Comedias acerca de personajes de vacaciones abundan. Comedias argentinas acerca de personajes de vacaciones, también. Comedias argentinas acerca de personajes de vacaciones en Brasil, no tanto, pero hay ejemplos para destacar: Mis amores en Río (1959), de Carlos Hugo Christensen, y más recientemente, All Inclusive. También forma parte de este grupo Sueño Florianópolis, buscando ser algo más que un simple pasatiempo. Un matrimonio en crisis compuesto por Lucrecia y Pedro (Mercedes Morán y Gustavo Garzón) viaja a Brasil con sus hijos (Manuela Martínez y Joaquín Garzón), ambos adolescentes. El plan es pasar unos días en Florianópolis, ciudad balnearia brasileña que no visitan desde hace diez años. Allí se hospedan en la casa de Marco (Marco Ricca) y su esposa, Larisa (Andrea Beltrão). Parecen ser las vacaciones perfectas para el clan, en un intento por mejorar los vínculos algo distorsionados. Pero durante esos días ocurrirá una serie de situaciones que llevará a que cada uno comience a encauzar su vida. La película puede emparentarse con All Inclusive. El film de los hermanos Levy también se enfoca en una pareja (una pareja de jóvenes adultos actuales, para ser más precisos), pero dentro de una comedia de enredos donde los gags nacen de las equivocaciones de los personajes. Sueño Florianópolis va por un terreno similar, pero con el sello de su directora, Ana Katz. Las obras de Katz (recordemos Una novia errante y Mi amiga del parque) indagan en la vida de personajes en plena crisis y cómo se relacionan con quiénes los rodean, y lo hace valiéndose de humor pero sin olvidar el drama humano que estas historias tienen como base. Aquí la comedia nace del intento de la familia por comunicarse en portugués (añadiendo a veces, y sin querer, palabras en italiano). Luego el tono deriva en un retrato intimista de Lucrecia y Pedro, quienes no logran resolver su situación y cada vez están más cerca de experimentar el síndrome del nido vacío (la hija, por ejemplo, entabla una relación sentimental con el hijo de Marco). El punto de vista recae en el de Lucrecia y sus sentimientos encontrados, que Mercedes Morán logra transmitir con su talento característico. La película también pinta un fresco de una familia argentina de clase media de comienzos de los 90, que ya empezaba a vacacionar en el exterior, y cómo sus miembros tratan de mantener las apariencias aun cuando internamente viven un caos. De todos modos, Katz no condena a ninguno de los personajes sino que muestra sus complejidades sin emitir juicios de valor. Si bien Mercedes Morán sobresale por encima de todo el elenco, no es menos destacable el trabajo de Gustavo Garzón (siempre infalible para hacer reír y para los momentos más duros) y Marco Ricca, quien trasciende el estereotipo del brasileño alegre y sensual. Sueño Florianópolis divierte como comedia y sale adelante cuando se pone más dramática, pero jamás renuncia a su condición de estudio de una familia en medio de una etapa crucial de su vida.
33MDQFilmFest: Un encuentro con clásicos y modernos. Sueño Florianópolis, de Katz (Mi amiga del parque), abrió el festival con su aventura de una familia de clase media que emprende un viaje a Brasil en los años ’90. Claroscuros, cierta liviandad moral e indiferencia ante el futuro afloran en este grupo humano encarnado con gracia por Mercedes Morán y Gustavo Garzón junto a Manuela Martínez y Joaquín Garzón, hijos adolescentes de una y otro respectivamente. Por momentos el film parece contagiarse del ánimo vacacional de sus personajes, que se enredan en amoríos sin mucha convicción y sortean diversos incidentes sin alterarse demasiado. El guión, escrito por Ana y su hermano Daniel Katz, intenta una radiografía del argentino medio sin subrayados costumbristas.
Familia argentina de vacaciones en Florianópolis. Lucrecia (Mercedes Morán) y Pedro (Gustavo Garzón) viajan a Brasil junto a sus hijos (Manuela Martínez y Joaquín Garzón), ambos adolescentes. Ya habían visitado Florianópolis una década atrás, cuando las cosas eran muy diferentes. La pareja está en crisis y en consecuencia la familia también. Desde el inicio se ve que no pueden ser las vacaciones ideales, pero queda mucho camino por recorrer y varias situaciones moverán el piso de los cuatro personajes. La comedia parece quedarle mejor al cine de Ana Katz, El juego de la silla y Los Marziano, aunque eran muy diferentes entre sí, mostraban una eficacia y una sutileza para tratar con humor la historia y poner a los personajes en un espacio tragicómico que funcionaba muy bien. En Sueño Florianópolis los apuntes naturalistas resultan aburridos y carentes de cualquier interés. No hay un solo actor del elenco que tenga el tono adecuado, aunque la peor parte de la llevan justamente Gustavo Garzón y Mercedes Morán, a quienes en esa búsqueda de sutileza naturalista la directora los expone en su condición de actores que están todo el tiempo actuando. Se ve su actuación, ni por asomo tienen los matices que Ana Katz intenta darle a la película. Es posible que esta tensión haga que se desmorone todo el plan. Da la impresión de querer ser una comedia, pero difícilmente logre algo más que una sonrisa. Hay momentos en que la película se vuelve minuciosa para describir las situaciones más mundanas y –esto sí es bien de la directora- explorar el aspecto patético de la vida cotidiana. En lugar de disimular la ridiculez de las personas, la expone, no se trata de un error, así es el cine de Ana Katz y se mantiene coherente. Los personajes dejan que las cosas pasen, no parecen tener un ímpetu ni una búsqueda, simplemente dejan que todo ocurra. Están por momentos aburridos, en general apáticos y las vacaciones los sacan solo en algunos instantes de ese estado. Hay una violencia latente, enojos, frustraciones, y la película los distribuye con inteligencia. El problema es que a la falla de los actores hay que sumarle que la película también se vuelve apática, distante y aburrida al verla. No hay interés por esta familia ni lo que le pasa. A diferencia de los otros films mencionados, acá lo que domina es la indiferencia, nada de lo que ocurre nos conecta con la familia, sus vacaciones o sus historias.
El regreso de Ana Katz al cine propone una mirada sobre el universo de una pareja en crisis que cree que unas vacaciones en Brasil podrán solucionar diferencias irreconciliables. Mercedes Morán se destaca en una propuesta que pierde ritmo hacia el final del relato, pero que logra componer una atmósfera potente sobre la familia y sus derivados.
Hay pocos directores (y muy pocas directoras) capaces de construir un estilo, de conseguir un tono tan personal que permite identificarlos con solo ver un plano de una de sus películas. Eso es lo que ocurre con el espíritu tragicómico y querible de Ana Katz. Sus historias pueden transcurrir en lugares, tiempos y circunstancias muy disímiles, pero hay algo (una mirada del mundo, una sensibilidad particular) que unifica a las atribuladas criaturas de su filmografía. Sus personajes están siempre al borte del patetismo, pero la realizadora y guionista combate la mirada cínica y despiadada con una dosis de ternura y comprensión que termina por entenderlos y, de las formas más insospechadas, por redimirlos. En el caso de Sueño Florianópolis no solo describe las desventuras de una típica familia de esas que inundaron las playas de Brasil en tiempos de cambio favorable (1992 en ese caso), sino que de alguna manera genera una retrato (y cuestiona ciertas miserias) de la clase media argentina en su conjunto. De lo particular a lo general, el film genera desde su arranque cierta identificación (y rechazo) al vernos reflejados en ciertas actitudes poco nobles como la de arrasar con el desayuno o robarse algunos elementos de un hotel. Lucrecia (Mercedes Morán) y Pedro (Gustavo Garzón), ambos psicólogos, son un matrimonio de larga data que está en avanzado proceso de separación (ella más decidida que él), pero igual deciden viajar con sus dos hijos adolescentes, Julián (Joaquín Garzón) y Flor (Manuela Martínez), rumbo a Florianópolis a bordo de un destartalado Renault 12 Break. Tras un interminable y accidentado derrotero, llegan al supuesto paraíso de la alegría brasileña, pero el departamento alquilado con antelación resulta ser una pocilga. Visiblemente decepcionados, optan por trasladarse a una casa bastante alejada y de difícil acceso que les ofrecen unos lugareños, Marco (Marco Ricca) y Larissa (Andrea Beltrão), a los que habían conocido de manera casual en el camino de ida. Entre las rencillas inevitables de toda experiencia vacacional, las tensiones entre esa pareja en disolución (que alguna vez disfrutaron de un viaje idílico al mismo lugar), las diferencias generacionales (los adolescentes están más interesados en experimentar su independencia que en sus padres) y las tentaciones (tanto Lucrecia como Pedro se sienten atraídos por sus huéspedes brasileños), Katz va tejiendo su habitual universo tragicómico, un poco provocador, algo incómodo, pero siempre fascinante. Con los valiosos aportes de Gustavo Biazzi en la fotografía y un sólido elenco en el que se destacan Morán (en su cuarta película en cuatro meses tras El amor menos pensado, El Ángel y Familia sumergida), Garzón y Ricca, Katz nos transporta a un universo de playas, litros y litros de cerveza y caiprinha, camarones, karaoke y paseos acuáticos, con romances cruzados, celos y esas sensaciones contradictorias que suelen potenciarse en tiempos de vacaciones. El film -leve y entrañable como una comedia rohmeriana- tiene un inevitable sesgo nostálgico, pero la mirada melancólica nunca está subrayada, recargada ni interfiere con el retrato íntimo, con las facetas más sensibles de la historia. Es, sí, una película de redescubrimiento, sobre el fin de una era (el adiós de un matrimonio, las últimas vacaciones con los hijos) y las inquietudes, las dudas, los temores que generan los cambios para el inicio de una nueva.
A pesar de llevar casi dos años de vivir en casas separadas, Pedro y Lucrecia cuentan con 22 años de matrimonio y sufren la incertidumbre sobre seguir juntos o divorciarse definitivamente. Pero volverán a postergar esta decisión para irse a vacacionar junto con sus dos hijos a un Florianópolis distinto a lo que ellos memoraban.
Uno espera especialmente cada nueva película de Ana Katz, una realizadora personal, original, que también escribió el guión junto a Daniel Katz. Como en sus films anteriores (“La chica del parque”, “La novia errante”) ella pone su sello, su estilo. Esa manera tan especial, como en este caso, de utilizar el humor, de mostrar a una familia de clase media argentina tan reconocible en sus dichos, sus mandatos, sus pequeñas miserias, con el barniz de una alegría, alentada por las vacaciones, pero con la inteligencia de descubrir todo lo que bulle en el interior de sus criaturas. Cada situación amable, graciosa tiene un corrimiento que nos permite vislumbrar mucho más, la dimensión de cada situación, sin caer en la crueldad, pero desnudando sentimientos. Una pareja de psicólogos, “técnicamente separada”, como ellos mismos definen, van en busca de un sueño nostálgico y perdido. Recordar otro tiempo, otras vacaciones en un lugar que ya no es ni por casualidad ese paraíso irremediablemente perdido. Van hacia la ilusión de ese paréntesis en un lugar distinto, años del menemismo, lugar común de descanso perfecto, quizás con la esperanza de una solución mágica. Deseos, comunicación, redescubrimiento del erotismo, la libertad tan añorada, la frustración tan temida, la relación con los hijos que inevitablemente jugaran la suya. Mercedes Morán es la protagonista calma y sutil, extraña habitante de una realidad que la excita y la retrae. La que ve y no ve lo que le ocurre. Gustavo Garzón se luce con su personaje difícil e incómodo. Sus hijos de ficción, son Joaquín Garzón, hijo de Gustavo y Manuela Martínez, hija de Mercedes. Un film encantador y amargo al mismo tiempo que disimula sus aristas rugosas con esa “alegría tropical” que nunca alcanza.
Pedro y Lucrecia son psicoanalistas. Están en pleno proceso de divorcio pero aun así deciden tomarse vacaciones juntos: un viaje largo en un auto en condiciones no del todo apropiadas y con sus dos hijos adolescentes a bordo, toda una pequeña odisea familiar que pinta para desastre. La historia de la nueva película de Ana Katz se desarrolla en los inicios de los 90, la época de esplendor de la convertibilidad del gobierno de Carlos Menem, aquella que le permitió a una buena parte de la clase media argentina viajar por el mundo con cierta comodidad. Y lo cierto es que la directora (también una sólida actriz que aquí solo aparece en un fugaz y divertido cameo) sabe cómo capturar los vicios, miserias y debilidades de ese grupo social de carácter siempre voluble con una precisión qirúrgica, ilustrando con pequeños detalles (la ambición de dominar súbitamente un idioma ajeno, el aprovechamieto de la mínima oportunidad para sacar alguna ventaja nimia en situaciones pedestres) los modales más corrientes de un comportamiento prototípico y, como tal, muy reconocible. Si hay algo que Katz ha demostrado a lo largo de su virtuosa filmografía ( El juego de la silla, Los Marziano, Una novia errante) es su meticulosa capacidad de observación y su sagacidad para transformarla en ficciones que modulan la crítica con agudeza y sin cinismo, que protegen a sus personajes sin ser condescendiente con ellos y que abren interrogantes en lugar de ofrecer respuestas categóricas. En ese viaje que, como remarca el personaje que Mercedes Morán interpreta con su solvencia habitual, es radicalmente diferente a uno anterior, aunque el destino sea el mismo (Florianópolis, la meca del turismo argentino que podía estirar el presupuesto para cruzar alguna vez las fronteras del país), cada integrante de ese grupo familiar descubrirá algo de sí mismo, relacionado con el amor, la independencia o los deseos reprimidos. Katz se acerca a ellos con humor y delicadeza, revela sus intimidades con franqueza y con pudor (colabora mucho en ese sentido el excepcional trabajo de Gustavo Garzón). Y consigue ponernos en el lugar de los protagonistas con otra maniobra lúcida: la decisión de no traducir los parlamentos de los personajes brasileños provoca esa sensación de extrañamiento tan usual cuando estamos lejos de casa y nos hace sentir parte de la aventura de Sueño Florianópolis, un viaje difícil de olvidar.
UN PASAJE HASTA AHÍ El juego de la silla, Los Marziano, Mi amiga del parque, como se ve a Ana Katz la comedia le sienta bien, aún cuando sus películas no sean comedias típicas y estén más cerca de cierta tragedia. La tragedia, en todo caso y en su cine, es la de ser humanos y tener que entrar en fricción con otros seres humanos: por eso, además, que el objeto de estudio de la directora sea la familia, esa célula que sintetiza su universo cinematográfico. En Sueño Florianópolis nuevamente una familia toma el centro, aunque progresivamente descubriremos cómo está compuesto ese núcleo en apariencia sólido de padre, madre, hija e hijo. Entonces ¿qué mejor que enfrentar a la familia al mayor generador de crisis? Las vacaciones… Estamos en los 90’s y el beneficio cambiario (remarcado por los personajes) permite este descanso argento en tierras brasileñas. A partir de la construcción de los vínculos familiares, el cine de Katz está plagado de lazos que se resisten a romperse por el bien de las apariencias y las tradiciones, aunque su mirada es principalmente cómica y puntualmente sardónica. Al menos es lo que intenta nuevamente en Sueño Florianópolis, donde la mayor falla es precisamente que esa mixtura de humor y drama que siempre funciona aquí luce decididamente desangelada: en el humor la película recurre muchísimas veces (tal vez demasiadas, al borde del único recurso) a la típica canchereada argenta del uso de un portuñol amañado: algo que en un comienzo puede leerse como una crítica a cierta clase social, pero que se vuelve absolutamente repetitivo. Si Katz trabaja, a partir del matrimonio que integran Mercedes Morán y Gustavo Garzón, la crisis de personajes que se encuentran a la deriva, el mayor error es sumar lo narrativo a esa deriva. La película, entonces, parece ir para ningún lado de la misma manera en que lo hacen sus protagonistas. Otro aspecto cuidado del cine de Ana Katz son las actuaciones, y en ese sentido hay que decir que Morán y Garzón están perfectos, sosteniendo una química impecable (aún en personajes que por momentos carecen de química entre ellos), y construyendo ese choque con lo otro desde una experiencia absolutamente física: esas caminatas playeras, esa búsqueda de confort en una naturaleza extraña. De hecho, esto desemboca en la mejor escena de la película, una secuencia onírica donde el regreso a lo primitivo parece ser la salvación de las tradiciones y ese lugar donde los personajes terminan encajando. Pero esa secuencia, además, sobresale por el nivel de extrañeza que genera, por romper con cierto esquematismo narrativo de una película que va perdiendo la gracia a medida que avanza. Si muchas veces el cine de Katz explora premisas que no logra sostener del todo, Sueño Florianópolis no va mucho más allá de lo que en un comienzo podíamos pensar de ella. El borrador de una gran historia o, apenas, una película menor dentro de una filmografía de lo más gratificante.
Los 90 fueron de ellos Ana Katz (Los Marziano, Una novia errante, Mi amiga del parque) es sin duda la directora argentina que mejor logró mezclar el cine de autor con la comedia, asumiendo riesgos narrativos y estéticos dentro de un género que se rige por las convencionalidades y el lugar común. Sueño Florianópolis (2018) está ambientada en los años 90, y relata las vacaciones familiares de una familia de clase media argentina que en épocas de paridad cambiaria emprende un viaje en auto al balneario brasileño. Un matrimonio de psicoanalistas que han decidido vivir técnicamente separado y sus dos hijos adolescentes son los protagonistas de una historia que funciona como espejo de una clase social que ascendió rápidamente en lo económico pero con manías de miserabilidad. Katz trabaja la historia con un estilo retro buscando empatía con el espectador que vivió esa época. Para eso apuesta a un tono de comedia melancólica con personajes que funcionan como un reflejo y actitudes que viran entre la miseria y las apariencias. Por suerte Katz evita caer en las típicas últimas vacaciones familiares y el duelo de la inminente separación para trabajar sobre la vida sexual de los personajes, de distintas generaciones, a través de un erotismo no explicito, pero sí de acciones que los sacan de su zona de confort. Los personajes se la juegan y hacen lo que sienten. También es interesante el rol de la mujer, ya no en estado de pasividad sino tomando la iniciativa. Mercedes Morán (impresionante como siempre), Gustavo Garzón y sus hijos Manuela Martínez y Garza Garzón, son los responsables de poner en escena a una clásica familia porteña con todos los tópicos característicos. El hecho de que sean los hijos verdaderos aquellos elegidos para interpretarlos hace que el vínculo familiar sea aún más creíble, logrando que lo inverosímil se vuelva verosímil ante la química que se genera en el cuarteto. Una misma historia puede ser contada de mil maneras diferentes, con un tono que dependerá del punto de vista y el género elegido. Sueño Florianópolis podría haber sido un drama meloso o una comedia ingeniosa. Katz optó por la segunda opción y el resultado valió la pena, más allá que sobre el final la trama se sienta un tanto reiterativa, la primera parte es colosal.
Momento de libertad. Tras los premios recibidos en el Festival de Karlovy Vary de República Checa —Premio especial del Jurado, de la Federación Internacional de Prensa y Mejor actriz— y el buen recibimiento en el Festival de San Sebastián, se estrena comercialmente la película Sueño Florianópolis, dirigida por Ana Katz —conocida por El juego de la silla (2002) y Mi amiga del parque (2015). En este film vemos como Lucrecia (Mercedes Morán) y Pedro (Gustavo Garzón), a pesar de estar “técnicamente separados”, viajan a Florianópolis con sus jóvenes hijos, Julián (Joaquín Garzón) y Flor (Manuela Martínez). Allí, le alquilan una casa veraniega a Marco (Marco Ricca), un lugareño que aún vive con su ex esposa y con su hijo. Inmediatamente nos adentramos en un mundo de playa, caipiriñas, cervezas y karaoke. Pero bajo esa superficie idílica para muchos, también nos encontramos con tensiones familiares y de pareja, incluyendo celos, contradicciones y tentaciones. Ambientada en los 90, la película retrata fielmente a la clase media argentina de la época, y especialmente la relación que tienen los argentinos con Brasil, viendo a sus paisajes como paradisíacos y a sus habitantes como despreocupados, libres y aventureros. Esa libertad, esa bocanada de aire fresco es precisamente la que necesita la familia protagonista, y la razón por la cual viajan. Por un lado, Flor y Julián necesitan liberarse de la dependencia de sus padres, mientras que Pedro y Lucrecia, por el otro, de la cotidianidad en la pareja, además de que Lucrecia, más en específico, del rol de señora correcta, y de ser siempre alguien en relación a otro, por lo cual intentará recuperar la sensación de individualidad y de autosuficiencia que perdió, o que quizás nunca tuvo. El guion, escrito por la directora junto con su hermano Daniel Katz, con quien ya había colaborado en 2011 para Los Marziano, se destaca por no refugiarse en clichés ni justificarse poniéndole etiquetas y encasillando a las diversas circunstancias por las que pasan los personajes, como bien podrían ser la crisis de la mediana edad, o el síndrome del nido vacío. Por el contrario, mediante la narrativa se profundiza y se va más allá, añadiéndole complejidad y tridimensionalidad a los personajes. El punto débil de este film es que, acercándose al final, pierde su ritmo y solidez. Esto puede deberse a que cada miembro va en busca de esa libertad que anhela, pero al querer todos cosas diferentes, esto provoca que el hilo argumental principal se vuelva confuso, y que la trama se disperse. Sin embargo, la fotografía, la banda sonora y las cálidas actuaciones generan que uno salga de la sala con un aire melancólico, pero a la vez renovador, teniendo la sensación, al igual que los protagonistas, de que todo lo que ocurrió fue efímero pero trascendental. Y es que el viaje geográfico no fue necesario, ya que viajar a la mente de Ana Katz fue suficiente.
La nueva película de Ana Katzluego de Mi amiga del parque,sumerge a una familia en tiempos vacacionales, en los que afloran nuevos sentimientos y deseos en un escenario distinto al cotidiano. Sueño Florianópolis está ambientada en 1992, cuando Lucrecia -Mercedes Morán- y Pedro -Gustavo Garzón- parten junto a sus hijos adolescentes Flor y Julián rumbo a un nuevo sueño, aunque no todo lo que brilla es oro. Ya en la ruta el auto se queda sin nafta y reciben la ayuda de un brasileño que termina alquilándoles su casa para pasar sus vacaciones. Este es el punto de partida de un relato que va exponiendo los deseos y vínculos de cada uno de los integrantes del clan a través de toques de humor -cuando intentan hablar portugués o cuando quieren llegar a la casa ubicada en una zona poco accesible- y los permisos que deciden darse para poder estar mejor. Lucrecia y Pedro son dos psicoanalistas que postergan la decisión de separarse luego de 22 años de matrimonio porque llegan las vacaciones, pero ambos encontrarán sorpresas: ella con el casero Marco y él con la ex mujer de éste- mientras que su hija Flor conoce a César, el hijo del lugareño, y Julián su otro hijo prefiere otras playas para poder divertirse con gente de su edad. Entre encuentros, una convivencia forzosa y desencuentros amorosos, la trama sigue el periplo de la pareja con situaciones reconocibles y amores de verano. Esta radiografía de la clase media es quizás la película más lograda de su directora -quien también se guarda un divertido cameo en la playa- que atrapa con una historia bien llevada por sus intérpretes. Ni los que están el el paraíso y ni los que llegan del infierno de la urbe parecen encontrarse con ellos mismos, aunque sea sólo por unos días, entre arena, sol, caipirinhas y una Florianópolis anti turistica.
La clase media al sol En Sueño Florianópolis, la directora de Mi amiga del parque vuelve a leer con certera sensibilidad el inconsciente argentino. Una vez más, brilla el humor leve pero siempre filoso, que caracteriza su cine. Una vez más Ana Katz vuelve a leer con certera sensibilidad el inconsciente del gen argentino. Y así, pintando su aldea, ofrece al mismo tiempo un fresco que puede ser un espejo de lo humano en un sentido más amplio. Porque siendo muy “criolla” en el trazo de las situaciones, en la composición de sus personajes, en el retrato de sus códigos y sus formas de vincularse con lo extraño de un mundo familiar, pero ajeno, Sueño Florianópolis es también poderosamente universal. Su quinta película, además, vuelve a evidenciar virtudes que se extienden por su filmografía completa. La solvencia en el manejo depurado de recursos como el humor, leve en apariencia pero profundo y filoso; una gran capacidad para desarrollar el drama sin ponerse solemne ni trágica; y la voluntad innegociable de sumergirse en sus criaturas para extraer de ahí lo que el relato demanda, sin exponerlas ni aprovecharse de ellas, pero sin caer tampoco en la tentación del maternalismo o la condescendencia. Todo esto para contar la historia de una familia tipo –madre, padre, hijo, hija–, que a comienzos de los ‘90 parten hacia las playas de la isla más argentina del Brasil, en un viaje en el que se juega mucho más que la promesa de descanso de unas simples vacaciones. Katz introduce el registro de época, un detalle importante del relato, de forma elegante: la ausencia de tecnología Smart, una remera de Nirvana, el modelo de los autos. La película arroja su ancla en esa posibilidad de salir al mundo que los primeros años del menemismo representaron para la clase media más pura y dura. Porque Sueño Florianópolis también funciona, de forma tangencial, como retrato de ese sueño de prosperidad, de aquel carpe diem que finalmente no resultó inocuo, del mismo modo en que estas vacaciones no lo serán para la familia protagónica. Pedro y Lucrecia componen un matrimonio de psicoanalistas que si bien ya no están juntos, tampoco están separados. En ese complicado estatus deciden emprender la excursión a Floripa. Junto con ellos van Flor y Julián, sus dos hijos, adolescentes pero no tanto como para no encarar el viaje con planes propios. Desde el comienzo la travesía dista mucho de ser soñada. Se quedan sin nafta en la ruta dentro de una auto viejo y sobrecargado; una parada imprevista en un hotel de mala muerte; la llegada a la casa alquilada a “dueño directo”, que resulta ser una pocilga. Claro que en cada una de estas instancias también existe el componente argento: chamuyarse a la conserje del hotel para que les permita meterse a los cuatro en una habitación para dos (y pagar por dos); salir rajando cuando el destino elegido dista de lo imaginado; el impagable portuñol italianizado de Mercedes Morán y Gustavo Garzón, extraordinarios en sus roles. Como si se tratara de la famosa Isla de la Fantasía de Ricardo Montalbán y Tatú, los cuatro personajes depositan en Florianópolis diferentes esperanzas. Si Pedro aspira a recomponer el vínculo con Lucrecia, esta en cambio parece más dispuesta a dejarse llevar por la situación. Mientras tanto los chicos, cada uno a su modo, comienzan a jugar con la idea de empezar a ser grandes. Como en un sueño, la idiosincrasia brasilera habilita con generosidad la posibilidad de cumplirle a cada uno esos y otros deseos. En ese punto la profesión de la pareja protagónica no resulta una elección aleatoria. Hay algo de proyección en esas vacaciones, algo de represión liberada operando en los personajes. En ese sentido la pareja de pacientes peleadores que Pedro y Lucrecia se cruzan por todas partes (y de los cuales se ocultan), funciona casi como un acto fallido. En los escandalosos enfrentamientos públicos de esos otros, que al mismo tiempo los avergüenza y los divierte, tiene lugar de forma explícita lo que en ellos se da sotto voce. Y así como el viaje a Floripa es veladamente aspiracional, aquella pareja de pacientes, los Benítez, son capaces de convertir en acción y de poner en palabras todo lo que los protagonistas no saben cómo. Será que en casa de herrero… Por todo eso y más Sueño Florianópolis resulta, entre otras cosas, un espejo sublime de la clase media, de un momento histórico y de la argentinidad. Es decir: del ser humano.
Las playas brasileñas fueron el paraíso de la clase media argentina en la década del "90 y Ana Katz traslada esa etapa a "Sueño Florianópolis" para contar las vivencias de una familia tipo a punto de separarse. En ese universo de caipirinhas, arena, mar y banana boat aparece reflejado un poco lo que es el comportamiento argentino en el exterior. Con esas "argentinadas" que nos identifican y avergüenzan a la vez, como llevarse algún souvenir del hotel y "mandar fruta" con el idioma, en este caso el portugués. La quinta película de Katz -ganadora del premio especial del jurado en Karlovy Vary por este filme- sigue a los psicoanalistas Lucrecia (Mercedes Morán) y Pedro (Gustavo Garzón), un matrimonio que viaja a Florianópolis junto a sus hijos adolescentes, Julián (Joaquín Garzón) y Florencia (Manuela Martínez). Cuando ellos llegan a la isla se encuentran con que el departamento que habían alquilado desde Buenos Aires (sin tener referencias, claro, porque no había internet) está en un estado deplorable. Entonces deciden contactar a unos brasileños que conocieron por casualidad en la ruta, Marco (Marco Ricca) y Larissa (Andrea Beltrao), para alquilarles una casa. Alejados de todo e influenciados por las delicias del ambiente tropical, Lucrecia y Pedro, que están evaluando el tema de la separación y cuyos hijos ya son algo grandes para pasar tiempo con ellos, se atreven a explorar nuevos horizontes y a experimentar otro tipo de libertades. PADRES E HIJOS La realizadora de "Una novia errante" y "Mi amiga del parque" nuevamente vuelve a poner el foco en un personaje femenino y sus impresiones sobre las relaciones de pareja y la familia. Esa familia que constituye en "Sueño Florianópolis" es uno de los aspectos más ricos del filme. La cineasta eligió a los hijos de los actores -en la vida real- para que encarnaran a los de la ficción. Manuela es hija de Morán y Joaquín, de Garzón. La decisión de priorizar la naturalidad del vínculo es lo que termina de darle solidez a ese grupo de personajes en la película. "Sueño Florianópolis" es nostálgica, íntima, pero sobre todo personal. La filmografía de Ana Katz está marcada por la hibridación entre el drama, la comedia y el absurdo. Una directora que sabe correrse de lo convencional para contar historias de mujeres auténticas.
“Sueño Florianópolis”, de Ana Katz Por Gustavo Castagna Aquel sueño de la clase media de los 90, en el supuesto paraíso “Floripa”. Aquella Argentina, aquellos argentinos, aquellas “familias tipo” Ana Katz vuelve a colocar su sutil bisturí cinematográfico en las descripción de un clan familiar (como en Los Marziano), en las soledades y rupturas afectivas (como en La novia errante), en los miedos y temores aun pequeños o insignificantes (como en Mi amiga del parque). Retorna para desmenuzar cierta neurosis de un clan familiar pero sin estallidos catárticos y un sinuoso estado de las cosas que nunca explotará en exceso sino que la directora volverá a manejar con breves pinceladas, detalles ínfimos, cruces de miradas, recorridos y caminatas, inconvenientes lingüísticos (¡“el portuñol”!) y recuerdos por aquellos buenos tiempos que no vuelven y que ahora se manifiestan en ese mismo paisaje, similar pero distinto. Y está bien que el matrimonio de Lucrecia y Pedro (Mercedes Morán y Gustavo Garzón, excelentes ambos) sean psicoanalistas y una pareja separada pero no del todo, tal vez supeditada a ver qué pasará durante esas vacaciones a inicios de los 90, que se emprende con dos hijos ya no adolescentes, con un modo de vida distinto al de los progenitores, acaso parecido o diferente porque el tiempo pasa y la mirada es distintas, ya que observa de otro modo, se proyecta y se asocia (casi) de manera permanente. Y aparecerán, por esas brillantes casualidades y azares de un guión perfecto a cargo de los hermanos Katz, una pareja (complementaria) de lugareños brasileños, espejos y reflejos de otro modo de vida al del matrimonio visitante. Y surgirá la atracción y las cosas que la pareja extranjera no se dice, pero se palpita en cada gesto y mirada, en especial, de Lucrecia hacia el anfitrión. Y el arco se cerraría con otra pareja, mostrada de manera fragmentada, argentina, a los gritos en ese paisaje, peleándose y reconciliándose ante la “mirada de los otros”, es decir, de sus psicoanalistas. Esa lectura observacional que Katz propone a sus personajes tiene su base argumental en las películas de Rohmer, acaso en los cuentos de las estaciones. Pero la astucia de la directora es no aferrarse únicamente a la palabra y al texto “banal” que tan bien manejaba el director francés. En Sueño Florianópolis, Katz promulga una extraña simbiosis entre materiales rohmerianos fusionándolos a ciertas atmósferas procedentes de los mejores exponentes del cine de Woody Allen. Y esto va más allá de la profesión de Lucrecia y Pedro. Katz confía, como siempre, en husmear a sus protagonistas en lugar de juzgarlos, en desnudar sus flaquezas y debilidades (también algunas de sus miserias) pero jamás acusándolos por sus comportamientos y decisiones. Para lograrlo, como ocurre en Sueño Florianópolis, se vale de un soterrado y subliminal humor, nunca explícito (allí el reflejo principal va hacia Los Marziano), insinuante en sus casi escamoteos, contundente en su susurrante exposición. Sueño Florianópolis confirma (otra vez) a una de las realizadoras más importantes y originales de las últimas dos décadas. SUEÑO FLORIANÓPOLIS Sueño Florianópolis. Argentina-Brasil-Francia, 2018. Dirección: Ana Katz. Guión: Ana Katz y Daniel Katz. Fotografía: Gustavo Biazzi. Música: Maximiliano Silveira, Beto Villares, Erico Theobaldo y Arthur de Faría. Edición: Andrés Tambornino. Dirección de arte: Gonzalo Delgado. Sonido: Jésica Suárez. intérpretes: Mercedes Morán, Gustavo Garzón, Marco Ricca, Andrea Beltrão, Manuela Martínez, Joaquín Garzón, Caio Horowicz. Duración: 106 minutos.
Verano de 1992. Gracias al cambio favorable, los argentinos viajan en manada hasta las playas brasileñas. Florianópolis, la más cercana, exige 1.752 kilómetros de ida y otros tantos de vuelta. Y allí van, madre, padre y dos hijos adolescentes, en un auto que aguanta más de lo que puede. Algo similar pasa con el matrimonio. De hecho, sus integrantes se definen como técnicamente separados, pero todavía veranean juntos. ¿Lo hacen como un intento de reflotar la pareja, o es un trámite de cierre civilizado? Sería cosa de preguntarle a un psicólogo. Bueno, ellos dos son psicólogos. Ana Katz revive en tono de comedia amable aquellos tiempos previos a la explosión cibernética e inmobiliaria, con los avatares del viaje, la búsqueda de asentamiento, la adaptación a un ambiente entonces algo más silvestre, y sobre todo el encuentro con una pareja de brasileños también técnicamente separados pero bien relajados y quizá demasiado hospitalarios. “¿Este tipo siempre anda en sunga?”, se molesta el argentino cuando el otro se acerca con excesiva cordialidad. La mujer, en cambio, no parece molesta. Ya dijimos, es una comedia amable. Con el tono propio de un relato de vacaciones (en sentido amplio), tiene su costadito picaresco, linda pintura de costumbres, buen cotejo de mentalidades, de ilusiones y oportunidades para que cada uno pueda decidir un cambio en su vida, o no, y tiene también una puntita de melancolía. Amén de un elenco exacto, bien preciso, con Mercedes Morán, siempre creíble, a la cabeza. La mejor película de Katz, hasta el momento.
A esta altura de su carrera como cineasta, con cinco buenos largometrajes en su haber, podría definirse a Ana Katz como una especialista en costumbrismo de la clase media porteña. Pero, aguda observadora, no se limita a reproducir situaciones cotidianas a la manera de algunas tiras televisivas -responsables, tal vez, de que “costumbrismo” haya pasado a ser para muchos una mala palabra-, sino que pone la mirada en la incomodidad, los equívocos, los pliegues que no se detectan a simple vista. A veces con resultado preponderantemente cómico (El juego de la silla); otras, inquietante (Mi amiga del parque): cualquiera sea la sensación que prevalezca, esa combinación siempre tiene un potente efecto dramático. Es lo que vuelve a conseguir en Sueño Florianópolis, cuya sinopsis podría inducir al error de confundir esta agridulce historia con una comedia de enredos. A principios de la década del ’90, una familia tipo porteña se lanza a pasar unas semanas de vacaciones a la meca del veraneo argentino: Brasil. Pero los padres se encuentran en vías de separación y los hijos tal vez ya estén demasiado grandes para un veraneo de a cuatro: de movida, hay un enrarecimiento del ambiente que favorece las múltiples lecturas de lo que sucederá. El foco está puesto en los mayores, que a los cincuentilargos están viendo cómo se apaga la llama de su matrimonio. Pero las vacaciones son siempre una tregua de la vida cotidiana, un paréntesis en el que cualquier cosa puede suceder (o al menos así nos gusta creerlo) y hay permisos para la experimentación y usar máscaras distintas de las que se llevan durante el resto del año. Y qué mejor lugar para eso que Brasil, tierra prometida de libertad y espontaneidad tropical. Con una perfecta ambientación de época, Katz juguetea con los lugares comunes de ambos países -la picardía criolla, la neurosis porteña, el portuñol, la informalidad y frescura brasileñas- mientras muestra el final de una pareja. Mercedes Morán y Gustavo Garzón son los intérpretes ideales de este par de psicoanalistas, con su contraparte brasileña y sus respectivos hijos en la vida real -Manuela Martínez y Joaquín Garzón- como acompañantes a la altura. Los diálogos son tan naturales que parecen improvisados. Pero tal vez lo más importante no sea lo que se dice, sino -punto a favor de Sueño Florianópolis- lo que se ve y se siente.
Ana Katz volvió a hacerlo. Con su habitual precisión, sensibilidad y sentido del humor construyó en "Sueño Florianópolis" un relato sobre todo lo que no se ve a simple vista o no siempre se manifiesta: los afectos, las emociones, las consecuencias de los encuentros y los desencuentros. Es decir: todas esas cosas que pasan mientras se vive. Pero también sobre la pareja, el amor, los hijos. Como ya lo hizo en "El juego de la silla", "Una novia errante" o "Los Marziano", apela a los rituales cotidianos de la experiencia compartida. En este caso lo hace a través de una pareja, Pedro y Lucrecia, a cargo de Gustavo Garzón y Mercedes Morán, que viajan a Florianópolis para pasar, quizás, sus últimas vacaciones con sus dos hijos adolescentes. Los argentinos se hospedan en la cabaña de una pareja de brasileños y en ese ámbito de libertad con fecha de vencimiento, de sueño como lo sugiere el título, se permiten ser otros, tanto los hijos como los padres. Con un humor genuino que se genera en el absurdo y no en el gag o en el chiste, Katz se lanza a la exploración de los rituales familiares y las convenciones sociales -el disfrute forzoso, la sexualidad- y desafía hasta en el último minuto del filme la imposibilidad de los personajes de tener el control sobre su vida y sus sueños.
Ya sea por la rutina abordada como por la reconocible clase media retratada, Sueño Florianópolis es la película más convencional de Ana Katz hasta la fecha: los énfasis amargos, graciosos o incómodos de filmes como Una novia errante o Mi amiga del parque se amenizan en un enfoque tan amplio y relajado como el mar y las vacaciones. La resignación de personalidad en pos de universalidad se hace explícita en una escena en que el matrimonio protagónico de psicólogos Lucrecia (Mercedes Morán) y Pedro (Gustavo Garzón) espía a su pareja de pacientes neuróticos discutiendo entre las rocas, uno de ellos Katz: el brote de elocuencia que el filme decide minimizar. Pero Sueño Florianópolis guarda un as de singularidad bajo la manga: la profesión autoconsciente de la dupla que preside el viaje es clave para instalar un cruce sutil entre costumbrismo y drama moderno, picaresca y comedia existencial. Y es que la familia tipo que atraviesa la frontera en su Renault e improvisa un portuñol en los albores de la década de 1990 es también una que mantiene el vínculo a pesar de la separación conyugal, aspecto ya no tan común en el reflejo generacional. Es ese espacio indefinido de afecto y libertad entre Lucrecia y Pedro –en ella experimentado de manera natural, en él resistido- lo que hace a la película tan sensible como memorable. La cámara se apoya no tanto en los lugares comunes de toda estadía brasilera como en las miradas y los silencios, el instante luminoso en que padres e hijos flotan en el agua. Katz suma otra ola al concentrarse en el paréntesis aparte que vive Lucrecia, que Morán interpreta con soltura admirable. Son numerosos los matices expresivos de la mujer de mediana edad que se responsabiliza por sus retoños de rebeldía adolescente a la vez que se deja seducir por Marco (Marco Ricca), que oficia de alma del grupo y se adentra solitaria en la distancia del océano con un pequeño bote en uno de los momentos más bellos. Así como el argentino toma conciencia de su gentilicio en el extranjero, así también estos personajes asumen su realidad más allá del fuera de campo de sus vidas aun cuando la experiencia dure solo un verano.
Ana Katz logró con apenas cinco largometrajes construir su propio estilo y universo, eso que muchos cineastas tardan en encontrar. Desde su notable ópera prima, “El juego de la silla” (2002), Ana Katz se interesó por la comedia dramática, la exploración de la clase media argentina, y un fascinante análisis sobre las mujeres. Esa especial sensibilidad la ha catapultado –en un ambiente donde predominan los directores masculinos- como una de las cineastas más talentosas del cine argentino. “Sueño Florianópolis”, su nuevo largometraje, está guionado junto a Daniel Katz, y tiene en su reparto a la gran Mercedes Morán, Gustavo Garzón, Marco Ricca, Andrea Beltrão, Joaquín Garzón y Manuela Martínez. Ambientada en los años 90. A pesar de vivir en casas separadas, Pedro y Lucrecia, cuentan con más de 20 años de matrimonio y sufren la incertidumbre de divorciarse definitivamente o intentar volver a empezar. La decisión queda postergada cuando emprenden unas vacaciones a Florianópolis, Brasil, junto a sus dos hijos. Lejos de lo que podría ser un clima de tranquilidad, Pedro y Lucrecia iniciarán nuevos romances que no harán más que fragmentar la relación familiar. La conformación del equipo de “Sueño Florianópolis” es el resumen de las búsquedas que tiene la cinta hacía el mayor naturalismo posible. No hay plasticidad, es un film realizado en familia, con el hermano de Ana Katz como guionista, y la interpretación de los hijos, tanto de Mercedes Morán, como de Gustavo Garzón. Esa es la principal fórmula por la que esta película fluye de principio a fin. “Sueño Florianópolis” cumple al 100% con todas las obsesiones y los recursos del cine de Ana Katz. Desde los primeros minutos no quedan dudas de quien la filmó. Es más, la sensación es que esta es la oportunidad perfecta para que la directora pueda volcar todo lo que le interesa. ¿Qué mejor que ver las vacaciones de la típica familia de clase media argentina en Brasil? El film, ambientado en los 90, retrata de forma extraordinaria y simple los clichés del argentino en el exterior, generando un sinfín de escenas graciosas y otras bañadas de tanto patetismo que resultan dramáticas. Hay lugar para las dos cosas, la comedia y el drama. Allí nadie supera a Katz. Por supuesto que también habrá amores, desamores, conflictos en puerta, y todo lo que la acerca al cine del gran realizador francés, Éric Rohmer, sobre todo por “Cuento de verano” (1996). Ana Katz hace algo parecido Rohmer, opta por narrar solo el período vacacional de esta familia, pero en esos días nos queda en claro que el intento por dejar atrás los problemas de la ‘ciudad’ se entremezcla con el aire festivo de Brasil, y una crisis matrimonial que se palpa en cada mirada y respuesta. De vuelta tenemos a una fenomenal Mercedes Morán, acompañada por un reparto que hace un trabajo notable y para nada sencillo. Se nota la química y la naturalidad en cada una de las escenas. Los bellos paisajes impecablemente capturados por Gustavo Biazzi, se contraponen al hostil clima de esta familia que se va desintegrando de a poco para llegar al momento femenino de introspección. Ese pasaje en el que a Katz le encanta explorar la soledad femenina y la visión de su mundo. “Sueño Florianópolis” es otra celebración de la comedia dramática argentina con el indudable sello de una cineasta que sabe lo que hace. El 2019 del cine nacional comienza de la mejor manera. Por Fabio Albornoz para Ociopatas.
La nueva película de Ana Katz, "Sueño Florianópolis", es otra aguda y amarga mirada a los conflictos de pareja y el sentido de las palabras familia y matrimonio. Lucrecia, Pedro, Julián, y Flor, van por la ruta a bordo del desvencijado auto ¿El destino? Florianópolis ¿El destino? Revivir un viaje hecho en el pasado. "Sueño Florianópolis" es la quinta película de Ana Katz, por lo que ya sabemos, estas no serán las jocosas vacaciones de una familia feliz. Katz posee una interesante habilidad para retratar rutinas y encontrar en ellas las particularidades que distorsionan la tradicionalidad. Eso de que cada familia es un mundo, y uno bastante podrido. Podemos decir que este es el film de Katz que más se asemeja a su celebrada ópera prima "El juego de la silla". Quizás sea porque nuevamente habla de lo intra familiar, de lo cotidiano frente a un suceso particular, esta vez, un viaje a las costas brasileras. Lucrecia (Mercedes Morán) y Pedro (Gustavo Garzón) viajaron hace años a Florianópolis, y tienen el recuerdo de unas vacaciones soñadas; aquello que ahora buscan revivir. Pero hay una diferencia fundamental, ese matrimonio ahora está separado. Juntaron a sus hijos para pasar una temporada veraniega en familia, pero en Buenos Aires siguen siendo esos psicoanalistas que ahora ya no conviven como matrimonio. Este Florianópolis definitivamente es otro, simplemente porque aquel idilio terminó, quizá sea oportunidad para crear otro, o no, encontrar algo que quedó allí y retomarlo ¿Será para eso que viajan hasta tierras extranjeras? Lucrecia y Gastón son distintos e iguales. Ninguno sabe bien lo que quiere, sufren todo tipo de crisis, de pareja, de edad, de corazón, y también de paternidad. Ninguno sabe bien cómo comportarse frente a sus hijos, que según la óptica de ellos, se están descarriando. ¿Es la crónica de una familia desgranándose? Para llegar a la casa de Florianópolis deben atravesar un río a pie, y quizás sea como el portal para marcar un antes y un después, un aquí y allá. Si esa familia se desgrana ¿quién recogerá las partes? Lucrecia y Pedro hacen contacto con un matrimonio brasilero que les alquila la casa, Marco (Marco Ricca) y Larisa (Andrea Beltrao), quienes casualmente se encuentran en la misma situación de ellos, como un matrimonio divorciado que comparte. La diferencia, ellos parece que ya atravesaron una etapa que Lucrecia y Pedro todavía tienen en veremos. La mirada de Katz está lejos de ser un drama pesado. "Sueño Florianópolis" es una comedia dramática de pequeños grandes momentos, su humor es permanente, pero nunca exacerbado. Katz nos acostumbra a reírnos de los hechos que cualquiera podemos haber pasado, de nuestras miserias sin necesidad de presentarse en el grotesco. La vena dramática surgirá espontáneamente, como la vida misma que está cargada de lo uno y de lo otro, simultáneamente, todo depende de cómo lo miremos. ¿Hace falta decir que Morán y Garzón son excelentes intérpretes? Sabemos que Katz es una gran directora de actores, acá hace fluir una química natural entre los cuatro integrantes de la familia, y este matrimonio que viene de afuera. La mirada del film es femenina, porque Katz es mujer, y porque pareciera siempre tener la óptica de Lucrecia. Morán compone desde lo que sabe hacer, y no necesitamos más, es fácil ubicarse en su lugar y acompañarla. Pareciera que las grandes escenas, los grandes momentos de composición le brotan sin mayores esfuerzos. Garzón se gana su espacio, no es para nada un secundario, Pedro no gira alrededor de Lucrecia, tiene su polo propio, y en él, el actor de "El fondo del mar" se luce. Al igual que Morán, actúan con naturalidad, y le creemos ese matrimonio, y el desgaste que cada uno presenta. Los jóvenes Joaquín Garzón y Manuela Martinez también tendrán sus momentos. Un detalle, "Sueño Florianópolis" se ambiente en los años ’90. En lugar de cargar todas las tintas sobre un pesada recreación de época, Katz lo pone en detalles, y prefiere centrarse más en actitudes y diálogos propios de esa década. "Sueño Florianópolis" tiene también una lectura social, la de los sueños pinchados, la de la generación de sueños rotos, la de aquella que aún se aferra a pequeños cotillones como pegarse un viajecito a Brasil. No por nada, el Brasil de Katz está lejos de ser el de las arenas blancas, el sol penetrante, los fuertes colores, y la alegría sin fin. Si nos descuidamos, su Florianópolis parece cualquier localidad costera local, y no de las más top… pero nos fuimos a Brasil. En 2018, Morán nos decía edulcoradamente junto a Ricardo Darín que al amor había que pensarlo menos y sentirlo más. Quizás sin proponérselo, esta Morán le contesta a aquella, y como buena psicoanalista le dice que no, que tampoco es cuestión de llevarse por los impulsos; hay que pensar bien antes de actuar y arrepentirse cuando ya sea tarde ¿Será cuestión de balancear corazón y mente? "Sueño Florianópolis" es otra poderosa entrega de una directora inquieta, curiosa, y sobre todo vital. Ana Katz es muchas mujeres en una, pero sobre todo es única.
Si hay algo en el cine de Ana Katz que siempre llama la atención, es su aguda y sagaz observación sobre el universo familiar y los vínculos. En este caso, una vez más, en “SUEÑO FLORIANOPOLIS” logra plasmar su personal estilo, describiendo con precisión un retrato familiar -ese microcosmos en el que Katz tanto ama poner la lupa-, para contarnos las desventuras de Lucrecia y Pedro, dos psicoanalistas de clase media, que en pleno verano del ’90 plantean unas vacaciones con sus dos hijos adolescentes en Brasil, más exactamente en la Florianópolis del título. Pero pronto sabremos que no habrá exóticas playas, ni garotas, ni lujos, ni caipiriñas y tragos en las islas paradisíacas. Al contrario, toda la primera parte describe asertivamente unas vacaciones muy “gasoleras” para esa típica familia argentina partiendo al sueño de sus vacaciones en el exterior, saliendo a la ruta y enfrentando los problemas típicos de un viaje tan extenso, tratando de ahorrar hasta el último centavo. Si bien en esta primera aproximación, salen a la luz sus pequeñas mezquindades, algunas de sus miserias y unas cuantas resignaciones en pos de ese sueño vacacional -que hasta pueden ponernos algo incómodos por una especie de aire promiscuo y vulgar que se respira en el inicio-, todo se complica más aún cuando vamos descubriendo el verdadero entramado familiar, completamente disfuncional. Lucrecia y Pedro están “técnicamente separados” y no logran definir, de una vez por todas, el final de esa pareja totalmente desgastada por el cansancio y la rutina de más de veinte años de matrimonio. A pesar de su talento profesional (que sólo parece asomarse y de forma discursiva en un par de diálogos con sus hijos donde más que escucharlos parecieran estar analizándolos), ninguno de los dos logra abandonar por completo un vínculo bastante enfermizo y empastado, del que no logran (¿ni quieren?) despegarse. Por un pequeño problema que tienen en la ruta, accidentalmente conocen a Marco y Larissa, una pareja de brasileros que, justamente, se dedican al alquiler de hospedajes a extranjeros y ellos serán quienes finalmente les ofrezcan albergue en sus cabañas, lejos del mundanal ruido y mucho más cerca de la agreste naturaleza. En esas pequeñas cabañas alejadas del turismo y en medio de un marco natural bastante exótico, algo desprolijo y muy poco convencional, las dos familias comienzan a relacionarse: mientras que la hija de Lucrecia y Pedro se siente atraída por el hijo de Marco, poco a poco va creciendo la tensión sexual entre “locales y visitantes” cuando se abra al juego y se descubra que la pareja que ellos parecen conformar, no es tal. Esto le permite a Katz, indagar en este vínculo completamente resquebrajado y se nutre del artificio de la comedia, con romances cruzados entre Lucrecia y Marco y Pedro y Larissa, para abordar en un tono liviano, temas mucho más profundos. Lo que en un primer momento es una mirada incisiva a la pareja porteña de vacaciones (sobre todo con chistes efectivos en el manejo del idioma y la “picardía criolla” para estirar los pocos pesos que tienen) irá dando lugar poco a poco a un relato mucho más agridulce, y aún cuando la historia ensambla varios personajes, la directora lentamente va poniendo el ojo en el personaje central de Lucrecia para poder, nuevamente, dar cuenta de una mirada abarcadora de ese universo femenino que Ana Katz tan bien sabe definir y que ha sido la base de sus grandes creaciones (“Mi amiga del parque” y “Una novia errante”, entre otras). Obviamente que cuenta con la brillante máscara de Mercedes Morán (con quien ya había trabajado en otros de sus filmes, “Los Marziano”) que aprovecha cada uno de los repliegues de Lucrecia y explota cada arista del personaje, con su enorme talento y esa naturalidad que invade irremediablemente la pantalla. Sus gestos, sus miradas, la inflexión de su voz, cada detalle que Morán le pone a su criatura, hace que nuevamente encontremos en ella una actriz completa, madura y que disfruta cada desafío. Su ex (?) marido, es otra gran composición de Gustavo Garzón que logra el punto exacto y tiene una química excelente con Morán. Asimismo, su esquemático Pedro arma un perfecto contrapunto con el espíritu bohemio y ese alma libro que Marco (Marco Ricca) representa y que indudablemente seducirá sin mucho esfuerzo, con ese aire de sex simbol latino entrado en años, a una Lucrecia que necesita por sobre todas las cosas, volver a sentirse deseada. Los aciertos del guión que ha escrito la propia directora junto con Daniel Katz, son precisamente las pequeñas observaciones y los diálogos directos y francos de sus personajes, la posibilidad de mostrarlos humanos, fallidos pero esperanzados. Es así como aparecen tangencialmente otros temas como el nido vacío, el desarrollo profesional, las cuentas pendientes, los celos, la soledad interior, que van asomándose y completan el fresco familiar con un tono carente de toda solemnidad pero completamente cargado de la honestidad que siempre habita el cine de Katz. Sobre el final, un pequeño traspié, puede hacer pensar que en momentos donde el rol de la mujer se está construyendo desde nuevas perspectivas, el epílogo plantea una situación algo convencional para los tiempos que corren. Pero es sólo un pequeño comentario que no desvirtúa en absoluto las bondades de “SUEÑO FLORIANOPOLIS” y la posibilidad de jugar dentro de la comedia romántica moderna, incluyendo los apuntes reflexivos que siempre propone Katz con su cine que le permite a los personajes hablar de los deseos, de las pasiones olvidadas, del disfrute de la vida y de esas neurosis que no se sueltan, ni aún de vacaciones.
MODO VIAJE Los viajes poseen una fuerza inquietante, un magnetismo otorgado por varias promesas: relax, alejamiento de la rutina, contacto con un paisaje diferente, tiempo libre y la suspensión temporal de los problemas cotidianos. Una suerte de paraíso fugaz para renovar energías y retornar a las obligaciones con una mirada modificada. Tantos ofrecimientos desnudan a los viajeros, quienes dejan de esconder sus características más singulares para revelarse en los vínculos con los acompañantes, en la forma de lidiar con los problemas, en la convivencia con esa realidad diversa, en el autoencuentro y en hasta dónde ceden las voluntades y deseos propios en pos de los demás. Porque pareciera que el cuerpo conocido se queda en la casa y otro se embarca en la aventura de capturar sensaciones o experiencias nuevas hasta el regreso. Eso sucede en Sueño Florianópolis. Lucrecia y Pedro deciden irse de vacaciones con sus hijos adolescentes, a pesar de estar separados “evaluando la situación”, hacia la playa brasilera que conocieron años atrás y celebrar el cumpleaños de la mujer en familia. Si bien la intención es disfrutar del paisaje y compartirlo juntos, los recuerdos se confunden en aquellas casas de alquiler (la primera visita fugaz y luego la reservada), en el camino con charco que hay que atravesar cargados de bultos, en los cuerpos en la arena, en las cenas o en la convivencia con el dueño y demás inquilinos en una suerte de barrio cerrado. Es que ese sitio ya no existe como creían porque ellos tampoco son los mismos, más bien una alternancia entre la idealización de lo que fue tanto el matrimonio como Florianópolis con un presente dudoso entre el interés y la costumbre. Entonces, madre e hija duermen en la cama doble y los hombres en cuchetas, ellos tienen sexo frío en el baño, se divierten revolcándose en el mar, se dejan seducir por la mirada de un extraño, destacan el trabajo del otro hacia algún paciente (ambos son psicólogos) o aprovechan ese tiempo para cumplir un deseo. Los lazos también cambian aunque de manera gradual. Desde aquella familia que, a pesar de las diferencias, compartía varios momentos y se la veía unida, como le comentan a Lucrecia una noche en el bar o las pretensiones de festejar su cumpleaños juntos hasta la vivencia individual de cada uno, en la que Florencia se deslumbra con César, Julián se va a Bombas y Bombinhas, Pedro realiza caminatas solo o se encuentra con Larisa y ella se debate entre disfrutar de la aventura con Marco y cierta angustia interna que le impide permitirse cosas. Un recorrido profundo de la mujer que la habilita a romper con la necesidad para descubrir su propio goce. O, al menos, intentarlo. Por otra parte, se destaca la rigurosidad del nivel de detalle que trabaja Ana Katz puesto que no sólo le otorga verosimilitud y color al relato, sino que constituye la identidad argentina a través de lo minucioso o trivial, captura la esencia más pura y propone un reconocimiento en los gestos, diálogos, pensamientos y costumbres. Lo más sobresaliente es el tratamiento del portuñol y las constantes variables desde agregar el “inho/inha” para camuflar el castellano, el invento de palabras o el uso de otras de diferentes idiomas en un rico collage lingüístico pero también el robo de objetos como si fueran souvenirs (incluso en casas de hospedaje), el regateo, el termo con jugo y las reposeras para ir a la playa, las fotos a rollo (se desarrolla en 1992), la escapada a otra playa, el recorrido gasolero, las críticas a costumbres ajenas, guardar la plata en lugares insólitos (acá en vinilos), entre otros. Al planificar una travesía, los viajeros se preocupan por una serie de cuestiones y dejan otras libradas al azar, a la espera de ese encuentro con el lugar, las tradiciones, el descanso, lo novedoso, las sensaciones y hasta con lo imprevisible. Cada uno toma prestado un estado de ánimo y se lo apropia durante el tiempo en cuestión en un recorrido de autodescubrimiento tal que hasta se permite hacer o sentir cosas que en la cotidianidad se prohíbe por el solo hecho de encontrarse en otra realidad. Los viajes brindan una libertad e independencia tan fuertes, que uno nunca retorna de la misma forma, ni siquiera cuando la promesa se acaba y se devuelve aquel estado anímico para colocarse, una vez más, la vieja carga habitual. Por Brenda Caletti @117Brenn
Después de abrir el Festival de Cine de Mar del Plata y de su paso por otros festivales como el de San Sebastián, con el verano llega a nuestras carteleras la nueva película de Ana Katz, esta vez escrita junto a su hermano Daniel, en la que sigue a una familia intentando revivir unas vacaciones realizadas diez años atrás. Una familia, compuesta por un matrimonio (interpretado por Mercedes Morán y Gustavo Garzón) recientemente separado y sus dos hijos adolescentes, se va de vacaciones en pleno verano de 1992 a Brasil, a un lugar que la ahora ex pareja había visitado en un mejor momento de su relación. Quizás este nuevo viaje sea capaz de recomponer ese matrimonio. Pero esas vacaciones en el paraíso tropical no terminan saliendo como lo tenían planeado. Ya el quedarse sin combustible en medio de la ruta no mucho antes de llegar es el primer indicio de lo que se avecina. Luego, un hospedaje que no era para nada como esperaban y los lleva a cambiar de planes, desencuentros varios entre la ex pareja y sus hijos, y el calor, el verano insoportable que sólo pueden transitar durmiendo o al costado de la playa. Quizás sea también ese calor lo que lleve a crear romances, affaires de verano donde podrán encontrarse Lucrecia y Pedro por separado, pero también su hija Flor con el hijo de la pareja que los termina hospedando. El film sigue principalmente a esos personajes: a la familia que llega a Brasil con esa pareja que duerme separada, y a quienes los hospedan, una pareja que tampoco los encuentra juntos y el muchacho con el que viven. Leer de qué va esta película sin conocer de antemano el cine de la directora podría presuponer que vamos a encontrarnos con una comedia sobre argentinos en Brasil, con ciertos tópicos y chistes recurrentes, que incluso podría rememorar a la comedia de enredos, estrenada el año pasado, All Inclusive. Al contrario, Sueño Florianópolis transita, como suele pasar con las películas de Katz, en un tono medio entre la comedia y el drama, sin ser nunca ni uno ni lo otro. En medio de ese registro casi naturalista es que se mueven sus personajes, ese estado de reposo entre las expectativas y la realidad, dejando a veces que las cosas que pasan a su alrededor simplemente sucedan. Katz, de todos modos, opta por el punto de vista primordial de su protagonista femenina, esa Lucrecia que se mueve sin saber muy bien cómo o por qué, que necesita redescubrirse, volver a encontrarse con ella misma. Allí también es fundamental la interpretación de Morán, quien logra transmitir ese abanico de emociones por el que transita su personaje de una manera siempre muy sutil y fresca. Aunque la película nunca parece encontrar su ritmo, Katz va exponiendo situaciones y temáticas sin necesidad nunca de subrayar ni sobreexplicar. Así, abre más preguntas que respuestas.
Sueño Florianópolis, una sonrisa como consuelo y amor en brasas El rasguido de guitarra criolla hace de introducción a la película "Sueño Florianópolis" y el ruido de un tren en funcionamiento ponen en marcha un film revolucionado por la música, comicidad y miradas psicológicas de diferentes personajes en depresión. Por Florencia Fico La película argentina fue una coproducción: Argentina-Brasil-Francia; asimismo El Campo Cine, Laura Cine, Prodigo Films, Groch Filmes, INCAA, Ancine y Programa Ibermedia. Lo que impulsó la fotografía de Gustavo Biazzi es un gran escenario paisajístico - turístico con sus playas, sus prácticas náuticas, los servicios de coctelería, actividades como zamba y karaoke son un enlace directo en sus costas. También espacios de caminata sin calzado entre arroyos. Tomas panorámicas y subacuáticas, por lo general planos abiertos. El tratamiento específico de época los 90': sin celulares, poca televisión, vestuarios acorde, vinilos en las locaciones, cabinas telefónicas, mallas enterizas, mosquiteros en las habitaciones. En esa época podían aprovechar el cambio por la convertibilidad monetaria. La fuerza de un mirador natural para plantear o contemplar distintas tramas de la película. Una charla de una pareja que ve a otras, asimismo, una que recién surge ahí mismo. Ahí están Pedro(60) interpretado por Gustavo Garzón y Lucrecia(59) por Mercedes Morán quienes decidieron separarse; ambos psicólogos observan a pacientes que viajaron al mismo lugar discutiendo. Un poco su esencia ese espejo que es duro de ver es una genialidad cuando ellos sí resuelven su pelea con abrazos y besos. Se conjugan guión y dirección en Ana Katz y Daniel Katz los hermanos buscaron que los actores: Mercedes Morán, Gustavo Garzon, Andrea Beltrão, Marco Ricca, Joaquín Garzón,Manuela Martinez, Caio Horowicz tengan un ensamble amable, armonioso y una rica mezcla de etnias. El argumento se centra en 1990 a cuestas de estar al menos dos años en separación. Sin convivencia Pedro y Lucía personificados por Mercedes Morán y Gustavo Garzón enmprenden un viaje a Florianópolis (Brasil). El matrimonio contó con 22 años de unión y padecen el interrogante acerca de continuar juntos o divorciarse finalmente. Sin embargo pospondrán esa determinación frente a su plan de vacaciones que tenían pautadas. Lo concretan y se trasladan al otro país con sus dos hijos jóvenes en un coche Renault 12 sin ventilación. Cuando se sitúan allí Lucrecia y Pedro comenzarán relaciones amorosas con su casero Marco (Marco Ricca) y la ex esposa de éste Larissa (Andréa Beltrão) y lo que en un inicio aparenta un amor veraniego brasilero se trasformará en una interpelación urgente: "¿ Se han enamorado por completo de otras personas? o ¿ Es un encubrimiento del sostén de su propia relación que los lleva a motivar la pasión que tienen entre ellos?". Sol (Manuela Martinez) y Julián (Joaquín Garzón) sus hijos intentarán aislarse del nerviosismo de sus padres, aunque cada uno vive sus situaciones dramáticas en igual medida. Este lapso de tiempo da una alternativa para reconocer sus conflictos íntimos tanto en la pareja adulta como en los vínculos con sus hijos con el lema: " Juntos pero separados". Hacen dinámicas destinadas a verse para conversar sobre sus historias, problemas, charlas sensuales, amoríos, infidelidad, libertad y censura sexual, miradas conservadoras y más despojadas. En esas reuniones se hacen propuestas, reflexiones sobre sus actitudes frente a la vida, el manejo de distintas soledades, el humor argentino y brasilero se amalgaman como amantes de verano. Son libres de un pasado y un futuro, el sentir la naturaleza que los lleva a su transformación personal de cada personaje. La musicalización de Érico Theobaldo deslumbra en el personaje de Marco protagonizado por Marco Ricca; casero de la cabaña que alberga a Pedro y Lucrecia. En una toma nocturna, él los llama para que canten en un bar de karaoke; Marco se siente embelesado por Lucrecia y le canta a capela una canción "Castelhana" de Rui Biriva conocida por el rítmo de los cantantes "Julio César e Augusto". En la composición le dice entrelineas a ella: "Esperé toda la semana para ver la castellana mi hermosa flor", " Vemos el peligro del peligro" y "Si usted me ama, me ama, me ama. La gente puede ser felíz"; fragmentos que pueden verse sentimientos encontrados entre los personajes: el principio de un romance, el riesgo de ser amantes y como pueden vislumbrarse en un futuro un poco incierto entre alegría y la distancia de hacerlo realidad. La película dura 106 minutos y desarrolla en su amplitud el género de la comedia con las intervenciones magistrales de Mercedes Morán con su humor agridulce, ácido y chocante; un estilo propio de la actriz. Hay un manejo lúdico entre la familia en escenas de juegos con el agua y el arena en las costas brasileñas que capturan las cámaras y Ana Katz con su poder de ensamblaje entre la comicidad y la angustia que llevan los personajes. La angustia Katz la demuestra en tomas a Lucrecia navegando sola en la playa casi yéndose al océano a la deriva escenas en contrapicado casi sumergidas que expone la depresión del descubrimiento de su falta de fidelidad y sin saber qué hacer. Las caminatas en soledad de Pedro y su introspección en al no querer hacer sociales con el resto lo pone en un carácter conservador, rutinario y poco cautivador. La comedia se da en los accidentes ya sea por no tener combustible para el Renault, una rata paseándose por una habitación, la mixtura de idiomática, al ser estafados por la empresa de viajes que los derivó a un asentamiento de cuatro paredes sucio y destartalado, terminar en un hotel apretado un ambiente con una cama matrimonial y una cucheta. "Horrible pero barato", opina Lucrecia; pero se da una escena de sexo entre ellos en el baño; una de la cuantas que habrá en la película no faltará espacio y tiempo para hacerlo. "Está bien estamos en Brasil, el clima tropical pero éste tipo está todo el día en zunga", forma parte del pensamiento un poco risueño y conservador de Pedro que busca entender el estilo de vida en aquel país. "¿Cómo se llama la gente que toma cerveza todo el día?", le pregunta desde una hamaca paraguaya Lucrecia y Marco le contesta "Brasilero", ella sonríe tan acogedora y esa soltura típica que le imprime Morán a sus personajes. Éste personaje le valió el Premio Especial del Jurado a Mejor actriz a Mercedes Morán en la localidad checa del Festival Internacional de Cine Karlovy Vary. El desenfreno que demuestra que las edades se abrazan tanto en sus hijos jóvenes que están en pleno apogeo sexual y sus padres que comulgan con la experimentación de sus placeres para re alimentar sus deseos. Pero con distintos enfoques en Lucrecia parece ser llamado de atención a su belleza y romanticismo como mujer adulta, Pedro como un desafío para romper su rutina y Florencia que quiere explorarse en las relaciones. Los mandatos patriarcales de sus padres que no le permiten vincularse con muchos hombres. Aunque ella sale con el hijo de Marco; César (Caio Horowicz) con el que transita un amor inocente y naif. A Julián le permiten salir del lugar para formar una banda y vivir de ello, hacerse tatuajes, vivir una sensación de libertad y no de culpa como lo vive su hermana. Este filme está anclado al libro "Cae la noche tropical" del autor Manuel Puig. El relato se ubica en Río de Janeiro en la época de los 80, dos mujeres mayores conversan sobre sus tragicomedias y sus entretenidos encuentros fogosos. PUNTAJE: 80
Uno de los primeros títulos de nuestra cinematografía que se entrenaron este año, "Sueño Florianópolis", es el quinto largometraje como directora de Ana Katz, responsable anteriormente de "El juego de la silla" (2002), "Una novia errante" (2006), "Los Marziano" (2011) y "Mi amiga del parque" (2015). La historia de su nuevo trabajo, cuyo guión le pertenece, con Daniel Katz como coautor, transcurre en los ’90, y tiene como eje a un matrimonio de argentinos Lucrecia y Pedro, de profesión psicólogos -, que se han separado ("técnicamente", según sus propias palabras), y que aun así deciden compartir vacaciones en las playas de Florianópolis con sus dos hijos adolescentes. Ya en Brasil conocen circunstancialmente a Marco, un lugareño que les ofrece en alquiler una casa (de eso vive el hombre, de alquilar casas para veranear). El brasileño en cuestión está separado de quien fue su novia, Larissa, pero andan siempre juntos. Exactamente igual que el matrimonio de argentinos. De a poco, la argentina se siente atraída hacia el brasileño, con quien tiene sexo en una escena moderada, que no desborda. A la vez, por su lado, el marido de ella se acerca cada vez más a la brasileña Larissa. En cuanto a los hijos, la chica de los argentinos, Flor, y el chico de los brasileños, César, van simpatizando. Amores y simpatías cruzados, que le dicen. Sobre el contenido no hay dudas. Apunta a las vivencias de seres humanos que pueden llegar a sentir nuevas sensaciones y tener contacto físico como una manera de liberación breve y saludable, pero que en algún momento advertirán que su tiempo de vacaciones ha terminado y que sus vidas deben continuar. Esas vidas continuarán en sus países de origen, definitivamente lejos los unos de los otros. El brasileño Marco es el que tiene las ideas más claras: aprovecha y disfruta el presente, sin mirar demasiado hacia el futuro inmediato. No obstante, al menos para Lucrecia y Pedro, sus horas no volverán a ser las mismas, aunque regresen a su tierra, a una existencia de apariencia normal. Pese a que el objetivo temático no deja margen para la duda, el filme ocupa muchos tramos de sus 106 minutos de duración en mostrar los juegos acuáticos de los esposos argentinos, entre olas que van y vienen; en seguir un viaje de Lucrecia, remando sola de una orilla a la otra; en deslumbrar con los bellos paisajes de esa playa brasileña, iluminada por el sol y la alegría momentánea. Apenas algunas secuencias describen a fondo los estados anímicos de las parejas centrales, e incluso de sus hijos, hurgando con inquietud en sus sentimientos. Este desequilibrio narrativo, abundantes imágenes frescas, al aire libre, y escasos rostros y palabras que transmitan sensaciones, convierte a "Sueño Florianópolis" en una película que se codea más con el entretenimiento que con las reflexiones. Por otra parte, es acertado que determinados diálogos en portugués estén subtitulados en castellano. Como de costumbre, Mercedes Morán brinda una labor expresiva, aunque su personaje (Lucrecia) no tiene el peso ni el compromiso artístico de otras actuaciones suyas. La acompaña bien Gustavo Garzón (Pedro) y ofrecen interpretaciones correctas los brasileños Marco Ricca (personifica a Marco) y Andrea Beltrao (es Larissa). De los hijos, Manuela Martínez es la que mejor refleja los estados de ánimo de Flor. Por el lado de Caio Horowicz (César) no sobran los matices. Más allá de este desencuentro entre tratamiento visual y profundidad argumental, "Sueño Florianópolis" está impecablemente filmada por Ana Katz, una directora sensible en el manejo de la cámara.
Lucrecia (Mercedes Morán) y Pedro (Gustavo Garzón) se definen como “técnicamente” separados, la verdad es que aún no deciden romper su matrimonio definitivamente. Estas vacaciones a Florianópolis acompañados de sus dos hijos jóvenes les traerán esclarecimiento a sus relaciones y también algunas incertidumbres. La familia luego de un largo viaje, tras decepcionarse de la primera casa que iban a alquilar, dan con Marco, un brasileño local, que les propone una cabaña en un lugar bastante alejado, cerca de las playas de Florianópolis.
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
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Una pareja en crisis con hijos adolescentes que vacaciona en Florianópolis a principios de los 90, Justo y cómico el trabajo de los protagonistas. Ana Katz vuelve a describir la familia de clase media argentina con precisión y con humor, lo que no la exime de (cierto) cariño por los personajes. Retratando a una pareja en crisis con hijos adolescentes que vacaciona en Florianópolis a principios de los 90, logra no sólo narrar una época sino también los deseos y frustraciones universales que encuentran su explosión en esas vacaciones que son un hiato ante la realidad cotidiana (pero también, paradoja, están invadidas por lo cotidiano). Justo y cómico el trabajo de los protagonistas.
La quinta película de la realizadora de “Mi amiga del parque” se centra en una familia que viaja a Brasil en plena época del menemismo y, una vez allí, debe lidiar con sus problemas irresueltos y con las tentaciones que les ofrece el lugar. Una notable comedia dramática sobre las contradicciones de la clase media argentina. No hay demasiados (ni demasiadas) cineastas en la Argentina que hayan hecho de los problemas, las alegrías y las penurias de la clase media su materia prima fundamental. Para Ana Katz, las minucias de esa medio indefinida pero reconocible clase social son el principio y el fin de casi todas las cosas. A su manera, a lo largo de sus cinco películas, la directora de EL JUEGO DE LA SILLA ha logrado armar una obra sobre ese universo que, además, tiene otras dos particularidades igualmente características. Por un lado, su observación a fondo de personajes femeninos. Si bien hay excepciones (como LOS MARZIANO), la carrera de Katz se caracterizó por poner el ojo en los problemas de las mujeres de esa clase. Pero al decir esto no me refiero a problemas de esos que llegan a las tapas de los diarios o generan atracción mediatica. Sino a la vida cotidiana, los placeres y sufrimientos diarios, de cierto tipo de mujer argentina. La otra “particularidad” es su tono. ¿Son comedias las películas de Katz? ¿Son dramas? ¿Son las dos cosas y a la vez ninguna? De una manera que no es necesariamente naturalista, la realizadora se ha convertido en una exploradora de ese universo tan complicado como absurdo, tan engañosamente “mínimo” pero finalmente central a la experiencia de millones de personas. SUEÑO FLORIANOPOLIS, ya desde el título, remite a un imaginario argentino del pasado más o menos reciente: la vacación reparadora en Brasil, en ese lugar donde los conflictos porteños desaparecerían y, por arte de magia, surgiría alguna otra cosa: mar, playa, aventura, diversión, caipirinha, un nuevo amor. Todo eso sucede en la película de Katz, que transcurre en 1992 (menemismo full) y se centra en una familia (pareja y dos hijos adolescentes) que viajan a esa ciudad tan prototípica e idealizada por la clase media aspiracional de la época. Pero el viaje no sale como lo piensan. El lugar que alquilaron sin verlo (no olviden que esto es pre-internet) resulta ser un fiasco y, casi sin querer, terminan en un a casa un poco alejada del centro de la ciudad, en donde el entretenimiento y el descanso se mezclarán con la manifestación evidente de conflictos asordinados en la pareja, y con la aparición de personajes locales que, a su modo, actuan como detonantes de todo eso. Mercedes Morán y Gustavo Garzón encarnan a Lucrecia y Pedro, la pareja que viaja con sus hjos adolescentes hacia allí en un Renault 12. Ellos no están bien y suponen que la vacación les servirá para recomponer su relación. Pero el asunto no es tan simple. A su vez, los hijos adolescentes (Julián, encarnado por Joaquín Garzón, y Flor, en la piel de Manuela Martínez) aprovechan el disimulado caos que atraviesa la pareja para hacer sus vidas, alejados de esa un tanto pasiva/agresiva relación que tienen sus padres. En algún punto uno podría pensar que los personajes de SUEÑO FLORIANOPOLIS son los de UNA NOVIA ERRANTE varios años después, reconciliados, casados y con hijos. Y la idea de que esto es una secuela puede sonar absurda hasta a la propia directora, pero acaso no lo sea tanto. Al menos, “espiritualmente”. Lucrecia (Morán, otra vez notable) entabla una relación tierna con Marco (Marco Ricca), el dueño de la casa en la que terminan parando. Pedro (Garzón, brillante en un papel difícil), en tanto, hace lo propio con Larissa (Andrea Beltrão). Y así, entre fiestas, salidas, música, reuniones, charlas de playa e incomodidades cotidianas, va apareciendo a la vez la manifestación de esa crisis y la idea un poco banal de que todo puede resolverse en esa especie de playero Las Vegas sudamericano que, para muchos argentinos, es Brasil. “Lo que pasa en Florianópolis, queda en Florianopolis”, podría ser el slogan de esta película y no estaría del todo errado. Pero lo cierto es que no es tan así. Los conflictos en la ruta, los matrimoniales, los que hay entre hijos y padres y las complicaciones cotidianas de vacacionar en un lugar distinto al imaginado hacen que SUEÑO FLORIANOPOLIS se acerque, de entrada, más a una pesadilla que a un sueño. En un punto del relato y de la vacación, cierta magia del lugar (y de los locales, cuyos personajes “tudo bem” son casi parodias del prototipo del brasileño playero en la imaginación argenta) se apodera de ellos y todo parece cobrar una nueva vida. Pero acaso sea efímera, insignificante. En algún momento hay que volver al Renault 12, mandarse a la ruta y encarar el largo viaje de regreso al caótico gris porteño… de 1992.
El costumbrismo extrañado ha sido una marca de estilo de Ana Katz desde su ópera prima, El juego de la silla. Con su nueva película, continúa borrando las fronteras entre lo usual y una forma de narración que altera ligeramente los lugares comunes. Katz elige Florianópolis, un símbolo de los 90, como el destino turístico de la familia del film. Mamá ( Mercedes Morán ), Papá (Gustavo Garzón) y sus dos hijos casi adultos llegan a la playa y a poco de hacerlo algo queda claro, aunque nadie lo diga: son sus últimas vacaciones juntos. La separación de facto del matrimonio, reunido solo para el viaje, deriva en sendos romances con algún parroquiano. Lo mejor de la película de Katz es el tono melancólico que late detrás de las peripecias humorísticas. Siguiendo las órdenes de la directora, Morán construye una inteligente mirada sobre la mujer en la mediana edad.