Ser o no ser La ópera prima de Juan Minujín muestra la vida de un actor de 33 años que enfrenta una crisis existencial desencadenada, entre otras cosas, por su no pertenencia al “sistema”. El tipo de humor que maneja el director está asociado a cierto sarcasmo relacionado a la visión que tiene el protagonista de su propia vida. Vaquero (2010) logra una conexión casi inmediata con el público y consigue captar las situaciones con verosimilitud y elocuencia. Julián Lamar (Juan Minujín) tiene un papel protagónico en una obra de teatro pero odia a su compañero de elenco, quien, según él, pretende hacer reír al público robandole las escenas. También desempeña un papel secundario en un film, pero vive acosado por los celos hacia el actor principal, Alonso (Leonardo Sbaraglia), que “seguramente gana en un año lo que él en diez”. Julián tiene la oportunidad de asistir al casting de un film que un reconocido director internacional filmará en Argentina. Apuesta al papel principal, el de un vaquero, pero estará siempre acompañado por sus prejuicios de outsider que lo determinan negativamente. Vaquero presenta a un personaje que hace equilibrio entre acomodarse a lo socialmente aceptable y la aceptación de más profundas y oscuras fantasías. A medida que la película avanza la tensión es mayor. Pero esa tensión está contenida al exterior; es su interior el que el director sabiamente descubre al espectador por medio de la voz en off de Julián. Desde las primeras escenas del film sabemos qué es lo que piensa sobre el mundo y la gente que está con él, efecto que genera la complicidad automática: somos espectadores activos que reconocemos sus pensamientos sin escucharlos. Julián vive en un perpetuo desdoblamiento: intenta parecer normal por fuera, pero su voz interior es la de un inadaptado social al borde de caer en un colapso depresivo. Esa dicotomía provoca una comicidad relacionada con la crudeza con que se muestra su vida. Una crudeza que se acrecienta y que convierte a la comedia en algo tragicómico. A la vez que Julián desnuda sus miedos, sus fantasías, su perversión, se hace más evidente la distancia entre el deseo y la realidad, y así Julián se descubre como un personaje patético. Hay algo que se debe destacar de la película de Minujín: la elección de realizar su ópera prima sobre un mundo que él conoce y al que pertenece. Deja descubrir miserias e hipocresías que son inherentes a este submundo y, si bien dentro de la ficción se relativiza, la intención no deja de ser por momentos crítica. La decisión de hablar sobre un tema familiar le otorga a Vaquero una autenticidad notoria que se refleja en todas las elecciones del director.
Vaquero de Juan Minujin o ¿qué ves cuando me ves? Es sabido que hay actores que suben a escena para que un nutrido y adorador público les recargue el ego y que luego en una aporía de esas tan frecuentes van a terapia para poder desinflarlo. Julián Lamar lo sabe pero prefiere el desafío, por ello el personaje que interpreta el propio Juan Minujin director de la película, nos entrega su propio relato desde el inicio de cómo es ese feedback del aplauso, cómo bajar del escenario y cómo lidiar camino a casa con la envidia, la codicia y todas y cada una de las vanidades y miserias que el ser contiene, más cuando depende tanto de la aprobación de muchas manos que baten palmas para decir ¡Sí, has estado notable! Este estado de cosas, una oportunidad ofrecida por su representante puede ser “la oportunidad”, dejar detrás la envidia, pegar el gran brinco hacia lo máximo, coronar su carrera y coronarse. Vencer a los otros, a esos que tienen cachés altísimos y no le llegan ni a las suelas, a esos que ya están hechos, a esos que son fantasmas que parecen venir desde afuera pero son los fantasmas interiores de Julián. Y si bien el protagonista transita momentos de oscuridad hay un contraluz, hay una suerte de claridad luminosa que el afuera de su mente llega a palpar. La película además de contar con una gran actuación de Minujin, tiene el atractivo del soporte actoral que brinda la presencia de Leonardo Sbaraglia, Daniel Fanego y Pilar Gamboa entre otros que aportan esa cuota de un ya sabido en torno a lo que se supone una gloria bien ganada. La ilusión de Julián de alcanzar el sueño de ser “el elegido” se encuentra muy bien jugada en términos de su trabajo para lograr ser otro, otro que llegue, otro que dé el salto ¿Hacia dónde? ¿Con que red? Y el retrato de un mundo de cartón plagado de escenografías y trastos que se redimensionan de ficción en ficción y siguen cargando la inestabilidad de sus protagonistas. Los avatares de pertenecer al “medio” lo dejan en el “medio” de una situación de la que deberá salir solo. Buena dirección de arte e interesante crescendo dramático que muestra porque Vaquero fue designada para abrir el Bafici 2011 y porque conseguir un papel en un western americano rodado aquí por cuestiones obvias, puede desencadenar a todos los monstruos que una neurosis muy bien lograda quiere purgar en soledad.
Un actor soberbio, creído, celoso, cansado de ser secundón, de estar en un segundo plano, de ser obviado por el público, soltero, solitario, ávido de sexo, tiene la posibilidad de participar en un western que va a dirigir un estadounidense en nuestras Pampas. Minujin debuta como realizador es esta comedia negra, con momentos bastante inspirados y humor efectivo. Una crítica a la mordaz competencia del rubro interpretativo y a la egocentría de los actores por querer mostrarse siempre. No solamente hay buenas ideas en la narración y la dirección (gran trabajo estético fotográfico de Lucio Bonelli), sino que además Minujin, logra una interpretación austera y verosímil. Pequeños roles secundarios de importantes actores como Guillermo Arengo y Leonardo Sbaraglia aportan solvencia al film. El uso de la voz en off en principio es uno de los elementos mas destacados, pero lamentablemente queda este recurso olvidado en el camino y podría haberlo aprovechado mejor. También, el final podría haber sido apenas un poco mejor desarrollado. Sin embargo, se trata de una opera prima destacable, un simpático film que sirvió de apertura de esta 13 Edición, y dejo en el olvido al ambiguo trabajo que Rafael Fillipelli presento en el 2010.
Nadie me quiere Juan Minujín debuta en la dirección con un despiadado retrato sobre el mundillo de los actores (léase rodajes, castings, representantes, fiestas y cócteles de la farándula) a partir de la "doble" vida (aparentemente normal en lo exterior, turbulenta y angustiante en su interior) de un intérprete de cierto renombre en el ambiente del teatro off que intenta impulsar su carrera en las grandes ligas del cine industrial (la posibilidad de participar en un western de un realizador estadounidense a filmarse en la Argentina). El propio Minujín -gran actor- interpreta a Julián Lamar, un cúmulo de frustraciones, resentimientos y envidias que vive bajo la sombra de un colega mucho más exitoso (Leonardo Sbaraglia) y de un padre despreciativo y psicopático (Daniel Fanego), mientras es incapaz de conectar en serio desde lo afectivo con una sensible vestuarista que lo quiere (Pilar Gamboa). El film maneja un tono tragicómico que provoca muchas risas (por momentos nerviosas), pero para mi gusto derrapa un poco con un off (funciona como la voz interior del antihéroe) que resulta demasiado altisonante, artificial y pretencioso. Un ejemplo: "No paro de pensar en todos estos artistas que me rodean, que se quieren expresar a sí mismos, artistas vanguardistas juntando millas, iPods, memorias, píxeles, megapíxeles, zapatillas blancas, remeras antisistema, hablando del desmonte, del recalentamiento global, de la basura electrónica…" Ideas que pueden funcionar bien por escrito, pero no tanto cuando las aporta un voz omnipresente que agobia y abruma. Así, la música y ciertos momentos de la puesta terminan remitiendo al ego-trip del cine de Gaspar Noé y a un clásico como Taxi Driver. De todas maneras, se trata de una comedia negra audaz y políticamente incorrecta (que juega a incomodar) con muy buenos pasajes, situaciones ingeniosas y observaciones impiadosas que ubican a Minujín como un talento a tener en cuenta también del otro lado de la cámara.
Con toques del conocido subgénero “cine detrás del cine”, Vaquero se podría denominar mejor como “actor detrás del actor”, porque la ópera prima de Juan Minujín es una lúcida, exhaustiva y por momentos asfixiante indagación acerca de los fantasmas, realidades y rutinas cotidianas de un actor argentino. Un intérprete a veces capacitado y con algún talento pero la mayor parte del tiempo mediocre, frustrado y resentido con el medio que lo rodea. El actor de Un año sin amor y Zenitram conoce muy bien, claro está, los resortes, intimidades, debilidades y desamparos de su condición, pero de todos modos tuvo el discernimiento y la capacidad de observación para poder plasmarlo en este breve y contundente momento fílmico. Su alter ego, con trabajo ocasional en cine y teatro pero con aspiraciones que exceden su módica capacidad expresiva, intenta ser parte de un western norteamericano a manos de un prestigioso e improbable cineasta que opera como todopoderoso manipulador de las ansiedades actorales nativas. Su despiadada voz interior deja en evidencia sus vanidades, perversiones y miserias que lo ponen al borde de lo patético. Brillante y verosímil formalmente, Vaquero se enriquece aún más a través de, precisamente, el aporte actoral del propio Minujin -notable-, Daniel Fanego, Leonardo Sbaraglia, Pilar Gamboa y Guillermo Arengo.
Una película con una aguda mirada sobre el mundo y destacadas actuaciones La vida de Julián Lamar no está nada mal. El tipo es un actor profesional que tiene trabajo en teatro, en cine y está cerca de conseguir un papel que podría cambiar su carrera para siempre. Además su familia parece quererlo y apoyarlo. El único problema es que él no está de acuerdo con nada de lo anterior. Y lo dice. Aunque nadie lo escuche porque sus opiniones las expone de la boca para adentro en una serie de monólogos interiores amargos, tan ruines consigo mismo como con quienes lo rodean. Del lado del derecho, Julián sonríe mientras en el revés odia visceralmente a quien se le ponga enfrente. En ese juego de contrastes entre el exterior y el interior de un personaje central tan gracioso como patético y denso, se desarrolla Vaquero, ópera prima de Juan Minujín, quien también escribió el guión -junto con Facundo Agrelo Quintar-, e interpreta al profundamente neurótico Julián. Un esfuerzo notable que resulta en una película de igual medida. Puesto a pintar su aldea -el mundillo de los actores jóvenes consagrados o en camino de estarlo-, Minujín acierta con detalles que marcan el tono de una tragicomedia que vira hacia el drama unipersonal a medida que avanza el relato. Desde el inicio con una escena en el hall de un teatro donde el papá de Julián (un inspirado Daniel Fanego) insiste en lo bueno que son los otros, nunca él, pasando por la situación seudodegradante del casting, un ejercicio del auto marketing que les arruinaría el humor -y la vida- a muchos, Minujín construye un personaje que genera empatía pese a su agresivo mundo interior. Una dicotomía que el cuidadoso trabajo de fotografía de Lucio Bonelli interpreta impecablemente. Para aprovechar varios ángulos de la profesión del actor, Vaquero se detiene bastante en el rodaje de una película de época en la que Julián se cruza con los personajes interpretados por Leonardo Sbaraglia y Esmeralda Mitre, estrellas de ese film en el que al personaje de Minujín le toca un papel menor. Con pocos minutos en pantalla tanto Sbaraglia como Mitre consiguen sacarles el máximo provecho a personajes pequeños, pero de gran impacto para la trama. Lo mismo ocurre con Pilar Gamboa, como la seductora vestuarista que no se rinde ante los desplantes de Julián. En sus escenas compartidas Minujín y Gamboa logran algo tan difícil de conseguir como la química del romance: la química de la incomodidad. Así, mientras ella lo acorrala, a él sólo parece conmoverlo conseguir un papel en el western que un gran cineasta norteamericano llega para rodar en la Argentina. Esa figura mítica ni siquiera necesita aparecer en pantalla para aportarle densidad al relato e intensidad a la pelea interna de Julián, un vaquero suelto en la ciudad.
Acción y reacción Caos y catarsis son las dos coordenadas que atraviesan el universo conceptual de Vaquero, opera prima del actor Juan Minujín que inaugurara el pasado Bafici y que ahora encuentra su estreno comercial luego de un recorrido por festivales internacionales como el de Toronto. Minujin, también protagonista, había tomado contacto con el cine detrás de las cámaras a partir de su corto Huacho y en este debut en el largometraje intenta hablar de un mundo que conoce al dedillo como el de los actores, sus hipocresías, egos, vanidades y escisiones de la realidad, que marcan un poco el rumbo de un relato tragicómico que hace del fluir de la consciencia del personaje su arma de destrucción masiva para derribar -a fuerza de verborragia y en gran parte resentimiento- un mundo de impostura, falsedad y salvaje competencia por conseguir un papel que los introduzca de una vez y por siempre en el sistema. Ese es el anhelo de Julián Lamar (Juan Minujín), actor teatral de 33 años, que está harto de ser alternativo y de recibir elogios de un séquito minúsculo, al tiempo de sentirse bajo la sombra de su compañero de obra (Guillermo Arengo) que se lleva todos los aplausos en cada presentación. Sin embargo, Julián sabe que para entrar a las grandes ligas y transformarse en lo mismo que desprecia se debe pagar un derecho de piso -que roza la humillación- en papeles insignificantes y funcionales para lucimiento de los protagonistas ya consagrados en el ambiente como es el caso de su antagonista Alonso (Leonardo Sbaraglia) o de la protagonista femenina de un policial ambientado en los 50 (Esmeralda Mitre), con quienes comparte largas horas de su gris existencia recibiendo cachetazos; permaneciendo recostado sobre el charco de sangre falso o muriendo cada vez que un director dice acción. Acción y reacción -a veces revursión- son reflejos innatos que en el caso del protagonista operan como elementos de disociación entre el exterior, que parece funcionar en un orden de jerarquías y el interior donde reina la anarquía del pensamiento y el monólogo interior que avanza y destruye todo lo que se interpone para dar lugar a la gradual alienación. Algo parecido le ocurría al protagonista de Taxi driver (muchas escenas suceden en el interior de un auto en paseos nocturnos), film que seguramente haya influido en el director de cierta manera más allá del lugar común de ser uno de los iconos favoritos a nivel actuación de muchos colegas. No obstante, lo que prevalece en Vaquero es por sobre todas las cosas la subjetividad, dado que lo que vemos y oímos (la cámara vive prácticamente muy pegada al personaje en un claro intento de atosigarlo) es aquello que piensa y observa Julián, en constante contradicción, a quien la chance de participar en un western que se filmará en Argentina y será dirigido por un director norteamericano de renombre le abre las puertas para reconectarse con sus propios deseos, fantasmas, paranoias, perversiones y miedos en estado de latencia, los cuales pugnan por manifestarse y perturban su mirada de las cosas y su contacto con el entorno, incluso con esa vestuarista (Pilar Gamboa) que desnuda su sensibilidad frente a la mirada sesgada de alguien que no sabe lo que quiere. Debe reconocerse en Vaquero una propuesta valiente en cuanto a lo que se refiere a términos de historia, donde el recurso de la voz en off se pierde a partir del cúmulo de un texto complicado, mucho más efectivo si se pudiese leer. Pero eso no anula los méritos en la puesta en escena; en el montaje rabioso y no prolijo que transmite una sensación más próxima y directa con la historia, sin dejar de mencionar la apuesta de Juan Minujín a la intuición y a la verdad de su relato, así como a la plena confianza en sus actores secundarios, donde el papel de Daniel Fanego en el rol de un padre poco afectuoso y despreciativo merece elogios proporcionales a la gran actuación de Juan Minujín, quien puede sentirse satisfecho en su tránsito por la silla de director.
Elegía para actores sin fama La dura vida del actor de reparto está bien ilustrada en «Vaquero», con el agregado de que el protagonista, obsesionado por conseguir un papelito en una superproducción hollywoodense filmada en la Argentina, además es un pésimo profesional que ni sabe leer qué lineas le tocan en un guión, piensa cualquier cosa totalmente alejada de su personaje mientras está actuando, es un resentido de los que triunfan en el medio. En síntesís, es un loser total. «Odio ser alternativo, quiero estar con los copados», piensa obsesivamente Julián, mientras pasa las interminables horas de espera del rodaje de un film policial, donde su papel básicamente consiste en recibir sopapos y malos tratos de todo tipo. También actúa en una obra de teatro independiente, donde todos los aplausos y elogios los recibe «el gordo», situación que detesta profundamente por lo que se escucha permanentemente un en verborrágico (y no tan bien grabado a nivel técnico como el espectador desearía) monólogo interno, generalmente acompañado de estridente, y basante buena, música tecno-punk. Es comprensible, hasta su papá le habla bien de «el gordo» y no de él cada vez que menciona la obra (el padre está interpretado por Daniel Fanego de una manera que ayuda a volver interesante cada escena). Hay un importante director de Hollywood por filmar un western andino en la Argentina, y este actor quiere estar ahí. Logra que su representante lo lleve a un evento de la producción norteamericana, le toman un casting, le hace una entrevista el asistente de dirección (momento desopilante hablado en inglés y quechua) y termina pasando el rato en su casa mirándose en el espejo con un sombrero de cowboy, en una especie de versión patética del Robert De Niro de «Taxi Driver». En sus mejores momentos, «Vaquero» es una buena comedia sobre el mundillo de los actores sin fama, los castings donde se encuentran siempre con la misma gente, su envidia de los famosos, la hipocresía del hall luego de una funcion y todos los conocidos detalles de los «wanna be» y el detrás de cámaras, que siempre pagan y arrancan una sonrisa y alguna carcajada. El lenguaje de cine indie no siempre ayuda al desarrollo de la trama, especialmente durante los monólogos en off del protagonista que en un momento se vuelven un tanto repetitivos. La cámara movediza a veces parece ser la subjetiva de un personaje que no conocemos, pero la luz es buena, todo el elenco está muy bien y la película es breve como para no poder aburrir, lo que en el contexto de apertura del Bafici donde se dio a conocer este film es todo un logro.
Ácida comedia sobre los actores Julián Lamar es vanidoso y se siente frustrado, desea que lo reconozcan como actor y por eso va de casting en casting mientras trabaja en una obra de teatro independiente donde los aplausos se los lleva otro. Julián Lamar (nombre de personaje del cine argentino de los estudios) tiene un mecanismo de defensa con características arrogantes y agresivas: su propia voz en off autodestructiva, su conflicto interno frente a quienes lo rodean, su mundo chiquito –el de la actuación y el reconocimiento– que lo hace olvidar otros más terrenales, afectivos, amistosos, donde la pose no sea tan importante. Para colmo tiene un padre (Daniel Fanego, en cuatro logradas intervenciones) que elogia al que tiene al lado, omitiendo a su hijo. Juan Minujín, buen actor, se pone en la piel de Lamar, pero también se ubica detrás de las cámaras por primera vez. Y se la juega por una comedia negra, nada complaciente, que habla de un mundo en permanente competencia, de un casting a otro, de la posibilidad de ser conocido –como le ocurre al personaje– interpretando a un cowboy en una producción estadounidense. Y por allí anda Lamar, odiando a su competidor triunfante (Sbaraglia), metiéndose en un papel secundario que recibe golpes y bofetadas, exponiendo su cuerpo (aún no su prestigio), tirado en el piso como un extra de segundo nivel. Dura vida la de los actores, aquellas de los no conocidos aún, los que buscan la fama y el aplauso a toda costa. Sobre estos temas se desarrolla la historia de Vaquero, que consigue sus mejores momentos cuando el humor ácido y oscuro descansa en los silencios del protagonista, en los tiempos muertos donde hay lugar para la pausa y las ironías del caso, en la descripción visual del particular “mundo de los actores”. Pero Minujín, o acaso Lamar, en otros instantes del film, quedan excesivamente aferrados a esa voz en off que suena poco sincera, bastante apabullante, actuando de manera invasiva, demasiado concluyente y sin ambigüedades. Son aquellos momentos donde al cowboy se lo devora su propio ego, demasiado ego, que ya de por sí resultaba más que transparente cuando Lamar sólo miraba, sin opinar demasiado, sobre ese mundo que existe y es real. Y que, como todo mundo cerrado en su propio egoísmo, no disimula sus fortalezas y debilidades.
Los variados misterios del actor Luego de haber hecho varios protagónicos en filmes de Anahí Berneri y Lucía Cedrón, entre otros cineastas, Juan Minujin se animó a su opera prima. "Vaquero" tiene un precedente, el cortometraje multipremiado de Minujin, titulado "Guacho", en el que contaba las aventuras de lo que pasa por la cabeza de un actor respecto de su vida, sus colegas, la profesión. Sobre el mundo del actor, lo que pasa por su cabeza y no lo dice, pero lo piensa, habla Juan Minujin en este filme esclarecedor, inteligente y original en su contenido y elaboración. La historia no se propone ser demasiado profunda, ni tampoco se inclina por lo grandilocuente, todo lo contrario. Es una comedia, con un humor absurdo muy bien elaborado que sigue los pasos de su protagonista Julián Lamar, un actor del off, que aspira a ser reconocido, a conseguir el ansiado papel en una película, sin que se lo arrebate otro, por ser más seductor, o simplemente porque es la "cara" del momento, que cautiva a todos los productores. La ilusión de ser otro, de hacer que su cabeza deje de pensar, de cuestionarse, de pelearse a través del pensamiento, con ese compañero de escenario, que no se sabe por qué es aplaudido, admirado por el público y hasta por su padre, cuando a él le roba situaciones con su histrionismo, o lo ignora, son algunas de las preguntas que se hace Julián Lamar, a lo largo del filme. UN IDEAL Para Julián Lamar, el haber elegido ser actor parece ser un tormento, sin embargo a pesar de que es joven, siente que no puede desprenderse de eso que eligió, porque la actuación, parece ser el ideal de su vida. "Vaquero" desnuda el universo de los actores y lo hace con magníficos recursos dramáticos, como la escena en la que el "galán de moda" (estupendo Leonardo Sbaraglia), le arrebata el protagónico a Lamar y éste se resigna hasta ser humillado en el set, con tal de estar en esa película. Minujin elabora un guión que tiene como premisa, entretener, comunicarse, divertirse y divertir al público, sin olvidar la ironía y para hacerlo se sumerge de lleno en un ritmo cinematográfico imparable, en el que incluye pixelados, imágenes desenfocadas, encuadres fuera de plano y la invalorable música de Diego Vainer. Unido a las eficaces actuaciones de Guillermo Arengo y Esmeralda Mitre. Con este filme Juan Minujin vuelve a despertar la atención, en el triple papel de director-actor y coguionista y sus recursos como siempre resultan atrapantes y elaborados con la inteligencia de comunicar al otro, algo de esa profesión elegida, la de ser actor y ahora director.
Actor en crisis Protagonizada y dirigida por Juan Minujín, la película echa una mirada a Julián Lamar, un actor que atraviesa una crisis existencial e intenta sobrevivir en un mundo en el que no encaja. Este es el punto de partida de un relato que juega y apuesta al humor, pero que expone duras verdades a través de las situaciones que enfrenta el protagonista. Así es como el actor en cuestión hace teatro con un compañero que se roba los aplausos; participa con un papel secundario en una película (el protagonista es Leonardo Sbaraglia) y comparte encuentros con un padre parco (Daniel Fanego) que no lo valora y un hermano cuya vida parece andar sobre rieles. Vaquero no es otra cosa que la vida de un simple actor en la Argentina de hoy con todos los sobresaltos que esto implica. Mientras intenta conseguir un papel en un western norteamericano que se filma con un reconocido director en Argentina, Julián continúa su marcha silenciosa, su deambular nocturno y despotrica contra la humanidad. Entre botas texanas y sombrero, un romance con la vestuarista de su obra y mucha incertidumbre, Vaquero logra empatía con el espectador en su segundo tramo. Y, por momentos, se torna angustiante.
Un actor en busca de sus personajes Con un humor ácido y desencantado, la ópera prima de Minujín da cuenta de todo un mundillo, el de los actores, que gira enfermizamente alrededor de la idea de éxito, de reconocimiento, de popularidad. “Me encantó la obra... ¡Qué talento! ¿Viste que están casteando para una peli?” A la salida, la estrellita invitada al estreno de la obra del off reparte simultáneamente elogios que no suenan demasiado sinceros y chismes del ambiente, mientras se brinda generosa para las cámaras de los paparazzi, a los que tutea con la familiaridad de quien está acostumbrada a las luces de los flashes. No es el caso de Julián Lamar, a pesar de que varios de esos elogios son para él. Actor joven peleando el ascenso, Lamar sufre de una inseguridad compulsiva, pese a que tiene muchas más potencialidades de las que él mismo se reconoce. Y esa neurosis del personaje es la que explota Vaquero, ópera prima como director de Juan Minujín, también a cargo del papel protagónico, lo que hace del film una apuesta doblemente personal. Como el mismo Minujín lo ha reconocido, el punto de partida de Vaquero fue Guacho, un corto también dirigido y protagonizado por el propio Minujín que jugaba con el mismo tema y que fue elegido para la Berlinale 2007. Pero así como en Guacho el primer motor parecía la rabia, aquí en cambio el tono ha girado hacia una suerte de humor ácido y desencantado, a través del cual Minujín da cuenta de todo un mundillo que gira alrededor de la idea de éxito, de reconocimiento, de popularidad. Que este mundillo sea el de los actores –con sus humillantes sesiones de casting, sus divisiones por castas y sus celos y envidias profesionales– no le impide a Vaquero la posibilidad de ser leído más allá de sus propios límites. La sociedad toda se mueve, cada vez más, a partir de pruebas y exámenes y de esa necesidad enfermiza de figuración y triunfo. El dispositivo formal que utiliza Minujín (y que ya había experimentado en Guacho) es el del monólogo interior: así como frente a sus pares y a su familia se presenta como un tipo amable, tímido, a veces incluso sumiso, por el contrario su yo más profundo expresa no sólo una furia visceral contra el mundo que lo rodea sino también y, sobre todo, contra sí mismo. Ese flujo de la conciencia que la película permite escuchar del personaje –y que por momentos parece una regurgitación– castiga a todos por igual, pero antes que a nadie al propio Julián. Se culpa a sí mismo de todo, desde sus fantasías sexuales, que considera tóxicas, hasta lo que él entiende como fracasos. “Soy un cagón profesional”, se autoflagela. Es una pena que esa voz interior no tenga un crescendo, como lo tenía en Guacho, un film donde –quizás por la brevedad de su duración– toda esa energía negativa estaba mejor encauzada en términos dramáticos. A cambio, Vaquero ofrece una serie de viñetas, de apuntes, de pequeñas consideraciones de una gran precisión, síntesis y capacidad de observación. El retrato del padre de Julián, por ejemplo, a cargo de Daniel Fanego, que en apenas un par de escenas expone sutilmente todo aquello que a su hijo le molesta –su autosuficiencia, su necesidad de seducir en toda ocasión– sin que él se anime a cuestionarlo en voz alta. Tampoco le dice al famoso actor con quien comparte un rodaje (Leonardo Sbaraglia) todo lo que piensa de él: que querría tener su aplomo, su prestigio, su dinero. Hay una incomodidad esencial de Julián frente a su familia que es también con todo su entorno: “¡Qué desgracia que es ser actor, compartir todo el tiempo los mismos lugares con esta gente!”. Pero cuando tiene la oportunidad de establecer una relación cálida y sincera fuera de ese ámbito, con una vestuarista (excelente Pilar Gamboa), no sólo la desaprovecha: la arruina, con una mezcla de egoísmo y cobardía. En la medida en que Vaquero gira única y obsesivamente alrededor de su protagonista, que es también su director, se podría pensar que se trata de un film narcisista. Pero en todo caso la imagen que refleja ese espejo no es precisamente benévola.
Desenfunda tu mente Hay que decir que uno tiene las mejores referencias de Juan Minujín, lo sabíamos actor ( "Un año sin amor" y "Sofacama", por ejemplo), y escritor ("Guacho", corto del 2007, también relacionado con esta producción), ha llegado entonces el momento de ver al hombre también, detrás de las cámaras. "Vaquero", es su primer largo y deja mucha tela para cortar. Supongo que cuando uno ve cine, se predispone a dejarse llevar por sus sentidos y formar parte del juego al que se invita desde la pantalla. No digo que sea el único mecanismo vincular, pero creo que es el que prevalece. "Vaquero" se presenta como una tormenta de ideas a gran velocidad (en una buscada estrategia) que se propone impactar al público, mostrando la cara "políticamente incorrecta" de un actor en ascenso y su complejo derrotero en busca de llegar a las grandes ligas donde se juega lo masivo, el éxito. El problema es que nuestra percepción, pasados los momentos iniciales, el "bombardeo" se estabiliza, y a lo largo del film nunca llegamos a reconocer al film como una unidad, sino como la suma de eficaces elementos (los diálogos, la fotografía, etc) bien resueltos que corporizan un conjunto de ideas interesantes pero pecan de cierta indefinición a la hora de cohesionarse, según nuestro punto de vista. Julián Lamar (el mismo Minujín) es actor del under. No parece que le vaya mal, está en una obra del off junto a prometedores compañeros. Las primeras secuencias lo presentan talentoso, abstraído y pendiente del movimiento a su alrededor. El tema es que casi abruptamente, el director decide insertarnos en su cabeza y desde ahí, abrirnos las ideas que circulan en su atiborrada mente. A ver, Julián quizás sea como todos (o algunos) los actores del medio, cuya única obsesión es triunfar y ser idolatrados por lo que hacen, pero sus motivaciones aquí tienen un plus, son más físicas, carnales y primitivas. Tiene una fuerte necesidad sexual insatisfecha y odia a todos los que lo rodean si sienten que amenazan u obstaculizan su camino hacia la fama, de alguna manera. Si estamos dentro de su mente, nos sentimos en "Trainspotting", sin vueltas. No sólo teatro hace Lamar (ya les digo, le va bien aunque el no lo vea así), sino que participa en una tira policial junto a un reconocido actor, un tal Alonso (Leo Sbaraglia), pero ya sabemos, nada lo satisface. Cierto día recibe el dato de que un director americano viene a rodar en Argentina un western y realiza casting para intérpretes de su producción, por lo cual su vida cambiará en función de esa búsqueda. No será fácil obtener un papel en las condiciones emocionales de Julián, así que esa tarea profundizará algunas cuestiones no resueltas por él que podrían complicar la realización de sus anhelos. "Vaquero" tiene un elenco de lujo, con secundarios de mucho oficio: Daniel Fanego (Lamar padre), el ya nombrado Sbaraglia o la cálida (ex-única) Pilar Gamboa (la vestuarista de la tira). Todos aportan color a los movimientos de Julián, quien apenas logra relacionarse desde lo honesto con ellos, pues él es todo enojo, frustración e impotencia. Hace una gran labor Minujín, este torturado papel le calza a la perfección, su conocimiento del mundo que describe (el del medio) lo ayuda y él se mueve como pez en el agua. Si bien entiendo el andamiaje de la historia y el sentido de la utilización de recursos, creo (sin embargo) que la narración en off juega en forma bivalente: enriquece e ilumina por un lado, cansa y agobia por el otro. La dualidad marca un ritmo secuenciado que conspira con la aprehensión de la trama y desvía la atención por momentos. También contribuye a esto la ubicación de los planos (que nos acercan a Julián como segunda piel) y el exceso de virulencia en algunos tramos. Muchos colegas hablan de humor negro en "Vaquero" y yo casi no lo percibí, me encantó el clima psicopático que propone y hasta concuerdo con el cierre pero se que en el camino muchos espectadores bajarán el pulgar por el estilo de narración que trae el producto. Minujín tiene todo para triunfar y seguramente lo hará pronto (hablamos de masividad, por supuesto). Me parece que su opera prima no generará en el boca a boca el empuje necesario para que muchos se animen a verla. No es convencional y sabemos el precio que se paga en la taquilla por ello. "Vaquero" tiene cosas interesantes para ofrecer, quizás si hubiese bajado un cambio (la estridencia de algunos tramos), sería de lo mejor del año.
Unas palabras sobre Vaquero, película argentina, ópera prima de Juan Minujín, que se estrena ahora, luego de amagar desde hace meses. Ya se sabe, el cine argentino se amontona en los meses de septiembre, octubre y noviembre, los peores para la cartelera. Sobre esos asuntos escribí acá ¿Irá gente a ver Vaquero? Espero que sí. Les dejo esto que escribí sobre la película para el catálogo del Bafici: “ ‘Bueno, tengo que parar, apagar la cabeza por unas horas… ¿Apagar la cabeza por unas horas? Idiota. ¿Qué te haces el que vivís en una propaganda de aspirinas? ¿A apagar la cabeza por unas horas?’ Así, y desde allí hacia mayores intensidades de furia, piensa Julián Lamar, Actor Argentino Disconforme. Disconforme con su carrera, con su ambiente de trabajo, con sus compañeros del ‘mundo artístico’. Julián Lamar es un quejoso, en la tradición del Ignatius J. Reilly de La conjura de los necios, con una cabeza que no para de lanzar improperios y que describe un mundo de forma esperpéntica –con dardos envenenados de conocedor–, para volverse él mismo un esperpento. Julián Lamar quiere lograr un papel en un western estadounidense que se filmará en Argentina, quiere ser más que todos. Pero en la distancia que existe entre el rol que se asigna a sí mismo en su deseo y sus performances artísticas y vitales concretas está el espacio para este retrato ácido, para esta lúcida comedia impiadosa dirigida y protagonizada por Juan Minujín.”
Siempre solo... esperando en el medio de la nada. Julián Lamar es un joven actor de segunda línea que se encuentra atrapado y agobiado en el mundo de los actores. Su voz interior le impide ver más allá de lo que no quiere ser, sin poder descubrir cómo lograr ser lo que desea. En esa incertidumbre se maneja todo el filme, en esa voz en off que acompaña al personaje más como un diablo que como un ángel y que le imprime a la narración la misma decepción, enojo, bronca y desinterés que él siente. Lamar, interpretado por el director Juan Minujín, busca la oportunidad de su vida de escapar de la mediocridad de ser actor secundario y lograr el ascenso económico y simbólico que tiene Leonardo Sbaraglia, aquí representando al actor de fama y dinero que es protagonista en todas las películas en las que Julián trabaja. Su gran posibilidad llega de la mano de un director americano, que está buscando dirigir un western en parajes locales. Pero su vida también es mediocre, y él también escapa de ella, de su padre que no valora lo que hace (Daniel Fanego) y de la posibilidad del amor ante la bella vestuarista (Pilar Gamboa). “Vaquero” es la típica historia del joven que no quiere ver la realidad, que la critica pero que no intenta nada para cambiar su destino o su vida. Una especie de adolescente queriendo ser rockstarque nunca tocó un instrumento ni canta, pero puede evaluar a los demás artistas porque sí. Porque pueden tener la capacidad de ver lo negativo, de pensar el obstáculo antes de saber si hay uno. Y Minujín, un gran actor que ha decidido tomar el toro por las astas y dar su visión del mundo. En esta su Opera prima, (basada en su cortometraje “Guacho”), da rienda suelta encontar un poco el debate interno y emocional que sufre un actor y como su contexto lo llevan a estar siempre frente al espejo, considerándose el mejor pero sin lograr nada para serlo. El mundo de los castings, el teatro, el cine , la tele, los eventos y demases que forman el mundo del espectáculos son muy bien representados en esta cinta. Con una mirada crítica, Minujín quien además es co-autor del guión, hace una selección muy interesante de los actores que darán forma a su obra. Guillermo Arengo, Esmeralda Mitre, Esteban Lamothe, Daniel Fanego, Pilar Gamboa y Leonarda Sbaraglia, se unen a este mundo que solo corre por la cabeza de Julián Lamar y logran realizar un filme realmente interesante, elaborado y atractivo tanto a nivel visual como a nivel de los diálogos. Estos últimos merecen un punto aparte, porque se nota que fueron sumamente elaborados y que fueron un desafío poder darle la forma audiovisual correcta siendo muchos utilizados como voces en off. Un personaje con diálogos precisos, complejos e inteligentes y acompañado de una cámara más fiel que un espejo que lo ilustra y completa en todo el filme “Vaquero” fue el filme seleccionado para abrir el Festival de Cine Independiente de Buenos Aires (BAFICI) en el 2011, y la sección “City to City” del Festival de Toronto y estará pronta a participar de los Festivales de Zurich y Río de Janeiro, este último en la sección “Latina”. Una obra atrapante y muy interesante para este cine argentino actual por el gran trabajo de dirección y actuación de Juan Minujín. Un artista que va a seguir creciendo exponencialmente.
Vaquero es ante todo un film con un sello de estilo que puede inscribirse dentro del género de la comedia. La historia está centrada en Julián Lamar (Juan Minujín) un actor de teatro y cine, que no puede con su vida ni con el entorno que lo rodea. El film comienza con una escena de teatro donde se lo ve con una particular energía pero casi abruptamente cuando sale del escenario esa energía se va desvaneciendo, para dar lugar al rumiador. Julián no puede controlar su mente que no para de hablarle, a la vez que percibe al entorno más como espectador que como actor de su propia vida. Se encuentra perseguido en sus relaciones laborales y no asume ningún compromiso en las afectivas. De pronto, todo parece dar un giro ante la posibilidad de acudir a un casting para trabajar en una producción americana haciendo de vaquero. Si bien es cierto que el mundo en que vivimos es muchas veces de una impiadosa competencia, también es cierto que dando lo mejor de uno mismo todavía se puede vivir en él y generar afectos. Julián es el eterno insatisfecho, que cuando tiene la oportunidad de darle un lugar a los afectos, no puede comprometerse. Lo mejor del film: una radical construcción del personaje principal, la dirección de arte y el vestuario. Y muy especialmente una de las escenas de sexo más tierna y lograda del cine argentino de los últimos tiempos. Minujín, quien ya incursionó como director en el cortometraje Guacho (2007), vuelve al mundo de los actores, de la actuación, del casting, la tv y el cine. Un universo particular, donde cada uno le dice al otro, lo que el “otro” desea escuchar. En Vaquero, su director trabaja con la oscuridad de la mente de su personaje, como una corriente constante de pensamientos que no para de preocuparse por el pasado y el futuro. Ergo tampoco para de sentir que somos una indisoluble identificación entre el ego y el cuerpo. El tema es que la conciencia, al no parar ni un instante para vivir el ahora, se aferra a las experiencias pasadas y se anticipa a todo aquello que va a venir generando un vacío en el presente. Allí surge el miedo y la incapacidad de sentir. Y el conflicto interior y exterior se vuelve norma, justamente por la incapacidad de sentir esa conexión, dando lugar a la ilusión de la separación del mundo que lo rodea. Una característica cada vez más acentuada de la humanidad. Juan Minujín nació en Argentina en 1975 y desde muy pronta edad se desarrolló como actor. En 2007 dirige su primer corto del que también es productor, guionista y montajista. Sus principales actuaciones en cine son: Eva y Lola (2010); El cielo elegido (2010), Zenitram (2009); Vecino; Cordero de Dios e Historias Extraordinarias, esta última ganadora de 10° BAFICI (2008), entre otras.
Todo lo que pasa por la mente de un actor está en Vaquero, la ópera prima de Juan Minujín. El actor debuta detrás de cámaras y expone las frustraciones de todo aquel salvaje que siente que está para muchísimo más de eso que le tocó en suerte. No ayuda que a su lado, en la película que trabaja como protagonista, tenga a Leo Sbaraglia zamarreándolo de acá para allá. Vaquero es una película frenética sobre un actor que se siente atrapado y está a punto de estallar. La película se desinfla apenas sobre el final, cuando Minujín busca exponer más las miserias de toda una profesión que las propias o las de un personaje. Vaquero no será rigurosa, pero su nervio vuelve a Minujín un nombre a tener en cuenta en el futuro.
Enemigo íntimo En Vaquero , Julián Lamar (formidable Juan Minujín), actor “alternativo” que intenta conseguir un papel en un western de un director estadounidense, se consume en la hoguera de las vanidades. En las del mundo del cine y del teatro, retratadas con sarcástico conocimiento de causa, pero mucho más en las propias. El infierno, lo sabemos, son los otros: lo que hacemos nosotros de ellos. La percepción de Lamar de los demás arde de envidia, de autoflagelo, de impotencia y de rabia. Un bonzo envuelto en las llamas de su patetismo, que genera una ácida comicidad y, cómo no, empatía. Aclaremos que Lamar odia (y se odia), aunque no desde los márgenes, al estilo arltiano, sino desde la inclusión. Hace lo que le gusta, trabajo no le falta. Pero detesta a su compañero en una obra de teatro (Guillermo Arengo), a su colega-estrella en una película nacional (Leo Sbaraglia) y seguramente a su padre (Daniel Fanego), cuya mirada, entre indolente y denigratoria, tal vez origina las sobreexigencias e impotencias del hijo. Lo claro es que Julián, nuestro corrosivo antihéroe, está condenado a un sufrimiento muy superior al que le impone la realidad. Es un gran neurótico, como casi todos nosotros. Para mostrarlo, Minujín contrapone dos elementos: el de la vida social del personaje, transmitida a través de una mirada externa, casi imparcial; y el de la voz en off de Lamar, que se taladra constantemente la conciencia. Estos monólogos interiores no nos aportan, como suele ocurrir, información suplementaria: nos hacen compartir un repetido tormento. Inofensivo para los demás, Lamar está siempre a punto de explotar (no es casual que se mencione a Unabomber). Padece los castings, las fiestas, las críticas. Aunque mucho más a sus colegas, que siempre ocupan el lugar que él querría o cree que querría. Lo percibimos, en especial, durante el rodaje de un policial negro, en el que Martín Alonso (Sbaraglia), actor exitoso, lo trata con cuidado, aunque Lamar lo experimente como una humillación. En las escenas en que los vemos rodar juntos, la estrella debe someter físicamente al actor de menor renombre. Ficción, pero que representa la sensación del protagonista de Vaquero . Entre tanta frustración, tanto narcisismo, Lamar, fanático del porno por Internet, no llega a disfrutar del cariño, la protección ni el placer que le ofrece una dulce vestuarista (Pilar Gamboa). Su esfuerzo por ser tan reconocido, que se parece tanto a querido, lo ancla en la soledad. En su opera prima, Minujín logra que disfrutemos y suframos con él, con sus monólogos estridentes, incendiarios, y su realidad mucho más pasiva, entregada, filmada con notable talento.
Va relatando las vivencias de un actor de 33 años, los sentimientos de Julián Lamar (Juan Minujín), todo lo que le sucede en su interior después de presenciar los aplausos y el elogio del público de otra función de teatro, todas las felicitaciones son para otro compañero “el gordo”, luego Julián sube a su auto y se dirige a su casa. Ya en su casa, allí como en su bunker piensa y expone, con voz en off e imágenes, describe con crudeza y con violencia (hasta la música lo acompaña) sus broncas, su antipatía y su odio, este se encuentra en crisis, no se halla en el sistema, reniega del medio y no le da lugar al amor a una joven mujer (Pilar Gamboa); mantiene constantemente diálogos internos, vive participando de casting, eventos, agentes y filmaciones. Cuando va a la casa de su familia, su padre (Daniel Fanego) no lo valora, su hermano parece tener una vida de éxitos, para colmo, su padre, fomenta mas su sentir, le dice: “que buen actor es el gordo”, también están siempre los elogios a Martin Alonso (Leonardo Sbaraglia), un actor reconocido, este gana mucho más que él, con quien realiza un trabajo como actor secundario. Allí es donde comenta que esta por filmar una película con un importante director internacional que se encuentra en la Argentina, pero en realidad primero tiene que asistir a un casting, apuesta al papel principal el de un vaquero, (un western) y las desventuras que debe soportar resultan algo angustiante. En esta comedia negra logra construir un relato atrapante, estamos frente al mundillo del actor, sobre las hipocresías del mundo actoral, la envidia, la codicia, las vanidades y las miserias, es una propuesta interesante, una buena dirección de arte, un buen trabajo fotográfico de Lucio Bonelli y abusa a mi gusto de la voz en off.
Juan MInujín es un actor argentino que ha desarrollado su carrera en teatro, televisión y cine, medio éste último en el que presentó su opera prima como director. El título “Vaquero” no da una pista sobre el género ni tampoco sobre la temática que Minujín abordó para hacer su primer trabajo como realizador cinematográfico, y recién al comenzar la película el espectador comprueba que el realizador cuenta la historia de un actor, un tema que él, lógicamente, conoce bien. Sinopsis de “Vaquero” Julián Lamar es un actor de reparto en el medio cinematográfico que, como todos sus colegas, sufre altibajos laborales tanto en cantidad como en calidad, por lo que se incrementa su tendencia a la depresión. Todos los días y todo el día está pendiente de las posibilidades de presentarse a castings, y mantener buenas relaciones con la gente del medio porque la posibilidad laboral puede surgir de la persona de la que menos se la espera. Las cámaras lo captan como un actor que sabe hacer su trabajo y lo disfruta, pero cuando dejan de rodar siempre vuelve a tener sensación de disconformidad con su carrera, pero no puede abandonarla porque es una profesión que irremediablemente lo atrapó. Hasta que le llega la posibilidad de integrar el elenco de una producción estadounidense, de las tantas que se filman en la Argentina y que incrementan sustancialmente la oferta laboral para los actores del país. Su rol será el de un vaquero y deberá componer su papel hablando en inglés. Análisis y comentario Como se menciona en párrafos anteriores, Minujín optó por contar una historia que se desarrolla en un ámbito que conoce mucho, y que en realidad parece el resumen de varias historias que el guionista seguramente vivió o vio vivir a sus colegas de actuación. Toda la trama está cargada de un ácido cinismo y en la primera parte del filme el espectador recibe el mensaje de la confusión que reina en el alma de Julián Lamar, quien no sabe si a su depresión la causa el ficticio mundo que trasciende del cine o su propio temor a reconocer que la vida real de un actor no tiene la fluidez de la vida que se actúa. Pero el protagonista también ve, y aquí está sin dudas la mirada del actor transformado en guionista, que ese “canto de sirenas” que se ve en las pantallas y en el escenario también atrae a personas ajenas a lo artístico que inmediatamente se suman “a vivir esa ficción”, y aquí el mensaje subliminal llega a ser corrosivo: “todos quieren pertenecer”. Juan Minujín no tuvo que preocuparse demasiado en la dirección actoral, si bien es un rubro que maneja bien, porque en el elenco contó con experimentados actores como Leonardo Sbaraglia y Esmeralda Mitre que compusieron su roles en un mismo y sostenido nivel con lo que se logró un elenco homogéneo. Pero a Minujín su ansía de mostrar desde adentro las falencias de un medio fabuloso le jugó una mala pasada, recién en la mitad de la narración se plantea un conflicto, cuando el metraje que pasó influye en el que “está por venir” y suma reiteraciones. En el tratamiento dado a la imagen para que determine la situación, Minujín demuestra una gran preocupación para que su película se destaque por sobre el estilo de los filmes argentinos estrenados en 2011 con rodajes hechos dos o tres años antes, por lo que filmó muy poco con cámara en mano, quizá a sabiendas de que el abuso de ese sistema recarga las escenas y dispersa al espectador. Es una opera prima auspiciosa de la carrera como director cinematográfico de un experimentado actor.
Confesiones de infierno. La película de Juan Minujín explota con tenacidad su potencial morboso desde el vamos: Julián Lamar (interpretado por el propio director) es un actor mortalmente disconforme con su suerte. En los primeros planos de Vaquero se lo ve en una obra de teatro under y más tarde en su participación en algo que parece ser una suerte de policial negro vernáculo. Mientras tanto, espera conseguir un papel en una película americana a punto de filmarse en Buenos Aires. Mediante una voz en off que irrumpe enfática sobre un acompañamiento de rock, el tipo nos hace saber su malestar y su odio por todo lo que lo rodea, desde las chicas que se cambian delante de él a un costado del set hasta el actor simplón, competente e hiperprofesional que está a punto de arrebatarle el puesto en la película, pasando por representantes, asistentes y compañeros de trabajo que se llevan los mayores aplausos sobre el escenario. La película dispone cada escena como un escalón más en la degradación del personaje, que fracasa en los castings, en la vida familiar y social y hasta en su desempeño sexual. Pero lo curioso es que nunca se verifica del todo el naufragio del personaje, como si en su rol de víctima se viera obligado a seguir dando brazadas desesperadas para solaz de un espectador que pide más y más martirio. Lamar no termina jamás de caer ni hace el menor movimiento para salir de su situación; en cambio permanece replegado sobre la enunciación dolorosa e impúdica de una serie de penurias que, en realidad, parecen crearse en el momento en que son nombradas. Vemos gente que se le acerca e interactúa con él, presenciamos sus encuentros y derivas, pero solo se alcanza a advertir la naturaleza terrible de las escenas cuando son descriptas por la poética enumerativa del protagonista, que se pierde en farragosas maratones de asco y autoconmiseración. Vaquero desciende a un infierno que está hecho de conjeturas y parece forjado con exclusividad en el laberinto de la mente perturbada de su protagonista, incapaz de asomar la nariz por encima de su propia trampa y, por lo tanto, poco confiable como testigo de primera mano de las “miserias del mundo de los artistas”. El personaje exhibe las grietas de una construcción cuyo aliento salvaje no le alcanza para hacerse redimir y convertirse en algo más que un pelele víctima de su propia impotencia. Pero lo que sucede en el fondo es que el carácter esencialmente narcisista de la película parece trastocar los papeles y ensayar una suerte de torsión en la cual la paranoia y el desprecio, lejos de quedar acotados como meras ideas que emanan de su protagonista, parecen dedicarse en forma automática a confirmar una serie de lugares comunes generales sobre el ambiente que se describe. Y es que en ningún momento Lamar se despega lo suficiente del universo que dice rechazar como para que se pueda ver con alguna precisión ese carácter supuestamente abominable. Más bien, su convencional rosario de cortejos insinceros, artimañas, hipocresías e imposturas adquieren en la película el aspecto de una materia que no termina del todo de ser indeseable, como si el director jugara a esgrimir su rabia solo para incluirla como condimento necesario de un mundillo artístico que aspire a ser verdaderamente glamoroso.
En este retrato del Vaquero porteño sin caballo y sin desierto, Minujín demuestra una interesante firmeza en su pulso como director y se revela conocedor de los recursos narrativos. En su opera prima Juan Minujín asume la difícil tarea de sostener a lo largo de todo el film el discurso interior de un personaje que no logra conciliar ninguna de sus decisiones con sus deseos, un actor que se encuentra en pugna con el resto del mundo, como si todos los otros formaran un exterior insoportable, incontrolable o inentendible. Julian Lamar es un actor de 33 años. Tiene una obra en cartel, está rodando una película, ha realizado algunas publicidades, es hijo de un padre que sutilmente siempre le deja ver su poder y superioridad y tiene mucha dificultad para relacionarse abiertamente con el resto de las personas. La anécdota se centra en su intento en lograr un papel en la película que un reconocido realizador estadounidense filmará en nuestro país. Lograr ser admitido en el casting, superarlo en la entrevista con el director asistente y superar la instancia de prueba para el papel son los desafíos que más allá de ponernos frente a las lógicas de la producción artística, sirven para dar cuenta de un mundo interior que estalla en la frustración constante. Minujín presenta una dirección firme e inteligente. El trabajo de los planos cortos, la cámara cercana, la iluminación dura, con ángulos fuertes, con rostros marcados, sumados a un trabajo actoral muy controlado, casi ascético (en ese sentido la atildada violencia psíquica del padre interpretado por Fanego es notable), logran aportar potencia e interés a un guión que por momentos se reitera y hace obvio. Aun cuando la condición de actor del personaje protagónico podría ser anecdótica, seguramente el conocimiento que Minujín tiene de la profesión le permitió trabajar con las obsesiones y las frustraciones de Lamar de un modo muy profundo y muy cercano. Eso se nota en la construcción de esta suerte de diario íntimo que es Vaquero. En este retrato del Vaquero porteño sin caballo y sin desierto, Minujín demuestra una interesante firmeza en su pulso como director y se revela conocedor de los recursos narrativos. Importantes señales por tratarse de un realizador debutante.
Juan Minujín se decide a hacer de su primera película un arriesgado y pretencioso experimento. No necesariamente por la manera en la que aborda el lenguaje audiovisual, el uso de la cámara o los recursos cinematográficos, sino más bien por el intrincado personaje que no sólo dirige sino también interpreta. “Vaquero” nos convida a recorrer el escabroso laberinto mental de Julián Lamar, un actor de 33 años que reniega de un sistema al que desespera por pertenecer. Lo hace en silencio, con la astucia de saberse patético pero la terquedad de no reconocerlo. Así, sus pensamientos traducidos en una voz en off que es la verdadera protagonista de la historia, ponen en evidencia un personaje complejo, oscuro, atrapante.
La Cruda Mente Vaquero es último trabajo como director y actor de Juan Minujín, joven argentino sobrino de la excéntrica artista plástica Marta Minujín, aunque el dato es sólo una curiosidad ya que Juan se abrió camino por su cuenta en el teatro y el cine independiente. Puede que lo conozcan por su interpretación en la película del 2005 "Un Año Sin Amor" que cosechó premios en Berlín, Mar del Plata y Nueva York. Para los más comerciales, quizás lo hayan visto en "Zenitram", el film sobre un super héroe argentino. En esta caso es realmente para resaltar los 2 roles que tuvo a cargo. En 1er lugar, su debut como director es muy bueno, ofreciendo un ensayo moderno, crudo y sincero de la frustración de un artista que busca triunfar en el mundo del cine, exhibiendo con audacia y humor (negro) la realidad del caretaje que se dinamiza en las relaciones interpersonales de un mundo con poco espacio para la autenticidad y la franqueza. ¡Ojo!, la culpa no es solo del "brillante" mundo del cine, sino que en esta ocasión se encuentra con una personalidad quebrada, resentida y vencida, que por algún dejo de soberbia no puede ver el pozo de barro en el que está nadando. Los planos en las distintas situaciones que se suceden en Vaquero están filmados con mucho timing, sin desperdiciar ningún detalle de la interpretación gestual de los actores, captando los cambios de ánimo de manera espectacular. Cada vez que en la película se ponía a carburar el personaje principal (Julián - Juan Minujín), se me aceleraba la cabeza mal y me metía en ese momento de angustia con él, y eso para mí, conforma una muy buena experiencia cinélica. ¿Quien nunca se cebó carburando algo que le daba mucha bronca o envidia? En 2do lugar, resalto la actuación, tanto de Minujín como la de los personajes secundarios que son bastante buenos. Leo Sbaraglia está muy bien en su rol de "winner" de la vida, Guillermo Arengo, Daniel Fanego y Pilar Gamboa aparecen en momentos específicos pero que marcan aspectos importantes de la frustración del protagonista, y finalmente Juan Minujín se come un papel que debería colocarlo en un lugar más visible de la escala de artistas argentinos. Es sombría, es por momentos despiadada y no tiene final feliz, por lo que recomiendo tener cuidado cuando se decide ir a verla. Es drama y es comedia, o quizás se ríe para no llorar, pero definitivamente es una experiencia interesante.
Un Actor en su laberinto Juan Minujín es un actor que aqui debuta como director con una propuesta arriesgada, de cierto tono irónico, que además se cargó el rol protagónico para mostrar cual difícil y propenso a una carrera con altibajos y con más frustaciones que éxitos, es definitivamente la labor artística. Es el Julian Lamar, actor argento que en vano intenta despegar asimilando que su trabajo en el teatro está por abajo de el de sus compañeros, o soportando ser el que recibe las bofetadas en filmación como si fuese un payaso triste y amargado con lo que le va tocando en suerte. Ayudado por su propio relato en off , va decantando su cadena de sinsabores, o pensando en voz alta como quien dice. Se lo vé vulnerable, pretencioso, incapaz, resentido, como si su historia fuese un puzzle que nunca termina de completarse, encima carga con una serie de deseos sexuales poco encontrados por no decir inexistentes, y se da el lujo de rechazar un posibilidad de amor con una vestuarista, de yapa tiene un padre insufrible (muy bien Daniel Fanego), y se achica ante la sombra impiadosa de un actor exitoso (Leo Sbaraglia). La cereza del postre será la posibilidad de actuar en un filme que rodará en el país, un director americano para el cual Julián castinea. Minujín hizo una peli negra, oscura, como así también es su figurita Lamar, con un final discutible, con carencias quizás típicas de un nuevo realizador, con buena fotografía y actuaciones, pero parece que algo no termina siendo sostenible en el guión, no cierra del todo.Igual es buena la posibilidad de augurarle una buena carrera como director y guionista.