El cine de Terence Davies es único, de esos que contemplan estructuras cinematográficas ya poco empleadas para revisitarlas con completo entendimiento de su labor, tarea similar a la realizada por Todd Haynes en su reciente film Carol o a lo hecho por el fallecido Raoul Ruiz. En A Quiet Passion no se construye un drama de época con manteles bordados y opresión como en el cine de James Ivory, sino con diálogos punzantes que apelan a la comicidad, sin perder la seriedad en ningún momento. Aquí Terence Davies se detiene en una composición sobre la vida de Emily Dickinson (Cynthia Nixon), poetisa estadounidense que impuso una métrica y una puntuación muy personal en sus trabajos, a comparación con sus contemporáneos. Son muchos los puntos en común que la biopic posee con la obra de Jane Austen o Emily Brontë (a las que se hace referencia en el transcurso del film). En este caso particular, existe una fundamental diferencia referida al aggiornamiento, especialmente presente en las charlas diarias que Emily entabla con su hermana Lavinia (Jennifer Ehle). Debido a que Dickinson rara vez visitaba exteriores y tenía fobia a las visitas, la mayor parte del metraje transcurre en interiores precariamente iluminados dentro de la mansión de los Dickinson; este uso de la luz nos reenvía instantáneamente a otros films en los que se empleó luz natural, como por ejemplo Barry Lyndon (1975). Hoy la tarea quedó a cargo del director de fotografía alemán Florian Hoffmeister, quien ya había trabajado previamente con Davies en la excelente The Deep Blue Sea (2011). El clan familiar, compuesto principalmente por dos padres burgueses, no intenta ocultar las diferencias sociales de la época, como el avasallamiento masculino sobre la mujer. En cambio, los tres hijos del matrimonio dedican su tiempo a largas charlas en las que contemplan los desengaños amorosos, los bailes, la conquista, la soledad, las enfermedades, la ética y la moral contraídas. Ante esta problemática, Emily plantea una postura y mirada feministas, con anhelo de equiparación en una sociedad muy desnivelada y batallando con solidez y extremismo, características que no le permiten concretar una relación amorosa a lo largo de su vida. El film está dividido en distintas etapas de la vida de Emily, partiendo de una joven que comienza rebelándose contra el fanatismo religioso y cuestionando la existencia de un Dios. Este puntapié inicial marca en gran medida todo lo que sucederá en el film: la demostración de templanza y dureza de Emily está siempre presente. La performance de Cynthia Nixon (Sex and the City), en el rol de Emily, es increíble. Un trabajo sin reparos y de excelencia, que se amolda a la demanda física y a varios cambios de tono a lo largo del film: sin dudas es su mejor trabajo actoral hasta la fecha. Acerca de Terence Davis, sólo puede decirse que aquí ha creado una nueva obra maestra.
En una de las tantas discusiones entre Emily Dickinson y su padre, la poetisa defiende el derecho de poseer su alma frente al clamor del padre, que entiende, más allá de su moderado estilo de librepensador, que el alma pertenece a Dios. Dickinson da sus razones con la vehemencia habitual y con el inconfundible modo de argumentación característico de los anglosajones (quizás más inglés que estadounidense; Davies también escribió el guión).
Independencia y frustración A lo largo de los años poco ha cambiado el subgénero de los dramas históricos desde que Stanley Kubrick revolucionase su estructura y disposición discursiva con Barry Lyndon (1975), en esencia gracias a aquel glorioso realismo descarnado de cadencia preciosista, por lo que cada nuevo exponente recupera un puñado -o todos- los elementos que el norteamericano fijó en su momento. Ahora es el turno de Terence Davies, un realizador que se pasó toda su carrera entregando películas apenas correctas y no mucho más, quien en esta oportunidad nos regala un pantallazo por los Estados Unidos del siglo XIX en general y por la vida de Emily Dickinson en particular, sin dudas la gran poetisa del país del norte, prácticamente a la par de gigantes del rubro como Edgar Allan Poe y Walt Whitman. Aquí el director respeta al pie de la letra el “canon Kubrick” pero sin aquella potencia dramática. Dicho de otro modo, Una Serena Pasión (A Quiet Passion, 2016) es otro trabajo potable de Davies, un británico que bajo la excusa del famoso encierro de Dickinson durante gran parte de su existencia se engolosina a más no poder con una colección de tomas suntuosas de la casa familiar de la mujer en el pueblo de Amherst, en el Estado de Massachusetts, lo que deriva en un retrato glacial de la alta burguesía que podría haber sido mucho mejor si el cineasta no hubiese decidido -desde el vamos- combinar la fotografía refinada con la impostación teatral en cuanto a los diálogos, el desarrollo, las actuaciones del elenco y la puesta en escena. A decir verdad, en el film lo que queda de Kubrick es una versión destilada del armazón formal y poco de esa pasión que promete el título y el mismo tópico, Dickinson, porque Davies asimismo intenta emular los dramas elegantes de James Ivory. Por suerte las compensaciones para este estado de cosas son numerosas y abarcan la sutil perspicacia de los intercambios entre la protagonista (interpretada por Emma Bell en su juventud y por Cynthia Nixon en su adultez) con sus familiares y amigos, el entramado de conflictos -mayormente ficticios y/ o imaginados por Davies, aquí también guionista del convite- en el núcleo del clan, la innegable belleza en sí de muchos de los planos del hogar donde transcurre casi toda la acción, y finalmente los mismos poemas de Dickinson, los cuales son insertados en voice over con pretensiones más cercanas a la contemplación estética que al comentario de las situaciones que presenta el relato. En lo que respecta a este último punto, la historia nos pasea por el fervor religioso de su padre, la depresión de su madre, las vicisitudes de sus dos hermanos y algún que otro amor oculto no correspondido. Durante buena parte del metraje la perspectiva distante y en perpetua pose de Davies, cuyas mejores obras continúan siendo The Long Day Closes (1992) y The House of Mirth (2000), resulta exitosa por la sencilla razón de que le es funcional al retrato -entre irónico y francamente amargo- que propone en torno a la figura protagónica, una Dickinson que va experimentando una transformación progresiva desde la rebelión de sus primeros años, pasando por las frustraciones alrededor del muy poco reconocimiento profesional que disfrutó en su época, hasta su período final de ostracismo y muerte debido a la enfermedad de Bright. En este sentido, la película debe ser leída como el calvario personal de la poetisa en su búsqueda de construir -y luego defender a uñas y dientes- una independencia ajena a los ideales protestantes y al conformismo de la mayoría de las mujeres de aquellos años…
El estreno de “Una serena pasión” es algo casi milagroso, por tratarse de un film de una belleza poética, narrativa y visual fuera de lo común. Terrence Davis construyó un film con un guión minucioso, complejo, de una profundidad digna del personaje que retrata: la poeta Emily Dickinson. El amor, la religión, la poesía, el sufrimiento y la existencia son algunas de las temáticas de un film en el que la reconstrucción de época, la dirección de fotografía, el vestuario y maquillaje y la hondura encarnada por un elenco excelente. Cynthia Nixon (Miranda de “Sex and the city”) encarna a la poeta adulta, sus padecimientos y su frágil salud en un film que por momentos puede resultar tan envolvente como algo tedioso, aunque el resultado es un hecho artístico de excepción.
El cineasta británico aporta un poético biopic de Emily Dickinson que lo reafirma como unos de los mejores directores de los últimos años. El encanto de la burguesía se produce por los amores imaginarios que podrían llegar a tener. La protagonista de esta obra, Emily Dickinson (Cynthia Nixon), no cumplió con sus deseos amorosos, es más, ella debe luchar por un lugar en el mundo prestigioso de las palabras. Sus poemas son leídos y publicados en el diario solo si no los firma. Es el director Terence Davies quien le da una oportunidad a la escritora para que su voz no se apague, no solo en aquellos tiempos (siglo XIX) sino en los nuestros. El relato se divide en dos partes, la primera en su etapa juvenil y la segunda en su era adulta. En el tramo inicial nos adentramos a su mansión en Massachusetts, donde vivía con su familia y estaba rodeada de un futuro incierto. En la mitad del tramo, ya podemos verla en su vida más madura, el de la frustración. Los familiares que rodean a la protagonista (padres y hermanos) más las visitas contrastantes que reciben, como si la casa necesitara vivazmente de ello, ponen en juego constantes choques jocosos entre los personajes. Los diálogos recaen de forma ingeniosa e impactante a lo largo de la trama, mientras más nos adentramos, más serios se ponen. Las incomodidades surgen con la disputa de dos grandes pasiones para la autora: Su deseo de una amor no correspondido (ella misma se ve como una persona fea que no podrá conseguir pareja alguna) y su pasión por la poesía, que busca ser reconocida y glorificada antes de su muerte. El cineasta inglés se enfrenta a un desafío no menor, realizar las escenas en plano interior, que lo convierte en su mayor virtud; y las imágenes comienzan a ser más que paredes y puertas cerradas, delimitan a un personaje más en la vida de la artista. Los ángulos cerrados y los encuadres utilizados de forma árida nos recrean un clima perfecto de encerramiento y nostalgia. Pero su encuadre perfecto radica en mostrarnos el interior de Dickinson, donde observamos sus mayores miedos y preocupaciones, el porvenir que no llega, los sueños que permanecen inmutables y su sublevación a Dios. La excelente performance de Nixon es acompañada por temas musicales tajantes, no es casual la armonía que genera el director en cada toma. Tanto los temas sonoros como el silencio son herramientas empleadas de forma grandilocuente, dejando al espectador a merced de una historia biográfica, a veces aterradora otras un tanto embriagadora. La propuesta termina siendo el retrato de una escritora estoica, donde sus palabras quedarán grabadas en este largometraje inolvidable. Terence Davies deja otra pequeña huella en el cine. Puntaje: 4,5/5
La intimidad envuelta en poesía Alejado de la grandilocuencia narrativa, Una serena pasión (A Quiet Passion, 2016) recrea con delicadeza la vida privada de Emily Dickinson, una de las mejores poetas norteamericanas de la historia. Actuaciones sobresalientes junto a un guión que destaca por su ritmo pausado y poético. Aclaremos antes de empezar: Una serena pasión es una película lenta. Dura dos horas y en ella no hay saltos abruptos en el guión, ni planos que busquen a un espectador desesperado por el avance de la narración. En el libro Elogio de la Lentitud, el escritor escocés Carl Honoré dice que la velocidad es una manera de no enfrentarse a lo que nos pasa en el cuerpo y en la mente. Nada mejor que esa lentitud para entender el cuerpo y la mente de Emily Dickison. Aún hoy en día la vida privada de la poeta continúa siendo un misterio. Nacida en el seno de una familia protestante de clase media-alta a mitad del siglo XIX, pasó la mayor parte del tiempo encerrada por voluntad propia en la casa familiar. Sus relaciones con el mundo exterior remitían a pequeños paseos por el jardín de la finca. Esa falta de contacto con el afuera obró de manera inversamente proporcional en el interior de su hogar. Los vínculos afectivos con sus padres y hermanos eran muy fuertes. El director Terence Davies (La casa de la alegría, 2000) parte de una pregunta incontestable: ¿Cómo mostrar ese mundo interior desconocido y vincularlo a la poesía ? La respuesta se va desarmando muy lentamente, para que el espectador pueda ver y - algo más difícil en estos tiempos- entender. Hay una amalgama, como un líquido denso, que une la trama en una fluidez pesada, si se permite el oxímoron, y exige un esfuerzo de parte del público. Si ese pacto por la velocidad es aceptado, el espectador podrá desmenuzar la trama y gozar del placer poético de las palabras. Es que Una serena pasión es una película donde las palabras, como en la buena poesía, tienen peso específico. Los diálogos van expresando ese universo de emociones contenidas. Los actores se sueltan en una atmósfera casi teatral. Ese ambiente mesurado es el clima perfecto para que exploten al máximo sus dotes. Cynthia Nixon (Sex and the City, 2008) en el mejor papel de su historia, escapa de cualquier posibilidad de cliché y define una Emily Dickinson de gran carácter, atormentada por sus propias virtudes. Por momentos la película genera un intercambio actoral elevadísimo. Destacan Jennifer Ehle (Cincuenta sombras de Grey, 2015), como Vinnie, la hermana menor, Jodhi May (Ginger & Rosa, 2012) como la cuñada y amiga y el padre interpretado por Keith Carradine (Cowboys & Aliens, 2011). Todos avanzan rodeados de un manto cruel que les anuncia la desesperación por la vida, la dificultad de las relaciones humanas, el castigo divino y la inminencia de la muerte. Ese manto sagrado y a la vez profano que es la poesía de Emily Dickinson.
Una película iluminada por el talento de Emily Dickinson, realizada con intensidad inusual sin solemnidad por un director, casi desconocido en nuestro país, Terence Davies, con un trabajo conmovedor y revelador de Cynthia Nixon (famosa por su participación en “Sex and the city). La gran poeta norteamericana fue un caso excepcional, el reconocimiento y la fama la llegaron después de su muerte, un reconocimiento que ansiaba y que le fue retaceado, criticado y censurado en vida. Que nació en 1830 y murió en 1886. El costo de su libre albedrío fue rebelarse contra las convenciones de la época y no seguir los mandatos de casamiento e hijos. Para “hacerse dueña de su cuerpo y de su alma” decidió recluirse y vivió casi toda su vida en su casa paterna. Donde por las noches escribía constantemente y encuadernaba a mano sus poemas, trabajo que su hermana encontró cuando ella murió. Luego fueron venerados a la altura de su talento. Con inteligencia y talento el realizador le rehuyó a todos los lugares comunes de las biopic y utilizo efectos especiales y una gran reconstrucción de época, en ropajes y gestos, solo en función de la historia. El resultado es un film inusual, pasional, inteligente que se disfruta.
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Delicada melancolía. El nuevo film de Terence Davies es un notable retrato de Emily Dickinson, en el que debajo de una superficie límpida y transparente hay una construcción tan fina como elaborada. Es una injusticia que la obra de Terence Davies (ver entrevista aparte) siga siendo casi desconocida en la Argentina, porque se trata de uno de los grandes cineastas británicos contemporáneos, autor de films de un notable poder de evocación. En sus primeros largometrajes –Death and Transfiguration (1983), Voces distantes (1988) y El largo día acaba (1992)–, Davies logró hacer de sus recuerdos de infancia y juventud un cuerpo de obra que atraviesa la esfera personal para convertirse en la memoria emotiva de un país. En su obra posterior, prefirió volcarse hacia personalísimas adaptaciones literarias (de John Kennedy Toole, Edith Warton, Terence Rattigan) y ahora vuelve a iluminar la habitualmente gris cartelera porteña con Una serena pasión, extraordinario retrato de la gran poeta estadounidense Emily Dickinson (1830-1886), que tuvo su estreno internacional en la Berlinale del año pasado. Nada más lejos del convencional biopic al uso de Hollywood que esta versión de la vida de Dickinson, en la que Davies encuentra todos los materiales que siempre han formado parte de lo mejor de su obra. Como alguna vez señaló su colega Derek Jarman, “Davies se aproxima a sus temas –la represión familiar y religiosa, la violencia institucional, el sadomasoquismo– con una delicada melancolía y momentos de humor perverso”. Nada más justo para describir el tono impar de A Quiet Passion, un film que destila la misma discreta, reservada pasión con la que Emily Dickinson pasó fugaz, casi secretamente por la vida. A tal punto que llegó a ver solamente seis poemas publicados antes de su muerte, a los 55 años, en la misma casa de Amherst, Massachusetts, que la había visto nacer. “Todo mi mundo: hogar, escuela, las películas, Dios”, decía Davies de sí mismo en su excepcional autorretrato documental Del tiempo y la ciudad (2008). Basta cambiar la palabra “películas” por “poesías” para que la frase alcance a definir también el infinito universo que Dickinson creó entre sus cuatro paredes y que Davies describe como si fuera también el suyo. El film escrito y dirigido por el cineasta británico es de una simplicidad engañosa, porque debajo de su superficie límpida y transparente hay una construcción tan fina como elaborada, que le hace honor a la complejidad de la poesía y la personalidad de Dickinson, autora de unos versos de una sensualidad arrolladora (“Borracha de aire/ y corrupta de rocío/ me tambaleo por interminables días de verano”) y que, sin embargo, llevó una vida de austeridad y reclusión casi monacales, tanto que durante sus últimos años prácticamente no salió de su cuarto. Casi su única comunicación con el mundo exterior se dio a través de su familia, con la que siempre convivió y a la que amaba con la misma efusión con la que la desa- fiaba en todos los órdenes. Este es otro de los puntos de contacto de A Quiet Passion con el cine previo de Davies, en cuyos films iniciales, de orden confesional y autobiográfico, dio cuenta de su propia, conflictiva relación con su numerosa familia, donde la presencia femenina era dominante. Aquí Emily (estupenda encarnación de Cynthia Nixon, una de las lenguaraces de la serie Sex and the City) encuentra en su hermana Lavinia a su alma más cercana –fue ella quien difundió póstumamente su poesía– mientras su madre se sumerge paulatinamente en una persistente y profunda melancolía. Su hermano es una figura casi tan débil como ridícula, mientras que su padre (interpretado magníficamente por un irreconocible Keith Carradine) es con quien Emily permanentemente se mide en cada uno de sus desafíos, donde las lenguas se baten como espadas. Inteligente, arrogante, dueña de un carácter inusual para una mujer de su época, Dickinson no tiene empacho en desafiar la religión, la moral y las convenciones sin por ello dejar de ser la mejor y más devota de las hijas. Lo notable del film de Davies es cómo se ubica, al mismo tiempo, adentro y afuera del relato. En su puesta en escena, hay un deliberado distanciamiento –un poco a la manera del Rohmer de La marquesa de O, por dar una idea aproximada del procedimiento– que es capaz de representar el pasado a través de una mirada que no pretende ser sino la del presente. En una misma escena, Davies consigue –a través de su magnífico elenco– divertir y conmover, con un guion de su autoría tan afilado que por momentos parece echar chispas.
Una serena pasión, de Terence Davies Mal conocido por estos pagos, el cine de Terence Davies conforma un sólido cuerpo filmográfico con constantes diálogos estéticos entre sus películas, variaciones mínimas y una puesta en escena intransferible y de inmediato reconocimiento. Títulos como El mejor de los recuerdos, La biblia de neón o La casa de la alegría, exhibidos ocasionalmente en cines, festivales, retrospectivas o a través del cable configuran una parte de una obra no tan extensa (solo 12 trabajos hasta hoy entre cortos y largos documentales y ficciones) de un cineasta admirado, en general, por el grueso de la crítica local e internacional. Basta de palabras correctas: me confieso no fanático del cine de Davies y me ubico a una buena distancia de mis colegas de acá o de otras partes del mundo. No comparto sus desmedidos elogios, el sayo que lo rotula de “maestro” del cine británico, de la sutileza, del lenguaje del cine, de la nostalgia y la melancolía. Ninguna de las películas que vi de Davies me parece descartable, al contrario, cada una de ellas deja material para el análisis y la crítica, para una segunda o tercera visión, para la búsqueda del detalle que reformula una puesta en escena que parece variar pero que en buena medida sigue siendo la de siempre. Pero hasta ahí: su poder observacional dedicado a retratar el Liverpool de los 50, el rol que ocupa la mujer en determinado período de la historia, el uso esteticista de la música, el culto al detalle escenográfico, la voz en off recurrente hacia la ironía y el sarcasmo, entre otras cuestiones, me pasa por al lado, me resulta indiferente, situándome a una buena distancia de sus reconocidas y transparentes virtudes. Por ejemplo, la forma en que Fassbinder (el gran Fassbinder), fusiona la literatura y el cine, enviando al melodrama como género a una geografía polar, como lo hace en las dos horas veinte que dura Effi Briest (1974), basada en la novela de Theodor Fontane, me complace mucho más que la mayor de la obra del afamado “creador” inglés. Una serena pasión es un biopic de autor, el retrato de la vida profesional y privada (corta vida) de Emily Dickinson desde la lupa formal de un director que articula un discurso personal sobre un personaje específico. En efecto, la película construye su mirada ubicándose lejos de las biografías convencionales, eligiendo determinados momentos públicos y privados de la escritora, combinando su amable carácter y verborragia juvenil con su tono más arisco y nihilista en su etapa adulta. Película de encierro, asfixiante no solo por las decisiones que tomará el personaje a través de los años, sino por una puesta de cámara frontal y supeditada al plano y contraplano académico, el sostén narrativo de Una serena pasión condice a través de sus filosos diálogos, los encuentros y desencuentros de la escritora con su familia y esa permanente búsqueda de la felicidad destinada al fracaso y a la soledad sin retorno. La Emily Dickinson de Terence Davies no es un personaje unidimensional, sino que está trabajado desde pequeños matices que van conformando una personalidad ambigua, que permite más de una lectura, no solo por su rol de mujer y de escritora que será reconocido post mortém, sino también por las decisiones estéticas del director. Hacia ese punto es que Davies estimula una visión personal sobre su personaje: recurre a la voz en off (academicismo puro) sustentándose en textos de la escritora, al uso de la elipsis y al tono juguetón de una primera parte que vira hacia una segunda mitad de tonalidad fúnebre relacionada a la soledad del personaje y a la enfermedad que la llevará a la muerte. Cada plano tiene el rasgo exquisito que caracteriza al cine del director. Cada uno los trabajos actorales (con Cynthia Nixon perfecta en el rol central) funcionan como un impecable mecanismo de relojería. Cada puesta de cámara, de esa cámara contemplativa y sin histerias, encaja con el tono que le desea dar (y consigue con creces) el realizador a su historia y personajes. Cine perfecto, impecable, de lo más prestigioso dentro de su rubro. Todo bien. Mientras tanto, sigo prefiriendo al melodrama de tono gélido que describe Fassbinder en su Effi Briest. Vean ambas películas y comparen: es un buen ejercicio. UNA SERENA PASIÓN A Quiet Passion. Reino Unido/Bélgica, 2016. Dirección y guión: Terence Davies. Fotografía: Florian Hoffmeister. Montaje: Pia Di Ciaula. Diseño de producción: Merijn Sep. Con: Cynthia Nixon, Jennifer Ehle, Duncan Duff , Keith Carradine. Duración: 125 minutos.
Mucha melancolía, no tanta pasión Terence Davies (The Deep Blue Sea) dirige este drama de época que se propone tomar la forma de un viaje introspectivo por la vida de la célebre escritora Emily Dickinson sin dejar de lado los aspectos clásicos del género biográfico y buscando, asimismo, echar un poco de luz sobre la historia personal de un personaje del que poco se conoce, al margen de su obra. Si bien la elegida para realizar el papel protagónico del film fue Cynthia Nixon, a quien probablemente todos tengamos muy presente por su participación en Sex and the City, no es ella quien nos recibe cuando comienza la obra. Porque el primer acercamiento de la película hacia Emily Dickinson tiene que ver con la infancia del personaje, más precisamente en un contexto escolar en el que vemos a una Emily irreverente, contestataria aunque brillante. Una verdadera rebelde con causa. Sin embargo, este ímpetu mostrado por el personaje ya desde el vamos es violentamente cercenado por la elipsis que le sigue para pasar ya a la vida adulta de Dickinson, cuando los actos de rebeldía y sublevación, aunque sea desde lo discursivo, ya no le corresponden a ella. Lo que tenemos es un personaje sufriente, víctima de sus propios demonios y de una rigidez extrema en la sociedad imperante en general, factor que se ve exacerbado, en lo particular, por algunos miembros de su propia familia que enarbolan banderas moralistas que rozan el fanatismo. Así transcurren los días en la vida de Emily Dickinson mientras algunos de los versos más brillantemente escritos también encuentran lugar en su vida y en el desarrollo de la película que, con buen equilibrio, logra introducirlos entre esas otras escenas más mundanas. La propuesta estética del director, casi teatral, con pocas locaciones, mucho énfasis en los diálogos y en los soliloquios narrativos de la protagonista ayuda a darle ese aire de despojada simpleza a la vida de los personajes para que la atención se vea centrada en sus dilemas psicológicos, que es donde debe estar. Y estos conflictos, con énfasis en los de la protagonista, se presentan a partir de su relación con el resto de los personajes que desfilan a lo largo de la trama llevando el curso de la historia por distintos derroteros pero siempre aportando a un clima de tensión que se intuye próximo a estallar y que lógicamente lo hará en el clímax de la película. En este sentido, las actuaciones del elenco de reparto están a la altura a partir de nombres como los de Duncan Duff, Jennifer Ehle o Catherine Bailey pero quien se lleva los mayores elogios es la mencionada Cynthia Nixon que, luego del primer impacto de verla con su vestido de época y recitando versos de altísimo vuelo poético, rápidamente logra que dejemos de vincularla con su icónico personaje de Miranda para convertirse en cuerpo y alma en Emily Dickinson. Una Serena Pasión recurre a elementos en apariencia contradictorios, como ese minimalismo estético que a su vez cuenta con toda la pomposidad e histrionismo visual que aportan el vestuario y el mobiliario en las distintas locaciones, para relatar la historia de un grupo de personajes también contradictorios que se rebelan, como la protagonista, pero desde las sombras, que luchan por no convertirse en lo que siempre odiaron y, sobre todo, que buscan que sus voces sean escuchadas.
La vida de Emily Dickinson en manos de un realizador como Terence Davies es una experiencia única. El director británico de The Deep Blue Sea abandona el formato un tanto más convencional de su última película, Sunset Song, para hacer una film que se parece a sus anteriores, pero que propone algo inédito también en su cine: el humor y un acercamiento a algo que se parece al teatro. Al comenzar Una serena pasión uno podría pensar que está ante un trabajo de Eugène Green o, si se quiere, de autores como Manoel de Oliveira o el Alain Resnais de sus últimas obras: Davies cuenta la historia de la poetisa norteamericana en muy pocos escenarios, con un estilo actoral algo “tieso”, que uno podría asimilar al de un recitado, y con una puesta en escena seca, de ángulos rectos y planos frontales. Esas viñetas de la juventud de Dickinson y su familia tienen a la vez un costado humorístico muy grande, como si el guión hubiera sido revisado por algún pariente de Oscar Wilde: las conversaciones que tienen entre los familiares y quienes los visitan son una catarata de ingeniosos remates, de frases vivaces y pícaras, marcas claras de que los tres hermanos Dickinson tienen en la punta de los labios siempre una respuesta sagaz, inteligente y muy audaz para la época. De a poco, mientras la vida de Emily se va cerrando sobre sí misma –su poesía no tiene repercusión, su vida personal se complica, especialmente en lo relacionado a lo amoroso y a su salud– y ella casi no sale de su casa, la película va, a la vez, oscureciendo su tono (las bromas están ahí, pero menos que antes) y acercándose desde lo emotivo. Si la primera parte era fresca pero distante, la segunda es triste pero cercana, emotiva. De a poco los actores van naturalmente abandonando ese distanciamiento y sus problemas van haciéndose carne en el espectador, que pasa de mirar cómo esa suerte de comedia extrañada se convierte en un doloroso drama familiar. La relación principal se da entre Emily (Cinthia “Sex and the City” Nixon) y su hermana Vinnie (Jennifer Ehle), con importantes lugares para el resto de la familia, algunos amigos y potenciales amantes de los hermanos. Y entre todos ellos se va conformando una especie de mapa que sirve para entender el mundo de la poetisa: una inteligencia a prueba de todos y todas, una capacidad poética asombrosa, pero a la vez una dificultad e inseguridad personal (se ve fea y está convencida que por eso jamás conseguirá marido) que la llevan a encerrarse y recluirse cada vez más en sí misma. A la vez, Una serena pasión es una película sobre mujeres que intentan pelearle a los hombres en el siglo XIX lugares de poder que en ese entonces eran impensados que pudieran ocupar. Sin ir más lejos, escribir y publicar poesía (muchas de las cuales son leídas en voz en off). Para Emily es una obsesión en la que se le va la vida, tal vez la que cubre esas ausencias emocionales, esas zonas a las que no puede acceder desde lo personal pero sí desde lo intelectual. Esa fuerza poética de la escritora es lo que seguramente interesó a Davies y lo hizo llevar adelante este proyecto, ya que se trata de un cineasta bastante inteligente y solitario, con un enorme mundo interior y que también parece sentirse incomprendido por eso que llaman “las fuerzas del mercado”. Volviendo un poco a sus orígenes y creando escenas inolvidables (humorísticas de carcajada pura y trágicas, de una elocuencia demoledora), Davies sigue demostrando ser una de las voces más particulares del cine actual, alguien que sigue haciendo películas fuera de toda moda o tendencia, un artista para quien el cine es poesía, y el arte la única forma de salir y darse a conocer al mundo.
Que Terence Davies tiene una sensibilidad particular para retratar a sus heroínas, para acercarse a lo femenino, es algo que ya sabíamos. Su cariño hacia los personajes que retrata venía de haber sido puesto a prueba con Sunset Song (2015), pero acercarse a la trágica vida de la poetisa Emily Dickinson sin caer en excesos, explotación o golpes bajos confirma que estamos ante uno de los grandes cineastas del presente. La biografía imaginada por Davies no elude el encierro, los desengaños amorosos, las pérdidas familiares y la cruel enfermedad, pero encuentra en las cartas y la poesía la vía para la evasión y la libertad, para el humor y el cariño. En la presentación de la película en el Friedrichstadt Palast de la Berlinale 2016, el director, tras la proyección, se disculpó por la historia que venía de contar (Cynthia Nixon cumple con los excesos requeridos por el melodrama, género en el que Davies siempre abreva, de una u otra manera) y agradeció las risas que se habían escuchado en la sala. Excepcional prodigio que el realizador de Del tiempo y la ciudad logra, sin descuidar su habitual búsqueda de belleza formal y la atención por la reconstrucción de época, en una película que no deja de crecer con el paso del tiempo.
La última película de Terence Davies es una pièce d’époque, un retrato de Emily Dickinson, considerada una de o la más grande poetisa de los Estados Unidos, contemporánea de las inglesas Jane Austen y las hermanas Brontë, aludidas en el film. Davies se vale de todo su academicismo para trazar un cuidadoso e impecable cuadro de época en una sociedad cerrada y puritana, la de Nueva Inglaterra en Estados Unidos en la segunda mitad del siglo XIX. Detallista, exquisito creador de atmósferas, Davies recrea el ambiente enclaustrado en que vivió la escritora, quien parece no haber salido de las habitaciones y jardines de su casa, ni haber conocido más personas que las de un entorno muy reducido y, sin embargo, dio gloriosos versos de humanidad romántica y profundidad sabia y poderosa. La puesta en escena responde a la obsesiva minuciosidad de Davies, con encuadres clásicos, estilizados paneos de las habitaciones, y un sugerente uso de la luz, creando claroscuros de sutiles contrastes, en planos muy pictóricos a manera de cuadros de época, gracias a la fotografía de Florian Hoffmeister. El film está centrado en la personalidad de Emily, quien si bien parece al comienzo una joven fresca, de fuerte e independiente personalidad, ya decidida a volcarse de lleno a la escritura, con los años va evolucionando hacia la persona de una mujer ácida, de sexualidad reprimida y acerba ironía, siempre con la respuesta de palabra justa y destinada al mármol. Los diálogos de Una serena pasión son lo más elaborado del film, incluso más que la exquisita imagen, y Davies le imprime un tratamiento teatral, discursivo, que junto a la estrechez del espacio crea un sentido de claustrofóbica prisión, progresivamente más encerrada. Cynthia Nixon (muy ajena a su personaje de Sex and the City) imprime a su Emily toda la fuerza de una personalidad aguda, pronta a la réplica cuestionadora, un carácter complejo y algo altanero que, con la falta de reconocimiento a su talento a lo largo de los años y el avance progresivo una dolorosa enfermedad que la postra en su cuarto –paralela a una neurosis-, va tornándose más acerbo. La admiración de Davies por su protagonista se desliza peligrosamente hacia la solemnidad; Emily se expide sobre variedad de temas para todos los cuales siempre tiene una opinión lapidaria: la religión, la devoción, el lugar de la mujer en esa sociedad represora y patriarcal -en una suerte de pre feminismo-, la moral, la literatura, la muerte, etc. y en todos ellos va tornándose progresivamente más intolerante, perdiendo la frescura y el humor de la juventud. En concordancia, la luz, que en el comienzo es resplandeciente, va debilitándose al final. En esta oportunidad, Davies trabajó con actores y técnicos de Bélgica y Estados Unidos. Jennifer Ehle cumple una acertada performance como la hermana de Emily –quien después de su muerte sería la responsable de su trascendencia como escritora-, siempre colocada en segundo plano, ejecutando una suerte de contrapunto de sensatez y sentido común frente a esa hermana terminante e intolerante. En cambio Keith Carradine como el padre parece fuera de lugar, en una sobreactuación menos ajustada. Una serena pasión no es un film fácil de incorporar: si bien tiene un atractivo visual estético irresistible, donde cada flor, cada vela, cada detalle del vestuario y cada gesto ocupa su lugar delicadamente controlado, la rigidez de los conceptos, la claustrofobia de esa vida clausurada, la abundancia de los poemas que ilustran cada acto, cada escena, pueden terminar por crear alguna irritación. La banda sonora merece una mención: Davies tiene una especial sensibilidad para la elección de las música y no falla en este film: su elección de Charles Yves parece la más acertada.
Emotivo viaje al alma de una gran poeta norteamericana En toda su vida, Emily Dickinson solo viajó al internado de señoritas distante 16 kilómetros, y a un oftalmólogo en Boston. Prefería quedarse en su casa natal fuera del pueblo. El hogar, el bosque cercano, los pocos parientes, eran su único mundo. Eso, y los breves y numerosos poemas que escribía por las noches, encuadernaba en librillos cosidos a mano, y a nadie mostraba. Terence Davies ha viajado más, pero toda su vida alimenta el triste recuerdo de su hogar en Liverpool, su madre y sus hermanas. Las películas del poeta inglés y los versos de la poeta de Nueva Inglaterra cultivan el éxtasis melancólico de los pequeños momentos y la íntima angustia de saber que todo ha de perderse. El ya puso algo de ella en su documental "Of Time and the City". Ahora se pone entero en la representación de aquel mundo, y en la captación del alma cariñosa y dolorida de aquella mujer. Lo hace de modo calmo, respetando tiempos y mentalidades de una época que ya pocos comprenden. Lo filma en el mismo pueblo de Amherst. Lo ayudan Florian Hoffmeister, director de fotografía, y otros exquisitos como ellos, y sobre todo Cynthia Nixon, admirablemente transformada, Keith Carradine (el juez Dickinson, severo y paciente), Jennifer Ehle (la hermana), Annette Badland (la tía graciosa), un elenco excelente. Hay unas pequeñas licencias biográficas, que no molestan, y algunos versos mal traducidos en los subtítulos, que molestan un poco. Los interesados pueden consolarse leyendo en internet la edición bilingüe del colombiano Hernán Vargascarreño, o buscando en anticuarios los poemas traducidos por Silvina Ocampo, con prólogo de Jorge Luis Borges.
Poesía visual para Emily Dickinson En medio de un cine contemporáneo que apabulla, que apuesta al impacto efímero, la obra del talentoso Terence Davies resulta un oasis, un remanso que cierto sector de la cinefilia reivindica la belleza y fuerza expresiva de cada una de sus imágenes y la profundidad psicológica de sus personajes. Con un tempo muy particular, que permite apreciar detalles que en el "ruido" de la producción actual muchas veces se pierden, la filmografía del maestro británico exige una atención y un compromiso que quizá muchos espectadores ya no estén dispuestos a entregar, pero la recompensa es única. En este caso, el realizador de La Biblia de neón y Sunset Song rodó una biopic para nada convencional sobre la brillante poetisa estadounidense Emily Dickinson (interpretada por Cynthia Nixon). Con una puesta rigurosa y por momentos algo teatral, Davies describe con acidez y humor negro las contradicciones y miserias personales de una artista torturada e incomprendida en vida. Eran tiempos (vivió entre 1830 y 1886) de represión y culpa para las mujeres, y la escritora fue, a su manera, casi sin proponérselo y aun estando recluida en la casa familiar, una pionera del feminismo. La elegancia de la narración y la sensibilidad para reconstruir el universo íntimo de la protagonista hacen de Una serena pasión ya no sólo cine sobre poesía, sino un cine que es poesía.
Un enigma llamado Emily Dickinson Con maestría, el británico Terence Davies retrata a la gran poeta estadounidense. Emily Dickinson es considerada la mayor poeta estadounidense, pero, tal vez por haber alcanzado ese sitio póstumamente, su biografía se prestó a contradicciones. Suele ser descripta como alguien enfermizo, misántropo, dedicado sólo a su familia y a su literatura; también, como una persona con un gran sentido del humor y la ironía, desafiante de la religión y las reglas sociales, jamás resignada al rol que se le reservaba a la mujer en el siglo XIX. Lo seguro es que le pertenecen algunos de los mejores versos que se hayan escrito. Era un personaje que necesitaba ser tratado con una sensibilidad como la de Terence Davies, uno de los cineastas británicos más personales (pero poco conocido en la Argentina: éste es apenas el segundo de sus ocho largometrajes que se estrena más allá del Bafici y Mar del Plata). Davies eligió retratar las dos facetas que, se supone, mostró la poeta: su talento, su inteligencia, la profundidad de su espíritu y, también, su comportamiento patológico. Pero, a diferencia de lo que ocurre en la mayoría de las biopics, su arte está en primer plano. La clave está en los chispeantes y descarnados diálogos: alejados de cualquier solemnidad, algunos parecen poemas en sí mismos; de hecho, muchas líneas de Emily Dickinson están tomadas de sus propios versos (que también aparecen directamente recitados por ella). Esa esgrima verbal, que exige máxima concentración, le da a la película gran parte de su carácter teatral, reforzado por la naturaleza de las escenas. La mayoría transcurre en interiores, con los personajes quietos: las que se mueven, y a toda velocidad, son sus neuronas y sus lenguas. Eso sí: mucho de lo que Una serena pasión gana en ingenio, lo pierde en sentimiento. En cada plano, Davies demuestra toda su pericia visual: las tomas parecen cuadros de algún gran maestro holandés. También, una gran destreza en la dirección de actores: sobre todo, es sorprendente el trabajo de la protagonista, Cynthia Nixon (Miranda Hobbes en Sex and The City), que sabe ponerle alma a la poeta, y voz a versos como estos: Qué tristeza ser alguien/ qué público: como una rana/ decir el propio nombre junio entero/ para una charca admiradora.
Una Serena Narración. Una Serena Pasión, lisa y sencillamente, cuenta la historia de vida de la reconocida poetisa norteamericana, haciendo énfasis en su particular personalidad y las diversas dificultades que contribuyeron a la creación de su poesía. El guion te da la sensación de estar viendo un libro de poemas de Emily Dickinson llevado al cine. El mismo está dotado de una buena estructura, que cuenta con sendos conflictos que oscilan entre las cuestiones de género (propias de la Norteamérica del siglo XIX) y las tragedias personales. No obstante, si bien en un principio pueden llegar a parecer interesantes los temas de conversación que se presentan entre los personajes y sea cautivante la fuerza de espíritu de la protagonista, a medida que progresa el metraje son recursos que se desgastan y se llegan a sentir como un relleno para hacer tiempo hasta la llegada del siguiente punto de giro. Párrafo aparte merece la utilización de los diálogos que pueden llegar a tener un tono demasiado literario, tirando a lo exagerado. Inicialmente se lo achacaría como un defecto, pero también, por otro lado, el material base del que parte está prestado a eso. Es precisamente este apartado el que me hace advertir al lector que su disfrute de esta película depende intensamente de cuan versado sea en la obra de la poetisa. En materia visual, por el costado de la escenografía y vestuario, es bastante prolija, casi sin llamar la atención, lo que es de destacar en propuestas como ésta donde lo que se busca es que la reconstrucción de época se note y mucho. La fotografía es de una enorme riqueza. Cada encuadre hace un buen uso de la luz y de la composición, logrando que cada fotograma sea un cuadro para colgar en la pared. Por el costado interpretativo, el plantel de actores como un ensamble también entrega un trabajo adecuado. Sin embargo el punto fuerte es la labor de la intérprete protagónica, Cynthia Nixon. Su trabajo consigue que el espectador aprecie lo que Dickinson atravesó a lo largo de su vida, aunque tampoco es algo que revolucione. Conclusión: Si bien rica desde lo visual y adecuada desde lo actoral, Una Serena Pasión puede llegar a dejar afuera a los públicos más generales por la intensidad de su tono literario. No obstante, aquellos que sí son versados en la obra de la poetisa a lo mejor le puedan sacar un mejor provecho.
Terence Davies es un hacedor de historias intimistas en las que privilegia los climas y atmósferas por sobre la grandilocuencia de la acción. En esta oportunidad tomando la vida de la gran Emily Dickinson y construir un repaso sincero sobre su legado. Cynthia Nixon en uno de sus mejores papeles, otorga a la poeta de una sencillez y estoicicidad única, verdadero imán del relato, el que, con hallazgos clásicos, posibilitan un disfrute total de su visionado.
EL ALMA DEL POETA, ENTRE LA DIVINIDAD Y LA PASIÓN El último film del director inglés Terence Davies (Sunset song, La luz entre los océanos, The house of Mirth), nos lleva de viaje hacia la vida de la inquietante poetisa americana del siglo XIX Emily Dickinson, desde el momento en que está en el inicio de su adultez hasta el fin de sus días. La película condensa casi 30 años de la vida de nuestra protagonista utilizando recursos muy cuidados, sutiles y efectivos para denotar el paso del tiempo como las conversaciones sobre la guerra de la secesión y su arco histórico, el uso de las fotografías y los cambios en las caracterizaciones. Un manejo temporal para nada disruptivo, sino todo lo contrario creciente, lento y cadencioso. En el raconto de su vida vemos a la joven Emily llegar de nuevo a su hogar luego de 13 años pupila en Amherst Academy, donde en una escena muy inteligente el realizador ya nos muestra su espíritu cuestionador y contestatario entre las alumnas y la docente del establecimiento. En este regreso, sus costumbres contrastarán con las del resto de los lugareños. Su ropa, su actitud anti social, sus planteos de corte feminista y su preferencia por relacionarse solo con mujeres, en este caso construyendo una simbiótica relación con su hermana Vinnie, que será un punto velado dentro del film en cuanto al tema del amor lésbico y los tabúes de la época. Pero decir que la película es tan solo un paneo por la vida de esta magistral poetisa no es hacerle justicia, ya que lo arriesgado, sin duda alguna, está en la elección de esta figura de las letras hoy reconocida a la altura de grandes plumas masculinas americanas como la del maestro Walt Whitman. Estamos en el año 1800 y la voz femenina es algo aún no validado, no autorizado y ante todo cercenado por uno de los más grandes poderes sociales: la iglesia. De joven Emily ya deja entrever sus filosas observaciones sobre el rol de la mujer, el amor y la libertad del alma, inquietantes reflexiones para la figura de su padre, un personaje clave en la historia y en la vida real de Dickinson. El padre es presentado como un pensador libre, abierto a los debates, pero por eso no deja de representar la ley familiar y ante todo el bastión de los valores religiosos como principios incuestionables: “el alma no puede pertenecerle a los hombres, el alma le pertenece exclusivamente a Dios”. Davies utiliza una cámara austera y nítida en sus encuadres, construyendo rígidos planos fijos que ponen a la vista lo estructurado en la vida de la escritora, haciendo del espacio un espejo de las armazones sociales. En contraste hay algunos travellings muy suaves, casi circulares, que en los momentos más íntimos acompañan a la protagonista en una observación de su soledad, escribiendo y fantaseando. Un travelling muy notorio, el más vertiginoso de todos, se plantea cuando la escritora enferma de nefritis y cada vez más cerca de la muerte alucina que alguien, a quien sueña su amante, viene a su cuarto a poseerla. El relato podría instalarse como un mero biopic de una mujer de renombre con una vida de aislamiento y soledad, todo enmarcado en una época atractiva a la vista y reflejada con detalles elegantes. Pero Davies elige rescatar la poesía, eso que hace de Dickinson un sujeto único, con todo lo que la palabra “poesía” connota y sublima. Con el uso de la voz en off de la protagonista, escuchamos en varios pasajes las rimas de Dickinson, que acompañadas de una cámara contemplativa nos alejan de la mera biografía tradicional para envolvernos con la belleza de la metáfora y sus íntimas pasiones. Amistades por correspondencia, aislamiento absoluto, una escritura inédita con casi 2000 poemas jamás publicados en vida y ante todo la desgarradora puja del alma entre Dios y el hombre. La espera de un amor que jamás llega, la lucha por el libre albedrío y la resignación frente a la idea religiosa del destino. Es cierto también, que hay elementos que al film no le otorgan una mayor categoría, son algunos muy específicos y no menores: una extensión excesiva en la duración total generando varias mesetas narrativas, la elección de Cynthia Nixon que no resulta ser la mejor de todas las opciones para un personaje tan atormentado como el de la poetisa que encarna y cierta aliteración en los diálogos donde temas ya tratados vuelven a la carga sin grandes variaciones. Si la poesía de Dickinson y esta panorámica sobre la época son de interés para el espectador, es una buena oportunidad para que el film nos motive a leer los textos de esta gran artista. “Como yo no podía detener a la muerte, amablemente, ella se me detuvo junto a mí” Emily Dickinson Por Victoria Leven @victorialeven
Retrata la vida de la poeta Emily Dickinson desde su adolescencia hasta su muerte a los 56 años. Se encuentra bien contada pasando por el amor, el sufrimiento, la poesía, las creencias, los dolores y tormentos de la poetisa norteamericana y muestra la relación que tenia Emily y su hermana Vinnie (Jennifer Ehle). Cuenta con un buen elenco y una buena interpretación de Cynthia Nixon que encarna a Emily Dickinson adulta. Este film goza de una estupenda belleza poética, estética, con buenos diálogos, algunos toques irónicos, reconstrucción de época a mediados de siglo XIX, el vestuario, el maquillaje y la dirección de fotografía resulta deslumbrante. No tiene un gran ritmo, no logra sostenerse a lo largo de dos horas cinco minutos y por momentos resulta tediosa.
Llega por fin a salas Una serena pasión, el retrato que Terence Davies realiza sobre la escritora Emily Dickinson, interpretada por Cynthia Nixon. El realizador inglés Terence Davies (The deep blue sea, Sunset Song) decide llevar a la pantalla grande la vida de una de las poetisas más importantes de la literatura: Emily Dickinson. Para eso se vale además de la imprescindible colaboración de Cynthia Nixon, quien se pone en su piel y consigue su interpretación más lograda. Emily Dickinson nace en una familia de buena posición económica que mantiene fuertes creencias cristianas. Pero ella, sintiéndose atrapada y presa de las normas sociales, se rebela constantemente y utiliza sus escritos para criticar y luchar. No está a favor de vivir aparentando y no teme decir las cosas que piensa de manera directa, aunque a veces suene dura. Es una mujer adelantada a su época y eso nunca está bien visto. Davies entrega lo mejor de su cine y con esta película pasa de una ligera y efectiva comedia a un drama más intimista. A medida que la muerte, el final, se acerca, el filme se torna más oscuro, se abandonan los planos abiertos al exterior (la fotografía de Florian Hoffmeister nos ofrece unos planos que son una obra de arte en sí), y se opta por retratar a la protagonista dentro de su casa, en su cuarto, donde permanecerá aislada. Esa casa que se transforma en un personaje más. Es imprescindible, una vez más, mencionar a Nixon que, en silencio y con su sonrisa, puede parecer dulce e inocente y luego sabe destilar una ironía y sarcasmo que, lamentablemente, con el paso del tiempo se van transformando en una amargura que la lleva a encerrarse cada vez más. La actriz logra reflejar estos diferentes estadíos, emociones y contradicciones con mucha solvencia. La pintura que Davies realiza de la poetisa es muy completo, clásico y, al mismo tiempo, no es una biopic propiamente dicha: la Dickinson que le interesa a Davies es la adulta. Hay mucho amor por el cine, por una época y por esta figura literaria. No sólo se dispone a mostrarla a ella en su cotidianeidad, sino que, a través de inserts de voz en off, se puede apreciar mucha de su poesía. Davies ya ha demostrado saber retratar universos femeninos y esta vez sea, quizá, la más lograda.
La poesía apasionada de Emily Dickinson (1830-1886) atraviesa, y el director Terence Davies está a la altura de la tarea de trasladar la hondura lacerante de esa obra y esa vida, la de una mujer iluminada, interpretada con pasión y entrega por Cynthia Nixon, la de Sex&theCity. Especie de biopic sobre la poetisa, una de las grandes plumas de la literatura clásica estadounidense, se despliega en una sinfonía de escenas íntimas, en la casa familiar o el "modesto jardín", a través de las décadas. Son escenas pautadas por el ritmo de las palabras, un ping pong de diálogos chispeantes de los que no queremos perder ni una coma, porque pueden ser desopilantes o de una profundidad que desarma. Esta es gente que habla del alma, que discute formas de vivir, la naturaleza de la felicidad, la existencia de Dios. "El vicio es sólo virtud disfrazada", dispara el hermano, único casado -y sexuado- de los tres. O "no resistas a tus vicios: son tus virtudes a las que hay que temer", como le dice la amiga liberada, en ese mundo ultrareligioso. Ella aconseja a la poeta, aunque la hipocresía la indigne: mantené tu desobediencia en secreto. Con unos movimientos de cámara elegantes y sutiles, Davies deja que escuchemos a sus personajes, por momentos casi como en una puesta teatral, pues el contexto y la época imponen rigores corporales y formales. Tan cerca estamos de ellos, de sus complicidades y lazos afectivos, que reímos y lloramos con ellos, esos seres entregados a sus emociones y asomados a sus abismos.: "Mi vida pasó como un sueño del que no fui parte". Y como centro, los versos luminosos de Dickinson, febriles escritos en el silencio y la oscuridad de la madrugada por esa mujer de inteligencia vivaz que ocupa el centro de la escena en el cuerpo, la voz y la mirada de Nixon. Como biopic, una de las más hermosas y emocionantes que se hayan visto en tiempo
Hay pocas oportunidades de ver grandes películas en el cine de estos días. Por eso, vale la pena esta biografía fílmica de Emily Dickinson. El material de base (la vida de una mujer de tal independencia que hasta creó un lenguaje poético propio) ya es maravilloso. Pero aquí hay un director extraordinario llamado Terence Davies, de quien nuestros tuertos distribuidores nos deben muchas obras maestras. Davies siempre trabaja sobre lo extraordinario que supo nacer en mundos extinguidos, siempre desde las emociones y siempre con una precisión cartesiana para no contar ni de más ni de menos, para no mostrar nada que pueda deslizarse al golpe bajo. Su artesanía es de una gran paciencia, y así logra que los mundos que nos hace recorrer tengan la densidad de lo real. El trabajo de Cynthia Nixon es una invención perfecta: logra que la Dickinson se convierta en materia del cine.
En busca de la belleza Una pasión silenciosa es mucho más que una biopic sobre Emily Dickinson y un culebrón decimonónico: es una película sobre la poesía y sobre la muerte. Hay una frase célebre que dice que “escribir sobre música es como bailar sobre arquitectura”, una boutade ingeniosa atribuída a Frank Zappa y a Elvis Costello pero cuyo origen verdadero se desconoce. Se usa para condenar el trabajo de la crítica y, como toda frase ingeniosa, parece contener una verdad. Pensé en ella mientras veía Una pasión silenciosa, la primera película de Terence Davies en estrenarse comercialmente en la Argentina. No porque escribir sobre ella fuera particularmente como bailar sobre arquitectura (no más que escribir sobre Misión Imposible: Nación secreta o Mad Max: Furia en el camino), sino porque hacer una película sobre poesía en un punto es tan “bailar sobre arquitectura” como escribir sobre ella. La película de Davies muestra que aquella célebre frase es una pavada y que las letras, las imágenes, los sonidos, la música, el mármol, son todos medios con los que traficar ideas. Con una puesta en escena impecable y unos diálogos exquisitos, la película cuenta la historia de la poeta americana Emily Dickinson pero en el fondo habla de la vida, de la muerte y de la poesía. Dickinson está interpretada por Cynthia Nixon, la cínica Miranda Hobbes de Sex and the City. Quizás haya un guiño ahí, aunque Nixon se gana el papel por mérito propio, porque Una pasión silenciosa también habla sobre las distintas formas de ser mujer. La primera escena es elocuente y extraordinaria. Un grupo de jóvenes mujeres termina el primer año de seminario. Están paradas, sus manos entrelazadas por delante, serias y reconcentradas. Emily (ahí interpretada por la joven Emma Bell) está en el centro y el plano es simétrico. La directora les hace una pregunta “de suma importancia que afecta a su bienestar espiritual”. ¿Quieren entregarse a Dios y ser salvadas? La directora, estricta, les dice que las que quieran ser cristianas y salvadas, se muevan a la derecha. Y el resto, las que tenga todavía la esperanza de ser salvadas, a la izquierda. La joven Emily queda sola en el centro. Ella no sabe qué quiere y así se lo hace saber a la directora. En esta primera escena está la clave de la personalidad de Emily: es inteligente y no es hipócrita, por lo tanto es diferente y está sola. Su refugio será la poesía, y a medida que avanza la historia y vemos su relación con su familia, con algunos pretendientes, sus ideas respecto de las mujeres y de los hombres, escuchamos versos alusivos de su poesía. Porque en el caso de Dickinson, su poesía no puede desligarse de su vida íntima. Quizás esto sea común a todos los poetas, pero el caso de Dickinson es parecido al de Borges: vidas consagradas a la literatura. Una pasión silenciosa es una rara avis en los estrenos comerciales. Una película árida pero con un humor extraordinario. En ese sentido recuerda un poco a la excelente Amor y amistad, de Whit Stillman, pero la película de Davies va mucho más allá del culebrón decimonónico. Funciona como un vehículo que nos transporta, no a otra época, sino a otro plano sensorial. El de las ideas y la poesía. Pero lo hace con imágenes. Una verdadera proeza.
El valor de las palabras. Lo primero que puede decirse de esta biopic de Emily Dickinson (1830-1886) es que hace honor a lo que fue su sofocada vida, que se encendía con la poesía: más allá de lo que consideren biógrafos y expertos, en principio parece coherente que la acción casi no salga del restringido universo familiar de la protagonista y que en su transcurso descuellen las palabras, que van y vienen afiladas, pulidas, fecundas. Otra certeza es que Una serena pasión –como decíamos aquí de Francofonía (Alexandr Sokurov) y Lejos de ella (Jia Zhang-Ke)– es uno de esos exponentes ya raros de un cine que pocos hacen. Con su rigurosa puesta en escena, su ritmo pausado y su buceo por temas que demandan un espectador adulto, se alza como una propuesta excepcional dentro de lo que la cartelera comercial suele ofrecer a lo largo del año. Emily no es un personaje demagógico: se expresa desafiante con el poder patriarcal de su época sin liberarse de su entorno familiar, se rebela ante el puritanismo que la asfixia encontrando una salida sólo en su afición por la escritura, se muestra afectuosa pero termina volviéndose bastante cínica y cruel. El film abarca tramos de su vida sin desdeñar el humor sagaz que se desprende de algunas conversaciones y desviando la vitalidad de su juventud hacia la cerrazón de sus últimos años. El director continúa fiel a un estilo inconfundible, que evidencian las pocas películas que realizó a lo largo de cuarenta años, y que los cinéfilos argentinos han debido rastrear (persiste en quien esto escribe el melancólico fulgor de El mejor de los recuerdos [The long day closes], exhibida en una función de Cineclub Rosario a comienzos de los ’90). La suavidad con la que la cámara se aparta del escenario de un teatro para mostrarnos a Emily, sus hermanos, su padre y su tía en un palco, así como la originalidad con la que se exponen el paso del tiempo en los personajes y la interposición en sus vidas de la Guerra de Secesión (dos resoluciones ejemplares), más la belleza de la secuencia en la que la mujer imagina a un hombre subiendo las escaleras hacia su cuarto, hablan de un realizador que sabe maniobrar con enorme sutileza sus materiales. En tanto la retórica de sus personajes aleja al film del naturalismo, el vuelo formal de momentos como ésos demuestran que a Davies le interesa auténticamente el cine y no la elaboración de un armazón lustroso por donde pasear figuras salidas de una enciclopedia. Hacia el final, la delicadeza declina, en parte, ante un par de muertes presentadas de manera convencional, con lágrimas y esfuerzos actorales de esos que acostumbra prodigarnos la televisión. Los intérpretes (especialmente Emma Bell y Cynthia Nixon, que dan vida a Emily en dos etapas distintas de su vida, y Keith Carradine como el padre, cuya voz grave ruge en la sala cada vez que exige o susurra algo) cubren el film de miradas húmedas, sonrisas entusiastas y rictus de miedo o desilusión. No es mucho lo que expresan con sus cuerpos, pero hablan y miran con inusual intensidad. Por Fernando G. Varea
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Una gran poetiza gana en el cine reconocimiento en una obra sensible con estupendo trabajo actoral “¿Pero y los himnos?” Pregunta Emily. “Eso no es música,” contesta su tía en medio de un concierto, horrorizada además porque en el escenario hay una mujer cantando. Un simple botón de muestra de la forma elegida por el director Terence Davis para aproximarse a Emily Dickinson, la poetisa de Nueva Inglaterra que hizo de su trabajo una oda a una perseverancia oscura y llena de anhelos de vida, cuyas luces se fueron apagando con el fragor de las respuestas a sus preguntas sobre la muerte, el tiempo, o el transitar por la vida. Ya en los primeros siete u ocho minutos hay tres situaciones en las cuales se pinta de cuerpo entero a una joven colegiala dispuesta cuestionarlo todo, y muestra sus garras intelectuales frente a los mandatos, empezando por los religiosos, siguiendo por los políticos, y luego por los familiares, aun con un padre de ideas y mente abierta. Hoy le gritarían progre por la calle, en aquella época podía ir preso. Si bien a priori puede parecer esquemática, de narrativa tradicional y de recursos previsibles, hay muchos elementos, si el espectador está dispuesto a descubrirlos, que contradicen esa primera impresión. Justamente, abrazando uno de los preceptos la escritora que decía “aborrecer lo obvio”, lo literal de la aparición de los poemas se vuelve menester, y hasta podría decirse que las palabras suenan a la música que rondaba por la mente de la gran artista. Lo mismo sucede con la dirección de arte y la fotografía. Hay tomas en donde todo parece frío pese a estar en plena luz del día y en verano, pero claro, la idea es llegar al alma de la poesía de Dickinson y para ello fue necesario este retrato en donde el sufrimiento interno está disfrazado por una sonrisa que va deteriorándose a medida que pasan los años. De alguna manera esto también define la enorme sensibilidad de “Una serena pasión” para adentrarse en los cuestionamientos, contradicciones, y carencias de la protagonista. Acaso también haya sido el motor generador de esos poemas desgarradores y ciertos. El estupendo trabajo de Cynthia Nixon, a años luz del insulso personaje de la serie “Sex and the city”, es un traje a medida para desplegar técnica pura de actuación frente a cámara, porque si bien el guión es cronológico el grado de afectación del personaje encuentra un perfecto equilibrio para no desbandarse hacia lo melodramático. El mundo de la poesía tiene un gran exponente en este estreno, y ciertamente Emily Dickinson tiene en el cine el lugar que se merece.
Terence Davies es un cineasta británico sutil, profundo y bastante prestigioso dentro del llamado cine arte. Tiene una gran sensibilidad para narrar historias intimistas pero a la vez entiendo como llegarle a la audiencia a través del humor y las anécdotas simples y emotivas de la vida diaria. Si bien las biopics son su expertisse, es un director que celebra las emociones y las batallas contra las relaciones sociales establecidas. Pueden ver "The Deep Blue Sea" y deleitarse con una Raquel Weisz increíble, en caso de que quieran empezar a explorar su filmografía (se deben mencionar también, "Sunset song" así tienen un mejor entendimiento de su perfil). Pero el tema que nos convoca es la biografía de Emily Dickinson, poetisa norteamericana, revolucionaria por su manera de entender la métrica, quien vivió toda su existencia, en su casa y con su familia. La encargada de corporizarla es la ex Sex and The City, Cynthia Nixon, quien se transforma en el centro neurálgico de una cinta particular. No abundan los escenarios y todo se resume a contemplar las charlas de la familia y la interacción entre los miembros en el día a día. ay que decir que Emily parece haber sido una mujer de carácter complejo, predispuesta al diálogo, pasional y melancólica, quien nunca da con lo que desea, por una u otra razón. Hay una trama de secundarios que viven este escenario con ella y se prestan para diálogos agudos y simpáticos, en los que accedemos a conocer la intimidad de una artista destacada de la poesía. De hecho al morir Emily, muy poco de su obra había sido publicada. Su hermana llevaría adelante el legado para mostrar el enorme potencial que evidenciaba la gran Dickinson. Daevis se siente cómodo rodando en lugres semi oscuros, lejos del campo abierto. Lo más rico del film se da cuando el personaje principal se conecta con su hermana y abren un espacio para la intimidad y el dolor, único y personal. "Una serena pasión" es un drama biográfico que sorprende desde su ejecución porque... convengamos que pasar 125 minutos en un solo espacio geográfico y con no más de cuatro personajes como sostén de la historia no es tarea fácil. Pero el cineasta británico se las ingenia para que conozcamos más de la vida de Emily Dikinson a la luz del contexto en el que creó esos poemas que la hicieron inmortal. Y lo hace con ingenio y ductilidad. Desde ese lugar, este debe ser de las pelícuas más logradas en la carrera de este director. Una ventana a la creación y a los corazones que viven ese proceso.
Entre poemas, temores y reclusión el film de Terence Davies Una Serena Pasión es un viaje con un comienzo simpático y un final digno del género horror sobre la vida de la poeta Emily Dickinson. A Quiet Passion (nombre original) pone en primer plano la actuación de Cynthia Dixon para que funcione a toda máquina el proyecto de Davis. Dixon ofrece un master class en acting personificando los años adultos de Emily (en su juventud la encargada del papel es Emma Bell). Pasando por épocas doradas y terminando en la desgracia que Dickinson sufrió en sus últimos momentos de vida, las expresiones de Dixon funcionan como un reloj para recrear reacciones en cada situación presentada. Dixon devora cada segundo en pantalla y se encarga de no dejar absolutamente nada sobre la mesa. Al abordar esta biografía Terence Davis cautiva al público utilizando la sintonía de escenas con la banda sonora, podríamos referir A Quiet Passion como un film sinfónico visual. Esto no es ninguna novedad en la carrera de Davies ya que casi todos su trabajos - haciendo a un lado contenidos - se ven y se sienten hermosos. Determinadas situaciones tétricas de época resultan placenteras de ver gracias a la magia de este visionario director y la fotografía de Florian Hoffmeister. De todas formas y hay que decirlo, el film es extremadamente difícil de ver; Comienza de forma simpática y amigable sin embargo poco a poco se va transformando en un hibrido de horror; Esa Emily Dickinson decidida y adelantada a su época se convierte en una sombra de su joven ser, el descenso psicológico y físico del personaje llega a bordear similitudes con el personaje de Zelda Goldman de Pet Sementary (1989), y al finalizar la película lo único que te queda en la mente es esa figura deformada pidiendo ayuda como sí Emily Dickinson nos persiguiera en sueños o mejor dicho, pesadillas. Terence Davis A Quiet Passion es un notable film a nivel técnico y actoral desafortunadamente la excelencia de esos puntos queda opacada por un tortuoso segundo tramo del film que sólo muestra sufrimiento con imágenes de dolor y ningún tipo de placer.
ENCIERROS ENCANTADORES El cine burdamente llamado “de época” se le da muy bien al británico Terence Davies y así lo demostró en el 2015 con la dramática Sunset song, donde -como aquí- cuenta con una factura técnica de una belleza exorbitante y una minuciosidad solemne. Esta vez deja la dura vida de campo, pero nuevamente se centra en el protagónico femenino desde la biografía de la famosa poeta norteamericana Emily Dickinson, contemporánea de las inglesas Jane Austen y las hermanas Brontë. A partir de una atmósfera de clase acomodada dentro del contexto adulto y familiar de Dickinson durante la Guerra de Secesión de EE.UU., Davies cuenta lo brillante y ácida de esta mujer adelantada para su época. Una figura femenina apasionada por las letras y la crítica social en un mundo donde esas virtudes no le correspondían a una “dama”. Davies retrata a la perfección cómo esta artista pasa del anonimato a la inmortalidad sin la necesidad de resaltar en vida sus obras. Precisamente en Una serena pasión se muestra ese misterio que engloba a su biografía desde el encierro un poco voluntario y otro, limitado por una enfermedad creciente que la aquejaba desde muy joven a postrarse en la cama. Ese mismo misterio que no puede resolverse -por los avatares propios de la vida- ni explicar cómo esta poeta pudo describir sentimientos y acciones que jamás transitó con una claridad sorprendente en versos románticos. Algo similar como esa genialidad innata de iluminados, señores escritores como Shakespeare o Flaubert, para describir sensaciones propias del mundo femenino en sus personajes protagónicos. Dickinson era un ser sensible y sorprendente que pendulaba entre comentarios ácidos y una brillante intelectualidad descollante propia de su nivel social. Podía desafiar a quienes la rodeaban sobre cualquier temática de conversación ganando con su cosmovisión del mundo. Y a la misma vez aislarse completamente de él. Por ello, el film se centra en pocas locaciones donde prepondera su casa paterna y única morada más un pequeño círculo social que se va achicando conforme pasan los años. Una serena pasión trata de la quietud y tranquilidad de un ser frente al progresismo y los cambios de la vida. Esto se refleja tanto en la fotografía como en la utilización de la luz que genera exquisitos claroscuros contrastantes. Lo que con el pasar narrativo propaga ese clima asfixiante e intimista de encierro progresivo al que Dickinson se somete desde su juventud hasta la adultez. Los planos en cadena son elogiables y cuentan con peso propio como si de cuadros pintados se trataran. Esa belleza apabullante que sólo Davies, como eximio experto, maneja. Otra de las aristas interesantes en esta película y en el cine de Davis es la utilización de los diálogos que en un principio resultan acartonados y densos. Parece como que los actores recitan estrofas memorizadas. Sin embargo, con el correr de los minutos, el espectador comienza a naturalizarse con ellos por el mismo clima dramático que nos arrastra junto a la protagonista. Por suerte, Una serena pasión cuenta con pasajes de humor contenido e ironía propia de la época y del mundo interno de Emily -sorprendentemente interpretado por Cinthia Nixon, “la colo” de Sex and the city-. Algo totalmente diferente en su carrera y que la luce con creces actoralmente hablando. Davies logra así una visión delicada y soberbia en este biopic dentro de un universo cinematográfico cada vez más comercial que carece de esa exquisitez poética necesaria. Un cine no apto para cualquiera. Un cine que exige un espectador sensible y paciente.
Si toda película puede pensarse como la construcción de un posible hogar que sirva de refugio para la más variada combinación de personas y personajes, las vidas que Terence Davies viene poniendo bajo el techo de su cine forman una verdadera comunidad de resistentes y frágiles almas que escapan de los sendos destinos y mandatos que se les imponen. Él mismo ha utilizado su cine como un espacio de subsistencia, desde el cual se permite recordar con particular nostalgia esos tiempos definitivamente perdidos que formaron su manera de ver el mundo, evocativas visiones de una infancia nada feliz a la cual rememora desde la retaguardia de sus imágenes. Está ud sola en su rebelión, señorita Dickinson, le dirá la headmistress del colegio religioso del que termina huyendo, no por que la echen sino porque ella así lo desea. Sola, en el medio del inmenso espacio, entre la entrega a una vida sin pecados y otra de pura espera a la redención, Emily no tiene otra cosa que la sinceridad de sus sentimientos, y ahora mismo, ante la pregunta de la entrega o la renuncia, no podrá responder, impávida, otra que cosa que saberse ignorante porque ella “no siente nada”. Consecuentemente, en A quiet passion, su biopic en torno a la vida y obra de Emily Dickinson, estamos la mayor parte del tiempo dentro de los confines de un hogar. Se trata de la casa familiar de los Dickinson, en Amherst, Massachusetts, plena de dorada luz que entra por todas las ventanas pero lo suficientemente oscura y fría por las noches como para permitir que se vuelva el espacio ideal para que Emily escriba sus poemas (entre las tres de la mañana y el amanecer, tal su horario de escritura preferido). Lo interior, parte esencial de la vida de todo poeta que se precie de tal, encuentra en la película de Davies una predominancia absoluta. Y aquí esa interioridad se refleja en la intimidad de una vida adentro, que, a medida que la tragedia del vivir se imponga, indefectiblemente, sobre varios de los miembros de esta familia, la poeta se irá encerrando cada vez más y más, sabiendo, tal vez, que el confort de las palabras servirán para aplacar la incertidumbre y el dolor que la afligen. Cerca del inicio, se verá uno de los momentos más poderosos que Davies haya filmado. Sentados frente al fuego, la familia Dickinson se encuentra en silencio, cada uno atentos a sus tareas. La primera en tomar conciencia del silencio que los rodea es Emily, y en ella comienza un paneo circular que irá mostrando a cada en sus ensimismamientos y una sensación de finitud ineludible los atrapará. Davis comprende que un hogar es mucho más que una casa: es un espacio de recuerdos espectrales, una construcción hecha de memorias, una zona posible de introspección. Y cuando la cámara se ponga enfrente de los ojos llenos de lágrimas de la madre de Emily, sabremos que las cosas serán de esta manera y que lo interior hará todo lo posible por salir y dejarse ver en todo su doloroso esplendor. Pero lo importante es ver cómo ese interior se dispara hacia afuera. El retrato que Davis realiza de Dickinson contempla no solo su faceta como artista y verdadera observadora de su época sino que además la expone como una mujer de su tiempo. Al comentar la escena de la confesión en Madonna and child (1980), Davies habla de una diálogo entre de Jennifer Jones y William Holden en la película de Henry King Love is a many-splendored thing (1955): “las palabras no se escuchan, se sienten”. Quizás es esa misma idea la que intenta replicar cuando deja que varias de las poesías de Emily se escuchen en off, completas, en medio de varias escenas. Es un recurso perfecto porque no permite entrever, dentro de los límites de su propia percepción del mundo, la bisagra entre lo exterior y lo interior. El hecho y su consecuente expresión poética. Para Davies no hay escisión posible entre la persona y la artista, el peso de ser una se aplaca en la otra y viceversa. Sin embargo,cada vez que Emily habla, y tiene muchas cosas para decir, lo hace de una manera completamente opuesta a su escritura. Allí donde sus poesías se revelan como pequeños objetos, frágiles versos cortos que contienen en ellos miles de resonancias, su ánimo siempre dispuesto a enfrentar cada aspecto de su época que le molesta da muestra de una figura profundamente preocupada por modificar las imposiciones de su tiempo. Ya sea desde el enojo o la calma, las interacciones que sostiene con su hermano, su padre o un sacerdote del que se enamora, cruces donde las ideas sobre la religión, el lugar de la mujer y la ineludible llegada de la muerte exponen a una Dickinson inédita. Mi alma me pertenece, dirá luego de negarse a arrodillarse y orar. La carta de un editor que rechaza publicar sus poemas “porque teme que las mujeres no puedan crear tesoros literarios permanentes” o la pelea con su hermano por mostrarse impune ante el hecho de engañar a su esposa son tan solo dos ejemplos que desatan en ella sentimientos incontrolables. La amistad que entabla con Vryling Buffam, recientemente llegada a Massachusetts, las vuelve aliadas en el sentimiento de rebeldía hacia los mandatos y el pensamiento de decencia que toda dama debe llevar. Su hermana Vinnie será el tercer miembro de esta alianza y sobre ellas Davies pondrá en funcionamiento el que tal vez sea el hallazgo más sorprendente de A quiet passion: su desenfadado humor. A través de las ásperas observaciones que este trío femenino suscita en torno a cualquier tópico, Davies deja entrever otra faceta de Dickinson que tal vez nunca habríamos sospechado y de paso espanta todos los posibles fantasmas que harían de una biopic sobre Dickinson algo lo suficientemente solemne para acercarla más bien a algo similar a lo que Whit Stillman consiguió al adaptar a Jane Austen en Love and friendship (2016). Pero el sentimiento de ausencia será aún más poderoso y terminará por borrar cualquier tipo de luminosidad. Emily ve como todos en su vida paulatinamente la van dejando: su madre, su padre, su hermano, su amiga. El cambio la afecta y la lleva a dedicarse cada vez más a la producción de su obra, que, como ella, se vuelve siempre más secreta, críptica. El tiempo es un factor imposible de ignorar y Davies entiende cómo esto preocupa a su personaje, que se sabe mortal pero que intenta como sea lograr algún tipo de posteridad. Una de las primeras escenas mostrará cómo pasa el tiempo en el rostro de todos los personajes y lo hará utilizando un tipo de edición digital que nos permite ver la mutación en plano. La decisión de Davies es consecuente con el espíritu de que afecta a Dickinson: el tiempo es implacable y nunca para hasta al punto de hacer cambiar todo en un pestañeo. La belleza de la verdad. La poesía de lo conocido. Esas son las cosas que Emily encuentra en sus contemporáneos (Las hermanas Bronte, por ejemplo, a quienes no se cansa de recomendar y halagar), y eso mismo le responde a la mujer del sacerdote en una escena vital dentro de la película cuando ésta le pregunta que qué es lo que encuentra en toda esa melancolía. Veo, porque justo mientras escribo esto alguien lo postea en Facebook, que la universidad de Harvard subió entero el herbario personal de Emily, un cuaderno de tapa dura de un poco más de 70 páginas en donde se puede ver su colección de plantas. En cada página, cinco o seis especies de plantas, hojas o pétalos yacen pegados sobre el papel. Secas y sepias, los colores de las plantas se perdieron y ahora todos poseen la misma tonalidad. Un muestrario de pequeñas morfologías que aún resisten, que toman nuevas formas debido al paso del tiempo, que subsisten en la monotonía del olvido, generan ahora una enciclopedia de esqueletos, casi un cementerio botánico. Tramas que se enredan, algunas texturas que aún perduran y que invitan al deseo de tocar: una buena analogía de la figura de la poeta, cuyas palabras aún resuenan y lo seguirán haciendo. Quizás, finalmente, Davies no quiso construir en A quiet passion una casa para Emily (la suya ya era lo suficientemente fuerte), sino más bien revelarnos su propio herbario de Dickinson, un cuaderno de imágenes que contiene en cada uno de sus planos los rasgos de una personalidad y una obra avasallante, la arquitectura emocional de una mujer que tuvo que inventarse un mundo propio hecho de palabras que le sirviera de consuelo para poder sobrellevar el peso de esa luz que sale para todos.
Crítica publicada en la edición impresa.
Crítica emitida el sábado 8/7/2017 en Cartelera 1030 por Radio Del Plata de 20-22hs.
El enigma de una vida Un seminario para mujeres llega a su fin. La institutriz pregunta a las estudiantes, como culminación de un severo proceso de disciplinamiento, acerca de su bienestar espiritual, si desean acercarse a Dios y, como consecuencia divina, alcanzar la salvación eterna. La mayoría contestará, sin titubear, afirmativamente. Tan solo una de ellas expresará, no sin nerviosismo, incertidumbre. Sus sentimientos, su forma de sentir y pensar -dirá ella- se encuentran indefinidos. La institutriz reprobará su impertinencia y confirmará así la soledad de su rebelión. La joven Emily Dickinson no resistirá mucho tiempo más en el seminario de Mount Holyoke. Su familia viajará hacia allí para rescatarla y llevarla de regreso a su casa en Amherst. Una casa que no abandonará hasta el final. La primera escena de Una serena pasión (2016), la genial última película del director británico Terence Davies, exhibirá desde el principio, mediante una notable economía de recursos, la rebelión íntima y solitaria, acaso incierta, que conmoverá desde su temprana juventud a la poeta norteamericana. Rebelión que la acompañará durante toda su vida y que Davies se ocupará de narrar con paciencia. El director británico mostrará visualmente, como lo hacen pocos autores en la actualidad, lo que permanece oculto, por detrás de las palabras y los parlamentos. Justo aquello que señala a la perfección el título del film. Una pasión serena pero inmanejable. Una pasión que será posible percibir en la mirada, en los gestos. Especialmente, y con violencia, en el cuerpo. Cada escena de la película conquistará un tiempo particular para establecer dramáticamente la situación de su protagonista, que será primero interpretada, en sus años de juventud, por Emma Bell, y luego por Cyntia Nixon, en una actuación deslumbrante. El paso del tiempo será representado con destreza y sencillez. La forma cinematográfica –que incluirá el uso de la técnica digital- estará siempre a disposición de la trama. Davies trabajará minuciosamente en la configuración de una atmósfera y un tono que promoverán el despliegue visual de los sentimientos de Emily, encuadres precisos, extensos paneos. Sentimientos no del todo determinados, pero que podrían revelar su sentido mayor en la búsqueda constante de cierta independencia, en una sociedad conservadora y hostil, fundamentalmente hacia una mujer que quiere alejarse, más no sea mínimamente, del decoro y la docilidad previstos para su vida. Una de las primeras escenas, formidable en su realización –habrá muchas otras-, sucederá en un concierto de ópera. La cámara registrará en primer lugar la interpretación de una cantante. Luego ascenderá lentamente hasta detenerse en la platea y expandir su registro hacia donde se encuentra la familia Dickinson. La escena revelará la reacción de Emily ante lo que escucha. Su rostro, puesto en relación con los rostros de los demás, exhibirá una sensibilidad particular. Cuando la interpretación termine, conversará con su familia sobre la legitimidad de la mujer en la ejecución artística.Ella se dedicará a escribir con fruición poesía durante la noche. Su producción será publicada a cuenta gotas, de forma anónima. La narración estará puntuada por la lectura en off de sus poemas. Una correspondencia entre imagen y sonido que provocará momentos únicos de proyección significante. La conversación será una constante en la película de Davies. Sus personajes dialogan, argumentan, polemizan. Sobre sus emociones, sobre la muerte y la eternidad, pero también sobre política. Como esgrima verbal, como puesta en acto de discursos sociales en circulación, en un periodo histórico determinado: mediados del siglo XIX, vísperas de la Guerra de Sucesión. La esclavitud será un tema dominante que la poeta no tardará en relacionar con la posición social de la mujer: “Cualquier argumento sobre género es guerra, porque ahí, también, hay esclavitud”, expresará cuando su hermano rechace dicha vinculación por arbitraria. La película, de todas formas, no expondrá grandes rebeliones ni reivindicaciones. En el espacio reducido del hogar familiar, la protagonista tratará de cuidar, como pueda, su autonomía. La convicción de no arrodillarse ante nadie. Su irreverencia estará circunscripta a pequeños gestos, a su escritura. “Mi alma es de mi misma”, enunciará en una discusión con su padre. Cada escena buscará desarrollar el calvario de una aflicción que con acierto el film no significará de forma concluyente. La relación con sus hermanos, con su padre, con los hombres. Sin golpes bajos, sin exacerbar situaciones dramáticas, sin gritos. No habrá escenas grandilocuentes en esta película. La pretensión y el exceso no tendrán lugar en la poética de Davies.Al contrario, el film presentará el contrapunto fluido de escenas de un humor ingenioso y sutil. El estreno de Una serena pasión es sin dudas un acontecimiento cinematográfico. La delicada forma de contar la historia, de acercarse a los pormenores biográficos que marcaron la vida de la protagonista y que sugerirán –que dejarán entrever- sus miserias y dolores, su profundo desasosiego, suscitará en el espectador una atracción inmediata y singular. Una oportunidad no demasiado frecuente para alejarse de la algarabía y el ruido y adentrarse por un rato en el enigma de toda una vida.