Ellos y nosotros Una buena mentira (The good lie, 2014) es un film que tiene recursos para entretener, conmover, y atrapar al espectador. La historia que elige (basada en hechos reales) es de por sí atrayente, pero se debilita al elegir los caminos más demagógicos y obvios para construir aquellos sentidos que más convencen a la industria de Hollywood. La historia inicia con el viaje de los hermanos Deng de Sudán a Kenia, siendo todavía niños, por el año 1983. Víctimas de una guerra civil que los deja huérfanos, y tras recorrer 1600 kilómetros a pie, llegan, junto a otros sobrevivientes, al campo de refugiados donde pasarán unos cuantos años. En el camino Theo, jefe del grupo, se entrega al ejército para salvar a sus hermanos. Serán Mamere (ahora jefe), Jeremías, Abital y Paul quienes, a través de una campaña humanitaria, tengan la oportunidad de viajar a Estados Unidos y salir de África, sin saber si algún día se reencontrarán con aquel. En Norteamérica conocerán a Carrie (Reese Witherspoon) quien los ayudará a conseguir empleo e insertarse en una sociedad totalmente desconocida, diferente y ajena a su cultura e idiosincrasia. El director Philippe Falardeau se toma su tiempo para contar la vida de los jóvenes en el país africano. En esa primera parte del film (tal vez la más genuina) muestra el sufrimiento y el sacrificio padecidos, la hostilidad de cada lugar, el vínculo entre los hermanos, su forma de vivir y, sobre todo, los valores familiares heredados que son, de alguna manera, su único capital en el mundo. Una vez instalados en Estados Unidos, la película gira hacia un tono menos dramático. El choque de culturas es usado entonces como un recurso efectista. El desconocimiento de los usos y costumbres americanos por parte de los hermanos es aprovechado para lograr momentos de humor que descomprimen el drama. Aunque, por momentos, resultan un tanto exagerados. Muchas escenas se tornan un tanto predecibles y maniqueas. En el sentido que, ante la presencia del monstruo capitalista americano, la superioridad moral de los jóvenes africanos gana prácticamente por knock out. Se critica al sistema pero de un modo bastante obvio y simple. Si en un país se come hasta la tierra, en el otro se tiran alimentos que podrían alimentar a gran parte de la población. La película se deleita con estas contradicciones morales y culturales y sostiene gran parte de su mensaje con esto. El personaje principal, Mamere, es quien otorga el sentido final al relato. La mentira, aunque no sea un valor positivo, es, en algunas ocasiones y usada con fines nobles, la única salida, y, por ende, buena. Será el libro del escritor americano Mark Twain, Huckleberry Finn, el que (¡oh casualidad!) enseñará a Mamere esta importante lección. El desequilibrio ético es finalmente equiparado. La sensación es que no sólo los hermanos sino el film entero se contaminan con la mirada hollywoodense. Sin duda la de estos jóvenes es una historia que conmueve y tiene un gran potencial para lograr un drama cinematográfico de calidad pero, claramente, sería interesante conocer otra versión de la misma.
El arte de sobrevivir Basada en hechos reales, Una buena mentira trata sobre cuatro jóvenes sudaneses que finalmente logran dejar atrás el campo de refugiados en el que vivieron por muchos años y emigrar a Estados Unidos. Un flashback que los devuelve a su infancia, allá por el año 1983, es el encargado de explicar cómo fue que terminaron en aquel campo en Kenia. Se muestran niños jugando y mujeres cantando a la vez que realizan tareas hogareñas, con la sabana africana de fondo. Pero la calma de aquellas imágenes es interrumpida de pronto por tiroteos, bombas e incendios. La guerra civil en Sudán, entre la regiones del sur y del norte, ha comenzado y también la odisea para nuestros protagonistas. Ahora huérfanos, emprenden el éxodo hacia Etiopía teniendo que sortear, con valentía y audacia, todo tipo de peligros: animales feroces, calor extremo, hambruna, milicias del norte. Sin embargo, poco antes de llegar tienen que cambiar el rumbo puesto que ese país vecino también fue invadido. Así, se dirigen hacia Kenia y tras mucho andar y resistir, arriban al que se convertirá en su nuevo hogar por casi dos décadas. De regreso al presente de la historia, es decir, al año 2001, Mamere, Abital, Jeremiah y Paul, quienes ya transitan por los veintipico, suben al avión con destino a Kansas. Entre tantas desgracias tuvieron la suerte de salir elegidos para dejar el refugio y rearmar sus vidas en un nuevo continente. Pero una vez que aterrizan se encuentran ante un primer problema: por un reglamento bastante absurdo la hermana debe ir a Boston. Se separan, no sin antes prometer que pronto estarán juntos nuevamente. Es aquí donde hace su aparición la única estrella del film, en términos de star system, y que paradójicamente interpreta un personaje secundario: se trata de Reese Witherspoon, en la piel de Carrie. Será ella quien se ocupará de conseguirles empleo, pues en eso consiste su trabajo; pero hay más. A modo de hada madrina, pondrá su casa, en un principio impresentable, en condiciones para albergar a Abital. Con este inconveniente resuelto y la familia reunida nuevamente, los muchachos y muchacha reciben una carta de África que servirá a Mamere de puntapié inicial para reconciliarse con su pasado. De la mano de su quinto largometraje, el canadiense Philippe Falardeau nos acerca un acontecimiento histórico reciente no tan difundido, al mismo tiempo que aborda una temática ya presente en varios de sus trabajos anteriores: el encuentro entre culturas. Aunque todo cierra a la perfección y con un final feliz, bien al estilo hollywoodense –que después de los horrores que pasaron los hermanos es lo que todos deseamos–, la película no resulta exagerada o lacrimógena. Esto en gran medida se debe a dos cuestiones: a que, entre tantos episodios trágicos, hay un poquito de lugar para el humor; y por sobre todo, a la elección de actores que vivieron en carne y hueso las situaciones narradas y que hacen al film menos espectacular y glamouroso, pero a la larga más genuino y sincero.
Un relato apropiadamente hilvanado. Las historias sobre refugiados en países tercermundistas no tienen una llegada fácil al público. Es un tema muy duro, que por cuestiones de respeto no se puede edulcorar o simplificar. Pero es de valorarse como a pesar de eso se toman la molestia de contar una historia por lo menos correcta en el sentido narrativo, sin traicionarle el sentido y hacérsela llegar al público de una manera ingeniosa. Este es el caso de Una Buena Mentira. Los Niños Perdidos Una Buena Mentira cuenta la historia de Paul, Jeremiah, Mamere y Abital, cuatro niños de una tribu sudanesa, que al perder a sus padres a manos de guerrilleros, pasan a convertirse en refugiados. Ya mas crecidos, la suerte les depara que una loteria arreglada por la UNICEF los elija ganadores y son relocalizados a los Estados Unidos, mas precisamente a Kansas City. Allí, estos refugiados, con la ayuda de Carrie Davis (Reese Witherspoon), una trabajadora social, buscarán empleos y se producirán las habituales fricciones producto del choque de razas, la adaptación a un nuevo mundo y la añoranza del hogar. Si bien la película tiene muchas escenas contemplativas que bordean en lo documental, y alguna que otra escena cómica de relleno, no se puede negar que la historia tiene un objetivo concreto en general, y cada personaje tiene un desarrollo particular. Cualquier otro guion habría sucumbido una y otra, y otra vez al golpe bajo. Aquí elige simplemente partir de él, para progresivamente convertirse, simplemente, en un cuento bien contado, con alegorías literarias bien planteadas. Si bien la película promociona la ayuda a los refugiados, nunca cae en la propaganda. Dejando un saldo final que si bien no excelente es definitivamente positivo. Buena Mentira por nombre, y por naturaleza Por mas bien contada que este esta historia, hacérsela llegar al público no es sencillo. No todo el mundo va a salir corriendo a ver una película cuyos protagonistas sean refugiados sudaneses. Pero si en los trailers y los posters le damos predominancia a Reese Witherspoon (cuyo personaje es secundario en la historia como un todo), y la venden como una peli tipo Erin Brockovich o The Blind Side, es mas probable que la gente pague boleto. Para cuando se sienten en la butaca ya van a estar metidos con la historia; no enganchados, pero sí con la suficiente curiosidad para saber como termina. Solo por esto, me quito el sombrero a los productores; han hecho entrar a quien esto escribe como un caballo. También, cabe aclarar, que suma bastante a la emoción y el verosímil de la película el hecho de que los actores que dan vida a los refugiados, hayan sido refugiados en la vida real, y de la misma región de sus contrapartes de la vida real. Conclusión Una Buena Mentira es un apropiadamente hilvanado relato, que a pesar de la dureza de su tema, sabe ser llevadero. Aunque a veces cae en el tedio, esto no afecta al saldo final que es un cuento muy bien contado.
Una buena mentira es una pelicula de gran calidad para disfrutar a pleno. El guión está muy bien escrito ya que no busca la lágrima fácil ni el golpe bajo, al contrario, a pesar de ser un drama la narración se concentra en mostrar los hechos sobre los problemas de la inmigración y de ...
Miserablemente tranquilizadora Una larga fila de personas espera en un miserable campamento de refugiados en Sudán, Africa. Al final de la cola, cuatro jóvenes evidentemente pobres (y negros, claro) hablan entre felices y asustados del inminente viaje que los sacará de ahí para llevarlos a los Estados Unidos. Uno de ellos lleva una remera sucia con la leyenda “Just do it” en el pecho. “No sabíamos que el mundo era diferente de nosotros”, dice uno de ellos (la voz en off de uno de ellos, que es peor) al recordar aquel momento desde algún lugar en un futuro mejor. Esa sola afirmación hace suya una verdad que representa una declaración de principios que excede a la película, porque pretende ser una definición terminante de cómo es el mundo. Según ella, el mundo no es el que los protagonistas conocen y en el que vivían y viven los millones de refugiados que producen las guerras étnicas en el Africa subsahariana, sino que el mundo real es ese que los cuatro chicos negros están a punto de conocer, viaje en avión mediante. Clásico exponente de cine biempensante que de tan políticamente correcto acaba siendo condescendiente con todo el mundo (personajes y espectadores), Una buena mentira es un ejemplo oportuno que hace gráfico el dicho popular que afirma que de buenas intenciones está pavimentado el camino al infierno. Tan cabal es la intención del director canadiense Philippe Falardeau (el mismo de Profesor Lazhar) y de su guionista Margaret Nagle de dar una lección de vida, que no pierden ni una escena en dejarlo bien claro.Porque una sola escena es lo que necesita Una buena mentira para dejar a mucha gente fuera del mundo de un plumazo. De nada servirá retroceder hasta la infancia de esos chicos para mostrar de forma gráfica el modo en que sus familias fueron masacradas por un ejército al que no es necesario ponerle un nombre, porque está claro que son los malos de siempre, una excusa para que los buenos entren en acción. Por eso tampoco importan mucho las especificaciones históricas, porque la guerra de Sudán en los ’80 o cualquier otra dan lo mismo. Lo importante es enseñar al espectador, que está cómodo en su butaca, la suerte que tiene de vivir dentro del mundo y de ver, gracias al cine, lo mal que lo pasa el otro. La película es entonces miserablemente tranquilizadora y los siguientes pasos son de manual. Primero aligera las cosas con algunos pasos de comedia, provistos por la vieja rutina del buen salvaje: los chicos llegan a la civilización y los sorprende que las luces se enciendan tocando un botón, el agua salga de las canillas y otras gracias por el estilo. La frutilla del postre es el anuncio, justo antes de los créditos finales, de que los protagonistas no son actores sino verdaderos refugiados jugando a ficcionalizar lo que antes sufrieron en carne propia. Un recurso muchas veces lícito, pero que aquí pretende hacer pasar al cine por documento histórico, un avatar de la verdad.
Monumento a la corrección política El mea culpa anual de los Estados Unidos llega en formato "el paraíso para las víctimas de las guerras civiles en África está en América". Lo valorable del film es que nunca oculta sus intenciones aleccionadoras y moralizantes. La película políticamente correcta del año, el mea culpa anual de Estados Unidos, los espejitos de colores que se venden invocando al altruismo y la ayuda humanitaria. Una buena mentira (paradójico título, ¿o no?) recluta al cineasta canadiense Falardeau (Profesor Lazhar, un film pasable) junto a la estrella Reese Witherspoon (ya lejos de las grandes ligas) y un grupo de jóvenes sudanitas y kenyanos, figuras ideales para ser exhibidas en la entrega del Oscar, para contar una historia basada en hechos reales. Ocurre que la almibarada trama recorre guerras civiles en el continente africano, campos de refugiados, ansias de escaparse del infierno y, claro está, el paraíso que obviamente queda cerca de la Estatua de la Libertad. Allí, el relato confronta culturas de manera manipuladora y obvia, también risible en su exposición y gratificante y feliz en sus consecuencias. El efectismo gana la partida en cada una de las escenas, donde el director nacido en Québec aprovecha para disminuir la carga dramática del film con algunas dosis de humor que llegan a la ramplonería y al lugar común. En este punto, el papel de Witherspoon fluctúa como una combinación entre Madre Teresa y presidenta de una institución que nuclea a jóvenes de todo el mundo que huyen del horror, albergando en su casa a los hermanos africanos, instados a aprehender de qué se trata una sociedad rica y poderosa gobernada por un premio Nobel de la Paz. Pero hay más. Las solapadas críticas al sistema norteamericano, frente a la inocencia de los jóvenes africanos, sólo disimulan una alta dosis de superioridad económica, de excelente confort, de buena cuenta bancaria, de territorio ideal exhibido como el centro del mundo. En ese sentido, Una buena mentira no oculta jamás sus primigenias intenciones: el paraíso deseado siempre será ese salvavidas moral y político que necesita mostrar –una vez más– su costado caritativo del mundo. Qué lejos quedaron esas inteligentes cruces de culturas que entregaron determinados films de Bernardo Bertolucci y Peter Weir. La cinta de Falardeau, al contrario, se parece a aquella ayuda humanitaria de USA for Africa (1985) en forma de vinilo y de casete de audio. Por lo tanto, es más que probable que a alguien se le ocurra lanzar en Kenya y Sudán, desde imponentes helicópteros y aviones, copias en dvd o celulares con Android para que por allá visualicen una película –supuestamente– humana y aleccionadora.
Una buena mentira es de esas películas para sufrir en el cine. De esas que te muestran desgarradoras situaciones reales (y encima contemporáneas) ante las cuales el espectador pasa a ser testigo involuntario de las crueldades humanas que se quisieron retratar en esa historia. Es por ello, por lo triste y duro de lo que se cuenta, que gustará más o menos de acuerdo al nivel de simpatía y/o tolerancia que uno tenga con este tipo de propuestas. Ojo, que no se entienda que es un dramón porque no lo es. Incluso tiene un par de escenas en clave comedia bien puestas a propósito para que no sea todo una lágrima. Curiosamente es en esas escenas en donde Reese Witherspoon se luce más, lo que deja pensando si esto da testimonio de lo que sienta mejor para la actriz o si es que el film no logra anclar en el drama que quiere manifestar. Una historia (real) de refugiados de Sudán en Estados Unidos es interesante, pero hay mucho énfasis en la previa al arribo de los protagonistas al país del norte y es allí donde se muestra el mayor de los dramas y la sintonía no se mantiene a lo largo de la cinta. El director Philippe Falardeau se queda en el camino si su intención era realizar algo dramático que haga ruido, así como también falla a la hora de construir un relato contundente como consecuencia de la gran brecha entre la primer parte del film (la de Sudán) y la situada en Estados Unidos. En los aspectos técnicos no hay nada que objetar pero tampoco nada para resaltar. Es un film del montón. Queda claro que esta historia puede ser contada de mejor manera permaneciendo en todo momento con los hermanos refugiados en lugar de los personajes americanos. En conclusión, si quieren sufrir un poco sabiendo que lo que van a ver refleja una cruenta realidad, tal vez esta es la película para ustedes. Sin embargo seguramente notarán que le falta algo: identidad y personalidad.
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Los chicos de la guerra Se conoce como "los chicos perdidos de Sudán" a los más de veinte mil chicos que quedaron huérfanos y fueron desplazados de sus aldeas durante la guerra civil sudanesa que se desarrolló entre 1983 y 2005. Basada en ese contexto histórico real, Una buena mentira cuenta la historia de cinco hermanos que logran sobrevivir a la matanza y, después de más de una década de espera en un campo de refugiados, consiguen emigrar a Estados Unidos. Pero ahí comienza una nueva odisea para ellos: la de insertarse en el corazón del Occidente capitalista e industrializado después de haber pasado toda la vida en la sabana africana. Este es el debut en Hollywood del canadiense Philippe Falardeau, considerado por los grandes estudios después de que su Profesor Lazhar fuera nominada al Oscar como mejor largo extranjero. Y en la película se nota la marca hollywoodense: al guión -de Margaret Nagle- le falta profundidad y echa mano de varios recursos facilistas para conseguir efectos lacrimógenos o cómicos. También cae en la idealización del "buen salvaje", al punto de que, ya adultos, los sudaneses siguen siendo tan inocentes y puros que ni siquiera manifiestan pulsiones sexuales. Y otro detalle inexplicable que ya es un clásico yanqui: ¿por qué los africanos hablan entre sí en inglés, si no es su lengua materna? Si se les tiene paciencia a estas fallas de origen, Una buena mentira se deja ver. Sobre todo la primera media hora, que transcurre en Africa y está protagonizada por los chicos que peregrinan por la sabana huyendo de las balas. La guerra está más sugerida que mostrada explícitamente, y esto es un acierto: no hacen falta escenas cruentas para comprender el desastre humanitario. La segunda parte, situada en Kansas City, abusa de los gags refrentes al choque de culturas, pero aún así plantea cuestiones interesantes, como las dificultades migratorias y las absurdas trabas burocráticas posteriores a los atentados a las Torres Gemelas.
Con las mejores intenciones La guerra civil en Sudán dejó no sólo miles de muertos, sino también millones de desplazados que terminaron en inmensos campos de refugiados instalados en Kenya. Esta película del canadiense Philippe Falardeau (el mismo de la multipremiada Profesor Lazhar) se inspiró en hechos reales para narrar la historia de cuatro huérfanos que llegaron a Kansas en el marco de un programa humanitario del gobierno estadounidense. En su nuevo destino, sin dominar el idioma ni mucho menos las costumbres, tres de ellos (la única mujer es enviada a vivir con una familia en Boston) son recibidos por Carrie Davis (Reese Witherspoon), una joven bastante cínica que tiene como misión ayudarlos a encontrar trabajos (bastante precarios, por cierto). La película se cuida de exaltar a los Estados Unidos como el paradigma de la generosidad (los recién llegados deben devolver el costo del pasaje y luego se toparán con problemas burocráticos con los papeles), pero igual no puede trascender del todo el sesgo aleccionador, el sentido de concientización tan propio de la corrección política y que aquí se percibe durante buena parte del relato. En el terreno de las relaciones humanas, Falardeau ofrece una cuantas viñetas divertidas a la hora de exponer las contradicciones sociales y las diferencias étnicas, pero tampoco puede evitar ese vuelco tan hollywoodense que hace el personaje en un principio tan licencioso y superficial como el de Witherspoon hasta convertirse en una conmovida luchadora por los derechos de los refugiados. Así, Una buena mentira resulta una propuesta tironeada entre la nobleza de sus intenciones, su solidez narrativa y sus evidentes limitaciones y lugares comunes.
Bienvenidos al primer mundo Luego de la sangrienta guerra civil de Sudán , que comenzó en 1983, muchos niños quedaron huérfanos y se vieron obligados a huir a pie hacia países vecinos donde pudieron refugiarse en campos. Su recorrido fue de más de mil kilómetros, y casi la mitad de ellos murieron durante el camino. A estos jóvenes se los conoció como "los niños perdidos de Sudán". Basada en estos terribles hechos, la película narra la historia de cuatro hermanos que luego de pasar trece años en un campo de refugiados, logran a través de la ayuda de varias organizaciones ingresar a los Estados Unidos. Uno de los requisitos es que, una vez allí, consigan trabajo para poder pagar los pasajes de avión con los que han llegado; para eso contarán con Carrie (Reese Witherspoon), una trabajadora social que sabe poco y nada sobre su situación, pero que pondrá toda su energía en ayudarlos, y será el nexo entre ellos y ese nuevo mundo en el que deberán vivir de ahora en más. La película comienza con imágenes de África y narra sin golpes bajos, pero sin escatimar detalles, la travesía de los hermanos hasta que logran ponerse a salvo. Las imágenes de su tierra, sus raíces y su cultura, acompañarán toda la película como flashbacks, que más allá de datos históricos, muestran los lazos que los hermanos han construido, y como vivieron su infancia. El choque cultural, como es de esperarse, es enorme; no solo porque nunca vieron un teléfono, sino porque no pueden comprender la idiosincrasia del lugar. Es inentendible para alguien que ha pasado hambre durante tanto tiempo ver que en un supermercado tiren comida a la basura todos los días, o que en un trabajo les pidan que les sonrían a los clientes, porque sí. Si bien el tema central de la historia es durísimo, la película lo suaviza bastante, basándose más que nada en la difícil adaptación de los hermanos en el primer mundo, y cómo se esfuerzan por mantener sus raíces en una sociedad tan diferente a la suya. Si bien se hacen referencias a las complicaciones burocráticas que enfrentan los refugiados, la película no hace ninguna reflexión política, ninguna crítica a la posición de los Estados Unidos en cuanto a política internacional y evita el tema del racismo, lo cual es bastante extraño teniendo en cuenta algunas (malas) costumbres del gran país del norte. Aún así, la película funciona -aunque la mayoría del tiempo es más una comedia emotiva que un drama- y en parte es gracias a la actuación de la siempre efectiva Reese Witherspoon, que construye a una mujer con un gran sentido práctico, que luchará contra viento y marea para ayudar a estos hermanos, y para que logren adaptarse a un país donde no hay que enfrentarse a leones, pero hay que aprender a mentir para lograr algunas cosas.
Es la típica película con buenas intenciones políticas, que simplifica una buena historia real y pone el acento en los costados luminosos e ignora la gravedad de los conflictos. Cuatro chicos que caminando huyen de Sudan, cuando sus padres son asesinados y llegan a un campo de refugiados. Allí, después de años, son sorteados para inmigrar a EEUU, la tierra prometida. De la adaptación se ocupa la segunda parte de la peli, muy obvia.
En la tierra de los hombres sin piel. Por regla general casi siempre que el cine estadounidense pretende avanzar sobre el denominado “tópico África”, termina poniendo de manifiesto su hipocresía y/ o falta de capacidad analítica para abarcar una serie de procesos históricos que involucran calamidades de todo tipo, las cuales a su vez se extendieron al país del norte durante el período de su organización territorial y administrativa. Al momento de establecer alegorías entre los afroamericanos actuales y la miseria de los negros nativos del continente olvidado, la única opción de Hollywood se reduce a reconocer que penurias como la esclavitud y la pobreza extrema quedaron en el pasado sólo para los privilegiados de la “fast food nation”. De hecho, por ese problema de sinceridad ideológica obligada, el tema suele ser bastante escurridizo en lo que respecta a su visivilización dentro de la colección de obras testimoniales que irrumpen en la cartelera anual. De manera persistente las películas mejor encaminadas a nivel narrativo y actitudinal se paran en una postura de centroizquierda similar a la de Una Buena Mentira (The Good Lie, 2014), un convite de tono apaciguado y resonancias humanistas que se mete con las consecuencias de la segunda guerra civil de Sudán y en especial el martirio de los niños refugiados que llegaron a recorrer miles de kilómetros hacia Etiopía y Kenia en busca de alejarse del repiquetear de las ametralladoras. El prólogo da cuenta de la orfandad de un grupo de hermanos a fines de los 80, su peregrinaje por la llanura salvaje y el arribo a un campamento de inmigrantes. Luego de más de una década viviendo en el lugar y con el conflicto todavía en auge, los jóvenes son elegidos para un programa de reubicación que les permitirá viajar a Kansas y experimentar las oportunidades -y la alienación subsiguiente- del estilo de vida de los blanquitos u “hombres sin piel”, según los morenos. El gancho comercial del film pasa por la presencia de Reese Witherspoon en el papel de la representante de la agencia laboral encargada de encontrar trabajo a los expatriados, quienes a su vez arrastran todo el tribalismo de su tierra. Si bien la trama comienza con la andanada esperable de clichés en materia de diálogos y situaciones, por suerte la propuesta pronto complejiza el apartado narrativo, enfatiza el desarrollo de personajes y decide centrarse en los sudaneses, relegando al trasfondo a la estrella de turno (aun así, hay que admitir que Witherspoon cumple dignamente). El realizador canadiense Philippe Falardeau demuestra su sagacidad al ofrecer una versión light de una de las grandes obsesiones del cine antropológico a la Peter Weir, el choque de culturas, y hasta se aventura más allá profundizando en la psicología de sus protagonistas, algo que ya había hecho en la interesante Profesor Lazhar (Monsieur Lazhar, 2011)…
Philippe Falardeau ya había demostrado una sensibilidad particular para contar historias dramáticas con Monsieur Lazhar y en The Good Lie no escatima emociones, en una historia basada en hechos reales de alto impacto sentimental. Durante una cruenta primera media hora es que la trama se enfoca en Mamere y sus hermanos, tanto de sangre como espirituales, mientras emprenden un largo camino para escapar de la guerra que se saldó con la vida de sus padres y los dejó huérfanos y sin hogar alguno al cual regresar. La dura batalla que le presentaron a la muerte no está disfrazada de ninguna manera, y así como los cuerpos comienzan a apilarse y las balas de los soldados resuenan con total potencia e impunidad sobre sus cabezas, el grupo de chicos finalmente llega a un oasis, un campamento de refugio. Pasará un largo tiempo hasta que sean relocalizados en Estados Unidos, y no todos quedarán juntos. Las intenciones de The Good Lie no se quedan solamente en mostrar las vicisitudes de la guerra, sino en enfocarse en el pequeño nodo familiar de Mamere y sus hermanos en un ambiente diferente al suyo, que no los enfrenta con la hostilidad de la guerra pero que saca a relucir los recovecos más oscuros de personas que lo dieron todo para seguir viviendo. Hay una ligera sombra de comedia en el enfrentamiento cotidiano de los sudaneses con la vida diaria, y tanto en estos momentos como en los más dramáticos, Arnold Oceng, Emmanuel Jal y Ger Duany salen bien parados, incluso cuando su currículum actoral no rebose de otros papeles. Reese Witherspoon es la cara visible en el póster, y su aparición recién cobra peso una vez que los refugiados lleguen a suelo americano. La candidez de la actriz, interpretando a una particular asistente social que remite con su aire independiente a Erin Brockovich, es el perfecto folio para el desarrollo de los personajes, ayudada por un solvente Corey Stoll y una simpática Sarah Baker. Desde el guión, Margaret Nagle le escapa a suficientes convenciones del género y no puede evitar caer en otras, pero cuando la película lo requiere, acompaña a la sensibilidad del director con creces. En algún que otro momento se escapará algún diálogo que resuma corrección política, pero en líneas generales el argumento es lo bastante sólido y realista para enganchar durante las casi dos horas de metraje. The Good Lie es una feel good movie que es básicamente una caricia al alma. Sensible y conmovedora, es una gran opción para todos aquellos que disfruten de darle al pañuelito descartable al mismo tiempo que presencian una buena historia.
Witherspoon, la carapálida buena Si la opción es ir al cine para ver un drama testimonial sobre refugiados sudaneses que tratan de continuar su vida en los EE.UU., y al llegar a la boletería uno termina pidiendo entradas para la película con Reese Whiterspoon, algo no anda bien desde el vamos. Pero, aun obviando este detalle, la corrección política y la insustancia dramática de este film ñoño e hipócrita quizá podría indignar, seriamente, a los inmigrantes africanos que vemos todos los días en las calles de Buenos Aires. Sin faltar el respeto a las experiencias traumáticas que puedan identificar a todo refugiado africano, de todos modos sería interesante saber qué opina algún mantero al escuchar diálogos del tipo "estoy muy contento, estudiando catequismo en la iglesia". El director canadiense Philippe Falardeau, responsable de "Profesor Lazhar", hace de este modo su debut en el cine angloparlante con todo lo necesario para definir "un canto al amor y la amistad", sumado a ataques de pánico, combustión espontánea y apariciones de Violencia Rivas en la platea. Técnicamente potable, la película interesa sobre todo en los dramáticos primeros actos sudaneses, y genera un poco de intriga al momento del choque cultural. Pero cuando irrumpe la estrella caucásica, es decir, Reese Whiterspoon, se pudre todo, y el asunto va derivando en una sensiblería inaceptable. Obviamente, sin la presencia de la chica sureña, trabajadora social de corazón puro, la experiencia de los muchachos sudaneses en la tierra del KKK no sería tan tierna y emotiva. La problemática de los refugiados sudaneses en Estados Unidos está enfocada desde un punto de vista tan insulso y prolijo que realmente da vergüenza ajena, incluyendo el uso de los temas musicales étnicos. Ojalá al menos sirva para mejorar la situación de refugiados africanos en el primer mundo. O un Oscar para Reese Whiterspoon, pálida protagonista de un emotivo film sobre refugiados africanos.
Con las mejores intenciones Una película que tiene buenas intenciones no parece destinada a la valoración estética sino sólo a la ética. Sería injusto criticar a alguien que ayuda al prójimo, aun cuando la solidaridad no sea la mejor solución a los problemas del mundo. Una buena mentira se asemeja a esas personas virtuosas ante las que uno se siente un canalla si comenta que están mal vestidas. La historia se basa en las experiencias de un grupo de niños sudaneses que padecieron la masacre de sus aldeas y sus familias, vivieron más de una década en un campamento de refugiados en Kenia y terminaron exiliados en los Estados Unidos. Es una típica historia de superación de dificultades y de adaptación a un mundo extraño, que por momentos tiene la gentileza de rozar el drama o la comedia, pero que se queda siempre del lado del sentimentalismo semidocumental. Lo peor que le puede pasar a una ficción, por muy reales que sean los hechos que narra, es confiar en que será suficiente atenerse a la realidad para sostenerse como relato. Asombra la falta de pericia del director Philippe Falardeau (Profesor Lazhar) para organizar en términos visuales y narrativos una historia riquísima. Si no fuera por el maravilloso elenco, Una buena mentira sería un título perfectamente irónico. Una buena mentira Drama Regular Director: Philippe Falardeau. Elenco: Reese Whiterspoon, Arnold Oceng, Ger Duany. Fotografía: Ronald Plante. Música: Martin Leon. Duración: 110 minutos. Apta para mayores de 13 años. Sexo: nula. Complejidad: nula. Violencia: media.
GENTE SUFRIDA Y BUENA Otro film basado en dolorosos hechos reales. Y otro film fallido, efectista, un melodrama bien pensante, una de esas historias que quieren ser tocantes, pero que no puede librarse de los clises de esa fórmula gastada y correcta del mal cine testimonial. Es la historia de cuatro hermanos huérfanos. Llegan a Estados Unidos desde Sudan como refugiados. Y allí podrán empezar una nueva vida. El film cuenta primero los salvajes contornos de la brutal guerra civil de Sudan. Y el calvario de esos chicos. Después, su llegada a Kansas City, el choque con la nueva cultura, su adaptación, sus recuerdos y un remate final que tiene al amor fraternal como mayor tributo. Detrás de esta elegía, el film deja ver las atrocidades de la guerra, los pesados engranajes de la burocracia, los fantasmas del miedo y los recuerdos. Pero todo es muy anunciado, sin fuerza, con mucha sangre al comienzo y mucho azúcar, un telefilm edificante que sólo intenta conmover. Y no le sale. (** ½)
Corrección política en sordina El canadiense Philippe Falardeau tiene como antecedente inmediato la interesante Profesor Lazhar, una de esas películas que toman un subgénero particular (en este caso las historias de docentes y alumnos), para eludir convenientemente todos los lugares comunes o -al menos- buscarles una vuelta de tuerca. Pero lo que pudo lograr una vez, no pudo repetirlo con Una buena mentira, producción norteamericana ahogada por una corrección política bastante básica, que endulza una realidad durísima con exagerada liviandad y que, para colmo de males, disfraza todos esos clichés a los que recurre con un bajo tono que intenta asordinar los efectos del melodrama. Pero que sin embargo no logra más que una planicie similar a la de Sudán, que es de donde escapan los refugiados protagonistas de este film. Se nota que el director tiene su talento. Durante media hora registra con pertinente distancia la tragedia de esos hermanos sudaneses por la sabana africana, trabajando un registro similar al de esos documentales que recurren a la ficción para dramatizar lo que las imágenes ya exponen con crudeza. Puede ser un recurso discutible, pero no deja de formar parte de un sistema narrativo decidido y diagramado con justeza formal. El quiebre se dará con la posibilidad que tendrán estos jóvenes de viajar a los EE.UU., contenidos por un programa humanitario que les da asilo y busca sumarlos a la maquinaria del capital y el empleo occidental. Ahí empiezan los mayores problemas del film, que si bien no era ninguna maravilla al menos lograba capturar la tensión entre el mundo espiritual, mítico, infantil, y lo más material de las armas y la violencia: el tiempo, el espacio y una cámara que sigue la tragedia a la altura de los ojos de estos chicos sube la apuesta desde el punto de vista formal. Sin embargo la llegada de los cuatro hermanos ya crecidos a los Estados Unidos da paso a lo edificante y le imprime una centralidad absoluta a la mirada occidental, con un abordaje cinematográfico que va perdiendo fuerza y que normaliza un discurso que invisibiliza la mano de un director detrás. Es en esos pasajes donde Falardeau exhibe algunas de sus contradicciones: si por un lado recurre a algunas humoradas bastante pavotas y repetidas sobre el buen salvaje metido en la civilización, por el otro tiene la conciencia de que está cometiendo un crimen cinematográfico e intenta aminorar el dudoso poder de esos segmentos limitando su impacto. Lo que da como resultado un film no demasiado convencido de las herramientas a las que recurre para contar su anécdota, y por ende desinflado, demasiado liviano, carente de energía y que, llegado el momento, no emociona como debería emocionar en el caso que uno pudiera ingresar en su mecanismo bienpensante. La distancia que intenta tomar por momentos es bastante perjudicial. En la misma línea de la más atractiva y coherente Un sueño posible, lo que demuestra Una buena mentira es que cuando uno quiere ser aleccionador o defender un sistema de ideas, debe hacerlo con convicción: las ideas se pueden discutir, el problema es cuando la herramienta cinematográfica (que de eso se trata) hace ruido por todos lados. Un ejemplo para esta película sería Un golpe de talento, aquel producto de Disney con Jon Hamm, que no perdía el humor y era totalmente consciente de sus lugares comunes y lo edificante de su mensaje, pero que lo hacía con desembozada simpatía e, incluso, reconociendo su mirada indudablemente occidentalizada. Por el contrario, Falardeau tiene como mayor logro el no resaltar en exceso el rol de los Estados Unidos dentro de esta historia (la vida de estos sudaneses tampoco será tan sencilla en territorio yanqui), aminorar el impacto de los refugiados en la vida de los personajes americanos (nada cambia demasiado en la experiencia de Reese Witherspoon) y en hacer que el centro de atención nunca se mueva de esos cuatro hermanos y su tragedia. Que el tono elegido haya sido excesivamente correcto habla más de la exagerada preocupación que evidencia el cine de Hollywood por algunos problemas del mundo, mientras mueve millonadas de dinero para hacer de estas tragedias un espectáculo apto para todo público.
Juntos en el paraíso Aguardando su vuelo en un campo de refugiados de Kenia, Memere viste una remera con el famoso lema del calzado más norteamericano: Just do it. Su hermana sonríe y dice “que se cumplan nuestros deseos”, y así parten al aeropuerto JFK cuatro sobrevivientes de otra tragedia africana, conocidos como “los cuatro de Sudán”. Diecisiete años antes, cuando detonó un enfrentamiento entre el norte y el sur de aquel país africano, Memere, Jeremiah, Paul, Abital y Theo escaparon junto a hijos sobrevivientes de otras familias, rumbo a Etiopía. Theo murió en el camino pero los hermanos lograron llegar a Kenia en 1987 y permanecieron en el mismo campo de refugiados durante trece años. Después, Memere estuvo a punto de ser el Tío Tom del grupo de hermanos; pero al final se redime con una buena, digamos honrosa, mentira. Conocido, hace poco, en la cartelera argentina gracias a su bienintencionado drama interracial Profesor Lazhar, el francocanadiense Philippe Falardeau repite la fórmula, si bien cambia el mapa geopolítico y se ajusta a una historia real. Teñida de morocha y barriendo a un lado a los inmigrantes de los flyers (como ocurriera en el tristemente célebre afiche italiano de 100 años de esclavitud, protagonizado por Brad Pitt), Reese Witherspoon es Carrie Davis, la encargada de encontrarle empleo al grupo de sudaneses que recala en Kansas City. La vida de Memere, Paul y Jeremiah (Abital es destinada a un hogar en Boston) en Kansas City es retratada con un pintoresquismo (por no decir llanamente etnocentrismo) que ya parecía superado, repleta de típicos gags sobre la inocencia y la ignorancia de los recién llegados. Sólo hacia el final la película, como Memere, redime su mirada estrecha, proamericana.
Inspirada en hechos reales, narra la historia de cinco hermanos africanos huérfanos y sus peripecias para sobrevivir unidos. La película está basada en hechos reales. La primera parte muestra a millones de personas víctimas de una brutal Guerra Civil que tuvo lugar en Sudán de 1983 a 2005, a causa de esto muchos jóvenes quedaron huérfanos. Un importe número de personas vivieron un profundo infierno, las imágenes que vemos son desgarradoras, familias destruidas, cadáveres en el río, sangre y muerte. Nos introduce en la vida de cinco hermanos sudaneses. uno de ellos muere y el resto pasan a un campo de refugiados: Mamere (Arnold Oceng), Jeremiah (Ger Duany), Paul (Emmanuel Jal) y Abital ( Kuoth Wiel), quienes viajan cerca de 1600 kilómetros para refugiarse en Estados Unidos, pero su hermana Abital es enviada con otra familia a Boston. Todos ahora forman parte de un programa humanitario para encontrar un lugar mejor al igual que otros, pero para quedarse deberán cumplir ciertas reglas. Ellos fueron conocidos como “Los niños perdidos de Sudán”. Se encuentran en un lugar totalmente desconocido donde tienen que intentar su reubicación en la sociedad, otras costumbres e idioma, en fin otra vida. Allí en Kansas quien son designados para conseguirles trabajo y vivienda son: una trabajadora social, la americana Carrie Davis (Reese Witherspoon) y Jack (Corey Stoll) quienes forman parte del programa. Juntos realizan una recorrida por diferentes lugares, aportando momentos de humor y situaciones divertidas como cuando ingresan a un negocio de comidas rápidas, el trabajo en un supermercado, el uso de teléfonos, la convivencia en el departamento, entre otros lugares o situaciones. Es una película entretenida, muestra dos culturas bastantes diferentes y la lucha por la subsistencia a lo largo de la historia, contiene varias escenas tocantes y se intenta conmover, buscando la lágrima, con algunos momentos melodramáticos sobre todo en la primer parte y la segunda toques de humor y gags. Resulta atrayente el saber que se encuentra basada en hechos reales. Muestra las penurias que pasan los africanos (hambre, falta de agua y las enfermedades, entre otras situaciones). Algo un tanto sabido para quienes leemos un poco o miramos noticieros, son datos que se encuentran dentro de nuestro conocimiento, a muchos ya no nos venden más espejitos de colores. La película critica el sistema pero una vez más los estadounidenses quieren mostrar que con sus buenas acciones pueden lavar sus culpas.
Melodrama entretenido "Una buena mentira" es una nueva película de Reese Witherspoon ("Legalmente Rubia", "Walk the line"), que aborda el drama de las guerras civiles en África y cómo estas afectan la vida de las personas que viven en países en conflicto como Sudán, Uganda, Etiopía y Somalía entre otros. La trama se centra en un grupo de hermanos sudaneses cuya familia se ve destruida por los horrores del genocidio de etnias. La primera media hora de película es realmente impactante por como muestra la matanza de inocentes campesinos a manos de milicias sanguinarias que eliminan a los que no les sirven y secuestran a los niños y adolescentes que pueden ser futuros soldados. Hasta acá la trama es interesante y mantiene interesado al público, ya que por más de que en algunos momentos se le propician al espectador golpes bajos para atormentar el alma, resulta muy atrayente seguir la suerte de estos hermanos que escapan al horror. Cuando finalmente llegan a un campo de refugiados y son enviados a Estados Unidos para comenzar una nueva vida, es cuando el film se torna más light, aparece la comedia fácil y el relato toma tintes melodramáticos. Una buena parte del tiempo nos muestran como estos sudaneses se topan de golpe con un mundo que no conocen, que les resulta extraño, lindo e incómodo al mismo tiempo. Acá en general se puede decir que se abordó el tema con cuidado, aunque en algunas secuencias los hace quedar como estúpidos más allá de ignorancia lógica resultante de encontrarse con un realidad totalmente distinta a la que han vivido en su pueblo natal. Luego nos muestran la unidad y la división que genera entre ellos la cultura occidental, una cultura por momentos parece ensalzada y luego criticada en dosis similares a lo largo del metraje. Hay palos para la insuficiencia de la ayuda que lo países occidentales prestan a las zonas africanas en guerra y la enorme burocracia alrededor del trámite de asilo de un ser humano en peligro, pero así como hay algunos cachetasos, también hay algunas exaltaciones un tanto polémicas como mostrar a Estados Unidos como un país salvador y liberador de los países oprimidos, que por más que en la práctica tenga algunos resultados positivos, sabemos que por detrás hay mucho chanchullo político e intereses económicos privados. Los actores hacen un buen laburo pero nada que sea digno de ser resaltado demasiado. La Witherspoon cumple pero no se la juega demasiado. Una película entretenida, que mezclando grandes dramas con algunos toques de humor esporádicos, logra mantener entretenido al espectador. Los que gustan de emocionarse con historias de dolor y superación estarán conformes y pasarán un buen rato en la sala de cine.