Apegos y desapegos Varias lecturas permite este nuevo opus de Mauro Andrizzi, previamente conocido en el BAFICI, y que responde a su experiencia en Shanghai para filmar una película con equipo asiático y actores del mismo lugar, con barreras idiomáticas de por medio, y la mirada del extranjero en pleno corazón de China. Lo primero que debe decirse de Una novia de Shanghai (2016) es que dada la tradición y el respeto por determinada temática ligada a la muerte y a los muertos, el relato se convierte de inmediato en una suerte de fábula y en una historia de amor luego de la muerte. Rápidamente, asaltan la mente la nutrida cantidad de historias asiáticas, donde un fantasma necesita cumplir determinada misión para su descanso eterno y desde ese lugar su necesario contacto con los vivos no siempre se resuelve en un evento de terror o de peligro, sino de solidaridad.
Una novia de Shanghai, dirigida por Mauro Andrizzi, una peculiar comedia fantástica situada en China. Lo nuevo de Mauro Andrizzi, Una novia de Shanghai, es una comedia ante todo, aunque tiene tintes románticos y de fantasía. Pero su mayor curiosidad radica en las locaciones y producción: sucede en Shanghai, tal como su título lo indica, y además el equipo tanto técnico como actoral es principalmente asiático. Así de curiosa como suena, lo es. Este film comienza con una breve explicación sobre los casamientos fantasmas, aquellos cuerpos que a veces son enterrados en conjuntos para que no descansen solos. Y también nos aclara que remover un cuerpo es delito. La idea de las novias y del casamiento también aparece inmediatamente, con imágenes de varias novias posando para sacarse fotos supuestamente espontáneas del día de su boda. Pero los verdaderos protagonistas son Johnny y Hugo, dos amigos que sobreviven como pueden, durmiendo bajo el puente o robando para dormir bajo un hotel de mala muerte. Justamente cuando logran esto segundo, es que caen en la habitación donde de manera muy reciente se quedó un hombre mayor que falleció y dejó parte de su equipaje allí. Esa misma noche él aparece, en realidad algo así como su alma, es invisible pero se lo oye y siente, y les pide a estos dos amigos un enorme favor: que roben el cuerpo de su enamorada –un amor prohibido que tuvo en vida- para dejarlo en el puerto y allí viaje a donde está actualmente el suyo, y así puedan estar juntos aunque sea en la eternidad. Ambos se sienten un poco conmovidos por la historia de amor, pero es la promesa de un tesoro lo que los lleva a aceptar la misión. Así comienza el recorrido de estos dos personajes, que sueñan con una vida mejor, y a quienes luego se le suman dos mujeres. El resultado es una comedia con tono bastante kitsch. Ni siquiera el conflicto, o las peripecias que van sufriendo hasta lograr su cometido, son demasiado difíciles, a la larga cada peripecia la resuelven inmediatamente. Su guión es simple. A nivel visual también, aunque hay una intención, se la siente pobre, con excepción de unas pocas escenas mejor logradas. Una novia de Shanghai es simpática pero no mucho más, al menos sus protagonistas muestran ser optimistas hasta el final, lo que le aporta un granito más a una película con buenas intenciones.
El extraño encargo del fantasma de Shanghai El director argentino de Mono, Iraqi Short Films, En el futuro y Accidentes gloriosos se instaló en esa gigantesca ciudad que es Shanghai para filmar una comedia con elementos fantásticos. Más allá de la curiosidad -y de la épica de rodar allí con equipo chino, en mandarín y con presupuesto mínimo-, el resultado es muy simpático y por momentos incluso lírico y entrañable. Johnny y Hugo (algo así como el Gordo y el Flaco en versión asiática) son dos auténticos antihéroes que sobreviven como pueden (a veces incluso con algún hurto callejero) y, si su vida ya era un pequeño caos cotidiano, las cosas se complican aún más cuando un fantasma les pide que lleven un ataúd robado de un cementerio hasta la otra punta de Shanghai para que dos personas que no pudieron estar juntas en vida permanezcan unidas en el más allá (la idea está inspirada en una popular tradición china). Los torpes y patéticos protagonistas -por momentos acompañados por dos chicas- deberán sortear todo tipo de enredos y contratiempos, mientras Andrizzi nos regala como trasfondo un registro documental de la fascinante Shanghai, un festival de efectos digitales con estética entre surrealista y kitsch, una voz en off de tono ancestral y música compuesta por dos maestros como Daniel Melingo y Moreno Veloso. La mezcla de recursos y elementos tan disímiles es inevitablemente irregular, pero con muchos más momentos disfrutables que de los otros. Una proeza artística y de producción de este incansable realizador siempre dispuesto a la provocación y la experimentación.
Misión fantasmal Una historia simpática y sencilla, con la impactante Shanghai como telón de fondo. ¿Una película argentina filmada enteramente en Shanghai y protagonizada por actores chinos? Sí: Mauro Andrizzi lo hizo. El director de Iraqi Short Films (2008), un particular documental sobre la guerra en Irak con imágenes grabadas con celulares, vuelve a destacarse por su originalidad. Esta vez, con una comedia de ribetes fantásticos que cuenta las aventuras de dos buscavidas, mezcla de vagabundos y carteristas, que deben robar un ataúd con los restos de una mujer y enviarlo a un pueblo para que sea enterrado junto a su amado. El detalle es que quien les encarga esta misión no es otro que el fantasma del amante muerto. La historia está basada en una antigua tradición que en China se conoce como minghun o “matrimonio fantasma”, que consiste en enterrar a hombres y mujeres juntos –aunque en vida no hayan sido pareja- para que no estén solos en el más allá y, sobre todo, cumplir con cuestiones de status social. Aunque fue perseguida, esta práctica todavía persiste y es uno más de los contrastes de una China en la que costumbres milenarias conviven con un desarrollo tecnológico y científico imparable. Andrizzi explota esa contradicción y la aprovecha para darle una escenografía fantástica a su poco pretenciosa historia. En Shanghai conviven edificios propios de Blade Runner con puestitos callejeros en los que se rostizan animales a cielo abierto: ese asombroso paisaje sirve de telón de fondo para las andanzas de estos dos haraganes, que –al estilo de Siete cajas, pero sin persecuciones de por medio- se desplazan de un lado a otro con el precario cajón de la muerta. La música de Moreno Veloso y Daniel Melingo justifica su lugar de privilegio en los afiches: sus temas le agregan una contradicción auditiva a ese contraste visual, a la vez que refuerzan la liviandad de esos dos tiros al aire, tan sencillos y simpáticos como la película.
Una novia de Shangai Acá había una historia que en manos de un director más hábil o más experimentado, bien podría haber sido uno de los filmes más interesantes en tanto que ya sus escenarios, exóticos para el público, potenciarían la propuesta. Pero justamente a “Una novia de Shangai”, de Mauro Andrizzi, termina por quedarse más interesada en “extranjerizar” su relato y detenerse en los detalles exóticos, que en potenciar su idea disparadora de dos ladrones de medio pelo que deciden ayudar a un “fantasma” a recuperar, para poder cumplir con una vieja tradición, el cuerpo de su también muerta mujer para así descansar en paz por la eternidad. En el arranque los ladrones en acción atrapa, pero a medida que la historia va buscando en el equívoco empatizar con la narración, nada hace que la propuesta termine siendo atractiva, ya que se va diluyendo.
DESAMPARADOS EN LA GRAN CIUDAD Una película que nació de un proyecto loco según lo define el propio director Mauro Andrizzi. Y lo que logra, en el film realizado en Shanghái, con actores y técnicos chinos es una fábula sobre la soledad. Y además, una demostración de cómo en esa enorme ciudad que quiere competir en edificios y modas con Nueva York, en ese país que ha sufrido una transformación impresionante en los últimos años, en el imaginario colectivo queda el arraigo ancestral. Dos ladrones sobreviven como pueden, en especial robando a las novias que se fotografían pendientes de las selfies y el vestido. Se topan con un fantasma que les hace un pedido y les promete un tesoro. Deben, y lo hacen, rescatar el cadáver de una mujer enterrada con el que fuera su marido, para enterrarlo junto al cuerpo del fantasma que fue amante y así podrán ser felices para toda la eternidad. Esos dos chicos que viven debajo de los puentes o en hoteles de mala muerte, tienen por una noche todo lo que sueñan en sus manos para amasar después una esperanza contra toda lógica. Una Shanghái retratada como nunca y un espíritu entre ingenuo y trágico.
Peculiar y sorprendente, esta es la película de un joven marplatense, Mauro Andrizzi, filmada en China, con actores chinos, en clave fantástica y surrealista. Una verdadera rareza que, además, destaca por su osadía: dos vagabundos, que viven de lo poco que pueden robar y vender, encuentran las pertenencias de un señor ya fallecido. El hombre, desde el más allá, les encarga que roben el ataúd de su amada para seguir unidos en la muerte, según la tradición de los “casamientos fantasma” que se remonta, se lee al principio, al siglo XVII. Absolutamente delirante, graciosa y libre, esta especie de fábula urbana y descabellada tiene a la ciudad de Shangai como otra protagonista: su arquitectura, sus comidas y moteles, sus maravillosas parejas de novios posando sobre los puentes. Un más que simpático ejemplo de que, con ganas, ideas y poco dinero, se puede soñar, imaginar y hacer.
Un desvarío que sirve para hacer turismo no convencional por Oriente Según un texto que abre esta comedia fantástica, en Shanghái se acostumbra enterrar a los muertos en parejas para que estén acompañados en el Más Allá. Esto tiene que ver con la trama, dado que dos amigos un poco marginales son abordados por un espectro que les promete darles la ubicación donde en vida ocultó una importante suma de dinero, a cambio de que ellos desentierren el cadáver del gran amor de su vida, una mujer casada, y envíen el féretro a la provincia donde está enterrado. Esta trama es una leve excusa para que los dos amigos deambulen por las calles de Shanghái con un cajón a cuestas, a veces divagando filosóficamente, o haciendo todo tipo de tonterías, como por ejemplo ir con el féretro y dos amigas que encuentran en su deambular a una discoteca y un karaoke. Como manera no convencional de hacer turismo cinemagráfico por Shanghái la verdad es que la película está llena de imágenes atractivas y situaciones simpáticas. El problema es que -aun cuando la película no llega a los 90 minutos- se va volviendo cuesta arriba y estirada por el desvarío narrativo del lunático argumento. En todo caso, la música de Daniel Melingo ayuda bastante.
El amor verdadero trasciende fronteras, idiomas… y también la muerte. El cine se ocupó de mostrarlo innumerables veces. Una Novia de Shangai (2016) es una nueva –y buena- prueba. Dos vagabundos dan vueltas por Shangai, durmiendo bajo puentes, robando en las calles, hasta que logran pasar la noche en un hotel. De pronto surge del más allá una voz masculina con un curioso encargo: que desentierren el ataúd de la pareja del ahora espíritu y lo trasladen al puerto de la capital china. El dúo decide hacerle caso (en especial, luego de escuchar que recibirán una gran recompensa) y, cargando el féretro, emprende una aventura peculiar. Luego de Iraqui Short Films, En el Futuro y Accidentes Gloriosos, Mauro Andrizzi vuelve con una road movie cómica y delirante, donde los vivos se comunican con los muertos en una metrópolis hiperavanzada. Sin embargo, el director logra transmitir que, pese a la postmodernidad de aquel entorno, aún hay tiempo para las tradiciones y los sentimientos verdaderos, empezando por el amor. De hecho, los protagonistas (siempre chinos, como la mayoría de los actores) de por sí representan un fuerte contraste con los ciclópeos edificios y la tecnología novedosa. Una película de irresistible simpatía que, sin ponerse pretenciosa, deja pensando en lo nuevo, lo viejo, la vida, la muerte, el amor, la felicidad.
Como “Nueve reinas”, pero made in China. Como si se tratara de las versiones chinas de Ricardo Darín y Gastón Pauls, los protagonistas de Una novia de Shanghai, la nueva película del argentino Mauro Andrizzi, son dos ladrones de poca monta que se pasan los días en tratando de hacerse unos mangos en la calle, aprovechándose de las desatenciones de los transeúntes. Igual que en Nueve reinas, la gran ópera prima del fallecido Fabián Bielinsky, acá también una ciudad vertiginosa es el telón de fondo necesario para que estos delincuentes inofensivos puedan sobrevivir (y no mucho más que sobrevivir), mientras esperan que la vida los ponga frente a la oportunidad que por fin los haga salir de perdedores. Y Shanghai, aún más que Buenos Aires, parece ser el lugar indicado para que estos personajes pasen desapercibidos y puedan hacer su trabajo de forma anónima. Superpoblada y estridente, hipertrofiada e hiperbólica, Shanghai reúne las condiciones necesarias para el tipo de historia que Andrizzi se propone contar, en la que la convivencia entre la tecnología urbana más avanzada y el respeto por tradiciones milenarias parece darse con naturalidad asombrosa. Porque si por un lado los protagonistas representan un emergente propio de su época, por el otro también lo son de una cultura que no se permite ceder ni su identidad ni sus creencias en pos de ese pragmatismo moderno que hoy es el principal y más fluido (y tal vez el único) vínculo entre Oriente y Occidente. Una novia de Shanghai es una película de fantasmas, pero también una historia de amor que consigue ir de la tragedia al final feliz por el camino de la comedia y del absurdo. Porque la oportunidad que los protagonistas esperan les llegará cuando el espíritu de un hombre que acaba de morir en la habitación del hotel en donde deciden pasar la noche recurra a ellos para poder descansar en paz. La voz del muerto les cuenta sobre su vínculo imposible con una mujer casada, con la cual se amaron en secreto literalmente hasta la muerte. Esta entidad les pide que roben el cadáver de la mujer amada, enterrado junto al de su marido, y lo envíen en barco hasta una ciudad en el interior de China en la que él mismo está enterrado, para que, de acuerdo a un antiguo ritual funerario, ambos cuerpos puedan acompañarse y perpetuar en la muerte ese amor que no puedo ser consumado en vida. A cambio, el espíritu les promete revelar el lugar exacto en donde enterró una pequeña fortuna, trato que los protagonistas aceptan con gusto. Director de otras películas para nada convencionales como Iraqui Short Films (2008) o Accidentes gloriosos (2011), Andrizzi maneja con solvencia esas múltiples líneas narrativas y estéticas a partir de una suerte de montaje paralelo, en el que consigue hacer que cada una de ellas se incorpore o se retire del eje central del relato en el momento preciso. Además se permite utilizar recursos visuales lo-fi para representar las escenas sobrenaturales u oníricas, que son pequeñas y exquisitas piezas humor kitsch muy fácil de vincular con cierto estilo farsesco propio del cine de los países orientales. El resultado es una extraña película de cine oriental que se parece al cine argentino (y/o viceversa), en la que sus protagonistas (dos chantas que tranquilamente podrían ser porteños), mantienen charlas en las que una y otra vez el budismo y el feng shui se cruzan con el calefón. De ese modo Andrizzi consigue trazar el retrato de un mundo en el que las urgencias y ambiciones de la materia no son, por fortuna, lo más importante y la felicidad siempre es posible por otros medios.
Fue preestreno durante el BACIFI (Festival Internacional de Cine Independiente de Buenos Aires). El cineasta Andrizzi (Accidentes gloriosos) se atrevió a darle vida a esta historia filmada en Shanghai y con actores chinos (los actores chinos Jiao Jian, Hu Chen-gwei y Sun Yu-han y la argentina Lorena Damonte). Su desarrollo se encuentra basado en una antigua tradición China, en una comedia con toques fantásticos, un poco de humor y que sirve para conocer un poco otras culturas, tradiciones, paisajes y otras idiosincrasias, en este caso la de la sociedad china. Acompañada por la música de Moreno Veloso y Daniel Melingo.
Una historia que va al punto pero que también tiene sus divagues. En la China hay una tradición que dice que en el momento de morir las parejas deben ser enterradas juntas. Dicha tradición es el punto de partida de Una Novia de Shanghai, una película breve y al punto pero con unos divagues que le juegan en contra. Con la caja a todos lados: En la ciudad de Shanghai, dos estafadores de poca monta se hospedan en un hotel tras su último golpe. Al entrar en la habitación descubren que hay pertenencias de alguien que todavía vive ahí. Las mismas resultan pertenecer a un caballero que falleció recientemente, y cuyo espíritu le pide a los dos protagonistas que exhumen el cadáver de la mujer que ama y se lo lleve al puerto para poderse reunir con ella en el mas allá. Una Novia de Shanghai posee un guion con un objetivo y estructura argumental claros. Por desgracia su desarrollo está lleno de divagues, incoherencias y escenas de relleno que no suman absolutamente nada al desarrollo de la trama o al desarrollo de los personajes (el cual, dicho sea de paso, brilla por su ausencia), y terminan por ralentizar el ritmo de la película. Por el costado técnico no hay mucho que criticar, pero tampoco mucho para admirar. Lo mismo aplica al apartado actoral; es difícil destacar con un guion que no ofrece muchas oportunidades de lucimiento interpretativo más allá de algún monologo de índole filosófica o alguna que otra endeble humorada. Conclusión: Una Novia de Shanghai contaba con una buena premisa, un buen conflicto y los personajes justos para hacer una película interesante. Si bien son utilizados en un sentido clásico y entendible, no los utiliza en todo su potencial; en cambio, elige operar mediante divagues y rellenos innecesarios que a la postre contribuyen que la película se vuelva olvidable.
Uno podría pensar que este film –un par de descastados que sobreviven mal que mal en China, un encargo fantasmagórico y un elemento absurdo– es una especie de grotesco. Pero lo mejor que logra Andrizzi con esta historia es la distancia justa para contarla y convencernos de que sus personajes creen en lo que los rodea incluso si todo es un poco disparatado y un poco peligroso. Un ejercicio interesante y querible que vale la pena ver.
El Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente (Bafici, para los íntimos y no tanto) es quizá el gran certamen del rubro de todos los que se realizan en la Argentina. Por impronta rupturista, novedad y estilo, se ubicó con los años entre los clásicos de la Buenos Aires que tiene arte y cultura para ofrecer. Sin embargo, es en ese marco de búsqueda de la novedad y lo original que al festival se le suelen colar propuestas que se agotan en un chiste más o menos ingenioso, envuelto para regalo con papel brillante pero que al sacarle el moño evidencia la nada misma. Una novia de Shangai tiene todo lo necesario como para embaucar al programador salido de alguna escena de El artista, ese brillante aguijonazo de Cohn-Duprat en el universo de la militancia artie. 1# Tenemos una intro bien lograda, con parejas de novios haciéndose fotos kitsch en el centro de Shangai. Y se sabe que lo oriental es infaltable en todo festival indie que se precie. 2# Contamos también con protagonistas que parecen ser torpes y tienen por delante una misión difícil: trasladar un cuerpo desde el cementerio hasta algún otro lado con el fin de unir el alma del muerto con una muerta anterior. No importa que el chiste se remonte a Abbot y Costello, siempre paga bien y dos chinos torpes son más graciosos que dos chinos occidentales, al menos para la intelligentzia porteña, que se reía de lo mismo hace casi un cuarto de siglo con Cha Cha Cha. 3# La damita joven del film es flaca, alta y sexy. Y claro, oriental, con lo que no todo es testosterona y el espectador festivalero puede recrear la vista más allá de las bobaliconadas del guión. 4# Hay una infaltable escena de karaoke (sí, como esa que venimos viendo hace largos años y que ya Sofía Coppola la transformó para siempre en snobismo-cool-urbano-occidental en Lost in Translation). 5# Momento fantástico con efecto visual económico, lo que pone al film en un lugar que busca el guiño clase B, ese que tanto nos gusta aquí, allá y en todas partes. No importa demasiado que el toque fantasy sea el atajo para resolver todo lo que no puede resolverse a través del guión, que cada escena en la que debería aparecer en el relato la justificación de la acción, se elija explicar y sobreexplicar. La película pasó por el Bafici y cayó más o menos de pie en la competencia de Vanguardia y Género. Se fue con las manos vacías porque los jurados todavía pueden mirar más allá de los envoltorios. Se agradece.
ENCARGOS ANCESTRALES Y ECONOMICOS Acostumbrado a un registro experimental, Mauro Andrizzi arriesga en Una novia de Shanghai a moldear su cine bajo estructuras un poco más convencionales: estamos ante una suerte de comedia de enredos, protagonizada por dos chinos que encuentran un cadáver y deben darle sepultura para cumplir con el deseo de un fantasma. Además, el film nace como un proyecto de película por encargo, a partir de un concurso organizado por una empresa que invitó al realizador a filmar en China, pero elude inteligentemente esa convención que podría haber mostrado su génesis en el orillo y se construye como un relato con elementos autorales bien precisos. Una novia de Shanghai es el transitar de sus dos protagonistas por paisajes reconocibles y no tanto de esa ciudad gigante, una especie de road movie urbana en el que los personajes se cruzan con varios personajes -a cuál más excéntrico-, mientras trasladan un pesado ataúd. Algo errante en su narración, como el camino de los personajes, la película encuentra sus mejores pasajes en situaciones retratadas con un humor entre absurdo y lisérgico, y en la contemplación que hace la cámara de Andrizzi de las calles de la fascinante Shanghai: un rompecabezas colorido y singular que aporta el marco inmejorable a una historia bajo toda norma delirante. Como decíamos, a pesar de ser un proyecto financiado por una compañía con fines publicitarios, Andrizzi mantiene la organicidad y la originalidad en las imágenes y los recursos con los que las construye. Es un film libre, que se nutre tanto de la comedia tradicional como de la espiritualidad oriental, con elementos de “el gordo y el flaco” y puntas de contacto con Nueve reinas, que además exhibe por momentos el ojo de buen documentalista del director. El tema del “encargo” (económico en el director, ancestral en los protagonistas) está presente en la premisa que moviliza a los protagonistas, y el director juega con eso y se divierte.
El realizador de “Accidentes gloriosos” viajó a China para realizar allí un largometraje en tono de comedia acerca de las desventuras de dos perdedores que intentan reunir a dos personas muertas en una “boda fantasma” y así hacerse una pila de dinero. Fruto de una beca que le permitió al realizador argentino pasar varios meses en China para hacer una película, UNA NOVIA DE SHANGHAI se presenta como una curiosidad que seguramente sorprenderá a muchos: una película china de un realizador argentino. Es que, más allá de la aparición en un rol secundario de la actriz Lorena Damonte, el elenco, los diálogos y las situaciones que se ven en el filme son totalmente locales. Es decir, chinas. La película se presenta como una fantasía en tono de comedia dramática que cuenta las desventuras de dos losers que deben llevar un ataúd a través de Shanghai hasta el puerto y subirlo a un barco carguero. ¿Para qué? Ahí está la historia. Es que ambos se topan casualmente con el fantasma de un hombre recién fallecido en un hotel que les pide ese favor, ya que según cierta milenaria tradición china, quiere reunirse con su amante en el “más allá”. Y para eso –para ese casamiento fantasma– deben estar enterrados juntos. Los perdedores de turno se meten en una serie de complicaciones (con dinero, con mujeres, etc) en este camino complicado, un camino que hacen igual ya que el fantasma en cuestión les ha prometido una buena suma de dinero al finalizarlo. En el camino, estos personajes conversan y sueñan con irse de allí a un lugar sudamericano como… México. La película tiene momentos cómicos y otros líricos en medio de un recorrido por distintas zonas de Shanghai y alrededores. En los viajes de los protagonistas uno es testigo de una ciudad y de un país que cambia radicalmente en las apariencias pero que aún se mantiene apegado a ciertos mitos y tradiciones. Así, mientras un fantasma los guía y unas mujeres se suman a su recorrido pasan sus días los simpáticos y torpes protagonistas. Y así, también, transcurre esta celebración romántica y casi nostálgica en medio de una ciudad que hoy parece dedicada a convertirse en una postal de sí misma, con sus recién casados en permanente plan selfie, más preocupados en ver cómo lucen en las fotos que en eso que antiguamente llamaban “eternidad”.
Argentine comedy draws on Shanghai traditions for a story of devotion beyond the grave POINTS: 7 In China, there’s an old tradition that dates back to the 17th century that’s still alive and well today: to bury the bodies of the dead next to each other, as though to signify a marriage. This way, the dead are accompanied by their loved ones in the afterlife. This ceremony is called ghost marriage. And though these marriages can be legally arranged between the families, the theft and trafficking of corpses is punished with life sentences. Previously featured at the BAFICI, Una novia de Shanghai (“A Shanghai Bride”) was shot entirely in Shanghai with Chinese crew and actors and is spoken in Mandarin. The new film by award-winning Argentine filmmaker Mauro Andrizzi (Iraqui Short Films, En el futuro, Accidentes gloriosos), takes a simple and moving tale of a so-called ghost marriage to weave a sincere meditation on the meaning of true love in today’s materialistic Chinese society. Better said, Andrizzi’s take may be geographically narrowed to China, but its resonance is actually universal. Story-wise, it’s about two slackers who pull off tricks on the streets of Shanghai to make ends meet — including stealing wedding-rings from proud and easily distracted brides, as they pose with their grooms in outdoor photo shoots in parks and on the streets. One night, the ghost of an old man contacts them and asks for their help in exchange for a bundle of money he’s secretly hidden somewhere before he died. This ghost is in love and wants to celebrate a ghost marriage, which means the two slackers will have to dig out the corpse of the love of his life, a married woman with whom he’d had a long-lasting romance, and put it in a container to be shipped to the faraway town where the man is buried. And so within the mould of a charming comedy, Andrizzi draws out an urban itinerary for his two protagonists — or, to be fair, three protagonists given the ghost’s voice-over that accompanies the men everywhere — to follow across the city, from the cemetery to the container. And in so doing, he also perceptively explores Shanghai with the alert eye of an eager documentary filmmaker seeking to find the pulse and rhythm of a city filled with all sorts of people, food, venues, and night clubs. But A Shanghai Bride is not a travelogue. It’s not about sightseeing. It’s not about postcard images. It’s not about exoticism. In stark contrast, it’s about becoming a city insider who pays careful attention to traits and facets of a booming place that defies standard synopsis, a place in the world that keep reinventing itself. That’s why the atmospheric cinematography aims to reveal what glossy surfaces truly mean, in addition to going for that which is hidden, that what you can’t see at once. However, the film’s core theme is whether love is the most important thing of all. In a contemporary and materialistic society, such a notion is bound to be risible and ridiculous. But bear in mind that the ghost of this old man belongs to an older generation, and so the truthful romance that joined him to the woman started flourishing decades ago. And though the two lovers are now dead, their everlasting love is not. An auteur work that smoothly intertwines with genre cinema, A Shanghai Bride comes across as a surprise with its sense of discovery and its vindication of romantic ideas that have long been forgotten. Production notes Una novia de Shanghai (Argentina, China, 2016) Written and directed by Mauro Andrizzi. With Lorena Damonte, Jiao Jian, Hu Chen-gwei, Sun Yu-han. Cinematography: Yao Zi-long. Editing: Francisco Vázquez Murillo. Running time: 74 minutes. @pablsuarez
"No quiero estar tan lejos tuyo. Me siento solo sin poder conciliar el sueño. Te quiero cerca mío en las noches para poder sentir tu calor. Me siento seguro y en paz en tus brazos, y es ahí donde quiero estar." Si esta peli se hubiera hecho en España, seguramente, la voz invisible que alienta a los protagonistas de esta historia hubiera sido Narciso Ibáñez Menta. Lejos de toda predicción, el fantasma de turno será chino y su historia transcurrirá en Shangai, hace unos años una aldea, hoy una megalópolis en donde ir de un lado a otro lleva entre 2 y 3 horas. La trama diseñada y dirigida por Mauro Andrizzi, tiene parte de docudrama pero es en sí una comedia romántica que nos muestra una cultura lejana y desconocida como lo es la de la China contemporánea. Se logra un clima por momentos onírico y en otros muy simpático, en donde dos vagabundos, viven de los robos hormiga que les dan para sostenerse en el día a día, una noche les llega un mensaje del más allá: tendrán que unir en "casamiento fantasma" a dos almas que durante su pasaje por la vida terrena se amaron pero no lograron terminar sus días juntos porque ella era casada. El asunto es más que romántico ya que el "Narciso" chino, les prometerá que si lo ayudan a reunirse con su prometida, a la que tendrán que ir a buscar al cementerio, habrá un rédito material. Uno pensará que esta pareja de ladronzuelos tendrá como marca sólo este objetivo que los salvará de esa vida que se rige por el dinero, pero ahí está la nota de sabiduría oriental y las aventuras, mitos y ritos que nos irá mostrando esta poco convencional co-producción chino argentina. El fantasma resulta ser un poco travieso y la guía hacia la meta será una histriónica compañera, que algo se trae entre manos. Su estreno fue en el BAFICI del año corriente y ahora juega su suerte en la cartelera comercial. Es la quinta película en la que Andrizzi, que estudió guión en la ENERC, dirige y la tercera en la que realiza una producción integral. En mi opinión está muy bien lograda ya que se rodó en 3 semanas en Shangai, con un equipo que hablaba varios idiomas y todos, chino mandarín. Una curiosidad es que está subtitulada pues los diálogos son todos en chino. Todo un desafío que merece la pena ser visto en pantalla grande.
Quiero decirles algo y creo que esto, debe reflejarse en cualquier ámbito del desarrollo artístico. Los innovadores son aquellos que salen de su zona de confort y se animan al desafío. Mauro Andrizzi es de lo más vanguardista que tenemos, y si te acercás a "Una novia de Shanghai", descubrirás el porqué: busca desarrollos nuevos en territorios inexplorados para la producción nacional. Es imposible despegar "Una novia de Shanghai" de cómo se generó el proyecto de producción. Cuenta Andrizzi que el tenía la decisión junto a un equipo de productores de rodar algo en Shanghai, y que la experiencia iba a ser de 6 meses con un presupuesto acotado. Se lanzó a la aventura con un guión propio y tuvo que enfrentar las dificultades normales para una película de este tipo: el idioma y el armado del equipo técnico todo con locales. Si bien Andrizzi tiene nociones de chino y se preparó, el tema de llevar a la práctica su idea fue bastante difícil, aceptando que la idiosincracia y los modos profesionales son distintos. Pero volviendo a lo que importa: ¿por qué es valiosa "Una novia de Shanghai"? Es una historia esquemática: hay un marco romántico, un traslado complicado, y un ritmo de narración entre divertido e intimista que te hace recorrer una ciudad increíble, de una manera que no te imaginabas. La trama que trae Andrizzi es la de dos buscavidas que son contratados por un fantasma, para una extraña tarea. Deben llevar el cadaver (robado) de una mujer de un cementerio, hasta el puerto, para ser llevado a otra ciudad, donde descansará junto al de un antiguo amante. Como el fantasma explica, la difunta había estado casada con otro hombre y ya había fallecido con anterioridad (dato interesante) porque el encanto está en esta construcción de querer compartir juntos la eternidad, siendo que la vida física fue esquiva para este amor. Y los dos simpáticos, los locales Jiao Jian y Hu Changwei, hacen un prolijo trabajo, mostrando algo de simpatía y corrección, para lo que el marco les ofrece. Andrizzi no está muy preocupado por lo que se dice, sino por lo que las imagénes e ideas transmiten. Busca mostrar el contraste entre la modernidad y la tradición, apela a lo bello de la ciudad y ofrece un producto novedoso para la industria argenta. Buenos rubros técnicos, gran esfuerzo independiente de producción, notas simpáticas en un país misterioso para nosotros. Si se aproximan a ella desde el descubrimiento, seguramente pasarán un buen momento. No se apeguen a las estructuras más tradicionales y prueben el cine de Andrizzi, siempre buscando innovar en campos que tienen mucho para dar, pero pocos exploran.
La nueva película del realizador de Accidentes gloriosos es una amable extravagancia y un viaje con sorpresas a una cultura milenaria Película extraña e inclasificable Una novia de Shanghái. La total ausencia de pretensiones que detenta y también su irresistible poder para sintonizar con el placer de mirar un mundo desconocido puede derivar en un error de apreciación: ninguna experiencia pasajera parecida al turismo es la que escenifica la película, pues la mirada del director soslaya el cómodo patetismo del consumidor de lugares y se entrega, como sus personajes, a lo impredecible. En verdad, la última película de Mauro Andrizzi puede ser vista como una comedia romántica de fantasmas, un etéreo apunte sociológico sobre la convivencia de creencias incompatibles en el seno de una sociedad, un documental clandestino sobre una metrópolis que responde más al imaginario capitalista del siglo XXI que a la evolución urbanista de una nación comunista, e incluso un drama social en el que dos vagabundos intentan conjurar como pueden la falta de dinero. La ligereza no es trivialidad. El inicio de film es formidable: un paseo público al lado del río Huangpu magnifica la hipermodernidad de la ciudad y el movimiento constante de gente en las calles. Una gran mayoría de los transeúntes son novios que llegan hasta ese lugar para sacarse una foto antes de casarse. Mientras suena un tema musical de Moreno Veloso, Andrizzi y su montajista Francisco Vázquez Murillo eligen varios planos dinámicos que introducen un mundo profuso en colores y de una vitalidad manifiesta. Pero la forma de mirar ese espacio no es del todo inocente; a veces remite a una modalidad de observación propia de la vigilancia. No mucho después, ese cambio de registro tendrá una explicación: el paseo es una zona elegida por carteristas, y los dos personajes principales “trabajan” ahí. Los dos amables ladrones suelen dormir bajo los puentes. Si se adueñan de algún anillo o de objetos similares con un valor agregado, entonces pueden darse algunos gustos: pagarse una buena comida, ir al cine y costearse una noche en un hotel para dormir cómodos. Justamente en la habitación de un hotel el espíritu de un hombre que vivió un gran amor (prohibido) se manifestará en la noche y les pedirá un favor a cambio de una suma de dinero. No es una petición menor: el gordo y el flaco tienen que ir por el cadáver de la novia para que los enamorados puedan reunirse durante toda la eternidad. Los casamientos fantasmas remiten a una tradición china del siglo XVII, una creencia consoladora para el hombre y la mujer del siglo XXI que no pudieron pasar del adulterio. A las peripecias de los protagonistas se sumarán una joven exaltada y una masajista que pretende ser ciega en un salón especializado de masajistas no videntes. Juntos irán por la recompensa. Las películas de Andrizzi son singularidades. La precedente se llamaba Accidentes gloriosos; en esa ocasión, unía un conjunto de relatos que le daban al azar un lugar privilegiado en la constitución gramática del destino de los hombres. Entre aquel film y este no hay mucho en común excepto algunas elecciones formales que ya caracterizan la discreta elegancia del director, como su predilección por los fundidos y sobreimpresiones, y un gusto por contar historias poco convencionales que desestiman el curso ordinario de la cotidianidad. Los diálogos que tienen los dos amigos en la visita al cementerio en torno a la vida en el más allá o la discrepancia entre el materialismo (filosófico) que han aprendido desde niños y las pretéritas creencias de una cultura milenaria develan gran parte de las inquietudes de Andrizzi, cuyo cine está signado por la curiosidad y la desobediencia a los dogmatismos del cine (independiente) contemporáneo. No todos los días un cineasta argentino viaja a China a filmar una película. Andrizzi lo hizo sin prometer un tratado teratológico de la nación que practica un paradójico comunismo de mercado. Sin embargo, la humorística y trágica historia del gordo y el flaco sucede en un espacio que no deja de contar otro relato complejo e inabordable, que se divisa físicamente en las mutaciones edilicias y en una geografía transformada en vidriera de mercancías, y que en cierto momento, el más hermoso de la película, un viejo desconocido en una cantina compendia con la justa perplejidad que requiere esa otra Historia.
Divertimento en China Una película argentina filmada en Shanghai cuenta la historia de dos ladrones contratados por un fantasma para llevar un ataúd por la ciudad. Mauro Andrizzi recibió una beca del Grupo Swatch para hacer una película en China y allí fue, con un guión de género fantástico, un curso acelerado de chino mandarín y su actriz fetiche (Lorena Damonte). En Shanghai reunió un pequeño equipo técnico, algunos actores y se lanzó a la aventura de rodar una película singular, lúdica y, por decirlo de alguna manera, bastante china. Johnny (Jiao Jian) y Hugo (Hu Chengwei) son dos ladronzuelos que andan juntos por las calles de Shanghai, duermen a la orilla de un canal, se meten en un cine, charlan sobre sus fantasías de conocer América Latina. A la primera secuencia casi documental, en la que la cámara en mano de Andrizzi pareciera fascinada con los detalles de la ciudad, los puestos de comida callejeros y la llovizna que lo cubre todo, la sigue otra extranísima en la que irrumpe lo fantástico: aparece un fantasma (Lian Hong Feng) que les ofrece a Johnny y a Hugo 200 mil yuanes a cambio de que desentierren a su amante y lleven el ataúd de Shanghai a Sichuan para que pueda descansar con él durante la eternidad. Como una versión china, urbana y light de Mientras agonizo, la novela de William Faulkner, Johnny y Hugo deambulan por calles, baldíos y autopistas con el cajón desenterrado a cuestas. Conocen chicas, escuchan historias, discuten sobre el amor y los sueños como dos personajes de Tarantino con la pólvora mojada, adorables y por siempre perdedores. Una novia de Shanghai parece un juego, un divertimento en el que el verosímil se rompe aún más allá de lo fantástico y los efectos visuales están al filo de la berretada capusottiana. A esto se le suma la música encantadora de Daniel Melingo y Moreno Veloso y las dos chicas que acompañan a Johnny y Hugo durante casi toda su travesía: la expresiva y simpática Sun Yuhan y la misteriosa Lorena Damonte, la única actriz occidental pero que oculta sus ojos redondos tras unos lentes de sol. El cóctel es extraño, absorbente por momentos y desconcertante por otros, pero casi siempre interesante. Andrizzi tiene ideas y es fanático de las historias: al igual que en sus dos películas anteriores (En el futuro y Accidentes gloriosos), Una novia de Shanghai tiene la exhuberancia narrativa de Las mil y una noches, la fascinación de las fábulas. Hacia el final, después de ese viaje breve, disparatado y con referencias que van desde Bésame mortalmente hasta Perdidos en Tokio, queda un regusto agradable y más de una imagen inolvidable. Esa especie de yermo de barro duro a la vera de una fábrica y la silueta de Johnny y Hugo caminando hacia el horizonte es extraordinaria y mucho más dentro del panorama del cine argentino. Aún con su espíritu lúdico y su pátina amateur -o quizás justamente por eso- Una novia de Shanghai resulta una película diferente, de lo más original del año.
La ciudad de la melancolía Una novia de Shanghai tiene un tono de fábula, una comicidad distante llena de elegancia y la convicción cabal, sostenida contra toda esperanza, de que el cine que más importa es una aventura sin beneficio de inventario. El director argentino Mauro Andrizzi filma en la ciudad china una película que puede considerarse mitad comedia lunática y mitad retrato sensible acerca del destino incierto de los descastados. Andrizzi pulsa en todo momento una gracia distintiva, un cariño auténtico por los personajes y una autoridad desusada para mostrar que una película se puede hacer, también, con elementos mínimos siempre que contengan suficiente capacidad de sorpresa y de que se opere sobre ellos con imaginación y pertinencia. Pero por sobre todas las cosas, el director exhibe una voluntad voraz por narrar todo el tiempo, casi con cualquier detalle que le salga al paso. Por momentos da la sensación de que esa ciudad de la que la película intenta apropiarse es capaz de albergar cualquier historia: el director establece desde el vamos un territorio de veleidades fantásticas con los carteles impresos en la pantalla que refieren las creencias folklóricas acerca de las novias muertas en China; inventa un mundo donde parece caber una miríada infinita de relatos, y bifurcaciones de relatos –la novia a la que le roban el anillo, el tipo que va al cine y sueña un mundo de fantasía-, pero elige quedarse con esta historia del hombre gordo y el hombre flaco, que deambulan por la ciudad, sin hogar aparente, sin familia ni esperanzas, al borde de la ley (como el personaje de Mala sangre, la película de Léos Carax a la que se alude cuando uno de los protagonistas cuenta la escena de una película), ganándose como pueden la vida y alucinando perezosamente con un golpe de suerte. La película hace gala de una rotunda ambición, pero a la vez se muestra extrañamente cercana, al punto de que tanto podría ser una película grande que parece chica como al revés. La distinción de los planos de la ciudad, sus imágenes depuradas; la vocación por producir pequeños gags casi sin pausa; la extravagancia de los personajes, especialmente las chicas, maravillosas; el extraordinario uso de la música (excelente, por otro lado) y la melancolía un poco cursi de los vagabundos que fantasean con una vida rumbosa producen un resultado casi irresistible. De alguna manera, esta película singular es un salto al vacío: el director parece sugerir que las imágenes nunca deben mostrarlo todo, pero deben ser capaces de sugerirlo todo; lanzarse sobre el mundo y atrapar lo que se pueda, exhibiendo a veces una determinación y una destreza que no siempre se está tan seguro de poseer. Tras el espléndido comienzo de la película, en el que parecen bullir cientos de historias y de tramas posibles, hermanadas por el hilo invisible con el que se teje el misterio en esencia inabarcable de una gran urbe, el director encuentra a sus protagonistas, esa pareja de buscavidas que parece practicar con obstinación la indolencia pero también la ilusión de los desesperados. Con un dinero providencial pasan una noche de hotel, un lujo modesto con el que imaginan de primera mano cómo es la vida de otras personas, esas que pueden pagarse una habitación; o recuerdan acaso cómo fueron sus vidas antes de terminar en la calle. Pero en esa habitación, cuando los dos pícaros están dormidos, se les aparece un fantasma –gran efecto cómico– que les cuenta una historia que moviliza a los personajes. Moviliza en más de un sentido. Una novia de Shanghai, la “película asiática” de Andrizzi, esta anomalía absoluta, es también el relato de un sueño imposible en el que los muertos hacen andar a los vivos.
Hay películas decididamente hechas para festivales. Se ha convertido en un clisé y no está bien ni mal. Una novia en Shangai asume riesgos y gestos propios de ese circuito, sin embargo, se destaca en una diferencia fundamental con respecto a cierto discurso visible sostenido en la corrección política de obediencia hacia miradas eurocentristas: goza de libertad y de una extraña locura. Si el desconcierto es una virtud frente a tanto cine encorsetado en planos reconocibles y monótonos, la película de Mauro Andrizzi barre con cualquier expectativa. Lo suyo es el desenfado, el no temer al ridículo, confiar en la comedia como género (infrecuente en los círculos de los que hablamos) y apostar por una estética kitsch. Además de ser impredecible. Si hay un signo a destacar en el armado de la historia y en el montaje elegido es la desobediencia a una lógica de espera hacia zonas cómodas o previsibles. Tal es así que los protagonistas pueden conseguir unos mangos para pagar un hotel y pasar una noche decente, y al minuto escuchar la voz desde el más allá donde un espíritu les encomendará una misión. Y esto es porque, lejos de utilizar la convención de filmar necesariamente problemas sociales y políticos de China desde un apunte documental trillado, el director apuesta por cruzar registros sin perder de vista a los personajes envueltos en un lindo disparate. Y la cosa funciona. Uno de los cortos más logrados de la primera etapa de Polanski se denomina Dos hombres y un armario (1958) Se trata de un ejercicio surrealista con referencias al gordo y el flaco, además de una puerta de entrada al intrincado universo del realizador polaco, fundado sobre las ideas de juego y humillación. La dupla de Una novia en Shangai traslada un ataúd para cumplir con un mandato extraterrenal y acceder a una pequeña fortuna enterrada. Ciertas creencias ancestrales chinas son licuadas por Andrizzi de manera tal que se descarte cualquier espíritu de trascendencia. La experiencia en el lejano país une retazos y el comienzo de la película muestra una elocuente operatoria ya que las partes se van sumando hasta integrarse en un cuadro más o menos orgánico. Primero, un río. Luego, vemos diversas sesiones de fotos de novios en puntos estratégicos de la ciudad. A continuación, un hombre durmiendo bajo el puente en un claro contraste entre modernidad y pobreza. Más tarde, otro hombre que se le une y finalmente los dos posando en la foto con una novia para robarle el anillo. Con diferentes ángulos de cámara, esta escena primigenia ya nos instala en los carriles de la película: nada será como lo esperemos. De fondo, la música de Moreno Veloso. Cruce de idiomas, de estéticas y de fronteras. Estamos en Shangai pero el color local no será un objetivo inmediato. Sí parece serlo no desperdiciar la oportunidad para hacer honor a algunas influencias bien llevadas. Hablábamos de la cruza de Polanski con Laurel y Hardy, pero por aquí respiran también los colores de Aki Kaurismaki o el absurdo de Roy Andersson, y por qué no esa actitud de comerse la ciudad con la cámara al estilo de la Nouvelle Vague. Hay un transitar por las calles de Shangai que confiere sana espontaneidad y que no se avergüenza de la mirada de los transeúntes que ven pasar no solo a quien filma sino a los dos personajes trasladando el ataúd. Se trata de un filme callejero y pese a seguir un eje argumental, la historia parece no empezar nunca, se arma todo el tiempo dentro de un marco de irreverencia que alcanza también a los diálogos. Uno en particular se da en una secuencia notable en la que los dos hombres van a desenterrar el ataúd al cementerio y conversan acerca de la justificación moral del robo (dado que profanar cuerpos en China se paga con prisión perpetua según reza la leyenda al comienzo). La conclusión es que están haciendo un acto de bien en la medida en que cumplen el deseo de un fantasma enamorado. Siglos de filosofía son parodiados en un entrañable intercambio de palabras simples y sinceras cuyo fundamento es el amor. Más adelante se sumarán en el periplo dos mujeres, habrá sueños, unas valijas que destilan luz (Aldrich y Tarantino son invocados por aquí) y nunca se resignará esa atmósfera lúdica, experimental y luminosa donde el derrotero de los personajes guiados por el azar podría ser el mismo de un director presente en un lejano país que elige no caer en lugares comunes. La mirada de Andrizzi no es chillona ni transita el llorisqueo que esperan las buenas conciencias decididas a participar desde lejos. En todo caso, es una celebración a la relación que une al cine con la ciudad como espacio, de larga data en la tradición de grandes directores. Las restricciones que se suponen aparecen en este tipo de contextos son enfrentadas con color, música, exploración y desconcierto. La libertad que se escamotea de un lado, en todo caso, es aprovechada detrás de cámara y en una toma de decisiones que hacen de Una novia en Shangai una saludable rara avis dentro del cine argentino. No obliga, invita. Y si no se entra, quedan las últimas palabras de uno de los dos rufianes (melancólicos): “Mañana será un nuevo día y todo será mejor”. Por Guillermo Colantonio @guillermocolant
Extraño caso el de Una novia de Shanghai, y un título altamente engañoso, por otra parte. Mezcla de road movie, documental y las ideas más locas de Aki Kaurismäki, Takashi Miike y Apichatpong Weerasethakul, esta coproducción chino argentina, con música de Daniel Melingo y Moreno Veloso, dirigida por el argentino Mauro Andrizzi, parte de un ritual oriental, buenas imágenes y escasos recursos para lograr un resultado efectivo. Dos buscavidas de traje que viven en las márgenes del río Huangpu roban un anillo de novia y consiguen pasar la noche en un hotel. En la habitación, hallan la ropa de un difunto y, sin mediar explicación, cuando se recuestan en las camas, entre una nube de humo el muerto empieza a hablarles. Tuvo un amor prohibido con una chica de Shanghai pero al morir ambos fueron sepultados en lugares separados: ella en la capital china, junto a su marido; él en su pueblito originario. Les encomienda una misión: a cambio de un cofre con joyas, los buscavidas deben desenterrar a la novia y enviarla en un barco carguero al lugar donde yace el amante para que –acorde a la tradición– compartan la eternidad. Es una película breve, con pocas escenas descartables, pero aquella en donde el dúo camina pala al hombro por el cementerio, hablando de bueyes perdidos y soñando vivir en México, vale por sí sola la entrada al cine.
EL REALISMO FANTÁSTICO DE UN REALIZADOR ARGENTINO Dos rarezas hacen de Una novia en Shanghai un inusual film. En principio, podríamos decir que se trata de un caso asiático de la mano de un argentino. Mauro Andrizzi, director y guionista del film, se desplaza al otro lado del mundo para construir una historia fantástica; en su doble acepción: el film es maravilloso pero además, linda entre el realismo y lo fantástico. A ese extrañamiento inicial, de un director latinoamericano que no habla mandarín, que nunca ha tratado a su equipo de trabajo previamente a la filmación, que no posee vínculos familiares con Oriente, se suma -y tal vez por esta misma razón inicial- una segunda peculiaridad que se vincula con el modo habitual con el que los films de la China continental suelen construir sus relatos. En las primeras escenas el espectador podría tener la sensación de estar frente a un film típicamente chino y tal vez, arriesgo, uno de Jia Zhang-ke. El despliegue de las imágenes de una ciudad monumental que no para de crecer, dado los imperativos desenfrenados de un proceso de modernización y urbanización que cada día hacen de Shanghai una ciudad irreconocible, en la que hasta la memoria a corto plazo se vería burlada, recuerda efectivamente muchas de las producciones chinas a las que accedemos a través de los festivales. Al registro de ese proceso de modernización, por cierto una temática presente en la filmografía del citado director chino, se agrega sin duda la reminiscencia a su ópera prima, Xiao Wu (1997), la versión china de Pickpocket (Bresson, 1959). Efectivamente, el film de Andrizzi exhibe algo de ese pantallazo de la implicancia que tiene para Oriente el intempestivo auge de la vida contemporánea y su impacto en el marco de una cultura cuyo valores pre modernos aún se encuentran fuertemente arraigados. Y por otro lado, relata la historia de dos carteristas que tratan de hacerse un lugar en esa inmensidad. Hasta aquí, parecería ser un film que ya hemos visto pero el director argentino apuesta por introducir un giro no tan usual en las estructuras ficcionales contemporáneas: un viraje que se desplaza de la dimensión del realismo, como el estilo que suele ser protagónico a la hora de desarrollar estas historias, a la dimensión de lo fantástico. Un fantasma se hace presente, a través de la voz, demandando que se cumpla su último deseo: el viejo ritual chino que se remonta al siglo XVII en el que los amantes eran enterrados conjuntamente para acompañarse hasta la eternidad. Esta modalidad, que se la conoce en esa localidad como “casamiento fantasma”, suele ser consensuada por las familias pero en este caso el difunto reclama a su viejo amor: una mujer casada -hace tiempo fallecida- con la que no ha podido estar en vida. Para lograr este objetivo, los dos carteristas deben robar el cuerpo de la tumba, que yace junto a quien fuera su esposo oficial, trasladar el cadáver al puerto y colocarlo en un contenedor con destino a la ciudad natal del “fantasma”. No hace falta explicar demasiado para que se entienda que Una novia de Shanghai no se casa con ningún género ni estilo cinematográfico. Navega, por momentos, en un museo de imágenes realistas propias de un país en expansión y, por otros, se bifurca por canales que escapan a esa lógica para establecer una conexión entre lo fantástico y lo arcaico. Efectivamente, el ritual del casamiento fantasma, como práctica de antaño, está por fuera al tiempo que choca contra los valores que trae la modernidad y la novedad cultural. Andrizzi decide filmar el culto y/o la profanación del muerto de una manera que escape a ese registro de la realidad cotidiana. En síntesis, los personajes, sin caer en lo que entenderíamos por comedia, logran ser graciosos, sin protagonizar una tragedia, logran ser trágicos, sin haber viajado fantasean con el modo de vida “libre” del sudamericano, sin ser los artífices de una épica, logran ser grandes héroes y sin dejar de ser testigos de lo real, logran hablar con los muertos y rozar lo fantástico. La moraleja es harto sencilla pero no por ello obliterada en la coyuntura del mundo actual; a pesar de haber sido ambos personajes criados en un ambiente materialista logran entender que el amor es lo más importante en la vida y por ello no pueden escapar de la misión que el muerto les ha encomendado. En el marco del film, el amor también es un valor en retroceso en los tiempos de la industrialización. Una novia en Shanghai es una rareza que, de seguro, no se repetirá en un corto o mediano plazo. Conviene aprovecharla. UNA NOVIA DE SHANGHAI Una novia de Shanghai, Argentina, 2016. Dirección y guión: Mauro Andrizzi. Fotografía: Yao Zilong. Editor: Francisco Vázquez Murillo. Música: Daniel Melingo, Moreno Veloso. Intérpretes: Jia Jian, Hu Chenginei, Sun Yuhan, Zhu Tinghao, Lorena Damonte. Duración: 70 minutos.
Nada como morir por amor Frescura, espontaneidad e incomodidad se mixturan en el film de Mauro Andrizzi, coproducido con China, en cuya ciudad más poblada dos trotacalles aceptan el sobrenatural pedido de un muerto: profanar la tumba de su antigua novia. Otra vez los fantasmas, o la voz de algo que está más allá pero por acá nomás. Síntoma de estar en territorio conocido y extraño. Afinidad paradójica que el cine de Mauro Andrizzi contiene, dadas las recurrencias formales que transita su título más reciente, Una novia de Shanghai, a la par de otros como En el futuro (2010) y Accidentes gloriosos (2011). No sólo fantasmas, sino también enrarecimiento del tiempo, hasta volverlo mirada alucinada, contenida en algún sueño de aventura más o menos lúgubre. Vale decir, el tono fantasmático se tiñe también de historia romántica y comedia de enredos. La tierra es lejana, casi exótica y atemporal. Es decir, en Shanghai habitan épocas históricas diferentes, con arquitecturas de un futuro por venir. Entre sus calles, dos buscavidas deciden responder al llamado de un muerto: profanar la tumba de su amada y llevar el cajón al puerto para que el viaje los reúna. Casarse muertos no es extraño, sino costumbre tradicional china. Si los dos trotacalles caen en semejante tarea, será como consecuencia de algo que les guía sin que puedan darse cuenta. No casualmente le roban el anillo a una novia, lo empeñan y cenan con fruición. Eligen un hotel de segunda y duermen como no lo hacían desde hace bastante. Hasta que una voz sin rostro aparece y suplica. De acuerdo, lo haremos, pero mañana. Ahora bien, el trabajo no es gratuito, hay un tesoro que aguarda tras la tarea por cumplir. Si el maletín con la paga emula al de Pulp Fiction y su fulgor dorado, hay otros aspectos que dialogan con más cine: el ataúd con su secreto a cuestas, como el que cargaba el Django de Franco Nero; las vicisitudes de transportarlo, como Laurel y Hardy lo hacían con el piano de La caja de música. Una novia de Shanghai tiene frescura, espontaneidad, incomodidad. Tras la primera irrupción femenina, de ánimo explosivo, una segunda aportará nexos paranormales. Con ellas, la historia cobra otro ritmo, como si fuesen ángeles guardianes alocados. Todos, personajes simpáticos, enajenados, que caminan por las calles de una ciudad pulcra pero con cucarachas en la habitación del hotel descascarado. En otro orden, la música de Moreno Veloso y Daniel Melingo aporta un contrapunto que fragmenta todavía más, sin necesidad de compartir ritmos del lugar sino de imbricar melodías pegadizas con lamentos en portugués. Mientras, la cámara de Andrizzi se pasea junto a sus personajes, y registra las calles con un cajón a cuestas, de contenido invisible, para un alma en pena que, por amor, podría morir otra vez. Así lo dan a entender, justamente, los lamentos en off que atraviesan la película, presas de un sentimiento desesperado. Finalmente, tal vez todo se trate de un mal sueño. Para que Shanghai, fatalmente, se erija como una tarjeta postal y tecno. Tequila, sol y comida picante prometen un horizonte mejor. Hacia México, entonces. Debe ser bonito. Pero, ¿cómo llegar?