El placebo liberador No hace falta dar demasiadas vueltas para descubrir que películas de cinematografías alternativas como Una Semana y un Día (Shavua ve Yom, 2016) funcionan como el ideal estándar que pretende alcanzar Hollywood desde la década del 80 en adelante -fallando miserablemente una y otra vez, por cierto- en el terreno de las comedias de “pareja despareja”. Esta propuesta israelí es el ejemplo perfecto de todo lo que se debe hacer para que el tren cómico no descarrile y llegue a destino con dignidad y convicción: utilizando la fórmula de un hombre maduro y severo que termina compartiendo momentos algo bizarros con un personaje de menos años y rasgos vinculados a los bufones más naturales que autoconscientes, el film ofrece un retrato de transformación/ apertura espiritual que le escapa a los facilismos de los relatos mainstream dignos de los manuales de autoayuda. La trama gira en torno a Eyal Spivak (Shai Avivi), un cincuentón que está lidiando con el dolor causado por la muerte de su único hijo, y se centra en el último día de la shiva, léase el duelo del judaísmo, y la jornada posterior a esa semana de luto. A diferencia de su esposa Vicky (Evgenia Dodina), quien se la pasa deambulando en una especie de estado de shock a la defensiva, el protagonista se entrega a algunos comportamientos erráticos: primero va al hospicio donde estuvo internado su hijo para recuperar una manta, como no la encuentra se lleva consigo un paquete de marihuana medicinal que le habían recetado al muchacho y finalmente, al no poder armar los cigarrillos, llama al vástago de un matrimonio vecino, Zooler (Tomer Kapon), a su vez un joven descontracturado que para fumarse unos porros con Eyal simula/ finge un accidente de moto ante su patrón del local de sushi donde trabaja. Por la maestría que demuestra el director y guionista Asaph Polonsky cuesta creer que esta sea su ópera prima en el campo de los largometrajes, ya que en esencia hablamos de un trabajo muy interesante y ameno que jamás cae en el típico atajo narrativo norteamericano relacionado con el hecho de que Zooler cumpla la función de “reemplazo” del hijo fallecido, volcándose en cambio hacia una amistad -en sus primeros pasos- entre Eyal y un chico cuyas únicas preocupaciones son escuchar música, competir en un campeonato de air guitar, pretender jugar con la mesa de ping pong que posee el protagonista y divertirse en general con lo que tenga a mano, a pura espontaneidad y alegre estupidez. El realizador apuesta a la dialéctica del placebo liberador, evitando al mismo tiempo la seriedad de tono fúnebre y la parodia y siempre administrando con perspicacia un sustrato de comedia negra. Como si se tratase de un opus de los hermanos Joel y Ethan Coen, aunque más minimalista y con una dosis mucho menor de sadismo hacia los personajes, Una Semana y un Día incluye escenas francamente muy logradas como la de la cachetada a la madre de Zooler, la de la pelea con el vecino, todo el segmento de la air guitar, la de la “cirugía” en el hospicio encabezada por el dúo y una nena que merodea el lugar, la de Vicky en el odontólogo y el desenlace propiamente dicho. Otro punto a favor del film es la banda sonora, llena de canciones extraordinarias de rock indie sensible y/ o bien poderoso que apuntalan con eficacia determinados estados de ánimo y actitudes para con la vida. A pesar de su simpleza y que responde a un engranaje narrativo tan antiguo como el cine mismo, la obra de Polonsky es una epopeya disfrutable con un corazón enorme que no ofrece respuestas claras para la catarsis pero deja entrever que la imaginación y el despliegue creativo colaboran mucho en un período extremadamente difícil en el que, en vez de permanecer todo el tiempo en “modalidad miserable”, se puede luchar con la angustia desde el caos…
Del luto a la fuga Existen muchas maneras de abordar el tema del luto en el cine pero pocas de encontrar el tono ideal para no caer en el peso de la tragedia personal, revestido de la manta lacrimógena y solemne por la seriedad de la temática, o bien recaer en la liviandad del humor negro para despojarse de la profundidad emocional que depara dicha pérdida. Es por ese motivo que esta ópera prima israelí, del director Asaph Polonsky -también encargado del guión- merece un reconocimiento por el riesgo y el equilibrio asumido desde el vamos y en sintonía con los estados anímicos que atraviesan los personajes de esta historia. En el reducido lapso de la shiva (así se denomina la semana de duelo en la religión judía) pero más precisamente el día después, el protagonista de este relato, Eyal Spivak (Shai Avivi), se sumerge en una espiral de sensaciones a partir de sus intentos estériles de fuga, debido a la reciente pérdida de su único hijo, un joven de 25 años que no resistió a la enfermedad terminal. Su esposa Vicky (Evgenia Dodina), por el contrario, procura retomar la rutina para aplacar la angustia. Sin embargo, en Eyal no encuentra el apoyo para hacerlo y mucho menos la colaboración necesaria para recomponer las cosas dado que su único interés parece estar depositado en el ocio, en la pérdida de tiempo y el consumo de marihuana medicinal, que rescató del hospicio donde estaba internado su hijo. Desde esa perspectiva de la fuga constante, aparece el vecino Zooler (Tomer Kapon), antiguo amigo de su hijo, de una edad parecida y la desfachatez necesaria para no tomarse las responsabilidades de la vida demasiado en serio. La película se nutre de pequeñas situaciones jugadas a un tono de comedia negra, aunque ese no es el registro que predomina en la trama porque el drama no deja nunca de estar presente, tampoco la ausencia y ese duelo silencioso que tanto Eyal como su esposa experimentan. La eficacia de la comicidad despoja de solemnidad la historia y encuentra en la entrega del actor Shai Avivi su mejor canal de expresión, así como la explosión desde el aporte sustancial del joven Tomer Kapon. Ambos consolidan una relación que excede el simple compañerismo para transformarse en apoyo recíproco en la curva de transformación espiritual. Tal vez hacia la segunda mitad ese clima distendido se opaque un poco pero nunca prevalece el drama sin el aditivo necesario para despejar el camino del llanto y abrazar el sendero de la reflexión que llega con la emoción y no al revés. Por ese motivo y teniendo en cuenta la alicaída oferta extranjera no mainstrean de la cartelera local, esta oportunidad debe barajarse a la hora de elegir qué ir a ver la próxima vez.
De cómo representar el dolor con humor Muchas películas han representado el dolor por la pérdida de un familiar de diferentes maneras. Desde Ella se fue (Grace is gone, 2007) pasando por La memoria del agua (2015) hasta Manchester junto al mar (Manchester by sea, 2016) el abanico es amplio pero nunca un film se animó a combinar drama y humor de forma tan ridícula y esperanzadora al mismo tiempo. La israelí Una semana y un día (Shavua ve Yom, 2016) fusiona humor y drama sin igual. Esto no quiere decir que el film dirigido y escrito por Asaph Polonsky no sea un retrato duro sobre el cáncer y sus consecuencias, anclado en el drama de una pareja que perdió a su pequeño hijo -a quien no vemos nunca en imagen, salvo una foto de espaldas- y acaba de terminar el shiva, la semana de duelo posterior al funeral. La acción arranca después del ritual judío sin que veamos el hecho trágico, y nos introduce de lleno en el devenir de Eyal (Shai Avivi), y en menor medida, de su mujer (Evgenia Dodena). Por razones lógicas la pareja sigue caminos diferentes, mientras ella vive el duelo de forma racional y madura, él lo hace de manera impulsiva e inmadura, comportándose incluso como un imbécil en varias oportunidades. Eyal mantiene una emoción violenta en su interior que lo lleva a deambular erráticamente. Pero lejos de deprimirse decide fumar marihuana con su vecino adolescente, abofetear a su vecina por sus efusivos gemidos que se escuchan desde su casa o patear un taxi en señal de disconformidad con el valor cobrado. Síntomas de extraña catarsis que experimenta el personaje. Una semana y un día sigue el conflicto interno de su protagonista, el típico relato de viaje introspectivo por el cual un personaje pasa de un estado emocional a otro. En el camino se relaciona con su vecino Zooler (Tomer Kapon), el segundo gran personaje de la película, y con la pequeña amiga de su hijo fallecido con quienes interactúa en su periplo y logra atravesar la experiencia traumática. En ellos está la ternura, inocencia y carisma de la película que pone a Eyal como un personaje maldito y divertido a la vez. La historia narra lo inenarrable, y con ella la imposibilidad de establecer tiempos y espacios para desarrollar el dolor interno y personal de cada ser. El afuera y el adentro, la habitación del hijo, el cementerio, son la manera de escenificar el duelo geográficamente, mientras que el tiempo está en el mismo título, como si fuera suficiente el establecido socialmente. Para superarlos existe el encuentro con el otro, a veces violento, a veces gracioso, a veces ridículo. Una semana y un día expresa tal catarsis con ternura y un sentido del humor pocas veces visto.
Esta ópera prima israelí estrenada en la Semana de la Crítica del Festival de Cannes 2016 aborda sin solemnidades ni golpes bajos el duelo de unos padres tras la muerte de su hijo veinteañero. Nacido en los Estados Unidos, pero radicado en Israel, Asaph Polonsky debutó en el largometraje con esta película que describe las desventuras de un matrimonio maduro que sufre la muerte de su hijo de 25 años. Concentrado en el último de los siete días que dura el shiva (período de duelo) y en la jornada siguiente (de allí el título), el film describe con lujo de detalle y sin caer en lugares comunes las muy distintas reacciones de Eyal Spivak (Shai Avivi), con arranques de violencia por la sensación de frustración y ciertas regresiones; y de su esposa Vicky (Evgenia Dodina), más sumergida en el dolor y una desconexión que intenta quebrar retomando su cotidianeidad (volver a su trabajo de maestra, asistir a una cita con la dentista, etc.). El director dedica buena parte de la hora y media de esta tragicomedia (porque por momentos irrumpen situaciones de humor absurdo en medio de la angustia) a las desventuras de Eyal, sus maloshumores, su obsesión por recuperar en el hospital una manta que pertenecía a su hijo Ronnie o las patéticas actividades (del tipo fumar un porro) que comparte con Zooler (Tomer Kapon), el hijo de unos vecinos y que alguna vez supo ser amigo del muchacho muerto. Aunque la segunda mitad no logra sostener el tono desbordado ni la capacidad de sorpresa de la primera, Una semana y un día es un valioso film sobre cómo (intentar) procesar la pérdida, la ausencia, la muerte, que en muchos casos es por medio de la deriva, de la huida, de los desvíos, de los atajos hasta poder conectar de a poco, como se puede, como sale, con el núcleo del dolor. En ese sentido, bajo una apariencia de película algo superficial, se trata de una ópera prima de una madurez inusitada con incisivas observaciones y múltiples hallazgos.
Formas de elaborar un duelo Esta sorprendente película israelí es tan cómica como conmovedora. ¿Cómo sigue la vida después de la muerte de un hijo? Hay tantas respuestas como padres e hijos en el mundo, pero difícilmente una tan divertida y, a la vez, tan conmovedora, como la que plantea Asaph Polonsky en su sorpresiva opera prima. Vicky y Eyal Spivak acaban de terminar la shiva, la semana ritual de duelo que el judaísmo establece para los fallecimientos de los parientes más cercanos. En este caso el muerto es Ronnie, su hijo de 25 años. Después de haber recibido las visitas y condolencias de familiares y amigos durante siete días, el matrimonio se queda a solas. ¿Y ahora? Con practicidad y sensatez femeninas, Vicky intenta ocuparse de asuntos concretos, desde reincorporarse al trabajo hasta ir al dentista. Pero Eyal no puede simular que todo está como era entonces. El protagonista masculino (Shai Avivi, un comediante famoso en Israel, que por este trabajo ha sido comparado con el de Larry David en Curb Your Enthusiasm) se toma las mismas libertades que el director de la película. Es decir: hace lo que se le canta. Deja caer las máscaras sociales y, como un chico caprichoso o un adolescente rebelde, permite que aflore toda su inmadurez. Libre de represiones, expresa todo lo que siente. Y una de sus formas de elaborar el duelo es acercarse al aparatoso hijo de los vecinos, apenas unos años mayor que Ronnie. Es casi imposible explicar por qué algo resulta cómico. “Simplemente les pedí a los actores que no trataran de ser graciosos”, declaró Polonsky. El resultado es un humor seco, a cara de perro, eso que los anglosajones denominan comedia deadpan. Que no decae en ningún momento. Pero lo mejor es que el trasfondo trágico tampoco desaparece. Está ahí, presente en cada uno de los disparates que se manda Eyal (y Vicky también). Y, al igual que los pasajes más divertidos, los momentos más emotivos o poéticos tampoco están subrayados. La tenue tensión entre el drama y la comedia se mantiene a lo largo de toda la película, como un sabor agridulce que no se disipa jamás.
Una muy interesante opera prima dirigida y escrita por Asaph Polonsky que contiene una mirada sobre la pérdida y como superarla. El titulo alude a la semana de luto que guarda una familia, según la tradición, por la muerte de un hijo, acompañados por familiares y amigos. El día siguiente es el tema, cuando la ira ocupa el lugar de las lágrimas, el vacío es tan tremendo que nada puede ayudar a soportarlo, o una planificada vuelta a la rutina trata de encubrir los aterradores sentimientos. Frente a ese hombre irascible y su mujer que hace de tripas corazón y sigue con sus obligaciones hay otros espacios impensados de comedia, diversión, juegos para un hombre que decide consumir la marihuana medicinal que le sobró a su hijo que padecía leucemia, e interactuar con un vecino amigo del muerto y con una niña cuya mama esta internada en el hospital. Espacios de alivio, de risa impensa, de fantasía desatada o de comprensión. Bien actuada, bien llevada.
Después de los siete días del Shiva -la semana de luto- por la muerte y entierro de su único hijo, Eyal Spivak (Shai Avivi) y su esposa, Vicky (Evgenia Dodina), deben volver a sus trabajos y actividades cotidianas, algo para nada fácil, todavía siguen abatidos por la pérdida. El israelí Asaph Polonsky es el director y guionista de “Una semana y un día”, su ópera prima, tras la realización de tres cortometrajes (“Ritch-ratch”, 2008; “Bamita be 10 balayla”, 2010; “Samnang”, 2013). El largometraje fue exhibido el año pasado en La Semaine de la Critique (La Semana de la Crítica), sección que se realiza al mismo tiempo que el Festival de Cannes y que es llevada adelante, desde 1962, por el Syndicat Français de la critique de cinéma (Sindicato Francés de la Crítica de cine). En este evento, la película de Polonsky consiguió el Premio de Apoyo a la Distribución otorgado por la Fundación Gan. Este galardón da veinte mil euros y todos los impuestos pagos al ganador para que la película sea distribuida en Francia. Enfocándonos en el largometraje, éste logra alejarse de la sensiblería, el patetismo o el morbo que suponen las posteriores vivencias de los protagonistas tras la muerte de su hijo. El retrato que hace Polonsky de Eyal y Vicky no busca el efectismo emocional, sino, más bien, se aboca a una contemplación caritativa de su dolor. Esto se evidencia en el vínculo fraternal que se crea entre Eyal y el hijo de sus vecinos Zooler (Tomer Kapon). La conformación de este dúo, de por sí bastante dispar, cumple una función catártica para Eyal porque le permite procesar su duelo con aplomo. La escena en la que el muchacho le enseña a armar porros al protagonista, puede sugerir cierta inocencia del guion para el espectador, y quizás sí se vea ingenuo, pero, en sí, este episodio sirve como agente liberador. Eyal, como no pudo consumar su dolor durante la Shiva, busca, sumido en un trance de padecimiento continuo, paliativos que le permitan hacer frente a su pérdida, y la encuentra, de una u otra manera, con el inquieto de Zooler. La (in)acción de la trama se rige por una narrativa lagunar. La pareja protagonista tiene una andar errático: Eyal y Vicky están aturdidos por no saber cómo seguir con sus vidas. Ella, por ejemplo, desea volver a su rutina dando clases en la escuela primaria, sin embargo, cuando entra al aula se encuentra con un sustituto, como también olvida su turno con la dentista. Las dos situaciones evocan una sensación de desarraigo emocional. Vicky, perdida como está, no puede conectarse con su presente, está “atrapada” en el pasado. Se perciben, en ambos personajes, las emociones confinadas en su interior, e, incluso, como éstas se exteriorizan, en breves momentos, por su inefable desconsuelo. Sin una estética pomposa, “Una semana y un día” es una película sobria que, sin eludir la retórica planteada desde las acciones de sus personajes, nos transmite vitalidad. Puntaje: 3/5
Participante en La Semana de la Crítica y ganadora del Premio Gan Foundation (a la distribución) en el Festival de Cannes 2016, se estrena Una semana y un día. En su opera prima, Asaph Polonsky, mezcla el drama con la comedia. La película cuenta la historia de Eyal (Shai Avivi), un hombre de unos cincuenta años que se encuentra atravesando la muerte de su único hijo a causa de un cáncer. El film acompañará al protagonista quien, de visita al hospital para recuperar la manta de su difunto hijo, termina robando un paquete de marihuana medicinal. Al no saber cómo armar los cigarrillos, terminará entablando una relación con Zooler (Tomer Kapon), el hijo del matrimonio vecino. Una semana y un día se enfocará en los comportamientos que tendrá el protagonista luego de la pérdida de su hijo: como el hecho de no asistir al funeral o de comportarse de forma grosera con sus vecinos. Además se puede ver el dualismo que hay entre él y su esposa, Vicky (Evgenia Dodina), a la hora de enfrentar una situación de tal magnitud: mientras que ella decide volcarse por completo a la rutina, él muestra pánico a la hora de realizar las mismas actividades. La tristeza está latente de forma permanente en el film pero es acompañada por las constantes situaciones cómicas entre Eyal y Zooler. El director israelí logra un humor casual, las vivencias y los diálogos no parecen forzados sino que muestran cómo, en el fondo, el protagonista intenta ocultar su dolor, logrando una armonía perfecta entre el drama y la comedia. A pesar de la situación dramática que plantea la trama, el guion de Polonsky en ningún momento cae en golpes bajos para buscar la lágrima fácil. Si bien siempre sobrevuela un tono doloroso y de duelo, éste queda contrarrestado por la idea de que la vida continúa y, pase lo que pase, hay que seguir adelante.
Una semana y un día, de Asaph Polonsky Por Gustavo Castagna No es habitual que se estrene una película israelí aunque ocasionalmente se presenten semanas de exhibición de la cinematografía y algunos títulos en carácter de coproducción. No es habitual pero tampoco debería sorprender: el cine israelí, allá lejos (o lejísimo) y hace mucho tiempo solo tuvo acceso a las salas comerciales a través de los títulos de Moshé Mizrahi, por ejemplo, con Madame Rose protagonizado por Simone Signoret. Pasadas las décadas, encontrarse con una película como Una semana y un día implica descubrir a un sector de aquella sociedad pero a través de un discurso universal, jamás circunscripto a un paisaje unidimensional. El cineasta debutante Asaph Polonsky construye una trama desde el dolor de un matrimonio (Eyal y Vicky Spivak) viviendo el último día de los siete que componen el shiva (semana de duelo) por la muerte de su hijo. De ahí el título del film y sus consiguientes veinticuatro horas. En ese corto período algunos estadios se modifican permitiendo una dosis de esperanza a la congoja de la pareja, circunspecto él, silenciosa ella. Los acontecimientos, sin embargo, son mínimos, cuestión que al director Polonsky le sirve para escarbar en dos intimidades (aunque el personaje principal es Eyal), explorando en los mínimos detalles, erigiendo un curioso discurso donde se fusionan el drama con la comedia, sin cargar las tintas, inclinándose por un tono medio y asordinado en donde la película encuentra sus mejores momentos. Pero más tarde, algunas desviaciones obvias y populistas del relato –Eyal probando marihuana, la torpeza que exhibe un joven vecino amigo del vástago fallecido- sumergen a Una semana y un día en una medianía (casi) sin retorno en comparación con su media hora inicial. Extraña, en ese sentido, que el director no continuara escarbando las inestabilidades emocionales y los momentos de dolor de dos personajes que perdieron a su hijo. Como si la trama no confiara en los silencios del principio y en el plano detalle como fundamento estético, el tono de comedia ligera no encaja en ese mundo gris y pos trágico que circunda a los padres protagonistas. Éxito fenomenal de público y ganadora de numerosos premios locales y foráneos, tal vez en este punto se explican buena parte de las virtudes y defectos de este film de origen israelí con destino de mercado internacional. UNA SEMANA Y UN DÍA Shavua ve Yom. Israel, 2016. Dirección y guión: Asaph Polonsky. Fotografía: Moshe Mishali. Edición: Tali Helter-Shenkar. Música: Ran Bagno. Con: Sharon Alexander, Shai Avivi y Evgenia Dodina. Duración: 98 minutos.
Una pareja enfrenta el duelo por la muerte de su hijo de 25 años. Pero lo que podría ser una crónica durísima es, en manos del director Asaph Polonsky con esta, su primera película, un sorprendente film en el que no falta el humor a la hora de describir el cotidiano de dos personajes, desde el último día del shiva -tiempo de duelo-: una semana y el día que le sigue. Y mientras la madre quiere reconectarse con sus actividades (el trabajo, los encuentros sociales, las citas médicas), Eyal, el padre, se entrega a pasar el tiempo con el joven que fue amigo de su hijo, fumando porro. Al tipo no le importa quedar bien con nadie, se entrega a sus pequeñas obsesiones, descarga su bronca contra unos vecinos amantes que hacen demasiado ruido, un taxista metido, una pareja de amigos llenos de irritante buena voluntad para el consuelo. Ahí está lo más divertido, paradójicamente, de este film sobre la pérdida, un tema que no elude como puede parecer en el desconcertante principio. Muy presente está también la mirada sobre el funcionamiento de una sociedad regulada y vigilante, a través de pequeñas viñetas que van armando un paisaje, entre lo íntimo y lo colectivo.
Entre la tragicomedia, el absurdo y la melancolía. La sinopsis oficial de Una semana y un día prenuncia, casi al borde del spoiler, que el protagonista terminará descubriendo “que todavía hay cosas en su vida que vale la pena vivir”. Luz de alerta, entonces, ante uno de esos potenciales relatos sobre aprendizajes y enseñanzas que, finalmente, no es tal. Estrenada en la Semana de la Crítica de Cannes del año pasado, la ópera prima del realizador israelí –aunque nacido en Washington, Estados Unidos– Asaph Polonsky surfea la historia del duelo de un matrimonio por la muerte de su hijo a raíz de una enfermedad terminal con inteligencia y sin un ápice de conmiseración ni mucho menos el aura trágica y espesa de la escuela de Michael Haneke. Lo que no implica que se tome el asunto para la chacota, como podría haber hecho algún realizador de estirpe nihilista o misantrópica. En todo caso, lo que prima aquí es un sentido de equilibrio entre todos sus componentes. Ese equilibrio debe entenderse como mesura y honestidad intelectual a la hora de observar cómo la pareja protagónica asimila una pérdida cercana, tanto en vínculo como en tiempo, sin enjuiciarlos y tratando de comprenderlos. Sucede que el film comienza el día inmediatamente posterior al fin de la Shiva, la ceremonia judía del duelo que se extiende durante una semana, cuando ya pasaron las comidas y las condolencias de rigor y el matrimonio compuesto por Eyal (Shai Avivi) y Vicky (Evgenia Dodina) está obligado a enfrentarse a la certeza de la soledad absoluta. Las reacciones son opuestas aunque complementarias: ella intenta encontrar un paliativo en el regreso a la rutina (su trabajo como docente, un tratamiento odontológico en ciernes), mientras que él luce más perdido y canaliza su frustración con abruptos ataques de violencia y un vagabundeo aleatorio digno de una película de Linklater. También fumándose algún que otro porro con el hijo de los vecinos, un auténtico slacker (para seguir con las referencias al cine del director Rebeldes y confundidos y Antes del amanecer) que practica air guitar y trabaja como delivery. Este último personaje es la excusa narrativa para la vertiente más humorística y absurda del relato. ¿Humor absurdo en una película sobre una muerte? ¿Y por qué no? A fin de cuentas, el tono de Una semana y un día va entre la tragicomedia y la melancolía sin caer en la elegía, signo de que está más interesada en pensar qué hará la pareja con el futuro antes que en cómo metaboliza el pasado. El problema es que ese humor por momentos se impone al eje más dramático, empujando a la película a coquetear peligrosamente con la relativización del dolor ajeno. Lo que no cambia es la deriva naturalista y extrañada producto del comportamiento impredecible de la pareja. Tampoco los excesos de una banda sonora que irrumpe cuando menos se la necesita con el único objetivo de subrayar sentimientos y un par de escenas que dialogan de forma explícita con la idea central del duelo, quitándole así parte de la sutiliza que hasta ese momento Polonsky había sabido sostener. Con un poco más de seguridad a la hora de confiar en su materia prima, el resultado hubiera sido mucho mejor. A fin de cuentas, capacidad para observar tiene de sobra.
Esta es la ópera prima dirigida y escrita por el cineasta norteamericano Asaph Polonsky. Un matrimonio Eyal Spivak (Shai Avivi) y Vicky (Jenya Dodina ), ha perdido a su hijo, el padre (Shai Avivi impresionante interpretación) decide no volver a su vida cotidiana y tiene cambios de humor. En cambio su esposa se sumerge más en el dolor y retorna a sus actividades. Las distintas escenas nos enseñan cómo este matrimonio procede ante la pérdida y el dolor, demostrando todo su disgusto, enojo, tirantez y rabia. Nos vamos metiendo en las desventuras de Eyal, sus obsesiones, sus caprichos y la alocada relación con el hijo de un vecino Zooler (Tomer Kapon). Su trama tiene algo de tragicomedia, con algunos absurdos. El problema del filme es que no logra mantenerse, pierde el ritmo y se vuelve algo previsible. Resultó ser la gran ganadora de la competencia israelí en el Festival de Jerusalén 2016.
Músico e hijo único, Ronnie Spivak tenía 25 años; acaba de morir. No se especifica la enfermedad, pero su carácter deletéreo es indudable. Nada se sabrá de Ronnie, ni siquiera habrá una imagen de él, excepto una fotografía de la infancia donde se lo ve de espaldas. Por definición, es imposible ver a los muertos: la inmaterialidad los define, la ausencia eterna. Por eso no es fácil para los vivos sobrevivirlos, y menos aún si se trata de un hijo.
Una Semana y un Día: Vivir después del dolor. Asaph Polonsky nos ofrece Una Semana y un Día (Shavua ve Yom, 2016) una ópera prima difícil y conmovedora que nos comenta el proceso de duelo que atraviesa un matrimonio luego de perder a un hijo. Es muy difícil para los padres el tener que enterrar a un hijo. Es parte de un proceso que no se atiene al ciclo de la vida convencional y por eso conlleva un duelo mayor, más profundo y doloroso. Este drama israelí con ligeros momentos cómicos, busca ahondar en el luto que atraviesa un matrimonio judío, luego de cumplirse la semana de Shivá. La Shivá es una etapa que cubre los siete días que suceden al entierro. Durante este período, el enlutado sale de una fase de intenso dolor y empieza una etapa en la cual su estado de ánimo está ya preparado para hablar de su pérdida y aceptar el consuelo de sus familiares y vecinos. Sin embargo, Eyal y Vicky Spivak no terminan de cerrar este ciclo, y es que cada persona procesa sus emociones de manera distinta y a su tiempo personal. Es ahí donde ambas personas proceden a realizar el duelo, tomando caminos separados y desiguales pero a su vez fortaleciendo su vínculo como pareja. Mientras Vicky intenta volver a su trabajo lo antes posible, Eyal decide relacionarse con el hijo de su vecino, Shmulik Zooler (Tomer Kapon), que le ayudará en la difícil tarea de seguir adelante. El joven le enseñará a fumar marihuana, a relajarse, y a volver al camino de relacionarse con las personas. En ese momento, se da una especie de dupla cómica, la cual atravesará ciertos momentos anormales y hasta cómicos, pero sin que el foco narrativo se vaya del camino de transformación espiritual que promete el film. Si bien hay tantos comportamientos posibles de una persona tras el fallecimiento de un ser querido, se podría decir que la conducta de Vicky es más “normal”, mientras que su marido es más errático en cuanto a su proceder. No solo intentará con drogas sino que le pega un cachetazo a una vecina, y también sigue visitando el hospital donde falleció su hijo en busca de una manta que pertenecía al chico en cuestión. Nos encontramos ante un film duro e intenso, que cuesta pensar que puede ser la ópera prima de un director, más que nada por su madurez narrativa y por la visión del cineasta al tratar un tema sensible con gran altura. La película cuenta con grandes interpretaciones de sus actores, en especial la del joven Tomer Kapon, que balancea muy bien el drama con ciertos alivios cómicos sin que la cinta pierda seriedad. Desde el punto de vista técnico, hay escenas muy bien coreografiadas y con un manejo de cámara distintivo, como por ejemplo en la escena donde Zooler practica air guitar o cuando Vicky va al odontólogo. En definitiva, Una Semana y un Día es un film logrado desde el punto de vista narrativo y actoral. Un relato que podría haber caído en la obviedad de chico-que-ocupa-el-lugar-del-hijo pero que sin embargo decide optar por un camino más real y espiritual. Una historia que va directo al corazón y que nos invita a reflexionar sobre nuestra efímera existencia.
AL FINAL, TODO ES UN JUEGO Un día puede ser suficiente para darnos cuenta de todas las cosas “insignificantes” que nos rodean; los gatitos recién nacidos en el jardín, el vecino joven que te sonríe y por qué no, un cigarrillo de marihuana que nunca antes habías fumado. A Eyal, la muerte de su hijo logra desencajarlo tanto que parece estar levitando en otra dimensión, o quizá, mirando todo con más claridad. En este filme, seguimos a Eyal y a Vicky, una pareja a quien hace una semana se le murió su único hijo y parece que llegó el momento de regresar a la cotidianidad. Pero ese día, la única jornada que dura el argumento, se alarga tanto que empezamos a sospechar de su continuidad. Aún así, cada ocurrencia de Eyal nos regala varias sonrisas. La historia transcurre en Israel, aunque las referencias a este país no son evidentes, ni pretenden serlo (solo cuando mencionan la celebración del Shiva), disfrutamos de un humor negro que es diferente y a la vez repetitivo por sus matices gringos, ya que su director es estadounidense. En estas escenas empañadas de humor, Polonsky hace un juego con cortes rápidos acompañados de música pop-rock, por momentos, y con planos largos y silenciosos en otros. Esta mezcla deliberada en el montaje parece más una búsqueda experimental, que una propuesta consolidada. El relato no da cuenta del pasado de los personajes, menos aún de Ronnie (el hijo fallecido), sino que el foco está puesto en ese día, un presente eterno. En poner a Eyal (interpretado por Shai Avivi, quien se hizo conocido en su país por su actuación en una serie de cómica) a interactuar con todas las cosas que se encuentra. Recurriendo a elementos de la técnica clown, vemos a Eyal discutiendo e insultando a sus vecinos y de repente corriendo como niño, con un rostro inexpresivo, pero con gran histrionismo en su cuerpo. El protagonista juega todo el tiempo con las situaciones que se le presentan, sobre todo con la del porro que no pudo armar (aquí es donde más aparece el humor estadounidense que se vuelve cacofónico). Puede parecer una película ligera que convierte a una tragedia humana, como lo es la muerte de un ser querido, en una serie de hechos ridículos, pero es ahí precisamente donde reside la magia de esta cinta, en hacer catarsis y sobrellevar un duelo riéndonos un poco del dramatismo humano, porque al final, todo es un juego. Por Mónica Samudio @MoikSamudio
Esta comedia dramática israelí presentada en Cannes y ganadora del Festival de Jerusalem 2016 se centra en las consecuencias que tiene en una pareja la muerte de su hijo. La película intenta hacer convivir una temática difícil con un tono liviano y no siempre sale airosa del desafío. Una colega española me contaba que le había encantado JULIETA, de Pedro Almodóvar, que para ella fue como un páramo dentro de la cartelera de estrenos allí. Pero está convencida que, de haberla visto en medio del más alto nivel promedio del Festival de Cannes, su reacción podría haber sido un tanto menos entusiasta. Traigo a cuento esta anécdota para hablar de UNA SEMANA Y UN DIA, la gran ganadora de la competencia israelí en el Festival de Jerusalem y una que venía de presentarse en la Semana de la Crítica de Cannes. En el contexto de la competencia local –no demasiado notable– quedan pocas dudas porqué fue la ganadora, aunque puesta en uno internacional, la película muestra sus debilidades. Yo la vi en Cannes, lo que probablemente le haya restado puntos a mi apreciación en relación a la más positiva de buena parte de mis colegas que la vieron en Jerusalem. Es como la anécdota de JULIETA, pero a la inversa… La opera prima de Polonsky arranca muy bien, de hecho, acercándose a una pareja que acaba de terminar la semana de duelo (shiva) tras la muerte de su hijo. Con un dolor que se manifiesta en forma de enfado, tensión e irritación, los protagonistas (más él que ella, de hecho) intentan volver a la vida cotidiana: ella, tratando casi de seguir como si nada hubiera pasado; él, no tanto. Pero a ninguno le será fácil ya que el dolor que llevan los hará meterse en situaciones complicadas que Polonsky decide jugar por el lado de la comedia. El padre coneguirá “marihuana medicinal” en el hospital donde su hijo estuvo internado y se enredará con el hijo de un vecino para aprender a usarla, con las previsibles consecuencias. Mientras tanto, la mujer querrá sí o sí retomar sus clases más allá de que en la escuela le hayan puesto un maestro suplente para dejarla recuperarse tranquila por más días. El problema del filme, de la media hora en adelante (al menos hasta que, sobre el final, vuelve a cobrar cierto dramatismo) es que termina volviéndose una comedia un tanto tonta sobre un padre confundido, un joven fumón que toca “air guitar”, una niña enferma que los mete en enredos en la clínica y así. Y por el lado de la madre las cosas no pintan mucho mejor. En la última parte del filme, como dice la frase hecha, “le cae la ficha” al padre y UNA SEMANA Y UN DIA recupera algo que no debería haber perdido nunca: el contexto dramático que la envuelve y la sensación, que parece olvidarse a lo largo de más de una hora de metraje, de que hay un dolor profundo enmascarado en todas esas desventuras un tanto banales. La negación, en buena medida, parece ser un tema fuerte en el cine israelí contemporáneo (ver, sino, la igualmente divisiva BEYOND THE MOUNTAINS AND HILLS, de Eran Kolirin, también presentada en Cannes), pero en este caso no tiene que ver con nada específicamente político sino con la universalidad de la muerte de un hijo. UNA SEMANA… se ubica en el espectro más comercial del nuevo cine israelí y, siendo todo un crowdpleaser, muy probablemente sea la elegida para representar al país en los Oscars. Pero no es una película que esté a la altura de lo mejor que se hace allí actualmente, algo que sí uno podía apreciar en GETT y en el resto del cine de la tristemente desaparecida Ronit Elkabetz, quién ojalá se convierta en faro de los nuevos realizadores locales.
Estar de duelo ante la despedida de un familiar es una circunstancia difícil que todo ser humano transita alguna vez, pero es mucho más duro aún cuando ese momento lo atraviesa un matrimonio ante la muerte de un hijo, y si es varón, en el judaísmo, es un sufrimiento infinito que requiere una gran valentía y temple poder asimilarlo. La Shivá, en la religión judía es transitar el dolor por el fallecimiento de un pariente durante una semana, acompañado por otros familiares, donde hay que permanecer en la casa y no trabajar. Luego de este período la gente puede volver a sus tareas habituales. El director de esta película, Asaph Polonsky, en su ópera prima toma esta frecuente situación para retratar lo que le ocurre a una pareja israelí, encarnada por Vicky (Evgenia Dodina) y Eyal (Shai Avívi), tras la muerte de su único hijo Ronnie, de 25 años, luego de luchar contra un cáncer. El film comienza justo cuando termina la Shivá y ambos tienen que salir a la calle a enfrentarse con la vida diaria. Vicky intenta volver a trabajar en el colegio primario donde es maestra y necesita llevarle a los demás una imagen que, pese a todo, está entera, posiblemente no sólo por los demás sino también por ella misma. Por el contrario, a Eval no le importa mostrarse como está, y tampoco demuestra un interés real en retornar a sus obligaciones, ni a hacer otras tareas administrativas, por el contrario, de algún modo trata de evitarlos, lo posterga, se siente perdido. Con la ayuda del hijo de un vecino, Zooler (Tomer Kapon), realiza ciertos actos no convencionales, más propios de un adolescente que los de una persona con su edad. Tiene la necesidad de negar lo sucedido refugiándose en conductas erráticas, porque está distraído y disperso. De este modo cada uno de ellos trata de sobrellevar el trance, como pueden, solos, y les lleva un día más de lo planeado. La narración tiene un ritmo lento acompañando la dramática circunstancia que vive la pareja, y el desarrollo del relato se empantana en ciertos momentos con algunas escenas extensas por demás, impidiendo que la historia fluya adecuadamente. Una vez asumida la realidad, porque se sabe que no hay retorno, está en la capacidad de cada uno asimilarlo, reconfigurándose para intentar llevar una existencia más o menos aceptable y encarar un nuevo futuro para el resto de sus vidas.
“Los tiempos de Dios son perfectos”, reza la frase popular y es justamente este adagio el que la comedia Una Semana y Un Día (Shavua ve Yom, 2016) intenta desmentir y lo consigue de manera contundente. Los tiempos de Dios, al ser tiempos, son tan relativos e imperfectos como los tiempos de cualquier otro. Entonces, no es casualidad que la ópera prima del director israelí Asaph Polinsky arranque el día en que termina el Shiv’ah —la semana que dispone el judaísmo para despedir a un familiar fallecido— para Vicky y Eyal. Finalmente solos, una vez que partieron los familiares que llegaron a acompañarlos y el cronómetro del Shiv’ah llegó a cero forzándolos a soltar la tristeza, la pareja de padres huérfanos (porque la orfandad funciona también a la inversa), debe retomar su rutina. Y, como es común cuando se padece una pérdida, los intentos por volver a la cotidianeidad son erráticos. Otra frase que miente: los duelos se pelean de a dos. Eyal y Vicky, cada uno como puede pero por separado, encaran el nuevo día siguiendo dos metodologías inversas: Vicky, pragmática, decide regresar a su trabajo y ni loca va a perderse su cita en el dentista. Eyal, romántico, visita el hospicio donde estuvo internado su hijo y empieza una búsqueda quijotesca de la manta con la que éste se cobijaba. Dicha búsqueda introduce en la trama a Zooler, un joven inepto, casi que desempleado y otrora mejor amigo del fallecido, que se vuelve el Sancho de esta historia y acompaña a Eyal mientras da sus pasos en falso buscando sentido entre tanto desconsuelo. Este dúo cervantino produce los momentos cómicos del film con una mezcla justa de deadpan y slapstick, recursos del humor clásico como posibles antídotos para el dolor, tanto o más efectivos que el cannabis medicinal que el par fuma a través de toda la película. Para seguir con los proverbios, uno comprobado: la muerte siempre se vive como metáfora. Es en la lectura de pequeños símbolos que los vivientes creemos acercarnos a una parcial comprensión de las complejidades de la muerte, sin éxito, por supuesto; nadie que está vivo puede entender lo que realmente implica estar muerto. Lo que sí podemos comprender es el dolor ajeno del vecino que también adolece, y podemos empatizar con ese dolor, y sentirnos acompañados en el nuestro. Bajo esta premisa transcurre la catarsis del film, uno de los muchísimos puntos altos de la obra (las interpretaciones y los diálogos son otros dos), que además de completar el arco dramático del protagonista, señala dónde la religión y sus dogmas y sus ritos y sus tiempos se quedan cortos: las despedidas duran lo que duran, ni más ni menos. A veces una semana y un día.
LA PRESENCIA INVISIBLE El duelo es la piedra basal de esta comedia dramática israelí que logra un improbable balance entre el dolor, la risa y el comentario social con notable efectividad. En su ópera prima, Asaph Polonsky se muestra lo suficientemente seguro como para que las irregularidades del relato no vulneren sin embargo una propuesta fresca, con un trabajo sólido de Shai Avivi. El eje del relato es Eyal (Avivi), que junto a su esposa Vicky (Evgenia Dodina) se encuentran en el proceso de readaptarse a sus labores habituales tras la semana del shiva, un proceso del judaísmo que forma parte del duelo tras la pérdida de un familiar cercano. En este caso se trata de su único hijo, Ronnie, una presencia que a lo largo del film sólo se menciona pero que se encuentra omnipresente a través de Eyal y Vicky. El asunto es que tras el shiva el escenario continúa siendo triste y melancólico para la pareja, ya sea a través de las evasiones de Eyal o la aparente actitud mecánica de Vicky. Uno de los problemas que se cierne sobre el film en su conjunto es que se focaliza en el retrato del primero, permitiendo que Avivi se luzca, pero el retrato de Vicky aparece más desdibujado cuando en verdad hay algunas pinceladas de su personaje que nos permiten comprender el dolor que se encuentra atravesando con una sorpresiva contundencia que, en el caso de Eyal, no la vemos. Pero donde realmente se luce Avivi es cuando logra balancearse entre el drama y la incomodidad para lograr un momento que a menudo termina siendo cómico involuntariamente. Los rituales obsesivos, una actitud cansina y el cinismo con el que lo vemos inicialmente mantiene una progresión que dialoga con el tono esperanzado del final. Denominado como el “Larry David israelí”, el actor tiene en sus gestos y la forma de sobrellevar los diálogos mucho en común con el veterano protagonista de Curb your enthusiasm. Luce en su interacción con Zooles, el personaje interpretado por Tomer Kapon, que por momentos se asemeja demasiado a una caricatura y con el cual pueden verse algunos momentos lúcidos, pero también algunos que sobran o redundan en un guión que se torna previsible apenas pasada la media hora. No ocurre de la misma forma con el personaje de Vicky: la última secuencia en el consultorio odontológico es particularmente intensa por el subtexto que sobrevuela en la escena, escuchamos a las dentistas dar órdenes de cómo procesar el arreglo dental en curso, pidiéndole que abra y cierre la boca numerosas veces. Esta actitud mecánica de sobrellevar una cura tiene su analogía en el proceso del shiva, contextualizado en el duelo que esa madre sobrelleva tras la muerte de su hijo. Otro cantar es el uso de desplazamientos de cámara invasivos que van del primer plano al primerísimo primer plano con la intención de shockear, descuidando la ya de por sí fuerza dramática de lo que la escena expone. A veces menos es más. Una semana y un día está lejos de ser un film novedoso en cuanto al tópico que trata y las interacciones que se construyen, pero resulta fresco en la forma que lo atraviesa. Además cuenta con un elenco prolijo que sobrelleva el registro con la solvencia que necesita su director que, a pesar de ser su ópera prima, filma algunas secuencias con una seguridad que sorprende, en particular gracias al peso que le da a los planos largos en la narración. Irregular y con algunos momentos que aportan poco, el film de Polonsky es sin embargo una apuesta que deja una sonrisa ante un tema sombrío.
El duelo puede vivirse de muchas maneras. Encerrarse en una casa, obsesionarse con el cuidado de los bienes, permanecer impávido ante la rutina, también puede ser una opción. Nada está dicho ni establecido. Esta propuesta israelí desnuda el dolor de una pareja, la importancia de la preservación individual ante todo, y la clara convicción de enfrentar, durante el período de una semana y un día, todo aquello que se supone que se debe ajustar a la situación.