La distorsionada imagen de un Mussolini ejemplo de padre de familia, hombre íntegro y esposo abnegado, y que fuera ya tema de otro film (El secreto de Mussolini, dirigida por Fabricio Laurenti y Gianfranco Norelli), es retomado por Bellochio en Vincere. Pero el foco de atención en esta película son los padecimientos que tuvo que sobrellevar una de sus amantes, Ida Dalser, con quien el dictador se casó y que además fuera la madre de Benito Albino, el hijo que tuvo con el Duce y de quien poco se supo porque el régimen se encargó de mantener oculto. Bellochio, en cuya filmografía plasma una constante crítica social y política, muestra en este trabajo un profundo estudio sobre el verdadero Duce y el poder político en la Italia de la década del ’20. La historia permite remontarse fácilmente a la Roma de aquellos años, ya que hay una cuidadosa recreación de la ciudad y ambientación a través de las escenografías, además del vestuario, lo cual evidencia un minucioso estudio de la época. Documentos audiovisuales que se insertan en la trama agregan veracidad y dan testimonio del contexto político en el que transcurre el relato. La ilimitada ambición y egoísmo de un Mussolini inescrupuloso, interpretado por Filippo Timi (In Principio Erano le Mutante, Aprimi il Cuore, entre otras) lleva a la abandonada pero perdidamente enamorada Ida Dalser (Mezzogiorno, quien protagonizó entre otras La ventana de enfrete y La Bestia Nel Cuore), a hacer lo imposible para que el marido reconozca la unión entre ambos y acepte al hijo que tienen en común. La desesperación de la mujer y su incomprensible rebeldía ponen en peligro la imagen del Duce, por lo que éste toma una inesperada determinación. La suerte del hijo (también interpretada por Timi) termina siendo similar a la de su madre. El relato narra el sufrimiento opresivo de la Dalser de manera descarnada, además de la lucha sin sentido que esta lleva adelante por conseguir lo que sabe que nunca logrará. El apasionamiento de Ida contrasta con la frialdad inimaginable de Mussolini; la oscura personalidad de él se refleja en la vida derrumbada de ella, quien se expone hasta la humillación. Ambas interpretaciones son complejas, precisas; más que convincentes. Las tomas y planos refuerzan la personalidad de los personajes. Las escenas en los grandes espacios acentúan la debilidad de los perdedores. Asfixiante por momentos, Vincere es cruel, realista, tremenda. Pese a ello, de a ratos la atención decae; la sensación es que algunas escenas son redundantes y sobran. Sin embargo, vale la pena no perdérsela.
Quien quiera oír que oiga Este film narra la historia secreta de Benito Mussolini e Ida Dalser, pero también es la narración de una historia de Italia, de los manicomios, y del propio cine. Bellocchio da comienzo a su relato antes de la Primera Guerra Mundial. Mussolini (interpretado magistralmente por Filippo Timi) es miembro del Partido Socialista y marchando en las calles conoce a “la Dalser” (Giovanna Mezzogiorno, más conocida por su protagónico de “El amor en los tiempos del cólera”). La historia de amor transcurre durante este período de ascenso del futuro Duce, en el cual empieza a traicionar los ideales de su partido en pos de un beneficio personal. Uno podría pensar, Ida Dalser se lo vio venir… porque lo mismo le hace a ella. Dalser vende todo lo que posee para que Mussolini pueda abrir su propio periódico, queda embarazada pero pronto aparece la legítima esposa del líder y es abandonada. Paralelamente a la transformación de Italia, Bellocchio analiza la siempre complicada relación del Estado y la Iglesia. Parte de la trama del film se basa en la insistencia de Dalser en hacer que el Duce reconozca que se ha desposado con ella por la Iglesia y que ha bautizado – y reconocido- a su hijo. Como castigo por convertirse en un estorbo para su carrera política, la interna en un manicomio y a su hijo en una escuela, ambos establecimientos a cargo de monjas. Broma cruel de parte del Duce, puesto que los supuestos sacramentos fueron borrados de los registros de la comunidad eclesiástica. Esto la convierte en una mentirosa y peor aún en una loca: ella afirma ser esposa y madre legítima, él y la Iglesia la tratan como una adúltera y a su hijo como un bastardo. La reclusión es el modo de silenciar, y por lo tanto hacer desaparecer, la pluralidad de verdades. Quien quiera aplicar el genio de Foucault para analizar el arma ideológica y perversa que son los manicomios bienvenido sea…Las palabras de consuelo y consejo del doctor Cappelletti (Corrado Invernizzi) acerca de la necesidad de actuar para sobrevivir tienen su correlato en el film que se proyecta para los enfermos: “The Kid” de Charles Chaplin. Éste es uno de los momentos mágicos de Vincere, que se nutre para la reconstrucción de época de un excelente uso del material de archivo, tanto de los discursos del Duce, como de films y noticieros que se pasaban en los cines. Aquí es donde afirmamos que Bellocchio no sólo habla de Mussolinni y de Dalser, sino de la propia historia de Italia y del cine en general. Vincere nos transporta durante dos horas a un mundo que pudo haber sido de otra manera, pero no lo fue. Como certeza de que la historia pudo haber sido otra, la voz solitaria de resistencia de Ida Dalser y su hijo se mantiene viva en este film, y esa palabra, “venceremos”, que originalmente pronunció el Duce en relación a la Segunda Guerra Mundial, acá es una apuesta a creer que el tiempo reivindica otras verdades. “Nos queman las palabras, nos silencian, / y la voz de la gente se oirá siempre./ Inútil es matar,/ la muerte prueba / que la vida existe... / Si la historia la escriben los que ganan, / eso quiere decir que hay otra historia: / la verdadera historia” (Nebbia / Mignona)
Desde su debut como realizador con “I pugni en tasca” (1965), Marco Bellocchio demostró un compromiso militante con su país y su tiempo. Es un realizador incómodo, amigo de meter el dedo en la llaga. El film registra (con un tratamiento no realista), el dramático itinerario de Ida Dalser, primer gran amor de Benito Mussolini, quien le dio un hijo y luego fue repudiada y silenciada por el Duce. La historia arranca en la segunda década del siglo XX en una Italia convulsionada, en la que las incipientes ideas fascistas se enfrentaban al socialismo. Apenas Mussolini crece políticamente y toma el poder, Ida y su hijo se convierten en una mala palabra. Ese hijo, reconocido al nacer, será oficialmente repudiado y borrado de todos los registros. La pasión deja lugar al cálculo y a las necesidades de Estado. Ida conoce a Mussolini en Milán, cuando él es editor de Avanti y aparece como un socialista fervoroso, anticlerical y antimonárquico. Para ayudarle a financiar Il Popolo d' Italia, Ida vende su casa, su salón de belleza y sus joyas. Pero, a medida que él avanza políticamente, se le convierte en un estorbo y sepulta ese vínculo sin mirar atrás. La película va y viene en el tiempo, marcando la lucha inclaudicable de esa mujer que lleva adelante el ejercicio de sus derechos ante la Justicia, arriesgándose a un futuro de hospicios y clausura. Porque el régimen ha elegido declararla insana y confinarla durante años en un loquero. De esa manera crecerá el hijo no querido del hombre más poderoso de Italia. Un testimonio estremecedor.
Sería un error analizar esta película como una biografía de Benito Mussolini, el hombre que marcó a fuego el destino de una Italia sometida a sus designios. No pretende serlo en ningún momento, aunque todo el relato se articula en torno al poder de dominación de su figura. Tampoco se utiliza aquí su condición de figura histórica para un argumento meramente anecdótico, pese a que la focalización en la mujer que nunca reconoció podría dar lugar a tal suposición. Estamos ante una poderosa reflexión sobre el poder y la locura, en manos de un cineasta notable. El experimentado y comprometido realizador Marco Bellocchio, que nunca dejó de reflexionar sobre la historia política de su país (aunque no llegó a tener la trascendencia internacional que tuvieron contemporáneos suyos como Bertolucci) se centra en la tragedia de Ida Dalser, mujer que amó a Mussolini cuando éste aún militaba en las filas socialistas y se encontraba lejos de detentar el poder. En aquella época, Ida le entregó por amor todos sus bienes, y al quedar embarazada, fue rapidamente desechada por Mussolini, quien ya comenzaba a cimentar su carrera hacia el alto mando. La aguerrida personalidad de Ida no le servía a un Mussolini cuyo ego le impedía contar con gente de su mismo carácter y prefería rodearse de gente dócil. Tal vez sea esa la razón que lo llevó a cerrarle la puerta a Ida y a su vástago. La verdad no la sabremos, pero Bellocchio no se extiende con suposiciones, no aprovecha el relato para darle más espacio a la figura de Mussolini que lo estrictamente necesario para narrar la vida de una persona cuyo destino fue escrito por el dictador. Ida pasó su vida buscando el reconocimiento del hombre que amaba y admiraba irracionalmente, y cuanto más se desesperaba por lograr que Mussolini la reconozca, más ira despertaba en el Duce, quien determinó la separación de madre e hijo y el posterior confinamiento de ambos en neuropsiquiátricos. Bellocchio nos muestra a una mujer que fue víctima directa de Mussolini y a su vez, víctima de sus propias acciones absurdas, guiadas por un amor ciego al padre de su hijo. También se detiene en un chico que pasa de la rebeldía de aquel que es privado del amor materno a la imitación descontrolada de aquel al llegar a la adultez, mofándose de su rídicula pero seductora gestualidad. Para esta pintura trágica, tanto de la vida de Ida y Benito Albino (el hijo) como de una Italia a punto de sumergirse en su momento más crítico, Bellocchio apela en los primeros minutos a la reconstrucción de ese amor, acentuando la pasión que sentía Ida, frente al egocentrismo y el desprecio de Mussolini. Una vez que el dictador se desprende de ella, comenzamos a verlo únicamente a través de material de archivo formidablemente seleccionado, enfatizando el dolor de una mujer que comienza a ser silenciada de todas las maneras posibles, hasta que su psiquis es puesta en jaque debido a este tortuoso accionar. La maravillosa actuación de Giovanna Mezzogiorno, que transita por todos los estados posibles sin dejar de destacar el profundo amor que Ida sentía por el Duce y el dolor que le produjo su traición, es el pilar fundamental de un film que se desarrolla a fuerza de una estética que privilegia la estridencia visual y sonora (la excelsa música de Carlo Crivelli, aunque por momentos llega a resultar algo irritante). Sin perder el foco de lo que narra, Bellocchio se sirve de la trama y de la época que describe, para empaparla con elementos propios del futurismo y con un diálogo permanente con el cine y sus potencialidades (tanto en el empleo del material de archivo, como en las proyecciones donde se producen combates ideológicos o en la fuerza de la proyección de The kid, de Chaplin, para describir la desolación que siente Ida por la pérdida de su hijo). Otro punto fundamental de este relato es la forma en la que exhibe el rol de la Iglesia frente al gobierno fascista. Desde el silencio y la indiferencia de las monjas que “cuidan” a Ida, hasta la forma en la que Mussolini pasa del ateísmo a tomar a la Iglesia como uno de los pilares para el fortalecimiento de su imperio. No es casual que la película comience con un mitín socialista en el que Mussolini, en un gesto de rebeldía, intenta probar la no existencia de Dios, o que en un momento se escuche la noticia de la constitución de la Ciudad del Vaticano durante su mandato. Bellocchio demuestra, con estos elementos, que no teme polemizar. Aunque sabe que su film no se centra en este aspecto, lo toma como un elemento vital de su reflexión sobre lo que implicó el fascismo para la sociedad italiana. Vincere es un film contundente, de pasiones desatadas y tragedias desmedidas. Tal vez sin el brillo y la perfección de otros films de Bellocchio o de relatos históricos de calibre similar (un poco por apelar a una megalomanía similar a la del propio Duce), pero sólido en su exposición de una mujer que pierde su vida por amor al hombre que representa el poder fuera de los límites de la cámara. Tal vez el retrato ficcional de Mussolini en el poder podría haber disminuido el peso gigantesco que le aporta al relato de la tragedia de Ida Dalser las imágenes de archivo de quien fuera el amor de su vida, y su cruel verdugo.
El amor y la furia Vincere confirma a Marco Bellocchio como el mejor director italiano del momento, por encima de Matteo Garrone y Paolo Sorrentino, nuevos niños mimados de la crítica. Su más reciente película debe enmarcarse en el prolongado esfuerzo desempeñado por el cine de ese país por desentrañar los mecanismos del fascismo; una historia que evoca, entre otros, los grandes nombres de Roberto Rossellini o Pier Paolo Pasolini. En cualquier caso, la senda de Bellocchio es autónoma, y sus planteamientos estéticos, únicos y deslumbrantes. Su esfuerzo en Vincere pone en escena una cierta dimensión del subconsciente fascista a partir del doble abordaje a la imagen íntima y a la popular de Benito Mussolini. De partida, cabría destacar que, en el programa de Bellocchio, la narratividad, entendida como progresión lineal, como lógica cerrada, juega un papel secundario. La fuerza de Vincere surge de la organización libre -torrencial y operística- de los materiales que maneja el realizador: la recreación ficcional, los materiales de archivo y, ante todo, la continua simbiosis y yuxtaposición de ambas fuentes audiovisuales (remitiendo a una concepción tan sofisticada como fundacional del montaje; no es casual que algunas de las imágenes del film pertenezcan al cine de Sergei Eisenstein). El objetivo es dar cuenta, de forma testimonial -poética y visceral- del horror del fascismo: su poder de seducción, su crueldad, integrismo, violencia y monstruosidad. A pesar de la trasgresión continua del academicismo formal y narrativo, Vincere cuenta una historia, la de Ida Dalser, amante de Benito Mussolini, con quien tuvo un retoño, al que llamó Benito Albino Mussolini. La película toma como referencia la perspectiva de Ida y, como punto de partida, la fascinación inicial de ella hacia la feroz arrogancia de Mussolini (el film abre con una escena sobrecogedora en la que el futuro dictador reta a Dios a que demuestre su existencia). Así, de forma paralela y sin miedo a alterar el curso cronológico de los acontecimientos, la película forja un doble discurso. Por un lado, la obsesión de Ida por Mussolini, retratada a través del sexo y de su camino hacia la locura. Por el otro, una cierta visión exaltada de la historia oficial, capturada en los noticiarios de la época y evocada mediante la continua sobreimpresión de eslóganes políticos y militares en la imagen (Bellocchio no necesita más de un par de imágenes para dejar constancia del trágico transcurso de la Primera Guerra Mundial). De la articulación alucinada de estos dos registros expresivos, el director consigue construir, sobre todo en la magistral primera hora de metraje, una imagen aterradora, casi abstracta, del poder fascista. En la segunda hora, Bellocchio focaliza su mirada de forma más directa en el drama de Ida (interpretada por Giovanna Mezzogiorno). De hecho, el actor que recrea al joven Mussolini (Filippo Timi) desaparece de escena al tercio de película, dejando paso a las imágenes de archivo del Duce. Llega un punto en que el film amaga con desplazarse hacia un drama más convencional; sin embargo, la recta final recupera su condición de tour de force expresivo gracias, en gran medida, al trabajo de Timi, esta vez en la piel del hijo de Ida. A petición de sus amigos, Benito Albino Mussolini accede a representar su desquiciada imitación del Duce (espasmódica, feroz, demente) y, así, Bellocchio apela de forma física al terror de la historia.
El fascismo en clave operística La nueva película de Marco Bellocchio lo reconfirma como uno de los realizadores italianos con mayor grado de originalidad y rigor. Compañero generacional de Bertolucci, su carrera ostenta menor reconocimiento por estas latitudes, pero a partir de L'ora di religione (2002) su obra viene ganando mayor interés. Vincere (2009) es un relato sin concesiones sobre el ascenso del fascismo, visto a través de la relación extra oficial que mantuvo Mussolini con Ida Dalser. Este año se estrenó en nuestro país el documental El secreto de Mussolini (Il segreto di Mussolini, 2005), film que aborda la existencia del hijo que el dictador tuvo con Dalser y decidió borrar de su vida. Il Duce mantuvo una relación oficial con Rachele Guido, pero su desprecio no sólo se manifestó por la criatura, sino también por la madre, quien nunca cesó de reclamar el reconocimiento y eso le valió ser recluida en un manicomio. La historia (la fuente) es atractiva, casi independientemente de que se vincule con uno de los hombres fundamentales del siglo XX. Tal vez por ello, rozar la obviedad y el sentimentalismo pudo haber sido un defecto aún peor en este caso. Vincere refiere a la misma historia yconsigue eludir este camino, hilvanando una multiplicidad de discursos (el biográfico, el histórico, el periodístico, el panfletario) sin banalizar el material que tiene a su alcance. El resultado es una película dinámica y densa a la vez, concebida de forma monumental, como si se tratara de una ópera. Ida Dalser (la excelente Giovanna Mezzogiorno) es una bella mujer que conoce al hombre antes que a la figura histórica, pero ya en la génesis de su desmesurado amor vislumbra un destino de fama y poder para él. Despojada de sus bienes por decisión propia, colabora con la fundación del periódico que Mussolini empleará como propaganda de su ideología. Consolidado definitivamente, la película se centra en dos obsesiones: la del hombre por la trascendencia política, y la de la mujer por aquel hombre. A tono con esta premisa, todo en Vincere es exacerbado, pero pese a ello (o gracias a ello) la película nunca abandona su ritmo vertiginoso y su magnificencia dramática. Humillada ante el abandono, la Dalser será internada en un manicomio pero jamás cesará de proclamar a cuatro vientos su historia de vida. Este es el destino que continuará su hijo en la adultez, reclamando aquello que le corresponde. A través de este drama familiar el realizador inserta filmaciones históricas, recurriendo también a la sobreimpresión, deambulando entre la Historia y la psicología. La gesta de esta dualidad ya está eficazmente presentada en la primera secuencia, en donde Mussolini plantea su enfrentamiento con el propio Dios. ¿El mismo Dios al que recurre su amante, al punto de confundirlo con él mismo? ¿El mismo Dios venerado por los italianos, fuente de una disputa y posterior romance de Il Duce con la poderosa Iglesia católica? Vincere no ensaya respuestas, su interrogación puede encontrar una analogía con múltiples puntos de vista, pero tanto el comienzo como el final vuelven a la pregunta por el tiempo, único factor que el ser humano reconoce como un irreversible absoluto. Bellocchio recupera la Historia a través de una historia minúscula, olvidada. El tiempo es la materia constitutiva del cine, y esta obra maestra reflexiona sobre su irreversibilidad. Es allí en donde se condensan todas sus coordenadas temáticas (la obsesión, el poder, el desprecio, etc.). La materia de este relato (la oficial y la no oficial) trata acerca del tiempo y la locura de imaginar la transgresión de sus límites, testimonio de una época de catástrofes.
Tonta, pobre tonta Corren los años ’20 y la Italia de Vittorio Emmanuele está convulsionada. Preñada de fracasos políticos y miseria, la unificación está engendrando monstruos insospechados. Uno de ellos es el anarco comunista Benito Mussolini (Filippo Timi), joven y lleno de ímpetu, cuya militancia y convicciones pronto deslumbran a una joven, Ida Dalser (Giovanna Mezzogiorno), que se convierte en su amante. Obnubilada por su amado, Dalser tarda en comprender que Mussolini está muy lejos de ser quien aparenta. Tiene su propia familia, y cuando ella le revela que está a punto de ser madre de un hijo suyo, la repudia rápidamente. Pero la joven no se arredra. Una y otra vez busca acercarse al cada vez más prominente político, sin darse cuenta de que su empecinamiento la está llevando a la ruina. Con su salud mental comprometida, forzada a una reclusión en instituciones cada vez más cerradas y separada de su hijo por tiempo indefinido, Ida insiste en ser reconocida por el Duce mientras Italia se sumerge en el momento más sombrío de su historia reciente. Con oficio y buena síntesis visual, el director Marco Bellocchio reconstruye los años del ascenso sociopolítico de Benito Mussolini, pero a través de la mirada de la mujer y el hijo a los que desconoció y despreció públicamente, llegando inclusive a borrar los registros de su existencia. En este sentido, es la historia de Ida Dalser como una representación femenina y antropomórfica de la propia Italia la que toma la posta, dando un vago aire documental al filme mediante imágenes de archivo bien combinadas con la historia principal. La historia de Ida Dalser es, en definitiva, la de cientos de miles de italianos deslumbrados y finalmente traicionados por la megalomanía de un hombre carismático y fatal. Con algunos minutos de exceso en el metraje y muy pocos baches, “Vincere” es una propuesta digna de ser considerada en la oferta de la cartelera actual para quienes consideran al cine un poco más que entretenimiento.
La fascinación por la crueldad Vincere, de Marco Bellocchio, es un feroz retrato poético y político de Benito Mussolini El notable director de El diablo en el cuerpo, La condena, La nodriza, La hora de la religión y Buenos días, noche consigue con Vincere una de las películas más potentes e inteligentes que se hayan hecho sobre el horror del fascismo, con todo su poder de seducción y manipulación, su integrismo, su violencia y su crueldad. Bellocchio evita los lugares comunes de las épicas históricas y las caricaturas de las biopics convencionales para construir una película íntima y grandilocuente, poética y política a la vez. Vincere no es una obra perfecta (no pretende serlo) ni del todo redonda, y hasta puede pecar por momentos de excesiva y agotadora, pero así y todo es una experiencia que se acerca bastante a lo sublime, con una vibración, una ferocidad y una audacia (estética, narrativa, temática) que el cine contemporáneo parecía haber perdido. El film, construido con una enorme convicción y talento apelando a un tono casi operístico, arranca en el período previo a la Primera Guerra Mundial (la acción va y viene entre 1907 y 1914), cuando un joven Benito Mussolini militaba en el Partido Socialista. En la impresionante escena de apertura, vemos al protagonista (gran trabajo de Filippo Timi) desafiando a Dios en un mitin. Más tarde, será expulsado de la organización por apoyar la participación italiana en el conflicto bélico. Mientras tanto, Bellocchio recorre la creciente pasión con Ilsa Dalser (consagratoria interpretación de Giovanna Mezzogiorno), una mujer fascinada por su figura, que le financia de su bolsillo la edición del periódico Il Popolo d´Italia y con la que tiene un hijo, al que llaman Benito Albino. Pero durante su ascenso al poder -para no tener conflictos con sus aliados en la Iglesia- Mussolini la traiciona y la encierra en un neuropsiquiátrico durante más de 11 años, mientras el niño es enviado a un instituto. Durante la segunda hora, el film coquetea por momentos con el melodrama más clásico y lacrimógeno (la performance de Mezzogiorno lo mantiene siempre vivo), pero el desenlace (con Timi ahora en el papel del desquiciado hijo de Dalser y Mussolini) vuelve a elevarlo a la categoría de obra maestra. Heridas abiertas Con un excelente uso de los materiales de archivo de la época, con la continua sobreimpresión de carteles con eslóganes políticos y militares y con un montaje arrasador, Bellocchio elabora una base para que las recreaciones ficcionales tengan el contexto adecuado y adquieran la dimensión necesaria. Historia trágica y conmovedora (dolorosa), Vincere tiene el sello inconfundible de uno de los últimos representantes del mejor cine italiano, que se suma a colegas-compatriotas como Pier Paolo Pasolini o Roberto Rossellini en la exploración de los orígenes, la explosión y las heridas aún abiertas del fascismo.
Bajo el signo del melodrama A partir de una tragedia desencadenada por el amour fou, Bellocchio, a la manera de un cine italiano que se creía perdido, articula magistralmente un discurso en el que se van enhebrando distintos niveles de análisis: psicológico, político y social. Es una injusticia que el cine de Marco Bellocchio esté casi olvidado en Argentina, donde su última película estrenada en salas comerciales fue La nodriza, casi una década atrás. Contemporáneo de Bernardo Bertolucci, a partir de mediados de los años ’60 ambos fueron líderes de una revolución en el cine italiano moderno que luego de los Fellini, Antonioni y Visconti llegó para aportar una visión aún más compleja y dinámica de la realidad, influidos por la nouvelle vague en general y por Jean-Luc Godard en particular. Prolíficos ambos, sus respectivas carreras fueron dando múltiples giros a lo largo de estas décadas, pero ahora se viene a confirmar que quizá Bellocchio fue de los dos el más consecuente con sus ideas, el más riguroso y actualmente quien está todavía en magnífica forma, a diferencia de Bertolucci, que ha ralentado mucho su producción al mismo tiempo que parece haber perdido su rumbo artístico. Con Vincere (el título alude a una palabra-eslogan del fascismo), Bellocchio confirma esa diferencia, entrega su mejor film en muchos años –y eso que L’ora di religione e Il regista di matrimoni, presentadas en Cannes 2002 y 2006, eran estupendas– y propone una tragedia desencadenada por el amour fou, esa pasión amorosa que impide ver cualquier otra realidad que no sea la de su oscuro objeto del deseo. Vincere exhuma una historia que debió ser famosa, pero que hasta hace muy poco tiempo era casi desconocida en Italia: la de Ida Dalser, amante de Benito Mussolini, madre del primogénito del futuro Duce, que cuando logró ascender al poder la apartó brutalmente de su vida, lo mismo que a su hijo. Ida conoció a Mussolini hacia 1914, cuando éste era aún un ardiente militante del socialismo, antimonárquico y anticlerical. Ella quedó inmediatamente flechada no sólo por su personalidad, sino también por sus ideas y le entregó inmediatamente todo: no sólo su cuerpo, sino además sus ahorros –tenía en Milán una próspera casa de modas, que vendió de apuro– para que Mussolini pudiera fundar Il Popolo d’Italia, el periódico con el que pavimentaría su ascenso al poder. Pero una vez en la cima, Mussolini no sólo la abandonó, sino que hizo todo lo posible por borrar su existencia y la del hijo que tuvieron en común, al punto de que ambos murieron en respectivos manicomios, durante el régimen fascista. A la manera de un cine italiano que se creía perdido, Bellocchio articula magistralmente un discurso en el que se van enhebrando distintos niveles de análisis: psicológico, político, social. La locura latente que anida agazapada en la normalidad ha sido siempre una constante en el cine de Bellocchio y aquí alcanza una suerte de éxtasis, porque hace de Ida (estupenda Giovanna Mezzogiorno) una heroína trágica a la manera de las divas italianas del cine mudo. De hecho, Vincere dialoga de manera permanente con el cine de la época, porque cuando Ida es apartada de la vida de Mussolini –a quien continúa amando ciegamente, mientras no deja de reclamar por sus derechos– lo sigue viendo a través de su imagen en los noticieros oficiales. Bellocchio prodiga más de una escena de bravura en Vincere y esos momentos privilegiados transcurren siempre en una sala oscura, con las imágenes parpadeantes iluminando como rayos la platea, donde se dirime una historia que es a la vez personal y colectiva. Como esa iglesia convertida en enfermería, en la que los heridos de guerra –entre ellos Mussolini– ven proyectadas en la cúpula, bajo la protección de la cruz, imágenes de un film mudo sobre la Pasión de Cristo, mientras en el suelo Ida pelea por su hombre con Rachelle, la esposa oficialmente reconocida. Hay en Vincere una dimensión grandiosa, absolutamente operística, verdiana (resuenan los ecos de Aída) que hacen del nuevo film de Bellocchio una obra magistral, de una rara envergadura, capaz de profundizar en un momento crítico de la historia italiana y, con gran inteligencia, producir a partir de esa inmersión un reflejo, una reflexión sobre la Italia berlusconiana de hoy.
La historia oculta detrás de El Duce La película de Marco Bellochio sobre Benito Mussolini es rotundamente política y contemporánea. El material con que contaba Marco Bellocchio para Vincere daba para una ópera. Y el veterano realizador, sabiendo eso, dio a su nuevo e impactante filme un trato similar. La historia de Ida Dalser, la nunca reconocida primera mujer de Benito Mussolini, ignorada por la historia hasta ser redescubierta hace unos pocos años, y quien fuera madre del primer hijo del dictador, tiene todos los ingredientes -históricos, políticos, dramáticos- para una tragedia conmovedora, socialmente relevante y emotiva. Bellocchio hace eso, pero no del todo en Vincere . Cineasta talentoso, inteligente y cerebral, el director de El diablo en el cuerpo ubica a Dalser (una intensa Giovanna Mezzogiorno) en el centro del torbellino político y emocional, casi en carne viva, haciendo lo imposible por ser reconocida, tenida en cuenta -ya que no amada- por Mussolini (Filippo Timi en su juventud, luego mostrado sólo a través de archivo). Pero alrededor de ella arma un rompecabezas donde juega con material de la época (para contextualizar), con los registros cinematográficos (va variando de acuerdo a la era que retrata) y con la ficción ( La pasión de Juana de Arco , de Dreyer, y El pibe , de Chaplin, entre otras), que sirve como contrapunto para una historia basada en la vida real, pero cuyos materiales -manipulados, ya que no hay registros- son puro cine. Vincere es la historia de una serie de traiciones y engaños de Mussolini: a sus ideas socialistas, a su partido, a su mujer, a su hijo y, más que nada, al pueblo italiano. También a la Iglesia, pero en sentido inverso: fue un hombre no creyente que empieza desafiando la existencia de Dios y luego entra de lleno en sus manejos. A través de la Iglesia El Duce mantiene al pueblo a raya y a su mujer encerrada en un manicomio. Bellocchio, cineasta anticlerical si los hay, deja en claro su punto de vista. Ida puede ser ese pueblo traicionado. Como todos, fue seducida por Mussolini y llevada al paroxismo por su ímpetu delirante y belicoso. Pero, a diferencia de casi toda la población, cuando creció su figura política, ella fue alejada y encerrada después, ya que su verdad podía revelar la “flaqueza moral” de su marido. Se podrá decir que ella arriesgó demasiado al no querer aceptar ciertas reglas y seguir gritando verdades que la “condenaban”. Pero esa misma pasión que siguió sintiendo por El Duce la convierte en un gran personaje. La maestría de Bellocchio está en poner al espectador en época y evitar los recursos psicologistas (no hay pasado que justifique, ni hay explicaciones de esa pasión). El futurismo que tanto admiraba Mussolini es un fuerte referente estético de la primera parte, mientras que el melodrama toma más fuerza en la segunda. Las emociones que explotan en el rostro de Mezzogiorno mirando a Chaplin remarcan -quizás demasiado, pero la película necesita el golpe- la dureza de la obligada separación entre esa madre y un hijo que no sabe bien cuál es su lugar. En esa intersección inteligente entre ópera y película social, Bellocchio va de las causas a las consecuencias del fascismo a través de cuerpos y rostros que explotan y se consumen. Es la historia de un amor y de una traición. Una película rotundamente política y contemporánea.
El amor fascista La historia era desconocida hasta hace poco: en los comienzos de su carrera política Benito Mussolini (que por entonces adhería al socialismo) entabló una relación amorosa/pasional con una mujer que lo ayudó a fundar su primer diario y con la cual tuvo un hijo. Un tiempo después, cuando su carrera avanzaba, Mussolini se casó con la que sería su "esposa oficial" y negó toda relación con su primera amante, así como la paternidad de su hijo. Ya con il Duce en el poder, Ida Dalser (esta primera amante) siguió luchando por que se la reconociera como la legítima esposa de Mussolini. Con esta historia que el fascismo había logrado acallar, Marco Bellocchio (veterano director italiano) dirige la película Vincere, un nuevo acercamiento al tema del fascismo en Italia. Solo que en este caso la perspectiva es diferente: si en un primer momento parece que Vincere va a tratar sobre Mussolini y su ascenso al poder (al cual vemos, por otro lado, desde ángulos nuevos, como su militancia socialista y su figura privada), en algún punto la película se quiebra y quedamos frente a algo nuevo. No es un mérito menor haber construido un Mussolini tan magnético que cuando está llena la pantalla y cuando no está (en esa segunda mitad de la película) su fantasma parece dominarlo todo. En algún punto esta deja de ser la historia de Mussolini y pasa a ser la historia de Ida Dalser (interpretada por la gran Giovanna Mezziogiorno) y su hijo; si se quiere, las primeras víctimas del fascismo. La gran tersura narrativa de Vincere nos hace avanzar, nos arrastra hacia terrenos cada vez más enraizados en lo melodramático. Algo de la locura de Ida Dalser se impregna en el espectador, lo empuja a su infierno, empapa toda la película que se despliega con grandes momentos cargados de música y tragedia. Bellocchio construye magníficas escenas con tomas largas y planos cerrados, con un manejo muy sobrio de la elipsis, aunque la violencia de ciertos usos del montaje pone en evidencia que esta no es en definitiva una película clásica. Resulta particularmente interesante el uso que hace Bellocchio de las imágenes de archivo: desde la secuencia de títulos con esa hermosa chimenea que marca el tono de la época (tanto por su humo como por los efectos que recuerdan el cine vanguardista de principios del cine), pasando por Chaplin, noticieros y demás. Pequeños detalles como esos terminan de cerrar la reconstrucción de época y marcan las resonancias de esta película. Sin embargo, si hay una gran creación en Vincere, es la del personaje de Ida Dalser (a quien la Mezziogiorno le pone el cuerpo entero): una mujer apasionada hasta el fascismo. Sus razones, sus amores, su megalomanía, su tragedia son en definitiva lo que se despliega y lo que da alas a todo esto.
Marco Bellocchio conjuga magistralmente drama, lirismo y una excelente dirección de actores en un relato que expone sin especulaciones la figura del controvertido Benito Mussolini, desnuda las capas invisibles que ocultan el poder y rinde un justo tributo a la lucha emblemática de Ida Dalser, interpretada magníficamente por Giovanna Mezzogiorno en un papel memorable.-
La pasión desenfrenada por Mussolini Luego de "El último beso", la bella italiana está considerada entre las mejores actrices de su país. En "Vincere", que llega hoy, encarna su papel más dramático: Ida Dalser, la mujer que mezcló amor y fanatismo hacia el Duce. "Tienes un hijo del hombre al que todas las mujeres del país quieren como marido o amante. Sé feliz con tu recuerdo". Es lo que le dice una monja a Ida Dalser, internada en un manicomio, según un pasaje del oscuro, dramático e intenso film "Vincere", que se estrena hoy en la cartelera de cine. La película de Marco Bellocchio hace foco en el ascenso vertiginoso del Duce Benito Mussolini y, también, en Ida Dalser, la mujer que vivió una pasión desenfrenada, que mezcló amor y fanatismo hacia la figura del hombre fuerte de la Italia fascista. Dalser le dio todo y mucho más, Mussolini se aprovechó, la utilizó y después la despreció y tildó de loca, siempre según la versión cinematográfica, la cual deja en claro que Ida tuvo un hijo con el Duce, llamado Benito Albino. Consagratorio es el papel de Giovanna Mezzogiorno, a quien los argentinos ubican por la recorada "El último beso" ("Le debo todo a esa película, gracias a ella, hoy soy quien soy", reconoce), "La ventana de enfrente" y la más reciente "El amor en los tiempos del cólera", con Javier Bardem. Romana, de 36 años, Giovanna, poseedora de un físico bien tano (por su sinuoso contorno) con ojos de color avellana que subyugan, suele caracterizarse por la intensidad de sus trabajos y por cierta osadía al entregarse en escenas de alta sensualidad, como ocurre en "Vincere". "Está perfecta, es generosa en su performance y logra transformarse en alguien que todo el tiempo nos hace llorar y enojar", elogia el propio Bellocchio, quien no dudó un instante a la hora de la elección. "Giovanna está entre las mejores actrices del momento", dijo sobre la jurado del último Festival de Cannes. "Haber vivido la experiencia de juzgar fue inolvidable, y también fue inolvidable que en 2009, aquí en Cannes, no nos lleváramos ningún premio por `Vincere’", afirmó, por entonces y con sabor agridulce, Mezzogiorno. TERMOMETRO DEL FILM La historia de Bellocchio -considerado entre los realizadores más importantes de la última década en Italia- va de menor a mayor, tironeando al espectador a no abandonar la trama, sino, más bien, a mantenerse allí, en vilo, cada vez más interesado. Y mucho tiene que ver el afán que vuelca Mezzogiorno en el rol más desgastante de su carrera. Reconoce Giovanna que leyó e investigó todo documento, informe y libros ("La esposa de Mussolini" y "El hijo secreto del Duce") vinculados con la malograda Dalser, quien, luego de estar encerrada una década en un psiquiátrico, murió en 1937, a los 57 años. A través del film, basado en hechos reales, se advirtió cómo la admiración y enamoramiento de Ida hacia Benito, muta en fanatismo y obsesión, pero también en la impotencia de no ser reconocida y querida. Ella se sintió hipnotizada por él cuando lo vio por primera vez, en Roma, a mediados de la segunda década del siglo XX. La escena seduce por su silencio inquietante: en un duelo verbal -y público- entre un joven y sindicalista Mussolini con un sacerdote, Benito pide un reloj y desafía al religioso: "Si dentro de cinco minutos no caigo fulminado, entonces Dios no existe". Ese desenfado sedujo a Dalser, una chica rica de Trento, que vendió propiedades y comercios para financiar "Popolo de Italia", un periódico fundado por el incipiente Partido Nacional Fascista, órgano de propaganda que respaldó el surgimiento del Duce. Pero su tórrido amor ponía en peligro la relación de Mussolini con la Iglesia: el Duce estaba casado con otra mujer y tenía cuatro hijos. Por ende, su affaire con Dalser molestaba, manchaba su "reputación". Tildada de loca, paranoica y obsesiva, el progresivo ascenso de Mussolini resultó proporcional al castigo que recibió el personaje de Giovanna. Llega "Vincere", que revela un secreto en la vida del Duce: una mujer y un hijo, reconocido al nacer y repudiado después, que ninguna biografía oficial admitió.
Tan anacrónica como artificiosa, la última película de Marco Bellocchio deambula sin convicción entre una primera parte centrada en una caricatura hueca de “El Duce” y una segunda mitad de mayor peso dramático, donde permite que los actos del dictador hablen por sí mismos. Muchas tomas de archivo, una buena labor de Giovanna Mezzogiorno y muy poco más…
Hay que ver Vincere A sus setenta años, Marco Bellocchio es uno de los grandes directores en actividad. Su opera prima, I pugni in tasca (1965), es una de las películas italianas insoslayables de la década del sesenta (y esto lo digo con plena conciencia de que en esos años Italia era una potencia cinematográfica). I pugni in tasca fue uno de esos fulgurantes “debuts a los veinticinco”, como lo fue El ciudadano de Orson Welles. I pugni in tasca puede verse cada tanto en el Malba en una copia perfecta, estén atentos por si aparece programada. Si bien películas posteriores como En el nombre del padre o Violación en primera página se estrenaron localmente, y la música para Enrico IV la compuso Astor Piazzolla, fue gracias al escándalo de El diablo en el cuerpo (1986) cuando Bellocchio se hizo más famoso. Sí, esa era la película de la fellatio. O sea, una película no pornográfica que incluía sexo oral explícito. La película fue un éxito en Argentina en esos primeros años de democracia. Vista hoy, no impacta por la escena de sexo, y muestra que Bellocchio es actualmente un director mucho más subyugante que en los ochenta. Si no me equivoco, luego de El diablo en el cuerpo en 1986 y de La nodriza en 2001 (pero el film es de 1999), ninguna de sus películas se estrenó comercialmente en Argentina hasta Vincere. Sí, algunas se vieron en el Festival de Mar del Plata, como Il principe di Homburg, y otras en el Bafici como L'ora di religione (Il sorriso di mia madre), Buongiorno, notte e Il regista di matrimoni. Con L'ora di religione (Il sorriso di mia madre) (2002) Bellocchio pareció reinventarse como director, y su carrera cobró nuevos bríos. Para comprobarlo con creces, pueden buscar esa película o, especialmente, Il regista di matrimoni, cuya ausencia en los cines argentinos y en las ediciones en DVD ha privado a la mayor parte del público de acercarse a una de las grandes películas de esta década. Por suerte, desde hoy, jueves 5 de agosto, está Vincere en los cines, y en varias buenas salas, con buen sonido, buena proyección y en 35mm. Al ver Vincere, verán al Bellocchio siglo XXI, un director en su momento de esplendor –con la ambición y el filo de su ópera prima–, y estarán frente a una película voraz, imaginativa, excesiva, pasional. La historia es la de Ida Dalser y su relación con Benito Mussolini. Dalser es interpretada por Giovanna Mezzogiorno (aquí conocida sobre todo por El último beso), protagonista y centro de la película con una energía furiosa y un talento del que Bellocchio sabe sacar provecho con cambios maestros y cortantes que van violentamente desde primeros planos (sí, los ojos, siempre los ojos; lo más cinematográfico que existe, lo sabía Griffith y no hay que olvidarlo) hacia planos generales, todos magistralmente iluminados por el director de fotografía Daniele Ciprì (quien también es director y tiene unas cuantas películas para destacar, pero de eso hablamos otro día). En Vincere, Ciprì trabaja con claroscuros marcados y pequeños brillos, por momentos con un estilo directamente expresionista, como cuando logra aislar, iluminar y hacer diabólicos los ojos de Mussolini en la cama. El plano de Ida tras las rejas y tras la nieve es memorable no sólo por la belleza de la imagen sino sobre todo porque a esas alturas ya se ha desatado el melodrama (y Bellocchio no tiene ningún miedo en pasar de la Historia al género; es más, su juego es contar la Historia con esta historia melodramática): Bellocchio sabe que la fuerza y la belleza de las imágenes pueden caer en el vacío sin el compromiso con los personajes. Ciprì y Bellocchio también juegan con sombras de personas reales frente a la luz de películas proyectadas, y trabajan la iluminación de muchos segmentos en función de la luz de pantallas cinematográficas: el techo de una iglesia convertida en hospital de campaña muestra a un Jesús cinematográfico encima de Mussolini, quien a partir de ahí, y luego de haber desafiado a Dios y a la Iglesia, se convertirá en un aliado del poder eclesiástico. Bellocchio cuenta con imágenes poderosas –y con collages, y con imágenes sombrías, y con poder de síntesis para mostrar el temible y poderoso pulso de la ciudad del futurismo– lo que Haneke en La cinta blanca apenas podía contar con diálogos injertados (comparar el inicio de la Primera Guerra Mundial en ambas películas). Hay mucho más que decir sobre Vincere, e incluso podría ponerme a desarrollar el argumento, pero no es mi estilo. Pero lo que importa es el estilo, el trazo, de Bellocchio en Vincere, que hace pensar en la última gran película de Francis Ford Coppola: Drácula (1992). Como Drácula, Vincere es tremendamente operística, pasional, sanguínea, imaginativa, fascinada por el cine, por sus efectos en el público y por sus tácticas y estrategias: los juegos con los tiempos, con el montaje, con el temblor de las imágenes y con los insertos puntúan la película sobre todo en su deslumbrante primera hora. Vincere, también, es una película vampírica: ahí está Mussolini consumiendo la energía de Ida Dalser en la cama, y chupando su dinero. Y el enfrentamiento entre la esposa de Mussolini e Ida en la iglesia-hospital tiene varias de las características de un enfrentamiento entre vampiras coppolianas por su presa. Rachele, la esposa de Mussolini, es mostrada con desprecio por Bellocchio: no solamente la muestra fea sino –y sobre todo– la muestra hablando feo, con una pronunciación agresiva, rústica, bruta. Igual de bruto, brutal y transparentemente ridículo se lo ve a Mussolini en las imágenes reales, porque a partir de que Mussolini (Filippo Timi) deja de ver a Ida ya no lo veremos más interpretado por el actor, sino que sus apariciones –ya en la cumbre del poder– serán con imágenes de archivo. Mediante esta supresión actoral, Bellocchio parece estar diciendo que lo monstruoso, lo vomitivo, lo ridículo, no pueden representarse con mayor eficacia que con la que lo captaron las cámaras documentales de aquellos tiempos. ¿Querían una gran película? Olvídense de El origen y vayan a ver Vincere. Vincere cree en el cine, en la posibilidad de contar una historia para llegar a la Historia y, mucho más importante, cree en la posibilidad de emocionarnos con las mejores armas, esas que confían en el poder del cine, el arte que mejor se relaciona con el mundo.
Un gran director de regreso y una gran historia acerca de un relevante (y patético) personaje son los puntos principales de atracción de Vincere, ambicioso acercamiento histórico al período más nefasto de la Italia contemporánea. El cineasta Marco Bellocchio se propone retratar nada menos que a un tal Benito Mussolini, pero escapando a la biografía clásica y focalizando en un hombre desesperado por acceder al poder y mantenerlo, más allá de cualquier circunstancia que se interponga en su camino. En sus inicios, un joven díscolo, luchador y ególatra que iniciará una tormentosa relación pasional con una mujer con la cual no sólo se casará sino que concebirá un hijo varón. Vínculos afectivos que, del mismo modo que sus orígenes socialistas y anarquistas, se transformarán en un pasado oculto, una mancha vergonzante en su vida. Secretos impenetrables que dejan a la deriva a dos seres no reconocidos y martirizados en medio de un marco despótico y criminal. Desbordante y arrolladora, Vincere cuenta con las extraordinarias –y a veces también desbordadas- labores de Giovanna Mezzogiorno como Ida y Filippo Timi como el El Duce y su hijo, doble papel que no resulta muy creíble ante una falta de caracterización apropiada. Falencias del maquillaje en general, no muy estricto ante el paso de los años, que no desmerecen una pieza atrapante y de enorme valor testimonial.
En el sombrío paisaje del cine italiano contemporáneo, Marco Bellocchio es una figura de soberana excepción. Sus últimas películas evidencian la capacidad del realizador para esquivar los escollos que le imponen sus grandes temas: la enajenación del individuo por las instituciones (presente desde la genial I pugni in tasca de 1965), la fascinación de hombres de dudosa moral por mujeres misteriosas, o el traumatismo histórico y político. El director posee una facilidad inaudita para componer encuadres de discreta originalidad y generar una relación de oposición y dependencia entre el primer plano y su fondo. La irrupción de un plano sorprendente está siempre relacionada con un acontecimiento que se impone con evidencia, hundiendo al espectador en el centro de los interrogantes que plantean las películas en lugar de ahogarlo con estímulos formales. La nueva película de Bellocchio asume un gesto político, estilístico y poético de magnitud asombrosa. Vincere es una obra intimista y grandiosa, seca y épica, un tren narrativo que se lanza a toda máquina sobre las vías de la Historia italiana y termina reciclándola en un melodrama alucinado y furioso. La historia de Vincere desempolva un capítulo atroz, delirante y poco conocido de la vida privada de Benito Mussolini. Se trata de su relación con Ida Dalser, una joven perdidamente enamorada del líder fascista, con la que tiene su primer hijo, Benito Albino. Ida sacrifica su fortuna para edificar la carrera política de su amante, pero éste la abandona de manera cruel y la mujer humillada debe luchar por hacer valer su causa ante las instituciones (política, religiosa y psiquiátrica) unidas en su contra. Vincere no pretende explicar los orígenes y consecuencias del fascismo, su planteo es más abierto y profundamente político. La película no reivindica a Ida Dalser como opositora al régimen, sino que la muestra como una mujer entera, tan fiel al hombre amado como a sus propias ideas, cuyo combate íntimo toma significados políticos. Cuando el ambicioso Benito Mussolini se convierte en el Duce, el protagonista que lo personifica desaparece dejando en su lugar sólo imágenes de archivo. Esta idea luminosa vuelve palpable e irrefutable el vacío por la desaparición del hombre amado y asume al mismo tiempo el devenir icono del dictador. Es el toque genial que convierte a la película en una obra maestra, el verdadero Mussolini es un fantasma pasional proyectado sobre las pantallas de cine. Bellocchio muestra al fascismo como pasión fusionista, arrebato de amor y disfrute erótico. Este paralelo entre efusión carnal y adhesión política encuentra su mejor expresión a través del constante vaivén entre la historia íntima y las imágenes de archivo. Al mezclar la gran Historia y la pequeña, el realizador italiano sigue siendo fiel a sus obsesiones filmando al mismo tiempo una película generosa de asumido lirismo. Vincere extrae de su forma operística una energía furibunda, lunática y crepuscular. El arrebato de dulzura de la composición musical, los lemas futuristas que barren la pantalla sin perder el compás y la amplitud casi descontrolada del conjunto están equilibrados por una precisión extrema que traza una línea clara en la oscuridad del relato. Vincere es una pesadilla grandiosa y grotesca, con personajes que actúan como sonámbulos y generan imágenes perdurables, como la caricia ensangrentada de los amantes, el duelo bajo un cielo plomizo ahumado por siniestros hornos, o la mujer trepada a las rejas del asilo para lanzar sus cartas de amor al Duce. El montaje mezcla con audacia tomas de ficción con imágenes de archivo, noticieros, tapas de diarios y viejas películas delante de las cuales los personajes se definen: La pasión de Cristo para Mussolini y su nueva mujer, El pibe de Chaplin para Ida Dalser y Sergéi Eisenstein para el propio Bellocchio. Los mecanismos espectaculares del cine, su culto de la estrella y su poder de fascinación son aprovechados por la política para subyugar a los mismos espectadores. Sobre el final, con el último golpe maestro de Bellocchio, reaparece el intérprete del joven Mussolini para personificar a su hijo Benito Albino en la edad adulta. Un hombre de espíritu débil aplastado por la mano paterna, que juega con su semejanza para producir imitaciones burlescas del Duce que generan un inquietante paralelo con El Caimán.
Hay dos maneras de ficcionalizar una historia real: tratando de buscar la fidelidad documental o asumiendo su condición de simulacro. El camino que tomó el maestro Marco Bellocchio para narrar la historia de una mujer que tuvo un hijo con Mussolini es el segundo, y por eso “Vincere” es mucho más que una acusación sobre los males del fascismo –ciertamente lo es– para volverse una reflexión universal sobre el poder, el tiempo, el cine mismo y la pasión desenfrenada (sexual y política al mismo tiempo) como vía de autodestrucción. Con un ritmo vibrante, Bellocchio toma la historia y la transforma en un melodrama exacerbado, lleno de música, con una puesta en escena operística y casi manierista que, a pesar de la cantidad de detalles que saturan la pantalla desde lo visual y lo auditivo, jamás es meramente decorativa. El espectáculo es tan enorme que nos permite la reflexión inmediata. La historia se narra con simpleza, estableciendo siempre el contrapunto entre la trágica historia de Ida y su hijo y el irresistible ascenso de Mussolini al poder. Sesgadamente, el film cuenta la historia del fascismo, la debacle del socialismo en la Italia de principios del siglo XX, los horrores –con elementos salidos del mejor género del terror, después de todo también una forma de melodrama– de ejercicio del poder absoluto. Que esta película pasional, arriesgada y popular se vea, además, en copias en fílmico es una gran noticia. No sólo es una de las mejores del año, sino también una de las pocas que recupera la gloria del espectáculo total que supo ser el cine.
"Vincere" tiene como uno de sus protagonistas al dictador italiano Benito Mussolini, pero el film no pretende ser un retrato del líder militar sino una historia de amor y traición, desconocida hasta hace poco tiempo. Esta historia arranca a principios del 1900, en los años previos a la Primer Guerra Mundial, cuando un joven Mussolini, activista del partido socialista, conoce a Ida Dalser y ambos inician una fuerte relación pasional. Con el tiempo, Ida se enamora de él y queda embarazada, pero pronto descubre que el líder está casado. Tras su vuelta de la Guerra, Mussolini cambia sus ideales políticos, crea el fascismo y comienza a ganar popularidad. Temiendo que esta relación pueda perjudicar su ascenso al poder, el líder fascista decide despreciar a Ida Dalser, negándose a reconocer al hijo como propio, eliminando toda evidencia de la relación y ordenando su internación en un manicomio. Así comienza la lucha de esta mujer por lograr que el líder reconozca el matrimonio entre ambos y la paternidad de su hijo Benito. Esta primer parte del film sirve para dar un pincelazo sobre los comienzos del Duce en la política, pasando luego a una segunda parte más dramática donde todo el relato se centra en esta mujer y el personaje de Mussolini desaparece de la historia. Hasta aquí, Giovanna Mezzogiorno como Ida Dalser y Filippo Timi como un joven Benito Mussolini (también interpreta a Benito Jr. de adulto) entregan dos actuaciones principales muy parejas. El director elije aquí un camino acertado, reemplaza al actor por imágenes de archivo para mostrar al verdadero Mussolini en el poder, representando así a una figura inalcanzable que maneja el destino de esta mujer. Además, este material de archivo (imágenes, audio, videos, noticieros y diarios) ayuda a reconstruir el clima político y social de la época. Se vuelca entonces todo el peso dramático del relato sobre el personaje de Giovanna Mezzogiorno ("La finestra di fronte", "La bestia nel Cuore"), quien se luce en esta segunda parte con una actuación brillante. El momento en que mira la película de Chaplin y la escena en donde es entrevistada por los doctores son excelentes muestras del talento de la actriz de "L'ultimo Bacio". Mi única crítica a la película es el maquillaje. La historia abarca un período de tiempo muy largo y estos años parecen no pasar para el personaje de Giovanna Mezzogiorno. Este punto le quita realismo al film. El trabajo de dirección, a cargo del veterano Marco Bellocchio ("L'ora di religione"), y fotografía es impecable, basta sólo con ver la hermosa escena en que Ida arroja las cartas a través de las rejas mientras nieva. Una historia real, dramática y trágica, nominada a Mejor Película al Premio David di Donatello.
La Historia, la historia y las historias Con el paso de los años se nota que Marco Bellocchio sigue siendo el director provocador y original que había emergido en los convulsionados 60 en Italia. En efecto, pasaron cuarenta y cinco años de la esencial I pugni in tasca, aquella feroz disección sobre una familia, puntapié inicial de una filmografía desigual y mal conocida en Argentina. También, el escándalo provocado en los primeros años de nuestra democracia con El diablo en el cuerpo y la fellatio en plano detalle de Marushka Detmers a su ocasional novio, momento que causó la indignación de un anónimo espectador (la película se estrenó en 1987 en el cine Lorca) que hasta llegó al secuestro de la copia por una semana. Está bien, hoy nadie (al menos, eso creo desde mi ingenuidad) se incomodaría por semejante escena. Pero en Vincere el veterano cineasta ya no necesita provocar con alguna escena de alto voltaje sexual, sino a través de una historia oculta mucho tiempo (la locura de una mujer), el protagonismo histórico de un personaje (Benito Mussollini) y la particular mirada del director sobre la Historia de su país, desde mediados de la década del 10 hasta veinte, treinta años más tarde. Sin embargo, el talento y las ideas de Bellocchio no se detienen en contar “algo ya sabido de antemano” y predigerido por el espectador (la macabra inteligencia de Mussollini en cambiar su postura ideológica de acuerdo a las circunstancias) ni a mostrar, otra vez, los tics, gestos y ademanes ostentosos del líder italiano. El punto de vista es el de Ilda Dalser (gran trabajo de Giovanna Mezoggiorno) y su creciente locura, con su hijo a cuestas, olvidados ambos por el dictador, despreciados por la sociedad, recluidos ambos en orfanatos, centros de recuperación mental, hospicios varios. En ese sentido, la película adquiere las características de una tragedia extrema, como extremista y jugada en sí misma es la estética propuesta por Bellocchio para contar la Historia y la historia: fragmentos de films, escenas que bordean la demencia (y no solo por la locura de sus personajes) noticias de diarios y carteles que sintetizan acontecimientos y hechos de la época. En este punto, Vincere (grito eufórico proveniente de la garganta del fascismo) entrega cuatro o cinco escenas que se encuentran entre lo mejor visto este año. Una de ellas tiene como marco una sala cinematográfica, donde discuten a viva voz fascistas y demócratas, mientras se siguen exhibiendo imágenes desde la pantalla y un pianista delirante no para de tocar su instrumento. En tanto, la otra se sitúa en un hospital de rehabilitación, con Mussolini en la cama, mirando escenas de un film mudo de origen italiano sobre la Pasión de Cristo. Un hospital-iglesia con el futuro Cristo-facho como prólogo a su liderazgo mesiánico. Estos dos grandes momentos suceden en la primera hora de Vincere, operística, musical, con una cámara que no para de moverse. Más cercana, en cuanto a filiaciones temáticas, a aquellos desbordes estéticos del mejor cine de Bernardo Bertolucci. De allí en más, la segunda mitad, bucea en la locura de Ilda Dalser, una problemática que se relaciona enfáticamente con otros títulos de Bellocchio (las citadas I pugni in tasca y El diablo en el cuerpo; Los ojos, la boca, Salto al vacío). Pero un segmento no es mejor que otro. Todo lo contrario: las casi dos horas de Vincere representan una de las grandes películas estrenadas durante el año.
Vencedores y vencidos En las antípodas de la visión histórica hollywoodense –el “esto fue así”, basado más que nada en la reconstrucción de época, los trajes, los bigotes, la manera de tomar el té- Vincere avanza, ruidosa, como un tanque de guerra que cruza el siglo XX y todo se lo lleva puesto para traer lo mejor de las grandes tradiciones del siglo, a la hora de contar la historia. Como el Marat/Sade de Peter Weiss, Vincere es la película más brechtiana posible pero también la más melodramática, operística, solemne. Y parece tanto un biopic sobre una loca perdida entre las vueltas de la historia como una película de vanguardia (vanguardia anacrónica, cincuenta años después, como la única que puede haber ahora) que se pregunta qué demonios hacer, a esta altura del partido, con todo lo que hubo: es las dos cosas. Vincere es la película más artificial posible: blanca, negra y gris, sin color (excepto el rojo socialista, que desaparece rápidamente), con primeros planos escabrosos y velocidades espasmódicas, con carteles que recuerdan a las interrupciones brechtianas y que, lejos de cualquier realismo, imitan las tipografías que quedaron como signo de una época, con ejércitos de animación que cruzan la pantalla para indicar la guerra. Bellocchio cuenta la Historia con mayúscula a fuerza de condensaciones y alusiones: para indicar el enfrentamiento entre la izquierda y la derecha en Italia durante la I Guerra Mundial pone a dos bandos a gritarse consignas en un cine, mientras en la pantalla marchan los ejércitos; para indicar el ascenso del fascismo pone retazos de documentales donde aparece el Duce en sus momentos más estereotípicos. Más que preguntarse cómo intervenir ese relato, se asume que el relato existe y ocupa el lugar de lo que conocemos como Historia. Entonces, a narrar por afuera, o mejor dicho por adentro (del cine). Porque la protagonista de Vincere es Ida Dalser, una mujer que fue amante de Mussolini cuando todavía no era el Duce sino un socialista que corría para escaparse de la cana, una mujer abandonada cuando ese hombre vuelve con su legítima esposa para sentar cabeza y convertirse en Mussolini. El “todavía” es fundamental: Ida no sabe que Mussolini es Mussolini pero actúa como si supiera que va a serlo. Quiero decir: Ida no reclama amor, reclama que se la reconozca como esposa legítima, como la mujer que acompañó a ese hombre en su ascenso por la historia, que gastó todo lo que tenía para ponerle un periódico, que participó en todo mientras él se convertía en el que fue. La locura de Ida consiste en una especie de anacronismo, porque toma la forma de no darse cuenta de que Benito Mussolini es ahora Benito Mussolini. La conversión del hombre en dictador se expresa en la película con el reemplazo del actor que interpreta a Mussolini por dos clases de objetos: cabezas de estatua –la que el hijo tira al piso, la que se aplasta en el final- e imágenes en pantallas de cine. El hombre no está más, pero queda el actor, al que Bellocchio pone a interpretar al hijo de Mussolini –que además se llama también Benito- en un momento brillante en el que el hijo imita la manera tosca de vociferar del padre y el actor, que había interpretado al padre en la primera mitad de la película, se parodia a sí mismo, como esos actores de Brecht que morían en escena pero enseguida se levantaban para desarmar el decorado. Y sin embargo, sin embargo, hay en Vincere niveles de cursilería y de emoción absolutamente serios, por no decir (y tener que explicarlo) verdaderos. La emoción va de la mano de Ida, una loca romántica de locura indecidible, pura pasión y obstinación. Vincere es la carrera enloquecida de Ida por ocupar un lugar en la historia mientras la historia se está cuajando a una velocidad impresionante, porque el hombre que conoció ya es bronce, ya es imágenes de cine que van a perdurar por todo el siglo. Esa gesta, que en Mussolini toma la forma de la dominación, tiene con ella la forma de la rebeldía, la de elegir el ahora, a pesar de la monja que le cita las palabras dirigidas a una santa: “Hija, no puedo prometerte la felicidad en esta vida terrena, pero sí en la próxima”. A esta resignación, Ida le opone una fuerza que puede ser tanto ciega como visionaria. La tragedia se funda en el intento desesperado por cambiar –porque ella mira desde un lugar en que el relato todavía no está hecho, y esa es la cualidad dinámica de la historia según la produce Bellocchio, metido a presión explosiva entre la historia cristalizada y la historia maleable- lo que para nosotros espectadores ya está sancionado. Por eso, todo converge en el momento en que Ida, como una Julie Andrews en La novicia rebelde, se escapa del loquero vestida de monja (¡gran momento-cine, falso, divertido, evocador!) para volver por una vez al pueblito a visitar a su hijo. La aventura de Ida ahí se vuelve heroica porque, como era de esperarse, la policía la espera en la casa familiar y no tarda en detenerla sin que haya llegado a ver al hijo, pero el gesto inútil, insensato de Ida cobra sentido por completo cuando se abren las puertas de la casa y afuera está esperando nada menos que todo el pueblo para saludarla, defenderla, por fin, reconocerla. El perfil dignísimo de Ida ya subida al auto que se la lleva para siempre, mientras afuera el pueblo –no “il poppolo italiano” pero un pueblito, al fin- la aclama, es de una ternura conmovedora, y está cargado de historia porque la única frase que Ida pronuncia frente a ese pueblo es una que le susurra a otra mujer: “Non te dimenticate di me”. No se olviden de mí. Lo que reclama la loca, de una mujer a otra mujer, es nada menos que un lugar en la historia, y ése es el momento preciso en que su obstinación, que es la apuesta al futuro más fuerte posible, lo consigue. La mirada a cámara de Ida mientras el auto empieza a andar lo atestigua, y parece una forma de decirnos, desafiantes, a nosotros que ya lo sabíamos todo, “Vieron que no estaba todo dicho”.
Una elegía ininterrumpida Uno de los últimos maestros del cine italiano toma como punto de partida la relación amorosa entre Ilsa Laser (genial interpretación de Giovanna Mezzogiorno) y Benito Mussolini (gran actuación de Filippo Timi). El relato comienza en 1907 y se extiende en la relación entre ellos hasta 1914. Un joven Mussolini, miembro activo e importante del partido socialista italiano, esta enamorado de una mujer independiente, la joven que retribuye ese amor, pero que se envuelve en la fascinación por ese hombre y termina perdida en una pasión no correspondida. Hay una máxima en las relaciones afectivas, siempre que alguien se entrega por completo espera lo mismo del otro y termina defraudado. La pareja tiene un hijo al que Mussolini no sólo reconoce sino que le da su mismo nombre completo, pero él ya esta casado, tiene una hija con la que sería su mujer reconocida por el registro civil. La realización tiene un quiebre histórico en 1914, durante la primera guerra mundial donde es herido y casi transformado en héroe de guerra. A partir de allí, y luego del enfrentamiento de las dos mujeres, Mussolini se aparta de Ilsa y la desconoce, hecho que se exacerba cuando en los años 20 llega al poder. Se casa por iglesia con Rachele Guido, con el propósito de contar con un aliado en la iglesia católica, y por ende en el Vaticano. Marco Bellochio construye la realización casi desde la nada, podría haber sido un inmenso clishe melodramático, sin embrago apela a todos los recursos narrativos que integra el arte cinematográfico para eludir todo tipo de complacencia. Apoyándose en un magistral montaje, donde no sólo hay cortes temporales, imágenes que aparecen como recuerdos de la protagonista e imágenes de archivo, que le dan vida propia al texto fílmico, más allá del relato. Sobre todo a partir de la mitad de la narración, cuando desaparece el personaje hombre del dictador, para dar lugar al personaje histórico. Desde ese momento el filme se apoya casi exclusivamente en la vida de Ilsa, olvidada primero, despreciada después, y por último encerrada en un manicomio. No era nada difícil diagnosticar de enferma mental, cuando alguien que no “es”, se presenta como la mujer de un personaje público de esa envergadura, sobre todo en ese tiempo. Hannah Arendt la autora de “Los orígenes del Totalitarismo” plantea la imposibilidad de cualquier tipo de coexistencia o compromiso con los regimenes totalitarios, “no se puede estar en contra de ellos, sin ser su victima”… Pero el realizador parece apoyarse en otra parte del escrito de la filosofa política, donde plantea que “…no hay nada más terriblemente fácil de recordar que la inocencia de aquellos que se vieron atrapados por la maquina del terror…” Si bien esto apuntaba al régimen nazi de Hitler y al “comunismo” de Stalin, igualmente es aplicable al discurso que instala el realizador del filme, ya que por detrás de toda la lucha de esa mujer por que ella y su hijo sean reconocidos, el tratamiento narrativo es un interesante estudio de la Italia de esa época. La obra de constitución operística, en cuanto a los tiempos narrativos, como así también al recorrido, construcción y desarrollo de los personajes, sustentados por un excelente diseño de arte, donde se destaca la fotografía, la música, y el vestuario. Es verdad que para algunos el excesivo metraje va en detrimento del producto terminado, pero siempre y en todo momento algo hace que el filme no caiga en ningún pozo, ni se instale en meseta alguna, mayormente dado por la actuación de su figura femenina, lo que la determina como una realización intima, de personaje, pero sin dejar de ser a la vez vistosa y majestuosa. No se si el público general responderá de la manera que este filme merece, pero todavía me quedan esperanzas que alguna vez el buen cine triunfe, pues el perdurar ya lo tiene asegurado.
Hace unos años una investigación llevada a cabo por los documentalistas Gianfranco Norelli y Fabrizio Laurenti (que se puede ver en El secreto de Mussolini) trajo a la luz la historia de Ida Dalser, amante de Benito Mussolini con quien tuvo un hijo en 1915, su primogénito. En permanente ascenso político, Mussolini decide casarse con Rachele, su primera amante, y abandona y niega a Ida y al pequeño Benito (a pesar de haberlo reconocido). Ante la insistencia de Ida de gritar a los cuatro vientos su verdad y de ser reconocida como mujer del Duce, este simplemente los encierra a cada uno en un manicomio. Marco Bellocchio narra justamente eso, y lo hace siempre desde la óptica de Ida, casi desde los ojos de Ida, el dictador sólo está presente mientras es realidad en la vida de ella, cuando es el Duce se convierte en una imagen en la televisión, en un busto, en cuadros adorados y temidos, pero nunca tiene la palabra, aunque se lo vea vociferando en algunos fragmentos de sus discursos. El centro de la película, épica y melodramática, es la lucha que esta mujer lleva a cabo para que alguien le crea y poder salir y reencontrarse con su hijo, una lucha por la justicia y la verdad, nada más ni nada menos que eso. Bajo esa propuesta, reivindicadora de la verdad de Ida, y rescatando su historia con particular cuidado, sutilmente se desnuda, social y políticamente, una época marcada por el fanatismo y la crueldad.
Vincere se sitúa como un tour de force artístico, personal y esclarecedor. Vincere cuenta la historia, poco conocida, de Ida Dalser, la amante de Benito Mussolini. Ella tuvo un hijo con el Duce y fue quién lo ayudo, en los principios de su carrera política, cuando este era socialista, vendiendo todas sus pertenencias para que funde el diario Il popolo d´Italia, principal órgano propagandístico que sentaría las bases de su futuro político. A medida que Mussolini va adquiriendo poder hace a un lado a Ida hasta prácticamente desecharla. Cabe enfatizar las actuaciones soberbias de Giovanna Mezzogiorno y del impetuoso Filippo Timi. Entre un tono operístico y dramático Bellochio revela la corrupción y la impunidad de un momento histórico de Italia, que bien se podría relacionar con el actual. No es adrede la mención del movimiento futurista en el film, ya que las acciones del Duce coinciden con esta concepción artística vinculada al fascismo. La velocidad, el movimiento, la energía, la violencia y dignificación a la guerra como espacio superador, es el marco en el que transcurre esta historia pasional y de alto voltaje sexual, en donde las consecuencias desencadenan en una Ida Dalser, y su hijo, acallados y humillados, hasta el punto de encubrir la existencia de ambos. No había lugar para una mujer avasallante en una era tan misógina, donde el papel femenino era confinado al de mero objeto decorativo por ser sinónimo de debilidad. Era más funcional tener una compañera sumisa y que no cuestione, una familia pour la gallery, que la amenaza latente de una mujer ideológicamente vehemente e intensa que lucho hasta las últimas consecuencias por mantener su lugar e identidad, a pesar de ser recluida a un psiquiátrico y a ser separada de su hijo Benito. Bellochio narra la historia desde el punto de vista de Ida, y así desnuda los turbios mecanismos y las macabras formas del fascismo. Intercala material de archivo brindándole más potencia al film, además de lo anecdótico. Y también deja un espacio para mostrar el dispositivo cinematográfico como "espejo social y personal", segun indicaría Edgar Morín, basta con ver la escena en la que la protagonista mira El pibe de Chaplin y se siente identificada hasta las lágrimas con dicha historia. Vincere se sitúa como un tour de force artístico, personal y esclarecedor que confirma la vigencia de Marco Bellocchio, uno de los mejores realizadores del cine contemporáneo.
Marco Bellocchio, director de "Sorelle", entre otras obras, es uno de los representantes más puros del cine italiano que hoy dicho país tiene. Su última película es una exquisita expresión de arte, de amor por la cinematografía, de dedicación y vocación.
Una pasión devastadora Vincere, el drama a cargo del director Marco Bellocchio, reúne belleza y tristeza. ¿Qué será más grande, la tragedia colectiva o la individual? A veces ambas se encuentran en un espacio y un tiempo verificables. Vincere, de Marco Bellocchio, rescata el drama de Ida Dalser, la esposa de Benito Mussolini (negada por la crónica oficial), y su hijo, heredero del Duce. Ambos fueron desaparecidos por el sistema, recluidos en varios psiquiátricos, la madre, y en un orfanato con custodia oficial, el niño. Estos datos revelan la personalidad de Mussolini que desde muy joven se perfilaba como un fanático de sus propias obsesiones. El amor traicionado se desarrolla sobre el telón de fondo del fascismo, el ascenso del líder, las dos guerras mundiales y las convulsiones de las décadas cruciales, de 1913 a 1945. Giovanna Mezzogiorno interpreta a la mujer bella, de ojos verdes, eternamente enamorada de Benito, en tanto, Fillipo Timi pone toda su sangre e intensidad al servicio de un personaje fascinante, planteado desde la teatralidad del gesto extremo. La primera parte de Vincere se desliza por los primeros tiempos de esa relación en la que ella se arruina, en todos los sentidos, para costear el periódico con que sueña Benito. El joven milita en el Partido Socialista, hasta que sus conceptos sobre guerra y revolución lo cruzan de vereda para siempre y lo encaraman en el poder, asistido por un carisma notable. El actor logra la dureza de la mirada siempre desorbitada, como fija en un punto alto y lejano. La relación apasionada del comienzo muta tan frenéticamente como empezó y la mujer se convierte en la enemiga número uno del Duce y su familia, bastión fascista inexpugnable. Belocchio cuenta esa tragedia en la que se suma violencia de género, locura y desesperación, con recursos cinematográficos por excelencia. Vincere rinde homenaje al cine. Cada tramo de la historia personal de Ida incluye un momento del cine, del noticiero durante la Gran Guerra, a Carlitos Chaplín. Además, el material de archivo logra una película deliberadamente grandilocuente. Las tropas italianas, la Revolución Rusa, la Expo Futurista de 1917, la multitud aullante, el pueblo en una faceta amenazante aparecen intercalados con las escenas de Ida y su lucha destinada al fracaso. A la pasión devastadora, que enfurecerá a la feminista más moderada, la acompaña el material de archivo, logrando una épica con himnos y corales. Por momentos, Bellocchio elige las posibilidades expresivas de la ópera, con el montaje teatral de la nieve cayendo implacable y los planos de la heroína que reivindican la mejor tradición del neorrealismo italiano. Cada espectador puede elegir un aspecto de la película que saca de la oscuridad la historia de Ida e hijo. "Debemos ser grandes actores", le advierte el psiquiatra a ella, para salvarla. Ahí abreva Bellocchio. Expresa también la impotencia de los personajes que ven cómo la realidad tiene una versión contraria a todos los indicios. Si la tristeza puede ser bella, y viceversa, Vincere reúne las dos cualidades con la sagacidad de un director que busca justicia por su propia cámara.
Ida Irene Dalser fue una mujer italiana, amante y (aparentemente) primera esposa del dictador fascista Benito Mussolini, con quien, además, tuvo un hijo no reconocido por éste: Benito Albino. Los comprobantes de la unión matrimonial nunca fueron hallados, pero Ida insistía con que su historia era verdadera. Una vez que Mussolini subió al poder, Ida y su hijo fueron vigilados por la policía que trató de destruir todos los documentos que probaban la relación. Fue internada en distintos manicomios y la alejaron de su hijo pre-adolescente. En 1937 falleció por una hemorragia cerebral a los 57 años. Su hijo fue secuestrado por las autoridades fascistas, se le dijo que su madre había muerto y fue adoptado y educado en Milán. Benito insistía que el Duce era su padre, razón por la cual también lo internaron en un asilo donde murió a los 26 años. El duro filme de Marco Bellocchio recorre estas terribles instancias y se centra en la lucha de Ida por ser considerada por el hombre que ella amaba con devoción. Giovanna Mezzogiorno cumple una labor monumental y arrasa en la pantalla con su sola presencia, no sólo mostrando la fuerza inquebrantable de Ida, sino también su vulnerabilidad, su dolor, su frustración... La actriz realiza un tour de force interpretativo, incluso comparable con aquél de Maria Falconetti en "La Pasión de Juana de Arco" de Carl Dreyer, de 1928. A pesar de tener un largo (y excesivo) metraje, en el filme resultan muy especiales y logradas algunas escenas, como la del interrogatorio con los psicólogos o en la que se emociona en el cine viendo "El pibe" de Chaplin. También son valiosos los aportes de filmes documentales de la época, que se entremezclan con el de la ficción. Digno de mención es el actor Filippo Timi, en el doble rol de Mussolini padre e hijo.
Vincere es la nueva película del director italiano Marco Bellocchio, que aquí nos hace entrar de lleno en la controvertida y polémica vida del Duce, desde la óptica de su secreto romance con Ida Dalser. La cinta comienza con una excelente presentación a la polémica personalidad de un joven Mussolini, que desafia ante varias personas del Partido Socialista al mismísimo Dios. Este repentino comienzo es brillantemente duro por que nos hace recordar, en solo 5 minutos, con mucha crudeza de qué clase de persona se tratará este film. Definitivamente ese Benito estaba en pleno desarrollo del Duce que llegaría después, pero no por eso se puede dejar de ver claramente la esencia de quien sería luego de algunos años, uno de los personajes más nefastos de la historia de la humanidad. En ese recinto en el cual él planteaba su desafío se encontraba Ida Dalser, mirando perpleja al carismático y tajante Mussolini, mientras clamaba por su triunfo ante Dios. La mirada de Ida, interpretada por Giovanna Mezzogiorno, se ve totalmente encandilada por la figura de ese polémico personaje al cual ve muy firme en sus convicciones. El romance de Dalser y Mussolini fue real y se conoció hace no muchos años. Obivamente que dicho desconocimiento se dio gracias al inalcanzable trabajo del Duce, la Iglesia que el desterró para luego aliarse y sus séquito de seguidores más cercanos, que se ocuparon de que ésto se mantenga bajo la alfombra. Como bien se puede ver en la obra como fruto de ese romance se produjo el nacimiento de Benito Albino Mussolini, hijo reconocido al nacer que luego fue desconocido y repudiado por el dictador italiano. Con el pasar de los minutos, Vincere, nos va metiendo más a fondo en la turbulenta y apasionada historia de amor que llevaron adelante Ida y Benito, la cual con el tiempo y la partida de éste a la Segunda Guerra Mundial y su posterior casamiento con Rachele Guidi, llevó a un continuo desprecio y desconocimiento por su parte hacia la enamorada. La razón de tamaño desplante se da porque el romance con Rachele, mientras estaba casado con Ida, pondría en jaque la moral que siempre se jactó de poseer, además de su promisoria alianza con la Iglesia. A partir de ese suceso nace un nuevo film, donde nos encontramos con una atormentada Dalser que lucha por todos los medios que tiene a su alcance para que se conozca su verdad, en realidad, la verdadera verdad. Lamentablemente cuando Mussolini asumió, gracias a la aprobación de la Casa de Saboya, la presidencia de la República Social Italiana ese proceso de destierro se profundizó. Nace dentro suyo el Duce y con él se agranda la tración, la humillación, el maltrato y el descrédito hacia Dalser, que fue internada en un manicomio, mientras que su hijo fue puesto bajo la custodia de un fiel colaborador del dictador, para más tarde tener el mismo destino que su madre. La historia en Vincere no se muestra de forma líneal, debido a que el director juega continuamente con las miradas al pasado y al futuro. algo que a veces puede ser un poco confuso si uno desconoce totalmente la historia de esta pareja. Los avances y retrocesos en el tiempo están separados con imágenes de archivo que nos van graficando e introduciendo a la época que visitaremos de la mano de este excelente film. Hay ciertos momentos en que se combina, de manera excelente, al cine con la historia que va transcurriendo en el film. De hecho se puede sentir todo el sufrimiento de Ida Dalser, al visualizar la escena protagonizada por Chaplin en The Kid. Todos estos condimentos hacen que Vincere este lejos de ser un documental, a pesar de ser una historia real, sino que se acerque mucho más a ser una gran película de ficción basada en sucesos que seguramente fueron muy bien manipulados para crear 128 minutos de crueldad, dramatísmo y emotividad memorables. Más allá de una gran dirección en todos los aspectos que cité más arriba hay dos protagonistas que llevan adelante dos actuaciones excelentes y ellos son Giovanna Mezzogiorno y Filippo Timi, en los papeles de Ida Dalser y Benito Mussolini. Giovanna interpreta de manera brillante a una enamorada hasta la locura, con todo lo que eso conlleva, que no claudica en sus sentimientos y en su verdad, aún ante el encierro y la separación de su hijo. Filippo hace una labor sobresaliente mostrando a un joven Mussolini (cuando es mayor solo lo veremos en proyecciones de archivo) de avasallante personalidad, para luego convertirse en el hijo bastardo que será encerrado en un manicomio. La escena de Timi imitando a su padre en el discurso del balcón, es de los puntos más altos que tiene el film. Vincere es un drama que lleva nuestros sentimientos a esos extremos que pocas veces podemos sentir en un cine, de la mano de una excelente dirección y sobresalientes actuaciones.
La voz que Mussolini no pudo silenciar “Queremos glorificar la guerra – única higiene del mundo-, el militarismo, el patriotismo, el gesto destructor de los anarquistas, las bellas ideas para las cuales se muere y el desprecio de la mujer.” Estos y los demás principios del Manifiesto Futurista redactado por Filippo Tommaso Marinetti en 1909, resuenan a los largo de Vincere, la última película del director italiano Marco Bellocchio. La velocidad, el progreso, la industrialización, la guerra, las armas y el cine mudo irrumpen en el relato sobre la vida de Ida Dalser, esposa no reconocida de Mussolini, con quien tuvo un hijo al que dio el nombre del padre. Esta historia, silenciada durante décadas, fue revelada hace unos años por el periodista italiano Marco Zeni quien, luego de una extensa investigación, la plasmó en el libro “La moglie di Mussolini”. Nueve años después de la salida de este libro, esta historia es llevada a la pantalla grande y revelada ante el mundo. La película, que cuenta con las excelentes actuaciones de Giovanna Mezzogiorno (interpretando a Ida Dalser, la mujer que lo dio todo por el amor de su vida) y de Filippo Timi (en el doble papel de Benito Mussolini padre e hijo), a lo largo de dos horas, mantiene atentos los espectadores intercalando al relato de Ida las imágenes reales en blanco y negro de la guerra, la industrialización, los discursos de Mussolini, el culto a la velocidad; tratando de reproducir la misma visión estética del mundo que reinaba en la época y en el movimiento futurista que surgió de la mano del fascismo, en cuyas ideas se fundaron las revueltas sociales que se produjeron en Europa y en Italia en las primeras décadas del siglo XX (durante la Primera Guerra Mundial y en el período de entreguerras), que darían lugar a la Segunda Guerra Mundial. La historia no nos da un respiro, es un drama histórico angustiante que combina constantemente el relato de sus protagonistas, cuyas existencias se intentó borrar, con imágenes de archivo al compás de ópera y de música frenética, todas composiciones originales de Carlo Crivelli. Predominan la oscuridad, los espacios angustiantes, los manicomios, por momentos paisajes casi oníricos de chimeneas de fábricas humeantes, hospitales de guerra en los que se proyectan películas para los enfermos al compás del acordeón a piano. La locura, la distancia, la injusticia de un hombre que, para su perfecto reinado de apariencias, trató de borrar de la faz de la tierra su pasado oculto. Una nación adorando el mito que el propio Mussolini construyó, indiscutido a pesar de ser tan terrible e insensato en sus discursos como en sus decisiones familiares, capaz de destruir todo a su alrededor. Todos estos elementos históricos y estéticos, combinados de manera perfecta por Bellocchio, hacen de Vincere, un interesantísimo trabajo visual, oscuro e inquietante que da cuenta de la locura generalizada de la Europa de comienzos del siglo XX y del grito de una mujer cuya historia intentaron callar, pero que ni la muerte ni la omnipotencia de un gobierno totalitario como el de Mussolini lograron borrar de la faz de la tierra.
Retrato íntimo del fascismo italiano El director plantea un juego de espejos entre actores y personajes, relatos y diferentes modos de la ficción. No es una tradicional biografía ni un seguimiento lineal de los hechos, sino una mirada de la historia desde la vida de las personas. En los primeros meses del año en curso, en una de las tan reconocibles salas de los cines Del Siglo (que esperan impacientes su reapertura) pudimos ver aquel documental El secreto de Mussolini que daba cuenta de un puntual proceso de investigación en torno a la relación silenciada que mantuvo, antes de que ocupara el espacio del poder central, Benito Mussolini con su primera gran amante, Ida Dalser y del hijo que nació de esa tan apasionada relación, Benito Albino. En este film, las imágenes de archivo, noticieros de la época, desocultaban una historia de fascinación y captura, de humillaciones y de olvido. El cine, una vez más, valiéndose de otros campos disciplinarios hizo posible que, por primera vez, aún en Italia, esa negada situación, tan amordazada inclusive en años posteriores a la finalización de la Segunda Guerra, que da cuenta de los siniestros mecanismos de los sistemas totalitarios, en relación con las expresiones de rebeldía y el diagnóstico de la locura. Ya desde el título, Vincere, el lector, el espectador, pueden reconocer el tono imperativo, que se enarbola como consigna de gloria, que nos retrotrae a los mismos tiempos de la Roma Imperial. Esta expresión, que escucharemos a lo largo del film en varias oportunidades, que se grita como bandera de lucha, encuentra en el espacio del balcón, ante casi todo un pueblo, la más manifiesta declaración de principios que pasa a regir los destinos de una nación. Ese aire de glorioso destino, que enmarca un paisaje multitudinario, mientras se agitan gigantescas banderas, atraviesa y recorre lateralmente todo el film, desde ese primer momento que ya en las orillas de la Primera Guerra, un joven Benito Mussolini, de filiación socialista y de labor periodística, plantea un contundente desafío a Dios. El film de Marco Bellocchio abre con una escena que es en sí misma el inicio de una gran prueba, de carácter omnipotente, que irá agigantando su personalismo a medida que vaya ocupando y conduciendo estratégicos ámbitos de decisión. La figura de Mussolini, esculpida en una severa piedra de gran dureza, en el frío mármol, se asume como el nuevo dios de la era del fascismo, desde la suma de todos los aciertos ante una hipnotizada audiencia. Se vuelve puro acto sonoro en las transmisiones radiales y, a través de sus diferentes brazos, que actuarán la persecución y el castigo, se asume como el gran ojo que todo lo ve, que todo lo controla. De comportamiento actoral, con gestos que caricaturizan su propia retórica gestual, Benito Mussolini, padre, y el hijo negado Benito Albino, ya adulto, están interpretados en este magistral film, por el mismo actor, Filippo Timi. En la obra de Marco Bellocchio, locura y poder se han ido representando conforme a una lógica pirandelliana, desde un juego de situaciones familiares y de comportamientos sociales. En Vincere el ascenso del fascismo, hasta su caída, se van siguiendo a través de la tormentosa y degradante relación de Benito Mussolini con Ida Dalser, mujer que, en un acto de máxima entrega, vende todos sus bienes para llevar adelante el sueño de quien será el Duce. Desde este momento inicial de atracción y de fidelidad, la Dalser, interpretada excepcionalmente por Giovanna Mezzogiorno será víctima de toda una serie de mandatos y humillaciones, que la confinarán, junto a su hijo, en un escalofriante estado de locura. Sin embargo, hasta el último momento, ella seguirá gritando su verdad. Para quien escribe esta nota, Vincere es una de las grandes películas de la última década. Aquí, Marco Bellocchio plantea una relación de juego de espejos entre actores y personajes, relatos y diferentes modos de la ficción. No pensemos en una tradicional biografía ni en un seguimiento lineal de los hechos, sino en cómo desde el fondo y la interioridad de un vínculo se va dando cuenta, se van proyectando distintos aspectos del tensionante y conflictivo escenario de la misma Historia. De esta manera, ya no pensada como un film sobre el ascenso del fascismo, como eje central, Vincere de Marco Bellocchio da espacio a una gran voz que intentaron callar, asfixiar, reducir a sólo un número en un frío y gris pabellón para los llamados y declarados enfermos psiquiátricos. Quizá, el impacto que podamos recibir del film se pueda igualar a aquel instante, en el que Benito Albino Mussolini, apellido que será cambiado por Dalser, ya en su niñez, y en un momento ascendente del régimen, echa por tierra el busto pétreo y marmóreo de su padre. Ese impactante sonido repercute estruendosamente, de la misma manera que el grito de Ida Dalser reclamando la presencia de su amado marido y de su adorado hijo.
Grandilocuente, operística, exacerbada. Vincere está diseñada para pasar por encima al espectador, como una brigada negra. El film se inicia como una biopic de Benito Mussolini (a quien se lo ve en los inicios de su carrera política como un furibundo y ateo militante de izquierda), pero pronto la trama se concentra en la figura de Ida Dalser, esposa no reconocida, y madre de un hijo igualmente no reconocido del Duce. Ese primer Mussolini tiene la impostación del recuerdo distorsionado de Ida, y una vez que la relación termina abruptamente (casi todo en este film termina abruptamente) sólo podemos ver al Duce real a través de un abundante material de archivo. El veterano director Marco Bellocchio (1939, Piacenza, Italia) desparrama certezas y demuestra un absoluto control de todos los recursos con los que cuenta, con un despliegue formal totalmente funcional para el tono buscado, que se pone en evidencia en las actuaciones (sobreactuaciones en realidad), la música y, sobre todo, el montaje a cargo de Francesca Calvelli, los sobreimpresos propios de la época que retrata y la particularidad de que muchas escenas son violentamente desplazadas por las que siguen (hasta se puede hablar de un método de edición fascista). Un ejemplo de todo esto es la antológica escena de la pelea en el cine. Pero la máxima virtud de Vincere es que toda esa técnica queda al servicio de una historia, y esa historia a su vez al servicio de la Historia, en una tesis que vincula fascismo y locura. La película se estructura en dos partes: la segunda transcurre mayoritariamente en instituciones psiquiátricas, y en ambas todos los personajes están alienados, fuera de sí, empezando por la sufrida protagonista (cuyo irónico nombre es Ida), que termina siendo el espejo de todo un pueblo traicionado por su caudillo.
El poder y la locura El estreno comercial de Vincere, la última gran película del último gran maestro italiano en actividad, Marco Bellocchio (aunque no habría que descartar a Mario Monicelli, que ya tiene 96 años pero en 2009 estrenó La Rosa del Desierto), confirma que este agosto será un mes para el recuerdo en la docta (y vale recordar que se acaba de estrenar un filme cordobés en la Ciudad de las Artes, Curapaligüe, y que desde el jueves se verán Independencia, de Raya Martin, y Z 32, de Avi Mograbi, en el Teatro Córdoba). Incomprensiblemente poco conocido en Argentina, Bellocchio (1939) es sin duda uno de los grandes nombres de la historia cinematográfica de la península, algo que para confirmar basta con Vincere, un filme monumental en todo sentido, pero cuya grandeza se encuentra en la decisión de no renunciar a ser arte, sino más bien todo lo contrario: devolviéndole incluso la posibilidad de aspirar a tal calificativo al cine de gran producción. Epica y operística, de naturaleza esencialmente popular, Vincere es un filme de múltiples capas, que consigue revisar todo un período histórico de Italia a través de una tragedia individual, la de un amor obsesivo y pasional, que se configura en síntesis de una cultura política particular. Su protagonista es Ida Dalser (Giovanna Mezzogiorno, grandiosa), esposa nunca reconocida de Benito Mussolini, madre incluso del primogénito del Duce, cuya tragedia será precisamente la de amar incondicionalmente al futuro dictador de Italia. Vincere (palabra que además de sintetizar perfectamente al filme, es un slogan del fascismo) comienza precisamente en esos primeros años en que Ida conoció a Mussolini (a cargo de Filippo Timi, que luego interpretará a su hijo), por entonces un apasionado dirigente socialista anticlerical en franco ascenso, de quien se enamorará perdidamente. Tanto, que decidirá entregarle absolutamente todo para ayudarlo en su causa, vendiendo su negocio y sus bienes para financiar la fundación del diario con el que Mussolini lograría ascender al poder, Il Popolo d’Italia. Ya en esa primera parte, que se hunde en este amor desmedido mientras suenan los fuegos de la Primera Guerra Mundial, Bellocchio muestra su categoría no sólo en la construcción de época, sino en la apuesta por los detalles: basta un plano general de un duelo protagonizado por Mussolini para sintetizar un clima de época (barbarie y civilización en un mismo plano, con las chimeneas industriales de fondo), como también cierta escena en un cine popular, donde un debate se irá de las manos (pasaje que además muestra cómo se vivía el cine en aquellos años). Claro que el objetivo del maestro no es tanto revisar la Historia con H mayúscula como bucear en la tragedia personal de su protagonista (otro modo, infinitamente más sutil, de abordar aquella), que será desconocida progresivamente por Mussolini a medida que ascienda en el poder, hasta llegar a ser recluida en un manicomio cuando Il Duce ya se encuentre al frente del gobierno. Heroína decididamente trágica, interpretada magistralmente por Mezzogiorno, Daser dedicará su vida entera a pelear por el reconocimiento de Mussolini, por más que signifique enfrentar a todo el aparato estatal (que incluye no sólo a los hospicios sino también a la Iglesia), y aún al precio de perder a su hijo, recluido en un orfanato. Filme sobre el poder, la locura y las relaciones que se establecen en una sociedad sojuzgada por el fascismo, Vincere es una película llena de hallazgos estéticos y narrativos: la utilización de imágenes de archivo de Mussolini no es el menor (ya que brinda otra dimensión a la reconstrucción de época y al drama de la protagonista), el uso magistral de la luz en toda la película, la reflexión continua sobre el cine (pocas películas tienen tantas escenas de cines, recreando sus diferentes funciones y formas de consumo), la gran capacidad de síntesis de sus imágenes (hay varias escenas memorables, que quedarán en el recuerdo del espectador). Se trata, en definitiva, de un estilo hoy en peligro de extinción, que se propone aprovechar al máximo la capacidad del cine para reflexionar sobre el mundo y la vida de los hombres. Por Martín Ipa