Noir de estos tiempos ¡Como sufre Louie Schneider (Daniel Auteuil)! ¡Como llueve en Marsellla! ¡Que oscuros que podemos llegar a ser! No tengo nada en contra del policial negro, mas bien todo lo contrario, pero cuando toma el camino de la estilización, de la impostación, es sencillamente insoportable. Mr. 73, la última misión cuenta la historia de un policía en baja, que a partir de un hecho trágico que dejó a su esposa en coma, se lanzó a la bebida y la autodestrucción, de investigador estrella pasa a ser una bomba de tiempo para la sociedad y para la “institución”. Hay una línea del pasado que lo persigue con un asesino serial al estilo Hannibal Lecter y otro asesino serial pero actual, que parece imposible de apresar. Lo malo de la película de Marchal es su pretensión que está más allá de las posibilidades de un director, cuyo único registro es el de una especie de dramatismo exasperante y por ejemplo, en su máximo nivel de incapacidad, plantea una secuencia final con un baño de sangre en paralelo con un nacimiento. Con esa torpe alegoría se llega al final de una película cuyo único efecto sobre el espectador es el de sumirlo en un profundo sopor.
MR 73 es el nuevo trabajo del director Olivier Marchal, quien en estos últimos años resultó una gran revelación en el género policial con sus filmes Gángsters y El Muelle. Marchal, quien durante muchos años fue policía, luego decidió cambiar su vida profesional por la actuación y recientemente sorprendió como realizador con muy buenas películas. Su nuevo trabajo es el más flojo que presentó hasta ahora. MR 73 es una propuesta que se destaca principalmente por un fabuloso trabajo de fotografía y la interpretación de ese actorazo que es Daniel Auteuil, quien ya es una garantía a la hora de pagar una entrada en el cine. Es raro pasarla mal con una película donde trabaje él. No importa el género en que labure siempre sobresale con su labor y esta no es la excepción. El problema que tiene MR 73 es el guión. En El muelle Marchal brindó un policial realista que se centraba en la corrupción de la fuerza policial y la lucha por el poder. Una historia atrapante con personajes realistas. No puedo decir lo mismo de este estreno. Lamentablemente el director sostiene toda su película con el máximo cliché de este género que debería ser erradicado de una vez por todas del cine y la literatura. BASTA DE POLICIAS BORRACHOS Y ACABADOS QUE PENAN POR SU FAMILIA MUERTA EN UN ACCIDENTE AUTOMOVILÍSTICO!! Cumplieron un ciclo muchachos, ya está. Desde Harry, El sucio (1971) hasta la actualidad el detective solitario con un pasado triste que lucha solo contra el sistema es un modelo totalmente agotado que ya se usó demasiado y no da para mas. Justamente por ese motivo esa soberbia y adictiva obra maestra de Dick Wolf, que es la serie de televisión La Ley y el Orden va a cumplir pronto 20 años de éxito en el aire a nivel internacional. Dos décadas en el aire! ¿Cuántas series pueden lograr eso? La clave del suceso reside en que Wolf y sus colaboradores nunca perdieron el foco. Hace casi 20 años que trabajan en la ficción con historias y policías realistas. Si todos los detectives que persiguen asesinos seriales fueran como los que representa Marchal, criminales como la familia Manson, Ted Bundy y Andrei Chikatilo todavía estarían sueltos. En El muelle el director había logrado combinar muy bien el drama humano con el suspenso. En su nueva película se fue de mambo con el melodrama al presentar todos los clichés juntos de la vieja novela policial. En consecuencia, la película es demasiado obvia y lamentablemente esto genera que la trama se vuelva predecible. La historia presenta un caso de crímenes seriales que hacia la mitad de la película queda totalmente opacado por otra subtrama relacionada con el pasado del protagonista, cuyo único fin es justificar el uso de otro gran cliché, que es la redención del policía acabado. Reitero, en sus filmes anteriores Marchal había logrado mantenerse alejado de los lugares comunes y por eso sus películas fueron buenísimas. Con MR 73 hizo exactamente todo lo contrario y a la larga la película deja cierto sabor amargo porque el director tiene la capacidad para evitar estas cuestiones. Ojalá la próxima sea mejor.
Entre dos mundos Hagamos cálculos, especulaciones: policía con tragedia familiar devenido en alcohólico + moral incorruptible de un Marlowe contemporáneo + un asesino serial (un psicópata sexual) suelto + otro asesino a punto de salir de la cárcel… suponemos para reincidir + corrupción policial + redenciones varias + sociología de manual “qualité” (en el fondo, de grueso calibre) sobre los roles sociales dentro de la institución policial y la institución familiar. Bien. Tiempo. MR 73 quiere contar todo eso junto y al mismo tiempo y concentrarlo en 125 extensos minutos. Menos interesado en construir un exponente del género que en concebir una sesuda reflexión sobre el género humano, su director, el taquillero Olivier Marchal, machaca cada varios minutos con su sociología de la fuerza policial (sus antecedentes dictan que fue oficial de policía durante muchos años y que recién luego llegó a la TV y al cine) y ese es su límite, parece decirnos. Justamante, señores, ese es el escollo. Digamos, de manera más elegante, que la película tiene una tracción que avanza espasmódicamente. Eso sucede, ante todo, más por pretensión que por ausencia de ideas. A decir: MR 73 es un camino con lomas de burro justamente porque nunca puede fluir hacia el oscuro cuento moral que amenaza (como la herencia del clasicismo al que se apega nos permite reconocer: un espectro que cada tanto deja entrever formas a las que no podemos definir pero presentimos clásicas). Esas lomas de burro de nuestro entorpecido camino son las impostergables “confrontaciones morales” a las que se nos somete, la tentación del juicio indignado (“que barbaridad, toda la policía está corrupta”) y apaciguador. Quizás ahí, en donde otro director resolvería ese aspecto teatral (el soliloquio de autor, la bajada de línea que expone el análisis del método sociológico: off topic, preguntémosle a un especialista en esto como Wes Craven) dejándolo como accesorio, Marchal hace foco, concentra y dispara. Entiende que hay más humanidad en un flashback-reminiscencia de la tragedia del héroe que en un plano general melvilleano en un cuartucho de hotel, entre sábanas sucias y un gato cómplice. La opción más fácil sería decir que Marchal no cree en las imágenes o en la mitología de los gestos. Estaríamos equivocados: muchos planos de esta película desmienten semejante idea. Sin embargo, uno no puede pasársela borroneando con el codo lo que escribe con la mano. En definitiva: la validación del género por su “profundidad psicológica” (resuenan los ecos de Río místico, no por su temática sino por sus pretensiones) por sus “cuestionamientos institucionales”: puro funcionalismo. Ahí, en ese punto de tensión entre dos universos, entre dos mundos (el del mito clásico y sus códigos de género y el comentario político-socio-psico-filosófico) es donde Marchal se encuentra con su álter ego (del cual el director no dice sentirse lejano, según declaraciones), otro hombre entre dos mundos: el de los vivos y el de los muertos. Lo que enriquece a uno (al personaje) Marchal lo resuelve cortando toda ambigüedad de cuajo, lo que empobrece al otro (el tibio lugar intermedio que el director opta para narrar su película) es abrazado con la fuerza de aquel que piensa que a los muertos hay que enterrarlos y negar su historia. Vaya paradoja.
El héroe noir Daniel Auteuil interpreta a un policía conflictuado, alcohólico y decaído, todo un antihéroe en este policial dirigido por Olivier Marchal (El muelle), que nos remite a los films noir franceses de la década del cincuenta. Schneider (Daniel Auteuil) es un policía en decadencia que debe custodiar a una mujer que corre peligro tras la liberación de prisión del asesino de sus padres. A la vez, diferentes asesinatos similares entre sí, proponen la búsqueda de un sicótico homicida que sólo él podrá hallar. Olivier Marchal es un confeso admirador de Michael Mann (Enemigos Públicos) y nos propone, como Mann, personajes cargados de matices ambiguas, en un mundo tan corrupto y desolador como claustrofóbico. Sus personajes deberán lidiar con él, tratando de sostener sus códigos morales en ese adverso universo. Pero como buen director francés que es, Marchal –que antes de director de cine fue policía- narra con la iluminación expresiva de los films noir franceses de la década del cincuenta. Mediante los contraluces, claroscuros y sombras, nos describe la ambigüedad de sus personajes. Denis Rouden es el director de fotografía -de excelente trabajo- que además de los personajes describe los escenarios densos y cerrados que la trama requería. La historia, escrita por el propio Marchal, propone suficiente consistencia en los conflictos previos de los protagonistas como para dejar de lado la acción y sumergirnos en la psicología de sus criaturas. Recurso cinematográfico mediante, la película produce ese efecto devastador que tienen los personajes, quienes están cargados de un pasado repleto de tragedias. En tan “oscuro” cuadro de situación, el director hace oda a la esencia del trabajo policial, a través de Schneider, su representante en este universo noir.
El policial negro ha sido uno de los platos fuertes del cine francés durante décadas. Lejos del modelo analítico inglés, con detectives impecables que no se contaminan con lo que investigan, acá los policías son criaturas atormentadas por oscuros fantasmas que vienen de lejos. Este “polar” (como lo designan ellos) de Olivier Marchal, que convocó a más de un millón de espectadores en Francia durante la temporada 2008, cierra la trilogía iniciada con “Gangster”, seguida luego por “El muelle”. Nuevamente, el imparable Daniel Auteuil (actor que funciona en cualquier registro), vuelve a hacerse cargo de Louis Schneider, ese policía duro e incorruptible, dominado por el alcohol. El escenario: Marsella. Le toca en este caso seguirle los pasos a un asesino serial que tiene en vilo a la ciudad, y contener, además, a una muchacha que acaba de perder a sus padres en circunstancias trágicas. Justine llega a su vida arrastrando también una historia muy turbia. Schneider está en la vereda de enfrente del sereno inspector Maigret. Es un tipo atormentado, con un pasado bravísimo y muchos problemas existenciales sin resolver. La investigación lo llevará a las mismas puertas del infierno, pero acaso en esta apuesta final se esconda su redención. Historias de soledades marcadas por la desesperanza. Afirmar a esta altura que Auteuil es un intérprete formidable, suena a lugar común. Su Schneider está cargado de matices y, a pesar de la dureza que exhibe, se vuelve entrañable. A su lado, Olivia Bonamy, como Justine, no se queda atrás en esta trama con personajes al rojo vivo en la ciudad impiadosa.
Hacía mucho tiempo que no encontraba un policial que conjugara grandes actuaciones, escenarios interesantes, una trama atrapante y un ritmo que acompañara la intensidad de la historia: MR73 tiene todo eso. Ambientado en la ciudad francesa de Marsella, el film nos presenta a Louis Schneider -Daniel Auteuil-, un agente que supo ser uno de los mejores en lo suyo, pero al que un hecho reciente (sobre el que nos iremos enterando a medida que transcurre la historia) lo ha llevado barranca abajo hasta convertirlo en un hombre alcohólico que roza lo patético. Sus problemas con la bebida obligan a sus superiores a alejarlo de la investigación que mantiene en curso, en donde se intenta encontrar a un violador y asesino serial. Pero, claro está, los hombres como él no son del tipo que acatan órdenes, y es así que se mantiene en el caso “desde afuera”, gracias a la relación que mantiene con quien era su compañero hasta la sanción. Paralelamente está Justine -Olivia Bonamy-, una joven que se entera de que el hombre que asesinó a su padre y violó y mató a su madre cuando ella era tan solo una niña está por salir de prisión. Este criminal fue condenado a cadena perpetua por los hechos, pero está por cumplir 69 años, mantiene una conducta ejemplar y se ha acercado muchísimo a las creencias religiosas en los últimos tiempos hasta ser “reformado”, así es que califica perfectamente para una libertad condicional. La noticia sacude a Justine, que no tiene a quien acudir en busca de contención, y termina conectándose con Louis, el mismo que, cuando era un joven oficial, arrestó al responsable de estos crímenes. Estas dos vidas se cruzan en momentos dispares para cada uno, pero ambas están atravesadas por la violencia más vil que pueda imaginarse. De más está decir que acompañan condimentos como: la corrupción policial, los negocios ilegales y los excesos, elementos que cualquier película del género debe tener. Hay algo que tengo que mencionar respecto al director. Olivier Marchal ya me había sorprendido con El Muelle, fantástico largometraje que también tiene una temática policíaca, con lo que mis expectativas eran grandes. Por suerte, MR73 mantiene su impronta (aunque tal vez El Muelle me gustó un poco más). De más está decir que Auteuil es un genio por donde se lo mire. Brilla haciendo comedia, y no deja de hacerlo cuando tiene que interpretar personajes dramáticos o violentos. Sin dudas, uno de los grandes actores contemporáneos. MR73 es una gran opción para aquellos que, al igual que yo, disfrutan de estos thrillers que mantienen al espectador al filo del asiento. Evidentemente, habría que apostar más desde la Argentina al cine francés y menos al bombardeo que sacrifica calidad para colapsarnos con cantidad proveniente de Estados Unidos.
Dirán que soy un pesimista En el film noir de Olivier Marchal no hay redención posible. Olivier Marchal es un pesimista. Ha sido policía antes que cineasta, y en este film noir emparenta agentes del orden con delincuentes en un sociedad para él desoladora. No hay redención posible ni de un lado ni del otro de la Ley. Su protagonista -cabría pensar si también alter ego- es Louis Schneider (Daniel Auteuil), un detective al que le ganó la embriaguez por el accidente automovilístico que le quitó la vida a su pequeña hija y dejó en estado vegetativo a su esposa. Igual o más traumada está Justine (Olivia Bonamy), que ve 25 años después cómo el hombre que violó y asesinó a su madre, y también le quitó la vida a su padre, está a punto de quedar libre por buena conducta en prisión. El hecho de que Justine fuese una niña y observara -y se salvara- de- la masacre no es un tema menor. Tampoco que a Schneider le saquen el caso de un asesino serial que estaba investigando. Al promediar el relato, ambos personajes se conocerán, cuando ella advierta que el policía que se va ganando enemigos en su propia fuerza fue el hombre que detuvo al asesino de sus padres. Y claro, ella quiere venganza. Lo mismo que él. Lo más llamativo de MR 73 -el título responde a una pistola que utilizaba la élite de la policía francesa- es la sequedad y el escaso grado de concesión que Marchal está dispuesto a dar en su realización. Sus personajes -Schneider, Justine, Marie, la policía de asuntos internos, que interpreta la mujer del director, Catherine Marchal, y el viejo asesino (Philippe Nahon, el padre de Solo contra todos, de Gaspar Noé)- se mueven impulsivamente, pero también como con bloques de cemento de peso sobre sus hombros y espaldas. Auteuil sobrelleva la carga desde su boca -escupiendo frases y bebiendo o fumando-, hasta llegar a un clímax en el que directamente, pega un grito de desahogo. Ese que se le niega al resto de los personajes centrales de un filme con formato de thriller, con historias paralelas y flashbacks quizá demasiado elocuentes y nada sutiles. La iluminación contrastante ayuda a ese clima de sordidez casi constante que tiene el filme, con diálogos que van del "Soy como vos, perdí la esperanza", de Marie a Schneider, "Algún día voy a matar a Dios", o "De niña descubrí que los monstruos no eran una fantasía, tenían rostro y era el suyo". El desenlace puede molestar a muchos, bienpensantes o no, pero no se le puede negar el nervio que Marchal le imprime a su relato.
A quemarropa Para aquellos que no lo sepan, antes de iniciar carrera en el mundo del cine el realizador Olivier Marchal fue oficial de policía. La lamentable MR 73: La última misión (MR 73, 2008) viene a cerrar su trilogía sobre el film noir norteamericano más hardcore. Decidido a revisitar “a la francesa” tópicos varios como la corrupción, la marginalidad, la autodestrucción, el trabajo encubierto y las batallas de egos, ahora se vuelca con pobres resultados hacia el thriller de pulso sádico cercano a Pecados capitales (Se7en, 1995). Ya en las entretenidas aunque no muy originales Gangsters (2002) y El muelle (36 Quai des Orfèvres, 2004) se percibía que al exacerbar la fórmula “realismo de manual- protagonistas compungidos- suburbios inmundos”, el combo podría darse vuelta y tocar fondo estrepitosamente. Pero a decir verdad nada hacía prever semejante catarata de estereotipos mal administrados y golpes bajos entre dolorosos e inexplicables. De Hollywood sólo queda un ritmo monótono, un tono ampuloso y muchísimos clichés. Copiando lo peor y marginando los elementos interesantes, la película hace culto de su trama dividida. Por un lado tenemos la historia de Louis Schneider (personificado por el versátil Daniel Auteuil), un agente borrachín que perdió a su familia en un accidente y hoy investiga a un asesino en serie que viola y mata a mujeres de buen pasar. Mientras tanto Justine (Olivia Bonamy) hace lo que puede para evitar la salida de prisión de Charles Subra (el inefable Philippe Nahon), un homicida responsable del fallecimiento de sus padres. En especial llama la atención la hilarante “escena del arresto”, cuando el sospechoso se saca de encima a dos oficiales armados golpeándolos con un balde... por supuesto todo termina con lluvia, el clásico finado y un grito al cielo. Auteuil ofrece una de esas interpretaciones que los actores creen que son “arriesgadas”; no obstante reconfirma otro lugar común del género, la redención. El tufillo seudo existencial, una duración excesiva y la ausencia de novedades son detalles que desembocan en una triste muerte a quemarropa...
Un clásico policial negro Después de Gangsters y El muelle , Olivier Marchal -uno de los directores más taquilleros del cine francés de la última década- continúa demostrando toda su capacidad narrativa y su categoría visual dentro del policial negro con MR 73: La última misión , otra incursión en el universo de detectives quebrados y asesinos seriales para la que contó una vez más con el aporte del gran Daniel Auteuil. Auteuil interpreta a Louis Schneider, un veterano detective que supo tener épocas de gloria y que hoy está consumido por las penas, la soledad (su esposa está en estado vegetativo) y el alcohol. Tras secuestrar en una de sus borracheras un colectivo de la ciudad de Marsella, es degradado a una tarea nocturna y burocrática, mientras se sucede una ola de crímenes sexuales y el sector más corrupto de la fuerza policial aprovecha para ganar terreno. El intrincado rompecabezas se completa con otras piezas clave: una encumbrada agente (Catherine Marchal) que trata de ayudar al protagonista, un asesino (Philippe Nahon) que está a punto de salir de la cárcel, y una joven embarazada (Olivia Bonamy) que 25 años atrás, siendo una niña, perdió a sus padres a manos de ese delincuente que pronto estará en libertad. La película sostiene en buena parte de sus dos horas la tensión y el suspenso, pero dilapida parte de sus logros con sus excesos de una violencia demasiado gráfica, sus simbolismos obvios, varias subtramas que no terminan de entrelazarse con fluidez, ciertos lugares comunes sobre los derroteros de seres torturados en busca de la redención, y una polémica aproximación al siempre conflictivo tema del "ojo por ojo" y la venganza por mano propia. De todas formas, sus logros formales, sus climas y la imponente presencia de su actor protagónico la convierten en un digno referente dentro de un género clásico en la historia del cine francés.
Un policía “bueno” de gatillo fácil Ex oficial de policía, se supone que el actor, guionista y realizador Olivier Marchal conoce de primera mano aquello de lo que habla. En El muelle, película de bastante éxito en Buenos Aires unos años atrás, el tema era la guerra interna entre un oficial “bueno” (Daniel Auteuil) y uno “malo” (Gérard Depardieu). Pequeño detalle, el “bueno” era un cana de gatillo fácil. Pero, claro, conviene no olvidar que el director de la película alguna vez fue policía. Ahora, en MR 73 (modelo de pistola reglamentaria que usa la policía francesa), Daniel Auteuil vuelve a ser el héroe, haciendo de maldito policía. Y otra vez la película, narrada desde su punto de vista, justifica que el tipo, desesperado, termine matando gente por izquierda. Verdadero “cine policial” el de Monsieur Marchal. Como el personaje de Harvey Keitel en la película de Abel Ferrara, el teniente Schneider es un torturado, un alcohólico, un tipo que llegó hasta el sótano de sí mismo y siguió de largo. Tiene sus motivos, o eso es lo que la película quiere hacer pensar: flashbacks en blanco y negro informan de cómo el paraíso conyugal de Schneider se volvió infierno, unos años atrás, cuando un demonio asesinó a su mujer e hija. Ahora, Schneider anda con la barba crecida, no se saca los anteojos ahumados, toma de la botella de JB como si fuera Perrier y es capaz de secuestrar un ómnibus urbano a punta de pistola, porque el chofer no lo quiere llevar a la casa. La suya es sólo una de las tres historias que narra MR 73. Historias que terminarán encontrándose de modo tan fatal como el clima de la película, más pesado que denso. Por un lado, la Justicia (esa puerca) pone en libertad, por buena conducta, a un monstruo humano (Philippe Nahon, recordado protagonista de Solo contra todos) que décadas atrás violó, torturó y asesinó a los padres de una chica. Al enterarse, la chica (la linda Olivier Bonamy) prepara su venganza: ésa es la tercera línea del relato. Si algo no le sobra al cine policial de Marchal es sutileza. Para expresar el estado en que está, Auteuil se ve obligado a retorcerse, tropezarse, gritar y gesticular, en una sobreactuación infrecuente en él. Se connota negrura mediante una fotografía llena de contrastes y claroscuros. Desesperación, con tormentas apocalípticas, que muestran cuánto le gustó Se7en a Marchal. El incidente del ómnibus, casi doméstico, es narrado como si se tratara de una escena culminante, con aceleraciones, choques, frenadas y la llegada de un escuadrón SWAT entero. Todo eso, para detener a un simple borrachín armado. En ocasiones, la falta de sutileza resulta involuntariamente graciosa. Como cuando a Schneider, en un caso en el que todas las víctimas tenían un cachorro en casa, se le prende la lamparita y declara, como el eureka de Arquímedes: “Los perros y los gatos son la clave”. Podría pasar por una escena de El superagente 86, si no fuera por el aire de gravedad que pesa sobre toda la película, y que es sólo comparable con los melodramas luctuosos del mexicano Guillermo Arriaga.
Apenas un manual del cine negro ilustrado La vida del detective Louis Schneider pende de un hilo. Alcohólico, con los recuerdos estragándole la memoria, este veterano agente de la policía de Marsella se da de narices contra su “no futuro”, un porvenir que siempre incluirá las pesadillas que lo llevan una y otra vez a recordar la escena del accidente que mató a su hijita y postró a su mujer. De la misma manera, la joven Justine tampoco deja de convivir con el terrible asesinato de sus padres, sucedido hace 25 años. Sus historias, que por supuesto habrán de cruzarse, son exhibidas en paralelo como si fueran las dos caras de un mismo asunto. De hecho, los dos están demasiado cerca de la muerte: Louis jugando con fuego ante sus compañeros corruptos e incapacitado de enfrentar con buenas armas la aparición de un asesino que viola y estrangula a sus víctimas; y Justine desolada porque el criminal que arruinó su vida tiene la oportunidad de salir de la cárcel. En su tercera película, el francés Olivier Marchal –que, según él mismo dice, trae el argumento desde los días en que era oficial de policía– vuelve a acercarse al cine noir cumpliendo todos y cada uno de los códigos del género: un policía reventado (Daniel Auteil, notable como siempre) con un pasado que lo atormenta, un asesino esquivo y sanguinario que recuerda a aquel que está a punto de ser excarcelado, un clima ominoso, ausencia total de humor y una visión del mundo pesimista y oscura. Éstos no son datos que per se hablen bien o mal de un film, pero en el caso de MR 73 –que remite a un modelo de pistola– se vuelven significativos si se consigna el orden en el cual Marchal los ubica. Redundante, el director no sólo recurre a ellos sino que además los organiza de tal modo que parece estar construyendo un manual de cine negro y no una película que debería respirar por sí misma. Un flashback –de los dolorosos– aquí, muertes violentas por allá, policías viles por el otro lado –sin que falte aquel que ve todo desde afuera y se compadece del héroe, como la jefa Marie– y el dolor de ya no ser tanto de Luis como de Justine. Mucho para construir un film apenas correcto y poco para que la misma película quede en la memoria.
Por fin se estrenó este policial francés que se venia postergando desde hace meses. Los seguidores del cine negro, ese llamado 'hard boiled', con detectives alcohólicos en busca de una ultima oportunidad de redimirse, asesinos muy jodidos, policías muy corruptos y mucha decadencia moral, seguro que disfrutan mucho la peli. Los que buscan alguna buena vuelta de tuerca o una historia original van a salir un poco decepcionados. Y ambos grupos van a salir encantados con la actuación de Daniel Auteuil, eso sin duda. El tipo le pone toda la actitud a su personaje, un policía honesto cuya vida se ha ido a pique desde un accidente que sufrió su familia. Las expresiones, el dolor, todo Auteuil lo transmite genial. El resto es un correcto policial dividido en dos tramas que se toman su tiempo para unirse; por un lado la historia del cana siguiendo la pista de un asesino serial a pesar de todas las trabas que le pone la corrupción policial; por otro lado una joven que de niña presenció el asesinato de sus padres y ahora se entera que el asesino esta por salir con libertad condicional. La película esta muy bien dirigida, con muchos tonos grises y ambientes oscuros para resaltar la falta de esperanza y la verdad que si no fuera por un guión tan predecible y cliché seguro hubiera sido un gran film. Pero se queda en solo uno bueno.
Un policía derrumbado moralmente, sumido en el alcohol y vilipendiado por sus colegas corruptos, intenta detener a un asesino serial mientras lo requiere una joven, víctima de otro criminal a punto de salir de la cárcel. Así de enredada es la trama de este filme que se derrama en riñas entre policías y borracheras. Así, la historia es atrapante y Auteuil ratifica su solidez interpretativa, pero el director, un ex policía, se detiene en la corrupción institucional y en la psiquis de su alter ego. Y entre tanto policía, el relato se hace un poco plomo.
El desencanto del policial negro Ya nos había ocurrido algo similar con el anterior film del realizador francés Olivier Marchal: El muelle (2004), donde Gerard Depardieu y Daniel Auteuil despuntaban un dueto interpretativo formidable, al servicio del policial noir. Con tal antecedente, y nuevamente con el gran Auteuil en las calles de Marsella, MR73 no podía menos que seducirnos. Pero para hundirnos en un abismo más profundo. Auteuil compone aquí a Schneider, un policía desvencijado, quebrado, que transpira alcohol por sus poros. Hay una historia de peso afectivo, trágica, que corroe sus venas mientras transita un equilibrio cada vez más delicado. Se le perdonan desórdenes públicos por ser quién es: alguien otrora reconocido, ahora vencido. Así, Schneider aparece como enclave entre dos historias. Por un lado, la investigación sobre un asesino serial, perverso sexual. Por el otro, la liberación de un criminal avejentado, que desata los temores de la hija de las víctimas. En un caso, avanzamos en un sentido progresivo durante las pesquisas que permitan dar con el paradero del asesino; en el otro, desandamos el camino que permitiera la paradójica cadena perpetua del ahora liberado. Como si se tratara de un ir y venir. En medio de estas dos vertientes, decíamos, Schneider. Mientras lo acompañamos en su proceder, cada vez más ilegal y provocado por sus faltas sucesivas, conoceremos sus habilidades, a la vez que nos adentramos en un cuerpo policial corrupto, que esconde su basura mientras investiga crímenes. Ambigüedad que pone en jaque continuo no sólo a tal institución, sino a la misma sociedad de la que forma parte. Desde estos lugares, MR73 subraya su carácter deliberadamente noir, más lo que significa una dirección fotográfica fría, que acompaña una puesta en escena sórdida, lluviosa, de paredes húmedas e inmensas, donde moran tanto policías como criminales. Lo irrespirable del lugar se traduce, también, en los momentos donde Schneider busque la terraza donde beber su whisky: el cielo plomizo impide cualquier grieta de luz. Imposible dejar de lado la caracterización de Daniel Auteuil, actor gigante, que carga sobre sí una vida frustrada. Schneider cuelga de las paredes de su habitación las fotografías de las víctimas. Duerme junto con ellas. Ha hecho de su vida un infierno (o ha caído en él, sin siquiera haberlo buscado), sólo le resta posibilitar la salida del mismo a otros, aún cuando para ello deba hundirse todavía más. MR73 es un film desencantado, que se estructura -así como otros grandes policiales negros desde un hecho real. El rostro de Schneider, escondido tras una máscara oscura, adquirirá su matiz definitivo cuando más resplandeciente parezca. Y aún cuando el desenlace del film permita un nacimiento, una nueva posibilidad de vida, lo que nos golpea es el quiebre final, la desesperación última. Allí cuando el personaje se nos muestre desde su último hálito de dolor.
La pólvora y el polvo Los policiales son un test cultural. Cada cinematografía representa sus fuerzas del orden y al hacerlo exterioriza un imaginario, un ideal, incluyendo sus traiciones y disfuncionalidades. El bonaerense, de Trapero, por ejemplo, sigue siendo la gran película para visualizar la versión argentina de ese universo cerrado en el que los civiles son otros. MR 73 es un policial dirigido por un ex policía devenido en cineasta, una conversión impensable en nuestro medio y en otros, pero que en Francia, la patria de la cinefilia, parece posible. La tercera película de Olivier Marchal empieza relativamente bien. El gran Daniel Auteuil, quizás la razón principal para ver este filme, es Louis Schneider, un experimentado policía de Marsella. Su personaje transmite desolación y cansancio de existir, pues algo terrible le ha sucedido y pronto se sabe: perdió a su hija en un accidente y, técnicamente, también a su mujer, aunque sigue viva. Tras blasfemar contra el Altísimo, promete darle muerte. Es un comienzo lúgubre y una explicación convincente del alcoholismo que sistemáticamente ejercita durante toda la película. Lo absurdo del mundo exaspera y la ineficacia de su demiurgo es imperdonable. Totalmente ebrio, Schneider secuestra un colectivo con la pretensión de que lo lleve hasta su casa. Un evento desafortunado, un posible descenso en el escalafón policial, a pesar de que nadie duda de la eficacia de este agente que todavía conduce un Volvo del siglo pasado mientras sus colegas se deslizan en máquinas de acero. Schneider investiga un conjunto de asesinatos en serie. Otros tenientes también buscan atrapar a este asesino serial especializado en violar y mutilar a sus víctimas femeninas. Al mismo tiempo, otro asesino serial con cadena perpetua quizás pueda quedar en libertad. Dios todo lo puede: el homicida, aparentemente, se ha convertido al cristianismo, y su posible libertad enloquece a la hija de un matrimonio despachado por esta alma renovada. Víctima y victimario están ligados al pasado de Schneider, lo que será motivo de un “renacimiento”. Las ideas cinematográficas de Marchal son elementales, y todo su esfuerzo por traducir estéticamente un mundo que conoce de primera mano demuestra los límites de su puesta en escena. A la decadencia de la institución policial y su corrupción oblicua le corresponde una tonalidad: todo se ve gris y descolorido, y la predilección por espacios cerrados iluminados tenuemente materializa un veredicto sobre este universo simbólico irredento. Este modesto acierto en el retrato de una comunidad por parte de este heredero bastardo de Jean-Pierre Melville se diluye en varios desaciertos que sentencian a MR 73 a una ostensible insignificancia y al mero pasatiempo condenado al olvido: entre los flashbacks mecánicos y “en cuotas”, pintados de blanco y negro como obliga el régimen estético dominante, en los que dos personajes recuerdan la genealogía de sus respectivos traumas, una persecución inverosímil y “artística” entre policías y asesino bajo la lluvia, y el montaje cruzado pueril y barroco del epílogo, en el que se pretende sintetizar una filosofía del mundo en donde los opuestos se tocan (la vida y la muerte, la desesperanza y la esperanza, la oscuridad y la luz), Marchal devela lo rudimentario de su cine. Todo se musicaliza, todo se subraya, un bebé que nace es el contrapunto de un héroe que dispara en el nombre de la justicia, aunque esta celebración consciente de la vida sea incompatible con el nihilismo primitivo que merodea en toda la película. Inspirada en un hecho real, MR 73, el nombre de una pistola antigua, es precisa y efectiva en su incredulidad sobre la benevolencia de los hombres y en su denuncia de las mallas de la corrupción policial. La pólvora de los revólveres es la ley del mundo. Tarde o temprano, las criaturas del mundo transmutan en polvo.
Lo importante no es filmar bien, sino filmar. - Jean-Luc Godard Olivier Marchal hace películas para ajustar cuentas con su pasado en la fuerza policial. La catarsis resulta demasiado evidente y sus desbordes de rabia se traducen en una tendencia al exceso a la hora de retratar la mediocridad del género humano y el cinismo de la institución. Sin embargo, el atractivo componente autobiográfico sumado a dos actores de prestigio lograron que El muelle fuera celebrada por gran parte de la crítica y el público, felices de encontrar a un humilde artesano capaz de fabricar una película de género popular, lejos de los delirios elitistas del cine de autor. Para MR 73 Marchal elige una historia todavía más sombría y sórdida, avalada por su experiencia personal como única garantía de autenticidad. Las intenciones están claramente manifiestas: la cara poco reluciente de la policía es el reflejo de la sociedad. La oposición entre el policía de la vieja escuela y su colega arribista y corrupto pierde credibilidad a fuerza de tanto choque. A pesar de todo, podemos rescatar a un Daniel Auteuil irreconocible en el papel de veterano alcohólico moralmente deshecho y físicamente destruido, frecuentado por los fantasmas de un confuso episodio que dejó a su mujer postrada. Pero ahí nomás vuelven los problemas, porque esta confusión es inaceptable para una película que allana el camino del espectador con una gran cantidad de flashbacks explicativos, efectos estilísticos pomposos y consideraciones psicológicas triviales. Cerca del final, el antihéroe se dirige con la cabeza gacha hacia la inexorable fatalidad, provocando una inflexión deliberada hacia la tragedia moral que se revela tan inverosímil y grosera como la reflexión final sobre la redención. El director intenta compensar la falta de intensidad dramática con bellas imágenes, valiéndose siempre de los mismos tintes, el ambiente fuera de época y las lluvias diluvianas, para describir el descenso a los infiernos del protagonista. Marchal fuerza la negrura con la técnica, utilizando una película casi quemada, con blancos deslumbrantes que se ajustan perfectamente a la estética de lujoso telefilme policial de qualité. En realidad, no hay que reprocharle a Marchal su visión pesimista del mundo, sino más bien su concepción profesional del cine, según la cual una buena película es la suma cualidades técnicas. La esmerada fotografía de Denis Rouden, junto a la gran composición del policía desencantado a cargo de Daniel Auteuil, el montaje nervioso de Raphael Urtin y la capa de melancolía que aporta la música de Bruno Coulais. Todo el mundo hizo bien su trabajo para que MR 73 sea un producto anodino que privilegia la suma de destrezas de gente del oficio en detrimento de la expresión de un autor.
Una película malísima Algunos creyeron que El muelle (36 Quai des Orfèvres), con Gérard Depardieu y Daniel Auteuil, era una buena película. Estrenada en 2005, fue un éxito en Argentina. Se trataba de un policial con mucho sobretodo, lluvia y miradas torvas. Gracias a los actores y cierta tensión proveniente de una construcción argumental pirotécnica, el director Olivier Marchal disimulaba apenas su chapucería. Para los que desconfiábamos de este señor, ahora se estrena su siguiente película, Mr 73, que confirma que estamos ante director horroroso. Ex policía, actor de vasta trayectoria, guionista y director, Marchal presenta con Mr 73 un compendio de burradas cinematográficas como hacía mucho que no se veía, por lo menos acompañadas de tanta pretensión, tanto saqueo y tanto “alto perfil”. Si quieren comprobarlo, vayan a ver esta película y préstenle atención a este listado de bestialidades (que es apenas un muestrario): 1. Schneider, el policía protagonista –interpretado por el gran actor y gran mercenario Daniel Auteuil– tiene un pasado trágico y vive torturado por él. Para explicarlo, hay algunos diálogos con otros policías y unos cuantos flashbacks reiterativos –y aun así poco claros– “de aproximación a los hechos” hechos con la misma sutileza estilística de los que se usan para aclarar algún trauma en las películas eróticas berretas que pasan por cable, o como los que se usaban en los peores thillers del universo del “directo a video” de fines de los ochenta. Los flashbacks de “la chica de pelo corto que parece Nikita” son iguales o peores. 2. En un intento de combinar el cine del gran Michael Mann con el del enorme Jean-Pierre Melville, el liliputiense fílmico y pertinaz imitador Marchal no le saca el sobretodo a Auteuil, creyendo que la soledad torturada o ascética se construye con signos así de banales. Así, Schneider debe ser uno de los personajes fílmicos peor trazados en el cine policial de todos los tiempos, porque Marchal reduce el enojo de su personaje a una barba de tres días y a cuatro o cinco exabruptos de un nivel de bestialidad explicativa pocas veces visto. La caracterización de la mujer policía Marie Angéli (Catherine Marchal), con su caminar sombrío y su pelo lacio demasiado lacio, es directamente risible. 3. Cada peripecia de la película está puesta para que avance un guión construido a los cascotazos. Es decir, nada parece suceder sino que parece ilustrar un bosquejo de guión que alguien se olvidó o no supo de elaborar un poco más (véase la bestialidad de la publicación de la pelea entre policías en el diario para que “la chica de pelo corto” se entere de algo). 4. Si usted no reconoce los defectos enunciados en los tres puntos anteriores, le paso algunos más obvios. La justificación del título es una paparruchada y aun peor, es una paparruchada de una irrelevancia tal que hace suponer que Marchal no tenía título y agregó esta paparruchada pistolera para no ponerle “película malísima sin título”. Ah, y los minutos finales, con el paralelo nacimiento/muerte (¿alguien puede seguir haciendo eso a estas alturas?), o el crucifijo salpicado, son directamente atroces. 5, 6, 7… ¿Por qué la chica de pelo corto embarazada y a punto de parir vive sola y tan lejos de todo? ¿Marchal cree que el aparatoso grito de Auteuil bajo la lluvia torrencial marsellesa es intenso? ¿Marchal no sabe que si su personaje principal dice apenas comenzada la película “Dios es un hijo de puta y algún día lo voy a matar” las expectativas de ver una película intensa crecen? ¿Marchal no sabe que el cine es mucho más que hacerse el malo disfrazado de nihilismo de cuarta ilustrado con fotografías de tonos ocre?
Schreider (Auteuil) es investigador de la división homicidios de la policía de Marselle. Tras un accidente, donde pereció su hija, mientras su esposa quedó postrada en un hospital es estado vegetativo, Schreider se refugia en el alcohol para ahogar sus penas, e involuntariamente secuestra un colectivo, por lo que termina siendo relegado de rango. Sin embargo, su habitual compañero le pide ayuda para resolver una serie violaciones y asesinatos, que se asemejan a los de un asesino que atrapó 20 años atrás, que al mismo tiempos, queda liberado condicionalmente, mientras que la único testigo del asesinato por el cual fue encarcelado, espera la hora para vengarse del hombre que mató a sus padres. Durante tres décadas (50s, 60s, y 70s), gracias a las películas de Jean Pierre Melville principalmente, pudimos disfrutar de excelentes policiales franceses que no se limitaban a entrar dentro de la categoría de film noir. No se caracterizaban sus historias por ser más oscuras que el alma de sus personajes. Sus protagonistas eran policías imperfectos incorruptibles, pero débiles a la vez, humanos. Eran melancólicos, tristes, nostálgicos. Tras el fallecimiento de Melville, el puesto quedo vacante. Se podría decir, que artistas de diversas etnias como Michael Mann de Estados Unidos y Johnny To de Hong Kong, supieron ocupar el puesto, pero dentro de Francia, faltaba algún director capaz de revivir el género. Podríamos decir, que Claude Chabrol siempre fue un maestro indiscutible del thriller, pero el policial negro propiamente dicho lo revivió Olivier Marchal. Si bien su primer película, Gangster no tuvo demasiada difusión, el segundo, El Muelle, contaba con un duelo interpretativo atractivo, capaz de atrapar al mayor detractor del cine francés. Auteuil y Depardieu juntos interpretando a dos policías sospechosos de estar involucrados en casos de corrupción, eran una combinación explosiva. Sin embargo, Marchal se dejo seducir demasiado por los aspectos comerciales, y la película dejaba un poco que desear. Para MR 73, film que completa una suerte de trilogía acerca de la corrupción policiaca, Marchal se envuelve mas en los climas que generaban las películas de Melville, y convierte a su (anti)héroe, o alter ego en un personaje Melvilleniano, lleno de contradicciones, impulsos erráticos, honesto, violento y rencoroso a la vez, que bien podría haber sido interpretado en mejores tiempos por Alain Delon. Sin dudas, el punto mas alto de la película es la complejidad psicológica del personaje de Schneider, tanto desde el guión como por la impresionante actuación de Daniel Auteuil, quien con pocas palabras y apenas unos pocos gestos, refugiado tras unos lentes oscuros que no terminan de tapar sus ojos, y un bigote que apenas le deja un espacio a su boca, se pone la historia al hombro. Marchal maneja los climas de forma soberbia. La lluvia que cae sobre Marselle es parte de un escenario lúgubre, turbio y denso. No se trata simplemente de la historia de un asesino serial, sino también un “tour de force” sobre la mente de un hombre que no puede cambiar su destino, que debe luchar contra los fantasmas del pasado, el alcohol y la corrupción policiaca en su departamento, además de vivir bajo la incertidumbre de escaparse con su capitana, de la cual está enamorado, o serle fiel a su esposa moribunda. Marchal es mucho menos explicito y mas implícito a la vez en la manera de exponer la información y los hechos que en El Muelle, más profundo, la trama tiene muchas capa; se toma su tiempo para empezar la historia, por lo que la película, tarda un poco en empezar, aun cuando tiene un prólogo realmente exuberante. El problema, es que Marchal no se conforma con contar la redención de un personaje, y su relación con el entorno a través de la búsqueda de este violador y asesino. Para complejizarlo más aun, decide incorporar como trama paralela, la historia de Justine, una joven embarazada que cuando era niña fue testigo del asesinato de sus padres. Cuando se entera que el asesino saldrá bajo libertad condicional exige justicia al policía que lo atrapó: Schneider, lo que deriva a una seuda subtrama romántica. Tanto todo lo que rodea a Justine (la relación con su abuelo y la hermana) como este punto romántico, le quitan un poco de dinamismo al film, y lo que es peor aun, le dan un tinte sentimental y lacrimógeno, especialmente en el montaje final, que le saca un poco de tensión al relato. Marchal amaga con convertir su policial en un culebrón, pero logra inclinar la balanza con alguna escena de acción dosificante. Además, tanto a nivel visual como en los aspectos técnicos e interpretativos (tiene un gran elenco secundario además), la película resulta irreprochable. Aun cuando el recurso del flashbacks realentado y en blanco negro resulta un poco anticuado, aun cuando tenga algunos estereotipos, clisés, y lugares comunes, como por ejemplo la imagen del policía corrupto, previsible desde el momento que entra en escena, aun cuando es demasiado solemne y pretenciosa; MR 73, es fiel a su título original: un arma anticuada, pero poderosa. Una película que remite a lo mejor del cine de género francés: ecos de El Samurai o Historia de un Policía se pueden llegar a encontrar entre los tiroteos y el melodrama. Más allá de tomar una posición dubitativa sobre si seguir por una senda comercial – industrial, o el camino del autor inescrupuloso, Marchal confirma que es un gran narrador para seguir de cerca.
Vaivenes de una bala perdida Olivier Marchal nos entrega este frío policial negro que relata la historia real del policía marsellés abatido por una tragedia familiar que le encuentra sentido a su vida al intentar resolver un caso sobre un asesino serial que termina por desenmascarar a la policía francesa y los monstruos que con ella conviven. El personaje principal está interpretado por el todoterreno Daniel Auteuil, un tipo que conocí en la exquisita comedia Le placard (2001) junto a Gerard Depardieu y que ahora se desarma y descompone al mejor estilo de la vieja escuela para caracterizar al detective Schneider. La forma en la que se lo va acompañando durante las más de dos horas del filme hace a uno sentirse tan abatido como el personaje, algo que se siente cuando por fin empieza la acción pasada la hora y media del metraje, en esa escena de persecución que corta la respiración y deja al borde del asiento. Una fotografía muy bien elegida, con unos contrastes muy buenos que le dan una psicología especial a cada escena. La musicalización no es de lo mejor que ha dado Francia en el 2009, pero sin duda es muy acertada también. El resto del reparto está normal, como para no tirarles muchas flores, aunque cabe decir que Philippe Nahon está espeluznantemente genial, componiendo un personaje indescifrable y sombrío, que deja con la boca abierta en cada escena por su manera de ser, algo que los guionistas no supieron aprovechar del todo, ya que entre tanto drama se disipa un poco el suspenso por la excarcelación del temible Charles Subra. Lo que más le juega en contra a esta película es eso. Tanto mejunje de historias, que hacen que uno se pierda un poco en lo que está viendo. Demasiados caminos para terminar llegando a un final que hace pensar "ah, fue asi nomás...". Para haber sido una historia tan impactante se debió haber hecho más incapié en lo que hizo Schneider antes de tomar la decisión que toma, o la relación que mantuvo con su protegida (desilusionante en su papel Olivia Bonamy). Se pudo explotar más el factor de thriller, ya que los que conocen bien la historia por los lares europeos sabrán que fue escalofriante como se desenvolvieron los hechos. Sin duda una cinta que daba para más y que deja un sabor un tanto amargo, pero que atrapa y se deja ver gracias a un reparto correcto y un guión bien hecho. La recomiendo para un sábado lluvioso a la tarde, para ver tranquilo en el sofá. Y de paso conocen la historia.
“MR73. La última misión” comienza en un colectivo, con una persona borracha que amenaza, arma en mano, al chofer, quedando el resto del pasaje como rehén. A partir de allí se descubre que este personaje, Schneider, es un policía que, en el pasado, fue de los mejores y que, por una tragedia, su vida se fue hundiendo igual que él, en el alcohol. “Todos somos una bomba a punto de explotar” –dice al comienzo uno de los personajes. Y podríamos pensar que esta “bomba a punto de explotar” es la realidad social, en la que estamos inmersos y que el realizador nos muestra con tanta crudeza. ¿Cómo no estallar? Cuando el sistema judicial deja libre e impune a seres siniestros como los representados en “MR73”, ¿cómo no estallar? ¿Hay salida? Las respuestas quedan planteadas en Schneider y en Justine, dos alternativas que se nos presentan a lo largo de esta historia, una historia oscura y depresiva. “MR73” simboliza una de las posibles “salidas”. No la que yo elegiría. Este filme completa la trilogía comenzada en “Gangster”. Le sigue “El muelle” y por último “MR73”. Basada en hechos reales, puede verse sin necesidad de conocer las anteriores. Un policial distinto. Un policial que dispara la crudeza de un sistema a punto de estallar