El futuro ya llegó Mitad remake, mitad secuela de un film no demasiado trascendente rodado en 1982, TRON: El legado es una proeza visual que envuelve una historia no demasiado trascendente (por momentos, más bien elemental). Un conflicto padre-hijo que calza muy bien en la tradición familiar de Disney es el núcleo dramático para luego sí dar rienda suelta a un festival high-tech a puro CGI (podría decirse que estamos ante un film animado "salpicado" por actores de carne y hueso) que permite concebir un universo paralelo, escenas de masas, combates cuerpo a cuerpo o persecuciones en moto, que -ayudadas por los efectos digitales 3D- son de esas secuencias que justifican el valor de la entrada y convierten a la película en el "evento" insoslayable para el consumo popular y masivo, en uno de esos blockbusters que las majors y su maquinaria de marketing tan bien saben construir e imponer varias veces al año en todo el mundo. Papá Kevin (Jeff Bridges, que también actuaba en el largometraje original) desaparece sin dejar rastros en 1989 para decepción de su hijo Sam (Garrett Hedlund), admirador del espíritu emprendedor de su progenitor que lo han convertido en referente, visionario y profeta de la industria de videojuegos. La acción salta un par de décadas y el ya joven Sam, de 27 años, luego de boicotear a los desalmados ejecutivos de la poderosa multinacional que creó su padre, logra ingresar a una realidad virtual (un mundo "perfecto", utópico, hipertecnológico) que ha sido desde siempre el sueño de su progenitor. Pero allí las cosas no serán nada sencillas. Más allá de la reunión padre-hijo y de la aparición de Quorra (Olivia Wilde), un personaje femenino bello y potente, los tres deberán enfrentar una creciente rebelión. Con un tono quizás demasiado solemne (hay, de todas maneras, algunas pocas bromas logradas que descomprimen un poco), parlamentos que hacen algo lento el desarrollo de los conflictos y la evolución de la historia promediando el relato, TRON sobrevive gracias a su portentoso diseño, a la espectacularidad de sus imágenes y a la poderosa banda sonora electrónica de los franceses Daft Punk. A nivel narrativo, quedó dicho, nada demasiado soprendente. Pero, a nivel estético, no es aventurado decir que el futuro ya llegó.
¿Alguien vio la película Tron? Mi infancia estuvo marcada por tres tendencias audiovisuales bien marcadas. Por un lado las series estadounidenses de los años 50 (Los Tres Chiflados) 60 (El Superagente 86, Batman) y 80 (Alf, Brigada A, MacGyver), por otro todos los productos relacionados con Spielberg / Lucas y una tercera, pero no por eso menos importante, e incluso mayor en número, influencia de las películas que llevaban la marca Disney. Y con esto no me refiero a los productos animados que todos conocemos, los clásicos desde Blancanieves hasta Bernardo y Bianca, Fantasía o La Espada en la Piedras (mis favoritos). No, hablo de las películas con actores, muchas de ellas, que mezclaban técnicas de animación con interacción animada. En ese sentido, el estudio del viejo Walt siempre estuvo a la vanguardia. Y son muchas de estas películas las que más recuerdo. Desde Canción del Sur (1948) con el hermano conejo y la canción Zip-A-Dee-Doo-Da (una version de La Cabaña del Tío Tom con animación sino me acuerdo mal) pasando por Cupido Motorizado (me vi la primera trilogía tantas veces…), Mary Poppins, El Profesor Distraído y El Profesor Boligoma, El Joven Merlín, Un Papá con Pocas Pulgas (original), Travesuras de una Bruja, Los Hijos del Capitán Grant, (todas dirigidas por un genio revolucionario no demasiado valorado llamado Robert Stevenson) Mi Amigo el Dragón, 20 Mil Leguas de Viaje Submarino (no tan infantil), Birdman (muy mala version para television) y las dos más oscuras, acaso que más me impactaban por su violencias, pero también me sorprendían por sus efectos especiales, Más Allá del Agujero Negro (1979) y Tron (1982). Ambas películas, además formaron parte del declive de los estudios en materia cinematográfica. Inclusive, el departamento de animación venía en decadencia a mediados de los años ’80 hasta que los rescató una nueva generación conformada por Clements / Musker y cuando esta generación se volvió anticuada, aparecieron los genios de Pixar para sacar a flote la empresa del ratón. En materia cine con actores, fue la asociación con Jerry Bruckheimer la que trajo beneficios económicos. De esta forma llegamos al presente de Disney. Un presente que mira al pasado, si nos ponemos a analizar cuáles fueron las producciones estrenadas en el 2010: El Príncipe de Persia (basada en un video juego de los años 80), El Aprendiz de Brujo (inspirada en el acto de Fantasía) Alicia en el País de las Maravillas (la adaptación más recordada es la animada de los ’50), y Toy Story 3. En fin, Disney apostó este año al reciclaje, y parece que repetirá la fórmula en el 2011 (Cars 2 y la cuarta Piratas del Caribe). Las dos primeras (producidas por Bruckheimer) tuvieron resultados flojísimos, tanto en calidad cinematográfica como en la taquilla. Las dos segundas fueron los grandes éxitos del año y son mucho más destacadas a nivel cinematográfico (y bueno, Burton y Pixar). Para desempatar apareció este extraño proyecto: Tron: El Legado. ¿Y por que extraño? Porque la original fue un fracaso comercial. Al igual que Más Allá del Agujero Negro, su trama era tan adelantada y los efectos especiales tan revolucionarios, que solo la mitad de los espectadores (con suerte) lograron entenderlas. Además, ambas eran demasiada oscuras para un público infantil. Disney quiso aprovechar el interés por la ciencia ficción que habían vuelto a despertar la saga de La Guerra de las Galaxias y las películas de Viaje a las Estrellas, que quisieron crear sus propias películas, y fracasaron porque fueron más allá… Mucho más allá. Hoy en día, un reducido grupo de freaks (de ahí viene el famoso chiste de Homero Simpson en un Casa del Terror), entre los que debería incluirme, rinde tributo a ambas obras y espera ansioso la llegada de la remake de El Agujero Negro, de la mano de Joseph Kosinsky, director de Tron: El Legado. La originalidad de la película de 1982 era su aspecto visual sin dudas. Los diseños del mundo virtual, la desmaterialización del personaje de Flynn, la carrera de motos. Pocos recordamos cual era en sí la trama. Acaso por esto, la película no pasó a la historia. Los colores fluorescentes, la desfragmentación de los elementos eran realmente innovadores. A medida que iba creciendo, me encantaba mucho más la película de Steven Lisberger. Cuando me enteré de que se iba a realizar una suerte de remake / secuela en 3D, no dudé que se trataría de una de las experiencias que más expectativas crearía en mí. No se trataba solamente de ver si hay una revolución visual como Avatar, sino de conectarme nuevamente con el niño que llevo adentro. Aquel que estaba como loco antes de entrar a ver el Episodio I de La Guerra de las Galaxias o la cuarta parte de Indiana Jones. Lamentablemente, ambas experiencias, aunque me gustaron, estuvieron por debajo de mis expectativas. ¿Qué pasaría con Tron? Entre el pasado y el futuro La historia empieza en 1989, donde un joven Kevin Flynn (Bridges digitalmente rejuvenecido) relata a su hijo Sam las experiencias vividas en 1982 como si se tratara de un cuento de hadas. En la habitación del mismo aparece el afiche de la película original y uno de El Agujero Negro además de merchandising de la película (motos, muñecos, etc). La acción salta al presente. Nos enteramos que Flynn se volvió un filántropo no demasiado diferente a Charles Foster Kane que un día desapareció sin dejar rastro. El único que parece saber la verdad es su ex socio Alan (Boxleitner, el Tron original). Ahora, Sam es un hacker que no quiere que la empresa de su padre Encom caiga en manos de inversionistas que quieren vender los video juegos que Flynn solía regalar. Kosinsky plantea este segmento en el mundo real de manera estética y musical no muy distinta a como la planteó Christopher Nolan para ambas partes de Batman. Incluso la banda sonora de toda la película no dista demasiado de la de El Origen. Sin embargo, un día, Alan recibe un mensaje de biper de Kevin, y Sam decide salir a investigar en el viejo negocio de arcade, donde reside el juego Tron. La reproducción escenográfica es exactamente a como la recordaba en la película original. Sam cae en el mundo cibernético, el cuál ha evolucionado notablemente y es mucho más oscuro. La primera hora de la película es una experiencia audiovisual notable. En primer lugar porque el diseño del mundo es impecable, el sistema Dolby 3D de Disney es magnífico. No solamente porque pueden llegar a salir objetos desde la pantalla, sino también porque el uso de la profundidad de campo es completamente justificado. El tiempo le hizo bien a Tron. Por otro lado, hay una increíble fidelidad a la idea original, donde los programas combaten en batallas inspiradas en los juegos romanos: pan y circo, gladiadores, los discos, carrera de motos que simulan ser como las carreras con carros y caballos, etc. Inclusive Kosinsky se anima a incluir una pequeña referencia a La Guerra de las Galaxias. Hasta aquí todo fantástico. Supera mis expectativas, me divierte, entretiene y fascina. A partir de la segunda hora es donde la película empieza a meterse en terreno pantanoso cuando los guionistas Kitsis y Horowitz (de Lost) acomplejizan demasiado el argumento. Por así decirlo: donde la película de Lisberger (que sigue siendo productor e incluso tiene un cameo) hacía agua debido a su simpleza, esta termina siendo desbordada. No solo porque Sam y Kevin deben enfrentar al alter ego cibernético pero villano de Flynn padre, Clu (Bridges rejuvenecido) sino por lo solemne y pretenciosa que se vuelve la trama al incorporar demasiadas subtramas con influencias religiosas y filosóficas con referencias a La Guerra de las Galaxias (Episodio IV, las mejores escenas) con Matrix (por supuesto, las peores). Aparecen personajes como Quorra (la hermosa Olivia Wilde) o el carismático Zesu (Michael Sheen excelente, caracterizado como un David Bowie que habla como Rick de Casablanca pero camina como el acertijo o Chaplin) que le terminan aportando poca inferencia a la trama hasta la inclusión de toda una civilización “perfecta”. El personaje de Clu a la vez se muestra como un facho, y así van apareciendo demasiadas referencias espirituales y políticas, que no deberían haber estado, no hacen más que rellenar la trama y realentar la última media hora con diálogos un poco cursis y trillados. Por suerte Kosinsky no deja que la película caiga en el tedio fácilmente y con algunas batallas con demasiadas similitudes con el Episodio IV de La Guerra de las Galaxias, más las hermosas peleas en el bar de Zesu logra remontar tanto palabrerío. Este Tron siglo XXI encuentra como ya dije, su justificación desde la técnica principalmente, pero parece apuntar a un público cinéfilo ochentoso. Tanto la moda como los peinados parecen sacados de las visiones futuristas de las películas e ilustraciones de los años ’80 como la segunda parte de Volver al Futuro o la primera Batman de Burton. Pero también hay una banda sonora con temas de la época que incluyen a Annie Lenox o Mötley Crue. El diseño sonoro / musical de la banda Daft Punk es realmente interesante (aun con las semejanzas con la de Hans Zimmer por El Origen). Además otro punto que tocó mi corazón fue el homenaje a la literatura de Julio Verne. A nivel cinematográfico es maravillosa y cumple con lo esperado. La fotografía de Claudio Miranda, el DF chileno colaborador habitual de David Fincher (hasta Benjamin Button) merece ser más valorada que la de Mauro Fiore (Avatar). Las interpretaciones son más sólidas de lo que cabría suponer. El joven Garret Hendlund se desenvuelve bastante bien en su rol de hijo con cara de tipo duro, Olivia Wilde no desentona, Michael Sheen es soberbio, y es grato volver a encontrarse con Bruce Boxleitner, aun cuando el personaje de Tron tenga poca inferencia en el relato. Por supuesto que las palmas van como siempre para Jeff Bridges que maravilla como el joven, poderoso y excesivo Clu, pero a la vez interpreta a un Kevin Flynn más sabio y místico, aunque con algunas frases del Dude (de El Gran Lebowski). Sin dudas, y más allá de los toques intelectualoides del guión, Tron: El Legado admito me terminó impactando más por nostalgia que por tener una narración sólida y original. Como muchos saben, cuando se filtra gran cantidad de cinefilia entre los márgenes de las nuevas generaciones, yo me siento como pez en el agua. Y agradezco también a Tron: El Legado, por devolverme cierta esperanza en el cine maistream de ciencia ficción, que no sentía hace tiempo. Porque más allá de estar realizando nuevas producciones sobre historias que tienen casi tres décadas, Kosinsky se impulsa como una promesa interesante del nuevo cine industrial de Hollywood. En cuanto a este film, el público dará su veredicto: o se convierte en un éxito que le hará justicia a la subvalorada predecesora de 1982, o termina siendo un fracaso estrepitoso, con destino de culto, entendido solo por una cantidad limitada de freaks como yo, que se criaron viendo la película original y el resto de obras cinematográficas de Disney en formato VHS (no creo que se hayan pasado a DVD algunas y deben llenar de polvo las bateas de unos pocos video clubes). Mientras tanto, le voy a responder a Homero: “Yo vi Tron 1 y 2… y no solo eso. También me gustaron”.
Mundo virtual, emoción nula Suerte de remake arropada como secuela, Tron: El legado (Tron: Legacy, 2010) retoma la temática y la forma del clásico de culto de Disney de 1982, Tron. Pero no lo hace de la mejor forma: la seriedad impostada y la solemnidad con que trata una premisa básica (un conflicto padre–hijo) y un metraje que se estira como chicle en zapatilla hacen de la ópera prima de Joseph Kosinski una película fallida. Y con ganas. El punto cero de la historia es 1989, cuando Kevin Flynn (un Jeff Bridges noventoso, obra y gracia de la tecnología digital) le cuenta a su hijo (Garrett Hedlund) los enormes avances tecnológicos que ha hecho con su Encom Company: encontró La grilla y está seguro que revolucionará el mundo. Una noche se va para no volver, dejando al pequeño Sam a cargo de sus abuelos. Casi 20 años después, mientras el ya adulto primogénito investiga una señal supuestamente enviada desde el bíper de Kevin a su socio, encuentra el portal de ingreso a una realidad virtual. Y da con la verdad: su padre no está muerto, está atrapado. Da la sensación que los ejecutivos de Disney debían montar un dispositivo cinematográfico con el único fin de contener los chiches visuales del metamundo virtual. Por momentos Tron: Legado es eso: un serie de viñetas-escenas de acción discordantes entre sí, encastradas una tras otra por mero capricho del director. Y lo peor es la absoluta dispensabilidad entre una y su inmediata seguidora. Bien vale la siguiente prueba: imagine la trama sin las peleas en el esa burbuja vidriada, o el duelo en moto que transcurre en esa arena pública recortada a su cuarta parte, y el producto será el mismo. Con menos estímulos visuales, sí, pero el mismo. Este argumento es rebatible aduciendo que ésa bien puede ser una característica casi germinal de las películas de acción: la acción por la acción misma. Pero si, por citar un ejemplo, en Misión imposible II (Mission: Impossible II, 2000) la persecución en dos ruedas genera una ansiedad casi nociva esperando más y más incoherencia e inverosímil, aquí es un loop repetitivo de muertes y evaporaciones: mucho 0 y 1, mucha CGI, pero de emoción y adrenalina, bien gracias. Si las escenas de acción son caprichosas, el mínimo hilo que las interconecta carga el lastre de creerse trascendental y epifánico. Como en la trilogía Matrix, Tron: El legado se vuelve seria y pavota en sus pretensiones de filosofar, evangelizar y ensayar una opinión del mundo con herramientas demasiado pobres no sólo desde lo visual, también desde lo ideológico: el cine ha evolucionado demasiado en 120 años como para insistir con la inclusión de soliloquios escupe-verdades-absolutas que, encimas, resultan pacatos. Bajo la fanfarria audiovisual de Tron: Legado está el minúsculo conflicto de padre e hijo. Minúsculo no por el conflicto en sí sino por el tratamiento superfluo y casi banal que le toca en suerte (o en desgracia). Kosinski no puede o simplemente no quiere darse cuenta de eso, y deja que las escenas se estiren hasta el hartazgo. Y en medio de toda esa perorata e ingeniería digital está el enorme Jeff Bridges y su cara de oso cansado, su barba cana y tupida como signo inequívoco de sabiduría y experiencia. El parece ser el único que por momentos no se toma demasiado en serio el asunto y que sabe que está en medio de un cosmos absolutamente inverosímil. Es un mundo que felizmente sólo existe en una realidad virtual.
Veintiocho años después de TRON, dirigida por Steven Lisberger (quien aportó aquí para el guión y producción), llega la secuela TRON, el legado dirigida por Joseph Kosinski y en 3D como no podía ser de otra manera según la onda del momento. La historia nos ubica en la casa de Kevin Flynn (Jeff Bridges), protagonista de la primera Tron, quien le cuenta a su pequeño hijo de 12 años las aventuras pasadas dejándole para próximos encuentros los nuevos descubrimientos que ha hecho en materia digital; algo que ya adelanta como revolucionario para todas las esferas de la vida. Pero este nuevo magnate del video juego y la computación termina desaparecido y su empresa tomada por manos ajenas que, por supuesto, barren con toda la filosofía montada por su creador. Quince años después, tras un enigmático mensaje y casi diríamos que hasta por accidente, su hijo de ahora 27, el bombonazo de Garrett Hedlund (Ay lo dije en voz alta?) terminará buscando a su padre en un mundo digital que ni imaginaba. Impactante cambio entre Clu y su creador Tron es un excelente embrujo visual y entretenido que se nota concebido desde el vamos en 3D. Pese al que le pese, la nueva tecnología acá engrandece el film, le da magnetismo y energía y deja en más de una oportunidad con la boca abierta. Un ejemplo claro de ello es el personaje de Clu, un programa que no envejece y por lo tanto vemos a un Bridges joven en contraposición del avejentado. Lo mismo para la banda de sonido que cuenta con algún que otro recuerdo ochentoso y una estridente musicalización de Daft Punk que por momentos me recordó a H.Zimmer- bueno particularmente a Inception hay que decirlo claro. Luego desde lo argumental no esperemos nada novedoso a una historia que tiene ingredientes al mejor estilo matrix y Star Wars, si hasta pensé que en un momento alguien diría "Luke I'm your father". No obstante se agradece que aquellos que ya vamos pisando el freno y no nos acordamos mucho la precuela (o sobretodo aquellos que directamente no la vieron) se nos explique lo suficiente para entender a la perfección lo que sucede y porqué; y todo sin sobrecargar la película de extensiones innecesarias o parlamentos agobiantes. Tron, el legado es un fim bien pochoclero que gustará a grandes y chicos, tiene mucho dinamismo, escenas de acción muy bien armadas y un entramado que engancha aunque no sea una obra maestra. Son esos films que se disfrutan y que tienen muchos guiños que los amantes del género apreciarán más que ningún otro. Es un film que abrirá posiblemente las aguas entre fantáticos y no tanto y que realmente entra por los ojos y seduce todo el tiempo como Garrett (ups, perdón otra vez). Para ver sin pretenciones desmedidas y con ganas de pasar un buen momento en el cine, porque si hay algo para destacar es que aunque pesen los lentecitos a esta hay que verla ante todo en cine y si es en el IMAX mejor!. Lo que sí me llamó la atención y aún estoy procesando si es algo a favor o en contra de esta película, es esta estética que tiene por momentos cercana a lo que yo llamo "publicidad Gillette". Es que ya cuando la vean no me digan si no parecen varias de esas escenas inspiradas en la típica propaganda futurista de las razuradoras!. En fin, una nimiedad que no podía dejar pasar.
El futuro ya llegó... La secuela del clásico filme es una expansión de su universo original. A más de 28 años de su estreno, la original y entonces revolucionaria Tron puede parecernos hoy como los primeros palotes en la era de los efectos especiales. Sin embargo, también esa distancia permite verla como una película adelantada a su tiempo, casi una pionera de los efectos digitales y de todos los cruces entre universos “reales” y “ciberespacios” que no sólo formarían parte del cine de Matrix en adelante, sino de la vida cotidiana del siglo XXI. Esa Tron –fría, dura, seca, casi mecánica en su rutina lumínica/geométrica- tiene poco que ver con su secuela, Tron: el legado , que parte de las infinitas posibilidades que hoy existen en ese campo y las usa a gusto y placer, generando un universo mucho más complejo y rico en detalles, pero a la vez -cuestión de costumbres, más que de la película en sí- ya no tan sorprendentes. El legado es una película más cercana a Avatar en su universo completamente digitalizado (al menos cuando todos están dentro del mundo virtual), pero también su narrativa ya no parte de líneas y puntos básicos, sino que es una suerte de gran rejunte de citas tanto a motivos clásicos del géneros de ciencia ficción/aventuras como a películas como Star Wars, Blade Runner, 300 , la citada Matrix y hasta chistes “para entendidos” con El gran Lebowski , por la presencia de Jeff Bridges, o la música de los robóticos Daft Punk. Pese a ser un “producto engordado” por la ambición, el presupuesto y el target, El legado resulta un filme entretenido, con una segunda hora especialmente inventiva y veloz, en la que los prototípicos conflictos dramáticos que la conforman encuentran un equivalente visual y narrativo apropiado. El filme se centra en las peripecias de Sam Flynn (el poco expresivo Garrett Hedlund), hijo de Kevin Flynn (Bridges), protagonista de la original. Kevin, tras entrar y salir de ese mundo de bits que es Tron , en la primera película, creó un imperio informático, pero nunca pudo abandonar la adicción que le generaba ese mundo y sus posibilidades. Así fue que, en un momento de la infancia de Sam, el hombre desapareció y no se supo si lo hizo para alejarse de todo o para hundirse en ese universo paralelo. Sam, que poco quiere saber con el gran grupo informático del cual es principal accionista, recibe un mensaje que parece provenir desde las entrañas de Tron y allí parte en busca de su padre. Encontrará que, ahí, el propio Kevin aparece desdoblado en Cluj, su alter ego digital, que luce como Bridges en los ’80, y el propio Flynn, avejentado y alejado de las violentas competencias y ejércitos guerreros que el propio Cluj ha creado en su ambición de poder. A lo Indiana Jones , padre e hijo (y una criatura muy especial llamada Quorra e interpretada por la bella Olivia Wilde) deben reencontrarse y no sólo ayudarse para batir a Cluj y a su ejército cibernético, sino también para lograr salir con vida. Con evidentes paralelos entre el mundo digital (en 3D) y el real (en su mayoría en 2D), Tron intenta bajar una línea de crítica a las corporaciones y el uso y abuso de los productos digitales, lo cual no deja de resultar irónico siendo éste un producto de Disney, con todo lo que eso implica. La belleza y creatividad de algunas escenas, la dosis de humor puestas aquí y allá, la presencia de Bridges, Wilde y, en una aparición especial, Michael Sheen (el Tony Blair de La Reina ), El legado no es una película adelantada a su tiempo, como la original, pero sí es una consecuencia muy digna del universo que Tron ayudó a crear. Profecía autocumplida, que le dicen...
Propuesta artística para un éxito masivo En 1982 se estrenó un film de Steven Lisberger, con Jeff Bridges, sobre un hacker que ingresaba en un mundo paralelo en el que era obligado a participar en juegos de combates entre gladiadores. Aquella película tuvo un discreto paso por los cines, pero casi tres décadas más tarde fue retomada por el estudio Disney para una nueva producción (con algo de remake y otro tanto de secuela) concebida a una escala mucho mayor y aprovechando todo el potencial que la tecnología le aporta hoy al cine en términos visuales. Tron: El legado arranca en 1989 con una sencilla narración que describe la relación entre Kevin Flynn (Jeff Bridges), un visionario creador de videojuegos, y su hijo Sam, que lo admira con devoción. Sin embargo, el padre -además, un influyente empresario- desaparece de forma misteriosa y sin dejar rastros, mientras su corporación queda en manos de inescrupulosos ejecutivos que intentan maximizar la rentabilidad sin ningún prurito. La trama salta un par de décadas y ahora es Sam (Garrett Hedlund), convertido en un hacker rebelde de 27 años, quien boicotea a la propia empresa familiar e intenta desentrañar el misterio de su progenitor. A los 25 minutos de relato logra introducirse en una realidad virtual y, así, la película cambia por completo de tono, de ritmo y de rumbo para convertirse en un sofisticado patchwork estético con un gran despliegue de imágenes generadas por computadora y reflexiones más o menos lúcidas sobre utopías digitales, espacios paralelos y nuevas sociedades. La narración, por momentos, decae un poco cuando apela a ciertos parlamentos solemnes y ampulosos, y -tanto en términos narrativos como visuales- tiene situaciones y elementos ya vistos en films como Miniespías , Blade Runner , Star Wars y, sobre todo, Meteoro (la versión para cine de los hermanos Wachowski). Sin embargo, a pesar de ciertos convencionalismos y superficialidades en el tratamiento de la relación padre-hijo, el film termina imponiéndose por sus logradas escenas de lucha cuerpo a cuerpo (con coreografías propias de las artes marciales) o a bordo de motocicletas que se asemejan a las batallas de los caballeros de la Edad Media. Si a eso le sumamos el digno trabajo del trío protagónico (a Bridges y Hedlund se le suma la fotogénica Olivia Wilde) y la imponente música electrónica concebida especialmente para el film por el dúo francés Daft Punk, Tron: El legado termina siendo una más que digna propuesta artística con seguro destino de éxito masivo.
Lo que vendrá viene de los años ’80 Aunque no está a la altura del original en cuanto a visión de futuro, la nueva Tron propone una aventura cibernética en la cual los efectos 3-D parecen bastante más orgánicos y justificados que en la mayoría de la producción de Hollywood al uso. Allá lejos y hace tiempo, por 1982, la Disney dio a luz un producto por demás extraño a la compañía, una película de ciencia-ficción titulada Tron, que no estaba necesariamente pensada para el público infantil y que utilizó por primera vez (al menos en forma extensiva) imágenes generadas por computadora, aquello que luego Hollywood llamaría por sus siglas en inglés, CGI. Pese a la novedad, la película ni siquiera fue nominada al Oscar en el rubro efectos especiales, lo cual puede dar una idea del ninguneo que sufrió no sólo por parte de la industria sino también del público, que en ese momento le dio la espalda. Pero con el tiempo, aquel Tron –que en una época en que ni se soñaba con la existencia de Internet ya manejaba una jerga informática que luego sería moneda frecuente– pasó a convertirse en un film de culto, no sólo porque era difícil de ver (Disney lo tuvo descatalogado por años) sino también porque generaciones posteriores reivindicaron su carácter anticipatorio, tanto en sus rubros técnicos como conceptuales. Toda la idea de inmersión e interacción con un mundo virtual, a la manera de Second Life, ya estaba, por ejemplo, en el Tron 1.0. ¿Qué mejor entonces para Disney que crear una continuación, con todo lo que la tecnología de hoy puede comprar? Esa secuela se llama Tron: Legacy y aunque no está a la altura del original en cuanto a visión de futuro, porque descansa en la misma imaginería creada casi treinta años atrás, la actualiza visualmente y arma una aventura cibernética en la cual los efectos 3-D parecen bastante más orgánicos y justificados que en la mayoría de la producción de Hollywood al uso. La película dirigida por el debutante Joseph Kosinski y escrita por un ejército de guionistas a partir de los personajes creados por el realizador primigenio, Steven Lisberger, tiene la ventaja de contar con el protagonista original, el gran Jeff Bridges, que después de años de sube y baja parece estar en su apogeo (viene de ganar el Oscar por Loco corazón y está a punto de estrenar la remake de Temple de acero, de los hermanos Coen, en el mismo personaje que le valió la estatuilla a John Wayne). El asunto es que Bridges vuelve aquí por partida doble: no sólo interpreta nuevamente al mago informático Kevin Flynn, que se había perdido en su propio mundo virtual, sino también –gracias al CGI, capaz de hacer unos milagros de rejuvenecimiento que harían las delicias de Mirtha Legrand– a su maligno avatar Clu, siempre joven y lozano, que ahora ha tomado el control de ese ciberespacio paralelo y retiene al viejo Kevin como prisionero. No sea cosa de que el genio pueda escapar de su botella y volver a convertirse otra vez, desde una pantalla y un teclado, en el amo deseoso de pulsar el botón de “delete”. El asunto es que quien viene a rescatar a Kevin de su prisión digital es nada menos que su hijo Sam (el hierático Garrett Hedlund), resentido por haber crecido sin su padre a la vista, pero dispuesto a luchar por sus ideales, que ahora venimos a descubrir –un poco tarde– que son los del software libre. Sucede que mientras Kevin pensaba como Richard Stallman y los predicadores del copyleft, en su empresa aprovecharon su larga ausencia para sacar rédito de sus creaciones y seguir al pie de la letra las lecciones de Bill Gates: gratis, nada. (Algo no muy distinto, por cierto, a lo que piensa la propia Disney, que con este Tron: Legacy piensa volver a llenar sus arcas no sólo con el relanzamiento en dvd del film original sino con toda una serie de videojuegos inspirados en la nueva película, que nadie podrá disfrutar si no es pagando la licencia correspondiente, claro.) A diferencia del film original, que debía conformarse con lo que podía hacerse por aquella época (que no era poco, por cierto), este Tron: Legacy apuesta casi todas sus fichas al diseño de producción digital, creando dentro de ese videojuego un mundo propio, onda disco, hecho de neones, luces estroboscópicas y bodysuits de látex negro o fluorescente, especialmente pensados para el lucimiento de las chicas del elenco (la morocha Olivia Wilde, la rubia Beau Garrett, una buena y otra mala, claro). ¿La mejor escena? La primera batalla de Sam dentro del juego creado por su padre, en la que los “programas”, en un remedo de circo romano, quieren que corra la sangre de un “usuario”. ¿La más berreta? Kevin/Bridges meditando como una suerte de Yoda en su palacio kitsch de cristal. ¿La más bizarra? Aquella en la que Michael Sheen (el David Frost de Frost/Nixon) encarna a una estrella de la noche que parece salida del universo glam de David Bowie en su período Ziggy Stardust.
Tron: El legado es claramente uno de los eventos cinematográficos del 2010. Los 28 años de espera que se tomó Disney para hacer esta secuela valieron la pena porque el espectáculo de ciencia ficción que propone este film es imponente y sumamente entretenido. Tron fue una película atípica de Disney que en 1982 generó muchísima polémica en Hollywood al presentar por primera vez en la historia de este arte efectos visuales generados por computadora. Para muchos artistas esto era una desgracia ya que entendían que arruinaba al cine y lo convertía en otra cosa. Hoy la animación digital es una herramienta imprescindible para las grandes propuestas pochocleras de todo tipo de género y dejó de ser visto como un enemigo del cine. Lo cierto es que Tron tuvo la mala suerte de ser un film absolutamente adelantado a su tiempo y la gran mayoría del público le dio la espalda cuando se estrenó en su momento. Sin embargo, con el tiempo se convirtió en un fenómeno de culto importante cuando se editó en video y se pasó por televisión. La película tuvo una gran influencia en muchos artistas que luego trabajaron en Hollywood, como por ejemplo, John Lassetter, el fundador de Pixar, quien descubrió en Tron un potencial enorme en la animación computada para ser trabajada en el cine. Durante años Disney ocultó a Tron como la oveja negra de la familia, a tal punto que llegamos a diciembre de 2010 y la película todavía no fue editada en dvd y el 90 por ciento del público que va a ir al cine este fin de semana no recuerda o directamente ni registra la existencia de Tron. Hasta la serie de Los Simpsons hizo chistes con este tema. Una enorme estupidez de esta compañía que tranquilamente podía haber sacado antes el dvd para ayudar a difundir la secuela. Este error de Disney convirtió a El legado en una propuesta muy jodida de vender, porque es complicado desarrollar la continuación de una historia que se hizo hace más de veinte años y mucha gente desconoce. De todas maneras, creo el enfoque que le dieron a esta producción fue inteligente. Tron: El legado tiene un espíritu retro ochentoso que captura la esencia de la obra original, pero a su vez brinda una gran aventura pochoclera que puede ser disfrutada por todo el mundo, aunque no conozcan la primera. Es interesante porque trabajaron muy bien la trama con el personaje principal que interpreta Garret Hedlund, uno de los mejores actores jóvenes que laburan hoy en día en Hollywood, pese a que su nombre no es muy conocido. De alguna manera, Sam Flynn representa a los espectadores nuevos que al igual que el héroe del film va a descubrir el mundo de Tron por primera vez. Los fans veteranos van a seguir esta historia desde la visión de Jeff Bridges, quién se destaca con la interpretación de dos personajes totalmente distintos, cortesía de la tecnología actual. Con una banda sonora de Hanz Zimmer, que por momentos nos remite a los últimos filmes de Batman de Christopher Nolan, esta secuela te engancha desde el comienzo y te sorprende con una experiencia visual maravillosa para ser disfrutada en 3D desde el momento que el protagonista entra al mundo virtual de Tron. Sí, el guión no es una obra de Isaac Asimov precisamente, pero tampoco lo fue el argumento de la primera que se centró más en los efectos visuales. La secuela va por el mismo camino con la particularidad que la tecnología de hoy te permite vivir el concepto del mundo Tron desde un lugar diferente. Las secuencias de acción son impresionantes y en la pantalla del IMAX se van a convertir directamente en un espectáculo inolvidable. Creo que lo más importante de esta película es que ofrece un gran entretenimiento que adapta a este clásico a las nuevas generaciones sin distorsionar el espíritu de la original. Imperdible la participación de Michael Sheen . Es increíble que se trate del mismo tipo que actualmente podemos ver en El día del juicio final. Esos son los actores de verdad. Tron: El legado no es una película emblemática que te va a cambiar la vida como cinéfilo, pero sí se destaca como una de las mejores producciones de Disney en estos últimos años fuera de los dibujos animados. Grandes secuencias de acción, un admirable buen uso del 3D, la banda sonora de Zimmer y Daft Punk, más el regreso de Jeff Bridges como Kevin Flynn son los elementos principales que componen esta gran secuela que merece su recomendación. EL DATO LOCO: La película representa la ópera prima de Joseph Kosinski, quien se hizo conocido por su trabajo con la tecnología CGI en la publicidad. Al comienzo del film cuando Jeff Bridges habla con su hijo se puede ver el disco de la película El abismo negro, otro clásico emblemático de Disney, de ciencia ficción, de 1978. Hace unas semanas el estudió confrmó que Konsinski será el encargado de dirigir la remake de esa historia programada para el 2012.
Software libre o muerte Corría el año 1982 y los estudios Disney se habían planteado el desafío de hacer un producto destinado exclusivamente a un público adolescente. Pero la particularidad de esta empresa residía en que se trataría de la primera película que incorporara efectos visuales realizados exclusivamente por computadora. Lejos del monopolio de la animación computarizada que llegaría luego con el liderazgo indiscutido de Industrial Light & Magic, nació Tron con escasa repercusión y tibia recepción por parte del público en esa época. Sin embargo, con el correr de los años y el avance descomunal de la computación y la tecnología aplicada al cine, aquel film escrito y dirigido por Steven Lisberger fue ganando respeto y transformándose en película de culto tanto de la ciencia ficción como del cine injustamente considerado clase B. La historia de aquella película se desarrollaba adentro de un videojuego, cuyo creador Kevin Flynn (un joven Jeff Bridges), talentoso programador, se desmaterializaba con ayuda de un rayo láser con el fin de ingresar al universo de programas y obtener la información que lo señalaba como creador del juego tras haber perdido ese derecho dado que la empresa ENCOM -para la que trabajaba- le ha robado la idea. Ese universo binario de programas que se enfrentan con Kevin Flynn en una suerte de émulo de circo romano (primero en una guerra cuerpo a cuerpo de discos lásers y luego en una frenética carrera con las motos de luz) guarda una estrecha relación con el universo de TRON: El Legado, secuela actualizada, dirigida por Joseph Kosinski que la Disney ahora entrega en formato 3D. En la actualidad ENCOM es una mega corporación que domina el mercado del software y el nombre de Kevin Flynn apenas un recuerdo rodeado de misterio, dado que permanece desaparecido desde hace más de 20 años. Su hijo Sam Flynn, quien tenía 12 años cuando Kevin desaparece, conserva en el presente el espíritu de rebeldía de su padre y siendo el principal accionista de la corporación les genera uno que otro dolor de cabeza a los ejecutivos. Su cómplice en la empresa es un antiguo amigo de su padre, quien ha recibido en su prehistórico beeper (no hay otro término para un mundo regido por la dictadura de los celulares) un mensaje del que se puede inferir que el creador está vivo y atrapado en el video juego. Así las cosas, en el viejo local de Arcades, otrora reducto del joven programador, se encuentra el portal por el que Sam llegará al mundo del video juego en el que ahora reina la tiranía de Clu (Jeff Bridges de hace casi 30 años digitalizado), el alter ego de Kevin Flynn (ya viejo y recluido en los confines de su creación) que en realidad es un programa que se rebeló a su creador tras buscar la perfección de ese mundo alguna vez soñado. Los planes del tirano consisten en traspasar el portal para conquistar el mundo real, pero para ello necesita el disco rígido que porta celosamente Kevin Flynn en su espalda y que contiene toda su inteligencia. Más allá de las diferencias entre la hoy ingenua versión de los 80 y esta nueva propuesta que coquetea con la idea de las corporaciones frente a aquellos que pregonan el software libre y gratis, el gélido y autómata escenario de TRON: El Legado no es otra cosa que un reflejo distorsionado del mundo en que nos toca vivir. La serpiente que se ha mordido su propia cola y expande su veneno de deshumanización y pragmatismo audaz. Por eso, sin tratarse de una gran película puede considerarse a esta secuela innecesaria -tal vez- pero no por eso menos entretenida como un film de diseño de producción, donde las ventajas del 3D en materia visual se encuentran a la altura de las expectativas, así como su hipnótica banda sonora que complementa cada escena con eficacia y sin estridencias. La cuota de nostalgia para aquellos que nos habíamos deslumbrado en el 82, en esta ocasión está más que asegurada al recuperar los juegos mortales aggiornados a los ritmos y dinámicas imperantes en estos tiempos. TRON: El Legado no acusa el paso del tiempo sino que lo revaloriza por sus ideas y creatividad que vistas en perspectiva en esta versión 2010 quedan plasmadas con mayor eficiencia.
Una propuesta antisistema Tron (1982) es una película que pasó sin pena ni gloria por las salas del mundo y, aunque parecía representar una revolución tecnológica en la inclusión de gráficos de computadora, lo cierto es que no obtuvo la repercusión esperada por Disney. Sin embargo, con los años fue cobrando un aura mítica ayudada por el éxito del videojuego. Vuelta a ver hoy, la película parece terriblemente primitiva, aun cuando se pueden adivinar sus ideas revolucionarias. Pasaron los años y la tecnología allí esbozada terminó por convertirse en la tecnología base de toda película de acción y ciencia ficción. Por eso Tron: El legado está a años luz de su predecesora. Se podría decir que incluso la deja en ridículo en la comparación tecnológica, pues sería como comparar una computadora de 1982 con una de 2010. En esta secuela, el hijo de Flynn –uno de los dos protagonistas del film anterior, nuevamente interpretado por Jeff Bridges– es el heredero del imperio de su padre, pero vive traumado por la experiencia de su desaparición. Cuando un misterioso mensaje le llega desde la oficina –ya cerrada– de su padre, se abre un portal para regresar a ese mundo, ahora convertido es un verdadero universo virtual, espectacular e impactante. Además de brillar mucho más en lo técnico, hay que decir que esta secuela es más divertida que su antecesora y que consigue un poco más de naturalidad en el desarrollo de la historia. Al mencionado Bridges (en el doble papel de Flynn y Clu) y a su compañero Bruce Boxleitner (Alan Bradley / Tron) hay que sumarle la pareja de jóvenes Garrett Hedlund (Sam) y Olivia Wilde (Quorra). Ella consigue no sólo una belleza enigmática, sino también una gran actuación, él no da como galán ni tampoco conmueve demasiado. Pero pensando en que gran parte de las escenas están filmadas dentro de los trajes o espacios gigantescos, poco importa las limitaciones de este actor. También corresponde aclarar que la película busca convertirse en una clásica propuesta antisistema pese a estar creada en el corazón del mismo. Un apoyo al software libre y un mundo donde el ser humano es creador y dueño del mundo son algunas de las ideas que el film propone. Sin embargo, tampoco todas las ideas del film quedan claras e incluso hay algunas contradicciones que no parecen producir demasiada angustia a los realizadores. Una cosa es evidente, la revolución digital ha crecido de manera impresionante y Tron: El legado es la prueba definitiva de la intervención que esta ha tenido en la cultura contemporánea.
Rebelión en el videogame La capacidad de imaginar un mundo virtual completamente distinto al mundo real es uno de los imanes más poderosos de esta superproducción de Disney. Toda la fuerza de su fantasía 3D está concentrada en el diseño de ese universo alojado en las entrañas de un videogame. Por más que ya nada sorprenda en materia de tecnología, siempre queda una reserva de maravilla disponible para cuando la ocasión lo requiera. Y Tron, el legado es una de esas ocasiones. Más que una película se trata de una experiencia. La proyección es solo una fase de la propuesta, que se ramifica en juegos, concursos, foros y diversas actividades en Internet, más libros, música (impecable e implacable de Daft Punk), y una lista de artículos que van desde objetos de merchandising masivo hasta lujosos fetiches de diseño. Así, ese mundo virtual, frío y siniestro, dominado por líneas de luz fosforescentes y espacios oscuros, emerge desde el otro lado de la pantalla y se vuelve tangible en el mundo real. De todos modos, Tron no deja de ser un sólido producto audiovisual, con una historia adentro, sostenida más por el impulso de las acciones que por la situación dramática inicial: un hijo que busca a su padre desaparecido. Hay que recordar, aunque no es imprescindible para entender la película, que se trata de una secuela. Ese padre desaparecido es el programador Kevin Flynn (Jeff Bridges) que quedó atrapado en su propia creación: la Grid, la matriz cuadriculada de su universo digital. Allí debe entrar su hijo Sam (Garrett Hedlund) para rescatarlo. Los programas se han rebelado contra su creador y han generado una especie de estado fascista virtual, en el que las personas de carne y hueso, los usuarios, son rechazadas y tratadas despectivamente por las criaturas digitales. En inglés, el término “users” (usuarios), pronunciado con cierto énfasis, suena como “losers” (perdedores). Esa filosofía de exclusión domina la Grid. Planteada con la estructura de un videogame, es decir, como una serie de obstáculos que el héroe-jugador debe superar para cumplir su objetivo, por momentos la historia padre-hijo resulta un lastre, una carga difícil de mantener en equilibrio. Pese al talento de Jeff Bridges y al carisma de Hedlund, esa corriente de electricidad emocional que se supone que debe correr entre un hijo y un padre ausente durante 25 años no se manifiesta más que en algunos chispazos ocasionales. De alguna manera los guionistas intuyeron que la cosa no funcionaba por ese lado, porque le dan cuerda a otra relación menos conflictiva: la de Sam con Quorra (Olivia Wilde), la bella guerrera que el veterano programador ha diseñado para su protección personal. ¿Cómo se enamoran un hombre de carne y hueso y una mujer de chips y bits? La incógnita no es uno de los atractivos menores de Tron. Pero lo que sin dudas queda grabado en las retinas es la perfecta fusión de los efectos especiales con el ambiente del interior de un videogame, donde rigen otras leyes físicas y morales. Las carreras de las motos de luz y los combates son verdadera poesía visual: fuegos artificiales, vivas constelaciones en movimiento.
La primera vez que vi Tron, la original, tenía unos 6 años. Habían pasado casi diez años desde el estreno de la película, allá por el 82, cuando los efectos especiales eran VERDADERAMENTE especiales. Me acuerdo que no podía creer lo que veía, esa gente gris-azulada andando en motos que dejaban un reguero de luz, combatiendo con frisbees y, sobre todo, salvando al mundo. Pasaron 19 años desde ese evento. En mi cabeza, Tron siempre fue uno de esos links permanentes en los que cada tanto caía, como un marcador en el navegador de mi cerebro. Por eso, cuando me enteré que iba a ver las nuevas aventuras de Flynn, casi me da un patatús. Ansias de chico, con eso cargaba. Y a esas ansias, Tron: Legacy, las satisfizo de manera magistral. Para resumir el argumento: Kevin Fynn desaparece misteriosamente a finales de la década del 80. Su hijo, Sam, al principio tiene esperanzas de volver a verlo, pero con el tiempo las va perdiendo. Tal vez por esa desazón se convierte en una especie de rebelde moderno, un joven idealista que nada tiene que ver con las nuevas andanzas de Encom, la empresa que manejaba su padre, que pasó de ser el ejemplo del Software libre a una mega corporación solamente interesada en vender (¿alguien dijo Microsoft?). Pero un día todo cambia. El día en que Sam roba el nuevo Sistema Operativo de Encom para colgarlo en internet. El mismo día que Alan Bradley (al que conocemos mejor como TRON) le dijo que recibió una señal desde el viejo teléfono desconectado de Flynn’s, la casa de videojuegos que solía regentear su padre. Luego de dudarlo, Sam va a revisar el palacio gamer abandonado, solo para encontrar un experimento de Kevin, que por error lo terminará llevando al mundo virtual que su padre creó, y del que es prisionero. Allí se reencontrarán, y junto con Quorra, una valiente guerrera, enfrentarán a Clu, el programa que Flynn creó a su imagen y semejanza, y que en sus ansias de poder traicionó a su hacedor. Ahí comienza un derrotero de aventuras y combates filmados con la más alta tecnología actual, que propone casi un viaje hasta los límites de la imaginación. Tron: Legacy es una excelente secuela, es la excepción de la máxima “las segundas partes nunca son tan buenas” y su banda sonora, hecha por Daft Punk, no puede ser más acorde. Tal vez no esté a la altura de “la película del año”, pero son dos horas en las que el niño que llevás adentro va a estar en su mejor momento. En cuanto a lo malo, el argumento a veces peca de infantiloide. Y no es que esté mal, atrapar público nuevo, pero considerando que hay fans de más de 30 años, se podrían haber tomado algunas licencias. Lo que si van a disfrutar los fans son la cantidad de pequeñas referencias de la primera película. Cosas que solo podés descubrir si sabés de que te hablan. Pero más allá de esos detalles, Legacy puede verse independientemente, sin que nada del argumento central se pierda. En definitiva, el regreso de Tron fue por la puerta grande, y como hace casi 30 años, vuelve a marcar un hito en cuanto a las nuevas tecnologías del cine. Esperemos que para la tercera parte de la saga (¿alguien tiene dudas?) la leyenda se mantenga, dejando de lado la manía de infantilizar argumentos.
Game over Otra vez los efectos especiales hacen de las suyas en esta especie de remake/secuela de la compañía Disney, que retoma una vieja historia estrenada haya por 1982 y que aquí no es más que una excusa para dar lugar a la explosión CGI y efectos 3D con muchas luces de Neón. De alguna manera, la historia de Tron, el legado es la presentación para las nuevas generaciones, de un mundo visto hace ya más de 20 años, con la suficiente cantidad de guiños para el público que todavía recuerda esa primera parte escrita y dirigida por Steven Lisberger. En esta ocasión, el hijo de Kevin Flynn (Jeff Bridges), el protagonista de la historia original, todavía siente la ausencia de su padre, luego que éste desapareciera sin dejar rastros por más de 20 años. A través de un misterioso mensaje, el joven Sam descubrirá cómo ingresar al mundo de realidad virtual que éste había creado. Allí no sólo descubrirá una realidad completamente nueva, sino que también deberá embarcar un viaje épico dentro del videojuego que mantuvo encerrado a su padre durante tanto tiempo. La peculiaridad de Tron, el legado es que, a diferencia de su predecesora que significó todo una innovación en el uso de herramientas digitales en el cine, esta historia pierde su principal cualidad. Porque hoy el uso de los efectos computarizados es casi esencial en el cine industrial, y porque narrativamente hablando, no hay demasiadas justificaciones (emociones, sorpresas) sobre lo que vemos en pantalla. Exponente fiel de una era new age que se apoya en el arte pop (en este caso de la mano del dúo musical Daft Punk, que acompaña la banda sonora compuesta por Hanz Zimmer) para reforzar la enorme cantidad de imágenes y colores que saltan desde la pantalla, la película cuenta con un importante compromiso de Jeff Bridges, quien en este caso asumirá dos papeles (el bueno y el malo respectivamente) y una divertida participación del gran Michael Sheen. Por el resto, una simple historia que sobrevivirá en la taquilla gracias al 3D predominante que tantos resultados beneficiosos (para la industria) han dado. Un debut en la dirección del diseñador digital Joseph Kosinski, que deja sabor a poco, muy poco.
Aunque TRON: El Legado (TRON: Legacy, 2010) se nos presenta como una secuela del singular clásico de 1982, en realidad estamos ante una suerte de remake aggiornada que retoma con sumo respeto tanto aquella estética minimalista como el tono narrativo distante (en esta ocasión apenas “lavado” para generar un poco más de empatía con el público). En esencia tenemos la misma película casi treinta años después: movilizadora en términos visuales pero muy discreta desde lo conceptual, hoy apuntalada en la bella fotografía de Claudio Miranda y el simpático house kitsch de Daft Punk. Con el correr de las décadas el diseño de vanguardia del original se transformó en estándar y aquel disparador argumental en modelo de un sinnúmero de films posteriores; circunstancias que sin embargo no le quitan mérito a esta correcta ópera prima de Joseph Kosinski, un artesano que definitivamente no pudo superar lo hecho por James Cameron en el terreno de los CGI (por momentos el rostro de Clu entorpece la fluidez de la animación). Más que por el 3D habría que preocuparse por verla con subtítulos ya que la actuación de Jeff Bridges resulta fundamental...
Finalmente se estrenó la secuela de Tron en las salas, esta vez grabada con cámaras y en 3D con un reparto que incluye a Jeff Bridges, Gaerrett Hedlund, Michael Sheen y Olivia wilde. El director es el debutante Joseph Kosinski. El film está situado en nuestros días, en los que Kevin Flynn (Bridges) ha desaparecido y su hijo Sam (Hedlund) va a buscarlo al mundo digital sin saber que hay alguien esperándolo con siniestros planes que nuestros héroes deben evitar. Como se ha visto en los avances publicitarios, Tron: El Legado es un film que deslumbra visualmente, tanto por el diseño de sus vehículos como por sus trajes y su fotografía. Como en su predecesora, algunos de los vehículos fueron hechos por un diseñador industrial, en este caso el alemán Daniel Simon, la fotografía estuvo a cargo de Claudio Miranda, conocido por su trabajo en El Curioso Caso de Benjamin Button (de David Fincher, mentor de Kosinski), cuyas características de trabajo se repiten, con alguna variante: la imagen en Tron: El Legado tiene claroscuros, al principio el film tiene un tono casi sepia y también incluye movimientos de cámara muy suaves y precisos, sin contar que fue grabada digitalmente como en el caso del film del 2008. La variante en la imagen viene del look "Tron" que se resume en trajes iluminados por LED con tonos fríos y cálidos y el diseño de la arquitectura decididamente digital. Otro elemento que se relaciona con El Curioso Caso de Benjamin Button es el uso de la misma tecnología para rejuvenecer varias décadas a un actor (Bridges en este caso) pero esta vez los resultados son mediocres, con la posibilidad de distraer al espectador con la pobreza del efecto. Un recurso visual interesante que se utiliza en el film es el pasaje de 2D, en las escenas del mundo real, a 3D en el mundo digital, lo cual puede compararse del pasaje de imagenes sepia a Technicolor en El Mago de Oz. Con respecto al guíon de Tron: El Legado, éste logra reestablecer la historia en nuestros días, introducir a nuevos personajes y crear espectaculares escenas de acción. El problema es que se introducen nuevos personajes solamente para ser utilizados en una próxima secuela, lo cual crea la impresión el público que el film está parcialmente incompleto debido a que los realizadores están utilizando a la película como un mero segundo acto y no como una historia completa. Otro defecto es la simpleza con la cual están escritos algunos de los personajes principales, en especial en el caso de Quorra (Wilde) e inclusive el guión por momentos tiene poca claridad narrativa, a pesar de lo básico del relato. Por suerte, una dirección prolija de Kosinski permite no lleguar a aburrirse en ningún momento, sin por ello recurrir a un montaje plagado de cortes rápidos y confusos. La música de Daft Punk es enérgica, atractiva y más que adecuada para el film, lo cual permite otro punto de atracción para los espectadores más jóvenes. Tron: El Legado tiene mejor ritmo que el film original, aunque no logra sortear varios de los mismos problemas que sufrió la anterior entrega, aunque finalmente es entretenida. Ahora habrá que esperar a ver si el film en cuestión triunfa en la taquilla para continuar con el resto de la historia.
El pasado y el presente Que Tron (1982) fue una película visionaria, de eso no hay dudas. Introducía el concepto de un héroe atrapado entre dos mundos, uno real y uno virtual, como si fuese Matrix o Avatar. La película se sostenía en base a sus efectos visuales... como si fuese Matrix o Avatar. Pero acá se terminan las comparaciones: el paso del tiempo la ha dejado bastante maltrecha y no sólo eso: la narración no se destaca por ser entretenida. Para más, Disney tiene una suerte de vergüenza con esa película (que, aclaramos, sí se puede conseguir en DVD) y la convierte en una figurita difícil de conseguir (o de ver). Entonces, como el título de clásico le queda bastante grande, se convierte en una película de "culto" (no quiero desprestigiarlas a todas... algunas "de culto" son bastante buenas). Más allá de ser la película favorita de Al Gore, la premisa de Tron es bastante atractiva para atraer millones de espectadores: un hombre atrapado en un sistema informático tiene que pelear por su vida en terribles juegos de video, sólo que no hay segundos intentos. Tron: El legado es consciente de ello, y no es casual que la secuencia más espectacular de la película sea la persecución en motos. Visualmente es una maravilla, aunque hay que ver cómo evoluciona con el paso del tiempo. También hay enemigos comunes, que cuando caen hacen como ruidito de monedas, a los cuales hay que eliminarlos con discos voladores (o freesbees). Son todos seres cibernéticos, así que los héroes pueden seguir siendo héroes. Hay una secuencia divertida donde el protagonista empieza a combatir a un montón de enemigos, y Daft Punk (que además de la banda sonora participa en la película) musicaliza el combate. Es como un videogame, donde al final nos espera un boss. Lo más llamativo de toda la película (después de los efectos visuales, de lo que me ocuparé luego) es su ambición. No tanto el aspecto teológico (bastante obvio, con un Dios que, entre otros grandes logros, creó a Olivia Wilde para pasar el rato) sino el cronológico: Tron: El legado es una película sobre la imposibilidad de deshacer lo hecho, y de recuperar el tiempo perdido. El protagonista sufre porque no ha visto a su padre durante 20 años. El padre, porque su creación lo ha capturado y ha perdido miles (no veinte años "de usuario") de años y lo ha separado de lo que más quiere. Jeff Bridges es este semidios en el mundo virtual, Kevin Flynn, mezcla entre The Dude y un budista, que trata de recuperar el balance perdido y poder regresa al mundo real. No es casual que el villano de la película también sea Jeff Bridges (como Clu, un programa malvado) rejuvenecido, estancando en la original Tron. Los efectos visuales para reconstruir la cara del joven Bridges son los mismos que se usaron para El curioso caso de Benjamin Button. La animación CGI no logra convertir a esta criatura en algo humano, pero tampoco lo hace falso. Es un híbrido que no se camufla como lo hacía, supongamos, el joven Brad Pitt en la película de David Fincher. Como estamos hablando de un ser virtual, podría pasar por alto eso. Clu quiere llegar al mundo real (sus intenciones no son buenas, y una secuencia molestísima lo muestra como un dictador en potencia) porque, por más perfecto que sea ese mundo ficticio, el verdadero planeta Tierra, con todas sus imperfecciones, es perfecto. ¿Por qué quiere salir un personaje de computadora a la realidad? No sabemos, pero supongo que tampoco cabe preguntar eso cuando estos seres se divierten tirándose discos unos a otros. Quizás les falte un upgrade. Además, la fotografía oscura de la película resulta agobiante, y no sólo para sus propios personajes. Si bien hay varios momentos impactantes, que pueden recordar a la escala visual de Blade Runner, la decisión de oscurecer toda la ciudad y darle algunas luces de neón termina agotando. Es como si se justificara por un par de momentos. Nosotros, como los protagonistas, añoramos un rayito de luz, del verdadero Sol. No es lo único que deseamos: el protagonista tampoco no logra transmitir mucha humanidad, aunque por suerte ahi está Bridges (capaz de darle vida a casi cualquier cosa) y Olivia Wilde, una maravilla de carne y hueso, que ningún producto CGI o hecho con piezas de Transformers puede superar. La sensación que deja Tron: El legado es que es tan "clásica" como la primera, quizás menos, porque no significa una revolución en cuanto a efectos visuales (recordemos que la original es el puntapié al cine de animación computarizada) ni estilo temático (es un rejunte de homenajes, incluyendo el momento de disparar desde una torreta como en Star Wars). Además, abarca tanto que termina definiendo poco (la lecutra del paso del tiempo, dentro y fuera de la película, es lo más interesante). Técnicamente está muy bien y puede cosechar algunas nominaciones al Oscar como efectos visuales y dirección de arte, pero cuando un tanque de Hollywood cuenta con tanta capacidad (hagamos un back up: Daft Punk, Jeff Bridges, Olvia Wilde, los efectos visuales) es una lástima que no se haya exprimido más. El resultado final es parecido al de Flynn: Tron: El legado vivirá siempre en comparación con Tron. La versión vieja contra la nueva. Ambas, llenas de maquillaje. O mejor dicho: maquillaje CGI.
A uno que no ha visto la primera edición de 1982 dirigida por Steven Lisberger (ahora productor), lo tienta poder compararla con la recién estrenada “Tron: el legado”. A falta de disponer una copia del original, resulta útil la lectura de las críticas locales de esa época. La de Adrián Desiderato, publicada el día de su estreno (31 de marzo de 1983), decía: “La era de las computadoras ha llegado al cine…”Tron” acarrea la novedad de su artilugio formal y sus florilegios visuales, orquestados por un complejo sistema de computarización que es el mismo que alimenta los juegos de video”. Lo notable de ese comentario es que se podría aplicar textualmente a la nueva versión que se acaba de estrenar. Pero esa misma traslación de la crítica prefigura la pobreza de este nuevo intento del estudio Disney al no haber aportado mayores novedades, sobre todo a nivel de guión, y alargado la propuesta en más de treinta minutos, superando el conjunto las dos horas. Quizás el mayor acierto de “el legado” sea la inclusión nuevamente de Jeff Bridges (Oscar por “Loco corazón”) quien aquí vuelve a interpretar a dos personajes. Por un lado es Kevin Flynn, el padre desaparecido de Sam (el inexpresivo, para decirlo suavemente, Garrett Hedlund) y por el otro Clu, su avatar. Esta última palabra, que ahora ha popularizado James Cameron, da pie para señalar los años luz que separan a este “Tron” del film del director de “Titanic”. Este avatar es un Jeff Bridges rejuvenecido treinta años, un logro cinematográfico de efectos especiales de los grandes estudios de Hollywood. El gran problema de esta remake es la falta de interés de una trama que más de un espectador encontrará confusa y que será mejor apreciada por los más jóvenes, sobre todo aquellos que disfrutan de los videojuegos. Los personajes entran y salen del espacio virtual, aquí llamado la rejilla (grid). La estética tiene mucho que ver con este tipo de entretenimiento y para los no adeptos puede generar cansancio la utilización predominante de ciertos colores: sobre todo el naranja y también el negro, blanco y amarillo de muchos de los personajes y ambientes. Sin duda, hecho a profeso, uno terminando extrañando los verdes que recién vuelven a aparecer en una escena final a lo largo de una carretera arbolada. Dirigida por el debutante Joseph Kosinski, “Tron el legado” lo tiene nuevamente a Bruce Boxleitner en el personaje que da título al film, a la bonita Olivia Wilde y a Michael Sheen, el mismo de la recientemente estrenada “El día del juicio final”. A señalar la versatilidad de este último actor aquí como Castor, en un personaje totalmente diferente, alter ego de un David Bowie más joven. Nota: Este comentario se basa en una versión vista en 2D y en inglés. Es probable que en 3D y/o en IMAX la apreciación crítica cambie algo aunque no se cree que en forma sustancial.
VideoComentario (ver link).
Tras una fuerte y larga campaña de marketing impulsada por el estudio Disney, que arrancó en el Comic-Con de 2008 con la presentación de un primer avance (al que luego le siguieron imágenes, posters, trailers y más avances), finalmente llega esta remake/secuela de Tron, aquella película de 1982 que se destacó por ser una de las primeras en utilizar efectos visuales generados por computadora. Suena raro pensar en una continuación 28 años después del estreno de la original, la cual no resultó exitosa y seguramente pocos recuerden o hayan visto. ¿No podrían haberla realizado antes? Empecemos por lo bueno, "Tron: Legacy" ofrece una experiencia visual impactante y maravillosa. El universo Tron es increíble por donde se lo mire: los escenarios, los trajes, las naves, las carreras de motos y las peleas con esos frisbees fueron creadas gracias a un gran trabajo de diseño y efectos visuales que representan el mayor acierto de esta megaproducción. El film combina imágenes filmadas en 2D y en 3D, osea que quienes suelen disfrutar de esta nueva tecnología y no reniegan de ponerse esos incómodos anteojitos durante dos horas, esta es una película que justifica pagar la diferencia en el valor de la entrada. En el aspecto visual, "Tron: Legacy" es lo mejor que se ha visto desde el estreno de "Avatar". Otro punto fuerte es la banda de sonido a cargo de Daft Punk. La elección de este dúo francés fue una decisión original y acertada, acompañando con su clásico ritmo electrónico a las imágenes. También se dan el gusto de participar en una escena, con sus característicos atuendos, musicalizando una pelea. Eso sí, en algunos momentos, la banda sonora suena demasiado parecida a la de "Inception". Por el lado de las actuaciones, tenemos al genial Jeff Bridges quien repite su papel de Kevin Flynn. Además, se recurre a la misma tecnología utilizada en "The Curious Case of Benjamin Button" para rejuvenecer digitalmente al actor y que pueda así interpretar a Clu. En "Button", el rejuvenecimiento aplicado a Brad Pitt era sutil e imperceptible, pero aquí el efecto se utiliza mucho y se nota que aún le falta un poco de desarrollo para hacerlo creíble. El prácticamente desconocido Garrett Hedlund consigue aquí su primer protagónico y hace un buen trabajo interpretando a Sam Flynn. La hermosa Olivia Wilde (de la serie "House") lo acompaña interpretando a Quorra. Mención aparte para Michael Sheen, con una pequeña participación camuflado detrás de un maquillaje con un look David Bowie de los años 70. Así llegamos al punto más flojo: la historia. Tomando algo de las sagas "Star Wars", "Batman" y "Matrix", se plantea un relato denso y, por momentos, confuso que cae en un bache profundo durante la parte central y maneja además varias referencias a la versión original que pocos captarán. Esto hace que la extensa duración de la cinta se sienta (con veinte/treinta minutos menos, el resultado hubiera sido mejor) y sólo logre sostenerse gracias a sus aciertos en el campo visual.
That´s 80s show El año pasado me sorprendía (a mí misma) disfrutando sobre manera de Star Trek. Como escribiera en aquella ocasión, reconozco que no suelo adherir a los títulos de ciencia ficción, y mucho menos a las remakes y secuelas de los mismos. Sin embargo, soy absolutamente permeable cuando me cruzo con películas que saben inteligentemente mantener la esencia y los cimientos de los originales, a la vez que inscriben nuevas directrices argumentales y estéticas para renovar el género. Tron, el Legado es sin lugar a dudas, una de esas películas. Dirigida por Joseph Kosinski, fue producida por Disney con la última tecnología en 3D, y cuenta con las actuaciones de Jeff Bridges, Garret Hedlund y Olivia Wilde. En 1982, también Disney estrenaba Tron, pero dirigida por Steven Lisberger. Aquella no fue al parecer una gran película, sin embargo quedó en la memoria de tantísima gente debido a sus avanzados efectos especiales, a la vez que remitía al mundo de la tecnología, al describir el furor de los videojuegos y el auge de lo cibernético que se vivía en aquel entonces. Es así, que Tron, el Legado cuenta la historia de Sam Flynn, un joven que sigue obsesionado por la desaparición de su padre, Kevin Flynn, quien fuera el más importante desarrollador de videojuegos del mundo. Tras recibir una extraña señal de la Flynn Arcade- señal que sólo pudo haber sido enviada por Kevin- Sam se adentra en un mundo cibernético plagado de aventuras y peligros. Para quienes creíamos que los mejores efectos visuales del año, se encontraban en El Origen (de Christopher Nolan), esta nueva secuela pone en tela de juicio nuestras creencias. Además, la técnica 3D no solamente sirve para enriquecer dichos efectos, sino que está utilizada con el rigor de sustentar narrativamente al film. Acaso, si habría que reprocharle algo a Tron, el Legado serían cuestiones relativas al guión, ya que pasadas sus tres cuartas partes de duración, el ritmo decae. Y lo hace tanto o más, que su veracidad, o mejor dicho su originalidad. Hacia el final, la historia se asemeja más y más a una trágica fábula, donde la unión filial se ve amenazada por fuerzas oscuras, que paradójicamente fueron creadas por el mismo Kevin Flynn. Los paralelismos con historias bíblicas son innegables, y el “fantasma” de Star Wars merodea constantemente (aunque este “fantasma” logre en más de un momento muy buenos resultados). Tron, el Legado aunque se sumerja en la época de los ´80 más que nada gracias al trabajo del dúo Daft Punk, con música de aquellos años, logra acercarnos a la estética y espíritu ochentosos con varios tipos de guiños, entre ellos cinematográficos. Y demuestra así que, a diferencia de lo que decía el slogan de la serie televisiva That´s `80 show, no se trata de los años que todos quisiéramos olvidar. Buena opción para los amantes del género de ciencia ficción, buena opción para los seguidores de la primera Tron, y buena opción para quienes estén abiertos a nuevas propuestas, que sepan administrar en cuotas parejas efectos y narración. No por nada se adueño de la taquilla en los EEUU, con una recaudación de 43,6 millones de dólares en su primer fin de semana de estreno.
Nuevo software para una vieja aventura Es curioso y habla un poco de estos tiempos, donde el cine se ha convertido más que en una necesidad intelectual y cultural, en un fenómeno de evento social al que hay que acudir so pena de ser acusado de estar fuera de moda, el hecho de que Tron: el legado llegue en plan tanque de Hollywood, cuando su original fue un ligero fracaso para la Disney en la década del 80. Aquel film, visto hoy -y reconozco que lo vi por primera vez hace unos meses- mantiene intacto su carácter revolucionario y subversivo pero no puede disimular su rudimentario soporte tecnológico. Es entendible, cuando aquello que hoy denominamos CGI estaba en su etapa de prueba (¿o deberíamos decir beta?) y lo que se podía hacer no era más que una serie de palotes tecnológicos. Aquella película tenía a Kevin Flynn (Jeff Bridges) como creador de un programa que de alguna forma hackeaba un sistema de computadoras, en medio de una lucha corporativa que mantenía con un socio que lo traicionaba. Accidentalmente Flynn se metía adentro de la pc y comenzaba una aventura high tech, virtual, en la que los villanos tenían nombre de software y este era visto como un usuario que venía a romper la dictadura de los sistemas y microchips -ponele-. Tron era una módica e ingenuota distopía tecnológica, pero que tenía un acierto llamativo, aún hoy: de entrada sumía al espectador en un lenguaje desconocido, mucho más por aquel tiempo, arriesgando a dejar a muchos afuera. Era también algo monótona en sus diálogos, y lo primitivo de su tecnología la hacía ver como un film que debía haber esperado un tiempo para concretarse. Y casi tres décadas después la Disney decide hacer una continuación, retomando al personaje de Flynn, esta vez inmiscuido en un conflicto padre-hijo, ya que hace como 20 años que desapareció y nadie conoce su paradero. Claro, ahí irá su heredero, a meterse de nuevo en la pc y a vivir aventuras en un mundo tecnológico que se parece mucho al Imperio Romano con sus juegos para las masas, cambiando leones y gladiadores por peleas con discos asesinos o carreras en motos de luz. Y lo que hace muy inteligentemente el ignoto Joseph Kosinski desde la dirección, y su ejército de guionistas, es reactualizar el original con las nuevas tecnologías tanto de imagen como de sonido, para mejorar aquel film donde era necesario: las escenas de acción son mucho más fluidas y espectaculares, se ven más realistas y no le restan credibilidad a un film que es bastante riguroso en el cuento que cuenta. Sí hay algo que resta y es su componente político. Si bien al comienzo, Tron: el legado parece hacer una defensa del software libre, con un disparo por elevación hacia la gente de Microsoft, luego esto se desvanece y se inmiscuye más en temas como la creación, la responsabilidad ante la propia especie y el riesgo de lo virtual como reemplazo de lo humano. Sin dudas la original Tron tenía mucho más por decir de ese mundo tecnológico y corporativo y esta, si bien parece saber que hay cosas por decir prefiere evadirse y dedicarse a construir escenas de acción más perfectas y atractivas desde lo visual. Es una cuestión de elección, sin embargo tampoco es que esto modifique mucho las cosas, es apenas una diferencia de tono que también sugiere que estos tiempos del cine son mucho más superficiales. Incluso Tron: el legado mantiene en sus diálogos y en sus escenas entre secuencia y secuencia de acción la monotonía y solemnidad del original, y esto que puede ser entendido como una falla se convierte en un acierto. Kosinski no se endulza con las posibilidades con las que cuenta en el presente y, como dijimos, relee el film acertadamente sólo agregando allí donde es necesario: sus escenas de acción. Y las hay muchas, y muy buenas, empezando por aquella carrera de motos de luz, las nuevas luchas con discos y una escena dentro de un bar con un Michael Sheen en plan sacadito y con aspecto David Bowie 100 % glam. Tron: el legado luce entonces como un entretenimiento capaz de construir un universo personal, bastante sólido y que interesa. Temáticamente se filtran por allí algunos conceptos que uno ya ha visto en Blade runner o Inteligencia artificial, sobre las criaturas que adquieren conciencia y se preguntan acerca de su destino y origen, y que destaca sobre todo en el personaje de Oliva Wilde, una joven descastada para el sistema de razas del universo virtual, que encuentra características similares a los personajes femeninos de James Cameron: es aguerrida y tiene corazón; incluso la película le destina el último plano, demostrando de lleno qué es lo que importa y qué no en el film. Pero, claro, además Tron: el legado tiene en Jeff Bridges un reservorio moral, un tipo capaz de hacer esta infladísima película de acción y un drama intenso con la misma honestidad. Sin descollar, Tron: el legado es un buen entretenimiento que hace la diferencia al construir un mundo autónomo y personal, algo que Hollywood y sus tanques necesitan ya de manera demasiado imperiosa.
Cine virtual Lo que esta película tiene de novedoso es la utilización del 3D, la parafernalia de efectos digitales que dejará con la boca abierta a todos. Lo que ocurre es que lo novedoso en tecnología, bien lo sabemos, deja de serlo tan rápido como un suspiro. A comienzos de los 80 Disney estrenó una película que, si bien no resultó un éxito, pronto se convirtió en objeto de culto. Se llamaba Tron y mostraba un mundo de virtualidades que recién empezaba a asomar y que hoy resulta premonitoria y descriptiva de estos tiempos. Kevin Flynn (Jeff Bridges), hacker y creador de videojuegos se internaba en ese mundo paralelo y desaparecía en él, construyendo un clon o avatar (Clu) de sí mismo, (que ahora le traerá varios dolores de cabeza). En Tron: el legado, la secuela -20 años después de esos acontecimientos-, nos devuelve a Sam (Garrett Hedlund) el hijo de Flynn (antes un niño, ahora un rebelde y millonario joven) quien no puede olvidar la promesa de su progenitor de que regresará y quién, por casualidad, al internarse en la que fue la última oficina de su padre descubre una verdad que le parecerá imposible. Llega al mundo virtual y allí descubrirá que lo que tiene que hacer es sobrevivir. Y eso es bastante difícil. La trama es una típica historia de padres e hijos de las que ya hemos visto hasta el cansancio, de recuperar relaciones perdidas, de perdones y afectos que trascienden el tiempo y el espacio. Desde Dios con Adán y Eva, pasando por Ulises y Telémaco y llegando a Luke y Darth Vader, eso de las filiaciones son moneda corriente. Así que por allí, no esperen demasiado. Y no da para detenerse en lo del sofware libre que se cuela superficial y contradictoriamente ni en la aventurada sugerencia de poder crear una solución definitiva a todas las enfermedades con la aparición de Quorra (una bella Olivia Wilde), la última en su especie (ISO). Lo que esta película tiene de novedoso es la utilización del 3D, la parafernalia de efectos digitales, el uso de CGI a mansalva, que dejará con la boca abierta a todos. La forma es la apuesta mayúscula de este cine y no hay fallas en ese recurso. Lo que ocurre es que lo novedoso en tecnología, bien lo sabemos, deja de serlo tan rápido como un suspiro y el cine, por lo menos para mí, es más que un videojuego. El bombardeo de imágenes digitalizadas a la velocidad de la luz, el uso de una paleta reducida de colores (puros y fluorescentes) y el acompañamiento de una banda sonora de música electrónica (Daft Punk) pueden atontar de momento y potenciar el ritmo pero habría que ver cuánto durará el recuerdo en nuestras retinas y, más aún, cuánto en nuestra memoria afectiva. Que usted se va a entretener, es casi seguro, pero quizá comparta conmigo que el cine es algo más que eso.
La película “Tron” (Steven Lisberger, 1982) está considerada la primera película en la que se usó computación gráfica en la casi totalidad de su factura técnica. Si bien no fue un éxito comercial está apreciado como un film de culto por ser la realización que marcó el camino por el que se llegó a la realidad virtual tanto en cinematografía, video juegos y hasta, recientemente, en escenografía teatral. Además, originó muchísimos juegos de videoconsolas. La historia que contaba era bastante fantástica aunque muy novedosa, un programador llamado Kevin Flynn trabaja en una empresa donde uno de los dueños le roba sus creaciones. En busca de la forma de recuperarlas Flynn es accidentalmente absorbido (digitalizado) por un CCP y pasa a integrar la población virtual del mismo. Allí deberá luchar contra la tiranía que ejerce el mismo CCP. La secuela que llega en 2010, que es la que se comenta, comienza cuando el hijo de Kevin, llamado Sam, investiga la desaparición de su padre, y a partir de una señal que supone le es enviada por su progenitor se introduce digitalmente en el mismo programa de computación en el que su padre vive desde hace 25 años y se encuentra con él. Ambos lucharán contra un ya conocido enemigo, el tiránico CCP, esta vez con todos los recursos que la tecnología digital pone a disposición de, obviamente, los dos bandos. Es notorio en esta secuela que a pesar de los avances tecnológicos que no sólo están a disposición de los personajes sino también de los guionistas, realizadores y técnicos, ya no resulta una historia muy novedosa, aunque sea utópica, sobre todo porque con leves diferencias es usada como soporte argumental en innumerables video juegos de internet. Es rescatable la banda sonora y también la labor actoral de Jeff Bridges como Kevin Flynn, aunque ha tenido 25 años para recrear su personaje, quien se encuentra en la cima de los “casi indiscutibles” de Hollywood, y su caracterización juvenil digitalizada resulta lógicamente artificial (la tecnología no da para más, por ahora). Garrett Hedlund, como Sam Flynn, el protagonista, usa como recurso de composición el posar de manera rebuscada de forma permanente, al mejor estilo de los modelos de pasarela de modas. Consciente de su prestancia visual se muestra muy seguro al ser el centro de un cuadro casi coreográfico muy sensual junto a varias mujeres virtuales (aunque fue realizado con actrices). El argumento es apuntalado acercándolo varias veces a situaciones que resultan bosquejos eróticos, algo que suele ser un recurso en la programación de muchos juegos cibernéticos. Hay en el argumento una débil reminiscencia a “Star Ward” (George Lucas, 1977) que regresará muy pronto a las pantallas en 3D con Jedi incluido. Y precisamente lo que llama la atención en esta secuela de “Tron” es que más de la mitad está realizada en sistema 2D y la otra parte en 3D, se anuncia al comenzar la proyección que se lo ha hecho intencionalmente. Por lo tanto intencionalmente se le ha sacado la mitad del atractivo visual que podía tener. De todas maneras puede resultar muy apreciada por los adeptos al Cyber donde tanto los buenos como los malos deben ganar o desaparecer (literalmente). También los cinéfilos del género de ciencia ficción e historias fantásticas encontrarán lo que buscan en esta obra cinematográfica.
Luego de 28 años ha llegado la segunda parte de la primer Tron que fue estrenada originalmente en 1982 con muy poca repercusión. Para esta segunda parte Disney apostó por una fuerte promoción y repitió la fórmula del pasado, con la esperanza que el resultado no sea el mismo. La historia de Tron el Legado nos trae a Sam Flynn, un muchacho que fue abandonado en circunstancias poco claras por su padre, el magnate de los videojuegos Kevin Flynn. Sam es educado varios años por sus abuelos, hasta que la muerte de ambos lo deja completamente solo, algo que no le impidió seguir adelante con su vida, aunque lo hizo con ciertos problemas con la ley y conductas poco maduras para un joven que se acerca a los 30 años. A pesar de ser el mayor accionista de Encom, Sam aún no se ha decidido por tomar las riendas de la empresa que gobernó su padre por tantos años debido a que no se considera capaz de poder hacerlo con buenos resultados. Luego de salir de prisión una vez más, es visitado por el fiel amigo de su padre, Alan Bradley, quien le aconseja ir a visitar la mítica central de videojuegos que poseía su padre y allí tratar de encontrar algún rastro de su desaparición. Es justamente en ese lugar que consigue acceder a un oscuro sótano donde navegando en la vieja y polvorienta estación de trabajo de su papá es transportado por un rayo láser a un mundo digital. Eso marca un antes y después para Sam, porque es en ese nuevo mundo donde se encontrará con alguien que dice ser su padre, pero que en realidad no lo es, para luchar contra aquellos que han mantenido encerrado a su verdadero padre y juntos volver al mundo real. Los que pudieron ver la anterior entrega, podrán ver que las propuestas son bastante similares, aunque hay que destacar que el film estrenado a comienzos de los 80, poseía dos argumentos muy sólidos que merecen ser destacados. En primer lugar y más importante está bueno mencionar que Tron fue una película pionera en la utilización de la animación computada y en segundo lugar hay que destacar que la historia que estaba presente en esa versión era una visión del mundo digital muy adelantada para esa época. Con respecto a Tron el Legado podemos decir que es una película que tiene buenos momentos de humor, unas cuantas secuencias de acción espectaculares, varias escenas de lucha cuerpo a cuerpo y unos efectos especiales potenciados por el gran aprovechamiento del 3D. Lamentablemente, como en casi todas las propuestas donde el foco se pone en los elementos que mencioné más arriba, el guión construido hace agua en algunos momentos, especialmente al momento de tratar de abordar la composición de la relación entre padre e hijo. Incluso hay detalles de la historia que podrían haber sido llevados de otra manera debido a que no aportan nada a la película, como la traición de Zuse ocurrida en el bar futurista. Por otra parte encontramos a un trío protagonista que sale bien parado, donde el pilar fundamental lo pone el gran Jeff Bridges. Este bonachón entrado en los 60 años nuevamente nos regala otra excelente actuación en los momentos en que la cinta lo necesita, poniéndole una garra bárbara a su personaje. Por otra parte encontraremos a la bellísima Olivia Wilde que tiene algunas secuencias donde se ve claramente favorecida por un luminoso rostro. Por último tenemos a Garrett Hedlund, que si bien en algunas escenas no transmite mucha soltura en su cara y especialmente en su mandíbula, lleva adelante una labor que cumple con las moderadas exigencias del film. Mención aparte merece la espectacular banda de sonido compuesta especialmente por Daft Punk para este film. Tron el Legado es una recomendable propuesta pochoclera en esta época de vacas flacas en nuestras carteleras.
Para hablar de este film primero me gustaría hacer referencia a aquel de 1982, que dio origen a esta historia. Parte del público que vaya a los cines, no ha tenido la oportunidad de verla en ese entonces. La verdad es que yo tampoco hasta hace muy poco, cuando supe que se estrenaría esta secuela en la pantalla grande. Fue así que llegó a mis manos un VHS de Tron (1982): descubrí esta joyita rara y extraordinaria. Este film sin duda fue muy adelantado para su época, ya sea por las imágenes o lo que estaba planteando. Las ideas que se desprenden del mismo, bien podrían haber inspirado a películas como Matrix o Existenz, ya que podemos encontrar algunas semejanzas al jugar con la relación entre el mundo real y el virtual, pero también con otras como Terminator, donde se enfrentaba al hombre con la máquina para ver quién dominaba a quien, o si las computadoras eran solo máquinas o podían pensar por sí mismas. En 1982 era muy extraño pensar en todo esto, quizá fue por eso que el film fracasó. Ahora si podemos hablar de Tron, El Legado. “Es un mundo nuevo, allí está nuestro futuro, nuestro destino”. Kevin Flynn. La historia arranca en 1989, con Kevin Flynn contándole a su hijo Sam las historias sobre ese mundo virtual que había descubierto unos años antes. Flynn comenzó a dirigir ENCOM en 1982 y continuó como presidente de la empresa hasta 1989 cuando se esfumó sin dejar rastro y nadie supo más de él. Han pasado veinte años desde ese momento. Sam tiene ahora 27 años y es un joven rebelde al que no le interesa la empresa a pesar de ser el accionista mayoritario. Sam recibe una visita de Alan diciendo que ha recibido un mensaje en el bipper de su padre, cuyo número se supone está desconectado desde hace 20 años. Esto lleva a Sam a investigar en la vieja tienda de videos y allí encuentra la habitación secreta que usaba Kevin para ingresar al sistema que había creado. Al encender la computadora, Sam se lleva una gran sorpresa, de repente se da cuenta que ya no está en la tienda de su padre sino en la rejilla, el mundo virtual del cual Kevin tanto le había hablado. Sam deberá enfrentarse a CLU, que ha tomado el poder y puesto todo de cabeza en ese lugar. Pero con la ayuda de Quorra, buscará a su papa para impedir que CLU encuentre la manera de ingresar a nuestro mundo, ya que su único deseo es acabar con la imperfección siguiendo las supuestas órdenes de su creador, y por desgracia lo más imperfecto en el mundo real somos nosotros, los humanos. Esta segunda parte está mejorada visualmente en relación a su predecesora, solo por el avance tecnológico que permite la animación 3D y los efectos especiales que son propios de esta época y que no existían en 1982. En cuanto al planteo ya no es novedoso, pero de todos modos agrega algo más como lo relativo al Software Libre y la discusión sobre que es la perfección, lo cual también es muy actual ya que hoy en día se busca ser perfecto en el aspecto físico, y se ha visto en otras historias como es el caso de la serie Star Trek Next Generation, donde había una raza llamada BORG que buscaba eso mismo a través de la unión de lo orgánico y lo sintético. En Tron, El Legado, esta búsqueda está representada por la obsesión de CLU al pensar que solo los seres digitales como él son los perfectos. En cuanto al elenco, nuevamente Jeff Bridges y Bruce Boxtliner vuelven a representar a Kevin Flynn / CLU y a Alan Bradley / TRON respectivamente. Por todo esto, de mi parte recomiendo buscar la versión de 1982 para disfrutar mejor esta secuela 2010 que además de dejarnos alguna reflexión resulta entretenida y se luce muy bien en 3D.
Técnica y visualmente, el film es muy bueno, al igual que el sonido y la gran banda de sonido. Pero el guión es bastante pobre, y ni siquiera en esta segunda parte lo hicieron un poco más interesante, pero como en este tipo de film es más importante lo que se ve que lo que se oye...
Tron (1982) fue un producto de su tiempo, en donde la gente apenas sabía como funcionaba una computadora y se dejaba llevar por esa fantasía disparatada que nos contaba que existían fuerzas del bien y del mal coexistiendo en una dimensión digital residente en nuestros ordenadores. En realidad era un filme bastante mediocre pero tenía un par de ideas y un par de secuencias de efectos especiales que fueron revolucionarias en su momento, y que le ganaron un lugar en la memoria de millones de espectadores afiebrados durante el inicio de la era de la informática hogareña a principios de los años 80. Tron se transformó en fenómeno de culto con la llegada del VHS, y la Disney trató un par de veces de generar una secuela, algo que recién terminaría por concretar 30 años después. En sí, Tron: El Legado es superior a su antecesor. Ya no hablo de los FX - los que después de 30 años han sufrido drásticos avances - sino del argumento, que al menos es algo más coherente y definitivamente menos estúpido. Uno debe considerar que en el medio estuvo Matrix (1999) - que tomó las ideas básicas de Tron y se transformó en una especie de versión 10.0 de la historia -, con lo cual los guionistas de la secuela debieron devanarse los sesos para presentar algo no tan naif como el original y que sonara coherente a una audiencia familiarizada de sobra con los computadoras, Internet y toda la parafernalia informática de hoy en día. En 1982 lo más sofisticado que existía era una Commodore 64, y de las cuales existían 1 cada 10.000 hogares. ofertas en software de facturacion para empresas de Sistema Isis En todo caso Tron: El Legado es un cabal ejemplo de lo que llamaré "la industria hollywoodense del primer acto". Esto es, libretos que circulan por la meca del cine y que contienen primeros actos espectaculares - ideales para generar un gran trailer, narrados por el locutor meloso de turno -, pero que luego no tienen ni la más mínima idea de cómo seguir desarrollando la premisa (y, mucho menos, de mantener la excitación inicial). Los productores los compran y los financian en base a ese primer acto, y nadie se calienta en pulir lo intermedio o el climax. Ejemplos de esto hay a raudales, como la remake de El Día que Paralizaron la Tierra o Dreamcatcher entre tantos otros casos. Aquí el filme va sobre ruedas, con un protagonista carismático y un desarrollo inteligente (aunque algo copiado de la saga moderna de Batman, con otro niño millonario temerario y despreciativo de la empresa que la ha tocado en herencia), hasta que el libreto empieza a hacer agua desde el momento en que padre e hijo se reunen en la dimensión digital. Empecemos por decir que Jeff Bridges tiene libros de papel (QC!) y deglute comida en dicha dimensión (¿de dónde sale? ¿comen arvejas electrónicas? ¿ciberpollos? ¿dónde los crían?). Desde la escena de la cena, uno se da cuenta de que los libretistas no tienen la más pálida idea de como seguir el desarrollo de la trama - o como crear reglas para un universo digital -, y caen en cosas demasiado standares que no se condicen con el universo que plantea la historia. ¿Boliches para que se diviertan los programas renegados? ¿Dueños de boliches que trafican identificaciones falsas? ¿Qué es esto? ¿Casablanca (1942)? Por si fuera poco, el libreto comete dos gruesos errores que demuestran su escaso vuelo inspirativo. Primero, transforma a Jeff Bridges en una especie de Yoda electrónico, dándole superpoderes para alterar el entorno y que aparecen justo en el momento en que el guión no sabe como resolver una situación (como el absurdo climax). Segundo - y que me parece el más grosero de todos - es que el Tron del título ha quedado relegado a un papel miserable y sin peso. En el filme de 1982 Tron era un guerrero legendario, elegido de una profecía para restaurar el equilibrio en el mundo digital. Pero ahora el libreto privilegia al taquillero y oscarizado Jeff Bridges y reduce a Bruce Boxleitner (el Tron original) hasta el punto de convertirlo en un cameo en su propio filme. Esto es bastardizar la idea en base a la trayectoria / poder de box office de los actores. Es tan atroz e injusto el destino designado para Boxleitner / Tron que uno termina indignado. Eso no quita de que Tron: El Legado esté ok y sea entretenida. Los efectos especiales son espectaculares. La acción está filmada con virtuosismo, las actuaciones son buenas. Pero a uno le da la sensación de que se podía haber sacado más el jugo a semejante esfuerzo con una historia más pulida, y dándole a Tron el lugar que merecía. Así como está, se deja ver y tiene guiños para los fans del primer filme, pero está lejos de hacer algo memorable.
LA EVOLUCIÒN DE LOS PROGRAMAS La secuela tardía de un rotundo fracaso de la década de los ’80 es un entretenimiento legítimo con algunos pasajes visuales sorprendentes y algo de filosofía pop Esta secuela de Tron (1982), un film pionero en el uso de efectos digitales y rotundo fracaso de taquilla en la década del ’80, puede resultar innecesaria como la mayoría de las segundas y terceras partes, aunque 30 años después este relanzamiento en 3D es un entretenimiento legítimo con pizcas de filosofía pop, de lo que se predica un mínimo de respeto por su audiencia, lo que no suele suceder en estos casos. Kevin Flynn (Jeff Bridges), el personaje central de la primera entrega, ya no está entre los mortales. Su hijo, Sam Flynn, es indirectamente el heredero de los inventos de su padre, y un miembro “simbólico” del consejo directivo de una corporación llamada Encom. Cuando la compañía está por lanzar un software de un programa de entretenimiento inmune al copiado, hay un sabotaje. La indicación es precisa: indirectamente, padre e hijo comparten un espíritu utópico. Como en la mayoría de las producciones de Disney, un explotador consciente de uno de los grandes mitos del cine de Hollywood, el reencuentro padre e hijo, Sam recibirá un mensaje impreciso pero tentador de su padre. ¿Está vivo? Tal vez sea imposible, pero en una suerte de museo ochentoso y laboratorio secreto un láser lo transportará a otra dimensión, un mundo virtual con sus propias leyes físicas en donde la ley de gravedad no parece un impedimento y el espacio constituye una gran pista de patinaje y motociclismo, aunque en este mundo sombrío y monocorde, bello en sus propios términos, el mundo simbólico de sus habitantes repite las calamidades sociales del nuestro. Y es allí en donde una réplica digital de Kevin Flynn rejuvenecida, llamada Clu, lidera la supremacía de los programas vivientes, que pretenden alcanzar el planeta de los usuarios (nosotros, los homo sapiens) y que en su momento purgaron a este cosmos sin sol de una nueva especie denominada ISO, originada por esta ecología electrónica. La aparición de Sam en este universo no sólo funciona como una intrusión y un desequilibrio, sino que también habrá de sacar a su verdadero padre de un exilio necesario (más parecido a un retiro Zen que a un encierro político), pues la llave de acceso a nuestro mundo está en su espalda, en donde lleva un disco con información capaz de vulnerar las fronteras que separan un mundo del otro. Tron: El legado es filosóficamente interesante cuando en vez de explicar sus dilemas teóricos los demuestra a partir de la puesta en escena. Si bien, como suele suceder en el cine en 3D, los protagonistas moviéndose en algunos planos generales padecen de una asimetría proporcional respecto de otras figuras que acompañan la escena, el trabajo sobre las tres dimensiones es inteligente y pertinente. La invención de un mundo y sus leyes físicas trabajadas en 3D es admirable, incluso cuando un ejército de programas remite a los soldados del Fürher, en una secuencia que parece calcada de la iconografía de El triunfo de la voluntad. El showman de esta fiesta digital es Jeff Bridges, un “jazzman” biodigital cuya sabiduría zen de pacotilla funciona como un contrapunto de sus conceptos evolucionistas, una extensión ostensible del sincretismo filosófico del film.
No sé si alguna vez lo mencioné por acá, pero me encantan las películas de ciencia a ficción que están relacionadas con las computadoras, la tecnología y demás (excepto Matrix, no me pregunten por qué). Así que cuando me enteré que Tron volvía a la pantalla grande, mi alegría fue enorme, y mucho más al ver el trailer, que estaba buenísimo. Tuve la oportunidad de verla en 3D, y si bien muchas de las escenas están filmadas en 2D, porque su director así lo prefirió, aquellas que son en 3D están geniales! Y realmente nos brinda un panorama de cuánto está avanzando la tecnología. La historia me pareció interesante y bastante entretenida, la compré, y me mostró TODO lo que esperaba ver, así que me entretuvo de principio a fin, y en varias ocasiones me sorprendió (para bien, por supuesto!). Como "plus", trabaja uno de mis actores favoritos, Jeff Bridges, que si bien no es un actorazo, cumple muy bien con su papel, y tiene ese "no sé qué" que me encanta! Lo acompaña como co protagonista Garrett Hedlund, cuya actuación me convenció bastante. Si les gustan las películas de ciencia a ficción, "Tron, el legado" es una opción realmente muy buena, que seguramente los hará salir satisfechos del Cine, y si vieron la primer película, notarán que algunas escenas tienen una onda muy vintage que le suma varios puntos extra, y dejará más que contentos a los fans!
El futurismo de antes Película del sello Disney que es la secuela del film del mismo titulo del año 1982. Sam Flynn (Garret Hedlung) es el hijo de Kevin Flynn (Jeff Bridges), quien es un importante hombre dentro del campo de los avances en computación. Cuando Sam tiene solo 7 años, su padre desaparece inesperadamente luego de anunciar un gran descubrimiento científico que cambiaría la vida de todo el mundo. Veinte años después Sam recibe un mensaje que parece provenir del viejo negocio abandonado que pertenecía a su padre por lo que decide ir al lugar. Allí encuentra una especie de portal que lo transporta a una realidad alterna futurista donde las personas son llamadas “programas” y toda su vida de graba en una especie de disco rígido que llevan en sus espaldas. En su aventura, también descubrirá que su padre no está muerto, sino que quedó atrapado en este mundo que se suponía perfecto pero “Clu”, el clon que creó Kevin Flynn se revela llevando esta perfección al extremo destruyendo todo signo de impureza. Sam junto con su padre y la guerrera Quorra (Olivia Wilde) unirán sus fuerzas para luchar contra esa rebelión y evitar que Clu y su ejército de la perfección se teletransporten a nuestra realidad. Con grandes efectos especiales, de destacan las partes de las “batallas de discos” y las carrera de motos con sus efectos especiales lumínicos de última generación. La historia bien podría ser producto de una rara mezcla entre Avatar, Narnia, La guerra de las galaxias, Matrix y Teminator pero cuenta con una gran doble actuación de Jeff Bridges y momentos adrenalínicos de gran impacto. A mi personalmente me tocó verla en 2D pero si tiene la posibilidad imagino este film debe ser una muy buena opción para el 3D.
Quienes en 1982 asistimos al estreno de “Tron” y quedamos a medias fascinados y a medias aburridos por ese cuento de ciencia ficción que ocurría dentro de una computadora, esperábamos “Tron: el legado” con una mezcla de curiosidad y nostalgia. Lo peor que se puede decir de la película es que satisfacer la primera nos causa dudas respecto de por qué haber sentido la segunda. El nuevo film es una serie de viñetas filmadas sin apresuramiento, con mucho efecto sonoro –mucho más destacable es la sensación envolvente que logra el sonido que aquella que consigue el 3D–, la música tecno del dúo francés Daft Punk y, bueno, en realidad poco más. Un tal Sam Flynn, cuyo padre, un experto informático, ha desaparecido veinte años atrás, termina dentro de una computadora peleando contra un clon informático de aquel papá. Ambos, papá y clon, interpretados por Jeff Bridges (y no, el “rejuvenecimiento digital” de don Jeff cuando hace de joven no funciona: la técnica aún no llegó tan lejos).
Las historias de Walt Disney siempre tienen una segunda vuelta. Y “Tron, el legado” es un claro ejemplo de que aquella película de culto de 1982 no sólo puede reciclarse en 2010 sino también jerarquizar la primera y dejar una puerta abierta para una tercera parte. El pasado, el presente y el futuro juegan sus cartas en esta película de Joseph Kosinski, que despunta con un Kevin Flynn muy joven (Jeff Bridges, por gentileza de la tecnología digital) en pleno diálogo con Sam, su hijo adolescente. Esa charla será inolvidable para el joven. Es que su padre, conocido como un genio creador de video juegos, se fue en moto de su casa y no volvió nunca más. La película salta al presente, con Sam ya con 27 años, heredero de un imperio de videojuegos a escala mundial, pero que se mantiene fuera de la empresa. Es que todavía sigue preguntándose por qué desapareció su padre y reniega de todo. Pero Sam recibe una buena señal y llega a descubrir la verdad. Su padre cayó preso de su propia creación y fue capturado por un mundo virtual. Sam viajará a ese universo futurista y lidiará con un villano inesperado para reencontrarse con su padre. Así será la primera vez que la pantalla devolverá la imagen más conocida del actor Jeff Bridges. La trama central será la lucha encarnizada de Sam por rescatar a su padre y reinsertarlo en la era actual. Pero nada será fácil. El mundo virtual tiene otras reglas y Sam descubrirá que aquellos juegos que lo fascinaban cuando era niño son muy crueles cuando son parte de la vida cotidiana. El filme pretende de alguna manera hacer una crítica a los grandes errores de la supuesta perfección cibernética e incluso se atreve a tener una mirada sobre la escena social. En el diálogo del hijo y el padre en el futuro, Kevin quiere ponerse al día por lo que se perdió en los últimos 27 años. Y tras lamentarse por la muerte de sus padres revela un escenario más que real: “Me imagino que los ricos siguen siendo ricos y los pobres siguen siendo pobres”. En lo que respecta a los efectos visuales, “Tron, el legado” es una perlita para los amantes de las películas de ciencia ficción, y mucho más con la posibilidad de verla en el sistema 3D. Sin ser una película con un guión brillante, mantiene una coherencia a lo largo de todo el relato, no pierde dinámica en las más de dos horas del filme y logra picos de emoción hasta el desenlace. Queda para la reflexión si el mundo virtual lleno de villanos y hombres programados no es una metáfora del mundo real.
Viaje al embrión de la realidad virtual Cuando en 1982 apareció “Tron” fue un fracaso comercial, pero se fue volviendo de culto en el novedoso formato VHS, conviviendo con las primeras PC de IBM de monitores monocromos, las Commodore 64 con programas a cassette, conectadas al televisor. En la era dorada del Silicon Valley, cuando la gente pensaba en computadoras, pensaba en hardware, en circuitos: los programas eran algo que se dibujaba en diagramas de flujo con una plantilla plástica. Y de pronto apareció “Tron”, mostrando el interior de un sistema informático como un mundo digital (en ese entonces el concepto de “realidad virtual” circulaba sólo entre los primeros círculos de la literatura cyberpunk), donde los programas semejaban seres vivos. Ahí se contaba la historia de Kevin Flynn, un programador que, absorbido por el sistema a través de un láser especial, intentaba cambiar las cosas desde adentro, en un entorno en el que, como usuario y creador, podía ser considerado una especie de Dios.El tiempo pasó, y a finales de los ‘90 los hermanos Larry y Andy Wachowski iniciaron la trilogía de “Matrix” y volvieron a redefinir la cosa. En “Matrix” ya no hay humanos que se digitalizan por arte de magia, sino que se conectan a través de un enlace cerebral. Entre medio también pasaron otras sagas de fantasía y ciencia ficción, que alimentaron el capital cultural de los públicos, y se desarrollaron exponencialmente las posibilidades de la generación de imágenes digitales, algo que en la “Tron” original se usó menos de lo que parece en pantalla y que en aquel entonces era considerado casi una trampa. Esperando ahora sí pingües beneficios Walt Disney Company decidió apostar, 18 años después, a una secuela de aquel filme. La fórmula es clara: conservar el candor y la inocencia del original, pero actualizando la puesta visual. La misma fórmula que sostuvo a “Star Trek” durante tanto tiempo, incluyendo la reinvención de J.J. Abrams. La trama La historia comienza en 1989: Kevin Flynn es ahora cabeza de la empresa Encom, y planea cambiar el mundo con sus desarrollos, siempre por el camino de la gratuidad y el software libre. Sigue introduciéndose al entorno digital, pero para poder compartir tiempo con su hijo Sam, creó un programa a su imagen y semejanza, llamado Clu. Una noche, Flynn desapareció, abandonando a su hijo y su imperio. Pasado el tiempo, Sam se convierte en un rebelde contra la compañía, ahora en manos de personajes inescrupulosos. Alan Bradley, viejo adláter de Flynn (y creador del programa Tron), le dice a Sam que recibió un mensaje en su pager desde la vieja sala de videojuegos de su padre. Obviamente Sam va a investigar, encuentra el laboratorio de su padre, activa el portal y es arrastrado al mundo del que Kevin siempre le habló, el cual ahora es gobernado dictatorialmente por Clu, quien siguiendo el ideal de perfección que está en su programación ha terminado por traicionar los ideales de su creador.Allí Sam comenzará una odisea por reunirse con su padre y vencer al régimen. El crescendo llegará a una batalla final, llena de épica y revelaciones (especialmente, qué fue del personaje que da el título de ambos filmes). Mundo digital Lo que se luce aquí es la puesta visual (diseñada por Darren Gilford), que actualiza la estética ideada en su tiempo por el artista conceptual Syd Mead y el dibujante francés Jean “Moebius” Giraud. Vestuarios luminosos, batallas de discos, naves traslúcidas y, por supuesto, la esperada reversión de la batalla de motos luz, con vehículos de renovado diseño (aunque aparecerá, como modelo vintage, una de las motos del ‘82). Además, habrá una vistosa batalla de jets luz, en el clímax de la película. Otro de los elementos a destacar son los personajes: más allá del rebelde sin causa Sam (Garrett Hedlund) y de Jeff Bridges como Kevin Flynn (ahora una especie de maestro zen) y Clu, se lucen Olivia Wilde como la aguerrida Quorra; Beau Garrett como la femme fatale Gem; y Michael Sheen como Castor, que recuerda al Merovingio de “Matrix”. Anis Cheurfa anima al silencioso y enmascarado Rinzler, una especie de Darth Maul (de “Star Wars Episodio I”) que encierra un secreto. Por cierto: el ejército de Clu, recuerda a la tropa de clones de Palpatine en “Star Wars”, pero cuando golpean sus lanzas y vociferan al unísono rememora a los Uruk-hai en la previa de la batalla del Abismo de Helm en “El Señor de los Anillos: Las dos torres”. Entre 1982 y el presente se desarrolló la música electrónica, adecuada para musicalizar un relato hecho de bytes. De tal modo, se convocó al dúo francés Daft Punk para una adecuada banda sonora. Aquellos que gustaron del filme original seguramente disfrutarán de esta secuela, en cierto modo transportados a la inocencia aquellos años (y de la compañía productora). Probablemente para las generaciones más nuevas, las que tienen a “Matrix” como el referente de su época, quizás sea una película más. Y queda ver si a alguien se le ocurre realizar una tercera parte, para ampliar este mundo que, de todos modos, nunca dejará de ser de culto.
El cine en la era digital El año que termina será recordado tal vez por la consolidación definitiva del cine digital, quizás el inicio de una nueva era en la historia del séptimo arte, como pomposamente se empezó a insinuar hace casi doce meses con el estreno de Avatar (31 de diciembre de 2009). Ese futuro tan esperado por muchos ya está aquí, y la mayoría de los grandes tanques norteamericanos estrenados este año tienen al menos dos características en común: han apostado todo al 3-D, la nueva tecnología que parece ser la salvación de la industria, y en gran parte fueron confeccionados en alguna computadora. El cine (o al menos este tipo de cine) puede haber dejado de tener relación con el mundo real, acaso la característica que no hace mucho definía su naturaleza, pero aún no está claro qué se viene a proponer en su lugar. Acaso el cierre simbólicamente perfecto del año tiene ahora lugar con el estreno de Tron: el legado, especie de remake y secuela al mismo tiempo de un viejo clásico de la Disney del año ´82, aparentemente menospreciado en su momento, pero hoy convertido en un filme de culto por la asombrosa capacidad anticipatoria que tuvo. No sólo porque se trató de una película pionera en la creación de efectos especiales generados por computadora, sino porque anticipó también los dilemas que enfrenta el hombre en la era digital: la absorción de la vida y hasta del mundo por parte de esa realidad virtual que tiene tan poco de real, pero cuya imposición parece hoy definitiva. ¿Qué tenía para decir la nueva versión de este clásico ochentoso? ¿Cuál era su justificativo, cuál su significado para el cine actual? Acaso no haya que bucear mucho para encontrar respuestas: Tron, el legado, es en primer término un gran negocio para la Disney, que se extenderá en infinidad de negocios paralelos; pero cuyos alcances en nuestro mundo serán muy distintos. Porque Tron es sobre todo un paso más en la consolidación de este cine abstracto, desvinculado ya de su conexión originaria con el mundo, aunque no lo suficiente como para evitar referirse a él. Acaso de aquí nazca su problema principal, el inicio de sus contradicciones: como Avatar o Matrix (o tantos otros), Tron es un filme que se construye con las mismas armas que pretende combatir; es una película que se pretende antisistémica y rebelde, pero que pertenece a una corporación como la Disney…, una obra que propone la destrucción del mundo virtual pero que está confeccionada con sus mismas herramientas, e incluso de allí extrae su encanto. Es, en definitiva, una película extraviada, que sólo adquiere cierto sentido en aquellos momentos donde la tecnología muestra toda su potencialidad, y donde el espectador queda subyugado ante una ola de estímulos visuales y sensoriales que no permiten otro tipo de recepción más que el asombro, o quizás el aturdimiento. Psicológicamente elemental, en la tradición familiar de los productos Disney, Tron tiene en su centro un planteo edípico elemental: su protagonista es Sam Flyn (Garrett Hedlund), el hijo del programador Kevin Flyn (Jeff Bridges), personaje principal de la primera entrega, que ha quedado atrapado en su propia invención, un videojuego convertido en un mundo virtual dominado por un software dictatorial llamado Clue, especie de avatar de Flyn (protagonizado también por Bridges, artificiosamente rejuvenecido), que pretende destruir todo rastro de la vida humana, incluido a su propio creador. Lo cierto es que Sam entrará a esa especie de matrix llena de luces de neón, y descubrirá que su padre vive recluido cual monje zen, resguardando sus secretos de su oponente, que aspira a entrar al mundo real. Y por supuesto ambos emprenderán una cruzada libertaria que incluye a una bella joven (Olivia Wilde), supuesta nueva forma de vida, última espécimen de una especie masacrada por Clue. Solemne y banal, Tron irá perdiendo rápidamente consistencia a medida que avance el metraje, y el único interés pasará por captar ése mundo de diseño digital, lleno de luces fosforescentes y trajes de neoprene, que en algunas ocasiones entregará cierta emoción a partir de sus estímulos visuales, aunque a ciencia cierta haya una batalla excluyente: la primera, con aquellas famosas motos que en sus trayectos dejan haces mortales de luz. Sí vale reconocer que el uso del 3-D se desmarca a veces de la mediocridad dominante en estos tipos de productos, y por momentos el recurso se extiende a todo el plano cinematográfico, insinuando quizás que sus posibilidades están recién por descubrirse. Por Martín Ipa
"Ideas superiores" En el año 1982 Disney le dio luz verde al desconocido director Steven Lisberger para que llevara adelante un ambicioso proyecto que revolucionaría la industria del cine muchisimos años después de su estreno. “Tron” contaba la historia de Kevin Flynn (Jeff Bridges), un programador y dueño de un salón de fichines que lograba ingresar a un mundo virtual llamado “la red”, en donde un autoritario software pirata conocido como Master Control Plan hacia de las suyas y hostigaba a programas más débiles. Junto a su único aliado dentro de ese universo, un programa llamado TRON (Bruce Boxleitner), Flynn lucha para destronar a MCP a través de unos juegos mortales en una especie de coliseo romano virtual, siendo esta la única solución posible para salir de ese mundo. La película, en aquel entonces, no fue bien recibida ni por el publico ni por la prensa y años después pasaría a conocerse como la “oveja negra” de Disney debido a su estrepitoso fracaso. Lo que si consiguió esta producción fue dar un paso agigantado en lo que respecta a los efectos especiales ya que fue una de las primeras en construir secuencias enteras con CGI (imagen generada por computadora) algo que con el paso del tiempo se volvería moneda frecuente en todas las producciones cinematográficas, incluso en las de Disney. Por este motivo la academia de cine de los Estados Unidos tuvo que replantearse que es lo que abarcaban los efectos especiales, ya que hasta ese momento solo el maquillaje estaba incluido en esa categoría. Y si bien “Tron” marcó el camino para producciones futuras en el plano visual, en aquel entonces, solo estuvo nominada a “Mejor Sonido” y “Mejor Vestuario” sin ganar ninguna de los dos estatuillas. Con el paso de los años la película de Lisberger empezó a adquirir cierto carácter de “culto” debido a que fue una de las pioneras en hablar de realidades virtuales y darle protagonismo a los juegos arcade y al mundo de las computadoras, dos industrias que empezaban a crecer de forma agigantada por aquel entonces. “Tron: El Legado” tiene la difícil tarea de ser una secuela que funcione también como primera parte, ya que después de la suerte que corrió ésta era arriesgado tomar la historia desde el punto donde nos habíamos quedado 28 años atrás. La historia esta vez se enfoca en el hijo de Flynn, Sam (Garret Hedlund) quien pasa sus días esquivando su destino como heredero de la compañía ENCOM, hasta que una noche un viejo amigo de su padre le entrega pistas que podrían dar con su paradero. Si bien el prologo de “Tron: El legado” es bastante eficaz e interesante, claramente no es lo que el debutante realizador Joseph Kosinski nos quiere mostrar, ya que el plato fuerte de esta propuesta son las aventuras de nuestros personajes dentro de la “La Red”. Una vez dentro de ese lugar, la estructura del relato cambia por completo y el peso de la historia se divide entre los correctos trabajos de su acotado elenco y el excelente apartado técnico que presenta el film. Garreth Hedlund y Jeff Bridges, con pequeños aportes de Olivia Wilde y los insuperables minutos de Michael Sheen en la pantalla llevan el ritmo de toda la película, y están completamente inmersos en un producto único e inigualable dentro del género de la ciencia ficción. Visualmente cautivadora, musicalmente armoniosa y con guión que presume una de las historias más adultas del universo que lleva el sello Disney, “Tron: El legado” arrasa con todos los prejuicios y demuestra que calidad y profundidad pueden ir tranquilamente de la mano. A nivel de efectos especiales no tiene comparación. Sin entrar en muchos detalles, uno de los personajes que mayor peso tiene dentro de la trama está íntegramente realizado por computadora y no solo eso: físicamente luce 20 años menor a Jeff Bridges. Sucede también con el aspecto visual que le dieron a “La Red”, el cual es imponente desde todo sentido. La paleta de colores que utilizo el director de fotografía Claudio Miranda, donde predominan el azul y el blanco, ofrece como resultado una serie de imágenes impresionantes, difíciles de comparar y encontrar en otras producciones de este estilo. Párrafo aparte para el excelente labor del dúo de música electrónica francés Daft Punk, quienes trabajaron en conjunto con Hans Zimmer, creando así una banda sonora que mezcla instrumental y electrónica de forma maravillosa. De todas formas, lo más destacado de “Tron: Legacy” es que se trata de una producción que ofrece mucho entretenimiento, pero también miles de aristas interesantes en un guión plagado de analogías sobre la revolución, el sentido de la creación, la búsqueda de la perfección, el sometimiento de una dictadura y la razón de la existencia. El arribo del hijo del creador, el discípulo rebelde y anarquista que pretende organizar el universo a su manera y el creador que duda constantemente de los limites de su obra, son tan solo algunos de los matices más trabajados que tiene este film, único en su especie. Así como en el final de la historia dos de sus protagonistas terminan discutiendo sobre el verdadero sentido de la perfección y la existencia, seguramente habrá gente que tomará posturas muy diversas e inamovibles con respecto a esta película. Yo me posicionó aquí: “Tron: El legado” es una de las mejores producciones que ofreció el género de ciencia ficción en toda su historia.