La historia de una abuela que convive con su nieto, éste junto a un grupo de amigosha cometido una violación de una menor que culminó en un suicidio. Los padres del resto del grupo conocen la situación y deciden realizar un arreglo económico con la madre de la víctima. Ella, sin dinero tambien cuida de un mayor cuadripléjico e inicia un taller de escritura, básicamente de poesía. Su vida maltratada, con complicaciones de salud, obligaciones y sentido de culpa por la acción del menor, ocasiona que la mujer derive en una lucha por poder retrotraer lo acahecido y buscarle un nuevo sentido a su vida...
Sombría y correcta, Poetry del surcoreano Lee Chang-dong narra temas contundentes como la violación y el suicidio dentro de la adolescencia sin caer en habituales golpes bajos. Mija (gran interpretación de Yun Jeong-hie) es una anciana de más de sesenta años que debió criar sola a su nieto, del cual se entera que junto a cinco amigos violaron reiteradas veces a una compañera de la escuela, lo cual llevaría al suicidio del la pobre adolescente. La abuela, a pesar de un incipiente problema de Alzheimer y sus dificultades económicas, tendrá que intervenir para salvar el futuro de su nieto con una propuesta de soborno a la familia de la damnificada, que habían resuelto los demás padres y la institución escolar que quiere ocultar el hecho para evitar difamaciones.
Poesía Que una película del gran Lee Chang-dong se estrene no es algo para tomar a la ligera. Seguramente el estreno (si sucede) será limitado y no habrá demasiadas oportunidades de verla. Hay que aprovecharlo. Poesía para el Alma es la quinta película de Chang-dong. Desde su comienzo en 1997 con Green Fish hasta la actualidad solo interrumpió su labor cinematográfica en los años 2003 y 2004 para ejercer como Ministro de Cultura de su país. Durante ese recorrido fílmico logró desarrollar duras historias con una maestría y naturalidad abrumadoras. Ver que en Poesía para el Alma no ha perdido el pulso es algo reconfortante. En esta oportunidad la historia es la de una anciana con principios de Alzhéimer que se anota en un curso para aprender a escribir poesía. Extremos de una persona que va perdiendo palabras por circunstancias por encima de su control pero que busca otras nuevas para revelar este mundo. La señora, además de lidiar en secreto con su enfermedad, debe cuidar a su nieto (adolescente cuya madre esta ausente por comodidad). Este joven que deambula con sus amigos no tiene interés por nada ni nadie. Esto la incluye a ella que aun así, se desvive por él. El suicido de una joven, compañera de escuela de su nieto, tendrá vital importancia en el relato. Pero lo tendrá aún más el descubrimiento de un cruel acto delictivo vinculado a ese hecho. Ese será el inicio del desgarramiento como ser humano de la anciana. (La imagen de la adolescente flotando por el río es todo un gesto de Chang-dong. Ya en Peppermint Candy y Secret Sunshine es el agua donde se desahoga la angustia y la muerte toma lugar) No voy a contar demasiado acerca de cómo se desarrolla la historia, creo que hay que acercarse sabiendo que estamos en presencia de un narrador formidable, uno de los directores contemporáneos más importantes. Uno que a pesar de la realidad descarnada que muestra, tiene esperanza depositada en el alma humana. Sus relatos no buscan el golpe bajo ni el sentimentalismo. El mundo de Chang-dong sucede. Su puesta en escena y la naturalidad de sus personajes nos sumergen en circunstancias que quizás no sean sencillas de afrontar, pero que no por eso dejan de existir. No hay intención de juzgar de su parte, nosotros deberemos pensar esa realidad, queda de nuestra parte decidir que hacer al respecto. Poesía para el Alma se estreno el año pasado en el Festival de Mar del Plata y este año repitió en el Bafici. Es una verdadera alegría que el cine de autor (por fuera de contados directores europeos) vuelva a las pantallas argentinas, esperemos sea el puntapié inicial, aún hay mucho cine por descubrir.
Nunca es tarde... Poesía para el alma está a la altura de los anteriores films del coreano Lee Chang-dong, como Oasis o Peppermint Candy. Se trata de un melodrama narrado desde el punto de vista de una mujer que, después de los 60 años, decide que quiere escribir poesía. Algo excéntrica, la señora se encarga con dificultad de criar a su nieto, involucrado en un grave hecho de violencia. La protagonista enfrenta objeciones de conciencia, mientras la sociedad parece aceptar el hecho naturalmente. Aunque su salud está deteriorándose, ella despliega gran vitalidad, cuida de un anciano y trata de aportar a su vida otra sensibilidad. Es clave que, cuando empieza a olvidar las palabras, por un proceso de Alzheimer, ella quiera dedicarse a la poesía. El aspecto relacionado con la actividad literaria es quizás el menos logrado o el más ingenuo de este film complejo, que plantea temas como el lenguaje y la incomunicación, el dolor y la culpa, el deber y la reconciliación. Y las diferencias entre las conductas femenina y la masculina. El film habla de la transmutación personal, más allá de la edad las limitaciones, de cómo lo prosaico o lo banal pueden devenir poesía, y todo en manos de una mujer muy simple, que cerca de la vejez empieza a ver el mundo y la vida con una nueva mirada. Un personaje hermoso y muy emocionante, en la piel de la veterana actriz Yun Jung-hee, quien brinda una lección de actuación en un film de gran humanismo.
Expresión de lo inefable Poesía para el alma (Poetry, 2010) fue una de las más notables películas del festival de Cannes del año pasado en el que ganó, de forma merecida, el premio al mejor guión por un trabajo sin fisuras. A su vez, la última película de Lee Chang-dong (Sol secreto, 2007), viene a confirmar una inobjetable madurez como cineasta de su autor. El film se centra en el día a día de Mija (Yun Junghee), una anciana que vive con su nieto en una pequeña ciudad coreana y que, a pesar de su edad, mantiene viva la ilusión por el descubrimiento y la iniciación en la vida. Esta cualidad le lleva a asistir a cursos de poesía en la casa de la cultura de su barrio y a escribir su primer poema en busca de una belleza que cree que se le escapa. Sobre estos pilares narrativos, Lee Chang-dong despliega su talento en la escritura para bordar un guión lleno de matices, capaz de eludir constantemente la obviedad. Viendo la película y reflexionando sobre el texto, podemos hacernos una idea del enorme trabajo que hay en la confección de los personajes que pueblan una trama tan compleja y bien construida como perfectamente desarrollada. Mija, en una interpretación prodigiosa de Yun Junghee que le debió valer el premio ex a quo en Cannes junto a la Juliette Binoche de Copia certificada (Copie Conforme, 2010), decide apuntarse a clases de poesía para tratar de conocer lo realmente sustancial de la vida. Lo invisible a través de lo visible. Auténtico desiderátum del cine formulado en su día por Robert Bresson (El carterista, 1959). Pero, a diferencia de la gran mayoría de autores contemporáneos, esta extravagante heroína, se desespera cuando su mirada se queda en la superficie y trata de ir más allá. Un terrible y sórdido suceso la introducirá en una espiral de sentimientos difíciles de asimilar, inefables, que harán brotar de su alma las más complejas preguntas: ¿qué hacer cuando lo justo no es lo más cómodo?, ¿cómo sobrellevar el dolor?, ¿dónde está la felicidad en un mundo que, frente a una desidia y violencia salvajes, se queda sin palabras (expresado de forma ejemplar en el problema médico de la protagonista)? Podría parecer que el director ha encontrado en las clases de poesía una excusa barata para tratar todos estos asuntos, que impone una pueril visión sobre la sociedad contemporánea y su juventud, o que es otro más que trafica con la sobada idea de ‘la belleza del horror’. Nada de eso. La maestría de Lee Chang-dong es tal que consigue hacer de un material con el que otros muchos creadores se hubieran estrellado, un reflejo de la propia vida y una honda reflexión acerca de cómo el arte (poesía, cine) es capaz de sondar algunos de los sentimientos más recónditos de la naturaleza humana. Así, secuencias como el diálogo del personaje principal con una campesina o la llegada final de la policía a la residencia de Mija, se erigen como muestras de un cine de enorme calado lírico en las que el realizador surcoreano exhibe lo gran cineasta que ha llegado a ser. Su puesta en escena, que jamás dirige la mirada del espectador hacia ninguna lectura moralista, es tan sencilla y luminosa como magistral. Por ello es una pena que el final sea algo confuso y simplón en su significado. Lo que no quita para que Poesía para el alma sea de lo mejor que se vaya a estrenar este año en Argentina.
Lee Chang-dong es uno de los grandes narradores del cine contemporáneo, una personalidad central de la cultura coreana de los últimos veinte años y un extraordinario representante del grupo de cineastas comprometidos e innovadores que surgió con el fin del régimen militar. La mayor muestra del rigor de sus convicciones la dio en el año 2003, cuando dejó en suspenso una prometedora carrera como director para aceptar el cargo de ministro de cultura, en el momento en que la emergente industria cinematográfica local debía hacer frente a la presión de los grupos mediáticos estadounidenses. Finalizada su gestión (por la cual obtuvo la medalla de honor de la legión francesa por su contribución a la diversidad cultural, entre otros reconocimientos), en 2007 volvió a la dirección con la maravillosa Secret Sunshine y el año pasado presentó en Mar del Plata Poesía para el alma, la mejor película del festival, que ahora se estrena en la cartelera porteña. Una constante en el cine de Lee Chang-dong, que en Poesía para el alma encuentra su ejemplo más claro, consiste en enfrentar personajes simples con situaciones extraordinarias. En un momento dado se produce un hecho decisivo y los protagonistas quedan extraviados en un espacio de tensiones e indecisión. Arrastrados por el fluir de los acontecimientos e incapaces de modificar su situación, construyen un refugio (en este caso la poesía del título) para aislarse temporalmente del mundo. La protagonista de su nueva película es una mujer llamada Mija que, con más de sesenta años a cuestas, debe lidiar con un incipiente Alzheimer mientras intenta criar a su nieto sabiendo que tal vez esté involucrado en un hecho delictivo desgraciado. La película describe un universo donde la sonrisa y la cortesía disimulan los crímenes más despreciables, donde el horror vive oculto y negado bajo las apariencias más serenas. La violencia de las relaciones humanas, motivo central del cine coreano, está omnipresente pero no se expresa abiertamente en la pantalla, no hay ningún grito capaz de quebrar el silencio aterrador. Lee Chang-dong vuelve a demostrar su maestría para la dirección de actores, la atención que le presta hasta en sus más pequeños gestos convierte a la protagonista en un personaje inolvidable. La gracia de una puesta en escena depurada, con una precisión y una delicadeza notables, permite que la película toque lo indecible para llegar al corazón de los seres y las cosas. Lo poético no surge de las palabras sino del sutil encadenamiento de los planos. Poesía para el alma es un drama sin exageración ni complacencia, discreto y conmovedor al mismo tiempo, que emociona de manera genuina cuando, sobre el final, resuena la voz que se intentó silenciar.
Desde lejos no se ve La antítesis de la belleza se sintetiza en el plano inicial de Poesía para el alma, este magnífico film del coreano Lee Chang-dong (Oasis): en el remanso de un rio con una tenue corriente que fluye se descubre flotando el cuerpo de una adolescente ahogada. Minutos después, nos enteramos, junto a la protagonista Mija (Jeong-hie Yun), una anciana que cuida a un nieto adolescente muy poco comunicativo e irrespetuoso, que se trata de una compañera de escuela de 16 años que se suicidó por haber sido víctima de violaciones en repetidas oportunidades -así lo describe en su diario íntimo- por parte de seis alumnos, incluido su nieto. Las violaciones de adolescentes y el asesinato es un tópico recurrente del cine asiático que encuentra expresiones tanto en el género del terror con historias de fantasmas vengativos como en el policial de investigación y en menor medida en el melodrama familiar. Pero el caso de esta rareza se sustenta en que el hecho es un detonante; un pretexto para ensayar un profundo relato reflexivo sobre las contradicciones humanas, sus miserias y sus virtudes a partir de una incansable búsqueda del sentido de la vida. No obstante, si ese sentido se encuentra en las pequeñas cosas que nos rodean la apuesta del realizador coreano es captarlo globalmente a partir de un punto de vista que intenta aplicar una sensibilidad poética a una realidad que se presenta cruda, cruel y sin esperanza. El personaje de la anciana que trabaja como asistente de un viejo un tanto perverso pero no por ello menos lúcido se dispone a aprender a escribir poesía en un curso junto a otros compañeros que nunca transitaron por la senda literaria y simplemente necesitan abrir su corazón a los otros. La primera lección es que la poesía tiene relación directa con saber mirar, mejor dicho saber ver entendiendo cuál puede ser la diferenciación y entonces la perspectiva del entorno cambia y se vuelve desafiante a los ojos de quien mira. Ahora bien ¿cómo encontrar belleza en una situación tan atroz como la muerte de una inocente? No hay respuesta ante semejante verdad desgarradora salvo la posibilidad de la búsqueda del sentido. Pero para ello, las palabras no alcanzan y es allí donde la fuerza del cine de Lee Chang-dong recorre un camino pausado, meticuloso, que por momentos coquetea con un registro casi documental y que marca la transformación y el progreso de un personaje al cual lo atraviesan dos conflictos centrales: la culpa y un gradual deterioro mental que provoca esporádicas situaciones de extrañamiento, pérdida de memoria y donde afloran como en aquel río del comienzo recuerdos y viejos fantasmas en un presente oscuro y doloroso. Esa sensación de angustia contenida se transmite en el detalle; en el gesto justo; en el silencio que solamente la actriz Jeong-hie Yun es capaz de regalarnos con tanta generosidad cuando deja que la cámara la observe en su difícil transición para concluir un viaje introspectivo que se aferra al corazón del espectador con la misma intensidad que el grito de la naturaleza humana.
Dolorosa y envolvente “Poesía para el alma” Primeras figuras de este doloroso relato: un posible cuerpo flotando en el río, y una viejita con la mente flotando quién sabe en qué recuerdos. La mujer pasa luego cerca de otra persona atormentada por algún accidente. Con el tiempo, todo eso se irá uniendo. Entre las últimas figuras, estará su sombrero flotando en el río, mientras ella lo contempla, con particular tranquilidad después de haber sufrido. Dos problemas enfrenta ella, relativamente vinculados. Ante todo, ciertos síntomas de senilidad. Su médico le aconseja un taller de poesía que le haga trabajar las palabras, para no olvidarlas. Pero luego, enfrenta también la culpa de su nieto en un hecho delictivo, al que debe ponerle palabras de algún modo. Fue un delito cometido entre varios chicos del colegio. Los padres de los otros chicos, y las propias autoridades del colegio, quieren solucionar el asunto mediante una «indemnización». Ella se está olvidando las palabras, pero recuerda bien que ciertas cosas no se arreglan con plata. Pequeñita, laboriosa, paciente, vestidito floreado, de espalda ya encorvada, cercana a la religión católica, escribirá una particular poesía, en nombre de la víctima. Por ahí va la historia. Envolvente, suavemente emotiva, cargada de reflexiones, buena película. Con veinte minutos menos sería muy buena. Intérprete, Yoon Jeong-Hee, popular actriz del viejo cine coreano, que aquí reaparece tras 16 años de ausencia. Autor, Lee Chang-Dong, a quien algunos lo vinculan con el «nuevo cine coreano», pero es de otra generación. Profesor de escuela, empezó a filmar recién a los 43, cuando entendió que tenía algo que decir.
Mirar las cosas por primera vez Notable drama del coreano Lee Chang-dong. Para escribir un poema hay que mirar las cosas como si fuera la primera vez”, le dice a Mija, mientras sostiene una manzana, el hombre que le da clases de poesía. Mija se ha acercado al centro cultural del pueblo interesada en el tema (“me gustan las flores y digo cosas raras”, explica) y ha empezado a estudiar con el objetivo de poder escribir un poema al final del curso. Acaso ese problema de memoria que está teniendo -se olvida sustantivos, no recuerda cosas- la haya llevado hasta allí. O tal vez la necesidad de pensar un poco la relación con su nieto adolescente, que vive con ella. Es que el chico podría estar involucrado en un delito -con un grupo de amigos habrían violado repetidas veces a una compañera de la escuela- que concluyó con el suicidio de la chica, imagen que abre el filme. Pero en la escuela lo que quieren –tanto las autoridades como los padres de los otros chicos- es sacarse el problema de encima y están dispuestos a pagar por el silencio de la madre de la víctima. Mija no sabe, no entiende muy bien qué es lo que debe hacer. Y para eso está la manzana, la poesía, para ayudarla a mirar mejor. En Poesía para el alma , el quinto filme del coreano Lee Chang-dong ( Oasis, Peppermint Candy ), hay varios ejes narrativos que se van uniendo hasta conformar las distintas facetas de un persona, de una vida. La de Mija, en este caso, una elegante mujer de unos 70 años cuya vida aparentemente tranquila se desmorona de un día para el otro entre su nieto y el incipiente Alzheimer. Ese relato íntimo le permite a Lee acercarse a otro, más complejo: es una historia acerca del arte (la literatura, sí, pero también el cine) y cómo nos puede no sólo ayudar a sobrevivir sino también a mirar mejor lo que pasa a nuestro alrededor. Lee puede ser directo y casi obvio en lo que quiere transmitir, pero la forma en la que lo hace es muy sutil, entrando a su temática de la manera más lateral posible. Poesía… es un drama y un policial, pero más que nada es un relato pausado que va acumulando tensión dramática mientras gira lentamente su eje, al punto en que, al final, esa manzana que Lee nos va mostrando ya no es la misma que al principio. Con sobriedad y recursos nobles, sin gestos ampulosos ni golpes dramáticos impostados, el notable realizador coreano construyó un filme que se detiene en detalles (una reunión de incipientes poetas borrachos, una caminata de Mija bajo la lluvia, la contemplación de un árbol), porque son ellos, más que los acontecimientos, los que cuentan la historia de esta mujer que entendió que la vida y el arte se cruzan -y retroalimentan- de las formas más insospechadas.
Una conmovedora producción coreana sobre la relación entre una abuela y su nieto Si alguien leyera que en el inicio de una película hay una chica que se suicida luego de haber sido violada por sus compañeros de colegio y que la protagonista es una mujer sexagenaria cuya calidad de vida empieza a degradarse a partir de los primeros síntomas de Alzheimer, podría imaginar con no poca razón que estamos ante un film de explotación, una de esas historias que se regodean en la sordidez y las peores miserias del ser humano. Nada de eso. El notable director coreano Lee Chang-dong construye con esos y otros elementos (el eje es la relación entre una abuela y su nieto) un melodrama exquisito en su realización y de múltiples niveles de lectura por su mirada no exenta de lirismo y cargada de significación. Habitué del Festival de Cannes (donde obtuvo por este trabajo el premio al mejor guión y el galardón ecuménico) y ex ministro de Cultura de su país, el director de Oasis , Peppermint Candy y Secret Sunshine continúa con su exploración del melodrama de fuerte espíritu humanista (aborda la posibilidad del perdón y la reconciliación incluso luego de situaciones extremas) sin por eso caer en la simplificación tranquilizadora. El film está narrado desde el punto de vista de una mujer de 66 años (extraordinario trabajo de la veterana y popular actriz Jeong-hie Yun) a cargo de su nieto, un adolescente rebelde que podría estar implicado junto a sus amigos en la apuntada violación de una chica de la escuela. Mientras la heroína trata de lidiar con el joven (y con las consecuencias de sus actos) y se encarga de cuidar también a un viejo que ha quedado prácticamente paralítico tras un infarto, empieza a sufrir los primeros efectos de su enfermedad degenerativa y se inscribe en un curso de poesía para adultos en un centro comunitario local como forma de catarsis y de exploración interior. Así, mientras va perdiendo de manera progresiva su capacidad para el habla y la memoria, busca de manera desesperada en los versos las palabras justas para describir su visión del mundo. Más allá de algún pasaje que peca de cierta inocencia (quizá para contraponerlo con la crudeza de los temas crudos que aborda) y de su exigente duración, estamos ante un film bello, profundo, trascendente, espiritual, inteligente y conmovedor.
Tras el umbral de la tragedia El cine coreano contemporáneo es pródigo en grandes directores, desde autores muy sofisticados, como Hong Sang-soo, hasta realizadores de gran predicamento popular, como Park Chan-wook y Bong Joon-ho, que hacen películas para el gran público sin resignar complejidad ni talento. Pero si hay un cineasta capaz de representar por sí solo los conflictos más hondos de su sociedad y de cuestionarla permanentemente en sus valores morales, ése es Lee Chang-dong. Que su película más reciente, Poetry –rebautizada localmente con el almibarado título de Poesía para el alma– sea la primera en conseguir estreno comercial en Buenos Aires ya debe ser saludado como un acontecimiento cultural, aunque llegue a un circuito casi periférico en una versión degradada en DVD. Sucede además que Poetry es quizá su obra más madura, un film que a pesar de las cimas y abismos que toca consigue un raro equilibrio, una suerte de serenidad y sabiduría que sólo se alcanza una vez que se ha atravesado, como una catarsis, el umbral de la tragedia. El gran director de Peppermint Candy (2000), Oasis (2002) y Secret Sunshine (2007) –que fue ministro de Cultura de su país, en coincidencia con el apogeo del Nuevo Cine Coreano– vuelve a sus personajes extremos, golpeados en lo más profundo por una pérdida. Aquí se trata de Miya, una abuela que debe criar sola a su nieto adolescente, implicado en la violación y el posterior suicidio de una compañera de clase. Nadie a su alrededor –ni su nieto, de una apatía patológica, ni los padres de otros varones involucrados en el hecho, ni la misma escuela– se hace cargo de la situación, cuya solución parece depender apenas de una compensación económica a la madre de la víctima, para tapar el escándalo. Pero esta abuela sola y en apariencia frágil, conmovida por la posibilidad de empezar –a su edad– a escribir poesía, llega a subvertir ese pacto de silencio a partir de la tácita obstinación que le dicta su conciencia. Con esa intensidad tan propia de su cine, que exige el máximo de sus intérpretes (la protagonista de Secret Sunshine se llevó del Festival de Cannes el premio a la mejor actriz, que debió repetirse con la extraordinaria Yun Jeong-hie), el film de Lee Chang-dong va cobrando paulatinamente un espesor dramático notable. Será esa anciana quien, ante la indiferencia de la sociedad, intente reparar el daño, reconstruir el orden del mundo, abrazando ella misma la tragedia, con la que consigue su primer poema, que será también el último. Rara avis del cine, que suele hacer de la juventud casi una declaración de principios, Miya es una mujer vieja enfrentada al dolor de la pérdida progresiva de la memoria, a la dificultad cada vez mayor de hallar la palabra exacta. Si Miya se inscribe en un club de poesía, no es solamente para encontrarle un tardío sentido a su vida sino también una manera de exorcizar el mal que la afecta. Y lo intenta precisamente con un arte que se resiste a la enunciación, capaz de sustituir a la realidad con una forma de expresión simbólica o incluso gráfica. Conservar una lucidez amenazada por la senectud, acechar en su nieto la expresión de un remordimiento que no vendrá nunca (el retrato de ese adolescente aturdido y vacío es particularmente cruel), encontrar, a falta de la palabra, el gesto justo, parece ser la búsqueda de la heroína de Poetry. Y esta búsqueda es un proyecto que parece desfasado, anacrónico en un mundo caracterizado por el cinismo, la indiferencia y los contrastes de clases sociales. Pero que en su nobleza y en su intransigencia termina siendo poco menos que subversivo.
Tengo dos confesiones que hacer antes de empezar. La primera es que no miro tanto cine oriental como debería y la segunda es que no estoy de acuerdo cuando los críticos suelen ensalsar una película simplemente porque sale del mainstream hollywoodense. No reniego de haber crecido con el cine americano y creo que es innegable la influencia que han tenido a nivel internacional. Habiendo dicho esto, tengo que decir lo mucho que me ha conmovido este film y que mainstream o no, es bueno y al final del día es lo que tiene que importar de una película. El film que nos trae el veterano director surcoreano Chang Dong-Lee es un tratado de humanidad. La historia está narrada desde el punto de vista de Mija (Jeon Hie Yung), una señora de 65 años que no puede dejar de trabajar ya que debe mantener a su nieto (su hija no puede hacerse cargo) y necesita un subsidio estatal para mantenerse. A lo largo del relato, de todas maneras, nos muestran cuán común es ésto y cuántas madres se separan de sus hijos por cuestiones económicas. Hay un retrato social importante y que no puede dejar de verse como global. Siempre coqueta y siempre alegre, será Mija la que se tropiece con un curso gratuito de poesía y sus ansias de reflejarse en versos hará que inicie una búsqueda. Marcando a cada momento el poder de los silencios, la poca necesidad de diálogos grandilocuentes para escenas cotidianas, la brecha generacional que se ve en casi todos los momentos con el nieto tienen un poder visual inmenso y al mejor estilo Fellini, nos van llevando lentamente a una decadencia. A raíz del suicidio de una compañera de su nieto, Mija se verá obligada a romper su burbuja, pero el espectador puede verla flotando airosa con algún truco con el que se engaña para no verlo. Hay una sociedad perdida, los valores ya no se tienen en una alta estima y se cultivan jóvenes incapaces de hacerse cargo de sus responsabilidades por las ansias de los padres de cubrir sus heridas y de asegurar su futuro. Así se van perdiendo los lazos entre los miembros y una chica de 16 años se tira de cabeza de un puente, sin que eso parezca remorderle la conciencia a nadie. Mija se buscará a sí misma entre los versos, tomará valor para encontrar las palabras que se le pierden por los años, halabrá por celular casi todos los días, pero no dirá nada importante ni íntimo y usará sus ansias de poder escribir poesía como forma de aprender a ver. Sinceramente, es de los films que me llegan, es capaz de afectar la capacidad que tenemos de mentirnos por amor, por miedo, de que la realidad es un conjunto de perspectivas y sutilezas que no tienen que ser subrayadas para entenderse. Es un film que toca nuestras fibras íntimas (multipremiado con justicia en varios festivales, incluído Cannes de este año), narrado con un ritmo un poco cansino y una paleta de colores un poco pálida en donde la música rara vez se usa y cuando lo hace, te arranca una situación dolorosa. El resto es todo Mija, una gran actriz para sostener semejante cantidad de matices. Creo que hay pocas situaciones mejores para sumergirse en esta historia que la sala de cine. Vale la pena.
EL CANTO DE AGNES Estamos en una época en que la poesía se muere. Algunos lamentan la pérdida, mientras que otros se limitan a decir: "La poesía merece morir". Pero se sigue leyendo y escribiendo poesía. ¿Qué significa escribir poesía ante un futuro tan oscuro? Es la pregunta que quiero hacer al espectador. De hecho, es una pregunta que me hago como cineasta: ¿Qué significa hacer cine en una época en que el cine se muere? Changdong Lee POESÍA ES UNA REALIDAD, QUE PUEDE ACARICIAR O GOLPEAR. JUAN GELMAN Como si se tratase de una página casi en blanco con un poema, POESÍA PARA EL ALMA del cineasta coreano LEE Changdong tiene un gran espacio que rodea a la palabra escrita, donde el espectador va a poder llenar esos blancos con todos los interrogantes que plantea el film, que son muchos y de diferente envergadura. Un grupo de niños juegan en la orilla de un río mientras divisan a lo lejos algo que viene flotando hacia ellos…es el cadáver de una joven. Una mujer de 66 años vive con un nieto adolescente a quien cuida e intenta educar. La madre está ausente, no sabemos porque. Por otra parte atiende a un anciano hemipléjico a quien baña todos los días. No conocemos si es su único salario, sí que le es importante para sobrevivir. Un día descubre un anuncio de un taller de poesía en un centro cultural y decide participar del mismo. Esto le abre la puerta de un mundo del cual no ha formado nunca parte, pero al cual ha intuido desde siempre. Paralelamente sabemos que la joven encontrada en el río es una compañera de su nieto, que se ha suicidado. Y este es uno de los seis implicados indirectos de esa decisión. Esto la obligará a recorrer la topografía de los lugares relacionados con este acontecimiento, a sorprenderse y a dejarse llevar por sus sentimientos y sensaciones, a convertirse de pronto en una fisgona de su entorno, a medida que comprende la diferencia entre ver y mirar o comer o degustar un damasco. Mientras, el grupo de padres deciden entregarle a la madre de la adolescente una cantidad de dinero para obligarla a callar. Luego se lo comunican a ella sabiendo que la abuela no dispone de esa cantidad de dinero. Por otra parte ella visita al médico por un adormecimiento en el brazo, y este desestima ese síntoma ya que le preocupan mucho más sus olvidos cada vez mas frecuentes. El deseo de escribir un poema por parte de la protagonista atraviesa este maravilloso film, tan duro como poético. Un adolescente abúlico que escucha música todo el tiempo y que piensa que es “justo” reemplazar su celular de un año y medio de uso y que de hecho no demuestra ni amor ni reconocimiento por la dedicación de su abuela. Una sociedad que ha perdido el rumbo de los valores elementales con los cuales deberían moverse los seres humanos, ética, amor por el prójimo, solidaridad real. Una parte de la juventud que se divierte con violar en grupo a una compañera de escuela. Una madre, que se desentiende de su hijo. Una abuela que calla, pero que ha entendido de pronto que ver no es mirar. Un anciano que desea sentirse nuevamente un hombre antes de que la muerte se lo lleve. Un profesor que se dedica a explicar que es la poesía. Un taller, donde la gente todavía se aferra a la vida mediante el juego con el lenguaje. Que crea poemas a través de sus propias experiencias de vida, a veces casi como una catarsis y como una vía de escape de esa hostilidad y locura del mundo que los rodea. Una mujer finalmente… que elige muchos caminos diferentes para intentar ser fiel a si misma, mientras busca con una cierta angustia las palabras, en el momento en que estas van desapareciendo lenta pero progresivamente de su mente, pero no de su alma. Y que construye un poema, que viene a darle la voz a otra, que de pronto es ella en el espejo: en Dos instancias límites: y una misma imagen final reflejada en sus ojos. Un director que se interroga a si mismo sobre el valor de la poesía y por extensión del cine. Pero que logra crear literalmente un poema a través de la palabra escrita de su protagonista. Y a la vez hacer de este film un desgarrador poema desde el lenguaje cinematográfico, en un momento donde la poesía felizmente es todavía un recurso, a modo de un oasis en el desierto que puede atarnos más que nunca a la vida. Un film abierto en todos sentidos para reflexionar hasta por el sinsentido que implica la posibilidad de elegir la muerte. Un guión impecable y radical, una fotografía excelente acompañadas de mejores actuaciones, un film duro y necesario.
Lo Bello y lo Triste La protagonista Mija, al tiempo que comienza a faltarle en la memoria palabras simples, decide escribir poesía. Lentamente – ¡sin ser un film lento! Poesía nos introduce en la vida de esta mujer que con los primeros síntomas de alzhéimer debe a afrontar otros problemas, ajenos, concretos, muy serios y mundanos. Se trata de su nieto adolescente – más ausente que ella y agriado en su propio mundo - , a quién tiene a su cargo y se desvive por atender, que se ha metido en un problema personal, grave, y que sólo ella puede resolver, sorteando ribetes morales, económicos y hasta penales. Ver el mundo con los ojos de Mija, desde un costado sensible, casi táctil, en el borde justo de memoria donde la vida toma otro tono, intenso, inesperado, dejando ver al trasluz de la vida cotidiana cómo se desprenden halos de belleza que no hubiéramos imaginado, es una experiencia que nos propone el director surcoreano Lee Chang-dong. La sutileza de los gestos de la actriz Jeong-hee Yoon es una maravilla en un personaje discreto en apariencias pero con una hondura que se va revelando inesperada. Ella, centro lógico del relato, es la catalizadora que nos habla del paso del tiempo, severo como el hecho de contener recuerdos y los olvidos en el puño de una palabra o en el intento de capturar su esencia en su futuro poema, contemplando el color de las flores o el cauce implacable de los ríos. El film mantiene el pulso del relato sin lugares comunes aún resolviendo con simpleza lo complicado y sin tristeza lo trágico. El guión – premiado en Cannes en el 2010 -, es impecable, sobre todo en la presentación de los conflictos y en el devenir de la trama. Y el montaje, ni una escena de más ni de menos en la métrica justa brindando una fluidez que recuerda la mejor literatura oriental – pienso en la japonesa tipo Kawabata. El final, la resolución de esta película debería figurar entre los mejores de los últimos años o por lo menos, entre los que me haya tocado ver recientemente. Sobrio y estremecedor, el último largo plano jugando nieto y abuela a la paleta pelota en la calle es la conclusión de un film generoso a quién esté dispuesto a abrirse a él. Poesía se exhibió en el festival de Mar del Plata el año pasado y el próximo sábado y domingo de enero en la Cinemateca Mon Amour. Publicado en Leedor el 13-01-2011
Versos para explicar lo (in)explicable Se estrenó la última producción del laureado director surcoreano Lee-Chang-dong, el mismo de films como Green Fish, Peppermint Candy, Oasis y Secret Sunshine. Gran actuación de Jeong-Hee yun, en un melodrama de dolorosa belleza. La obra del director surcoreano Lee Chang-dong es conocida en la Argentina por el reducido público que pudo ver algunas de sus películas en sucesivas ediciones del Bafici (Green Fish, Peppermint Candy, Oasis, Secret Sunshine) y ahora, por esos raros milagros de la distribución, se estrena Poesía para el alma, lo que constituye todo un acontecimiento dentro de la cada vez más reducida oferta en la cartelera local dominada por el paquidérmico cine estadounidense. En su última producción, Lee aborda la vida de Mija (la extraordinaria Jeong-Hee yun) una mujer de 66 años que con su nieto Wook apenas subsiste cuidando a un hombre mayor que ella que arrastra una apoplejía. Los días se suceden en la dura realidad pero la protagonista tiene un intenso mundo interior y decide escapar de la rutina para asistir a un curso de poesía en un centro cultural barrial, hasta que imprevistamente la tragedia irrumpe con la noticia de que Wook forma parte de un grupo de adolescentes que violó durante meses a una chica que terminó suicidándose. Como un delicado y devastador puzzle, la puesta de Lee va edificando el melodrama con las piezas en descomposición de una sociedad hipócrita y autoritaria, donde el dinero juega un rol definitivo –al igual que en el resto de sus películas que exploran el ingreso de Corea al capitalismo más salvaje–, incluso parece ser la solución para ocultar un crimen. Así, se asiste a la reunión de los padres ocupados en preservar el futuro de los perpetradores, pasando por instituciones como la escuela que no quiere que el hecho trascienda, la policía que mira para otro lado, hasta el periodismo, que primero investiga y después termina siendo garante de un acuerdo nauseabundo. Y en el medio está Mija, que oscila entre el estupor por la conducta de su nieto –devastadora escena cuando la abuela recorre el lugar donde ocurrió la violación–, el deseo incubado durante décadas, a partir del comentario de un maestro de la niñez, de ser capaz de escribir una poesía, y el Alzheimer, que empieza a minar su memoria. Sin dejar de marcar de manera implacable cada una de las pústulas de un cuerpo social fétido, el humanismo indestructible del realizador reserva la posibilidad de la piedad para todas sus criaturas y se eleva aun más con una dolorosa belleza para dejar testimonio del poder del arte, la poesía, para superar lo que es insuperable.
La desolación y el desamparo Excelente es la actuación de Junghee Yun, una gran actriz coreana, que logra hacer de este melodrama un filme de intensa y admirable emocionalidad. Miya es una mujer de algo más de sesenta años. Vive con su nieto, al que cuida y alimenta, pero prácticamente no tiene diálogo con él. El chico no habla, sólo ve televisión y parece despreciar esa casa y a su abuela, a la que ni siquiera mira. Sólo le habla para pedirle comida. Ella tiene una hija, la madre del chico, que nunca los visita y con la que sólo habla por teléfono. Miya casi no tiene diálogo con nadie y su vida resulta tan desoladora y tan carente de afectos, o de alguien que le dedique tan sólo un instante, que eso la obliga a querer hacer algo siempre postergado: aprender a escribir poesía. Miya va a un taller y hace preguntas: ¿cómo se escribe una poesía? ¿cómo surge la inspiración? Su maestro le responde que el primer paso es la observación, pero eso también trae dolor, cómo el que le produce el tener que atender a un anciano hemipléjico al que ayuda a bañarse. Ese es su trabajo. VIDA Y ARTE "Poesía para el alma" es un filme que investiga en el lenguaje, en sus implicancias en la vida de todos los días, y paralelamente aborda el arte. El lenguaje es un elemento esencial para alimentar la memoria. Por eso cuando a Miya se le diagnostica Alzheimer y su nieto comete un hecho delictivo en su colegio, el mundo parece derrumbarse ante ella. A partir de ese momento su pequeña libreta y sus anotaciones, en la calle, en salidas por el campo, resultan una compañía invalorable. Lee Chang-Dong, director y guionista utiliza la poesía para describir a una sociedad como la coreana, con sus propios códigos de aciertos y desaciertos. Pero si algo queda claro en el mensaje que intenta transmitir la película: una vez que se considera terminada la misión en la vida, es mejor despedirse en calma y silenciosamente. Excelente es la actuación de Junghee Yun, una gran actriz coreana, que logra hacer de este melodrama un filme de intensa y admirable emocionalidad.
Es más que probable que el nombre de Lee Chang-dong no le diga demasiado: así de lamentable está la distribución cinematográfica mundial, dominada por Hollywood y sin freno. Porque si no fuera por ese tipo de presión, los melodramas de este virtuoso cineasta coreano llegarían a todo el mundo, lo inundarían de felices lágrimas. “Poesía para el alma” es la historia de una anciana que, golpeada por la vida de un modo cruel, decide inscribirse en un taller de poesía. Con este esquema, cualquier cineasta “comercial” (alguien no involucrado ni con lo que narra ni con sus criaturas, alguien que cree que llorar vende) haría un desastre. Chang-dong no: con una enorme delicadeza, con pudor, con precisión narrativa, va conduciendo la historia de esta mujer hasta dejar desnudo el verdadero núcleo de la historia: lo inasible del arte, la imposibilidad de domesticar la inspiración y, al mismo y paradójico tiempo, la necesidad de ejercitarse en las herramientas. Que es lo mismo que decir que el arte es una forma de descubrir o redescubrir el mundo. El realizador es, sin la menor duda, uno de los grandes directores de melodramas clásicos que le quedan al cine (el lector curioso podría buscar la perfecta “Secret sunshine”, su anterior film, en la web), de los que trabajan con precisión y distancia justa los males del mundo, para exponerlos a nuestra mirada sin forzar los elementos para producir un efecto emotivo con el desafortunado golpe bajo el cinto. No es reducir al espectador a la lágrima fácil lo que le interesa a un artista, sino compartir con él una visión del mundo. Como la anciana con sus poemas sobre lo cotidiano, ni más ni menos.
Mirar por primera vez De belleza y de muerte. Para la abuela que protagoniza Poesía para el alma (impecable Yun Jung-hee), notable film de Lee Chang-dong, la belleza y la muerte estarán vinculadas fuertemente en el lapso de tiempo en el que la abordará el film: mientras decide hacer un curso sobre poesía, se entera que su nieto está involucrado en un terrible hecho de violencia. Este film coreano se toma sus 139 minutos para mostrar cómo su personaje principal se hace cargo de esa dolorosa realidad que se va desplegando como un abanico, y se extiende como una enfermedad terminal. Usábamos la figura del abanico, por su replegarse y expandirse, pero la figura que mejor le calza al film es la del río, que de hecho está utilizado como leitmotiv por el director. A partir del acontecimiento que involucra al chico es que la película se relee como un drama familiar centrado en aquellos detalles que habitualmente dejamos pasar por alto: el hecho, de aristas policiales, se vive con un tenso y perverso silencio. El asunto es qué hace esta mujer con esos detalles, una vez que los observa. Y más allá de lo que pueda indicar su título, Poesía para el alma no es un film sobre poesía y ni siquiera se deja llevar por la metáfora extrema. Está claro que Chang-dong es un tipo sensible que deja ver bajo la superficie normalizada de su película un país en descomposición. Un síntoma principal que denota esa idea es esa abuela que no sabe cómo hacer lo que tiene que hacer. Y un no saber, que implica una interesante reflexión sobre el miedo paralizante de las primeras veces. “Mirar bien es mirar por primera vez” es una de las frases del film, y hacia esa pérdida de la virginidad, una virginidad moral, es hacia donde se dirige la película. Como decíamos anteriormente, el film de Lee Chang-dong tiene un fluir como el de un río, que por momentos se pone tumultuoso y donde, por otros, reina la calma. Y es un río porque su extensión también lo remarca, por su ritmo, y porque cuando la superficie muestra una calma celestial, abajo todo se revuelve y se convulsiona. Tras su paso por el 25° Festival Internacional de Mar del Plata y el último BAFICI, es una suerte que esta película llegue a las salas. Uno de los mejores estrenos del año.
Ganadora a Mejor guión en Cannes el año pasado, Shi (su título original) se estrena comercialmente este Jueves luego de su paso por un BAFICI y un Festival de Cine de Mar del Plata. Se agradece realmente que en un año lleno de refritos y sagas haya un oasis que habla de cosas diferentes, que es capaz de tocar al espectador con sutileza pero con energía, que cuente un drama verdadero sin estridencias o golpes bajos y que, como si esto fuera poco, ahonde en algo tan poco valorado como es la poesía. Interpretado magistralmente por Jeong-hie Yun, la historia sobrevuela la incapacidad de una anciana que ha comenzado un curso de poesía para poder crear. Profundizando nos encontramos con un verdadero drama que recide en el silencio que una sociedad insensible le está pidiendo guardar luego de un hecho delictivo llevado a cabo por unos muchachitos apáticos entre ellos, su nieto a quien cría como puede para que no le falte nada. La historia de casi dos horas narrada tanto con detalle como con lirismo propio del nombre, es un viaje al alma misma del ser humano. ¿Cómo llegar a expresar el milagro de la poesía cuando se está condenado a callar y olvidar? Porque Mija no solo tiene el doloroso problema de haber criado un abusador después de tanto sacrificio sino que además está enferma, olvida las palabras gracias a la terrible realidad del Alzheimer. Su búsqueda de poder cumplir con la tarea de entregar un poema a final de curso es en realidad la búsqueda de la palabra, del hablar, del ya no callar. Mija no pide ayuda económica a la madre del muchacho, no cuenta sobre su enfermedad ni pide compañía para las visitas médicas, Mija no se enfrenta a esa manada de padres inescrupulosos para decirles "estamos haciendo todo mal". Mija se somete, acata y solo cuando realmente sus ojos se abren y ve puede decir basta. Poesía para el alma es un reflejo sensible de un mundo cada vez más inusual. El muchacho casi orgánicamente puede exigir un nuevo celular pero es incapaz de conmoverse ante una fotografía de su víctima, no siente remordimientos y ni siquiera parece reaccionar cuando su abuela le pregunta "por qué". Otro tanto pasa con los padres de los otros involucrados incapaces tampoco de sentir un remordimiento y una vergüenza que Mija sí siente cada vez más intensamente. Es la primera vez que me cruzo con un film de Chang Dong y me dicen que Poesía para el alma aun tiene predecesoras mejores. Habrá que seguir de cerca entonces a un director que tiene un sobresaliente pulso narrativo donde cada escena y elemento tienen su razón de ser. A no perdersela entonces, amigos.
TRES MIRADAS Por primera vez se estrena en el circuito comercial un film de Lee Chang-dong. Esta, su última obra, vuelve a poner de manifiesto –con claridad y sutileza- todas las virtudes de un autor insoslayable a la hora de pensar en lo mejor del cine contemporáneo. 1) La mirada de Mi-Ja En Poetry hay, casi de manera exclusiva, un solo punto de vista, el de Mi-Ja, su protagonista, quien a sus 65 o 66 años –ella misma duda al respecto- debe enfrentar dos hechos inesperados, trágicos. Por un lado, los primeros síntomas del Alzheimer, que van modificando lentamente su manera de relacionarse con el mundo; y por otro, la participación de su nieto –con quien vive y de quien está a cargo- junto a otros compañeros de colegio en reiteradas violaciones a una compañera que termina suicidándose. Semejantes acontecimientos –uno producido en lo biológico interno y otro en lo mundano externo- son, no solo dolorosos y difíciles de enfrentar, sino -sobre todo- irreparables. La enfermedad, no tiene cura; y la vejación de un ser humano y su posterior muerte, son imposibles de subsanar. ¿Qué hacer entonces?, ¿cómo enfrentarse a estas dos representaciones de lo más terrible de la existencia? Sólo el arte, si puede alcanzar lo sublime y trascender lo biológico y lo mundano, es capaz de marcar algún camino. Eso parece proponer Lee Chang-dong (el más extraordinario entre los cineastas coreanos que han alcanzado reconocimiento mundial en los últimos años), ya que su relato está signado por el acercamiento de Mi-Ja a la poesía, a la que trata de acceder a la par que se enfrenta con lo comentado anteriormente. En la primera de las clases en las que se anota, el profesor dice que la poesía es el arte de mirar. Una definición tan sencilla como cierta (y que, desde ya, puede extenderse al cine, y al arte todo). Así, para poder escribir poesía, es necesario aprender a ver las cosas “de otra manera”. Y ver-de-otra-manera es mirar; o mejor: aprender a mirar. Poetry es el camino de aprendizaje de Mi-Ja, quien luego de esforzarse y preguntar incansablemente a su profesor y a otros poetas sobre cómo escribir, consigue hacerlo cuando alcanza lo fundamental: ponerse en el lugar del dolor ajeno, alcanzar la compasión, y cuando ya no queda nada y el mundo parece ignorarlo todo en su nihilismo e idiotismo, hacer de la caridad el único fin posible del hecho estético. Su poema final (es muy significativo que Mi-Ja sea la única del curso que finalmente escribe algo) es el legado de una mujer que logró trascender lo biológico y lo mundano a través de la caridad, de la compasión, por el camino del arte. Y si Lee Chang-dong se recuesta (casi) exclusivamente en el punto de vista de esa mujer es para que seamos capaces de contemplar el proceso de aprendizaje de su mirada, desde los intentos casi siempre vanos de escribir algo luego de observar frutas, flores o aves, hasta ese logrado poema final dedicado a Agnes (la adolescente muerta). Y revelarnos esa mirada que incansablemente busca y finalmente logra la belleza estética y sentido trascendente es también, por oposición a todo el resto, poner de manifiesto todas las carencias éticas (o morales) y estéticas del mundo. 2) La mirada del cine El cine, cuando es cine, siempre mira. O sea, “ve de otra manera”. La puesta en escena es la manera en la que el autor mira. Algunos directores (los hay por todos lados) apenas ven y así consiguen meras representaciones audiovisuales. Otros en cambio miran, y hacen cine. Lee Chang-dong pertenece a este último grupo. Decíamos antes que el punto de vista de Poetry corresponde a Mi-Ja “casi de manera exclusiva”. Y lo decíamos así porque hay algunos pequeños momento en los que, desde la puesta en escena, el autor parece querer tomar una incidencia mayor, poner a distancia al personaje y contemplarlo sin que su propia mirada –la del personaje- esté en juego o nos esté dando información. Esto, es verdad, no significa necesariamente un quiebre en el punto de vista del relato, pero sí marca una intención que aquí se contrapone con el enfoque mayoritario que tiene el film, que la gran parte del tiempo se empata con la mirada de su protagonista. Por eso los momentos del film en los que el punto de vista no es el de Mi-Ja no pertenecen a ningún otro personaje sino al del propio autor, o si se quiere (y así lo queremos) al del cine como arte específico del saber mirar. Uno de ellos pertenece a la escena en la cual los padres de los amigos del nieto de la anciana la convocan en un bar para informarle de lo sucedido y de la idea que tienen para resolver el asunto: juntar entre todos una importante suma de dinero para darle a la familia de la víctima y así evitar las consecuencias para sus hijos. Toda la charla que mantienen los padres transcurre con una naturalidad que sorprende, y ninguno de los presentes parece conmoverse por Agnes ni por el dolor de su familia. Excepto Mi-Ja, quien espantada se levanta y sale a la calle. Lee Chang-dong decide dejar su cámara en el interior, y así poder tomar a su protagonista del otro lado de la ventana. Esta decisión no es más que un recurso de puesta en escena para que veamos a la protagonista de otra manera. Ella no es como el resto, como esos hombres que se muestran inconmovibles ante lo terrible. Para terminar de entender este sentido, cuando la cámara sale a la calle vemos que Mi-Ja está contemplando unas flores para intentar escribir poesía, o sea que está viendo de otra manera, esta mirando, algo que el grupo de hombres que la había convocado es incapaz de hacer. Hay otros momentos en los que la puesta en escena, y el punto de vista, escapan de la protagonista. Como al comienzo del film, cuando a través de un paneo de izquierda a derecha pasamos de la imagen contemplativa de las aguas de un río con montañas de fondo a las de un grupo de niños jugando. Uno de estos niños, segundos después, descubre –corte de montaje mediante- el cuerpo muerto de Agnes. Ese movimiento de cámara, y esa combinación de planos, es la expresión de la mirada propia del autor, que resume en ese comienzo buena parta de su visión: la belleza natural del mundo y el estado de inocencia de los hombres interrumpidos, atravesados, por lo terrible (consecuencia, luego sabremos, del hacer de los propios hombres). Pero hay algo más en este comienzo, que tiene que ver con ese paneo antes mencionado y que tiene su continuación simétrica, su clausura, al final de la película, cuando aparece, fugazmente, una nueva mirada. 3) La mirada de Agnes El camino de Mi-Ja –el de su mirada- termina cuando logra escribir su poema y así aunarse con Agnes (nombre cristiano de la adolescente cuyas reminiscencias –ya sea por vía griega y/o latina- son por demás significativas), en un acto estético sublime que es, sobre todo, un inmenso acto de compasión. Lo que Mi-Ja logra es darle voz a la víctima. El extraordinario cierra del film nos presenta a una protagonista que desaparece de campo para dejarnos sólo su voz recitando “La canción de Agnes”, la pieza poética que pudo componer. De repente la voz se transforma en la de una adolescente, que es la que concluye la lectura del poema. Poco después, sobre un puente, vemos a Agnes (tal vez en los últimos instantes de su existencia), y entonces la cámara hace un paneo de derecha a izquierda –concluyendo así, en sentido contrario, el movimiento que daba comienzo a la historia- hasta que Agnes mira y sonríe directo a la cámara. ¿A quién se dirige? Tal vez a Mi-Ja, a quién el director le presta su propio punto de vista para que en una eternidad cinematográfica se fundan, finalmente, las tres miradas.
El discreto encanto de la poesía Está terminando el año y la posibilidad de ver más cine proveniente de Asia en nuestro circuito es realmente muy difícil. No quiero sonar desalentador, pero en 2011 se estrenaron sólo cinco producciones del continente más grande de todo el planeta. Tres de Israel (“Ajami”, “Líbano” y “Una misión en la vida”); una de Tailandia, la discutida “El hombre que podía recordar sus vidas pasadas”, y, finalmente, un mamarracho de Japón, “Actividad paranormal 0. El origen” Se imaginará el lector que esto no es lo único que se filmó en Asia ¿verdad? A pesar de estos avatares de nuestro circuito, Corea del Sur suma una pequeña joyita llegando sobre el final de la temporada. En la apertura de la historia una escena nos presenta a un grupo de chicos jugando en las márgenes de un cause de agua, llamándoles la atención algo que flota en el río. Ese “algo” es el cuerpo sin vida de una adolescente. Luego de ese primer impacto, el espectador tendrá la hermosa posibilidad de conocer a Miya (Joeng-hei Yun), una anciana que vive con su nieto Jongwook (Da-wit Lee) en un sencillo departamento. Miya tiene una forma de transcurrir la vida absolutamente terrenal y lógica. El mundo estableció sus reglas y ella simplemente las sigue. Su trabajo consiste en cuidar a un anciano que vive en el piso alto del supermercado del cual es dueño. Aunque está en la la etapa final de su vida, con una suerte de hemiplejía que apenas lo deja balbucear algunas palabras; se las arregla para establecer un vínculo con su improvisada enfermera. En uno de los tantos días, camino al súper, ve una ambulancia trayendo el cuerpo de la muchacha ahogada, y a su madre desconsolada. Este hecho coincide con un diagnóstico de Alzheimer que Miya recibe luego de una consulta rutinaria a partir de un cosquilleo en el brazo, y la referencia que a veces se olvida el nombre de algunos objetos. Ambos sucesos establecen los parámetros necesarios para que la protagonista asista a un curso de poesía, un arte por el que se ve atraída casi instintivamente. Claro, ella necesita reglas para todo, razón por la cual cuando comienza a buscar inspiración se da cuenta de que su vida se basa en lo concreto, y que no es allí donde se la puede encontrar. El profesor da una tarea a su clase: tienen un mes para escribir una poesía. El realizador de “Sol secreto” (2007) Chang-dong Lee utiliza los elementos básicos de la vida de Miya para iniciar en ella un recorrido interno por las atrocidades que va descubriendo, una vez enterada de que su nieto y otros cinco compañeros de clase fueron los que abusaron,y violaron a la niña rescatada muerta de las aguas.. El guión plantea dos carriles por los que se desarrolla la historia: La angustia por la falta de inspiración para escribir y el dilema moral de hacer o dejar de hacer lo correcto respecto de su nieto, cuya madre está ausente en otra ciudad. La obra fílmica, con una dirección de arte espléndida, va instalando lentamente un clima de incertidumbre matizado con los altibajos anímicos que afectan a Miya. El guión, del mismo Chang-dong Lee, aporta todo lo necesario para establecer su punto de vista sobre la superficialidad del alma y algunos valores en vías de extinción. Para ello se vale fundamentalmente de dos elementos: los encuadres cerrados y la superlativa actuación de Jeong-hie Yun, quien regresó a la pantalla grande después de varios años de ausencia, para reflexionar sobre la poesía que está desapareciendo y que resulta cada vez más difícil encontrar inspiración en el mundo tal cual está planteado actualmente. Esta parece ser otra de las inquietudes del realizador, plasmada en esta obra que encuentra en la sencillez un modo brillante de hablarle al espectador. También se hace esta pregunta respecto del cine, pero en tanto siga filmando así difícilmente desaparezca.
La lluvia que escribe los poemas Es paradójico porque luego de la proyección es el bienestar el que embarga. Y a lo que se asistió fue a situaciones de límite moral, de afecto contenido, de inocencia ultrajada. Hay mucha bondad y búsqueda en Poesía para el alma, quinto título del laureado realizador surcoreano Chang-dong Lee, que resultara --entre otros premios- galardonado como mejor guión en el Festival de Cannes. Shi/Poetry, su nombre original, más simple y justo, sumerge a su protagonista --Mija (Jeong-hie Yun)- en un querer poético, que le permita encontrar qué decir/escribir a partir de ese punto cero --nada mejor para el poeta, dice el maestro- que significa el lápiz afilado sobre el papel blanco. También porque fue otro maestro, hace mucho tiempo y cuando ella no era abuela, quien supo decirle de su sensibilidad con las palabras. "Ver" es lo que importa, señala la lección primera. Detenerse en la manzana, escudriñar las historias de los árboles, mientras gotas de lluvia estampan sus caracteres en el cuadernito de anotaciones. Encontrar las palabras cuando, de manera incipiente, la enfermedad de Alzheimer comienza a provocar olvido. No sólo esto. Porque el nieto, tan joven y dejado tempranamente a su cuidado, fue partícipe de lo inaudito, de algo que, parece, quebraría todo ánimo. El y sus amigos, pequeño conciliábulo, mantienen el secreto como acto reflejo del mismo rasgo general de sus padres, reunidos también y con dinero en las manos. Piezas diferentes de un entramado social hipócrita, que asegura el legado de su corrupción. Allí, entonces y porque no hay alternativas, la poesía. Ahora bien, es necesario -dice el profesor- tener el corazón predispuesto. En medio de tanta desazón y aún cuando -también el profesor dice- llegue el día en que fatalmente nadie más los lea, los versos requeridos, apelados a una inspiración inexistente, finalmente aparecen. Con ellos, también, la vida misma, tan demente, hermosa, terrible. Entre las palabras que la enfermedad ("social") olvida y el empecinamiento por develar otras, es que el personaje de Mija se deconstruye y construye, hasta llegar a ser el ciclo buscado. El melocotón dulce y maduro, caído del árbol, proveerá las palabras más difíciles. Para arribar a un desenlace en donde lo que renazca, circularmente, sea el grado cero. Agua al inicio, gotas de lluvia que escriben, agua al final. El film de Chang-dong Lee podría resumirse en esta línea. El bienestar, la tranquilidad -aún cuando mucho sea lo terrible y tan irreparables algunas situaciones-, invaden la pantalla y la vuelven bella, tanto como lo puede ser el cine cuando se vuelve, justamente, instrumento poético.
Palabras vitales Es comprensible que se crea que el lenguaje sirve esencialmente para comunicar. Noción pragmática, concepción incuestionable del sentido común: hablamos y escribimos sólo para entendernos. Pero el lenguaje es algo más. Determina nuestra experiencia de estar en el mundo, define secretamente nuestra percepción y nuestra relación con las cosas, constituye quiénes somos. No es extraño entonces que Poesía para el alma, originalmente "Shi" (sólo "Poesía"), se articule filosóficamente a propósito de dos situaciones: una mujer de 66 años empieza a olvidar algunos términos. Su médico no tardará en decirle el nombre de su problema: Alzheimer. Al mismo tiempo, Mija, que trabaja de asistente de un discapacitado de su misma edad, se anotará en un curso de poesía. La doctrina elemental de su profesor se sintetiza así: "Para escribir poesía hay que ver. Lo más importante en la vida es saber ver". No son sólo las palabras del maestro, también expresan la concepción de Lee Chang-dong, el cineasta contemporáneo más importante de Corea del Sur. En efecto, para ver (y hacer) cine hay que aprender a ver. El plano inicial combina serenidad y espanto: sobre las tranquilas aguas de un río viene flotando un cadáver. En menos de 10 minutos, Lee orquestará situaciones, eventos y detalles: la progresiva enfermedad de Mija, el nieto enajenado que vive con ella, su paciente, el suicidio de una adolescente, la madre de la adolescente, la investigación policial están finamente urdidos en la trama desde el comienzo. Un ejemplo: no es casual que "cartera" sea una de las primeras palabras olvidadas por Mija. Sociología imperceptible pero señalamiento lúcido: la relación con el dinero atraviesa la conducta de todos los personajes, de lo que se predica una mirada crítica sobre la sociedad coreana. La sentencia de Hölderlin "poéticamente el hombre habita sobre la tierra" alcanzará su magnificencia en los últimos siete minutos. Dos voces "leerán" una poesía. Dado que el lenguaje puede ser música, Lee jamás impone emociones a través de una banda de sonido. Las palabras y las imágenes son casi siempre suficientes, hasta pueden materializar un fantasma y conjurar su desolación.
CON EL CUADERNO BAJO EL BRAZO La contemplación de lo cotidiano Espesa. Esa es la única palabra que se me ocurre para definir a esta película. Usualmente no soy un amante de reducir el abanico de sensaciones que provoca un film en el espectador a una sola palabra, pero en este caso es necesario. Y esto se debe justamente a su espesura, a su complejidad; es tal el grado de profundidad de esta pieza que me veo obligado a simplificar, a minimizar, a buscar una palabra que la defina y así poder empezar este análisis por algún lado. Justamente, es tan espesa esta película que me es difícil sopesarla, observarla en su totalidad; esa sensación que, como bien mencionaba Anselmi en su análisis de El árbol de la vida (Terrence Malick, 2011; publicado con anterioridad en este medio), se traduce en no poder mencionar ni una palabra antes de salir de la sala de cine y pisar la "realidad exterior". Pareciera no tener límites visibles, como si nos rodeara (como si nos envolviera); es tan auténtico, tan original y tan único lo que vemos en Poesía del alma que nos asombra el nivel de simpleza que aparenta y la naturalidad con la que se desarrolla su trama, con la que interactúan sus personajes y se nos transmite aquel mundo plagado de símbolos y metáforas, aquel universo lleno de poesía (tanto a nivel narrativo como a nivel formal) que conforma la diégesis del film. Todo comienza con un plano del agua. Plano fijo, la pantalla entera es agua. Luego, mediante un suave paneo, se nos describe, a contracorriente, el cauce de un río, coronado a unos cuantos metros por costas verdes, de abundante maleza. Unos niños juegan en ella. El plano continúa su paneo, pero siempre de manera ajena a esos niños, es decir, nunca junto a ellos, partícipe de la acción, sino distante, como planteando un posible escenario. Entonces, vamos a un plano más cercano de aquellos niños jugando. Uno de ellos se da la vuelta (ya junto a la cámara) y mira al río. Plano general del río: algo se aproxima. Parece un cuerpo. Flota y flota, acercándose hacia el niño por la corriente, siempre a una distancia de unos cuantos metros. Corte a un plano medio del objeto flotante. Notamos que efectivamente se trata de un cuerpo; distinguimos, a medida que continúa avanzando, los brazos, la espalda, las piernas, el pelo, la piel blanca de una joven. El cuerpo no deja de aproximarse hasta que su cabeza ocupa no menos que la mitad de la pantalla. En la otra mitad se imprime el título de la película (cuya traducción fiel sería Poesía, a secas) y allí permanece, sobre esta cabeza de una niña muerta. Pocas palabras para definir a este comienzo. Lo es todo, simple y complejo a la vez, transparente y enigmático. De ahí el film salta a otro escenario completamente distinto. La ciudad irrumpe en la pantalla: tráfico, gente, ruido. Es en este contraste, en esta dualidad de ciudad-río, artificial-natural, hombre-naturaleza, en la que se basa esta película. Porque, justamente, la poesía es la comunión entre ambas cosas; se trata de (y sobre esto se insiste en todo momento en este texto fílmico) la contemplación de la naturaleza por parte del hombre. La poesía es la consecuencia directa de esta contemplación. Jeong-hie Yun y Da-wit Lee, abuela y nieto, protagonistas del film. Mija es una señora entrada en edad que se encarga, entre otras cosas, de criar a su nieto en un humilde departamento (su hija, la madre del niño, se encuentra establecida en otra ciudad), trabajando de asistente de un anciano que padece de parálisis parcial. Su vida es monótona, todos los días se suceden iguales al anterior, y esto despierta en Mija un sueño que tiene desde niña: convertirse en una poetisa. Es por esto que se inscribe en un curso de poesía (el cual se rige por el "slogan": ¿cómo escribir un poema?) al que asiste dos veces por semana. Es entonces que se entera, estudios mediante, que padece de la enfermedad de Alzheimer (en estado inicial), y que su nieto ha participado, junto a cinco amigos, de la violación sistemática de una compañera de curso. Esa joven se suicidó por esta razón, arrojándose del puente al río. Y esa joven es la que vimos en la primera secuencia de la película, un cuerpo inerte flotando a la deriva. Chang-dong Lee no está lejos de ser uno de las grandes personalidades al momento de hablar de directores influyentes del presente. Sus anteriores largometrajes, Oasis (2002) y Secret Sunshine (2007) dan fe de que se trata de una presencia de gran peso dentro del circuito cinematográfico actual. Su sensibilidad y sutileza al momento de narrar las desventuras de sus personajes son propias de una mano maestra, y en Poesía del alma esto queda más que demostrado. A lo largo de sus 139 minutos, la tensión jamás decae, el interés es constante y lo que apreciamos en esas dos horas y veinte es que el que se encuentra detrás de cámara es alguien que sabe lo que hace. La solidez narrativa es notable, y esto se ve reforzado por el irresistible interés y la fascinación que nos provoca el personaje de Mija. La fenomenal actuación de Jeong-hie Yun hace de este personaje, que en primera instancia podría parecer carente de atractivo, uno inolvidable, a tal punto que es, en gran medida, una de las principales columnas que sostienen al film. Su mirada perdida, sus gestos corporales, su risa algo nerviosa mientras habla. Se trata de un personaje excelentemente retratado. En constraste con sus sutilezas, quizás choque en cierta medida el trazo algo grueso en que está tratado el personaje de Wook, de Da-wit Lee, el nieto de Mija. Es un adolescente "clásico" de estos tiempos, y es en este aspecto en el que podemos identificar la visión pesimista de Chang-dong Lee con respecto a la juventud del presente. Wook es un haragán, dependiente de la computadora y de la televisión, le cuesta moverse y su comunicación con su abuela es casi nula; sus periplos en su casa se reducen a ir de su habitación a la cocina y de la cocina a su habitación. Esta visión cruda y descarnada de la adolescencia es quizás algo excesiva y maniquea, pero afortunadamente no atenta contra el total de la obra. También cabe mencionar una gran actuación por parte de Hira Kim en el papel del enfermo de parálisis. En los rubros técnicos, a destacar el acertado tratamiento de cámara, alternando entre una cámara en mano nerviosa e inquietante y una cámara fija precisa y descriptiva. La ausencia completa de música incidental es un acierto; como mencionamos antes, la narración avanza sin traspiés y en ningún momento se hace notar su extenso metraje. La actuación de Jeong-hie Yun es impecable, cargada de pura humanidad. El rasgo quizás más llamativo e interesante de esta película (y aquí es donde viene la complejidad al momento de escribir sobre la misma) es el guión. No es llamativo que Chang-dong Lee haya sido, antes de convertirse en director, escritor. Esto se ve claramente en Poesía del alma (más allá de su aceitado mecanismo narrativo). Porque este film se podría definir, justamente, como un tratado sobre la palabra. Si, como mencionábamos en su respectivo análisis, Las acacias (Pablo Giorgelli, 2011) es un ejercicio sobre la mirada, entonces Poesía del alma se aboca completamente a la palabra, al nivel de tratarse casi de un tratado semántico. Esto ya está presente en el título, y lo vemos con aún más claridad a medida que avanza el film. Los ánimos de ser una poetisa de la protagonista y su inclusión en un curso de poesía en contrapunto con el comienzo del Alzheimer en ella. La búsqueda de la palabra (de la utilización de la palabra) confrontado con la pérdida total de la misma a través de un olvido involuntario y patológico. La búsqueda de la belleza presente en la contemplación de la naturaleza en contraste con lo horrible del humano, el crimen del cual es partícipe su nieto y del cual ella debe (contra su voluntad) hacerse cargo. Esta búsqueda de las palabras se ve brillantemente planteado en la escena en la que Mija le pide dinero al personaje de Hira Kim, el anciano al que ella cuida. Al no poder hablar porque se encuentra su familia cerca, Mija le escribe en un papel su pedido. El anciano lee su mensaje y también escribe en un trozo de papel su respuesta, entablándose un diálogo silencioso, en el que el medio es la palabra escrita (comparemos esto con la raquítica e insostenible escena en la que los protagonistas hablan vía chat en el film Medianeras, cuyo análisis fue publicado previamente en esta página). Esto se ve reforzado con el aspecto formal: el espectador lee estos mensajes a través de planos detalle en tomas fijas (en varios momentos a lo largo de la película), en las que la hoja cubre la totalidad de la pantalla y las letras se leen con claridad. En este choque entre una cámara movediza y la estaticidad de estos planos es en donde se da el contraste que origina la búsqueda de este film. Otro momento interesante en el que se utiliza este mismo recurso se da hacia el final del film, cuando Mija se sienta a mirar el río en el que suicidó aquella joven, y al momento de comenzar a escribir la lluvia se desata y la hoja de su cuaderno, antes blanca y virgen, es agredida con gotas de agua que le quitan su propiedad, dando lugar a la máxima poesía posible: la de la naturaleza. Es constante, es prácticamente una búsqueda personal la de Lee: la palabra justa, el gesto justo. Con esta película logra triunfar en una zona en la que pocos ven un problema, logra ver lo que no muchos ven. Esta contemplación, esta reformulación de lo común y aparentemente trivial, este intento de ver en una manzana una manzana y no la representación de una manzana (por no entrar en terrenos semiológicos) es, creo yo, su mayor logro. Antes de terminar, me gustaría recordar una gran escena de Poesía del alma. Se trata de la secuencia en la que Mija se cruza, sin saberlo al comienzo, con la madre de la niña muerta. Es apenas un instante, una conversación que mantienen durante un par de minutos, en la que hablan de duraznos y del trabajo en el campo. Lo grandioso de esta escena es que ambas mujeres se encuentran, sin saberlo, unidas muy cercanamente por una muerte, lo que convierte a este diálogo aparentemente trivial en una conversación repleta de significaciones; se trata de un brillante ejercicio cinematográfico. Y así, los duraznos dejan de ser duraznos y el árbol ya no es un árbol. A través de la contemplación del mundo llegamos a la palabra exacta. "¿Existe la inspiración poética?", se cuestiona la protagonista. No sabría responderlo. Lo que sí puedo decir es que películas como ésta le hacen recordar a uno la importancia de llevar siempre un cuaderno bajo el brazo.
Ya era hora de que se estrenara en salas una película del gran Lee Chang-dong, cineasta surcoreano que, aunque desconocido por esta región, es un aclamado novelista que llegó a ser Ministro de Cultura de su país. Una invitación a revisar su filmografía: el hombre viene filmando sistemáticamente obras maestras una atrás de la otra. Películas siempre incómodas, siempre dramáticas, bellas y humanas, en ocasiones también profundamente conmovedoras. Éste es el caso. Poesía para el alma es la quinta película del director. Mija, de 65 o 66 años -ella misma lo duda- atraviesa una doble catástrofe. Está comenzando a olvidar las palabras y las cosas, y un médico le da el terrible diagnóstico: sufre de alzheimer. Simultáneamente cae en la cuenta de que su propio nieto, con el que vive y del que está a cargo, participó junto a otros adolescentes en violaciones grupales a una compañera, y que ella acabó suicidándose por el trauma ocasionado. Es verdad que esta premisa podría ser pasto para una película de explotación, para un regodeo trágico, gratuito y machacante, pero lo cierto es que la anécdota está abordada con altura, madurez y una inusual cadencia narrativa. Como ocurriría en cualquier familia -o en la mayoría- a pesar de la gravedad del delito y de la segura culpabilidad de su nieto, a la protagonista le corresponde salir en su defensa, tragarse sus principios y su propia moral y lidiar con el grupo de padres de los adolescentes violadores, quienes acuerdan darle una suma de dinero a la madre de la chica -30 millones de won, poco más de 25 mil dólares- y evitar consecuencias penales sobre sus hijos. Es a partir de este terrible universo de individualismos y de escasa preocupación por el prójimo que surge la poesía del título. Como dice el profesor de la protagonista, para escribir es necesario aprender a ver: no observar superficialmente, sino realmente ver en profundidad, entender. La creación artística surge ante la capacidad de empatizar, de ponerse en el lugar del otro. El arte emerge y desentierra lo que yace sepultado, ilumina las sombras y hace oír las voces acalladas. (Ahora se cuenta parte de la resolución de la trama, por lo que para algunos sería conveniente dejar de leer por aquí). La protagonista -atípica heroína- es la única capaz de ver más allá de la situación presentada, la única aparentemente horrorizada por el triste destino de Agnes, la niña suicidada. El único vehículo para evitar que su vida pase totalmente desapercibida, que se extinga o desaparezca. Su creación poética es la doble salvación, la vía para vencer al olvido, y Lee Chang-dong se asienta, traspasa y trasciende con esta película imprescindible.