La maquinaria de guerra Otto Bathurst, el director de algunos capítulos de la serie inglesa Peaky Blinders y del primer capítulo de Black Mirror, The National Anthem, fue el encargado de la nueva película sobre el legendario personaje del folclore británico, Robin Hood. Escrita por Ben Chandler y David James Kelly en base a la historia del primero, el film relata los comienzos de la leyenda del forajido del bosque de Sherwood, más como un episodio de la historia inglesa narrada por Guy Ritchie según su particular estilo que siguiendo algún parámetro de rigor historiográfico o respetando alguno de los tantos textos conocidos sobre el tema. Ritchie siguió el mismo camino en su última película El Rey Arturo: La Leyenda de la Espada (King Arthur: Legend of the Sword, 2017), con lo que estamos ante intentos bastante fallidos de crear sagas cinematográficas a partir de personajes populares del folclore inglés. En esta versión completamente alejada de las referencias históricas y las baladas, el joven aristócrata inglés Robin de Loxley es reclutado por el Sheriff de Nottingham para combatir en las Cruzadas -guerras religiosas entre católicos y musulmanes por el control de Jerusalén- para alejarlo de sus tierras y confiscárselas. A su retorno cuatro años después descubre que desde hace dos años se lo ha declarado fallecido en combate, su novia ha entablado una relación amorosa con un político del pueblo y que la ciudad se ha transformado en una mina de producción industrial para la guerra librada en Medio Oriente. John, un musulmán que lo sigue a Inglaterra como polizón tras escapar de su cautiverio gracias a la rebeldía consumada de Robin en Arabia, convence al joven enfurecido de convertirse en un bandido para socavar las bases fiscales de la Guerra Santa robando el dinero de los impuestos recaudados. Así el joven aristócrata sustrae los botines como el encapuchado, esos mismos que devuelve como Robin en forma de donación para introducirse en la organización bélica y averiguar más con el fin de destruir la conspiración del Sheriff y la Iglesia desde sus entrañas. Por su parte el fraile Tuck y la ex pareja de Robin también parecen coligados a un intento de robar documentos del palacio para descubrir qué esconde la unión entre el Sheriff y el Cardenal. La historia da varios giros, que parecen más bien trompos fuera de control, en una trama que pretende ser la primera de una serie de películas sobre Robin Hood. La construcción de la trama y los personajes es demasiado similar a la de Batman, con un protagonista adinerado con una doble vida de aristócrata y forajido, un secuaz que lo ayuda y una novia siempre rondando con sospechas. La narración utiliza la popularidad de Robin Hood y la maleabilidad de la leyenda para crear una alegoría muy trillada, pero no por eso menos actual, sobre la guerra como una excusa de los ricos para concentrar la riqueza y empobrecer aún más a los trabajadores con su retórica patriótica y la construcción de un enemigo terrible que representa el mal absoluto que es necesario derrotar. El film también trabaja abiertamente la relación entre el poder político y el religioso como una unión para manipular a las masas a través del miedo y la represión con el fin de apoderarse del producto del trabajo del pueblo. La mezcla de estéticas actuales y de la Edad Media en la arquitectura y la vestimenta son extremadamente chocantes y emulan el estilo kitsch de los films del controvertido realizador australiano Baz Luhrmann para crear una sensación de contraste muy marcada. Ben Mendelsohn vuelve a componer al mismo villano de Ready Player One (2018), de Steven Spielberg, y Rogue One: Una Historia de Star Wars (Rogue One: A Star Wars Story, 2016), Taron Egerton se parece mucho a su personaje de la saga de espías Kingsman y Jamie Foxx no se destaca demasiado en este film demasiado deslucido por sus decisiones artísticas y argumentales. Los diálogos son totalmente intrascendentes y hay una extralimitación de chistes innecesarios típicos del cine socarrón de esta época. Apelando a un público joven con una historia explícita, Robin Hood (2018) envía un mensaje claro de rebelión de carácter anarquista contra el poder privado que pretende usurpar los cargos públicos para su propio beneficio engañando a través de amenazas externas. Por momentos la historia parece estar emulando al Mayo Francés o alguna rebelión popular, pero en muchas escenas el espectador parece expuesto a una historia de jóvenes hípsters enamorados que juegan a la rebeldía. El film de Bathurst oscila como puede entre un Batman canchero y perdido, un enredo de la popular serie televisiva Friends y el complot político, cayendo por supuesto en las contradicciones y los sinsentidos que esta combinación genera con argumentos demasiado simples y personajes que les falta carácter y desarrollo narrativo. Bien alejada de la interpretación melancólica de Richard Lester con Sean Connery, de la versión heroica de Kevin Reynolds con Kevin Costner y también de la adaptación épica de Ridley Scott de 2010 con Russell Crowe, el nuevo film sobre Robin Hood no convence a ninguna generación y parece más interesado en clonarse en el presente para organizar una rebelión contra la explotación capitalista que en las rivalidades de la Edad Media. Bienvenido el encapuchado al siglo de la inmadurez cinematográfica.
Cuando la venganza y la justicia se unen. Robin de Loxley (Taron Egerton), es un cruzado que regresa a casa (Nottingham) después de numerosas batallas. Junto a John (Jamie Foxx) se rebelan contra los corruptos líderes de Inglaterra. Robin de Loxley es un Lord que, estando enamorado de Marian (Eve Hewson), debe separarse de su amor para luchar en la guerra y le pide que lo espere. En batalla se despierta en él un sentido de justicia casi innato en cada ser humano y se convierte en enemigo de sus aliados. Con este hecho, además, el que era su enemigo, un árabe al que antes atacaba, se convertirá en su “maestro”. Pasados cuatro años, es deportado a su país por ser considerado traidor. A su regreso se encuentra con una realidad que en un principio lo derrumba en todo sentido, puesto que su motivación para luchar en la vida y avanzar era el amor; sin embargo, su nuevo compañero-maestro John, le brindará una nueva motivación: la venganza y junto a la de él la justicia. Emprenden un nuevo camino en pos de la liberación de los plebeyos ante la corrupción y el poder. Bajo su entrenamiento, Robin de Loxley se transforma en Robin, cuyo sello es utilizar una capucha; un ladrón profesional, que le saca dinero a los ricos, -porque es lo que les da el poder según John- para dárselo a los pobres. Más adelante descubrirán los secretos detrás de la corrupción. Este film del director Otto Bathurst contiene todos los ingredientes esperados para entretener de principio a fin, escenas de acción bien logradas, efectos especiales y una importante producción; cuenta además con una música adecuada que genera, a su vez, con una cuota de suspenso y, desde luego, con una historia de amor. No obstante, existen incongruencias en cuanto al guion. Desde la construcción del personaje-protagonista (nadie puede convertirse en un experto tan velozmente), Robin termina por ser un personaje no del todo creíble; quizás si fuera mitad hombre, mitad máquina, como es el caso de Robocop o Terminator la historia del justiciero sería algo más verosímil. Es inevitable recordar a Morfeo y a Neo, cuando éste es entrenado para la batalla por ser el elegido – lo mismo sucede aquí- sólo que no es creíble como en Matrix –tuve la sensación de estar frente a una verdadera copia y no a una reminiscencia- ya que recordé varias otras películas. Sinceramente esperaba más de este film: es una cinta que brinda lo que esperás y nada más. Las actuaciones son convincentes. Me quedé con ganas de ver el desarrollo del personaje, su procedencia, verdaderas motivaciones, conflictos y que no sea convencido tan rápido por John. Pero este tipo de magia, es parte del cine de taquilla. También es una pena que detrás de tal despliegue, existan errores, tales como la vestimenta del antagonista Sheriff de Nottingham (Ben Mendelsohn), completamente inadecuado para la época, entre otros, y la clara crítica a la sociedad capitalista que sólo puede existir porque se alimenta de la pobreza que genera. Seguramente, el público al que está dirigida la película va a disfrutarla sin reparar en esos errores y se llevará a casa algunos importantes mensajes como por ejemplo: “Si los débiles se unen y olvidan sus diferencias, podrán vencer al más fuerte” o más simple: “Cree en ti mismo” y “El amor es más fuerte”.
Robin Hood intenta dar una vuelta de tuerca a la historia clásica, para convencer y atraer a toda una nueva generación de espectadores. Lamentablemente no lo consigue y ahora su futuro como franquicia depende de los resultados que consiga en la taquilla. La historia de Robin Hood es de común conocimiento desde hace varias generaciones. Las aventuras del hombre de cuna noble que deja de lado sus múltiples privilegios para acabar con la tiranía y opresión de un tirano gobernante para con su pueblo, robando sus arcas y otorgando ese botín a los que menos tienen, han sabido ser inspiración para mil y un historias con interpretes diferentes a lo largo del tiempo. Sin ir más lejos, nuestro héroe anónimo no difiere mucho de lo que hace Bruce Wayne con Batman, o Tony Stark con Iron Man, donde sí hay diferencias es en el clamor popular que estos personajes generan. Aún así, el relato del arquero más conocido de Nottinham ya tiene en su haber más de treinta adaptaciones cinematográficas contando su historia. Pero como el público se renueva, ahora la historia de este emblemático personaje vuelve a ser llevado a la pantalla de la mano del director Otto Bathurst con un nuevo enfoque, un cambio total de estilo y un elenco preparado para romper la taquilla. Robin Hood (2018) cuenta la historia de Robin de Locksley (Taron Egerton), un joven de cuna noble que es reclutado por el ejercito británico para servir como soldado en las guerras contra los moros. Obedeciendo el deber que le fue encomendado, Robin deberá dejar sus tierras y a su amada, Lady Marian (Eve Hewson) en manos del sherrif de Nottinham (Ben Mendelson), un gobernante al que poco y nada le importan los plebeyos y solo está detrás del dinero fácil. Robin, quien luego de cuatro años en el exterior tiene que volver a casa porque resulta herido de gravedad, se dará cuenta que todo ha cambiado en su pueblo y debe encarar la situación desde otra perspectiva. Ayudado por John (Jamie Foxx), un aliado que se trajo inesperadamente de la guerra, y su gran habilidad para manejar el arco y la flecha, Robin deberá convertirse en un símbolo en el que la gente pueda encontrar la esperanza necesaria para reponerse y enfrentar, las reglas e injustas imposiciones del sheriff. La premisa es similar en muchos aspectos a lo que se puede ver en la serie de DC Arrow (2011-actualidad) pero con una gran salvedad, en Arrow todo funciona, o por lo menos es agradable de ver. En esta oportunidad, la película consta con un deterioro en cuanto al desarrollo del argumento muy notorio a medida que pasan lo minutos. Después de un aceptable y bastante interesante primer acto, con un enfoque novedoso y con un nivel de realismo más que agradable, cuando se empieza a desarrollar la conversión noble/vigilante es donde más dificultades se pueden notar. Más allá de la poca profundización en la trama y la intención permanente de demostrar que la acción “estilo Kingsman” puede llevarse a la época medieval, el guion se encarga permanentemente de superar su propio inverosímil. Situaciones sin sentido, persecuciones físicamente imposibles y un humor que escasea a lo largo de todo el metraje, son características que se repiten a cada rato y que no dan descanso. Cuando uno piensa que la peli puede levantarse un poco y volver al sendero correcto, ahí vuelven los errores hasta lograr la desesperación y el hartazgo. Esta cadena de errores desembocan en uno de los peores terceros actos de este año, donde no conformes con dejar todo bastante tirado de los pelos y ridículamente parecido al desenlace de The Dark Knight Rises (2012), los productores (entre los que esta Leonardo DiCaprio) se la juegan con continuar esta historia transformándola en un franquicia, de dudosa calidad, pero para eso habrá que esperar. Las actuaciones de solo dos actores pueden destacarse y hasta ahí nomas. Tanto Egerton como Foxx, han sabido tener buenas performances a lo largo de sus carreras, pero siempre con un guion solido que los mantiene. Acá, ambos tienen el problema de encarar sus papeles con un profesionalismo notable pero que la película es tan endeble y frágil que se terminan hundiendo con el resto de los personajes. Incluso en las escenas de acción, ellos han debido perfeccionar sus técnicas de disparo con arco, parkour y coreografías de pelea, pero que gracias a una pésima elección de efectos especiales, y cuando usarlos sobre todo, esa gran capacidad queda perdida ante tanto slow motion berretón. El resto de los personajes no solo no transmiten nada individualmente sino que dentro de todo el film, no logran interesar nunca. Si Robin Hood apuesta a convertirse en una franquicia de acción épica medieval, primero tendrá que corregir el desarrollo de sus personajes y de su historia. Dichos personajes en mayor o menor medida ya son conocidos por todos, incluso los de segunda linea, por lo que no deberían haber tenido mayores inconvenientes para escribir un relato coherente. Los escritores deberán pulir sus plumas para crear una historia verídica y convincente para que puedan estar a la altura de semejante personaje.
Robin de Loxley es un noble de la comunidad de Nottingham. Luego de encontrar al amor de su vida, es llamado para combatir en las Cruzadas. Al ver la brutalidad del ejército, y ser herido por sus compañeros tras intentar ayudar a un árabe, Robert se encuentra con una realidad muy alejada a la que dejó en su lugar natal. Su prometida ahora esta con otro hombre, sus posesiones fueron confiscadas por el tiránico Sheriff local. Ahora Robin deberá asumir una nueva identidad para recuperar todo lo que perdió. Nos llega una nueva re interpretación del mítico Robin Hood, y lamentamos decir que la experiencia, nos hace añorar antiguas películas inspiradas en el mismo personaje. Así que comencemos con la matanza. Para no caer en la repetición, los responsables de este proyecto, decidieron “modernizar” varios aspectos de la película para que este nuevo Robin Hood conecte con el público más joven, aquel que esta habido de acción constante y secuencias espectaculares. Y en este apartado, el nuevo acercamiento al príncipe de los ladrones, no falla. Si lo hace en casi todo lo demás. Estos momentos de adrenalina pura, distan bastante de impactar al espectador, ya que en todo momento nos recuerda a las películas de Zack Snyder, en especial a 300. Peleas en cámara lenta, donde vemos con lujo de detalle el impacto de las flechas, o personajes random caer tras un golpe mortal. Un recurso que parecía haberse dejado de usar hace al menos cinco años, es traído de nuevo a la gran pantalla, y nadie parece haberlo extrañado. Otro gran problema de la película es la pobrísima construcción de personajes. Del lado de los buenos, al parecer son todos re cancheros y simpáticos, siempre con algún latiguillo para rematar la conversación que acaban de tener. Mientras que, del bando de los villanos, tampoco vemos ninguna motivación real que los impulse a ser así, son malos porque si, y solo les faltaría reírse mientras se retuercen de forma caricaturesca un bigotito. Pese a esto, los actores logran hacer sus personajes llevaderos. Taron Egerton vuelve a mostrar que la acción le sienta bien, pero a la vez, depende bastante de estar rodeado por buenos secundarios para poder sostener un protagónico. Otro que sale bien parado es Ben Mendelsohn, quien pese a tener un personaje chatisimo, el australiano se sabe odiar. Eso sí, la presencia de Jamie Dornan en la película es casi irrisoria, más cuando vemos cual es el sentido de su personaje… Robin Hood es una pobre película que no tiene demasiado que ofrecer en el apartado de acción, y mucho menos a la hora de hablar del personaje al que adapta. Solo se la recomendamos si gustan de filmes pochocleros que utilizan leyendas conocidas, o en épocas pasadas.
Justiciero social, héroe anticlerical, arquero infalible, notable espadachín, líder de una banda clandestina de hombres alegres: Robin Hood reúne todas las condiciones para ser un héroe irresistible. No es difícil entender que desde su aparición en el folclore inglés, que se remonta al siglo XIV, haya tenido innumerables versiones, ni que a partir de 1912 se haya convertido en una sobreexplotada materia prima audiovisual. Esta película da un paso más allá y se propone el ambicioso objetivo de ser el inicio de una nueva saga. Por eso todavía no hay bosque ni pandilla: eso vendrá después, en caso de que se concrete una segunda parte (la decepcionante recaudación en Estados Unidos indican que es improbable). Aquí se cuenta el comienzo de Robin Hood: cómo un noble de buen vivir se convirtió en el bandido más popular de Inglaterra. Como en la mayor parte de las películas de orígenes, tenemos al futuro héroe atravesando una circunstancia difícil, de la que saldrá fortalecido y reinventado después de atravesar una dura etapa de transformación. La elección del protagonista no podría haber sido mejor: Taron Egerton ya mostró en Kingsman toda su destreza como héroe de acción y, a la vez, querible comediante. Su maestro y secuaz es Jamie Foxx, que no se queda atrás a la hora del carisma. La ambientación también es acertada: hay, en el vestuario, el maquillaje y la escenografía, una lucida combinación entre elementos medievales, contemporáneos y futuristas. Hay, también, un intento por darles una resignificación a las escenas de acción: así, el enfrentamiento entre el pueblo y los hombres del Sheriff de Nottingham parece un choque entre manifestantes y la guardia de infantería; y los caballos y carruajes reemplazan a los habituales motos y autos en las persecuciones. Pero el bombardeo de efectos especiales no disimula las fallas del guión, que plantea situaciones bobaliconas, ingenuas -el romance es insufrible-, y por momentos aburre. Queda a medio camino entre el cuento infantil y la oscuridad medieval; entre el mensaje social (se llega incluso a pronunciar la frase “redistribución de la riqueza”) y la pirotecnia visual. Habrá que ver si este Robin Hood tiene la posibilidad de una revancha.
Robin super star Inspirado en el clásico relato capturado de la cultura oral popular, que luego se convirtió en una infinidad de libros, obras teatrales y películas, la nueva adaptación de Robin Hood (2018) es una propuesta que intenta innovar con elementos visuales y técnicos, pero que no termina de cerrar por ningún lado su identidad. Acercando al personaje al universo de los superhéroes, presentándolo como tal (de hecho los títulos finales son viñetas casi copiadas de las películas de Marvel), con habilidades y su “identidad secreta”, sus transgresiones al original (cambio de color de los protagonistas, por ejemplo) y una búsqueda narrativa que potencia escenas de acción y efectos visuales, hacen que el relato termine convirtiéndose en una absurda puesta al día para el público más joven. El realizador Otto Bathurst (Margot) debuta en el cine de acción desandando los pasos de este noble (Taron Egerton) que ve truncado su futuro al ser parte de un siniestro plan en el que la propiedad y el dinero sólo son utilidades que el malvado de turno (Ben Mendelsohn) quiere. Habiendo participado de las últimas cruzadas terminará una temporada exiliado, lapso que le hará perder sus bienes, su mujer (Eve Hewson), quien encontró en otros brazos refugio (Jamie Dornan) y la posibilidad de tener influencia en las decisiones gubernamentales. Aliándose con otro fuera de la ley, Juan (Jamie Foxx), decidirá volver para no sólo vengarse sino, principalmente, para hacer justicia y evitar que los lugareños sigan perdiendo lo poco que tienen en manos del tirano sheriff. Robin Hood está dividida en dos instancias, una primera en la que las expediciones para terminar con las amenazas se narran a modo de película bélica, con escenas envolventes que atrapan sin dejar distanciamiento al espectador, y en donde las flechas toman el lugar de las balas y bombas, en un segundo tramo primará el interés por hiperbolizar al personaje con un halo místico de héroe de comic. Entre esa primera parte, y la segunda, se confunde el interés por el personaje, privilegiando, por ejemplo, algunas escenas con movimientos y aceleramientos, ausencia de diálogos, e injustificados giros de la trama, que se desvanece ante cualquier avance de Robin como protagonista absoluto de la historia. De hecho lo único que hace el guion es presentarlo como un “canchero”, preocupado por la moda y que prefiere robar para no hacer nada en su vida. Así, por citar otro mecanismo escogido, se le otorga a Juan (Foxx) un mayor destaque, decidiendo que el regreso de Robin Hood no importe más que la pérdida del hombre que asistirá al joven ladrón de ladrones. Hacia el final todo se precipita, y se comienza a urdir un gigantesco relato que no ata cabos sueltos, que prioriza la imagen y la velocidad de resoluciones para interpelar a aquellos espectadores que se acercan por primera vez al mito, sin reflexionar sobre los motivos que lo llevaron a ese lugar. Tal vez por la débil estructura narrativa que se presenta, por las exageradas interpretaciones, por decisiones de modificar conflictos, o, simplemente porque no encuentra el tono justo y adecuado para la propuesta, Robin Hood se termina transformando en un ejercicio innecesario de aggiornamiento, un caramelo visual aburrido y sin sabor, perdiendo la esencia del protagonista, un ser fuera de la ley que encuentra en sus ideales la posibilidad de transformar la situación de los ciudadanos trabajadores, robándole a aquellos que sólo desean el poder para aumentar sus riquezas personales.
De noble a ladrón “Robin Hood” (2018) es una película de aventuras dirigida por Otto Bathurst y escrita por Ben Chandler y David James Kelly. Producida por Leonardo DiCaprio, el reparto incluye a Taron Egerton (Testamento de Juventud, Kingsman), Jamie Foxx, Eve Hewson, Ben Mendelsohn (The Place Beyond the Pines, Ready Player One), Jamie Dornan (Cincuenta Sombras de Grey), Tim Minchin, F. Murray Abraham, entre otros. Robin De Loxley (Taron Egerton) se enamora a primera vista de Marian (Eve Hewson), una joven que intenta robar un caballo. Los días juntos no duran mucho ya que a Rob le llega una carta importante: deberá cumplir el servicio militar en el desierto. Sin perder su compasión, Robin no seguirá las órdenes establecidas e intentará ayudar a John (Jamie Foxx), un hombre que está a punto de ver cómo matan a su hijo. De vuelta en su pueblo, el sacerdote Tuck (Tim Minchin) le informa a Loxley que allí ya lo dieron por muerto, aparte de que le confiscaron sus tierras. Incluso Marian parece haberse olvidado de él ya que ahora está en una relación con Will (Jamie Dornan). Sin nada que perder, Robin se unirá a su amigo John para hacerle frente al gobernador de Nottingham (Ben Mendelsohn). Este señor está arreglando un trato con el cardenal de Roma y los árabes por lo que, si la situación no cambia, el beneficio a los plebeyos será inexistente. Las historias sobre el personaje de Robin Hood, el héroe que roba y reparte el dinero entre los más pobres, ya son demasiadas. Tenemos a la película animada de 1973 producida por Walt Disney, a la cinta de 1991 protagonizada por Kevin Costner, la comedia de 1993 dirigida por Mel Brooks y la nueva perspectiva que le dio Ridley Scott en 2010. A casi nadie le pareció apropiado que una vez más el relato se vuelva a reinventar e incluso desde los trailers se veía venir que esta producción sería un desastre. Las suposiciones quedan confirmadas: estamos ante uno de los filmes más flojos del año. Aunque se note que la cinta no está hecha para tomársela en serio, son tantas las malas decisiones que se tomaron en este proyecto que ni siquiera el producto termina siendo entretenido. Por un lado, las constantes escenas de acción nunca llegan a generar nada debido a que los efectos especiales tienen una calidad bajísima, haciendo que la mayoría de secuencias luzcan muy falsas, en especial cuando se utiliza la cámara lenta. El sonido tampoco está bien hecho, por lo que el impacto que deberían tener las flechas no es lo que se esperaba. En cuanto a las actuaciones, ningún personaje cuenta con un desarrollo apropiado, lo que da como resultado que no podamos empatizar con nadie así como que el interés decaiga a medida que pasan los minutos. Ben Mendelsohn construye a un villano que es el típico “malo porque sí”, además de que cansa verlo gritar en cada una de sus escenas (lo mismo sucede con Jamie Foxx, que entrena a Robin para convertirlo en “El Encapuchado”). El diseño de vestuario es otro grave error: el gobernador tiene ropa que en esa época no se usaba, más bien parece sacada de Ready Player One. Como si fuera poco, los escritores metieron un triángulo amoroso paupérrimo, donde el nuevo novio de Marian, interpretado por Jamie Dornan, cambia su postura varias veces en pocos segundos. Además, se supone que los plebeyos tienen gran importancia en la trama ya que el objetivo de Robin es darles el dinero que les falta para tener una vida sin preocupaciones por la comida; no obstante al pueblo nunca se le da el protagonismo que merece. “Robin Hood” se vuelve la peor adaptación del justiciero, una que no convence ni siquiera desde lo visual. El desenlace da cuenta de que se quieren hacer más filmes sobre el Encapuchado, una rotunda mala idea si se continúa por este camino.
Código flecha rota. Pareciera que fue apenas ayer cuando Ridley Scott hizo su mejor intento, llevando el relato del ladrón de los bosques de Sherwood a la pantalla grande con Russell Crowe como punta de lanza (o flecha) en la versión 2010 de Robin Hood. En nuestro 2018 los grandes estudios parecen igual de perdidos que hace ocho años respecto de cómo insuflar nueva vida a la historia del hombre que robaba a los ricos para dar a los pobres, y Robin Hood (2018) lo deja en evidencia durante gran parte de su metraje. En esta ocasión es Taron Egerton, conocido por la saga de agentes secretos Kingsman, aquel que toma la capucha, se calza el arco al hombro y le pone el cuerpo a Robin de Locksley, el joven de la alta sociedad inglesa que es enviado a luchar en las Cruzadas, tan solo para volver a su tierra y darse cuenta de que ha perdido todo a manos del malvado Sheriff de Nottingham, quien cada vez aprieta fuerte la soga sobre el cuello de la plebe. Es así como Robin se convierte en un paladín justiciero que roba a los ricos para dar a los pobres… aplicando un poco de redistribución anárquica. Esta vez la persona detrás de cámara es Otto Bathurst, un hombre traído de la pantalla chica con colaboraciones destacadas en series como Peakly Blinders y Black Mirror, si bien su prontuario en la pantalla grande es prácticamente nulo. Su enfoque intenta ser posmoderno, con explosiones, escenas de acción que abusan de la shaky camera y una estética cuyo estilo tiene similitudes y varias cercanías con la última reelaboración de la saga del Rey Arturo del año pasado, titulada precisamente El Rey Arturo: La leyenda de la espada (King Arthur: Legend of the Sword, 2017). El inicio, con una voz en off que nos dice “olvidate todo lo que viste antes, olvidá lo que ya sabés”, funciona más como una alarma para el espectador que una recomendación amable, dando a entender que vamos a pasar los próximos 126 minutos frente a una obra que abiertamente nos cuenta sus planes de tomarse más de una licencia. No nos malinterpreten, recibimos de brazos abiertos aquellas obras que aceptan el desafío de reformular lo archiconocido, pero cuando ello se lleva a cabo con tan poca imaginación o inventiva, se vuelve blanco de cuestionamientos respecto de cuál es su sentido de ser. Así, nos preguntamos con qué motivo se vuelve a contar lo misma historia si el relato no tiene novedad alguna que aportar. El ganador del Oscar Jamie Foxx interpreta a John, el moro o “pequeño Juan”, como solemos conocerlo por estos lugares. Elección curiosa la de reciclar un personaje que no forma parte del canon sino que apareció por primera vez en una versión de la televisión británica de los 80 y de ahí fue tomado por Robin Hood: El príncipe de los ladrones (Robin Hood: Prince of Thieves, 1991), donde lo interpretó Morgan Freeman. ¿Sabrían esto los productores de la obra actual? Algo interesante de esta nueva adaptación es el rol dual de Robin Hood: por un lado crea lazos de confianza con el Sheriff de Nottingham, haciéndole creer que es simplemente otro burgués aportante a su causa, y por el otro roba el dinero del reino bajo su alter ego de Robin Hood. Un proceder que, salvando las distancias, guarda algunas similitudes con la dualidad Batman/Bruce Wayne del universo superheroico. Es una lástima que esta veta argumental no haya sido explotada más allá de los requerimientos básicos del guión. Si de algo sirve todo esto, es para consolidar a Ben Mendelsohn como el villano mainstream por excelencia de esta década. Dentro de los intentos más marcados en pos de traer aire nuevo al remanido relato está el outfit urbano de Robin Hood, con capucha y pañuelo, aunque más que ocultar su identidad nos recuerda a cierto personaje con poderes de hielo del Mortal Kombat. Así de difícil es encontrarle aspectos positivos a la nueva Robin Hood, una producción que aborda el clásico pero no parece convencerse ni siquiera a sí misma de que su empresa valga la pena. Incluso su talentoso reparto (con breve participación de F. Murray Abraham incluida) no logra impedir que el film se vuelva un naufragio más en ese mar interminable de reboots, remakes, precuelas, secuelas y spin-offs que hoy inunda las salas.
Muchas veces la unión de actores y realizadores exitosos por otros trabajos no garantiza llegar a buen puerto. El protagonista Taron Egerton tan eficaz en “Kingsman”, aquí reunido con Jamie Foxx y Jamie Dornam (si el de las “50 sombras) no se encuentra cómodo ni gracioso. El debut en largometraje de Otto Bathurst que se hizo famoso por el primer capítulo de “Black Mirror” y la primera temporada de “Peaky Blinders”, tampoco garantizó nada. Es que tomar la historia de Robin Hood pero para millenials, siguiendo el modelo de Guy Ritchie con el Rey Arturo, es decir, vestuarios modernos, armas adaptadas a estos tiempos, nada de humor, mucha cámara lenta, villanos horribles y buenazos increíbles, no dio resultado. Primero los guionistas Ben Chandler y David James Kelly emparentaron al famoso ladrón que le sacaba a los ricos para darle a los pobres, con las cruzadas, un compañero árabe, una Nottingham parecido a una ciudad con una mina de carbón industrializada sin ningún resultado ventajoso a la vista. Ropa costosa y modernosa, pocos matices, y a pesar del montaje y los efectos especiales sin grandes novedades en un historia muy usada. Como si se tratara de un rápido y furioso videojuego sin demasiada gracia.
Hacía falta? No...Dirigida por Otto Bathurst vuelve el legendario héroe una vez más. Ya tuvimos infinitas películas, libros, obras, pero siempre parece que hay que darle una vuelta de tuerca. Esta versión fue escrita por Ben Chandler y David James Kelly. El protagonista, Robin de Loxley (Taron Egerton) es un Noble de la comunidad de Nottingham y es llamado a participar en las Cruzadas contra los Moros. El le pide a su enamorada que lo espere. Luego de las Cruzadas debe permanecer un tiempo escondido, pierde sus posesiones a manos del avaro Sheriff (Ben Mendelson) y a su vuelta, como lo creían muerto, ve como su amada Lady Marian (la hermosa Eve Hewson) lo reemplazó por otro amor (Jamie Dornan, en un papel muy secundario, tanto que me dio pena...). Robin recibe la ayuda de Juan (Jamie Foxx) para luchar contra la corrupción de Inglaterra. Ahí comienza la archiconocida historia de robarle a los ricos para ayudar a los más pobres, aunque hay fallas en el guión, no hay humor que se sostenga y la película comienza a hacer agua. Lo mejor: las escenas de batallas y la habilidad de Robin con el arco y la flecha, si nunca vieron la historia, además de la música. ---> https://www.youtube.com/watch?v=Jq6Ers7Vs10 ACTORES: Taron Egerton, Jamie Foxx. Jamie Dornan, Ben Mendelsohn, Eve Hewson, Josh Herdman. GENERO: Aventuras , Acción . DIRECCION: Otto Bathurst. ORIGEN: Estados Unidos. DURACION: 117 Minutos CALIFICACION: Apta mayores de 13 años con reservas FECHA DE ESTRENO: 29 de Noviembre de 2018 FORMATOS: 2D.
Con una historia cinematográfica que comenzó en 1908 y más de cuarenta films que lo invocan, se puede afirmar que cada generación de espectadores tuvo su versión de Robin Hood. Ahora llegó el turno de los centennials. Este makeover actualiza el mito a través de un conjunto de referencias con las que aquellos están muy familiarizados: Robin del bosque (Taron Egerton) es un superhéroe tomado del molde de las recientes Batman: un noble acaudalado que pierde todo y es entrenado por un mentor para convertirse en un vengador enmascarado que enfrenta la tiranía del sheriff de Nottingham (Ben Mendelsohn). Su Medievo es más parecido al futuro distópico de Los juegos del hambre que a un pasado sucio y cenagoso, y las escenas de acción son los enfrentamientos de un film bélico actual con flechas que hacen estallar la roca. Hay también una actualización doctrinaria: Lady Marian (Eve Hewton) es una mujer del siglo XII a la que ningún hombre le dice lo que tiene que hacer, el pequeño John (Jamie Foxx) es musulmán y el sheriff de Nottingham fue abusado por curas durante su infancia. Nada de esto es más cuestionable que los dislates de películas anteriores. Lo que falta aquí es algo de carisma entre los protagonistas, un poco de humor y un guion que no se limite a unir una escena obligada tras otra y guarde al menos una sorpresa. Esta es una historia de origen del personaje, abierta a iniciar una saga: un exceso de optimismo que ya chocó con la realidad de que el film tuvo uno de los peores arranques del año en la taquilla norteamericana.
Un objeto de diseño, mal diseñado Desde el cine mudo al universo animado de Disney, del drama histórico a la parodia, o de Douglas Fairbanks y Errol Flynn a Kevin Costner y Russell Crowe, Robin Hood se ha convertido, a fuerza de repeticiones, en uno de los personajes más populares del cine de todos los tiempos. Aun así, parece que la famosa historia del noble inglés que pasa a la clandestinidad para robarle a los ricos y ayudar a los pobres, no pierde su atractivo a la hora conseguir financiación. Así lo demuestra una nueva versión que intenta sacarle rédito a la leyenda, protagonizada por la joven estrellita británica Taron Edgerton. Dirigida por el también inglés Otto Bathurst –quien debuta en el cine luego de una larga carrera en televisión, pero que recién le trajo popularidad tras dirigir los capítulos iniciales de las series Black Mirror y Peaky Blinders–, la nueva Robin Hood intenta un giro renovador, cuya intención evidente es aggiornar una historia tan transitada. El procedimiento al que recurre el director es similar al que utilizaron Baz Luhrmann para Romeo + Julieta (1996) –y que de algún modo repitió en su siguiente película, Moulin Rouge! (2001)–, o Brian Helgeland en Corazón de caballero (2001), que convirtió en estrella al malogrado Heath Ledger. Se trata de fundir estéticamente al pasado con referencias culturales del presente, para generar un espacio de fantasía cargado de anacronismos que buscan la complicidad del espectador. De esta manera Bathurst filma las Cruzadas como si se tratara de la incursión de un cuerpo de marines en la Guerra de Irak; compone un clip de montaje en el que Robin se entrena como si fuera Rocky Balboa; incluye un personaje negro (Jamie Foxx) que representa a un príncipe persa pero habla como los hermanos de Harlem; le da a la historia romántica entre Robin y Marian el tono de las novelitas para adolescentes producidas por Cris Morena; coreografía escenas de acción que parecen sacadas de alguna Rápido y Furioso; el vestuario y los peinados están diseñados siguiendo la tendencia de la moda actual; y hasta se permite una referencia que remite a los abusos cometidos contra menores del todo el mundo por sacerdotes católicos. Tal vez así enumerados los detalles de esta propuesta resulten llamativos para un público muy amplio. La presencia de Edgerton, quien ganó fama con la saga Kingsman, donde se parodia al universo de los agentes secretos al servicio de Su Majestad, le suma al combo un atractivo adicional. Sin embargo Bathurst no consigue escapar de la amenaza latente del pastiche, que al fin y al cabo resulta un adjetivo bastante preciso para definir a su Robin Hood. Más preocupada por parecer que por ser, la película termina pasándose de canchera en su aspiración de alcanzar el estatus de objeto de diseño. El fracaso de dicha búsqueda hace que esta nueva Robin Hood, en lugar de lograr el objetivo de convertirse en un artículo cool de consumo termine siendo apenas una película cooleada.
Una versión pop del justiciero de los desposeídos. Ciento de veces hemos visto en la pantalla grande la leyenda de aquel forajido inglés del medioevo, que impartiendo justicia por mano propia defiende a los pobres y oprimidos, racionando por igual la fortuna de los más ricos. Su virtud, el arco; su refugio, el bosque de Sherwood. Si, nos referimos ni más ni menos que a Robin Hood. Esta nueva reversión de Otto Bathurst nos trae a un Robin pop, bastante alejado de lo señorial y lo clásico, con flechazos más cercanos a las armas de fuego. Aquí Robin de Loxley (Taron Egerton) es un noble de la comunidad de Nottingham, que vive sus días haciendo pastar caballos, hasta que conoce a Marian, una joven plebeya de quien se enamora perdidamente. Todo viene de novela hasta que a Robin es llamado a combatir en las cruzadas. En medio de la guerra descubre otra realidad, y al ver como su gente somete al enemigo de modo brutal, decide ayudar a John, un árabe que se encuentra a punto de ser ejecutado. Destituído del frente, vuelve a su hogar en donde se encuentra que ya nada es como antes. Él fue dado por muerto, sus posesiones están confiscadas por el sheriff de Nottingham y su mujer se encuentra con otro hombre; peor imposible, encima el pueblo está hambreado y cada vez paga más impuestos al clericado corrupto, con el pretexto de la guerra. Por lo que Robin asumirá una nueva identidad, para con sus dones de arquería (y ayudado por John), logre distribuir dinero y justicia a la comunidad. Nos encontramos ante una reinterpretación un tanto básica, que apunta por completo a un público juvenil. Alejada de toda lectura política o existencial, se centra totalmente en la acción. Las secuencias de este estilo son espectaculares; las flechas van y vienen, a veces apelando al recurso del ralentí, con suma precisión. Se nota que el director acude al concepto del superhéroe contemporáneo para delinear el personaje principal: antifaz, capucha y el arma, en defensa de la humanidad. Quizá en este sentido resida lo más endeble de la cinta: el marco histórico es el del medioevo con cruzadas y cristianos poderosos al mando, pero la estética (más allá de la ambientación) y las formas de accionar son modernas, hay una especie de anacronismo no funcional. Por otro lado, está el típico enfrentamiento con el mal; las motivaciones de los personajes “malos” al ser tan clichés quedan desdibujadas. Rostros perversos, ansias de dominio, como si no hubiera nada humanidad en ellos, solo ganas de perjudicar. Una especie de maldad suprema irracional. Nos encontramos ante un Robin Hood millennials, adaptado a nuestros tiempos, con buenas actuaciones pero ninguna novedad.
Nueva adaptación de la clásica historia del arquero inglés, "Robin Hood" de Otto Bathurst, se queda a mitad de camino entre los anacronismos y una falta de inventiva interesante que la llevan al peligroso terreno del aburrimiento. La mayor defensa ante el llamado cine pochoclero suele ser que es un cine para divertir, para entretener. Una especie de freno para no pedirle más que eso. Basándonos en esto, cuando una película no llega a lograr el parámetro de “ser entretenimiento” ¿qué sucede? "Robin Hood" es una de las historias con mayor cantidad de adaptaciones y aproximaciones en el mundo del cine. Proveniente de una leyenda folclórica inglesa, tiene varias adaptaciones en la literatura, de diferentes autores, pero en sí, es una historia anónima. Para los más jóvenes, o lo de mediana edad, la referencia cinematográfica será la versión de Kevin Reynolds con Kevin Costner; o la más sombría y “realista” de Ridley Scott con Russell Crowe. Para los amantes del cine clásico, Errol Flynn es inigualable. Las hay animadas de Disney, televisivas, en versiones femeninas con Keira Knightley como “la hija de”, y hasta algunas que vaya uno a saber por qué, le cambian los nombres y datos para hablar de lo mismo. Finalmente, está la genial parodia de Mel Brooks “Las locas aventuras de Robin Hood”. Las expectativas frente a una propuesta que apunta a contar con anacronismos modernos la historia del príncipe de los ladrones, eran: “sino resulta atractiva como aventura, quizás divierta como comedia ¿involuntaria?” No, "Robin Hood" (2018) decepciona hasta a los amantes del consumo irónico. Robin de Loxley en la joven piel de Taron Egerton, es un noble que vive una vida tranquila junto a su enamorada Marian (Eve Hewson). Pero de un día para el otro la taba se le da vuelta y todo comienza a salirle torcido. Es enviado a la guerra de Las Cruzadas (expuestas como si fue la actual Guerra de Afganistan), y al regresar hay un complot en su contra a costa de la codicia del Sheriff de Nottingham (Ben Mendelsohn), que lo lleva a quedarse sin nada. Hasta Marian, que prometió esperarlo, parece que la mató la ansiedad y se fue con otro. Ah sí, dijeron que estaba muerto. Robin planea una venganza que incluye devolverle al pueblo todo lo robado por la tiranía reinante, y acabar con el complot en su contra. Para eso, se encapucha de un modo que parece Sub Zero Ninja de Mortal Kombat, o algún protagonista de Assasins Creed, oculta su identidad, y les desbarata todo las fechorías en nombre de la justicia. Hasta el buenazo de Juan (Jamie Foxx) ahora es un maestro y posterior secuáz al estilo Robin (de Batman, no Loxley). Lo primero que vemos en "Robin Hood" (2018) es una animación (bastante precaria, ciertamente) de un libro antiguo abriéndose como para contarnos una leyenda. Si eso no nos hizo huir de la sala, prepárense porque lo que sigue es una transformación de la historia que parece mezclar lo que ya conocemos popularmente de "Robin Hood" con "El Conde de Montecristo", y la más ramplona historia de superhéroes. Hay cámara slow motion, luego aceleraciones, vueltas y volteretas, un lenguaje canchero, vestuario indefinido, y una supuesta imaginaria puesta en el armamento (¡bazookas y metralletas de flechas!), para el enganche de un público joven… entendiendo por público joven el menos exigente y el más conformista. Digamos que no es la primera vez que se plantea narrar una historia de aventuras clásica con anacronismos temporales. Las hay de a montones, y más en los últimos tiempos. "Rey Arturo", y dos "Los tres Mosqueteros" diferentes, son las más recordadas. Las hay de las que salen bien (como "Corazón de Caballero"), y de las otras, como la gran mayoría. Existirá algún multiverso en el que todos estos personajes convivan en extraña armonía. El problema con "Robin Hood" (2018) es que cuando uno, a los pocos minutos, resigna sus esperanzas de ver algo atractivo narrativamente, le queda la chance de divertirse con algo liviano para pasar el tiempo y reírse un rato. Pero no, dura 116 minutos, y pareciera que durara aún más, mucho más. Hay chispa en los diálogos, no hay humor (ni voluntario, ni involuntario), no hay personajes atractivos, ni conexión alguna entre los personajes. A lo sumo, nos causará risa lo precario de algunos FX expuestos como si fuesen grandes presentaciones visuales. Taron Egerton está permanentemente en otra película, probablemente en alguna tira juvenil. Jamie Foxx es el ingrediente “apiádense, sáquenme de aquí” de la película. Ben Mendelsohn es exagerado, pero ni siquiera caricaturesco. Mejor ni hablar de Eve Hewson. Tres guionistas tiene esta entrega de Robin Hood, y un director novel en la pantalla grande. Entre baches, ideas ridículas no graciosas, y personajes y actores anodinos; ni siquiera es una propuesta que se haga odiar, es directamente algo para el olvido fugaz.
Robin de Locksley es un noble reclutado por las campañas de las cruzadas. Alejado de su tierra en la “Guerra Santa”, es dado por muerto y sus tierras le son usurpadas. Al volver se encuentra con un Nottingham devastado y saqueado por el malvado Sheriff. La historia la conocemos de memoria, la vimos en versiones animadas, en sátiras, en dramas o en comedias. Parece que a alguien se le ocurrió que nunca había salido una que fuera todos los géneros juntos y decidió que era tiempo de hacerla. Robin Hood está dirigida por Otto Bathurst y es una mezcla de todo, que no termina de funcionar pero que entretiene.
No pasan diez años sin que Hollywood se abstenga de hacer una nueva versión de “Robin Hood”, y lógicamente con la idea de darle una vuelta novedosa. Grave error, dado que lo divertido siempre será la leyenda original del héroe robando a los ricos para darles algo a los pobres del bosque de Sherwood. En esta nueva versión ni siquiera hay bosque de Sherwood, y la dirección de arte propone un medioevo muy extraño, con largos tapados para los villanos y un ambiente urbano que no se compatibiliza con la época. Más allá de estos y otros detalles híbridos, la película es bastante ágil y, por momentos, entretenida. Esta vez Robin Loxley (Taron Egerton) viaja a las Cruzadas, donde con un gesto justiciero se hace amigo del moro Jamie Foxx, una curiosa variante del mítico Pequeño Juan que es quien le enseña al protagonista el uso del arco y flecha como si fuera un auténtico ninja. Hay escenas de acción atractivas, y otras dialogadas bastante tediosas. Se deja ver, pero no mucho más.
Luego de múltiples adaptaciones inspiradas en el clásico relato, llega la nueva versión cinematográfica de Robin Hood de la mano de Otto Bathurst, conocido por haber dirigido algunos capítulos de Peaky Blinders, y el primero de Black Mirror, el aclamado El himno nacional. En esta película seguimos a Robin (Taron Egerton), un noble inglés que, tras combatir en las Cruzadas —católicos europeos contra musulmanes— vuelve cuatro años después a su pueblo y vivencia la pobreza en la que este quedó sumido. John (Jamie Foxx), un musulmán que logra escapar en parte gracias a él, lo sigue y lo convence de robarle plata al palacio, para distribuirla, de esta manera, entre los pobres. Luego de un entrenamiento, Robin comienza una doble vida en la que, por un lado, es un ladrón encapuchado, y por el otro, es un Lord, obteniendo información de los más poderosos. Este film es el primer trabajo de los guionistas Ben Chandler y David James Kelly, y si bien la esencia y el dilema de la historia que intentan plantear son atractivos e interesantes, se falla a la hora de trasladar esto al guion. El principal problema que tiene son sus personajes planos, con arcos dramáticos forzados y confusos. Tanto los antagonistas, el sheriff de Nottingham (Ben Mendelsohn), y el cardenal (F. Murray Abraham), como los personajes que acompañan a Robin, Marian (Eve Hewson), su nueva pareja (Jamie Dornan), y el fraile (Tim Minchin), parecen no tener motivaciones claras o incluso suficientes para justificar lo que están haciendo —y lo que planean hacer. El mismo Robin le confiesa en cierto momento a Marian que él, en el fondo, creía estar haciéndolo todo para que volvieran a estar juntos. El sentirse motivado a hacer las cosas correctas para obtener su amor más que por ayudar al pueblo, es algo que se reitera durante casi toda la película, y que atenta contra la esencia misma de lo que se intenta construir. Por otro lado, las escenas de acción están bien dirigidas y cumplen, ya que si bien por momentos el slow-motion es excesivo, y dota al film de cierta inverosimilitud, las coreografías son prolijas, dinámicas y prolongadas. Por esta razón la acción es, junto con la fotografía, lo que más se destaca. Aunque si hay algo que llama la atención en el film es la combinación de estéticas actuales con antiguas, tanto en la vestimenta como en la arquitectura. Este recurso, utilizado principalmente para dar la sensación de atemporalidad —algo que Bathurst declaró explícitamente querer trasmitir— ya fue visto, por ejemplo, en Romeo+Julieta (1996) del australiano Baz Luhrmann, y ciertamente, en aquel caso, le otorgaba un valor extra a la obra. Pero en este film, no se le da a la artística el tiempo ni la atención que se debería para transmitir este mensaje, y termina percibiéndose solo como un contraste injustificado. Con los diálogos, a su vez, sucede lo mismo, ya que de un momento a otro, los personajes pasan de decir frases míticas y líricas a chistes o ironías. Y eso, lejos de reflejar la frescura o el simbolismo que pretende, termina resultando sencillamente incómodo; como resulta, a su vez, y desafortunadamente para nuestro príncipe de los ladrones, gran parte del film en sí.
Este año Robin Hood cumple 110 años de vigencia en el cine. Junto con Tarzán y el Rey Arturo integra la trinidad de personajes populares con mayor cantidad de antecedentes en los medios audiovisuales. Hasta la fecha se hizo de todos con ellos en la pantalla grande, la televisión y el género de animación. En consecuencia, que el proyecto de Leonardo DiCaprio, en este contexto lograra hacer algo diferente con el justiciero de Sherwood tiene un enorme valor que no se debería ignorar al analizar el film. Después entran en juego los gustos personales y cada espectador tiene su derecho a no engancharse con la película, pero no se puede desconocer esta cuestión. La nueva versión de Robin Hood es la obra más original que se hizo con el personaje en los últimos 25 años. La última fue Men in Tights (1993), la brillante sátira musical de Mel Brooks que trabajo este clásico desde una perspectiva diferente. Las propuestas que vinieron después, como la decepcionante serie de la BBC del 2006 (que tuvo un comienzo bárbaro y terminó de un modo horrendo) y el film de Ridley Scott del 2010 (que tenía sus virtudes) exploraron al héroe en un terreno familiar sin aportarle ningún condimento especial. DiCaprio delegó la dirección de esta producción en Otto Bathurst, quien no tenía antecedentes en el cine, pero consiguió reconocimiento por su labor en la serie Peaky Blinders, además de realizar el piloto de Black Mirror. Cuando en el futuro se analice la filmografía de Robin Hood la película de Bathurst quedará como un exponente de la clase de cine pochoclero que se hacía en el momento de su estreno. También ocurrió con Tarzán y el mito artúrico donde los personajes regresaron a los cines para acomodarse a la corriente en voga de Hollywood. Un lugar que hoy ocupa el género de superhéroes con infinidades de propuestas en la pantalla grande y la televisión. El nuevo Hood fue desarrollado por este camino y toma una influencia notable del cómic de DC, Green Arrow, que a su vez estuvo inspirado en el justiciero inglés. Esto se percibe especialmente en el modo en que la película trabaja la dualidad del héroe (Green Arrow/ Robin Hood) y su álter ego (Oliver Queen/Robin de Locksley). Algo que no tenía antecedentes en la filmografía del personaje. La idea del noble o millonario que enfrenta las injusticias por el bien de la sociedad es muy propia del cómic y también la vimos en otros personajes como El Zorro, Batman o el Avispón Verde. Es importante destacar esto porque toda la ambientación de la película se desarrolla en un mundo alternativo de fantasía donde la era medieval se fusiona con elementos de la vida moderna, como los vestuarios y cortes de pelo, que no se rigen por una rigurosidad histórica. El director Bathurst establece esta cuestión de entrada en la primera secuencia de acción que es muy ingeniosa. Robin se encuentra en las campañas de las cruzadas y en un momento le ordenan matar a un francotirador árabe. Si a esa escena se le cambian las ballestas por rifles modernos parece una película bélica de la actualidad sobre la guerra de Irak. A partir de ese momento el film presenta permanentemente analogías de lo que ocurre en la trama con el mundo moderno y eso deriva en la interpretación de Robin Hood más política que se hizo en las últimas décadas. El modo en que trabaja especialmente la corrupción de la iglesia católica y sus vínculos con lo peor de la política tampoco se había abordado en otras propuestas del personaje de este modo. Por eso el ensañamiento de la prensa norteamericana con esta película es una estupidez que no tiene sustento. No está a la altura de las mejores obras que se hicieron con el héroe en el pasado, como la obra maestra con Errol Flynn de 1938, Robin y Marian (1976) o la versión de 1991 con Kevin Costner, pero tiene su personalidad y por sobre todas las cosas nunca se olvida de brindar una aventura de Robin Hood. Taron Egerton domina con carisma el rol principal, que más allá de la obvia referencia a Green Arrow recuerda esa clase de héroe acrobático que compuso Douglas Fairbanks en el pasado. En esta película está muy bien e integra una buena dupla con Jamie Foxx, quien encarna un personaje parecido al turco Hazeen que compuso Morgan Freeman en el ´91 pero con una historia personal diferente. Entre los puntos más débiles del film se destaca el tratamiento de los villanos que parecen caricaturas exageradas y no tienen demasiado desarrollo. Tampoco ayudó el casting de Ben Mendelson como el Sheriff de Nottingham, quien ya compuso villanos similares en Star Wars: Rogue One y hace poco en Ready Player One. El romance entre Robin y Marian tampoco logra destacarse como otras interpretaciones del pasado, pese a la presencia de la bella Eve Hewson, quien tiene una participación más activa en el conflicto. Lo cierto es que los trailers de esta película no auguraban un buen espectáculo y al final resultó más decente de lo que se esperaba. Robin Hood es muy entretenida, cuenta con buenas secuencias de acción, y consigue hacer algo diferente con un personaje que desde hace más de un siglo es parte del arte del cine.
Otra película de Robin Hood, y van… Ese no es el problema y es más que lógico que se sigan haciendo reinterpretaciones sobre uno de los personajes ficticios más populares de todos los tiempos. El problema es que hace rato que no le encuentran la vuelta. Tal vez el público ya se agotó de esta leyenda. En esta oportunidad se intenta modernizar al personaje en todo sentido, y bajo todo concepto. Taron Egerton, a quien conocemos de la franquicia Kingsman, es quien encarna al héroe. A priori, le da un aire más juvenil y menos solemne. El actor personifica todo lo que está mal con la película: no le creés en ningún momento, ni a él ni a su entorno. Es raro, porque supuestamente se trata del medioevo, de Las Cruzadas, pero lo que vemos es artificio moderno. El vestuario es lo que más desconcierta. En todo momento parece que nos encontramos en un desfile con exhibiciones de diferentes diseñadores de moda. No hay modo que las prendas que llevan los protagonistas no te saquen de sintonía y arruinen el poco verosímil que hay. Lo que levanta esto son las grandes secuencias de acción y peleas. El director inglés Otto Bathurst, quien viene de larga data en la tv, ofrece una opera prima entretenida y ambiciosa. Pero resulta ser una más del montón. Es un buen espectáculo visual pero vacío. No nos importan sus personajes ni su historia. En cuanto al guión, tiene una interesante vuelta de turca para no repetirse demasiado con las anteriores interpretaciones. De ahí sin dudas lo mejor es el personaje de Jamie Foxx, una amalgama de más de uno de los protagonistas legendarios de Robin Hood, y que le aporta un poco de frescura y dramatismo. Pero solo un poco. Termina la película y te olvidaste. Lo que más resuena en tu cabeza es el inentendible vestuario, y alguna que otra batalla. Si no viste ninguna película de Robin Hood, tal vez esta te guste un poco más. Pero los más veteranos encontrarán un espectáculo visual vacío.
Mi nombre es Robin de Locksley Con voz en off se nos explica que la historia que estamos por ver comienza con un robo, pero el famoso protagonista no es su autor sino su víctima. La joven que pretende llevarse un caballo de sus establos es descubierta pero lejos de entregarla para ser castigada comienzan una apasionada relación romántica. La felicidad expresada con clásico montaje empalagoso que se ve interrumpida por la llegada de un mensajero con órdenes del Sheriff de Nottingham reclutando a Robin para combatir en las Cruzadas. Varios años más tarde, el malcriado noble ya es un endurecido soldado que combate junto a su escuadrón en las calles de Arabia contra los moros, cada uno portando su arco como si fueran rifles de asalto. Un incidente con que lo enemista con su superior lo pone en un barco de regreso a Inglaterra, donde descubre que fue dado por muerto hace tiempo, sus propiedades confiscadas y a su amada con su vida rehecha. Buscando venganza contra el hombre que causó todas sus penurias acepta ser entrenado por el moro que casi lo mata en las cruzadas, quien a su vez tiene la misión de terminar la guerra cortando su financiación en el origen. Y le has fallado a este condado Lo que esta trama tiene de repetido también lo tiene de endeble, pidiendo a gritos que nadie se ponga a analizarla un poco en serio. Intencionadamente anacrónica para atarla un poco más a estas épocas, emparenta las cruzadas medievales con las contemporáneas con un trazo bien grueso y subrayado, por las dudas de que alguien no lo entendiera. Este Robin Hood es aún un noble que no tiene motivos para pretender cambios sociales o preocuparse por los plebeyos de la región, su motivación es la venganza personal y si en algún momento eso cambia, no tiene una justificación real para suceder más que no cortar el flujo de la acción. Es claramente una versión mucho más urbana del clásico héroe que no pisa su tradicional bosque de Sherwood en toda la película, en cambio entrena y ejecuta sus robos siempre en interiores o en las calles de la ciudad, oculto a simple vista llevando una doble vida que como otros justicieros enmascarados, parece imposible que nadie lo descubra. Una vez que quedó claro que hay que hacer la vista gorda a todo análisis, Robin Hood es una clásica película de aventuras con un antihéroe de manual que va encontrando su camino y redefiniendo sus prioridades hacia metas más altruistas que las originales. Esa parte no lo hace mal, cuidando que siempre sus protagonistas se vean lindos y cancheros por más que eso incluya líneas de diálogo que harán rechinar a unas cuantas dentaduras ya sea por obvias o gastadas. El único personaje con algo de tridimensionalidad es el Sheriff de Nottingham, que por más que sea un tirano de manual cuenta alguna de las razones que lo llevaron hasta ese lugar de villano y sus acciones son las que más tienen sentido. Esta nueva versión de Robin Hood se tambalea entre ser una parodia y tomarse demasiado en serio, pero en general se mantiene en un punto intermedio sin ser comedia ni pretender ser realista o reconstruir una época, con todos los puntos obligados de una historia de origen que espera poder hacer alguna secuela.
Una vez más llega a los cines la leyenda del forajido de buen corazón, esta vez, bastante retorcida.
Esta es una versión más juvenil. Robin of Loxley (Taron Egerton, "Kingsman 1 y 2") no tiene familia, goza de una buena posición económica, vive en un castillos, cuando conoce a Marian (Eve Hewson), ellos se enamoran pero todo la felicidad se verá empañada cuando el Sheriff de Nottingham (Ben Mendelsohn, tantas veces se convirtió en villano que ya no causa sorpresa.) lo envía a la guerra. El Sheriff de Nottingham en muy poco tiempo logra obtener una gran fortuna porque le saca a los pobladores y junto a un Cardenal se enriquecen. Robin en plena batalla se niega a cometer una injusticia con un moro de nombre John (Jamie Foxx) es expulsado pero gana el respeto de John, por lo que Robin decide volver a su hogar y reencontrarse con su amada Marian, ya pasaron dos años, cuando llega encuentra una región en ruinas y se entera que fue dado por muerto, su amada ahora está con Will (Jamie Dornan). Finalmente después de un rudo entrenamiento Robin y John se unen para poner un poco de justicia, todo lo que sigue es una batalla épica con mucha acción, un ritmo vertiginoso, mucha cámara lenta, llena de efectos especiales, poco matices, no hay grandes actuaciones, no ofrece nada nuevo y no posee sorpresas. Eso sí, se deja la trama abierta para una segunda entrega.
Llega un nuevo Robin Hood, aggiornado a estos tiempos y buscando convertirse en saga. Infinidad de veces el cine ha traído a la pantalla grande la imagen del héroe de Sherwood, que robaba a los ricos para darle a los pobres, acrecentando el mito y poniéndolo en juego con el tiempo de su producción. Esta época no podía quedar al margen. Ni la industria se lo iba a perder. A tono con eso este Robin Hood es un pastiche posmoderno, un patchwork: las batallas, por modos y vestuarios, buscan que pensemos en las actuales que se desarrollan en el Oriente Medio; el lugar de la mujer se empareja con el presente del empoderamiento femenino; que el “maestro” del protagonista (Jamie Foxx) sea musulmán no es menor; los abusos de todo tipo por parte de la cúpula de la Iglesia Católica no desentona con la agenda actual. Esto es apenas una muestra de lo pensado y diseñado que resulta este producto. Y por si fuera poco es una precuela que (si la taquilla así lo reafirma, cosa que parece que no ocurrirá) nos informa lo que era nuestro protagonista (Robin de Loxley) antes de ser el que conocemos y nos prepara para lo que será. No resulta menor que se haya bajado fuertemente la edad de Robin (Taron Egerton) ni que luzca como el Arrow de la serie televisiva para atraer nuevas audiencias que puedan verse reflejadas ni que la acción corra sin respiro y a partir de un montaje frenético. La idea de representar un pueblo sometido por el poder y que sólo unido (mostrado en avanzadas que, hoy por hoy y cotidianamente, nos regala la televisión en masivas protestas mundiales) puede conseguir respeto humano y derechos burgueses (aunque se pretendan disfrazar de universales y populares) es apenas corrección política y buenas intenciones progresistas. Lo que le sobra a este Robin Hood en efectos le falta en sangre, pasión e ideas.
DEL HEDONISMO A LA REVOLUCIÓN DEL PUEBLO Esta nueva versión del héroe clásico que roba para el pueblo y para hacer justicia vuelve a trabajar los inicios de este personaje como ya lo hizo Robin Hood: el príncipe de los ladrones. Pero esta vez, el lado romántico no es tan marcado y sí aparece el tono juvenil de la mano de Taron Egerton (Kingsman) como su protagonista. Locksley es un joven de la nobleza que vive el presente sin prestar mucha atención a lo que sucede a su alrededor. Sólo se preocupa por su bienestar, pero nunca a costa de otros. Es recién cuando lo reclutan para pelear en la guerra, que se adentra a las injusticias del mundo y, en especial, de su población. De vuelta a su casa, todo cambia. Su visión y su vida. Tras darlo por muerto, su palacio está vaciado y su mujer se ha casado con otra persona. Pero no sólo eso, si no que en el poblado las diferencias sociales se acrecientan por una renta cada vez más elevada. Ante esto, el film nos presenta a un nuevo dúo entre Robin Hood y el Pequeño Juan (Jaimie Foxx). Estos personajes entablan una relación que va más allá de los justicieros. Si el film logra poner su impronta es necesariamente con esta combinación. Ellos mantienen un vínculo de profesor y alumno, pero al mismo tiempo de amigos. Este Robin Hood tiene mucha confianza en sí mismo pero muy poca idea de cómo combatir a sus adversarios. Es un personaje que peca de exceso de amor propio y ante la exposición de eso por parte de Juan, es cuando logran imponer un humor al estilo de las películas del universo Marvel. La actitud juvenil de este justiciero es la que lo lleva a cometer locuras, pero así también le permiten cumplir con el rol que decide tomar. Este Robin Hood es un personaje rebelde y apasionado, pero no tan idealizado. La crítica al poder religioso en conjunto con la política vuelve a aparecer. Y con esto el film sabe mechar entre la aventura y la acción una pasión por el poder del pueblo. Como bandera de lucha que se extiende, las capuchas negras puestas afuera de cada una de las casas del pueblo aparecen simbolizando a Robín Hood. Estos elementos le permiten a la película construir al héroe más allá de las luchas que entablan. Es trabajado así el empoderamiento que genera un líder revolucionario.
Y buéh. La cosa es “hagamos de TODO mito una película de superhéroes” y ahí tenemos a un super Robin lleno de anacronismos. Eso no es problema. El problema es que el despelote visual no está equilibrado por desarrollo de personajes, guión, empatía humana o algo que nos provoque deseos de seguir mirando (contraejemplo: aquella bellísima “Corazón de caballero”). Mucho, muchísimo ruido y ni una miserable cáscara de nuez.
Desde que el cine irrumpió en la cotidianeidad humana, en el preciso instante que se estableció como un divertimento, antes de utilizarse como discurso, tuvo como fuente de inspiración la literatura. Luego de más de una centuria se puede decir sin temor a equivocarse que el texto del mítico bandido del folclore inglés de la edad media, Robin Hood, es uno de los que más se repite en la historia del cine. Así como muchas de las obras de teatro escritas por William Shakespeare tienen una base histórica real, la del “Príncipe de los ladrones”, también ubicada entre los años 1200 y 1400, tiene muchas investigaciones, teorías y análisis. En tanto en el cine grandes actores, desde Douglas Fairbanks (1922) hasta Rusell Crowe (2010), pasando por Errol Flynn, Sean Connery o Kevin Costner, entre muchos otros, y sólo para nombrar algunos. Hasta una mínima aparición en “Shrek” con la voz de Vincent Cassel. Todos, sea de aventuras, de pura acción, romántica, hasta con humor como motor o con ausencia total del mismo, mantuvieron mínimamente el alma del relato. Este nuevo acercamiento ya desde un principio con una voz en off, nos anticipa que ésta que estamos por presenciar es la verdadera historia, más allá del mito. En esta versión, Robin de Loxley no vuelve de Jerusalém, de la guerra santa, sino que es enviado allí. Por lo tanto no debe conquistar a la bella Marian (Eve Hewson) a su regreso, sino que la abandona pues ya son pareja, pero tranquilos, no la deja embarazada, sólo la deja. Allí, en la ciudad cuna de las tres grandes religiones de occidente (todo esto para no repetir una palabra, perdón), luego de 4 años de lucha feroz vemos como por generación espontánea nuestro “héroe” imita a Moisés, se rebela contra sus superiores y amigos, defendiendo a los que hasta ese momento eran sus enemigos, prisioneros del malvado jefe. Faltaría que Robin (Taron Egerton) exclamará “let my people go” o, en su versión hebrea “shlaj na et ami” (no hace falta leerlo de derecha a izquierda), o en simple español “deja salir a mi pueblo”. Este será el primero de los tantos entrecruzamientos utilizando características de otros héroes ficticios o reales, con los que intentan construir un personaje diferente al mítico para terminar siendo un simple Frankenstein de los “héroes” románticos. Podemos reconocer a Batman, en tanto es preparado por un maestro, en éste caso el pequeño John, que en esta versión es el musulmán salvado en las Cruzadas, El Zorro que hace justicia por los oprimidos, ahora trabajadores de una mina de carbón. Margaret Thatcher no aparece, o al menos no la vi en pantalla, el mismísimo Conde de Montecristo, con su sed de venganza, ya que a su regreso su amada Marian está en brazos de otro hombre, como canta Juan Carlos Baglietto … “ Yo se que una mujer valiente, se inclina igual, para el lado de la sed”. Claro, antes nos informan que al “súper” héroe lo dieron por muerto, ¿se entiende? Etc. Según algunos, este tipo de producción en la que nada se termina respetando, ni desde el vestuario, apunta a un público joven, lo cual es algo para lamentar. Todo establecido con espejitos de colores, léase, ralentis, o aceleraciones, acrobacias digitalizadas por doquier, algunas hasta de muy mala factura. Los rubros mal llamados técnicos podrían salvarse del incendio, pero todo es tan paupérrimo que nada se puede rescatar, ni la fotografía, que en si no es mala, o el diseño de sonido. Sí se lleva mucho de los lauros del hartazgo, la música, grandilocuente, empática, omnipresente, indicando los estados de ánimo por los que debería transitar el espectador, y lo peor es que impide que el sufriente duerma un rato. Las actuaciones tampoco pueden ser redimidas, en circunstancias que establece que cada personaje o actor este en un registro diferente, Taron Egerton parece estar en una comedia para adolescentes poniendo cara de buen chico, Jamie Foxx pidiendo perdón a Morgan Freeman, Ben Mendelsohn en la piel del Sheriff de Nottingham demasiado sobreactuado, queriendo ser más malo que Torquemada ofuscado, y para cerrar el cuarteto cuasi protagónico, aparece Eve Hewson, que decir de ésta mujer del medioevo que actúa como una feminista del siglo XXII, a. sí, es realmente bella. Por supuesto que hay otros actores encarnando personajes laterales, algunos desdibujados, otros que cobran una importancia desmesurada, tal el caso del Cardenal en el cuerpo de F. Murray Abraham, más parecido a Richelieu que a Juan Pablo II. Del guión y los diálogos mejor no hablar, ya que todo es tan burdo que no hay humor ni siquiera por error, sí aburrimiento por doquier, lo que en un filme de aventuras es un pecado capital. Si a los jóvenes de hoy en día esto los atrae….el filme no termina sino que es la apertura a una posible franquicia con el personaje. Dependiendo de la taquilla, claro.
Es una gran tentación comenzar a repasar todos los libros, películas y series relacionadas con ese personaje extraordinario llamado Robin Hood. Pero eso sería dedicarle demasiado tiempo a esta versión 2018 que es, con toda certeza, la peor versión sobre Robin Hood que yo he visto. Y debo decir sin humildad, que he visto muchas. Para no dejarlos con las manos vacías solo diré que Robin y Marian (1976) de Richard Lester con Sean Connery y Audrey Hepburn es la mejor de las películas que toman al legendario personaje popular. Esta nueva versión busca encontrarle la vuelta política, ideológica y estética a una historia muy conocida, fallando en todo y generando, como pocas veces, la sensación de que todo podría haberse hecho mucho mejor. Nadie contradice el genuino deseo de hacer algo nuevo, pero es un misterio que se elija algo tan bien definido para romperlo de todas las formas posibles. Robin de Loxley (Taron Egerton) vuelve de las Cruzadas luego de rebelarse contra sus superiores por defender a uno de sus enemigos de batalla. Toda la escena de las Cruzadas está filmada como una batalla actual en Medio Oriente, con todas las referencias posibles y sentando las bases de un constante anacronismo que acompañará a todo el film. Los anacronismos estéticos, que incluyen el vestuario y la dirección de arte, también alcanzan a la música y a las situaciones. Veremos al pueblo luchando con bombas molotov medievales para resistirse a la “policía” del Sheriff de Nottingham. Robin regresa para descubrir no solo las injusticias sociales sino también que Marian (Eve Hewson) lo ha dado por muerto y tiene una nueva pareja, justamente con el que se ha transformado en posible líder de la rebelión, Wil Scarlet (Jamie Dornan), un clásico personaje de las leyendas de Robin Hood. Por supuesto que Robin no está solo, en la Cruzadas ha conocido al Pequeño John (Jamie Foxx), antiguo enemigo devenido en amigo. Intrigas palaciegas más que buenas escenas, casi nada de bosque y un sentido del humor escaso y poco gracioso, muchas posibilidades desperdiciadas para contar una historia que podría perfectamente no haber sido la de Robin Hood. Los anacronismos para volver simpático al medioevo se habían planteado a la perfección en esa joya llamada Corazón de caballero (A Knight´s Tale) de Brian Helgeland, una película que viene a nuestra memoria en cada escena mal resuelta de esta nueva versión de uno de los mejores personajes de todos los tiempos. No es tan fácil como parece hacer una buena película de Robin Hood, y definitivamente no queda nada rescatable en esta película.
RECONFIGURAR LA LEYENDA Como en numerosas historias fantásticas, todo comienza con un libro de tapa dura. En este caso, con lomo de cuero, unas letras rojas que resaltan el título y un interior plagado de viñetas con estilo pop art cuidado en tonos rojos, blancos y negros, mientras la voz en off del fraile Tuck, por un lado, asegura que no recuerda el año en el que transcurre el relato y tampoco quiere aburrir a los espectadores; por otro, advierte que la leyenda del hombre que roba a los ricos para darle a los pobres no sucedió tal como fue difundida durante siglos e, incluso, pide a la audiencia que se olvide de lo que cree saber para adentrarse en esta inédita mirada de la transformación de lord a ladrón. Este breve prólogo pone de manifiesto dos cuestiones: una tiene que ver con el cambio de tono narrativo que asemeja al protagonista con un superhéroe. Otto Bathrst muestra a un joven adinerado que no desea nada porque lo tiene todo–aspecto que se subraya varias veces– hasta que se topa con Marian, se enamoran y le notifican que debe reclutarse para Las Cruzadas. Cuatro años después, regresa a su mansión confiscada, sin bienes ni novia –hasta lo dan por muerto– y es elegido por John para hacer justicia. La capucha no sólo forma parte del disfraz, sino que se transforma en el emblema mediante el cual el pueblo lo toma como líder y se amalgama con él. Del bando contrario, el sheriff de Nottinham figura como el villano principal, quien detesta a las dos fuerzas que lo mantienen en el poder como la iglesia y los nobles, éstos últimos bastante desdibujados al igual que Guy de Gisbourne, uno de los jefes ingleses del ejército. Por el contrario, se retrata con más detalles la ambición, la codicia y el absolutismo eclesiástico en los diferentes estamentos. La escena clave es aquella en la que Pembroke y varios adinerados escatiman en la limosna durante la misa – considerada el motor económico para Las Cruzadas – mientras el recién llegado Robin de Locksley dona una importante suma ante la mirada codiciosa de los demás. El otro aspecto engloba lo antes mencionado e, incluso, lo potencia ya que rige el nivel enunciativo de Robin Hood. La presentación busca evidenciar cierta novedad en la lectura de la leyenda así como también respecto al tratamiento discursivo y estilístico. El libro abierto y el narrador funcionan como dos figuras legitimadoras tanto del relato oral como escrito y al cuestionar las versiones anteriores, las despojan en cierta medida de dicha certificación y, por lo tanto, avalan una reconfiguración del mismo. Entonces, desaparecen las posibles incongruencias sobre los anacronismos, la puesta en escena, los enfrentamientos, el vestaurio y el tono ya que las mismas están habilitadas por los elementos del comienzo. El director apuesta por una mixtura temporal entre moderna y futurista para disponer a los plebeyos exiliados del reino en las minas, para confeccionar la ropa – algunos sobretodos de cuero largos rememoran a Matrix, no hay medias largas ni los zapatos característicos–, para exhibir el entrenamiento con arco y flecha con John, para mostrar a una de las mujeres que apoya al encapuchado con un piercing en la nariz y hasta aparece un guiño a El Zorro cuando el protagonista es perseguido en las minas, se produce una explosión y se lo ve sobre el caballo que levanta las patas delanteras. De hecho, la escena de la fiesta de máscaras posee similitudes con el baile en Romeo + Julieta de Baz Luhrmann desde la estética, la puesta en escena y la temática expuesta. Más allá de esto, la película rompe con el pacto de verosimilitud en numerosas escenas, sobre todo, aquellas de combate. El forajido es herido de gravedad – o hasta de muerte – en numerosas ocasiones y continúa luchando como si nada hubiera ocurrido, ni siquiera se vuleve a hacer hincapié sobre ello. Por ejemplo, él debería presentar dificultades para caminar en la fiesta pero no se percibe, lo mismo en una de las escenas finales. También resulta extraño que nadie reconozca a John como su aliado puesto que se muestran juntos en varias oportunidades frente al pueblo y a las autoridades. Por otro lado, los personajes del sheriff, Will y hasta el fraile quedan bastante desdibujados como el ya antes mencionado Guy de Gisbourne. “Si no eres tú, ¿quién? Si no es ahora, ¿cuándo?”, insta Marian a Robin, aunque los cuestionamientos también pueden hacer referencia al director y a su búsqueda personal sobre un clásico con la incorporación de elementos actuales, mixturas, guiños y resignificaciones del relato. Porque, en ocasiones, hace falta olvidarse de todo para empezar de nuevo y, a veces, no tanto. Por Brenda Caletti @117Brenn
Esta entrega de Robin Hood es rara, claramente el director le quiso dar una impronta de actualidad mezclada con lo medieval y el resultado, es raro. Los actores se podría decir que salvan la película por las performance y carisma que tienen. Si estas buscando pasar un rato para olvidarte de todo y no te molesta ver una versión cuasi moderna de Robin Hood que no termina de convencer y con escenas de accion, esta es tu película, si buscas algo histórico y por ahí mas acorde a esa época, entonces no vayas.
Critica emitida por radio