Las metáforas bajan turbias. Marea Baja es un thriller minimalista que discurre entre atmosferas oníricas y alucinatorias en medio de una huida y un trío amoroso. Un hombre misterioso y taciturno de unos cincuenta años llega a un anegado hospedaje en la región selvática del delta del Paraná para esconderse de unos cómplices que lo acechan. Alejados de todo contacto civilizado comienza una relación con las mujeres que viven en el hospedaje en un clima que parece deambular perdidamente en lo agreste alrededor de la tragedia. La intención del segundo largometraje de Paulo Pécora es comenzar una historia en el punto exacto en el que termina su ópera prima, El Sueño del Perro (2009), introduciendo escenas que pongan en tensión la belleza de la selva con su esencia violenta y amenazante. La convivencia con la selva es una antesala a la muerte, una suerte de espera de algo inevitable que baja con el río junto con las cabezas de animales muertos. Con una fotografía excelente a cargo de Emiliano Cativa, Marea Baja elude los diálogos y pone toda la película al servicio de la espesa vegetación como metáfora de lo salvaje y violento dentro del hombre, y como una especie de refugio inconsciente. La imagen busca la vida y su ferocidad en su versión más cruda, eligiendo -por ejemplo- mostrar un ciempiés solitario que sube una corteza o una horda de hormigas realizando sus trabajos con una estructura social en medio del tupido follaje. Mientras la muerte se aproxima, el trío amoroso se refugia en la sensualidad brusca que emula a la selva en su concupiscencia agresiva. Con un sonido ambiente de una naturaleza que aflige, Marea Baja es una punzada sobre la sensibilidad de un cuerpo domesticado que vuelve a la tierra para morir sin paz. La obra demanda actuaciones gestuales que fallan en su cometido cuando los diálogos son introducidos innecesariamente para explicitar un guión que prácticamente carece de acciones y se construye en base a la ausencia de las mismas. Los personajes van buscando pistas, revolviendo bolsos, enterrando, desenterrando y escondiendo objetos y dinero, protegiendo aquello por lo que luchan, viven y están dispuestos a morir. El río parece la clave de la vida y de la muerte, alterando el orden de la naturaleza al igual que la acción del hombre. Las cartas del tarot ya están echadas y sólo queda esperar a que el río reclame lo que le pertenece.
Marea baja, segundo largometraje de Paulo Pécora (El sueño del perro), es -en palabras de su director- un policial negro ambientado en la espesa vegetación del Delta del Paraná. Marea baja Un hombre (Germán de Silva) le alquila una habitación a dos mujeres (Susana Varela y Mónica Lairana) a orillas del Delta. Es un ladrón y huye de sus cómplices, que lo buscan para cobrar una deuda. Su plan es escaparse a Uruguay, pero se queda unos días en el Delta, donde tiene escondido el botín de un robo anterior. Con el correr de los días, el extraño entabla una relación con estas dos mujeres y flota en el aire la tensión generada por este triángulo amoroso. Pero esa tensa calma no durará mucho tiempo, él sabe que lo están buscando. A los tiros En cuanto a lo técnico, no hay nada que achacarle a Marea baja. Tiene un gran trabajo de sonido, que nos sumerge rápidamente en la espesura de la vegetación del Delta. La fotografía es muy prolija y la paleta de colores usada está lavada y levemente virada al magenta, como si estuviera avejentada, y le sienta muy bien al clima de la película. Germán de Silva, Susana Varela y Mónica Lairana entregan interpretaciones muy ajustadas, sobre todo en la primera mitad de la película. También es necesario resaltar la poca cantidad de diálogos que hay a lo largo de la película y lo bien que se sostiene esa decisión. La construcción del suspenso está bien lograda y el paisaje del Delta tiene gran protagonismo a la hora de mantener este clima, con su vegetación, los sonidos extraños, la oscuridad, y la tensión se sostiene durante todo el film. Lamento que semejante premisa me haya dejado con gusto a poco, que termine siendo una película casi sin sorpresas ni giros inesperados. Marea baja va de mayor a menor, y no es algo deseable para un thriller o policial. Con semejante misterio generado al comienzo, uno como espectador espera una resolución contundente, fuerte, y este no es el caso, el final no está a la altura del resto del film. Parece improvisado y un poco caricaturesco, los actores no se lucen, deja una sensación rara. Conclusión Marea baja parte de una interesante premisa, sin embargo, el resultado puede desilusionar y dejar con gusto a poco. Va de mayor a menor, con un final que no logra ponerse a la altura del resto de la película. Visualmente es impecable, el paisaje del Delta del Paraná está aprovechado al máximo y ocupa un lugar prácticamente protagónico. Imagen y sonido están al servicio del suspenso, que nos mantiene agarrados a las butacas durante sus 73 minutos.
El hombre que esperaba la muerte Las credenciales de extraño, paranoico y parco rápidamente se dibujan en el contorno de Pascual (Germán Da Silva) al llegar a la casona en el Delta en busca de refugio pero con un pie al borde de la huida. Precisamente en los bordes; en las orillas de la supervivencia y la muerte transita este segundo largometraje del crítico y realizador Paulo Pécora (ver entrevista en Cinefreaks) que coquetea con elementos genéricos del western, el suspense y el policial negro para indagar sobre los estados oscuros de la condición humana bajo la metafórica lucha entre la naturaleza del hombre y la otra naturaleza representada en la hostilidad de un escenario selvático como el propuesto por la geografía del Delta argentino. Personajes sin pasado (el protagonista y dos mujeres) que pululan entre atmósferas oníricas, naturalistas o pesadillescas según el punto de vista que prevalece –el del propio Pascual en su ocaso- complementan una trama de tono minimalista donde aparentemente la muerte ronda a cada paso (incluso está presente en las cartas de tarot) y no hay vía de escape a pesar de la amplitud de espacio o la chance de atravesar un río hacia otro lugar al resguardo de los otros. Esos otros, amenazantes, que primero se construyen desde la ausencia y el fuera de campo cobran sentido y se hacen realidad desde el clímax y anticlímax propuesto por Pécora, fiel al planteo de su historia que evade la redención desde el minuto uno y se deja atravesar por la tragedia y la oscuridad moral en sus diferentes facetas que estallan en violencia inusitada. Si para El sueño del perro existía cierta esperanza en la veta espiritual y de la propia trascendencia, en Marea baja no es posible redimirse del pasado, que siempre acecha como aquel monstruo interior que todo lo domina y que emerge cuando la espesura parece aclarar porque no todo lo que brilla reluce, tampoco la condición humana.
El río arrastra cabezas El realizador Paulo Pécora construye con Marea baja (2013) un relato de aristas pesadillezcas en el delta del Paraná. Muy buen trabajo de Germán de Silva, Susana Varela y Mónica Lairana. Un extraño llega a un ambiente selvático. Su deambular connota una marginalidad delictiva; un pasado que, como la peor de las pesadillas, se niega a desaparecer. Allí, en medio de una naturaleza que parece no haber sido tocada, encuentra a dos mujeres entre las que se ha tejido una cotidiana rivalidad. En el medio de su estadía de “descanso”, quienes lo persiguen arriban sin ninguna buena intención. Marea baja es una historia de seres erráticos, pero su centro de irradiación está puesto en la naturaleza, en la transmutación de la fallida existencia humana en el ambiente; y viceversa. Tal vez por eso, el omnipresente sonido de los insectos devenga tan funcional y de esta manera nunca aparezca como una “molestia”. Más bien lo contrario: en sus compactos 73 minutos, hay secuencias que se asoman a la redundancia, momentos en los que el drama de los personajes queda opacado por el hastío ambiental. Los encuentros personales están teñidos de desconfianza, pero al mismo tiempo de la urgencia propia de los hombres desencantados. El acto sexual entre el hombre y la primera mujer que encuentra allí no resultará nada sorpresivo; un desahogo en medio de la poco amable existencia. Curiosamente, Paulo Pécora elide ese momento de su metraje. En cambio, se detiene en los insectos y en el río, que parece detenido para siempre. Pero que cuando tiene marea baja, como dice uno de los personajes, revela las cabezas que andan por allí perdidas. La película tiene una buena tarea de composición actoral, lo cual se agradece, dada la concisión gestual que se magnifica ante tanta preponderancia del universo selvático y el detalle con el que es expuesto. Porque Marea baja prescinde de las palabras en la mayor parte de la historia; bastan algunas miradas y actos mínimos que al mismo tiempo son tan reveladores. Al fin de cuentas, el malestar se hace gráfico con sólo mirar alrededor y pensar en sobrevivir. Una suerte de relato de Horacio Quiroga registrado con la lente de David Lynch.
Un maldito ladrón Tras El sueño del perro, Pécora regresa a la zona más agreste del Delta del Paraná para una película bastante más sórdida que aquella ópera prima conocida en 2009. Entre el film-noir, el drama romántico y con elementos del western, Marea baja narra la historia de un ladrón (el siempre convincente Germán de Silva) que llega con una herida y unos dineros a cuestas a un parador de la zona regenteado por dos mujeres (Susana Varela y Mónica Lairana). El parco y duro antihéroe, en su marcha hacia el Uruguay, decide quedarse un tiempo en el lugar porque en verdad busca desenterrar el botín de un golpe anterior. La tensión (erótica) crece entre el recién llegado y las dueñas (hay buenos momentos de voyeurismo en la construcción de ese triángulo amoroso); así como la sensación de que en cualquier instante los socios/cómplices del protagonista pueden llegar a reclamar su parte (Pécora expone las recurrentes pesadillas que lo atribulan). Casi sin parlamentos y evitando por completo el uso de la música, el director se basa en la potencia de las imágenes de esa naturaleza salvaje (hay, en ese sentido, una impecable utilización del sonido, aunque por momentos se recurre a algunos efectos innecesarios) y en la expresividad de sus intérpretes (tres centrales y dos secundarios) para generar climas opresivos, densos y ominosos dentro de una narración bastante cáustica y minimalista que sirve para describir la lucha de ese hombre, marginal y torturado, por apartarse de la maldición de su sino trágico.
Es notorio ya desde el arranque de Marea baja: ese hombre que llega a un desolado paraje del Delta del Tigre esconde un secreto. No habla demasiado, apenas lo necesario para que una mujer del lugar le rente un espacio donde refugiarse, y recorre el lugar, un entorno selvático rodeado del agua marrón del Paraná, buscando algo que no sabremos qué es exactamente hasta la aparición de dos exóticos matones que lo pondrán en serios aprietos. Seis años después del estreno de su primer largometraje, El sueño del perro, Paulo Pécora, periodista especializado en cine y director de numerosos cortos muy elogiados, regresa al mismo ámbito de aquel debut para armar con paciencia e imaginación un inquietante thriller de bajo presupuesto sostenido por la solidez inapelable de su protagonista (Germán de Silva, el mismo de la celebrada Las acacias, de Pablo Giorgelli), muy bien acompañado por Susana Varela, actriz de larga trayectoria en el teatro porteño. Pécora logra construir un clima amenazante y ominoso con una modesta gama de recursos, a contramano del despliegue fastuoso que el cine industrial pone en marcha cuando busca el puro impacto, pero no descuida ningún aspecto técnico de la película. En ese sentido, es notable el trabajo de cámara, realizado en forma colectiva por varios de los integrantes del equipo de filmación, una saludable apuesta por el trabajo cooperativo que no conspira en absoluto con la estudiada propuesta visual del film. En su corta estadía en el lugar, el protagonista se enredará en un par de encuentros amorosos con su seca anfitriona y su pareja, una mujer más joven, antes de que lleguen sus violentos secuaces a reclamar la parte de un botín mal habido que simboliza ajustadamante un destino negro para todos.
Deudas en el Delta del Paraná Después de Sudeste, La León, El sueño del perro, La orilla que se abisma y El rostro (actualmente en cartel), el cine argentino vuelve a internarse en la zona del delta del Paraná, cuyos densos juncales y escondidos arroyuelos parecen siempre propicios a ocultar misterios, mundos al margen, una salvaje vecindad de la civilización. Todo ello vuelve a darse cita, de modo literal incluso, en Marea baja, opus 2 en el largometraje de Paulo Pécora, uno de los nombres más activos del cortometrajismo local, que ya se había aventurado en la zona en su ópera prima, la mencionada El sueño del perro. A diferencia de aquélla, tan elusiva como su título, en Marea baja Pécora aborda el género, sin perder las marcas del cine de autor. El resultado es dispar. Marea baja es tan seca y callada como su protagonista, un tal Pascual (Germán de Silva, a criterio del que escribe el mejor actor argentino en actividad). El hombre se abre paso entre los juncos para llegar a una casa, donde rentará un cuarto. Gestos breves y grandes elipsis definen el modo narrativo de Pécora, construyendo un relato sobre la base de escasas puntuaciones narrativas. Pascual, cuyo nombre demora casi una hora en oírse (la película dura una hora doce), encuentra un machete y lo guarda, a hurtadillas. En el bolso carga un revólver y varios atados de billetes, que se ocupa de esconder detrás de unas tablas. De día cava, en busca de algo que se supone será un botín. Sueños pesados lo hacen despertarse jadeando en la noche, echando mano del revólver, la mirada alerta. Teme, es evidente, la llegada de alguien que venga a cobrarse alguna deuda. Mientras se mantiene en esa insinuación de tan elíptica casi abstracta, Marea baja (título discutible, teniendo en cuenta que esas orillas no son de mar, sino de río) tiene personalidad, acierta un pleno con una puesta en escena económica y exacta, sabe lo que quiere y cómo lo quiere. El tempo narrativo es justo, y Pécora hace tan buen uso del sonido (el viento, el río, los pájaros, el silencio sobre todo) como de planos-detalle que muestran el trabajo de la naturaleza: hormigas, abejas, babosas, unas preocupantes cabezas de caballos muertos. Magnífico es el modo en que la narración se balancea entre la realidad y el sueño, sin que pueda determinarse del todo cuándo se está de un lado y cuándo del otro. Una de las herramientas más preciosas y olvidadas de la lengua cinematográfica, el fundido encadenado, permite crear un clima de enrarecida ensoñación, que la presencia de unas cartas de tarot no hace más que potenciar. Las dos mujeres que alquilan la pieza a Pascual (Susana Varela y Mónica Lairana) enrarecen más la cosa, con peleas, rivalidades y envidias. El problema surge cuando Pécora aborda resueltamente el género, con la llegada de los que vienen a cobrar la deuda. Las propias armas parecen portarse de modo forzado, la narración se vuelve plana y conocida, la influencia de El tesoro de la Sierra Madre se hace, en el final, demasiado evidente.
Sin lugar para los débiles Después de su ópera prima, El sueño del perro, Paulo Pécora regresa al delta del Paraná para contar otra cosa, una historia llena de presagios, de sombras, enrolada directamente en el policial negro. Después de su ópera prima, El sueño del perro, Paulo Pécora regresa al delta del Paraná para contar otra cosa, una historia llena de presagios, de sombras, enrolada directamente en el policial negro. El delta, un borde de la civilización que la mayoría ve como un lugar de descanso, como un espacio para estar en contacto con la naturaleza, para otros, los que viven en los márgenes, bien puede ser el lugar ideal para esconderse, guardarse hasta que pase lo peor. Hasta allí llega un hombre de unos cincuenta años, un delincuente que en tránsito hacia el Uruguay para, descansa de la huida de sus cómplices que lo buscan para saldar una deuda. Pascual (Germán de Silva, el protagonista de Las acacias) allí se relaciona con dos mujeres y pronto el triángulo está armado a la espera de la ruptura mientras todos esperan, deambulan, imaginan lo que vendrá. Porque en Marea baja la tensión no se controla, en todo caso se potencia con más tensión y lo que salió mal, no importa si fue allí o en otro lugar, definitivamente va a tener un destino trágico entre esa naturaleza violenta, donde los débiles no tienen ninguna posibilidad de sobrevivir. En su segundo largo, Pécora, que tiene una notable obra como cortometrajista y además es periodista y crítico de cine, abandona lo onírico y la perspectiva luminosa de El sueño del perro –una típica ópera prima sobrepoblada de ideas y promesas a futuro de un realizador en formación–, para concentrase en un policial seco, con muchos silencios que no hacen más que acompañar la tensión en aumento, en un escenario natural dado por la vegetación salvaje que asordina la tragedia en progreso y enmarca el sino de los personajes. Los aciertos de la puesta dan cuenta de la madurez del realizador, concentrado en transmitir su mirada desencantada sobre la naturaleza humana, seguro y sin pretensiones al cumplir con las reglas del género y por eso mismo, efectivo y preciso.
No hay dudas del potencial cinematográfico que ofrece el Delta del Paraná. Lo supo Lucas Demare, cuando filmó Los Isleños, y luego más directores, sobre todo a la hora de contar historias policiales. Todos Tenemos un Plan, protagonizada por Viggo Mortensen, es un ejemplo reciente. Sin duda, un paraje ideal para crímenes e intrigas al margen de la civilización, en un territorio que parece vivo, dispuesto a devorarte. Si hay un director que conoce el entorno y la manera más personal de plasmarlo en una película, ese es el cineasta y periodista Paulo Pécora. Allí filmó El Sueño del Perro, su ópera prima, y también su más reciente largometraje: Marea Baja. Pascual (Germán de Silva) llega al Delta. Se trata de un ladrón que se propone escapar a Uruguay, no sin antes permanecer un tiempo allí, en busca de otro botín escondido en algún sector de la selva. En esos días también se dejará consumir por sus adicciones y tormentos, y entablará relación con dos mujeres solitarias (Susana Varela y Mónica Lairana), quienes le dan alojamiento y comida. Sin embargo, él sabe bien que la tranquilidad no durará demasiado, que sus perseguidores están cada vez más cerca. Un policial, con elementos de western, contando muy al estilo de Pécora. En El Sueño... y en sus cortometrajes, queda patente una preocupación por crear climas. Aquí predominan ambientes opresivos, logrados por una cuidada utilización de imágenes metafóricas (la mayoría relacionadas con insectos y cabezas de animales) y de sonidos (los zumbidos de mosca, como señal de que la Muerte es parte del lugar). Incluso en los momentos apacibles hay un importante grado de tensión. Lejos de quedarse sólo en esos recursos para generar sensaciones, el director nunca descuida la narración, aunque sin estridencias y recurriendo a una mínima cantidad de diálogos. Incluye una secuencia de disparos en la jungla que nada tiene que envidiarle a Michael Mann, otro cineasta que filma westerns en claves de film noir. Al igual que en su película anterior, Pécora nos presenta a un individuo misterioso que llega al Delta huyendo de algo. Otro papel a la medida de Germán de Silva. Si bien ya tiene una trayectoria en el cine argentino independiente, o de presupuesto bajo o mediano (a las órdenes de Pablo Fendrik y Rodrigo Moreno, entre otros), pronto lo veremos en uno de los episodios de Relatos Salvajes, en una tarea a la altura del reparto estelar del nuevo film de Damián Szifron. En cuanto al elenco femenino, los trabajos de Susana Varela y de Mónica Lairana contribuyen a conformar un triángulo anticonvencional, conformado por perdedores sin las mejores perspectivas. Si se busca un thriller intimista, que evite los lugares comunes, lejos de la urbe, en los dominios de la naturaleza, donde las leyes son una broma de mal gusto, Marea Baja da en el blanco. Una interesante alternativa en esta temporada de efectos especiales y espectacularidad a granel, y la muestra de que el Delta del Paraná es una fuente inagotable de historias.
Paulo Pecora elige lo sórdido, el poderío de la naturaleza, la ausencia de música y casi sin diálogo, sorprende con un triángulo entre dos mujeres, un fugitivo con la tensión erótica y la amenaza de los exsecuaces que se sabe no tendrán piedad. Buenos climas, buenas actuaciones, algunos efectos de más y ciertos errores de arte no invalidan un film valorable.
Moroso policial que daba para un corto Algo que cuesta perdonarle a un largometraje que sólo dura 73 minutos, es que sea demasiado lento, más cuando cuenta una trama policial, género que requiere aunque sea un mínimo de ritmo y tensión. Esto es lo que sucede con "Marea baja", que demora unos 40 minutos en empezar a hacer que pasen las cosas que viene prometiendo desde la primera mitad, que más que nada, parece un largo prólogo. Germán De Silva es un el lacónico personaje protagónico, aparentemente fugitivo y refugiado en una isla perdida en el Delta, paso previo a su escape al Uruguay. Alojado en una especie de parador típico de la zona donde viven dos mujeres, este hombre evidentemente también anda buscando algún botín enterrado, lo que lo lleva a andar con una pala en medio de la vegetación. Otras veces, seguramente inspirado por la naturaleza que lo rodea, se inyecta drogas con una jeringuilla, lo que le provoca visiones de todos los insectos del lugar, en una serie de tomas de gatas peludas, hormigas y abejas dignas de Discovery Channel. Buñuel decía que cuando una película le salía un poco corta, siempre metía algún sueño. Aquí hay varios sueños, pero ninguno con la imaginería de Buñuel, aunque hay que reconocer que las imágenes del Delta siempre son atractivas y el director las aprovecha lo mejor que puede (a veces apelando a demasiados planos cámara en mano, lo que le da cierta desprolijidad al conjunto). El sonido es interesante al concentrarse en generar un clima agobiante, aunque a veces se le va la mano y los pajaritos y luciérnagas se vuelven insoportables e, incluso, cuando ya llega la atendible acción policial, los sonidos de la naturaleza suenan mucho más alto que los disparos de las pistolas. Sintetizando, como cortometraje "Marea baja" hubiera estado bien. Como largo, se queda demasiado corto.
Publicada en la edición impresa.
De traiciones y destinos marcados En Marea baja, de Paulo Pécora, un hombre de mediana edad que parece estar escapando de algo o de alguien llega al Delta (desde Lugones a Walsh, clásico refugio para aquellos que quieren terminar con su vida o salvarla) y se instala en una casa que administra una mujer sola que también se encarga de la limpieza y la comida, y de revisar sus pertenencias cuando este no está. El hombre aprovecha el tiempo libre para cavar pozos como quien pretende hallar algo oculto en otro tiempo. De pronto aparece otra joven con la que la mayor mantiene una relación extraña de gritos, peleas, cariño y celos. Especialmente cuando la chica se acerca demasiado al extraño. Cuando lo temido suceda, las cosas se modificarán fatalmente. En ese ambiente donde la naturaleza teje sus sombras y sus ocultamientos con una vegetación enmarañada y crecida, arraigada y enraizada, y el agua fluye continua, demarcante y envolvente sobre el territorio, los misterios se tornan pan cotidiano y las mareas, cuando bajan, devuelven a la tierra cabezas cortadas. Territorios reales que filtran lo onírico en juegos sutiles, subrayando la precariedad de las certezas. Visiones y gritos que pueden ser interpretados como proféticos anuncios (anticipaciones) o como construcción del sueño y la duermevela del protagonista siempre atento y seguro durante el día y por las noches sobresaltado y con un arma a mano. Con una puesta aceitada y actuaciones contenidas (salvo en el último tercio donde cierta irrupción de un personaje altera el registro utilizado hasta el momento y hace un poco de ruido), Marea baja entrega una historia de traiciones y destinos marcados que hasta se anima a mezclar la mirada de autor con el género en un duelo final al mejor estilo de los westerns clásicos para compartir los terribles finales shakesperianos.
A Paulo Pécora lo conocemos mucho por su trabajo experimental. Prolífico cortometrajista, usualmente en formatos no convencionales (como el super 8) su obra se caracteriza por una elección por la anti narración, por su sustancia visual y material, repleta de planos de aproximación, reflejos a contraluz, búsquedas compositivas rigurosas. En Marea baja, Pécora se juega por una pelicula de personajes, personajes que expresan, enuncian a través de sus acciones: miedo, soledad, traición, celos, sensualidad. Sentimientos que se someten a gestos, en general medidos a las posibilidades de sus criaturas. En ese sentido Germán de Silva, un enorme actor que viene creciendo muy fuertemente desde Las acacias pasando por la extraordinaria La laguna) y Susana Varela, en su primer protagónico, una cara sugestivamente potente a la que habrá que prestar atención. No hacen falta grandes explicaciones para las situaciones en que estos seres se embarcan, verdadero poder de síntesis y de elipsis que terminan siendo el gran valor de la película. Con el esquema propio del héroe que llega a un lugar desconocido y termina transformándolo, el guión de Pécora trabaja de modo de no perder nunca el equilibrio entre la tensa espera y la paranoia onírica, en medio de un entorno opresivo por momentos liberador del Delta del Paraná, escenario que aporta además toda una batería de sonidos naturales. Sin pretensión mayor que apoyar esa historia simple en una comunión solvente de imágenes y sonidos, Marea baja construye un digno largometraje sin manierismos ni regodeos que hablan de un director que está madurando un cine de mayor duración siempre dentro de un estilo propio y personal.
Retornando a la zona del Delta del Paraná, donde filmó su anterior película (EL SUEÑO DEL PERRO), Pécora trabaja esta vez en un registro más clásico, de tipo policial, para contar la historia de un criminal (Germán de Silva) que se llega hasta esa zona, herido, escapándose de viejos cómplices y tratando de encontrar un botín de un robo anterior, escondido en el lugar. Una vez allí entabla relación con las dos mujeres (Susana Varela y Mónica Lairana) que lo alojan en una posada. La búsqueda, la tensa espera por la potencial llegada de los otros hombres y las disputas que surgen a partir de la relación con las mujeres son los ejes de esta narración tensa, oscura, reminiscente del cine negro. Con mínimos elementos narrativos y pocos diálogos, Pécora y su elenco se las arreglan muy bien para transmitir una sensación pesadillesca, entre el relato policial más clásico y otro un poco más poético que trata de capturar las sensaciones íntimas del atribulado protagonista. La trama tiene algunos puntos de contacto con TODOS TENEMOS UN PLAN, la película que Viggo Mortensen filmó hace algunos años en la Argentina, pero con menos elementos narrativos aquí se consigue un resultado más efectivo y potente. Seca, densa y, finalmente, trágica, MAREA BAJA es una muy sólida película de un realizador para seguir teniendo en cuenta.
El delta del tesoro Cuando la marea baja, en la costa isleña afloran cabezas descompuestas de ganado. Un forastero llega, mira las osamentas y huele, más que putrefacción, algún oscuro presagio. Busca asilo en la posada de una mujer mayor, quizá mayor que él, que no pregunta; cuando llega una mujer más joven (¿hija?; ¿amante?), curiosa, el hombre da por toda explicación: “Necesito saber qué hay alrededor”. Y alrededor el forastero cava hoyos en busca, probablemente, del tesoro que algún compinche dejó. El forastero, claro, es un prófugo. En su segundo largometraje, Paulo Pécora traza una ambientación litoraleña digna de los relatos de Saer, con alteraciones visuales y una lograda perturbación del entorno que remiten al cine de Carlos Reygadas y Ben Weathley. La segunda parte marca una clara distinción, con un estilo cercano al thriller, y si bien disminuye el enrarecido, onírico clima de la película, Pécora enfrenta al protagonista con sus perseguidores de un modo original, grotesco, que se eleva en un poético desenlace. La actuación de Germán Da Silva como Pascual (el forastero) es otro acierto de este sugestivo film.
Cabezas cortadas ¿Qué hay en las películas de Paulo Pécora? Hay paisajes, hay sueños, hay palabras, hay ruido, hay animales, hay libros con reproducciones de cuadros de pintores famosos. Entre todas esas cosas, más que nada hay cuerpos. Marea baja tiene un poco de todo eso, siempre con ese algo distintivo que –después de dos largos, un mediometraje e infinidad de cortos en varios formatos – se podría llamar el toque Pécora. Esto es, filmar a los actores moverse dentro del plano como si se tratara de verlos avanzar dentro de un sueño. Pero se debe hacer la aclaración de que los sueños preferidos del director son pesados, como si tuvieran una consistencia submarina. Los gestos son lentos –ya sea porque existe todo el tiempo del mundo o porque los personajes no esperan nada del tiempo, solo habitan en su propia conciencia, ensimismados y sombríos– y las palabras (cuando salen de la boca de los personajes) parecen fluir con una especie de rechazo de origen, una carga impuesta, una molestia: las palabras dichas son un hilo mundano, o una forma de estar socialmente contenido, y los personajes de Pécora buscan más bien alejarse, perderse, internarse en el paisaje agreste, incluso cuando flota en el aire la sospecha de que no hay lugar adonde ir. Marea baja es un intento bellamente concretado de hacer entrar el género en ese universo tan particular de sus películas. En este caso se trata del género policial. Pécora imagina (y tiene razón) de que le basta para ello filmar en principio un hombre solitario, un revolver y un fajo de billetes. El director tiene con eso todo lo que necesita, y el espectador también. En los primeros tramos de la película un hombre parece despertar apoyado contra un árbol. Después el hombre alquila una habitación a orillas del Paraná, en un ambiente selvático del Delta que recuerda al de El sueño del perro, la primera película de Pécora. La mujer encargada, al parecer también la dueña y única ocupante del lugar, cobra el dinero del alquiler y le informa que si quiere le puede conseguir un bote para cruzar al Uruguay. El hombre no dice nada. El pesimismo discreto pero categórico de Pécora vuelve obcecadamente sobre una idea: la ilusión de la huida solo existe como la rémora de una representación social, un signo sin peso alguno que los personajes insisten en llevar consigo con abandono, sin verdadera convicción ni esperanza. El hombre deambula por la selva sin motivo a la vista y regresa puntualmente a su habitación solitaria. No puede partir, no sabe hacerlo; o no quiere. Más tarde, en una escena sorprendente, la mujer se arregla frente al espejo y se dirige al cuarto del hombre con el fantasma de una sonrisa en la cara. El director toma nota de la evolución de los actores en el plano para enseguida diluir la escena en una elipisis que, justo antes del corte, se insinúa bañada por una luz melancólica. Pécora hace un policial sostenido en la espera y la incertidumbre, no solo acerca de qué va a pasar en la siguiente escena sino, sobre todo, de qué es lo que estamos viendo. Las cabezas cortadas de animales que el protagonista observa en la orilla con la marea baja constituyen un motivo visual que se agrega al conjunto imbuido de una carga ominosa. Pero la película no opera nunca mediante una sumatoria de partes que se enhebran para construir de manera sumaria el drama. Pécora decide desdeñar todo suspenso, así como rechaza también toda superstición relacionada con la idea de reservarle al espectador un lugar de privilegio para que “comprenda” la película siguiendo las pistas esperables que hacen de un exponente de género que se precie un objeto tan confortable. Marea baja, por el contrario, se balancea en el vacío, del mismo modo que sus personajes no saben a ciencia cierta dónde están parados, y si un abismo no se les abrirá bajo los pies de un momento a otro. Lo notable es que cuando ese momento llega nada nos ha preparado para ello: cuando después de un tiroteo un personaje se arrastra herido hacia la orilla del río, caemos de pronto en la cuenta de que nunca se nos hubiera ocurrido que en una película como esta un cuerpo podía morir tan delicadamente y exhibir, al mismo tiempo, una contundencia física semejante. Como esos cráneos desamparados que descansan cuando se retiran las aguas del río, hay todo el tiempo en Marea baja un intercambio sutil entre el carácter misterioso del sueño y el estatuto conmovedor de la materia, que habita los planos con el halo de una resignación dolorosa, como si se viera obligada a pagar alguna clase de tributo por su naturaleza prosaica. En esta película no hay “restos diurnos”, fragmentos de la vigilia que van a flotar al mundo de los sueños, sino criaturas que parecen haber emergido de ese mundo y ya no pueden hacer el camino de vuelta. Los planos de Marea baja parecen en realidad contener un desfile de almas perdidas.
Las aguas fluyen turbias Una anécdota sencilla diluida en un clima de tensión y misterio delicadamente articulado: en eso consiste el segundo largometraje de Paulo Pécora (1970, Buenos Aires). “Lo único que se necesita para hacer una película es una mujer y una pistola” decía Jean-Luc Godard, y Marea baja parece tomar algo de aquella máxima, aunque aquí las mujeres y las armas son más de una, y no son utilizadas como tópicos glamorosos. En tanto, el ámbito natural en el que transcurre la acción –el Delta del Tigre– no es decorado de fondo sino espeso universo que inquieta y agobia a sus criaturas. Sobre todo al protagonista (Germán Da Silva, visto en Las acacias), que llega hasta allí escapando de otros hombres y encontrándose con dos mujeres, una de voz seductora y mirada profunda (Susana Varela), la otra más joven y franca (Mónica Lairana). ¿Son sus cómplices quienes lo persiguen? ¿Intentan apropiarse de un botín que no les pertenece? ¿O acaso hay alguna otra cuenta pendiente entre ellos? ¿Las mujeres son madre e hija, hermanas o amantes? Poco importa o, en todo caso, queda en los espectadores completar o imaginar lo que el film evita explicar. Está claro que el peso está puesto en el conocimiento a medias del otro y las sospechas entre los personajes, que los lleva a estudiarse mutuamente: lo mismo hará el espectador, tratando de descubrir lo que esconden sus sonrisas nerviosas, sus gestos precavidos, sus escasas palabras. Pécora ya había revelado fascinación por el río y el paisaje del Delta en El sueño del perro (2007, sin dudas una de las películas argentinas más bellas de los últimos años) y en algunos de sus cortos como Chanáminí, realizado para Señal Santa Fe. En El sueño del perro, sin embargo, había una precisión en la composición y progresión de los planos fijos que Marea baja generalmente desestima, por ejemplo registrando al protagonista drogándose con planos algo dubitativos que no aportan nada relevante de orden estético o narrativo. Algo del encanto y el lirismo de su ópera prima pueden apreciarse aquí en recursos como la transición que permite que la luna ocupe, de alguna manera, el centro de la mesa en torno a la cual se encuentra sentada una pareja, como insinuando la fuerza de su influjo, o los travellings sobre el río que parecen viajes a las profundidades del sueño. Aunque es un film parco y adusto, ocasionalmente asoman suaves pinceladas de ternura, cuando una de las mujeres se pinta los labios frente al espejo o alguien improvisa una melodía con la armónica. Algunas muertes (como la del maleante que intenta saciar su sed al caer herido al río) son expuestas de manera más noble que otras, registradas con planos más cercanos. Hay, también, guiños cinéfilos: la lucha por la supervivencia al margen de la ley, los diálogos sucintos y la tensión sexual provienen de las fórmulas del cine negro, así como un enfrentamiento final parece un duelo propio de un western. “A veces aparecen las cabezas en el camino, sobre todo con la marea baja” dice alguien, refiriéndose a las cabezas de caballo que se acercan flotando, cada tanto, a la orilla, y la frase suena como un mal presagio, mientras de fondo –gracias a un inteligente trabajo de Germán Chiodi y María Victoria Padilla con el sonido– se oye un eco siempre amenazante hecho de rezos ininteligibles, rumor de insectos y cantos de grillos. Como si se cruzaran Todos tenemos un plan (2012, Ana Piterbarg) con El rostro (2013, Gustavo Fontán), Marea baja combina una intriga en torno a perseguidores y perseguidos con el agreste, sinuoso mundo que rodea al río. Lejos de echar una mirada benigna sobre el lugar, insuflándolo de humo, alcohol y detalles enigmáticos (los naipes, los pequeños tesoros escondidos, las casas repletas de trastos viejos e iluminadas con velas), Pécora nos lleva a percibirlo como una turbia pesadilla, un espacio húmedo y ligeramente irreal donde la vida intenta vanamente ganarle el partido a la muerte.
Cuando las cabezas asoman en el río En el cine de Paulo Pécora hay un mundo que se construye, que se indaga, film tras film. Se sitúa en un borde difuso que orilla en el sueño, también en el delirio. Hay un pasado del que en vano se intenta escapar, de donde alguien quiere salirse o dejar bien atrás. Por eso se huye o se corre en aras de algo que sería, tal vez, un umbral redentor. Por este camino de senderos tortuosos transcurre El sueño del perro (2008), también lo hace Marea baja. El escenario es el delta del Paraná, hay mucha naturaleza, estado casi salvaje, y horizontes que se pierden en un más allá que parece lejos. De todos modos, la lejanía es ilusoria, tanto como la droga o el alcohol que anestesian. A este mundo sonámbulo llega Pascual (Germán de Silva), oculto de algo no muy claro, también alerta a lo que le rodea. Algo está escondido entre señas ocultas y mensajes cifrados, quizás promesas de un botín que alguien hubo de enterrar por allí. Mientras Pascual busca, la mujer que le hospeda (Susana Varela) hace lo propio. Le cocina, le limpia, le curiosea. Un hilo de historia personal corre entre los dos, hasta que arriba quien también guarda intimidad con la dueña de casa (Mónica Lairana). Un triángulo que complejiza, que agudiza una sensación de agobio que invariablemente habrá de replicar entre sus integrantes. Si Pascual es en quien la historia hace eco -entre su huida y su búsqueda-, en ellas también aparecen sensaciones similares, con el nexo puesto en los secretos que cada uno guarda. El primer tramo de Marea baja es lo mejor del film porque se ocupa por encontrar un clima en donde abrumar al espectador. El montaje sonoro es vívido, bien cierto, casi insoportable. Con mucha muerte, mucha vida rondando: las hormigas devoran, las avispas están prestas al ataque, cabezas de animales muertos flotan. Es el equilibrio indudable, del que no hay forma de salirse, sólo desde la ilusión del juego de cartas, un tarot insuficiente. Cuando la muerte llegue, lo hace como debe: matando. La recompensa puede ser encontrada, pero del destino demarcado no hay fuga. Y esto es así para todos los personajes que habitan el entorno que Pécora propone. Se puede ingresar, luego de atravesar una vegetación tupida, un río de agua marrón, pero el camino inverso no aparece de manera clara. Cada machetazo sobre la selva no es más que un cosquilleo sonoro que queda engullido, tanto como los disparos de armas de fuego. De esta manera, si los personajes no pueden salir de allí, tampoco lo hará el espectador, obligado a sentir esa maraña de angustia que no cesa, teñida de errores imposibles de saldar, así como de decisiones con las que ya no tiene sentido penar.
A 50-something lonesome, worn-out man arrives at an isolated spot in the delta of the Paraná River looking for a place to stay. Any fairly decent cabin will do. He meets a middle-aged woman who offers him room and board in exchange for little money. So he settles there. He’s got one sole purpose in mind: to find the money he stole in his last job, now hidden somewhere in the area. Eventually, a young woman who also lives there enters the scene. She and the older woman share a carnal relationship and almost no words. For better or worse, the stranger slowly becomes the third party. Since the man has betrayed his partners in crime who are now looking for him, it’s only logical that soon there will be blood. You can think of Marea baja, the new opus by Argentine director Paulo Pécora (El sueño del perro, Las amigas) as an atypical example of film noir. Not that it has an intricate plot, corrupt cops, detectives of dubious reputation, or even a femme fatale. But there is a criminal with a dark past on his shoulders, thugs, dirty money, a shootout and some corpses. Above all, what makes it a noirish piece is its downhearted mood, its sense of ominous menace, its continuous feeling of entrapment. When it comes to atmosphere, Pécora’s feature hits the right notes quite naturally — as though this pregnant environment was just waiting there for the right filmmaker to capture it. By means of a remarkably melancholy photography of drained out tones and soft textures, dim lights and harsh shadows that echo the characters’ feelings, a realistic all-encompassing sound design, and a seductively austere mise-en-scene, Marea baja creates an ambiguous universe that feels timeless and slightly dreamlike. Of course, it’s all very alluring as well. However, just like it’s skilfully shot in technical terms, it has a couple of problems as it regards the screenplay. It’s a great thing that little is known about the characters so that they have an air of mystery throughout the entire film, but nonetheless they are underdeveloped. Considering the rich dramatic circumstances they are immersed in, it would have paid off really well to have them interact more and somehow unveil their murky tempers. Which is to say that if the story had gained in dramatic impact, it would have been more visceral. What’s most enjoyable about Marea baja is how it draws you into a world you didn’t even know existed, a world that is examined through the eyes of an outsider who turns things upside down only to end up in the worst possible shape: the story of a rugged man whose future is doomed from the get-go. Production notes Marea baja (Argentina, 2013). Produced, written and directed by Paulo Pécora. With Germán de Silva, Susana Varela, Mónica Lairana, Marcelo Páez Abel Ledesma. Cinematography : Emiliano Cativa. Editing: Mariano Juárez. Running time: 73 minutes.
Placer y martirio Un hombre llega a un mundo alejado de la civilización. Ese hombre, de unos 50 años, camina con dificultad, pone atención a su entorno y llega a un lugar que parece conocer. Una casa que luce abandonada en el medio del bosque es en realidad una suerte de hostería. Una mujer lo recibe: “20 pesos el cuarto, 20 pesos la comida”. Es un universo austero, material y simbólicamente. En su habitación, el hombre esconde un fajo de dinero, revisa una herida en su hombro y limpia su revólver. Entre sus pertenencias hay también un kit con una jeringa, una goma elástica y alguna sustancia. Es un hombre misterioso, tal vez peligroso. El escenario es el Delta del Paraná, y si bien el filme cuenta con Germán de Silva en el protagónico, y dos mujeres al inicio y dos hombres al final que se suman a la trama, el ecosistema es el otro gran protagonista constante del filme. El sonido de los insectos es tan ubicuo como el rostro adusto de Silva, y Paulo Pécora, el director de Marea baja, lo sabe perfectamente. La dimensión atmosférica de la película es tan relevante como su voluntad narrativa. En Marea baja el director aprovecha muy bien su locación, en especial cuando el lugar entra en sintonía con la percepción y el estado de ánimo de su personaje principal cuando consume heroína, lo que provoca en él una intensificación visual del microcosmos que habita en el Delta. Las hormigas y los gusanos, en primerísimos planos, se desnaturalizan y adquieren un semblante demoníaco, una cualidad tenebrosa que el filme replica indirectamente a propósito de la superstición, aquí aludida a través de una tirada de tarot. Algunas pesadillas sirven para transformar el paisaje en un escenario onírico de inestabilidad y malestar. Lamentablemente, Pécora decide musicalizar con música ambiental y efectos sonoros electrónicos sus mejores secuencias sensoriales. Un subrayado innecesario. Habrá quienes esperen más acción de un filme que pinta para thriller o western, y aunque habrá disparos certeros es posible que no resulten suficientes. Las virtudes de Marea baja son otras, discretas pero reales: en el contexto oscuro de su trama se divisan instantes de placer, como el que surge de mojarse los pies en el río. La mayor sorpresa es de otro orden: un plano subjetivo anuncia apaciblemente el fin de un mundo.
Cuando la imagen y la circunstancia parecen importar más que las palabras, parece exponernos el colega periodista y director Paulo Pécora con su nuevos opus, Marea Baja. Cine de miradas, silencios y sonidos ambientes para crear un clima entre extraño y ominoso que atrapa al espectador dentro de su atmósfera de rara sencillez. Lo que se cuenta es simple, un hombre llega a una zona incierta del Delta del Paraná, busca alojamiento y lo recibe una mujer. Pero de entrada sabemos que detrás de ese hombre hay otras intenciones, está buscando algo que quedó oculto en ese lugar. Se trata de un ladrón que luego de un atraca huyó de sus socios y quiere escapar al Uruguay, pero antes debe retirar dinero de un botín que quedó allí y esconder otro monto. Entre estos dos seres, mientras los días pasan se teje una relación que no sabemos a dónde conducirá, claramente se los ve como dos solitarios haciéndose compañía, caminando, sentándose en el muelle, acostándose, o mirándose. Primero irrumpirá otra mujer, hija de la otra, y la relación se turbiará cuando el hombre también tense lazos sobre ella. Luego terminarán por llegar los socios para dar fin a la calma aparente. Si la historia es sencilla el entramado no es tal. Pécora tiene claras influencias, se inscribe en la línea de realizadores de un cine reflexivo, contemplativo. Hay cosas que nos harán recordar patente a "El Aura", aquella joya incomprendida de Bielinsky, también hay mucho de la reciente "A la deriva", y esa idea de supervivencia cómo sea en un paraje desangelado y desolador. Pécora echa mano a todo tipo de recursos para contarnos un western litoraleño disfrazado de algo superior. Planos picados, extensas secuencias, una fotografía oscura y sucia, un sonido que se agiganta o se pierde para crear clima y tensión, y un duelo actoral entre todos los personajes por expresar lo que pasa en sus interiores sin remarcarlo, tan sólo con un mínimo gesto. En este sentido, Pécora encuentra en Germán Da Silva, Susana Varela, y Mónica Lairana a los intérpretes justos, con una total entrega a sus personajes. No es Marea Baja un cine para el público amplio, se la pide una cierta predisposición a un relato que avanza con un ritmo propio, que prescinde de la agilidad, y toma la parsimonia como una virtud; es más, se recomienda a quienes decidan verla, dejarla decantar, fluir sus concepciones. Algunos podrán decir que es un film festivalero (cierto es que tiene un amplio recorrido por estos lugares en donde ha cosechado premios), críptico y que desafía la paciencia de su público; pero también es dueña de una extraña belleza y un armado mucho más complejo del que parece. Para los corazones dispuestos, quizás sea un experiencia que valga la pena vivir.