Sobre el desmembramiento familiar Todos aquellos que vimos en su momento Krisha (2015) -es decir, los pocos que la vimos- nos quedó la sensación de que el director y guionista debutante Trey Edward Shults prometía obras interesantes a futuro, ya que sinceramente aquel melodrama cassavetiano de adicciones y maltrato era una rareza absoluta porque estaba filmado cual película de terror, con detalles de música concreta y una intensidad arrolladora incluida. Su segundo trabajo es el corolario lógico de la susodicha, léase un exponente en el ámbito de los sustos ya sin ningún tipo de ropaje contextual: el resultado es una propuesta formidable que hace de la fotografía, la escenificación, las actuaciones y la dosificación progresiva del suspenso sus armas principales, un esquema de índole clasicista/ hitchcockiana que ratifica el talento del realizador y pone de manifiesto que aún se pueden construir opus poderosos y minimalistas. Como si lo anterior fuese poco, el film en cuestión se mete con un formato hiper utilizado desde hace por lo menos una década, el de los apocalipsis urbanos que obligan a un éxodo masivo hacia los suburbios y el campo, una plataforma que durante los últimos años ha generado una amplia gama de variaciones que van desde la vertiente descarnada/ nihilista símil The Survivalist (2015), pasando por la escalonada de impronta fraternal a la Into the Forest (2015), hasta la volcada directamente a las fábulas cristianas en la línea de Z for Zachariah (2015). De hecho, Viene de Noche (It Comes at Night, 2017) llega al nivel de excelencia de The Survivalist ya que redondea un retrato -sin maquillaje, estereotipos o estupideces mainstream- de un conjunto de personajes bajo constante amenaza, aunque ahora en un entorno familiar que a su vez nos remite a Hidden (2015) y Extinction (2015). La historia nos presenta en primera instancia los efectos de una epidemia que se transmite por aire y contacto físico entre individuos, la cual diezmó a la población de las ciudades, y en segundo lugar tenemos el verdadero eje del relato, la convivencia entre dos familias de sobrevivientes en una casa lindante a un bosque. Por un lado está el clan dueño de la propiedad, encabezado por Paul (Joel Edgerton), esposo de Sarah (Carmen Ejogo) y padre del adolescente Travis (Kelvin Harrison), y por el otro lado se ubica la parentela de Will (Christopher Abbott), quien está casado con Kim (Riley Keough) y tiene un pequeño hijo, Andrew (Griffin Robert Faulkner). Con la excusa de que Will irrumpe en la morada de Paul y el asunto deriva en que eventualmente ambas familias cohabiten juntas, la película analiza con mucha sutileza la desconfianza, los temores y las necesidades involucradas en el hogar. En un contexto cinematográfico como el contemporáneo en el que predominan los clichés y los facilismos retóricos en todos los géneros, francamente resulta maravilloso el hecho de que se haga difícil describir la estrategia implementada por el director a partir de ese núcleo básico: Shults juega con una extraordinaria serie de travellings, tomas simétricas y cámaras en mano en la tradición de Stanley Kubrick para crear nerviosismo en el espectador mientras nos pasea por las dubitaciones e inquietudes de Travis -casi nunca verbalizadas del todo- en torno a su atracción para con Kim, su miedo a contagiarse y el recuerdo de su abuelo Bud (David Pendleton), víctima de la misteriosa peste a los pocos segundos de comenzado el metraje. Aquí no encontraremos nada relacionado con zombies, balaceras eternas, viajes hacia el páramo o sacrificios cronometrados de conocidos y seres queridos. Definitivamente la inteligencia de Shults se condensa en la decisión de apostar por un naturalismo de pulso humanista apuntalado por completo en la puesta en escena, la sombra omnipresente de la muerte, las incursiones mínimas hacia el bosque y la dinámica de un posible desmembramiento familiar por agentes internos y externos (paranoia, aburrimiento, paternalismo, desesperación, descuido, egoísmo, encierro compulsivo, etc.). Si bien el desempeño del elenco en general es magnífico, sin duda sobresale Edgerton, una de esas “bestias sagradas” de la actuación de nuestros días que se sitúa al nivel de Tom Hardy, Michael Fassbender o Javier Bardem, hoy mostrándose como un padre afectuoso y transmitiendo toda la firmeza que su Paul reclama al momento de proteger a los suyos. Viene de Noche es un ejemplo perfecto del poderío y la astucia que residen en esquemas a priori agotados, pero que bajo el control del artista adecuado permiten superar por mucho al promedio hollywoodense y sorprendernos gracias a su insólita potencialidad dramática…
Viene de noche, de Trey Edward Shults Por Paula Caffaro De particular a general, Viene de noche inaugura su pantalla con un primerísimo primer plano desgarrador que pone en escena el rostro de un señor mayor balbuceante. A lo lejos la voz de su hija que intenta calmarlo aporta sentido al vínculo que los une. Así, la descripción minuciosa de la acción, plano tras plano, va descubriendo detalladamente el contexto del film. El espacio se va ampliando y los elementos que se agregan a la pantalla no hacen más que dramatizar la escena. De esta forma se inicia el prólogo de Viene de noche una película que no puede pasar desapercibida no sólo por los amantes del género, sino por todo aquel que aprecie al cine como arte. Aparentemente amenazados por una invasión zombi, una familia vive encerrada en una casa en el medio de un bosque. Bajo estrictas reglas de convivencia y obligados a vivir alejados de la tecnología del siglo XXI, los tres integrantes parecen formar una comunidad perfecta. Sin embargo, todo cambiará cuando por la noche, un intruso ingrese a la casa pidiendo auxilio. La comunidad de tres se ve alterada, y pronto toda la oscuridad del exterior se hace presente dentro de los muros de la fortaleza familiar. La estructura del relato es sencilla, pero el aporte del film viene dado a través de la utilización de sus recursos expresivos. En primer lugar, todo lo relacionado a la imagen. La sutileza con la que la cámara describe el espacio y las acciones van sumando a la historia todos los elementos justos y necesarios, dosificados a través de imágenes y palabras clave como: la reiteración del uso de la palabra “enfermo” o “infectado”, la situación de aislamiento, la despensa llena de comida, el uso de guantes y máscaras, la portación de armas largas, etc. Así comprendemos (gracias a este recurso, pero también al imaginario colectivo que el cine y las series crearon) que la familia vive bajo la amenaza de una plaga zombi. Además, el no lugar donde ocurre Viene de noche es el contexto perfecto para la puesta en escena de la muerte. Nadie escucha, nadie ve. El blindaje del espacio no sólo hace del escenario un lugar particular, sino una suma de todos los otros lugares parecidos que el cine haya retratado. Estoy hablando de la casa abandonada que linda con un amplio bosque rodeado de árboles que crujen por la noche. El cine se ha encargado de darnos, a través de su repertorio consagrado de imágenes, una serie de configuraciones espaciales que hacen fácilmente reconocible la situación que este film representa. Pero en la diversidad de la producción cinematográfica hay de todo, y más allá de las reglas del género “terror”, tanto en la acumulación de imágenes históricas, como en la novedad de las presentes, existe en Viene de noche un aire de novedad que, por un lado, revisita el pasado, pero por el otro presenta un uso exhaustivo de la utilización del espacio y las texturas del sonido. En segundo lugar, todo lo relacionado al sonido. Su materialidad se da a través de capas que aportan no sólo clima y ambiente, sino también textura y efectos sensoriales. La madera crujiente de los pisos, los gritos desgarradores y los estruendos de los disparos conforman una sinfonía agobiante e intensiva que le da cuerpo al vacío y contexto a la cámara descriptiva. Todo esto sumado a la realización fotográfica hacen de Viene de noche un film memorable repleto de secretos por descubrir. Por ese motivo otro gran aporte de la película es la manipulación de la tensión. Si las imágenes y el sonido no lograron situar el verosímil de la historia, será el relato el que termine por coronar esta obra cuando ponga en escena temas como el homicidio de familiares y la muerte de niños, o cuando presente en su guion una estructura dramática tripartita doble. Por un lado, la familia, y por el otro un grupo idéntico de tres integrantes que vienen a duplicar de manera opuesta a los protagonistas. Viene de noche es una fantasía terrorífica que pone en vilo a su espectador desde el inicio, aportando no sólo calidad cinematográfica sino una historia dinámica que juega con la entrega o prohibición de información, así como también con la sensibilidad de los sentidos. Bella y bien estructurada, esta película es un festival de emociones para los cinéfilos. VIENE DE NOCHE It Comes at Night. Estados Unidos, 2017. Dirección y Guión: Trey Edward Shults. Elenco: Joel Edgerton, Christopher Abbott, Carmen Ejogo, Riley Keough, Kelvin Harrison, Griffin Robert Faulkner, David Pendleton, Chase Joliet, Mick O’Rourke. Producción: David Kaplan y Andrea Roa. Distribuidora: Diamond Films. Duración: 91 minutos.
Un uso perfecto del espacio y el sonido, asistidos de una narración sin fisuras, sitúan a 'Viene de Noche' como una de las mejores propuestas de género del año. En el thriller de terror y psicológico Viene de noche, el director Trey Edward Shults da cuenta de que se puede narrar una gran historia utilizando escasos recursos. Una puesta minimalista con suficiente potencia para causar altas dosis de tensión y exponer cuestiones morales que se suceden bajo el influjo de situaciones límites físicas y mentales. El film nos sitúa ante una casa tapiada como un fuerte, inmersa en el medio de un gran bosque. La trama nos presenta un escenario post apocalíptico, en el que una familia, Paul (Joel Edgerton), el padre; Sarah (Carmen Ejogo), la madre y Travis (Kelvin Harrison Jr.), el hijo adolescente, vive aislada para protegerse de un extraño virus que está asechando a la sociedad. Sin dudas el que toma las riendas de la situación es Paul, quien pone el cuerpo para resguardar cualquier circunstancia que ponga en peligro a su familia. De repente, un día aparece ante su puerta un joven que quiere entrar a la fuerza. Tras mantenerlo aislado unos días, por temor a que este infectado, logra conversar con el extraño, quien le comunica que a pocos kilómetros se encuentra su mujer y pequeño hijo, y que él solo necesita provisiones. Es así, que Paul ayudará al intruso (Christopher Abbott) e irán en busca de sus seres queridos. Una vez que estén las dos familias juntas, conformarán una pequeña comunidad, compartiendo la enorme casa de madera. Pero la convivencia no será fácil y menos aún con un estado de paranoia constante. Viene de noche comienza con una escena impactante, con tintes casi dramáticos, por lo que el director ya nos brinda pistas de cómo será el tono de la película. Lo sorprendente es que logra sostener toda esa potencia a lo largo del metraje e inclusive incrementarla. La tensión no da respiro. La geometría del espacio interno de la casa es asfixiante y está acompañada por un trabajo de cámara (subjetivas, planos cortos y estilizados), y una utilización del sonido impresionante. Encima el guion se encuentra al mismo nivel de los aspectos técnicos. Además de las acertadas actuaciones, hay un juego constante con las mentes de los protagonistas (y del espectador) que ponen en jaque distintas nociones de realidad, inclusive al estado onírico de uno de los personajes que funciona de un modo profético o predictivo. Los momentos de catarsis son escasos, pero Shults tiene la habilidad de equilibrar el nervio y la angustia en dosis justas. Estamos ante un claro ejemplo de como con una puesta de escena austera se puede provocar una explosión de emociones y sensaciones. Una clase de terror que impacta en el cuerpo y a su vez mantiene activa la percepción espectador.
Viene de noche: El triunfo de la muerte. Así como la obra del pintor Brueghel, el film del realizador Trey Edward Shults es de un pesimismo magistral, si cabe la denominación. La familia compuesta por Paul (Joel Edgerton), su esposa Sarah (Carmen Ejogo) y su hijo Travis (Kelvin Harrison Jr.) enfrentan al Apocalipsis alejados de las grandes urbes en una cabaña solitaria donde sobreviven como pueden. Luego de la muerte del abuelo de la familia, estas personas deberán enfrentar los miedos y paranoias cuando un extraño irrumpa en su casa y traiga consigo a su familia. Más allá de como se promocione, el film de Trey Edward Shults (“Krisha”) es un drama con tintes de cine de horror; pero más que nada, un drama familiar. El realizador sabe como manejar los espacios, la luz/oscuridad y la atmósfera opresiva con cada plano haciéndonos sentir la misma sensación de amenaza latente que viven los personajes, pero ojo, nunca vamos a ver cuál es la amenaza, ni tampoco qué o por qué se provocó ese Apocalipsis. Un poco del encanto de este film es ese, el no saber nada y estar siempre alerta a todo. Quizás la respuesta esté en esa pintura que ya he mencionado, “El triunfo de la muerte”, donde Pieter Brueghel retrató el Juicio Final y la Peste Negra que azotó Europa, y en el que podemos apreciar cierto vestigio de esta enfermedad en los síntomas de los “infectados” del film. Como mencioné anteriormente, Viene de noche (It comes at night, 2017) es un drama familiar, pero otra consideración al respecto sería tomar el personaje del joven Travis como protagonista de un drama adolescente y como enfrenta sus cambios hacia la madurez en un ambiente post-apocalíptico: la pérdida del abuelo (figura paterna con la que más se identificaba) es esencial en la formación de la psique del joven, además de enfrentar la pérdida de su mascota, el perro de la familia con el que compartía la mayor parte del tiempo, siendo éste tanto la figura que toma Travis bajo su protección y que paradjicamente, no puede proteger, dejando así un vacío que se va acrecentando cada vez más la brecha en el enfrentamiento padre-hijo (el padre, Edgerton, para proteger a su hijo, deja desprotegida a la mascota de éste, siendo el Ego/Yo reprimido del joven por el padre lo que desencadena el conflicto interno). A medida que avanza la trama, Travis va teniendo pesadillas y “sueños húmedos” con la mujer del matrimonio huésped y esto incrementa aún más el conflicto interno del joven, al punto de cuestionar la realidad y los mandatos paternales. Incluso la expresión de deseo y represión está literalizada en esa bendita/maldita puerta roja que conecta el interior con el exterior; la seguridad del interior contra lo desconocido (amenazante pero tentador y liberador) del exterior. Sin lugar a dudas Viene de noche es un festín para degustarlo poco a poco y que tendrá muchas más aristas para ir desmenuzando con cada oportunidad que se la vea y disfrute.
Dar con filmes que decidan abocarse a la puesta en escena y dejar en segundo lugar a la trama es una se convierte en una actividad con rasgos utópicos, en el género del terror y suspenso, exceptuando The Witch, no existirían a priori esta forma de realto que haya llegado a las carteleras con cierto éxito y repercusión. Producida por A24 – cuyas entregas suelen expresar una forma estética distante de las grandes casas comerciales – y dirigida y guionada por Trey Edward Shults, It Comes at Night es uno de estos filmes donde lo que sucede es menos importante que el cómo. Una familia se encuentra refinada en una gran casa boscosa, algo sucede en el exterior, cuando necesitan moverse por el bosque lo hacen con suma precaución y miedo. No es necesario saber nada más porque no se explicará, y a partir de allí la puesta en escena de Shults es lo que mantiene al espectador expectante, intranquilo y sin lugar para distenderse, la ambiguedad que baña el relato es muestra suficiente de no poder confiar ni en los sueños. La obra traza su recorrido constante por un límite que le permite jugar con ese nerviosismo que parece llevar a una resolución pero que a último momento se evita. Los personajes se mueven en los anticlímax producto de su miedo tanto por hacer algo con su situación como por las repercusiones que podrían provocar y destruir ese delicado equilibrio en el cual se encuentran. El film carece de curva dramática pronunciada, el desasociego que esto provoca se ve apoyado en el trabajo de una cámara estática y de movimientos desacelerados que evitan entregar planos esclarecedores; el sonido, por otra parte, indica aquello que la cámara no, aún así, su mezcla alterna realismo e incoherencia, aquello que se oye no llega a corresponder con lo visto, en vistas de esto es que la tensión llega a puntos exageradamente maniqueístas por momentos denunciados en las escenas largas. Joel Edgerton da vida a un abnegado y brutal padre que solo desea proteger a su familia, pero en este camino de supuesta transformación que produce la llegada de esta nueva familia, el actor habilmente da cuenta de la permanente desconfianza en el entorno que los mantiene confinados. Ni siquiera la casa puede llegar a ser su lugar de realtiva seguridad. It Comes at Night, da lugar a la imaginación, no subestima al espectador que sabe que puede aferrarse a su butaca sin necesidad de conocer lo que sucede. La información necesaria es aquella que entrega la ambientanción y el discurrir de estos personajes enfermizos y paranoicos. En esto radica lo más elogiable de la obra, dejar las respuestas y el final a merced del espectador.
Ruinas de una civilización Llega una época del año en donde toda sala de cine es bombardeada por diferentes películas de terror de muy buena calidad o en otros casos de pésima clase, cada una cuenta con un subgénero diferente y este es el caso de Viene de noche (It comes at night, 2017) dirigida por Trey Edward Shults, que narra la historia de una familia que encuentra refugio en una casa abandonada mientras una amenaza sobrenatural aterroriza al mundo. Su confianza y lealtad se pone a prueba cuando otra familia desesperada les pide asilo. El film protagonizado por Joel Edgerton (El regalo) y Riley Keough (Confesiones de una prostituta de lujo) es la típica historia que pone a prueba a los humanos luego de la caída de la civilización que conocemos, es decir ¿Qué haríamos si dejara de existir la electricidad? O ¿Los instrumentos comunes que utilizamos para vivir?, sin dudas estas preguntas van a ser cruciales en la trama más allá de lo peligroso que se ha vuelto el mundo por las “cosas” sobrenaturales que suceden en él. Trey Edward Shults nos muestra de manera concisa y bien dirigida, que en situaciones límites el hombre puede caer en el miedo, la paranoia y sus pesadillas más profundas y lo respalda con buenas interacciones entre los personajes a lo largo de la historia, lo que genera atrapar al espectador en esa atmosfera que se está viviendo. Los momentos de confrontación que se producen entre los intérpretes están muy bien marcados por las excelentes actuaciones del pequeño reparto de actores, que mantienen a la expectativa cuáles son sus motivaciones reales en este thriller psicológico, lo cual es de destacar, debido a que una mala banda sonora intenta arruinar esas circunstancias que, sin embargo, sabe en qué ocasión utilizar los silencios. Viene de noche intenta mantener en vilo todo el tiempo al espectador pero tiene una gran falla y es la resolución inmediata de los hechos que dejan con una enorme sensación de insatisfacción sobre el final.
El director de la aclamada Krisha (2014) rodó de forma independiente, con un mínimo presupuesto de cinco millones de dólares pero con el aporte de un sólido elenco, otro notable trabajo que se desmarca de la obviedad y la tendencia al impacto y al estímulo constante del terror actual para apostar, en cambio, a una puesta en escena tan elegante como inquietante. Una de las poco frecuentes joyitas del género. Viene de noche (It Comes at Night, Estados Unidos/2017). Guión y dirección: Trey Edward Shults. Elenco: Joel Edgerton, Riley Keough, Christopher Abbott, Carmen Ejogo, Kelvin Harrison Jr. y Griffin Robert Faulkner. Fotografía: Drew Daniels. Edición: Matthew Hannam y Trey Edward Shults. Distribuidora: Diamond Films. Duración: 97 minutos. Apta para mayores de 16 años. Gran parte del cine de terror contemporáneo ilustra la tendencia a la explicitación que afecta desde hace años a los creativos de Hollywood. Viene de noche es un ejercicio que va a contramano de esto mediante una apuesta a reducir la acción a un presente tan inquietante como perturbador. La primera escena muestra la agonía de un anciano rodeado de una familia que lo ha puesto en cuarentena aislándolo en la habitación de un caserón en las afueras de la ciudad. Es un largo plano secuencia que, como el resto de la película, entrega información a cuentagotas. Apenas se sabe que fue afectado por un virus tan letal como contagioso. Lo que no se sabe –y nunca se sabrá- es cómo ocurrió ni qué pasó antes de esa situación. Viene de noche es la historia de dos familias viviendo en constante estado de amenaza externa. Así se entiende la reacción violenta de Paul (el australiano Joel Edgerton) ante el arribo de un extraño a la casa. Will (Christopher Abbott, de la serie Girls) alega que llegó allí de casualidad cuando salió a buscar alimento para los suyos, y es entonces cuando Paul decide darles hospedaje y seguridad a cambio de una puesta en común de los suministros. El director Trey Edward Shults hace un uso ejemplar del fuera de campo mostrando la dinámica del grupo en medio de un mundo que se ha vuelto inhóspito y salvaje por razones desconocidas. Mundo donde impera la desconfianza y la certeza de que el mal puede provenir de cualquier lado, en cualquier momento. La virulencia de corte realista, sus procedimientos visuales, la elegancia de la puesta en escena, los travellings y el tono seco y despojado de cualquier atisbo de golpe a la emoción del espectador le dan al film un tono que remite a lo mejor de los ’70, esa década gloriosa para el cine de suspenso y de terror norteamericano que encuentra aquí un más que bienvenido homenaje.
Un thriller perturbador sobre la paranoia y la locura que se adueña de una familia aislada de una amenaza sobrenatural. Terror y violencia en un film que sale de los cánones del género. Encerrada y aislada de un mundo que se destruye ante una amenaza sobrenatural, una familia permanece en una vieja casa en medio del bosque. Cualquier aficionado al cine de terror adivinaría rápidamente lo que sigue en una película convencional, pero en Viene de noche, las cosas no son como parecen. Dando un giro interesante a los relatos del género y logrando un clima asfixiante y envolvente que cambia a cada segundo, el director Trey Edward Shults apuesta a un thriller oscuro y perturbador sobre la desintegración de la familia. Ya desde el inquietante comienzo, el espectador se encuentra con personajes que salen con máscaras para no respirar el aire denso que arrastra el contagio seguro. Paul -Joel Edgerton-, el estricto padre de familia, está acompañado por su esposa Sarah -Carmen Ejogo- y el hijo adolescente Travis -Kelvin Harrison-. Ellos viven encerrados junto a su perro, pero la llegada de una joven pareja -Christopher Abbott y Riley Keough- con su pequeño hijo, escapando también de una amenaza terrorífica, los obliga a convivir en la cabaña que mantiene sus propias reglas y sobrevivir con poca comida, generando una atmósfera de desconfianza entre los que viven y los recién llegados. En Viene de noche el terror nace en la intimidad del hogar y hace que el mal que viene de afuera sea un juego de niños. Con este planteo, el refugio se convierte en un lugar tan inseguro que hace tambalear a todos los personajes en su búsqueda de un lugar para vivir en paz. Entre una presencia fantasmagórica que se pasea por el bosque, sonidos extraños, puertas que se intentan abrir y una conexión que existe entre el joven afroamericano Travis y el abuelo recientemente contagiado y fallecido, son las constantes de esta propuesta diferente, que juega con la atmósfera de nerviosismo y violencia extrema de manera efectiva antes que preocuparse en dar respuestas y explicaciones durante toda la historia. El resultado es una película atípica que funciona por el excelente desempeño de Joel Edgerton, que con arma en mano, logra transmitir la locura que se va generando en ese ámbito donde el miedo es silencioso pero se siente.
Juguemos en el bosque Suspenso y terror psicológico en esta historia posapocalíptica y claustrofóbica. No mostrar el monstruo: esta regla de oro del terror es llevada al extremo en Viene de noche, que defraudará a aquellos que vayan al cine buscando una película de miedo convencional. Porque aquí el horror radica en la psicología y las emociones de los personajes más que en el difuso peligro exterior. En qué nos convertimos los seres humanos cuando nos sentimos amenazados y tenemos miedo: ésa es la cuestión. Una misteriosa epidemia está asolando al planeta. En este contexto posapocalíptico, una familia de padre, madre e hijo (y perro) vive confinada en una cabaña en el medio de un bosque. Máscaras antigás y guantes están a la orden del día para prevenir contagios; hay protocolos y rutinas de seguridad ante la posibilidad de un ataque: la paranoia flota en el ambiente. Y un día, aparece un extraño pidiendo ayuda para él y su familia. En un clima claustrofóbico, tanto en la penumbra de la casona como en las profundidades de ese ominoso bosque, el suspenso se cuece a fuego lento y le gana al terror. Todo está contado desde el punto de vista del hijo, un adolescente de 17 años que, en plena ebullición hormonal, quizá sea el que más sufre las circunstancias adversas. Sus sueños juegan un papel fundamental para darles forma a los temores que están sobrevolando a la familia. Las escenas oníricas son las que más se acercan al terror clásico; pero Trey Edward Shults abusa del recurso de plantear la duda entre qué forma parte del terreno onírico y qué ocurre en la realidad. Viene de noche se mueve en el terreno de películas como la también recomendable The Survivalist (2015). Ambas hablan de la naturaleza humana puesta a prueba en una situación extrema, con la diferencia de que aquí quedan flotando interrogantes que quizá no tengan respuesta.
Una extraña enfermedad se desató y las personas que se contagian mueren en cuestión de horas debido a una extraña gripe. Es por esto que Paul vive en su casa aislada en el bosque junto a su esposa e hijo. Luego de morir el abuelo de la familia, intentan re acomodarse, pero un extraño asalta la casa buscando provisiones para su propia familia. Paul deberá ver hasta que punto confía en esta persona que se instalara en su casa junto a los suyos. Lo primero que tenemos que hacer al hablar de Viene de Noche (It Comes at Night en su nombre original), es que se lo está vendiendo como un film de terror, cuando dista bastante de serlo. Y si bien tiene elementos de horror, o más bien de suspenso, estamos más ante un drama introspectivo que sobre un film de sustos. Un buen ejemplo para comparar Viene de Noche, seria Maggie, esa película de hace un par de años con Arnold Schwarzenegger donde tenía una hija que se convertía en zombie. Bueno, la cinta que hoy nos ocupa es bastante similar a la del austríaco, ya que pasa en una sola locación, con pocos personajes, y explorando los sentimientos de estos más que la situación a la que deben enfrentarse. Para sacar esto adelante se necesitan buenos personajes, con los que el espectador debe sentirse identificado y empatizar en sus emociones. Y acá es cuando Viene de Noche empieza a flaquear, ya que estamos ante una familia x que no conocemos, y que poco y nada se cuenta de ellos, solo una breve introducción al inicio de la cinta y ya. Si bien lo que pasa puede tornarse tétrico (mas si uno tiene familia), jamás nos llegaremos a querer a estos protagonistas. Pero así como estos personajes son bastante acartonados, logran salir a flote gracias al trabajo de los actores, en especial el de Joel Edgerton quien se carga el film a sus espaldas. El director, guionista (aunque en esta ocasión no ejerce esos roles) y actor transmite toda la desesperación que sentiría un padre de familia al tener que proteger a los suyos de un mundo cada vez más violento y con una enfermedad letal. A los personajes planos los salvan los actores, pero el mayor defecto de Viene de Noche es su duración. Estas películas tan chiquitas tanto en presupuesto, personajes y locaciones, no tienen que durar demasiado ya que dependen de que la idea original se sostenga; y en Viene de Noche en más de un momento sentimos que se estiran las situaciones para poder llegar al horario mínimo de un film; dándonos a pensar que quizás lo mejor era hacer un mediometraje. Viene de Noche es una buena película a secas. Con buenos actores pero personajes mediocres, con interesantes escenas de suspenso y drama y momentos muertos que se tornan casi aburridos. Mucho dependerá del espectador y su estado de ánimo para pasarla bien o bostezar a los pocos minutos.
Puede ser el fin del mundo. Todo lo exterior es una amenaza. Al menos así lo entiende una familia que se refugia en un caserón penumbroso, que tienen armas, que acaban de matar y enterrar al abuelo, atacado por una peste. Los sobrevivientes son un matrimonio y su hijo de 17 años, que suponen pueden mantener una “normalidad”, una “civilización” si mantienen las normas, armados hasta los dientes, con reglas estrictas y sin vacilaciones a la hora de matar “infectados”. No hay monstruos que rodean a los supuestos normales. Y esa es la inteligencia del director y guionista Trey Edward Shults, que construye con rigor y astucia este film de horror sin monstruos ni efectos especiales. La llegada de un intruso, que luego traerá a su mujer y a su hijito otorga al film de tensiones de todo tipo, sexuales entre la joven esposa y el adolescente, de competencia entre los dos hombres. Cuando en un momento el dueño de la casa le dice a su hijo si sabe lo que puede hacer la gente cuando es presa de la desesperación, nadie duda que este hombre pueda ser un frío asesino en nombre de la sobrevivencia, ni que falte a la verdad. Convivencia forzada, tensión constante, y un desenlace que por lo que se ve y se intuye siempre dobla la apuesta de lo más oscuro. Una película construida para el entretenimiento, la tensión, la reflexión y la admiración para actores como Joel Edgerton.
Fiebre en la cabaña Los trailers son un arma de doble filo. Pueden sugerir y anticipar sutilmente aquello que veremos en un film buscando generar expectativa, si bien a veces pueden pecar de explícitos. Y otra veces lo que se sugiere directamente a través de las imágenes previas sufre tales modificaciones -a menudo consecuencia de una determinada estrategia del departamento de marketing- que dicho avance termina “vendiendo” una película que no es. Esto es algo que suele pasar a menudo, y de forma más seguida dentro del género de terror. Viene de Noche (It Comes at Night, 2017) es el caso más reciente de una campaña publicitaria que intenta marketinear un film de manera que parezca más mainstream y llegue a un público masivo, temiendo que su naturaleza original no sea demasiado atractiva como propuesta, a pesar de tratarse de una obra con méritos suficientes para obtener su bien merecido reconocimiento. En medio de lo que parece una suerte de epidemia que arrasó con la civilización, Paul (Joel Edgerton) se recluye en su cabaña junto a su esposa, Sarah (Carmen Ejogo), y su hijo, Travis (Klevin Harrison jr.), saliendo al exterior sólo cuando es estrictamente necesario y nunca de noche, si es posible. Cuando un extraño invade su refugio buscando protección para su mujer y su bebé, Paul y su familia los aceptan después de una larga meditación, pero los problemas -tanto externos como internos- no tardarán en hacer mella en este pacto de confianza. Su planteo simple y lleno de drama humano recuerda a La Epidemia (The Crazies, 2010) de Breck Eisner (basado en el film de George A. Romero), donde todo un pueblo es víctima de una epidemia que ataca a sus habitantes de forma inexplicable. El director y guionista Trey Edward Shults presenta una narración totalmente despojada de efectismos y golpes bajos, en la cual se agradece la ausencia de “jump scares”, esos sustos fáciles que tanto mal le hicieron al género en este milenio. Adherido a esa máxima según la cual menos es más, Shults maneja de manera soberbia el suspenso y la sensación constante de desconfianza en un drama claustrofóbico que se sostiene en las impecables actuaciones de los intérpretes y el trabajo de fotografía de Drew Daniels, que entrega momentos donde la absoluta oscuridad es sólo enfrentada con un farol o una lámpara, aportando un gran clima a cada una de las secuencias. Como decíamos al principio, seguramente el mayor problema de Viene de Noche sea su campaña publicitaria, que vende una película que difícilmente encuentre quien vaya a ver ‘una de terror’ a secas, con sangre, monstruos y demás etcéteras. Es probable que muchos salgan desilusionados, pero no por el film que vieron, sino porque CREYERON que iban a ver, motivados por los avances previos. Por su parte, el film no siempre resuelve todos los conflictos que plantea ni todas las interrogantes que abre, aun con el peso que tienen dentro del relato. Como suele suceder en el cine independiente y en esas producciones que escapan a la estructura narrativa clásica, estamos ante una experiencia, una “sensación” antes que una historia que resuelve su conflicto principal de manera estándar. A pesar de su estrategia de marketing y la falta de resolución a nivel narrativo, Viene de Noche es una obra que contiene suficientes elementos para convertirla en una propuesta atractiva, llena de momentos tensos que ponen de manifiesto los recovecos más oscuros de la naturaleza humana.
Llega una de las cintas de horror más escalofriantes de los últimos tiempos Un padre de familia (Joel Edgerton) vive junto a su esposa y su hijo en una casa desolada para estar seguros de una amenaza que aterroriza al mundo. El orden que ha establecido en el hogar se verá afectado cuando una familia desesperada llega en busca de refugio. Aun así, el padre hará todo lo posible para proteger a su familia de una presencia diabólica que amenaza con destruir sus vidas. Escrita y dirigida por Trey Edward Shults esta historia de terror apocalíptico, es una de las cintas más inquietantes de los últimos tiempos. La vuelta de tuerca a un tema recurrente dentro del género es uno de los grandes aciertos, junto al manejo de la atmósfera y la tensión que por momento logra crispar los nervios. Viene de noche no es la típica cinta de sustos rápidos y efectivos, el director se toma su tiempo para generar el clima, y no apela nunca al facilismo explicando cada una de las acciones de los personajes, por el contrario hay muchas cuestiones de la trama que quedarán al libre albedrío de los espectadores. Las enormes actuaciones y la puesta, en la que cada plano o movimiento de cámara tiene un por qué, la coloca por encima de la media del cine de terror independiente. Filmada de manera austera, aprovechando la oscuridad, el fuera de campo y las sombras, la película tampoco abusa de los diálogos, de hecho los silencios marcan algunos de las secuencias más perturbadoras. En una época plagada de efectos, monstruos baratos e historias que recurren a las fórmulas, Viene de Noche es una bocanada de aire fresco, lo más cercano a una pesadilla plasmada en la pantalla grande.
Si estás leyendo esta reseña porque viste el trailer de la película y te dejó entusiasmado hay algo que tenés que saber. La propuesta de terror que te vendió ese avance no la vas a encontrar en el cine porque la historia va por otro lado. Esas escenas que muestran imágenes intensas son fragmentos de sueños que tiene un personaje y no tienen ningún peso en el conflicto central. Nos encontramos ante un caso emblemático de cómo el marketing puede engañar a los espectadores para llamar la atención con una película que en realidad no existe. Viene de noche no tiene nada que ver con el terror clásico que se vende en los trailers, sino que se trata de un thriller psicológico que se ambienta en el terreno de los relatos apocalípticos. La premisa de la historia trabaja un concepto familiar que se abordó en otras producciones populares como la serie The Walking Dead o el film La carretera, con Viggo Mortensen. El relato del director Trey Edward Shults explora el modo en que las personas pueden perder su humanidad cuando se enfrentan a situaciones extraordinarias que ponen en jaque su existencia. Nos encontramos ante esa clase de propuestas que dividen las opiniones de los espectadores. Hay gente que la puede considerar una obra maestra y otros tal vez abandonen el cine antes que la historia llegue a su fin. En lo personal si bien no me pareció la obra de arte magnífica que describió la prensa norteamericana, creo que tiene algunos méritos técnicos interesantes. En principio sobresale el modo en que el director genera situaciones de alta tensión con recursos mínimos. Seis actores encerrados en una cabaña, una fotografía fantástica que le da una estética lúgubre a la historia y una tremenda banda sonora que contribuye a incrementar el suspenso. La narración de Shultz logra transmitir con intensidad la sensación de claustrofobia y paranoia que viven los personajes y la labor del reparto es estupenda. Joel Edgerton tal vez sobresale un poco más por el personaje que tiene, pero las actuaciones en general son muy parejas y generan que los personajes sean creíbles. El inconveniente con Viene de noche es que tiene la intención de ser un película inteligente y compleja cuando en realidad es una producción que ofrece un argumento mediocre. A veces nos encontramos con películas que trabajan de manera brillante el final ambiguo de un conflicto, que se presta a varias interpretaciones. En Inception, de Christopher Nolan, encontramos un buen ejemplo. Sin embargo en esta historia la supuesta ambigüedad que pretende darle el director a la conclusión de su relato no es otra cosa que el resultado de un guión perezoso. Nunca se desarrollan los personajes que se presentan ni el contexto en el que viven y simplemente nos limitamos a verlos reaccionar antes determinadas circunstancias, que en la mayoría de los caso no tienen sentido. The Walking Dead, a la que esta producción le debe muchísimo, trabajó a través del género de zombis las mismas temáticas con argumentos más elaborados. Viene de noche deja demasiadas incógnitas básicas sin resolver y por esa razón la película termina siendo decepcionante, ya que el conflicto que se construye no conduce a nada. Pese a todo, los amigos del cine depresivo seguramente encontrarán en esta propuesta las dosis necesarias de angustia, miseria y desolación para flagelar sus mentes durante 90 minutos.
En el auge de las cintas de terror/suspenso de corte independiente llega Viene de noche, de Trey Edward Shults, protagonizada por Joel Edgerton. La historia sigue a una familia recluida en una casa en el bosque en un mundo devastado por un virus. Su rutinaria vida cambia cuando un hombre intenta forzar su entrada a la casa para luego decirles que tiene una esposa y un hijo pequeño que necesitan de su ayuda. Las desconfianzas comenzarán a surgir de ambos lados. Desde La carretera de John Hillcoat hasta la serie The Walking Dead las historias del fin del mundo se siguen explorando y, en cada una de ellas, se discute que el problema que tendrá la humanidad en una situación límite no será con el ambiente sino entre nosotros mismos. Viene de noche incluso presagia en su título la paranoia que tienen los personajes de que algo irreversible está por venir. Está sensación es transmitida al espectador desde el primer momento. Los puntos de vista son claves para el desarrollo del guion. Y mientras la cámara se queda con ciertos relatos, el efecto de no mostrar en exceso los exteriores o el cielo y trabajar el fuera de campo son todos elementos que refuerzan aún más el suspenso. Las actuaciones del elenco principal se sostienen en cada escena. Aunque hay bastantes diálogos, las miradas y gestos de los cinco protagonistas hacen avanzar la historia o fomentan los enigmas que la película no logra contestar. Esta decisión de construir un relato tan encerrado funciona como un arma de doble filo. Ya que mientras el espectador sufre el desconcierto de no confiar en nadie, por otro quiere más información sobre el contexto de este mundo perdido. Finalmente, aunque Vive de noche maneja el suspenso psicológico y la tensión entre los diversos personajes, el terror también esta presente en los sueños de Travis, aunque éste termina siendo el punto más flojo de la película ya que queda en un registro totalmente diferente al resto de los eventos.
El género terror está viviendo una revitalización importantísima desde hace 5 años aproximadamente. Obviamente, hay obras que no le hacen justicia, pero hay que enfocarse en joyas como “Get Out” (2017), “Jane Doe” (2017), “The Babadook” (2014), “It Follows” (2014), y “The Witch” (2015), que a pesar de no tener las mejores críticas, fueron esenciales para expandir el género y llevarlo a lugares donde nadie se imaginaba. “Viene de Noche”, dirigida y escrita por Trey Edward Shults y producida por Joel Edgerton, ya desde el póster y la publicidad previa al estreno parecía ser una de estas nuevas joyas. La premisa es sencilla: Una familia vive momentos críticos en una sociedad apocalíptica a causa de una enfermedad desconocida pero letal. La historia se centra en Travis, único hijo de una pareja, que además de vivir en lo que queda del planeta Tierra, tiene pesadillas constantes sobre cosas que aún no entiende. Todo cambia cuando el padre de Travis (Joel Edgerton) trae a vivir a su casa a otros sobrevivientes. Lo primero a aclarar de este film es que no es 100% terror, es suspenso con algunos toques de horror. El terror está realmente en los sueños de Travis. Aún así el suspenso está trabajado de una manera excelente, te mantiene pegado a la silla expectante de lo que vendrá, cómo se resolverá la trama en un futuro. Si bien el ritmo de la cinta es lento por momentos, la tensión está pulida al detalle, acompañada de un buen desarrollo de guion. Lo mejor que se puede destacar de esta producción es la fotografía y la estética, como bien dice su título, casi todo pasa de noche. Algunas escenas se mantienen en completa oscuridad, solo con un foco manteniendo la luz. La dirección de actores fue lo más sólido y positivo, Trey Edward Shults supo manejar a tan sólo cinco actores en un espacio reducido y sacar lo mejor de ellos, especialmente a Joel Edgerton, que se luce como padre protector y a veces paranoico. En definitiva, “Viene de Noche” cumple con su cometido. No es una película de terror en sí, sino que es un suspenso atrapante, un drama que nos muestra la miseria y lo que puede hacer un humano en situaciones límite. Si querés estar una hora y media agarrado del asiento y expectante, “Viene de Noche” es lo tuyo. Puntaje: 3/5
Apocalipsis retratado en clave íntima. El director estadounidense hace un uso atinado y efectivo del miedo, sin caer en los subrayados y jugando con el contraste. “En el principio era la palabra” dice el comienzo del Evangelio de San Juan y la frase puede servir para hablar de la película Viene de noche. Si en muchos mitos de origen, incluidos los del cristianismo, la palabra divina es la fuente del relato, este segundo largometraje del director Trey Edward Shult también nace de una palabra y esa palabra es “miedo”. Es sólo a partir de él que puede comprenderse esta historia que vuelve sobre el tópico de un fin del mundo en el que se combinan causas biológicas y sobrenaturales Es el miedo lo que mantiene encerrados en una vieja granja abandonada a la familia formada por Paul y Sarah junto a su hijo adolescente Travis. Un miedo con muchas caras que la película comienza a mostrar desde el primer minuto. En una habitación rústica los protagonistas lloran junto a un hombre viejo y enfermo. Todos llevan máscaras para respirar, así que sólo es posible reconocer su dolor a través del sonido y el lenguaje corporal. Sarah es la que más sufre, porque el moribundo es su padre. Los dos hombres se llevan al viejo todavía vivo en una carretilla hasta una fosa cavada en medio del bosque y ahí Paul lo sacrifica de un tiro en la cara. Luego arroja el cadáver al pozo y lo incinera. Aunque toda la secuencia está cargada de un alto impacto al que la película volverá a apelar en varias ocasiones, Viene de noche se caracteriza por asestar sus mejores golpes con sutileza. En el equilibrio que el director consigue entre ambos recursos se encuentra el poder de este trabajo. Aunque nunca se sabrá que pasó, está claro que esa enfermedad ha diezmado a la humanidad y que ese es el motivo por el que esta familia vive aislada. Sin embargo el virus no es la única causa que explica el encierro. Algo habita en las noches, allá afuera, algo que es necesario evitar. Shult construye una realidad en la que el universo se ha reducido para los protagonistas a la mínima expresión de los inmediatos vínculos familiares que los unen. Por eso cuando aparece otro hombre la primera reacción también es la de una violencia nacida del temor. Así como la noche trae consigo un miedo por una otredad velada (ese “it” intraducible del idioma inglés), la presencia humana genera un miedo mucho más concreto, que es el que producen los otros, iguales a uno pero extraños. La película utiliza con inteligencia el espacio de la casa, completamente tapiada con excepción de una única puerta de salida, para oponerlo a la inmensidad de un exterior convertido en amenaza. No deja de ser sugestivo que esa puerta roja que separa la seguridad del encierro de la amenaza exterior, se encuentre al final de un pasillo decorado con una fila de retratos familiares que subrayan lo siniestro. Tampoco lo es que sea en Travis, el adolescente, en quien se materialice el producto de una ansiedad hecha de sueños, fantasías y deseos, circunstancias que, como señala el título, suelen venir con la noche. Como el miedo. El de Shult no es el único film reciente en abordar la extinción de forma minimalista, más cerca del tenso drama íntimo que de la superproducción. Pueden mencionarse En lo profundo del bosque, de la canadiense Patricia Rozema; la argentina El desierto, de Christoph Behl; o la danesa Ellos te esperan, de Bo Mikkelsen. En todas ellas se trata menos de retratar la lucha que el individuo debe realizar para sobrevivir entre una multitud en la que lo humano se ha vuelto ajeno, que de ensayos acerca de la construcción de vínculos emotivos ante el abismo de la nada. Ese es el duelo que transitan los personajes de Viene de noche, cuyo gran interrogante gira en torno de la alienación de lo humano al ser empujado al grado cero de la civilización, con el miedo convertido en el último vestigio humanidad.
Pocos actores, bajo presupuesto, una locación y un resultado sorprendente. El que logra el director de Krisha con esta película, sobre el terror más que de terror, en torno de una familia que sobrevive encerrada en una casa, en medio del bosque, en un mundo posapocalíptico. Película de cámara, filmada con una inteligencia, un buen gusto y una elegancia notables, no explica qué fue lo que pasó, prescinde de contexto. Lo que está claro es que el afuera el peligroso y nadie puede fiarse de nadie. En cambio, Viene de noche abre con aquello que se teme en primer plano, el de un hombre enfermo, y querido, que debe ser sacrificado. Es una pérdida para esta familia compuesta que queda en tríada: padre, madre e hijo adolescente, empeñados en mantener las formas que más se parezcan a aquello que los sujeta a una vida normal: comer juntos lo poco que hay, repartir las tareas de la casa, jamás abrir la puerta roja que da al exterior y nunca salir de noche. Una intimidad desquiciada y claustrofóbica que conserva, como en un frasco, cierto espacio para lo humano. Hasta que llega un extraño, que también tiene una familia. Su presencia impone un verdadero ejercicio de conciencia, la confianza y la sospecha batiéndose a duelo. Viene de noche es una experiencia estética: además de sus notables intérpretes, vibrando entre la violencia estallada, el estado de pánico permanente y las pocas reservas de ternura (y cordura) y el magnífico uso del fuera de campo, la fotografía compone una imagen de intimidad y calidez hogareña, usando con inteligencia las pocas fuentes de luz que tiene esta gente para verse -y no verse-. Como comentario político sobre los tiempos paranoicos que corren, de sálvese quien pueda, Viene de noche sacude con la contundencia de un mazazo en la pared en plena noche silenciosa.
Gran película paranoica. Una situación postapocalíptica vista desde la necesidad de supervivencia de algunos seres y de una familia que busca refugio. Desde el principio la situación es tensa, por supuesto, y eso coloca al espectador en un sitio de incomodidad que no abandonará hasta el final. Ahora bien: en lugar de atosigarnos con golpes de efecto, el realizador decide construir poco a poco, a partir de la tensión inicial, el miedo sobre el propio miedo de los protagonistas. Y eso permite la aparición de ideas morales complejas de la manera más inmediata, sin subrayar nada. Mientras, la cámara construye una telaraña de amenazas que refleja lo que sucede en el interior de cada personaje. Una joya realizada a puro talento, cine de primera calidad que deja de lado los lugares comunes del horror de golpe de efecto y se concentra en el verdadero miedo, el de lo demasiado humano.
La dura vida de la humanidad luego de cualquier Apocalipsis ha sido descrita infinidad de veces, y con variantes una más horrenda que la otra. Por eso, si bien cuesta encontrar alguna idea nueva al respecto, esto lo logró el director Trey Edward Shults en "Viene de noche", una sorprendente película de terror que aggiorna el concepto sobre que lo que más asusta es lo que no se muestra. La película comienza de manera dramática con un episodio en la vida de la familia de sobrevivientes que lidera el padre Joel Edgerton, oculta en una casa en un bosque, respetando minuciosas reglas autoimpuestas para no sucumbir a lo que sea que ataca de noche, horario en el que está prohibido salir de la casa. Las reglas incluyen una sola puerta para entrar o salir del lugar, siempre cerrada con una única llave en poder del protagonista. La aparición de otra familia de sobrevivientes pone en jaque estas reglas y desata el horror. "Viene de noche" es tensa y está filmada con talento y astucia para manipular al espectador a gusto del director, que sabe usar a la perfección el lúgubre bosque y cada rincón de la casa donde sucede la acción. Ningún fan del terror debería perdérsela.
Comienza de noche con una escena fuerte y dolorosa en la que un anciano de nombre Bud (David Pendleton) a quien se lo ve enfermo, está infectado con una especie de forúnculos en su cuerpo y en general tiene mal aspecto. Su hija, su yerno Paul (Joel Edgerton, “Pacto criminal”) y su nieto Travis (Kelvin Harrison Jr. Miniserie “Raíces”) se despiden de él. Luego lo cargan en una carretilla, Paul y Travis lo dejan en un pozo, le disparan un tiro su cabeza y lo queman. Al grupo familiar se lo ve angustiado, perturbados, Sarah (Carmen Ejogo,”12 horas para sobrevivir”), el joven de apenas 17 años y su perro, se sienten atormentados, tienen miedo a lo desconocido y temen a los saqueadores. No tardan en aparecer en escena pidiendo asilo un matrimonio: Will (Christopher Abbott), Kim (Riley Keough, “Mad Max: Furia en el camino”) y su pequeño hijo de 5 años Andrew (Griffin Robert Faulkner). La casa se encuentra en medio del bosque, toda vallada, no tienen ni teléfono, ni internet, se encuentran totalmente aislados, no saben de donde viene el virus pero saben que algo malo existe, el ambiente es tenebroso, inquietante, están llenos de temor, te transmiten sus nervios, hay tensión, todo puede ser riesgoso y nos enfrentamos una vez más a situaciones apocalípticas.
Se requiere de un agudo ingenio para mostrarle al espectador que lo peor de la humanidad puede estar representado en el más acotado de los espacios. Viene de Noche viene a demostrar dicho punto, a pesar de que no esté tan alineado con el género de terror en el que desea venderse. Hay que salir del agujero interior: Un virus inespecificado está azotando al mundo. En una casa desolada, Paul vive resguardado junto a su esposa e hijo, tomando extremas medidas de seguridad. No obstante, las cosas se complicarán cuando una familia venga a su puerta buscando refugio.Tengo la sensación de que, por la manera en la que introduce y desarrolla su contenido, el guión de Viene de Noche está más en sintonía con el suspenso que con el terror. Si bien cuenta con algunos elementos de este último, la historia es netamente una narración sobre la paranoia y cómo el miedo puede ser la mecha que acabe por detonar los peores atributos de la raza humana. La primera mitad es una historia de convivencia, cuyos únicos elementos que podrían considerarse del género de terror son los sobresaltos y eventos sobrenaturales que resultan ser una pesadilla. No obstante, cuando entra en la segunda mitad es cuando pisa el acelerador y las cosas van de mal en peor para los personajes, obligándolos a tomar decisiones irreconciliables a cada paso del camino. Un crescendo con fortaleza no solo narrativa, sino temática, que consigue que la trama desarrolle todo su potencial. Suspenso a medias: Si hay una desventaja que le encuentro a su desarrollo narrativo es que Viene de Noche no abraza plenamente su esencia de suspenso. Cuando el relato hace un esfuerzo para probarse como película de terror, consigue resultados no muy diferentes de producciones recientes. No obstante cuando se inscribe dentro del género de suspenso es donde la narración consigue brillar un poco más. En materia de dirección, la película es impecable. Cada interacción entre los actores se nota que está preparada con muchísimo cuidado. No solo eso, cuenta con una cámara muy consciente del efecto psicológico que puede tener la composición de cuadro indicada en el momento indicado. Todo esto apoyado, desde luego, por una iluminación y dirección de arte que saben crear un clima. El montaje es prolijo, incluso ubicado. Sabe cuándo conviene que sea picado y cuando está en el bienestar de la escena dejar que un plano fluya hasta lo máximo de su potencia. En el apartado actoral tenemos labores muy decentes, pero quien se come la película es Joel Edgerton. El actor consigue llevar a buen puerto un personaje con muchos matices, que puede ser compasivo y que, al mismo tiempo, no le va a temblar el pulso en matarte si eso significa que su familia viva un día más. Conclusión: Los puntos que Viene de Noche podrá no gana por originalidad los compensa con destreza narrativa, que si bien al principio puede ser cansina, termina adquiriendo una velocidad e intensidad dramática que termina llevando todo a buen puerto. Como película de terror es una más del montón, pero como película de suspenso es donde encuentra la gran mayoría de sus virtudes.
Viene de noche propone un drama en estado puro, en el que sobrevir es el mandato fundamental. Difícil saber hasta qué punto puede perjudicar o beneficiar a Viene de noche el haber sido catalogada como película de terror. Si bien la etiqueta no le queda del todo extraña equivale a suponer que Al filo del mañana es una comedia romántica sólo porque los personajes de Tom Cruise y Emily Blunt se besan en una escena. El segundo largometraje de Trey Edward Shults confirma todo lo bueno del primero, Krisha (puede verse en Netflix), por el que fue premiado y aplaudido en los circuitos independientes, y elimina lo poco malo que había en esa obra debutante: cierto exhibicionismo de virtuoso de la cámara que por momentos distraía de la tremenda historia que estaba contando. Viene de noche también es una historia tremenda, pero está contada y filmada de una forma bastante más clásica, en el mejor sentido de la palabra. La base son dos mitos. Uno bíblico, el apocalipsis (en su variante epidemiológica). Y el otro estadounidense (la vida en el bosque, con la ética de la supervivencia como única ley). Ese argumento que ha engendrado cientos de películas distópicas (La quinta ola, por ejemplo, para mencionar una reciente y popular) es llevado aquí a una máxima síntesis. Se lo condensa hasta el punto de implosión, y lo que se obtiene es drama en estado puro. Un drama en el que los personajes se debaten entre el recelo y la empatía, entre la racionalidad despiadada y la piedad irracional. La violencia vuelve a ser violencia y duele tanto en el cuerpo de quien la padece como en el de quien la inflige. Paul, su esposa, su hijo y un perro están refugiados en una casa en medio del bosque, acaban de ejecutar y enterrar al abuelo, pero en medio del dolor deben continuar con su estricta rutina, que implica mantener clausuradas puertas y ventanas, salir armados al exterior y tratar de racionar el agua y la comida que poseen. De pronto, en ese mundo cerrado, irrumpe un extraño, que también tiene una esposa y un hijo. La enorme fuerza conceptual del guion es hacer de esos tres extraños tres semejantes, una especie de espejo viviente que refleja y distorsiona a la vez. El director parece proponer un experimento antropólogico: proyectar dos familias a un imposible o ucrónico estado presocial. Pero como se trata de un principio después del fin, está profundamente marcado por ese mundo en extinción que ninguno de los personajes pueden dejar atrás, porque lo arrastran en su carne y en sus acciones. Nadie es malo o perverso en Viene de noche, todos son humanos, pero en ciertas situaciones límites ser simplemente humano puede ser mucho más terrible, mucho más trágico, que ser un animal o un demonio.
Propuesta inteligente para una lectura antropológica del comportamiento humano ¡Qué gran noticia ésta película! Lamentablemente las reglas de la industria hacen menester dos aclaraciones en una. Estamos tan acostumbrados a los esquemas y la clasificación de géneros que si no avisamos antes con una nota a lo mejor alguien se pierde el verdadero valor de esta pieza. Primero: Para los fanáticos ávidos del terror fácil, sustos falsos con estridencias de la banda de sonido y giros finales que instalan secuelas innecesarias, es importante aclarar que, pese al horror que retrata, “Viene de noche” no es "una de terror" a la que la industria los ha acostumbrado. He ahí el desafío. Segundo: Para los espectadores renuentes al cine de terror como género, cabe aclarar que este estreno es de los que utilizan los elementos básicos del mismo para re-significarlos en algo mucho más profundo. Si el grotesco es la extrapolación de la comedia, el terror lo es del drama y aquí es donde todo se vuelve significativamente más poderoso. He ahí el desafío. Hace nada más que dos años el director y guionista Trey Edward Shults irrumpió con “Krisha” (no estrenada aquí, pero vale la pena buscarla), y ya daba cuenta de ser un artista que reconoce la caja, pero piensa fuera de ella. La idea de este estreno parece un desarrollo posible de una de las reflexiones más célebres del pensador Ortega y Gasset en su obra “Meditaciones sobre el Quijote”: “Yo soy yo y mi circunstancia. Si no la salvo a ella, no me salvo yo” Partiendo de esta premisa, el joven realizador se despacha con un tremendo, poderoso y reflexivo ensayo sobre lo primitivo del hombre. La introducción, en efecto, parece una de terror. Un anciano en horribles condiciones físicas entrega su vida a manos de su propia familia para luego ser quemado en una fosa. Algo pasó en el mundo, una peste tal vez. Algo que es casi inevitablemente contagioso y mortal. Lo suficiente como para tener que soportar el sacrificio de seres queridos. Nada que no se haya visto en las de zombies, por ejemplo. Sólo que a medida que avanza el relato nos damos cuenta que estamos frente a un "aquí y ahora" cuyos antecedentes no importan demasiado dada la gravedad del presente. Esta es la primera razón por la cual es aconsejable evitar anticiparse a lo que va a suceder, porque el sentido de este guión no es precisamente transitar los lugares comunes. Esos que uno da por sentado que van a ocurrir. En un ejemplo perfecto del manejo de la información, el espectador intentará (y el director lo sabe) adelantarse inútilmente hasta darse cuenta que no tiene sentido por lo cual necesitará de su poder deductivo para entender la coyuntura. El escenario es una casa grande, en medio de un bosque en una zona estilo El Bolsón (Provincia de Río Negro). Luego de la introducción la familia queda reducida a Paul (Joel Edgerton), Sarah (Carmen Ejogo) Travis (Kelvin Harrison Jr.), y el perro. La casa está casi totalmente tapiada con maderas como para evitar que nadie entre. Sobre todo de noche. Algunos elementos de la escenografía nos cuentan que estamos en este siglo (computadoras, aparatos electrónicos, vehículos), pero a su vez el hecho de estar apagados habla de su inutilidad. Lo que sea que haya pasado obliga a cuidar la energía, el agua y los alimentos. A dosificarlos y reciclarlos porque ya no son tan fáciles de conseguir sin arriesgar la vida que, por cierto, parece haber retrocedido un siglo y medio. No sólo en la renuncia tácita a un estilo de vida, sino también a la ya primitiva conformación de roles familiares en los cuales el hombre es el ser supremo, el que provee seguridad y toma las decisiones, mientras que la mujer acompaña y los hijos crecen bajo ese modelo. Por supuesto que la circunstancia obliga a modificar el orden establecido de antaño por uno nuevo, con nuevas reglas y nuevas consecuencias si se las infringe. El guión tiene una virtud adicional en el punto de vista. La acciones duras son llevadas a cabo por Paul con anuencia de su mujer, pero claramente el eje dramático se centra en Travis, porque es desde su mirada en donde encontramos la crítica a un sistema cruel y despiadado cuya determinación remite a lo más básico del espíritu humano. Ese que no reconoce ninguna virtud a menos que haya algo a cambio, ningún tipo de igualdad a menos que haya beneficio material, y ningún indicio de piedad. La única esperanza, como siempre, está en las futuras generaciones, parece dar a entender el guión. Travis es un chico de 17 años que ha visto demasiado horror en su corta vida, y pese a eso el instinto básico lo muestra inquieto. No puede dormir. De noche deambula por la gran casa con una lámpara en su mano, acaso porque no logra, como sí lo hacen los adultos, dormir tranquilo en medio de tanta incertidumbre. “Viene de noche” debe su título a este estado constante de tensión que justamente crece cuando el ser humano duerme, cuando el ser humano se encuentra en su estado más vulnerable. La mirada adolescente interpela, desde su inocencia, a una humanidad deshumanizada. Especialmente en el segundo acto en el cual aparece otra familia que busca (como todas) una mano solidaria. La convivencia dispara otra reflexión sobre la construcción de la confianza en el otro. ¿Hasta dónde conviene confiar en el prójimo? parece preguntar el texto. Es notable como Trey Edward Shults logra una película de suspenso en la cual los villanos son la paranoia, la desconfianza, el destrato, la indiferencia y el miedo. Muy lejos de zombis, vampiros, monstruos o fantasmas. Los seres humanos estamos cada vez más preparados para construir y hacer crecer el miedo al afuera, al otro; perdiendo de vista que en realidad el peor de los horrores es justamente la naturaleza de nuestra especie. Al centrar el noventa por ciento del desarrollo en esta idea, el director nos saca de la necesidad del relato tradicional. Si se quiere, esta obra no tiene un principio ni final formal. Como si estuviésemos frente a un momento que es consecuencia de algo que pasó antes y a su vez será causa de lo que se viene, por ser esta una de las intenciones principales de “Viene de noche” La atmósfera circundante es el factor extra que compone el contexto. La extraordinaria dirección de fotografía logra amalgamar los dos universos contrapuestos (el adentro y el afuera; el día y la noche, etc.). Lo mismo sucede con el diseño de sonido (aprovechando también los silencios) y la dirección de arte que ayudan a meternos de lleno en este clima opresivo e insoportable. Casi que podemos oler la madera de esa cabaña, sentir el viento, escuchar el ruido que hace un plato al apilarse después de la cena. Todo conforma una obra que se anima a desairar los esquemas y proponer una lectura antropológica del comportamiento humano, dejando en evidencia lo peor. Acaso para poder cambiarlo.
Los demonios también están en casa En un mundo post-apocaliptico, Paul (Joel Edgerton) es un padre que vive en una casa fuera de la ciudad con su esposa Sarah (Carmen Ejogo) y su hijo Travis (Kelvin Harrison Jr.). Una llegada imprevista cambiará la vida de la familia y expondrá a Paul a hacer lo necesario para proteger a sus seres queridos. Viene de noche, con una producción chica en cuanto al reparto y escenarios, exhibe una historia vibrante y dramática. Desde la primera escena se presenta como será en todo su desarrollo: dura, concisa y emocionalmente desequilibrada. Trey Shults en su doble labor como director-guionista recrea un ambiente tan humano y realista como hostil para los protagonistas. Su intento de continuar con la moral, ética, principios y leyes de otros tiempos serán opuestos a la realidad que hoy les toca vivir, en un mundo apocalíptico y sin límites. El gran pulso narrativo del director desentrañará, a medida que se desarrolla el film, las inquietudes contradicciones de Travis (Kelvin Harrison Jr.), un adolescente que padecerá este cambio radical del mundo con sus propios conflictos internos para aceptarlo. Viene de noche se aferra en las emociones y las relaciones humanas en una película que sale de escena con lo que generalmente ocurre en el género: el enemigo hostil, exterior o villano no radica en algo o alguien excepcional, difícil de explicar o mantener. El propio ser humano, sus miedos, paranoia y necesidad de control frente a lo que desconoce o atemoriza será el principal factor que movilice la película. La fotografía de Drew Daniels como el aparato sonoro de Brian McOmber trabajan en la misma senda recreando un ambiente angustiante, vibriante y paulatino en tensión. Junto a ellos, Shults propone una estética contenida y cuidada para dotar a cada escenario de una presencia diferente, tanto en ambientes más cálidos y seguros como la casa o lo adverso y desconocido con el bosque y lo que no conocen. Joel Edgerton comprendió la escena y el marco que mueve la obra. Su personaje está a la altura de las circunstancias y no dudará un segundo en anteponer a su familia frente a cualquier otra cosa que los exponga a una situación de peligro, sin medir ningún tipo de consecuencias. Sí Kelvin Harrison Jr. manifiesta la parte joven, ingenua y más vulnerable de la psicología humana, Edgerton expone al ser humano más curtido, impenetrable pero no así menos doloroso. Un dolor que nunca podría ser visible ni llegar a la superficie, ya que la supervivencia de su familia se sostiene sobre sus hombros. Viene de noche trata sobre la contradicción de hacer lo correcto cuando tal vez no sea la mejor opción. En esa zona gris los personajes coquetean, son felices y se lastiman mientras caminan por un escenario sin reglas ni leyes, en una sociedad que perdió su civilización. En su afán de continuar con su código moral y ético y solidario, el dolor y el drama frente a la impredecible expondrán a la familia en un conflicto que no tendrá buenas consecuencias para nadie.
LA PUERTA ROJA Ante el agotamiento de las fórmulas, como todos los géneros, el terror busca interacciones con otras tonalidades y texturas cinematográficas. Y es ahí donde aparece una película como Viene de noche, que es primariamente un drama íntimo, familiar, pero también un thriller paranoico que incorpora el contexto horroroso. Esa combinación de vertientes, sin llegar a ser una maravilla, no deja de ser un experimento definitivamente exitoso. El film escrito y dirigido por Trey Edward Shults está situado casi en su totalidad en una cabaña aislada en el medio del bosque. Allí vive una familia compuesta por un hombre (Joel Edgerton, otra vez protagonizando un relato mínimo destinado a poner en crisis ciertas instituciones, como en El regalo), su esposa (Carmen Ejogo) y su hijo adolescente (Kelvin Harrison Jr.), tratando de sobrevivir como pueden a un brote epidémico que ha aniquilado a la mayoría de la población. Ya tuvieron que enterrar al abuelo luego de que se contagiara del virus y tienen pautada una serie de rutinas que les permite seguir adelante sin demasiados problemas. Sin embargo, cuando surja la chance de incorporar a otra familia –una joven pareja (Christopher Abbott y Riley Keough) con su niño-, el frágil equilibrio se alterará por completo. Claro que ese conflicto se irá percibiendo previamente, a través de diversos signos. Porque es claro que la apuesta de Viene de noche es construir un horror que se alimenta de una inquietud nacida de la paranoia, de los miedos e incluso deseos internos. Allí es clave la figura del hijo, porque si su padre es el protagonista de la mayoría de las acciones, él es en verdad el eje moral de la narración y desde donde se posa la mirada de la película. Su perspectiva está cimentada no solo en la realidad opresiva que habita, sino también en sus pesadillas, donde quedan establecidos sus temores y sus apetitos. Se podría decir que estamos ante una película que apela a un manual de psicología adolescente básica, y algo de eso hay, pero la oscuridad y convicción –para nada impostada- que la guían la alejan de un potencial descarrilamiento. La convicción de Viene de noche nace del trabajo en la puesta en escena de Shultz, ensamblada a través de planos fijos de conjunto donde el espacio de la cabaña puede tener un papel protector pero también de encierro, aunque el afuera que implica el bosque es otro lugar donde es imposible la liberación. En esa precisa composición –acompañada de una excelente banda sonora-, una puerta roja no solo es el límite entre el adentro y el afuera, sino también un símbolo de todos los temores y demonios internos posibles; un objeto palpable, real, pero también material de pesadillas, de esas zonas oscuras de la mente donde habitan la culpa y las justificaciones ideológicas que se derrumban ante los hechos. Se podría decir que en sus minutos finales, Viene de noche apura las conflictividades y arriba a un cierre un tanto abrupto y sentencioso. También que el realizador apela a un simbolismo un tanto innecesario a través de un plano donde se ve el cuadro El triunfo de la Muerte, de Pieter Bruegel. Pero lo cierto es que ese desenlace ya se puede intuir desde el primer minuto, en cómo se explican determinados posicionamientos, prejuicios y miedos latentes, siempre justificados en una institución como la familiar, que es puesta en crisis. Hasta en los pocos minutos que parece prevalecer la armonía, se puede intuir, acechando, lo terrible y horroroso. Y que en el último plano, totalmente despojado y ciertamente desolador, no hay ninguna clase de redundancia. El mensaje queda bien claro, lo mismo que la angustia que transmite.
Pensé que era una de miedo El caso de Viene de noche es muy similar al de La bruja (The Witch, Robert Eggers, 2015): un trailer promete una cosa, pero en la sala de cine se nos ofrece otra. Ambas fueron producidas por A24 y se promocionaron con la misma estrategia: simularon ser una película de terror con jump scares y acción, y fueron en realidad películas de espíritu indie, imágenes sugerentes y tiempos mucho más lentos. La diferencia con La bruja es que Viene de noche tiene muchas más falencias. Lo que en La bruja era claridad conceptual e iconografía precisa, acá termina deshilachándose en pura ambigüedad. La secuencia inicial está narrada de manera notable: vinculando íntimamente los movimientos de cámara, la iluminación, el espacio, el sonido y la música, se construye un clima opresivo e intenso que cautiva y, como todo en esta película, promete. Paul (Joel Edgerton), el patriarca de una familia conformada por su esposa Sarah (Carmen Ejogo) y su hijo de 17 años, Travis (Kelvin Harrison Jr), se ve obligado a asesinar a su suegro: una enfermedad muy contagiosa ha afectado al anciano y pone en peligro a la familia. Travis contempla el asesinato y la quema del cuerpo de su abuelo en el bosque, asistiendo por vez primera a la muerte de un ser querido. Uno de los puntos altos de la película, la secuencia sirve para criticar lo que viene después: si la destreza de la dirección permitió construir un comienzo tan tenso, tan enfocado, el resto merecía estar a la altura. Con una minuciosa dosificación de la información, se nos va contando el contexto de esta tragedia. La enfermedad es una epidemia que se ha extendido muy rápidamente, obligando a los que no están infectados a dispersarse hacia las áreas rurales. Su origen es desconocido, pero lo peor no es la enfermedad: es la desconfianza que genera entre los hombres. Esto es lo que pretende establecer la película en su tramo final, cuando el director recuerda que debe ofrecer una conclusión. Luego de que Will (Christopher Abbot) intente entrar en la casa de la familia buscando comida para su mujer y su pequeño hijo, Paul tomará una decisión: Will y su familia vivirán bajo el mismo techo, ajustándose a las estrictas reglas que el patriarca ha establecido para la seguridad de todos. Nuevamente, se trata de otra situación promisoria que se diluye. Además del tiempo que le lleva a la película llegar a este punto, se suma otro problema: Viene de noche quiere que nos interesemos por Travis además de por Paul. Quiere contarnos la historia de este joven que atraviesa un contexto terrible, sus oscuros sueños con su abuelo muerto y con lo que hay detrás de la puerta roja, única forma de entrar y salir de la casa. El problema es que Travis, el personaje, es el más aburrido de todos. El peso siempre está sobre los hombros de Paul, un exprofesor de historia que ahora debe procurar que no le tiemble el pulso a la hora de apuntar con un rifle. Ayuda al interés por Paul (y al desdén hacia las vacilaciones de Travis) la convicción que le otorga Joel Edgerton a su rol. En las escenas en las que Paul debe poner condiciones, la película inhala bocanadas de aire fresco, pero las situaciones que el guion establece jamás generan suficiente tensión. Porque eso sería hacer una película de terror convencional, ¿no? Viene de noche parece no querer eso: se asume como una película “inteligente” a la cual le preocupa más evitar las convenciones que satisfacer las expectativas que crea en el espectador. Solo se acuerda de hacerlo en una demoledora escena del último tercio: de nuevo, el realizador demuestra su capacidad, pero es una capacidad vana, intermitente. Este es uno de los problemas (si no el principal problema) del cine de terror posmoderno: pretendiendo torcer las convenciones, se apuesta por una ambigüedad que se cree más cercana al refinamiento del art house. El efecto es que Viene de noche se ahoga en su propia pretenciosidad, como si estuviera mal ser una película de terror. No lo digo seducido por aquel trailer que me prometía una película que no era la que terminé viendo: lo digo porque Viene de noche ensaya muchas temáticas sin concretar ninguna. Es una eterna promesa de una bellísima factura técnica, grandes climas y un ajustadísimo trabajo por el sonido, pero su amor por las formas hace que se pierda en caminos sinuosos.
It comes at night (título en inglés) se presenta como un proyecto que agrega de nuevo la ya aburrida palabra Apocalipsis a la larga lista de film sobre este tema, pero créanme, los primeros minutos de película nos sitúan ante algo diferente. El film de Trey Edward Shults tiene un escaso alcance de costo en producción, sin embargo entre las actuaciones que ofrece y una dirección que merece sacarse el sombrero y aplauso It Comes at Night, es uno de los aciertos cinematográficos del año. La trama es bastante simple: un misterioso virus amenaza con barrer toda vida en la Tierra. Las miradas se centran en la vida de una familia recluida en una casa tratando de vivir con lo que posiblemente sea el final de sus días. Todo esto resulta conocido pero el film está realizado de una forma sumamente especial que no necesita una cantidad desorbitante de sangre, lo groso, lo interesante de It comes at Night, se da a nivel técnico. El manejo de cámara que da a pie al suspenso es excelente. Shultz instiga a que el público imagine horrores desconocidos tras la seguridad del ojo de la cámara. La incertidumbre que sienten los personajes a los hechos que los rodean, se adivinan en el aire gracias a una combinación de paneos que revelan solamente lo necesario; lo que no se ve, es lo que realmente llama la atención en el film. Un consejo: hay que olvidarse del terror porque en este film el suspenso es rey. El trabajo actoral es otra de las fuerzas que posee It Comes at Night, solamente 10 personas tienen presencia en esos 91 minutos de film con Joel Edgerton (Warrior, Black Mass) encabezando la línea de ataque, pero el film no necesita más. Tenemos personajes que brindan intriga en toda la duración del metraje. Acciones predecibles y momentos tontos que generan bronca en el público no van a faltar, no obstante todo esto se da con un grado de actuación asombroso que hace que, decisiones idiotas pasen desapercibidas. Dato a destacar: es increíble el nivel actoral que ofrece Joel Edgerton cuando su única compañía son lágrimas y una botella de whisky. It comes at night es una pequeña pero muy efectiva propuesta en la línea de películas apocalípticas; tal vez no tenga una gran producción, pero todo elemento que ofrece en pantalla ya sea actoral como técnico está hecho de una manera sólida que engancha y genera un positivo conflicto en el espectador. De suspenso al por mayor.
La belleza y el horror ¿Quién viene de noche? ¿Un intruso? ¿Un virus? ¿La parca? Increíblemente ningún salieri de Claudio María Domínguez le puso un título trillado y la traducción esta vez fue correcta. De todos modos, el original incluye el pronombre it, aportándole aún más confusión al asunto, tal como sucedía con la genial It Follows. Eso te sigue, eso viene de noche ¿qué es eso? no lo sabemos pero ambas logran que eso no importe. A su vez, las dos trabajan la atemporalidad; sendos casos no nos informan en qué año transcurre la acción (aunque a diferencia de It Follows donde hay una contradictoria evocación retro, aquí estamos claramente en un futuro distópico). Y ambas alimentan su relato con algunos aspectos formales más ligados al cine moderno que al género puro, además de ostentar una dedicación obsesiva a la construcción de belleza desde los planos. Porque así como estamos frente a una película terrible sin un ápice de condescendencia con los timoratos críticos llorones por la violencia fílmica, estamos frente a una obra extremadamente preocupada por la belleza. Trey Edward Shults realiza un trabajo minucioso en la organización interna de los planos pero sin dejar que el esfuerzo por lo contemplativo afecte a la narración. Shults no tiene ningún apuro en la generación de los climas, a contramano de la anfetamínica edición audiovisual contemporánea del mainstream, y esas decisiones estéticas de prolongación de algunas escenas son, en parte, responsables de que la claustrofobia llegue al espectador y podamos sentir la atmósfera agobiante de la propuesta. Un bosque recóndito, baldes en lugar de inodoros, una casa metamorfoseada en fortaleza, y una familia pequeña con un jefe pragmático y sin escrúpulos a la hora de defender a los suyos, son algunos de los elementos con los que Shults arma su historia de pérdidas. Pérdidas generales que no terminan de explicarse y, sobre todo, pérdidas familiares (todo comienza con el sacrificio de un miembro de la familia). Con un realismo deudor del género de los años setenta y al mismo tiempo con una total autonomía respecto de las fórmulas genéricas, Viene de Noche se presenta como una rareza dentro del horror post-apocalíptico, un subgénero muy explotado en los últimos años. Seguramente su excepcionalidad tenga que ver con las intenciones de su director de contar una historia oscura e intimista de supervivencia y paranoia que nada tiene que ver con algunas contemporáneas del subgénero mencionado que abordan la proximidad del fin del mundo en términos más cercanos al del cine catástrofe o a aquellas que se articulan alrededor de los jump scares, los estereotipos y demás clichés. El propio director dijo que no definiría a Viene de Noche como una película de terror y que simplemente filmó lo que sentía en ese momento y seguramente no pensó en las categorías por las cuales muchas veces nos preocupamos más los espectadores que los realizadores. De hecho, no estuvo de acuerdo con la campaña de marketing que la vendía como género puro; no por desmerecerlo sino para no engañar a los espectadores que buscan otro tipo de narrativa. De todos modos, la amabilidad con el espectador sólo quedó en ese gesto, y, seguramente, la falta de condescendencia sea, en parte, responsable de su potencia.
Con "Huye!", tal vez sean los dos estrenos de género que este año harán más ruido, no por lo novedoso, no, sino por su capacidad para construir un relato clásico y tenso sobre la amenaza. Aquello que no se muestra es lo más potente, en este cuento de encerrados y recién llegados que desean ser parte de ese microuniverso. El director logra transmitir con pocos elementos una conflictiva historia, eficaz y potente, sobre el miedo a los demás.
APOCALIPSIS NOW El terror nos sigue regalando grandes exponentes en este 2017. El director y guionista Trey Edward Shults crea algo casi único con “Viene de Noche” (It Comes at Night, 2017). Básicamente, que nos preocupemos sólo por el ¿quién?, tal vez el ¿cuándo?, pero nunca por el ¿cómo? o el ¿por qué? durante este “fin del mundo” que aterroriza a las personas y las mata lentamente de un modo bastante grotesco. Joel Edgerton es Paul, esposo y padre de un hijo adolescente que haría lo que fuera para mantener a sus seres queridos a salvo. La familia esta atrincherada en una casa en medio del bosque que solía ser de su suegro, bastante bien acondicionada y provisionada para sobrevivir al apocalipsis. Al menos, hasta ahora. Los días pasan rutinariamente y hay que seguir unas simples reglas. Cuidar los suministros, estar atentos a cualquier cosa, no salir de noche y desconfiar de cualquier extraño, no sólo porque podría estar infectado, sino porque las situaciones extremas también sacan a relucir lo peor de los seres humanos. Hay una sola puerta de la vivienda que no está bloqueada, su único contacto con el exterior, pero durante una noche se escuchan ruidos extraños y a alguien que logró forzarla para tratar de llegar al interior. El responsable del allanamiento es Will (Christopher Abbott), quien anda en busca de provisiones para mantener con vida a su esposa y su pequeñito. La bienvenida no es calurosa, más bien violenta, aunque todos en la familia saben que debe hacerse de esta manera. Tras meditarlo y sopesar las consecuencias, Paul decide ayudar al hombre y albergar a los suyos por el tiempo que sea necesario. Esta buena acción pone en juego un montón de factores: la confianza mutua, las lealtades y, por supuesto, la paranoia. Durante noventa minutos Shults juega con nuestros nervios. Los climas que generan el aislamiento, las relaciones familiares, y la de otro tipo, no hacen más que acumular tensiones entre todos los personajes… tensiones que no podemos evitar vivir en carne propia. Estamos obligados a tomar partido, a ponernos de un lado o de otro, a ocupar el lugar de estos seres humanos que harían cualquier cosa para sobrevivir y proteger a los suyos. Es incómodo, es violento, pero eficaz; recursos necesarios del suspenso y el terror que, bien llevados, evita que la historia caiga en los clichés y los lugares más comunes, como ocurre en este caso. Sí, tenemos la “típica cabaña en el bosque” (aunque no es cabaña), pero no podemos decir que se trata del subgénero de casa invadida, sobre todo cuando el protagonista invita por propia voluntad a la supuesta amenaza. Que quede claro, acá no hay buenos y malos, hay sobrevivientes y cuando la suspicacia empieza a hacer mella, también lo hacen la locura y la violencia creciente. No podemos hacer mucho al respecto, somos simples espectadores atestiguando la naturaleza humana en su forma más primigenia. Acá no importa realmente qué causó el virus mortífero (nos alcanza con ver sus efectos devastadores), o qué está pasando en el resto del mundo. Shults nos circunscribe a esta casa y a estas familias, creando un microcosmos aterrador. Apenas un solo escenario, buenas actuaciones (cómo se hace querer Edgerton) y la atmósfera ideal, entre el naturalismo que brinda el paisaje, hasta cierto surrealismo pesadillesco. “Viene de Noche” se aprecia en la oscuridad del cine y se agradece en un gran año para el género.
En un mundo post-apocalíptico, del que poco sabemos, una pareja y su hijo adolescente están refugiados en una cabaña en el bosque. Al parecer ha habido alguna suerte de virus que mata a personas y animales en cuestión de horas o días. El agua misma contiene el virus, por lo que debe filtrarse. El simple contacto con una persona infectada es suficiente para sellar una condena a muerte a quien lo haga. Para agregar algo de misterio, el hijo parece tener unas visiones o premoniciones que no sabemos a qué se deben ni qué significan. Hasta acá, todo bien. La premisa es buena. Si tan solo estuviera acompañada de un desarrollo mínimamente interesante, donde se revelara algo nuevo, algo inesperado o algo que al menos sostenga la trama… pero no es el caso de esta película. Ninguno de los misterios planteados se resuelve, las motivaciones de los personajes son confusas y la historia es completamente intrascendente, más allá de que logra sostener la expectativa casi hasta el final, dejando un gusto amargo cuando las luces de la sala se encienden. Dirigida por Trey Edward Shults, un joven que apenas está empezando como director, It comes at night cuenta con el protagonismo del destacable Joel Edgerton, quien realiza una labor excelente. Los detalles técnicos también son buenos y esto agrava la sensación de haber desperdiciado una buena oportunidad para contar una historia que valiera la pena. Por último, hay que decir, que si bien está catalogada en el género de terror, éste no llega en ningún momento.
Una de esas raras gemas que no dependen de jump-scares para asustar porque su realizador sabe que el verdadero terror no es un shock que te hace saltar de tu asiento sino una horrible sensación que se cocina a fuego lento en las entrañas y hace que te encojas en la butaca sin que puedas alejar la vista de la pantalla. El espectador habitual de cine de terror ha perdido la noción de lo que verdaderamente asusta. Con el aluvión de franquicias de horror fáciles de producir que cosechan ganancias millonarias y cuestan muy poco dinero, Hollywood generó un acostumbramiento a ciertas fórmulas que se repiten una y otra vez en las películas. Hoy en día cada película de terror “grande” responde a una misma lógica: hacer un film barato y genérico, cosechar ganancias millonarias, estirar ad infinitum con secuelas y precuelas igual de sosas y genéricas para volverse una franquicia. Los dos exponentes más grandes de esta nueva vertiente son la saga de Actividad Paranormal (Paranormal Activity, 2007), franquicia que abusa del found footage y pretende hacernos creer que una puerta que se cierra o un ruido en las escaleras es terrorífico; y la saga de El Juego del Miedo (SAW, 2004) que arrancó como una idea interesante y se fue deshaciendo con el tiempo, ya que su único gimmick era el excesivo uso de sangre tripas y desmembramientos, como si la única manera de asustar al público fuera con cantidades industriales de gore. Estas dos franquicias cosecharon una millonada en cada una de sus entregas e inspiraron toda una generación de “clones” con mayor o menor grado de éxito que se abrían paso en la taquilla a puro gore, jump-scares y demonios falopa de CGI (con honrosas excepciones como la saga de El Conjuro). Por suerte en el medio de este panorama, el cine independiente salió al rescate con joyitas como La Bruja (The Witch, 2016), Te Sigue (It Follows, 2014), The Babadook (2014) y Goodnight Mommy (2015). Historias con un tinte más dramático (pero no por eso menos atemorizantes), grandes trabajos delante y detrás de cámara y con una concepción más primigenia y psicológica del terror estos films se plantan como grandes exponentes de lo que el género puede dar cuando se corre un poco de los chichés, las fórmulas repetidas y los sustos baratos. Por suerte, Viene de Noche (It Comes at Night, 2017) no apela a nada de esto. La película nos presenta al matrimonio conformado por Paul (Joel Edgerton), Sarah (Carmen Ejogo) y su hijo Travis (Kelvin Harrison Jr.). Los tres viven aislados en una cabaña oculta en los bosques tras el brote de un extraño virus que arrasó al mundo. Poco tiempo después de que el abuelo de Travis sucumbe a la enfermedad, la vida de Paul y su familia es puesta en peligro por la llegada de un hombre que busca provisiones para su esposa y su hijo pequeño. El director y guionista Trey Edward Shults (Krisha, 2016) nos presenta una historia que en su esencia es un drama familiar sazonado con grandes dosis de terror psicológico. Paul es un hombre decidido a cruzar cualquier límite para mantener segura a su familia. Travis lidia con los típicos dilemas de la adolescencia (búsqueda de la figura paterna como referente, despertar sexual) en un contexto apocalíptico, mientras que el intruso Will (Christopher Abbott) es un padre desesperado por ayudar a su esposa y su hijo. A no confundirse con el título, Viene de Noche no es una película de monstruos. Lo que viene a ellos cuando las luces se apagan es el miedo, la paranoia, la desconfianza hacia las personas que dejamos entrar a nuestro hogar. Schultz sabe como manejarse en el terreno de la ambigüedad: a lo largo de la película nos sugiere o insinúa más de lo que nos dice. No sabemos mucho sobre el virus, como se propagó, de que manera se contagia o como está la situación en el resto del mundo. Antes que eso prefiere mostrarnos un largo y ominoso plano de una pintura que cuelga en un pasillo de la casa: El Triunfo de la Muerte, de Peter Brueghel; que nos muestra una caótica y apocalíptica imagen de la Europa medieval siendo consumida por la Peste Negra. Schultz juega muy bien con todo el aspecto sonoro de la película, la iluminación y el trabajo de cámara mientras que todos los actores cumplen con creces en el aspecto interpretativo (destacando especialmente a Joel Edgerton). Viene de Noche es una de esas raras gemas que no dependen de jump-scares para asustar porque su realizador sabe que el verdadero terror no es un shock que te hace saltar de tu asiento sino una horrible sensación que se cocina a fuego lento en las entrañas y hace que te encojas en la butaca sin que puedas alejar la vista de la pantalla.
Crítica emitida por radio.
El miedo a lo que no se ve, a lo que se encuentra del otro lado de la puerta, sin prevenir los peligros interiores, son el jugo principal de Viene de noche, segunda película de Trey Edwards Shultz. Una cabaña alejada en medio de un bosque apartado, el lugar ideal para una película de terror ya desde antes de Evil Dead. Una familia que habita en ella. Hay algo afuera, y se deben hacer sacrificios. El camaleónico Joel Edgerton es Paul, un padre de familia que afronta la decisión de tener que defender a su familia de un mal que desconoce ¿Cuál es el límite para esa defensa? En las primeras escenas del film veremos cómo junto a su hijo Travis (Kelvin Harrison Jr.) toman una decisión radical en pos de un bien mayor. Desde entonces sabremos que la oscuridad puede estar en cualquier lado. Paul y los suyos se protegen de algo eterno, aparentemente una epidemia que no da tregua. Por lo que no deben tener contacto con nadie ni nada. Ellos se guarecen y viven una vida más primitiva y alerta. ¿Qué puede salir mal? Del bosque asoma Will (Christopher Abott), un hombre que se encuentra huyendo y ruega por ayuda a su familia. Ese será el puntapié para que comiencen los conflictos que serán centrales en Viene de Noche. La falta de confianza, el temor, el peligro ante lo desconocido, la ambición de la supervivencia; todo se acrecentará ante la presencia de Will y posteriormente cuando este traiga a su propia familia. Viene de noche conjuga el suspenso, el terror, pero sobre todo el drama. Los personajes encerrados frente a un peligro que desconocemos nos harán recordar a The Mist, The Walking Dead, y sobre todo a la local El desierto. Pueden ser zombis, una peste terminal, monstruos alienígenas, o lo que sea; es lo que se esconde detrás de la puerta, más allá de lo que capta el lente de la cámara; y que hace comportar a los personajes de un modo particular más instintivo. Viene de noche se juega por el vértigo de lo que puede llegar a suceder, nos mantiene expectantes, y eso es lo que nos genera tensión; sumado a las actitudes de los personajes que causan gran angustia. Paul es otro personaje servido en bandeja para Edgerton. En detrimento de los demás, Paul es el centro del relato. Un ser con el que cuesta empatizar pese a que ¿parcialmente? comprendamos la razón de sus actos. Tiene varias facetas, y el talento interpretativo del actor de El Regalo las aprovecha todas para un gran lucimiento. Trey Edward Shults decide no apurar su relato e ir contando lo que sucede al ritmo de la tensión. Esto, que en un primer momento va atrapando mientras se construye el relato; provoca que promediándola mitad del film se haya fagocitado a sí misma. Viene de noche es un film abrumador, en un sentido adverso. Shults no encuentra el tono para que la historia se relaje, y lo que sucede, en realidad, no es algo tan inmenso. Tampoco se decide por un fuerte análisis social como lo que sucedía en la excelente The Mist; todo el mensaje de Viene de noche puede ser interpretado en los primeros veinte minutos del film. Sobre el final, retoma un sentido salvaje, y aunque de modo previsible, atrapa. Sus poco más de hora y media, en la experiencia, pareciera mucho más; quizás porque lo que se cuenta queda demasiado corto para el permanente ritmo que lleva. Su director a había demostrado en su anterior film Krisha que sabe cómo plantear una puesta de estética sobria, y aquí repite. Visualmente, Viene de noche transmite la angustia de los personajes, y colabora con esa tensión propia de la soledad. Junto con la interpretación protagónica serán los puntos altos de la propuesta. Finalmente, Viene de noche prometía más de lo que ofrece su resultado. Genera un suspenso permanente que no llega a explotar como debía, funcionando mejor dramáticamente sin ser del todo original. Un viaje emocional a mitad de camino.
En esta distopía dirigida por Trey Shults, Joel Edgerton interpreta a un padre que protege a su familia contra las enfermedades infecciosas y los extraños que merodean su casa. Aunque el pánico es palpable, un pragmatismo letal y la desconfianza gobiernan los motivos de los personajes y sus acciones. Y cuando la sospecha abunda, la hospitalidad y la humanidad son víctimas. Porque siempre existe la constante amenaza de lo está ahí afuera (sea lo que sea). Y ese temor se palpa en cada escena, cada cena, cada conversación. La tensión que Shults construye es brillante, casi insoportable. Intensamente fotografiada, la película imagina una pequeña parte del día del juicio final con espeluznante credibilidad, por que en los mejores casos aquello que resulta más terrorífico en una película de terror es lo que no ves.