ELLA BAILA SOLA Sebastían Schipper es el creador de Victoria, un filme estridente no apto para claustrofóbicos. Filmada en un único plano de 140 minutos, la atmosfera de la película se presenta como la protagonista de un relato que acompaña las acciones de un grupo de jóvenes berlineses durante toda una madrugada. Victoria es madrileña pero vive en Berlín hace tres meses, trabaja en un Café y por las noches baila sola en una disco local. Entre luces estroboscópicas y música electrónica ella disfruta de su juventud pero también de la estadía en esa ciudad que la fascina. Esta parece ser su rutina, y es este embelesamiento el que Schipper busca retratar cuando decide concentrarse en primerísimos primeros planos muy intimistas del rostro de la actriz. La pandilla urbana se topa con Victoria, y sin muchos rodeos logran que se una a su grupo con el objetivo de seguir festejando más allá de las fronteras del local bailable. Entonces, a partir de aquí, la historia se presenta como un increccendo de tensión dramática que no cesa hasta el final del metraje. Aspecto que se ve amplificado no sólo por la decisión estética del uso del plano secuencia, sino también por la utilización de la cámara en mano, efecto que provoca más naturalidad a la narración, así como también la sensación de que el espectador es uno más de ese grupo de jóvenes desde una falsa subjetiva. La tensión alcanza límites insospechados y lo que comienza siendo una fiesta pronto, se va transformado en un policial europeo en donde las persecuciones están a la orden del día, casi como en un video juego de realidad virtual. Pero Victoria es mucho más que ese cúmulo de tensiones, es un filme que logra traspasar la pantalla cuando incluye a la audiencia en un ritmo dramático que pocas veces se vio. Es decir, la película seduce y convence al espectador del mismo modo y al mismo tiempo que se ve transfigurada la noche de diversión en un caos delictivo. Por Paula Caffaro @paula_caffaro
Extraños en el limbo. La falta de oportunidades laborales, la explotación y la delincuencia se relacionan y se funden agitadamente en la nueva película del director alemán Sebastian Schipper (Ein Freund von mir, 2006; Absolute Giganten, 1999) para crear más que un film, una ola que sacude al espectador de su marasmo. En un extraordinario plano secuencia con cámara en mano, el director construye la historia de una joven pianista madrileña que trabaja en una cafetería en Berlín. Victoria (Laia Costa) conoce a la salida de un boliche a un alborozado grupo de jóvenes alemanes que la convencen de acompañarlos en su recorrido nocturno por la agitada noche de la ciudad. A medida que la jornada avanza, los problemas comienzan y la pandilla pone en peligro a la joven sin pretenderlo. Lo que parece el encuentro de una pareja o el comienzo de una amistad se torna una pesadilla alucinatoria cuando todo escapa al control de los desesperanzados jóvenes. La acción de Victoria contiene una premura precipitada que se lleva a todos los personajes por delante y le ofrece al espectador la sensación de estar viviendo una noche junto a la salvaje pandilla. La arriesgada elección del plano secuencia con cámara en mano genera la atmosfera precisa de celeridad que el guión de Olivia Neergaard-Holm, Sebastian Schipper y Eike Frederik Schulz demanda para retratar la angustia existencial de los jóvenes europeos a través de su devenir nocturno sin destino. A fines de la década del setenta o en los noventa, Victoria hubiera sido un manifiesto punk, pero hoy el opus funciona como una exposición de los principios del cinismo de una juventud derrotada, sin ninguna perspectiva. Los maravillosos primeros planos, trabajados por la exquisita fotografía de Sturla Brandth Grøvlen, generan una sensación de angustia por el anhelo de algún tipo de expectativa ante la vida. De la vetusta nostalgia de tiempos pasados no queda nada en el devenir juvenil europeo de nuestros días, y solo vemos la búsqueda infatigable de un presente constante de efímeros momentos de placer, que se desvanecen como un espejismo o una pesadilla de la que es imposible despertar. Victoria se hace un lugar, de esta manera, entre las mejores obras del descreimiento trágico de todas las instituciones a través de la maravillosa y desasosegada representación del derrotero de los jóvenes de la comunidad europea. Las actuaciones son deslumbrantes y se destaca, por su belleza estética, la escena de la pareja disfrutando de la compleja pieza de piano interpretada por Victoria, que además funciona como la culminación de la extraordinaria banda de sonido de Nils Frahm, en la que participan la chelista Anne Müller, el violinista Viktor Orri Árnason, el compositor ambiental Erik K. Skodvin y el DJ Koze. La multiculturalidad alemana otra vez da muestras de grandes resultados a nivel artístico al permitirnos experimentar la órbita que recorren los resabios de la cultura de la rebeldía, que de vez en cuanto da destellos de luz que rápidamente se apagan. Queda claro que aún hay brasas encendidas entre las cenizas.
El “gimmick” funciona. “Victoria” sucede en un plano secuencia que dura la totalidad del film, 2 horas, 20 minutos. En tiempo real, sin CGI ni truco de cámara. Síntoma de la importancia que se le dio a esta manera de encarar la narración es que el primer crédito que aparece al finalizar el film es el de la DP (Sturla Brandth Grovlen). La historia es directa, una serie de malas decisiones llevan a la anti-heroína que da titulo a la película a seguir a un grupo de adorables delincuentes a través de la madrugada berlinesa. La primera hora del film es demasiado larga, prepara el terreno hacia lo que vendrá y busca la empatía con los personajes para que luego nos importe lo que les suceda. En el tercer acto (no spoilers) la acción toma el control y la cámara cobra sentido, ahí es cuando la filmación “guerrilla” transmite la urgencia que la historia necesita. Un triunfo de la logística.
PERDIDA Una chica. Una ciudad. Una noche. Una toma. Así dice el arte de la nueva película de Sebastian Schipper "Victoria" (Alemania, 2015), que tras su paso por el 65 Festival de Berlín, logró que su distribución mundial sea asegurada, principalmente, por el hecho de estar filmada en un largo plano secuencia. Pero "Victoria" es mucho más que eso, porque gracias a la actuación de Laia Costa, y al grupo de actores que componen a la banda de inadaptados a los que la joven que da nombre al filme se acoplará, Schipper hablará de un estado de un rango etario sumido en la desesperación y el abandono. Victoria sale de un boliche y es abordada por unos jóvenes que no pudieron ingresar al lugar de donde ella se está yendo y, sin explicación mediante, acepta la propuesta de acompañarlos a una fiesta en auto. Pero el auto no será de ellos, y la fiesta nunca aparecerá, y sí una eterna sucesión de hechos que rondan el delito y que a Victoria la terminan seduciendo. Pero con el correr de las horas, todo se complica, y lo que era un plan divertido y entretenido, terminará siendo una suerte de aventura épica en la que un robo será tan sólo la excusa para poder determinar el involucramiento de la joven con sus nuevos amigos y con ella misma. Schipper explota la pantalla con imágenes y sensaciones, con música y sonidos, que superan la propuesta de la toma única para avanzar en la descripción de un mundo de marginalidad y dolor que sólo puede entenderse desde una empatía total con los personajes. "Victoria" termina así convirtiéndose en un fresco generacional con ciertas reminisencias a "Trainspotting" y "Corre Lola, Corre", pero que busca su propia identidad en medio de una vorágine de drogas y violencia que sólo profundizan aún más la búsqueda estilística y temática del director con su propuesta. Puntaje 8/10
Como dos extraños Muchas veces se considera al plano secuencia como un rasgo de exhibicionismo gratuito de los directores de cine. En el caso de Victoria (2015) los 138 minutos de plano secuencia generan la atmósfera ideal para que el espectador asista a una experiencia cinematográfica de gran atractivo y adrenalina. La noche interminable y el desplazamiento cuidadoso de la cámara por las calles nocturnas, adueñándose del lugar en el movimiento preciso y no fatigoso ayudan a comprender la significancia del recurso para comenzar en una discoteca bajo la efervescencia festiva y terminar en pesadilla, donde la protagonista pasa por tantos estados que van de la euforia a la angustia en un segundo, siempre enmarcada en el riesgo de lo desconocido y la aventura para salir de la rutina y el pozo emocional en el que se encuentra. Sin lugar a dudas la propuesta más original de este festival.
Victoria es una de las grandes sorpresas que brindó la cartelera de cine este año. Se trata de la cuarta película como realizador del actor alemán Sebastian Schipper, quien es conocido internacionalmente por sus frecuentes colaboraciones con el cineasta Tom Tykwer, con quien trabajó en Winter Sleeper, Corre, Lola, corre y The Princess and the Warrior. En este caso abordó el clásico subgénero del Heist film, una de las ramas más populares del cine policial, con una propuesta filmada en una sola toma y un guión improvisado por los actores del reparto. Las historias de robos son un clásico en este arte, principalmente en Hollywood, desde la década de 1930, y cada tanto surgen películas que se atreven a romper los convencionalismos del género. Dos ejemplos históricos de ello fueron The Killing (1956), de Stanley Kubrick y Gambit (1966), de Ronald Neame, que en su momento sorprendieron al público con historias apasionantes que le escaparon a los clichés que suelen tener estos filmes. En Victoria el director Schipper no revolucionó el género con su trabajo pero brinda una experiencia cinematográfica frenética y apasionante que no se desvanece de la memoria a la salida del cine. La trama se desarrolla durante una madrugada en Berlín entre las 4: 30 y la 7 de la mañana. Victoria es una chica española que vive en Alemania no tiene amigos ni habla el idioma de ese país. Una noche al salir de un discoteca conoce a un grupo de jóvenes con los que termina involucrada en la ejecución de un robo. Con esa premisa tan sencilla el director Schipper construye un thriller apasionante filmado en un plano secuencia que no da respiro desde los primeros minutos. Si bien la trama es algo predecible, la virtud de Victoria pasa por la experiencia cinematográfica que le brinda al espectador. Sin trucos de edición y con recursos mínimos, el director Schipper logra construir un gran policial negro que sobresale por el trabajo de los actores, especialmente Laia Costa (la protagonista), y su dominio del suspenso. Un detalle muy interesante de esta película es que a diferencia de Birdman, que presentaba un plano secuencia en un escenario específico, la trama de este film se narra en distintas locaciones de Berlín, algo que le dio una mayor complejidad a la realización de este proyecto. Hacia el final la conclusión de la historia se estira demasiado y Victoria tal vez hubiera sido una película mucho más redonda si duraba 20 minutos menos. De todos modos, con toda las imperfecciones técnicas y situaciones inverosímiles que se le pudieran objetar al guión, el trabajo de Sebastian Schipper consigue brindar un gran thriller que merece su visión en el cine.
Proeza técnica, disfrute cinéfilo Rodada en un único plano secuencia de 140 minutos, esta película de Schipper va mucho más allá de un acierto formal. Puro vértigo y adrenalina. Las películas rodadas en una sola toma parecen estar a punto de volverse una moda. Con la capacidad del digital de filmar todo el tiempo que uno quiera, con la movilidad de las pequeñas cámaras y con las posibilidades técnicas de tapar las uniones de planos digitalmente (es decir, falsear el plano único secuencia) me da la impresión de que tras el éxito de Birdman y la buena repercusión de Victoria saldrán varios a organizar sus películas de similar manera. El film de Schipper dura 140 minutos y, asegura su realizador, está hecho todo de un tirón: un rodaje que comenzó a las 4.30 de la madrugada y terminó cerca de las 7. Otros dicen que en realidad son al menos tres tomas diferentes y están los que aseguran que Schipper filmó tres veces la película entera y luego usó la que le salió mejor. Nunca lo sabremos bien, o tal vez sí, pero lo que importa finalmente es si con eso logra crear una buena película. Y lo cierto es que lo logra y la tensión creada por el plano secuencia ayuda bastante. Victoria es el nombre de una chica española que vive en Berlín (Laia Costa) y que, cuando arranca el film, está bailando en un boliche de música electrónica de la ciudad. Algo borracha, sale a tomar su bicicleta e irse a su casa cuando en la entrada se topa con cuatro berlineses alcoholizados que la alientan a seguir “la noche” con ellos. Victoria no se amedrenta y los acompaña en su recorrido bardero por la calle, consiguiendo más bebidas y subiendo a una terraza a ver la ciudad. Con uno de ellos parece haber más onda que con los otros (un grupo multiétnico, digamos) y él la acompaña al café donde ella trabaja ya que Victoria ha decidido no volver a su casa y dormir algo en el negocio para luego abrirlo. Cuando la película promedia, Victoria y Sonne están por despedirse con la idea de volverse a encontrar en algún momento (él queda especialmente fascinado por ella, más aún cuando la escucha tocar el piano de manera notable), pero allí el film dará un giro radical y se volverá un thriller. (Si no quieren saber más de la trama dejen de leer aquí, lo que sigue puede ser considerado SPOILER. Están avisados) Sin nunca dejar ese único plano secuencia, ahí empieza casi otra película en la que a los muchachos no les queda otra que incluir a Victoria en unos planes delictivos que están forzados a hacer. El resto del film será ya a pleno suspenso, acción y persecuciones, tornando el trabajo en un solo plano en una verdadera proeza. No conviene adelantar mucho lo que sucede después, pero la tensión es permanente y, si bien como criminales el cuarteto deja mucho que desear, las situaciones que se presentan son de alto voltaje y la cámara parece un personaje más, transpirando, temblando y teniendo ataques de pánico casi tanto como los protagonistas. Victoria es una película que parece pedir por una remake hollywoodense: pura adrenalina, acción y suspenso, con algunos interesantes comentarios sociales y de género en el medio, que pintan a una Berlín multicultural y moderna tal como es en la realidad. Tal vez le falte complejidad a los personajes (el cuarteto de muchachos “berlineses de verdad” están al borde ser tremendos imbéciles) y cuesta creerse algunas de las cosas que terminan pasando, pero aún con sus defectos se trata de un policial (o de un drama que se vuelve policial) impactante y que lleva al espectador de las narices. Sí, es cierto que el plano secuencia por momentos distrae –ya que uno muchas veces chequea que se mantenga–, pero no hay dudas de que hace funcionar a la película y que le da una energía y un nervio que tal vez sin eso no tendría. El problema, claro, es que ahora todos lo van a querer imitar…
Noche de locura en Berlín La cuarta película del alemán Sebastian Schipper, Victoria (2015), comienza de manera potente con un shock de flashes luminosos y el ritmo de una música electrónica enloquecedora. Elementos que nos indican que dirección va a tomar el relato. Desde los primeros segundos, el director nos sumerge en la cautivante noche berlinesa. Victoria (Laia Costa), una joven inmigrante española afincada en Berlín baila, y el éxtasis provocado por la música se le nota en su rostro que late, potente e irresistible. Cuando sale de la jungla danzante para irse con su bicicleta, Victoria se deja seducir por un grupo de muchachos que le proponen seguir con la fiesta en plena calle. Sonne (Frederick Lau), Blinker (Burak Yigit), Boxer (Franz Rogowski y Fuß (Max Mauff), ya borrachos, son amigos desde siempre y viven la ciudad como si fueran sus dueños. Victoria los sigue sin ningún tipo de condicionamiento. Roban algunas bebidas y suben hasta la terraza de uno de los edificios más altos de la ciudad. La noche es de ellos, al igual que Berlín, se sienten amos y señores. La química entre Victoria y Sonne es cada vez mayor, ven que ya no pueden despegarse. Y el espectador quiere también quedarse con ellos, ya que, en cierta manera, forma parte de ese grupo al que sigue de cerca. Es precisamente eso, ya que desde el inicio, vemos la misma secuencia nunca interrumpida. Como Victoria, el espectador pasa a ser un integrante más de este grupo de manera completamente natural. Mientras, lo que parece al principio cine de observación se convierte en un vertiginoso tour de force. Encaminado en un principio hacia una historia de amor entre jóvenes rebeldes, Victoria gira de manera violenta y se convierte en un frrenético thriller cuando Boxer anuncia a sus compañeros que debe robar un banco para cumplir la promesa que le hizo al mafioso que lo ha protegido en la cárcel. La aventura nocturna se convierte en una epopeya épica llevada de la mano del asombroso virtuosismo de Sebastian Schipper y su director de fotografía Sturla Brandth Grøvlen. Sin hacer trampas (la película es un verdadero plano secuencia sin ningún corte), y sin que uno se dé cuenta nunca, la cámara hace acrobacias entre discotecas, bancos, cafeterías, edificios, autos robados, calles, persecusiones, tiroteos, enfrentamientos con la policía y un hotel de lujo. Finalmente, la potencia de la primera escena anuncia de manera bastante perfecta todo lo que va a seguir: la manera en la que la película atrapa totalmente al espectador y en la que le afecta casi físicamente, pero sobre todo la total credibilidad de esta historia en tiempo real, tan potentemente realista que es incluso más fuerte que la realidad. Aunque al final uno se pregunte como hicieron para vivir todo eso en dos horas y cuarto.
Una noche extrema en Berlín El título de la película es aplicable al experimento del director, cuya historia sobrevive en (y por) la técnica. Si usted quiere saber cuáles son los pro y los contra de un plano secuencia llevado al extremo, Victoria, la película del alemán Sebastian Schipper es el experimento que tiene que ver. Una sola toma de dos horas y veinte minutos que no corta nunca, que tiene ritmo, una historia, intriga y personajes desarrollados. Todo esto, claro está, con las limitaciones del recurso elegido por el director. ¿Sólo un alemán lo puede hacer? ¿Era necesario? ¿Qué suma y qué resta? La película arranca a puro ritmo, en un boliche subterráneo de Berlín, con la protagonista buscando compañía, un vodka pedido en inglés, miradas, insinuaciones leves y mucho cuerpo agitado. Victoria (Laia Costa) es española, y cuando está por abandonar la juerga solita y en su bicicleta, entabla un vínculo con Sonne y sus tres amigos (endeble y misterioso por la naturaleza de la construcción narrativa) , un grupo simpático pero oscuro, la punta de un relato que veremos desovillar hasta sus últimas consecuencias. Obra de arte, experimento, ¿pero también buena película? La noche, el suburbio berlinés, la historia del flirteo entre dos cuerpos ansiosos no se queda quieta nunca, apenas para un solo de piano diabólico, o un cerveza en la terraza. Intrigantes, bebedores, adictos, los protagonistas visitan y activan una veintena de locaciones en un thriller alucinador. Amparado en el vértigo de la filmación, Schipper transmite en tiempo real una sucesión de hechos que llaman a compartir una experiencia surrealista, enganchados todos a esa toma interminable, como los planos de la película. Las limitaciones de la historia están en la dificultad para armonizar diálogos, construir personajes sólidos y acciones reales, igualmente hay pasión, amor, pasado, sangre, robos y muerte. Exacerbación de medios para justificar un fin.
Desde Berlín, una proeza del rodaje Victoria, de Sebastian Schipper, es una de esas proezas de rodaje que valen la aclaración: es una película filmada en un único plano, sin cortes, en tiempo real, en el fin de una noche en Berlín. El camarógrafo noruego Sturla Brandth Grøvlen fue reconocido con un Oso de Plata en la última Berlinale por su trabajo, además de aparecer primero en los créditos finales del film. Y no estamos ante un relato basado en la quietud o en simples conversaciones por las cuales los actores meramente hacen gala de su memoria: en más de dos horas pasan un montón de cosas, hay cambios de escenario, hay acción, hay persecuciones, hay planes y ejecuciones, incluso hay desesperación. Estamos ante un singular policial urbano. La primera mitad de la película se centra en conversaciones y en la construcción de confianza entre la protagonista -española que vive en Berlín- y el grupo de amigotes alemanes, especialmente con Sonne. Antes de ese encuentro vemos que Victoria está deseosa de conocer gente -hasta intenta invitar un trago al barman de la discoteca- y quizá por eso conecta y permanece con estos muchachos no del todo brillantes y termina involucrada en sus actos. Luego de un inicio más arenoso, que plantea sin apuro la deriva nocturna y los intentos de seducción, la película avanza cada vez con mayor vértigo de una noche de borrachera a fuertes tensiones, y asombra con el registro de crímenes en perpetuo movimiento, con picos en las explosiones de euforia y también en los peligros y las caídas en una ciudad de Berlín aprovechada con sabiduría (como lo supo hacer desde otro ángulo, desde una lógica narrativa muy distinta, Tom Tykwer en Corre, Lola, corre). Victoria es una película fascinante y, como ambicioso relato que no se detiene, puede llegar a ser también extenuante y flaquear en su verosimilitud, aunque el tipo de cansancio que genera se deriva de una experiencia cinematográficamente enriquecedora. No hay puntos que separen una secuencia de otra, aunque a veces podamos ver algunas comas en ciertas pausas sin sonido ambiente -aunque con música- que permiten cierto relax de nuestra energía y tensión espectatoriales. Victoria es una cabal película en movimiento, un recorrido agónico en una ciudad atrapante. Y la protagonista, Laia Costa, además, es de un carisma notable.
Entre los recursos cinematográficos, ninguno genera tanta fascinación como el plano secuencia. El seguimiento de una acción sin cortes, durante un tiempo prolongado, permite una fluidez y un realismo que difícilmente se logre de otra manera. Su elaboración también requiere de una importante destreza técnica por parte de los cineastas, pero no pocos supieron sacarle provecho y crear secuencias de antología: de Orson Welles a Alfonso Cuarón, pasando por Stanley Kubrick, Andrei Tarkovski, Brian de Palma y Gaspar Noé, entre otros. Y hasta fueron apareciendo películas enteras contadas así. En Festín Diabólico, de 1948, Alfred Hitchcock falseó el único plano secuencia debido a que los rollos de fílmico duraban hasta 10 minutos, con resultados impresionantes. Más adelante, Andy Warhol desafió al público con un único plano del Empire State en Empire. El surgimiento de las cámaras digitales permitió más films fieles a esta impronta, sin recurrir a trucos, como Timecode, de Mike Figgis; El Arca Rusa, a cargo de Aleksandr Sokurov, y la uruguaya La Casa Muda. En los últimos tiempos, Birdman, de Alejandro González Iñárritu, se convirtió en el ejemplo más reconocido y premiado. Un nuevo exponente llega de Alemania, y en su vertiente más frenética: Victoria. Victoria (Laia Costa), joven madrileña, baila en una disco de Berlín, se divierte, goza, pide un trago, en la puerta conoce a un grupo de muchachos, hacen chistes, conversan, se van, siguen hablando en las calles, en una terraza, ríen, beben, fuman, siguen hablando, y llega la hora de despedirse y Victoria llega a la cafetería donde trabaja pero ellos vuelven porque la necesitan para una misión muy importante; ella va y resulta que la “misión” es el robo a un banco, deben hacerlo sí o sí por una deuda y van a ejecutar el robo y… Con un estilo vertiginoso, el director Sebastian Schipper consigue un film que comienza como una versión marginal -y siglo XXI- de Antes del Amanecer, de Richard Linklater, y deviene en una del subgénero de atracos bancarios, donde las consecuencias suelen ser las peores. Todo contado en un único plano sin cortes ni trucajes; un ejercicio de precisión que evita las florituras y nunca descuida lo que está contando. Las grandes islas de diálogos del principio no resultan vacías sino que sirven para que los personajes se conozcan (y sean conocidos por los espectadores): gracias a niveles de información tan calculados como la puesta de cámara, podemos descubrir que tanto Victoria como sus flamantes amigos quieren escapar de un pasado tortuoso que, en el caso del grupo, los perseguirá sin tregua. La española Laia Costa se consagra como un nuevo talento a tener en cuenta. Sabe darle carnadura a su papel, con apenas pinceladas, y la búsqueda estética de Schipper favorece su lucimiento actoral y el de sus compañeros de elenco. Victoria no se conforma con ser el prodigio técnico de la temporada y resulta la más fresca, intensa y audaz representación cinematográfica de las vivencias de estos jóvenes empujados hacia la violencia. Sin una historia ni personajes sólidos e interesantes, la película no hubiera podido sostenerse sin importar cómo la filmaran. Ni siquiera el decaimiento del ritmo sobre el final estropea una experiencia vibrante.
La sensación de los Premios Lola 2014 arriba finalmente a nuestras salas comerciales luego de su paso por el reciente Festival de Cine Alemán que contó además con la visita de su protagonista. Victoria se inscribe en esa tradición del cine alemán que busca permanentemente la vanguardia. En su cuarto film como director, el también actor Sebastian Schipper, bucea por los riesgos estéticos y, en definitiva, narrativos; desafiando al espectador a ubicarse en un polo o el opuesto. Ciento cuarenta minutos es lo que dura Victoria; dos horas y veinte minutos, y un solo plano, por supuesto, en tiempo real, ubicado en la medianoche frenética de Berlín, casi siempre con cámara en mano, y/o realizando un exceso de los primerísimos planos. Victoria es el nombre de su protagonista (Laia Costa), una veinteañera española que se encuentra viviendo hace tres meses en Berlín, y entre la típica adaptación, por las noches se enamora de la ciudad bailando, sola, en una discoteca. Ella ama el ritmo berlinesco; y Berlín, o Schipper, la ama a ella. Destello de luces de neón, láseres, planos muy detallistas; no hay necesidad de apurar. Calma que, en ese entonces parece frenesí. Más tarde ella se cruzará con un grupo de jóvenes, uno de ellos cumple años y están de festejo. Ella parecía irse con su bicicleta, pero no, la noche recién empieza. Victoria hace un quiebre y de ese calmo frenesí se ira in crescendo a un clima extraño, entre este grupo de amigos y ella. Tensión, drama, sugestión; lo que sí, el frenesí no culmina nunca, sólo cambia de esencia. Schipper sigue al conjunto con una cámara subjetiva, adentrándose entre ellos, mezclándose y haciéndonos sentir que somos uno más con alguna copa encima. ¿Qué es lo que sucederá? ¿Cómo cambiará la vida de la joven de acá en más? Para eso habrá que seguir su periplo de 4 a 7AM. Victoria es un film que fascina, que transmite varias de las emociones de su protagonista, que por momentos parece una carta de amor Berlín y por otros una advertencia. Pero también es un experimento, indefectiblemente importa más el plano extentisísimo y ver sino se corta y cómo lo sostiene, que lo que se cuenta. Argumentalmente pareciera una premisa sobre la cual los intérpretes improvisan. Hay ciertas contradicciones, si por un lado la impronta estética subyuga tanto que no permite alejar la mirada de la pantalla; su duración y un exceso de recursos que afecta contra la sensibilidad óptica del espectador nos obliga a hacerlo. Laia Costa se carga el asunto ella sola y está a la altura, hay tanto de magnetismo en ella como en el film. Un film que se deglute a sí mismo; que atrae, quizás primero por una curiosidad y luego en buena ley; y a su vez, ese mismo efecto atractivo es el que lo encorseta, y no lo deja fluir con mayor vitalidad. Adéntrese si se atreve.
Dentro de la competencia “Vanguardia y Género” del BAFICI tenemos a una película que supimos que hizo mucho ruido en la Berlinale. “Victoria” cuenta la historia de una chica madrileña de dicho nombre, que a la salida de un boliche conoce a un grupo de chicos que harán que su estadía en Berlín cambie para siempre. Ya desde el comienzo, y sobre todo a partir del encuentro con los alemanes, uno ya sospecha que las cosas no le resultarán bien para Victoria. Y efectivamente el momento de fiesta se va a ver teñido por una deuda del pasado de uno de los chicos del grupo. Aunque al principio la historia parezca ir por un rumbo (con un ritmo más lento y toques de comedia romántica), termina dando un giro hacia el suspenso y la acción. “Victoria” nos mantiene tensos y al borde del asiento en todo momento. Al principio porque creemos que en cualquier momento pasa algo, y después, porque no dejan de pasar cosas, atrapándonos completamente. Una de las particularidades de la película es que está filmada con un solo plano secuencia, algo original que hace poco pudimos ver también en el film ganador del Oscar, “Birdman”. Y está realizado con mucha perfección; se nota el trabajo detrás, ya que filmar 140 minutos de una vez (aunque se realizaron tres tomas distintas para terminar eligiendo una) y que salga bien es algo complejo. Esto permite además que el relato se vuelva muy dinámico, intenso y frenético y que nos veamos involucrados también desde la fotografía. Con respecto a las actuaciones, todo el elenco se encuentra muy correcto. Cada personaje tiene un estilo distinto, con un momento en el cual se destaca. Pero sin duda los protagonistas son los que más resaltan en el film. A Frederick Lau, quien interpreta a Sonne, el líder de la banda, lo pudimos ver en otra película alemana “La Ola”, donde realiza un impecable labor y en este film se encuentra nuevamente a la altura; mientras que Laia Costa, quien encarna a Victoria, compone un gran personaje, donde el hecho de conocer a alguien luego de tres meses de soledad en un país extranjero puede más que cualquier acto ilegal a punto de cometer. Laia muestra una fortaleza en Victoria, que frente a los peores momentos es la persona del grupo que se mantiene más entera y racional, pero que también presenta una gran vulnerabilidad y frustración. El cine alemán va desembarcando de a poco en nuestro país y son estas joyas que nos ofrecen una historia fuerte, intensa y atrapante, bien construida, filmada con excelencia, con grandes actuaciones y que no podes sacarle los ojos de encima, las que valen la pena mirar. Samantha Schuster
Vale como experimento, pero es mejor la historia Se supone que lo que distingue a hasta película de dos horas y cuarto de duración es que está rodada en una sola toma. Una toma, digamos, demasiado larga, y que ni siquiera tiene los trucos para ocultar unos pocos cortes de montaje utilizados por Alfred Hitchcock en la legendaria "Festin diabólico" ("Rope"). En todo caso, durante la primera media hora de película no importa mucho cómo está concebida formalmente, ya que engancha al espectador con una discreta pero linda historia de amistad de una chica española que está sola en una disco en Berlín con unos desconocidos totalmente ebrios pero muy divertidos que están festejando un cumpleaños. La chica hace tres meses que está en Alemania y no conoce a nadie, por lo que se entiende que se enrolle con este no tan lindo grupo humano, que la lleva a robar amablemente unas cervezas en un maxiquiosco y luego hasta la invita a su escondite secreto, la terraza de un edificio de departamentos. Pero la historia avanza en dirección al policial, con uno de los amigos totalmente ebrio e incapaz de participar en un compromiso de esos de los que nadie puede echarse atrás. Así de golpe la aparentemente joven e inexperta Victoria va a participar de un atraco, sólo que para ese punto de la proyección la larga toma ya se vuelve un poco evidente y la falta de montaje le quita fuerza y fluidez narrativa a una historia realmente atractiva que se hubiera potenciado con buenos cortes de compaginación propios de una buena película policial. Como experimento, de todas maneras no está nada mal y es tanto un tour de force para el director como para el cameraman y, obviamente, también para los actores, empezando por la talentosa y muy atractiva Laia Costa. Pero lo más interesante es la historia y el tratamiento de ambientes contrapuestos de Berlín, ciudad que la película muestra de un modo totalmente diferente a lo que nos tiene acostumbrados el cine.
Victoria, una película que ya estuvo este año en el BAFICI y vimos en el Festival de Cine Alemán, llama al aplauso por el remarcable logro de su producción: una sola toma (plano secuencia) de dos horas y veintitantos minutos en una noche de Berlín que involucra más de veinte locaciones –un bar, una cafetería, un garaje, autos, una terraza, las calles- contenidas en la corta distancia de un par de cuadras a pie y unos pocos minutos en auto en las solitarias calles de la madrugada. El producto de un mes y medio de ensayos para los actores, que fueron improvisando sus líneas de dialogo a partir de un tratamiento de unas catorce páginas, que hacía las veces de estructura y puntapié, hasta que dieron forma a sus personajes en un, presumiblemente, todo más coherente respecto de cómo empezó el proyecto. Los actores, Laia Costa, Frederick Lau, Franz Rogowski, Burak Yigit, Max Mauff, son carismáticos, amigables y elásticos durante la primera parte donde la protagonista, Victoria, es solo una chica en un bar que Sonne trata de seducir con su manera despreocupada y su actitud de yo-no-fui, invitándola a seguir la noche junto a él y su grupo de amigos, Boxer, Blinker y Fuss, que ya a la salida del bar están intentando meterse a un auto ajeno mientras lo reclaman suyo medio en tono de chiste, medio con la expectativa de que la posibilidad de llevarse el auto verdaderamente exista. Después Sonne y Victoria roban unas cervezas a un cajero inmigrante que duerme en el almacén para ir a tomarlas en la terraza de un edificio en el que ninguno de los amigos vive. Victoria se toma todo esto en diversión, aunque amenaza con irse en cualquier momento porque tiene que abrir la cafetería para la que trabaja en unas pocas horas y espera poder dormir un poco antes de hacerlo. Lo que sirve perfecto a los planes de Sonne para hacer que ella se quede, condensando lo que en otras circunstancias habría sido una conquista más lenta, pero que entre tomar algo y pasarla bien consigue una súbita intimidad en unas docenas de minutos que encuentran su mejor momento dentro de la cafetería, a la que Victoria lo invita para que finalmente pasen un rato a solas, donde Sonne, que estuvo tomando alcohol todo este tiempo, con esa contradictoria festividad que hace su forma de seducción, pide que ella le haga una chocolatada. Ahí es que Victoria se sienta a tocar el piano y deja que los sentimientos más oscuros sobre su pasado se escapen entre las notas mientras toca el Vals Mefisto de Franz Liszt. La escena es interrumpida por Boxer, y ese será el final de esta disfrutable rareza de hang-out movie para convertirla en una película de atracos y lovers on the run que, ahora sabemos, fue la intención todo este tiempo y solo tuvo la suerte de haber empezado bien y de manera impredecible, hasta que convirtió su toma única parcialmente improvisada en la encarnación de un descenso al underworld de unos gangsters, deudas de favores entre ex convictos y futuras traiciones, de violencia, donde la inocente Victoria, que solo quería pasarla bien, al igual que Sonne y sus amigos, que dicen ser buenas personas que ocasionalmente hacen cosas malas, se meten en serios problemas, mientras que la película, dirigida por Sebastian Schipper, los apoya todo el tiempo dándoles el crédito de que “las cosas salieron mal”, escondiendo la preocupante imagen de la incondicional lealtad masculina que no se hace preguntas sobre las causas y consecuencias, una actitud que es una reminiscencia estremecedora viniendo de una película alemana, y sirve de oportunidad a Victoria para llenar su forma fatalista de pensar (“solo el diez por ciento de los músicos de conservatorio se convierten en profesionales”, ¿qué más se puede hacer?) y se somete a una observación falsa sobre la necesidad de la libertad -sus decisiones no son la ejecución activa de sus creencias y convicciones, sino que están dictadas por las circunstancias en las que Sonne, en absoluto conocimiento, la puso- que en verdad solo es la orientación hedonista hacia su parte más autodestructiva. A esta altura la toma única, el plano secuencia, se convierte en una suerte de atletismo cinematográfico al servicio de una premisa estúpida de película que no reconoce lo estúpida que es, como una de Tarantino sabe cuándo está siendo estúpida, y tampoco reconoce que su celebración fúnebre de la libertad colapsa previamente en la perversa ilusión de que para que la Libertad suceda primero deben Romperse las Reglas, mientras que esta concepción es inherente a la realización y confirmación de las reglas, esto es, que un sistema de reglas bien construido también impone la forma en que debe ser corrompido, por lo tanto conteniendo su forma lógica de escape dentro del mismo circulo ideológico, esta siendo una expresión de Tiempo y Espacio que en el futuro deberíamos adaptar para controlar nuestras adulaciones ante la sorpresa (“¿¡cómo lo hicieron!?) por el virtuosismo de una producción como esta y no manejar las apreciaciones sobre el Cine y sus posibilidades en un lenguaje que se corresponde más a una conferencia de prensa al final de una victoria de Roger Federer en las semifinales del Us Open. No perdamos de vista que la ontología del Cine está hecha de la misma esencia que la memoria humana, no de sus nervios.
Experiencia singular en una única toma en Berlin Hubo en este BAFICI dos películas homónimas con nombre “Victoria” y ambas tienen como personaje central a una mujer que porta ese nombre. Hasta allí el lejano parecido ya que la que motiva esta nota es tan especial que bien podría caracterizarse como la máxima “perlita” del Festival. De origen alemán y dirigido por Sebastian Schipper, “Victoria” es su cuarto largometraje siendo una obra extremadamente singular, al estar filmada en una única toma. Había antecedentes como “El arca rusa” de Alexander Sokurov, con un único plano secuencia dentro del museo del Hermitage, aunque de menor duración (95 minutos). También lo serían en otro sentido (cámara en mano) las primeras películas, mayoritariamente danesas, del “Dogma 95” de Lars von Trier y Thomas Vinterberg entre otros. Pero su duración de 140 minutos y una trama que en ningún momento decae hacen que esta película sea un hito dentro de la historia del cine. Todo transcurre en Berlin comenzando en un típico bar colmado de jóvenes y donde pronto distinguimos a la protagonista bailando, para luego entablar un diálogo con un grupo de amigos en inglés. Ella es española, extraordinario casi debut de Laia Costa, y su principal interlocutor es Sonne (Frederick Lau) que le habla en inglés, ya que la joven tiene poco tiempo en la capital alemana. Salen del bar y la cámara los “persigue” (lo hará durante todo el transcurso del film) hasta el auto de Sonne y sus tres amigos de extraños nombres (Boxer, Blinker, Fuss). Ella tiene una bicicleta y de allí en más se moverán alternando medios de locomoción (auto, bici, a pie) pasando por una terraza a gran altura donde suele reunirse el cuarteto de hombres, el bar donde ella trabaja y otros lugares no tan fáciles de ubicar en Berlin, pero que por información de las gacetillas, sabemos que es “Mitte”. Cuando se revele que Boxer estuvo en la cárcel y que debe juntar un dinero “que debe”, el ahora quinteto se movilizará en el auto, conducido por Victoria y la película entra en otro tono que por respeto al espectador potencial no develaremos. Lo que sí podemos revelar es que habrá situaciones dramáticas que la “cámara en mano” realza y que la química entre Victoria y Sonne es notable y sus interpretaciones sobresalientes. Algunas pocas incongruencias (escena en un hotel, maestría de ella tocando “Mefisto”) no ensombrecen en absoluto los múltiples méritos de una obra extremadamente impactante y que por suerte pudimos ver pocos meses después de su presentación inaugural en la última Berlinale.
“Tour de force” a través de Berlín El deambular de una chica española y un grupo de amigos por la noche de la capital alemana está narrado por Schipper en un extraordinario plano secuencia de más de dos horas de duración. El plano secuencia es un recurso narrativo propio del cine con el que muchos grandes directores acaban obsesionados, aceptando con insistencia el desafío de realizar la proeza de extender su duración y de complejizar su estructura coreográfica. Es conocido el caso de Alfred Hitchcock, que llegó al extremo de rodar La soga, un clásico de su filmografía, simulando un único plano secuencia, algo que con los medios técnicos disponibles en 1948 era imposible de realizar sin trucos. La llegada de la tecnología digital permitió cumplir el sueño de filmar una película de un tirón: lo hizo Alexander Sokurov de manera brillante en El arca rusa (2002) y a partir de ahí varios se atrevieron a replicar la experiencia. De ese modo está filmada Victoria, del alemán Sebastian Schipper. A diferencia del de Sokurov, que transcurría en una única locación (el Museo del Hermitage en San Petersburgo), el film de Schipper se mueve a través de un vasto sector de Berlín, hecho que le confiere una complejidad que el director resuelve y pone a favor del relato.En Victoria la cámara sigue con atención durante dos horas y cuarto el deambular de la chica del título, una inmigrante española que intenta adaptarse a su nuevo entorno, y a un grupo de chicos locales con los que se conoce a la salida de una discoteca, en los primeros minutos del tour de force que están a punto de comenzar. Podría decirse que la película divide su estructura en dos mitades exactas. Durante la primera de ellas aparenta ser otro exponente del mumblecore, subgénero del cine independiente en el que un grupo de jóvenes o adolescentes va de acá para allá mascullando sus diálogos cargados de un contundente presente continuo, poniendo en evidencia las dificultades propias de la juventud contemporánea. Entre ellas, la de asumir la posibilidad de una realidad que no sea la que se enmarca de manera estricta en ese aquí y ahora. Una incertidumbre respecto del futuro que diferentes generaciones de jóvenes se vienen heredando más o menos desde que, a mediados de los 70, el punk convirtió el elocuente “No Fun” de The Stooges en un todavía más explícito “No Future”.De esa manera Victoria y sus nuevos amigos, cuatro chicos provenientes del proletario viejo Berlín oriental, comienzan una ronda nocturna que incluye corridas por andar metiéndose en coches ajenos; el hurto de unas cuantas botellas de cerveza a un kiosquero dormido; algunos manotazos con otros transeúntes; un largo diálogo en la terraza de un edificio en el que no vive ninguno de ellos, y una escena más íntima en el interior del bar aún cerrado donde trabaja Victoria, entre ella y uno de los chicos con el que parecen gustarse. Durante todo ese recorrido ella se deja llevar por esa deriva frenética y aleatoria, cautivada por el encanto un poco peligroso que le proponen los cuatro chicos, que de a poco comienzan a cumplir con la promesa de hacerle conocer “la verdadera Berlín, la que está en las calles”. En efecto, la irrealidad electrónica y estroboscópica de la discoteca subterránea del comienzo pronto se diluye en una experiencia cada vez más densa, más próxima a lo cotidiano. Más turbulentamente real.Al promediar el relato se produce un quiebre que, aunque brusco, no es inesperado: no se ha llegado hasta ahí sin indicios evidentes acerca del carácter marginal de los varones. Un poco seducida pero también algo aturdida por la repentina familiaridad que ahora la conecta con los chicos, Victoria se deja perder todavía más profundo en esa “verdadera Berlín”, hasta quedar enredada casi sin darse cuenta en el robo a un banco que sus recientes compañeros de aventuras son forzados a cometer para saldar una deuda carcelaria del más reo de los cuatro. Aunque la premisa suene forzada y la a priori inexplicable lealtad de Victoria para con sus amigos (completos desconocidos hasta hace una hora atrás) pueda ser puesta en cuestión todo el tiempo, Schipper consigue hacer que el relato se mantenga verosímil. Por un lado lo hace valiéndose de esa red de desesperanzas casi nunca dichas que une de manera invisible las realidades tan distantes, tanto desde lo geográfico y lo cultural como desde lo social, de la instruida Victoria y de sus cuatro descastados amigos. Y por otro, de la solidez de ese extraordinario plano secuencia que, durante algo más de dos horas, permite que el espectador sea testigo en tiempo real de la potencia de la amistad y el amor, de la inocencia y de la vida. Pero también de su carácter frágil y fugaz
La seducción en su laberinto Destacada por haberse filmado en un único plano secuencia (es decir, una toma sin cortes, como El arca rusa, de Alexander Sokurov), Victoria es a un tiempo un prodigio técnico y un thriller hermético, peculiar, que pone los pelos de punta. Mientras el vértigo responde al fundacional plano secuencia inicial de Sed de mal, de Orson Welles, y recoge el guante de la fórmula frenesí más violencia, inaugurada por Gaspar Noé en Irreversible, la película detiene a sus personajes en dilemas morales de los que no parecen tener otra opción que el peor destino. Envolvente desde el arranque, la película muestra luces lisérgicas y sonido tecno que sitúan la acción en una discoteca; Victoria (Laia Costa) baila entregada al narcótico ritmo. Al salir de la pista, la chica española conoce a Sonne (Frederick Lau) y su heterogéneo grupo de amigos multikulti, que tipifica a la actual sociedad berlinesa. El cortejo de ambos, pese a su dispar origen, mantendrá el pulso de la madrugada y el lazo, aunque inverosímil, hará de Victoria la cómplice de un delito. Enroscado, el film de Sebastian Schlipper (actor de Trío y Corre, Lola, corre) juega con las cartas marcadas, pero es un laberinto adictivo e imposible de abandonar.
A esta altura del partido, hacer una película en una sola toma es casi un cliché, aunque la audacia de la propuesta no deja de sorprender, más cuando, como en este caso, no se trata de distintas tomas encadenadas digitalmente (como fue el caso de Birdman) sino de un verdadero recorrido continuo de más de dos horas. La hazaña no es novedosa -ya la lograron, con aún mayor audacia, Timecode, de Mike Figgis, y El Arca Rusa, de Aleksandr Sokurov- pero todavía conserva la emoción del funambulismo: ¿podrán llegar los intérpretes hasta el final del metraje, o se caerán en el vacío de un error? La toma interminable se convierte en un repositorio de incertidumbre y angustia, a medida que los minutos apuntalan nuestro nerviosismo. El director Sebastian Schipper aprovecha este efecto para contar una historia de cinco jóvenes europeos, quienes se sumergen en los bajos fondos del crimen. La protagonista, Victoria, es una joven e ingenua española que atiende una cafetería berlinesa. Durante una noche de fiesta, conoce a cuatro alemanes, con los cuales, bajo la luna, comparte tragos y anécdotas en la terraza de un edificio. Pero el pasado criminal de uno de ellos, cuando despunta el sol, termina por enredarlos a todos. No es un film destacable por su trama o sus personajes, todos funcionales al genérico esquema narrativo. Ni la española ni los alemanes dejan de ser envases más o menos vacíos, capaces de ser resumidos en pocos adjetivos -el simpático interés romántico, el iracundo ex convicto- y que existen antes que nada para girar los engranajes de la historia, que tampoco le agrega mucho a la tradición de películas sobre atracos. Pero es indudable la habilidad con la que Schipper y su camarógrafo Sturla Brandth Grøvlen ponen su única toma al servicio de las exigencias del género: la llegada de la hora señalada, la euforia del instante de felicidad, el peligro de una fuerza policial omnipresente, la agonía de un viaje hacia un destino incierto. Lugares comunes de este tipo de películas, dinamizados por el simple hecho de que no podemos escaparnos de la toma por la puerta de atrás del corte…
Este film alemán que narra una noche en la vida de una española en un barrio de Berlín está rodado en un solo plano, sin cortes. Pero la hazaña es pertinente: lo que aparece en la película es la pura tensión de no saber qué puede pasar cuando se encuentra un grupo de desconocidos, desgranada en tiempo real. A veces el “gancho” de lo técnico resulta la única manera de contar una historia. El ritmo no cede nunca: quedan advertidos.
Filmada en un único plano secuencia, sin cortes, “Victoria” es toda una experiencia cinematográfica y también una película dura y perturbadora. El cuarto filme como realizador del actor alemán Sebastian Schipper (que supo aparecer en “Corre, Lola, corre”) fue rodado en tiempo real, en el final de una noche en Berlín, desde las 4.30 de la madrugada hasta las 7. La historia se centra en Victoria, una chica española que vive en la capital alemana y que a la salida de un boliche de música electrónica se encuentra con cuatro berlineses borrachos que la invitan a seguir tomando con ellos. Sola en la ciudad y ávida de compañía, Victoria se engancha con estos desconocidos que prometen guiarla por la verdadera Berlín, “la que está en las calles”. No conviene adelantar más detalles del relato, pero sí advertir que aquí el peligro y la violencia están delicadamente agazapados hasta que explotan, y se mezclan naturalmente con la amistad, el amor, la soledad y la desesperación. La cámara va detrás de estas vidas a la deriva, de frustrados marginales disfrazados de cool, personajes que se esconden detrás de las noticias policiales (a veces insólitas) que vemos casi a diario. El director no necesita trazar un perfil de los personajes porque le alcanza con mostrarlos desde este presente urgente y arrebatado, con una tensión que va in crescendo y que subyuga y golpea durante toda la película. Es cierto que “Victoria” se excede un poco en el metraje y que algunas situaciones pueden sonar inverosímiles, pero el trabajo del director Sebastian Schipper, del camarógrafo noruego Sturla Brandth Grovlen (que fue premiado en la última Berlinale por esta película) y de la actriz española Laia Costa redondean un thriller dramático que te deja con el corazón en la boca.
Alejandro González Iñarritu’s Oscar-winning Birdman was most recently the film that grabbed all the attention for having been filmed in a single take (to be precise, there were a couple of digital tricks involved) and the gimmick proved to be successful, since the film’s value is not only in its form. Prior to that, you surely remember the impressive Russian Ark, which is an even better example considering Aleksandr Sokurov is the helmer of such elaborate piece. And way before that, Hitchcock was the father of movies in real time with his legendary The Rope (with its own tricks as well). And now there’s the German film Victoria, by Sebastian Schipper, which is not only a technical marvel but also a rather entertaining genre piece. Shot in a single take in real time, Schipper’s engaging film follows Victoria (Laia Acosta), a Spanish girl living in Berlin who has a penchant for electronic music and heavy partying. After dancing like crazy for hours at a hectic club, Victoria decides to go home but by chance she meets three friendly and tipsy German guys at the club’s exit. Out of the blue, they ask her to go have some more fun since, they say, the night is still young. To Victoria, who besides being a young spirit is also a cute flirt, the proposal seems interesting enough to give it a try. But little did she know that their night out held a secret: the four guys owe someone something and paying the debt is nothing short of dangerous. And that’s only the tip of the iceberg. Since Victoria pretty much hinges on surprise, the less you know about how the events unfold, the better it is for you to enjoy a highly kinetic cinematic experience that follows the title character at all times (literally) for 138 minutes and spanning across 22 locations across Berlin. And this time, no digital tricks are used at any time and the camera does not cut once — or so they claim. So suffice it to say that Schipper’s opus first goes for an apparently banal take on four guys and a girl who just want to have fun, but somewhere in the middle of the film, things take an abrupt change and you enter the realm of crime, thieves and police so expect robberies, chases, shoot-outs — the works. The impression of realism is well-achieved: it’s not difficult to feel you are there and to be impressed by the accumulation of unexpected events. More importantly, the performances are quite convincing, with the talented Acosta as Victoria in the first place. Needless to say, Victoria is the type of film that owes a lot to its cinematographer, Sturla Brandth Grøvlen, who certainly knows how to take full advantage, in narrative terms, of a technical experiment that could have just been a meaningless gimmick. Not that the story itself is extremely remarkable, but it’s more than decent enough to provide over two hours of solid entertainment. Production notes: Victoria (Germany, 2015). Directed by Sebastian Schipper. Written by Olivia Neergaard-Holm, Sebastian Schipper, Eike Frederik Schulz. With Laia Costa, Frederick Lau, Franz Rogowski, Burak Yigit, Max Mauff, André Hennicke, Anna Lena Klenke. Cinematography: Sturla Brandth Grøvlen. Editing: Olivia Neergaard-Holm. Running time: 140 minutes.
El filme abre presentándonos al personaje que le da nombre, a Victoria (Laia Costa), ella baila, sólo baila, sola. Luz estroboscópica con intenciones psicodélicas, la joven se agita, mueve los hombros al compás repetitivo, constante, muy cercano a lo tribal, del retumbante ritmo de música electrónica, esa que ataca al cerebelo, impide ponerlo, aunque sea una mínima porción del cerebro, en funcionamiento. Sigue moviéndose cubierta de sudor, los ojos cerrados, agotada, pero no parece feliz, esta sola. Al salir del local (en mi época se le llamaban boliches bailables), nos encontramos en Berlín, y como escenario el famoso barrio de Kreuzberg, Victoria se topa con cuatro nativos a los que les impidieron entrar por el estado de ebriedad de algunos de ellos, no se conocen, ella acepta la invitación a seguir en el ritmo de locura en una fiesta privada. ¿Por qué? En seguida nos damos cuenta que la fiesta no existe, van sin rumbo, Sonne (Frederik Lau), Boxer (Franz Rogowski), Blinker (Burak Yigit) y Ful (Max Mauff) y Victoria, de un lado a otro en la noche berlinesa, aunque el relato febril de una noche desquiciada por los excesos se termina convirtiendo en algo mucho más oscuro, sin ningún tipo de justificación, de desarrollo, o algo que se le parezca al trabajo de un guionista.. Intenta transitar desde la radiografía de un grupo de descerebrados, hasta querer ser un policial, sobre el final de la narración. Proyectada en un falso plano secuencia, no está filmada en un plano secuencia, sino que le pregunten a Alexander Sokurov sobre que estoy hablando. Eso si, es un alarde de virtuosismo técnico, que posiblemente sea lo que seduzca a muchos, al mismo tiempo lo mejor de la realización, o lo único, lo interesante, las formas en que se ocultan las rupturas temporales, que hacen que realmente parezca un plano secuencia rodada sin cortes, ayudado por el muy buen manejo de la cámara, pero como los excesos siempre son perjudiciales, la cámara en mano termina por cansar al espectador, y ahí se acaba. Nada es del orden de lo verosímil, ningún personaje tiene desarrollo, el conflicto que debería impulsar el relato se disuelve en segundos, no tiene sostén de ningún tipo, para colmo del aburrimiento dura 140 minutos. Dos temas: 1) Que me disculpen, pero la juventud no es estadística, y cinco personajes no son muestra cabal ni representativa de una grupo etáreo de la sociedad. 2) El acceso a la tecnología de manera masiva produce esto, cualquiera toma una cámara en su mano, una idea mínima sin desarrollar, reúne a unos cuantos amigos y hace gala de un saber técnico. El relato parece ser lo de menos, son muchos los que creen que esto es cine, pero no son todos, por suerte.
Escuchá el audio (ver link). Los sábados de 16 a 18 hs. por Radio AM750. Con las voces de Fernando Juan Lima y Sergio Napoli. Un espacio dedicado al cine nacional e internacional. Comentarios, entrevistas y mucho más.
Escuchá el audio (ver link). Los sábados de 16 a 18 hs. por Radio AM750. Con las voces de Fernando Juan Lima y Sergio Napoli. Un espacio dedicado al cine nacional e internacional. Comentarios, entrevistas y mucho más.
Una noche de aventuras en la que poco a poco todo se va saliendo de control. Su desarrollo esta filmado en un solo plano secuencia con cámara en mano (es decir en una sola toma) a lo largo de dos horas y dieciocho minutos, esto es bastante novedoso y llega de la mano del cineasta alemán Sebastian Schipper (“Un amigo mío”). En una discoteca de Berlín una noche una joven madrileña Victoria (Laia Costa; “Pulseras rojas” TV. Un bello rostro y una buena actuación) de unos veinte años, que no tiene amigos, trabaja en un café y gana tan solo 4 euros por hora tiene una vida bastante aburrida y monótona. Pero su vida tiene un giro cuando esa noche y en esa discoteca conoce a cuatro jóvenes berlineses: Sonne (Frederick Lau, “La ola”), Blinker (Burak Yigit), Boxer (Franz Rogowski) y Fub (Max Mauff), ellos salen todos juntos y su relación será para siempre, juntos van viviendo diferentes momentos, situaciones, aventuras y experiencias inolvidables. Con el correr de los minutos vamos conociendo más a cada uno de los personajes sus angustias, secretos, su presente y pasado. Para Victoria ya nada será como antes y además encontrará el amor de Sonne. La cinta contiene un importante trabajo de cámara, su ritmo es vertiginoso, brutal, frenético y salvaje. Con este estilo de filmación siguiendo en todo momento a los actores, el director intenta que el espectador sienta los deseos de la protagonista el aturdimiento, la sed de libertad y esas ganas de sentirse viva, y es posible que su título también esté relacionado de cierta manera con su proceso y desarrollo. Además contiene suspenso, acción, intriga y toques románticos. Muestra jóvenes cometiendo algunos desórdenes, alcohol, drogas, robos, vértigo y el deseo de liberación. Cuenta con buenas actuaciones, todos los diálogos fueron improvisados y los actores: Laia Costa y Frederick Lau, ya hemos visto algunos de sus trabajos y se destacan. Se enlazan muchos lugares, el paso del tiempo y la conducta de los personajes. Pero a lo largo de su desarrollo y con su desenlace no termina siendo creíble.
Una noche de alcohol, aventuras y riesgos extremos El subtítulo de la película dice “Una ciudad. Una noche. Una toma”. Mientras que el título lleva el nombre de la protagonista: “Victoria”. El largometraje del alemán Sebastian Schipper ha llamado la atención de la crítica porque está filmada en único plano, sin cortes y en tiempo real. Una hazaña que mereció un Oso de Plata en la última Berlinale para el camarógrafo noruego Sturla Brandth Grøvlen. Desde el punto de vista formal, el rodar en un solo plano secuencia tiene varios antecedentes en la historia del cine, aunque ahora la tecnología disponible favorece la elusión o dilusión de los trucos. El advenimiento de la era digital permite estas aventuras, entre otras. El ejemplo más reciente es “Birdman”, de Alejandro González Iñárritu. Pero “Victoria” sube la apuesta al rodar sin cortes durante más de dos horas en un periplo nocturno de un personaje por distintas locaciones de una ciudad y le agrega la tensión y el suspenso de un thriller, más la flexibilidad de la improvisación. Obviamente, el fuerte de la película es la propuesta formal, que, sin minimizar el contenido, emerge como un mensaje en sí mismo, como si se intentara captar un código, un lenguaje, un sema, una identidad. Victoria (Laia Costa) es una joven española que está viviendo en Berlín. La cámara la descubre en un local nocturno bailando al ritmo tecno y bebiendo alcohol entre personas desconocidas. A partir de ese momento, no la abandona ni un instante durante 140 minutos, que van entre las 4.30 de la madrugada hasta cerca de las 7 de la mañana, hora en que la joven debe abrir la cafetería en la que trabaja durante el día. Ella está sola, y al salir del local bailable es abordada por un grupo de muchachos, según ellos, “berlineses verdaderos”, con quienes empieza a mantener un diálogo circunstancial e intrascendente, como suele suceder en esos encuentros fortuitos y superficiales en lugares de diversión. Pero el grupo se va enganchando y los jóvenes le van mostrando a Victoria sus escondites secretos y aceptan incluirla a ella en su especie de hermandad callejera. La chica se deja llevar y entre risas y aventuras, pasa el tiempo hasta que decide ir a la cafetería a esperar la hora para comenzar a trabajar. A partir de ese momento, empieza la segunda parte del film, que derivará en un policial de máxima tensión, ya que los jóvenes, por circunstancias que es mejor no mencionar (para no revelar detalles del argumento), se verán involucrados en un hecho de violencia que irá in crescendo y en el que Victoria se verá arrastrada un poco ingenuamente, un poco por curiosidad. El eje del relato es el nacimiento de una relación de amistad en la que una chica es aceptada e incluida en un grupo de chicos que se conocen desde la infancia y que tienen un fuerte vínculo entre ellos, dando la idea de que forman un círculo que no se abre a cualquiera. Victoria acepta la invitación y trata de ganarse un lugar en el grupo, aceptando algunos riesgos. Y también, porque entre ella y uno de los jóvenes, Sonne (Frederick Lau), empieza a surgir una atracción que podría derivar en romance. Sin embargo, las cosas se irán complicando hasta salirse de madre. Una experiencia tan fuerte, que indudablemente transformará a la protagonista. Después de esa noche, la vida de Victoria ya no volverá a ser la misma. Mucha tensión, adrenalina, emociones y violencia, en un clima alocado, de la mano de Schipper, quien ha colaborado anteriormente con el cineasta Tom Tykser, en “Winter Sleeper”, “Corre, Lola, corre” y “The Princess and the Warrior”. En ese caso, Schipper dirige un policial apasionante que brinda a su vez una mirada acerca de la complejidad del mundo y las dificultades que tienen los jóvenes para adaptarse a una sociedad que no los contiene, los atosiga de exigencias, para ofrecerles demasiadas frustraciones y angustias, que ellos tratan de sobrellevar como pueden. Haciendo locuras, a veces, como las que hace este grupo en una noche de alcohol, aventuras y riesgos extremos. Victoria es un film que, por lo absurdo y violento y la sensación de violencia sin salida que caracteriza a ciertos sectores de la juventud, recuerda a películas como “Irreversible”, del argentino Gaspar Noé; “La hermana”, de la francesa Ursula Meier, o “Mommy”, del canadiense Xavier Dolan.
La protagonista es encantadora, el trabajo de cámara admirable, pero este film alemán es una especie de huevo kinder cinematográfico: más allá de su forma no hay prácticamente nada en él, apenas un juguete diminuto que evoca livianamente a varios géneros en un mismo film. Inesperadamente, se volvió un tema público. El buen decir y los modos de expresión adquirieron una relevancia inusitada: importa qué y cómo se dice. Esta lección cívica del momento ha sido un problema fundacional del cine desde sus inicios: algo se dice, una experiencia se escenifica y para ello se elige una forma. El cine ha sido siempre aristotélico: una película es inexcusablemente materia y forma; se define como tal en esas dos variables. Un argumento y su desarrollo, plus una poética que lo ordena. La forma elegida por el director alemán Sebastian Schipper es el plano secuencia. Un único plano se extiende aquí por 138 minutos, y eso es Victoria. En efecto, el tiempo de la toma es el de la película; ningún corte en el registro, lo que no significa que no existan las pausas. Una melodía cadenciosa suele intervenir como respiro y separador. Termina un capítulo, empieza otro. Así, el sonido contradice convenientemente la duración, o produce un falso corte en el relato. La proeza: sostener el relato en el espacio, recorrer este último como un escenario infinito y hacer entrar y salir a los personajes, quienes se desplazan por las calles, las discotecas y las azoteas de Berlín. Schipper y su virtuoso camarógrafo Sturla Brandth Grøvlen se lucen: el espacio es como un animal domesticado que les responde en todo. Pero la superioridad formal de un cineasta no es canjeable por su indigencia conceptual. Un formalismo gaseoso viene aquí a conjurar un poco la insignificancia de la trama: una chica española llamada Victoria, que vive desde hace unos tres meses en Berlín, conoce a un par de chicos alemanes durante una fiesta nocturna en una disco y termina involucrándose con ellos hasta participar en un robo con consecuencias indeseadas. Entre los dos hermosos instantes del inicio y el final, el de su silueta siguiendo el compás de la música en un elegante desenfoque, y su caminata última mientras deliberadamente se oyen los sonidos de la mañana de un día cualquiera, pasan muchas cosas, aunque entre los personajes los lazos existen por decreto de un guión negligente. El estereotipo fagocita la personalidad de los intérpretes, la acción, que se pretende ingeniosa, o al menos impredecible, no es menos que una sumatoria de tópicos de manual. Si el film impresiona bastante es solamente por el vértigo del sedicente registro y el kilometraje que el camarógrafo y los actores recorren durante dos horas y minutos. Filmar así, en la actualidad, es un poco más fácil, pues la luz natural (nocturna) es solidaria con la cámara digital y las formas de captura del sonido. La clave estriba en cronometrar los movimientos y tener buen ritmo en el propio registro. En eso Schipper se impone y su seducción conquista. Pero sucede que el cine es forma y materia, y aquí la prepotencia de la forma casi opera como un trance fugaz que debilita cualquier exigencia narrativa que pida mayor equilibrio entre el virtuosismo y la trama. La afectación se viste de gala, y por momentos creemos que se trata de buen cine.
Victoria es una ingenua joven española que vive hace unos meses en Berlin y atiende una cafetería. Una noche, saliendo de una discoteca, conoce un grupo de cuatro jóvenes alemanes que la sumergirán en el bajo mundo del crimen. ‘Victoria’ nos presenta uno de esos experimentos como lo fue en su momento “The Rope” de Hitchcock y hace poco “Birdman” de Iñárritu: Una película en una sola toma. Lo que tiene de diferente esta vez y vale la pena destacar por parte del director Sebastian Schipper, el camarógrafo Sturla Brandth Grøvlen y los actores, es que fue filmada en una sola toma de dos horas continuas, sin ediciones, sin trucos de montaje. Y no fue un proceso fácil, porque en el transcurso de la película hay muchos cambios de locaciones, traslados, y hasta persecuciones. Y fue por eso que fué tan ovacionada en el Festival Internacional de Berlín, ganando el Oso de Plata por el trabajo de cámara y arrasando en los German Film Awards. Más allá de este gran aspecto técnico de rodaje, a la historia de la película le cuesta arrancar. La primera mitad son las conversaciones entre los jóvenes alemanes y Victoria, conociéndose y generando confianza mientras toman alcohol en la terraza de un edificio. Al ser en tiempo real se vuelve medio tedioso. En ese momento sólo pude pensar en que en algún momento de en la universidad leí que el cine era el arte de la elipsis, ya que se trata de una actividad artística y, como tal, selecciona determinados elementos y los ordena para conseguir una finalidad. Es decir, no nos muestra todo lo que pasa, o por duración, o por montaje, o por elección. Y me parece que esta película sufre un poco por esta falta de cortes al principio. Pero que ‘Victoria’ sea diferente, no significa que esté mal, si no que tal vez estamos (o estoy) acostumbrados a un tipo de ritmo, que esta película no tiene en su comienzo pero luego logra en la mitad, para finalmente volver a caer al final. Sin embargo en esta “media parte” del film que menciono, ‘Victoria’ sorprende por la gran cantidad de emociones y sensaciones intensas que expresa y cambia cada pocos minutos: el letargo del principio, la incomodidad de una especie de primera cita, la intensidad de un piano, el miedo de la intimidación, la adrenalina de un escape, la felicidad y el festejo, la adrenalina de la persecución, y la desesperación de la muerte y la soledad. Las actuaciones de los protagonistas son claramente destacables por su capacidad de memorización e improvisación de los diálogos, pero que también logran transmitir una intensidad impecable a lo largo de la película. Quiero también destacar al protagonista Frederick Lau, porque hizo una interpretación notable luciendo su mirada intimidante de Marlon Brando pero generando una gran simpatía y creando una hermosa intimidad con su contraparte, la española Laia Costa. Veredicto: 6/10 – Gran proeza fílmica que se queda corta con una historia predecible.