Uno de los máximos exponentes contemporáneos del particular género denominado cine catástrofe realiza una nueva película. Roland Emmerich vuelve a poner a nuestro planeta al borde de la destrucción en “Moonfall”. Solo su elenco podrá salvarnos: Halle Berry, Patrick Wilson, John Bradley, Charlie Plummer, Donald Sutherland, entre otros. Llegará a las salas de los cines el próximo jueves 3 de febrero. Un teórico conspiranoico de las megaestructuras descubre que la luna cambió su órbita y, de seguir este camino, colisionará con la tierra. La NASA llega a la misma conclusión y ante el inminente riesgo organiza varias misiones espaciales. En una de ellas, descubrirán que una fuerza extraterrestre es la causa de dicha catástrofe. La esperanza de la humanidad queda en las manos del ex astronauta Brian Harper.
Desde este jueves, llega a las salas de nuestro país la nueva aventura cinematográfica de Roland Emmerich. Se trata de «Moonfall», una catástrofe lunar protagonizada por Halle Berry y Patrick Wilson. El largometraje, distribuido por Lionsgate, desembarca incluso en formato IMAX para quienes deseen disfrutar la experiencia en una mejor calidad. El renovado banquete apocalíptico resulta un bocadillo irresistible para los amantes de las historias de cataclismos y desastres naturales. En esta oportunidad, la novedad radica en el tono humorístico y ancestral que impregna toda la obra. Hablemos un poco de su director. Emmerich es un cineasta alemán especializado en cine de acción y de catástrofe. Solo por nombrar algunas de las joyas dentro de su filmografía, podemos mencionar «Universal soldier» (1992) y «Godzilla» (1998), dos clásicos de la década del noventa. Si nos enfocamos en el cine catástrofe, hay tres grandes estandartes del género que preceden a la obra que nos convoca aquí. En 1996 nos regaló la epopeya patriótica «Independence day» donde Will Smith y Jeff Goldblum se enfrentaron a una invasión alienígena. En 2004 se encargó de llevar a la pantalla una de los films pioneros en materia de cambio climático. «The Day After Tomorrow», a pesar de sus inexactitudes científicas, fue una de las primeras películas que puso en agenda el cambio climático. Por último, en 2009, entregó su obra más ambiciosa en cuanto a gastos de producción. «2012» hipotetizó sobre un posible fin del mundo, en dicho año, argumentándose en un calendario maya. Con esa excusa, se encargó de exhibir los intentos de supervivencia de un grupo de personas frente al fin de los tiempos. En efecto, ninguna de las producciones citadas son consideradas obras maestras – al menos, por la mayoría -. Pero sí son cintas memorables, que dejaron su huella en un género tan trabajado en los últimos años. Por esa razón, la especulación sobre la nueva entrega es muy grande. La sinopsis nos adelanta: Una fuerza misteriosa golpea a la Luna fuera de su órbita y la envía en choque directo contra la Tierra a toda velocidad (FILMAFFINITY). En base a esa línea argumental, utilizando la vieja receta del fin del mundo, un pequeño grupo de personas tendrá la subsistencia de nuestro planeta en sus manos. Con respecto a la película en sí, a primera impresión, se siente muy poco original. A pesar de la novedosa problemática (luna cayendo hacia la tierra), el desarrollo de la historia es una sumatoria de momentos ya vistos e intenciones ya trabajadas. Según nuestro punto de vista, se siente como si tomaran secuencias y conceptos elaborados en las películas anteriormente mencionadas, y se las fuera adhiriendo al hilo conductor planteado. En consecuencia, la obra cae en lugares comunes y se siente muy poco sorpresiva. Incluso cuenta con un segundo punto de giro que no termina de generar el efecto esperado. Ni hablar de los guiños finales hacia una posible continuación que, como la mayoría de las veces, dependerá del resultado de taquilla. En cuanto a su aspecto técnico, el montaje es abrupto y genera problemas en la fluidez del relato. La fotografía es correcta, genera buenas postales visuales, pero nada digno de una mención especial. El CGI (Imagen generada por computadora) es de lo más sobresaliente. Desde sus inicios, el director siempre se destacó en esa área. El soundtrack acompaña bien, no opaca la narrativa y ayuda en la generación de climas. En cuanto a las actuaciones, si bien Halle Berry y Patrick Wilson son los protagonistas, quien brilla en todo su esplendor es John Bradley. En base a sus participaciones humorísticas y su verosimilitud con cualquiera de nosotros, es quien se gana los corazones del público y termina generando los mejores momentos en pantalla. No podemos olvidarnos de Michael Peña quien, a pesar de haber ganado peso en la industria, termina relegado a un personaje muy chico que poco importa en el total de la trama. Por otra parte, cuenta con una interesante posición frente a las teorías conspirativas originadas en grupos de personas afines a determinados temas históricos, políticos o sociales. De alguna forma, celebra y reivindica la existencia de estas agrupaciones que proponen ideas alternativas a las oficiales. Una actitud en línea con el desarrollo de «2012» que surgía de la presunción de un fin del mundo en un calendario maya. Según sea la posición del espectador, este punto va a ser positivo a negativo para su evaluación final. A fin de cuentas, no todo es negativo. Objetivamente, el metraje cumple con su misión de entretener. Destacamos que busca generar tensión desde el primer minuto. En consecuencia, falla a la hora de generar emoción, porque no nos da el tiempo suficiente para empatizar con sus personajes. Pero para quienes busquen acción, destrucción monumental y no pensar durante toda su extensión, van a tener lo que desean. Caso contrario, quienes intenten encontrar algo más allá de los hechos literales, se van a encontrar en una difícil tarea.
Moonfall: la hipérbole lunar Fly me to the moon… Volvió el cine pochoclero no-brainer a las salas, de la mano de Roland Emmerich un conocido de la ciencia ficción que nos ofreció piezas como Independence Day, 2012 y The Day After Tomorrow. La luna está cayendo en picada a la Tierra y nada podrá detenerla… ¿o sí? ¿De qué va? Moonfall sigue la historia sobre una fuerza misteriosa que impulsa a la Luna fuera de su órbita y la envía directamente contra la Tierra a toda velocidad. Unas semanas antes del impacto, y con el mundo al borde de la aniquilación, una ejecutiva de la NASA y antigua astronauta Jo Fowler (la ganadora del Óscar Halle Berry) tiene una idea para salvar nuestro planeta. Pero sólo el astronauta Brian Harper (Patrick Wilson, de Midway) y el encantador conspiracionista KC Houseman (John Bradley, de Game of Thrones) creen en ella. Estos héroes emprenden una insólita misión espacial, en la que dejan atrás a todos sus seres queridos, tal vez para siempre, y descubren un misterio de proporciones cósmicas acerca del único satélite “natural” de la Tierra. ¿Estás buscando una excusa para ir a la sala? Si saliste emocionado o emocionada del discurso del presidente al mundo en Día de la Independencia… puede que esta sea una opción. Ahora, si te gusta pensar el cine, puede que te indignes un poco. Esto es Moonfall. La estructura que se nos presenta es similar a todo lo que ofrece este director: personas comunes que tuvieron una recaída en el pasado y llevan una vida en los márgenes (hablando de los estándares yanquis, obviamente) frustrados con todo lo que les rodea, una catástrofe de proporciones bíblicas -y que nadie vio con anterioridad, salvo un NN- explota y mientras el resto del planeta se zambulle en la desesperación estos “raritos” van a cambiar la marea con un plan alocado. Si sos seguidor/a de Roland, sabes que vas a encontrar: buenos efectos visuales, música ominosa, un sacrificio del tipo familiar y muestras gratis de lo poco empática que es la sociedad cuando hay una catástrofe. Pero también: malas actuaciones, arbitrariedades de guion y Deus Ex Machinas tan grandes que parecen reírse en tu cara. El protagónico se reparte entre tres: Brian Harper es el héroe de capa caída, Jo Fowler la mujer de armas y decisiones tomar, y KC Houseman el alivio cómico. Mientras que Patrick Wilson y Halle Berry están en piloto automático, se agradece la predisposición de John Bradley para darle vida y frescura a su personaje… a pesar de que es un peligroso conspiranoico y que en otras situaciones seguramente sea antivacunas. La vida de estos personajes mucho no importa, simplemente navegan aquí y allá a medida que se va descubriendo la verdad: el mundo se está por acabar y todo es irremediable. Mientras sus familiares buscan refugio en Tierra de Nadie, estos tres protagonistas van a arriesgar su vida para ir más allá. Lo extraño de está película es que el tercer acto es completamente diferente al resto del relato: mientras claramente los dos primeros apuntan al género desastre épico, la última parte abre una puerta de sci-fi new age con regusto a épica fantástica / comiquera que se siente algo así como 2001 en versión pochoclo. Cuando todo parece terminar se siente que comienza toda una nueva película, haciendo que nuestras caras de WTF contengan el aliento en un fruncimiento de ceño eterno hasta el final. Moonfall es lo que se promete: un entretenimiento basado en efectos visuales gigantescos y un sinsentido argumental propio de los lápices de un escolar de 5 años que junta los elementos más divertidos y los mezcla sin ningún tipo de justificación. Conociendo la carrera del director, las expectativas pueden ayudar a dar de baja el cerebro por dos horas y sólo pensar en consumir pochoclo y festejar porque Estados Unidos vuelve a salvar el mundo.
Se estrenó “MOONFALL”, un nuevo film de ciencia ficción, protagonizado por Patrick Wilson y Halle Berry, con expectativas que llegan hasta la Luna. Brian Harper (Wilson) es un astronauta de la NASA que, durante una misión de rutina en un satélite, presencia la muerte de un compañero a causa de un choque con una masa desconocida, que además deja la nave sin dispositivos electrónicos. Harper logra aterrizar sin aparatos y regresar a la Tierra, salvando a su compañera Jo Fowler (Berry) quien había quedado inconsciente. A pesar de su heroico regreso, la NASA cuestiona su forma de proceder, enjuiciándolo y retirándole su apoyo. Casi una década después, un teórico de la conspiración, el Dr. Houseman (John Bradley-West), descubre que la Luna ha cambiado su órbita de manera preocupante y ante la falta de respuesta de las autoridades, recurre a Harper. Ambos, junto con Fowler, se vuelven claves para salvar el mundo de una fuerza destructiva desconocida. “Moonfall” es una pieza audiovisual sumamente interesante y llena de premisas enroscadas, bien planteadas pero apuradas por el montaje en algunos momentos del film, sobre todo al principio, que el ritmo es difícil de seguir. Sin embargo, vale la pena ya que la historia es apasionante, en especial para aquellos aficionados a las teorías conspirativas sobre el espacio exterior. Los actores están bien elegidos para sus roles y los momentos de acción, explicativos, coreográficos y efectistas son ejecutados impecablemente. Hay ocasionales intentos de que el público empatice con otros aspectos de la vida de los personajes, por ejemplo, afectos, familia, cariño, calidez. Esto no se logra, ya que el ritmo del montaje arrastra esos momentos y los apura, sin lograr suavizar la pantalla, resultando en momentos tibios que no llegan a tocarnos de cerca. Las actuaciones son todas buenas a pesar del ritmo no logrado en post-producción, destacando, sobre todo, a Bradley-West con su papel de teórico conspiranoico, que demuestra una vez más su capacidad para aliviar momentos de tensión con humor. Cabe aclarar, lastimosamente, que los guionistas (entre los que ubicamos al director del film, Roland Emmerich) se toman muchas licencias científicas, y en el medio del caos de la historia, muchas cosas salen misteriosamente bien, y estas ayudan a los protagonistas a lograr sus objetivos, casi sin obstáculos realistas. La película coquetea peligrosamente con el típico “deus ex machina”, y, a partir de esto, se vuelve ocasionalmente predecible. Los departamentos de sonido y banda sonora, arte y vestuario, efectos visuales, fotografía, y CGI (imágenes generadas por computadora), se llevan todos los premios. El film es entretenido y apasionante gracias a todos los aspectos técnicos-artísticos de la producción y post-producción, dejando afuera a los ya mencionados guion y montaje. “MOONFALL” es una pieza sumamente entretenida y muy estimulante, que volvería a ver. Personalmente, disfruté mucho ver a Patrick Wilson lookeado como “paria de la NASA”, motoquero y astronauta rudo que busca redención; es una cara muy agradable como protagonista. Recomendadisima para ver en familia este fin de semana. Por Carole Sang
El regreso del especialista en cine catástrofe Sabemos que Roland Emmerich es un director amante de la grandilocuencia, y dentro de ese estilo sabe a lo que apunta. Dicho esto, vamos “a los bifes”. Moonfall tiene esos elementos que el director usa en sus films. Pero el vuelco en plan espiritual se mezcla con una extraña versión de Héroe accidental (la película de 1992 dirigida por Stephen Frears, para quienes no la recuerden), y Día de la independencia; y a partir de ahí es complejo seguirle el tono. La primera mitad de la película tiene un desarrollo esperable y de buen fluir pero todo se desmorona lentamente hacia la segunda parte en que lo que se puede ver no lo rescata ni el Presidente Whitmore. La cosa es así: La Luna se desvía de su órbita y amenaza con chocar a nuestro planeta. Un secreto a voces se devela y es así que los protagonistas regresan a poner las cosas en su sitio. Nada de esto es algo que no se vea en el trailer disponible, es decir, no hay spoiler. Tal vez el detalle que menciono al respecto de este intento de híbrido descomunal entre una historia de acción fantástica y reparación espiritual alien, que explicaría las miles de creencias humanas desperdigadas por el planeta y lograría darle sentido a nuestra desesperación hubiera funcionado hace algunos años, pero ahora no llega a abarcar lo que el público va a ver en una película de este tipo. No hay nada mucho más por mencionar. Excepto destacar al elenco, compuesto por Patrick Wilson, Halle-Berry, John Bradley, y un lujo entre tanta nada que es tener, aunque sea unos pocos minutos, al maravilloso e inoxidable Donald Sutherland. Las estrellas de Moonfall están bien, son simpáticas, funcionan, se desenvuelven decentemente con el uso de los miles de lugares comunes, ayudadas por las dosis de humor que se intercalan entre las escenas de drama y acción, y sirve para que el tedio que se produce durante el visionado no disipe la atención.
El director alemán regresa al espíritu de sus éxitos de cine catástrofe con resultados poco estimulantes. Alguna vez el Rey Midas de la taquilla global (allí están los éxitos de Día de la Independencia, 2012 y El día después de mañana para comprobarlo y su puesto Nº 16 en el ranking de directores más taquilleros de todos los tiempos con ingresos solo en cines por más de 4.000 millones de dólares), el alemán Roland Emmerich parece haber perdido el “toque”, ya que desde hace más de una década que no logra un suceso importante (hasta Contraataque, secuela de Día de la Independencia, funcionó muy por debajo de las expectativas en 2016). Durante las décadas de 1990 y los 2000 a Emmerich podían castigarlo con las críticas más despiadadas y lapidarias, pero sus películas seguían contactando una y otra vez de forma masiva con el público. Sin embargo, en determinado momentos esa fidelidad se cortó y desde hace ya bastante tiempo aquel director indestructible se convirtió en uno con mandíbula de cristal. En ese contexto, Moonfall -otro megatanque de 140 millones de dólares de presupuesto- aparece como un intento desesperado por reconquistar el tiempo, el público y los dólares perdidos, un regreso a las fuentes de su cine apocalíptico y el “rompan todo”. La película tiene algunos hallazgos y aciertos durante una primera hora en la que sostiene cierta lógica, pero en la segunda mitad ya es cualquier cosa, un despropósito narrativo, una suerte de sub-2001, odisea del espacio (y del cine) sin el más mínimo verosímil ni justificación de guion. La sinopsis (léase excusa argumental) es la siguiente: una fuerza misteriosa hace que la Luna se salga de su órbita y la acerca cada vez más a la Tierra con consecuencias devastadoras (impactante trabajo de CGI para exponer crecientes inundaciones, lluvias de meteoritos y un largo etcétera de catástrofes). Tras múltiples fracasos, la única esperanza es enviar una misión con una nave poco menos que destartalada y tecnología en desuso liderada por Brian Harper (Patrick Wilson), un ex astronauta caído en desgracia; KC Houseman (John Bradley en modo comic relief), un patético cultor de teorías en apariencia conspiranoicas; y la ahora ejecutiva de la NASA Jo Fowler (una inexpresiva Halle Berry). La narración pendula (sin demasiada armonía, admitámoslo) entre cuestiones más intimistas ligadas a las dinámicas familiares de los protagonistas y la dimensión épico-patriótico-espacial con la reivindicacion de los losers (sobre todo Harper y Houseman) en medio de la corrupción o la inoperancia institucional-gubernamental (en ese sentido, hay ciertas similitudes con la reciente película de Netflix No miren arriba). El problema principal de Moonfall -además de su acumulación de clichés y lugares comunes, claro- es que nunca se decide si ser una película que se toma en serio a sí misma (y al público) o si, por el contrario, apuesta de lleno a la autoparodia y a la sátira. Es precisamente esa indecisión, su propia contradicción interna, la que hace que no termine siendo ni una cosa ni la otra.
Desde los tiempos de Día de la independencia (1996), Roland Emmerich se empeña con la ayuda de la más poderosa maquinaria tecnológica de Hollywood en mostrarnos que hay mil y una maneras de destruir el mundo desde la pantalla. Hay que reconocerle al director alemán una perseverancia a toda prueba en este terreno. Tan convencido está de su lugar como máximo exponente del apocalipsis de nuestro planeta que hizo de Moonfall, según propia confesión, su proyecto más personal y soñado. Tanto, que decidió salir a buscar por las suyas los recursos para financiarlo. La considerable suma que logró acopiar (140 millones de dólares) le garantizó el control absoluto de esta producción. La decisión más saludable que tomó Emmerich fue sostener contra viento y marea el lanzamiento de la película en los cines. No tendría ningún sentido verla en cualquier otra pantalla de dimensiones reducidas. El problema de Moonfall no pasa por su gigantesca escala y la espectacularidad que la envuelve. Emmerich quiere además que nos tomemos mucho más en serio esta historia (supuestamente la más “comprometida” con sus ideales) que sus cataclismos anteriores, divertimentos completamente inverosímiles que se disfrutaban como tales y que además contaban con un costado humano nada desdeñable en medio de la destrucción generalizada. Moonfall cuenta cómo nuestro planeta queda expuesto a una hecatombe casi inmediata después de que ciertas fuerzas extrañas alteran la órbita lunar y transforman a nuestro único satélite en un arma letal y devastadora. Un astronauta caído en desgracia por haberse anticipado en su momento a esta realidad, su excompañera transformada en responsable máxima de la NASA y las disfuncionales familias de ambos, más un extravagante cultor de teorías conspirativas protagonizarán la aventura de salvar al planeta (y de salvarse ellos mismos) a través de la suma de todos los lugares comunes del género y de las películas anteriores de Emmerich. Lo que queda de ellas es la reiteración del muestrario de la destrucción del planeta a través de efectos digitales igualitos a los que veíamos en 2012, sobreexplicaciones con supuesta lógica científica (con el foco puesto en la inteligencia artificial) para subrayar todo lo que no puede decirse con imágenes, y la exposición en un forzado y obvio montaje paralelo de lo que ocurre en el espacio exterior y la imposible lucha por la supervivencia de un pequeño grupo humano en la superficie nevada de Aspen, todo armado a las apuradas. Cosas muy parecidas ocurrían en las películas previas de Emmerich, pero con un poco más de coherencia y emoción. Como se ve, no falta nada. Tampoco los militares opuestos a cualquier solución racional y el oscuro científico que se arrepiente de sus pecados y omisiones. Halle Berry, Patrick Wilson y John Bradley (el inolvidable Sam Tarly de Game of Thrones) transpiran un poco y cumplen a reglamento con los gestos de angustia y las caras de asombro. Todo está aquí demasiado calculado, hasta el agradecimiento explícito a China por su aporte económico a través de un personaje valeroso y un par de elogiosas frases institucionales.
Candidata, sin dudas, a estar en el podio de las peores películas del año, la nueva propuesta dirigida por el experto en cine catástrofe, Roland Emmerich, mezcla géneros, tonos, ritmos, convirtiéndose en un despropósito total. Un mamotreto que nunca decide ir hacia un lugar concreto y en el que Halle Berry suma (cuántas ya) otra de sus peores actuaciones.
Reseña emitida al aire en la radio.
Crítica publicada en Youtube.
Una fuerza misteriosa cumple la ley de causa y efecto; tanto hemos hecho por dañar el planeta que ahora el castigo se dirige directamente hacia nosotros. Ya sabemos lo que vamos a ver por anticipado: el alemán Roland Emmerich adora destruir la Tierra. La incendia, la congela, la inunda. Tomemos previos abordajes del cine catástrofe apocalíptico como “Día de la Independencia” (1997), “El Día Después de Mañana” (2004) o “2012” (2012). Halle Berry y Patrick Wilson son dos rostros conocidos que se suben a la nueva ola fatalista. Jugo de luna se derrama por la gran pantalla, sendas estrellas resisten estoicas. Emmerich, como niño con juguete nuevo, echa a andar su simple vehículo de entretenimiento. Retoma la preocupación vertida por “No Miren Arriba”, podría el mundo acabarse; si bien su abordaje dista del registro elegido por la más recomendable película de Adam McKay. Aquí, cataclismos diversos amenazan la civilización, conformando el menú del primer tanque norteamericano de 2022. Un terreno conocido que despliega ante nuestra mirada escenarios propios de películas del Hollywood más pochoclero. Un especialista en utilizar los artilugios visuales con fines de espectacularidad sabrá hacer lo previsible con tamaña magnitud de destrucción. En detrimento de la narrativa, las elecciones tomadas rozarán lo grotesco y lo estrafalario. Caos a toda velocidad que olvida la lección de ritmo cinematográfica impartida hace décadas por Robert Bresson. Vivimos tiempos de penosa instantaneidad. Una tripulación de héroes inverosímiles se lanza al espacio exterior, en peligrosa e improbable misión de salvar al plantea y a la humanidad. La gesta nos mantiene entretenidos. No mucho más sostiene al relato.
Creo que todos podemos estar de acuerdo que pensar ya en la definición «cine catástrofe» nos coloca en una posición un tanto compleja para analizar cada producto. Partimos de la base que lo que veremos, rara vez tiene algún sustento lógico. Y para valorarlo en forma justa, debemos liberarnos de las ataduras sensatas y medidas con las que analizamos otros filmes, de otros géneros. Y digo esto porque me impacta la crudeza de algunos atacando este film, que es sólo una expresión cabal de la propuesta en la que se alinea. Es decir, no podemos pedirle a Roland Emmerich sutileza, cuidado por el costado lineal y esperable de un relato. Nunca fue su fuerte y a esta altura de su carrera, uno de los 20 directores que más dinero generaron con sus películas en la historia, no iba a comenzar un camino nuevo. Su idea sigue intacta. Habrá envejecido o el público será distinto, pero el hombre es fiel a sus principios de éxito. Es importante decir que tampoco creo que por el sólo hecho de encuadrarse dentro del género, cualquier propuesta cuente con todas las licencias del caso. No, claramente que por ahí tampoco vamos. «Moonfall» tiene sus temas. Parte de una idea no muy original pero efectiva y organiza una gran cantidad de recursos para conmover desde lo visual, como premisa central. Hay una apuesta convencida de que la catarata de efectos, estallidos y desastres climáticos varios podrán mantener la atención de la audiencia a lo largo de todo el metraje. Como hace un tiempo atrás solía suceder. Emmerich se afirma en premisas elementales para organizar su relato. Sentado en mi butaca, tres títulos que sostienen esta visión, desfilaron por mi mente: «Independence Day», «2012» y «The day after tomorrow». Tres megatanques del mismo director que de alguna manera, siento «condensados» en «Moonfall». Puede decirse, que el cineasta repite sus mejores momentos en dichas producciones, intentando emular el sentido heroico que tanto lo distinguía en sus años más taquilleros y apelando a una estructura narrativa, endeble y ruidosa. En «Moonfall» tenemos un problema, Houston. La luna, por razones desconocidas en un principio, comienza a desviar su órbita y este suceso, amenaza seriamente la vida humana. Las autoridades y la comunidad científica al principio descreen de esta posibilidad pero al corto tiempo, las primeras manifestaciones del problema se hacen visibles y la búsqueda de estrategias para enfrentarla, se hacen ostensibles. Así es que en pocos cuadros, la NASA organizará una misión a la luna contrarreloj para evitar su impacto con la Tierra y para ello, buscarán a un gran piloto y astronauta, caído en desgracia: Brian Harper (Patrick Wilson). Junto a él, el astrónomo que descubrió el problema (KC, jugado por John Bradley) y su ex compañera de aventuras (con quien se encuentra enfrentado), Jo Fowler (aka Halle Berry) serán los encargados de intentar detener el colapso de la luna que podría destruir a la humanidad en su conjunto. Si, hay una historia de heroísmo aquí, cierto personaje redimido (o tal vez, dos) y un clima de conspiración que no debería extrañarnos en este tiempo. Emmerich sigue su manual y abusa del CGI como en sus mejores épocas. Destrucción, escape, misión, supervivencia. Esas son las claves que sustentan el film. Desde el punto de vista de los personajes, todos son discretos, a pesar de los esfuerzos que realizan para darle algo de sustento a la historia. El más coherente y carismático es Bradley, a quien la peli le sienta muy bien. Los otros dos protagónicos son limitados, aunque Berry tiende a lagrimear con sentido, un poco más. Sí, no es de las más interesantes de las creaciones del legendario realizador, desde ya. Tiene sus problemas pero, en cierta forma y a pesar de sus dificultades, «Moonfall» logra que los espectadores transiten la trama con cierto interés. No hay grandes momentos, ni demasiadas emociones, pero sí garantía de entretenimiento en la sala. Podrán discutir si sus ideas pasaron o no de moda, pero lo que no se puede negar es que son efectivas. En consecuencia, si aman el cine catástrofe, el maestro, está de vuelta.
La lunática odisea de Roland Emmerich con Halle Berry y Patrick Wilson El director de “El día de la independencia” y “2012” hace un cine clase B pero con 140 millones de dólares. Siempre el cine de Roland Emmerich estuvo cercano a la parodia. Sucede que en los años noventa la magnitud de los efectos especiales que manejaba -sorprendentes para la época- convertía a sus películas en epopeyas cinematográficas y sus mensajes seudo patrióticos-bélicos estadounidenses no resultaban tan simplones o insoportables como ahora. Algo similar pasa con Moonfall (2022) donde lo imposible se encuentra presente desde su argumento. La luna se desplaza de su órbita (producto de fuerzas espaciales que no vale la pena tratar de explicar) y genera desastres ambientales en La Tierra. El Apocalipsis solo puede ser evitado por un viejo piloto de antaño (Patrick Wilson), un nerd que predica sobre conspiraciones intergalácticas (John Bradley) y la jefa de la NASA (Halle Berry). El trío es enviado al espacio como última solución para corregir las cosas mientras en La Tierra sus hijos pelean por la supervivencia. Con semejante argumento no se le puede pedir nada serio a Moonfall. La pavada reina en una historia que suena a excusa para filmar una persecución rodeada de grandes escenarios devastados. Una idea que se puede trasladar al resto de las películas de Roland Emmerich. Patrick Wilson es el machote americano medio tosco a nivel intelectual pero siempre dispuesto a inmolarse por la patria, mientras que la jefa de la NASA representa la visión feminista (mal entendida, claro) de esta paparruchada hollywoodense. El film no se hace eco de los nuevos relatos negacionistas sobre las catástrofes ambientales o las enfermedades virales como sucede en No miren arriba (Don’t Look Up!, 2021). Acá todos se alinean con la milicia para salvar al planeta de una amenaza externa, ¡a patadas!. Moonfall presenta un refrito que va desde la propia El día de la independencia (Independence Day, 1995) hasta La cosa (The thing, 1982), pasando por Esfera (Sphere, 1998) y El abismo (The Abyss, 1989), y cuanta fantasía interestelar quiera sumarse. Un reciclaje de todos los relatos sobre el fin del mundo de antaño, con mucha gracia autoconciente que le sienta bastante bien. Estamos ante un producto hecho para sábados de súper acción pero con un enorme presupuesto que choca con sus aspiraciones banales y pasatistas. Un tipo de cine que en tiempos de híper realismo no encuentra su razón de ser. No sería sorpresivo que la próxima aventura apocalíptica de Emmerich la veamos directamente en alguna plataforma.
A lo largo de su filmografía el director Roland Emmerich encontró una variedad de conceptos para destruir el mundo con diversos resultados. Aunque algunos títulos resistieron mejor el paso del tiempo, en general a esta altura el público tiene claro lo que puede encontrar en una producción del realizador alemán. Ya sabemos de entrada que la trama será olvidable y el atractivo pasa por el espectáculo visual donde el artista enfoca toda su atención. Moonfall es la peor película que hizo dentro de este género donde sorprende la desidia creativa de Emmerich y su pereza para ofrecer algo divertido con el delirio argumental que propone. Nadie espera que desarrolle alguna temática profunda pero sí que le ponga un mínimo de entusiasmo a su labor como realizador y en este punto se centra para mí el gran problema de este estreno. En esta oportunidad presenta una producción desganada donde copia de manera burda las mismas fórmulas argumentales y arquetipo de personajes que ya trabajó en Día de la independencia y 2012 con la diferencia que acá se replican en un film más aburrido. La trama no está exenta de los delirios conceptuales con los que se asocian sus trabajos pero en esta película deja la sensación que en algún momento del rodaje tiró la toalla y no le importó en absoluto la calidad del producto que iba a llegar al cine. Sobre todo en los aspecto visuales que son muy irregulares. Salvo por la secuencia inicial que es la más lograda del film y algún que otro momento durante el clímax, el tratamiento de la acción en general resulta terriblemente artificial, como si hubieran interrumpido las post-producción. En su última obra, Midway, las escenas de batallas contenían CGI, pero la narración era emocionante y los efectos visuales estaban cuidados. En Moonfall en más de una ocasión se nota que los actores se encuentran frente a una pantalla verde y cuando la destrucción intenta alcanzar una escala épica las imágenes parecen salidas de la gráfica de un video juego del 2002. Entre los filmes de este tipo que hizo hasta la fecha su nueva producción es la que peor va a envejecer con el paso del tiempo. En lo referido al argumento la película está plagada de situaciones estúpidas esperables, pero en esta ocasión aburre con las subtramas innecesarias que protagonizan los familiares de los protagonistas. Otra decepción es que se toma demasiado en serio el conflicto en lugar de divertirse más con los elementos extravagantes que cobran fuerza en el tercer acto. Sobre todo cuando tenía todo servido en bandeja para hacerlo. El film comienza como un exponente del cine desastre y luego de la nada misma y sin anestesia vira hacia la ciencia ficción alocada en un delirio bizarro que no termina de aprovechar. Por el contrario, Emmerich satura con un exceso de escenas de exposición con la intención que la trama se tome en serio, algo imposible de conseguir, sobre todo cuando Armageddon ahora queda como un documental realizado por la NASA. Después del trabajo que hicieron en esta producción Patrick Wilson, John Bradley y muy especialmente Halle Berry (a quien le tocaron los peores diálogos), los artistas tranquilamente puede integrar el equipo olímpico norteamericano de remo. Sin ellos tres la experiencia hubiera sido mucho más tediosa porque ni siquiera como espectáculo pochoclero el film hace el esfuerzo por ofrecer algo más entretenido. Todo se siente como un collage añejo de grandes éxitos de Emmerich que ya vimos en el pasado. La trama encima tiene la desquiciada ambición de gestar una saga que sería un milagro si se concreta en el futuro. Me cuesta mucho recomendar esta película que está más para alguna plataforma de streaming que una salida al cine.
Hay dos maneras de ver las películas de Roland Emmerich: como espectáculos catástrofe o como sátiras. La segunda es más interesante, aunque no siempre cumple. De hecho, su film más exitoso (Día de la Independencia) se autodestruye cuando cumple su fin de destrozar todo a partir de la idiotez humana y la maldad extraterrestre. Moonfall combina un poco de Día... con otro de sus éxitos, 2012, quizás lo mejor que hizo porque la parte satírica funciona bien. Aquí pasa que la Luna se cae contra la Tierra, pero en realidad la Luna es otra cosa, y los que tienen razón son los conspiranoicos, mientras que los héroes son dos astronautas a los que la NASA les quita credibilidad. Después hay show de destrozos, pero si se ve la película con una mirada más distanciada, Moonfall es mucho más efectiva -y dice lo mismo, de contrabando y sigilosamente- que No mires arriba, el explícito panfleto cómico de Adam McKay (volvé, McKay, te perdonamos). Emmerich se divierte con todo esto, es evidente, y logra señalar taras humanas y políticas de un modo que el cine “comprometido” de hoy no logra. Es cierto, gran parte del guión parece diseñado con pereza, pero hay cierto tono que permite adivinar la intencionalidad del descontrol. Es simple: si un film de Emmerich divierte (no pasa, por ejemplo, con Midway) es porque no se toma del todo en serio.
Vuelven los tsunamis más lindos del cine Roland Emmerich (Independence Day, 2012) una vez más quiere destruir al planeta Tierra, ¿De qué va? Tras una anomalía alienígena que corre de curso el trayecto de la Luna, dos astronautas que comparten un pasado y un aficionado a la ciencia deberán esquivar catástrofes naturales para salvar a la Tierra. Me acuerdo de ver centenares de veces por la tele a aquel lagarto radiactivo que rompía edificios con su gran cola y comía montañas de pescado con su trompa prominente. Me acuerdo de ver como Will Smith trompeaba a un alienígena que tenía mas tentáculos que cabeza en el medio del desierto, mientras Jeff Goldblum tiraba un chiste casual, y de cómo un padre que buscaba la redención se estrellaba de lleno en el núcleo de una madre nodriza. De vez en cuando se me viene a la cabeza la imagen de Benjamin Martin quemando los soldaditos de plomo de su hijo asesinado, para así convertirlos en balas que definirían la guerra de una época. Cada vez que veo fotos de edificios congelados no puedo evitar pensar en la Nueva York de El Día después de Mañana, aquel páramo blanco, lleno de peligros que ponen a prueba a un muy joven Jake Gyllenhaal que debe hacer las paces con su padre. Si digo que no fui a ver varias veces las escenas catastróficas que se producían gracias a un cambio climático inminente estaría mintiendo. Terremotos que abrían en dos ciudades enteras y tsunamis que llegaban hasta el Himalaya no eran suficientes para frenar a un padre que tan solo buscaba hacer las cosas bien. Todos estos momentos que se impregnaron en nuestro inconsciente tanto cinematográfico como colectivo son producto de un señor, y un equipo de producción masivo, que decidió contarnos historias simplísimas con un despliegue que va más allá de la imaginación, llevando así al cine catástrofe a otro nivel. Este enorme sujeto es Roland Emmerich, y por más que tenga algún que otro error en su carrera, eso no lo priva de volver con su nueva obra, Moonfall, en dónde agarra un poco de todos estos condimentos grandilocuentes para llevarnos por un viaje que roza el suelo terrestre, la estratosfera y el infinito espacio. En esta nueva entrega, la aventura nos lleva a los confines del planeta, en dónde nuestro satélite natural toma un giro inesperado. La última frase es literal, porque gracias a un suceso que fue negado por la NASA y dejó en la calle al astronauta Brian Harper (Patrick Wilson), la Luna se corre de su orbita original, generando que esta impacte contra la Tierra en tan solo unas semanas. Es así que la antigua compañera de Harper, Jo (Halle Berry), contactará a su viejo amigo para una última aventura intergaláctica. Pero el planeta no es lo único que se desmorona muy lentamente, también lo hacen sus vidas personales. Harper apenas habla con su hijo Sonny (Charlie Plummer), que acaba de terminar preso, no tiene para pagar la casa y da charlas a nenes en convenciones. Por otro lado, Jo debe lidiar con la burocracia de la NASA mientras intenta convencer a su ex esposo para conseguir más tiempo y así salvar su tesoro más preciado, su hijo. Entre estos dos profesionales está KC Houseman (John Bradley), un fanático aficionado a la astronomía y los alienígenas que nunca fue escuchado, pero ahora logra hacer el descubrimiento que podrá darle a su planeta una segunda oportunidad. Es así que Emmerich logra, una vez más, posicionarnos en personajes que tienen problemas tan terrenales como los nuestros. Sujetos que pueden ser científicos excepcionales, pero que en su rutina son tan ordinarios como nosotros, hasta que una nueva oportunidad de redención se presenta. Acá es dónde vemos el germen tanto de este film como de sus restantes obras, cuya honestidad bruta y melosa se corre de lo pretencioso para darnos aventuras tan pochocleras como inolvidables. Una vez que comprendemos que todas estas travesías tratan sobre reparar vínculos y alcanzar una revelación suspendida, los caminos que nuestros personajes recorren a través de océanos tumultuosos y tornados furiosos, ya sea para salvar a los suyos como al planeta, no son más que pasos desesperados para sobrevivir a una catástrofe que pone en peligro lo más deseados para ellos: poder transformarse como personas, para así recibir nuevamente el amor de los suyos. De esta forma, como imagen metafórica de un mundo interior que venía en picada hace tiempo, nuestros actuantes podrán sacrificarse para salvar a sus hijos, cruzar planicies heladas para abrazarlos y acariciar la superficie de la Luna para comprender que perdimos, y qué queda por ganar. Moonfall no es la excepción a la regla y no solo se encarga de darnos un drama familiar cómodo pero efectivo, sino que nos regala un viaje inter dimensional que roza las preguntas existenciales que el mismo Roland busca responderse en sus trabajos: ¿Quiénes somos? ¿Por qué hacemos lo que hacemos? ¿Por qué peleamos por aquellos que amamos? Sin buscar trascender o siquiera cambiar un paradigma ya establecido, Moonfall es la sci-fi catastrófica ideal para sentarse al borde del asiento y así disfrutar de las imágenes más calamitosas y, por ende, más espectaculares que este género puede ofrecer. Te extrañábamos, Roland.
Una película idiota sin pies ni cabeza El popular Roland Emmerich (Día de la Independencia, El día después de mañana) parece haber perdido el eje de las buenas historias. Eso queda evidenciado en Moonfall, pésima aventura de ciencia ficción y cine catástrofe. Es francamente difícil sentirse asqueado por una película, porque aún las más flojas tienen algún encanto irónico. No es el caso de Moonfall, lo nuevo de Roland Emmerich -creador de entretenidos blockbusters de cine catástrofe como Día de la Independencia y El día después de mañana- que cae por el barranco de los excesos, en una trama sin pies ni cabeza. El mejunje creado no es más que un producto mal hecho que produce fátiga visual. Un espectáculo malo y triste que subestima espectadores. Todo arranca con una expedición. Dos astronautas refaccionan una nave espacial, hasta que una tenebrosa nube negra irrumpe en la aparente calma del espacio. La pesadilla culmina con un muerto, un misterio cajoneado por la NASA y con Brian Harper (Patrick Wilson) -uno de los astronautas involucrados en el episodio- fuera del organismo por exponer su teoría en torno al ataque. Del otro lado está su compañera, Jo Fowler (Halle Berry), quien tomó acción pasiva durante el proceso y construyó una sólida carrera en la Agencia. Si bien ella no es la primera en advertir la hecatombe desastrosa que se avecina, sí es una de las heroínas de este cuento absurdo. Moonfall es un festival del sin sentido que se agencia fórmulas de obras y cineastas que exploraron la ciencia ficción con buenos resultados (como Christopher Nolan y sus intrincados giros narrativos), sin un desarrollo cariñoso hacía la historia que intenta llevar adelante. No se entiende de qué cerebro pudo haber salido un guión tan plano y tan malo. Los personajes (algunos son caricaturas realmente insoportables) se empeñan en tomar las decisiones más estúpidas que el espectador pueda imaginar. Uno de los ejemplos más burdos reside en el último tramo de la cinta: en medio de una persecución, los protagonistas se toman un prudente tiempo para ser reflexivos y 'sentimentaloides', mientras el desastre les pisa los talones. Luego de alguna línea superficial, emprenden el escape minutos antes de una muerte asegurada. La nueva experiencia del cineasta alemán puede traducirse a una sentencia alegórica y divertida de leer y no tanto de visualizar: Moonfall es una ambiciosa misión al espacio que no traspasa la capa de ozono, destruyéndose al instante.
Un disparate que nunca se asume como tal La premisa de la nueva película del director de "Día de la Independencia" es un Emmerich de pura cepa: la Luna se sale de su órbita y adopta una trayectoria elíptica que la llevará a estrellarse contra la Tierra. Al alemán Roland Emmerich puede pedírsele cualquier cosa, menos sutileza. Si bien coqueteó con el cine de acción más rustico en El ataque, el director de Día de la Independencia, El día después de mañana y 2012 construyó una filmografía que orbita mayormente alrededor de un cine catástrofe desatado y desacatado. Uno que imagina las mil y un formas posibles para la extinción de la humanidad, desde invasiones extraterrestres hasta glaciaciones, pasando por el cumplimiento de profecías mayas apocalípticas. A todo ese grupo se suma ahora Moonfall, cuya premisa es un Emmerich de pura cepa: la Luna, por razones en principio poco claras, salió de su órbita y adoptó una trayectoria elíptica que la llevará a estrellarse contra la Tierra en tres semanas, no sin antes desprender miles de rocas gigantes que difícilmente puedan ser destruidas por la atmósfera. Pero algo falta para la que la cosa funcione. Y los resultados son más catastróficos que la situación planteada en la película. La diferencia con las destrucciones masivos anteriores es que donde antes había un humor plenamente consciente del absurdo, una suerte de metadiscursividad que alcanzó su punto caramelo en 2012, ahora hay un tono sepulcral que vuelve imposible involucrarse con un disparate que nunca se asume como tal, una cruza bastarda entre Armagedón, la ambición intergaláctica de Star Wars y el extravagante y explicativo cine de Christopher Nolan que arranca con un grupo de astronautas haciendo una serie de reparaciones en el exterior de la nave, hasta que una misteriosa nube de partículas negras les pega con fuerza y deja como saldo la pérdida de uno de ellos. Toda la culpa recae sobre Brian Harper (Patrick Wilson, el Ed Warren de El conjuro), quien desde entonces no se lleva bien con la NASA. Su compañera Jo Fowler (Halle Berry, en su regreso a los cines argentinos luego de largos años), en cambio, siguió vinculada con la Agencia espacial, y será la llave que le abra las puertas de una nueva aventura suicida cuando se avecine el desastre. Moonfall no esquiva los lugares comunes de este tipo de relatos, incluyendo a un nerd aficionado dispuesto a todo para colaborar y una subtrama vinculada con la supervivencia de la ex de Brian, sus hijos y su nuevo marido (Michael Peña). Es justamente ese nerd (John Bradley) quien se acerca al ex astronauta para comentarle sobre unos cálculos matemáticos que indican el cambio de órbita lunar. Si en 2012 todo se limitaba al protagonista (el conductor de limousines a cargo de John Cosack) sorteando fracturas terrestres manejando autos, aviones, lanchas o lo que sea, aquí el asunto adquiere visos de ridiculez supina cuando empiecen las explicaciones. No conviene adelantar de qué van, porque se trata de uno de los conejos más grandes sacados de la galera de los guionistas en la historia del género. Solo que el alemán cree a pies juntillas en esas situaciones y las narra con un convencimiento místico. Emmerich, uno de los pocos directores con la capacidad de divertirse filmando y empapar sus trabajos con ese placer, se puso el traje de director serio e importante. Y le queda pésimo.
EL DÍA DE LA INDEPENDENCIA DESPUÉS DE MAÑANA Posiblemente a partir del insólito éxito de Día de la Independencia, Roland Emmerich se convenció de que estaba destinado a ser el rey del cine de desastre hollywoodense. Para eso hay que tener un gran ego, algo que al realizador le sobra, si tomamos en cuenta sus declaraciones en diversas entrevistas. Además, se necesita vocación creativa y cierta devoción por el género, y también algo de eso ha mostrado Emmerich, aunque con numerosos altibajos. Es que El día después de mañana tiene un relato sólido y eficaz; El ataque es una grasada tan autoconsciente como disfrutable; y la primera hora de 2012 funciona casi a la perfección. Por el contrario, Godzilla es por momentos inmirable; la segunda mitad de 2012 y Midway exhiben unos cuantos problemas; y mejor ni hablar de Día de la Independencia: contraataque, esa secuela tardía e indefendible. Contra viento y marea sigue adelante Emmerich con su propósito en la vida, y entonces nos trae Moonfall, que presenta una premisa tan sencilla como compleja: una misteriosa fuerza saca a la Luna de su órbita alrededor de la Tierra, con lo que la pone en curso de colisión contra nuestro planeta y rumbo a acabar con toda la vida existente. Decimos sencilla porque, al fin y al cabo, a lo que vamos a los espectadores es a ver imágenes potentes que nos muestren qué pasaría si nuestro satélite empezara a acercarse demasiado. Y decimos compleja porque, para llegar a ese escenario, el realizador monta toda una trama repleta de conspiraciones y mitología alienígena completamente disparatada -que encima roba de todos lados- que solo podría ser enunciada por un freak como el interpretado por John Bradley, en un rol que parece hecho a su medida. Él, junto a dos astronautas interpretados por Halle Berry y Patrick Wilson, serán los improvisados encargados de llevar adelante una misión aún más disparatada para salvar al planeta, que afronta catástrofes de cada vez mayor escala. Así, Moonfall arma un relato que luce como un cruce entre esa ciencia ficción inflamada e inflada de Día de la Independencia y la del escenario catastrófico estilo El día después del mañana. El problema es que a Emmerich le cuesta bastante más encontrar el ritmo apropiado para disponer de forma mínimamente ordenada todos los elementos narrativos. Por eso es que quizás el film solo en contadas ocasiones encuentra la dinámica apropiada: si en muchos pasajes se muestra algo timorato y lento, en otros acumula eventos a las apuradas y un poco torpemente. Hay incluso algunos personajes directamente anémicos, sin sustancia alguna y con interpretaciones que rozan lo paupérrimo, como el del hijo de Wilson y el ex esposo de Berry, que encima tienen espacios importantes dentro de la subtrama familiar y territorial que va en paralelo a la misión a la Luna. Sí hay que reconocerle a Emmerich que, cuando se esfuerza, es capaz de llevar a su concreción ese componente esencial del cine catástrofe, que son las imágenes impactantes a partir de sus marcos de destrucción a todo nivel. Ahí tenemos un puñado de escenas donde la Luna se convierte en un objeto tan bello como atemorizante, capturando la atención del espectador y recuperando algo de la fascinación apocalíptica que estaba reducida al mínimo en Día de la Independencia: contraataque. Eso, más cierta vocación explícita por el absurdo y una autoconsciente falta de sentido del ridículo -en especial en los minutos finales, que abrazan el artificio con fervor-, convierten a Moonfall en una experiencia llevadera y algo divertida, aunque muestre a Emmerich todavía lejos de su mejor forma.
Otro fin del mundo otra vez… El cineasta Roland Emmerich vuelve a su fetiche de destruir el planeta con este film de cine catástrofe que va con la premisa de «¿Qué pasaría si la Luna se viniese contra La Tierra?». Sin duda es una idea llamativa considerando la cantidad de factores que se alterarían en un quilombo de semejante envergadura, pero lamentablemente ésto se desaprovecha y a cambio se nos brinda una película en donde se abusa de conceptos de ciencia ficción para evitar aburrir al espectador promedio. La historia no deja muy en claro quien es el protagonista, pero por lo que intérprete todo gira al rededor de K.C Houseman (John Bradley West), un aficionado a la teoría de las mega estructuras espaciales que descubre una anomalía lunar un poquito peligrosa … La cual consiste en que el satélite de la tierra se nos viene encima. Sí, todo suena muy DON’T LOOK UP, pero el abordaje es un toque diferente. En ésta versión K.C busca ayuda de un astronauta (Patrick Wilson) destituido por la NASA por una supuesta negligencia y la ex compañera de éste interpretada por Halle Berry. El trio moverá cielo y tierra dentro del sistema norteamericano para largar una misión que termine con ésta catástrofe … O al menos intentarlo. El gran problema de la película fue que quiso hacer de su giro un revuelto gramajo que confunde. Por un lado tenemos la trama de cine catástrofe, vemos como la luna comienza a acercarse a la tierra y se ve como la geografía de la misma reacciona a tal fenómeno, todo mostrado de forma bastante general pero con unos efectos de buena calidad. Por el otro tenemos la razón por la que la Luna se viene hacía nosotros, lo cual involucra a un antagonista físico y unos elementos de ciencia ficción que fusionados pierden el hilo de la idea. El ritmo es bastante sólido, encontrar defectos se torna difícil ya que la historia es atractiva, pero no se puede dejar pasar que las escenas de destrucción son un refrito de otras películas de Emmerich, como EL DÍA DESPUÉS DE MAÑANA o 2012, haciendo que el gran trabajo visual se vea perdido en una réplica de otras películas. Los personajes son los actores diciendo cosas, no hay interpretaciones brillantes, ningún personaje toma la situación de forma realista, dejando como estrella al actor mas profesional del grupo que es, para mí, Bradley West, a quien conocimos en GAME OF THRONES como Sam, el lector de la Night Watch. MOONFALL es una película que el espectador convencional de cine catástrofe o de cine comercial va a disfrutar, la trama relacionada a como la tierra percibiría un Apocalipsis de éste estilo es, sin dudarlo, la parte mas divertida. Es Roland Emmerich a todo ritmo y sustancias. Calificación: 6.5/10
De forma muy sintética podemos decir que la nueva película de Roland Emmerich nos cuenta la historia del astronauta Brian Harper (Patrick Wilson) quien en una misión espacial en el año 2011 sufre un accidente del cual es responsabilizado por la NASA, ya que su compañero perdió la vida en el mismo. Luego de declarar que su misión fue atacada por una entidad extraterrestre es desacreditado por la agencia espacial y enviado al ostracismo hasta el año 2021 cuando un fanático de la teoría de las mega estructuras, KC Houseman (John Bradley) se contacta con él ya que tiene información sobre el cambio en la órbita lunar y los posibles estragos que podría causar esto en la tierra. A partir de ese momento Harper y Houseman, con la ayuda de la capitana de la tripulación siniestrada en 2011, Jo Fowler (Halle Berry) deben iniciar una campaña concientizar a la comunidad científica y militar sobre lo que podría ser un ataque extraterrestre. Moonfall la nueva película del maestro del cine catástrofe Roland Emmerich (decirle maestro no es un acto de obsecuencia sino un hecho objetivo, ya que sus obras más allá de la calidad que tienen, tratan sobre este tipo de acontecimientos) es una exhibición de sus temáticas clásicas: individualismo, patriotismo, familia y la obsesión estadounidense por solucionar cualquier problema tratándolo como una hipótesis de conflicto pasible de bombardear, torturar o asesinar; en esta lógica hasta la luna puede ser considerada un terrorista que no merece consideración, sin importar las consecuencias de destruirla. Pues sí, en esta película la enemiga es la luna y el único que pueden ponerle fin a su reinado de terror es el país de las barras y las estrellas. En Moonfall nos encontramos con la típica historia del sujeto que ha caído en desgracia entre sus colegas y que debe cargar con una verdad que nadie cree pero que podría salvar el mundo. Esto ya lo ha hecho el director en 2012 (2012, 2009), Día de la independencia (Independence Day, 1996) e inclusive en El día después de mañana (The Day After Tomorrow,2004), es decir la utilización del típico héroe que para reivindicarse debe salvar al mundo. Nuevamente Emmerich utiliza a un personaje fanático de las teorías de la conspiración como fuente de la verdad, quien a simple vista es un loco pero que en realidad esconde una sabiduría que el mundo necesita; los locos y los descarriados son quienes tienen la salvación del mundo. En esta película se repiten todos los tópicos del cine de este director, inclusive algunas tramas de los personajes parecen copiadas de películas anteriores: el padre adicto al trabajo que debe reconectar con sus hijos, el padrastro comprensivo y amable que debe sufrir un castigo por su bondad y el fenómeno extraño que lleva a los protagonistas al límite, aún sin comprender de que se trata. Como en todas sus películas el extrañamiento ante el fenómeno anormal no produce la parálisis ni el miedo en los protagonistas, sino que saca a flote el valor y el espíritu de equipo típico del clásico héroe musculoso, viril y por sobre todas las cosas americano (o mejor dicho estadounidense) quien se impone al egoísmo y la cobardía. Esta película parece un compendio de todas las tramas que ha trabajado el director ya que reconoceremos elementos de Día de la independencia 2: Contrataque (Independence day: Resurgence, 2016) y otras producciones en las cuales el director nos cuenta su versión del fin del mundo y sus consecuencias. Emmerich, de alguna manera, trata de instalarse con una saga cósmica como lo hizo con la secuela del día de la independencia, la cual fue interrumpida debido al fracaso de la cinta. En Moonfall se nos presentan esos elementos, pero con tanta torpeza que no es nada atractivo. Tal vez lo más atractivo de esta película es el tráiler ya que en este al dosificar la información y guardar las sorpresas para la película uno se hace la idea de que nos encontramos ante un argumento parecido al de la película china La tierra errante (Liu lang di qiu, 2019) pero no, solo fue un tráiler bien trabajado que supo mantener escondido el tema de la película, en remplazo lo que obtenemos es otra película genérica de un conflicto intergaláctico en el cual el humano (o mejor dicho el hombre estadounidense, ya que el resto de los países no aparecen en este conflicto interplanetario y miran con mucha displicencia el desarrollo de la lucha de los estadounidenses por proteger al resto de la humanidad que espera paciente y atentamente la labor de nuestros héroes) debe enfrentar a un enemigo extranjero que lo único que quiere es acabar con nuestro estilo de vida, es así desde hace algunos años Emmerich ha perdido las sutilezas y lo único que nos entrega son obras repetitivas que si tienen algún mensaje este fascismo encubierto . Roland Emmerich nos entrega una película cargada de efectos digitales que al mismo tiempo es torpe; con un desarrollo escaso de los personajes; con una narración que por momentos es intensa y entretenida pero que por otros se vuelve aburrida y repetitiva; con un guión que es un pastiche de sus obras anteriores y que no presenta ningún tipo de virtuosismo y que por sobre todas las cosas carece de originalidad.
El cine es una cuestión de mirada. De atención y creencias. De cómo el espectador se sumerge en la pileta e inmerso, busca llegar a lo profundo para salir a la superficie a inhalar y exhalar en ese otro mundo, que no es más que una realidad a la salida de un cine o a la vuelta del sillón en el confort de nuestra casa. Mientras tanto la entrega debe ser absoluta, siempre y cuando se esté sincronizado con el relato y sus formas. El problema es cuando una pared cargada de inconsistencias obstaculiza el goce a cada instante y, al intentar poner el foco absoluto en una película cuyas intenciones son flacas (raquíticas, diría), la cosa solo puede generar bostezos y sopor. Porque por más que se intente y que todo esfuerzo titánico sea bien intencionado, es imposible entrarle a Moonfall, última parafernalia del alemán mercachifle, muchas veces simpático, Roland Emmerich; viejo especialista en mostrarnos todas las posibilidades de cómo el mundo puede hacerse bosta, con lujo de detalles y de efectos especiales. Acá la cosa no es más original que de costumbre: los protagonistas suelen ser, en el cine de Emmerich, profesionales (La sombra de Hawks) y en su gran mayoría expertos en su terreno. Lo mejor de lo mejor. Desde Stargate hasta acá podemos corroborar que Roland parece fascinado con personajes que se calzan su profesión al hombro y gracias a su tenacidad poder resolver cualquier conflicto, sea este una iguana mutante monstruosamente gigante, una invasión de otro mundo o la destrucción del planeta como respuesta/castigo por nuestros maltratos ecológicos. En Moonfall el turno es de un astronauta que, tras un desafortunado acontecimiento del pasado, se encuentra retirado y sin un mango, casi en la quiebra. Para hallar la redención deberá aceptar una misión a pesar suyo donde debe pilotear una nave hacia la luna y hallar, junto a otros dos expertos, una solución al desastre cataclísmico (si es que este adjetivo existe) que provoca la luna al acercarse a la tierra y desprender todo tipo de energías que harían horrorizar a los fanáticos del horóscopo y su luna llena en Cáncer. A Emmerich lo queremos. Es verdad. Despierta simpatías varias si tenemos en cuenta que dirigió grandes (en todo sentido y espacio) obras de la irresponsabilidad. Una catralada y seguidilla de catástrofes que funcionan como montaña rusa/disparate dentro de la industria más disparatada del cine: Hollywood. Tenemos Día de la independencia, Godzilla, El día después de mañana y su obra más notable y lograda hasta la fecha, la excelente 2012, dueña de los momentos más hermosos que haya brindado una feliz destrucción del mundo. Para ver morir(nos), Emmerich es todo un autor, que se comporta como un Dios (qué director no lo es ante sus obras) cuyo alcance y virtud es tener la posibilidad de mostrarnos en imágenes cómo cree, se imagina, que la vida llega a su fin en cualquier momento. Su cine se comporta como una advertencia futura, aunque sus películas sean bien actuales y su logro radique en unir mundos que colisionan debido a que cierto orden de cosas es violado y encuentra una forma de defenderse, atacar, protegerse. Porque parte de su cine está manejado por el caos y la impredecibilidad de la naturaleza o el universo que nos rodea y del cual no tenemos noción sobre su inestabilidad. Ese caos también puede invadir las bondades de su cine y Moonfall es la prueba más cercana a la inestabilidad del autor (más allá de todo pronóstico pienso que Emmerich, con sus fallas y virtudes, lo es, y más allá de si ser “autor” hoy en día sea una cuestión vetusta, pasada de moda). Toda la película está atravesada por una liviana humorada que no genera ni la más mínima sonrisa y distrae de la tensión que supo manejar con mano maestra el director en varias de sus mejores películas. Acá no dilata el tiempo en pos del crescendo de la intriga, más bien lo apura, como si quisiera ir directo al grano sin vaselina y chantarnos en la jeta en seco algunas escenas de sus ya conocidos desconches catastróficos. Si la mayoría de las situaciones se ven deslucidas es porque nada en Moonfall se ve creíble y allí radica su peor defecto: no importa qué desmadre, enemigo o situación nos presente Emmerich ante nuestros ojos, su mayor virtud pasa por que dentro de sus universos cada problemática se vea y perciba creíble, identificable en su desesperada carrera por sobrevivir. En Moonfall todo luce chato, vacío, desganado y sin una pizca de intentar al menos contar bien una historia. La idea de la fuerza extraterrestre que habita la luna y desestabiliza el orden en la tierra no está mal, o al menos parece interesante. Cómo la construye Emmerich y nos intenta hacer partícipes es ya otro tema: termina rozando lo vergonzoso, con un inverosímil que va más allá de las irresponsabilidades más guasas que pueda entregar el cine (acto que ya alcanzó en su 2012), siempre y cuando el tono o la identificación con sus personajes sea el adecuado y no una mera excusa para mostrarnos otra forma de cómo el mundo se puede ir al carajo. Moonfall es el declive más grande en la no tan notable pero aceptable carrera de Emmerich. Que me haya noqueado en algún momento y haya disfrutado de la comodidad de la butaca para una siesta es motivo de pensar que a Emmerich le llegó su verdadero fin del mundo.
El film tiene un ritmo interesante, pero tarda en unir los hechos relevantes para generar conexiones temáticas y cerrar la idea general de la película.
Durante la primera mitad Moonfall es un disparate propio de Roland Emmerich – mala ciencia, personajes clichés, tramas de relleno que no le interesan a nadie, muchos efectos especiales – y hasta le podría dar tres atómicos por ser ese tipo de espectáculos descerebrados que te sirven para matar el tiempo, sea disfrutándolos o criticándolos – 2012 es un claro ejemplo de esa categoría -. Pero basta con que el trío principal se vaya al espacio para que los disparates vayan a Warp 10. Es como si los libretistas hubieran combinado una parva de hierbas experimentales y se las hubieran fumado todas en una sola noche para que los bolazos de la trama se lancen a la velocidad de la luz. La última hora tiene tantas ideas chifladas como para llenar diez películas de ciencia ficción… ninguna de las cuales llega al nivel de lo decente. Debo admirar la osadía de Emmerich. Que haya conseguido que una parva de millonarios le hayan dado 150 palos verdes para financiar este dislate es una tarea tan titánica como admirable. ¿Nadie nunca revisó el guión?. ¿Pensaron que Emmerich era Spielberg, un tipo con tanto talento visual que era capaz de disfrazar las deficiencias intelectuales del libreto con magistrales pases de magia?. Porque los agujeros de lógica del guión son siderales – la Luna es un satélite artificial creado por mentes alienígenas – y el desarrollo del script se lleva demasiadas veces de patadas con la lógica – la gente del Apollo 11 piso la Luna en el 69 y, cuando clavaron la banderita, el piso hizo “clonk” como cuando golpeás una chapa… aunque luego la nave de Patrick Wilson y la Berry deben atravesar una capa de al menos 30 kilómetros de rocas y tierra para encontrar la estructura metálica central; gente pisteando con camionetas en la Tierra mientras la Luna pasa rozando las puntas de las montañas y arranca (por la gravedad) árboles y casas aunque es incapaz de remontar un par de autos solo porque ahí van los parientes de los protagonistas; la absoluta credulidad mundial por un par de tweets de un desconocido paranoide que afirma que la Luna viene en camino a chocar la Tierra (y pronto empiezan a evacuar ciudades y saquear tiendas); que ningún científico en el mundo haya controlado la distancia entre la Tierra y la Luna, salvo el chiflado del protagonista; la locura total de querer “volar” la Luna con miles de misiles nucleares, aún cuando eso se haga cuando el satélite roce la estratósfera y te caigan millones de toneladas de cascotes sobre el coco; y así sigue un largo etcétera, etcétera, etcétera… – y la edición es salvaje. Emmerich vomita una locura y a los dos segundos ya estamos viendo otra aún mas demencial. En el medio hay un montón de gente laburando a reglamento, diciendo sus líneas sin convicción – el cameo de Donald Sutherland es tan patético – y los FX son realmente dispares. Hay momentos en donde Wilson y la Berry están parados frente a una obvia pantalla verde (mas tarde completada con una ilustración de mala calidad hecha con Photoshop, nivel inicial), y otros donde a la destrucción le falta otra capa de renderizado para verse realista… pero que no llegaron a tiempo. La ciencia es mala – la Luna emite millones de cascotes pero estos tipos pueden pistear con un transbordador espacial sin que ningún meteorito les haga un agujero; poder lanzar un transbordador con un motor menos y dos tipos en la sala de control en tierra (si uno lo ve así, la NASA está llena de ñoquis, tipos de relleno a los que les pagan un sueldo para apretar botoncitos y ver lucecitas, diría Shatner en ¿Y Dónde Está el Piloto?, Parte 2); usar naves espaciales en desuso desde hace décadas sin necesidad de cambiarle escudos, motores o electrónica; ídem con trajes espaciales que datan de la era pre Apollo 11 y que le calzan a cualquiera aunque el flaco pese 150 kilos; y la lista sigue y sigue y sigue – y la puesta en escena es peor. Yo hubiera rebanado toda la subtrama familiar de Wilson – e incluso la de la Berry – que no le interesa a nadie y solo agrega mas momentos de incredulidad como el estirado escape al refugio o los artificiales problemas de moral del ex de la Berry, un tipo con cara de malo y totalmente inexpresivo. Entre el mal corte de pelo de la Berry y las salidas fuera de lugar de Michael Peña (otro que viene quemando su carrera a pasos agigantados entre esto, La Isla de la Fantasía, el filme de Netflix y la de Tom y Jerry), hay pocas cosas satisfactorias en Moonfall. Hay gente que la considerará ofensiva para su intelecto; para otros como yo, le resultará fascinante los niveles de fruta que dispara, en donde la ocurrencia de cada momento sobrepasa a la del anterior. En un mix de Armageddon, El Abismo y una treintena de épicas espaciales de todo tipo y color, Moonfall no termina por cuajar de manera coherente por ningún lado, reduciéndose a una orgía de FX e ideas salvajes que solo pueden satisfacer a los adictos a espectáculos sicotrónicos (como nosotros) pero que deja afuera al 99% del público mundial.
Satélite popular Roland Emmerich retoma el cine catástrofe en “Moonfall”, una épica de vieja escuela donde la Luna se cierne sobre la Tierra. Siempre atento a los peligros que amenazan a la raza humana, Roland Emmerich (Día de la independencia, El día después de mañana) busca adaptarse a los tiempos que corren en Moonfall. La inteligencia artificial, las teorías conspirativas y la crisis planetaria se adueñan de la trama de esta superproducción de 140 millones de dólares que tiene como protagonistas a un trío espacial y un satélite no tan natural como se pensaba. La funcionaria de la Nasa Jocinda Fowl (Halle Berry), el astronauta díscolo Brian Harper (Patrick Wilson) y el científico clandestino KC Houseman (John Bradley) calientan motores durante la primera mitad del filme antes de eyectarse para impedir que la Luna caiga sobre la Tierra. El corrimiento de la órbita lunar es lo que pone en vilo a los personajes, furiosamente individualistas y ligados a conflictos familiares en sus dispares circunstancias. Lidiar con niñeras, con hijos con adicciones o con madres seniles es en Moonfall tan importante como el rescate de la humanidad, y las instituciones –la Nasa, el Ejército, la política, los medios de comunicación, la ciencia– no aparecen sino como entidades lejanas, frías y sospechosas. Así, el frustrado KC tiene la oportunidad de cumplir sus sueños de grandeza al corroborar su teoría de que la Luna es una estructura hueca que se silenció en la histórica expedición de la Apolo 11, sumándose a los talentos de Fowl y de Harper para reforzar la verdad: el satélite es manipulado por una inteligencia artificial con forma de enjambre digital que se remonta a una cosmología de raíces ancestrales. El sonido de un reggae radial entre las inundaciones y apagones producidos por la Luna –cada vez más gigante en el horizonte– no engaña: el cine de Emmerich anhela una épica entretenedora de vieja escuela más que alumbrar las sinuosidades de una tecnología (y una estética) poshumana. La originalidad de último momento en que Harper y Houseman dialogan con sus afectos terrestres en unos planos de abstracción blanca tensan la cuerda de un filme que juega a ser 2001: Odisea del espacio y termina alunizando en Armageddon. Siendo ese terreno de sofisticación popular sci-fi hoy mejor ocupado por Denis Villeneuve, Alfonso Cuarón o Christopher Nolan, a Emmerich le queda aún el retrato de héroe anónimo que patentó Clint Eastwood, pero su optimismo literal le imposibilita absorber tan crudo escepticismo. Si hay un consuelo para Emmerich, es que su cine es muy humano para el futuro.
Moonfall está dirigida por Roland Emmerich, una verdadera leyenda -para bien o para mal- del cine catástrofe. Stargate (1994), Independence Day (1996), Godzilla (1998), The Day After Tomorrow (2004) y 2012 (2009) es una selección de parte de su filmografía donde se observa su amor por la catástrofe y la grandilocuencia, aunque también ha hecho otra clase de films. Algunos de sus trabajos son buenos y otros todo lo contrario, su filmografía es despareja y su momento de mayor éxito ha quedado un poco atrás. Una fuerza misteriosa afecta la órbita de la Luna, haciendo que con ese cambio se acerca a la Tierra en lo que se anuncia como una catástrofe absoluta que significa el fin de la humanidad. Pero por supuesto existe una pequeña posibilidad de evitar esa aniquilación. Una misión comandada por dos astronautas retirados puede ser la última chance. Jo Fowler (Halle Berry) ejecutiva de la NASA y ex astronauta deberá unirse a otro astronauta retirado y caído en desgracia, Brian Harper (Patrick Wilson). Harper y Fowler estuvieron en una misión fallida diez años atrás, lo que los ha enemistado desde entonces. Se podría pensar que siendo Emmerich un experto la película tendría algo interesante para ofrecer. Pero lejos de eso, se trata de una especie de refrito lastimoso que busca imitar los peores lugares comunes de un género construido sobre clichés. Hay un loco marginal que descubre la verdad, en este caso KC Houseman (John Bradley) y hay ex parejas y nuevos maridos que son egoístas, para recordarnos que segundas nupcias son inaceptables en el cine catástrofe. Y no, tampoco hay un humor paródico o un guiño para no tomarnos todo muy en serio, aunque al comienzo el tema África de Toto prometía algo diferente. El último tercio de película es intolerable. Cuando la película intenta dar explicaciones al misterio cae en lo peor de la ciencia ficción pretenciosa y a la vez tonta. Pero tal vez lo menos tolerable es la bajísima calidad de los efectos visuales. La pantalla verde tan común en el cine actual acá es usada incluso para un personaje llegando en moto a un edificio, el colmo del cine falso y estéticamente horrible. No le va mejor con las escenas espectaculares. Es verdad que se ahorra mucho dinero haciendo un cine con efectos berretas, pero más se hubieran ahorrado si directamente no hacían la película. Por lo menos nos ahorraban dos horas y diez minutos de nuestras vidas.
Moonfall es un filme delirante, parece ideado en una sesión de lluvia de ideas donde todos los guionista hubiesen estado completamente drogados; como cine catástrofe es demasiado exagerada, delirada, ridícula e inverosímil para que funcione; pero como comedia es una película tan delirante y tan fumada que funciona entreteniéndonos completamente y haciéndonos reír en numerosas oportunidades, cae en la categoría "es tan mala , que es buena", disfrutable como un entretenimiento pochoclero como para contar las ridiculeces que hay, las mala líneas de diálogo que parecen ser malas a propósito, las violaciones de las leyes de la física, y otras cuestiones que están puestas en el filme sin ninguna vergüenza ni prurito, Moonfall, no solo viola las leyes de la física, sino además las leyes del cine, las leyes de la lógica y la coherencia, y las leyes del sentido común, pero quizás ese nivel de exceso y desfachatez puede ser el que haga funcionar al filme como una comedia. La crítica en audio o video es muy graciosa también, en el link.
Moonfall : Un homenaje a todo aquel que crea (o sienta) que es un nerd Emmerich filma cine catástrofe, sin lugar a dudas. Y lo cruza de vez en cuando con grandilocuentes producciones pseudo históricas. La base de su teoría general del universo está en la panspermia, una teoría con consecuencias muy al gusto de los “Mittel europeos”. De hecho, Emmerich es alemán y estudió Arte en Múnich, sus primeros filmes fueron y su productora está en Alemania (Roland Emmerich, (Stuttgart, 1955) La idea de Panspermia ,(hay vida en todas partes del universo y se propaga a través de cometas y asteroides) fue idea de un biólogo alemán Hermann Richter en 1865, una de esas ideas que por adelantadas fue vista como un tanto arriesgada, casi un salto al vacío pero, cuando Svante August Arrhenius, (Suecia, 1859–1927) sostuvo la misma hipótesis fundamentándose en la dificultad de explicar el origen de la vida por medios locales y recibió el premio nobel en 1903 la teoría comenzó a tomar fuerza. No solamente los Mittel europeos tuvieron sus “adalides panspérmicos”, los ingleses también. Las ideas de la vida extraplanetaria fueron reforzadas por los trabajos del químico y teórico Fred Hoyle (UK, 1915–2001) cuando demostró que el proceso de formación del carbono, al que denominó Nucleosintesis, no podía haberse dado en las condiciones físicas que la tierra tuvo nunca en el pasado. En la Tierra no hay, ni hubo, condiciones de energía suficiente para producir las moléculas de carbono, y por lo tanto necesariamente, debían provenir de otro lado, los principales candidatos son las estrellas. En 1983 junto a Subrahmanyan Chandrasekhar ( India 1910- 1995, EEUU) y sus estudios de la estructura del universo, recibió también el premio Nobel, con un agregado de color: junto a Nalin Chandra Wickramasinghe ( Sri Lanka, 20 de enero de 1939) también astrofísico, defendieron la teoría de un universo estático una de las tantas teorías alternativas al Big Bang, que no tiene la bendición de los media. Por otro lado, está lo que hoy se podría llamar literatura “conspiranóica”, o conspirativa. Uno de sus autores más conspicuos fue Erich Anton Paul von Däniken (Suiza, 1935) igual que J.J.Benítez (Pamplona 1946). La teoría del suizo es el que, supuestos extraterrestre entraron en contacto con los hombres primitivos y les enseñaron o cedieron tecnología, que las lineas de Nazca son pistas de aterrizaje por ejemplo; así asimila a los extraterrestres a un dios o héroe culturalizador, con su Best Seller Recuerdos del futuro (1968), llevado al cine en el film de nombre homónimo (Erinnerungen an die Zukunft , Harald Reinl, RFA, 1970) tuvo momentánea repercusión mundial. Además de haber estado preso por plagio y malversación de fuentes, sus lectores predilectos son blancos arios que no aceptan que los que hoy son países muchos del tercer mundo, hayan tenido pasados ilustres y grandiosos; el arqueólogo Juan Schobinger, profesor de la Universidad Nacional de Cuyo, en su libro ¿Vikingos o Extraterrestres? explica el costado racial y europeo centrista de estas teorías. En EEUU, Ron Hubbard amasó una fortuna con ideas similares. O sea, todo aquello que en la comunidad científica se denomina pseudociencia, conspiranoia; teorías que van desde supuestos contactos alienígenas en el pasado, planetas huecos, motores cósmicos, hasta una flota de platos voladores nazis en el Antártico, es un territorio fértil de ideas muchas poéticas donde se mezcla hipótesis científicas radicales, con las fantasías salvajes de adolescentes ofuscados, buscando explicaciones más allá de lo razonable, donde se abusa de simplificaciones y nunca se aclara que las consecuencias extremas de una teoría, no necesariamente deben o pueden darse en la realidad. Justamente para eso están la herramientas teóricas que da la termodinámica, cosa que la rigurosa práctica científica, aun cuando aburrida, muestra y demuestra una y otra vez; un territorio también que por alguna razón está minado de ideas y grupos radicales, de supremacistas blancos, homofóbicos y misóginos. Por otro lado el cine catástrofe, si bien en los 70 tuvo su edad de oro, como “coletazo de la guerra fría”, sirvió también para mostrar y popularizar las bondades y veleidades de la tecnología y seguridad occidental. Quizás la película sobre la que se puede hacer pivotar todas las ideas de catástrofe es Aeropuerto 70 (Airport, George Seaton, EEUU, 1970) un grupo de personas, en general un gran reparto, son víctimas de una fatalidad. La saga de los Aeropuerto, se puede decir que estuvo financiada por la propia Boeing (dato no corroborado). Aeropuerto es al cine catástrofe, lo que Notre Dame es al Gótico. Sin embargo ésta narrativa, se puede trasladar a otras épocas y adeuda a personas como Ray Harryhausen o Gerry Anderson haber podido llegar a donde llegó; finalmente el ambiente digital (se suele citar a Jurassic Park como el primer uso integral exitosos) vendría a ser la “cereza en la torta” que le permitió a Emmerich la demolición pormenorizada y maniática de ciudades y planetas, hacer volar camiones por el aire y producir olas dantescas. (ver el homenaje ¿irónico? oculto en Moonfall a Zaha Hadid) Por qué este prefacio, porque Emmerich recupera en su cine todas estas ideas, desde su mayúsculo éxito: Stargate (Stargate, Emmerich, EEUU, 1994), no viene haciendo otra cosa que construir, hacia delante y hacia atrás una metahistoria, con elementos ciertos pero también ingenios de la más pura encarnadura conspirativa. No pude ver Stargate en estreno. Vi El día de la independencia (Independence day, Emmerich, EEUU, 1896) en un bus o avión (no recuerdo); me horrorizó el (hoy supuesto) norteamericanismo belicista del film. EEUU se encumbraba en su rol de gendarme universal, (todavía no sabía que Soldado Universal, la había dirigido también Emmerich.) Vi en estreno Marcianos al ataque (Mars Attacks!, Tim Burton, EEUU, 1996) y la leí como la respuesta de un cineasta a otro cineasta, un liberal a otro de derechas, el cine dialogando, creí por un momento, que el cine se disponía a discutir con élmisma planteos ideológicos y estéticos. Si era esa la intención del o los autores, nunca lo sabré, además la experiencia me indica que este tipo de preguntas los directores o los artistas no las contestan o contestan lo que se les viene en mente en el momento; pasó la época de los Antonioni, o Passolini, o los Tarkovsky, incluso un Billy Wilder, que aunque de manera juguetona, se pre disponían a reflexionar seriamente y con argumentos sus filmes incluso oponer un film a otro film, quizás Scorsese todavía está dispuesto a estos planteos. “El diablo está en los detalles” dicen y los dichos como los mitos hay que tomarlos como son; detalles, detalles…. Los hombres musculosos y sudados peleando como mujeres en barro en Soldado Universal por lo menos debería haber llamado la atención, más donde todavía la diversidad de género no se había normatizado, el andar modelando de Jeff Goldblum hacia el final de Día de la independencia también, de la misma manera que ya sonaba rara la fruición con que Tim Burton destruía el senado, al principio era cómico, dejaba de serlo cuando se lo ponía junto al final de su Planeta de los simios, donde el astronauta volvía al capitolio de los EEUU y eran Gorilas los que habitaban el mundo; tampoco se percibía el extraño parecido a la caricatura de un Judío de la alemania de los ’30 del SXX en la caracterización de Danny De Vito del pingüino en Batman Returns, sumado a sus amenazas de carácter bíblico, todo parece conducir por un camino de equívocos; lo que parece divertido y caricaturesco (Burton) no lo es, como lo que parece una elegía de derecha (Emmerich) se torna en un giro paródico. A partir de este momento, como dice Welles va por mi cuenta. En el el Godzilla de 1998, Emmerich vuelve a mostrar algo que finalmente resulta extraño: una fábula en donde (siguiendo y amplificando la historia original), usa la idea de prensa amarilla, jugando con sus propios planteos, como diciendo, “miren que me divierte pero esto no es más que prensa amarilla”) en el clip de inicio film cuyo final muestra que la ciudad de Nueva York tiene huevos de monstruos (el huevo de la serpiente) en sus entrañas. Si se juntan estas cosas, quizás como un detective borgiano, o la lectura de megadatos, concluya en cualquier lado, pero me voy a animar de todos modos. El gran tema de Emmerich al que parece que vuelve una y otra vez es la familia, y dentro de la familia, la relación entre el padre y el hijo, su ruptura y reunión, me viene a la mente la historia del hijo pródigo, si miran al padre de Jeff Goldblum en Independence Day quizás puedan ver al padre del cuadro de Rembrandt “el Hijo Pródigo” El héroe para Emmerich, sea o no ficcional, persona (sea hombre o mujer) es en cuanto en algún momento de su vida, puede tomar las riendas de su vida y con eso cargar la de todos los otros, creer en lo que no creyó y hacer lo que nunca se atrevió a hacer, éste es, lo repite una y otra vez, para Emmerich el héroe, y solamente un héroe se puede hacer de una familia, por eso este último filme, Moonfall, además de ser una revisitación y puesta al día de Independence day, es un llamado a cada una de esas personas que en el cuarto de su casa no se animan a tomar el mundo en sus manos. Otro detalle que me llamó la atención de Emmerich y que siempre lo confirma, es la mirada benigna que tuvo sobre Merkel, los Rusos y los Chinos en 2012 (2012 , EEUU, 2009) incluso a un mafioso ruso lo trata amigablemente, cosa más que extraña en el cine industrial americano y reconoce que la potencia laboral de china es debido a su sistema de producción, son ellos los que hacen las arcas, (y funcionan) y finalmente qué más benigno es, que un hombre pistola en mano, obligue a las fuerzas armadas de los EEUU a no usar bombas atómicas diciendo que él sí cree en su esposa, que ella puede arreglar las cosas; parece ingenuo, y escuché alguna que otra risa en la sala, sin embargo, pienso, que si más personas creyeran en estas premisas, la primavera de los claveles no habría sido en vano. En Moonfall la gente, los críticos a los que pude escuchar se rieron o blasfemaron; es cierto, hay autores como Picasso que siempre intentan casi como publicistas y vendernos su reinvención, otros como Rodin o Moore dan vueltas y vueltas sobre unas pocas ideas, como decía un profesor de música (y esto no tiene que ver con una cuestión de gusto) los Rolling Stones son una banda de un solo tema. Emmerich es una persona ciertamente preocupada hasta la manía por el fin del mundo antrópico, pero también por su salvación. No sé por qué a Miyazaki le perdonan sus destrucciones masivas y a Emmerich no; en realidad hablan de lo mismo, su conspiraciones terminan en ciencia real, hay un mundo que salvar, los políticos deben gestionar, la riqueza debe ser mejor distribuida, recordar que Emmerich en 2012 le hace decir al gobierno estadounidense que condona la deuda externa a cambio de dar libre paso a los ciudadanos norteamericanos. No es poca cosa, en estos días de deudas ignominiosas. Ex maridos que se pueden llevar bien, padres que salvan a hijos, o que finalmente los pueden ver más allá de ellos, donde hay finalmente perdón, nerds que se convierten en héroes y se reencuentran con sus madres en una eternidad biomecánica (una lectura más amigable que el frío rococó de 2001) . Creo que habría que preguntarse más seriamente lo que Emmerich nos quiere decir. No creo, dije no creo, lo que significa decir es que no estoy convencido de que Emmerich crea seriamente en el conjunto de conspiraciones que usa en sus historias, de todos modos habría que decir que no hay cosa más divertida que una conspiración; que lograr establecer las ligazones que requiere una conspiración, es propio de una mente sutil y brillante, por eso Borges les prestó tanta atención, el problema no es ni los portales estelares, ni el monstruo fractal, las nanopartículas que se agregan para existir que ya había sido pensado ya Stanislaw Lem, lo que creo que habría que rescatar de Roland Emmerich es que su cine no es de guerras entre el bien o el mal, entre unos y otros sino que los monstruos finalmente contra quienes luchamos somos nosotros mismos, los creamos nosotros mismos, acabar con ellos, para él significa escucharnos, aceptarnos, creer en nosotros y en nuestros prójimos; es el militar que deja las armas y vuelve con la familia, ¿acaso no es también Odiseo eso? Quizás una de las peores mellas que hizo la teorías conspirativas es que no sólo permitió envenenar el agua de la política, sino también el de las relaciones no políticas de los seres humanos, o sea las afectivas; las de aprendizaje enseñanza también. Los héroes de Emmerich son padres y madres que luchan por el futuro de sus hijos pero también por el de otros, de un planeta sustentable, donde también un nerd y su gato gordo (exótico) tenga un lugar asegurado.