En bandos siempre opuestos Luego de inspirar con novelas y/ o escribir los guiones de diversas películas para terceros, como por ejemplo Nunca me Abandones (Never Let Me Go, 2010), de Mark Romanek, Dredd (2012), de Pete Travis, y sus tres colaboraciones con Danny Boyle, léase La Playa (The Beach, 2000), Exterminio (28 Days Later, 2002) y Sunshine: Alerta Solar (Sunshine, 2007), Alex Garland comenzó su carrera como director con dos realizaciones magistrales, Ex Machina (2014), reformulación de Frankenstein o el Moderno Prometeo (Frankenstein or the Modern Prometheus, 1818), la genial novela gótica de Mary Shelley, en clave de inteligencia artificial modelo ginoide y de thriller de ciencia ficción de entorno cerrado, y Aniquilación (Annihilation, 2018), propuesta mainstream ya bastante más ambiciosa que retomaba la fantasía existencialista de Picnic Extraterrestre (Piknik na Obochine, 1977), de los hermanos Arkadi y Borís Strugatski, y su adaptación cinematográfica Stalker (1979), del tan amado como odiado Andréi Tarkovski, y el horror cósmico y freak de El Color que Cayó del Cielo (The Colour Out of Space, 1927), un clásico dentro del rubro de los relatos cortos de H.P. Lovecraft, y con una asimismo interesante serie televisiva para FX on Hulu, Devs (2020), otro thriller misterioso sobre inteligencia artificial y creadores psicopáticos aunque en este caso explorando también las prácticas mafiosas del capitalismo, los delirios ególatras de los popes de Silicon Valley y en general los conceptos antagónicos de libre albedrío y determinismo completamente predecible, tanto en términos del pasado como de un futuro cercano. El tercer largometraje del escritor y realizador londinense, Hombres (Men, 2022), es quizás el menos satisfactorio a nivel cualitativo aunque ello no quita que resulte en paralelo una experiencia en verdad fascinante por su insólito sustrato polémico, dando mucha tela para cortar en materia de posibles planteos discursivos asociados, y por el dejo ambiguo marca registrada de Garland, sin duda alguna uno de sus recursos favoritos. Apelando a un minimalismo absoluto de impronta bien campestre que en un principio nos engaña acercándonos a lo que parece ser la coyuntura habitual del terror folklórico, lo que se desdibuja de a poco porque Hombres no funciona como una exégesis posmoderna de joyas de antaño como El Hombre de Mimbre (The Wicker Man, 1973), de Robin Hardy, Sangre en la Garra de Satán (The Blood on Satan’s Claw, 1971), opus de Piers Haggard, y Cuando Arden las Brujas (Witchfinder General, 1968), de Michael Reeves, ni tampoco como una reinterpretación de lo ofrecido recientemente por La Bruja (The Witch: A New-England Folktale, 2015), de Robert Eggers, y Apóstol (Apostle, 2018), de Gareth Evans, el británico en esta ocasión nos presenta la historia de Harper Marlowe (Jessie Buckley), una mujer que tuvo una fuerte discusión con su marido, James (Paapa Essiedu), en función del divorcio de ambos y de una angustia compartida que venía siendo arrastrada desde lejos, con el hombre pretendiendo reconstruir la relación y acusándola de ser una egoísta que se autovictimiza y con la mujer rechazándolo por abuso psicológico e inestabilidad emocional, panorama que deriva en un golpe en el rostro de Harper, la expulsión del varón del hogar y una caída del susodicho desde las alturas del edificio en cuestión que pudo ser accidental, producto de la intención de volver a entrar desde el balcón, o quizás no, lo que implicaría un suicidio que James ya le había anticipado si seguía con la idea del divorcio. Después de alquilarle una casona bucólica a un tal Geoffrey (Rory Kinnear), en plan vacacional que ayude a sobrellevar tamaña tragedia, la viuda comienza a ser acechada y/ o maltratada por una serie de hombres que tienen el rostro del propietario de la mansión, como un sujeto desnudo bastante bizarro, un muchacho agresivo con una máscara de una “rubia fatal” que quiere jugar a las escondidas, un clérigo que insinúa que ella tiene la culpa de la muerte de su esposo y hasta un policía que detuvo al supuesto acosador sin ropa y después lo dejó ir. Se podría afirmar que la propuesta posee a lo lejos algo de la manipulación fetichizada de Alex Ross Perry y Charlie McDowell, otro tanto de inclinaciones experimentales símil Ben Wheatley y Jonathan Glazer y hasta una buena dosis de vanguardia de vieja cepa del cuerpo y la dimensión retórica/ formal a lo David Cronenberg, Peter Greenaway y Nicolas Roeg, sin embargo el film descubre su propio camino para bombardearnos con iconografía bíblica (sobre todo el árbol de las manzanas y la aparente ingenuidad inicial del acosador), etérea (son excelentes la fotografía de Rob Hardy y la banda sonora de Ben Salisbury y Geoff Barrow de Portishead, socios de siempre de Garland), macabra (el cadáver del ciervo como un arcano indescifrable), natural tenebrosa (el loquito desnudo y su look muy trabajado a lo criatura o elfo del bosque), erótica malsana (la escena de las flores en el aire semejante al diente de león que ingresan en el cuerpo de Harper por su boca como espermatozoides para hipnotizarla, situación sensual que se desvanece cuando el sujeto sin ropa pretende sujetarle la mano con fuerza a través del orificio de las cartas de la puerta y ella le clava un cuchillo para defenderse), lovecraftiana (cuerpos conectados a otros cuerpos y yendo mucho más allá de un simple embarazo, detalles que por cierto nada tienen que envidiar a las lecturas de la obra del mítico escritor encaradas por gente como Stuart Gordon o Dan O’Bannon), cinematográfica clasicista (el intento de violación por parte del religioso o la presencia por celular de una amiga que exagera su apoyo, esa farsesca Riley en la piel de Gayle Rankin) y psicológica tremebunda o directamente alucinatoria/ psicodélica (el “semblante universal” con la apariencia de Geoffrey, la reproducción del tobillo fracturado y la mano izquierda dividida de James -a raíz de la caída hacia el vacío- en cada varón y desde ya la constante metamorfosis/ eclosión del desenlace de todos los personajes masculinos en el mismo ser como si se tratase de diferentes personalidades de una única psiquis enferma o atribulada). Por supuesto que Hombres no es perfecta porque padece de desniveles narrativos y varios baches propios de toda odisea experimental de índole bastante caótica, no obstante el gran desempeño de Buckley, Kinnear y Essiedu sostiene de manera muy precisa la ambición temática de fondo, pensemos en este sentido que la película analiza el acoso, la violencia doméstica, el ninguneo institucional, el aislamiento, la solidaridad por género sexual, la toxicidad misándrica y misógina, el divorcio, la demencia, el cariño desorbitado, el dolor luego de una debacle íntima y sobre todo las diferentes idiosincrasias de hombres y mujeres a nivel cotidiano o patético mundano, los primeros ponderando su libertad y a posteriori arrepintiéndose de conductas individualistas y las segundas buscando el compromiso idílico de la contraparte para terminar frustrándose ante la imposibilidad de mantener en el tiempo un proyecto en común de la tesitura que sea, desde tener sexo o criar un niño hasta pagar un préstamo, charlar de intereses compartidos o apenas pasear un fin de semana. Lo mejor de la perspectiva ambivalente de Garland es que deja la pelota a disposición del espectador para que haga lo que quiera con ella, por ello mismo una lectura feminista de esta faena se concentrará en la violencia sexista, una machista en la paranoia oportunista de esas mujeres que lastiman, una mística en la alegoría bíblica de Adán y Eva, una belicista en la batalla de los sexos símil atracción que muta en lucha por un rol dominante en la pareja y finalmente una árida nihilista de pretensiones objetivas en el retrato de los hombres como agresivos y caprichosos y de las féminas como desvalidas y asimismo antojadizas, enfatizando que más allá de la cultura de cada sociedad existe un mandato biológico denigrante representado por el cuerpo de cada uno, uno más grande y fuerte y el otro más pequeño y débil. El film del amigo Alex pincha donde tiene que pinchar porque sabe que estos bandos siempre opuestos pueden entablar acuerdos transitorios aunque nunca serán del todo equiparables entre sí…
¿Qué es lo más importante en una película de terror para ser considerada como tal?La respuesta rápida es que tiene que producir miedo. Sentir temor, asustarse, qué la palabra terror tenga un sentido. Claro que no es el terror que sentirán los personajes de la película, sino uno medianamente controlado y a la vez con la intensidad exacta para producir una versión suave de ese mismo horror. Nadie disfruta una comedia sin risas y nadie debería llamarle película de terror a algo que no asusta. Tanto la comedia, como el terror, dependen de gustos y sensibilidades. Pero en ambos casos son construcciones que logran una respuesta muy clara cuando funcionan. El terror es un género muy amplio y variado, pero no hay que perder nunca esa idea inicial. Men (2022) es una película de terror justamente por ese motivo. Su capacidad de producir angustia y terror es particularmente efectiva. Incluso se puede decir que tiene una capacidad de asustar sin sobresaltos, lo que cala más profundo en la mente del espectador. Como otros grandes films de terror como El bebé de Rosemary o El exorcista esta película parte de una vulnerabilidad muy concreta de su protagonista. La puerta de entrada para que lo irracional se apodere de su vida y la obligue a dudar de todo. Harper (Jessie Buckley) ha sufrido una tragedia personal que la atormenta y ha decidido dejar la ciudad de Londres donde vive para retirarse a un bello caserón en la campiña inglesa. Los amantes del cine de terror inglés reconocerán en esa locación el espacio perfecto para que todo se vuelva siniestro y perturbador. Harper, sin embargo, sólo ve en ese lugar los hermosos paisajes y la paz lejana a la gran ciudad. Luego de conocer al casero algo excéntrico quedará sola y en su primera salida a caminar ya se cruzará con el terror. Así, a pleno día, lo que es aún peor para el espectador, claro. Men es una película despareja, pero no por error, sino porque el director Alex Garland juega a varios niveles al mismo tiempo, triunfando más en unos que otros. Lo que es una perfecta historia de terror tradicional guarda también dos costados más, por un lado los mitos antiguos de las antiguas leyendas y por el otro la tesis del director acerca de los traumas y cómo intentar sanarse. Hay entonces puro terror, algo de mitología y finalmente una metáfora bien al uso de los tiempos que corren. Las tres cosas conviven, a veces potenciándose, a veces quitándose valor. Aun con todos sus defectos es mucho más cine que el promedio de lo que se ve, en este género o en otros. Volvamos entonces al comienzo. Garland tiene la capacidad de filmar escenas que parecen sacadas de las pesadillas. Como si hubiera relevado los terrores de las personas y los hubiera puesto todos juntos. Esta película es casi un boleto asegurado para tener pesadillas durante varias noches. Aunque el director sabe lo que hace y el espectador responde a una película, lo que Men consigue es realmente aterrador. Tiene muchas escenas sin diálogos, momentos totalmente visuales, situaciones que al no lograr racionalizarlas tienen un efecto profundo en espectador. Juego con el suspenso y el misterio, pero también con la violencia y el gore más sangriento. Todo se da cita, el temor más refinado y por supuesto el asco. Nada peor que asustarse y no entender el motivo. Queda una sola puerta de salida para escaparse y es cuando la película empieza a descontrolar y multiplica sus ideas al límite. Más cerca de David Cronenberg que del cine de terror más tradicional, pero sin abandonar el cine de terror británico de la década del setenta. Cuando la película decide que todo se esfuerzo sea finalmente un concepto ideológico -algo que por otro lado anuncia en el título- entonces, curiosamente, la película se vuelve algo ridícula e incluso graciosa, pero es como la explicación al final de Psicosis (1960), el daño ya está hecho y olvidarse de lo que hemos visto no ocurrirá tan fácilmente. Men mete miedo, literalmente, y es posible que nos aceche en la memoria durante mucho tiempo. Cada espectador deberá decidir si se atreve a verla o no.
Puede ser que Men sea una propuesta directa, obvia e imperfecta, que no esté a la altura de sus producciones anteriores pero el regreso de Alex Garland es un interesante recorrido por las grandes referencias del cine de género: desde el folk horror a los momentos más demenciales del cine de Lynch y Cronenberg
Alex Garland lo hizo de nuevo. Una tragedia cambia para siempre la vida de Harper, tanto que en la oportunidad de tomarse unos días de descanso en una vieja casona alejada de todo comenzará una pesadilla sin posibilidad de despertarse, en donde los hombres serán sólo un índice de aquello que su mente y su cuerpo recuerdan. Perturbadora y distinta.
El horror se nutre de los miedos de una mujer que ha sufrido mucho, y quiere reparar su vida emocional en una casa solitaria y antigua en la campiña inglesa. Todo parece casi perfecto hasta que la inquietud se instala con el miedo a lo oscuro, una fotografía majestuosa que convierte lo bello y bucólico en amenazante, el lujo en fuente de lo inquietante. El terror se instala a través del diseño de sonido que se nutre de los cantos antiguos corales religiosos en momentos precisos. Y la irrupción de hombres invasores en ese solitario mundo femenino. Ya sea como el recuerdo de un suicidio o el latido acelerado por el temor que que provocan apariciones masculinas. Desde un personaje salido de las leyendas populares paganas a un clérigo libidinoso, a un niño oscuro al dueño de casa siempre ambiguo. Todos ellos encarnados por un mismo y maravilloso actor Rory Kinnear, que aparecen para espantar a otra gran actriz como Jessie Buckley. En un género donde no abundan ni la creatividad ni la imaginación y casi todo se repite en fórmulas vistas hasta el hartazgo, la creación del director y guionista Alex Garland es bienvenida. Especialmente porque lo que propone es desafiante por sus implicancias, algunos hablan hasta de un terror feminista, otros del destino de los hombres en un mundo donde han perdido dominio y sentido. Lo cierto es que la escena culminante que raya en lo grotesco es tan desaforada como imaginativa, nacimientos y muertes envueltos en el delirio.
Tras sufrir una tragedia personal, Harper (Jessie Buckley) se retira sola a la hermosa campiña inglesa, con la esperanza de haber encontrado el lugar ideal para elaborar el duelo por la muerte de su futuro ex esposo. Pero algo o alguien parece estar acechándola. Lo que comienza como un pavor latente terminará convirtiéndose en una auténtica pesadilla, habitada por sus recuerdos y miedos más oscuros. Los exuberantes bosques son apacibles y acogedores, como
Relato potente pero obvio “Un buen nombre es lo más valioso que uno puede tener”, afirmaba la publicidad de un banco, estrenada justo cuando la economía argentina empezaba a colapsar, al final del gobierno de Raúl Alfonsín. El axioma permite pensar en el título local del último trabajo del inglés Alex Garland, Men: Terror en las sombras, que abraza dos tradiciones de larga data en el arte de rebautizar películas. Por un lado, el de la adenda, que le suma una frase explicativa que vuelve evidente algo que el autor evitó especificar en el original. Revelación que se encargan de realizar las palabras terror y sombras, para no dejar dudas del género al que la película pertenece. La segunda práctica es la de eludir la traducción del inglés, que acá opera en sentido contrario de lo anterior, evitando que el traspaso se vuelva demasiado indiscreto. Porque, sí, en inglés esta película solo se llama Men, es decir: “hombres”. La combinación de ambos elementos le da forma a un spoiler innecesario, que reafirma el valor de tener un buen nombre. Harper es una mujer joven que enviudó de forma traumática, quien para despejarse y aliviar su espíritu decide pasar dos semanas en una casona antigua, en la campiña británica. Ahí conoce a Geoffrey, el casero, un tipo amable pero algo torpe debido a que, hombre de pueblo chico, no está acostumbrado a vincularse con extraños. Pese a la incomodidad, Harper está encantada con el lugar y su primer paseo por el bosque lindero lo confirman. Hasta que llega a un viejo túnel ferroviario en desuso, donde queda fascinada por el eco que se produce en su interior. Pero la repetición de sus gritos, lanzados a la oscura profundidad, acaba revelando una presencia al otro lado. Harper huye y cuando ya está a salvo descubre a la distancia la silueta de un hombre desnudo que la observa. Miedo. Ese comienzo resulta clave para entender la lógica que motorizará a un relato que, con ayuda del título, también acaba volviéndose un poco obvio. Evidencia que la película disimula bajo formas preciosistas, detrás de un uso virtuoso del encuadre y de los movimientos de cámara que, como el eco, terminan volviéndose empalagosos a fuerza de insistencia. Eso no impide que la película resulte visualmente muy potente, inquietante por la forma en que Garland utiliza la luz o, al menos al principio, por el modo en que aprovecha el concepto de eco para hacer que todos los hombres con los que Harper se cruce en el pueblo no sean sino una copia ligeramente distorsionada del primero. Sobre el final, el uso del gore y el body horror también son destacables, pero siempre dejando la sensación de exceso y de que tal vez, como en el título, menos hubiera sido más. Concepto que también aplica al giro final que, subrayado por simbologías bíblicas muy claras, afirma que todos los hombres (varones) son en realidad el mismo, de Adán para adelante. Lo cual, como su nombre adelanta, reduce a Men a la categoría de panfleto Woke disimulado tras las sedas del horror artie.
Men trae de regreso en la cartelera al director Alex Garland, quien en el pasado ofreció buenos filmes como el thriller de ciencia ficción Ex Machina y la subestimada adaptación del cómic de Judge Dredd, protagonizada por Karl Urban. Tras su paso por Netflix con el fallido homenaje a Tarkovsky en Aniquilación, el realizador vuelve a abrazar la escuelita de cine pretencioso con una propuesta relacionada con el Folk Horror. Un subgénero que hace más de 40 años brindó películas formidables dentro de la producción inglesa, como Witchfinder General, The Devils, The Wicker Man y la genial The Blood of Satan´s Claws, que en la década de 1970 representaron las expresiones de la contracultura de ese momento. Eran propuestas jugadas que se animaban explorar temáticas transgresoras que no encontrabas en el cine más comercial de los grandes estudios. En esta cuestión sobresale la primera falencia de la obra Garland, quien no hace otra cosa que elaborar un trillado panfleto feminista con la infaltable crítica a la masculinidad tóxica y el yugo del patriarcado. La intención es noble pero el mismo mensaje lo podemos encontrar en infinidades de películas y series de televisión, debido a que el tópico hoy forma parte de la cultura mainstream. Men hace un esfuerzo descomunal por intentar ser controversial con un comentario social que se siente trillado y que además cuenta con una ejecución superficial, como si buscara competir con el cine de Jordan Peele. Jesse Buckley interpreta a una joven que atraviesa el duelo por la muerte de su marido y viaja a un pueblo rural habitado por el Club de Amigos de la Misoginia, cuyos integrantes manifiestan actitudes nefastas frente a las mujeres que se cruzan en su camino. La protagonista es un personaje pasivo y acartonado que se limita a reaccionar frente a las situaciones que la rodean y la trama nunca llegara explorar en profundidad las relaciones de género ni la cultura machista. Hacia el final Garland conduce su relato por el subgénero del Body Horror a través de un espectáculo gore ridículo que intenta evocar el cine de David Cronenberg y Brian Yuzna (Society) del modo más estúpido posible. Motivo por el cual, más que un film polémico, Men se siente como el berrinche de un mocoso caprichoso que intenta llamar la atención. El director pretende convertirse en el Ken Russell del 2022 y falla miserablemente como le ocurrió también a Darren Aronofksy en el sin sentido de Mother. Este tipo de cine hoy está mejor representado en las obras de Julia Ducurnoau, que más allá del desquicio de la violencia gráfica brinda relatos que por lo menos abren la puerta a discusiones interesantes. Raw es un claro ejemplo. De esta producción podemos rescatar algunas secuencias de tensión que son efectivas y la labor de Rory Kinnear, quien contribuye a que el film sea un poco más llevadero. Si lo disfrutaste en la serie Penny Dreadful acá se hace un festín con los machirulos del Club de la Misoginia en una labor donde encarna varios roles. El resto es para el olvido y el visionado del film se puede postergar tranquilamente para alguna plataforma de streaming.
La inquietante película sobre una mujer que quiere estar sola Hay algo enrarecido, onírico, en las primeras imágenes de Men, la película del escritor y director inglés Alex Garland (Ex Machina, Anihilation). Las cortinas que dan una luz anaranjada, el río Támesis afuera, como al alcance de la mano, una mujer herida en shock, un hombre (luego sabremos que es su marido) que cae al vacío frente a ella. Pero Harper (Jessie Buckley) no se despierta de ningún sueño. Lo que hace es escapar de ese golpe de la realidad para emerger en otra, acaso curativa. Una huida al campo, a la bellísima campiña inglesa, para instalarse en un antiguo cottage, una hermosa casa antigua en la que espera recomponerse. Instalada, todo parece funcionar como ella espera: el silencio, el bosque verdísimo, el sonido de la lluvia, hasta que Harper descubre a un hombre que la observa. Un hombre completamente desnudo, que luego se le aparece en la casa e intenta entrar. Queda claro pronto que lo que parece una historia de intrusión en la preciosa soledad de una mujer herida, deriva pronto en algo más grande. Una sensación ominosa difícil de definir pero que va adoptando diversas caras: las de los hombres que se cruzan en el malogrado retiro apacible de Harper, y que en ningún caso son lo que parecen. Ni el policía, ni mucho menos el cura, tampoco el dueño de casa, y claramente no el extraño muchacho (¿u hombre mayor?) que la insulta cuando ella se rehúsa jugar a las escondidas. Pequeñas violencias más o menos sutiles pero siempre terroríficas, que parecen continuar la iniciada en aquella terrible escena inicial, corolario de una tormenta conyugal que se reconstruye en flashbacks. Estos son como interferencias de la vida real equivalentes a las que interrumpen la conexión con su amiga, cada vez más preocupada. Como el comentario sobre la imposibilidad de que los hombres dejen en paz a esta mujer, que sólo quiere estar sola (vaya afrenta). Men es el despliegue de la pesadilla de Harper. Hacia un desenlace que guarda los mejores cortes de carne para el asador, en una especie de crescendo del folk horror (aquello de los grandes infiernos de los pueblos chicos), cruzado con el fantástico, el gore y el body horror. Y el humor negro.
Hoy llega a nuestras salas Men: Terror en las sombras, la nueva producción de la aclamada productora A24, film escrito y dirigido por Alex Garland y protagonizado por Jessie Buckley y Rory Kinnear. Men: Terror en las sombras sigue la historia de Harper, quien luego de la muerte de su esposo decide mudarse a un pueblo alejado de la ciudad e intentar remediar la perdida y la culpa que lleva encima. La aparente tranquilidad comienza a volverse siniestra a través de las actitudes de los hombres del pueblo, hombres que tienen el mismo rostro. Lo primero que debemos decir de Men: Terror en las sombras es que estamos ante una película que ha dividido aguas, hay quienes la amaron y quienes la odiaron. Para este redactor Men: Terror en las sombras, es simplemente un producto mediocre, ya veremos los por qué. Vayamos a los puntos positivos de la cinta, el primero y completamente indiscutible es el trabajo actoral, Jessie Buckley y Rory Kinnear lo dan todo y se ponen la película al hombro. Ella desde la complejidad dramática de su personaje y los estados que debe atravesar y él con sus múltiples interpretaciones, ya que todos los hombres del pueblo tienen su rostro. Incluso están bien acompañados con los secundarios Paapa Essiedu como el difunto esposo de Harper y Gayle Rankin como su incondicional amiga, si bien sus interpretaciones son breves cumplen con creces, principalmente Paapa Essiedu. El trajo de dirección de Alex Garland en Men: Terror en las sombras es correcto, aunque hacia el final de la película nos regala una escena muy bien lograda, el resto de la película nos muestra una buena fotografía y bien acompañada del apartado sonoro. El ritmo del film también es bueno, podemos decir que no aburre, sin embargo, el principal problema de Men: Terror en las sombras radica en el guion. La historia de por sí, roza el surrealismo y, a priori, eso no es malo, pero al terminar de ver la cinta nos quedamos con más preguntas que respuestas. Y esto tampoco debería ser algo malo, pero abre tantos focos interpretativos que nos termina resultando un producto vacío, ya que permite casi cualquier interpretación posible. No puedo explayarme demasiado ya que entraría en el terreno de los spoilers y no es algo que hacemos en nuestras reseñas. Cuando vean la cinta entenderán a que me refiero. En fin, Men: Terror en las sombras es una película que te puede maravillar como disgustarte, considero que se queda en el camino de la mediocridad ya que le faltaron definiciones contundentes y los golpes de efecto no alcanzan para cerrar esos huecos. Así que es recomendable para esas personas que les gusta teorizar sobre lo visto y debatir interpretaciones. La más floja del director, sin lugar a dudas.
El director de «Ex Machina» (2014) y «Annihilation» (2018), vuelve a la pantalla grande con «Men», un relato de terror que reflexiona y teoriza sobre la violencia de género, el machismo, la pérdida y otras tantas cuestiones. ¿El resultado? Un film más evidente y desprolijo que sus primeras dos incursiones cinematográficas, pero con ciertas cuestiones interesantes, aunque no alejadas de la polémica. Alex Garland tiene, por el momento, un pequeño pero muy heterogéneo andar por la industria cinematográfica. Arrancó más que nada escribiendo, de hecho, su primer vínculo con el cine fue cuando su novela «The Beach» fue adaptada en una película homónima protagonizada por Leonardo Dicaprio y dirigida por su compatriota Danny Boyle. Allí, iniciaría una especie de sociedad creativa con Boyle y escribiría dos guiones para sus próximas películas «28 Days Later» (2002) y «Sunshine» (2007). Su trabajo como guionista resultó ser bastante prolífico y luego se encargaría de adaptar la novela «Never Let Me Go» (2010) en un largometraje que dirigiría Mark Romanek, para luego culminar con otro guion por encargo dos años más tarde con la muy entretenida y sólida adaptación del comic «Dredd» (2012). De ahí en más, Garland comenzaría a guionar y dirigir sus proyectos personales, empezando por las dos películas mencionadas al principio y también con la serie de TV «Devs» (2020) la cual creó, escribió, dirigió y produjo. Ahora llega el turno de su tercera incursión en el cine, la cual viene de la mano de la grandiosa productora A24 y que está basada en una idea original del propio Garland. El largometraje nos presenta a Harper (interpretada por la maravillosa Jessie Buckley) que tras una gran tragedia personal decide ir a despejar la mente a la campiña inglesa, con la esperanza de poder recuperarse emocionalmente. El problema es que algo o alguien parece estar acechándola, y lo que parecía ser algo producto del trauma que había sufrido pronto terminará convirtiéndose en una amenaza real. Probablemente si tuviéramos que colocar al relato en orden de importancia dentro de la filmografía del director inglés, no se encuentre en las primeras ubicaciones, pero esto no quiere decir que no tenga algunas cuestiones dignas de ser destacadas. Para empezar, Garland logra construir un clima de tensión constante que transmite la misma intranquilidad que sufre la protagonista, desde el principio hasta el fin. Por otro lado, resulta interesante ver como lo que arranca como un thriller, va mutando hacia el terror y la fantasía, jugando con varios de los lugares y tropos que más le gustan al director. Con algunos toques de body horror muy logrados que sacan a relucir la masculinidad tóxica que plantea el film y Rory Kinnear jugando el rol de varios personajes para hacer énfasis en una tesis bastante obvia, aunque funcional y actual, «Men» parece funcionar durante los prolijos primeros dos actos y luego tambalea llegando a su desenlace tratando de aglutinar varias ideas que van desde lo cotidiano hasta ciertas metáforas que juegan con lo fantástico, incluyendo la leyenda folk de «The Green Man». Asimismo, se hace una crítica impiadosa a los mecanismos de las religiones tradicionales y su forma de justificar ciertas costumbres y comportamientos machistas. Obviamente, que lo que más puede hacer ruido es que todo este discurso provenga de un hombre y el público tendría razón, no obstante, la imaginería visual de Garland y el compromiso de Buckley nos invitan a reflexionar sobre este film de horror que aprovecha su mitología para hacer una crítica impiadosa de la sociedad moderna con igual cantidad de ciertos como de obviedades.
La mayoría de las veces el cupo de “la de terror de la semana” es ocupado con productos de dudosa procedencia y/o calidad, pero en esta ocasión no es así. Alex Garland llega a las salas de cine con su última película, “Terror en las sombras”, cuyo título en inglés es “Men”. Para quienes no conozcan aún al director, en el año 2014 su ópera prima “Ex Machina” era una de las aduladas por la crítica especializada. Llegando a calificar al director como una joven promesa a futuro. Luego de presenciar cómo su ex pareja se suicidaba, Harper planea una viaje tan solitario como curativo a un pequeño pueblo rural de Inglaterra. Pero no está sola, sus recuerdos la acompañarán en cada momento. Todo parecería relativamente normal, hasta que comienza a sentir que algo la persigue. Lo que debería ser una tranquila semana al aire libre se convierte en una pesadilla perturbadora de horror folk con pintorescos toques de body horror. Nos encontramos aquí con un producto que posee tantas virtudes como desventajas. Por nombrar algunas de las primeras, la atmósfera creada es en momentos clave agobiante e incómoda. Visualmente asombrosa, tanto desde la puesta de cámara como los decorados y el arte. Las interpretaciones son más que correctas, Jessie Buckley deslumbra con su personaje perturbado. Por su parte Rory Kinnear encarna varios papeles de manera magnífica y aterradora por igual. ¿Entonces por qué no estamos hablando de una obra maestra o encumbrado como una de las mejores películas del año? Se debe a varios motivos, el principal es que se estrenó a destiempo. No me refiero a días o meses, sino años. Una década atrás, incluso un lustro este producto hubiera sido completamente disruptivo. En cambio ahora su mensaje e intención quedan burdos, desfasados en el tiempo. Cómo contar el resultado de un partido con el diario del lunes. No está mal querer plasmar como las “mujeres” se sienten amenazadas y/o aterradas por los “hombres”, utilizando las mismas terminologías binarias que plantea el audiovisual. Empero el error no es conceptual sino direccionar. La voz detrás de esta historia no debería ser parte del aparato amenazador, sino del amenazado. Si es que se quiere obtener una visión más fiel a la problemática. Pero dejando de lado los conceptos que tal vez puedan mutar según los ideales de cada quien, la película hace ruidos por otros lados. Uno de los mayores problemas de Garland, que también sufren otros autores, es que fue denominado como un director consagrado con tan solo una película en la mochila. Un gran peso que solo deja la vara muy alta y la necesidad de volver a repetir lo conseguido con todas sus próximas producciones. Tal vez es por eso que elige subirse a la ola del “terror elevado” y explotar todos sus tropas al máximo. Su impecable apartado estético es inapelable, como también el apacible avance de la trama son signos de esto. O, sino es que también, elige explotar uno de los temas coyunturales del momento con tal de hacer más ruido. Generando así una sensación de falta de autenticidad en la película. Sin embargo Alex Garland consigue mantener al espectador al borde del asiento y en más de una ocasión subir las pulsaciones del corazón. “Terror en las sombras” como película de terror funciona, ya que repite cosas que ya vimos en algunas otras del mismo tipo. Con un magnífico momento de body horror, muy cronenberniano. Y si bien posee fallas conceptuales, tanto su apartado técnico como sus interpretaciones la sacan a flote.
Muchas de las obras de Alex Garland incluyen, dentro de una trama de género, la propuesta de un debate. Ex Machina se interroga sobre el derecho a la independencia de una inteligencia artificial. La serie Devs -con la que la película mencionada constituye un díptico, “devs ex machina”-, amplía la pregunta y se plantea si el género humano está irrevocablemente determinado o tiene algún grado de libertad. Este nuevo film, en cambio, en vez de usar un género popular para elaborar una polémica interesante, expone una opinión; no una pregunta sino la respuesta a una pregunta. Esta aseveración para nada matizada del film es “la masculinidad siempre es nociva para las mujeres”. Harper (Jessie Buckley) decide pasar unos días en una casa de campo para recuperarse de una experiencia traumática. En flashbacks se nos revela que su marido es manipulador, abusivo y eventualmente violento. Hasta la extorsiona con la amenaza de un suicidio. Al igual que en otras películas de Garland, como Aniquilación o La playa, la naturaleza resulta un lugar a la vez idílico y amenazante. El campo inglés, fotografiado con colores iridiscentes por Rod Hardy, es presentado aquí como un jardín edénico que recibe a Harper con un manzano del que ella prueba un fruto. Roto el estado de gracia por este acto, aparece Geoffrey, el primero de la media docena de varones que desfilan por el lugar. Todo ellos están interpretados por el mismo actor, Rory Kinnear, con diferentes capilaridades, algo que da al film un tono ambiguo: queda en algún lugar entre la metáfora, la lógica onírica, la sátira y el sketch cómico de TV. A la vez, es la puesta en escena no muy elaborada de un lugar común: los hombres son todos iguales. Cada uno de estos individuos encarna un tipo de masculinidad, siempre patriarcal y destructiva. Así, Geoffrey es el tímido pasivo-agresivo, luego aparecen el sacerdote que culpa a la víctima, el policía que desestima la denuncia de una mujer, el adolescente que la denigra y también otros caracteres más inclasificables y esotéricos cuando la película empieza a despegarse del mundo “real”. Tras un primer acto en el que se siembra la extrañeza, ingresamos de lleno en el llamado horror folk, esa variante del terror inglés que recurre a la persistencia de ritos y figuras del paganismo, en este caso, el “Hombre Verde” y Sheela Na Gig, vinculados con la sexualidad y la fecundidad. Una vez que la historia revela sus cartas no tiene mucho más que decir, dado que está enfrascada en ejemplificar su tesis. En todo caso, resultaría más original o productivo problematizarla, en vez de martillar sobre el mismo concepto. El tercer acto, en el que el folk horror muta en body horror, reserva escenas impactantes, pero acaso demasiado exhibicionistas para expresar la ocurrencia de que estos hombres son avatares de lo mismo, algo que ya estaba claro desde el momento en que tienen todos la misma cara. Si Garland hubiera seguido con su costumbre de polemizar con la doxa en lugar de dócilmente confirmarla habría elaborado un film mucho más rico.
¿Cuántas veces hemos visto una película sobre una mujer sola que llega a una idílica mansión campestre en medio de la nada y empiezan a ocurrirle situaciones bizarras, sórdidas o directamente aterradoras? Pues bien, ese es el punto de partida de la nueva película del londinense Garland producida por A24. La protagonista es Harper (una Jessie Buckley es total estado de gracia), quien se instala en una hermosa casona centenaria para pasar unos días y aparentemente ocuparse de algunas cuestiones de contaduría. Pero, mientras habla por videoconferencia con su mejor amiga Riley (Gayle Rankin), aparece en escena de fondo un hombre completamente desnudo. La policía lo atrapa, pero será el inicio de una serie de eventos desafortunados que irá desembocando en el más puro body horror a-la-Cronenberg. La película tiene mucho y buen humor negro (notable aportes de Rory Kinnear como el hilarante locador y luego en varios otros papeles más ominosos), una mirada impiadosa a un tema de moda como la toxicidad masculina, y una imaginería visual propia de ese esteta consumado que es Garland (aplausos también para su director de fotografía Rob Hardy). Vi la película en la que fue la última proyección de la Quincena de Realizadores en el Festival de Cannes de este año y se siguió con risas, exclamaciones y una ovación final. No podría haber imaginado mejor desenlace.
La toxicidad masculina. Comentan los especialistas que una de las principales consecuencias psicológicas que surgen en las mujeres que sufrieron en algún momento de violencia de género por parte de hombres es el llamado TEPT (Trastorno por estrés postraumático). Este trastorno puede ser el resultado luego de experimentar lesiones traumáticas o tener una experiencia atemorizante. Harper (Jessie Buckley), la protagonista de Men: terror en las sombras, la nueva película de terror psicológico dirigida por el realizador Alex Garland, es una joven mujer viuda que entra perfectamente en los cánones de salud mental antes detallados. Harper pierde a su marido en un violento y confuso episodio del que afortunadamente sale con vida, pero que en cambio la deja muy angustiada y triste. Es por eso que decide abandonar su hogar en Londres para instalarse por unas semanas en una encantadora y solitaria casona en la campiña inglesa. Allí será recibida por un carismático casero, Geoffrey (Rory Kinnear), que le mostrará las cómodas instalaciones, pero Harper solo quiere estar sola para poder ir curando de a poco las heridas psicológicas que hacen bastante rato la acompañan. Tras finalmente poder deshacerse del anfitrión, un hombre amable pero muy confianzudo, la mujer irá a dar un paseo por los bellos alrededores, pero el miedo volverá a acecharla: entre las sombras un misterioso hombre desnudo la comenzará a observar sin descanso. Men: terror en las sombras es una muy interesante película de terror que propone un enfoque diferente acerca de la psicología en la mujer que padeció de violencia masculina, de sus terribles efectos y más profundos temores. También apuesta por una temática y estética muy particular, primero con bastantes detalles que provienen del subgénero Folk Horror (aquel donde la oscuridad y el terror pueden estar ocultos en magníficas e idílicas locaciones campestres), luego en lo onírico y surrealista en su segundo tramo que se aprecia como una pesadilla y posteriormente en un tipo de horror físico, brutal y sangriento en su parte final. Los pilares en su intensa trama son la figura tóxica masculina, sus abusos y misoginia. Si hay que definir esta película con una palabra sería: perturbadora. Sí, desde su comienzo hasta su increíble final. Su protagonista, la actriz y cantante irlandesa Jessie Buckley, logra mostrar un gran compromiso en su interpretación, que no es tarea nada fácil debido a la complejidad del personaje que le toca componer y de muchas de las escenas. La acompaña notablemente el actor Rory Kinnear, como el cuidador de la cabaña donde Harper pasará una estadía siniestra. Muy cercana narrativa y visualmente al cine de terror físico del cineasta canadiense David Cronenberg, Men: terror en las sombras es una propuesta diferente dentro de la norma de los estrenos del cine de horror de este 2022. El trabajo del director de fotografía Rob Hardy, en tonos rojo y verde, es realmente alucinante. Arriesgada, como mucho del cine del realizador inglés Alex Garland, dejará a algunos espectadores impactados. Rodeada de un ambiente ambivalente, esta alegoría con tintes sobrenaturales tendrá a su sufrida protagonista, Harper, enfrentándose con sus traumas a todos esos hombres, que tendrán increíblemente un mismo rostro y que la castigarán solamente por el hecho de ser mujer.
Reseña emitida al aire en la radio.
Oh, here I go A casualty hangin’ on from the balcony Oh, here I go Makin’ a scene, oh here I am, your pain machine COSA DE MINAS El jueves pasado se estrenó Men: Terror en las sombras (tal es el subtítulo, o la aclaración, que se le adjuntó para su estreno en estos territorios). Men es la tercera película de Alex Garland en su doble rol como director y guionista y la primera en estrenarse en Argentina. Por primera vez, es posible disfrutar de su talento para plasmar imágenes en pantalla grande, así como de su envolvente uso del sonido, dos herramientas que el realizador domina a la hora de construir climas que, en esta ocasión, terminan de decantarse por el género de horror. Es una lástima que en esta ocasión la película no resulte la mejor muestra de sus talentos. En las últimas semanas (desde que se volvió disponible para descargar, en los sitios a los cuales solemos recurrir ante las inciertas estrategias de distribución que se toman con estas películas), Men parece haberse convertido en el parámetro de todo lo que está mal en términos de cine: cierta cinefilia no ha perdido la oportunidad de plantar bandera en contra de la corrección política, una de las obsesiones más fastidiosas de ciertos sectores de la crítica vernácula. Men ha sido rápidamente denostada -también olvidada, porque convengamos que no hay nada acá que resulte demasiado memorable- como otra de esas películas “progres” provenientes del hemisferio norte, con un discurso cerrado hace uso de los axiomas de ciertas expresiones del feminismo que vienen acaparando la opinión pública desde los inicios del Me Too. Lo cual vuelve muy difícil hablar de la película como objeto, ya que estas narrativa parecieran atravesar profundamente todo lo que se dice sobre la película: destacar algunas virtudes de Men implicaría abrazar su discurso, que parecería ser su único atributo; denostarla tendría que ver no tanto con un desacuerdo con el discurso, sino con la defensa de un cine no-discursivo, no político (como si tal cosa existiera). Desconfío mucho de ambas posturas. Men es discursiva, eso es claro. Estamos hablando de una película cuyo clímax consiste en una secuencia en la que un hombre heterosexual protagoniza un parto (!!!!!!!) y termina dando a luz a otro hombre, que a su vez da a luz a otro hombre, hasta llegar a James (Paapa Esiedu), el agresivo y mentalmente inestable ex-novio de Harper (Jessie Buckley). El mensaje -palabra destestable a la hora de hablar de la construcción de sentido, pero insoslayable al momento de designar tan burda enunciación de una idea- deja poco lugar a la imaginación: si bien resultan en apareciencia diferentes, todos los hombres son iguales, apenas una cáscara que esconde su violenta naturaleza. Esta idea del ser masculino como fuente de terror -que Men desarrolla, de manera imperturbable, reiterativa y poco emocionante a lo largo de su breve extensión- parece suscitar, todavía, un fastidio que estalla contra la película, contra Garland, contra la tan mentada “corrección política”, en fin, contra toda la idea de que el hombre pudiera ser fruto de temor para una mujer sola; concretamente, por una atravesada por una relación de pareja violenta. ¿No es la misma tesis que sostenía Repulsión hace 50 años? Hay algo que molesta mucho en esta idea de la cual Garland extrae por lo menos una gran secuencia de tensión, convirtiendo a un hombre calvo desnudo en una aparición directamente terrorífica. Es cierto que los discursos que alimentan la narrativa de Men lucen, apenas cinco años después del estallido del Me Too, algo anticuados. Por lo menos, no suficiente para sostener el interés en el devenir de Harper, la protagonista, y los hombres siniestros que la acosan en el reducto de una casa de campo. Sin dudas, la narrativa podría beneficiarse mucho de una mayor profundidad psicológica, de una indagación más profunda en la dinámica con su ex novio (que termina suicidándose como castigo a un abandono). Se le piden estas cosas a la película, y a la vez se lo piden a estos discursos. ¿Por qué? ¿No hay algo en el terror que se beneficia con lo primal, con lo injustificado, con lo irracional? ¿Por qué una película sobre una mujer aterrorizada de los hombres debería contemplar sutilezas, ser ecuánime, ofrecer valores de grises? Si Men resulta poco lograda es porque Garland pareciera estar operando con lo mínimo, confiando en la potencia de estos discursos -que exceden y funcionan por fuera de la ficción que quiere construir- como razón suficiente para dotar a su historia de potencia dramática. Lo que termina pasando es que Men adolece de una falta de especificidad que se apoya en los aspectos más elementales del relato de horror para culminar en una secuencia que no es más que una ilustración de lo que nos viene contando desde el inicio. Hay cierta pobreza, acá, cierta dejadez, que termina percibiéndose como falta de honestidad. Con respecto al respaldo que la película le da a estos discursos -más cercanos a la misandria que a cualquier idea de igualdad de género-, me permito dudar. Cerca del final, James -el último eslabón del parto secuenciado que parecería ilustrar el concepto “los hombres son todos iguales”- se sienta junto a la protagonista en el sillón. Ella le pregunta qué quiere, qué busca, por qué la atormenta. Aun después de muerto, él busca lo mismo que siempre: su amor. Men es una película sobre una mujer lidiando con un hecho traumático -el suicidio de su ex pareja para vengarse de su abandono- pero también sobre la culpa, una culpa que no le corresponde pero le resulta imposible no sentir. La película se resuelve cuando ella logra enfrentarse a James, sostener una conversación, sin asumir aquella culpa como suya pero escuchando a aquel hombre agresivo, perturbado que, sin embargo, la ama. Poco de esta conclusión responde a los axiomas de un discurso absoluto, cerrado, a tono con los cánones de un manual de vida que resulta cómodo y libre de conflictos. Al contrario, creo que Men termina encontrando -en una escena brevísima de la cual desafortunadamente se evade rápido- su núcleo en esa contradicción, entre los sentimientos que no nos corresponden pero igualmente sentimos, justamente en la imposibilidad de sentirnos siempre dueños de toda la razón, aunque la tengamos. En ese margen de indeterminación, en esa incerteza, todavía queda espacio para el cine y también para el verdadero terror: con la razón nunca alcanza.
Critica emitida en radio. Escuchar en link.
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Una fantasía pesadillesca de Alex Garland El director de “Ex Machina” filma los miedos de una mujer acosada por hombres en clave fantástica, llegando a límites extremos. Men: Terror en las sombras (Men, 2022) propone una fantasía surrealista, una alucinación en clave bíblica sobre la violencia de género. Un relato potente, espeluznante, que atrapa por la manera hipnótica de filmar los espacios del director, semejante a Robert Eggers o David Lowery. Si hay una película que tiene puntos semejantes con Men: Terror en las sombras es Madre (Mother, 2017) de Darren Aronofsky. Es que en su simbología bíblica radica todo el misticismo, el origen del mal explicado por el film. Aquí la protagonista es Harper (Jesse Buckley), una mujer perturbada por el suicidio de su marido luego de la separación de la pareja. Para “reponerse” del trauma se aloja en una casona en medio de la campiña británica. Un lugar idílico hasta que empieza a ser acosada por una extraña presencia masculina. Al llegar a la propiedad Harper muerde una manzana de uno de los árboles linderos y todo el imaginario bíblico se activa en la película. El casero Geoffrey (Rory Kinnear), un hombre tosco de rostro extraño, parece replicarse en los otros personajes -todos varones- alrededor de la protagonista. Al dar un paseo por el bosque aledaño, el espacio es fotografiado con una belleza que se percibe artificiosa, casi irreal, dando cuenta del paraíso terrenal. Esta connotación adquiere formas monstruosas en los hombres producto del fruto del pecado. Una realidad distorsionada por su punto de vista afectado. Alex Garland hace una película fascinante, demencial por momentos, brutal en otros (sobre todo al final), que propone un imaginario bestial en cuanto a las representaciones del miedo femenino. No se trata de otra cosa que del objetivo principal del cine de terror: crear las imágenes pesadillescas para escenificar los temores cotidianos. Puede marcarse también que el film abuse del subrayado de algunas situaciones. El filtro rojo para teñir los flashbacks con su difunto esposo, la cruz caída detrás del cura local, explican por demás el derrotero de la protagonista. Sin embargo, es esa misma estética utilizada para transformar la realidad en una visión sórdida y tenebrosa del mundo, aquello que provoca el deleite visual y sonoro de su enrarecida trama. Garland maneja con maestría los recursos del género, aunque parece distanciarse del susto fácil en pos de una fábula con moraleja. El cuento toma, como la protagonista, caminos imposibles de los que rara vez regresa, dejando al espectador a merced de esta fastuosa y arriesgada propuesta.
Película de terror con actores de prestigio y tratamiento de cine independiente. Tales elementos pueden hacer desconfiar. Más si hablamos de una mujer sola acosada por presencias totalmente masculinas, lo que hace de la metáfora cualquier cosa menos sutil (y además hay manzanas en un árbol a las que, en broma, se denominan “fruto prohibido”). Perfecto: todo eso nos dice “hablemos de lo mal que trata el hombre a la mujer”, lo que no está mal pero resulta groseramente didáctico. Pero, y aquí es donde vamos a justificar las cuatro estrellitas con las que recomendamos esta película, Men tiene dos cosas que superan la intención “contenido”: el clima perturbador en el que una casa alejada y un bosque y un pueblo pequeño se transforman en sombras amenazadoras, y la actuación de los protagonistas Buckley (especialmente) y Kinnear, el segundo en múltiples formas (literal). Poco a poco, lo que parece una denuncia se transforma realmente en un cuento metafísico, en el terror más puro que llega a la confrontación. Incluso con su falta se sutileza temática, la forma es apasionante y perturbadora, sin abundar en efectos especiales o sustos al azar. La sensación de realidad e irrealidad, la imposibilidad de establecer si lo que vemos es real en el mundo del film o una alucinación llegan, hacia el final, a un lazo con lo arcaico y lo mitológico que vuelve todo mucho más complejo de lo que parece.
LA EROSIÓN DEL INTELECTO Mediante una secuencia que tranquilamente podría ser la publicidad del nuevo Ford Fiesta, la película nos presenta a Harper (Jessie Buckley), una joven que para afrontar el reciente fallecimiento de su esposo decide trasladarse a una bella casona de la campiña inglesa. Sin embargo, lo que aparentaba ser una tranquila vacación a modo de retiro espiritual se convierte en una desdicha absoluta debido a la violencia machista que reina por esos pagos. A partir de este eje, emergerá el pasado marital de la protagonista. Men: terror en las sombras es una película tramposa ya que hace uso de algo que podríamos denominar “la estrategia anti-oposición”. Dicha estrategia consiste en tomar una problemática socialmente incuestionable y exponerla de la manera más directa posible, para así convalidar desde el vamos cualquier argumento que se emplee para rebatirla. Digamos, nadie con dos dedos de frente podría negar el maltrato que, lamentablemente, sufre la mujer por su condición de tal, pero sí puede parecer que uno lo hace -por lo menos ante los ojos del policía moral de turno- si no se conmueve con una película que lo explicita con una abismal vehemencia. Con esto a su favor, Alex Garland (Ex-Machina, Aniquilación) efectúa -posiblemente- la película con las metáforas más torpes que se han visto en el último tiempo. No hace falta esforzarse demasiado para develar qué discurso se pretende anunciar con una obra titulada “hombres” y en la cual casi la totalidad de los personajes masculinos están interpretados por el mismo actor (Rory Kinnear). Y por si queda alguna duda, el clímax (una especie de embarazo en cadena de todos los personajes interpretados por Kinnear del cual acaba emergiendo James (Paapa Essiedu), el marido violento de Harper) se encarga de quitárnosla. En las antípodas de esta pseudocrítica al machismo se ubica El bebé de Rosemary, donde Polanski, como gran autor que es, utiliza una historia de sectas y rituales satánicos aparentemente banal para exponer la misma idea que Garland en Men pero, claro, sin insultar la inteligencia del espectador. Recordemos: Rosemary es una joven ama de casa que, al igual que Harper, es maltratada (hasta incluso violada) por su esposo. No se le permite salir de su departamento. No se le permite ver a sus amigas. Incluso cuando comienza a presentar complicaciones producto de su embarazo no se le permite abortar. Para comprender el trasfondo ideológico del film, el espectador de 1968 (año en que se estrenó El bebé de Rosemary) debía transitar un momento de reflexión, de diálogo con la obra; algo que, como habremos notado, está lejos de exigírsele al de Men. Lamentablemente, esto no representa tan solo una disparidad aislada entre dos películas, sino que responde a una lógica mucho más siniestra que es la de la estupidización colectiva en la actualidad. El mensaje debe estar dado de la manera más clara y directa posible para que evitemos cometer la irreverencia de pensar por nosotros mismos.
Men es un filme de terror raro, interesante, divisivo; que puede aburrir o asustar y ser considerado el mejor filme de terror del año. Aquí la crítica escrita más formal; en el link la crítica radial, más informal, completa en los reproductores de audio solo, o de YouTube con video. Men es una película curiosa, es un filme de terror que puede dar o no terror, según el caso; en el caso de este crítico, no dio terror precisamente, sin embargo, otros críticos si lo han sentido. El filme no es común para nada, es una mezcla de cine arte, filme de terror, suspenso y misterio; fue estrenado en el festival de Cannes, dónde van los máximos exponentes del cine artístico. Probablemente el filme entre dentro de una categoría muy particular, que sería: un filme de terror para el cinéfilo avanzado, para el público del festival de Cannes, para críticos están hartos de ver cosas que se parecen. Pero no da la impresión de que el filme fuera a calar hondo en el espectador promedio, porque es muy raro, porque no usa determinados códigos del género, y quizás no sé enganche en algunas de las novedades que tiene. Men es definitivamente filme que es interesante, pero se podría hacer la siguiente división: para el público normal no estaría funcionando, pero para el espectador que no le gusta Titanic por ser un melodrama, o que es amante del cine arte raro, o que es una de las personas que está invitada al festival de Cannes, quizás pueda parecerle el mejor film de terror del año. La película trata sobre una mujer que ha perdido su marido, y va a tomarse un descanso en una casa de campo en la campiña británica; es recibida por un casero que la trata muy bien, pero tiene una cara rara cuando menos; y que sospechamos que va a tener algo que ver en la trama. Más tarde un hombre desnudo quiere entrar a su casa, pero notamos que tiene un gran parecido a quién era su casero; luego vemos que viene un policía, pero este también tiene un parecido a los dos anteriores; y eso va a ser todo lo del argumento que revelaremos, pero ciertamente hay un misterio, hay una persona que está en peligro, y hay un conflicto de la misma a resolver por su tragedia personal. La película si bien es cierto entra dentro del género del terror, no tiene un argumento convencional, es lenta, tiene un clima ominoso en normas generales; pero quizás a los espectadores más apurados les puedo llegar a aburrir un poco; aunque no es de manera objetiva un filme aburrido, la narrativa tiene esa potencialidad. La película puede funcionar o no según el caso, y no tienes sustos de los convencionales, sino más bien va generando un clima ominoso, el cual también nos lleva a escenas donde no sabemos que es la realidad, y que es la fantasía; con algunas imágenes perturbadoras e impactantes. Esta película es solo para adultos, y nos guste o no, es probable que sea difícil de olvidar. No es un film para tibios, y tiene la capacidad de poder ser amado y odiado en partes iguales. No es una película que este crítico recomendaría, salvo a un cinéfilo avanzado al cual uno sabe que anda buscando sensaciones nuevas. Si la quieren ir a ver al cine, están advertidos; es una película fuera del molde, queda en cada quien se arriesgarse o no a ir a verla. Cristian Olcina
Philippe Garrel dijo que el cine era Sigmund Freud + los hermanos Lumière. Alex Garland le sumó el #metoo y CGI para hacer reflexiones contemporáneas sobre la feminidad. Su obra gira en torno a mujeres atrapadas en un entorno hostil, en el que son puestas a prueba -física, emocional o psicológicamente- en odiseas de autodescubrimiento para chicas empoderadas. Men (Terror en las Sombras) es un teatro de la mente que materializa el trauma de Harper (Jessie Buckley), una mujer recién separada que descubre que es más fácil abandonar a un marido manipulador que divorciarse de un fantasma.
Para el director de “Ex Machina” (2015), el amor por la ambigüedad se convierte en una obsesión. Escrita y dirigida por Alex Garland, “Men: Terror en las Sombras” engendra una clase de terror psicológico que explora la superación de un trauma. Un film ambientado en atmósferas incómodas, en donde abundan secuencias sin diálogo y una sugerente banda sonora. El espectador siempre debe concluir su propio significado y Garland conoce, al pie de la letra, dicha máxima. Una cinta para provocar amparada en su sentido difícil de descifrar, que se recrea en el gusto de provocar emociones poco agradables. Una campiña inglesa promete rubricar con sangre aquello de “pueblo chico, infierno grande”; horrores grotescos se esconden tras la apacible fachada. La ascendente y polifacética actriz Jessie Buckley (“La Hija Oscura”, 2021) es el centro de un relato alucinante, una disección de realidad acometido con gran despliegue técnico. El realizador pretende que aprendamos a leer su mensaje entre líneas, plagando el largometraje de metáforas acerca de dinámicas de género que visibilizan la violencia machista. Formas que puede adoptar la toxicidad masculina, espejada la anatomía de un mismo rostro (el del excepcional Rory Kinnear) replicado en la multiplicidad de distintos hombres. En otras palabras, un abanico de agresiones que puede sufrir una mujer. Porqué no, diferentes espectros de maltrato, plasmados con una idea francamente audaz. Exhibida en el último Festival de Cannes, estamos ante una experiencia brutal, visceral y fantástica; un mecanismo de perfecto funcionamiento, orquestado por el cineasta londinense, de 52 años, responsable de la novela “La Playa” -dirigida por Danny Boyle, para quien también guionara el film “Sunshine”-. Garland es un artista ambicioso y riguroso, que ha consumido suculentas dosis del cine de la Hammer y se ha interesado en abordar mundos de ciencia ficción, primordialmente. Sin embargo, aquí prefiere registros más cercanos al folk horror y al terror surreal, incluso rozando las referencias al gore y al british gotic. De lo aberrante a lo incomprensible, de allí a lo fascinante y lo violento, “Men: Terror en las Sombras” no pretende la examinación social de forma lógica. Por ello, traza puntos en común con el cine de Darren Aronofsky o David Lynch. Bajo tal verosímil, cualquier paradigma es posible, incluso virar de forma subrepticia hacia la comedia hilarante. Permanezcamos abiertos a lo inexplicable y disfrutemos de una propuesta conceptual y estética tan impar como extraordinaria.
Compulsión ancestral Alex Garland lleva la violencia de género al mito en “Men: terror en las sombras”, largometraje que se estrenó en cines. Calificación: Muy buena. La dialéctica de género cobra visos ancestrales en Men, incursión en el terror pleno de Alex Garland. El director inglés deja de lado la dimensión tecnológica de Aniquilación o Ex Machina para sumirse en las profundidades del vínculo femenino-masculino, aunque remitiéndose a una sola mujer y a una parva de hombres que son el mismo. Harper (Jessie Buckley), con nariz sangrante, vislumbra en un departamento de tonos rojizos y a través de la ventana cómo su marido James (Paapa Essiedu) se precipita hacia el abismo del inmueble. La película volverá una y otra vez a esa escena dramática en forma de flashbacks, alumbrando milimétricamente los forcejeos verbales y físicos de la conflictiva pareja. En esa discusión vaga y entorno despojado, ya se torna visible el planteo abstracto de Men, una irrealidad tan alegórica como mental que pierde lazos con lo verosímil. El corrimiento es literal, en tanto la protagonista viaja sin más al campo a despejarse del trágico suceso, alojándose en una gran casona que regentea el bonachón Geoffrey (Rory Kinnear). El aislamiento en la naturaleza, la cualidad antigua de la residencia y el árbol cuyos frutos prueba Harper meten de lleno a la narración en un terreno folklórico y casi bíblico, una fábula autista que se comprueba cuando la joven aún de gabardina urbana se para frente a un túnel y pronuncia su nombre, que le es devuelto en forma de eco. En ese pasaje formidable –gesto de una atemporalidad digital amparada en la banda sonora de Ben Salisbury y Geoff Barrow (Portishead) y la fotografía de Rob Hardy–, la Caperucita ve a su lobo: un hombre desnudo que comienza a seguirla. El acecho probará ser múltiple y mantendrá el semblante cambiante de Kinnear, quien interpreta entre otros a un sacerdote, un parroquiano o un adolescente con una careta pop de Marilyn Monroe, todos confabulados en atemorizar a Harper. Si bien Men juega con los motivos del thriller aportando escenas de violencia, persecución, cuchillazos y llamadas de emergencia, centra su eje en un imaginario cósmico que le rinde tributo al doble altar del Hombre Verde y la Sheela na Gig, íconos de la Inglaterra pagana que parecen encarnarse en el binomio de este cuento de hadas minimalista. Con inteligencia y algo de sátira, Garland envuelve un tema saturado de actualidad en el espíritu del mito, haciendo del tormento, la compulsión y la fascinación el germen de un nuevo ser.
Una mujer trata de reponerse de una situación traumática yéndose a pasar unos días a una casa de campo, pero la situación allí la perturba aún más en este extraño film de horror psicológico del creador de «Ex Machina». Con Jessie Buckley y Rory Kinnear. Películas sobre la violencia de género o las distintas versiones de la masculinidad tóxica parecen surgir a diario. Pero no debe haber muchas como MEN, la nueva película del escritor, cineasta y guionista Alex Garland. El realizador de EX MACHINA y ANNIHILATION utiliza los diversos motivos del género del terror (entre lo surreal, el folk horror y el clásico tono «casa embrujada») para traicionarlos un poco a todos y crear una suerte de manifiesto simbólico del terror –y la posible resistencia– que se le tiene a esa cosa llamada «hombres». La historia es simple y perfecta para ser filmada en medio de las limitaciones pandémicas ya que la protagonista es prácticamente una sola –la gran Jessie Buckley– y apenas un par de actores más, uno de ellos interpretando a varios personajes o distintas versiones de uno mismo. Al primero que vemos aparecer en pantalla es a James (Paapa Essiedu), el esposo de Harper (Buckley), cayendo hacia el vacío en lo que parece ser un suicidio. Ella lo mira desde la ventana caer, ensangrentada, y poco tiempo después la veremos irse en un auto hacia la campiña británica mientras sigue sonando la misma, bella y críptica canción inicial. De a poco la película irá reconstruyendo esa situación vía flashbacks pero todos entendemos rápidamente que lo que sucedió allí fue una experiencia traumática para la mujer, que acaba de alquilar un enorme caserón en Gloucestershire, de esas casas en medio de la nada que con solo ver un plano uno adivina que terminarán siendo escenario de algunas cosas raras. Su idea es trabajar, descansar y recomponerse, pero apenas el simpático y un tanto pesado dueño de casa (Rory Kinnear en el primero de sus muchos roles) se la muestra, con todas sus comodidades y lujos, sabemos que eso no puede terminar bien. Ya en su primer paseo Harper se pierde, se topa con unas casas abandonadas y, a lo lejos, ve a un hombre calvo y desnudo que la observa fijamente. Lo perderá de vista, pero pronto el hombre volverá a aparecer y, resumiendo, digamos que será el primero de muchos (curas, policías, adolescentes, vecinos del lugar) que estarán rondándola con intenciones un tanto extrañas. Y todos estarán encarnados, con ayuda de efectos digitales, por el mismo Kinnear. MEN juega con los recursos del género para trabajar todas las instancias institucionales de violencia masculina que las mujeres experimentan –o pueden experimentar– a lo largo de sus vidas. Desde maridos psicópatas a figuras de poder y autoridad que pueden dañarlas psicológicamente (o la han dañado), todos aparecen por aquí mientras la película de a poco se va trasladando a un escenario que es más mental que real, más manifestación física de un trauma que experiencia «verdadera». En algún punto la película hará más evidente esa transformación, el paso de su versión más clásica del terror (mujer sola en una casa perseguida por uno o varios hombres) a una manifestación más extravagante, si se quiere, de ese espanto. El espacio se deforma, las personas también y en un momento estaremos claramente en esa cámara de torturas psicológicas que es la mente de la protagonista. O eso parece. Ese giro es también uno de tono. Ya deja de ser una película que infunde susto en el espectador (el tradicional, digamos) y pasa a ser una en la que se trata de decodificar lo que está sucediendo o, dicho de otro modo, qué es lo que Garland nos está queriendo decir. Esa transición no será fácil y buena parte del público se quedará afuera de las decisiones más freak que toma el autor/director en la última etapa del film, pero sin duda son consistentes con el tema y el tono que viene proponiendo desde el primer minuto. MEN es un show de Buckley y Kinnear. Ella, encarnando a esta mujer dolorida que trata de sacar fuerzas y hacerle frente a una situación que la abruma mental y físicamente, pero nunca interpretando a una víctima. Y Kinnear, metamorfoseándose en distintos personajes que pueden tener diferentes apariencias y personalidades pero todos tienen un mismo objetivo: hacerle la vida imposible a la chica desde ángulos y aproximaciones muy distintos también. Los «hombres» de Garland pueden parecer simpáticos, comprensivos, amables, agresivos o directamente creepies, pero siempre se las arreglan para infundir en ella incomodidad o, directamente, terror. Más allá de lo que cada espectador piense respecto a las formas bizarras que va tomando el relato –en mi caso, yo aplaudo la decisión de Garland de salirse de la norma, aunque creo que no todas las elecciones tomadas allí funcionan– y de la metáfora central un tanto reduccionista de la propuesta, MEN tiene algunas ideas visuales muy creativas, una de las heridas a un brazo y una mano más dolorosas que recuerdo haber visto en mi vida, y un tono perturbador que no abandona nunca al espectador. Ese «miedo a los hombres» que muchas mujeres, y no solo mujeres, sienten a lo largo de toda su vida.
El nivel de artista pretencioso que busca subrayar Alex Garland con este pastiche se padece en cada escena. El capricho vanguardista de los minutos finales es tan encriptado que ni siquiera el elenco tiene idea de lo que pasa. Tanta metáfora hace mal.
Ella es más que un juguete. Ella es parte de la familia.