Lejos del Paraíso En su debut como realizador, el célebre modisto Tom Ford adapta una novela de Christopher Isherwood ambientada en Los Angeles, en 1962, que narra las tentaciones suicidas de un profesor universitario homosexual (magnífico Colin Firth) que debe lidiar con la muerte de su compañero. En su ópera prima, Ford se muestra particularmente seguro en la aplicación de un manierismo exuberante que le guiña el ojo a Alfred Hitchcock. Además, tanto por su exacerbado romanticismo y sensualidad, como por el control maníaco de la puesta en escena, el trabajo del director puede remitir al de Pedro Almodóvar o Wong Kar-wai. Sobre estas líneas estilísticas, y a pesar de los excesos cromáticos, el director consigue hilvanar un emotiva (aunque algo didáctica) crítica de la “cultura del miedo”, a la que los personajes responden buscando refugio en la exaltación de la belleza y del placer. En su particular oda al dandysmo, Ford consigue fusionar de forma sorprendente la pieza de cámara y el melodrama operístico (aun cuando Lejos del Paraíso, de Todd Haynes, se impone como hito inalcanzable).
Con un excelente Colin Firth Década del sesenta. George Falconer (Colin Firth) es un profesor de literatura en el área escolar de Los Ángeles. Es un hombre atormentado por los recuerdos de su pareja (Matthew Goode), muerto en un accidente automovilístico. George ha tenido una vida ordenada, meticulosa y decide planificar su suicidio. Pero se topa con algunos personajes que lo harán cambiar de decisión. "Hay toda clase de minorías. El miedo es la causa de las persecuciones a esas minorías", explica durante una clase. Sin decir nada, intenta decirlo todo, ante la mirada de un joven alumno (Nicholas Hoult) que le presta mayor atención. El film de Tom Ford, un diseñador de modas devenido en realizador, es rico en detalles, en la reconstrucción de época. Su trabajo es minucioso como el personaje que retrata. Sin golpes bajos, Ford sigue los difíciles pasos del profesor y el encuentro con su amiga (Julianne Moore), haciendo que el pasado golpee en un presente incierto y plagado de miedos. También recurre al estilo engominado de James Dean como ideal de belleza (el encuentro del protagonista con un muchacho madrileño) y a los paneos de vestidos de la época. El medido accionar de George en relación al mundo que lo rodea se transmite gracias al trabajo impecable de Colin Firth (fue nominado al Oscar en el rubro mejor actuación), alejado de las comedias que lo hicieron famoso y le dieron prestigio.
La impecable actuación de un irreconocible Colin Firth, tanto desde lo interno como desde lo físico, la reconstrucción de época de primera y una excelente dirección con un manejo brillante de cámaras, terminan de completar las bondades de este film, con una historia...
Morir de amor Tom Ford es uno de los diseñadores de moda más relevantes de la última década, triunfando en reconocidas casas como Gucci o Yves Saint Laurent. No contento con su éxito y en busca de completar sus inquietudes artísticas, decidió fundar su propia compañía cinematográfica. En su ópera prima, Sólo un hombre (A Single Man, 2009), se nota una clara influencia de sus orígenes en la construcción estética, algo que por momentos le juega en contra a una historia melodramática, banalizada por el uso de excesivos recursos plásticos. George Falconer (Colin Firth) es un hombre gay de mediana edad que entra en una profunda depresión tras la muerte de su pareja. Entre ataques suicidas, amigas fracasadas (Julianne Moore), estudiantes desvergonzados (Nicholas Hoult) y crisis existenciales que lo llevarán al aislamiento, George intentará darle un sentido a lo que queda de su vida o dejarse morir (de amor). Desde los títulos iniciales vemos un cuerpo desnudo moviéndose en el agua como un feto buceando en el líquido amniótico. Simbólicamente esta escena reflejaría la vida, aunque contrariamente nos va a conducir hacia la muerte. En la escena siguiente se verá un auto accidentado con un cuerpo muerto al costado del camino en una tarde nevada. Tom Ford quiso reflejar a partir de ambas escena el comienzo de algo nuevo desde lo que ya no va está. El agua será un elemento que, de manera constante, se utilizará como desencadenante de situaciones dentro de la historia. El agua de mar, el agua de lluvia, el agua de la ducha, siempre el agua como categorizante del cambio. El film está construido a partir de una serie de metáforas y simbolismos, muchas veces innnecesarios, que solo sirven para endulzar una escena sin ningún tipo de fundamentación dentro de la historia. Virajes de color, abusos de planos detalles, excesivo cuidado del vestuario –por momentos irreal- , sumados a una actuación desmedida y cliché por parte del protagonista logran un film desparejo y anacrónico. La crisis de un hombre que no puede aceptar la muerte, en medio de una época en la que la homosexualidad no estaba de moda, se ve reflejada en una historia melodramática que hace agua como ese elemento que durante el film Tom Ford no se cansa de resaltar. Sólo una película más.
Triste, solitario y final... En algunas ocasiones, la tarea de un actor puede elevar a una película a límites emocionales que, de otra manera, no hubiese alcanzado. Y eso es exactamente lo que sucede en Sólo un hombre, debut en la dirección del diseñador de modas Tom Ford. Sin la presencia de Colin Firth en el rol de George Falconer -el profesor universitario desolado y al borde del suicidio por la muerte de su pareja con la que convivió durante 16 años-, el filme de Ford sería un elegante y bello tratado visual sobre la tristeza y la melancolía, más cerca de un estilizado aviso publicitario "de autor" que de una película conmovedora y tocante. Pero Firth se las arregla para meterse dentro de esa superficie en extremo lustrosa y empaparla de emociones genuinas. Su mirada agobiada, su tristeza infinita, los pequeños atisbos de luz y de deseo que todavía alcanza a registrar, elevan ese museo de diseño que es el filme hasta conmover profundamente al espectador. Ford adaptó para su opera prima la novela A Single Man, de Christopher Isherwood, texto de 1964 considerado una pieza de relevancia histórica al centrarse en un personaje homosexual. Corre 1962 y la crisis de los misiles con Cuba se escucha por la radio. Falconer, en tanto, cumple con su rutina: se baña, se viste, prepara su desayuno, acomoda todo a la perfección en su bellísima casa vidriada de las afueras de Los Angeles y marcha a dar clases a la universidad. Eso sí, lleva consigo una pistola. El filme lo seguirá a lo largo de un día, a través de varios encuentros: con un alumno joven y bello que lo busca (el irreconocible Nicholas Hoult, el niño de Un gran chico), con un taxi-boy (el modelo español Jon Kortajarena), con su inseparable y alcohólica amiga Charley (Julianne Moore) y con sus vecinos. Todo ese recorrido estará salpicado por flashbacks de su pasado con Jim (Matthew Goode), con quien parecía tener una existencia perfecta que, un día, se acabó de golpe tras un accidente. Ford abreva en modelos conocidos a la hora de plantear visualmente su filme. Se puede decir que tiene mucho de Wong Kar-wai (especialmente de Days of Being Wild y Con ánimo de amar), desde los motivos visuales y musicales hasta la cuidada composición de cada cuadro; un toque estilístico que recuerda a la serie Mad Men y, el mundo de los melodramas de antaño (los mismos a los que recurría Todd Haynes en Lejos del paraíso), pero con un estilo, digamos, más cercano a la publicidad o a los avisos de revistas tipo Esquire. Esa fabulosa serie de "tableaux vivants" (alguno los comparó con publicidades de perfume y no está del todo errado) no sería más que una cáscara glamorosa pero impenetrable de no estar Firth otorgándole respiración, humanidad y hasta desesperación a cada plano. La suya es una personificación implosiva (muy británica), casi sin excesos, que logran hacer pasar al espectador de la contemplación a la compasión, de la observación a la compenetración. Pocas veces el dolor por la pérdida de un ser amado fue representado de una manera tan conmovedora.
La ópera prima de un esteta consumado Tom Ford, del diseño de modas, a la dirección de cine Considerado uno de los más influyentes diseñadores de moda de los últimos tiempos, Tom Ford impactó a Hollywood cuando anunció que filmaría A Single Man , transposición de la novela publicada en 1964 por Christopher Isherwood. El resultado final de esta ópera prima es aún más sorprendente, pues muestra no sólo a un esteta consumado (algo que podía intuirse por sus trabajos para Gucci) sino también a un gran director de actores y a un virtuoso narrador. Más allá de los méritos propios, Ford encontró en Colin Firth eal aliado perfecto para este melodrama (con algunos logrados toques cómicos) sobre George Falconer, un profesor de literatura gay que pierde en un accidente automovilístico a su pareja de larga data (Matthew Goode). Así, la hasta entonces plácida y holgada existencia de este londinense radicado en Los Angeles parece derrumbarse por completo, aunque encontrará en el interés de un joven estudiante (Nicholas Hoult),) y en la lealtad de una amiga y confidente divorciada (Julianne Moore) motivos como para luchar contra sus tendencias suicidas. La película tiene obvias referencias al cine de Alfred Hitchcock (especialmente a Psicosis), un preciosismo visual (por momentos abrumador y artificioso) que remite a la obra de Wong Kar-wai, citas a la filmografía de Pedro Almodóvar y varios puntos de contacto con la magnífica Lejos del paraíso , de Todd Haynes (y, por ende, con los clásicos de Douglas Sirk), en su exploración de las rigideces y contradicciones de una sociedad poco sensible y demasiado homofóbica. Sin embargo, Ford no se queda en el mero regodeo esteticista ni en la cita cinéfila, sino que consigue con buenas armas sumergir al espectador en la intensidad emocional, en las miserias y deseos más profundos de un hombre abatido, pero que al mismo tiempo busca cierto fuego interior como para intentar reciclarse, reconstituirse y resurgir de sus propias cenizas. Ford tiene claro que su cine apuesta por una reivindicación de la belleza y del placer contra la cultura del miedo y la represión. Puede que esta confrontación sea un poco obvia y algo didáctica, pero este novel director consigue algo más importante que esas cuestiones intelectuales. Su historia es sentida, conmueve sin golpes bajos y termina por emocionar. No es poco.
Ejemplo del cine arty de alta gama Puntapié inicial en dirección cinematográfica para el reputado diseñador de vestuario texano Tom Ford, Sólo un hombre parece concebida como la confección de un traje a medida. Encuadres cuidadosamente pespunteados, imágenes de buena caída, la exacta traslación de un modelo bidimensional (el guión) a su hechura en tres dimensiones (la película). El corte resultante luce como inevitablemente debía lucir: calculada, impecable, elegantísima, inerte. Tal vez el motivo de su participación en competencia oficial en el Festival de Venecia, en septiembre pasado, haya sido que, con ese pelo cuidadosamente recortado y esos anteojos de celuloide, grandes y negros, Colin Firth parece una cita viviente de Mastroianni en 8 y ½. Es lógico que sea así: basada en una novela del escritor británico Christopher Isherwood, Sólo un hombre transcurre en 1962, un año antes que la película de Fellini. Ganador de un premio en Venecia y nominado al Oscar por este papel, Firth es aquí George Falconer, uno de esos profesores universitarios de Letras a los que el cine suele imaginar contenidos, suavemente irónicos y reprimidos. George, menos que otros: basta que un alumno de mechón sobre la frente y pulóver de angora lo presione un poco, para que Falconer (apellido que remite a John Cheever, tal vez por eso del closet) se bañe con él de noche, a orillas del Pacífico. Profesor en un college de Los Angeles, por más que se permita esas distracciones, Falconer viene de sufrir una pérdida de la que no logra reponerse: la de su amado Jim (Matthew Goode, que ya en Match Point parecía el suplente de Rupert Everett), en accidente automovilístico. La única compañía que le queda a Falconer es su amiga Charley (Julianne Moore), ricachona piola, británica como él, que además es su vecina. Y la única capaz de lograr que el circunspecto profesor se saque el saco, se despeine un poco y baile un rato a gogó un rhythm and blues de John Lee Hooker. Pero no en público sino en el living de la supercasa de Charley. Esclavos del chic modernista, parecería que todos tienen supercasas aquí. La del protagonista, construida por su novio arquitecto, es una suerte de avanzada japonesa en Santa Monica, llena de líneas rectas, grandes ventanales y puertas corredizas. No es que el duelo que atraviesa Falconer no se sienta (primeros planos sobre su rostro, eventualmente sobre una lágrima, permiten hacerlo) sino que queda subsumido en la elegancia general. Particularmente reveladora es la escena en la que, disponiendo su suicidio, George echa sobre la cama un traje gris, una camisa blanca cuidadosamente planchada, una corbata gris plomo, estudiando la gama de su traje fúnebre. Prototipo de lo que podría llamarse “cine arty de alta gama” (algunas películas de James Ivory, films como Las horas y adaptaciones literarias varias sirven como ejemplo), que el personaje esté obsesionado con la muerte (la de su pareja, la suya, la muerte como fin) luce perfectamente en consonancia con una puesta en escena como pensada por el equivalente fúnebre de una wedding planner. Luce: ésa es la palabra clave aquí.
Celebración del melodrama La película de Tom Ford es una apuesta visual formidable, con ecos a Douglas Sirk y una consagratoria actuación de Colin Firth Solo un hombre es una película que continuamente se vuelve sobre el pasado. El protagonista, imposibilitado de superar la muerte de su pareja, es atravesado por los recuerdos como si éstos fueran un puñal. Y el espectador siente ese dolor porque el director Tom Ford incluye los flashbacks de los momentos felices sin ningún tipo de golpe estético, a contramano de lo que se pueda creer. Pero Solo un hombre también se vuelve sobre el pasado, no para reflexionar sobre la Guerra Fría o sobre la homosexualidad en los 60 - aunque algo de esto hay -, sino para tomar a grandes cineastas (siendo Douglas Sirk el referente) y celebrarlos desde lo visual. Solo un hombre es una de las películas que ya no se hacen, como en su momento lo fue Lejos del paraíso, la obra maestra de Todd Haynes que también era una historia de amor prohibida o sobre minorías. Ya saben por dónde viene la mano. El diseñador Tom Ford, luego de abrir su productora FADE TO BLACK, se alejó por un tiempo de Gucci para poner su ojo de esteta en su ópera prima autofinanciada. Tomó como base la novela de 1964 Christopher Isherwood A Single Man y la adaptó junto a David Scearce. A primera vista, la película parecía ser un capricho estético de Ford, una suma de imágenes efectistas onda "vean lo que puedo hacer" vacuas y desprovistas de sustento emocional. Pero no. Ford es un tipo inteligente. Cual estratega, en todo momento sabe qué cartas jugar, a qué recurso apelar y cuándo bajarle un cambio a sus vicios. Y así, en poco más de una hora y media, cuenta la historia de una pérdida impactando desde dos frentes: lo visual y lo argumental, ambos en perfecta concordancia. Había posibilidades de caer en lo obvio. Un ejemplo: cuando George deja de ver el mundo gris, los detalles más hermosos (un sacapuntas que recibe como regalo, unos ojos verdes, etc.) Ford los filma con colores saturados. Sí, está claro que quiere que entendamos la metáfora, pero al mostrarnos esto desde la perspectiva de un hombre en sufrimiento, no hace más que deslumbrar, conmover, invitarnos a una suerte de danza celebratoria de la vida. Ford va y viene como va y viene la mente de George. Por eso, el presente duele pero a la vez trae una sensación de inmediatez que se absorbe con todos los sentidos. George mira la luna, George palpa el agua de la playa, George huele a una perra que es idéntica a la perra que murió junto al amor de su vida, Jim. Y Jim representa ese pasado al que Ford viaja con una naturalidad deslumbrante, eligiendo apenas cuatro momentos para apelar a los flashbacks: cuando George y Jim se conocen, la electricidad de uno de los primeros besos, una charla en las dunas filmada en blanco y negro y una situación cotidiana. Esa situación cotidiana, retratada con afectación cero, es la de una charla de ambos en el sofá, leyendo La metamorfosis y Desayuno en Tiffany´s, con las perras en el piso junto a ellos. En otra película, sería una escena más. En Solo un hombre es la confirmación de Tom Ford como promesa (si es que existe tal clase de confirmación) y la caja contenedora de todo el resto de las secuencias. Es decir, en ella está todo el film: la historia de amor, el instante feliz que luego va a doler y el discurso sobre la muerte y el presente. Pero gran parte del mérito de esa escena recae en los actores. Colin Firth, de quien ya conocíamos su talento para decirlo todo con los ojos y la sonrisa, y Matthew Goode (Match Point), quien le imprime una sencillez a ese vínculo que contrasta a la perfección cuando el director nos trae el presente con la brusquedad de un nadador que sale de repente a la superficie. Aquí el presente, al verse afectado por el vacío, se transcurre en cámara lenta, con algunos chispazos de revelaciones satisfactorias (disparadas por personajes secundarios), pero generalmente con una sensación de angustia a priori infilmable. "Pocas veces en mi vida tuve momentos de absoluta claridad, breves instantes en los que el silencio ahoga el ruido y uno puede sentir más que pensar (...) Pero, como todo, esos momentos se esfuman y me empujan al presente para hacerme ver una cosa: que todo es exactamente como tiene que ser". George dice esto, con las inevitables influencias literarias que recibió de su carrera de profesor, y Ford lo pone en imágenes conmoviendo naturalmente con una estética calculada. Solo un hombre lastima y regocija al mismo tiempo. Es, como la crítica Pauline Kael le pedía al cine, una experiencia multisensorial inolvidable. Una película que penetra.
¿Cómo llorar públicamente una pérdida cuando se debe reprimir la verdadera identidad de uno? El diseñador de ropa masculina, Tom Ford, discípulo de Gucci e Yves St Laurent, decide realizar su ópera prima en base de esta premisa. George Falconer (Firth) es un profesor universitario de literatura de Los Angeles, en 1962. Tras unos gruesos lentes, traje y una elegante forma de caminar, debe ocultar su homosexualidad, y sus penas amorosas: Jim, su pareja durante 16 años falleció en un accidente automovilístico y desde entonces George quedó destruido anímicamente. La película se desarrolla durante todo el día en que George ha decidido quitarse la vida. Durante este día, George hará un balance de su vida: el pasado (los recuerdos con Jim), el presente (su trabajo, su relación con Charley, su mejor amiga) y el futuro (suicidarse o darle la oportunidad a un joven estudiante, con el que empieza una relación). Basada en una novela de Christopher Isherwood (Cabaret), a diferencia de otras películas que encaran los prejuicios de la sociedad conservadora estadounidense durante los años ’50 y ’60 (el mejor ejemplo sigue siendo Lejos del Paraíso de Todd Haynes), el film de Ford, toma el contexto ideológico con sutileza. No lo deja de lado (al principio del film, George da un excelente monólogo sobre la discriminación frente a su clase), pero tampoco pone énfasis en el tema por sobre el análisis del personaje. El protagonista lleva la narración, y nunca el guión se desvirtúa hacia subtramas que poco aportan al análisis de la mente del personaje. El miedo a mostrar los sentimientos, la paranoia ante la guerra nuclear y los misiles soviéticos de Cuba, forman parte del contexto histórico y político que ayudan a mostrar la mentalidad de la sociedad estadounidense, la violencia implícita, las adicciones y represiones sociales, la obsesión por mantener una imagen. Entre flashbacks e imágenes oníricas esterilizadas, mezclas de formatos (interactúan el súper 8, con el 16 mm blanco y negro, y el 35 color con una saturación de grano admirable), Ford crea un melodrama con reminiscencias al cine de Douglas Sirk (inspiración de Haynes para Lejos… y Sam Mendes para Solo un Sueño), con un refinamiento, elegancia y belleza visual como pocas veces se ve en un ópera primista , que hasta el momento, había tenido poca relación con el cine. La fotografía crepuscular, fría, otoñal, del catalán Eduard Grau (Honor de Cavallería) adquiere identidad propia y le aporta calidad cinematográfica al film de Ford. Postales cinéfilas desfilan ante la pantalla, ya sea un enorme póster de Psicosis o un homenaje a la rebeldía de James Dean, prototipos de la década. La banda sonora del polaco Abel Korzeniowski remite a los leit motivs, más dramáticos de Bernard Herrmann, acompañado con temas de los ‘50s y ‘60s. Ford narra con fluidez, con precisión, y gran intuición para crear encuadres y un montaje dinámico. Colin Firth luce auténtico en cada faceta que atraviesa el personaje, desde los momentos más débiles y sentimentales hasta donde tiene que exponer la frialdad e ironía típica inglesa ante sus estudiantes o hacia Charley. La represión y los miedos internos, son expuestos de forma sutil, nunca se le escapa un gesto de más. Firth ganó en Venecia por dicha interpretación el premio al mejor actor, e injustamente perdió el Oscar ante Jeff Bridges. Acompaña, Julianne Moore (otro punto en contacto con Lejos…) en un destacado rol secundario como Charley, la alcohólica amiga de George. Si bien, el personaje no tiene tanto protagonismo como anuncia el afiche, Moore lo encara con su habitual verosimilitud y profundidad, con un rango que hace acordar a otras amas de casa de los ’50 o ’60 que ha interpretado en el pasado (Lejos… Las Horas; The Prize Winner of Defiance, Ohio) con la madre alcohólica y depresiva de Boogie Nights, Juegos de Placer. También se destaca el joven Nicholas Hoult (Un Gran Chico) como el admirador de George. Con encanto, sin pretensiones polémicas en la forma de encarar el “tema”, un estilo tan elegante como su indumentaria, Ford crea un relato atrapante, sobre un hombre soltero, que pretende dejar atrás las máscaras, luchar contra los prejuicios e hipocresías de la época, y poder llorar y superar la pérdida de un amor. Solo un Hombre es una película “tapada”, que durante una hora envuelve al espectador en un mundo interno sin demasiadas respuestas, que elige durante el resto del metraje mostrarse más sencilla y honesta, a medida que el personaje se va mostrando más vulnerable. Este último tercio de hora, provocan que la película sea un poco más convencional de lo que prometía ser en un principio. Pero, a la vez, es acaso la única brecha que se puede encontrar para que no hablemos hoy, de una obra maestra. Tom Ford consagra estilo con narración, y en medio del declive del cine estadounidense de autor, una ópera prima de estas características es más que bienvenida.
La muerte es el futuro El renombrado diseñador de moda Tom Ford pega un salto hacia la pantalla grande y sorprende con su ópera prima Sólo un hombre (A Single Man, 2009), un melodrama homosexual enmarcado en una tragedia del corazón tan devastadora como esencial. A través de un pulso sutil y una gran sinceridad ideológica, el realizador nos presenta a puro preciosismo un día en la vida de George Carlyle Falconer (Colin Firth), un profesor británico de literatura de mediana edad que decide suicidarse luego de la inesperada muerte de Jim (Matthew Goode), su pareja de muchos años, en un accidente automovilístico. Ambientada en Los Ángeles poco después de la crisis de los misiles en Cuba de 1962, la historia se divide en tres vertientes que funcionan en paralelo desde lo narrativo: por un lado están los preparativos del acto en cuestión, por otro los flashbacks que delinean la génesis de la relación sentimental y finalmente tenemos los encuentros del protagonista con distintos personajes a lo largo de la jornada. De esta forma nos topamos con Kenny (Nicholas Hoult), un estudiante fascinado con Falconer, Carlos (Jon Kortajarena), un taxi boy que ofrece sus servicios, y Charley (Julianne Moore), una bella amiga de larga data. Con un guión meticuloso del propio Ford y David Scearce, basado a su vez en una novela con elementos autobiográficos de Christopher Isherwood, el film propone un tour de force existencial lleno de instantes etéreos en los que la trama se diluye mediante la recurrente utilización de la cámara lenta y una banda sonora altisonante (no podemos dejar de destacar la partitura de Abel Korzeniowski y el estupendo trabajo del director de fotografía Eduard Grau). Precisamente esos impasses de índole contemplativa evitan el facilismo romántico y generan numerosos interrogantes acerca del contexto en el que se desarrollan los hechos. Sin embargo más que la profundidad minimalista lo que sobresale a nivel conceptual es el ingenioso distanciamiento con respecto a la depresión: lejos de la manipulación arty y las inconsistencias hollywoodenses, la película se sostiene en una iconografía autosuficiente emparentada con el cine de Douglas Sirk y Rainer Werner Fassbinder. Por supuesto que la rigurosa actuación de Colin Firth juega un papel fundamental aportando detalles enigmáticos y una interesante amplitud de respuesta según la ocasión. La afabilidad del intérprete o la delicadeza del relato no impiden avizorar nuestro futuro como mortales…
La soledad de un profesor La historia narrada es sencilla y, en parte, la película intenta reproducir esa sencillez: un profesor universitario de literatura está angustiado porque ha perdido a su pareja de 16 años. Ambientada en la década del ´60, la película intenta reflejar el estado de miedo en la sociedad de ese momento y fundamentalmente su homofobia. El profesor debe vivir su luto de forma encubierta, mientras se prepara para quitarse la vida. Las excelentes actuaciones de Colin Firth y Julianne Moore son las que sostienen una película que sin ellas prácticamente no tendría interés. Podría decirse que se trata de un buen trabajo de dirección de actores. Es cierto. Pero de lo demás, nada funciona. Desde la secuencia de títulos, Sólo un hombre quiere dejar bien claro que es una "película seria". Todo es lento, grave. Sobreabundan las escenas con ralenti y música de cuerdas, como para intentar dar una pátina de profundidad a una película que no cuenta con demasiadas ideas. Se podría hablar de un cierto tipo de cine, invocar la figura cuasi sagrada de Wong Kar-wai, hablar de la "emoción" que despierta Ford. Pero la emoción es un poco forzada. Se la podría relacionar con Lejos del paraíso (Todd Haynes, 2002), película que bordea temas similares aunque de un modo más sólido; y Las horas (Stephen Daldry, 2002), que también toca temas parecidos y tiene un uso parecido de la metáfora visual. Dicho sea de paso, ambas películas estrenadas el mismo año están protagonizadas por Julianne Moore, que en Sólo un hombre tiene un papel secundario. Por otro lado, todo parece subrayado tres veces. Si el director quiere decir algo (y deja bien en claro que quiere decir algo), no sólo lo muestra sino que lo remarca y, por las dudas (por si el espectador no lo entendió), lo remarca otra vez. Si hay una "escena importante" o "diferente", cambia el color, cambia la velocidad de proyección de las imágenes, cambia el tono, cambia el ángulo. Todo está claramente delimitado para que el espectador no se pierda en el mapa de sentidos que Ford quiere trazar. Si el personaje está angustiado, vemos todo en colores grises y opacos. Si hay un momento de alegría, aparecen de pronto los colores y hasta la piel de Colin Firth se vuelve más sonrosada. Para que todo quede bien claro. Resulta sintomática, por ejemplo, la forma en que Ford se acerca al tema de la supuesta represión homofóbica que ejerce la sociedad sobre su protagonista. La cuestión está presente, se la menciona, se la intenta discutir en unas cuantas escenas un poco demasiado explícitas. Pero más allá del momento en el que la familia de su pareja no le permite al protagonista asistir a su funeral, esa represión no aparece en la película. Nadie pone en duda haya existido, pero no la vemos. La película supuestamente "reflexiona" sobre toda una cuestión que no hace más que dar por supuesta. La realidad es que a lo largo del metraje vemos al protagonista levantarse a tres hombres diferentes, sabemos que vivió una vida satisfactoria en pareja durante 16 años. La película asume un tono grave sin explicarlo, el espectador debe entender, debe disfrutar simplemente de la belleza de las imágenes que se nos proponen por el hecho de que sabe que las cosas son de una cierta forma "en la vida real", no porque la película genere por sí misma esas sensaciones. Por otro lado, para ser un film que supuestamente aboga por una sociedad menos represiva, menos "manejada por el miedo" (con una decisión muy sutil, el día en que transcurre la película ocurre durante la crisis de misiles cubanos), Sólo un hombre es en el fondo curiosamente conservador. No solo por el hecho de que el protagonista no termine de entregarse a una nueva vida sexual liberada (estoy evitando contar el final), sino porque termina con la frase "todo es como debería ser". Si la gran epifanía del personaje es que todo es como debería ser, ¿cómo habríamos de intentar cambiar las cosas?
Tom Ford es un exitoso diseñador de moda, que no contento con el reconocimiento que le dio su labor en marcas reconocidas como Gucci o Yves Saint Laurent decidió fundar su propia productora e inaugurarla con su demasiado ambiciosa pero correcta opera prima llamada Solo un Hombre. Solo un Hombre es una película muy detallista y no lo digo solo por la gran cantidad de Planos detalles (primer plano a un objeto) que hay, sino porque si uno se detiene a ver la confección y la proligidad, no solo en la ropa, de todos los intérpretes que pasan frente a la cámara podrán ver que ninguno tiene nada fuera de su lugar, incluso en el desorden que presenta Julianne Moore al comienzo todo parece estar friamente calculado por la obsesión detallista de Ford. Los 101 minutos de película presentan un exceso de estos recursos cinematográficos que al principio pueden llamar la atención, pero luego con su abuso generan cierto cansancio. Tal vez si Ford se hubiera medido un poco más en la utilización de estos planos la cinta hubiera ganado en ritmo y a la vez hubiera ocasionado los efectos que seguramente quizo éste novato realizador en el público. Un inspirado y maravilloso Collin Firth da vida al profesor George Falconer que luego de varios meses sigue sufriendo la perdida de la que fue su pareja por más de 16 años. En los primeros minutos ya vemos una genial composición cuando el actor inglés camina hacia el cuerpo sin vida de su gran amor. No quiero contarles muchos mas detalles pero hay una escena que merece ser destacada y es cuando le comunican a él la muerte de Jim, allí se puede ver a un Firth destrozado por dentro, como toda la película, con una cara de sufrimiento que conmueve hasta los más duros presentes en la sala. Juliane Moore "corta" con sus escasas presencias el total acaparamiento del actor de Realmente Amor, además de acompañarlo con una excelente química. Solo un Hombre es un prometedor y original debut de Tom Ford potenciado por la grandiosa actuación de Collin Firth. Tal vez si se hubiera abusado un poco menos de los recursos mencionados arriba, hubieramos estado en presencia de un resultado mucho mejor.
Esta pelicula pinta ser un bajonazo terrible pero tiene una magia muy especial; es melancolica pero también tiene mucho humor, sobre todo el humor sarcastico y seco de los ingleses. Aunque la historia es muy diferente, por momentos me recordó mucho a 'Belleza americana', donde también un protagonista hastiado de su vida monotona descubre que las cosas más bellas también son las más simples. Que en 'Solo un hombre' (terrible moco de traducción, "Un hombre solo" era más acorde) dicho protagonista sea gay tiene que ver más con el contexto social en que se mueve, lo que importa es que la historia de dos personas que se amaban mucho y la tragedia se interpusó. Y sobre lo que cuesta superar ese dolor. Además, al igual que en 'Belleza americana' acá hay otro gran actor cargando el peso de la pelicula, Colin Firth, que por lo general hace de aristocrata ingles y conservador pero es en este rol tan distinto donde más brilla. Su expresión a traves de unos gruesos anteojos, la atención con la que observa cada detalle, sus modismos sin caer en el recurso barato del "gay loca", todo esta perfecto. En cuanto a la dirección, me sorprendió mucho Tom Ford sobre todo cuando vi su "prontuario" en IMDB; el tipo es un muy reconocido diseñador de ropas (se nota sobre todo en el cuidado para reconstruir los peinados y la ropa de la epoca) pero esta es su primera pelicula. Una gran sorpresa, muy bien filmada. No es la gran pelicula romantica pero si es una gran pelicula sobre la vida y su valor.
Largo viaje hacia el fin de la noche Sólo un hombre consigue emocionar con genuinas armas. Colin Firth le pone cuerpo y alma a un personaje contenido y desesperanzado, que ha perdido la fe y no sabe cómo seguir, pero no se permite demostrarlo. George no puede superar la muerte de Jim. Ya han pasado varios meses pero esos dieciséis años de convivencia pesan. Viven en los recuerdos, en las risas que ya no se escuchan, en los silencios que todo lo cubren, en los despertarse solo, sin su compañía. George ha tomado una decisión para hacer de este día uno distinto. Y nosotros compartiremos ese día diferente mientras en Los Angeles siguen corriendo los años ’60. Los rituales se respetan, sobre todo con la meticulosidad que constituye a un profesor de literatura inglés, aunque viva en EE.UU. Ya habrá oportunidad de que el azar intervenga y uno deje obrar o no. La clase sobre Huxley, los colegas, un cruce con un joven alumno, otro con un bello desconocido, los vecinos, la cena con la amiga. Demasiados signos que puntúan la dificultad de llevar a cabo los planes concebidos, demasiado dolor para que no termine doliendo, demasiado amor para que no termine doliendo. Tom Ford (famoso diseñador que renovó las mas renombradas casas de moda: Gucci e Yves Saint Laurent) se lanza al mundo del cine adaptando una novela de Christopher Isherwood. Y sale más que airoso de la prueba. Evidentemente el mundo que construye tiene su marca de estilo, una estética afiatada (escenografías, vestuarios, fotografías, iluminación), que remite a un cine de la época gloriosa de los estudios tanto como a sus actualizaciones posteriores (Almodóvar, Wong Kar-wai), pero sin hacer lucir el continente por encima del contenido, sin vestir bonito una superficie hueca. Con aires hitchcokianos y cercano a la revisión de Tod Haynes del melodrama de Douglas Sirk, el guión se permite la referencia velada pero contundente sobre la diferencia, a la vez que plantea un amor homosexual sin prejuicios. Y además pone en pantalla el deseo homosexual sin pruritos. La preeminencia de la mirada es central en la elección de los planos y de los encuadres. Ojos que se pintan, que se enfocan, que se buscan, que se encuentran como epítome de un recurso sexual que se proyecta en primer plano. Y que hace figura al decir de la invisibilidad con la que se los nombra tantas veces. Si se es invisible para los otros, los normales, para qué esconderse, para qué ocultarse si nadie nos ve, o ¿es que nos querrían invisibles y nos empujan a los márgenes para no vernos? Sólo una política de la diferencia zanja la cuestión. Y en ese mundo que se describe, el de la Guerra Fría, donde la paranoia y la caza de brujas es moneda corriente, decirse Otro es, como siempre, como aún hoy en pleno siglo XXI, un riesgo y una necesidad más de los demás que de los propios involucrados. Sólo un hombre consigue emocionar con genuinas armas. Y mucho de ello se lo debe a su reparto donde cada uno cubre su rol de una manera destacada y muy especialmente a la sobresaliente actuación de Colin Firth que le pone el cuerpo y el alma a un personaje contenido y desesperanzado, que ya ha perdido la fe y no sabe cómo seguir, pero no se permite demostrarlo. Y la película emociona además confiando en los detalles así como en plantear como al pasar situaciones cotidianas y repetidas. Familias que se adueñan de los cuerpos negando a quien sobrevive la posibilidad de la despedida final. El horror al patetismo que se presenta con la edad. Y la soledad como única compañía en la vejez. Miedos particulares, quizá específicos de una elección sexual diferente, pero que a la vez son completamente universales y que así tocados amplían la franja de los espectadores que se puedan sentir reflejados. Eso somos, nada más que los buenos y breves momentos. Una mezcla de risa y de llanto. Una saudade. El amor que sentimos y que sintieron por nosotros. Sólo hombres (como humanidad, sin distinción de géneros). Seguramente poco. Sentidamente mucho.
El reconocido diseñador Tom Ford (trabajó en Gucci e Yves Saint Laurent) hace su debut como realizador en cine, con este film sobre un profesor universitario deprimido tras la muerte de su pareja. El único contacto de Ford con el cine había sido como encargado de vestuario de "Quantum of Solace", la última película de James Bond, pero en "A Single Man" se arriesgó no sólo a dirigir, sino también a co-escribir el guión y a co-producirlo. Desde el inicio se nota que estamos frente a un hombre obsesionado con la estética y lo visual. Cada detalle esta súper cuidado: la ambientación de los años 60, el vestuario, la música y la fotografía, creando un film impecable y visualmente hermoso. El contraste entre los colores opácos y cálidos permite diferenciar las escenas actuales de los flashbacks. La dirección de actores también es excelente, con cuatro personajes que se destacan. Colin Firth se aleja de las comedias románticas para lograr el mejor papel de su carrera. Su interpretación de George, un hombre que sufre la pérdida de un ser querido, le valió el Premio a Mejor Actor en Venecia y los BAFTA, además de una Nominación a los Premios Oscar, Globo de Oro y SAG entre otros. Matthew Goode interpreta a la pareja fallecida, Julianne Moore a la amiga alcohólica y Nicholas Hoult (el ya crecido chico de "About a Boy") a un alumno. La historia quizás es el punto mas flojo, un tanto lenta y melancólica. Aún así el balance general es positivo, gracias a un gran trabajo de un prometedor nuevo director.
La imposibilidad de sentir el ahora “Solo un hombre” es un drama que encierra una historia romántica interrumpida abruptamente por el destino. Pero fundamentalmente es un film que tiene como objetivo hablar sobre un sentimiento, que se apodera con mayor asiduidad de hombres y mujeres. Y este es el miedo, todo aquello que paraliza, angustia e impide vivir y de hecho disfrutar de la vida, del presente, de lo único real, que es el ahora. Lo más cruel es que gracias a éste, se han cometido las mayores atrocidades en la humanidad. La historia se desarrolla en un tiempo donde la guerra nuclear es inminente, así como el apogeo de los misiles a Cuba. Transcurre en un día en la vida de un hombre, al cual le es imposible imaginarse en un futuro. También es importante señalar que como contrapartida, el film habla sobre la cotidianeidad y sobre aquellos momentos pequeños de la vida, que en realidad son los grandes momentos de esta, donde uno se conecta con el otro, a través de compartir íntegramente la vivencia de un ahora, donde tanto el cuerpo como el espíritu gozan acompasados. Los Ángeles, 30 de noviembre de 1962: Un profesor de Literatura y un arquitecto viven en pareja hace 15 años, este último muere instantáneamente en un accidente automovilístico por un exceso de nieve en la ruta. Este acontecimiento desequilibra la vida de George Falconer, quien en la segunda escena se levanta por la mañana, intentando a través de una voz en off realizar afirmaciones tales como, “soy” y “ahora”, para intentar concentrarse en un presente, en el que se resiste vivir. Esta voz alterna con continuos flashbacks, trastocando la secuencia cronológica, con la intención de volver al pasado. Pero dicha estrategia narrativa es una elección, para mostrarle al espectador el modo en que funciona su mente, que es quien le impide vivir el presente. Y en realidad donde se desarrolla la historia. “Solo un hombre” es la adaptación de la novela homónima de Christopher Isherwood, su director Tom Ford, la leyó en los 80 y le atrapó su sencillez y profundidad. Casi treinta años después decidió hacer con ella su ópera prima. La representación de la época es más que exhaustiva. Su director proviene del Diseño y la Arquitectura y ha pertenecido a la industria de la moda, donde ha sido reconocido con numerosos premios. Eso hace que por una parte, el film muestre una perfección tal, que da cuenta de una obsesividad exacerbada, a la vez que nos remite a esa suposición consumista de asociar los bienes simbólicos con la felicidad, cuando esto se encuentra muy lejos de contribuir a él o a “Un mundo feliz”, como el de Huxley, (1932) El título de la novela, ya de por sí, no puede ser más irónico, puesto que al leer el libro una se queda con una sensación de desasosiego, vaciedad y una gran cantidad de impresiones que en nada se parecen a la felicidad. Además de una ironía es un anticipo de lo que sería el siglo XXI. No casualmente el libro que este profesor universitario lee en clase es “Viejo muere el cisne” “After Many a Summer” de Aldous Huxley (1954). Una de sus relevantes novelas donde Huxley habla de la inmortalidad del hombre, texto que le permite explicar a sus alumnos el tema del miedo a la soledad, a la vejez, y a las amenazas reales o imaginarias, que hace que recurramos a distintas opciones para evitar el sufrimiento que generan. Cómo ese fantasma al volverse colectivo, se ha hecho responsable de las grandes tragedias de la humanidad al irse apoderando de este mundo. Se destaca la actuación de Colin Firth (George), que a veces con solo la mirada logra transmitir lo que siente y lo que piensa, que de hecho no es lo mismo. El personaje de Kenny (Nicholas Hoult), que viene a redimir literal y espiritualmente a George tiene anteriormente con él ciertas conversaciones, que asumen a través del relato un carácter simbólico, como el tema de su propio miedo, de cómo consume mescalina para poder vivir. No hay que olvidar que también es la época del descubrimiento de la mescalina y del LSD, cuyo consumo le hicieron a Huxley escribir “Las puertas de la percepción” (1954), y quien cuando muere se hace inyectar por su mujer una dosis de LSD, luego de haber dicho que “La muerte nunca debía ser afrontada bajo el estupor de los sedantes, sino bajo la claridad de los psicodélicos”. Tanto el cambio de la luz, del color, como el silencio y la música juegan un papel importante en el clima, como en la estética y en la composición sicológica del personaje. Parte de la música pertenece a quien trabaja para Wong Kar Wai, el japonés Shigeru Umebayashi. No podría afirmar que estamos frente a un film de esos que pueden cambiar la historia del cine. Si puedo decir que tanto en los 60 como ahora en el 2010. A pesar del exagerado preciosismo, de algunos recursos melodramáticos demasiado histriónicos y algunas sobre actuaciones. No impiden que en “Solo un hombre” pueda leerse, y no sólo entre líneas una apuesta a recuperar la carencia de espiritualidad, que sufre la mayor parte de nuestra sociedad y en ese sentido cumple con creces ese objetivo.
Sabíamos de películas dirigidas por maestros, por críticos de cine, por artistas plásticos, por escritores, por filósofos. Incluso por ex policías. Una vertiente más usual y aparentemente más razonable es la de los actores que se convierten en cineastas; una de las que a priori resultaban más temibles, la de los psicoanalistas que filman, dio por resultado en la Argentina a un director de considerable talento e inteligencia como Mario Levin. El inglés Tom Ford es diseñador de ropa, y a lo mejor el dato, difundido profusamente por la prensa como si se tratara de una clave imprescindible para leer su película, se agrega a la incompleta lista cuya dudosa utilidad le tocará juzgar al lector. A no ser por los detalles prestados a la indumentaria y a los peinados de los personajes (la acción se ubica en Los Angeles a principios de los años sesenta, el look de la película es importante) y el preciosismo con el que vemos disponer sobre una cama las prendas y accesorios que componen un traje, nada hace pensar que la profesión de Ford tenga aquí alguna relevancia. Una voz en off en primera persona aletea sobre imágenes suntuosas, en las que no faltan los ralentis ni el grano bien a la vista, y contra ese fondo se dispone el sentimiento de esencial estupor al que Ford parece querer jugar todas sus cartas. La fábula del hombre que sufre una pérdida amorosa irreparable y se encuentra escindido del mundo, prácticamente incapaz de reconocerse a sí mismo ni a sus semejantes, le sirve al director para instalar la idea de un orden simétrico monstruoso, paralizante, en el que cada imagen, cada cosa que pasa delante de sus ojos, remite al protagonista a un momento previo relacionado con su amado muerto. Si suena el teléfono, eso dispara el momento terrible en el que al tipo le comunican la infausta noticia del accidente. Si mira a través de la ventana caer la lluvia, inmediatamente se le ofrece al espectador la escena en la que el hombre corre en cámara lenta bajo el agua, yendo desesperado a buscar consuelo a su dolor a lo de una amiga vecina. Semejante procedimiento maníaco se repite a lo largo de la película unas cuantas veces, más de las que importa consignar aquí. Y ya está, eso es todo lo que la película da de sí, a no ser que se tenga consideración por la anémica escena en la que el protagonista amaga encontrar un breve aliento que lo devuelva a la vida, de la mano de otro amor, casi como en una canción mala. No es demasiado ingenioso el artilugio narrativo del que Ford hace uso, y su alcance es limitado, pero ofrece un simulacro de cine en el que las imágenes provienen menos del mundo que de la cabeza del protagonista, no importa si él las ha vivido antes o no. La minuciosidad en la ropa y el aspecto de los actores, los pocos automóviles, los muebles de las casas, parecen el tributo que Ford paga a la porción de realismo mimético con la que Solo un hombre pretende compensar la escasa generosidad de su planteo. Se nota que el director quiere hacerse el refinado, pero la caligrafía ampulosa y sin matices de su película termina transparentando una falta absoluta de contenido y de riesgo. Al final solo le queda la ropa como complemento de lujo, el dramatismo absorto de la máscara de Colin Firth que se hace pasar por intensidad contenida, la busca del detalle sórdido que se expresa en los ojos vidriosos del novio muerto, caído junto al auto en medio de la nieve. Es una compensación módica. Ford juega al cine, revolea planos y musiquitas aquí y allá, y los aspectos dramáticos del tema de Solo un hombre terminan enseguida replegados en la frialdad sin alma del conjunto. Quizá la película trace líneas de puntos sobre ese vacío que agobia al personaje, que apenas atina a deslizarse por la superficie de las cosas, pero la fruición con la que el director exhibe esa superficie inhibe sistemáticamente el dolor. Ni los discos que se escuchan, ni los colores pastel, ni la alumna del protagonista que gasta un cultivado parecido con Brigitte Bardot le prestan a la película algo más que una vitalidad decorativa que hay que estar muy despistado para confundir con sofisticación.
Invisible Hay dos formas de acercarse al pasado. Desde la corrección de las formas, conservadora; o desde el reencuadre de aquellas estructuras, liberal. Paradójicamente este año hemos visto dos películas que recuperan un cine, específicamente el de la década del 60, y lo abordan desde estas dos perspectivas. Educación de vida recuerda a las películas británicas del free cinema y recupera las historias de arribismo social, para imprimir una moraleja. Si bien autoconsciente, no deja de ser conservadora en algunos aspectos. Y por el otro lado llegamos a Sólo un hombre, que al igual que el Todd Haynes de Lejos del paraíso se pega un viaje a los melodramas de aquellos tiempos, pero sin la doble moral que sostenían. Hablamos de un film liberal, que aún desde el dolor, se anima a mostrar un amor homosexual de una forma honesta. Y precisamente ese viaje, el de comprender al pasado primero como una estructura inamovible para luego verlo como algo que puede ser aprehendido y funcional, es el que emprende el profesor de inglés que interpreta magistralmente Colin Firth en Sólo un hombre, adaptación de una novela de Christopher Isherwood y que resulta el debut en la dirección de Tom Ford, un reconocido diseñador de importantes marcas. Lo que por cierto habilita un apunte: desde el prejuicio, el crítico mirará con desdén a alguien que es obviamente un esteticista y que posiblemente aborde un tema complejo como el que retrata el film sólo desde la imagen. Precisamente Ford lo hace desde la imagen, pero no se trata de una superficie vacía. El director mira como mira Almodóvar cuando mira a Douglas Sirk, recorta y utiliza la música como Wong Kar-Wai en Con ánimo de amar. Desde ahí, relaciona a su película con una escuela del melodrama. Ford acierta. Es más, no sólo eso, sino que logra por momentos una película mucho más sólida e interesante, porque así como comete varios excesos con el color y la narración, por otra parte somete de manera rigurosa a su protagonista a un trabajo implosivo. George Falconer (Firth) no puede superar la muerte de su pareja, luego de 16 años de convivencia. Deprimido, prepara lo que será su último día: va a trabajar al colegio, charla con sus amigos, se compromete en ir a cenar a lo de su amiga, pero siempre va armado. Precisamente, con ese revólver se volará la cabeza cuando llegue la noche. Especie de road movie interior, Falconer arribará con algunas certezas y muchas dudas a esa noche. Aunque puede, que corrido de sus impulsos suicidas. Así como la narración resulta por momentos fragmentada, la película se confiesa como una sumatoria de partes que forman un todo. Partiendo de la actuación de Firth, exprimiendo cada silencio con excesiva transparencia, Ford construye un potente drama sobre la muerte o, aunque más no sea, su presencia omnisciente: estar muerto en vida por la negación de la propia identidad por parte de la comunidad. Los personajes de Sólo un hombre se debaten entre la soledad, la tristeza, la vejez, la frustración y el vacío existencialista. Sin presente y con promesa de un futuro no muy próspero, cada uno pulsará sobre el momento, sobre este instante, el botón que primero pueda. Aún en su pesimismo y su desolación, hay una resignación y una verdad: las cosas son como deben ser. Sólo hay que ver qué es lo que uno puede hacer, si es que tiene espacio para tomar alguna decisión. Sin embargo, si hay algo que sobresale desde lo temático es una reflexión sobre la invisibilidad del diferente. Hay que buscar en un speach que tira al comienzo Falconer en el colegio, las razones del film. El miedo hacia lo diferente y de cómo ese otro termina convirtiéndose en una abstracción para el que pertenece a la mayoría. Ford crea un espacio casi fantasmal, un detrás de escena social, donde tipos como Falconer despliegan sus deseos. Un deseo prohibido, que es disfrute cuando se puede saciar porque lo oculto genera su goce, pero que es un dolor irrecuperable cuando no se tiene. Y justo ese dolor, el dolor social, el de la pérdida del otro, ese que se comparte en el duelo. ¿Qué compartir cuando del otro lado no te permiten rebelarte? ¿A quién confesar lo que no se puede confesar? Por eso Falconer marcha recto, directo, serio y adusto, mientras por dentro se desbarranca. Porque peor que la discriminación es la negación de la existencia del otro. Sólo un hombre es una película de fantasmas: de Jim que no cesa en los recuerdos de Falconer; de Falconer que carece de entidad, incluso para su amiga (Julianne Moore) que no termina de aceptar su homosexualidad. Y es recién ahí, cuando Falconer logra ordenar las piezas y disfrutar el espacio social sobre el que opera, cuando descubre que en todo caso los otros no ven lo que no quieren ver, es que puede observar sus cosas con más claridad. Pero, impiadosamente, las cosas son como tienen que ser. Siempre. Más allá de algunos excesos esteticistas y de algunas afectaciones de la imagen, Sólo un hombre es una película por demás interesante y que revela que un artista puede estar en el lugar menos imaginado. Tal vez Ford sepa de esos espacios sociales y de las reclusiones a las que confinan los prejuicios. Un diseñador hizo una película honesta y emotiva. El glamour también tiene su sensibilidad.
El 22 de abril del corriente, se estrenó en mi país A Single Man, bautizada aquí como Sólo un hombre. Y mis ansias por verla venían creciendo desde que su protagonista, Colin Firth, fuera premiado con la Copa Volpi al mejor actor en el Festival de Venecia, en septiembre de 2009. Por otra parte, era la ópera prima del diseñador de moda Tom Ford, y los elogios hacia él no tardaron en expandirse a lo largo del mapa mundial. Sólo un hombre se ubica entre esos filmes de estudiada factura, donde desde el diseño de producción hasta la banda sonora, pasando por la fotografía y el vestuario, brillan por su presencia en relación al espacio temporal de la trama. Basada en la novela de Chistopher Isherwood, la adaptación se centra en la vida del profesor de literatura George Falconer, quien deprimido por la muerte de su pareja Jim (Matthew Goode), decide ponerle fin a su propia vida, mientras rememora momentos felices en concubinato. En esos días decisivos, deberá enfrentarse con una amiga que lo desea, en la piel de una breve pero precisa participación de Julianne Moore, y el flirteo con un alumno de su clase, en el rol de Nicholas Hoult, el carismático partenaire de Hugh Grant en Un gran chico. A Single Man está tan bien filmada, tan precisamente dirigida, con un elenco tan medido y correcto, pero por otro lado pierde en emoción y en dramatismo. Firth está muy bien, pero no deja de encarnar a un personaje bastante meditado y contenido, y ello se percibe hasta en las escenas de mayor sensualidad, o en la química lograda a medias con la amiga que encarna Julianne Moore. Por momentos, recuerda a aquel film protagonizado por esta última, Lejos del paraíso, y la sensación como espectador es similar. Ford consigue un melodrama gélido, con buenas intenciones y los mejores recursos, pero promediando el film, hay escenas soporíferas que restan al producto final. Y la trama carece de giros y situaciones de mayor relevancia, por lo cual, a la media hora de visionado, ya está prácticamente todo dicho.
El reconocido diseñador texano Tom Ford se atreve a probar por primera vez su talento detrás de las cámaras. Y, hay que reconocerlo de entrada, su salto a la dirección no es un mero capricho, pocos realizadores debutan en el cine americano con una obra tan honesta y arriesgada, y a la vez, sumamente aclamada por la crítica internacional. No hace falta conocer la vida de Ford para observar de qué manera ciertos aspectos del relato lo movilizan personalmente. Ford nos narra la historia de un profesor homosexual en la Norteamérica de comienzos de los sesenta, pero no acentúa el drama en lo difícil de asumir la sexualidad en aquella década, sino en la depresión que sufre el protagonista tras la muerte de su pareja. Los sesenta le sirven a Ford para detenerse en los detalles estéticos de dicha época, pero consigue construir una segunda lectura a partir de la presencia de dichos detalles. No es caprichoso el empleo de elementos particulares en la puesta en escena (por ejemplo, la gigantografía de Psicosis que decora una de las calles que transita el protagonista), la minuciosa elección del vestuario, o la apelación a una fotografía de colores saturados y mucho grano, que permite trasladarnos a esos años. Hay una necesidad dramática concreta de puntualizar la importancia de la época, y ello nos conduce a la segunda lectura del film, que permite observar, a partir del duelo del personaje, el drama de asumir la propia homosexualidad en los sesenta. Afortunadamente, esto sólo lo vemos bajo el drama de un hombre que ha perdido a su amor y que, al no poder sobreponerse a la pérdida, intenta quitarse la vida. Para que este drama no desboque y logre mantenerse con altura, Tom Ford ha contado con el protagónico a cargo de Colin Firth, excepcional por donde se lo mire, quien brilla tanto en los momentos más difíciles para el personaje, como cuando intenta alejarse del fantasma de la muerte gracias a la compañía de una amiga (Julianne Moore, con una frescura que oficia de contrapunto perfecto para George, el protagonista) y luego de un alumno. Tanto Charley (Moore) como Kenny (Nicholas Hoult) cargan con sus propios dramas y frustraciones, y su acercamiento a George exhibe de qué manera el compartir los dramas personales permite la superación de los mismos. Sin embargo, no todo es color de rosas en este drama. Ford intenta establecer cierta unidad a través de los inserts oníricos del protagonista, pero el recurso metafórico se agota rápidamente. También llama la atención que ciertos elementos puntuales, como la fotografía, no se sostengan durante toda la película, y sólo brillen en algunos pasajes, mientras que otros aspectos, como la musica, se exceden en el subrayado dramático. Por otro lado, el sorprendente desenlace no convence en absoluto. Cuesta entender la razón por la cual Ford elige, en vez de brindarle oxígeno al drama de George, someterlo a una escena final que es un torbellino de clichés previamente sorteados con elegancia por el director. De todas maneras, lo que brilla en primer lugar es la inspirada interpretación de Colin Firth, en un personaje que intenta ocultar su depresión a toda costa. Su actuación es la base de este film sobre un hombre que, a diferencia de la interpretación pretendidamente literal del título español (Un hombre soltero) no sufre por su soltería, sino por su soledad y su triste singularidad. Un hombre tan solo y tan singular como tantos otros.
Imagen de un alma sensible Un hombre solo se vuelve invisible cuando asume que forma parte de una minoría. George, un profesor de literatura, siente un dolor lacerante al despertar, ante el peso del nuevo día. Combate la imagen del espejo con gran fuerza de voluntad y un apego al pasado que lo aísla de los estímulos del presente. Colin Firth crea su personaje con la ductilidad de un intérprete formidable. Inglés, solo, romántico, gay, George ha perdido a su pareja, Jim, dato que se sabe desde el comienzo de Sólo un hombre (traducción de A single man). La ópera prima de Tom Ford está basada en la novela Christopher Isherwood. El famoso diseñador de moda asume la historia desde el punto de vista de George y va generando atmósferas de gran belleza plástica. La película gira en torno a la imposibilidad del duelo. Ocho meses después de la muerte de Jim, su compañero carga con cada recuerdo y se muestra incapaz de vislumbrar el futuro. En este sentido, Sólo un hombre es una película de amor, contada con los recursos del melodrama. “Soy y ahora” se dice George para darse valor por la mañana. “Volverse” George implica cumplir meticulosamente con cada paso para recién salir al mundo. Pasos que la cámara recorta del todo, modalidad que se vuelve un ejercicio de estilo constante. Firth carga con la angustia del personaje sin gesticular. El actor transmite la desesperación del profesor en el contexto de Los Ángeles, en 1963. La película reconstruye la época en el campus y el barrio de clase media. George huele el miedo en el ambiente. Todos temen los misiles de Cuba. El profesor revela sus pensamientos en una clase, en un gesto inusual, ante el “estupor bovino” de los estudiantes. El monólogo de Firth, en esa suerte de ensoñación en la que vive el personaje, es conmovedor. La cámara lo acompaña con primerísimos planos, exponiéndolo a las miradas que padece el profesor. El monólogo de George es revelador. Habla del miedo que siente la mayoría ante las minorías. El alegato queda en el aire y sólo un alumno comprende el sentido. El progresivo derrumbe emocional del personaje; la actuación de la fabulosa Julianne Moore; el aire a la película Las horas, por Moore y la música; los colores que tamizan las imágenes del presente, envejecido, y el pasado en cepia, dan marco al tema de la homosexualidad y acompañan la confesión sutil de un hombre que se siente invisible.
Una película sobre el dolor de las pérdidas con fuerte sello estético Una apacible y próspera comunidad de un exclusivo barrio de Los Angeles de 1962 es el contexto en el cual transcurre “Sólo un hombre”. El protagonista es George, un profesor inglés, con una relación cordial y distante con sus vecinos. En su bella casa racionalista convivió durante 16 años con Jim, su pareja. Pero de pronto todo ese equilibrio se derrumba después de un accidente fatal. El director y diseñador de modas Tom Ford eligió para su debut en cine una historia de amor trágica basada en una novela de Christopher Isherwood que tiene como trasfondo, aunque de forma muy secundaria, la crisis de los misiles. Que los protagonistas sean homosexuales, es anecdótico. Y si bien queda claro desde el principio, Ford prefiere las ambigüedades visuales y de un guión del cual también fue responsable, antes que la obviedad. El mismo tratamiento le da al personaje de Charley, en una extraordinaria actuación de Julianne Moore , quien interpreta a una hermosa mujer al borde de los 50, divorciada varias veces y con un hijo que cada día la ignora más. Los años le pesan, pero sobre todo la soledad. Sólo encuentra refugio a su vacío en el alcohol y en su amigo George, con quien tuvo un romance mucho tiempo atrás. El director debutante organizó su película como un rompecabezas en el cual a cada pieza le sucede otra con la forma de flashback, con la cual va narrando los momentos felices o dolorosos de la relación de los dos hombres y una posterior pérdida que nunca superó. Ford prefirió focalizar en el dolor y la degradación que pueden suceder a la pérdida de un ser querido antes que en la relación homosexual. Ford es un esteta. Así se puede advertir desde el diseño de arte, que tuvo en cuenta hasta el último detalle de colores y diseños de la época, tanto en exteriores como en los interiores, así como también la iluminación y el vestuario. Tanto despliegue de preciosismo y formalidad sería un obstáculo a los fines dramáticos si sólo se detuviera en detalles de estilo y de recreación de la época. Pero el hallazgo de Ford fue Colin Firth, el intérprete de George, pareja de Jim, a cargo de Matthew Goode. Firth compone un personaje con aristas, dobleces y claroscuros. Sin embargo, el desempeño del intérprete es siempre medido. George no pierde nunca la compostura, ni en los momentos de felicidad ni en los de la angustia, como cuando le avisan que Jim murió, y por eso mismo es la máscara perfecta de la desolación y el intento de reponerse a la adversidad que quiso transmitir el director.
El largo adiós al amor de su vida La acción transcurre a lo largo de un día en la vida de George Falconer, profesor universitario. El 30 de noviembre de 1962, día del conflicto de los misiles en Cuba, es también el de la fragmentaria reconstrucción de su historia de amor. En la última entrega de los Oscars, que llevó a que el controvertido film Vivir al límite de Kathryn Bigelow alcanzara el máximo número de galardones, Sólo un hombre fue un film particularmente ignorado. Estrenado en nuestro país a posteriori de aquéllos que habían adquirido gran resonancia, la opera prima del diseñador y estilista Tom Ford hoy merece, por parte del público y de la crítica, elogiosos comentarios y en la mayor parte de las conversaciones se escucha que lo más notable del film, tal vez, sea la admirable composición de su actor principal, Colin Firth. Reconocido como "mejor actor" en el pasado festival de Venecia, igualmente nominado junto a George Clooney, Morgan Freeman, Jeremy Renner y el elogiado Jeff Bridges, Colin Firth logra en este film ofrecernos, a partir del retrato que sensiblemente logra el novelista Christopher Isherwood en su penúltima obra A single man de 1964, un día en la vida de un profesor universitario que está viviendo el duelo por la pérdida de su amada pareja, Jim, a quien había conocido en el verano de 1946, en los momentos posteriores a la finalización de la Segunda Guerra Mundial. La acción del film transcurre a lo largo de un día en la vida de George Falconer, profesor universitario. En ese día el 30 de noviembre de 1962, que tiene como escenario el conflicto de la crisis de los misiles en Cuba, asistiremos a un juego temporal que tiene numerosos registros de representación y que nos lleva a la fragmentaria reconstrucción de su historia de amor. Sólo un hombre lleva por título original A single man y esto podría pensarse desde los epítetos "soltero", "solo", entre otras acepciones. En nuestro país se ha elegido identificar al film desde el adverbio "sólo", que alude particularmente a las observaciones que el profesor transmite a sus alumnos al hablar primero sobre la novela de Aldous Huxley Viejo muere el cisne y que lo lleva, inmediatamente, a conectar sus planteos con el concepto de minorías y las conductas del miedo. Apasionante en su tono cuando apela a los alumnos para que puedan diferenciar, para que comprendan, como se instrumenta el mismo miedo desde aquello que las llamadas mayorías dominantes ordenan. En ese ir y venir de reflexiones, la mirada de un joven alumno sigue atentamente sus gestos, medidos, controlados, tal como los demás esperan de él, quizá por su origen inglés, por su estricta vestimenta formal. Aunque por debajo de sus anteojos, enmarcados en un grueso armazón, se asoman otras luces. El film de Tom Ford parte de la breve novela de Christopher Isherwood, el autor de Adiós, Berlín (que inspira la comedia musical y el film de Bob Fosse Cabaret) que su realizador leyó cuando tenía veinte años. En relación con la obra literaria, reeditada ahora en algunos países, el autor señala: "Las cosas que hago decir a George en las clases son las que yo diría. Viniendo de él están un poco fuera de lugar, ya que los demás están acostumbrados a otra forma. Pero creo que A single man es lo mejor que he escrito nunca. Fue la única vez en mis años de narrador en que conseguí, casi totalmente, expresar justo lo quería manifestar". A lo largo de ese día de ese otoño de 1962, el profesor George Falconer, quien nos ha hecho llegar sus pensamientos interiores, se sentirá empujado a una situación límite; a través de una acción meditada, de pasos a seguir según su ordenamiento prolijo y pausado que lo ubican cada vez en el epicentro de su ciego dolor. Todo se vuelve espera, frente a esa última decisión que está a punto de concretarse. Desde el primer momento. Sólo un hombre está marcado por la tragedia. La misa nos es narrada con un tono descriptivo y vivencial y nos lleva a la despedida del último beso. Sus sueños son visitados por su amado, Jim, al que no aparte en esas horas del día de su propio andar y en un encuentro ocasional, que se da en una playa de estacionamiento, frente a un cartel que exhibe el rostro de Janet Leigh en Psicosis, con un joven de origen hispano, de gran parecido al rebelde James Dean, la permanente presencia de su ser adorado, Jim, lo llevará a declinar lo que tal vez pueda llegar a ser otra historia de amor. Fiel a su compañero, desde una convivencia de dieciséis años, George encuentra igualmente reparo y contención en la amistad de su ex amor y amiga, Charley, personaje que admirablemente compone Julianne Moore, actriz que nos lleva a pensar en el film Lejos del paraíso de Todd Haynes. Junto a ella, quien siente por él una sensual atracción, podrá abrirse desde la angustia y refugiarse en sus brazos. Por momentos operístico, con el acompañamiento de un aria de La Wally de Catalani, en un momento casi de resolución terminal, que participa de la ternura y lo grotesco, el film de Tom Ford explora la intensidad de los momentos vividos; no sólo a través de los parlamentos, sino de la elección del ralenti en algunas situaciones y de la presencia de una partitura musical incidental que lleva a que el film se reconozca, en esta concepción del amor único, en la sublime realización de Wong Kar Wai, Con ánimo de amar. Sólo un hombre nos alcanza desde la expresión de un profundo dolor, del sentimiento de pérdida, que no sólo circunscribe una situación puntual, sino que se abre a la exploración universal del conflicto. ¿Cómo es la vida de alguien que siente que ya no tiene motivación para vivir, ya que no está frente a él su ser amado? Tom Ford nos conmueve desde la elección de sus actores, desde la escena repetida de la propia figura de George, en su desnudez, flotando en el agua. La cuidada ambientación del film, propia de su director, en algún momento nos aleja del conflicto. Esas voces de Etta James nos abriga mientras canta Stormy Weather e igualmente Jo Stafford fascina con su versión de Blue Moon de Rodgers y Hart, en ese encuentro bautismal de la historia de amor. Ahora, en el presente, vivo dolor, volverá a cruzarse con alguien. Los días por venir parecen verse desde una puerta entreabierta.
Sólo un buen actor Los Angeles, años ’60. Un profesor británico intenta sobrellevar con dignidad el desconsuelo de haber perdido trágicamente a su joven pareja homosexual: las lúcidas reflexiones que desliza ante sus alumnos universitarios o la ocasional diversión que le deparan recuerdos compartidos con una buena amiga, encubren su indecible tristeza, su temor a sufrir si se deja llevar por el deseo, su pesimismo, su incertidumbre. En torno a este personaje, con sus evocaciones y sus miedos, el diseñador de modas Tom Ford (1961, Texas, EEUU) concibió su primer largometraje. Para ello contó con el aporte de Colin Firth, un buen actor que logra expresar de manera profunda y contenida el drama de ese hombre atormentado. La cámara lo acompaña siempre, atenta a su mirada triste, como queriendo apresar o comprender los sentimientos que lo aquejan. El problema de Sólo un hombre (insípido título con el que se estrenó en nuestro país) es que –salvo cuando, precisamente, se detiene en la ahogada expresión de dolor de Firth– despliega durante todo su transcurso una sucesión de imágenes resplandecientes. La belleza no sólo abarca casas, muebles, jardines, playas y personajes (una millonaria confidente, algunos jóvenes que lo acosan), sino, inclusive, el tratamiento visual de la película, que hace que todo luzca brilloso, luminoso, glamoroso. Si el protagonista es rico y elegante, el film no tiene por qué serlo. ¿Por qué cuando le dicen “Qué mal se te ve” se lo ve tan prolijo y atildado? La escena de un improvisado baile entre Firth y Juliane Moore es indudablemente seductora, pero ¿por qué todo film ambientado en los ’60 tiende a reunir superficialmente íconos de la época, convirtiéndose en un afectado muestrario de sofisticados peinados, vestidos coloridos y canciones con swing? Alguien puede defender el buen gusto de Sólo un hombre, su falta de excesos, pero ¿acaso el hecho de que no haya gritos ni ninguna escena de erotismo homosexual tiene algo que ver con el lenguaje cinematográfico? Exhibir rostros, decorados y atuendos hermosos, con sinuoso encanto, cambios de color y cierta dispersión narrativa ¿no responde más a las fórmulas de la publicidad? Se ha hablado de similitudes de este film con Lejos del paraíso (2002, Todd Haynes) y con algo del cine de Wong Kar Wai y de Pedro Almodóvar, pero en este caso las claves del melodrama y la apuesta al romanticismo se diluyen en una moderación dramática que parece desprenderse de la misma personalidad del protagonista, además de depender demasiado del relato en primera persona en off. Sólo un hombre permite volver a interrogarse sobre el verdadero sentido de la belleza en el cine y sobre los medios con los que éste cuenta para expresar auténticamente angustia.
BELLEZA VISUAL Y SONORA EN UN FILME SOBRE LA PÉRDIDA Los Ángeles, 1962. George (Colin Firth) es un profesor universitario británico homosexual que intenta encontrarle sentido a su vida tras la muerte de su compañero sentimental, Jim (Matthew Goode, de “Match point”). A partir del suceso, rememora el pasado, imposibilitado de ver su futuro sin su pareja. Decidido a suicidarse, intentará hacerlo gran cantidad de veces, pero sin suerte, desconociendo el paradójico destino que le espera… El filme sigue al personaje principal a través de varios encuentros: con su inseparable y alcohólica amiga Charley (intachable Julianne Moore), con un taxi-boy (el modelo español Jon Kortajarena), con un alumno joven y bello que lo busca (Nicholas Hoult, el ya crecidito niño de "Un gran chico"), y con su entorno. Todo ese recorrido interactúa alternadamente con su pasado en pareja, representado por flashbacks en donde se muestran diversas instancias de convivencia, absolutamente perfectas, posiblemente idealizadas por la mente de George, que aparentemente no puede vivir sin su amor. Esta ópera prima de Tom Ford, adaptación de la novela de Christopher Isherwood, resulta de una exquisitez visual y sonora como pocas. Diseñador de moda de primer nivel y creador de campañas publicitarias para firmas tan taquilleras como Yves Saint Laurent o Gucci, Ford presenta una historia de desolación y tristeza, con apuntes entre trágicos y hasta, en contadas ocasiones, graciosos. La elegantísima puesta en escena es lo que sobresale por sobre todas las cosas, y está a cargo de un heterogéneo equipo: la cálida músicalización del polaco Abel Korzeniowski y el japonés Shigeru Umebayashi, con ritmos acompasados y ostentosos; la fotografía del español Eduard Grau, que combina la desaturación para describir el desolado presente del protagonista, y los colores vivos para insertarnos en su pasado en pareja; la escenografía, el maquillaje y, especialmente, el vestuario de la época que se retrata. Colin Firth entrega una actuación contenida y sumamente emotiva, convirtiéndola en la mejor performance de su carrera hasta el momento, en este merecidísimo protagónico que le valió su primera nominación al Oscar. Tom Ford inicia con esta impecable "Sólo un hombre" una fructífera carrera cinematográfica, en la que se aguradarán otros trabajos tan bien confeccionados como este lucido (y lúcido) filme.
Los colores del ocaso No vamos a hacer hincapié en la transición del prestigioso diseñador de moda, Tom Ford, a director de cine, pero sí vamos a consignar lo desilusionante que fue para este servidor el toparse con una de las grandes cuentas pendientes del 2009. Ok, fallamos en obviar esta película en la selección oficial de lo mejor del año pasado, pero tampoco le erramos tan feo. Quizás su excelente fotografía (que aún así no está a la altura de otras que valoramos desde aquí) merecía una mención aparte, o la monumental caracterización de Colin Firth. Pero el guión y la película en sí -un dramón tedioso sobre las últimas horas de vida de un hombre que se autorecluye de la sociedad por ser un viudo homosexual (¿?)- deja muchísimo que desear a la hora de poner en la balanza lo que nos deja esta obra. Para empezar, nos quedamos en la injusta pero (por qué no) importante valoración del diseño: encontramos un apartado técnico excelente, pulcro, ubicado y bien trabajado en cuanto a la ambientación (al parecer, la historia se centra en los '60), un diseño de vestuario muy bueno, musicalización bellísima y, lo mejor, la fotografía. Ésta última merece un punto aparte, ya que el trabajo psicológico que encabezó Eduard Grau no se puede dejar pasar por esa curiosa forma de transmitirnos las emociones de George (Fith) cuando éste recurre al lagrimón o al flashback explícito. O cuando recibe una bofetada abstracta de su amiga (llamativa participación de Julianne Moore, pero que dejó indiferentes a muchos), en la única escena rescatable de la película, en la cual el protagonista se reúne con su compañera/amante/exnovia para eructar todas las emociones y reacciones de su ser. La construcción de los personajes desborda lo obvio. La pareja difunta, que provoca que seamos participes del duelo eterno, el chiquilín drogón que quiere ser como el referente de sus ideales, la amiga que quiere "convertir" a su amigo, los padres ausentes, y esa importante aparición de un tal Carlos, un hispano que -a pesar de estar bien actuado- embrutece aún más la estética de un tema desaprovechado por Ford en una escena que tiene como único elemento querible los colores del cielo moribundo (paralelismo con el personaje principal). El resto, frases hechas, y mucho drama con violines... A single man (2009) puede ser una propuesta amada u odiada. Acá no hay términos medios. Y disculpen lo categórico que puede ser este artículo, pero la opción dos es la que más se adecua para definir a una cinta que se la pasa más intentando ponerle el color ideal a una historia acartonada, tediosa y melodramática, que aprovechar la profundidad que logra concebir un reparto que se tomó más en serio de lo debido este luto de no más de una hora y media.
Tom Ford es conocido mundialmente por ser el diseñador de modas que relanzó a la firma Gucci reposicionándola como la más importante a nivel internacional, y también logró rescatar del olvido a la empresa fundada por Yves Saint Laurent. A partir de 2005 fundó su compañía cinematográfica Fade to Black y se convirtió en cineasta. Llega a las pantallas argentinas una de sus producciones basada en el libro “Sólo un hombre”, de Christopher Isherwood, sobre el que Ford escribió el guión para cine. La novela se publicó en la primera mitad de la década de los sesenta y está ambientada en esos años. La historia parte del momento en que George, un profesor universitario gay de 52 años se entera que Jim, su pareja, ha muerto. El dolor ante esa pérdida y tener que enfrentarse a una no deseada soledad le hará dudar sobre el sentido de su existencia de allí en adelante. Encontrará un cierto consuelo en Charley, una hermosa mujer con la que alguna vez ha explorado su bisexualidad, también recorrerá las calles donde trabará relación con un taxi boy español que le dará conceptos del tiempo presente que lo sorprenderán y, de pronto, tomará en cuenta los avances de un alumno, un joven que tempranamente, para esa época tiene ya definida su opción sexual. Subliminalmente, y Ford lo dijo ambiguamente en reportajes, esta obra cinematográfica lanza el mensaje de que el amor entre personas gay se vive exactamente igual que entre personas heterosexuales, por lo tanto el fondo de la trama es aplicable a todos los que sufren una pérdida tan terrible y encuentran por delante una vida de oscura soledad que los asusta en una magnitud difícil de soportar. Para superar esta situación recurrirán a las personas que les dieron momentos de felicidad, buscarán “algo” en personas desconocidas y prestarán más atención a los seres que se acercan en actitud de “entregar” algo que consideran valioso. Esta obra cinematográfica tiene un excelente trabajo de arte que no deja dudas al espectador de la época que viven los personajes. Los muebles y las ropas tienen un predominio del marrón, color “elegante” en esos años en que todavía el movimiento multicolor de los hippies no era importante, y no había invadido a la aún no organizada totalmente comunidad gay estadounidense. La luz amarillenta, incandescente, crea un clima especial en los momentos de reflexión que son el preámbulo a los numerosos flashbacks en blanco y negro (recuerdos descoloridos por el dolor). Las actuaciones han sido bien estudiadas; en esa época no había desbordes, todo se sabía pero no se lo comentaba demasiado y los personajes se mueven con soltura pero sin manifestaciones directas de su condición sexual. Colin Fith, de físico grande con cara de intelectual, compone a George, el protagonista, con la mesura que debía tener quien vivía sumergido en el mundo de los jóvenes de la segunda mitad del siglo XX. Mientras que a Jim, su pareja, el actor Matthew Goode le imprimió el grado de sensualidad como para que no pase inadvertido por el espectador. Julianne Moore pone énfasis para que su personaje de Charley resulte en su totalidad el soporte del protagonista, y lo logra. El guionista agudamente escribió al taxiboy Carlos como un inmigrante español, poniendo en evidencia que en esa época los latinos provenían de Europa, el actor Jon Kartajarena para este personaje juega la transformación desde el primario impacto sexual al usar su imagen para transformarlo paulatinamente en un ser con contenido espiritual que puede ayudar a alguien desesperado. Y se destaca en este elenco el jovencísimo actor Nicholas Hoult en el rol de Kenny el alumno que ha decidido vivir sin culpas su sexualidad. Hoult, a quien vimos recientemente en “Furia de titanes” (2010), ni siquiera roza el estereotipo y proyecta a un muchacho seguro de sí mismo, cauto, bondadoso e inteligente de manera totalmente convincente. Esta obra cinematográfica está realizada de manera tal que moviliza la memoria del espectador en cuanto a los momentos de crisis existenciales que pueda haber tenido y por ese motivo lo mantiene atento durante toda la proyección.
CURAR LAS HERIDAS El modista Tom Ford sorprendió cuando confirmó que realizaría una versión fílmica sobre la exitosa novela “A single man” de Christopher Isherwood, publicada en 1964. Y el asombro es aún mayor cuando la cinta, una vez en pantalla, avanza con el correr de los minutos. La historia nos muestra a un profesor de Universidad en 1962, año en que la amenaza comunista y el miedo hacían estragos en la sociedad norteamericana. Tras la pérdida de su pareja –un hombre con el cual mantenía una relación hacía 16 años- este maestro debe ahora enfrentar el duelo, “olvidar el dolor”, hacerse de los mecanismos que sean necesarios para enfrentar esa muerte; al punto de coquetear con la suya propia. En ese contexto, su trabajo (ni más ni menos que la formación de la futura sociedad norteamericana) y una amiga alcohólica (impecable Julian Moore) son sus únicos reparos. El talento innato que muestra Ford para narrar la historia, permiten vislumbrar dos cuestiones de importancia: la primera es la sorprendente maestría con la que el director lleva adelante el film, inmerso en una sensibilidad que asoma en cada plano -tal como el temor del personaje principal- y el reflote constante de aquello que siente pero es imposible que desaparezca. La segunda, es el enorme trabajo del reparto. Si de raras impresiones hablamos, vale la pena mencionar que gran parte de la película funciona porque Colin Firth (alguna vez etiquetado como el “eterno loser de las comedias románticas”) muestra un costado hasta ahora desconocido. La mirada pérdida, el andar importunado, un cuerpo que carga con el propio sufrimiento físico del duelo. Y la resignación; porque si algo tiene este profesor universitario encarnado por Firth es la pérdida de esperanza ante un mundo que no tiene ya nada para ofrecerle. “Un hombre solo” es, básicamente, una película sobre el dolor y el miedo. Dolor a enfrentar lo sucedido y miedo al futuro por venir. Si “500 días con ella” reflexionaba sobre el hombre después del amor, este film también habla sobre el corazón roto, pero desde la imposibilidad fáctica de ser recuperado. En este sentido, la franqueza de Ford por ofrecer un relato simple en su sentido, pero complejo en su entramado interno (el del personaje) termina brindando un drama atrapante con los suficientes méritos para reconocer que la casualidad no hace mella en “Un hombre solo”, sino que es el fruto del buen trabajo que el director realizó en cada una de las partes que forman el todo que se ve desde la butaca. Con una carga sentimental que invita a la reflexión, pero nunca llega al golpe bajo, el film de Tom Ford es una pequeña pieza artística que irradia melancolía plano a plano. A pesar de ello, cierto mensaje esperanzador respira en su seno: no importa de qué manera, el amor siempre nos lleva hacia el camino indicado.