¡Hay alguien en mi cuerpo! Al fin una película de terror que no recurre al registro de la "camara en mano" y sigue los pasos del relato clásico, sin la necesidad de tantos efectos especiales. Lo justo y necesario. En ese sentido, Posesión Satánica (The Possession) es un logrado trabajo del realizador danés Ole Bornedal (Just Another Love Story, Líbranos del mal) que asusta con buenas armas y crea el clima adecuado para este tipo de realizaciones. Desde la producción, el nombre de Sam Raimi también hace lo suyo, considerando que hace años filmó Diabólico. Trasladar a la pantalla el tema de las posesiones diabólicas es, casi siempre, un arma de doble filo porque mucho se ha visto desde el clásico de William Friedkin, El exorcista, que lanzó a la fama a una por ese entonces desconocida Linda Blair. En esta película, supuestamente basada en sucesos reales, una niña ve cómo su mundo cotidiano deja lugar a una extraña criatura conocida como "Dibbuk". Un matrimonio recién separado (Jeffrey Dean Morgan y Kyra Sedgwick) reparte su tiempo entre sus dos hijas, la pequeña Em (Natasha Calis) y otra adolescente, pero lo que el padre ignora es que una extraña caja negra adquirida en una subasta cambiará la vida de la pequeña y las de todos. El tema del Mal liberado en la Tierra y personificado en una pequeña (al igual que en La profecía) se despliega con fluidez narrativa, sumergiendo al espectador en el misterio que encierra la caja. La misma va alterando los comportamientos (y la suerte) de sus propietarios. El comienzo impacta y deja lugar a una sucesión de escenas en las que el terror irrumpe y un espíritu maligno, escondido en el cuerpo de la niña, dice presente. Invasiones de insectos, rituales judíos, juegos constantes de luces y sombras, médicos especialistas y un desenlace en la morgue que pone los pelos de punta, son algunas de las sorpresas que encierra la "caja feliz".
Basada en una historia que acompañaba un articulo de ebay, Posesión Satánica se aleja de la supuesta historia y nos lleva al mundo de una familia separada por lo normal y unida por lo paranormal. La niña cuco La historia que cuenta esta película es simple: Una familia, dividida por las diferencias y deficiencias del matrimonio, tiene 2 hijas en medio de el proceso de separación y un padre que desesperadamente busca conectarse con sus dos hijas y tratar de ser un mejor padre mientras busca progresar en su carrera. En un arrebato consumista en base a la necesidad de utensillos de cocina, Él y sus dos hijas paran en una feria de garaje para comprar pavadas y en eso la mas chica, Em, se enamora de una caja de madera. Que como nos cuenta la primer escena, no es muy copada que digamos. Esta caja se convierte en una obsesión para Em y en una aparente fuente de situaciones aterradoras y siniestras… “MUAJAJAJAJAJAJAJA”- La Caja Dibbuk Una caja de la que no te vas a olvidar…hasta que salgas del cine. Es una propuesta sólida. Nada más ni nada menos. Es de esas películas que si fueses crítico de cine no sabrías bien que decir. Por suerte no lo soy así que tengo aún menos que decir. Por eso la vamos a hacer simple, hagamos de cuenta que fuimos compañeros de colegio y hace como 4 años que no nos vemos, nos encontramos para tomar un café y de repente sale el tema películas: “qué peli viste últimamente?” “mmmm Batman…vos?” “mmmm Spiderman” “te gustó?” “y…seh…que sé yo” Sin embargo en ningún momento me acuerdo de decirle que la última película que vi fue Posesión Satánica. ¿Por qué? Porque la verdad ya me olvidé que la vi. Sin embargo, en el momento me hizo acordar a la época en que las películas se filmaban sobre un trípode y con cámaras de 35 mm o al menos con una cámara digital que tenga mejor calidad que una webcam. Tallada sobre madera antigua. Posesión Satánica es una película que da gusto ver porque es clásica, redondita y prolija. Es un descanso en la época del terror por smartphone, y además tiene algunos detalles muy copados. En cuanto a la historia, quizá podría haber profundizado más, siento que al supuesto dibbuk no se le da mucho espacio para hacer de sus cosas. La peli empieza con una escena re zarpada y después el resto sigue como si fuese una nenita a la que le agarra la menarca y le chifla el moño y además tiende a atraer MUCHAS polillas. No tiene tanto sobrenatural como me esperaba pero los actores están bien. Jeff Morgan estuvo mil veces mejor en Watchmen y Kyra Sedgwick parece Steven Tyler con boobies. Además no llego a palpar sus emociones porque el botox en su cara me confunde. La nenita, Natasha Calis está MUY bien, la cara se le transforma y es creíble, y si llegás al final de la película y tratás de acordarte la primer escena con ella, normal, te vas a dar cuenta que hizo un laburo muy bueno. Lo bueno, lo malo y lo dibbuk. Honestamente no hay tanto que criticar, y tampoco tanto que admirar. Hay pequeños detalles como las transiciones de escena a escena en la que un piano desafinado pone el moño a la escena que termina y te invita con cierta precaución a la otra. Los efectos visuales están bien. solo hubiese querido mas del villano en sí. Haberse quedado mas cerca de la historia supuestamente real me hubiese quitado un poco mas de sueño, pero está bien que al fin y al cabo lo importante de esta historia era la familia en sí. Aunque no fue tan convincente la transformación de la familia y como llegaron a donde están en el final. Y el dentista?? Conclusión En general la peli está bien, tiene un par de cositas geniales, pero podría haber sido mucho mejor. O en esta época, sinceramente podría haber sido peor.
Nenas poseídas En la era digital también se puede construir un mito. Todo comenzó con un artículo en Ebay. La descripción detallaba la seguidilla de catástrofes y apariciones que condujeron al dueño de una caja antigua a un malestar insostenible y al borde del suicidio. La ofrecía en subasta y con la aparente intención de deshacerse de la fuente de sus pesares. Cuando un relato suena más convincente de lo que debería y se presenta en canales poco convencionales la tendencia se inclina, en el peor de los casos, a la sospecha. Clyde (Jeffrey Dean Morgan) está divorciado y es padre de dos pequeñas niñas. El fin de semana es la única instancia en donde tiene permitido ver a sus hijas. Después de recogerlas y planear sus actividades deciden visitar una venta de jardín. En ella, Em (Natasha Calis) la más chica, entra en contacto con una delicada caja antigua con un grabado en hebreo. Oportunamente, la caja contiene un espíritu judío llamado Dybbuk, que incapaz de trascender hacia otro reino permanece atrapado, aguardando la posibilidad de poseer un cuerpo humano. El fenómeno paranormal que acecha a los personajes de la película tiene, naturalmente, sus raíces en la religión y forma parte de un eslabón ocultado por sus autoridades, descalificado por los escépticos y resguardado en el universo de la superstición. En consecuencia a la invisibilidad oficial y al alimento del mito a través de falsos testimonios, cuando la entidad destructiva emerge delimitando su sordidez y cristalizando la extensión de su crueldad las herramientas a favor de la víctima son precarias e inespecíficas. Los personajes que padecen el rumbo intempestivo de lo incierto flotan inercialmente en un limbo de contraposiciones. Lucidez Vs Locura, imprecisión versus certeza, realidad versus alucinación. La inexorabilidad de su destino parece no detenerlos y la ínfima chance de supervivencia motoriza una persecución con victoria cantada. Y es que en ningún momento la parte más débil se encuentran en control de las cosas. Simplemente siguen las reglas del juego. Consienten a su verdugo. La falsa ilusión de sobreponerse con razonamiento humano e ímpetu vital a la portentosa e inflexible fuerza divina encuentra motivación en el ingenuo plan de vencer a la probabilidad. Reposar todas las esperanzas en ser el diferente, en doblegar a un patrón de derrotas sólo por la posibilidad de convertirse en la excepción a la regla es ciertamente osado. Y una vez más, ineficaz. Sam Raimi, el legendario director de cine más conocido por sus parodias al cine de terror clase B, ocupa esta vez el cargo de productor. Lo hace sistemáticamente, en producciones del género similares a esta, desde hace casi una década. Con resultados como El grito (The Grudge, 2004) o 30 Días de Noche (30 Days of Night, 2007) es imposible no preguntarse si Raimi no ayuda a nutrir al cine del cual alguna vez se burló con tanta mordacidad. En Posesión Satánica (The Possession, 2012) Jeffrey Dean Morgan sorprende no sólo por su parentesco a Javier Bardem sino también por confirmar sus dotes acotrales fuera de la comedia. A pesar de esto y de su precisión técnica, esta cinta no ofrece nada novedoso ni particularmente entretenido.
Algo le pasa a la nena Una de las primeras imágenes que vemos en la película es la de una antigua caja de madera. Estas cajas se llaman Dybbuk y, según una leyenda judía, un demonio vive en su interior. Por eso nunca deben abrirse. La escena cambia por completo, y vemos en un bonito vecindario a un matrimonio, Clyde y Stephanie Brenek (Jeffrey Dean Morgan y Kira Sedwick) con dos hijas. Acaban de divorciarse hace unos meses y están adaptándose a su nueva vida. Una tarde Clyde y sus hijas, Hanna (Madison Davenport) y Em (Natasha Calis), van a una venta de garage, y la más pequeña encuentra la caja, la compran y se la lleva a su casa. Como es de esperarse el comportamiento de Em se va tornando cada vez más raro y violento. Primero piensan que se trata de una reacción ante el divorcio de sus padres, pero cosas extrañas y sobrenaturales comienzan a suceder alrededor de la niña, y no tardan en darse cuenta de que se trata de otra cosa. Investigando descubren que esconde esa caja con la que tanto se ha encariñado Em, y recurren a la ayuda de un rabino. La historia es conocida, hay muchas películas sobre exorcismos, algunas mejores que otras. Aquí el toque diferente es que el exorcismo lo practica un rabino, y la leyenda sobre la caja Dybbuk también aporta algo no tan típico a la historia. Si bien es una película más sobre posesiones demoníacas, esta es de las que están bien hechas. Se nota la mano de Sam Raimi -un experto- en la producción, y la prolija dirección del danés Ole Bornedal. A diferencia de otras películas similares, no hace tanto hincapié en lo sangriento o escatológico, sino en el suspenso. No se recurre al impacto porque sí, sino que va creando climas de suspenso muy intensos, acompañados de una buena fotografía. Las actuaciones son correctas, el guión no aporta nada nuevo, pero es sólido. La película es, finalmente, una buena historia de terror, de esas que dicen “basada en hechos reales” para dar un poco más de miedo.
A ver qué hay adentro... Una niña compra una extraña caja de madera en una venta de garage, sin saber que la habita un espíritu maligno. En tiempos en los que el suspenso parace un instrumento dejado en desuso en las películas de terror, que en su inmensa mayoría prefieren el golpe de efecto, el golpe bajo o cualquier otro tipo de mazazo al espectador, Posesión satánica es una rareza. Su guión no es un dechado de virtudes, pero se toma sus tiempos en desarrollar la historia, casi a la manera de una de sus predecesoras, El exorcista . Claro que la película de William Friedkin es de 1973, y ahora el público necesita todo ya, rápido. Pues bien, habrá que esperar sentados para que la cosa se vaya poniendo turbia. La menor de dos hijas de una pareja separada le pide a su papá que compre una caja de madera en esas ventas de garage que son tan comunes en los Estados Unidos. Lo que no saben -ellos, porque el espectador, sí- es que la caja posee un Dibbuk, un espíritu maligno según la tradición judía, que está agazapado esperando que un alma ingenua lo deje libre y apoderarse de ella. Obvio que Em, la chica, la abre. Basada, se informa, en hechos reales, la desesperación del padre (Jeffrey Dean Morgan, clon estadounidense de Javier Bardem) y de la madre (Kyra Sedgwick) va in crescendo al no saber qué es lo que le pasa a Em (Natasha Calis). La película pega sus buenos sustos y en buena ley, mantiene la tensión casi siempre y cuando se apela a los clisés, éstos se ven hasta con complicidad. tal vez sea mérito de Sam Raimi, que oficia de productor, más que del realizador danés Ole Bornedal, quien sabe decirle ole a los convencionalismos del género.
Sin caer en lo macabro, el film cumple su cometido Desde el comienzo, la trama llama la atención de los espectadores, pues de una caja misteriosa aparece una especie de sombra que mata a su dueña. El guión da de pronto una vuelta de tuerca cuando Clyde, un exitoso entrenador de básquet recién divorciado, concurre con Em y Hannah, sus dos adolescentes hijas, a una feria de venta de los más estrambóticos objetos. Entre ellos está esa caja que llama la atención de Em, quien le pide a su padre que se la compre. El hombre accede y la caja va a parar a la casa de Clyde, donde los fines de semana las dos jóvenes van a pasar unos días con su progenitor y, desde ese momento, la muchacha se obsesiona de manera muy extraña con la caja y a pesar de que los padres, en un principio, no le dan demasiada importancia a este hecho, la existencia de la muchacha se torna cada vez más asombrosa y la pareja teme la presencia de una fuerza malévola. El director danés Ole Bornedal, que ya había rodado La sombra de la noche en los Estados Unidos, supo sin duda otorgar el oscuro clima y la necesaria dosis de suspenso a un guión bien elaborado que nunca cae en lo macabro ni se deja tentar por escenas demasiado escabrosas. Claro que esta película tiene como productor nada menos que a Sam Raimi, creador de una gran variedad de films que van desde la comedia más alocada al terror más gore, y que se recuerda con nitidez por la dirección de la exitosa trilogía de El Hombre Araña . El elenco se desempeñó con corrección, ya que tanto Jeffrey Dean Morgan como Kyra Sedgwick supieron darle la necesaria emoción a los padres de la chica acosada por ese espíritu, pero sin duda es el trabajo de Natasha Calis, como esa adolescente que tortura y es torturada por el fantasma de la caja, quien se lleva los más entusiastas aplausos.
Un dybbuk en la familia El paulatino empobrecimiento del terror cinematográfico a nivel mainstream es un hecho por demás aceptado de un tiempo a esta parte: durante la última década Hollywood no ha dejado de producir films extremistas que se regocijan ya sea en la flagelación de la carne (el llamado “porno de tortura”), o en su opuesto exacto, la inmaterialidad de fantasmas y espíritus asesinos (los resabios destilados del J-Horror), dejando en el olvido a los puntos intermedios y al resto de las “soluciones negociadas” vinculadas a las sutilezas formales, la progresión pausada y los recursos temáticos del ayer. La mera reutilización de clichés no es el inconveniente principal, sino el poco alcance de los mismos y su vacuidad específica. Por suerte cuando todo parece estar perdido en ocasiones surge una pequeña excepción que sin llegar a descollar por sus aportes circunstanciales, por lo menos plantea una mínima posibilidad de cambio u ofrece caminos alternativos y/ o complementarios a lo que hasta el momento venía siendo el patrón estándar de representación dramática. Este es precisamente el caso de Posesión Satánica (The Possession, 2012), un eficaz exponente del querido “terror fetichista” centrado en objetos con maldiciones antiquísimas, una cadena de propietarios adeptos al placer cuasi sexual que les genera el contacto con sus pertenencias y la imponderable catarata de desafortunados “accidentes” que padece el entorno inmediato. En una suerte de mixtura soft/hebrea de Hellraiser (1987) y El Exorcista (The Exorcist, 1973), la historia gira alrededor de las tribulaciones de Em Brenek (Natasha Calis), quien además de sufrir el divorcio de sus padres Clyde (Jeffrey Dean Morgan) y Stephanie (Kyra Sedgwick), debe lidiar con un dybbuk, un “alma condenada” según el folklore judío, al que accidentalmente libera cuando abre una misteriosa caja obtenida en una de esas típicas “ventas de garaje” norteamericanas. La modificación en el comportamiento de la niña y una presencia más que abundante de polillas trastocarán la existencia del clan al nivel de tener que acudir a un rabino para resolver el asunto al que hace referencia el título del convite. Con un pulso narrativo cercano al suspenso y un interesante desarrollo de personajes, la película supera al promedio industrial contemporáneo porque dosifica los sustos de manera inteligente y evita la gratuidad gore. Por momentos pareciera que el realizador Ole Bornedal trató de construir una actualización respetuosa del humanismo clasicista de La Dimensión Desconocida (The Twilight Zone), emulando aquellos microclimas familiares que entraban en crisis a partir de la aparición de algún imprevisto fantástico. Ese quiebre en la previsibilidad hogareña, un ataque intracorporal y los avatares de la redención son los ejes de una propuesta que sabe administrar el catálogo de estereotipos del que se nutre…
Poco más que previsibles escenas de posesión Grandes comediantes como Woody Allen han demostrado la eficacia del humor judío, pero la evidencia indica que al terror judío aún le falta mucho para poder ser incorporado como género al Hollywood contemporáneo. Es una pena, porque la tradición fantástica judía ha dado films memorables como «El Golem», fabulosa tanto en su versión muda del expresionismo alemán como en la remake inglesa de la era de oro del terror británico). Pero en manos del director danés americanizado Orne Bernedal, que toma un mito hebreo, el del cubo que contiene un demonio que consume el espíritu del que lo abre, y lo narra según el punto de vista de una historia supuestamente real que le sucedió a una familia estadounidense. Una nena compra la cajita como si fuera cualquier otra curiosidad que puede almacenar un anticuario, y luego le llama la atención que el objeto esté pensado para que no se pueda abrir fácilmente, o incluso para dar la sensación de que no sería conveniente abrirlo. Pero si no abrieran la caja no habría historia, así que luego de un rato no precisamente de película, empiezan a pasar las esperables variaciones de escenas de posesión que uno ha visto infinidad de veces en películas mucho más logradas que este mediocre producto. El argumento se toma demasiado tiempo en describir los conflictos de la familia quebrada por el divorcio de los padres, interpretados por un insípido e insoportable Jeffrey Dean Morgan y una tensa y sobreactuada Kyra Sedwick, y no aprovecha el potencial de los rituales judíos ni le da demasiada riqueza a los rabinos que obligadamente tienen que ser parte de la historia. Pero aquí no hay una actuación ni lejanamente equivalente a la de Max Von Sydow en «El exorcista» e incluso los momentos más intensos de terror no generan miedo, sino más que nada, aburrimiento.
Una chica en manos del demonio Formalmente impecable, con una interesante intervención de la música que condensa lo sobrenatural, "Posesión satánica" es una variante en el "cine de miedo", que los adictos recibirán con los brazos abiertos. Seria interesante ahondar en la historia del "dybbuk", del folclore judío, algo así como un espíritu maligno que se aloja en el cuerpo de alguien para encarnarse, así que no tiene mejor idea que ir devorándolo y cambiándole la personalidad. Otros dicen que es alguien que todavía no llegó a un estadio de espiritualidad, o sea que es algo así como un híbrido y quiere el cuerpo de una persona para volver y mejorar. Ahora, por lo que vemos en esta película, bueno no es. Lo que ignorábamos es que había exorcistas judíos y esto lo muestra esta película. La historia es sobre una chica, conocida como Em (Natasha Calis), que se deslumbra con una linda caja de madera con inscripciones en hebreo. En una venta de garage, su padre se la compra y adiós, hay argumento para toda una tragedia. A la pobre Em le pasa de todo, ya estaba nerviosa por la separación de sus padres, pero eso no es motivo para clavarle un tenedor en la mano a su padre en medio de un almuerzo familiar, o aferrarse de tal manera a la caja amada, que parece que se obnubila con ella y separada de su "pseudo ama" mata a quien la retiene, la pobre maestra. Bueno, el asunto empeora y en el filme se ven todos los pasos de la posesión y luego el ritual exorcista de un rabino. RABINO EXPERTO Pudo haber sido una película gore, mucha sangre y mucho drama; pudo ser una película más de espíritus malos. Pero un director para tener en cuenta, el danés Ole Bornedal, la transforma en un episodio de la vida real, con chicos y padres como los que cada uno de nosotros tenemos y con los intereses cotidianos de un señor en tren de separación con una hija en problemas. El horror aparece como accidente y se desarrolla con interés y verosimilitud. Mínimos efectos especiales, pero justos y necesarios, un grupo de actores de muy buen nivel, un exorcismo rabínico porque el espíritu es judío (novedad en el cine de horror) y una locación sobria, sólo intervenida por alguna manifestación lejos de lo normal. Formalmente impecable, con una interesante intervención de la música que condensa lo sobrenatural, "Posesión satánica" es una variante en el "cine de miedo", que los adictos recibirán con los brazos abiertos. Por algo el querido Sam Raimi, pope del cine de horror, custodió la producción. Entre las actuaciones se destacan Kyra Sedgwick (Stephanie), la madre y la joven Natasha Calis (Em).
Un sólido exponente del genero de terror Clyde y Stephanie se han separado hace un par de meses. Cuando Clyde lleva a los chicos a llevar pasar un fin de semana con él, las lleva de compras, y entre las cosas que adquieren se llevan una caja especial. Pero desde que la caja entro en la vida de Em, la hija menor, todo cambia. Em ya no es la que era, como que fuera una persona totalmente diferente. Este film esta basado en hechos reales, sobre las famosas cajas Dibbuk. Dichas cajas se dicen que fuero hechas, según la tradición ortodoxa judía, para que no se abran ya que dicen que dentro contiene demonios que de liberarlos traería consecuencias tremendas, incluso hubo una investigación periodística sobre una de estas cajas que todos sus propietarios tuvieron accidentes y evento dramáticos. Con esta base se ha escrito un guión sumamente efectivo y, hasta creíble, sobre lo que pasaría si una de estas cajas es abierta por una niña. El film muestra sangre para dar miedo, sino que basa su suspenso y terror en lo básico del género que es el miedo a lo desconocido y a lo que puede llegar a suceder. En ese sentido el film esta muy bien hecho, con buenas actuaciones y buenos efectos. Pero por sobretodo, lo principal de este film es que se basa en lo más típico del género y lo logra un guión sólido y muy buen ritmo, llevando al espectador desde lo meramente explicativo al comienzo hasta un ritmo demoniaco, nunca mejor dicho, hacia el final. “Posesión satánica” es realmente un film que, los amantes del genero, van a disfrutar desde el principio hasta el fin.
Una de miedo que les encantará a los amantes del género, que respeta las reglas del título pero tiene algunas innovaciones referidas a demonios de tradición judía y exorcismos dentro de sus creencias. Lo demás es de buena realización. Un toque de frescura en un género muy trajinado por la rutina.
Terror Old School Posesión Satánica o The Possession aparece en las carteleras para cortar con tanto falso documental que poco a poco va dejando sin vida a un género con mucha historia y que ha dado innumerables obras de arte y culto. Esta película dirigida por Ole Bornedal retoma la tradición del terror generado a través del suspenso, de la tensión in crescendo a raíz del desarrollo de la historia, esa tradición casi perdida en el terror actual que busca el sobresalto a través del sonido más que del sentido o en casos en donde los realizadores creen que hacer terror es regocijarse en carnicerías sin razón. La película tiene una estética a través de la dirección y el montaje que nos sitúa en secuencias cortas (sobre todo al principio) separadas unas de otras por fundidos a negro, en este sentido recuerda tanto a El Exorcista como a El Resplandor aunque estas secuencias no están rotuladas como en esta última. Así, por medio de estas secuencias vamos metiéndonos en una historia que no resulta demasiado innovadora pero que está bien contada en donde abundan lentos travellings de avance que nos meten en el drama llevándonos una y otra vez de primeros planos abiertos a primerísimos primeros planos. Todo esto lejos de cansar cumple con su cometido de la misma manera que lo hacen los planos cenitales del vecindario en donde transcurre el relato y otro acierto son los encuadres desde la cámara cuya simetría calza perfectamente la atmósfera de la película. Tal vez uno de los problemas en estas secuencias del principio son ciertos saltos de continuidad en cosas en las que el espectador tiene la atención puesta como por ejemplo la caja (esencial) que está con el padre de la familia en un lugar y después aparece con la nena en otro (algo muy notorio porque la atención está puesta ahí). Estos problemas de continuidad en algunos momentos despegan un poco y en esta peli adentrarse en el relato y la atmósfera que propone es todo. La mano del gran Sam Raimi que acá produce el film es más que notoria, sobre todo hacia el final donde la curva dramática llega al tope y todo ese desarrollo lento empieza a demandar que esa tensión explote, ahí la artesanía de Raimi (porque es claro que es su mano) hace que esa olla a presión explote con una secuencia final que a pesar de no ser muy innovadora rinde sus frutos. Un dato de color llamativo en la película es la actuación del cantante de reggae Matisyahu que se desenvuelve a la perfección encarnando a un exorcista judío que ayudará a la familia a enfrentarse a ese dybbuk que los acecha. Cada vez queda más claro que el terror extrañaba a Sam Raimi, aunque sea como productor, que se despegó de los sustos al llevar adelante la saga Spider-Man pero que actualmente está volviéndose a enamorar de ese género que le trajo tantas satisfacciones.
Cuando ir al cine se torna una actividad satánica No es ninguna novedad que gran parte del cine estadounidense se encuentra en crisis. La falta de aspiraciones artísticas, el abuso de las remakes y la repetición masiva de temas hacen que esto se acreciente. Pareciera que ya ni siquiera se busca un cine comercial en el que el propósito sea el entretenimiento, sino que se reincide en historias repetidas que cada vez contienen menos encanto y derivan en el aburrimiento...
La situación es la siguiente. Desde que empezó el año la cartelera no paró de brindar basuras olvidables en lo que se refiere a propuestas de terror. Hoy es muy complicado encontrar una buena película por la que valga la pena gastar la entrada al cine. El mayor problema no pasa solamente porque sean malas en materia de realización, sino que TODAS tratan la misma maldita temática. Posesiones demoníacas, hechos paranormales y exorcismos. Lo peor de todo encima es que las que presentan otro tema, como Terror en Chernobyl, desde la realización son horribles e intentan refritar lo mismo que se hizo en Actividad paranormal. Esta semana llega a los cines Posesión satánica (que ya te imaginarás por donde va la cosa) y en breve se estrenará La aparición, que para variar, también tienen que ver con lo mismo. Estamos ante un período siniestro de mediocridad y aburrimiento en lo que se refiere a historias de horror como hace mucho tiempo no afectaba al género. Ahora bien, dentro de la basura que se viene estrenando Posesión satánica es lo más decente que llegó a los cines en lo que va del 2012. Tampoco es para entusiasmarse demasiado. No digo que sea una gran película ni un estreno que enseguida vas a recomendar a quien no lo vio, pero es de lo mejorcito dentro de las porquerías que llegaron a las salas. No sé si tendrá que ver que Sam Raimi es productor, pero este film la verdad que está bien realizado y tiene un elenco de actores profesionales que hacen su laburo como corresponde. La dirección corrió por cuenta del danés Ole Bornedal, quien se hizo conocido en los ´90 por el film de terror Nightwatch (1994), cuya remake con Ewan McGregor y Patricia Arquette también realizó en 1997. Muy buena película. Bornedal sabe como narrar una historia con suspenso y pese al desgaste que tiene la temática debido a tantos filmes que abordaron lo mismo recientemente, acá logró que Posesión satánica sea un propuesta entretenida. No hay grandes escenas de violencia o momentos donde corra sangre, pero el director hizo un buen trabajo con el misterio de la historia y la dirección de Natasha Calis, quien califica como una de las mejores niñas poseídas que vimos en los últimos tiempos. Jeffrey Dean Morgan (El Comediante en Watchmen) y Kyra Sedgwick sostienen el film también con buenas interpretaciones. Reitero, no es una película imperdible, pero dentro de los filmes mediocres que se vienen estrenando este dentro de todo zafa bastante bien. Hugo Zapata EL DATO LOCO: No podía dejar de mencionar la resurrección en este estreno de Grant Show, famoso actor de la serie Melrose Place, quien se destacó con el personaje de Jake Hanson en cinco temporadas. Show fue probablemente uno de los actores de televisión más prometedores de los ´90 que tenía talento para hacer una carrera en Hollywood, pero nunca logró tener su gran oportunidad. Como muchos actores de series famosas el pase a la pantalla grande no le resultó fácil y si bien siguió laburando en Hollywood, sólo apareció en filmes clase B y otras series de televisión. Posesión Satánica es la primera película que hace que llega a los cines y encima tiene distribución internacional.
La cajita infeliz "Posesión satánica" intenta volver al terror clásico, sin golpes bajos ni escenas truculentas, y por momentos lo consigue Hay muchas clases de películas de terror, pero en medio de todas estas clases, se puede distinguir entre las que fueron hechas para los fanáticos y las que fueron hechas para causar miedo a cualquier tipo de espectador. Esta segunda clase es cada vez más rara, porque el terror se ha convertido en una franja de mercado autosustentable, y no necesita de un público profano. Sin embargo, pese a las reglas de la industria, Posesión satánica, la esperada última producción de Sam Raimi dirigida por Ole Bornedal, intenta ubicarse en la línea de un clásico como El exorcista. De hecho, hace algo más que ubicarse, lo cita, lo plagia y le rinde tributo hasta en la forma de peinarse de la nena poseída (Natasha Calis). Es increíble cómo la famosa película de William Friedkin marcó definitivamente el modo en que el cine muestra el fenómeno de la posesión diabólica: los ojos desorbitados, los vómitos, el cuerpo contraído, los movimientos arácnidos, la fuerza descomunal. Todo esto se repite como un calco en Posesión satánica. Lo que cambia son las circunstancias y la mitología de origen del demonio. Este llega a manos de la niña dentro de una caja comprada en una venta casera. Y no se trata del Lucifer católico, sino de un "dibbuk" judío, lo que después justificará que el rapero Matisyahu interprete a un exorcista no del todo convincente. Otro lugar común en el incurren los guionistas es encuadrar la historia en el marco de un problema familiar, la separación de los padres. De ese modo las alteraciones de la niña pueden ser interpretadas como una consecuencia del trauma que le provocó el divorcio. Es un recurso narrativo convencional, por cierto, y no debería ser considerado una bajada de línea anti divorcista. Pero aparece tan subrayado que genera cierta interferencia emotiva y bloquea el suspenso. Sin dudas, lo mejor son las escenas que parecen orginarse en una imagen congelada: la niña de espaldas frente a un espejo o la caja que se abre sola o el insecto posado en la cabeza de la hermana. Hay una tensión en esos momentos de inmovilidad que demuestran que sólo es necesario mirar fijo una cosa para que esta se vuelva siniestra. Es una lástima que ni Raimi ni Bornedal confíen del todo en ese aspecto puramente visual del miedo y lo recarguen con referencias culturales y religiosas. Aun así, por su fotografía, su elegante espíritu clásico y la inquietante Natasha Calis, Posesión satánica no es sólo "otra película de terror norteamericana".
Frío en el pecho del Diablo A esta altura uno pierde la noción de la cantidad de films de posesiones demoníacas que se van sucediendo en los últimos años, generalmente con resultados pobres. Este año incluso tenemos Con el diablo adentro, Donde habita el diablo y ahora le podemos sumar esta última Posesión satánica, dirigida por Ole Bornedal (Nightwatch, Vikaren, entre otras). Si nos acotamos tan sólo a los estrenos comerciales de películas de terror, podemos hablar de una especie de crisis del género que aún no ha encontrado un nuevo norte en esta década. Hasta el glorioso y querido John Carpenter ha dirigido una película muy floja como Atrapada en estos años. Todavía se mantiene en pie y bastante sólida la saga de Actividad paranormal, que sin embargo va en camino de agotarse, y tampoco han aparecido buenas remakes (la nueva versión de La cosa es bastante pobre) aunque han habido algunos buenos casos aislados como Noche de miedo, con Colin Farrell. La productora de Sam Raimi, es responsable de una larga lista de films de terror bastante mediocres, aunque también algunos buenos. El caso de Posesión satánica entra entre los primeros. El film cuenta la historia de una niña llamada Emily (Natasha Calis) que compra una caja muy extraña en una venta de garaje. Inmediatamente comienza a comportarse muy extrañamente, cada vez más violenta y aislada. Sus padres se preocupan, hablan con especialistas y ya se imaginan el resto. Es un esquema que un tal William Friedkin estableció en 1973 en una película bastante aterradora cuyo nombre no logro recordar. Nombrábamos anteriormente a Sam Raimi, y venía al caso que, a simple vista, o mejor dicho en un examen superficial de Posesión satánica hay elementos que la emparentan con su cine, especialmente con sus películas emblemas de terror: la trilogía Evil dead. Y con esto me refiero en principio, a que al igual que en aquellas películas, un elemento maldito externo, físico y bien reconocible es el portador del mal. En Evil dead teníamos al Necronomicón, aquí tenemos esta cajita loca que contiene un Dibbuk, que es un demonio judío. No sé cuál será la diferencia con un demonio católico: imagino que no debe creer en que Jesús sea el Mesías o que sólo se alimenta de almas Kosher. Además, las manifestaciones de la niña poseída también tienen ciertas particularidades similares a los poseídos en la cabaña de Evil dead. Esto es: ojos en blanco, violencia, gritos desgarradores y cualquier acción que se aleje de la sutileza. También se puede emparentar con el cine Raimi la utilización de la música, que es constante, y que subraya y engorda cada secuencia. De hecho, a cada corte suena sostenida una nota grave en el piano, que nos dice: “¡ojo que acá explota todo!”. Esa es la gran mentira de Posesión satánica en la que nos envuelve el nunca mejor llamado Oooole Bornedal. Porque si hasta aquí hemos sido indulgentes con Posesión satánica es porque el film lo es con nosotros hasta que nos damos cuenta de que ya se termina y nunca llegó realmente al clímax que promete. Como un amante canalla, la película de Bornedal construye bastante bien la tensión necesaria, prepara el territorio, con unos cuantos lugares comunes y algún que otro efecto especial berreta (al parecer, tener un demonio milenario en tu cuerpo te produce unas monstruosas ojeras), pero narrativamente es correcta. Sin embargo, cuando llega el final, cuando hay que enloquecer y aterrorizar, Posesión satánica se queda en las vísperas y se convierte en el perfecto ejemplo del concepto de “película pecho frío”.
El diablo dentro tuyo Las películas de posesiones demoníacas engrosan la larga lista de filmes de terror. Todas, claro, después de “El exorcista”, que por novedad, calidad y tan polémicas como fantásticas escenas se convirtió en un mojón dentro de esta temática. El punto en común que tiene con aquella película que protagonizó Linda Blair es que aquí también la poseída es una pre-adolescente, como lo era Megan. Aquí la demonizada es Emily (una expresiva Natasha Calis), que se encuentra con una caja de madera con una inscripción en hebreo que radicalmente le da vuelta la vida. Su padre (Jeffrey Dean Morgan, de increíble parecido con Javier Bardem) nota cómo su hija se va transformando hasta convertirse en el monstruo que lleva adentro. El director Ole Bornedal tuvo la suficiente inteligencia como para asustar lo justo y necesario. Es más, para los apasionados del terror, tendrán que esperar hasta el final de la película para ver la escena más fuerte, y desde ya, la más lograda. El trasfondo familiar de la niña, con los padres separados, le agrega dramatismo al contexto, pero también sirve para mostrar al padre como un héroe y a la madre como una incrédula, e incluso, una vez más a la escuela como una institución lejana al segundo hogar. Vale la pena verla y codearse un poco con el diablo.
Es del orden de lo cierto que la catarata de filmes de posesión diabólica o de terror que se estrenaron en los últimos años supera cualquier vaticinio y/o pronostico al respecto. Ya es como que va cansando y que va perdiendo interés hasta para aquellos a los que va dirigido. Hasta la comida que más te guste, si es en exceso te hace daño. Ni hablar de las que se produjeron y que por suerte no tuvieron estreno comercial, por lo menos en la Argentina. Sólo por nombrar algunas de este año basta citar “Con el diablo adentro” y “Donde habita el diablo”. Gracias a Dios “Posesión satánica” esta habla de otra cosa, pero en realidad es casi lo mismo, y en el contexto la mejor es que estreno este año, lo cual no significa que sea buena. Se podría utilizar como analogía lo que decía Groucho Marx a una mujer: “Es usted una de las mujeres más bellas que conozco, lo que no significa demasiado”. Pero para ser ecuánimes, y otorgarle lo que se merece, debo decir que tiene como muy buenos logros su construcción, de estructura narrativa clásica, sin retornos temporales justificativos de escenas actuales, ad hoc. Aunque el filme sea en ese sentido un relato a posteriori, el relato es de progresión constante hacia un final de sí mismo, pero no significa que no se haya pensado en una segunda parte, tal cual lo constituyeron en su momento en el filme “Jumanji” (1995) Digo, comete dos pecados, uno es anunciar que esta basado en hechos reales, sucesos que le ocurrieron a una familia durante 28 días de su vida. Ese es el primer desliz. Todo apunta a que al no hablar de tragedia uno supone todo el tiempo que las cosas terminaron bien. El segundo es que el sostén discursivo esta puesto en los valores de mantenimiento de la unión familiar a cualquier costo. Todo comienza cuando una niña compra en una venta de jardín, típica de los EEUU, una caja con una inscripción en idioma hebreo, cuyo texto no se traduce. Luego sabremos que en ella hay encerrado un “Dibbuk”, que en este caso no es un alma en pena por haber quedado en deuda durante su vida, con cosas por hacer, sino que esta corporizado en un pequeño diablillo que se mete en los cuerpos, sobre todo de las mujeres, para hacer daño. En las antípodas de cómo articula el mismo mito el genial filme de los hermanos Coen “Un hombre serio” (2009), que en realidad pertenece al folklore judío de países como Rusia y Polonia, y no es del orden de lo religioso, y ese es el segundo desliz, ya casi un error de concepto. La película, por otro lado, no posee errores gramaticales en cuanto a lenguaje cinematográfico. Buena dirección de arte, buena fotografía, creadora de los mejor climas, efectos especiales correctos, música demasiado empática, y muy buenas actuaciones, destacándose Jeffrey Dean Morgan (Clyde), el padre de la familia, un actor que injustamente no es muy tenido en cuenta pues tiene, y acá lo demuestra, muchos recursos expresivos, muy bien acompañado por la gran actriz Kira Sedgwick (Stephanie), la esposa, y para tener en cuenta sus dos hijas Natasha Calis (Em), por su compromiso corporal y por la diversidad de mascaras que pudo construir, lo que también es de destacar en Madison Davenport como Hana, su hermana mayor.
Cool World A diferencia de lo que pasa en otros géneros, el mal terror no es el que se filma a las apuradas, con poco presupuesto, guiones desprolijos y toscos, efectos especiales pobres o un despliegue visual rústico (muchas quizás digan que las mejores películas se hicieron en esas condiciones). Posesión satánica es un buen ejemplo: la pulcritud de su imagen, una puesta en escena bastante planificada, los efectos generados por computadora, la claridad de su relato; nada de eso le sirve para construir buen terror. Es por lo menos curioso que una película que cuenta la historia de unos personajes encerrados, que le tienen miedo a los gérmenes de la comida y de la suciedad, sea a su vez tan condenadamente aséptica en su tono general: no hay sangre, todos los momentos de impacto se resuelven con imágenes digitales (desde un cuerpo que se parte en dos hasta una maldita polilla), incluso la posesión del final, en su fase más avanzada, resulta artificial, plástica, nunca termina de sentirse como un verdadero peligro para los protagonistas. Como la madre un poco tilinga que compone una deslucida Kyra Sedgwick, el director danés Ole Bornedal tampoco deja que ningún elemento impensado contamine el orden general de su película: todo lo que entra pasa por el tamiz de la imagen lustrada, gris, del horror de diseño, bien pulido. El trasfondo de un demonio y una maldición judíos que se remontan en el tiempo nunca es aprovechado del todo por el guión: de esa línea narrativa solo se extrae un personaje, el del joven Tzadok (interpretado por Matisyahu, el cantante de reggae hebreo) que se viste como ortodoxo pero es pintado como canchero porque escucha música con auriculares en la calle. A su vez, a los rabinos que se niegan a ayudar a Clyde (Jeffrey Dean Morgan) se les destina apenas un par de planos lejanos en una sinagoga que no nos dicen prácticamente nada de la religión y su mitología: la escena, como el personaje de Tzadok, aparece filtrada por una estética cool, modernosa, que no entiende más que de producir imágenes cómodas, seguras, sin arriesgarse nunca a ir un poco más allá (¿qué saben realmente de la maldición esos rabinos? ¿Cómo se comportarían si tuvieran frente a ellos la caja? ¿Cómo serán sus caras vistas un poco más de cerca?). Por eso que, cuando trata de sumar un poco de energía, la película fracasa inmediatamente, como en los momentos en que Clyde suplica por ayuda o cuando le dice al demonio, a los gritos y golpéandose el pecho: “¡tómame a mí!”. Si el exceso resulta casi paródico, eso se debe no solo a la actuación burda de Jeffrey Dean Morgan (cada vez se parece más a Antonio Banderas), sino también a rompe con los límites interpretativos de la película, que podrían definirse como los de un drama familiar intimista. Al final, esa tibieza general se termina plasmando hasta en la resolución del conflicto familiar que, por si todavía quedaban dudas, es presentado como el verdadero eje de la película. Lo que importa es la familia y sus peripecias, sus formas de contacto y sus desencuentros; el terror solo está ahí para fundar la distancia o, peor, para explicarla desde una perspectiva que raya en el psicologismo (será la nena traumada por el divorcio de sus padres la que se vea atraída por el demonio y lo libere). El título de estreno prometía un poco de terror religioso con alguna pizca de sensacionalismo (“basada en una historia real”, reza el afiche), pero Posesión satánica es, lisa y llanamente, un título mentiroso: la posesión propiamente dicha ocupa casi nada del metraje, y de Satán o algún diablo afín no hay ni noticias, aunque ese engaño directamente ya no es responsabilidad de la película sino que corre por cuenta de algún desvergonzado titulador local.
La vieja escuela no se rinde Me encanta el género, la verdad. Es importante que sepan que veo mucho cine de terror y lo disfruto mucho. Cierto es, que en esta época hay una tendencia a filmar con cámara en mano, pocos recursos, apoyarse en los ambientes y dejar de lado la manera convencional de contar la progresión de la historia. Y si bien me gusta el J-Horror, el tema de las llamadas telefónicas, los espíritus dentro de los dispositivos y similares, en cierta manera me viene agotando. Puedo decir, entonces que "Posesión satánica", se enrola dentro de las cintas que cumplen con todos los requisitios "históricos": la familia, el objeto maligno, la religión detrás, las escenas fuertes y escatológicas. Los tiene todos. La pregunta es... funcionana? Si. Digamos que es bueno cada tanto dejar de movernos por el campo, corriendo como el camarógrafo y disfrutar de un encuadre más tradicional y un relato ordenado. Más si lo produce uno de mis directores favoritos, el legendario Sam Raimi (vieron "Army of Darkness" o "Evil dead"? Grandes titulos! Más cerca, para el público joven tienen "Drag me to hell", no de las mejores pero bien lograda...). Ole Bornedal es un danés que tiene mucho oficio y mano para este tipo de proyectos asi que la asociación prometía, a priori, espectáculo. La trama nos presenta un matrimonio separado,(Jeffrey Dean Morgan y Kyra Sedgwick, quien pintaba para gran actriz hace dos décadas y se quedó ahi), que intenta compartir el tiempo como puede con sus dos hijas: Em (Natasha Calis) será el centro de atención. En una venta de garage, el papá ve que ella se encariña con una lujosa y sólida caja de madera y decide comprársela como regalo... De ahi en más, veremos como su poderoso efecto va afectando la vida de todos los miembros de la familia: algo anda mal y más vale que le presten atención! El guión está basado en un hecho real, de un producto llamado la caja de Dybbuk, de la cual se dice que alberga un espíritu típico del folklore en el judaísmo y que parece haber sido comercializado en e-bay con consecuencias complicadas para quien lo adquirió (una caja de vinos, creo pero si buscan en internet encontrarán más data sobre el tema) Aquí, el tema se usa como referencia y está bien planteado y claro desde el comienzo. Me gustó que nos alejaramos de los lugares comunes católicos por una vez, y si bien hay que reconocer que todos los films de posesión se parecen demasiado entre sí, éste tiene algunos puntos a favor que hay que tener en cuenta. Las escenas lucen prolijas, bien iluminadas y un par de ellas, impactantes. La música acompaña y el clima que tiene la película está bien logrado. Es una progresión simple y lo más destacado es el trabajo de la pequeña Calis, quien se destaca, por la cantidad de músculos que puede mover en su cara, con diferencia de segundos. Cosa seria la nena, eh! Buena elección del cast. En líneas general hay que decir que es un film de la vieja escuela y está bien que vayan a verlo. En cierta manera, no hay que perder de vista el clásico enfoque del género. Cumple y entretiene. Se sacudirán en las butacas un par de veces, vayan tranquilos...
Con sólo algunos detalles que la diferencian de otros films de terror del subgénero “cuerpos poseídos y exorcismos”, Posesión satánica consigue, de todos modos, distinguirse un poco del montón. Y, a pesar de ciertos caminos trillados dentro de la anécdota diabólica, propone espanto con genuinas armas expresivas y logra unos cuantos sobresaltos, de esos que este tipo de cine, a esta altura del partido, le cuesta mucho conseguir. La relativamente conocida Caja Dibbuk es prácticamente la protagonista de la trama, un elemento que según leyendas urbanas contiene un espíritu errante que posee y puede llegar a destruir a su huésped humano. En esos trazos se basó el reconocido director y productor Sam Raimi junto al realizador danés Ole Bornedal, para diseñar esta pieza que no dejará de recordar otras, desde El exorcista en adelante, pero que de todos modos tiene lo suyo. Uno de sus aciertos es que logra emociones fuertes con un empleo muy discreto de efectos digitales y otro sería que en este caso no tendremos un sacerdote para extraer ánimas malignas, sino a un rabino, puesto que la Caja Dibbuk está relacionado con la cultura judía. Sea como fuere, la trama avanza de manera convincente y sin pausas, llegando a un tramo final inquietante. La niña Natasha Calis llega a conmocionar con su intenso desempeño, acompañada de correctos intérpretes adultos, dentro de esta aceptable propuesta para seguidores del género.
Si bien no es un peliculón y los muy exigentes pueden no quedar satisfechos del todo, Posesión satánica se deja ver. Es ideal para todos los fanáticos de demonios, exorcizados y posesos que buscan ver el cuentito de siempre pero con la virtud de que los entretenga y que no sea clase B. Lo más importante es que la historia está bien hecha, y no está basada en un amontonamiento de secuencias...
Basada en una historia real, narra como una familia debe unirse para sobrevivir ante el ataque del mal. Existe una leyenda de la caja Dibbuk que se remonta a finales de la Segunda Guerra Mundial, cuando fue encontrada en España por un sobreviviente del Holocausto polaco. El sobreviviente fallece en el 2001, desde ahí se fue vendiendo a diferentes compradores, todos ellos padecieron el mal. Este film se basa en un hecho real cuando una familia se encuentra amenazada por este espíritu maligno. Las películas basadas en hechos reales le dan un estilo distinto y más aun si tienen un toque de terror. Todo lo que vemos en pantalla nos impacta por el simple hecho que contienen cierto realismo y tan solo con pensar que esto realmente le sucedió a alguien nos provoca un mayor tensión. Cuenta la historia de una matrimonio con dos hijas adolescente, ellos acaban de separarse hace unos tres meses, su ex Stephanie (Kyra Sedgwick “Al borde del abismo”) ahora se encuentra de novia con Brett (Grant Show ), porque su esposo Clyde (Jeffrey Dean Morgan –“Posdata, te amo”; “Watchmen - Los vigilantes”) vivía ausente solo le interesa su trabajo como entrenador, ahora comparten a sus hijas: Em ( Natasha Calis trabajo en la serie de TV “The Firm” ) y Hannah (Madison Davenport- en “Vecinos invasores” le dio la voz a Quillo). Él lleva a su nueva casa a sus hijas por unos días, es un lugar hermoso, donde piensan pasar momentos felices. Le da todos los gustos a ambas, y una mañana se detienen en el garaje de una casa y compran algunas cosas usadas. Em se siente atraída por una caja de madera que está tallada con un mensaje en hebreo. A partir de ese momento comienzan a suceder situaciones extrañas, Em se siente muy cautivada por dicha caja, ya no es la misma, comienza a escupir polillas, se encuentra malhumorada, come con ansiedad. Muestra un apego obsesivo con la caja, que se encuentra poseída por un antiguo espíritu. Ahora su padre intentará rescatarla y la única ayuda que conseguirá es un rabino Tzadok un conocedor de los Dibbuk. Una película que hizo historia dentro del género fue “El Exorcista (1973)”, esta tiene cierta similitud pero el espíritu maligno es judío. Su relato es clásico, aquí contiene buenos efectos, ayuda mucho su iluminación y maquillaje. Algo acertado es la no utilización de la cámara en mano. Intenta mantener a los espectadores pegados a las butacas, consiguiendo algunos buenos sustos e intriga, y queda abierta para una segunda parte.
Plaga de demonios ¿Hasta cuándo? Esa es la pregunta que me daba mil vueltas en la cabeza cada vez que me enteraba que iba a estrenarse otra película más sobre posesiones de espíritus malignos y por supuesto, exorcismos de lo más ridículos y diversos. La respuesta en realidad estaba a la vista... "Posesión Satánica" cuyo presupuesto fue $14.000.000 logró recaudar sólo en su 1er fin de semana de estreno en USA el monto de $17.732.480, y en Argentina, está 3ra en recaudación semanal... es decir, somos nosotros mismos (el público) los culpables de que el género del terror esté pasando por uno de sus momentos más mediocres a nivel mundial al consumir este tipo de producciones que no hacen otra cosa que explotar las posesiones diabólicas con total torpeza e impunidad, conviertiendo a este subgénero en una plaga contaminadora. Hay muchos temas que pueden resultar terroríficos, temas de actualidad, situaciones de la vida real que son mucho más espeluznantes que exorcismos de poca monta. ¿Quieren ver algo que realmente les de terror? Vayan a ver la película española "Mientras Duermes". A favor de este film puedo decir que tiene un poco más de producción y calidad que los trabajos que nos hemos estado fumando este último tiempo ("Con el diablo adentro", "Donde habita el diablo"), y por suerte tampoco se filmó con la modalidad de "cámara en mano". El reparto es bastante profesional en su desempeño pero no logra superar las carencias de guión y la saturación con respecto a este tipo de historias. Comienza muy bien, con intensidad, violencia y creando expectativa (falsa) en el espectador que llega a pensar: "Quizás esta valga un poco más la pena..." Pues no... A medida que va avanzando el film, la trama se va tornando cada vez más convencional y cae en las mismas zanjas que sus predecesoras, con la diferencia de que los exorcismos ahora son llevados a cabo por judíos ortodoxos. El final que se plantea es absolutamente bobo y predecible. Sólo recomendable para fanáticos de este subgénero que disfrutarán de las mejoras en la calidad fílmica. Para los que venimos medios saturados con los demonios invasores, ni se gasten porque es lo mismo de siempre con un poco más de producción.
Padres separados. Estructurada una, liberal el otro. Dos pequeñas hijas en medio. Días de visitas. Mudanzas constantes. Una nueva casa. Una venta de garage con mobiliario antiguo. Una misteriosa caja que atrae a una de las niñas. Una maldición oculta. Un espíritu que decide volver a la vida. Una niña poseída. Muertes dolorosas y horripilantes. Dos padres reunidos para salvar a su hija. Un exorcismo. Suele suceder que en este tipo de propuestas de posesiones, casi un subgénero dentro del terror, no se presenten mayores variaciones a lo que ya vimos. Es cierto. Sin embargo, lo importante es apreciar como se vuelve a contar, de distinta manera y lo más efectivamente posible, esa misma historia. Basada en un caso real, como se anuncia al principio del noventa por ciento de este tipo de películas, la historia asusta con recursos genuinos y sin demasiado despliegue grandilocuente. Producida por Sam Reimi, embarcarse en el viaje de esta familia atormentada por un espíritu que desea volver a la vida puede ser un recorrido aterrador para algunos y apenas un sobresalto para otros, pero en definitiva se recorta por encima del promedio mediocre al que estamos acostumbrados en los últimos tiempos.
Hace poco un amigo aficionado al terror me decía, mientras recordábamos El exorcista (1973), que a él no lo convence demasiado la nueva versión del film que se difundió en 2000. No le gusta la escena en la que Regan baja las escaleras en cuatro patas porque, según él, al hacer salir al personaje de su habitación se quiebra el cerco de ese espacio pequeño, extraordinario pero a la vez bien delimitado, que el relato venía construyendo como polo del horror. Sin la intención de discutir este caso particular (para lo cual, con todo gusto, debería volver sobre el film de Friedkin), divagué hacia otros espacios emblemáticos del género y confirmé nuevamente que el inconmensurable fuera de campo al que nos conduce esa puertita aspiradora de Poltergeist (1982) sigue siendo uno de los puntos ciegos más maravillosos de la historia del cine. Y el televisor encendido que hipnotizaba a la nena sólo pretendía abrir aún más el abismo. La pantalla no devolvía certezas. Más allá de la acotada tecnología que podía ofrecer el saber científico dentro de estas ficciones, en aquellas épocas no había tantos gadgets ni cámaras ni monitores que oficiaran de mediadores entre uno y la acción fílmica. Lo que se veía y se padecía ocurría una sola vez, para personaje y espectador. Para las víctimas no había rewind ni laptops ni panópticos hogareños a los cuales volver para chequear las dudas de la percepción. Hoy muchas películas del género, especialmente en la vertiente de fantasmas, zombies y posesiones diabólicas, parecerían no poder prescindir de la cámara dentro de la diégesis (Actividad paranormal, El último exorcismo, Terror en Chernobyl, REC, Con el diablo adentro). Y muchas veces, como en la fallida Donde habita el diablo (Emergo), no sólo hay cámaras sino otros artefactos (para el sonido, las ondas electromagnéticas y demás) desplegados para capturar señales de lo extraño y ver si es posible trazar alguna suerte de frontera. En estas ficciones los espacios son muchas veces fragmentarios y vaporosos (la propia cámara en mano así lo impone) o son revisitados, multiplicados o congelados en pantallas diversas. El Mal también se virtualiza y se licúa, y ya no es tan fácil ver brotar su aura en los espacios únicos y concentrados de otras décadas (aunque parte de esa fuerza escenográfica cada tanto reaparece, como en la reciente Chernobyl o en la primera Actividad paranormal). Tal vez estemos asistiendo a la saturación de esta tendencia. Los títulos que ahora voy a comentar justamente se apartan de esta propuesta y funcionan a partir de una relación más transparente entre el meganarrador del film y el espectador. Sin embargo, ambas películas necesitan apelar a la tecnología para determinar la distancia con lo desconocido. Posesión satánica (The Possession) es una película clásica. Un espíritu invade el cuerpo de una niña y comienza la metamorfosis, con una rosca atractiva: el demonio inquilino no es en verdad tan “espirituoso” y exhibe una materialidad pocas veces vista en el cine de exorcismos. Y cuando llega el momento de verificarlo ante los ojos de los personajes, el relato no acude a la inmediatez de la filmación casera sino a un estudio clínico. Todo el uso que hace el film de la tecnología se limita a una escena en donde la familia de la niña es testigo de una tomografía computada. Y la imagen fluorescente lo revela: dentro del pequeño cuerpo aparece la silueta de otro cuerpo. La madre observa con espanto lo que el espectador ya sabía. Pero nunca hay contraplano de la mirada de los médicos ni se vuelve a mostrar el marco completo de la situación, como si por un instante, por su invalidez, la ciencia fuera directamente desterrada del mundo. Uno siente que ahí, justo al borde del clímax, podría haber nacido otra película. Pero The Possession es un film absolutamente convencional e irritantemente conservador. En Luces rojas (Red Lights) el conflicto trasciende las visitas satánicas, pues aquí la historia presenta un verdadero popurrí de lo sobrenatural: conexión con el más allá, telequinesis, telepatía, videncia, curaciones del cáncer al estilo filipino, provocación volitiva de terremotos, trucos onda Tu Sam y otras rarezas varias que en su mescolanza arbitraria no le hacen nada bien a la película. Aquí la tecnología cumple un rol fundamental, ya que los científicos protagonistas (Sigourney Weaver y Cillian Murphy) se dedican a investigar fenómenos paranormales para desmontarlos como fraudes. No importa si quien se asume “psíquico” es un ciudadano común o un famoso showman: ellos van con sus equipos, sus radios y sus cámaras para producir un documento que divida claramente lo racional de lo inexplicable. Primero lo desenmascaran a Leo Sbaraglia (con estrategias que hace veinte años ya delataba con mucha más gracia el film Milagro de fe, protagonizado por Steve Martin), y luego es el turno de Robert De Niro, a quien le hacen un inmaculado test avalado por las mayores eminencias en el tema (una secuencia elíptica y confusa). Y efectivamente, será una imagen analizada al detalle con ayuda de la computadora la que otorgará la clave de lectura final. Pero la evolución de Luces rojas encierra tantas trampas que cuando la epifanía parece llegar de verdad, sus consecuencias ya no nos importan, y lo que debería jugar como imagen-indicio pierde entonces todo valor de contraste. Básicamente: una película voluble como sus protagonistas. Las escenas iniciales de Luces rojas me remitieron a un film que comenté el año pasado, Insidious, una de esas experiencias que crecen en el recuerdo, una película que pasa de lo mínimo a la exuberancia y sin que nos demos cuenta transforma el espacio cotidiano en plataforma de un angustiante carnaval.
Publicada en la edición digital #243 de la revista.
Hoy en día parece que el cine de terror ha elegido un solo camino posible desde Paranormal Activity y Cloverfield, el del falso documental y el found footage. La elección de producciones con presupuestos ínfimos y ganancias exponenciales va de la mano con una tendencia simplista que aspira a sólo hacer saltar la banca y no tanto al espectador de su butaca, con The Devil Inside y Emergo como claros ejemplos cercanos. Para suerte del público, The Possession es una rareza en su época, ya que no sólo no se vale del gastado recurso, sino que además logra ser una buena película. Cuando un género es tan repetitivo, son pocos los nuevos aspectos que abordar. Ole Bornedal no tiene inconveniente frente a esto y, donde muchos directores suelen tropezar, él logra mantenerse firme para entregar un producto que, sin ser original, se guarda algunas sorpresas en su caja dybbuk. The Possession hace gala de un elenco de buen nivel liderado por Kyra Sedgwick y Jeffrey Dean Morgan, este último sin estar a la altura en todas sus escenas, pero en el que se destacan los menos familiares en la pantalla. Son de resaltar la participación del famoso rabino rapero Matisyahu, como la de la pequeña Natasha Calis, en la cual recaen los momentos de mayor desesperación y es quien realmente llega a ponernos los pelos de punta. En ese sentido es para remarcar el refuerzo notable que supone el manejo del sonido, siendo la explotación adecuada del mismo la clave para que estas sensaciones sean palpables. Más allá de la vuelta de tuerca identificada con el folclore judío, no puede decirse de The Possession que sea una pionera, con numerosas escenas que recuerdan a otros productos todavía frescos en la memoria reciente. La necesidad de diferenciarse llevará a que el director incurra en un método poco favorable como el recurrente corte a negro, de a momentos tan incómodo que llega a ser desconcertante. Aún con las limitaciones de su guión, el film puede salir adelante con oficio, logrando a partir de recursos y narración clásica sobresaltar a un espectador que en más de una oportunidad no podrá quitar los ojos de la pantalla.