Todas las personas ocultan una verdad. Este filme dirigido por el español Santi Amodeo cuenta con la colaboración autoral de Rafael Cobos, el apoyo de Canal Sur y Movistar+; se narra aquí la historia del sesentón Bernardo (a cargo del premiado actor Oscar Martínez), un arquitecto de renombre y catedrático de la Universidad de Buenos Aires que acaba de enterrar a su esposa, compañera de vida. Las tradiciones de Bernardo hicieron que no cumpla con la última voluntad de su esposa: ser cremada y arrojada al mar en España, país en el que nació y al que solía volver con su hermana una vez al año. El punto de giro ocurre cuando profanan la tumba de la difunta: Bernardo decide cremarla y llevar las cenizas tal como lo había solicitado su esposa; es en ese viaje donde conocerá el verdadero pasado de su mujer, lo que sentía y como veía el mundo rutinario en Buenos Aires. Bernardo se sumergirá en un mundo nuevo en su viaje a España y se enterará de quien fue su mujer durante tantos años; esta situación transformadora sin dudas traerá consecuencias para la vida del protagonista y su círculo más cercano. Particularmente, como espectadora, me resultó una película lenta y con un sinfín de acciones sin sentido; como también así considero que la co–producción hispánica no fue provechosa del todo, no creo que haya logrado la verosimilitud necesaria para algo tan delicado como la muerte de un ser querido. Resultan atractivos algunos recursos fotográficos para denotar la nostalgia del paso del tiempo y la soledad que atraviesa por el resto de su vida un viudo. Como así también la sonoridad del film que en ciertos momentos acompaña dándole el tono cómico que se necesita para no caer en el aburrimiento.
Por el título Yo, mi mujer y mi mujer muerta parece invitarnos a ver una comedia de enredos al mejor estilo “Doña Flor y sus dos maridos” en versión masculina, con un viudo casado en segundas nupcias, pero no. Se trata, en efecto, de un viudo, Bernardo (Oscar Martinez), de 63 años que desoye la última voluntad de su difunta esposa Cris (quien pidió ser cremada), ya que según le dice a su hija (Malena Solda), después de más de 40 años de matrimonio nadie conoce a su mujer mejor que él. Sin embargo, tras el funeral y debido a una serie de hechos extraños que parecen delatar la presencia del espíritu de Cris exigiendo ser escuchada, Bernardo decide cumplir con el deseo de su mujer muerta y lleva sus cenizas a la Costa del Sol para esparcirlas en el lugar elegido por ella, una tarea que no le resultará tan sencilla como parece. Esta coproducción entre España y Argentina, dirigida por el sevillano Santi Amodeo, se divide en tres partes, siguiendo el periplo ida y vuelta de Buenos Aires a Marbella que lleva al protagonista, un arquitecto y profesor universitario bastante sobrio y estructurado, a descubrir una cara desconocida de su esposa en su España natal, donde ella por un mes al año se permitía liberar facetas que junto a Bernardo quedaban ocultas. La comedia se torna más divertida en el nudo que enlaza las aventuras algo disparatadas de Bernardo una vez que llega a España y por accidente conoce a Abel (muy simpático papel a cargo de Carlos Areces) y a la bella Amalia (Ingrid García-Jonsson), dos circunstanciales compañeros de ruta que servirán como catalizadores para que el viudo se anime a dejar de ser “un muerto vivo”, aunque sea por un rato. La película parece desafiar por momentos al espectador creando expectativas de algo que no es, en una suerte de paralelismo con la vida de Bernardo y el desdoble de su mujer y su mujer muerta, pero logra entretener y plantea algunas reflexiones sobre qué decisiones tomamos y cómo elegimos vivir nuestra vida de entre todas las vidas posibles que el universo nos propone. Después de todo, como dice Abel, es cuestión de optar por escuchar “a nuestro niño interior o al enano fascista que está justo a su lado”. Calificación: Buena.
A veces las películas tienen un actor por encima de lo que merecen. Eso les permite tapar falencias un buen rato y generar la sensación de solidez que el guión no tiene. Esta comedia llamada Yo, mi mujer y mi mujer muerta es un perfecto ejemplo de ello. Oscar Martínez interpreta a Bernardo, un arquitecto, profesor de la Universidad de Buenos Aires, un hombre conservador, creyente y estructurado, que al morir su mujer se encuentra frente a un mundo completamente diferente. Al principio el único conflicto es que su mujer había puesto como voluntad que sus cenizas sean arrojadas en una costa española, mientras que Bernardo quiere un entierro tradicional, cosa que lleva a cabo. Una vuelta de tuerca pondrá todo al revés y Bernardo emprenderá su viaje a España con las cenizas de su esposa. El encuentro con su cuñada, con quien se lleva mal, será la primera estación de una serie de revelaciones. ¿Existe la posibilidad de que a pesar de décadas de matrimonio Bernardo no tenga la más remota idea de quién era o que quería su esposa? El planteo tiene interés, pero el desarrollo serán una serie de situaciones en las cuales no se termina de encausar el film hacia un drama o una comedia. Oscar Martínez maneja bien ambos tonos cuando el guión lo requiere, pero justamente el propio guión tiene muchos baches y golpes de timón que van desgastando el interés del espectador. No es realmente graciosa la película, tampoco es emocionante y finalmente si existe una reflexión que ilumine al protagonista esta no llega a plasmarse. El proceso de crecimiento de Bernardo y todo lo que aprende no está genuinamente probado en la película, solo nos dicen que ha ocurrido.
El tema del duelo es plasmado con humor en esta realización que habla sobre la muerte, el matrimonio y las vidas ocultas. Yo, mi mujer y mi mujer muerta tiene a Oscar Martínez en el rol de Bernardo, un arquitecto y profesor universitario cuyo mundo cambia inesperadamente. Luego de la muerte de su esposa, Bernardo se ve obligado a viajar a la Costa del Sol, en España, para cumplir el deseo de ella: esparcir sus cenizas en el lugar que visitaba una vez por año. La película del español Santi Amodeo es promocionada como una comedia pero transita por diversos carriles y no siempre encuentra el tono ideal para la historia. Al comienzo la difunta se manifiesta a través de señales en lo que parece un relato paranormal -con un interesante planteo visual de proyecciones en las paredes de la casa- y la presencia de la hija -una siempre correcta Malena Solda- pero luego se adentra en un terreno resbaladizo cuando Bernardo viaja y conoce a Abel -Carlos Areces-, el dueño de una inmobiliaria que entra en quiebra. Ambos conforman una "pareja despareja" a la que se suma una relacionista pública y juntos intentan cumplir la misión por la cual Bernardo viajó. Algunos secretos saldrán a la luz con el correr de los minutos en esta realización que parece literalmente partida en dos: un inicio prometedor en Buenos Aires y un desarrollo en lugares desconocidos para Bernardo, donde se enterará de los verdaderos pasos de su esposa. La película acierta en algunos tramos gracias al oficio de Oscar Martínez pero luego se vuelve inverosímil y pierde el timón original. Entre la profanación de la tumba, un club nudista que pone su mundo conservador en peligro y una galería de personajes que aparecen de manera forzada, el filme se queda a mitad de camino, sin el delirio que necesitaba para cerrar el círculo íntimo del protagonista.
El viudo ilustre El director Santi Amodeo eligió salir de su más reciente letargo detrás de cámara con Yo, mi mujer y mi mujer muerta (2019), uno de los recientes móviles para los histrionismos más versados y frecuentemente visitados dentro de lo que es el oficio de un actor de la talla de Oscar Martínez. Martínez interpreta a Bernardo, un estricto docente y arquitecto que enviuda sorpresivamente. La vida sin su esposa demuestra ser un poco más complicada de lo que creía, y en medio de todo esto decide cumplir el deseo de la difunta de cremarla y esparcir sus cenizas en la costa de Málaga, en España. A partir de este punto, bastante avanzado en el relato, el personaje comenzará una suerte de viaje circular en el más clásico de los sentidos narrativos, a través de un periplo que -por supuesto- lo irá transformando. Los rasgos que evidencian ese aire familiar a coproducción argentino-española están a la orden del día y concentran buena parte de su ímpetu en el personaje interpretado por el ibérico Carlos Areces (Las brujas, Balada triste de trompeta, Mi gran noche), una suerte de sidekick de Bernardo en Málaga. El viudo descubre que su mujer tenía una vida totalmente diferente cuando veraneaba en esas costas. Si por algún motivo alguien llega a ver sólo los primeros 30 o 40 minutos del film difícilmente podría imaginar todo lo que sucede después. Parecen dos películas en una: primero un drama sobre la perdida de la pareja de toda la vida y cómo sobrellevarlo, y por otro las desventuras de un hombre rígido y estricto obligado a salir de su zona de confort en pos de develar los secretos de su difunta esposa. Y como si esto fuera poco ambos "momentos" son interconectados por situaciones que aluden a lo paranormal, para nunca ser retomadas a posteriori ... curioso por decir poco. No es necesario siquiera recurrir a ninguna clase de spoilers en el caso que hayan visto algún trailer o avance de la película, el cual de por sí revela de manera poco sutil el quid de la cuestión. Oscar Martínez hace un trabajo correcto en base al material con el que cuenta, aunque por esta misma razón no estamos ante una performance que sacuda ningún paradigma. Bernardo es una suerte de extensión de su Daniel Mantovani en El ciudadano ilustre (2016) pero perdido en una picaresca que se esfuerza bastante por disimular esto último.
Yo, mi mujer y mi mujer muerta es una coproducción argentino- española escrita y dirigida por Santi Amodeo y protagonizada por Oscar Martínez, acompañado de Carlos Areces, Ingrid García Johnson y Malena Solda. Y cuenta la historia de Bernardo (Oscar Martínez), un estructurado arquitecto argentino que viaja al sur de España para arrojar las cenizas de su difunta esposa y se entera de un secreto que le oculto durante sus años de casada. El planteo de la historia puede resultar interesante, si se lo enfoca tanto desde el drama como hizo Sidney Pollack en Destinos cruzados o desde la comedia, pero el mal tratamiento del guion hace que no funcione de ninguna de las dos maneras. Porque su director no logra construir el humor kistch de las primeras comedias de Pedro Almodóvar, que funcionaría bien en este caso, y desaprovecha muchas situaciones potencialmente cómicas explicando los gags o dejándolos inconclusos. Y esto es una lástima, porque hay mucho material, especialmente en las escenas del club nudista, lugar ideal para generar humor por el contraste con la formalidad de su protagonista. Por eso es que también da la sensación de que el elenco está desaprovechado, porque Oscar Martínez vuelve a interpretar un personaje similar al de Daniel Montavani, con el que ganó la copa Volpi como mejor actor por El ciudadano ilustre, pero no puede lucirse por responder a las arbitrariedades de un guion que deja muchísimas cosas colgadas, como el hecho de que tenga cuatro clavos adentro de su cabeza. Y el humorista español Carlos Areces, quien cumple el rol de compinche en esta serie se situaciones bizarras, tampoco se luce porque nunca queda claro por qué decide ayudarlo. Pero todavía menos entendible es la función que cumple en la trama el personaje de Amalia, interpretada por la bella actriz Ingrid García Jonson, una relacionista pública que aparece y desaparece arbitrariamente cumpliendo únicamente la función de ser objeto de deseo no concretado de su protagonista recientemente viudo. Por último, otra cosa que no funciona son los recuerdos que tiene Bernardo de la vida familiar junto a su esposa y su hija, que en la etapa adulta es interpretada por Malena Solda, y que en lugar de recurrir al flashback utilizan la sobreimposición de imágenes. Porque el problema de esto es que genera un tono sentimental que no termina de adecuarse al humor negro de las escenas en España, y ese contraste no funciona ni siquiera de forma irónica. En conclusión, Yo, mi mujer y mi mujer muerta es una comedia fallida, que busca abarcar demasiados temas y lo hace de una forma desordenada, desaprovechando así muchas situaciones potencialmente humorísticas.
Oscar Martínez viene ganándose su merecido espacio en la cinematografía española. En los últimos años, filma tanto aquí como allá, y Yo, mi mujer y mi mujer muerta es una coproducción dirigida por el sevillano Santi Amodeo, que comienza en la Argentina y sigue en España, donde este jueves se exhibe en el Festival de Málaga a la par que se estrena entre nosotros. Martínez es Bernardo, un hombre que acaba de quedar viudo -como en La misma sangre, pero por motivos ciertamente distintos-. Bernardo se muestra desolado, triste, abatido. Se niega en principio a cumplir con el deseo de su esposa, que era que la cremaran y esparcieran sus cenizas en la costa de su país, España. Su hija, breve aparición de Malena Solda, parece que lo convence. Y así emprende un viaje que termina siendo de descubrimiento. Porque se encuentra con cosas desconocidas, aspectos de su esposa, con quien vivió 40 años, que se le revelan sin haber imaginado nada. Como Yo, mi mujer y mi mujer muerta es una comedia, cuando la película rota hacia lo dramático se produce un efecto anverso, porque no termina de decidir el género, y esa ambigüedad es la que le resta no seriedad, pero sí formalidad o hasta sensatez. Es que el filme retoma hacia la comedia con toques más o menos bizarros a partir de las sorpresas con que se topa Bernardo, y desde su encuentro con personajes como Abi (Carlos Areces, el de Balada triste de trompeta, de De la Iglesia, y Los amantes pasajeros, de Almodóvar) y Amalia (Ingrid García Jonsson (Hermosa juventud, de Jaime Rosales). Nuestro compatriota lleva adelante casi todo el relato, y su papel pasa por distintos estados de ánimo, unos más complejos que otros, y sale más que bien parado. Es el filme el que, de apoco, minuto a minuto, escena tras escena, va perdiendo la consistencia que supo tener en el inicio.
Bernardo es un reputado arquitecto y catedrático de la UBA que acaba de enviudar. La última voluntad de su pareja era que arrojaran sus cenizas al mar en la Costa del Sol, en España, donde ella nació y a donde volvía cada año para visitar a su hermana. Terco e intransigente, decide no cumplir con ese deseo y, a cambio, enterrarla en un cementerio. Recién cuando su tumba sea profanada, en una vuelta de guion forzada que coquetea con lo fantástico, finalmente accederá a viajar al Viejo Continente. Así están planteadas las cosas en Yo, mi mujer y mi mujer muerta, cuya acción transcurrirá luego integrantemente en aquel país. Allí el duelo se mezclará con la desorientación ante el descubrimiento de una aparente doble vida de su mujer, ya que el lugar señalado para arrojar sus cenizas coincide con un resort nudista. Algo que, desde ya, a Bernardo no le gustará para nada. Con Carlos Areces en la piel del dueño de una inmobiliaria al borde de la quiebra, partenaire de Bernardo (Oscar Martínez) en su raid y comic relief para el relato, la película de Santi Amodeo oscila entre la comedia negra y de enredos, la buddy movie, una dosis de dramatismo existencialista y hasta una cuota no menor de fábula de auto-superación, en tanto Bernardo irá mutando la perspectiva de la vida a medida que vaya enfrentándose a la realidad de quién fue su mujer. Es los que los norteamericanos catalogarían como un crowd-pleaser. El problema con esa multiplicidad de elementos es que por momentos no terminan de cuajar y el relato se resiente debido a que prioriza la acumulación de situaciones antes que la profundidad. Las vacilaciones narrativas de los últimos 20 minutos muestran que a Amodeo le cuesta cerrar la película, como si no confiara del todo en la calidad de sus materiales.
Yo, mi mujer y mi mujer muerta: Un viaje hacia la nada. Santi Amodeo, un director español, dirige su primera co-producción, esta vez con nuestro país Argentina, y con la presencia protagonista del excelente Oscar Martínez. ¿Vale la pena ver Yo, mi mujer y mi mujer muerta? Curiosa como poco es la propuesta con la que arranca el film, con las esperanzas altas y con una excelente mano. La historia comienza con la muerte de la esposa del protagonista, Bernardo. Ella había dejado en su testamento que quería que sus cenizas sean esparcidas en una costa de su país de origen, España, especificando el lugar como una especie de balneario al que le gustaba ir. Es ahí cuando el personaje interpretado por Oscar Martínez, luego de unas idas y vueltas, emprende un viaje de descubrimiento hacia el deseo de su ahora difunta mujer. La propuesta, que de por si es interesante, se ve en sus comienzos potenciada por un poderío visual y sonoro para transmitir esa soledad que sufre Bernardo. Sus juegos en las luces, sus planos largos que lo único que transmiten es tristeza y desolación, son un excelente comienzo, pero que lamentablemente caen y bajan muchísimo su nivel con la llegada del segundo acto en la historia. Todo lo que la película hace bien en su introducción, desde su seriedad, si cinematografía o su guion, desaparece con el pasar de los minutos, y pasa de tener una intensidad dramática fuerte a jugar con la comedia bizarra. Este juego de géneros termina dejando un resultado difuso, un producto sin decidirse, que no es lo suficientemente serio como para destacarse en el drama y que claramente encuentra dificultades para construir gags lo suficientemente divertidos como para lograr la comedia. Obviamente, el humor ya entra en terreno subjetivo, pero no es solo que sus chistes den o no den gracia, sino que estructuralmente, la película sufre mucho de esta falta de definición, y hace que los momentos dramáticos queden muy diluidos. Toda esta propuesta técnica asombrosa que veíamos en la primer parte no se muestra de la misma forma en el desarrollo efectivo de la trama, y es de lamentar esta ausencia, sobre todo con lo bien que había comenzado. El guion es también un claro sufrido del abarque indeciso en el género. Sus personajes son algo chatos, y tiene personajes secundarios demasiado irrelevantes, que pese a que alguno que otro termine agregando algo de frescura a una narrativa repetitiva y monótona, son elementos del montón y solo están para activar o guiar al personaje en distintos momentos de la historia. Todo esto sin hablar del final, que sin entrar en spoilers claramente demuestra la inutilidad de estos secundarios y pone en evidencia la poca profundidad de lo que logra transmitir. El problema en este film no es que no se pueda tomar en serio, ni que no sea suficientemente profunda, sino que en reiteradas ocasiones la trama en si se frena para aparentar complejidad. Obviamente, Oscar Martínez realiza un excelente papel, y junto al comienzo de la trama es uno de los elementos más importantes a destacar en esta obra tan irregular y quizás decepcionante, comprendiendo el potencial de lo que contaba. Aún así, no se puede decir que es una mala película, porque hay obvios elementos cinematográficos y de nivel de trabajo que la separan de un film promedio. Es su ejecución y desarrollo lo que la alejan de ser una obra notable a una película pasable.
“Yo, mi mujer y mi mujer muerta”, de Santi Amodeo Por Jorge Bernárdez En el comienzo vemos a Bernardo (Oscar Martínez) haciendo los arreglos para el velatorio de Cris, su esposa. El hombre es arquitecto, estructurado y ve desmoronarse su mundo. La muerte de la mujer lo deja indefenso y pese a que sobre el final de lo que se adivina que fue una enfermedad dolorosa Cris había pedido ser cremada y que sus cenizas fueran esparcidas en un lugar llamado Las Marinas, ubicado en España y Bernardo se niega al pedido. Pocos minutos después cambia de idea, es que ocurren cosas en el departamento que quedó ocupando solo por él, que le hicieron ver que a lo mejor lo que corresponde es cumplir con ese deseo póstumo, así que le dice a su hija que se va a ir a España a cumplir el pedido y de paso ver a la hermana de Cris. Una vez allí no es difícil adivinar que Bernardo se va a enterar de cosas que preferiría no haber sabido. La hermana de su esposa le deja leer cartas escritas por Cris donde la occisa escribió entre otras cosas que Bernardo estaba muerto en vida. Averiguando por el lugar en el que debe tirar las cenizas de la que ahora ya sabe que fue su infeliz esposa, Bernardo termina en un Spa nudista. En el camino Bernardo conoce a Abi (Carlo Areces) un desarrollador inmobiliario en quiebra que no duda en intentar alguna especie de estafa para ganar algún dinero y que lo llevará a Bernardo a vivir algunas aventuras a pesar de que el argentino no pierde su rigidez del comienzo, se suma al asunto. Lo cierto es que a pesar de conocer gente nueva, de descubrir cosas de su esposa que no son demasiado gratas, Bernardo llega al final de la película sin aprender mucho de la vida. La película dirigida por Santi Amodeo amenaza con dispararse hacia cualquier dirección, el relato se hunde y lo que pudo ser una gran aventura de conocimiento de un personaje con una pesada rígida moral. Demasiado para ser comedia, demasiado liviana para ser un drama, Yo, mi mujer y mi mujer muerta, traiciona toda promesa de alocarse o de ser una buena comedia negra y finalmente termina siendo una película malograda en donde en definitiva no pasa nada. YO, MI MUJER Y MI MUJER MUERTA Yo, mi mujer y mi mujer muerta. Argentina/España, 2019. Dirección: Santi Amodeo. Intérpretes: Oscar Martínez, Carlos Areces, Ingrid García Jonsson, Malena Solda, Cris Nollet, José Luís Adserías, Germán Baudino, Carolina Bassecourt y Jorge Booth. Duración: 97 minutos.
Película un tanto complicada en tono, muy variante, y que por lo tanto me cuesta un poco analizar y decir para qué lado de la balanza queda. Todo el opening me pareció maravilloso, la manera en la cual un viudo lidia con la muerte, los detalles que dan para pensar en una subtrama paranormal, la negación, el cambio de vida. Pero de repente hay una fractura y con el cambio de locación, se vuelca la historia para un lado un tanto absurda, en donde hay personajes más pintorescos, indefiniciones, y una comunidad nudista. Lo mismo sucede en el tercer acto, vuelve el drama, pero ahora con toques de comedia, y los personajes vuelven a cambiar. Lo que sucede con la propuesta, es que cada uno de los tres actos están muy bien en sí mismos, pero no pegan entre ellos. No hay una armonía narrativa ni progresión lógica que justifique ciertos comportamientos. Esta estructura poco convencional causa que no haya una definición certera sobre el film. No me aventuro a decir que a la mayoría le gustará o disgustará. Asimismo, celebro eso. Me gusta cuando las películas rompen estructuras y se diferencian del resto. El director español Santi Amodeo logra una puesta correcta y mantiene un humor peculiar a lo largo de la cinta. El mayor atractivo, tal como era de esperarse, es Oscar Martínez, pero en un papel que no requiere demasiado de sus habilidades. Por su parte, Carlos Areces está un poco desaprovechado en un registro que no es el que lo caracteriza. Yo, mi mujer, y mi mujer muerta entretiene y te intriga por el desenlace de los personajes, aún cuando el balance no quede bien en claro.
“Yo, Mi Mujer y Mi Mujer Muerta” es una película con un título llamativo que despierta per se un interés inicial en el espectador. La película es del sevillano Santi Amodeo. Su protagonista es Oscar Martínez, lo cual ya es una carta de presentación para el film, con un elenco secundario de prestigio, integrado por Malena Solda, Carlos Araceres (el de “Balada triste de Trompeta” de Álex De La Iglesia y “Los Amantes Pasajeros” de Pedro Almodóvar), e Ingrid Garcia Jonsson (“Hermosa Juventud” de Jaime Rosales). Esta cinta, rodada en locaciones tanto argentinas como españolas, se estrena en Málaga en paralelo con el estreno en nuestro país. En esta comedia que transita desde el humor negro hasta el drama, Oscar Martinez se pasea orondo y hace pasear al espectador por un montón de estados de ánimo. Interpreta a un viudo reciente que, creyendo conocer todo sobre su difunta mujer, se entera de repente de la otra vida de su compañera; una de la cual él jamás llegó a sospechar. La fotografía y el montaje se lucen intercalando locaciones argentinas con españolas y hacen el deleite del espectador. Sin perder seriedad, el guión se tambalea un poco en medio de los andares de los géneros humorísticos, dramáticos y el humor negro que persiste hasta el drama, aunque el actor siempre sale airoso de ese pequeño desliz autoral en el que transcurre la película.
El viaje es el asunto clave de esta película. Uno que tiene al menos dos facetas: la del desplazamiento físico -de la Argentina a la atractiva Costa del Sol española, para cumplir con la voluntad de una mujer recién fallecida- y la más complicada de la búsqueda interior, impulsada por un sorpresivo y tardío descubrimiento en torno de una doble vida insospechada. No sería decoroso adelantar más de la línea argumental de esta coproducción dirigida por el mismo realizador de la elogiada ¿Quién mató a Bambi? (2013) y pensada con todos los condimentos de las feel good movies. Si el atormentado protagonista de ese periplo (encarnado con gran convicción por Oscar Martínez) sufre durante casi toda la historia es porque necesita algún tipo de redención que buscará esforzadamente y con la generosa colaboración de unos personajes secundarios que oscilan entre la empatía y la piedad. La revelación de un doloroso secreto íntimo dispara en la vida de ese arquitecto y docente tan agrio como aburguesado una marea de sentimientos encontrados. En consonancia con esa tormenta interna, el temperamento del film se vuelve por momentos triste, dramático. Pero de inmediato asoma la ligereza de la comedia, destinada a equilibrar un clima que desde el inicio, marcado a fuego por la angustia propia del ritual funerario, se siente demasiado espeso.
Yo, mi mujer y mi mujer muerta es la nueva película que protagoniza Oscar Martínez (El Ciudadano Ilustre, Relatos Salvajes), está dirigida por el español Santi Amodeo, conforma una co-producción española-argentina. Bernardo (Martínez) es un arquitecto exitoso y catedrático de la UBA, con aires de grandeza y una soberbia que rebalsa por sus poros. El film comienza con el argentino enterrando a su difunta esposa, a pesar que ella pidió que la quemen y esparzan sus cenizas en un sitio específico de España. Luego de un suceso totalmente inesperado, él decide cumplir el último deseo de su amada y eso lo lleva a viajar al lugar de origen de Cris, su mujer. Allí conoce a Abi (Carlos Areces) y Amalia (Ingrid García Jonsson), quienes lo ayudan en el viaje de encontrar el lugar requerido para poder terminar con el duelo.
Se pasa el rato con esta comedia extrañamente romántica de Santi Amodeo, y se ven lindos lugares de Marbella y Estepona, aunque para el personaje principal sean deplorables. Ese personaje es un arquitecto, titular de cátedra universitaria, amargo, estructurado, aburrido y antipático, que encima no la está pasando muy bien que digamos. Se aproxima el retiro, su esposa acaba de morir, por extrañas razones él se decide a llevar sus cenizas al lugar que ella había pedido y ahí empieza a dudar sobre lo que su mujer hacía cuando estaba plenamente viva. Nada del otro mundo, simplemente cosas que algunas mujeres hacen cuando tienen un marido amargo, estructurado, aburrido y antipático, y quieren sentirse plenamente vivas. En resumen, una película indicada para llevar a los maridos para que aprendan, aunque esto puede ser contraproducente, porque los dos fulanos más divertidos que aparecen son unos tamaños gordos sin mayor sentido de la monogamia. El primero a la media hora de proyección y alegra la historia, que hasta entonces venía apagada. El otro, para la última vuelta de tuerca, trayendo romance y calidez. Intérpretes, por importancia y peso en la balanza, Oscar Martínez, que luce su calidad actoral en el momento justo, Carlos Areces y José Luis Adserías, buenos comediantes españoles. Para engordar la vista, la rubia Ingrid García-Jonsson y todo un club nudista. Y para admirarse en el epílogo y apreciar la moraleja, un hermoso truco de sobreimpresión entre las sábanas del lecho conyugal, jugado por Amparo Martínez con el equipo técnico argentino.
Al mismo actor le llama la atención. Oscar Martínez un gran intérprete para el drama y es también un comediante sin igual y aunque en nuestro país solo lo llamen para un género, en España lo llaman para explotar esa particular disposición para lo cómico. En esta realización de Santi Amoedo, con guión del director y Rafael Cobos, el humor es negrísimo, sorpresivo y entretenido. Con momentos conmovedores y mucha gracia irónica. A un arquitecto, profesor de la universidad se le muere su esposa y aunque su hija (Malena Solda) le insista, el decide no cumplir con la promesa de llevar las cenizas de su señora al lugar donde nació y donde todos los años veraneaba para visitar a su hermana. Pero la profanación de la tumba es tomada como un “aviso del más allá”, incinera los restos y parte con las cenizas a España. Y al llegar descubrirá que no conocía a la mujer con la que vivió una vida. Todo está hecho a la medida del lucimiento de Oscar Martínez que se luce en el absurdo, que tiene un timming perfecto para el género que hará que el espectador vea todo el film con una sonrisa. Secunda a Martínez, Malena Solda, Carlos Areces, Cris Nollet, José Luis Adserias. Una inteligente reflexión sobre la necesidad de adaptación de un hombre grande que descubre unas verdades que hacen tambalear su vida, sus convicciones y su conservadurismo. Y de la mano de un brillante actor pasar por un entretenimiento bien hecho, bien filmado y que tiene momentos de legítima emoción, delirios y ridículo con una cierta redención posible.
En esta oportunidad nos encontramos con una película del español Santi Amodeo, una comedia negra pero que también va tomando un tono de road movie dividida en actos, van apareciendo varios personajes y situaciones, tanto el protagonista Oscar Martinez (El ciudadano ilustre, Relatos salvajes) como el personaje secundario que compone Carlos Areces (Mi gran noche) se relacionan rápidamente con el personaje, tienen buena química y ellos saben salir airosos ante ciertos desafíos. A través de este viaje que realiza el protagonista nos habla de la muerte, de la perdida, de la falta, de los temores, de cumplir nuestras promesas, entre otros temas, pero también nos plantea hasta donde podemos conocer a nuestra pareja aunque ellos estuvieron casados más de 40 años, el descubrir secretos del otro, de no ser tan estructurado y darnos una oportunidad. Esta historia tiene momentos para reírse y emocionarse, las locaciones son esplendorosas y para transmitir ciertos momentos vividos del pasado lo hace a través de proyecciones en las paredes como video clips, pero uno de los problemas es que tiene algunos elementos y situaciones que no se terminan de profundizar y personajes que no se desarrollan lo suficiente.
El detalle más fascinante de Yo, mi mujer y mi mujer muerta es su manera de representar los recuerdos a través de imágenes proyectadas en las paredes de la casa de Bernardo, el viudo. Puede que sea un recurso poco ingenioso, pero está llevado a cabo con delicadeza. Ocurre apenas dos veces, lo que genera una impresión de que es en la casa donde están resguardados los recuerdos más íntimos de una familia. Los recuerdos no son aquí una ilusión, como tampoco lo es la presencia de la difunta, sino la certeza fehaciente de un hogar. La ausencia da pie a la memoria más profunda, sin importar que se caiga en lo meloso. Por otro lado está la franqueza emocional de Oscar Martínez. Con él, la comedia pareciera recaer en el pesimismo frente a ciertas situaciones. De todas maneras, Martínez es maleable para acertar una mirada de complicidad o goce en medio de las situaciones confusas. Se nota que los guionistas están queriendo sorprender al espectador con la posible vida secreta de la recién fallecida, pero Martínez apela con su actuación a la fidelidad, como en la escena donde rehúye hablar más de lo necesario en su jubilación. Puede que en términos de guión se le quiera dar un final satisfactorio a las metas del personaje, pero el rostro del actor deja entrever cierta carencia en su discurrir. A la película le hacen mella el ritmo y los giros previsibles. No dura más de hora y media, pero a medio camino flaquea con la búsqueda de las verdaderas andanzas de la esposa. La huida de la rutina es una oportunidad placentera para que el protagonista se permita lujos inalcanzables, drogas recreativas y el encuentro con un español pícaro que hace la contrapartida a su pesimismo. Pero estamos ante circunstancias absurdas y excéntricas a las que el director quiere sacarles el jugo para hacer reír a toda costa. Y el esfuerzo sólo llevará al descubrimiento dramático. No es un detalle menor el título de la película. A fin de cuentas, el protagonista siempre estuvo por delante de su esposa. Probablemente por eso no tenía idea de muchas situaciones o actitudes, y todo termina siendo una reafirmación profesional donde la familia está en un segundo plano de sustento y calidez.
El cascarrabias que aprende a vivir Mayormente dedicada a la comedia, la carrera del sevillano Santi Amodeo presenta una película atendible: Astronautas (2003), pop y vertiginosa. Todavía no estrenada en España, la coproducción con Argentina Yo, mi mujer y mi mujer muerta es el resultado de la popularidad que El ciudadano ilustre tuvo en mercados internacionales. La protagoniza Oscar Martínez, con el gesto más avinagrado que nunca, ya que de eso trata justamente la película: de un hombre que acaba de perder a la mujer de su vida, y parece no querer perdonarle eso a la vida. Aunque, claro, como siempre sucede en el cine mainstream con todo personaje negativo, el guion le dará ocasión de convertirse en otro. Bernardo (Martínez, que tiene La misma sangre también en cartel) es un eminente docente de arquitectura (la eminencia persigue a Martínez), que no se caracteriza por su apertura ni transigencia. A un alumno que se permite discutirle un concepto lo forrea de manera bastante agresiva. Tampoco es una persona a la que le guste exteriorizar sus emociones. En el entierro de su mujer se muestra triste pero no derrama una lágrima. Luego convierte su casa en algo parecido a una cripta, apagando luces y corriendo cortinas. A la mujer –que murió joven– la amaba y sin embargo no respeta su deseo, que consistía en la cremación. Tampoco respeta la opinión de la hija (Malena Solda), que quiere hacer valer la de la mamá. La entierra, pero unos días más tarde le avisan de una profanación inaudita: a ninguna persona no odiada públicamente le hacen lo que le hacen a este cuerpo. Horrorizado, Bernardo acepta cremarla, yendo a desperdigar las cenizas a un balneario de la Costa del Sol, donde ella pasó grandes momentos. Allí Bernardo conocerá a un agente de bienes raíces en problemas (Carlos Areces, protagonista de Balada triste de trompeta y coprotagonista de Los amores pasajeros) y a una chica andaluza (Ingrid García Jonsson). Ellos lo ayudarán en la investigación que emprende en un club nudista al que concurría su esposa, y que lo llena de sospechas y recelos. Aun aceptando el lugar común dramático del cascarrabias que al final aprende a vivir, lo inaceptable de Yo, mi mujer y mi mujer muerta (un título de lo más mentiroso, ya que no hay otra mujer que no sea la muerta) es que la película misma parece muerta. No hay motivaciones que no sean las escritas en el guion, no hay vida donde debería haberla (los nuevos amigos de Bernardo), no hay lugar a donde ir, no hay sensación de justificación para la película en su conjunto. Y cuando una película no se justifica, está enterrada.
Un viaje difuso Yo, mi mujer y mi mujer muerta es una comedia bastante decente que toma una idea compleja y convierte situaciones sombrías en momentos que podrían ser desagradables en unos que provocan cierta diversión, aún los más oscuros y complejos, pero necesarios para reforzar el conflicto y a partir de ello empujar al personaje de Oscar Martínez al viaje que deberá emprender para entender de primera mano una faceta de su esposa recién fallecida que desconocía. La verdad es que al principio, juzgando el libro por la portada (en este caso por el trailer, para ser más específicos) creí que todos los chistes ya estaban ahí y no iba a valer la pena. Bueno, la película no te hace romper en carcajadas descomunales porque no es uno de sus únicos intereses. También la idea es mostrarnos algo sobre la vida. A veces no parece que podamos ver bien qué es, pero valorar a quienes tenemos a nuestro lado aún sabiendo que hay caminos personales a la vez que uno en común. Pero, desde ya, cada uno como espectador hace su comprensión de lo que los personajes nos muestran. Volviendo a la descripción de lo visto, realmente pensé que iba a ser difícil de ver, pero Martínez maneja muy bien la comedia (recomendación extra: vean Toc toc), Malena Solda representa adecuadamente a la hija del abrumado viudo y los personajes secundarios hacen de excelente soporte a las vicisitudes de este hombre acartonado que descubre que la vida puede ser diferente. Lamentablemente, los abandonan sin explicar nada más de ellos. Si bien para el desarrollo de la trama y el camino hacia el desenlace no son necesarios ciento por ciento y la película puede terminar sin más noticias de ellos, introducirlos de a poco, generar empatía y luego descartarlos es un desperdicio; eran bastante ricos y se siente como una falla. Por todo lo demás la película funciona y se puede ver sin salir del cine defraudados por no haber ido a ver un tanque. Mención aparte para los efectos visuales que acompañan algunos de los momentos emocionales más importantes, a pesar de rozar con ello ligeramente, pero sin chocar, cierto cliché. Se deja ver y no te deja ciego. ¿Se puede pedir más? Yo diría que no.
Los primeros minutos de Yo, mi mujer y mi mujer muerta son interesantes. Oscar Martínez es Bernardo, un arquitecto con prestigio y profesor respetado de la Universidad de Buenos Aires que acaba de enterrar a su mujer. Debido a su personalidad conservadora, Bernardo se negó a cumplir el deseo de su esposa de ser incinerada y arrojada en la Costa del Sol, en España, donde la mujer volvía cada año para pasar un mes con su hermana. Cuando Bernardo vuelve a casa acompañado por su hija (Malena Solda), empieza a percibir lo que él cree que son señales del más allá: una cortina que se cae, ropa tirada en el piso, un suvenir con forma de corazón que se prende y se apaga. Cuando la película dirigida por el español Santi Amodeo amaga con tomar el camino de lo sobrenatural se hace verdaderamente interesante. Las manifestaciones del alma en pena son cada vez más intensas, hasta que un día llaman por teléfono para informar que profanaron la tumba de la recién muerta. Este hecho desagradable termina de convencer a Bernardo de hacer el viaje a España y cumplir el último deseo de su compañera de toda la vida. Pero cuando llega al lugar, descubre un aspecto de su mujer que no conocía, una suerte de doble vida. La primera sorpresa que se lleva es cuando llega a una especie de playa vip nudista New Age para gente adinerada, un lugar rodeado de yates y de casas de pésimo gusto arquitectónico. Bernardo no puede creer que su mujer haya participado de esa locura con psicoterapeutas de dudosas intenciones. En un casino conoce al personaje de Carlos Areces, que en un principio parece complementarse con Bernardo pero que lamentablemente queda desaprovechado. Luego entra en escena otro personaje: Amalia (Ingrid García Jonsson), una rubia modelo que no se sabe por qué llega ni a qué, solo la vemos como una acompañante más en el viaje de Bernardo. La sensación que deja el filme es que al director se le fue un poco de las manos la trama. No se sabe muy bien donde está parado, qué es lo que quiere hacer, a dónde quiere llegar, cuál es su postura. No se sabe si defiende la vida conservadora de su personaje principal o si asume una postura crítica; si ataca la filosofía New Age o si la defiende. O si hace las dos cosas. Yo, mi mujer y mi mujer muerta tiene rasgos de comedia negra, de comedia romántica y de comedia dramática. Es un poco de todo sin llegar a ser ninguna de las tres cosas. Es cierto que Amodeo no busca el gag y que tiene breves momentos que arrancan una sonrisa, y que Martínez encarna de taquito a su personaje, como si hiciera de él mismo. Sin embargo, es una película a la que se podría calificar de fallida. Muchas veces, los directores creen que tienen claro el guion que están rodando, aunque el resultado diga lo contrario.
La historia del tipo que no cumplió la última voluntad de su mujer y de los problemas que genera tratar de llevarla a cabo demasiado tarde resulta un buen vehículo para mirar el lado absurdo del mundo. Aunque dispar, el tono de comedia negra de esta película (más española que argentina, en realidad) es bienvenido y permite a Oscar Martínez mostrar que tiene las herramientas de todos los géneros que a uno se le puedan ocurrir. La historia del tipo que no cumplió la última voluntad de su mujer y de los problemas que genera tratar de llevarla a cabo demasiado tarde resulta un buen vehículo para mirar el lado absurdo del mundo.
Santi Amoedo es el director de esta coproducción argentino-española que si bien para nosotros es el primer trabajo que se estrena comercialmente, este director ya cuenta con algunas comedias en su haber y que, además, suele ser el guionista de sus propias películas. En el caso particular de “YO, MI MUJER Y MI MUJER MUERTA”, obviamente el fin último está puesto en armar un producto comercialmente digno y que sirva de entretenimiento, con lo cual con un director correcto y con alguna trayectoria como Amoedo, el objetivo se cumple y ya es suficiente. Pero el problema con el que debe lidiar el propio director, es con su guión (en este caso co-escrito con Rafael Cobos quien sí tiene en su haber interesantes trabajos como “La isla mínima” o “El hombre de las mil caras”) que luce desprolijo, deshilvanado, con ciertas incoherencias, decisiones y saltos narrativos desacertados que se complementan con bruscos cambios de clima en la trama y personajes que no tienen demasiada explicación ni son funcionales a la historia. Oscar Martinez es Bernardo quien queda viudo y se niega persistentemente a convertir en cenizas a su mujer, por más que su hija (una vez más Malena Solda está muy bien en su papel) insiste en cumplir los últimos deseos de su madre. Bernardo cree saber a ciencia cierta lo que su mujer quería y recién luego de unos extraños sucesos tendrá que cambiar de parecer y finalmente accederá a la cremación y se dispondrá a arrojar las cenizas en la Costa del Sol española. Allí deberá dejar de lado toda su rigidez y su vanidad de estricto profesor universitario –que queda claro desde la primera escena-, ya que el viaje le propone, casi sin quererlo, bucear en una faceta completamente desconocida de la vida de la que ha sido su mujer por tantos años. Profundizar en las cosas que ella había atravesado en esas playas, año tras año cuando vacacionaba visitando a su hermana. Un dato tras otro, se van encadenando, para que comience a develarse el misterio del porqué de la elección de ese lugar en particular, enfrentando a Bernardo a una serie de noticias absolutamente inesperadas. En los momentos en que “YO, MI MUJER Y MI MUJER MUERTA” intenta despegarse de la mera comedia “de enredos” para profundizar en lo difícil de atravesar un proceso de duelo –sobre todo cuando los datos de la realidad parecen apuntar a redefinir y reconstruir toda la historia de amor que tuvo con su mujer- es donde parece que Oscar Martinez se siente más cómodo. Su terreno natural no parece ser la comedia y obviamente, con todas las herramientas que tiene como actor, logra salir indemne de este tipo de desafíos pero sólo para nombrar otro ejemplo reciente, lo mismo sucedía en la versión española de “TOC TOC” donde parecen ser roles en los que no se siente completamente cómodo y se evidencia un dejo de artificialidad. En este viaje que emprende, intentando llegar a este lugar de veraneo, Bernardo se cruzará con un agente inmobiliario desesperado por salir de una quiebra en su negocio (Carlos Areces, el brillante azafato de “Los Amantes Pasajeros” de Almodóvar, colaborador permanente de Alex de la Iglesia como sus trabajos en “Balada Triste de trompeta” o “Las brujas de Zagarramurdi”, sólo por mencionar algunos de sus trabajos) que lo usará de excusa para hacer creer que un nuevo emprendimiento inmobiliario podría florecer y, de esta manera, sacarlo del colapso económico en el que se encuentra hundido. Para seguir sumando subtramas con personajes secundarios sin ningún avance, aparece una enigmática mujer –de la que tampoco se dan demasiados datos y si no hubiese aparecido en el filme, creemos que nada hubiera cambiado demasiado-, a cargo de Ingrid Garcia Jonsson, una actriz en franco ascenso a quien pudimos ver en “Hermosa Juventud” de Jaime Rosales y con participaciones en “Gernika” “Toro” y “Embarazados”. Aquí parece ser que por esos azares de la coproducción “obligaron” a incluirla en este papel absolutamente carente de sentido y que no aporta absolutamente nada a la trama. Jonsson hace muy bien su trabajo –la podremos ver dentro de poco en un verdadero tour de force en “Ana de Día” y en “Taxi a Gilbraltar” lo que deja en claro que es una actriz atravesando un excelente momento en el cine-y su figura embellece la pantalla pero suma poco a la alicaída trama y no logra en ningún momento establecer la química necesaria con el Bernardo de Oscar Martinez. Después de algunos giros y revelaciones que van sosteniendo la trama principal, el guion retoma en las escenas finales una situación accidental que tiene el personaje de Bernardo al inicio del filme, cerrando el relato con un tinte más tradicional, apartado del ritmo de comedia y es allí donde Martinez puede, de algún modo, redondear mejor la propuesta. “YO, MI MUJER Y MI MUJER MUERTA” no puede levantar ni con un buen trío de actores, una historia que no logra cohesión y que queriendo jugar con el absurdo, confunde mucho más que lo que se permite en su intento.
Santi Amoedo construye en “Yo, mi mujer y mi mujer muerta” el espacio ideal para que Oscar Martínez regrese a la pantalla local con una propuesta diferente, y que lo tiene como protagonista casi absoluto de un relato que se apoya en un sub género de la comedia inspirado en las buddy movies para impulsar la narración. Habría que preguntarse el porqué de que España a Martínez lo vive convocando para participar de comedias (“Toc Toc”), mientras que aquí siempre se lo llama para protagonizar dramas, thrillers y películas de corte costumbrista, entre otras. Martínez es un gran gran comediante. Y en esta oportunidad la comedia es un tanto perezosa, comenzando con un arranque más bien lento en el que podemos ver a Bernardo (Martínez), un profesor universitario muy estructurado que verá cómo la vida le cambia de un momento al otro al fallecer, tras una larga enfermedad, su mujer. Acompañado por su hija (Malena Solda) en la difícil transición, Bernardo desatiende el pedido expreso de su mujer de ser convertida en cenizas y comienza a padecer una serie de viscisitudes que tras la profanación de la tumba de su mujer se potencian. Cuando esos sucesos “inexplicables” comienzan a sacudir su estructura, sumado a la poca colaboración de su hija, quien no desea hacerse cargo de su padre y de la soledad de él, se embarcará en un viaje hacia España para terminar de cumplir el pedido de ser esparcida allí. En ese país terminará conociendo detalles de la mujer que nunca se hubiese querido enterar y también a un cómplice de “aventuras” que le complicará su estadía. Pero antes comenzará un viaje iniciático, si, leyeron “bien”, iniciático, en donde las nuevas experiencias lo convertirán en un lienzo con miles de posiblidades para cambiar y repensarse. Desosegado, con la convicción que todo el mundo está en su contra y que nada ni nadie podrá quitarle el profundo dolor de la pérdida, conocerá circunstancialmente a Aby (Carlos Areces) un ser muy particular que terminará involucrándose en su historia de amor trunco por la muerte. “Yo, mi mujer y mi mujer muerta” comienza de manera muy tradicional y hasta costumbrista, con un Bernardo que prefiere no pagar el ataúd más caro (si “total se va a incendiar”), para luego apelar al humor más físico, ese en el que los gags y remates configuran una trama sólida para desarrollar la historia. Amoedo busca en la naturaleza el espacio ideal para que Bernardo se transforme, la playa, el sol, el agua, son sólo escenarios que potencian la necesidad de aire libre que el personaje viene requiriendo desde la primera escena. La dupla Martínez/Areces nos ofrece un clásico del humor, aquel que desde “Extraña pareja”, pasando por “Mejor solo que mal acompañado”, hasta llegar a la nueva comedia americana más radical con Seth Rogen y James Franco a la cabeza, bucean en la amistad de dos seres opuestos para disparar líneas narrativas. Tal vez algunos huecos del guion le pesen a “Yo, mi mujer y mi mujer muerta”, pero aún con sus falencias, es una apuesta a un cine de género que poco y nada se hace en Argentina, y que en el caso de esta coproducción se permite jugar con sus posibilidades expresivas.
La historia de Bernardo (Oscar Martínez), el prestigioso arquitecto que acaba de enviudar, empieza muy bien. Con un humor negro, ácido y sorprendente para un acontecimiento sombrío: la muerte de su mujer y su negativa a cumplir el último deseo de ella, que quería convertirse en cenizas lanzadas en el mar de la costa española. Pero Bernardo es un tipo inflexible. Aunque después de una tragicómica secuencia de entierro y despedida, cuando la tumba es profanada, terminará por poner rumbo a Europa. Allá descubrirá algunas cosas sobre su difunta que ignoraba por completo, en una especie de aventura en la que lo acompaña un broker quebrado (Carlos Areces) y que acumula situaciones de comedia negra, de enredo y líos, aunque también se pone seria. Es mucho, probablemente, para que ese buen arranque se mantenga a la altura durante su hora y media. Pero, aún desgastada, la peripecia de este argentino en España no pierde del todo su gracia.
Nunca pensó Bernardo que su mujer quisiera, a su muerte, ser cremada y que sus cenizas fueran a la Costa del Sol. Está bien que allí vivía su hermana, que iba a verla todos los años. Pero de ahí a elegir un lugar lejos de él como descanso final. Pero una situación desagradable hace que él decida complacerla y vaya al lugar que ella eligió. Allí el mundo de Bernardo, sufrirá un giro. Su seriedad de profesor en la Universidad, su profesionalismo quizás adusto para algunos, pero confiable cuando lo contratan como arquitecto, empezará a tambalear. Cómo es esto de que el lugar elegido por su mujer para que sus cenizas se confundan con el mar es un centro nudista. ¿Es que Cris no era la Cris que conoció siempre y parecía seguirlo en cenas aburridas o interminables jornadas de estudio? En ese lugar de veraneo, Bernardo conocerá a Amalia, la relacionista y Abel, con ellos ingresará a otro mundo para comprender que no todo en la vida es lo que él se puso de objetivo. DIVERTIDAS AVENTURAS Sencilla en el guión, con algunas aventuras un poco extravagantes y no siempre creíbles se desarrolla esta comedia negra de un español, Santi Amodeo, conocido por sus películas taquilleras ("¿Quién mató a Bambi?"). Bien filmada dentro de los cánones de la comedia de enredos, tiene atractivas locaciones de la zona precisamente de la Costa del Sol. La contraposición entre todo lo que supone la seriedad de un catedrático enfrentado a un mundo de alegría y libertad y del que, quizás, algo tenga que aprender, indudablemente resulta. Oscar Martinez muestra una vez más su profesionalismo, las transformaciones a las que la vida puede impulsar y cómo nadie puede estar seguro de ser dueño de la verdad. A su lado, muy buenos actores, Carlos Areces, Ingrid García Jonsson y Malena Solda en el papel de la hija lo acompañan en esta aventura de sorpresas y buen humor.
UN VIAJE ERRÁTICO Si Ricardo Darín y Guillermo Francella supieron construir carreras donde sus roles interpelan constantemente a la clase media/media alta –que es el espectador modelo de la inmensa mayoría del cine argentino-, Oscar Martínez (especialmente desde los éxitos de crítica y público que fueron El ciudadano ilustre y Relatos salvajes) viene en la misma senda. El procedimiento de Martínez suele pasar por la frialdad, por una economía de gestos que contribuyen a construir personajes que casi siempre esconden algo bajo la superficie y que muchas veces son figuras de autoridad puestas en crisis. Lo de Yo, mi mujer y mi mujer muerta es bastante particular, porque el actor se pone a prueba a sí mismo, teniendo que adaptarse a los diversos tonos y géneros que atraviesa la película. Es que el film de Santi Amodeo es un exponente más de los regímenes de co-producción entre España y Argentina, pero con una estructura narrativa algo elusiva, que en cierto modo la aleja del típico objetivo de alcanzar la mayor cantidad de público posible. El relato se centra en Bernardo, un arquitecto y profesor de la UBA que, luego del fallecimiento de su esposa, decide enterrarla, a contramano de los deseos de ella, que pedía ser incinerada y que sus cenizas fueran arrojadas al mar en la Costa del Sol, en España, donde había nacido e iba a cada año a pasar un tiempo con su hermana. Sin embargo, luego de varios días erráticos, marcados por acciones que rozan lo irracional, Bernardo recibe la noticia de que unos vándalos profanaron la tumba de su esposa y decide cumplir efectivamente con el deseo de su mujer, emprendiendo un viaje a España que no será precisamente lineal. Lo que viene después por parte de Bernardo es un proceso de búsqueda y descubrimiento, que pasa por diferentes niveles: un momento y espacio para arrojar las cenizas de su esposa; un pasado oculto de su mujer, en el que salen a la luz conductas y decisiones que Bernardo nunca había imaginado; y hasta implicancias sobre sí mismo, instancias de descontrol que irrumpen en las grietas que ofrece una personalidad estructurada, tradicionalista y rígida. El viaje será la oportunidad para la película de plantear situaciones y encuentro antojadizos, permitiendo la entrada de personajes secundarios como Abel (Carlos Areces), el dueño de una inmobiliaria, y Amalia (Ingrid García Jonsson), una agente de relaciones públicas, que funcionarán como acompañantes circunstanciales. En Yo, mi mujer y mi mujer muerta hay un juego constante con la incomodidad, con una estructura pautada por lo fragmentario y azaroso, donde el alcohol y los accidentes físicos funcionan como indicadores del desconcierto de Bernardo y su proximidad al estallido. Pero el problema es que, si el protagonista no tiene claro un rumbo, lo mismo se puede decir de la película, que pasa de forma bastante arbitraria del drama a la comedia, de la pura gestualidad corporal a los diálogos o monólogos remarcados. Se puede intuir un objetivo relativamente claro –el indagar en un proceso de duelo, donde la ausencia no deja de ser una forma de presencia- pero no las vías para llevarlo a cabo, con lo que el film termina descansando excesivamente en la ductilidad de Martínez, que se impone a los desniveles del guión, cargándose el relato al hombro e interpretando su papel con gran efectividad. De ahí que las resoluciones sean abruptas, con baches llamativos en varias subtramas y unos veinte minutos finales donde se toman todas las decisiones obvias, con varias metáforas visuales y líneas de diálogo de trazo grueso. Yo, mi mujer y mi mujer muerta tiene momentos interesantes y hasta arriesgados, pero se desinfla progresivamente y queda lejos de poder transmitir adecuadamente los dilemas existenciales de su protagonista.
MEMORIA SELECTIVA La lente se detiene en los nombres, cruces de bronce, arreglos florales, lápidas de mármol y estatuas del cementerio que contrastan con el día tormentoso. Con igual mesura acompaña los pasos parsimoniosos del cortejo liderado por el vehículo, en cuya placa se lee Q.E.P.D Cristina Vera, hasta el foso donde se colocará el ataúd. Entre los quejidos del marido por la lluvia como rasgo central de los funerales así como también de la autenticidad de lo ocurrido, un viento enérgico hace volar los paraguas de la gente y uno de ellos, con diseño de flores coloridas, queda alejado en medio de la naturaleza durante unos segundos. Entonces, la pantalla se funde a negro. Si bien al comienzo dicho gesto resulta ligero, introduce dos cuestiones clave del marco narrativo: por un lado el desconocimiento de Bernardo acerca de los más íntimos pensamientos, deseos y sensaciones de la esposa; por otro, el empleo de matices sobrenaturales, místicos o del orden de lo inexplicable para conducir esa suerte de viaje iniciático hacia España para cumplir con la última voluntad de la mujer. Un combo que pretende bucear en los márgenes de ambos universos para amalgamar lo espiritual con el presente pero que termina por mezclar demasiados elementos inconexos, forzados y poco atractivos en un pastiche superficial, apático y arbitrario. El protagonista se caracteriza por la rigidez, lo estático y la negativa, insistiendo en enterrarla en lugar de cumplir su deseo de ser cremada y esparcir sus cenizas en el viejo continente. El director español Santiago Amodeo dispone una serie de eventos fortuitos que lo conducen a cambiar de opinión. El primero es el paraguas; los restantes suceden dentro de la casa como el marco de la venta de la puerta que se cae, el supuesto sonido escaleras abajo, el vestido blanco con el prendedor de corazón alado y luz (que aparece una segunda vez solo tirado en el piso), la profanación de la tumba y el cadáver sentado con el cigarrillo en la boca. Al mismo tiempo, Bernardo no deja de jactarse de que sólo él conoce realmente a Cristina y puede decidir sobre ella. Así se lo hace entender a la hija de ambos, a la hermana de la difunta que le entrega una caja con correspondencia cansada de su actitud, a Abi que lo ayuda a encontrar Las Marinas y a la joven Amalia que se encarga de ingresarlos al lugar, entre otros personajes. La reiteración de esta postura esquemática choca contra los tintes paranormales del inicio volviéndolos caprichosos e innecesarios, mientras que el descreimiento del pasado de la fallecida vuelve chato cualquier intento de duda o inestabilidad en él porque, simplemente, desecha todas las conjeturas o datos que escapen a su punto de vista. Por otro lado, la película se construye a través de cuatro capítulos que intentan establecer ritmos de quiebre y crescendo con cada final como el viaje hacia Costa del Sol o el encuentro con Simón. Sin embargo, todos parecen autónomos conectados de manera débil por la necesidad de tirar los restos. Los personajes oscilan entre el humor negro, lo absurdo, la comedia y hasta lo grotesco pero sin articularse de manera natural y espontánea. Incluso, ninguno termina por abordarse en profundidad y se convierten en una sucesión de roles secundarios que deben acompañar a Bernardo siempre y cuando le sean funcionales y se contengan. Ni Cristina escapa a semejante condena: ella es alegre en su recuerdo con aquellas sobreimpresiones o transparencias delicadas e interesantes en las habitaciones del hogar, jugando con la hija o mirándolo; mientras que puertas afuera es alguien desdibujada, infeliz o limitada. El sacerdote la define como alguien que siempre estuvo en segundo plano, al servicio de los demás, en las cartas se la percibe insatisfecha y hacia el final se la menciona vinculada con una fantasía esporádica que suena artificial. Lo que queda claro es que el foco siempre está puesto en Bernardo, como evidencia el título Yo, mi mujer y mi mujer muerta y los demás personajes agolpados escalones más abajo sin aprovechar el colorido de las personalidades y de la revelación de ese pasado oculto. A final de cuentas, todas las invitaciones para correrse del lugar cómodo, riguroso y permanente fallan en un vano intento de reivindicación en ese recuerdo dulce, amoroso y servicial. Por Brenda Caletti @117Brenn
Se estrena la coproducción española-argentina Yo, mi mujer y mi mujer muerta, comedia dramática del director Santi Amodeo. Oscar Martínez encarna a Bernardo (63), un arquitecto y profesor universitario reconocido de la ciudad de Buenos Aires y bastante conservador. El film inicia en una casa de sepelios donde Bernardo y su hija Eli (Malena Solda) eligen ataúdes mientras discuten sobre la decisión tomada por Cris de ser incinerada y llevada a las costas del mar en España donde, un mes al año, visitaba a su hermana. Éste se niega a cumplir con el propósito de su esposa y la entierra porque no comprende que quiera descansar en paz tan lejos de ellos dos. A medida de que pasan los días, sobre todo las noches, Bernardo comienza a verse conflictuado entre los recuerdos que le ofrece la oscura casa en la que habita pero, una de esas noches, recibe la noticia de que la tumba de su mujer fue profanada, es ahí cuando emprende un viaje a España para hacerle frente al deseo de su mujer. Desde aquí la película comienza a transformarse en una road movie, en la que el protagonista no sólo lidia con llevar un duelo hacia adelante sino que, a través de indicios encontrados en unas cartas ofrecidas por su cuñada, irá descubriendo, gracias a la ayuda de los personajes de Abi (Carlos Areces) y Amalia (Ingrid García Jonsson), que posiblemente la relación que creyó vivir junto a ella, durante toda su vida, no era tal como la imaginaba. Desde el punto de vista de la realización, las piezas audiovisuales encajan tratándose de una simple comedia, sin embargo el desarrollo del relato presenta zonas pantanosas. Los personajes de Abi y Amalia cumplen de manera literal la función de acompañar y ayudar al protagonista en la resolución de su conflicto, la búsqueda de la verdad sobre su difunta esposa y nada más. Es decir que una vez que Bernardo deja de necesitarlos, estos desaparecen de la historia como por arte de magia. Dejando inconclusas las subtramas abiertas hasta el momento, como la planteada por Abi y su pedido de ayuda en relación a salvar su trabajo en la inmobiliaria, situación que fue remarcada en varias escenas de la película, por lo que uno como espectador se queda esperando esa devolución de gentileza, o no, por parte de Martínez que nunca llega. Desacertadamente el director ha tomado la decisión de construir a sus personajes a través del dialogo. Donde ellos dicen quiénes son, a qué se dedican o incluso qué les sucedió, en vez de contarnos todo eso haciendo uso de las herramientas cinematográficas. Por ejemplo, cuando Bernardo de la nada recibe un golpe seco y sorpresivo en el barco, la explicación del suceso está dada en la escena siguiente donde Abi, haciendo uso otra vez del diálogo, nos cuenta qué pasó. Estos recursos de literalidad sacan profundidad a los personajes dejando ver las herramientas técnicas utilizadas por los guionistas para la construcción misma del relato. La comedia se desarrolla haciendo uso de cierto humor que atrasa, como las burlas violentas innecesarias hacia los gays y hacia los cuerpos de belleza no hegemónica mostrados en la villa nudista. ¿Bernardo es un personaje que podría actuar de esa manera en dichas circunstancias? Sí, aunque una cosa es el punto de vista del personaje y otra la puesta en escena que avala. He ahí la escena de la actriz Ingrid García Jonsson (Amalia) durmiendo en el camarote. Se siente tan forzada y reforzada e insistente, que termina rozando el mal gusto, ubicando al personaje interpretado por Martínez en un lugar totalmente alejado de la historia que se encuentra contando. El final deja la sensación de que el personaje de Bernardo nunca entendió nada. Spoiler Alert! Tira las cenizas de su mujer a una pileta con agua estancada y podrida de una casa que ella compró en España para irse a vivir definitivamente lejos de él. Entonces el protagonista termina no cumpliendo, por segunda vez, con ese deseo de ella de descansar en paz en el mar. ¿Es un desprecio? ¿Una venganza? De cualquier manera no hay mirada positiva que valga. Ese es el hogar elegido por ella sí, pero, en algún momento, a esa pileta la volverán a limpiar ¿Entonces? ¿Esa mujer desaparecería por las cañerías? Ese es el destino elegido por los vivos a los muertos queridos (?). Nuestro protagonista se descubre y admite débil y aunque su discurso final siga reafirmando que «vivió la mejor vida», las contradicciones no hablan de la complejidad del personaje, de su ambigüedad ni de una ironía, sino, más bien, de una mala construcción de personaje en aras de las buenas intenciones y los mejores mensajes. Una comedia que no hace reír y que deja más dudas que certezas en lo que se refiere al guion.
Santi Amodeo, el director de “Astronautas” (2003) y “¿Quién mató a Bambi?” (2013), nos trae una nueva cinta -en la que también participa como guionista- protagonizada por el actor argentino Oscar Martínez (“Relatos Salvajes”, “El ciudadano ilustre”), reconocido por una exitosa carrera internacional. La historia de esta comedia dramática sigue a Bernardo, un arquitecto y profesor universitario argentino de fuertes convicciones y tradiciones, quien se niega a cumplir la última voluntad de su difunta esposa española: esparcir sus cenizas en la Costa del Sol, donde ella nació y donde solía volver a pasar un mes al año con su hermana. Pero tras varios días en los que a Bernardo le cuesta llevar adelante su duelo, una serie de acontecimientos lo hará cambiar de opinión y embarcarse en un viaje hacia España, lleno de sorpresas, situaciones desopilantes y distintas pruebas que lo sacarán de su zona de confort. La película presenta dos tonos bien marcados en sus primeros minutos y su última hora, dejando más espacio para el drama más visceral en el inicio y las situaciones cómicas en la segunda parte. Curiosamente, presenta algunos momentos ligados a lo paranormal, que aunque tengan sentido parecen desencajar con el resto de la historia. En el campo interpretativo, Oscar Martínez realiza un muy huen trabajo haciendo gala de su facilidad a la hora de dominar tanto el drama como la comedia. Por su parte, Carlos Areces (“Los amantes pasajeros”, “Mi gran noche”), como Abi, sabe llevar correctamente las situaciones cómicas y se convierte en un buen compañero de aventuras del personaje de Bernardo. El resultado de la cinta es una comedia dramática algo irregular que tiene una cierta influencia del cine de Pedro Almodóvar, y mantiene su lado más fresco en sus pasajes cómicos. Puntaje: 6 / 10 Por Federico Perez Vecchio