FANTASMAS REALES La autora que refuta la teoría de autor Miniatura de 72 minutos, Petite maman lo confirma: Céline Sciamma es una de las grandes cineastas contemporáneas. Me explico. No es “grande” en el sentido de que haga películas grandes, películas-fenómeno, como pueden ser las de Tarantino. Ni que haga películas sublimes, como las de Apichatpong. Ni que tenga un estilo inconfundible, como Wes Anderson. Ni siquiera es “grande” porque en los festivales todo el mundo se agarre de los pelos para ver sus películas, como puede ocurrir con las de Hong Sangsoo. O por ninguna otra clase de desmesura. Todo lo contrario. Sus películas tienden a ser “a tierra”, concretas, palpables, materiales, y no se venden a sí mismas. No es una cineasta de estilo visible sino de zurcido invisible. Sin embargo, nada más lejos de ella que la impersonalidad: todas sus películas son fuertes, afirmadas, poderosas, hipersensibles, deseosas de narrar. Pero Sciamma se propone construir mundos más grandes que las películas. Su cine barre por su sola existencia con el narcisismo del cineasta contemporáneo-posmoderno, que siempre querrá hacernos creer que el estilo importa más que el mundo que se narra. Lo más notable de su cine es hasta qué punto sus películas no se parecen entre sí, y sin embargo son todas consumadas. Todas tienen claro qué decir y cómo decirlo: no se trata de que esté buscando un estilo. Lo tiene y es de lo más firme: Sciamma ha decidido que su estilo consiste en no tener estilo. No tener un estilo, quiero decir. No uno solo, sino el que mejor convenga al tema que trate. Al ambiente, a los personajes. Su obra es una refutación viviente de la “teoría de autor”, tal como fue elaborada por los críticos de Cahiers du cinéma en los años 50: el suyo no es un mundo reconocible, que se realimente de película en película. No pone la cámara de tal o cual manera, no compone sus planos de un modo determinado, la forma de sus films es mercurial. ¿Es una “autora de films”? (Qué significativo que el término “autora” nos suene raro al escribirlo). Si uno se atiene a la ortodoxia “autorista” no lo sería, porque no tiene un modo determinado de poner en escena. ¿Pero a quién le importa atenerse a la ortodoxia “autorista”, o a cualquier otra ortodoxia, que siempre van a ser formas de apresar lo real y meterlo en una caja? Lo que importa en su caso es lo contrario: su flexibilidad estilística y temática, su porosidad a las historias que narra, la audacia con la que aborda lo desconocido, película a película. Su apertura sensible a cada asunto que se plantea, la enorme generosidad de “limitarse” a “acompañarlo”, poniendo el estilo a su servicio. Y su consecuente capacidad de sorpresa, claro: ninguna de sus películas se parece a la anterior, ante cada película suya no sabemos a qué atenernos. No podemos abordarla de otro modo que no sea como quien arriba a un planeta desconocido y debe aprender a apreciarlo, a sopesarlo, a comprenderlo. A amarlo, qué joder. Obra en fuga El dúo femenino es una de las escasas constantes que muestra hasta ahora esa línea de fuga que es la obra de Sciamma. Parte de su obra, al menos. En los dos casos previos (Water Lillies: Naissance des pieuvres 2007; Retrato de una mujer en llamas, 2019) se trataba de un dúo erótico. En Petite maman, película de lo más sencilla en términos estilísticos, la relación es mucho más compleja y podría arriesgarse que incluye ese elemento. Pero sólo como uno más en un juego especular que, como en el caso de espejos enfrentados, tiende al infinito. Expliquémonos. Nelly (Joséphine Sanz, derechito al Cesar a Actriz Revelación 2021) tiene 8 años y acaba de perder a la abuela. Pérdida que a su madre le pega fuerte, tal como manifiesta el notable plano fijo de su espalda en la secuencia inicial (alguien postuló que en las películas de Hitchcock las nucas transparentaban el sentimiento de los personajes; cambiemos las nucas por espaldas). “Vos siempre te despedís”, le dice la mamá a Nelly, que acaba de decirles au revoir a varias pacientes del sanatorio en el que la abuela estuvo internada. Mamá, Nelly y papá (demostrando su valentía e independencia de criterio, Sciamma recupera y valoriza a esta figura ausente o demonizada en el cine contemporáneo) van a la casa semivacía de la abuela, para terminar de vaciarla. Mamá está muy golpeada y no lo soporta, a la mañana siguiente se va sin avisarle a la hija. Nelly se entera a través del padre, con quien pasará el par de días que lleva terminar de levantar las cosas. Antes de que la madre partiera Nelly le preguntó por la casa de madera que de pequeña construyó en el bosque. De expedición en el bosque, Nelly encuentra la casa (que en realidad son unos troncos en V; la idea de “casa” es más de Nelly que de lo real). Al mismo tiempo encuentra también a una niña llamada Marion, que tiene su misma edad, es casi idéntica a ella (otro Cesar para Gabrielle Sanz, hermana melliza de Joséphine) y vive con su madre en una casa, ahora sí, melliza de la de la abuela de Nelly. Es en ese momento que la película se abre en todos los sentidos y los hace proliferar. Se vuelve ambigua. Pone en duda el realismo. Pero con el cuidado, la inteligencia o la delicadeza de no socavarlo del todo. ¿Por qué Marion es un doble casi literal de Nelly? ¿Existe “en realidad” o se trata de una construcción de la protagonista? En caso de ser así, ¿Nelly se proyecta en ella o lo que materializa es el deseo de tener una hermana, una compañera de juegos? Marion está por irse, tal como hizo la madre de Nelly. Va a operarse, como aquélla debió hacerlo hace unos años. ¿Acaso Nelly viajó al pasado, hasta el momento en que su madre tenía su edad, y Marion es su madre (Sciamma se cuida de no darle nombre a ésta)? Si Marion es una fantasía, ¿por qué el padre de Nelly la ve y la reconoce como a una niña? Au revoir La respuesta parece tan sencilla como la puesta. No se trata de una u otra cosa, sino de todas ellas. Exista o no, se trate de una serie de casualidades o de una construcción imaginaria, Marion viene a “rellenar” todo aquello a lo que Nelly le dijo au revoir, por cortesía (ambas niñas son tan serias y cuidadosas del prójimo como seres adultos) u obligación. La hermana que le falta, la compañera de juegos (ambas pueden parecer adultas, pero son capaces de hacer tanto quilombo como sólo pueden hacerlo niñas de 8 años), la mamá que se fue. La figura del padre, en cambio, permanece clara y definida, no ofrece ambigüedades. Esa es su fortaleza, y también su pobreza. Él cuida de la hija, suple la ausencia de la madre, le da de comer, no deja de asumir su rol. Pero es hombre y de allí sus limitaciones. “¿Por qué nunca hablás de vos?”, le pregunta Nelly. “Sí hablo de mí”. “No, no hablás de lo que te pasa”, retruca ella, percibiendo con drástica lucidez sus puntos flacos. Es un reproche casi de pareja. Otra zona que se abre a toda interpretación posible, a todos los interrogantes: ¿Nelly ve en su padre a una pareja? ¿Deja de ser por eso su padre? ¿Compite con la madre y por eso la hizo desaparecer? Se trate de fantasmas o de realidades, o de ambas instancias superponiéndose, Nelly está creciendo y para hacerlo debe verse en otros, asumir o probar distintos roles (los juegos con Marion: aquél en el que se viste de hombre y ella es la novia, el otro en el que como médica y paciente hablan de la muerte). Cuando Marie parte junto a su madre, tal como lo hizo la mamá de Nelly, ésta puede empezar a asumir la separación, el desprendimiento, el embrión de una futura independencia. ¿Es Petite maman un film psicologista? En lo más mínimo. Es fáctico, realista y fantasmático. No pretende interpretar nada, explicar nada en función de mecanismos psicológicos o “traumas” infantiles. Presenta personajes de carne y hueso, hechos concretos, relaciones que no tienen nada que no sea corriente y cotidiano. Salvo la psiquis, claro, que de tan compleja es inasible. Queda fuera de campo, se abre a toda interpretación. Pero nunca a una sola interpretación, sino a todas las posibles.
Luego del éxito en Cannes de Retrato de una mujer en llamas Céline Sciamma decidió, contra todo pronóstico, no realizar una película aún más grande que aquella sino, por el contrario, se decantó por una mucho más pequeña, aunque sólo sea en cuanto a la producción. Pero esa austeridad no fue tal en lo referente al guion. Aquí todo es sutil, todo se dice en susurros y lo ideológico está tan presente como en su obra pretérita, aunque no se grite a los cuatro vientos. Una niña sufre por la muerte de su abuela y la huida madre, a la que le cuesta lidiar con la pérdida. Al vaciar su casa, los recuerdos comienzan a aflorar y no sólo en el plano de lo mental y emocional; estos terminan materializándose. Al conocer a otra misteriosa niña en un bosque, el filme comienza a encontrar su cauce. El bosque, lugar mitológico por excelencia, será el puente cortazariano, el lugar de pasaje de un universo a otro, como en Twin Peaks, es verdad, pero también como en Corazón de cristal, de Werner Herzog. Ese sitio ocupará un lugar central en la historia, geográfico y simbólico. Tanto para el protagonista de la película de Herzog como para la niña protagonista de este filme, el bosque es el lugar donde se buscan las respuestas que no parecen estar en el orden mundano. Sólo el tránsito hacia lo sobrenatural o mítico puede responder los interrogantes más profundos del ser humano. Lo mágico aflora al mismo tiempo que lo lúdico. En ello puede verse la influencia del cine de la Nouvelle Vague y de otras películas francesas posteriores de aquellos directores como Cuatro aventuras de Reinette y Mirabelle, de Rohmer o Céline y Julie van en barco, de Rivette, en particular cuando las protagonistas actúan una telenovela. El diseño sonoro completa el sentido del filme. La problemática y las distintas capas de lecturas están condensadas en los detalles, en los elementos más sutiles de la trama. El sonido ambiente está prácticamente ausente durante gran parte del metraje, sin embargo, en oposición, están en primer plano todos los pequeños sonidos inherentes a las acciones de los personajes: la fricción de la ropa, el arrastre de una silla, el cierre de una puerta, la vajilla cuando se sirve la comida. Teniendo en cuenta que el ámbito bucólico donde se desarrolla la historia, es llamativo no escuchar en abundancia los ruidos de la naturaleza, pero eso corresponde a una decisión concienzuda y atinada. Lo importante es lo sutil, no lo evidente. El riguroso cuidado de los encuadres, por momento almodovarianos, definen una ficción en donde la pequeñez de la producción no es de ninguna manera austeridad estética, bien por el contrario. Como si la directora hubiera decidido achicarse en pos de controlar todos los elementos visuales y sonoros. El tema del filme es, sin duda, la maternidad y el deseo de procrear. Aunque lejos de las grandes declamaciones que apenas rozan la superficie, Sciamma consigue una profundidad tan sorprendente como lúcida que nos invita a la reflexión al mismo tiempo que disfrutamos de un hermoso relato.
Petite Maman, de Celine Sciamma (Competencia Internacional) Luego de la impresionante "Retrato de una mujer en llamas", Celine Sciamma vuelve a los primeros planos para demostrar que aquella película no sería una excepción en su carrera cinematográfica. Si bien "Petite Maman", en comparación, presenta una trama algo más sencilla desde su potencia y construcción, la capacidad de retratar emociones y de acercarse a la construcción de vínculos emocionales, permanece intacta en esta nueva obra. Sciamma ha ido logrando rasgos identitarios en su cine, que lo hacen tan personal como identificable. • En "Petite Maman" viajaremos al universo de Nelly, una niña de 8 años que acaba de perder a su abuela y debe viajar a su casa para ordenarla y vaciarla. Esta aventura, junto a su madre y padre, aparece cargada de todos esos aspectos tan dolorosos como el de tener que afrontar una pérdida repentina. Pero en esa escena solitaria y boscosa, irrumpirá una misteriosa niña con la que irá construyendo de a poco una amistad muy particular. Un poco del cine de Miyazaki aparece en esta historia de Sciamma, sin lugar a dudas. Otro poco también nos agita en la memoria esa gigantezca película de Carla Simón titulada "Estiu (Verano) 1993)". Distintas miradas respecto al duelo infantil y a la construcción del vínculo materno-filial que se vuelven tan sensibles como imprescindibles. Si bien los flashes siempre irán apuntando a la directora, es importante reconocer el trabajo de las dos niñas (las gemelas Josephine y Gabrielle Sanz) que sobrellevan el peso de la película sobre sus hombros y lo realizan de manera fenomenal. • A punto de dormirse y tras varios cuestionamientos, su madre le pregunta a Nelly, "Por qué me haces ahora todas estas preguntas?". "Porque es el único momento en el que estas" le responde la niña. Un intercambio que va directo al pecho, pero que sintetiza una obra que no escatima a la hora de tener que retratar realidades, tan complejas como difíciles de asumir.
éline Sciamma ha demostrado con «Retrato de una mujer en llamas» su sensible mirada sobre el mundo femenino. En esta oportunidad y tras su paso por los festivales de la guionista y directora de cine francesa nos presenta un precioso relato sobre la relación entre una madre y su hija. Tras la muerte de su madre y mientras vacían la casa donde ella vivía, Marion, la madre de Nelly, se marcha de forma repentina. La niña queda al cuidado de su padre pero carga con la angustia de no saber qué motivó que esa partida. Una tarde, conoce a otra niña de su misma edad que se llama Marion, igual que su mamá. Céline Sciamma retrata con realismo mágico y una dosis de emotividad y simpleza que se abrazan lo que le sucede a Nelly tras el encuentro con esta nueva amiga. Con un guión sencillo que profundiza en la mirada de los niños sobre los sentimientos más profundos de amor e incondicionalidad, Sciamma invita al espectador a través de la voz y mirada de Nelly a reflexionar sobre las relaciones entre padres e hijos, la capacidad de perdonar, cometer errores, y los pequeños momentos que marcan la mirada del niño. El trabajo de la pequeña Gabrielle Sanz es hipnótico y los elementos técnicos de fotografía y música acompañan el relato. Sciamma cautiva al espectador en «Petite Maman» y lo sumerge en un viaje emotivo e íntimo del cual el espectador sale modificado.
Céline Sciamma cuenta a la infancia como territorio de lo posible en Petite Maman, que a partir de lo fantástico aborda la historia de una niña de 8 años que transita la muerte de su abuela y la inesperada ausencia de su madre. Con una larga carrera como guionista, Sciamma logró notoriedad con Retrato de una mujer en llamas, su siguiente proyecto fue Petite Maman, una película pequeña, con pocas locaciones y elenco reducido, genuinamente emocional y dispuesta a indagar la infancia como un territorio en donde la imaginación y los fantástico son herramientas naturales para sortear las dificultades. Y de lo que se trata para la pequeña Nelly es de la muerte de su querida abuela, de quien no pudo despedirse y lo que sigue, que es vaciar la casa de su nana enclavada en el bosque junto a su padre -un poco ausente, un poco desentendido de la situación- y su madre Marion, triste por la pérdida y por tener que volver a la casa en donde fue feliz en su niñez. La protagonista entonces juega en el encantador bosque cercano y allí conoce a otra nena, de su misma edad, que se llama Marion como su madre y que vive en una casa que es una réplica de la de su abuela fallecida. Con un guion complejo que introduce el extrañamiento, hace posible lo imposible y con inteligencia se desarrolla de manera natural en la pantalla, el relato incluye casi como una excusa un misterio, que se revela rápidamente, para espiar la niñez y su manera de ver el mundo, recursos definitivamente olvidados por casi todos los adultos. Si la célebre frase de Rainer Maria Rilke decía que “la verdadera patria del hombre es la infancia”, desde el cine, el lugar de lo posible por excelencia, Céline Sciamma actualiza la máxima del poeta austríaco, para dar cuenta de un territorio añorado al que pueden asomarse solo los que tengan la sensibilidad necesaria. PETITE MAMAN Petite Maman. Francia, 2021. Guion, dirección: Céline Sciamma. Intérpretes: Joséphine Sanz, Gabrielle Sanz, Nina Meurisse, Stéphane Variupenne, Margot Abascal. Duración: 72 minutos.
Una emotiva fábula sobre el duelo de Céline Sciamma La directora de “Retrato de una mujer en llamas” narra el duelo desde el punto de vista de una niña de 8 años tras el fallecimiento de su abuela. El cine es tiempo y espacio según los teóricos del séptimo arte. Petite Maman (2021) toma ambos elementos para llevarlos a una dimensión fantástica en el vínculo entre una niña y su madre, luego de la muerte de un ser querido. Nelly (Joséphine Sanz) tiene 8 años cuando su abuela materna muere. Viaja junto a sus padres al hogar donde ella vivía. Allí creció su madre (Nina Meurisse) cuando tenía su edad, en una casona junto al bosque que deben vaciar para vender. Pero la locación tiene un misterio que incluye algo más que recuerdos. La niña se convierte en la pequeña madre del título para acompañar a su progenitora en el dolor y, de alguna manera, “crecer de golpe” para transitar su propio duelo. Jugando en el bosque se encuentra con su madre a su misma edad y traza con ella una fuerte amistad que la ayuda a comprenderla emocionalmente. Una lúdica manera que encuentra la película para mostrar la conexión de la pequeña con su madre. Petite maman es una fábula fantástica que apela con sencillez a los recursos cinematográficos a su disposición, con poesía y cierto misticismo. Un cruce de temporalidades y pequeños gestos para aprovechar la ensoñación que produce el dispositivo cinematográfico -la luz, la construcción del espacio y el tiempo- pero desde las percepciones a flor de piel de la niña por el duelo. Una dimensión alegre y fantasmagórica que hace posible la aparición y desaparición de personajes, el cambio de tiempos y transformación de los espacios. El guion de la misma directora cierra el círculo con detalles precisos que engrandecen el relato. Una película extraordinaria en el sentido disruptivo, con la realidad que se mezcla con la magia y transforma la manera de ver las cosas en su joven protagonista. Un modo de atravesar el dolor pero también, de procesar el misterio de la vida a través del misterio del cine.
Este jueves 16 de Diciembre llega a los cines argentinos la aclamada película francesa “Petite Maman”, escrita y dirigida por Céline Sciamma, guionista de larga trayectoria que en este último tiempo ganó notoriedad por su filme “Retrato de una mujer en llamas''. La película tuvo su estreno mundial en marzo de 2021 en el 71 Festival Internacional de Cine de Berlín, y su paso por varios festivales de cine le ha concedido una notable distinción por sus nominaciones y premios.“Petite Maman” es una fábula emotiva que retrata con mucha poesía la extrañeza, la sensibilidad y la pureza de la visión infantil del momento doloroso de atravesar por la pérdida de un ser querido. La historia comienza en el momento en que la pequeña Nelly de 8 años y su madre se van del hospital donde ha muerto su querida abuela, de quien no pudo despedirse. Mientras ayuda a sus padres a vaciar la casa en la que su madre creció, Nelly explora con curiosidad el bosque que la rodea, donde su mamá solía jugar de pequeña. Es allí donde conoce a Marion, una niña de su edad llamativamente parecida a ella, que está construyendo una casita del árbol tal cual como la que construyó la madre de Nelly en su propia infancia. Protagonizada por las hermanas Joséphine y Gabrielle Sanz, Stéphane Varupenne, Nina Meurisse y Margo Abascal, la película relata de una forma tan natural y cotidianamente cálida la construcción de una fuerte amistad a partir del acto simple de jugar en el bosque y la complejidad de aprender a lidiar con la tristeza de la pérdida y del abandono. La difícil realidad de afrontar el misterio de la vida se entremezcla con la magia y la fantasía que se introducen en la historia y que transforman la vida de la joven protagonista al encontrarse con la niñez de su propia madre. Céline Sciamma logra contar de una forma minimalista y sencilla un relato sensible y delicado de dos niñas que se ayudan a comprenderse emocionalmente. Por medio de sus detalles precisos, la historia envolvente de “Petite Maman” se convierte en un tierno ensueño y en un cálido abrazo en el que se desea permanecer allí por un largo rato.
Pudoroso virtuosismo La mirada infantil marca la lógica de un relato en el que la realidad se llena de dobleces que ayudarán a la protagonista, una niña, a aceptar la idea de una pérdida irreparable. Después de meditarlo un rato, una señora mayor pronuncia una sola palabra, con seguridad. Alejandría. El ángulo apenas se modifica para tomar una mano pequeñita anotando la palabra en la grilla de un crucigrama. La que escribe es una nena y cuando termina mira a la señora a los ojos y se despide antes de salir del cuarto hacia un pasillo. La nena entra en una, dos habitaciones más donde hay otras dos viejitas, de ambas se despide. Adiós… adiós… dice y vuelve a salir al pasillo justo cuando un hombre saca una mesa de la siguiente habitación. No es una coincidencia: basta con esa sincronía para entender que no hay una próxima viejita de la cual despedirse. En su lugar, una mujer joven vacía los estantes y acomoda su contenido dentro de cajas. “Mamá, ¿puedo quedarme con su bastón?”, pregunta la nena y la mujer le dice que sí. Recién ahí la cámara interrumpe su deriva, hasta ahora imperceptible, para permitir que la mujer joven entre al plano de espaldas y se siente sobre un taburete frente a la ventana, mientras un travelling se aleja de ella y aparece el título de la película. Petite Maman (Pequeña mamá) es el cuarto trabajo de Céline Sciamma y ese virtuosismo exhibido casi con pudor, que consigue expresar en solo dos planos (uno de ellos un plano secuencia de un minuto cuarenta segundos), es su rasgo más distintivo. Con esa misma y expresiva sencillez, la cineasta francesa atraviesa un vasto territorio emocional sin temor a recurrir a inesperados elementos fantásticos, ideales para contar la historia de un duelo desde la perspectiva de una nena de ocho años. Ella es Nelly y la que acaba de morir es su abuela materna. Aunque es evidente que se trataba de una mujer mayor, su muerte ocurrió de forma inesperada, dejando a su hija Marion y sobre todo a Nelly, su nieta, sin la posibilidad de despedirse como hubieran deseado. El regreso por última vez a la casa materna para desocuparla las pondrá a ambas frente al pasado. Para Marion representará un salto sobre el abismo de la memoria. Para Nelly, en cambio, abrirá un mundo por descubrir: el de la infancia de su propia mamá. Pero Nelly es más que la protagonista de Petite Maman: es también el vehículo que Sciamma utiliza para establecer el tono de la película. Será su mirada infantil la que marcará la lógica de un relato en el que la realidad se llenará de dobleces que la ayudarán a aceptar la idea de una pérdida irreparable. A través de detalles, la directora convertirá la casa de la abuela muerta en un nodo en el que las capas de tiempo irán convergiendo. Un rectángulo del empapelado original, que aparece intacto al correr una alacena, se convertirá en el primer portal que se abrirá hacia el pasado. Una puerta que, como todas las de la casa, será para Nelly objeto de curiosidad, pero que al mismo tiempo hará que para Marion el proceso se vuelva insoportable. Tanto que se verá obligada a abandonar la tarea, dejando a Nelly sola con su padre. Situación que, dadas las circunstancias, la pequeña no podrá evitar vivir también como una pérdida propia. Algunos de los objetos que la niña irá encontrando en la casa se convertirán en modestos talismanes. A través de ellos entrará en contacto con un plano que le permitirá vincularse con su mamá en pie de igualdad. Es aquí donde la fantasía se vuelve una instancia sanadora, que Nelly aprovecha con lúcida inocencia y que la cineasta francesa alimenta con una precisión tan simple como poética. Con materiales como la ternura, la gracia y el asombro, la directora teje una estructura sólida y engañosamente simple, cuya mayor virtud es su capacidad para establecer una conexión emotiva muy fuerte con el espectador. Por esa vía, Sciamma le da forma a un relato sin fisuras, en el que el cine también funciona como un talismán efímero pero capaz de transmitir una felicidad tan duradera, que es muy difícil salir de la sala sin sentir la necesidad imperiosa de contagiársela a todo el mundo. En este caso, no hay barbijo que lo impida.
Desde que se estrenó en el Festival de Cannes 2019, Retrato de una mujer en llamas / Portrait de la jeune fille en feu fue saludada casi unánimemente como una obra maestra. A mi me gustó (la califqué por entonces con 7 puntos), pero me parece una película demasiado calculada y hasta académica. Petite maman dura poco más de una hora (casi la mitad que su predecesora) y estoy cada vez más convencido de que la verdadera obra maestra es esta. Rodada en medio de la pandemia con dos niñas como protagonistas (y tres adultos en papeles secundarios) en una casona rodeada por un bosque como locación principal, Petite maman arranca en un geriátrico: Nelly (Joséphine Sanz) es una niña de 9 años que no ha podido despedirse como hubiera querido de su amada abuela, que acaba de morir. Sus padres (Stéphane Varupenne y Nina Meurisse) la llevan a la que fuera la casona de la recién fallecida para vaciar estantes y bibliotecas en un proceso inevitablemente doloroso. La mamá no soporta el trance, abandona el lugar y deja que su marido termine la tarea. Hasta aquí un film realista más sobre los diversos mecanismos a los que personas de distintas edades apelan para emprender un duelo. Sin embargo, para el resto de los escasos pero profundos y fascinantes 72 minutos de Petite maman la directora de Tomboy y Bande de filles nos tiene reservada una sorpresa. Sin abandonar el naturalismo de las situaciones y las actuaciones, comienza aquí una extraña veta fantástica que no conviene anticipar en su resolución. Lo cierto es que Nelly se hará de una nueva amiga de su misma edad, Marion (Gabrielle Sanz), que está a punto de ser operada, y eso dará pie a varios descubrimientos y revelaciones que las pequeñas asumen con la inocencia propia de la edad (y también con una madurez un tanto ilógica que luego encuentra su justificación). Sin ostentaciones ni excesos, con una hermosa fotografía a cargo de Claire Mathon (la misma colaboradora de Retrato..., premiada hace días con el galardón ADF en Mar del Plata), que nunca se regodea en la belleza del entorno, vemos cómo las chicas arman una casa en el bosque, cocinan panqueques, interpretan una obra que ellas misma escribieron, soplan las velitas para celebrar un cumpleaños. La dulzura en medio de la tristeza, el (re)encuentro en medio de un viaje en el tiempo muy especial. La película hace recordar por momentos a la también notable Yuki & Nina, de Nobuhiro Suwa e Hippolyte Girardot; y a otras dos joyas como Mi vecino Totoro y El viaje de Chihiro, ambas de Hayao Miyazaki, pero Sciamma logra un universo tan femenino, íntimo y distintivo que convierten a esta pequeña (en duración) película en una fábula sobre el tiempo y los afectos para todas las edades, con unas dimensiones y alcances insospechados.
Texto publicado en edición imprresa.
Alguien que muere es una habitación vacía. Un espacio de representación del ausente, una anomalía cuando una niña recorre las habitaciones de un geriátrico, ocupadas por señoras mayores que la saludan, hasta llegar a la que pertenecía a su abuela, que ya no está. Es la secuencia introductoria de Petite Maman, la película de Celine Sciamma (Retrato de una mujer en llamas) que por fin se estrena en salas de cine: donde debe verse. Una secuencia que, como todo en este film breve, austero en su forma, ambicioso en su contenido, es puro cine. Pura imagen, sin apenas palabras. Entre esa niña y su madre, que se ha quedado sin mamá. Un viaje en auto hacia una casa de campo, en un bosque, abrirá nuevos espacios, otras habitaciones que se han quedado sin la presencia de su dueña. Ahora es Nelly, que tiene 9 años, la que observa esos pasillos y duerme bajo esos techos, que también son un poco suyos. Observa y juega, y toma leche con cereales, y sale a pasear por el bosque, luego de que la madre se vaya sin darle explicaciones, y la deje con el padre, acaso superada por el duelo. Los adultos y sus mundos. Así que Nelly juega sola, y luego con una amiga que resulta vecina, se llama Marion y tiene su misma edad. No conviene contar demasiado acerca de este cuento, con ánimo de fábula, o de cuento de hadas contemporáneo. Que tiene la sutileza suficiente como para no cargar ninguna de esas tintas sino, por el contrario, la habilidad para que el realismo vire hacia territorios del fantástico sin que nos demos cuenta. Estrenos de la semana: con la extraordinaria Petite Maman y Spider-Man: sin camino a casa, revancha para superhéroes Un camino de descubrimiento que el espectador transita con una notable fluidez, gracias a un film dominado por esas dos pequeñas protagonistas. Niñas siendo niñas, niñas entendiendo todo lo que pasa y haciéndonos acordar que, en la infancia, por suerte, eran tan reales los juegos en una casa armada con ramas como los silencios e insondables cambios de humor de nuestros mayores. Sciamma propone una travesía llena de belleza. La fotografía de Claire Mathon, que jamás cae en preciosismos. El uso de la música y, agradecidos, la falta de ella. Con puntos en común con otros films memorables, como Yuki&Nina, de Nobuhiro Suwa e Hippolyte Girardot, en el que dos amigas escapan a un bosque, y del divorcio de unos padres que las llevarían a países distintos, o como Verano 1993, sobre otra niña, Frida, en pleno duelo, y mundo adulto, y juego. Aunque Petite Maman es cine de guión y actores pareciéndose a las joyas animadas de Miyazaki, especialmente a Mi vecino Totoro. Estrenos de la semana: con la extraordinaria Petite Maman y Spider-Man: sin camino a casa, revancha para superhéroes Ciertamente, esta película hecha en pandemia parece muy pensada y “muy escrita”. Y acaso algo de esa planificación exhaustiva se termine transmitiendo, a pesar de la frescura de las niñas, en algunas líneas demasiado adultas y literarias. Pero esto no llega a atentar contra su magia, su capacidad de sorpresa, su poética del crecimiento visto como un cuento de las buenas noches. Si les gusta el cine, no se la pierdan.
La directora de «Tomboy» (2011) y la maravillosa «Retrato de una mujer en llamas» (2019), nos presenta su más reciente trabajo, el cual viene logrando una buena recepción en varios festivales, entre los que se destaca la obtención del Premio del Público en el prestigioso Festival de Berlín. «Petite Maman» es un plato cinematográfico fuerte. Un film que con una mirada nostálgica pero sincera y conmovedora nos habla sobre la vida, la mirada infantil respecto a la muerte y su manera de lidiar con ella, así como también el proceso de crecer y mirar adelante. El largometraje se centra en Nelly (Joséphine Sanz), una niña de 8 años que acaba de perder a su abuela, en lo que probablemente sea su primera experiencia cercana con la muerte de un ser querido. La pequeña parece afligida, pero a su vez guarda un grato recuerdo de su abuela. Un fin de semana acompaña a sus padres a vaciar la casa en la que su madre creció. Un día, atravesada por la tristeza, la madre se va y el padre de Nelly no tiene muchas respuestas para darle a la pequeña niña. La nena encontrará una peculiar amiga, muy parecida a ella y que se llama Marion, tal como su madre. Ambas explorarán el bosque que rodea al vecindario, donde su madre solía jugar de pequeña, y juntas se embarcarán en una hermosa y floreciente amistad, generando una conexión «mágica». «Petite Maman» fue filmada durante la pandemia y representa un más que logrado y emotivo drama con toques de cine fantástico, el cual busca reflejar de manera realista el punto de vista infantil sobre situaciones adversas. Todo esto haciéndolo más «realista» a través de los elementos fantásticos (a pesar de que suene contradictorio y a modo de emular el realismo mágico literario) que son normalizados por las niñas del relato. Una especie de coming of age temprano donde la protagonista comienza a comprender a su madre y su comportamiento a través de lo lúdico y la exploración tanto literal (la casa de la infancia) como de lo abstracto (los motivos de su conducta). Esta pequeña pero inspirada fábula sobre la infancia, el duelo y los lazos afectivos sorprende por su sinceridad y solvencia tanto técnica como narrativa y conmueve por el compromiso interpretativo de las jóvenes Joséphine Sanz y Gabrielle Sanz en esta dupla que protagoniza el relato. Céline Sciamma vuelve a sorprender con su sensibilidad para explorar la infancia, y también su pericia como directora donde esta vez logra seducir y emocionar al espectador velozmente en este relato de 72 minutos de duración. «Petit Maman» es un film «pequeño» si lo comparamos con «Retrato de una mujer en llamas» pero no por eso menos interesante. Una película sencilla pero cautivante.
La película comienza con la pequeña Nelly caminando por los pasillos de un geriátrico, despidiendo con un simple adiós a cada residente. En la siguiente escena, sentada en el asiento trasero del auto, pone comida en la boca de su madre que maneja. A través de un montaje minimalista, jugando con las elipses, la película alcanza rápidamente la emoción. Nelly llega a la casa de su abuela que acaba de morir y se queda sola con su padre guardando las pertenencias. Más tarde sale a jugar al bosque lindante y conoce a una niña de su edad muy parecida a ella que enseguida se convierte en su amiga. Su nombre es Marion, como la madre que acaba de irse. Entre juegos, risas, miedos y tristezas, un misterio permanece latente: lo fantástico es perfectamente concebible, legítimo y conmovedor. Petite maman es un cuento realista y encantado de una sencillez admirable que retrata las alegrías de la infancia pero también las primeras preguntas frente a la muerte y el destino. La película seduce con su libertad formal y narrativa generando situaciones enternecedoras, divertidas y extrañas. Las marcas temporales en la ropa, los objetos o en la forma de hablar se convierten en signos que conectan a las dos jóvenes protagonistas. Las palabras están cargadas de una vibración inestable que permite decir las cosas más terribles con el aplomo de los juegos infantiles. Los pequeños momentos aparentemente anecdóticos forjan una amistad que transciende las épocas: la escapada de las dos chicas a bordo de un barco, la carrera en el bosque o la noche de los panqueques. Los viajes en el tiempo invitan a la introspección hacia un pasado familiar. El juego despreocupado fluye hacia una tristeza profunda. El sentimiento de dolor y soledad desde el punto de vista de una niña es aún más conmovedor. Los ecos sutiles de cuestiones insondables sobre la infancia y la muerte transmiten sentimientos que van más allá del tiempo y la materialidad de los hechos.
El cine de Céline Sciamma es uno de los más lúcidos y arriesgados del cine francés actual y en cada una de sus películas pone en el centro a figuras femeninas que acompaña de una forma especial. Tanto por la temática, como por el tratamiento visual y la sensibilidad que pone en sus personajes, cada uno de sus filmes representa un desafío porque, además, si bien comparte una mirada y un interés en el rol de la mujer como eje de sus relatos, cada trabajo es bien diferente del anterior. En su quinta película, “PETITE MAMAN”, que fue vista en el reciente Festival Internacional de Cine de Mar del Plata dentro de la Competencia Oficial, la directora retoma la figura femenina en la línea de mujeres de la familia (madre / hija/nieta) a partir del desencadenante que se presenta a partir la muerte de la abuela y lo hace desde un punto del personaje de una niña de ocho años. Además de esta atenta a cada uno de los detalles de la puesta, Sciamma es además una excelente guionista que aprovecha el verdadero sentido del cine: sus imágenes reemplazan lo que en otras películas se pone en palabras y se explicita. Ya desde la primer escena en donde la pequeña Nelly se va despidiendo una a una de las abuelas de una residencia geriátrica hasta llegar a una iluminada habitación vacía en donde encuentra a su madre ordenando algunas pertenencias, entendemos perfectamente que juntas deberán iniciar ese camino complejo del duelo y de la ausencia: la abuela de Nelly, ya no está. Desmantelando la casa, Nelly se irá despidiendo de cada uno de los rincones de su abuela, al mismo tiempo que la profunda tristeza de su madre se evidencia por los silencios y ese encuentro con ciertos objetos de la infancia que proponen un recorrido por los recuerdos y por la nostalgia. Cada una se aproximará al doloroso territorio de la muerte de un ser querido, de la manera que cada una de ellas pueda, a veces enfrentando la realidad, a veces escapando. Cuando Nelly sale a recorrer los alrededores y va penetrando en el bosque que rodea la casa de su abuela, encontrará la casa de madera donde jugaba su madre. Ahí será cuando Sciamma duplique la apuesta y juegue, como la Alicia de Carroll, a que se atraviese el espejo. Nelly encuentra a una niña, Marion, cuyo rostro le es sumamente familiar y encontrará varios puntos en donde espejarse hasta que el pasado y el presente confluyan, en ese continuo que es la línea de tiempo que tantos científicos proponen inexistente. Rápidamente Sciamma borra el tiempo y el espacio como convencionalmente lo concebimos. Nelly y Marion entablan un relación profunda, un total entendimiento, una pequeña simbiosis que lo va explicando todo (acertadísima la elección de dos hermanas gemelas para los papeles) cuando cada una de ellas, se sumerge en la vida de la otra y el relato va creciendo en sensibilidad y poesía. Esos pequeños diálogos entre las niñas que parecen intrascendentes, en cada mirada, en los espacios y los lugares donde el tiempo se torna difuso, gracias a cada uno de esos detalles “PETITE MAMAN” va creciendo hasta llegar a ser una pequeña gran película. La delicadeza y la profundidad con la que Sciamma aborda un tema tan complejo y tan sensible, son realmente exquisitas. El diseño de arte está en cada uno de los detalles y la iluminación va generando diferentes climas para una historia que nos invita, finalmente, a bucear en nuestro propio niño interior y en el reencuentro con nuestros propios seres queridos.
“Petite maman” de Céline Sciamma. Crítica. Céline Sciamma lo hizo de nuevo. Francisco Mendes Moas Hace 4 semanas 0 26 Luego de su rotundo éxito con su anterior obra “Portrait de la jeune fille en feu”, la cual también formó parte del festival en ediciones anteriores, llega su nueva película “Petite maman”. Céline Sciamma inaugura la competencia internacional del 36º festival internacional de cine de Mar del Plata. Teniendo en claro que tipo de cine quiere realizar, presenta una obra casi minimalista donde retrata la compleja forma que tienen los infantes de mirar el mundo. La pequeña Nelly acaba de perder a su abuela. Junto a sus padres se mudan a la casa de la fallecida para limpiarla y llevarse las posesiones materiales. Una gran oportunidad para recrear todas las aventuras que la niña había escuchado de su madre. Pasear por el bosque, construir un fuerte, perderse en la naturaleza. Pero su madre se encuentra afrontando un fuerte duelo, lo cual la lleva a abandonar prematuramente la casa. Sola y con un padre ocupado Nelly explora los alrededores hasta encontrar otra niña, con aspecto similar a ella y el mismo nombre de su madre. Aquí es cuando deberíamos hablar del realismo mágico en que se tiñe la película y como los hechos fantásticos no perturban la cotidianeidad de la joven Nelly. ¿Pero podríamos encasillar la película de esta manera cuando es simplemente la manera que tiene Nelly de afrontar la vida? Ante los absorbentes ojos de la infante todo es mágico, una nueva casa es un castillo para explorar y el nuevo bosque no es más que un universo de aventuras. Su posición ante la vida, inocente, sin preconceptos, genera que no se sorprenda ante los maravillosos sucesos que vive. Sciamma tiene la capacidad, que solo tienen los grandes directores, de hacer que todo parezca sencillo. Narrar sin necesidad de espectaculares puesta de cámara o efectos. Una simpleza compleja, la naturalidad que poseen sus personajes al actuar, los escenarios que parecen haber sido habitados, el bosque, portal mágico a otra época. Invisibilizando miles de horas de trabajo, en cada plano Céline pareciera solo poner la cámara y decir acción, captando la vida misma. Una vez más Céline Sciamma nos sorprende con una gran obra, tendiente al minimalismo pero poseedora de gran corazón. Contradictoria la manera que usamos materia orgánica para algo que sólo simula la vida. Fiel a su estilo, sin llegar a repetirse, conmoviendo con una simpleza única de las grandes historias que están bien contadas. Sciamma simplemente nos obliga a poner su película como una gran candidata al premio mayor.
Reconfortante hasta la médula, un escapismo bien entendido para aquellos que todavía pueden disfrutar de películas dónde la gente habla, se escucha y de forma calmada intentan comprender sus dificultades.
La filmografía de la francesa Céline Sciamma se ha convertido en toda una inspiración para las nuevas generaciones de cineastas que buscan construir universos propios desde una sutileza y un impacto emocional que permita hackear viejos esquemas. Las mujeres y los niños, sujetos históricamente vulnerados, constituyen los protagonistas de sus relatos. Historias en donde la perspectiva de género, el poder de los gestos y las miradas, la necesidad de libertad y el deseo, se vuelven parte vital de la trama. El amor lésbico, tema presente en su ópera prima Lirios de Agua (2007), tomó un nuevo relieve tras el lanzamiento de su opus Retrato de una Mujer en Llamas (2019), drama de época ganador de múltiples premios en donde la directora juega con la puesta en escena, la luz natural y la soberbia fotografía pictórica de Claire Mathon, que hace de cada plano un cuadro. Fue con esta película preciosista que Sciamma se propuso romper con la relación asimétrica de poder entre el artista y la musa, otorgándole a esta última un papel activo en el proceso creativo, desterrando así los estereotipos y permitiendo pensar al arte como un todo colectivo. CRÍTICASPetite Maman (REVIEW) Crítica realizada durante el 36° Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, originalmente publicada el 20/11/2021 por Giuliana Bleeker publicada el 16/12/2021 La directora de la celebrada Retrato de una Mujer en Llamas vuelve a la gran pantalla con Petite Maman, una historia sencilla e intimista contada desde la óptica ensoñadora de la mirada infantil. Crítica, a continuación. La filmografía de la francesa Céline Sciamma se ha convertido en toda una inspiración para las nuevas generaciones de cineastas que buscan construir universos propios desde una sutileza y un impacto emocional que permita hackear viejos esquemas. Las mujeres y los niños, sujetos históricamente vulnerados, constituyen los protagonistas de sus relatos. Historias en donde la perspectiva de género, el poder de los gestos y las miradas, la necesidad de libertad y el deseo, se vuelven parte vital de la trama. El amor lésbico, tema presente en su ópera prima Lirios de Agua (2007), tomó un nuevo relieve tras el lanzamiento de su opus Retrato de una Mujer en Llamas (2019), drama de época ganador de múltiples premios en donde la directora juega con la puesta en escena, la luz natural y la soberbia fotografía pictórica de Claire Mathon, que hace de cada plano un cuadro. Fue con esta película preciosista que Sciamma se propuso romper con la relación asimétrica de poder entre el artista y la musa, otorgándole a esta última un papel activo en el proceso creativo, desterrando así los estereotipos y permitiendo pensar al arte como un todo colectivo. En esta oportunidad, Céline Sciamma regresa al mundo de la niñez como ya lo había hecho en su reconocida Tomboy (2011), film que aborda la construcción de la identidad, pero esta vez para narrar una tierna fábula que une lazos familiares entre tres generaciones de mujeres. Se trata de Petite Maman, una obra mucho más modesta que su antecesora pero fiel a su estilo simbólico e intimista. Juguemos en el bosque Nelly (Josephine Sanz) es una inteligente e imaginativa niña de ocho años que acaba de perder a su abuela materna. Atravesada por la tristeza de no haber podido despedirse de la manera que quería, acompaña a su mamá (Nina Mourisse) a la casa de su infancia con el fin de empacar sus polvorientas pertenencias y despedirse definitivamente de ella. Allí, entre viejos cuadernos de escuela y juguetes, la niña comienza a conectarse con aquellos detalles del pasado de su madre que siente que ella obvia contarle. CRÍTICASPetite Maman (REVIEW) Crítica realizada durante el 36° Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, originalmente publicada el 20/11/2021 por Giuliana Bleeker publicada el 16/12/2021 La directora de la celebrada Retrato de una Mujer en Llamas vuelve a la gran pantalla con Petite Maman, una historia sencilla e intimista contada desde la óptica ensoñadora de la mirada infantil. Crítica, a continuación. La filmografía de la francesa Céline Sciamma se ha convertido en toda una inspiración para las nuevas generaciones de cineastas que buscan construir universos propios desde una sutileza y un impacto emocional que permita hackear viejos esquemas. Las mujeres y los niños, sujetos históricamente vulnerados, constituyen los protagonistas de sus relatos. Historias en donde la perspectiva de género, el poder de los gestos y las miradas, la necesidad de libertad y el deseo, se vuelven parte vital de la trama. El amor lésbico, tema presente en su ópera prima Lirios de Agua (2007), tomó un nuevo relieve tras el lanzamiento de su opus Retrato de una Mujer en Llamas (2019), drama de época ganador de múltiples premios en donde la directora juega con la puesta en escena, la luz natural y la soberbia fotografía pictórica de Claire Mathon, que hace de cada plano un cuadro. Fue con esta película preciosista que Sciamma se propuso romper con la relación asimétrica de poder entre el artista y la musa, otorgándole a esta última un papel activo en el proceso creativo, desterrando así los estereotipos y permitiendo pensar al arte como un todo colectivo. En esta oportunidad, Céline Sciamma regresa al mundo de la niñez como ya lo había hecho en su reconocida Tomboy (2011), film que aborda la construcción de la identidad, pero esta vez para narrar una tierna fábula que une lazos familiares entre tres generaciones de mujeres. Se trata de Petite Maman, una obra mucho más modesta que su antecesora pero fiel a su estilo simbólico e intimista. Juguemos en el bosque Nelly (Josephine Sanz) es una inteligente e imaginativa niña de ocho años que acaba de perder a su abuela materna. Atravesada por la tristeza de no haber podido despedirse de la manera que quería, acompaña a su mamá (Nina Mourisse) a la casa de su infancia con el fin de empacar sus polvorientas pertenencias y despedirse definitivamente de ella. Allí, entre viejos cuadernos de escuela y juguetes, la niña comienza a conectarse con aquellos detalles del pasado de su madre que siente que ella obvia contarle. Cuando la mamá desaparece del hogar sin avisar, dejándola al cuidado de su progenitor (Stéphane Varupenne), Nelly conoce en el bosque lindero a una niña de su misma edad, Marion (Gabrielle Sanz), quien se aventura a construir su propia cabaña a base de ramas de árboles. Aunque Marion desconoce totalmente la naturaleza mágica de este encuentro, Nelly sabe que esa nena de rasgos tan parecidos a los suyos no es otra que su mamá. Como en un cuento para niños, la directora se propone introducirnos en este fantástico mundo repleto de paisajes idílicos, aventuras y secretos siempre desde el punto de vista de su pequeña protagonista. Un microcosmos que bebe tanto de la influencia del surrealismo como del realismo mágico, con sus entornos cotidianos y familiares en donde el elemento maravilloso, aquí el supuesto viaje en el tiempo, es ejecutado de la manera más simple y natural posible. Toda una master class para aquellos directores actuales que no pueden concebir el hecho de cuestionar la naturaleza de la realidad sin la incorporación de grandilocuentes efectos especiales. A partir de una atmósfera de ensueño bellamente lograda que recuerda a las películas de Studio Ghibli, en donde se destaca la fotografía en tonos otoñales y el uso de la luz que se filtra por las ventanas y a veces parece surgir de los propios rostros de los personajes, las niñas construyen una complicidad única entre juegos y confesiones. Una conexión tan especial que evidencia credulidad y cierto lirismo que traspasa la pantalla, en parte, gracias a la elección de las gemelas Sanz, quienes parecen divertirse mientras cocinan unos improbables panqueques como si no hubiese ninguna cámara a su alrededor. No hay duda que ellas representan el gran hallazgo de Petite Maman, a la que Sciamma le añade su simbología y sutileza visual. CRÍTICASPetite Maman (REVIEW) Crítica realizada durante el 36° Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, originalmente publicada el 20/11/2021 por Giuliana Bleeker publicada el 16/12/2021 La directora de la celebrada Retrato de una Mujer en Llamas vuelve a la gran pantalla con Petite Maman, una historia sencilla e intimista contada desde la óptica ensoñadora de la mirada infantil. Crítica, a continuación. La filmografía de la francesa Céline Sciamma se ha convertido en toda una inspiración para las nuevas generaciones de cineastas que buscan construir universos propios desde una sutileza y un impacto emocional que permita hackear viejos esquemas. Las mujeres y los niños, sujetos históricamente vulnerados, constituyen los protagonistas de sus relatos. Historias en donde la perspectiva de género, el poder de los gestos y las miradas, la necesidad de libertad y el deseo, se vuelven parte vital de la trama. El amor lésbico, tema presente en su ópera prima Lirios de Agua (2007), tomó un nuevo relieve tras el lanzamiento de su opus Retrato de una Mujer en Llamas (2019), drama de época ganador de múltiples premios en donde la directora juega con la puesta en escena, la luz natural y la soberbia fotografía pictórica de Claire Mathon, que hace de cada plano un cuadro. Fue con esta película preciosista que Sciamma se propuso romper con la relación asimétrica de poder entre el artista y la musa, otorgándole a esta última un papel activo en el proceso creativo, desterrando así los estereotipos y permitiendo pensar al arte como un todo colectivo. En esta oportunidad, Céline Sciamma regresa al mundo de la niñez como ya lo había hecho en su reconocida Tomboy (2011), film que aborda la construcción de la identidad, pero esta vez para narrar una tierna fábula que une lazos familiares entre tres generaciones de mujeres. Se trata de Petite Maman, una obra mucho más modesta que su antecesora pero fiel a su estilo simbólico e intimista. Juguemos en el bosque Nelly (Josephine Sanz) es una inteligente e imaginativa niña de ocho años que acaba de perder a su abuela materna. Atravesada por la tristeza de no haber podido despedirse de la manera que quería, acompaña a su mamá (Nina Mourisse) a la casa de su infancia con el fin de empacar sus polvorientas pertenencias y despedirse definitivamente de ella. Allí, entre viejos cuadernos de escuela y juguetes, la niña comienza a conectarse con aquellos detalles del pasado de su madre que siente que ella obvia contarle. Cuando la mamá desaparece del hogar sin avisar, dejándola al cuidado de su progenitor (Stéphane Varupenne), Nelly conoce en el bosque lindero a una niña de su misma edad, Marion (Gabrielle Sanz), quien se aventura a construir su propia cabaña a base de ramas de árboles. Aunque Marion desconoce totalmente la naturaleza mágica de este encuentro, Nelly sabe que esa nena de rasgos tan parecidos a los suyos no es otra que su mamá. Como en un cuento para niños, la directora se propone introducirnos en este fantástico mundo repleto de paisajes idílicos, aventuras y secretos siempre desde el punto de vista de su pequeña protagonista. Un microcosmos que bebe tanto de la influencia del surrealismo como del realismo mágico, con sus entornos cotidianos y familiares en donde el elemento maravilloso, aquí el supuesto viaje en el tiempo, es ejecutado de la manera más simple y natural posible. Toda una master class para aquellos directores actuales que no pueden concebir el hecho de cuestionar la naturaleza de la realidad sin la incorporación de grandilocuentes efectos especiales. A partir de una atmósfera de ensueño bellamente lograda que recuerda a las películas de Studio Ghibli, en donde se destaca la fotografía en tonos otoñales y el uso de la luz que se filtra por las ventanas y a veces parece surgir de los propios rostros de los personajes, las niñas construyen una complicidad única entre juegos y confesiones. Una conexión tan especial que evidencia credulidad y cierto lirismo que traspasa la pantalla, en parte, gracias a la elección de las gemelas Sanz, quienes parecen divertirse mientras cocinan unos improbables panqueques como si no hubiese ninguna cámara a su alrededor. No hay duda que ellas representan el gran hallazgo de Petite Maman, a la que Sciamma le añade su simbología y sutileza visual. La antigua casa familiar, ahora con sus habitaciones silenciosas y los muebles ocultos en sábanas blancas, simboliza a la perfección aquel vacío dejado tras la partida de la abuela y que luego se repite con el alejamiento repentino de una madre que aún no puede procesar el duelo, una situación no del todo comprensible para una niña de ocho años. Ese hueco, que será llenado luego con aquel fantasmal descubrimiento, permite a Nelly acercarse a su madre de la manera más pura posible: conociendo sus miedos, sus talentos y deseos ocultos. Es por medio de lo lúdico, de la igualdad de poder, que Nelly puede deducir cómo esa niña solitaria y creativa que juega a crear sus propias obras de teatro se convirtió en aquella mujer de ojos melancólicos. Petite Maman es un film que explora el tema de la irreversible pérdida y su aceptación, pero también el misterio de lo no dicho, la memoria y la importancia de la identidad. Una obra sencilla, sin muchas pretensiones, que consigue con sus apenas 72 minutos tocar la fibra emocional del espectador y transportarlo a un plano tan universal como acogedor.
La talentosa realizadora Céline Sciamma nos regala una película con un mundo infantil maravilloso, donde se habla de las pérdidas, del dolor pero también de la comprensión. La anécdota refiere a un joven matrimonio en viaje a una casa de campo. La mujer adulta de la familia, acaba de perder a su madre y deben vaciar la casa. La hija pequeña, del matrimonio, Nelly, también está muy triste, no pudo despedirse convenientemente de su abuela, pero “casi maternal” se preocupa del dolor de su madre, Marión. Cuando ella se va y queda sola con su padre, en el bosque se encuentra con una chica muy parecida a ella y entre las pequeñas, con lo que puede llamarse salto temporal, fantasía, juego de niñez, Nelly comprende que se encontró con su mama cuando era pequeña. Y las dos niñas juegan, entienden, se hacen cómplices, se cuentan secretos, y saben que ese especial cruce no se repetirá. Sciamma maneja a las hermanas gemelas protagonistas de su film con todo su encanto y nada de sentimentalismos, y cuenta desde el vamos con la complicidad del espectador para entrar en ese “secreto de niñas” con la simplicidad de las grandes decisiones. Con impecables rubros técnicos y mucha sabiduría ese mundo infantil se transforma en una visión llena de ternura y aprendizaje.
Música del futuro. Pequeña, preciosa y conmovedora, así es la nueva película de la francesa Céline Sciamma. Una especie de fábula, desde el punto de vista de una niña que debe experimentar el duelo de un ser querido. Una narración sencilla, no por eso menos mágica ni emotiva, sobre todo por la actuación de las hermanas Joséphine y Gabrielle Sanz. Nelly recorre los pasillos de un geriátrico saludando uno a uno a los residentes, hasta que llega a la habitación de su abuela. Está vacía. La madre coloca las pertenencias en una caja, y ambas se van. ¿El destino? La casa familiar donde vivía la abuela. Donde vivió su mamá de pequeña. El lugar, poco a poco, también se va vaciando mientras Nelly intenta procesar lo que sucede, percibiendo la tristeza en el aire. De un momento a otro, la madre decide irse por unos días. No está bien. En su soledad, la pequeña decide explorar el bosque; quizá buscar la cabaña con ramas de madera en la que refugiaba su madre. Es así que conoce a otra niña de la que se hace muy compinche. Juntas exploran lugares, sienten una gran conexión, hasta que de a poco irán develando un gran e inesperado secreto. Un secreto extraordinario que las ayudará a atravesar el incipiente dolor de la pérdida. En Petite Maman, Sciamma lo hace de nuevo. Logra describir y mostrar de una manera única la sensibilidad infantil. La empatía es inmediata, identificarnos con el punto de vista de Nelly resulta casi orgánico, de la misma manera que involucra un elemento fantástico. La película es un gran acto de amor, un amor en el que se encuentran las mujeres de tres generaciones; tanto en la presencia como en la ausencia. Sin ponerse solemne ni lacrimógena, por el contrario, la narración es estimulante y tiene momentos graciosos, se describe una situación dolorosa. Mágica, intuitiva, sensorial, la cinta es un viaje hipnótico que deconstruye de forma sutil la relación de una madre y su hija. Y que crea un vínculo indestructible entre dos personas que intentan llenar ese vacío inexplicable que deja la muerte.
Es normal, como mujer, que al menos en algún momento de la vida observemos a nuestra madre y nos preguntemos no sólo cómo era ella cuando tenía nuestra edad sino si hubiésemos podido ser amigas, porque con la diferencia de edad y los roles asignados puede que a veces no sea fácil comprenderse mutuamente. Sciamma parte de esa premisa pequeña y así es como mantiene su historia. Con poco y de manera simple, sin que por eso estemos ante una película menor, al contrario. Nelly es una niña a la que se le muere su abuela y acompaña a su madre a la casa de su infancia que pronto deberá ser vaciada. Pero esa madre, Nina, vive el duelo como puede y en un momento necesita irse y Nelly se queda con su padre, esperando. Saben que no es una huida definitiva, que es algo que la mujer necesita hacer o al menos lo único que puede hacer. Y en esos días de espera, Nelly sale a jugar al bosque y se encuentra con una niña de su edad y muy parecida a ella. Como en un cuento de hadas, sin apelar a situaciones lógicas y explicadas, Nelly se encuentra con recuerdos más contundentes de lo que esperaba de su madre y ambas pasan unos días como buenas amigas. Ese bosque se convierte en una especie de umbral que la traslada al mismo lugar pero a otro tiempo. La película de Sciamma se mueve por este tono de realismo mágico, donde la protagonista no intenta entender cómo es posible esto sino que aprovecha para conocer a su madre desde otra perspectiva para, al fin y al cabo, descubrir que son más parecidas de lo que creía. Todo fluye con naturalidad y delicadeza aun en ese terreno extraño y familiar al mismo tiempo, incluso con la presencia de fantasmas. Apostando por el minimalismo, pocos actores, pocas locaciones, breve duración (apenas supera la hora), Sciamma consigue plasmar una historia pequeña y tornarla mágica y conmovedora. Ayuda y mucho la interpretación de las dos niñas (Josephine y Gabrielle Sanz) que se conocen entre juegos y se mueven con toda la naturalidad que la película desprende. Además la película cuenta con una fotografía muy cuidada y a nivel técnico es muy prolija. Más allá de ser una película de historia simple y pequeña, Sciamma empieza a moverse por un terreno que es nuevo en su filmografía y tiene que ver con una especie de realismo mágico, al mismo tiempo que plantea cuestiones femeninas que ya han aparecido a lo largo de su impresionante filmografía. Acá aparece con fuerza no sólo el tema de la maternidad como algo que se sale del color rosa con el que suelen pintarla, sino también el rol que tiene la hija. Tierna y de esas que una siente que le hacen bien al alma, una historia sobre el encuentro entre generaciones de mujeres. Aunque empiece con una muerte no estamos ante una película triste, sino dulce aunque sí conmovedora, a la larga retrata una manera de lidiar el duelo desde la perspectiva de la niña y lo hace con la magia propia de un cuento de hadas. Sciamma sigue consolidándose como una talentosa y sensible realizadora a la que dan muchas ganas de seguir en todo lo que haga.
DE AMOR Y DOLOR Hay películas cuya duración se corresponde con el tiempo de una experiencia. Puede ser la de un sueño, una pesadilla, unos veinte azotes, un encuentro amoroso frustrado o exitoso, o incluso el de una visita a un museo. Céline Sciamma regala un pequeño diamante que dura lo que una caricia o un abrazo sin (sobre) excitación. Su declaración de intenciones está al comienzo, con imágenes que escriben y un plano secuencia que enlaza a tres mujeres y a tres generaciones a través de habitaciones que se transitan, pero que recorta fundamentalmente a la pequeña protagonista, uno de los triunfos fotogénicos en esta breve historia. Apenas unos trazos bastan para instalar la atmósfera de tristeza ante la pérdida de una abuela y el traslado de un matrimonio a una casa en medio del bosque. Pero en los detalles se juega la estética de Sciamma para dar cuenta de cómo las fugaces muestras de amor pueden lidiar con el dolor. Con solo ver cómo Nelly come sus snacks o rodea con los brazos a su madre mientras maneja, obtenemos un cuadro afectivo (no efectista ni reparador) y también realista, porque no transcurrirá demasiado tiempo para que Marion (la madre) necesite estar sola para hacer el duelo. Entonces, la pequeña Nelly y su padre se encargarán de la casa. Una exploración de la chiquita al bosque provocará el encuentro con otra niña (el otro hallazgo fotogénico) y no hace falta adelantar nada más sobre la trama. A partir de allí, entramos en el terreno de las sustituciones, de las duplicidades, de superficies especulares, del deseo cuya materialización (real o imaginaria) es otra manera de negociar con el sentimiento de pérdida. Y si lo fantástico surge como posibilidad, inserto en lo cotidiano, no hay irrupciones violentas ni invitaciones para elucubraciones netamente intelectuales, más bien un pedido de entrega para armar y desarmar cierta idea de maternidad desde un lugar de emociones contenidas, donde todos los tiempos son el tiempo, el presente absoluto, donde cada experiencia se vive como si fuera la última en el teatro de la vida y de los vínculos familiares. Pero también es una película sobre la infancia, etapa que Sciamma evoca con la felicidad de quien revive los misterios de aquellos seres que nos visitan durante las noches, los momentos de soledad donde asoman los juegos y los ritos mientras los adultos cargan con sus cosas, y esa posibilidad de habilitar mundos que muchos creen producto de la fantasía pero que siempre dicen algo. Porque detrás de esos espejos, hay voces, anhelos, demandas y mucha sabiduría.
Hermoso cuento de fantasía con el que la realizadora de Retrato de una mujer en llamas vuelve a los cines. Una niña transita el duelo por la pérdida de su madre y se encuentra con alguien con quien deambulará esos días tratando de recomponer su presente, pero también profundizando en algunas cuestiones sobre su reciente perdida.
Petite Mamam y la ternura de una cámara amiga La directora detrás de Portrait of a Lady on Fire regresa con una intimista e inolvidable película. Marion saluda uno por uno a los residentes del asilo en el que vivía su abuela. Sabe que ya no los va a volver a ver, pero esta vez quiere poder decir “adíos”. Despedir a una madre debe de ser de las cosas más difíciles a las que nos enfrentamos en nuestra vida y es justamente eso lo que le ocurre a la mamá de Marion, pero no lo dice, apenas si lo muestra. Petite Maman es una historia increíblemente tierna y bella acerca de las relaciones entre madres e hijas en dos generaciones. La sencillez que adopta de principio a fin para narrar una película fantástica hacen que la experiencia frente a la pantalla sea realmente inolvidable y deje esa sensación de calor en el pecho y sonrisa grabada, similar a esa que quedaba cuando probábamos la torta que mamá había hecho para la merienda. Marion (Gabrielle Sanz) y sus padres tienen que ir a la casa de su abuela para vaciarla, ya no va a volver. Pero si bien ella ayuda, lo que más hace es jugar en el inmenso bosque que hay atrás de la casa. Un día, su madre se va y se queda sola con su papá, pero mientras él ordena, clasifica y arma las cajas, ella explora este nuevo terreno. Es allí donde se encuentra con Nelly (Josephine Sanz), otra nena de su edad con la que parecen compartir mucho más que gustos en común. Cuando Nelly la invita a la casa, se da cuenta de que acaba de cruzar la puerta de la casa de su abuela, y que esa niña es en realidad su madre, antes de una cirugía que le cambió la vida. Petite Maman logra algo que no es fácil, que de hecho es difícil de encontrar en el mundo de la ficción: realmente darle la voz a un niño. Las formas en las que reaccionan, los diálogos, incluso los gestos, parece haberse adentrado a la perfección en la mente de alguien de 8 años y el resultado es una pieza cinematográfica que logra conmover hasta las lágrimas. Céline Sciamma, responsable de una de las mejores películas de los últimos años, “Retrato de una mujer en llamas”, vuelve a utilizar su tono intimista para contar una historia con pocos personajes, pero esta vez, de una manera completamente diferente. Cada paleta de colores, cada luz, cada destello que se ve en pantalla suman a la historia de estas dos niñas que entablan una entrañable amistad y así Marion logra entender qué es lo que le pasa a su madre ahora, por qué tuvo que irse, por qué la dejó. La magia del cine está, justamente, en encontrar nuevas historias que puedan sorprender a los espectadores, en conectar con ellos de una manera inesperada. En “Petite Maman”, todo esto se consigue y se presenta una de las cintas más bellas que hemos visto a lo largo del año. Se siente tan pequeña en el mejor de los sentidos, que dejamos la sala con la impresión de que hemos compartido un secreto, algo que nos pertenece y que es solo entre nosotros y la pantalla.
Mucha expectativa se generó en la previa de Pitete Maman. Céline Sciamma se encontraba en la lupa pública más que nunca por el éxito de Retrato de una mujer en llamas. Sin embargo no hay que temer, este nuevo film presentado en el Festival de Berlín de este año y, ahora, en Mar del Plata, cumple con todas las expectativas. Céline vuelve a triunfar tocando temas profundos de una manera simple con toques ficcionales. Y, por si fuera poco, Pitete Maman es de las películas más cálidas que habrás visto en mucho tiempo. Luego de que su abuela muera, Marion de 8 años, está con sus padres en la casa del bosque de la difunta para sacar todas las cosas. Su madre afectada por la situación abandona el lugar y queda sola con su padre. La niña quien también está atravesando su propio duelo busca distracción fuera del hogar. Allí, bajo un hermoso piso de hojas de otoño se consigue con Nelly, una niña de su misma edad que vive cerca del lugar. De inmediato ambas forman una amistad. Alianza que paradójicamente durará para toda la vida. “Tú no inventaste mi tristeza”, deja pasar un personaje. Sciamma se apoya en la visión del mundo de dos niñas pequeñas para hablar sobre la depresión y su relación con la infancia. El cálido y anaranjado otoño se convierte en un refugio para Marion y Nelly, empiecen a entender lo engorroso que puede ser el mundo. Con la cámara siempre buscando el primer plano en ambas, la audiencia logra ver las cosas desde sus miradas. Petite Maman puede llegar a considerarse pequeña en la filmografía de Sciamma, sin embargo, la directora entiende y redondea correctamente lo que quiere contar. Es difícil hablar mucho más de sin caer en el spoiler, que a pesar del nombre de nuestra página, no validamos. La película cuenta con giro ficcional que se puede entrever desde el principio, pero no es hasta que Marion habla para saber lo que está sucediendo. Extrañamente Petite Maman es probablemente la película más adorable de todo el 2021 pero sin caer en las categorías de páginas de cine de Good Feel Movies. Es más bien un relato intimo como el bosque, que nos recuerda aquel mundo visto por nuestro propios ojos a los 8 años. Una mirada clara hacia el amor puro entre una madre e hija.
Hay una niña que pierde a su abuela. No pudo decirle “adiós”. La niña, su madre y su padre, va a vaciar la casa. Pero la madre está demasiado triste y deja a la niña con el papá con la tarea de desarmar una vida. Un día, la niña sale a jugar a un bosque cercano y se encuentra con otra niña de su misma edad, se hacen amigas y, magia, resulta que la “amiga” es su propia mamá pero en el pasado. Con este dispositivo de cuento de hadas, Céline Sciamma logra una película notable por lidiar, de modo breve y muy preciso, con temas enormes y difíciles como el paso del tiempo y la muerte, las relaciones familiares, el abandono y la maternidad. Más maravilloso que el viaje temporal constante de las dos niñas, es que ninguna de estas cuestiones rebalse el relato. Sciamma se mantiene a distancia de los personajes. Que es de una gran belleza y emotiva sin caer nunca en el golpe bajo.
Al vaciar junto a sus padres la casa de la abuela que acaba de fallecer, una niña se hace amiga de una vecina en esta fábula con toques de realismo mágico sobre la pérdida de la inocencia. En una entrevista reciente, el director artístico de la Berlinale, Carlo Chatrian, comentó que la realizadora francesa de RETRATO DE UNA MUJER EN LLAMAS le había expresado su deseo de que su nuevo film, PETITE MAMAN, se exhibiera en el marco de Generation, la sección para niños del festival. Y su lógica tenía bastante sentido: se trata de un breve relato que sería perfecto en ese ámbito. Pero, claro, Sciamma es una cineasta de renombre mundial y está en el lógico interés de todos los participantes de este «mundillo» que la película tenga la visibilidad que otorga la competencia, más allá de la pandemia y la virtualidad. No es que PETITE MAMAN sea una mala película ni que su participación en la máxima sección sea un despropósito, pero convengamos que de no tener por detrás el nombre de la realizadora quizás la veríamos en la sección en la que ella quería estar. Filmada durante la pandemia –o, digamos, generada como idea a partir de las restricciones y complicaciones de armar rodajes multitudinarios–, este breve cuento se inicia cuando Nelly y su mamá Marion se van del hospital en el que estaba internada la abuela de la niña, que ha muerto. Marion está visiblemente acongojada y su muy compuesta hija –más «adulta» en comportamiento que los ocho años que tiene– la consuela con snacks, bebidas y abrazos mientras viajan en el auto. ¿Su destino? La casa de la abuela adonde las espera el padre de Nelly con el objetivo de vaciar la casa, en la que vivió Marion durante su infancia. En este caserón un tanto campestre, rodeado de árboles, la familia va poniendo en cajas todo y despidiéndose del lugar. Una mañana Nelly se despierta y su padre que le cuenta que su mamá se ha ido de regreso a su casa y que ellos se quedarán unos días más terminando de empacar todo. La niña sale a recorrer el campo y en medio del bosque se encuentra con otra chica de su misma edad (y muy parecida a ella, interpretada por su hermana en la vida real) que está construyendo una casita en el árbol, como la que construyó la madre de Nelly en su propia infancia. Se ponen a charlar, a jugar y un rato después Nelly está en la casa de su nueva amiga tomando la merienda. Curiosamente, la niña se llama Marion y su casa es muy parecida —idéntica, salvo por la decoración del interior— a la suya. Si no logran deducir qué es lo que sucede aquí no se los contaré, si bien es algo que se vuelve evidente a los 15-20 minutos de empezada la película y hasta lo deja claro el título. Lo cierto es que Nelly parece darse cuenta más o menos qué es lo que está pasando, pero Marion no tiene idea. Y de ahí en adelante se contará esta historia de amistad entre dos niñas «vecinas» y muy parecidas físicamente durante un breve lapso de tiempo. O, bueno, hasta que la magia desaparezca. O se transforme en otra cosa. Sciamma, que ya había tocado el tema de la infancia en TOMBOY, organiza su pequeña historia de una manera muy clásica, dando la impresión al espectador de estar asistiendo a algún tipo de fábula infantil con un componente fantástico (o de «realismo mágico», si prefieren) que da marco narrativo a los temas que van surgiendo, fundamentalmente los ligados a una relación de Nelly con sus padres (y de Marion con su madre) que se va revelando como un poco menos idealizada de lo que parece al principio. Gran parte de la película consiste en los juegos y andanzas de las dos niñas, que personifican roles (quieren ser actrices) y viven pequeñas aventuras por la zona, que incluye también un extraño lago. Aparecerán algunos personajes más en esta curiosa mezcla de espacios/tiempos, pero no muchos. El film está hecho de modo tal que raramente vemos más de dos o tres personas en escena. Y todo el elenco se reduce a media docena. La vida de Marion de a poco comienza a permitirle a Nelly entender más cosas respecto a su vida y algo similar pasará luego al revés en una película que funciona, para ambas niñas, como el clásico relato de «fin de la inocencia» y del paso un tanto súbito a tomar conciencia de las zonas un tanto más amargas que les esperan en sus respectivas vidas. Una operación complicada, una despedida demorada y el miedo a las pérdidas definitivas figuran como asuntos y temas que le dan fuerza al relato, aún en sus momentos un tanto más cotidianos. Quizás no sea un film que cause un impacto tan fuerte como el anterior de Sciamma, pero dentro de la búsqueda específica de la realizadora y en función de las condiciones limitadas de producción, PETITE MAMAN es un más que aceptable y muy sensible cuento para niños y niñas que empiezan a advertir que el mundo es más complicado e inmanejable de lo que uno supone (o suponía, antes de la pandemia) a esa tierna edad. Una fábula sobre la reconstrucción de la idea de familia, una en la que los niños pueden conectar mejor con sus padres y madres. Y ellos no olvidar que alguna vez también fueron niños.
Nos encontramos ante una pequeña gran joya, condensada en setenta minutos de duración. “Petite Maman” es una fábula sobre la pérdida, la comunicación entre vínculos y la infancia. Su autora se ha caracterizado, a lo largo de su carrera, por una notable habilidad en la creación de atmósferas y mundos femeninos. No es aquí la excepción, su sensibilidad trasciende la gran pantalla. El film nos interpela acerca de que implica ser madre, que atañe a ser hijo, desde un contexto específico, sujeto a experiencias concretas. Mezcla de géneros y en referencia cronológica no especificada, se irá tejiendo una trama hecha de secretos compartidos y amistades entabladas. Proveniente de una autora de pura cepa, una búsqueda estética formal pretende impactar en el espectador, deslindando la temática narrativa, en proyección hacia exploraciones más abstractas. Hipotética ensoñación y fantasía de universos posibles pergeñados por la imagen infantil, se colocará el punto de atención sobre una mirada extrañada, que procesa en igual medida pérdidas y éxodos, inmersa en un viaje nostálgico, capturado en evocadora fotografía. Llama poderosamente nuestra atención una serie de paisajes otoñales que traducen sensaciones, de forma tan elegante y delicada. La travesía no es solo física: Céline Sciamma nos lleva a sitios íntimos en el afán de reflexionar acerca de nuestra vida. Observamos, así de modo empático, una obra de vocación naturalista, no exenta del elemento fantástico que vertebra al relato en dos mitades. Alegoría, onírica y mitológica, “Petite Maman” aborda la construcción imaginaria de una niña, inspirándose en el realismo mágico, de fuerte anclaje en el cine galo. Una puesta en escena contrastante indaga en nuestra memoria; enternecedor, se trata de un ejercicio que no peca de ambición. La celebrada realizadora, premiada por “Retrato de una Mujer en Llamas”, hace más con menos y el resultado la favorece evidentemente. La aceptación del film fue unánime, convirtiéndose en ganadora del premio del público en el último festival de Berlín.
El espejo en el tiempo Con apenas 72 minutos, un metraje ya casi extinto en una época en la que casi todas las películas se pasan por mucho de la duración conveniente porque la mayoría de los cineastas homologan una extensión inflada con un desarrollo narrativo fornido o quizás algo valioso para decir, pretensiones que por cierto son contradichas sistemáticamente por los magros resultados en la praxis artística concreta, Petite Maman (2021), la flamante película de la directora y guionista Céline Sciamma, por suerte deja de lado sus ya aburridos latiguillos acerca del lesbianismo, esos que utilizó extensivamente -y hasta el cansancio, a decir verdad- en Water Lilies (Naissance des Pieuvres, 2007) y Retrato de una Mujer en Llamas (Portrait de la Jeune Fille en Feu, 2019), del mismo modo en que abandona aquel triste intento de cine social sintetizado en Girlhood (Bande de Filles, 2014), típica propuesta arty y cuasi exploitation no asumida por parte de una burguesita blanca tratando de entender a ninfas negras marginales/ de bajos recursos de una gran metrópoli, París en este caso. El quinto largometraje de Sciamma, quien asimismo firmó guiones para terceros como Adam Traynor, Cyprien Vial, André Téchiné, Claude Barras, Bettina Oberli y Jacques Audiard, recupera mucho de la sabiduría humanista que había demostrado en ocasión de Tomboy (2011), aquel interesante retrato de una nena transgénero que no se decidía entre su quid femenino, Laure, y el masculino, Mickaël, ahora recuperando el minimalismo enfocado en la infancia y sustituyendo los devaneos sexuales con el duelo por la muerte del ser querido. La historia es muy sencilla y gira en torno a Nelly (Joséphine Sanz), una mocosa de ocho años que debe enfrentarse a la desaparición terrenal de su abuela en un hogar para ancianos, evento que golpeó fuerte a la niña porque se llevaba muy bien con la veterana pero aún más a su madre (Nina Meurisse), la hija de la fallecida, una fémina de unos 31 años que suele encerrarse en episodios de melancolía que se agravan por el óbito. Nelly, su progenitora y su padre (Stéphane Varupenne), un sujeto bastante simpático que contrasta con la tristeza de su esposa, viajan a la casa de la abuela materna para vaciarla en lo que parece ser la idea de vender de inmediato el inmueble, lo que le trae recuerdos de su infancia a la madre y por ello se marcha de golpe del lugar sin demasiadas explicaciones. Solos la nena y el padre, el hombre se dedica a completar la misión cortoplacista y la chica juega en el bosque lindante a la residencia, donde encuentra a otra niña de ocho años casi idéntica a ella misma que está construyendo una choza precaria con ramas caídas, Marion (Gabrielle Sanz, hermana de Joséphine, ambas maravillosas), quien resulta ser su progenitora en los momentos previos a someterse a una cirugía para no terminar con la cojera de una abuela/ madre aún con vida (Margot Abascal). Las dos juegan a ser actrices, celebran el cumpleaños número nueve de Marion, terminan de construir la choza, reman en un bote inflable hasta una pirámide en un lago y en general comparten instantes durante un puñado de jornadas antes del regreso de la acepción adulta de la madre y la llegada de la hora de la cirugía, faena que resulta exitosa. Como decíamos previamente, Petite Maman esquiva la vuelta directa a la etapa primigenia de la trilogía de historias de aprendizaje o bildungsroman o coming of age de Sciamma, esa de Water Lilies, Tomboy y Girlhood, porque prefiere retomar la delicadeza de la segunda ya que efectivamente se centraba en los problemas de la infancia y no de la adolescencia más traumática de las otras dos películas, sin embargo los verdaderos “puntos de quiebre” con respecto al pasado artístico en su conjunto de la francesa son primero el inusitado ardid fantástico en materia del periplo en el tiempo protagonizado por Nelly cuando recorre determinado camino de la espesura verde, siempre pasando muy cerca de un árbol caído y arrancado de raíz por una aparente tormenta furiosa que como tantas otras cosas queda en pantalla en el campo retórico de lo no dicho, y segundo un tradicionalismo temático que parece homologarse a una especie de madurez por parte de una Sciamma que por un lado por fin afloja con el discurso progre hiper repetido de nuestra posmodernidad, léase el reduccionismo de colocar todo el tiempo en primer plano los dilemas de género e identidad sexual como si los problemas reales, la explotación y el sistema de clases capitalistas, no existiesen o fuesen en serio secundarios, mega delirio que sólo funciona en la mente de las feminazis que se centran en los fetiches ideológicos de las burguesas privilegiadas y dejan al resto de la población a la deriva como buenas egoístas, y por el otro lado se concentra en el dolor producido tanto por el deceso del ser amado como por el simple hecho de crecer. En este sentido, Sciamma cuenta con la inteligencia suficiente para deambular con cuidado y paciencia, como un equilibrista del trayecto hacia la adultez que no olvida las lecciones agridulces de la infancia, en la línea divisoria entre la comarca de la muerte de las ilusiones y del idealismo de la juventud, algo en Petite Maman representado por el hecho no del todo comprendido por Marion, debido a su corta edad, de enterarse por boca de Nelly de que su madre fallecerá cuando ella tenga 31 años, y el campo más afable de la supervivencia de los buenos recuerdos de antaño vía el cariño que uno conoce y experimenta por primera vez cuando niño, detalle interpretado por la trama en términos del vínculo sobrenatural -aunque posible en lo que atañe al espíritu o las abstracciones de la cultura y el afecto compartido- entre las dos mocosas, la niña/ hija y la “pequeña mamá” del título, suerte de asunción por parte de Nelly de que Marion, esa gigantona delante de ella que ante sus ojos parece una anciana, alguna vez fue una purreta que jugaba sola en el bosque porque su mundo y su felicidad se resumían en algo tan básico e importante como construir su versión de su hogar futuro. Desde ya que la realizadora explora este espejo en el tiempo como una hermandad implícita femenina entre generaciones distintas aunque llama la atención el rol crucial que le otorga al único varón del relato, el padre, personaje que quiebra el laconismo bressoniano habitual con unas cuantas sonrisas que parecen decir que los machos son unos pícaros poco adeptos a la dependencia emocional femenina aunque sin ellos todo sería muy aburrido…
Petite Maman se siente como una película de regreso a casa que, a pesar de ser explorada con niñas y pequeñas historias, aborda temas más elevados sobre el dolor y las complejidades de los vínculos madre-hija.
Petite maman, de Céline Sciamma Resulta complicado decir algo de una obra cuando el viento no está a favor. Y más cuando Céline Sciamma parece “ascender rápidamente al Olimpo feminista” (Sic. Timur Aliev), donde suele suceder que criticar un objeto parece criticar al colectivo mismo. Esto sucede en la política, en las cuestiones personales y por qué no también en el arte. En una época, no se podía decir que a uno no le gustaba la música de Serrat porque inmediatamente quedaba parado del lado políticamente opositor. Quisiera marcar algunas diferencias de los elogios del común de la crítica y ya de por sí el abundante material sobre el mismo. Cuestión difícil agregar algunas cosas que no haya visto escritas. Qué es el tiempo siempre fue un problema. Sobre el tema del tiempo también el arte pudo opinar: los trípticos medievales fueron una forma de resolver la relación entre pasado presente y futuro; el cubismo, otro tanto. Es quizás el cine, el arte que abordó con más eficacia sus diversas problemáticas, incluso sus paradojas, pero es también el cine en su forma reificada (Modelo institucional de representación) que reafirma la linealidad desde su propia enseñanza. El recurso del desdoblamiento del tiempo o de la introducción de un tiempo alternativo o mágico dentro de un tiempo profano, sin continuidad ni explicación. En literatura lo hizo James Joyce, lo soslayó el círculo Lovecraft, lo hizo también Cortázar en “Rayuela”, en cine Kubrick, y no hace mucho tiempo, Lynch, primero en Lost Highway y luego en Mulholland Drive; en un cine un tanto más industrial, fue Nolan el que explotó la idea llevándolo a mesa del hogar. El problema del tiempo fue pensado desde Platón hasta Hannah Arendt, pasando por Hegel, el Positivismo, Einstein o Prigogine entre otros muchos. Sin embargo, siempre queda una rendija, un cabo suelto por el que corre delante nuestro en todo momento. Volvemos una y otra vez a la idea de un tiempo circular, corremos en círculos, quizás por pereza o tal vez por angustia; el film de Sciamma que se estrena en Buenos Aires el 16 de diciembre, quizás sin darse cuenta, propone algo a lo que, aunque parece superado, volvemos una y otra vez , y es la idea de que se puede volver al pasado, cosa que en el fondo conlleva la tranquilizadora idea de redención, la esperanza de que se puede enmendar los equívocos, cosa que implica que más que vivir empujados hacia delante, vivimos enmendado algún error. El film, a mi juicio, se ahoga en cuanto cree que hay alguna solución buena a este problema. Por otro lado está el tema del duelo, un tema del que los ingleses lograron hacer un género en sí mismo: el del niño que espera el regreso del padre de la guerra, mientras tanto se sumerge en un mundo donde la realidad y la fantasía fluyen uno dentro del otro. Sin embargo, como bien lo señalan todos, el éxito del film de Sciamma no radica tanto en lo novedoso de su planteo sino en estar escrito con la sensibilidad de la época, (en eso me recuerda a Amelie, otro film epocal), Parece ser que hoy la concepción de lo femenino es algo que trasciende lo epocal, -la hija vuelve al pasado y juntas transitan la muerte de la abuela de una, y la madre de otra. Como si el duelo tuviese un rasgo común, algo que atraviesa las épocas y sólo la sensibilidad femenina lo puede capturar. L a relación entre el universo profano y el del mundo mágico, es también a la carte. Si se observa la última saga de Batman, se podrá ver cómo lo simbólico gira hacia un supuesto realismo naturalista, de la misma manera, más elegante de por cierto, es lo que sucede en el filme Ondine; encontrar el fundamento histórico en un cuento de hadas no es nuevo, lo que parece, y sólo digo parece, nuevo es la manera en que el cuento de hadas se convierte en un cuento profano. El film es un cuento de hadas, cuales historias mejor transitan la muerte que los cuentos de hadas. Cualquiera que conozca los trabajos de Yeats, Kipling o Graves, reconoce inmediatamente los elementos típicos de un cuento de hadas. Se sabe que el roble, que aparece en Câd Goddeu es un árbol que participó de la “guerra de los árboles”, que junto al espino y al fresno tienen la capacidad de convocar espectros, la niña juega con las bellotas en el bosque. También el muro y la relación de la casa y el bosque está descrita por Algernon Blackwood en “El hombre al que amaban los árboles” Incluso podríamos decir que, como Ulises, es un descenso al mundo de los muertos ¿qué es si no el pasado?. Sobre el final, la despedida se da en una última aventura, un viaje a una pirámide hueca en medio de un lago. Una pirámide en el centro de un lago, con un cielo pintado en su interior, representación de representación. No es el Walhalla, no está ni Shiva ni Krishna, ninguna diosa blanca, ni alguna otra forma pagana de índole femenina, sino de la mejor tradición platónica, con el agua a su alrededor, también de la tradición griega; es el agua del olvido, a traves de la cual pasa el alma . Sobre el final, hay varias referencias más que a algún tipo de culto pagano, a la metafísica, primero platónica y después cristiana. ¿En el templo new edge, en medio del lago se da la revelación divina por la cual la niña y su madre en este momento doppelgänguer aprenden los fundamentos de la sororidad, como verdad eterna e inmutable? Otra cosa que extraña, por lo menos para el que escribe, es que el film parece plantear la posibilidad de la reversibilidad, lo que admitiría como corolario el de enmendar todo tipo de errores, enmendar el mundo, volver al pasado y poder despedirse de sus deudos como uno quisiera. Parece que hoy en día volvemos a necesitar paliativos para nuestros dolores; el dolor de no habernos despedido como quisimos, cuando quisimos, como tampoco es posible tomar la decisión justa en el momento justo. En mi modesta opinión, es un lindo film, con buenas intenciones, la autora evidentemente tiene conocimientos en antropología y mitología; pero, arrancarnos sonrisas y llantos a fuerza de lo que obviamente nos emociona, y es lo que en todo tiempo y lugar se nos hizo difícil como humanidad: transitar el duelo, tema que es afortunadamente tanto incierto como infinito, porque sino estaríamos condenados a ser cosas. Leer tambien la nota Petite Maman: notable película francesa inicia la Competencia Internacional del Festival de Mar del Plata de Ezequiel Obregón.