Esta es una película es una producción Argentina-España, situada en Buenos Aires. Guión y dirección están a cargo de Verónica Chen, quien sin duda montó una propuesta diferente, provocadora y de denuncia. Es la historia de una joven de origen chino, Ana (Haien Qiu) que trabaja para la municipalidad de Buenos Aires, realizando inspecciones. En su trabajo descubre cómo en el barrio chino hay tapaderos, locales en condiciones inhabilitables y es testigo del maltrato y de la esclavitud de los que son víctimas los empleados. Frente a esa situación se niega a habilitar una tintorería y un hotel que pertenecen al mismo dueño, chino también. Sus jefes la instan a firmar la aprobación pero ella se niega rotundamente. A partir de allí la mafia china la comienza a perseguir a ella y a su pareja (Luciano Cáceres) quien la está ayudando. Los persiguen porque tienen un video donde está la prueba de la manipulación de los conejos para la creación de conejos carnívoros mutantes. Frente a la amenaza, Ana se toma licencia y se va al campo. Allí los conejos invadieron todos los campos y se están volviendo peligrosos...
La nueva película de Verónica Chen ahonda en terrenos extravagantes. Por un lado, la historia de Ana (Haien Qiu), una muchacha de origen chino que no habla el idioma y, mientras se pregunta por su identidad y va lidiando con cuestiones sentimentales, trabaja como inspectora de higiene y descubre un asunto turbio. En paralelo, una trama acerca de experimentos con conejos que convierten a estos animalitos en criaturas devoradoras de otros animales. Ambas tramas se irán uniendo, para desembocar en un no menos esotérico enlace desenlace. La película está mayormente hecha con actores, pero incluye secuencias animadas de estilo animé (dibujo animado japonés), sobre todo para mostrar los ataques de los conejos mutantes. Un recurso que otras veces está usado de manera equivocada (algunas escenas de diálogos) y genera bastante confusión. De todas maneras, el ritmo no decae, hay momentos de tensión (Ana conduciendo en medio de la ruta, siendo observada por los ojos rojos de los conejos, que observan camuflados en el pasto) y hasta podemos encontrar críticas a la experimentación con animales y sus terribles consecuencias...
Entre la critica social y el género de gangsters, entre la ciencia ficción y la critica politica, la realizadora Verónica Chen vuelve a aparecer en la escena cinematográfica nacional con una obra desconcertante. El jueves se estrena en Buenos Aires, su cuarta película (Vagon fumador, Agua y Viaje sentimental) . El internacionalismo estético de la secuencia inicial con la joven inspectora de rasgos orientales entrando al abigarrado barrio comercial de pisos apretados y ropa colgando, podría transcurrir en cualquier barrio chino del mundo. En primer lugar, lo que engaña es la no traducción al español de lo que se dice: es el personaje el que va guiando al espectador y nos enteramos en un momento que ella no habla ese idioma. Ana no es china (la actriz Haien Qiu tiene padres chinos pero no habla ese idioma) pese a sus rasgos. Su español (argentino) nos ubica de pronto en un aquí y ahora que funciona como el siguiente extrañamiento. Una inspectora con la suficiente ética como para meterse en el mundo corrupto de las habilitaciones permitidas por la ciudad. de Buenos Aires por el solo hecho de negarse a firmar los formularios de habilitación de un edificio donde se accidentó un joven boliviano. La xenofobia y la discriminación están claramente naturalizadas, se vuelve tema en la escena del restaurante cuando se pide conejo para comer. “Estos chinos son asi” “Son cosa de chinos” Pero, ademas, ahí la historia, que había empezado con una toma en un frigorífico ilegal de animales, parece rumbear hacia una critica especista, es decir una crítica a la depredación racionalizada tanto sea para estudiarlo, comercializarlo o para comerlo. Pero no. Tampoco ahí la película se queda, sino que va hacia algo así como la historia de unos conejos cyborgs carnívoros que depredan a su vez al hombre, sus cosechas, sus animales. Ana buscará escapar de la mafia oriental en una casa de campo, donde un grupo de hombres (gauchos?) va a ayudarla a enfrentar a estos monstruos (chinos-conejos?) en una secuencia animada que tambien había comenzado, (y extrañar) la narración como si no fuera suficiente todo lo demás. La salvacion en todo caso vuelve a estar en lo nativo, en esa arcadia solidaria, abandonada a su suerte por el hombre de la ciudad. En el contexto politico actual, la lectura de Mujer conejo está claramente inscripta en la ciudad de Buenos Aires, pero mas allá de eso es una pelicula “de cajas chinas” (literalmente) y al cine argentino,algo estancado en los mismos lugares formales, le está viniendo bien una pelicula mas de sorpresas.
Cine mutante Mujer Conejo de la directora Verónica Chen es inquietante. Sin haber visto sus films anteriores no me atrevo a extenderme acerca de las virtudes de su cine, pero si puedo hablar acerca de esta interesante última incursión cinematográfica, presentada en el Festival Internacional de Mar del Plata 2013, y que se estrena este jueves. La película durante los títulos muestra a una inspectora del Gobierno de la Ciudad llamada Ana (la bella Haien Qiu), argentina pero descendiente china, recorriendo el Barrio Chino porteño. La cámara, y la música que acompaña, dan sustento a la idea de un mundo extraño frente a nuestros ojos. La extraña historia que combina la inmigración ilegal (vía mafia china) y unos conejos mutantes, puede resultar confusa, pero es la realidad que plantea, un fantástico y perturbador. Desde el mismo título, Mujer Conejo es un híbrido, una mixtura de lo humano y animal, y este es lo que a lo largo del metraje vamos a presenciar. El planteo de la cultura propia y la ajena, la invasión y la fusión. La protagonista es una descendiente china que no habla su idioma de origen, aún así, recorre el barrio chino. Las personas hablan a su alrededor un idioma que nunca es comprendido por ella ni por nosotros (no lo subtitulan), una realidad que tenemos frente a nuestros ojos pero que seguimos sin vislumbrar. Desde estas ideas Verónica Chen sube la apuesta combinando no solo culturas sino también géneros: un policial de denuncia y el fantástico. Ana es una inspectora del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires que investiga un lavadero donde esconden inmigrantes ilegales, en paralelo, vemos a unos conejos carnívoros que se están desarrollando en un laboratorio clandestino en el campo. Esta combinación resulta fascinante porque la directora la sustenta con su virtuosa cámara, y ese mundo extraño, nos logra transmitir incertidumbre. La hibridación además tiene su correlación entre la imagen real y una rudimentaria animación (que podría llamarse animé por la temática más que por el estilo), que sirve para enrarecer aún más el relato, y también me imagino, para poder resolver situaciones que el presupuesto no lo habría permitido. La irrupción de la animación muestra el juego de esta mixtura, si el animé es el lenguaje oriental más reconocido por el occidente, ese lenguaje invade este mundo desequilibrado. Como una aventura hacia lo desconocido, lo que se deja sin explicar permite un fuera de campo sin rápidas conclusiones, dejando un extraño sabor en la boca. Los planteos acerca de la manipulación genética, nuestra pervertida alimentación, la corrupción, o las mafias chinas, son tan reales como las imágenes que se presentan frente a nuestros ojos, pero pierden entidad por esa irrupción de lo fantástico que dispersa la mirada, ahuecando su peso específico.
Ni mujer ni conejo La última película de Verónica Chen (Vagón fumador, Agua), es una incursión deliberada en el cine de género. Un policial con toques de ciencia ficción y algunos pasajes animados (animé) que, si bien plantean una búsqueda novedosa, terminan confundiendo el tono del relato. Ana (Haien Qiu) es una inspectora municipal que se dedica a dar habilitación a locales en el barrio chino. Argentina de nacimiento pero de origen chino, Ana se encuentra en un conflicto de identidad, en crisis con su pareja argentina (Luciano Cáceres) y trazando amistad con Tao, un chino que trabaja de mozo en un restaurant (“te están explotando”, le dice ella) hasta que misteriosamente desaparece luego de una golpiza. Tras la pista ella se mete junto a su ex en las redes de la mafia china que realizan experimentos para volver a los conejos en animales carnívoros. Muchos temas dando vueltas dentro de una ficción convencional que fuerza al argumento a querer explicar lo inexplicable. La película comienza bien desarrollando los conflictos de los protagonistas y sus vínculos, pero pierde fuerza cuando incluye temas abruptamente: la explotación laboral, la interculturalidad, la mutación de las razas, etc. El mayor defecto de Mujer conejo (2013) es querer enlazar metáforas en un cine de género convencional. Es ahí donde la narración deja de ser fluida y se vuelve extraña –para mal- y un tanto pretensiosa. Las animaciones introducen una original transición al relato al representar de manera fantástica los temas trabajados, aunque no alcance para unificar un discurso claro y conciso al respecto. Temas que, enmarcados dentro de un cine de observación hubiesen encontrado mayor cauce a la seriedad y pretensión reflexiva del relato. Las actuaciones, sobre todo de la protagonista, no ayudan para trasmitir las sensaciones buscadas y vuelven, a un film que promete en su planteo, en un producto a mitad de camino.
Ya están aquí Conejos carnívoros o mejor dicho conejos que comen conejos y mutan en otra cosa, la idea funciona más como una interesante alegoría que desde el punto de vista literal en su aspecto de elemento fantástico dentro de una trama que por momentos coquetea con el policial o con un cine de género más explícito y que forma parte de la superficie del cuarto opus de la realizadora Verónica Chen, Mujer conejo, recientemente presentada en la Competencia Argentina en el Festival de Mar del Plata y que ahora tiene su estreno comercial. Los rasgos estilísticos de la directora de Agua quedan plasmados en una utilización autoconsciente de los recursos cinematográficos para dotar a su narrativa sencilla de cierta complejidad, que en este caso particular juega a favor porque aporta a la trama lineal, que tiene por objeto el acoso de la mafia china a una inspectora de habilitaciones del gobierno de la ciudad que no acepta la idiosincrasia de sus superiores y defiende su ética ante la corrupción enquistada en sus narices, una serie de apuntes y subtextos por demás interesantes. Desde lo formal por ejemplo la introducción del animé yuxtapuesto a la historia para avanzar cuando el relato da espacio a lo más violento o extraño suma en vez de restar; clarifica ese costado metafórico latente en lugar de estropear el relato porque queda más que claro que los conejos aquí son un pretexto mientras que las consecuencias de sus actos depredadores forman parte del núcleo y del conflicto implícito donde no puede dejar de introducirse una crisis de identidad en Ana (Haien Qiu), la protagonista de rasgos orientales que no habla chino y es mal vista por sus pares de la misma raza. ¿Conejos que se multiplican y expanden adaptándose al espacio que invaden? Cuánto de ello se relaciona con la expansión de la mafia china en el seno de la ciudad; en esos barrios multiculturales que han perdido la identidad para mutar en otra cosa. Son preguntas que quedan libradas a la percepción del espectador pero no puede dejar de pensarse que el hecho de no traducir los parlamentos de los personajes chinos más allá de un indicio de incomunicación obedece en lo más profundo a que pese a todo la cultura conserva su cuerpo y alma sin importar el ropaje extranjero que la vista o la contenga. Asimismo, la corrupción es corrupción a pesar de la justificación ética o moral que la disfrace de otra cosa. Con un reparto de actores argentinos en roles secundarios que se acomodan perfecto al tono buscado por Verónica Chen se debe destacar la naturalidad de Haien Qiu, artífice de una sutil pero intensa transformación no sólo en el carácter sino desde la conducta. La Mujer conejo de Verónica Chen no es una heroína de película clase B como sugiere tal vez uno de los afiches de promoción, no es el estereotipado personaje femenino con rasgos masculinos tan explotado por el cine de género sino que su aspecto inclasificable y mutante la hacen misteriosa y atractiva a la vez como este film alegórico y de género en simultáneo.
Este tercer largometraje de ficción de Verónica Chen (dirigió Vagón fumador y Agua, además del breve documental-ensayo Viaje sentimental ) es una bienvenida rareza, una propuesta que -más allá de sus imperfecciones- resulta audaz, provocativa y, en varios pasajes, fascinante. Ambientada en buena parte en un barrio chino porteño que en pantalla gigante luce todavía más pintoresco que en la realidad, Mujer conejo propone una explosiva combinación entre el thriller, el drama romántico, elementos fantásticos e irrupciones del gore más sangriento a partir de un festival de efectos visuales y secuencias de animé. Y, para completar el cóctel, tampoco falta la mirada política sobre la xenofobia y la discriminación en el seno de una sociedad que todavía no termina de aceptar del todo su ya incuestionable sesgo cosmopolita. La heroína de Chen se llama Ana (la hermosa Haien Qiu), una joven de lejano origen chino y que ni siquiera habla ese idioma. Integrada a la vida en la Argentina, ella trabaja en el área de habilitaciones del gobierno porteño, mientras va y viene con un novio médico (Luciano Cáceres). En una de sus tantas inspecciones, empieza a descubrir que esa zona de Buenos Aires no es sólo un polo gastronómico y de venta de chucherías importadas. Lo que sigue es una inquietante articulación de elementos que incluyen desde el trabajo esclavo instrumentado por la mafia china, la corrupción administrativa y oscuras investigaciones genéticas con animales que convierten a los conejos en una rabiosa plaga asesina. Aún con sus desniveles narrativos y actorales que le impiden ser un producto del todo convincente, este film anómalo y desprejuiciado (sostenido por un excelente equipo técnico que le dio un impecable acabado visual y sonoro) termina trascendiendo sus irregularidades para convertirse, en definitiva, en una valiosa mirada a la problemática de la identidad a partir de un arrasador despliegue de creatividad y delirio. Bienvenidos sean los riesgos en el muchas veces adocenado cine argentino actual.
Barrio Chino y mutaciones Son pocas las películas argentinas, las buenas y malas, que se salen de ciertos carriles y eligen el efecto sorpresa que sacuda al espectador. Mujer conejo, con altas y bajas, es un film libre, original, invadido por mixturas genéricas, donde conviven con placer el naturalismo social con el film de denuncia y el terror clase B en versión demencial junto al animé oriental. Va la traducción cinéfila a la frase anterior: como si los films iniciales de Wong Kar-wai (Chunking Express, por ejemplo) se reunieran con el manga japonés y las mutaciones de conejos. Por eso, el cuarto opus de Chen, indeciso en sus variables estéticas, va al frente sin culpas, ajeno a cualquier vergüenza temática o formal. Ana (hermosa Haien Qiu), de origen chino pero que no habla el idioma, inspecciona locales y encuentra más de una violación a la ley, especialmente, en relación al trabajo marginal. La cámara de Chen se mueve de manera inquieta registrando un mundo que se conoce de manera visual pero nunca desde los oídos, mostrando rincones y recovecos del Barrio Chino. Su novio (Luciano Cáceres) trabaja en un hospital, los mafiosos chinos no tardan en aparecer y las sospechas están latentes. Algo feo se olfatea en ese paisaje, pero Chen no lo exhibe de manera convencional, aferrándose a una mezcla de géneros y estilos, recurriendo a las cámaras de seguridad con el propósito de transmitir el extrañamiento de la historia. Los conejos mutantes, por su parte, moran en el campo, razón por la que aparecerá un grupo de resistentes, unos gauchos que traslucen como herederos de los mejores títulos de John Carpenter. Arriesgada y aun con debilidades, Mujer conejo es un raro e hipnótico film.
Veronica Chen presenta una película poco convencional, que aborda distintos temas, lo policial, la corrupción, la esclavitud laboral, la mafia china, lo fantástico y momentos resueltos con animación. Pero lo que comienza con un tono oscuro, amenazador luego deriva sin fuerza a un campo o tierra de refugio amenazado por conejos carnívoros. Tampoco ayuda una protagonista bella pero poco expresiva. La directora toma riesgos y eso es bueno, aunque el resultado no convenza.
Quien mucho abarca... Mafia china, corrupción estatal y manipulación genética de animales son los hilos principales de la trama de Mujer conejo, un policial con ribetes fantásticos que empieza prometiendo, pero va decayendo a medida que el guión da un giro forzado tras otro mientras deja baches indisimulables en el camino. Es una buena idea que parte de la acción transcurra en torno al Barrio Chino, territorio fértil para la ficción: en todas las ciudades en las que hay uno, se trata de un rincón tan familiar -quién no paseó alguna vez por ahí- como misterioso, cercano y lejano a la vez. En éste, el de Buenos Aires, hay un chino joven desaparecido, un chino viejo que oculta algo, inspectores municipales que saben más de lo que dicen y, en el medio, una pareja que debe lidiar con su crisis particular y todo ese lío. Pero a medida de que la película va alejándose geográficamente del Bajo Belgrano, empieza a perder consistencia. El aspecto policial se desdibuja y gana terreno lo fantástico: en lugar de tener un efecto potenciador, la combinación de ambos géneros provoca confusión y diluye la historia. De a poco, todo va virando hacia el cine clase B más bizarro, con la aparición de unos conejos furiosos que dan más risa que miedo. Las animaciones que sirven para dar ese toque sobrenatural no aportan mucho más que cierto respiro visual y, eso sí, la efectiva resolución de las escenas de acción. Las actuaciones tampoco ayudan a sostener la cuestión: Verónica Chen (Vagón fumador, Agua) recurrió a varios no actores -como la bella protagonista, Haien Qiu- para algunos papeles, y esa falta de oficio se nota (aunque no por contraste con los profesionales, como Luciano Cáceres, que tampoco se lucen demasiado). Queda la sensación de que, a partir de un planteo de base interesante, se quiso abarcar demasiado, en lugar de haber aprovechado a fondo todo lo vinculado al atractivo universo argenchino del que proviene la propia Chen.
Curiosidad que incluye a una joven china que no habla chino, ingredientes de policial de denuncia, dibujos animados y asomos de cine de terror. Como en sus anteriores Vagón fumador y Agua, la directora ofrece momentos inspirados, pero lo que al comienzo prometen la historia, la protagonista y la música, van desdibujándose con poca lógica.
Chinese mobsters breed mutated rabbits Ana (Haien Qiu) is Chinese, but not entirely. She doesn’t speak the language of her fellow countrymen but her features allow her to move comfortably inside Chinatown in Buenos Aires. She works for the City Government, and is in charge of granting legal permits for the opening of buildings, stores and lounges provided all safety and sanitary requirements are properly met. One ordinary day, she refuses to issue a permit for a dubious affair. As a result, she’s pursued by Chinese local mobsters who are involved in labour exploitation of Asian immigrants. So she escapes to her country home in a small town in Buenos Aires province, and finds out that almost everybody has abandoned the place long ago. It so happens that there’s a plague of genetically mutated, carnivorous rabbits that have first devoured the crops, then moved on to the cattle at large. Enter the Chinese mob again. Determined to kill Ana for discovering their link with the crazed rabbits (who else could it be?), they head straight to her country house. Luckily for her, Ana doesn’t stand alone as a few remaining fellows come to her rescue at once. As you can see from the storyline, Mujer conejo (Rabbit Woman), written and directed by Argentine filmmaker Verónica Chen, is not exactly what you’d call an easy film to make. Its premise is kind of preposterous, but if not taken that seriously and embracing the bizarre scenario, it could work out. The thing is, it needs the right tone, and a smart but playful crossbreeding of genres. The problem is that none of that is to be found in Mujer conejo, a feature that strives hard to be different, and yet ends up rather trite. What starts off as a drama — peppered with an underwritten sentimental liaison — never gets to be compelling enough for viewers to care about the characters; it then attempts to become a mafia thriller, but it lacks tension and an atmosphere of danger; when the mutated rabbits show up, it’s meant to slide into a horror movie, but there’s nothing creepy about it; and by the time it ends, the Western showdown is both risible and badly shot. Add to that some animated scenes interspersed with real takes, with no justified dramatic criterion whatsoever. As for the actors (Haien Qui, Luciano Cáceres, Gloria Carrá, Héctor Díaz, and Daniel Valenzuela), let’s say their performances are of not much help since their characters are way underdeveloped. You can see they’re doing their best, yet best intentions can only go so far. However, there are a couple of good things about Chen’s film: its cinematography and the editing. For the most part, the camera is well paced and does capture the colour of the places as well as the actors’ expressions and gestures. And the editing ensures the rhythm is well balanced, and hence never drags. Come to think of it, the sound design also builds some kind of an oppressive ambiance. But what matters the most, meaning the narrative, is awfully flawed.
Un híbrido de variadas formas y temáticas Extraña, despareja, ecléctica, singular, ligera, imprevisible. Todos esos adjetivos, entre otros, pueden aplicársele a Mujer conejo, el nuevo largometraje de Verónica Chen. Como si quisiera sacudirse enérgicamente todo aquello que se dijo de su cine hasta este momento, la directora de Agua y Vagón fumador se planta y otea otros horizontes, evitando la repetición de formas y tópicos. Porque Mujer conejo puede ser muchas cosas pero, por sobre todas, es la película de alguien que no desea dejarse amordazar por una obra ya existente. Lo cual es siempre saludable, más allá de que algunas de las ambiciones no estén al mismo nivel que los alcances reales. Pero, ¿qué es Mujer conejo? ¿Es un thriller urbano que se desplaza al ámbito rural, con una inocente envuelta en una saga de corrupciones, explotación y violencia? ¿Es una rara entrada en el sci-fi local, con una invasión silenciosa que no hace más que reflejar cierto estado de las cosas? ¿Es una película política, un film de género nacional y popular? La película no responde fácilmente a esas preguntas, y está bien que así sea: se resiste al encasillamiento. O bien es todas esas cosas al mismo tiempo. La protagonista, una bella joven hija de chinos que no habla una sola palabra del idioma de sus ancestros (primer protagónico de la modelo y actriz Haien Qiu), trabaja como inspectora del gobierno porteño. Ya de entrada se la presenta como extraña en un mundo que (prejuicios mediante) debería serle familiar, enfrentada a personajes que dan por sentada su pertenencia a la cultura oriental. Pero el film todo tiene esa característica: las primeras escenas, filmadas en el barrio chino de Belgrano con una lustrosa fotografía de Rodrigo Pulpeiro, podrían ser de cualquier barrio chino de cualquier ciudad del mundo. Hay una mirada extrañada sobre las locaciones, una búsqueda de universalidad a partir de lo local que hace que el film se escurra entre las manos de quien desee leerlo como alegoría política del aquí y el ahora. Y, sin embargo, cuando la invasión de chinos y de conejos mutantes se hace evidente para un grupo de primeros sobrevivientes, queda claro que Chen está hablando de algunas cosas cercanas a cualquier habitante del planeta, una arista ecologista en el sentido literal, pero también metafórico: las ecologías humanas y económicas. Del realismo mainstream de las primeras escenas, que avanzan un tanto caóticamente, como si la realizadora quisiera sacárselas de encima lo más rápido posible (y que incluyen, por ejemplo, una clásica y algo torpe escena de sexo), Mujer conejo se deja seducir lentamente por el delirio, anunciado por una primera secuencia de animación, formato que irá ganando terreno con el correr de los minutos. La trama de corrupción local irá empequeñeciéndose ante la revelación de algo parecido al inicio de un posible Apocalipsis, y la relación de la china (perdida en un bosque mucho más inmenso que la China) con su ex pareja (Luciano Cáceres) se verá asimismo relegada a un plano menor, reemplazada por el ingreso de la protagonista a un grupo de resistentes que tiene mucho del cine de John Carpenter, pero que bebe también de las aguas del fantástico porteño. Sí, hay conejos en Mujer conejo, y hay una heroína en formación. Y hay algunos tiros y cierto suspenso. No es una película perfecta: le sobran varias cosas y le faltan algunas otras. Pero la imperfección –por momentos actoral, en otros de tensión narrativa– ayuda inconscientemente a la construcción de una posible estética, un híbrido de múltiples formas que no puede definirse porque está en constante gestación.
Yo no sé que me han hecho tus ojos rojos Si hay algo que sabemos de Verónica Chen (Vagón Fumador, Agua) es que le gusta innovar y traernos cintas que para bien o para mal siempre causan impacto en el espectador. El tercer largometraje de ficción de esta directora logra combinar thriller, drama, animé e incluso elementos del gore en una trama no convencional que a la vez está atravesada por la xenofobia que hay en nuestra sociedad, y por la crisis de identidad que invade a la protagonista. Chen nos presenta la historia de Ana (Haien Qiu), una muchacha de origen chino que trabaja dentro de un organismo estatal como inspectora de higiene, pero quien además no habla el idioma chino, cuestión que le genera muchos problemas y discriminación dentro de su comunidad. Así transcurre sus días mientras se pregunta por su identidad y maneja como puede su vida sentimental hasta que descubre un asunto turbio: la policía Argentina está altamente vinculada a la mafia china, hecho que hace tambalear a Ana quien hace todo por descubrir la verdad. En ese camino a la verdad, comienza a ser perseguida y su vida va a correr peligro, quedando como única opción escapar de la cuidad y llegar hasta un campo pseudo abandonado plagado de violentos conejos carnívoros genéticamente alterados. Dese este momento podemos ver como los recursos del animé comienzan a explotarse mayormente de forma acertada, aunque a veces también innecesario ya que genera confusión en el espectador. En una segunda lectura me permito inferir que el fin de esto, era generar reflexión y relacionar la expansión de esta práctica de dudosa ética con la expansión de la mafia, china en este caso, y de la corrupción que amenaza con devorar nuestro mundo contemporáneo. Ambas tramas, la de la mafia y la que involucra a los conejos se irán uniendo, para desembocar en un desenlace que no defraudará y nos generará una sensación inquietante por sus tintes esotéricos. En síntesis, a primera vista el afiche de la película nos “vende” a una heroína, pero al ver el film confirmamos que no, la Mujer Conejo aquí no tiene que ver con eso, sino con rasgos difusos, inclasificables que la tornan a ella y a su historia aún más misteriosas y atrapantes dentro de un guión que no escatima en la rareza y lo extravagante. Sin embargo, las cualidades actorales no hacen que el film sea totalmente convincente, sumado a una narrativa que si bien genera un clima de intriga constante, por momentos cae debido a cuestiones de diálogo. A pesar de esto, Chen una vez más nos trae un film excepcional que abunda en creatividad para tocar varios de los grandes temas humanos: la identidad, la corrupción y la discriminación.
Cruce de géneros, eso es lo que propone Verónica Chen en su nuevo opus "Mujer Conejo". Un cruce que no solo atraviesa a la película, sino a la filmografía de la directora, que hasta ahora había buceado en las aguas del drama introspectivo, en las historias ocultas de la ciudad, y ahora, sin despojarse completamente de aquello, lo fusiona con la ciencia-ficción y la intriga. Nadie puede negar a Chen el intento de hacer un film muy personal, marcarle un estilo inigualable a través de una búsqueda estética que se desarrolla en varios campos artísticos. Sin indagar demasiado en los varios vericuetos de su argumento, su protagonista es Ana (Haien Qiu) argentina de origen chino, inspectora en el barrio de su comunidad, y con una vida sin resolver. Mientras intenta ver en qué situación están las cosas con su ex pareja (Luciano Cáceres), se relaciona con el mozo de un restaurante oriental. .Luego de una serie de sucesos violentos, Tao, el mozo, desaparece y Ana comienza junto a su ex una búsqueda que desembocará en problemas con la mafia china y un experimento muy extraño con conejos. Así, la película atraviesa cuestiones sentimentales, dramas sociales, acción, suspenso, y ciencia-ficción vernácula, todo con un matiz de cine de autor manejado con imágenes y secuencias alegóricas, tramas y subtramas, y esa necesidad de decir más de lo que aparenta. Plagada de escenas de impacto metafórico la fotografía haya imágenes pictóricas, de ensueño; junto a otros tramos más convencionales, y algunos apuntes animados en estilo animé. No es sencillo entrar en el mundo de Mujer Conejo, pero si el espectador se compenetra, la potencia de lo visto puede ser subyugante. Hay una necesidad en determinados cineastas de realizar películas para dejar una marca propia, hacer una suerte de cine de autor buscando algo inigualable y propio. Mujer conejo puede emparentarse con cierto cine de Wong Kar Wai, algo de Peter Greenaway, y cierto cine oriental de acción posmoderno; pero lo que se presume desde el primer momento es el intento de un cine propio, un estilo original que cruza varios géneros para hablar de varios temas profundos en el marco de lo que pareciese un simple film policial. Por momentos abrumadora, subyugante, compleja, y ciertamente única, "Mujer Conejo" vuelve también sobre ciertos puntos comunes en su filmografía, aquel de los submundos marginales, el de la gente desclasada, esta vez quizás hablando de sus propios orígenes, lo que se oculta detrás del colorido Barrio Chino. ¿Cuál será la verdadera Verónica Chen? Quizás sea todas juntas, la de los dramas pequeños y la de las complejas formas de la ciencia-ficción, una directora que sigue buceando dentro del séptimo arte, y esto, más allá de la optimización o no de los resultados finales siempre es positivo.
Barrio Chino sin Polanski pero con conejos villanos Una aclaración: los conejos de malos hábitos alimenticios que hay en esta película ya daban vueltas por el mundo mucho antes que los conejos de la superproducción "El Llanero Solitario", o Sanitario, como decía Susanita. Si alguien los copió, no lo sabremos. Y si ambas películas están copiando de la realidad, mejor que no lo sepamos. Como tampoco es agradable ver en la vida cotidiana lo que acá pasa en la pantalla con algunos personajes del Bajo Belgrano y aledaños. Por ahí, en pleno Barrio Chino, anda una joven de rostro chino, facciones chinas, ascendencia china, pero que no habla chino. Empleada municipal, se mete a hacer ciertas verificaciones donde no le conviene. Ahí es donde aparecen la mafia china, la mala yunta que medra en oficinas públicas, y los conejos que atienden nuevas ofertas gastronómicas. Todo lo cual encierra un intríngulis algo confuso donde también cae el novio médico (cara de no-chino) de la joven de ascendencia china. Para mayor enredo,el film entremezcla romance, drama policial, ciencia ficción berreta, gore a gusto, atisbos de denuncia político-social y dibujitos animados. El conjunto es entretenido, variado, de técnica cuidada y argumento medio descuidado, con intérpretes de nivel desparejo y, eso sí, con gran entusiasmo por la narración lúdica. Autora, Verónica Chen, más suelta y fantasiosa que en "Vagón fumador" y "Agua" (la del nadador de la competencia Santa Fe-Coronda). Protagonista, Haien Qiu, por la cual darían ganas de aprender mandarín, cantonés, dirección de actrices, en fin, lo que sea necesario. Pudo ser mejor, a veces resulta más rara que buena.
Un ejercicio discutible Un tono incierto y alguna que otra laguna narrativa son signos que determinan el hecho de dudar sobre si tomarse en serio o no este ejercicio genérico de Verónica Chen. La historia se centra en una joven funcionaria municipal de rasgos orientales que se sumerge poco a poco en la entraña de un grupo mafioso vinculado a la mutación de conejos. Parece al principio, más allá de la fachada genérica, insertar una mirada social sobre la explotación laboral que luego pierde en función de mantener la tensión. Esta pérdida implica, además, recuperar una mitología urbana que ve a los chinos como gente que molesta, que obtiene permisos de cualquier tipo y nos alimentan con porquerías (de ahí a representarlos como conejos amenazantes hay un paso finito y peligroso). La película funciona por momentos pero incluye animación con un propósito, por lo menos discutible. Se anticipan dosis de esta técnica un poco arbitrariamente hasta la secuencia final; allí se devela el verdadero fin de su inclusión: no jugarse por filmar escenas crudas sin perder de vista el verosímil que proponía el film. A pesar de la factura técnica destacada (que no es sinónimo de estar bien aprovechada) y la importante producción, los resultados de Mujer conejo son desparejos.
La amenaza roja Una década atrás, un delirante líder carapintada en su habitual discurso hiperbólico postulaba una invasión comunista. "Se vienen los chinos", decía. Los chinos son una figura de la Otredad radical. Tienen un sistema de escritura imposible y hablan un lenguaje sonoramente irreproducible. Si no fuera por el Taichí y el Kung Fu, podrían venir de otro planeta, una forma de vida lejana en la que el capitalismo ya no necesita de la democracia para su sostenimiento. En ese registro paranoico aunque diluido en un relato desconcertante en clave fantástica se articula Mujer conejo, la tercera película de ficción de la singular cineasta Verónica Chen, nacida en Argentina, de padre chino y madre argentina. Ana, la heroína, es un poco como Chen: sus rasgos son chinos y la cultura china no le es indiferente, aunque como Chen no habla ni mandarín ni cantonés. Ana sale con un médico argentino, una relación en revisión, aunque vive sola con su gato (una de las grandes secuencias cómicas del filme involucra a los tres). Por su trabajo como inspectora municipal le toca trabajar en un barrio chino (real) de la ciudad de Buenos Aires. Pronto descubrirá que algunos miembros económicamente poderosos de la comunidad están en connivencia con algunos empleados municipales. Hay mucho dinero en juego, se enuncia en cierto pasaje, y queda todavía más claro cuando una mujer le informa a Ana que le salió 40 mil dólares conseguir un pasaporte para llegar a Argentina y ahora debe trabajar a destajo para pagar esa deuda. La conclusión es un diagnóstico que excede a la ficción: corrupción, trabajo clandestino, mafias. Pero eso no es todo: los chinos de Mujer conejo vienen criando conejos y éstos han mutado genéticamente. Ahora comen carne, incluida la de su propia especie. ¿Una metáfora de los chinos? Tal vez. Los primeros 30 minutos de Mujer conejo son fascinantes. ¿Dónde estamos? Buenos Aires parece desplazada por una ciudad china globalizada. Chen, como siempre, arriesga: ¿A quién se le ocurriría incluir en un filme argentino secuencias de animé? Y la directora arriesga también ideológicamente: algún distraído podrá decir que se trata de un filme xenófobo, pero retratar la xenofobia no es lo mismo que alentarla. Decía Serge Daney, a propósito de un cineasta sospechado de racismo: "El conocimiento del azúcar no es necesariamente dulce". Si la película no es contundente se debe a cierto apuro narrativo en la última media hora y a cierta incapacidad para aprovechar algunas ideas que el filme propone. Aun así, Mujer conejo, probablemente nuestra película maldita del año, es una anomalía en el panorama del cine argentino reciente. De esas películas vive el cine.
En la ciudad de Babel Con una historia de marcado sesgo cosmopolita y una decidida marca personal en la factura, Verónica Chen ambienta el inicio de su relato en una zona del barrio chino porteño, aprovechando las infinitas posibilidades estéticas y laberínticas de un lugar tan exótico como cercano, enclavado en la gran urbe que se parece a todas las megalópolis del mundo. A partir de allí, propone un explosivo cóctel de thriller, elementos fantásticos y algunas intromisiones morbosamente sangrientas propias del cine gore, con efectos visuales y secuencias de animé. En este marco, la película desliza una despiadada mirada política sobre la alteración ambiental, la corrupción política y la discriminación, entre otras subtemáticas que surgen como cajas chinas. La protagonista de “Mujer conejo” es la joven, hermosa y desconocida actriz Haien Qiu, quien más allá de su herencia genética no habla chino. Este personaje, que tiene un novio argentino (Luciano Cáceres), del cual al inicio de la historia acaba de separarse, trabaja en el área de habilitaciones del gobierno porteño. En una de las inspecciones de rutina, descubre una construcción ilegal, que ya ha causado un accidente con una víctima herida de gravedad, a quien le cayó en la cabeza mampostería de la obra no habilitada, pero la denuncia se ha frenado y el denunciante no aparece. Ésta es la punta del ovillo por donde empieza a transitarse un tenebroso circuito instalado en un desalmado corazón urbano que se ramifica y proyecta hacia las afueras rurales del país. En la superficie Incluso con sus desniveles narrativos y actorales que le impiden ser un producto del todo convincente, este film original y desprejuiciado está siempre sostenido en un asombroso acabado visual y sonoro. La pregunta es por qué su arrasador despliegue de creatividad y delirio no le permite trascender sus irregularidades que lo llevan desde un punto de partida tenso y estimulante hacia un desarrollo argumental necesitado de mayor contundencia y no la sensación de deslizarse apenas sobre la superficie. La diversidad de temas dando vueltas obliga a que el argumento parezca algo forzado y de pronto la narración deje de ser fluida para volverse extraña, confusa y un tanto pretenciosa: la seriedad y la intención reflexiva del relato no se ponen de acuerdo con el tono de juego y permanente sátira. Aunque en parte se busca compensar cierta impasibilidad protagónica, introduciendo una humanísima escena de sexo que a diferencia de “Aguas” (largometraje anterior de Chen) es mucho más explícita y bien filmada, pero que no alcanza a sustituir la falta de empatía y desnaturalización. Cine de riesgo Tantas ideas originales y una trama sustanciosa no se corresponden con el resultado de una narrativa demasiado distante. Las presentaciones de los conflictos que incluyen rutinas inhumanas y delictivas se presentan desde una mirada contemplativa que si bien inquieta, no alcanza para conmocionar con el peso específico de su gravedad, dando paso a una sensación de liviandad. Y aunque la película se encarrila por registros fantásticos no es justificable tampoco el abandono de la verosimilitud para ciertos acontecimientos ni comportamientos que definen, o que precisamente no acaban de definir a la errante heroína. Muchas veces pareciera que el juego formal y la ironía fuesen más importantes que el tenor gravísimo de las denuncias y la profundidad de los caracteres. Así, la violencia impiadosa convive con un tono satírico, incluyendo su desenlace apresuradamente rematado. El film promete en su planteo, pero confunde y se pierde en los cambios de tono del relato. Una película extraña, irregular, inquietante y sugestiva que circula entre la genialidad y el desbarrancamiento.
Por un cine mutante Mujer conejo es una película muy fuera de lo común; o sea que probablemente se trate de una causa perdida. En realidad, todas las películas de Verónica Chen se las arreglan para escabullirse de una u otra manera de lo ordinario. Pero eso se dice fácil: mucho más importante es poner en palabras el extraño atractivo que emana de ellas. Una película bella, siempre, tiene que ser, por fuerza, una película que nos hable en otro idioma, algo que nunca acabemos de entender del todo, puesto que con una comprensión cabal y definitiva se termina no solo el placer sino la posibilidad de lo nuevo, ese impulso que nos lleva, como detectives, a buscar el detalle, la oscilación repentina, ese estremecimiento que aguarda su momento, como una revelación. Chen tiene cuatro películas en su haber. Son todas distintas, películas ciertamente bellas, raras, que parecen hablar en otros idiomas, que se esconden y nos miran, a veces desde un lugar conmovedor: nos miran, no como si pidieran permiso, o exigieran palabras de legitimación, sino como si el orgullo las habilitara a afrontar, con una firmeza absoluta, una especie de dictamen o de sentencia que ya se ha expedido sobre ellas, acaso demasiado temprano. El público ve poco y nada el cine de Chen; ella lo debe saber mejor que nadie. Sus películas no tienen que esperar nada porque no reclaman nada. Son botellas tiradas al mar, un poco desesperanzadas: criaturas perdidas de antemano cuya fuerza se expide como un lamento, una especie de idioma extranjero, obstinado desde el vamos en vibrar primero y luego perderse, tal vez replegarse sobre sí. Mujer conejo es una película que tiene belleza, está sola y balbucea. La historia de base es mínima, es un bosquejo de relato, que luego parece ramificarse y extraviarse con un goce extraño, de una libertad insultante. Una mujer que trabaja para el Gobierno de la Ciudad se niega a firmar un papel que autoriza la habilitación de una lavandería en el Barrio Chino. La chica es argentina aunque descendiente de chinos y solo habla castellano; su firma es indispensable para que la habilitación se realice, pero ella considera que no están dadas las condiciones de seguridad mínimas (una pantalla de televisión informa sobre un accidente en el que un inmigrante boliviano queda gravemente herido cuando se le cae encima un pedazo de mampostería del local de marras). La funcionaria se enfrenta con el viejo chino que pretende tener su negocio trabajando en regla y también con sus superiores, que hacen la vista gorda. El viejo le dice a la chica, “qué lástima que no sabés el idioma”. Evidentemente hay un negociado pero no se sabe del todo cuál es. Para complicar las cosas, en una escena muy incómoda y lograda, el empleado de un restaurante chino, amigo de la chica, es apaleado fuera de campo. Chen empieza con un thriller de tinte social y deriva de a poco hacia una dirección desconocida, de la ciudad al campo, del realismo al cine fantástico, de la legibilidad a la perdición. Los conejos con ojos rojos encendidos que al costado de la ruta miran pasar a la protagonista no son solo parte del título sino que representan la dimensión fantástica de la película, que parece avanzar atravesando géneros y cruzándolos entre sí con una voracidad implacable. Los conejos han mutado, como muta la película, que amenaza con saltar sobre el espectador. La directora hace chocar los primeros planos con los planos generales, las imágenes reales con las imágenes de animación, hace chocar los idiomas, los géneros, el tono de las actuaciones. No hay rasgos psicológicos discernibles en la película de Chen. Solo un deseo, o un impulso, de origen secreto: hacer las cosas obstinadamente, arriesgarse a perderlo todo: el trabajo, el prestigio, la capacidad de distinguir lo real de lo irreal. Incluso la vida. ¿A causa de un imperativo de orden moral? En este caso, la actuación del personaje de la mujer coincide con el buen proceder de cualquier funcionario honesto que se precie, pero puede ser solo una coincidencia de ocasión. La cantante que se prostituye en Vagón fumador, o el nadador que hace trampa en Agua, que se juega todo por un motivo que puede aparecer como inexplicable, tienen también, como sello distintivo, el signo de un impulso que trastoca las cosas, hace rodar los dados y cierra los ojos, quizá para encontrar el consuelo de una verdad interior cuyo carácter resulta al menos inasible. No sabemos con qué se encuentra Chen cuando cierra los ojos, pero ha hecho una película que se balancea en el vacío, que se juega todo, tira los dados y en ningún momento espera verse recompensada por ello. Mujer conejo puede por momentos lucir como algo sin terminar: sus imágenes parecen esquirlas de un relato, un modo de representar el mundo en el que nade se sabe de antemano y solo queda marchar a tientas, juntando fragmentos, con la esperanza de que eso llamado cine, ese mensaje en la botella, encuentre su destinatario. La película nos recuerda que eso que late en la pantalla acaso no esté allí para acompañarnos, ni para darnos consejos, ni está para palmearnos amablemente el hombro sino, quizá, para hacernos estremecer. Mujer conejo puede incluso –esta vez como un bien supremo que no siempre es capaz de usar a su favor– resultar incomprensible. Lo que jamás se le podrá reprochar a Chen es que se engañe respecto de la naturaleza de la relación que su película establece con el espectador. No debe ser casualidad que a los seguidores del cine de Chen nos pase lo mismo: desde el primer fotograma supimos que con ella el trato era a todo a nada, y que a sus películas, como sucede con las cosas que no abundan, había que abrazarlas o perderlas.
Una historia que combina la imagen real con la animación, toca varios temas entre ellos la mafia, corrupción, explotación e inmigración. La historia gira en torno a la vida de una joven de origen chino, nacida en Argentina y de nombre Ana (Haien Qiu), quien no habla ni entiende el idioma chino, por esto no es bien vista por sus pares, trabaja como inspectora de la municipalidad de Buenos Aires, en su recorrido por el barrio chino va descubriendo hechos de corrupción, locales que no están en condiciones de ser habilitados para ejercer el comercio, el maltrato y la esclavitud de los empleados y varias irregularidades. Frente a esta situación ella se niega habilitar un hotel y una tintorería, ambas pertenecen al mismo dueño chino, a raíz de esto sufre el violento ataque de un poderoso grupo de mafiosos, poniendo su vida en juego y también la de su pareja Alonso (Luciano Cáceres). Ana se encuentra muy comprometida porque tiene en su poder un video que revela todo lo que está sucediendo en esos negocios y que están haciendo con unos conejos. Cada día que pasa todo se pone más complejo y difícil, su pareja sufre un terrible accidente, Ana se obligada a huir al campo, tomándose una licencia en su trabajo, pero lo que ella desconoce es que los conejos no son comunes, se han convertido en plaga y se están apoderando de todo. El relato va mezclando varios géneros: el thriller, gore, terror, drama romántico y elementos del cine fantásticos, tiene acción y misterio, situaciones en las que se toca el tema relacionado con la genética. Los conejos no resultan animalitos simpáticos, tiernos, indefensos y dulces. La directora dentro de la narración va mezclando los personajes reales con la animación, dibujos que van explicando gran parte de su desarrollo, es algo diferente, corre también con otros riesgos mezclar tantos temas, que resulta complicado poder desarrollarlos, se va inclinando al cine clase B, mas bizarro. Lo que comienza bien siendo una buena idea, termina desbarrancándose. También la directora se atreve a elegir personas que no son actores, en el caso de Haien Qiu, ya ha trabajado en otras películas aunque le falta un poco para ser protagonista, los únicos más profesionales son: Luciano Cáceres, Daniel Valenzuela, Gloria Carrá, Nicolás Mateo y Héctor Díaz, pero no logran destacarse, les falto más diálogo.
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Verónica Chen es una de las realizadoras argentinas más dotadas de las últimas generaciones. Con Mujer conejo decide dejar volar la imaginación formal para contar una historia que parte de lo cotidiano y plomizo para llegar a niveles de delirio que nunca caen en la parodia o la mirada con sorna. Una mujer descubre que la mafia china maneja a la policía, se encuentra con conejos genéticamente modificados y decide convertirse en algo así como una superheroína. Los géneros populares (el policial, la animación, la ciencia ficción, la fantasía) se mezclan como pinceles diferentes que permiten que cada espacio del film tenga la textura que le corresponde. El resultado, incluso si es desparejo, resulta notable y generoso: se basa en otorgarle al espectador el derecho al goce y a reinventar a partir de lo que mira. Incluso en sus desprolijidades, un film arriesgado que intenta -y logra- ir más allá de la corrección imperante.
Publicada en la edición digital #257 de la revista.