Un agudo retrato de la condición humana: En una planicie en lo alto de una montaña un grupo de ocho jóvenes juega al fútbol con los ojos vendados. Lady divisa con el largavistas la llegada del mensajero. Los jóvenes han sido reclutados por una organización guerrillera y son denominados como “Los monos”. El mensajero es el nexo entre ellos y La Organización. Con voz de mando, les da indicaciones para un entrenamiento militarizado. Al finalizar el mismo, les da las nuevas instrucciones: cuidar del nuevo integrante (la vaca Shakira, que es una donación a La Organización) del mismo modo como vigilan y mantienen en cautiverio a la rehén, una ingeniera gringa a quien llaman “Doctora”. Ellos a su vez le piden permiso para que se efectúe el casamiento entre Lady y Lobo, lo cual es concedido. Este es el escenario que plantea el director colombo-ecuatoriano Alejandro Landes, en su segundo largometraje, que lleva por título precisamente Monos, y cuyo guión co-escribió junto al realizador argentino Alexis Dos Santos. Lo primero a situar es que la película fue rodada en el Páramo de Chingaza y el cañón del río Samaná en Colombia, y que la primera referencia directa son las FARC, donde muchos niños son tomados de las pobres familias campesinas como donación al mando de la guerrilla que los cobija como gran familia (lo cual está sugerido con las vendas en los ojos del comienzo). No obstante, el director toma la decisión de no dotar a su historia de un espacio y tiempo claramente determinados y de este modo consigue plantear el tema de la violencia como parte de la condición humana. El grupo de jóvenes en sí mismo es el protagonista de la historia y Landes lo utiliza para dar cuenta del funcionamiento humano en una comunidad aislada de la civilización. Al comienzo todo parece estar bien en el grupo, rodeados de un paisaje majestuoso y armónico, y todos asienten en formar parte del rito de casamiento entre Lady (Karen Quintero) y Lobo (Julian Giraldo), bailando una danza tribal alrededor de la fogata, en la cual no faltará el alcohol. El liderazgo es mantenido por Lobo, a quien el mensajero le asignó la responsabilidad. Y tras la muerte accidental de la vaca por parte de Perro (Paul Cubides), quien disparó el rifle al aire en su borrachera, empiezan las fricciones entre Lobo y Patagrande (Moises Arias); dos machos alfa que comienzan a medir quién la tiene más grande y a disputarse el liderazgo. Hasta aquí se trata de la rivalidad, la agresividad y las tensiones inherentes a cualquier grupo humano. La muerte de la vaca se cobrará la vida de Lobo, quien se sentía responsable y probablemente temiera represalias de los superiores en el Comando de la Organización. El mensajero designa como nuevo líder a Patagrande y, tras un enfrentamiento de la Organización con el Ejército, se le brinda la indicación de trasladarse con la rehén a la selva. Instalados allí, la fisonomía de los jóvenes cambia. Visten atuendos militarizados, se pintan la cara, se camuflan con el paisaje y se llaman unos a otros con sonidos animales. El Patagrande asumirá un liderazgo tiránico pregonando: “Somos nuestra propia organización y la Doctora nos pertenece”. De esta manera si antes estaban cobijados por la estructura de la cadena de mando de la llamada Organización, este grupo humano librado a las reglas de Patagrande se convierte en un caos. La banda de jóvenes deviene así una manada de monos salvajes, retrocediendo a un estado primitivo de la humanidad, donde se anulan las palabras y los acuerdos, y donde cada quien luchará como pueda, sea con delaciones (como es el caso de Pitufo) o deserciones (como es el caso de la sensible Rambo), por su supervivencia. El marco de la selva acompaña esta degradación humana, trocando su belleza en fuerza hostil con sus insectos, sus lluvias torrenciales, sus aludes y los torrentosos rápidos del río, dejando a esta manada en la cercanía con la muerte y su propia auto-destrucción. Y al mismo tiempo los sonidos tribales armónicos de la primera parte dan lugar a una rítmica más vinculada a la guerra. Tanto El señor de las moscas (Harry Hook, 1990) como Aguirre (Werner Herzog, 1972) y Apocalypse Now(Coppola, 1980), son las claras referencias en que se basa el director. La cuidada y majestuosa labor de fotografía, el casting de actores así como la destacada producción en cuanto a las locaciones, el sonido y las adrenalínicas escenas de acción hacen de Monos una película sólida. Pero lo más interesante es que con estos elementos, Landes lograr trascender una lectura puramente anclada en el conflicto armado y proponer un agudo retrato de la condición humana. La humanidad parece hoy transitar una suerte de adolescencia que elige prescindir del límite de la autoridad o de la ley como regulación, sometiéndose al imperativo del mercado que empuja a un goce absoluto e ilimitado y que lleva en sí mismo el germen de su propia destrucción.
Convivencia de guerra A mitad de camino entre la animalización infantil de El Señor de las Moscas (Lord of the Flies, 1954), el clásico de William Golding sobre el sustrato pulsional de supervivencia de los seres humanos, y el descenso a la locura prototípica de El Corazón de las Tinieblas (Heart of Darkness, 1899), la obra maestra de Joseph Conrad en torno a la rebelión en el seno de las filas militares y los infaltables delirios mesiánicos/ divinos de los hombres, Monos (2019) es una película colombiana que ofrece un muy interesante análisis tanto de la violencia de las sociedades latinoamericanas, siempre en estado de ebullición por la retahíla de desigualdades e injusticias que las caracterizan, como del carácter gregario salvaje de los bípedos y lo cerca que estamos de abandonar las máscaras farsescas de la civilización para dejarnos caer en una competencia individualista destinada a la autodestrucción a mediano o largo plazo, sin que importen cualquier atisbo de racionalismo, empatía o marco solidario. La “no historia” está enmarcada en el esquema de los relatos descriptivos sobre un núcleo invariante, ahora haciendo foco en un pelotón de niños soldados que se encuentran en un destacamento de una guerrilla colombiana ignota y que en términos prácticos poseen la misión de custodiar a una rehén de no muy alto perfil, una norteamericana a la que llaman Doctora (Julianne Nicholson). Entre ejercicios físicos militares, juegos pueriles y hasta el encargo adicional de custodiar una vaca lechera, los jóvenes pasan el tiempo en una enorme construcción derruida a una altura muy elevada y soportando el barro y fuertes ventiscas, un panorama que comienza a complicarse cuando el animal es asesinado accidentalmente, de golpe comienzan las escaramuzas con el ejército local y todo el asunto los obliga a bajar hacia la selva y montar un campamento improvisado. Pronto las peleas internas del grupo y las diversas afinidades harán estallar esta convivencia de guerra y la sangre correrá sin más. Como si se tratase de una interpretación sudamericana y a pequeña escala de Apocalypse Now (1979), aunque sustituyendo el despliegue de aventuras caóticas de antaño por la sistematización de un declive psicológico más tradicional vinculado con los desacuerdos por identidades contrastantes, el film juega con la noción del sexo como catarsis frente al peligro permanente de morir, frente a la responsabilidad de tener que hacer de guardianes de la cautiva y frente a la misma supresión de la niñez/ adolescencia en una lucha que implica llegar a la adultez de inmediato si se pretende sobrevivir. Este trasfondo lúdico y semi inconsciente de los purretes teniendo que atenerse a códigos y conductas que no le son propios -hoy relacionados con la disciplina militar en un contexto de jungla- sin duda ha sido explorado largo y tendido en un sinfín de epopeyas semejantes, sin embargo el cine latinoamericano pocas veces lo ha tratado desde esta arquitectura alegórica que no explicita ni la época ni el lugar preciso de los acontecimientos (obras de cadencia revolucionaria ha habido muchísimas durante las décadas del 60 y 70 pero Monos es arena de otro costal, en esencia porque responde a los criterios del cine festivalero más sensato, ese que apuesta a no descuidar los ardides de los géneros clásicos para no dejar afuera al “público común”). El armazón retórico coral le sirve a la película porque instaura una heterogeneidad que podría no haber sido tal si el relato hiciera hincapié en el cliché de priorizar la perspectiva narrativa de la Doctora, el “outsider”, cuando en realidad lo que le interesa al director y guionista Alejandro Landes es señalar que los chicos también son víctimas en la situación ya que no pueden sustraerse de la violencia política producto de años de neoliberalismo y sus mafias estatales/ financieras/ empresariales asociadas. Aquí los intentos de fuga de la estadounidense corren de la mano de la supremacía como líder tiránico de Patagrande (Moisés Arias), uno de los adolescentes de mayor edad y el gran protegido del verdadero mandamás del pelotón, El Mensajero (Wilson Salazar), un hombre de corta estatura con aires de guerrero profesional. Moviéndose a nivel conceptual entre las FARC y la guerrilla argentina marxista y peronista del pasado, estos “monos” -tal el nombre que reciben dentro del ecosistema castrense- constituyen el ejemplo perfecto de la militancia radicalizada que anida y se articula en la pobreza, el olvido estatal y la negligencia consciente por parte de las élites cleptocráticas que controlan los gobiernos del cono sur en connivencia con los payasos parasitarios e imperialistas del Primer Mundo y el aparato usurero internacional…
Los hijos de la selva. Es inevitable pensar en El señor de las moscas al ver Monos, dado que la premisa es similar. Pero Alejandro Landés se despega del duplicado otorgándole una impronta autoral y una mirada local a la historia. En un lugar perdido de las montañas, ocho niños adolescentes, armados hasta los dientes, custodian a una rehén extranjera. Ellos responden a una organización, de la cual nunca se nos rinde demasiados detalles. Tampoco sabemos cómo los jóvenes llegaron a ese lugar, solo vemos que entrenan, juegan y también se enamoran. Más allá de su adultez forzada, es inevitable que no emerjan las conductas del típico adolescente en ese lugar sin ley. La película, con una narración más que sólida, va atravesando distintas etapas, desde encontrar un grupo obediente y disciplinado en medio de las montañas, hasta el punto de llegar al autocastigo sino pueden cuidar a la vaca Shakira. También estar en un frente de guerrilla (nunca esbozada políticamente, por más que el conflicto colombiano esté omnipresente), hasta el momento de manifestar su rebeldía cuando se internan en la selva. Allí se camuflan y se convierten en un elemento natural más del lugar. Landes pone de manifiesto un muy buen pulso a la hora de contar una historia e imprimirle acción, así como al momento de delinear personajes en un contexto grupal. Una experiencia salvaje y atípica que vale la pena transitar.
El corazón de las tinieblas Tras el éxito de su documental, Cocalero (2007), sobre el sindicato de productores de coca en Bolivia, cuna política del actual presidente Evo Morales, y a ocho años de su primer largometraje de ficción, Porfirio (2011), el realizador Alejandro Landes regresa con Monos (2019), un film sobre un comando de combatientes en Colombia que tienen a su cargo a una ingeniera norteamericana cautiva. Ocho guerrilleros adolescentes entrenados por su mentor, El Mensajero (Wilson Salazar), que custodian a una estadounidense secuestrada por la guerrilla colombiana reciben a su cargo una vaca lechera en préstamo con la finalidad de que demuestren su capacidad de gestión, pero los púberes viven la situación como un juego y rápidamente todo se desbanda en una espiral de violencia y sexualidad que trastocará la dinámica del grupo y su misión. Monos se divide en dos partes en base a su escenografía y su desarrollo narrativo. En la primera parte la acción transcurre en la montaña, un escenario anegado donde los adolescentes custodian a la Doctora Sara Watson (Julianne Nicholson), una mujer que cada tanto es obligada a leer el diario delante de una cámara para dar señales de vida. En la segunda parte la acción transcurre en la selva, donde la humanidad retrocede ante la violencia agreste. Cada uno de los personajes ocupa un lugar en esta horda gregaria a punto de explotar. Rambo (Sofía Buenaventura) es la mirada reflexiva, la del excluido que sigue órdenes pero anhela otra vida y no puede insertarse en el grupo, mientras que Lobo (Julián Giraldo) es el líder llamado a convertirse en cuadro de la guerrilla. Patagrande (Moisés Arias) es el líder sustituto segado por el poder, mientras que Perro (Paul Cubides) es un animal que sigue a su demente guía en su locura. Leidi (Karen Quintero) sigue al líder de turno en sus acciones al calor del despertar de su sexualidad como un juego, mientras Sueca (Laura Castrillón) vive en la enajenación sin retorno de la adolescencia guerrillera al borde del abismo. La situación política y las ideas revolucionarias quedan a un lado y ceden su lugar a los códigos militares, la supervivencia y los anhelos de escape o dominio de los protagonistas atrapados en la lógica bélica sin sentido ni final. Monos es una película coral en la que se destacan todos los personajes en una acción que semeja una danza salvaje alrededor de un paraíso abandonado o una pesadilla postapocalíptica que deviene en demencia. El film puede ser leído como una de las posibles consecuencias de la vida guerrillera en la psicología de la juventud reclutada tempranamente para la causa revolucionaria en un país en guerra. De un ideal inicial potencialmente loable, la guerra, la persecución, la huida y las condiciones hostiles de la selva convierten al revolucionario en un animal capaz de cualquier cosa. Rambo también viene a representar a los niños y adolescentes guerrilleros que buscan escapar del conflicto, una realidad acuciante de los territorios colombianos, siempre en disputa entre la guerrilla, el ejército, las organizaciones del narcotráfico y los paramilitares al servicio de los terratenientes. Alejandro Landes construye un film profundamente feroz sobre el alma humana, la creación de la identidad y su destrucción, y los límites entre la comunidad y la horda. Monos trabaja sobre la dinámica grupal del grupo de adolescentes a partir del control que los líderes de la guerrilla ejercen sobre ellos desde niños a través de la disciplina y la creación de lazos, ligadura filial que en el film se va erosionando debido al despertar sexual, la energía desbordante adolescente canalizada en la ira sin sentido, el aislamiento del grupo y el sentimiento de propiedad sobre la rehén. La fotografía de Jasper Wolf se destaca por sus paisajes oníricos y bucólicos de las montañas y la selva, dos lugares tan maravillosos como desafiantes y perturbadores. La belleza, el peligro, lo salvaje y la muerte que anida en todo se dan encuentro aquí en imágenes en las que la violencia se funde con la sexualidad. La compositora Mica Levi le imprime a su vez al film una conmoción agobiante a escenas que oscilan entre la locura y la fusión con lo salvaje. Monos es una elegía a la adolescencia en su estado más bestial e irracional, atrapada en una lógica de violencia donde todo es posible, la sexualidad es para ser explorada en un juego sin condiciones, las armas son un juguete más, la rehén una víctima que deberá descubrir hasta dónde es capaz de llegar para escapar y el mundo un lugar para esconder los límites de las atrocidades que subyacen en el corazón de las tinieblas, donde habita el alma humana.
Luego de ocho años de haber dirigido su última película “Porfirio”, el realizador colombo-ecuatoriano nacido en Brasil, Alejandro Landes, vuelve a la pantalla grande con una coproducción entre nueve países (Argentina, Colombia, Holanda, Alemania, Uruguay, Dinamarca, Suecia, Suiza y Estados Unidos) que impacta por su temática, su tratamiento y magnetismo visual y sonoro. “Monos” se centra en un grupo de guerrilleros conformado por adolescentes, quienes tienen la misión de cuidar a la Doctora, una rehén estadounidense. Pero el resto del tiempo se lo dividen entre un arduo entrenamiento (sobre todo cuando reciben la visita de su superior una vez cada tanto) y momentos de ocio, donde la sexualidad y las emociones reinan. Desde el primer momento la historia que se presenta es atractiva por el enigmático relato que se introduce. Nos muestra a un grupo de chicos, de los cuales no sabemos más de lo que vemos durante el film (no tenemos un contexto de los personajes, ni quiénes son, ni por qué están ahí, ni siquiera nos enteramos de sus nombres ya que todos se llaman por apodos) y que, a diferencia de lo que podríamos esperar de adolescentes comunes y corrientes, viven en un mundo violento. Y esa violencia se observa no solo en el entrenamiento, sino incluso en los juegos y rituales (por ejemplo un saludo de cumpleaños), algo totalmente naturalizado. No conocen otro universo más que ese y se comportan conforme a ello, pese a que no dejan de ser niños. A medida que va transcurriendo la historia, el grupo se vuelve cada vez más rebelde y anárquico, donde todo vale y no hay autoridad o regla que sirva para limitar la fuerza impuesta por algunos de sus miembros. Con cambio de locación, de un espacio abierto y frío a la cálida y peligrosa jungla colombiana, comienzan los conflictos internos, las dudas y la revelación de la verdadera personalidad de cada uno de ellos. Esto genera un clima de constante tensión, donde ni los personajes ni el público saben qué es lo que puede pasar. Esta sensación se ve acrecentada por la utilización de una música potente y estridente. Además de la destacada banda sonora, la historia también se beneficia de sus locaciones. Si la misma ocurriera en otro lugar no cobraría la misma importancia. Asimismo, el film va alternando primeros planos de los personajes, para mostrar sus estados y emociones, con planos más generales donde se prioriza más el paisaje que a las personas, demostrando el aislamiento del grupo. Con respecto a las actuaciones, nos encontramos con actores prácticamente desconocidos que logran componer de gran manera a sus personajes. Se trata de un elenco coral, aunque hay algunos roles que sobresalen por presentar un mayor liderazgo (no necesariamente en un buen sentido), pero cada uno tiene su momento para destacarse. Con algunos se puede empatizar un poco más que con otros debido a las actitudes que van desarrollando a lo largo del metraje, pero todos generan algún tipo de sentimiento. En síntesis, “Monos” es una atractiva propuesta que va escalando en intensidad a medida que la historia se vuelve cada vez más violenta, anárquica e impredecible. Una interesante trama bien llevada a cabo por sus intérpretes, como también por un atinado acompañamiento de la música y la escenografía.
Juventud Salvaje. Crítica de “Monos” de Alejandro Landes La película nos sitúa en las densas selvas y las neblinosas cimas de las montañas del norte de Colombia, en un espacio abstracto, ajeno al tiempo y la moral convencional. Un grupo de ocho soldados paramilitares llamativamente jóvenes, niños en realidad, que realizan un exigente ejercicio de entrenamiento en la cima de una montaña, instruido por un hombre adulto (William Salazar) que, sin embargo, es más pequeño que su ejercito. La banda de jóvenes militarizados se conoce como los “Monos”; viven bajo el cruel mando militar de la imaginaria “Organización”, muy probablemente un sustituto de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). Viven en un estado perpetuo de combate, con un propósito general poco claro. Dentro de sus filas se destaca la presencia de lo que ellos hacen llamar “una vaca lechera reclutada” y una ingeniera estadounidense (una excelente Julianne Nicholson) que han tomado como rehenes. Los jóvenes guerrilleros han dedicado los años de desarrollo más importantes de su vida a esta causa peligrosa. Los nombres de guerra de los jóvenes tienen la particularidad de ser parte de la cultura occidental: Rambo, Bigfoot, Boom Boom, Lady, Smurf y Swede. Entre ellos fomental la exploración sexual y el aclopamiento (algo similar al casamiento), previa aprobación en una ceremonia con todos los soldados presentes. Por la noche, después de que terminan los ejercicios, saltan y bailan a través de una enorme hoguera. La película oscila desde primeros planos inquietantes de rostros cubiertos de lodo hasta extensas tomas de vegetación de la jungla extensas. Por momentos, “Monos” aumenta la tensión con una serie de enfrentamientos violentos. Sin embargo, incluso estos intercambios más dramáticos dejan espacio para pausas largas, con la cámara a la deriva a través del paisaje de la jungla mucho después de que la devastación haya concluido, como si solo la naturaleza tuviera la armadura para sobrevivir a esa guerra tan inútil. A medida que se desliza hacia el caos, “Monos” acelera hacia una conclusión fascinante que deja el destino de unos pocos personajes abiertos y la posibilidad de un nuevo capítulo. Si bien evita inyectar detalles específicos sobre los alrededores de la Guerra Civil que plagan las laderas del país, “Monos” sugiere que incluso si los guerrilleros huyen de la jungla salvaje, el resto del país no ofrece un escape. “Monos” rastrea a un grupo disfuncional de jóvenes militantes mientras atraviesan terrenos peligrosos, participando en un comportamiento salvaje mientras juegan con su mortificada rehén estadounidense. La película proporciona una ventana al caos hambriento de poder en los márgenes de la sociedad que podría ocurrir en cualquier momento y en cualquier lugar. Ayudado por la apabullante banda sonora de la compositora Mica Levi (“Under the Skin”), Landes nos sumerge en una burbuja asfixiante, llena de suspenso sobre unos jóvenes alienados enredados en una batalla sin sentido. Puntaje: 80/100.
Los alaridos de la guerrilla Tomar contacto con el opus de Alejandro Landes implica abolir todo intento de habituarlo a un realismo más que el que llega por reflejo desde la aventura visceral en selvas colombianas. Esa suspensión momentánea del realismo es la principal virtud de un guión escrito a cuatro manos por el propio Landes y el argentino Alexis Dos Santos, tal vez algo influenciado por El señor de las moscas ó ciertas películas de W. Herzog, pero que gana peso propio a medida que avanza la trama. Convivir entre pares con la naturaleza salvaje, el cautiverio de una rehén extranjera y la falta de autoridad o dominancia de la anarquía del más fuerte, es el condimento ideal para nutrir el existencialismo puro de Monos. Eso sumado a la animalidad que encuentra su mejor expresión en ciertas escenas, donde los cuerpos se exponen en luchas o practican ejercicios de extrema dureza y que ponen en juego el valor y la resistencia de este grupo de niños adolescentes, el cual a pesar de las individualidades -pues cada uno cuenta con un apodo- funciona como organismo vivo, agresivo, parasitario y caótico. Entre la selva, colores que destellan frente a la oscuridad de cada uno de los integrantes de este grupo sin ley, con líderes que disputan el reino vacío del poder, la metafísica dice presente en determinados cuestionamientos sin el cinismo habitual de cierto cine moderno o post modero que lava o purga sus culpas desde otro lugar también vacío. Habría que preguntar quién es rehén de esta situación límite; habría que reflexionar sobre los modelos que se ponen en juego en esta dinámica de supervivencia en que una vaca vale lo mismo que cualquier vida humana. Pero eso es apenas una cáscara de una semilla de un fruto podrido, que lejos de extinguirse se propaga, contamina la tierra con la fuerza de la devastación de un huracán de ignorancia que arrasa con todo lo que tiene a su paso. Quizás la guerrilla colombiana y sus modos de financiarse a fuerza de secuestros, saqueos o proclamas huecas desde la política no sea aquí un tema a cuestionar. Y eso se agradece por partida doble, mucho más con un final tan perturbador como el del comienzo.
Un grupo paramilitar integrado por jóvenes debe sobrevivir en lo alto de la montaña mientras recibe órdenes para seguir un plan delicadamente trazado en esta película colombiana que -cuenta con producción de Argentina y otros países-, y acumula violencia e incertidumbre. El filme fue seleccionado por la Academia Colombiana de Artes y Ciencias Cinematográficas para representar a Colombia como "Mejor película extranjera" en los premios Oscar y "Mejor película iberoamericana", en los Goya. Monos deja la sensación de encontrarse desprotegido y vulnerable en medio de paisajes imponentes desde el comienzo. Un grupo de chicos juega al fútbol con los ojos vendados y recibe un estricto entrenamiento. Ellos tienen apodos de guerra -como Rambo encarnado por Sofía Buenaventura- y mantienen secuestrada a la Doctora -Julianne Nicholson-, una ingeniera gringa oculta en un bunker, mientras deben cuidar a Shakira, la vaca que les da la leche. Sin embargo, la misión se sale de su carril tras la "muerte" de Shakira y pone en peligro el orden establecido cuando el mando recae en Patagrande -Moisés Arias-. La acción se traslada luego a la jungla e instala la tensión en el escape y la aventura de supervivencia colocando el "sinsentido" de la guerra en primer plano. Lo más atrapante de la propuesta radica en los cambios que se producen en las relaciones entre los miembros del grupo. El director Alejandro Landes y su co-guionista, el argentino Alexis Dos Santos, plasman un mundo habitado por chicos que siguen órdenes y parecen jugar "el juego de la guerra" sin estar demasiados convencidos de lo que hacen. La historia se ubica entre el registro bélico -con el tema de las guerrilas latinoamericanas-, pasa por la aventura -el río salvaje y los insectos- y la exploración de la sexualidad. Monos entrega un producto contundente con imágenes fuertes que va encontrando su rumbo con el correr de los minutos y utiliza el sonido envolvente y la música para crear un estado de incomodidad permanente en el espectador, que se mantiene presente a lo largo de toda la historia. El amor, la sumisión y el cumplimiento de órdenes muestra el costado salvaje del grupo cuando éste se pone en acción, entre casamientos, danzas tribales y coordenadas que confunden e impulsan al grupo que sigue las órdenes de la Organización hacia nuevos rumbos donde sobrevivir es un juego salvaje.
Mientras miraba la notable Monos, pensaba todo lo que tiene para aportar el cine colombiano a la reflexión sobre el mundo contemporáneo. Un territorio históricamente atravesado por disputas y conflictos políticos que se remontan a tiempos de la conquista, de la colonia, de los virreinatos, los conflictos armados del siglo XX. Un paisaje intenso (interno y externo) que este film reelabora como espacio de permanente rememoración de la violencia. Algo que el arte colombiano viene entendiendo y lanzando al mundo hace ya tiempo, pero que el cine se debía como una deuda que Monos empieza a saldar con creces. - Publicidad - Hay muchas cosas para decir del film de Landes. Primero que parece un milagro en el contexto del cine latinoamericano en general. Una referencia hacia la historia con modos de distopía que, sin ubicar su argumento en un momento dado, arraiga en él una violencia conocida: la de los grupos paramilitares o de autodefensa, relacionados con los grandes estancieros o con los carteles del narcotráfico que van escalando su violencia en porciones degradantes e involucrando a la población civil a partir de la década del 70/80. El grupo de adolescentes y jóvenes de Landes, se disciplinan con las formas militares que imparte un “mensajero” que los hace obedecer en escalafones de liderazgos rotativos. Es un escuadrón que tiene como misión cuidar a una ingeniera norteamericana secuestrada por la Organización. Se autollaman los Monos, pese a que lo primate no excluye una manera racionalizada de concebir el mundo. Un mundo que borra los limites entre los hombres y las mujeres, en el que todos son soldados, y en el que el sexo es importante porque es una acción que se ejecuta como todo lo demás; Rambo, el personaje más ambiguo sexualmente representa una manera instintiva que el guión acierta en no problematizar. Decía que Monos es un film notable. Un film que transmite también la violencia de ese espacio salvaje, inhóspito, inexplorado pero recargado con su guerrilla y sus paramilitares. Ese espacio tiene en el relato dos hitos fundamentales: la montaña de la primera parte, marcada por la niebla y el frío; y la selva, de la segunda parte en la que el río se convierte en limite, vía de escape pero en el que la vegetación excesiva y dominante invade todo, incluso la mente de sus habitantes. Entre uno y otro espacio un momento particular: tres de ellos alucinan con una droga, ríen, entran en trance. Hasta parece felices. La naturaleza es el lugar de los sueños. Y el de los sonidos. Atención con la banda sonora de Monos, una película también del hombre enfrentando a la naturaleza sin caer en los lugares comunes de ese conflicto. Gran mérito del film. Otro de sus méritos es no abrir juicios de valor, ni históricos ni políticos. Aquí es un grupo de adolescentes (algunos niños) que se organizan mecánicamente, que nunca expresan sus sueños, que sólo sobreviven (como los monos) y que tienen un solo objetivo. Y una mujer desesperada por escapar a esa degradación que significa perder la libertad. En el medio, algunas situaciones de humanidad. Y un relato que nunca pierde interés. Un film en el que seguramente los colombianos harán su lectura, tal vez más profunda y más centrada en su propia historia. Por lo pronto, Monos propone un cine latinoamericano potente que no imita modelos porque no se parece a nada: solo eso merece un gran aplauso. Ver también la critica que hicimos en BAFICI por Fernando Caruso
Como una especie de “Costa Mosquito” adaptada a la extrema situación de violencia que se vive en muchos de los países latinamericanos, la propuesta indaga en los vínculos en condiciones infrahumanas y las decisiones que se llevan a cabo en pos de un objetivo impuesto.
Con muy jóvenes, demasiado, están solos, organizados militarmente, son guerrilleros, primero en un paisaje colombiano de montaña, después en la selva. No importa el tiempo y el lugar. Es un grupo de ocho chicos armados, entrenados para el combate, en lo que se supone es una guerra larga, distante de los inicios y sus reivindicaciones. Se habla de una organización. Se lee fácilmente que el realizador Alejandro Landes habla de las FARC y su larguísimo conflicto con el gobierno colombiano. Pero el guión que escribió junto a Alexis dos Santos tiene la inteligencia de alejarse de la denuncia documental y registra el devenir de este grupo para adentrase en espirales de violencia y poder, de la condición humana adquirida y perdida, de los rituales de iniciación de estos chicos abandonados a su suerte como en “El señor de las moscas”, exigidos como si estuvieran inmersos en un “Apocalypse Now”. Los adolescentes se organizan alrededor de las órdenes de un adulto que representa a esa organización poderosa. Pero luego tomaran sus decisiones, lucharan por el liderazgo, se “salvaran” como puedan, con y sin su vaca, con su rehén norteamericana. Con una gran producción, excelente edición de sonido y fotografía, este film nos provoca, nos incluye en esa naturaleza exuberante y nos conmueve.
Subcomandante de las moscas Perdidos en una montaña indefinida que solo se distingue de otras por la existencia de unas ruinas que ofician de cuartel, prisión y búnker para el grupo, los Monos tienen la misión de custodiar a una valiosa rehén extranjera hasta que la Organización negocie un rescate que justifique su devolución. Durante el día entrenan y cumplen sus funciones como soldados del regimiento informal, fingiendo una adultez que la noche demuestra que no tienen. Allí se permiten abandonarse a sus impulsos hedonistas alimentados por el alcohol. Con nombres de guerra y un pasado del que parece estar prohibido hablar, este grupo de adolescentes pasa los días en un contexto de violencia real y simbólica donde es difícil saber hasta dónde son carceleros, o si son solo rehenes con un poco más de libertad y menos valor que la Doctora que encarna Julianne Nicholson (Iniciales SG), a quien deben custodiar para que la Organización logre cobrar un rescate. Escasos de disciplina y motivación, la moral sufre un duro golpe cuando se produce una muerte entre ellos. Todo se desbarranca cuando un intento de rescate los fuerza a relocalizarse en la jungla, donde una serie de conflictos entre ellos deteriora los ya de por sí tenues vínculos de lealtades y camaradería que los mantenía unidos como grupo. El Horror En sí la historia que narra Monoses bastante acotada y parece casi no avanzar durante gran parte del metraje, pero es en realidad una excusa para todo lo que cuenta en segundo plano. Con una crudeza incómoda, no importa realmente quiénes son esos jóvenes ni cómo o por qué llegaron hasta esa situación. Incluso en un principio es difícil identificarlos o distinguirlos entre sí. Sacados de la sociedad para ser puestos a sobrevivir en una estructura que premia la obediencia al superior, la traición al compañero y el uso de la violencia como único recurso, quedan despersonalizados y son figuritas reemplazables para la Organización de la que supuestamente forman parte importante, pero para la que es evidente que no valen más que las armas que cargan. Parece intencional que se oculte el trasfondo político de la historia. Sin hacer explícito a qué tendencia ni con qué excusas este grupo armado hace lo que hace, nos recuerda que en el fondo es irrelevante porque las atrocidades cruzan todo el espectro ideológico. Esta clase de propuestas son muy difíciles de sostener sin un aceitado trabajo en todas esas otras áreas fundamentales que muchas veces el cine menosprecia a un segundo plano. No es el caso de Monos, que narra y golpea tanto o más con la imagen o el sonido que con las actuaciones de sus personajes. La belleza de algunos planos que parecen cuadros, contrasta con lo horrible de lo que están mostrando. Los gritos taladran los oídos buscando provocar un desagrado e incomodidad que impida subestimar o naturalizar la crudeza casi animal de lo que está padeciendo este grupo de adolescentes asilvestrados: cuando las reglas y jerarquías se difuminan no tardan mucho en caer en la crueldad y la violencia. Indagando un poco entre el equipo técnico aparecen un par de nombres vinculados a grandes producciones internacionales a los que no suele tener acceso el cine latino, y eso explica en buena medida el impactante resultado final, comprobando que a veces lo que falta no es talento sino recursos económicos para poder materializar esas visiones.
Juegos de guerra Ocho años después de Porfirio (2011) Alejandro Landes regresa al cine con Monos (2019) una historia co-escrita junto al argentino Alexis Dos Santos (Glue, Unmade Beds) premiada en casi una veintena de Festivales, entre ellos el prestigioso Sundance con el premio Especial del Jurado. Una reinterpretación de la novela de William Golding El señor de las moscas sobre la guerra protagonizado por un grupo de niños guerrilleros. Monos se ubica en un espacio abstracto regido por la atemporalidad. En un bosque aislado un grupo de niños-adolescentes de ambos sexos reciben un feroz entrenamiento militar de parte de un superior mayor que sin embargo es más bajo que sus subordinados. El grupo responde al nombre de "Monos" y se rige bajo las órdenes de una supuesta "Organización", que seguramente representa a las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). En vez de asistir al colegio, estos jóvenes han dedicado sus primeros años de vida a una causa que les han inculcado. Los soldados están a cargo de una médica (Julianne Nicholson) que tienen prisionera y una vaca llamada Shakira, que por un error muere provocando una ruptura en el grupo y el comienzo de un estado de anarquía. Landes construye un cuento de terror sobre una generación que se dirige hacia una guerra sin fin. Y lo hace de manera fascinante creando un estado de tensión permanente a través de diversos giros narrativos que siempre se apoyan en lo gestual (el uso del cuerpo es un instrumento fundamental) como en lo formal. Si en Porfirio priorizaba lo visual con grandes movimientos de cámara y planos estilizados en Monos también utiliza los ritmos electrónicos de la brillante compositora Mica Levi (Under the Skin) y el sonido ambiente para crear una experiencia cinematográfica diferente, donde ambos elementos se unen para convertirse en un personaje más de la historia. Al acercarse a la parábola, la película forja (este siendo su mayor logro) un universo cerrado con sus propias reglas. En Monos no hay blancos ni negros, no hay buenos ni malos, todos los personajes están llenos de matices, de grises. Se trata, como en la novela de Golding, de una aproximación a la violencia sin remitir a sujetos explícitos. El tratar el tema del conflicto armado con niños, el apartarse de una perspectiva realista y ante el claro interés de darle ambigüedad queer a todas las relaciones de los personajes, Monos se convierte en una película arriesgada e innovadora que vale la pena ver.
Monos es una interesante propuesta del cine colombiano que desde hace un tiempo viene cosechando elogios en todos los festivales donde se presenta y no sería extraño que el año que viene termine nominada al Oscar como Mejor Película Extranjera. El director Alejandro Landes, responsable del documental Cocalero, sobre el presidente boliviano Evo Morales, en este caso explora el lado más oscuro de la vida guerrillera a través de un relato centrado principalmente en el cine de género. La trama sigue a un grupo de adolescentes que pertenecen a una organización armada, probablemente inspirado en las extintas fuerzas de las FARC, cuyas relaciones comienzan a deteriorarse entre ellos cuando una misión que les asignan sus superiores fracasa. A través de un film que tiene marcados guiños a clásicos literarios como El señor de las moscas (William Goldin) y El Corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad, el relato de Landes presenta un retrato bastante perturbador de esos jóvenes cuyas existencias fueron arrebatadas por la locura de la guerra. El director construye un relato apolítico desprovisto de cualquier manifestación ideológica. Nunca llegamos a descubrir cuál es la agenda política del grupo o la rama armada a la que pertenecen ni el pasado de los personajes, a quienes se los reconoce solamente por sus apodos. Landes utiliza el primer acto del film para explorar ese microcosmos bizarro en el que estos jóvenes lidian con los dilemas clásicos de la adolescencia dentro de un contexto inusual, marcado por los entrenamientos militares y las duras condiciones climáticas de la jungla que los rodea. En la segunda mitad la narración se vuelca al género del thriller de supervivencia y Monos pasa a convertirse en una historia mucho más intensa donde entra en juego la barbarie con las que se manejan estos guerrilleros juveniles, que es la única realidad que conocen. Salvo por la presencia de Julianne Nicholson, conocida actriz de la serie La Ley y el orden, quien compone el personaje que cuenta con el mejor desarrollo, la gran mayoría de los actores son chicos debutantes que no tenían antecedentes artísticos. La dirección del reparto juvenil es estupenda y todas las interpretaciones están muy bien equilibradas. Monos encuentra sus mayores virtudes en los aspectos visuales, con una producción que en materia de fotografía y sonido presenta una obra muy superior al nivel técnico que suele tener el cine colombiano. El final deja cierta sabor amargo en el acto final por las situaciones que deja abierta y tal vez merecían un cierre más definido, pero la experiencia en general es más que positiva y es una película que merece ser tenida en cuenta entre las novedades de la cartelera.
Del director Alejandro Landes llega una súper producción colombiana, ganadora de un Premio especial del Jurado en el último Festival de Sundance entre veinte premios obtenidos a nivel mundial. En un lugar desolado en lo alto de una montaña, los jóvenes juegan al fútbol y se manejan en grupo como un pequeño ejército. Fueron reclutados por guerrilleros que se hacen llamar "La Organización". Su entrenador y mensajero (Wilson Salazar), los maneja de forma rigurosa y los denomina mis "monos". Todos tienen apodos, ya que no sabemos sus nombres. Allí está secuestrada Sara Watson (Julianne Nicholson), una ingeniera americana a quien llaman "Doctora", quien busca la forma de escapar de éstos niños-adolescentes con armas, que no le pierden pisada. Mientras tanto viven el amor en libertad y le piden autorización a su "jefe" para casarse entre ellos, en éste caso "Leidi" (Karen Quintero) y "Lobo" (Julián Giraldo). Al grupo lo completan "Perro" (Paul Cubides) "Patagrande" (Moisés Arias),"Rambo" (Sofía Buenaventura), "Boom Boom" (Sneider Castro), Pitufo (Deibi Rueda) y "Sueca" (Laura Castrillón). Al grupo le otorgan la responsabilidad de cuidar una vaca donada por la organización, a la que que llaman "Shakira". Cuando sucede lo impensado con el animal, las cosas se saldrán de control para los soldados, escapan de donde estaban con la rehén hacia la selva, cambian su vestimenta, improvisan un campamento y toman otra actitud, aún más salvaje. Se llaman a si mismos su propia organización, y claman que a partir de ahora nadie tendrá injerencia sobre ellos. Esto tendrá sus consecuencias internas, que consisten en peleas entre ellos y externas ya que la organización “verdadera” se entera del hecho y toma cartas en el asunto. Nunca sabremos demasiados detalles de cómo éstos jóvenes llegaron a ser reclutados o seleccionados ni por qué cada uno de ellos en particular. La estupenda fotografía de Jasper Wolf nos sumerge en aludes, corrientes de agua y una selva vasta y laberíntica, la fuerza de la naturaleza en toda su magnitud. Un film único, osado, que trata el tema de la guerrilla y sus integrantes, su preparación, su relación con los secuestrados y su poder sobre ellos. También es interesante ver la relación ambivalente de protección/sometimiento entre el mentor y sus subordinados y entre los mismos chicos, que va mutando ya que se mueven según su instinto y sensaciones cual animales. Pelean por ver quién toma el control, pero también quieren divertirse y relajarse un poco, aunque su mundo de responsabilidades, entre las que cuentan vigilar a la Dra. no se los permite, de todas maneras con ella y entre ellos pueden surgir sentimientos ambivalentes, tanto agresivos como solidarios. La música de Mica Levi acompaña de manera poderosa. Un guión muy interesante con muchas capas para descubrir y actuaciones maravillosas. ---> https://www.youtube.com/watch?v=apokT3vh8ZA DIRECCIÓN: Alejandro Landes. ACTORES: Sofia Buenaventura, Julian Giraldo, Karen Quintero. GUION: Alejandro Landes. FOTOGRAFIA: Jasper Wolf. MÚSICA: Mica Levi. GENERO: Thriller , Drama . ORIGEN: Colombia, Argentina. DURACION: 105 Minutos CALIFICACION: Apta mayores de 16 años con reservas DISTRIBUIDORA: Independiente FORMATOS: 2D. ESTRENO: 10 de Octubre de 2019
Tras pasar por los festivales de Berlín, Sundance y Cartagena, Landes (Porfirio) plantea una ¿apócrifa? guerrilla en la que un grupo de chicos -cinco hombres y dos mujeres- alojado en un refugio de montaña mantiene cautiva a una ¿diplomática? norteamericana. Nada está del todo claro aquí, y ese es uno de los méritos de esta enigmática y vibrante película. Los lineamientos militares a seguir llegan por parte de un superior que los visita cada tanto, pero lo cierto es que estos jóvenes tienen sus propias reglas y cabecillas. El romance entre dos de ellos y un suceso alrrededor de una vaca que cuidan radicalizarán cada vez más la postura del grupo, que se mueve entre la disciplina castrense y la ley de la selva (justamente uno de los escenarios donde transcurre el último -y fatal- tramo del film). Con una fotografía notable y rasgos de Los salvajes, del argentino Alejandro Fadel (no faltan pasajes oníricos), Monos resulta una propuesta tan provocadora y extrema como estimulante
Nacido en Brasil, pero radicado en Colombia, Alejandro Landes comenzó filmando Cocalero en Bolivia, luego rodó Porfirio y ahora contó con aportes de nueve países para dirigir la ambiciosa, provocadora y fascinante Monos, que tras recorrer decenas de festivales (entre ellos Sundance, Berlín, Bafici y San Sebastián) se estrena comercialmente en la Argentina. Elegida por Colombia como su representante para competir por el Oscar a Mejor Película Internacional, Monos describe el accionar de La Organización, un grupo de guerrilleros adolescentes que funciona como un culto y ha secuestrado a una "doctora" estadounidense (Julianne Nicholson) en plena selva de montaña. Los entrenamientos cotidianos, las contradicciones, los deseos y las miserias de estos muchachos y muchachas son descriptos de manera bella y brutal a la vez, en lo que por momentos parece una mixtura entre Bella tarea, de Claire Denis; Deliverance: La violencia está en nosotros, de John Boorman; y Apocalipsis Now, de Francis Ford Coppola. Hay momentos en que Landes cae en cierto impacto calculado y en un regodeo algo caprichoso (como si fuera rehén de su propio virtuosismo), pero Monos no deja de ser un film subyugante en su incursión en el género de aventuras, el terror y el drama. Una mirada distinta, incómoda y sin concesiones, a la violencia de una guerra civil que marcó (y sigue marcando) la historia reciente de Colombia.
Desde que se presentó en enero de este año en el Festival de Sundance, Monos viene levantando tantos elogios como algunas polémicas allí donde se la exhiba. Lo que hace Alejandro Landes (Cocalero) es desmitificar una estructura militar o mejor, militante, demostrar que las sociedades disfuncionales tienen más bemoles que los que aparentan, y que cuando las papas queman en ciertas organizaciones suele tender a emerger el individualismo por sobre el bien común. Una organización, compuesta por adolescentes armados, tiene como prisionera a una mujer estadounidense. No es en un centro urbano, sino en el campo, entre las montañas. Puede ser Colombia, Bolivia o cualquier país sudamericano. No importa. Esta suerte de guerrilla, que espera órdenes por radio de parte del Mensajero, tiene nombres de guerra un tanto estrafalarios. Rambo, Pitufo, Lobo, Sueca y así. Un (mal) día, el Mensajero les lleva a Shakira. Que no es cantante ni mujer, sino una vaca, que luego deberán devolver. Los soldados son chicos, se les escapa un tiro y Shakira no mugirá más. A partir de entonces, las alianzas, las relaciones, la unión y el contacto con la prisionera no serán los mismos. O sí, pero lo que sucede es que afloran los sentimientos reales, que estaban como camuflados. Los Monos, que son ellos, la guerrilla, deben mudarse de las montañas a la selva. Y cuando la prisionera (Julianne Nicholson, vista en la reciente Iniciales SG, al lado de Diego Peretti) intente escapar… Apoyado más en lo colectivo que en lo individual, Landes desarrolla la trama hasta llevarla a momentos de asfixia. Es esa examinación, entre minuciosa y profunda, la que hace que Monos, en la que nuestro compatriota Jorge Román (El Bonaerense) tiene un pequeño papel, se siga con marcado interés. Y atención, que Monos es la enviada por Colombia para disputar una de las cinco candidaturas al Oscar al mejor filme hablado en idioma extranjero, igual que nuestra La odisea de los giles. Dolor y gloria, de Almodóvar, tendría su lugar asegurado, pero bien puede haber otra hablada en castellano cuando en enero del año que viene se anuncien las nominaciones.
Monos: El conflicto interno de la guerrilla colombiana. Una de las funciones más importantes que tiene el cine es la de capturar realidad. Monos, la super-producción colombiana del año, tiene muy claro esto, y cuenta una historia extremadamente cruda, no por la violencia o la sangre que haya en pantalla, sino por retratar de una forma tan transparente y real uno de los conflictos más importantes que suceden hoy en América latina. Esta película cuenta la historia de ocho adolescentes que sirven como guerrilleros para unas fuerzas armadas terroristas. Estos casi niños tienen la tarea de cuidar, en el medio de una montaña, a una estadounidense secuestrada interpretada por la genial Julianne Nicholson («I, Tonya» o recientemente «Iniciales S.G»). Lo primero a destacar en esta obra es claramente el enfoque que se decidió para narrarla. Aquí no estamos desde la perspectiva del estado, de algún familiar de la estadounidense o de la estadounidense en si misma. Aquí todo lo que sucede lo vemos desde el punto de vista de los jóvenes secuestradores. No hay glorificación ni victimización tampoco, solo una visión sin filtro alguno de cómo se sienten estos personajes. Y en relación a estos personajes, se disparan otras narraciones. Dentro de este viaje que tienen los jóvenes, que luchan por la supervivencia en el medio de la nada, sucede lo sexual. Las hormonas se disparan, las relaciones se confunden y se retrata de una manera que pocas veces se había visto en el cine regional la sexualidad cambiante. Hasta el personaje protagonista, Rambo, está interpretado por Sofía Buenaventura, una mujer. Y no es un conflicto en toda la película, hasta uno podría no darse cuenta de esto. Fuera del dato, la sexualidad y su relación con la situación que viven estos jóvenes termina siendo una más que interesante reflexión y, sobre todo, una demostración de sutileza y tacto hermosa. Aún así, como uno podría imaginarse, la violencia es un aspecto crucial en este relato. Cómo describía anteriormente, no presenciaremos momentos viscerales o explícitos innecesariamente. El muy habilidoso Alejandro Landes logra proyectar el conflicto humano de esa misma violencia. Las escenas de acción se vuelven algo más que una escena de acción, el tiempo se para y cada paso que dan parece valer el doble. Esto es 100% responsabilidad del director, que muy hábilmente logra ponernos en la piel de estos jóvenes sin victimizarlos, pero sin juzgarlos tampoco. No hay buenos y malos, no hay blancos y negros. Hay humanidad. Para cerrar la combinación, tenemos un trabajo de fotografía hermoso, con el 100% de las locaciones en ambientes naturales y reales, con todo lo que eso implicó en el rodaje. Selvas, ríos y montañas son algunos de los lugares donde va sucediendo este viaje, que por momentos recuerda a viajes clásicos de la historia del cine como Apocalypse Now, y por otros nos lleva a los lugares más profundos de un personaje. A esto le sumamos un guion interpelativo como el elaborado por Alexis Dos Santos y el director Alejandro Landes, y tenemos una obra redonda y cuidada. En conclusión, Monos sorprende y se cuela entre una de las mejores películas del año, con una historia cruda y pura, unas interpretaciones muy bien logradas (sobre todo teniendo en cuenta que algunos ni siquiera eran actores formados) y una dirección fenomenal que lleva de la mano al espectador y lo tira en el medio de la selva con estos chicos. Allí es cuándo tenemos que decidir junto a ellos, vivir junto a ellos, y sobre todo, comprenderlos.
Mirada a la Guerra Civil Alejandro Landes es un productor, guionista y director colombiano, con un fuerte perfil político, y en su haber se cuentan títulos como Cocalero (2007) y Porfirio (2011). Guionada por Landes y Alexis Dos Santos, Monos fue presentada el 26 de enero del 2019 en el Festival de Cine de Sundance, en el que fue premiada; lo mismo ocurrió en el Festival Internacional de Cine de Transilvania, y en el Festival Internacional de Cine de Viña del Mar, entre otros. Monos es un trabajo inteligente, peligroso y explosivo a la vez, casi de cirugía de la imagen y el sonido; con un proceso de rodaje intenso y preparación de los actores juveniles en base al entrenamiento realizado con la coordinación de Inés Efrón. La historia de los chicos de la guerrilla es un relato fuerte, basado libremente en situaciones reales que se conocen al respecto de la conformación de milicias y escuadrones infanto-juveniles al servicio de la guerrilla. El papel del comandante del grupo armado recayó en un real cuadro de las FARC, Wilson Salazar, quien en primera instancia ocupó el rol de asesor y posteriormente se incorporó al elenco. Como mencioné al principio, un trabajo destacable es el del sonido, que permite sentir de cerca las amenazas de la selva tanto como los del atacante probable, sentirse involucrado con el espacio abierto y la desesperación, con la sensación de soledad, con el vínculo con lo salvaje. Destacan en el resto del elenco Moisés Arias como Patagrande; Jorge Román en el rol de “El minero de oro” (El bonaerense, 2002; Zama, 2017 y la muy lograda Monzón, de 2019); Julianne Nicholson (famosa por su participación en series como Ally McBeal y Law & Order: Criminal Intent , además de numerosos films), tiene un papel jugado en el rol de la rehén (La “doctora”) que sostiene la tarea del grupo, dado que es la razón número 1 del objetivo que les ha tocado en suerte. Monos es un seguimiento cercano de una realidad cruel a través del ojo de un director que, en el armado ficcionado de la misma, suma al espectador a fundirse con todos los sentidos en su crudeza.
"Monos": un huevo en cada canasta Ambiciosa coproducción internacional, el film presenta a un grupo guerrillero integrado por varios jóvenes, pero borra toda referencia temporal y espacial, abstrayéndose casi por completo del mundo real. Una de las películas latinoamericanas más “viajadas” a lo largo del año, Monos pasó por Berlín y el Bafici y ganó premios en Sundance y San Sebastián, entre otros festivales. Tal vez sea Sundance el dato clave. El festival creado por Robert Redford siempre se movió en una zona intermedia entre el mainstream(estadounidense e internacional) y el cine “independiente” (una categoría que no connota líneas estéticas sino políticas de producción). Y el opus 3 de Alejandro Landes (Cocalero, Porfirio) responde a la perfección a ese cruce, ensayando un tipo de relato próximo a lo observacional, sin descuidar “hermosas postales”, de esas que hacen prosternarse a algunxs espectadorxs. Un huevo en cada canasta, muchos premios y festivales, todo el mundo contento y a armar la próxima producción. Coproducción entre nada menos que nueve países (entre ellos Argentina, Uruguay y Estados Unidos), Monos es tan internacional como su realizador, nacido en Brasil de padres ecuatoriano y colombiana y con distintos tipos de trabajos (licenciatura política, periodismo, televisión, cine) en Estados Unidos, Colombia y Bolivia (Cocalero documentaba el ascenso al poder de Evo Morales). Filmada en una zona montañosa colombiana en la que las nubes están al alcance de la mano, Monos presenta lo que parecería ser un grupo guerrillero integrado por apenas ocho jóvenes, todxs ellxs provistxs de seudónimo (entre los Monos hay un Lobo y un Perro). Hacen alguna práctica militar a las órdenes de un instructor de un metro y medio de altura, tienen secuestrada a una ciudadana estadounidense a la que llaman “doctora” y en la secuencia inicial el instructor presenta a una nueva “integrante” del grupo, una vaca lechera de nombre Shakira. Con guion coescrito por el argentino Alexis Dos Santos (realizador de las excelentes Glue y Unmade Beds), Monos tiene un tono y registro desconcertantes, que van del disparate a la historia de aventuras en la selva (y en los rápidos, como una de Hollywood), pasando por la comedia erótica adolescente y la lucha de poder interna (Landes declaró en algún momento que aspiraba a filmar una variación de Señor de las moscas ), hasta desembocar resueltamente en el relato de disolución grupal, incluyendo alguna ejecución y una ronda completa de delaciones. ¿Qué dice Monos, que borra deliberadamente toda referencia temporal y espacial, abstrayéndose casi por completo del mundo real? ¿De qué habla y desde qué punto de vista? ¿Algo para decir sobre la (im)posibilidad de un movimiento guerrillero en la actualidad? ¿Escepticismo, burla, tristeza? El crítico no ha logrado desentrañarlo. Lo que sí está claro es que los colchones de nubes y cielos encapotados, las borrascas, la noche en la selva, la tempestad, propician muy bonitas fotografías.
En medio de la naturaleza en algún lugar de Latinoamérica, un grupo rebelde de comandos adolescentes realiza ejercicios de entrenamiento militar mientras vigilan a una prisionera conocida como La doctora y una vaca lechera otorgada para una fuerza sombría conocida como La Organización. Después de que una emboscada empuja al grupo hacia la jungla, el grupo entra en crisis. Entre el sexo, la violencia, el peligro y la inocencia se mezclan hasta generar un ambiente asfixiante y salvaje. Con aires de El señor de las moscas, la película tiene el mérito de mostrar los conflictos armados desde los márgenes y no en su centro. Pero la manera en la que muestra ese mundo parece más destinada a asombrar al público del primer mundo en los festivales que a decir algo concreto sobre el conflicto que relata. Sin lograr la potencia visual de directores como Herzog o Coppola adaptando a Conrad, la película no termina de encontrar su rumbo ni construir un mundo propio que nos haga reflexionar acerca de los temas que trata.
“Monos”, de Alejandro Landes Por Hugo F. Sanchez Un grupo de jóvenes guerrilleros tiene a su cargo la custodia de una doctora estadounidense (Julianne Nicholson) secuestrada en el medio de la nada en Los Andes. Los captores llevan un régimen militar, sufren las humillaciones de su comandante, pero cuando quedan solos dan rienda suelta a la violencia, los juegos y mientras se aferran a su propia humanidad, el aislamiento y las carencias los van acercando a un primitivismo que dispara en todo momento sus pulsiones más primarias. Primero en la montaña y luego en la selva Landes (Cocalero, Porfirio) transita un relato con la seguridad de un narrador experimentado, pero además el virtuosismo, la voluptuosidad de las imágenes, el reto de las locaciones, el agua, da cuenta de un regodeo de la puesta que en algún lugar empieza a agobiar y aplasta la dimensión del relato, para terminar siendo un espectáculo grande, grandioso, espectacular. Esta reseña fue publicada durante el XXI Bafici. MONOS Monos. Colombia/Argentina/Países Bajos/Alemania/Suecia/Uruguay, 2019. Dirección: Alejandro Landes. Guión: Alejandro Landes y Alexis Dos Santos. Elenco: Moisés Arias, Julianne Nicholson, Sofía Buenaventura, Julián Giraldo, Karen Quintero, Laura Castrillón, Deiby Rueda, Wilson Salazar, Sneider Castro, Jorge Román. Producción: Alejandro Landes, Santiago A. Zapata, Fernando Epstein, Cristina Landes y Campo Cine. Distribuidora: Santa Cine. Duración: 102 minutos.
APRENDIZAJE DE GUERRA No deja de ser interesante lo que viene sucediendo en los últimos años con ciertos exponentes del cine colombiano y las formas en que abordan distintas etapas de su propia Historia. Si Ciro Guerra retrataba en El abrazo de la serpiente las primeras inmersiones de la civilización occidental en el Amazonas e indagaba (junto a Cristina Gallego) en Pájaros de verano en los orígenes del negocio del narcotráfico, siempre teniendo en cuenta el rol jugado por las culturas ancestrales y con una poética donde lo contemplativo se emparenta con distintas tonalidades genéricas; hay un camino que emprende Alejandro Landes en Monos que establece algunas coincidencias, pero sin dejar de tener un desarrollo propio. La película sigue a un grupo de jóvenes guerrilleros que quedan a cargo de una rehén (Julianne Nicholson) y una vaca lechera, siendo ambas tareas igual de importantes. Pero diferentes circunstancias se van acumulando, complicando esa misión, poniendo en crisis la dinámica relacional entre ellos y arrastrándolos a una especie de juego de supervivencia donde las reglas se van alterando constantemente. Las referencias y lazos que se pueden divisar en la puesta en escena son múltiples: si el arranque parece evocar a la Claire Denis de Bella tarea, con los cuerpos construyendo identidades propias desde los rituales de entrenamiento, la sexualidad latente y las muestras de poder por parte de las figuras de autoridad; hay también guiños a La violencia está en nosotros y La delgada línea roja en la contemplación de la naturaleza; y hasta una conexión casi subterránea con buena parte del cine estadounidense centrado en los recorridos de crecimiento de los jóvenes. Pero el gran mérito de Landes es cómo logra que esta enciclopedia referencial (que incluye a unos cuantos exponentes más) no se delinee desde la mera enumeración, sino que tenga una apoyatura narrativa y genérica. Monos avanza con fluidez y escala en tensión desde su contacto con una aventura que incorpora al paisaje de las montañas y selvas colombianas casi como un personaje más; sin descuidar el componente bélico, que en unos cuantos pasajes juega un rol desde el fuera de campo –de hecho, hay un trabajo notable que pone en relación el sonido con el encuadre de los planos-; y presentando personajes atractivos que se definen desde sus acciones, hablando sutilmente también sobre eventos históricos que todavía se siguen discutiendo, y no solo en Colombia. Desde ahí es que la película adquiere una universalidad potente, en cómo consigue retratar una época particular que interpela a cualquier espectador sin caer en paternalismos o facilismos. Es cierto que Monos le cuesta sostener esta estructura propia y libre: particularmente en su última media hora, el film va convirtiéndose en una especie de adaptación cinematográfica de El Señor de las Moscas, en la que también aparecen elementos propios de El corazón de las tinieblas y esa reimaginación que fue Apocalipsis now!, y es ahí donde adquiere un tono ciertamente sentencioso, que resulta contraproducente. En esos minutos finales, la película pareciera querer poner el mensaje por delante de los personajes y descuida un poco a sus protagonistas, que quedan un tanto sometidos al discurso político. Esa voluntad por querer decir algo más, por querer ser “importante” cuando ya lo que se estaba mostrando era claramente relevante, le quitan méritos a un film que previamente había construido un bello y a la vez inquietante relato de aprendizaje en el medio de un contexto bélico. Un aprendizaje corporal y violento, donde las identidades se configuran en el medio de los tiros, haciendo pedazos toda inocencia.
La primera escena de Monos, la candidata de Colombia al Oscar, es una puerta que se abre hacia un universo inclasificable. En un paraje semiabandonado de montaña, atravesado por la niebla, un grupo de chicos juega una especie de partido de fútbol con los ojos vendados. Luego festejarán un cumpleaños, moliendo a trompadas al homenajeado, como en un ritual de linchamiento. Sangre, barro, frío, besos mojados y armas. Es una milicia, que responde órdenes y está alerta ante un ataque. ¿Pichones de las FARC? Monos evita ponerles nombre, así como tampoco lo llevan sus protagonistas, que se llaman por apodos (Lady, Boom boom). El escenario de locura es tal que este grupo de chicos armados está encargado de custodiar a una rehén norteamericana (Julianne Nicholson, vista hace poco en Iniciales S.G., con Diego Peretti), a la que llaman Doctora. El director Alejandro Landes y su elenco, hecho de actores profesionales y no, consigue una película vertiginosa e impactante. Con imágenes oníricas que hacen a la extrañeza de su realismo salvaje y llevaron a la crítica a compararla con Apocalypse Now. Como retrato de una guerra perdida, en el tiempo y el espacio, librada por adolescentes. Tan capaces de matar sin querer como de, acto seguido, ponerse a jugar en pleno trip de hongos. Un retrato del peligro, entonces, como podría haber soñado Conrad. Y una apuesta a algo distinto: contar el largo conflicto colombiano desde la acción y la adrenalina.
La pandilla salvaje El director colombiano Alejandro Landes, luego de 8 años de ¨silencio¨, presento su último trabajo en dos festivales, tan disimiles como lo es éste filme, en tanto y en cuanto, puede leerse desde las claras influencias como ausencia total de las mismas. En Sundance (EEUU) se llevó el Premio Especial del Jurado de la sección World Cinema, en cambio en la Berlinale (Berlín) nada. Como si la propia selección fuese un halago. Autor de producciones como ¨”Cocacolero” (2007) documental sobre los productores de coca en Bolivia, y ¨”Porfirio”¨ (2011), un filme dramático, basado en hechos reales y protagonizado por los mismos personajes en su cotidianidad En este caso, produce una supuesta ruptura con lo construido anteriormente, pues desde el relato se aleja de sus anteriores trabajos para adentrarse en la constitución del fanatismo, pues ese es el tema que circula a través de todo el filme, ya sea en una primera parte cuya escenografía, las inhóspitas montañas, posee de manera inherente desde la imagen un estilo narrativo propio. En la narración se encuentra un grupo adolescentes, casi niños, que tienen como tarea, mientras son entrenados para la muerte, el custodiar a la Dra. Sara Watson (Julianne Nicholson), secuestrada por los guerrilleros, obvio, además de tener a cargo la supervivencia de una vaca. Guiados por un adulto apodado El Mensajero (William Salazar) quien los manipula a su conveniencia. Luego el relato presenta un cambio radical al trasladar las acciones al medio de la selva, casi instalando la ley de ese ambiente, y ese cambio estético se traduce en un cambio de la estructura narrativa para dar lugar a un realización de personajes, en el cual cada uno de los 8 niños jugara un papel de fácil identificación para el espectador, además sustentados al poseer apodos extraídos de la cultura occidental a la que el mismo grupo niega. Autodenominados Los Monos, con apodos como Rambo (Sofia Buenaventura), Lobo (Julian Giraldo), Piegrande (Moises Arias), Perro (Paul Cubides), Lady (Karen Quintero), Sueca (Laura Castrillon) Boom Boom (Sneider Castro), Pitufo (Deibi Rueda), cada uno de ellos personificara un rol dentro de lo que terminan constituyéndose como una turba sin reglas ni ley. Todo esto apoyado desde el arte que otorga esa posibilidad que se determina el medio ambiente en el que se desarrollan las acciones, muy bien reflejado por la dirección de fotografía en manos de Jasper Wolf, quien puede establecer imágenes de una realidad desbordante como escenas de claro tinte alucinado, sin llegar a ser ni irreal ni imaginario, casi un estado de ensoñación que se desdobla cuando los personajes comienzan a circular por sus deseos y auto exploraciones sexuales plagadas de violencia, como no podría ser de otra manera. Todo esto se ve favorecido a partir del diseño sonoro y la banda de sonido compuesta por Mica Levi, quien ha recibido varios premios, Premio de Cine Europeo al Mejor Compositor y un Premio BAFTA a la Mejor Música de Cine. También las actuaciones son meritorias, muy parejas si bien hay distinto nivel de importancia de los personajes, todas son muy parejas, en lo que se establece como lineamiento la dirección de actores, sólo el guión, específicamente en algunos diálogos, por banales o forzados, no está a la altura del resto de la producción. Podría quedarse la lectura en el relato mismo de ser una película claramente antibelicista, sin embargo, de manera no tan subyacente, va estructurando como tema importante la conformación del fanatismo, como dice el poeta cubano Israel Rojas, ¨Hasta la idea más justa, si fanatiza es veneno¨.
Un retrato generacional en puro movimiento Puede verse como una aventura donde el peligro, el paisaje y el horror conviven con una alegría a veces dionisíaca. Puede verse como un film político: adolescentes de una guerrilla deben custodiar a una rehén, una médica estadounidense, en plena selva colombiana. Puede verse como un retrato generacional. Puede verse como una aventura donde el peligro, el paisaje y el horror conviven con una alegría a veces dionisíaca. El conjunto es poderoso, y al concentrarse en el puro movimiento, se transforma en fábula universal de enorme poder visual.
Película colombiana en coproducción con Alemania, Suecia, Argentina, Uruguay y Países Bajos, con un premiado recorrido por festivales y seleccionada para representar a Colombia como Mejor Película Extranjera en los premios Oscar y Mejor Película Iberoamericana en los Goya. La película da su apertura desde el sonido, donde predomina lo que pareciera ser una especie de “llamador de ángeles” o “sonajero” entre la espesura de un cosmos. Cuando nos abre imagen, la cámara parece salirse de las profundidades de la tierra con un tilt up donde veremos, en la cima de una montaña, siluetas de figuras atléticas de personas pero que, al acercarnos, descubriremos que se tratan de un grupo de adolescentes jugando con una pelota de cascabel, con sus ojos vendados. Esa es la primera impresión descriptiva del film que nos ofrece Landes, una mirada lejana y objetiva de personas adultas que al subjetivizarla nos revela niñes jugando. Pues resulta que les adolescentes son una especie de guerrilleros, autodenominados “Los monos», y que viven bajo las órdenes paramilitares de lo que elles llaman “la Organización”. Este grupo armado, no identificado, habita en un país jamás nombrado pero que podría tratarse de Colombia. Tienen la misión de cuidar a una doctora extranjera que tienen como rehén (Julianne Nicholson), por lo que reciben armas y un exhaustivo entrenamiento militar a cargo de “El mensajero”. Si bien a este grupe se lo ve organizado, ordenado y compacto, la falla por no poder cumplir una simple orden (como la de cuidar a una vaca lechera) dará inicio a una primera fractura en este círculo de confianza, alimentando individualismos que, hasta el momento, eran desconocidos. Las temáticas de la trama son compuestas: abarcando desde los despertares de la propia sexualidad, hasta el cuestionamiento de la simbología de “familia”. Pero lo interesante se despliega en base a que Landes no acude al pasado de sus protagonistas para explicar quiénes son, ni cuáles son sus motivaciones, sino que transitaremos su aquí y ahora, albergando el nacimiento de sentimientos de traición y venganza dentro del grupo y del contexto actual del film, donde los disfraces fraternales parecieran diluirse en un único objetivo: la obtención del poder. Esto lo convierte en un tenso e inquietante thriller, donde el trasfondo del territorio dispara lo impredecible de cada une, consiguiendo que el público empatice respirando soledad, sometimiento y guerrilla. Es que Landes ha conseguido hablar de violencia compasiva desde la propia perspectiva de lxs guerrillerxs, entregándonos un cine más instintivo y brutal, donde los diálogos tienden a desaparecer, logrando que el sonido cobre una relevancia superior y psicológica y que, con la puesta de cámara, nos revele la mirada romántica e idealista de una aguda adolescencia que nos interpela, sobre todo en su final. Monos es una película incómoda porque consigue hablar de política sin decir absolutamente nada de ella, mientras logra que observemos más allá de la pantalla.
La película que dirige Alejandro Landes es un potente retrato sobre la especie humana. Un grupo de adolescentes armados en medio de la selva cuidan de una doctora extranjera que tienen como rehén. Con ese punto de partida se va desplegando de manera original y dura un montón de cuestiones sobre la adolescencia, la violencia y la naturaleza. ¿Es la misma violencia la que se percibe a través de los ojos de un niño que la de un adolescente o que la de un adulto? Landes se enfoca en esa etapa intermedia, donde uno sabe que ya no es un niño pero aún no tiene las cosas tan claras como para ser un adulto, y sin embargo se cree que sí las tiene. Esa sensación de vamos a vivir por siempre, somos jóvenes y libres. Este grupo de adolescentes inmersos en medio de la siempre poderosa madre naturaleza tendrá su desarrollo no sólo a partir del conflicto bélico, sino desde lo personal, y en especial entre ellos. Durante la duración del metraje transitaremos con ellos muchos estadíos. A nivel técnico nos encontramos ante un film de calidad notable. Las imágenes ya de por sí, creadas con mucha prolijidad, son potentes pero además hay un destacable trabajo sonoro que muchas veces cobra protagonismo. El uso del sonido para acentuar la tensión y la incomodidad que ya de por sí consigue Landes a veces roza lo soportable. La banda sonora es de Mica Levy quien también estuvo a cargo de la de “Under the skin” y por momentos consigue esa misma extrañeza. Hay un trasfondo político en el cual nunca se ahonda, porque no necesitamos saber exactamente a qué grupo pertenecen ni en qué momento determinado sucede la trama, acá lo primordial es el núcleo, en el comportamiento que sobre todo en medio de la naturaleza se torna más animal, salvaje. Son adolescentes que buscan sobrevivir. Con algunas escenas surrealistas u oníricas, Landes se permite jugar y correrse de los límites, tanto a nivel narrativo (no hay un personaje y un conflicto central; es impredecible) como a nivel audiovisual, aunque no hay nada librado al azar, lo tiene todo calculado. “Monos” no cuenta con una estructura tradicional porque prioriza lo sensorial, es una película que antes de contar transmite. Una mirada original e incómoda apoyada en una realización que deslumbra a través de sus imágenes y sonidos. Extraña y demoledora.
Se aman, se odian, se agreden, se persiguen, se obedecen, se traicionan, se lastiman. Los personajes de “Monos” constituyen un microcosmos casi salvaje, con una organización verticalista y violenta. Se trata de un grupo de guerrilleros adolescentes varados en medio de una montaña que mantienen secuestrada a una ingeniera, interpretada por Julianne Nicholson, la actriz que coprotagonizó “Iniciales S.G.” junto a Diego Peretti. No se termina de mostrar quién es el líder de esta organización que festeja un cumpleaños con una paliza memorable, el culpable de la muerte de una vaca se suicida y desayunan disparando al aire sus ametralladoras. El director de “Cocalero” y “Porfirio” construye una metáfora descarnada de una sociedad en la que las reglas se imponen por la fuerza y la empatía se reduce a la obediencia ciega de un líder ausente. Rodada en buena parte en Colombia, esta coproducción entre Colombia, Argentina, Holanda, Alemania, Suecia, Uruguay, Estados Unidos, Suiza y Dinamarca, resultó la elegida para representar a Colombia en los premios Oscar. El paisaje hostil de la montaña y el clima, el aislamiento, la brutalidad por la supervivencia sin reglas y los objetivos poco claros o difusos, con excepción de retener a la científica encadenada o custodiada en una cueva, subrayan el contraste con la sociedad a la que el filme critica, sociedad que se refleja a través de una televisión que sólo transmite programas de entretenimiento o alguna noticia sobre el secuestro de la científica.
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El nuevo largometraje de Alejandro Landes (Cocalero, Porfirio) presenta tantas virtudes como problemas. Tanto su cualidad desequilibrada como la clara diferenciación en términos visuales y narrativos, que surge a partir de un hecho puntual- la huida de un grupo de jóvenes hacia la jungla-, nos permiten considerar que en realidad se trata de dos films en uno. En la primera parte se repasan las vivencias de una agrupación guerrillera autodenominada «Monos», compuesta por ocho niños/adolescentes, a quienes se los somete a una serie de entrenamientos físicos y estratégicos intensos. Además se les encarga el cuidado de una doctora estadounidense (Julianne Nicholson), a quien mantienen como rehén, y de una vaca que les fue otorgada como donación por la entidad que los comanda, llamada «La Organización».
Verde fosforescente y metralletas en el aire Un viaje al interior de una foresta profunda, enquistada en un nudo íntimo, hace de la película colombiana un alegato poético y furibundo. No hay manera, ¿cómo escapar al influjo de Apocalypse Now? En verdad, ¿por qué evitarlo? No es que Monos, el film de Alejandro Landes, busque un parecido pretendido ni nada semejante. Tal vez, en todo caso, se trate de un hálito que corroe benéficamente al cine todo. No en vano el film de Coppola es una de las obras maestras de todos los tiempos. Ahora bien, todo esto porque tras ver Monos no hay manera de desligar ciertos aires de pesadilla hermosa, de vidas trastocadas de modo horrible, entre verdes fosforescentes y un aire puro que el sonido de las metralletas hiere; así como sucedía durante aquel film insigne y maldito. Puede pensarse también en cómo Landes adhiere esa misma textura corrosiva a su cámara, con la atención puesta en niños y niñas que desfilan militarmente durante su preparación profesional, dentro de la foresta, escondidos pero a la vista de quienes los cuidan y aglutinan para cumplir tareas de fines no confesados. ¿Dónde ocurre efectivamente todo esto? No hace falta explicitarlo, el mundo que retrata Monos está cerquita, sea en el tiempo próximo como en las latitudes de confines nada lejanos. Niños y niñas hundidos en la miseria militar, desprovistos de albedrío y libertad, ahogados en una cofradía de gestos y sobrenombres -Rambo, Lady, Pitufo, Lobo, Perro, Boom Boom, Patagrande, Sueca-, sometidos a una jerarquía que les niega un pasado de vida o sentimientos. ¿Quiénes son estos niños, convivientes en una parábola reminiscente de El señor de las moscas? Entre los premios que Monos está obteniendo -vale recordar que tuvo su primera proyección en Rosario durante la última edición del Festival de Cine Latinoamericano-, figura el muy reciente del Festival Internacional de San Sebastián, donde ganó el "20 Sebastiane"; allí, según el jurado, Monos ataca la dualidad y mirada binaria, y "ofrece una historia que se ubica en ambos lados de todas las cosas, pero a la vez en ninguna parte. Los filmes del bien o mal, de gay o hetero, la separación entre hombre y mujer, víctima y victimario, son binomios que nos alejan de los verdaderos debates y disputas sobre violencia, sexualidad o injusticia social. En ese grupo la única brújula moral es Rambo, un personaje queer". Niños y niñas hundidos en la miseria militar, sin albedrío ni libertad, sometidos a una jerarquía que les niega pasado y sentimientos Efectivamente, Rambo es interpretado por Sofía Buenaventura. Los planos que la retratan -de pelo bien corto, nombre masculino, facciones femeninas- indagan en la alteridad que ella/él supone. Que su sobrenombre diga sobre el cine mismo es una afrenta estética en sí, que nada casualmente coincide por estos días con otro film dedicado al veterano de guerra de Stallone. Entonces, Monos es un film bélico. Pero quizás no. Así como sucede con Apocalypse Now. Es mucho más. Capaz de resituar lo que se tenía preconcebido en otros términos. Ahora bien, lo hace a la manera clásica, con una doctora norteamericana apresada por estos pequeños militares. Obligada a participar de videos que, se presume, darían cuenta de su paradero, la doctora Watson (Julianne Nicholson) convive de una manera cuasi amigable; de nuevo, las categorías habituales se trastocan, la doctora asume características médicas o maternales o amorosas. Pero tampoco está claro de dónde procede esta detención. Así como sucede con la misma organización a la que se corresponde este grupito, liderado por el Mensajero, un adulto de estatura corta y físico pulido: el papel lo desempeña Wilson Salazar, ex guerrillero de las FARC, con lo cual, la película agrega capas sobre capas. Es el Mensajero quien les encomienda, a su vez, el cuidado de una vaca. En esa vaca, dadora de leche, símbolo pagano/religioso, se cifra el devenir fortuito, la revelación y la revuelta. Desgracia u oportunidad; en todo caso, lo que primero ocurre por casualidad luego lo será por decisión. A partir de allí, con la vaca vuelta rito, entre el fuego de las brasas y el sabor de su carne, Monos se abre como un pequeño infierno. Pero también se retrae, mientras toma un contacto cada vez mayor con los elementos naturales. Y lo hace de una manera casi parecida a la de Los salvajes, la ópera prima del argentino Alejandro Fadel. Monos se abre como un pequeño infierno. Pero también se retrae, mientras toma contacto cada vez mayor con los elementos naturales A diferencia de Fadel -que empequeñece a sus personajes hasta disolverlos en una matriz originaria-, Landes los despliega hacia una deriva de la que habrán de ir deshojándose, hasta quedar en alguno de ellos el lugar de relieve. Allí, justamente, habrá que pensar al personaje de Rambo, capaz de mirar de otras maneras, y de pensar un mundo diferente. Al respecto, es sintomático el desenlace. Porque si bien Rambo es en quien el film hace asidero -y de maneras elípticas, sin explicar demasiado con quiénes se encuentra en su derrotero o en su huida, o cuáles son sus intenciones profundas-, lo también cierto es que el rescate final tendrá corolario en un helicóptero tan militar como la idiosincrasia de quienes con él/ella convivían. Así, del cielo baja ese salvador de colores aceituna, un protector que merece tantas sospechas como alertas. Monos es una experiencia visual arrebatadora, hipnótica, que sobrevuela espacios bellos para luego hincharlos de gritos afiebrados, de origen tribal y designios militares. A la vez, es también el retrato de un grupo de niñas y niños jugando a la guerra, descubriéndose entre besos, golpes y borracheras, mientras intentan ser lo que sus adultos les enseñan. Igualmente, hay una fisura, un lugar a partir del cual pensar otras posibilidades, aun cuando el peso mayor y adulto parezca determinante. Allí, por eso, Rambo. Su sensibilidad presagia algo mejor, distinto. En ese espacio abierto -apenas insinuado- se detiene la película de Alejandro Landes.
Con metralleta Un capítulo crucial de la historia de Colombia, prácticamente ininterrumpido desde las guerras civiles del S XIX hasta el día de hoy, es el referido al paramilitarismo y las guerrillas de izquierda. Desde que los grandes latifundistas y las oligarquías regionales comenzaron a financiar ejércitos a su servicio, el paramilitarismo comenzó a ser una realidad, fuertemente apuntalada en los años 50 por los partidos de derecha, quienes utilizaban a los soldados para combatir la insurgencia. Desde entonces los conflictos entre diferentes facciones militarizadas (liberales, conservadores, extrema izquierda), a los que se sumaron el Estado Colombiano y los cárteles, tuvieron las más diversas variables. Como daño colateral, los grupos autónomos de disidentes o “residuales”, surgidos por la insubordinación o la desintegración de viejas unidades, suelen causar a menudo daños y ultrajes graves a la población civil.
Hay muchas películas, incluso algunas de ellas nacionales, en las que por distintas circunstancias un puñado de jóvenes deben hacerse cargo de su propio destino. En este caso ocho muchachos (en su mayoría adolescentes), prácticamente aislados, conforman una formación dentro de un grupo guerrillero y tienen bajo su cuidado a una doctora estadounidense (prisionera de guerra) y una vaca lechera que les es entregada en carácter de préstamo. La mayor diferencia entre Monos y la gran mayoría de las películas de este estilo que vimos en las últimas décadas es que a Alejandro Landes se le nota el magnífico control de la puesta en escena y la pericia narrativa y visual que hay detrás de cada plano, de cada secuencia. La fisicidad es una de las claves de este filme que comienza con un momento de futbol ciego y continúa con un riguroso entrenamiento que incluye abrazos mientras el comandante menciona lo importante que es la confianza entre ellos. Pero con el correr de los minutos también veremos como Landes describe el deseo que se produce entre estos jóvenes y la forma en la que se relacionan a partir de ello. Si bien Landes es un realizador colombiano y sus personajes también lo son (queda claro en sus acentos) el filme no habla sobre una guerrilla en particular, no es un alegato sobre las FARC, ni nada que se le parezca. Al contrario, para desmarcarse de una referencia puntual el equipo de arte de la película estudió casos de grupos rebeldes de Crimea, Chechenia y Medio Oriente. En última instancia Monos es una película que indaga sobre el funcionamiento de una (micro) sociedad, una “familia” atravesada por la locura, el deseo, la culpa, la muerte y la necesidad de lealtad. Por Fausto Nicolás Balbi @FaustoNB
Apocalipsis, ahora Combinando ideas del cine bélico y El señor de las moscas, Alejandro Landes consigue en Monos una experiencia singular, sólo para la pantalla grande. Tarda uno un buen rato en darse cuenta de que la nueva película de Alejandro Landes (el realizador de Porfirio, un cineasta de origen colombiano pero con un recorrido amplio por varios países) tiene como centro los conflictos armados de su país. La primera impresión que se tiene es la de estar frente a un film que transcurre en algún planeta lejano, o en una civilización antigua. Hay una construcción del espacio muy particular, alejada de cualquier localismo evidente que nos permite pensar lo que vemos en términos casi abstractos. Los acentos y las formas del habla, quizás, nos van revelando algunos detalles. Pero no más que eso. Hay un conflicto armado. Hay un grupo de jóvenes, adolescentes y hasta niños que se ocupan de “cuidar” a una mujer secuestrada de origen norteamericano (Julianne Nicholson, recientemente vista en un papel muy distinto en la película argentina Iniciales S.G. junto a Diego Peretti) y que se entrenan a las órdenes de otro peculiar y extrañamente temible personaje. Y desde ahí partimos hacia lo desconocido. Landes evita casi cualquier convención clásica del subgénero de dramas bélicos latinoamericanos optando por construir, casi en dos tiempos bastante diferenciados, una suerte de tensa y hasta absurda espera, y luego, un viaje furioso por la jungla. Monos puede ser vista como una película de aventuras, un drama personal con toques cómicos o la historia de este heterogéneo grupo de jóvenes encargado, a su manera, de cuidar a la mujer secuestrada en cuestión. Un poco de delirio y surrealismo a lo Apocalypse Now, otro poco El señor de las moscas y un extra de crudo y violento realismo bélico al estilo Pelotón. Partiendo desde ese lugar aislado y misterioso (una suerte de paisaje lunar que la cámara recorre, de manera muy activa, con destreza y maestría) en el que las armas pueden ser un juego hasta convertirse en una pesadilla, sin que los chicos parezcan darse cuenta de la gravedad de la situación, Monos va recorriendo un extraño camino que se enreda más aún cuando, en la segunda parte del film, algo sucede que cambia el tempo, el tono y los escenarios que vinos hasta entonces. En todo momento, la banda sonora omnipresente pero sutil de Mica Levi (Under the Skin, Jackie) va haciéndole sentir al espectador la sensación de que algo ominoso y denso puede pasar en cualquier momento. Y lo hace mediante el uso de pequeños leit motifs sonoros que acompañan a cada personaje y, especialmente, un paisaje de sonidos discordantes que generan inquietud y misterio a cada paso. Monos -que representa a Colombia en los premios Oscar y que cuenta además con actores (Jorge Román), técnicos, un coach actoral (Inés Efron), producción y un guionista (Alexis dos Santos) argentinos- es una película que merece ser vista en una pantalla grande para ser verdaderamente apreciada, ya que, debido a su formato de cine de aventuras/bélico, se beneficia mucho al ser experimentada de una manera vivencial, sensorial, física. Tamaño XL. Con una línea narrativa bastante simple, lo que hace de Monos una experiencia fuerte es la manera en la que Landes nos mete en la cabeza de estos chicos, con quienes empatizamos al principio más allá de saber lo que están haciendo, ya que entendemos que la situación y la presión los fuerza a tomar decisiones y a hacer cosas que normalmente no harían. En sus intentos por jugar, entretenerse o hasta vivir algún tipo de romance, podrían ser chicos cualquiera jugando a la guerra. Hasta que el juego deja de ser tal y las armas prueban ser letales, dejando en claro que -por más que crean poder manejar la situación- casi ninguno de ellos está realmente preparado para enfrentar la parte más desagradable y cruda del asunto. Se trata de una película alucinada y alucinante, intensa y brutal, que intenta escaparle a las fórmulas previsibles con las que el cine de esta parte del mundo pone en pantalla los conflictos armados de la región. Y si bien no inventa nada nuevo en términos cinematográficos, su combinación de influencias es inusual, inesperada y hasta sorprendente. Y funciona, como una buena película bélica, asestando un golpe visceral al espectador donde y cuando menos se lo espera. Pero a la vez generando un espacio de reflexión sobre las consecuencias de la violencia.
Crítica emitida al aire en Zensitive Radio.