cine de terror asiático (muchos films del llamado J-Horror japonés operan en territorios cercanos), MALIGNO es una mezcla de film de horror psicológico con una slasher movie de la vieja escuela. Tras un inicio que muestra unos extraños experimentos en un centro de estudios médico a principios de los años ’90 que terminan muy pero muy mal, la película recala en la actualidad, en una casa que invita a ser tomada por monstruos y fantasmas. Acá, el único monstruo parece ser el marido de Madison (Annabelle Wallis), un tipo violento y desagradable que la acusa por haber perdido algunos embarazos y termina golpeándola hasta hacerle perder uno más. Al hacerlo, una horrenda criatura que no alcanzamos por un largo rato a ver bien parece tomar posesión del lugar, vengarse brutalmente del hombre y liquidarlo mientras Madison se encierra en su cuarto tratando de no ser atacada por él. La policía interviene, con buena voluntad pero extrema torpeza, pero no consigue descifrar lo que sucedió. Con el correr de los días esa criatura empieza a matar a diversas personas a través de la ciudad de Seattle. Y una de ellas es la doctora que vimos en el inicio del film. Madison, de una manera casi psíquica, parece poder trasladarse al mismo lugar que la criatura y verlo liquidar a estas personas, pero nada puede hacer para detenerlo. Tampoco la policía ni la hermana de Madison, que la ayuda pero no entiende bien qué pasa, logran hacer algo. Digamos que para llegar al fondo de todo esto hay que ir a la infancia de Madison y descubrir qué hay detrás de esa tortuosa etapa en la vida de esta hoy perturbada mujer. MALIGNO funciona muy bien narrativamente porque sostiene una creciente tensión y misterio que, si bien existen dentro de la lógica del fantástico, también funcionan bastante bien en un territorio, digamos, más o menos humano. Descubrir quién o qué es la criatura que está matando gente por doquier en Seattle no requiere invocar a espíritus ni algún tipo de brujería o encantamiento sino meterse en las zonas más oscuras y literalmente reprimidas del ser humano. Más de una vez la criatura se comunica (la manera en la que lo hace es muy particular) con sus potenciales o futuras víctimas como si fuera la manifestación física de una enfermedad. Y de a poco iremos viendo que algo de eso hay, pero de todas maneras la revelación sigue siendo una gran sorpresa. Más allá del interés en descifrar los misterios de la trama, lo que funciona bien en MALIGNO es el terror que esta horrenda criatura genera y la sensación de que es imposible detenerla. En ese sentido, la película tiene una cierta cercanía al slasher y a sus padrinos italianos (la torpe investigación policial lleva a pensar en el giallo) salpicado siempre de la más visualmente desagradable monstruosidad mutante del terror asiático. Y Wan –con un elenco de actores poco conocidos y, salvo la protagonista, no particularmente talentosos– encuentra recursos para generar tensión en donde uno menos lo espera, utilizando ingenio donde no sobra presupuesto. Uno de esos recursos es la música compuesta por Joseph Bishara, cuyo leit motiv suena como un cover de «Where is My Mind?», de Pixies, hecho por un émulo de Trent Reznor. Para el final, Wan usará la experiencia quizás obtenida en sus más recientes films de acción –o sus propias referencias del cine asiático más desbocado– para transformar a su film en una suerte de «vale todo» cinematográfico, con la criatura en cuestión convertida en una especie de villano desmesurado de esos que liquidan enemigos por decenas. Pero más allá que esas secuencias queden por completo descolgadas del resto de la película –más íntima en formato–, funcionan muy bien por sí mismas y hacen recordar también a cierta libertad y descarada brutalidad del cine de horror de los años ’70 y principios de los ’80. Es evidente, al concluir el film, que apenas se sepa si es o no exitoso en el mercado se lanzarán secuelas y precuelas y spin-offs. En unos años estaremos seguramente agotados de los subproductos de MALIGNO como pasó con EL JUEGO DEL MIEDO y está empezando a suceder con los otros universos empujados por Wan, como los derivados de INSIDIOUS y EL CONJURO. Pero la original se seguirá recordando como una excelente y perturbadora idea ejecutada con sabiduría, ingenio y un toque de malicia, una muestra que todavía quedan caminos por recorrer en un género en el que no todo tiene que venir predigerido.
La mayor fortaleza de Maligno es al mismo tiempo su máxima debilidad. Un Slasher devenido en un absurdo terrorífico en un parpadeo. El camp toma control y lo más sorprendente es el valor del estudio para dar luz verde a una historia tan poco convencional.
¿Qué tan buena idea puede ser darle libertad absoluta a James Wan para que haga la película que desee?. Una muy buena quizás, o una muy mala tal vez. De seguro se trata de una idea ambiciosa al menos. Hacía 5 años que el director de 'El Conjuro' no se ponía al frente de una película de terror y hay que admitir que el género lo extrañaba. Puede gustar más o menos, pero no hay dudas que el malayo ha sabido cimentar muy bien sagas como Saw e Insidious, al mismo tiempo que ha logrado la mejor versión del universo Warren. En 'Maligno' probablemente veamos algo que hace mucho no se ve. Algo que ni siquiera ofrece pistas en su trailer. Una verdadera obra de autor, con intenciones personales y códigos explícitos. Un mundo de terror con muchas aristas y con ninguna a la vez. El desafío estará en si aceptamos o no, compartir lo que Wan quiere ofrecernos. • Con un inicio completamente convencional, 'Maligno' nos conduce hacia la vida de Madison, una joven embarazada que sufre violencia física y psicológica por parte de su marido Derek. Pero este tormento durará poco ya que de repente, Derek será asesinado y su vida cambiará. Visiones espeluznantes, un slasher al acecho y una investigación policial ridícula darán rienda suelta al mejor-peor de los espectáculos. Si hay que buscar un esqueleto para ordenar la película sería interesante remontarnos al giallo italiano de la década del '70. El misterio, el asesino psicópata de guantes negros, la mujer que escapa, la entidad que invade, los límites de la ciencia. Todos elementos característicos que nos hacen viajar a las obras de Mario Bava y Darío Argento. • Como toda película carente de limitaciones, James Wan corre constantemente el riesgo de hacer 'una de más'. A veces tanto guiño o referencia, o mismo tanta cosa 'mal hecha' adrede redunda en artificio barato. Un juguete siempre al borde de romperse. Pero a Wan no le importa demasiado eso. Los límites son imaginarios y corren por cuenta del espectador. Disfrutar o no 'Maligno' dependerá de nuestra íntima perspectiva.
James Wan pudo darse el lujo de hacer un giallo ridículo y absurdo. Hasta le mete humor a lo Larry Cohen. El acto final es impensado para el mainstream de estos tiempos. Aunque haya ingresado a las grandes ligas el malayo no perdió ciertas mañas.