Gilderoy, tímido ingeniero de sonido británico, camisacolorpastelychalecoverdeinglés, viaja a Italia (en los 70) a trabajar en una película giallo (no hay Argento, Bava ni Fulci, si un tal Santini). La camisacolorpastelychalecoverdeinglés se choca con cueromarrón, pantalonesclaros, gominaenelpelo -contrastando con el peinado clásico, natural y británicamente prolijo de Gilderoy- del equipo técnico: secretaria sexy, inutil y amargada, contador invisible, productor más invisible aun, director mujeriego, violento y peligroso. La incomodidad de quien entra a un lugar que no le pertenece: de eso se trata Berberian Sound Studio en sus primeros cinco minutos. Después es otra cosa. Y después otra. Con la primera parte(cita) establecida, el film muestra cómo este técnico de sonido trabaja en la posproducción de The Equestrian Vortex haciendo efectos, doblajes y lo usual en cualquier película. Nunca vemos lo que sacomarrónycorbatamarrón ve sino que observamos cómo se machacan verduras para generar la decapitación de una bruja. Interesante el trabajo de Peter Strickland, generando rechazo y hasta miedo sin mostrar sangre, sino el jugo de un tomate siendo aplastado por un martillo...
Macro parodia y abulia profesional. Resulta francamente increíble que llegue a la cartelera porteña una película como Berberian Sound Studio (2012), todo un conglomerado de características que casi nunca encontramos en los desastres mainstream y los bodrios indies que suelen ser ensalzados por crítica y público. Esta anomalía absoluta retoma el pulso y algunos tópicos de la mítica Blow-Up (1966), de Michelangelo Antonioni, poniendo en perspectiva la previsibilidad de la industria cinematográfica en general y la enorme necesidad de realizaciones revulsivas, tanto en el plano temático como formal, capaces de patear el tablero y molestar a los desprevenidos (el inconformismo debería ser el sustrato ideológico de toda obra que se dice “contracultural”). Así las cosas, el film que hoy nos ocupa está atravesado por la angustia laboral/ existencial de Gilderoy (Toby Jones), un ingeniero de sonido -especializado en programas televisivos infantiles- que es contratado por un equipo de producción italiano para lo que parece ser un giallo satanista símil Suspiria (1977), de Dario Argento. Desde el vamos, la puesta en escena es por demás claustrofóbica: la historia nunca sale del estudio de grabación del título, el desarrollo narrativo sigue una estructura cíclica y los destellos surrealistas/ oníricos a la David Lynch pueblan la trama. El excelente desempeño de Jones apuntala este calvario gradual y refuerza la concepción de un purgatorio extremadamente pesadillesco...
Dirigida por el británico Peter Strickland, Berberian Sound Studio acaba de coronarse como el Mejor Film en Competencia Internacional en la decimoquinta entrega del BAFICI. Por amor al arte Es la década de 1970. Gilderoy es un ingeniero de sonido ingles que llega a Italia para trabajar en una película de la cual sabe poco y nada. No tardará demasiado en darse cuenta que está trabajando en la nueva película de horror de Gianfranco Santini, un hombre con una visión firme sobre su film pero con un ego demasiado grande. A medida que la labor de Gilderoy avanza comenzará a perderse en las tenebrosas imágenes que filmó Santini y de esa forma, muy lentamente, comenzará también a perder la cabeza. Berberian Sound Studio es una carta de amor al sonido, es un homenaje al giallo (sobre todo a Suspiria de Argento) y es una película que haría a David Lynch muy orgulloso. De Lynch y de loco, todo el mundo tiene un poco Uno solo puede sentir compasión por el pobre de Gilderoy cuando llega a Italia. Debe lidear con las barreras del idioma, la poca simpatía de sus compañeros de trabajo y con un productor que abusa de todos los que tiene a su cargo. Peter Strickland hace un trabajo fantástico planteando un conflicto y la interpretación de Toby Jones (a quien reconozcan de superproducciones como Capitán América y Los Juegos del Hambre) como Gilderoy es simplemente maravillosa. Durante los dos primeros actos vemos como Gilderoy se interna cada vez más en el mundo de Santini y su película de terror acerca de un convento de brujas. Gilderoy no acostumbra trabajar en películas de terror, de hecho nunca se deja muy claro en qué tipos de films suele trabajar, pero está más que claro que las horripilantes imágenes de la película en la cual está trabajando ahora lo afectan más de lo normal. Muy sabiamente Strickland nunca nos muestras estas imágenes, pero mediante a la interpretación de Jones y un excelente uso del sonido sabemos que no son para nada bonitas. Sumando a esto el continuo ninguneo que sufre el hombre por parte del productor del film, Gilderoy (quien suele reprimir sus sentimientos y se guarda las palabras para sí mismo) comenzará lentamente a perder la cabeza. Aquí es cuando la película entra en un terreno “Lyncheano” y (al igual que las últimas películas de Lynch) pierde todo sentido. Strickland definitivamente no es Lynch, aunque hace un buen trabajo. Aquí el problema está en que mientras Lynch es un surrealista desde el plano 1, Strickland se lo reserva para el último acto, donde toda la fantástica construcción que venía haciendo se va al tacho (por decirlo burdamente). Como es de esperar en una película que se llama Berberian Sound Studio, la edición de sonido es no menos que espectacular y la razón principal de que el film funcione tan bien. Las cosas que Strickland no nos dice con imágenes nos la muestras a través del sonido y se siente casi como tenerlas frente a nuestros ojos. El homenaje al giallo no termina solo en las referencias a Suspiria, el viejo film de Argento, también están implícitas en la estética y la hermosa fotografía a cargo de Nicholas D. Knowland. En el plano actoral Toby Jones se carga el film al hombro y está mas que bien acompañado por un correcto elenco secundario. Conclusión Berberian Sound Studio es un pequeño gran film que sobre el final se vuelve demasiado intrincado para su propio bien. El clima opresivo que logra Strickland a lo largo de toda la película sumado a una gran labor técnica en todos los rubros hacen que Berberian Sound Studio sea una más que digna ganadora en este ultimo BAFICI. Resulta de visión casi obligatoria para cualquiera fanático del sonido, del giallo o de David Lynch. - See more at: http://altapeli.com/bafici-15-review-berberian-sound-studio/#sthash.lHvoKc0p.dpuf
Berberian Sound Studio es una interesante y perturbadora película que merece su visión para disfrutar y crisparse de un modo diferente con cine de terror ya que el suspenso y la tensión se mantienen sin descanso durante toda la proyección. El tramo final y su desenlace son los que seguramente van a ocasionar diferencias de opinión entre el público ya que unos considerarán...
Oír y sentir Extraño resulta el film dirigido y escrito por Peter Strickland. Berberian Sound Studio es más bien una experiencia sensorial, una historia que juega con todo aquello que le permita al espectador, principalmente desde lo auditivo, involucrarse sin pensar demasiado, dejándose así llevar por una impactante e impecable mezcla de sonidos. Gran actuación de Toby Jones encarnando a Gilderoy, un técnico especialista en todo lo que concierna a lo sonoro de las películas. En los setenta, viaja a Italia con el fin de trabajar en el estudio de Giancarlo Santini, un realizador de perturbadoras cintas de terror. Los problemas se van dando a partir del precipitado modo de ordenar y encomendar tareas por parte del creador y del productor de tales obras, algo que no hace más que sacar de eje al recientemente contratado. Una hora y media de metraje que se puede caracterizar por la división en dos partes distintas en cuanto al desarrollo y a la manera de enseñarnos lo que acontece. Ya desde el arranque se percibe un punto de inflexión que se va acentuando conforme avanza el relato, y tiene que ver con la incomodidad de nuestro protagonista para desempeñar sus labores en un ámbito que no siente como propio. Gilderoy, tímido y de pocas palabras, no comulga con el terror y con lo alborotador de las narraciones de Santini. Pero el sujeto además de un experto en lo resonante es un artista, capaz de sacarle el chirrido más convincente a cualquier elemento que se le ponga a su alcance. La primera instancia de Berberian Sound Studio es envolvente por lo interesante que se advierte la cimentación de determinadas escenas a través de los sonidos. Se despedazan y se machacan frutas y verduras, por ejemplo, para crear un efecto específico, con un retumbe acaparador que, a los oídos del público y escoltado de una atmósfera siniestra, enlaza e hipnotiza. En este tramo de la proyección, todo es un experimento que apunta a taladrar la cabeza del observador, bombardeándolo de una gran variedad de graves, agudos, chirridos y melodías sumamente sugestivas. Incluso se aprecian unos atinados toques de ironía mediante la personificación casi burlesca de los “capos” italianos del estudio, con sus mañas y terquedades. En dirección al final y conformando el segundo trozo de la narración, la trama pierde fuerza relegándose o derrapando hacia el surrealismo casi “lynchiano”, y aunque no se discuta el calibre técnico de las imágenes, ciertos aires de densidad se hacen presentes empeorando levemente la performance de la cinta. LO MEJOR: El sonido, es el punto clave del film, sublime. La atmósfera de horror que se crea, oscurísima. Toby Jones. LO PEOR: de a ratos y hacia la culminación del relato, se hace algo pesada. Abusa, innecesariamente en el último recorrido, de lo onírico. PUNTAJE: 7
La película ganadora del mayor premio del festival es un thriller psicológico, estilizado y ambicioso que pretende esclarecer la relación entre un arte demostrativo y la imaginación a la cual recurre. En el comienzo, Berberian Sound Studio fascina por su maestría formal, por su atmósfera claustrofóbica y por todo lo que nos revela sobre las técnicas sonoras. Un ingeniero de sonido británico viaja Roma para trabajar en una película de terror. Peter Strickland no muestra una sola imagen de la película que se sonoriza ante nuestros ojos. El director nos pone del lado del pequeño inglés, un gnomo marrón, tímido y contenido, que arregla las voces pero le molesta lo que ve en la pantalla. Gilderoy pasa sus días y sus noches agitado por las imágenes gore y los gritos de mujeres asesinadas mientras es maltratado por unos italianos altos, delgados y coloridos que llevan el aislamiento más allá de su exigua cabina de sonido. Durante la primera hora, el terror subyacente contamina de a poco la mente frágil del técnico que comienza a perder estabilidad, atormentado por sus recuerdos, miedos y deseos. Pero más allá de un trabajo sonoro y fotográfico preciso, el deslizamiento del protagonista hacia la locura es demasiado progresivo, controlado y repetitivo. Repentinamente, como si el director sintiese que el dispositivo se agota, la película gira hacia un delirio lyncheano con un desdoblamiento de personalidad. Gilderoy se convierte en un personaje de su propia película y el protagonista ya no distingue entre sueño y realidad (el espectador tampoco). A partir de ese momento, las idas y vueltas entre los sucesos reales y las pesadillas hacen que el ejercicio de estilo resulte más evidente y las muletas narrativas se vuelvan un poco molestas.
El incauto atrapado en el celuloide Peter Strickland construye en su segundo filme una obra enigmática y oscura, casi claustrofóbica, en la que la digresión de la acción erige una poética cinematográfica con una estética apasionada por el proceso artesanal de la utilización del sonido y de producción fílmico, y también por el surrealismo y el amor hacia el grito de horror. Recién llegado a Italia, el gris y aburrido Gilderoy (Toby Jones), un meticuloso y obsesivo profesional de los efectos sonoros, ve como su simple y amada tarea (doblar films) se comienza a complicar al no saber si se encuentra dentro o no de la trama de la película que el maestro del cine giallo Santini (Antonio Mancino) está filmando. Así de simple y a su vez complicada es la trama de Berberian Sound Studio (Berberian Sound Studio, 2012) un logrado film de suspenso (ganador de la Competencia Internacional del 15 BAFICI) y alta tensión que aprovecha la historia del cine dentro del cine para construir un homenaje a aquellas películas que la industria cinematográfica italiana (muy potente en los años setenta del siglo pasado) supo convertir en íconos. Gilderoy, tímidamente, avanzará en sus tareas en un país diferente al suyo, con un idioma extraño y ajeno, algo completamente opuesto a su amada cotidianeidad y sobriedad al lado de su madre en un oscuro departamento londinense. Presumiendo que algo se está gestando a su alrededor, algo sórdido que lo desestabiliza y que lo atrae simultáneamente, su contemporaneidad cambiará. Santini lo maltrata, como lo hace con las mujeres que prestan sus voces para lograr los gritos más terroríficos del cine. Él sabe que es la persona más irritante con la que alguna vez trabajó y tabajará, pero quedando a la espera de un reembolso económico que nunca llega, y el fastidio eterno hacia su persona, desde el eslabón más básico en la escala jerárquica hasta la más alta. “The Equestrian Vortex”, la filmación y doblaje para la que fue contratado avanza a paso de tortuga por los extraños pedidos que se van suscitando alrededor de la producción, un equipo de trabajo que mantiene todo en secreto, pero también porque la ficción comienza a ser absorbida por la realidad. El rojo y el negro para privilegiar escenas, como así también la espiralización de algunas imágenes que avanzan sobre Gilderoy, ni siquiera una mujer, Teresa (Chiara D'Anna), podrá ser su vía de escape, aún él creyendo esto, hasta que nada de lo que suceda tendrá relación sobre lo que realmente le acontece a su cuerpo y sus acciones y sólo la vorágine de la muerte avance sobre todos.. Berberian Sound Studio profundiza sobre el entramado que se va armando en alguien que ama su profesión y que de un día para el otro ve como todo se transforma, dejando de lado al pequeño hombre gris inicial y generando un problema masivo para todos. Bobinas/cintas/tapes que avanzan y retroceden la acción y que encierran y esconden los secretos más profundos acerca del ocultamiento de crímenes por parte de una organización. La magia del cine, escenas oníricas e hipnóticas (el silencio de los actores frente a las imágenes que doblan, las cabinas de silencio, etc.) que homenajean al terror italiano (con referencias directas a Suspiria y a toda la estética y fotografía del giallo-gran trabajo de Nicholas Knowland-). Una obra atrapante para ver en el cine y caer en su red.
Aullidos Ganador de la Competencia Internacional del último BAFICI, este inquietante, fascinante segundo largometraje del británico Peter Strickland luego de su promisoria ópera prima Katalin Varga no es tanto un film de terror (más bien sería una película sobre cómo se construye un film de terror) sino -como definió el propio director- un drama de observación sobre un hombre demasiado sensible sometido a una situación de maltrato laboral y las consecuencias que eso le genera en él. El ingles Gilderoy (impecable trabajo de Toby Jones) es un ingeniero de sonido muy reprimido e inocentón que llega a un estudio de grabación para trabajar en una película de horror italiana titulada El vórtice ecuestre. Se encuentra allí con seres bastante despreciables (entre manipuladores y chantas) y un producto artístico de terror en más de un sentido. Strickland va construyendo en crescendo un universo cada vez más oscuro, sórdido, ominoso, surrealista y perturbador, en el que se perciben múltiples ecos y huellas cinéfilas (David Lynch, Micheal Powell, Brian De Palma y siguen las firmas) y -claro- un homenaje lleno de referencias al “giallo” de Darío Argento, Mario Bava, Sergio Martino y Lucio Fulci. Un vistoso thriller psicológico trabajado con colores saturados y climas propios del terror gótico que resulta, al mismo tiempo, una suerte de ensayo/tratado sobre la importancia del sonido (por entonces todavía analógico, con efectos fabricados artificialmente) en la experiencia cinematográfica. Para disfrutar -y escuchar- en pantalla grande.
A todos los cinéfilos suelen gustarnos estas apuestas de mostrar un poco la cocina de aquello que amamos tanto como es el cine. En este caso, somos transportados al maravilloso mundo de la banda sonora, en donde se doblan diálogos, se usa el silencio y el Foley (son imitaciones analógicas, es decir fuera de una galería digital de sonidos, de otros). Así vemos, por ejemplo, cómo con la tensión y la música correcta, rebanar una sandía o una cabeza es casi lo mismo. Esta es la historia de Gilderoy (Toby Jones), un ingeniero de sonido inglés que es invitado a sumarse a un proyecto que él cree es una película ecuestre. Cuando llega se encuentra con un terror intenso, sangriento y con la mística del “hecho real” ya que le cuentan que estos asesinatos efectivamente sucedieron. Con una secuencia de títulos virando al rojo, esta película que es mitad hablada en inglés y mitad español tiene una estética que intenta acercarse a Dario Argento, pero queda a mitad de camino cuando vemos a esta tensión que sube, pero desgraciadamente, solo en la banda sonora. Lo que sí tiene es el ambiente de la cocina del cine y es lo único en lo que de verdad gana. Berberian estudio de sonido es el lugar al que este inglés va a parar para encontrarse en medio de la Torre de Babel, donde nadie está dispuesto a ayudarlo y él tiene que encontrarle la vuelta. Tanta soledad, tan poca luz del sol y tantas vueltas para que le devuelvan el dinero del pasaje, al menos, harán que este hombre prácticamente viva dentro de esas paredes y así, el límite entre la realidad y la ficción se le van borrando fácilmente. Imagínense vivir entre micrófonos que escuchan los abusos del productor y el director a las actrices, el pavor que éstas tienen, el miedo al fracaso y todo eso proyectándose en una pantalla muda, donde las bocas gritan y no dicen nada. Peter Strickland es el encargado de este proyecto de co producción entre Italia y Gran Bretaña, también escribe este guión plagado de homenajes y con un giro bastante simple en el que mucho se sugiere y no se dice nada. Creo que es una buena apuesta, pero muy inferior a trabajos anteriores entre los que se destaca su metamorfosis en corto. Es una película correcta, una estética por momentos muy austera y por otros tremendamente recargada que genera ruido por una banda sonora tal vez con demasiados planos y mezclas de efectos. La cocina termina ensuciando tanto la mesada que por momentos no estamos seguros de lo que estamos viendo y esta pretensión es la que nos deja un sabor agridulce en la boca. Pudo haber sido espectacular, pero se quedó en simplemente “peculiar”.
Pocas veces uno recomienda, exclusivamente, ver una película independiente, sí o sí, en una buena sala. En "Berberian Sound Studio", esto es, fundamental. Ganadora en BAFICI el año pasado y con mucho recorrido festivalero, este thriller del inglés Peter Strickland tiene su punto fuerte en el sonido, elemento que sostiene el metraje de principio a fin. Sin un audio de primera, será difícil apreciarla y ser justo con ella. Hay que decir, para el observador casual, que el ambiente donde está enmarcada es la grabación en estudio de las pistas de audio de un "giallo", film italiano de terror clase B de los años 70'. Se imaginan entonces la fuerza e importancia que cobrará ese aspecto. La propuesta es, bastante simple, debemos decir. Gilderoy (Toby Jones, en uno de sus mejores interpretaciones de su carrera), es un ingeniero inglés con experiencia en sonido de films familiares y de niños. Ante el ofrecimiento de un trabajo nuevo, decide viajar a Italia a prestar servicio en un film ya rodado, al que le falta la mezcla de sonido final. Allí, el inglés silencioso (un arquetipo del anglosajón que contrasta con los ruidosos latinos), hará su trabajo, mientras comienza a sentir que en el lugar donde realiza su tarea, pasan cosas extrañas. Lo cierto es que preparar los efectos para la peli de Giancarlo Santini (Antonio Mancino), es un trabajo interesante y colorido. El público podrá ver como en esos años, se recreaban esos horribles sonidos (esto justifica el precio de la entrada, créanme). Gilderoy, por su parte, es un inglés que no logra comunicarse bien con sus compañeros de trabajo, dado que ninguno habla su idioma (el choque de culturas se muestra claro). Eso refuerza el suspenso, dado que la mayor parte del tiempo sentimos que el hombre está aislado e indefenso, y encima, parece haber una maldición en la cinta porque algunas escenas hay que volver a hacerlas. El peso de la historia está ahí (en ese estado de indefensión donde todo es amenazante) y el director no deja dudas al subrayar este aspecto como medular en el relato. Una cuidada reconstrucción de época, un trabajo de mezcla fantástico y una gran actuación de Toby Jones, son los elementos salientes de "Berberian Sound Studio". Sin embargo, también debemos decir que el guión es bastante repetitivo (algunas escenas son también, largas e innecesarias) y se extraña algún elemento que sorprenda, siendo que había mucho para aportar una vez que la cuestión estaba enmarcada. Incluso creo, la trama puede ser decepcionante si mirás más allá de la calidad del ambiente recreado en ese estudio cerrado y oscuro. Si bien hay que reconocerle a Strickland que su homenaje a los hombres que trabajaban en esta área antes de la digitalización funciona, el resultado final no es absolutamente redondo. Pero más allá de eso, es una película singular, a la que hay que hacer justicia en los cines que corresponda.
Una propuesta perturbadora y excitante Estamos ante un caso de ejercicio de metacine realmente original. De cómo la vida y el arte se pueden llegar a confundir en una historia con ribetes y homenajes varios al cine de terror italiano de los años setenta, donde un ingeniero de sonido inglés es reclutado por una troupe italiana que está rodando una película de brujas, demonios y exorcismos. Lo que hace que esta propuesta sea distinta a otras similares es la capacidad que tiene el director del film, el también británico Peter Strickland (quien se dio a conocer al gran público hace unos años con el asfixiante thriller Katalin Varga) de ir envolviéndonos de manera paulatina en un universo tan brumoso como sucio. El cineasta domina los espacios cerrados como nadie y consigue gracias a pequeños detalles cotidianos crear una verdadera atmósfera pesadillesca. Aquí, el lugar utilizado es un pequeño estudio de grabación de sonidos donde se alternan el uso de los efectos sonoros más mundanos (con una predilección especial por el despiece y destroce de hortalizas varias) con la grabación en directo del doblaje de la película con voces muy, pero que muy tenebrosas. ¿Estamos ante una película de terror? Pues más bien no, si por terror entendemos visceras, sustos y violencia extrema. Ante todo estamos ante un trabajo inquietante, desasosegante, muy incómodo para el espectador. Vaya por delante que Berberian Sound Studio no es un film sencillo para el espectador. El ritmo es lento, las situaciones se repiten, en un claro “in crescendo” de la locura colectiva que puede ser el montaje sonoro de una película de terror. Y desde luego los logros finales del conjunto no se conseguirían sin el trabajo impresionante de su protagonista, Toby Jones, mucho más acostumbrado en deslumbrar en superproducciones estadounidenses (Los juegos del hambre, Capitán América: el primer vengador, La niebla) que en papeles minimalistas como éste. Jones interpreta a Gilderoy, un auténtico maestro a la hora de crear efectos sonoros (increíble el momento en el que hace vibrar una bombilla como si fuera un OVNI) que se verá involucrado en el montaje sonoro de un film de serie B con todo lo que ello conlleva de amateurismo e improvisación. Él, acostumbrado a colaborar en producciones menos siniestras, se encontrará completamente fuera de lugar en un país que no es el suyo y en un ambiente que para nada le es afín. Sus miedos ante lo que presencia, y sobre todo ante lo que intuye, se irán haciendo cada vez más grandes, hasta que llegue un punto en el que realidad y ficción se fundan en un muy atinado juego de espejos. Su interpretación, llena de matices y gesticulación contenida, contrasta de manera perfecta con el tipo italiano altanero y excesivo representado por los responsables de la dirección y el montaje del film. El conjunto bebe de ese continuo contraste que se crea entre todos los personajes aderezado con la constante presencia de elementos aterradores que dotan al film de un aire fantasmal continuo. Con toda seguridad, no estamos ante una obra que pasará a la historia del cine, pero sí ante una auténtica rareza a la que los devoradores de buen cine deberían dar una oportunidad, y es que en un cine, como el actual, donde lo distinto brilla por su ausencia siempre es de agradecer que existan personas que estén dispuestas a apostar por productos arriesgados que saben que no van a disfrutar del favor del público en general, quienes achacarán en el debe de la función su pretenciosidad y artificiosidad y lo endeble de un guión que propone más de lo que consigue; pero sí de los cinéfilos en particular, quienes sabrán paladear estos sonidos obtenidos del silencio más tortuoso.
SILENZIO: Berberian Sound Studio y la experiencia psicoacústica Berberian Sound Studio es muchas cosas. Podría catalogarse livianamente como un “film raro”, o simplemente una oportunidad para escapar por unos minutos del mainstream que copa cada vez más salas. Es un homenaje paródico al Giallo, pero también podría ser un tratado facilista sobre la mente humana, un caso de “cine dentro del cine”, un juego de espejos o un retrato estimulante sobre un paisaje infernal. Todo esto es la película de Peter Strickland, quien abre diversas hipótesis a lo largo del metraje sin terminar de definir ninguna y validando de este modo, todas las posibles. Particularmente creo que imponer una lectura en forma totalitaria sobre la cinta sería un despropósito; por lo que anticipo que si el lector entró en este apartado buscando una explicación del final de la misma, está perdiendo el tiempo. Gilderoy (Toby Jones) es un ingeniero de sonido inglés contratado para trabajar en El Vortex Ecuestre, un giallo que tiene como director a un tal Santini, quien con tono sombrío asegura hacer cine de autor y no de terror, parodiando la explosión de los enormes cineastas italianos de la talla de Bava, Argento o Fulci. Nuestro protagonista se dispone a trabajar en la obra a pesar de no encontrar en este género su especialidad. Al poco tiempo el mar de sonidos y las características sórdidas del estudio de grabación empiezan a afectarlo. Las propiedades evocadoras del sonido son utilizadas para narrarnos esa película que nunca vemos y reforzar nuestra empatía con él. El soundtrack original es impecable y se convierte poco a poco en el motor narrativo del film. La obra de Peter Strickland funciona como un tratado sobre la psicoacústica en general y el fonosimbolismo de modo particular. La magia de la composición del Foley radica en esa propiedad evocadora que, en sincronía perfecta con la imagen, genera el efecto deseado. Berberian Sound Studio lleva la teoría más allá, utilizando las fuentes sonoras y las imágenes de las frutas y verduras golpeadas para representar esas escenas que no vemos, pero que aún así resultan perturbadoras. La MEZCLA juega constantemente con sus propias posibilidades. Se construye un espacio auditivo que acompaña la extrañeza de ese estudio de grabación, valiéndose de planos sonoros y paneos que serán resignificados cuando la cámara llegue a las fuentes de emisión. El sonido aparentemente extradiegético es revelado como diegético, la falta de sincronía en un diálogo expone un divertido efecto mamushka metalingüístico y los climas musicales que el mismo Gilderoy compone, ascienden y traspasan de una escena a otra hasta convertirse en el pulso del clímax narrativo. Hacia el final, dos mundos se enfrentan y la estructura se quiebra para no volver a recomponerse. El sonido se oculta volviendo a ocupar el lugar que el cine suele darle, el cartel de SILENZIO que parte rítmicamente las secuencias hace efecto. Despojado de las propiedades psicoacústicas, del giallo de Santini sólo queda una pantalla en blanco.
El miedo más efectivo de todos Así como Hollywood inventó sus géneros -el western y el musical- el cine italiano no se quedó atrás, hizo el spaghetti western y llamó péplum a las películas de historia romana. Pero el subgénero que no admite copias -porque las que hubo fueron horrendas, y esto no es un elogio- fue el giallo. Una combinación entre cine de terror y thriller, que tuvo a Darío Argento como su principal artífice, y a Mario Bava como creador. Varias décadas más tarde, cuando el giallo ya es un recuerdo, el inglés Peter Strickland lo homenajea a su manera con Berberian Sound Studio. El giallo siempre incluyó asesinatos y morbo en sus intrigas, pero más que las tramas, lo que atraía al público eran los climas sórdidos y la violencia explícita. Y salvo esto último, Berberian... abreva en todo aquello, pero con una historia de cine de terror dentro de un filme de horror. Es un ejercicio de estilo, si se quiere, pero atrapante desde el mismo argumento. Gilderoy (Toby Jones) es un ingeniero de sonido que viaja de Inglaterra a la Italia de los ’70 para realizar la mezcla del último trabajo de Santini, maestro del giallo. Gilderoy es entre tímido y poco amigo de lo extravagante. El maltrato que impera en las sesiones de doblaje habla de un trabajo malpago y otras vicisitudes propias de la industria, que el filme irá sumando al mismo tiempo que el protagonista comience a dejar de mostrar asco por la película en sí (El vórtice ecuestre) y comience, de a poco, a confundir ficción con realidad. El miedo más pavoroso siempre es ése. El más efectivo: el terror psicológico. Ya no importa que en la trama haya brujas y demonios maltratando vírgenes y cometiendo asesinatos atroces. Porque lo que imprime terror es el rostro de Gilderoy ante lo que ve. Es un personaje pacífico que encontrará en su interior facetas más oscuras. Y es Toby Jones el centro del relato. El actor que compuso a Truman Capote en Infame está omnipresente (cuando no aparece en la imagen, sabemos que lo que vemos, de una manera u otra, está siendo escudriñado por él). Los cinéfilos la disfrutarán doblemente, ya que se echa mano a varios efectos de sonido rudimentarios -desde cortar de un cuchillazo una sandía a encender una licuadora-. Perturbadora, oscura, con una iluminación bien al estilo de los años ’70 con interiores tenebrosos desde lo estético, lo mejor es lo que desvela. No hay muchas propuestas como ésta en los cines de hoy en día.
Un descenso a la locura “all’italiana” El segundo largometraje del cineasta británico desintegra con resultados notables el ethos del cine de horror italiano de los años ’70, con la historia de un sonidista a cargo del audio de un film que comienza a ser dominado por la ficción dentro la ficción. Casi dos años después de su estreno mundial y a un año del paso por la competencia oficial del Bafici (donde obtuvo el premio mayor en la selección internacional), llega finalmente a las pantallas locales el segundo largometraje del británico Peter Strickland, luego de su ópera prima, Katalin Varga. Si aquélla subvertía de manera radical (y resultados heterogéneos) la típica estructura del film de violación y venganza, Berberian Sound Studio desintegra de manera más extrema aún (y resultados notables) el ethos del giallo en particular y del cine de horror italiano de los años ’70 en general. Pero no se trata, de ninguna manera, de “una de terror”. Y no es el único film reciente que vuelve, entre el homenaje vintage y la parodia seria, al peculiar mundo del horror all’italiana, cruza de policial de investigación (donde la identidad del asesino permanece oculta hasta el final del relato), sangrientas escenas de crimen, un estilo que va del pop al neogótico y la posibilidad (nunca la obligatoriedad) de que se sumen al potaje ciertos elementos fantásticos. La dupla franco-belga-italiana integrada por Hélène Cattet y Bruno Forzani, por caso, viene abordando el territorio del giallo de una manera casi fetichista en films como Amer y L’étrange couleur des larmes de ton corps, films que pudieron verse en sendas ediciones del Festival de Mar del Plata. Pero Berberian Sound Studio es otra clase de animal cinematográfico. Ni siquiera es un film de género. El descenso a la locura –por vía de la paranoia– de su protagonista remite a films clásicos como Blow Up y La conversación, aunque aquí la cinefilia entendida a partir de su etimología (es decir, como patología) pone al espectador a tirar los dados en un juego entre lúdico, reflexivo y perverso. Gilderoy, un ingeniero de sonido inglés –extremadamente británico en su moral, sus modos e incluso su forma de vestir– viaja a Roma para hacerse cargo del doblaje y la mezcla de audio de lo que parece un film fantástico bastante pretencioso, un relato de época centrado en la persecución, tortura y asesinato de mujeres acusadas de brujería (todo un género de moda en el cine europeo, allá por fines de los ’60). Precisamente, una de las mejores líneas de diálogo del film es la respuesta de Giancarlo Santini, el autor de la película dentro de la ficción, ante la expresión “nunca trabajé en una de terror”, proferida por Gilderoy con cándida franqueza. Pero el espectador nunca tendrá una idea cabal de cómo se ve The Equestrian Vortex, ya que Berberian Sound Studio no muestra ni una sola de sus imágenes, con la excepción de su secuencia de títulos. Sí se escuchan muchos de sus sonidos: cuchilladas, golpes y gritos. Gritos y más gritos, todos ellos proferidos por anónimas scream queens, auténticas reinas del doblaje. Las únicas imágenes explícitas que pueden verse en la película tienen como objeto de la violencia física a las más diversas frutas y verduras: lechugas, sandías, tomates son rebanados, aplastados y triturados por los técnicos de audio para lograr ese sonido que, por convención, se asemeje a la mutilación de la carne humana en pantalla. Toby Jones, ese eterno actor secundario, es el encargado de darle vida al protagonista, un personaje retraído, inmerso en su mundo de sonidos, cintas y aparatos electrónicos, y es sin dudas uno de los pilares centrales del éxito del film. Perdido en la traducción de las conversaciones cotidianas con sus empleadores y compañeros de trabajo, un tanto sorprendido por las diferencias culturales, el sonidista comienza a ser dominado (¿poseído?) por la ficción dentro la ficción, por el universo sonoro que es, al fin y al cabo, su propia creación. Al mismo tiempo, Berberian Sound Studio va enrareciéndose, tornándose más exuberante y provocadora, por momentos lynchiana, haciendo de las entrañas de una pantalla de cine el imposible útero del eterno doppelgänger. Reflexión sobre el proceso de creación cinematográfico y homenaje indirecto a una manera de hacer cine ya extinta, el de Peter Strickland es uno de los títulos más originales y estimulantes del cine británico de los últimos años.
Los gritos del silencio Gilderoy, un prestigioso ingeniero de sonido interpretado a la perfección por Toby Jones, es invitado a trabajar en un estudio italiano para la grabación y mezcla de los efectos sonoros de una película de la que no conoce prácticamente nada. Un halo de misterio envuelve al lugar y a los personajes que lo habitan. Una vez allí trata de hacer lo que mejor sabe, pese a la burocracia kafkiana y al enrarecimiento lyncheano que se encargan de a poco de erosionar la realidad. Berberian sound studio es un atractivo canto de amor al diseño sonoro en el cine, lleno de guiños al “Giallo”, ese subgénero de cine de suspenso italiano que tuvo su era de gloria en los setenta. Peter Strickland acierta al dotar de una forma estilizada y un clima claustrofóbico a una trama cuyos pliegues recurren al tema del doble, el mítico doppelgänger, para borronear los límites entre la realidad de Gilderoy y la ficción que contribuye a gestar. A fuerza de encanto y cinefilia, obtuvo el premio a la mejor película en la Competencia Internacional del BAFICI 2013. Un Giallo que se impone en el festival más Argento.
No hablaremos aquí de los laberintos referenciales a los que da lugar Berberian Sound Studio por que el catálogo del festival Bafici 2013 ya lo hizo en su momento por nosotros (se menciona a Kafka y Lynch, dos comodines que se pueden aplicar a casi cualquier película incluyendo Te Rompo el Rating con el Gordo Porcel) y ya hemos ido y regresado más de una vez sobre ese tema: Tenemos para nosotros que Amer (2009, Bruno Forzani) hizo algo similar en cuanto a forma y estilo -cargarse la stampa Argento y la psiquiatría musical de Goblin- aunque en ese caso el resultado fuera sorprendente al principio, más o menos lindo hasta la mitad y aburrido de allí en más, ahogándose en un rulo insoportable semejante a una publicidad de Campari ó Gancia Spritz, hoy tan de moda ambos. Berberian Sound Studio nos sumerge en un período de vida cortito pero contundente para su protagonista: Toby Jones, en la piel del sonidista inglés que acepta realizar trabajos de postproducción en un film de trama extraña y asesino fetichista (consideramos que decir "Giallo" es hacerse el cancherito). El estudio donde se desarrollará su trabajo está plagado de hombres cínicos y controvertidos y muchachas altas, extravagantes y con curvas dignas de colapso cardiorrespiratori para cualquier persona, excepto quizá para un sonidista. Jones conmueve a la ampulosa hinchada femenina con su reducida bolsita de trucos (frota una bombita de luz contra un portavinilos 45rpm y genera magia sonora de navecita espacial) pero cuando a las damas se les pasa el pedo él se queda solo y jugando con una araña. La creación de sonidos sigue siendo algo interesante en su concepción y sus primeros ejemplos, para después convertirse en algo rutinario y medio aburrido (tal y como Amer en su totalidad, consultar el primer párrafo). Cuando el oficio de sonorización se retrata de modo gentil y disparatado (como en Track Stars: The Unseen Heroes of Sound, 1979, Terry Burke / Andy Malcolm), este empleo puede resultar maravilloso y efervescente, pero cuando se lo retrata como un método catártico para liberar venenos internos, las cosas empiezan a descolocarse aunque aún exista un atisbo de efervescencia. Amén de resultarnos regocijante, es sumamente injusto que Berberian Sound Studio se empeñe en convertir una sesión de foley en un clip de impulsos propios de un trastornado: Si de sonorizar una vagina penetrada por un hierro al rojo vivo se trata, no te queda otra que meterte tu bonhomía en el tuétano y lanzar un churrasco crudo sobre una sartén caliente, procurando que haya cerca un micrófono direccional encargado de captar el crepitar de los jugos y la carne. Tal vez resultaría más saludable dirigir nuestra mirada condenatoria hacia el reventado que dirigió/escribió la secuencia de la vagina penetrada por el hierro y no tomárselas con un sonidista que hace su trabajo con eficacia al punto de generar odio si se le ocurre sugerir que la ecualización de una escena se encuentra floja de agudos. Lo de advertir flojera de agudos podría interpretarse como el gesto de un imbécil, pero en realidad una escena floja de agudos en un film italiano de trama extraña y asesino fetichista es algo muy malo. Los agudos calan hondo a través de nuestros oídos, nos ofrecen una considerable alteración sensorial y nuestro cerebro puede permitirse el lujo de recibir esos impulsos eléctricos y transcodificarlos en emoción.Así las cosas, y con lo difícil que puede resultar hablarles de agudos a los productores que sólo quieren cogerse a las actrices, Jones debe realizar su trabajo sumergido en un ambiente poco competitivo pero sí profundamente hostil. Acostumbrado a sonorizar obras audiovisuales más serenas (documentales sobre la campiña inglesa), este empleo supone su primer aproximación a aquél cine italiano donde las damas sufren vejámenes horribles. Por alguna razón (creemos que por ósmosis sonora) Jones comienza a sentirse mal y a tener pesadillas extrañas. La obra lo cubre de oscuridad y alucinación. Nosotros, como espectadores, nos sumergimos en su mambo por obra y gracia de la banda sonora diseñada por Joakim Sündstrom -que ya nos mostró su muñeca en el documental The Shock Theory- y esperamos una explosión que nunca llega pero que nos mantiene en sedado vilo hasta el final, tal y como aquéllos films que BSS intenta homenajear y/o condenar. No adelantaremos el descenlace -de haberlo- pero lo que haremos es asegurar que Berberian Sound Studio contiene escenas muy didácticas a través de las cuales podemos observar lo que parecían ser las sesiones de doblaje de aquéllas películas: Un ejercicio de tortura y violación hecho y derecho, al menos según el prisma moralizante del inglés Peter Strickland, ciudadano del hermosísimo país que parió a Jack el Destripador, el lacerador de úteros más reconocido del universo. Esperaremos en vano una respuesta italiana a la denuncia implícita en BSS.
Thriller onírico e inquietante Son múltiples y de diverso tipo las referencias que un cinéfilo puede encontrar en Berberian Sound Studio. En esta hiperestilizada película del inglés Peter Strickland (la segunda de su carrera, luego de Katalin Varga, de 2009), que ganó el premio mayor del Bafici el año pasado y fue también una de las grandes triunfadoras de los British Independent Film, hay en principio un homenaje explícito a un subgénero que tuvo su momento de gloria en los 70 y los 80, el giallo, combinación de thriller con historias de terror que tuvo en los italianos Mario Bava, Lucio Fulci, Sergio Martino y Darío Argento a sus nombres más notables. El protagonista del film es Gilderoy (gran trabajo de Toby Jones, también un Capote cinematográfico mucho menos popular que el del recientemente fallecido Philip Seymour Hoffman), un retraído ingeniero de sonido inglés que viaja a Italia para terminar la mezcla y edición del sonido de un misterioso e inquietante film titulado The Equestrian Vortex, dirigido por un realizador díscolo y con aires de playboy. Para Gilderoy, la experiencia es, como mínimo, incómoda: en ese exótico estudio de grabación se sentirá atrapado por una burocracia insólita, será asediado por mujeres con look de vampiresas que allí son víctimas de un afiebrado machismo y sufrirá un trato a veces distante y otras directamente desconcertante de un puñado de personajes que le plantean exigencias profesionales con la fijación del psicópata. Pero lo que resalta en la película, más allá de su argumento pequeño, sin mucha evolución dramática y con una resolución débil que parece citar a Demons, de Lamberto Bava (hijo de Mario), es la meticulosidad y la pericia con la que Strickland construye ese universo poblado de consolas, cables, paredes acolchadas, micrófonos, magnetófonos de bobinas y viejos auriculares que remite a una manera de hacer cine que quedó anclada en el pasado. En ese sentido, son claves los trabajos de Nic Knowland (especialmente sus magníficos contraluces) en la fotografía y Joakim Sündstrom en sonido. Son ellos los que colaboran a crear ese ambiente onírico de una película que, al tiempo que dialoga con obras maestras como La conversación y El fotógrafo del pánico, tiende un puente hacia Mullholland Drive, de David Lynch, con el también valioso aporte de Broadcast, pilar de la electrónica británica de la década pasada desmoronado en 2011 con la sorpresiva muerte de la cantante Trish Keenan. Confesos fans de Katalin Varga y de Cathy Berberian, una mezzosoprano estadounidense que trabajó muchísimo para derribar barreras entre música clásica y popular e inspiró obviamente el nombre del film, los Broadcast filtran en su banda de sonido los ecos del espectral Ennio Morricone de Teorema (Pasolini) y parte del sugestivo carácter de la música que Nicola Piovani compuso para algunas películas de Fellini.
El pánico tiene sus sonidos Peter Strickland, consigue un thriller de un inusual atractivo, en el que mezcla recursos del humor negro y del absurdo, para homenajar a uno de los maestros del cine de terror italiano, el director y guionista Darío Argento, el creador de "Suspiria". Algunos de los secretos de cómo se manipula al espectador a través del sonido de una película de terror, son revelados en este interesante thriller psicológico, que ganó el premio a la mejor película en el Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente (Bafici), de 2013. "Berberian Sound Studio" propone un misterioso relato, cuyo entramado de escenas terminan atrapando desde el primer instante, a través de una historia que sigue los pasos de Gilderoy (Toby Jones) un técnico de sonido inglés, que viaja a un conocido estudio de grabación de Roma con el fin de elaborar la banda sonora de la nueva película de un realizador italiano llamado Giancarlo Santino (Antonio Mancino). UNA SORPRESA La sorpresa del especialista inglés, cuando llega a Italia, es que por primera vez va a musicalizar un filme de terror y sexo clase B, lo que termina provocando en él un estado de extraña inquietud, que por momentos lo lleva a confundir la realidad con la ficción. A medida que avanzan los días Gilderoy se siente más perturbado, no solo por el maltrato que recibe por parte de la recepcionista, Elena (Tonia Sotiropoulou), quien se niega a pagarle su boleto de avión sino también por Francesco (Cosimo Fusco), el impaciente productor. La película del inglés Peter Strickland va a despertar interés en los amantes de las muchas curiosidades que ofrece el cine, porque en esta historia, a través del trabajo de Gilderoy y de sus peripecias para crear una banda sonora que no es demasiado de su agrado, se muestra la trastienda de los efectos especiales. SECRETO REVELADO En esa desmitificación de cómo se crean los distintos sonidos de un filme de terror, el espectador puede observar cómo la manipulación de una planta de rabanitos, es capaz de provocar el efecto de arrancarle la cabellera a una mujer. O como el partir sandías mediante un certero golpe de martillo, puede despertar escalofríos por el efecto que se logra. Estos trucos mostrados a la cámara, resultan de un pintoresco interés, porque a nadie se le ocurriría pensar que zapallitos y repollos, o el sonido de freír carne en una sartén, pudieran transmitir sensaciones inquietantes. Peter Strickland, consigue un thriller de un inusual atractivo, en el que mezcla recursos del humor negro y del absurdo, para homenajar a uno de los maestros del cine de terror italiano, el director y guionista Darío Argento, el creador de "Suspiria". Con logrados climas de suspenso que se sostienen a través del empleo de la luz y los ángulos de cámara, sumado a las muy logradas actuaciones de Toby Jones, Giancarlo Santino, o Tonia Sotiropoulou, es un filme que se ubica dentro del género de terror, contado con originales recursos de guión y de puesta en escena.
Una ingeniosa pesadilla con muy buenos actores Aquí sí hay algo totalmente nuevo. Nunca a nadie se le habia ocurrido hacer una película de cine dentro de cine sobre la postproduccion de sonido de un film (lo más parecido a esto sería "Blow out: el sonido de la muerte" de Brian De Palma, aunque en realidad tenía más que ver con un sonidista que con un film en particular). Y lo que hace que este asunto raro y técnico cobre más interés es que el film que está en etapa de mezcla y postproducción sonora es uno de terror italiano de principios de los 70. Toby Jones (que tambien aparece en el reparto de "Capitán América: el soldado de invierno") es un ingenuo ingeniero de sonido inglés que viaja a Italia contratado para mezclar un film de un cineasta estrella que asegura que lo suyo es cine de autor , no de terror. El inocente protagonista que creyó que iba a trabajar en un film de carreras de caballos o algo así, dado que el título italiano incluía la palabra "Ecuestre", ve cómo el primer efecto de sonido que hay que grabar es el de cabezas y huesos quebrados logrados dándoles a sandías con un mazo, detalle que lo perturba bastante. Pero mucho más lo perturba el detalle de no lograr que le reembolsen su ticket del viaje de avión desde Inglaterra, trámite que se va convirtiendo cada vez en una misión tan kafkiana como todo lo que le pasa al pobre técnico inglés que de buenas a primeras está metido hasta el cuello en una pesadilla italiana. "Berberian Sound Studio" es un film muy ingenioso, que logra sacar el máximo de un presupuesto mínimo, con muy buenos actores (empezando por Toby Jones, que realmente se luce) y muy buenas ideas para mezclar el terror de la película dentro de la película con lo que le pasa a sus protagonistas, recurso un tanto obvio pero que es lo que permite sostener durante una hora y media una trama centrada básicamente en un estudio de sonido de los años 70. Digamos que como película de "cine dentro del cine" es más eficaz que como film de terror, aunque el resultado tampoco está del todo mal en este sentido.
Sonidos rojos Gilderoy (Toby Jones) es un tímido y correcto ingeniero de sonido inglés que llega a un estudio italiano para trabajar en una película. Desde el momento en que entra al estudio parece estar entrando a otra dimensión, todo colabora a que se sienta ajeno y extraño; el idioma, la mala actitud de sus compañeros, la atmósfera bizarra del lugar y, para colmo, la película en la que debe trabajar: un film de terror clase B, género en el que nunca ha trabajado, y que instantáneamente asociamos -por ejemplo- con los filmes de Dario Argento. Gilderoy ecualiza y mezcla sonidos en un estudio en el que desde una pequeña cabina las actrices gritan hasta perder la voz, y los empleados destrozan frutas y crean gruñidos. Tenemos pistas, sabemos de qué se trata la película, pero nunca vemos ni un solo fotograma, el que ve todo es Gilderoy quien aislado en su mente comienza a evadirse del lugar que lo rodea, perdiendo contacto con la realidad. La actuación de Toby Jones es excelente, como ese introvertido y eficiente sonidista al que la adversidad y la locura parecen devorarlo de a poco, y el otro gran protagonista es el sonido, el que se encarga de contarnos todo lo que no vemos, el que parece entrar en la mente de Gilderoy y sumergirlo en un universo surrealista, mezcla de Argento y David Lynch. Con una estética de colores cálidos, donde predomina el rojo, como si la cinta no fuera de buena calidad, este thriller ofrece algo diferente, crea un clima denso que nos envuelve, y nos deja crear en nuestra mente las imágenes que no vemos, igual que el protagonista.
Llena de referencias cinéfilas El tímido y apocado ingeniero de sonido Gilderoy (gran trabajo de Toby Jones), llega desde Inglaterra a Italia para trabajar en el estudio de Giancarlo Santini, un director de películas de terror de bajo presupuesto en la década del '70. En ese universo saturado de personajes desaforados, en un ambiente que no logra comprender y en el que definitivamente se siente incómodo, fuera de lugar, Gilderoy tiene que luchar contra la antipatía de los compañeros, el idioma y una manera de hacer cine que lo sorprende y que, por supuesto, reprueba. Pero, además, lo que sucede en el estudio comienza a alterar al protagonista, capas y capas de sonido de miembros cercenados, gritos de terror y sangre goteante hacen que el relato tome otra densidad, donde la realidad se percibe por las sensaciones de Gilderoy. Ganadora de la Competencia Internacional del último Bafici, Berberian Sound Studio es una película con múltiples referencias cinéfilas, desde títulos como Blow Up (Michelangelo Antonioni) y La conversación (Francis Ford Coppola), un arco de autores que incluye a Darío Argento pero también a David Lynch y también la revisión homenaje al "giallo", el mítico género italiano que combinaba el terror y el thriller a partir de historias tomadas de novelas baratas. En la primera parte del relato Peter Strickland (Katalin Varga, no estrenada comercialmente en Argentina) conforma una puesta en donde ese mundo extraño sólo tiene sentido para el protagonista cuando se concentra en su oficio, utilizando todo su ingenio para dotar de realismo a las escenas de horror, ayudado por verduras que son concienzudamente aplastadas para darle sonido a las acciones espeluznantes que se desarrollan en la sala de edición, un homenaje a los artesanos de sonido en el cine que también apunta al espectador, lo prepara para una segunda parte donde Gilderoy se sumerge en un universo más denso, lynchiano, de percepciones subvertidas, todo un desafío para descubrir y experimentar.
Una película distinta, fascinante, premiada (la mejor para el Bafici del año pasado), que es un homenaje al cine de terror italiano, el giallo, pero también, a la artesanía en el género, con sonido analógico, donde los efectos se lograban de las maneras más risibles e impresionantes. Pero en ese estudio, el experto protagonista, un perfecto Toby Jones, se siente inhibido por el director, el productor, las horribles condiciones de trabajo, las obsesiones propias y ajenas que crean también un clima de miedo.
Rojo profundo De vez en cuando ocurren milagros, como el estreno comercial de este film inglés, ganador del Bafici 2013. Coproducida por BBC4 y el sello Warp, dueños de un catálogo innovador que incluye cortos experimentales y films como Kill List, Berberian Sound Studio es la clase de película que amerita más de una reproducción por sus niveles de significado. Gilderoy, un ingeniero de sonido inglés, llega a un inhóspito estudio italiano, con ecos al hotel de El resplandor, para grabar el audio de un film de horror sanguinario, lo que en los setenta se conoció como giallo. Nadie dice que estamos en los ’70 pero Peter Strickland, el director, bombardea símbolos como un publicista feroz, desde referencias al estilo que encarnó Profondo rosso, de Dario Argento, hasta los más diversos grabadores y reproductores de cinta abierta. Tímido y retacón, el ingeniero se aterra desde el inicio al enterarse del macabro film que va a realizar y con el maltrato de Francesco, el productor, y su entorno. Luego llega Santini, el director, que juega el rol del psicópata bueno y Gilderoy se ve forzado a apuñalar repollos mientras contempla una masacre de brujas en The Equestrian Vortex, un film del que sólo vemos los títulos. En un nivel, Berberian… muestra el choque cultural de italianos tiranos e ingleses reprimidos (“ustedes, ingleses, siempre escondiéndose”, reprocha condescendiente Santini a Gilderoy), en otro intercala la herencia italiana del gore con la tradición satánica inglesa y los experimentos sonoros del BBC Radiophonic Workshop (Strickland conoce tanto de imagen como de sonido y se apoya en una banda sonora de gente igualmente experimentada, con contribuciones de Broadcast, Steven Stapleton y el sello italiano Alga Marghen). Esta confrontación de identidades tiene su colofón en la última recta del film, donde Strickland mecha Polanski en estado puro con Blow Out de De Palma, un homenaje explícito en un atentado al estudio y en el doblaje de mujeres que gimen mientras deben gritar como brujas (el título es otra alusión: a la cantante Cathy Berberian). Es un verdadero enigma que tanta maestría no haya tenido su correspondiente final. Pese a todo, se trata de un film imperdible, un milagroso diamante en la cartelera porteña.
GRITOS Y SUSURROS “Un mundo de sonidos le espera”. Con esa frase recibe Francesco, un productor, al inglesito Gilderoy, prestigioso sonidista que acaba de llegar a Italia para trabajar en el giallo (subgénero del cine de terror) titulado “El vórtice escuestre”. Y es esa misma frase la que resume la quintaesencia de “Berberian Sound Studio”, con todo lo bueno y lo malo que supone que lo mejor de una película sea su sonoridad. El segundo largo de Peter Strickland es un ejemplo de autoconciencia, una reflexión sobre el mundo del cine que revela los mecanismos que posibilitan su “magia”. Así, se podrá ver cómo el detrás de escena de un ahorcamiento es un mero rabanito que se parte en dos. O cómo un repollo acribillado se traduce en las heridas que recibe una mujer. La acción transcurrirá en este ida y vuelta entre el giallo y “Berberian…” Gilderoy, y el espectador, sufrirán una escalada de desconcierto hasta que los límites entre la realidad y la ficción se vuelvan difusos y la única certeza sean los ecos, los gritos, los susurros. Toby Jones (el Truman Capote de “Infamous” y quien le puso la voz al elfo doméstico Dobby en la saga del mago Potter), un prodigio a la hora de demostrar el temperamento inglés, andará como barco a la deriva entre los burdos italianos. Su gestualidad y una lograda atmósfera tan kafkiana como surrealista serán los aspectos más sobresalientes del film que, muy a su pesar, se extiende hasta los 92 minutos. “Berberian Sound Studio” grita que el cine es siempre un ejercicio de manipulación. La idea es válida pero esto no se trata de un ensayo ni de un cortometraje. La mejor película de la competencia internacional del BAFICI 2013, también premiada en Sitges y Locarno, juega todas sus cartas en los primeros minutos. Su extensa, extensísima segunda mitad es simplemente más de lo mismo. “Esperaba un final más digno”, dice una de las que actrices que escucha cómo su personaje llega a su fin cuando una sandía cae al suelo. A la película de Strickland le cabe exactamente el mismo comentario.
Profondo Rosso El cine italiano tuvo una importante influencia sobre la cinematografía mundial desde el neorrealismo, a mediados de los años ’40 con Vittorio De Sica y Roberto Rossellini como principales exponentes, pasando por el surrealismo fellinesco, la comedia alla italiana de Risi o Monicelli, el spaghetti western en los ’60, la polémica obra de Pasolini, los melodramas de Visconti y finalizando la etapa de oro de Cinecittá – las magistrales estudios que tuvieron a Carlo Ponti, Alberto Grimaldi y Dino de Laurentis como máximos representantes de la explosión internacional de estos realizadores – a los hoy veteranos Ettore Scola y Franco Zeffirelli. Sin embargo, dentro de esta maravillosa última etapa hubo un grupo de rebeldes que se animaron a cambiarle el rostro al género policial: Mario Bava, Lucio Fulci y principalmente, Dario Argento, se encargaron de horrorizar las salas de todo el mundo con el famoso Giallo Italiano que derivó al cine clase B y de ciencia ficción más sangriento y visceral que se haya hecho hasta el J-Horror. El joven realizador británico Peter Strickland decide rendir homenaje al Giallo y al trabajo de los estudios Cinecittá con el thriller psicológico Berberian Sound Studio. La película es una pieza casi teatral, que sucede exclusivamente en el estudio que da nombre al film. Ahí se está realizando las post producción sonora de un típico Giallo que tiene todos los ingredientes del cine de estas características: sangre, gritos, vísceras y doblaje de voces. Para ello, el productor del film acude al ingeniero de sonido Gilderoy – impresionante trabajo de Toby Jones – un pequeño hombrecito británico, cuyos elegantes gestos, mínimas formas de expresarse, humildad y seriedad con el trabajo, contrastan con las violencia y la verborragia de los italianos, que además son bastante desprolijos y primitivos en su manera de trabajar. Gilderoy debería solo supervisar la mezcla de sonido y la mezcla de voces, pero se empieza a involucrar también en la realización de efectos, ser testigo de la grabación de la banda sonora, los conflictos entre el productor y sus actrices, y la ausencia del misterioso director de esta horrible película. Pero sobretodo lo que le preocupa a Gilderoy es que no le pagan y lo tienen encerrado en habitaciones sin notificarle cuando va a terminar su trabajo y cuando le van a pagar por ello. Strickland crea un clima opresivo y claustrofóbico. Durante la primera hora, el film se construye desde el ojo realista del protagonista, y entre el homenaje y la sátira se expone la naturaleza de los británicos contra los italiano. Sin embargo, más allá de esto, también queda expuesta el trabajo de un ingeniero sonoro, muchas veces olvidado e ignorado de los créditos de post producción de los films. Mientras que los productores, directores y actores son, la mayoría de las veces, los principales exponentes del mundo del cine, los ingenieros técnicos pasan a un segundo plano. Strickland, con mucha ironía, rescata el meticuloso trabajo del mezclador de sonido y analiza su función a la hora de realizar cualquier film (acaso solo DePalma en Blow Out o Hernán Godfrid en Música en Espera lo tienen en cuenta). Sin embargo, a medida que avanza la historia, se va tornando más pesadillesca. Como una obra lynchiana, el espectador empieza a dudar sobre la realidad y el punto de vista del personaje. Haciendo uso del recurso de fuera de campo, el sonido en off, vinculado a la mirada de los protagonistas, adquiere un foco especial. Nunca vemos el film en cuestión y lo que nos llega son reflejos. Teñida de humor negro, el film en su última media hora empieza a tomar formas más plásticas. Strickland decide experimentar con las alucinaciones del protagonista para no volver más al mundo real. Berberian Sound Studio es una experiencia por demás interesante. Acaso su lenta aproximación al climax y algunas divagaciones entorpecen el relato, densifican innecesariamente al film, y su media hora final roza el surrealismo de manera exagerada. Pero la sólida interpretación de Toby Jones, con sus ojos chiquitos, su mirada expectante, su tartamudeo y delicadeza permite, junto con el inquietante y perfeccionista trabajo de la fotografía – ambientes claroscuros rodeados de sombras – y de sonido ya mencionados, que este segundo trabajo cinematográfico de Peter Strickland se disfrute en su totalidad. Los fanáticos del Giallo adorarán la banda sonora y un pequeño homenaje a la banda de culto Goblin, que musicalizó gran parte de la filmografía de Argento.
Una película distinta, que empieza de una manera (con un relato lineal y tradicional), pero que termina expresando una ambigüedad muy interesante. Una propuesta muy bien actuada. Un inteligente homenaje al cine de terror italiano.
Una película miedosa En su crítica sobre Tan cerca como pueda, Mex Faliero señalaba cómo sólo gracias a las gacetillas, las sinopsis y las explicaciones de los directores podemos llegar a tener una mínima idea de lo que películas como esa nos quieren decir, porque ante lo que estamos es frente a obras con un gran miedo a narrar o con anécdotas en extremo pequeñas, que pretenden salir a flote con la típica prepotencia filosófica que siempre es bien recibida en los circuitos intelectuales y festivaleros. Bueno, la crítica argentina a veces desempeña un papel similar a las gacetillas: uno tiene que usarlas como manual de instrucciones para seguir las pistas de lo que quieren transmitir determinados films que hacen de lo críptico un concepto supuestamente atrayente, cuando en verdad es todo lo contrario. Mucho de esto sucede con Berberian Sound Studio, ganadora de la competencia internacional de la edición del BAFICI del año pasado. Se han dicho muchas cosas sobre la segunda película de Peter Strickland: que no es tanto un film de terror sino sobre cómo se construye un film de terror; que sus climas remiten al cine de Michael Powell, David Lynch o Brian De Palma; que hace recordar a clásicos como Blow up o La conversación; que es un gran homenaje a diversos exponentes del giallo, como Darío Argento, Mario Bava o Lucio Fulci; que es una lúcida reflexión sobre una manera de hacer cine ya extinta; y un largo, larguísimo etcétera. Pero lo cierto es que esta historia centrada en Gilderoy (Toby Jones), un ingeniero de sonido británico, tímido y hasta algo ingenuo, que en los setenta es contratado para trabajar en un estudio en Roma, en el doblaje y la mezcla de audio de una ambiciosa película sobre la persecución y asesinato de mujeres acusadas de brujería, y que va siendo absorbido por la ficción dentro de la ficción, hasta no distinguir entre los diversos planos de la realidad, tiene poco y nada de lo antes mencionado. Berberian Sound Studio es en verdad una película para leer acerca de ella, no para verla. No hay climas inquietantes y/o desestabilizadores, no hay un conflicto explotado al máximo de su potencial y la virtud inicial de apostar al poder del sonido de los gritos, los cortes, los crujidos o puñaladas, quedando las imágenes de la película en fuera de campo, termina convirtiéndose en defecto mayúsculo: hasta dan ganas de pedirle a Strickland que muestre algo, que no sea cobarde y nos permita ver la sangre y las tripas, la materia orgánica que compone las imágenes. Pero no, el realizador es tan pero tan sutil, tan invocador, tan intelectual a la hora de abordar el contacto con un género que se cimentó a partir de la exhibición extrema de los cuerpos, que elige quedarse concentrado en el rostro y la mirada de Gilderoy, y al espectador al final no le queda nada para observar. Pero nada en serio, porque eso que está ausente jamás consigue hacerse presente a través de su ausencia. No hay elementos, personajes, una narración, un relato palpable al cual aferrarse. Así, el film no tiene algo realmente cinematográfico que ofrecer, excepto un conjunto de timoratas reflexiones. Frente a tanto fuego de artificio por una película irrelevante como Berberian Sound Studio, que pretende hablar sobre determinados miedos pero a la hora de los bifes es muy miedosa, me permito recordar que John Carpenter -por citar apenas un ejemplo- viene trabajando la cuestión de la mirada o los cruces entre la realidad y la ficción desde hace un rato largo. Y no tiene miedo de mostrar, de tirarnos las imágenes por la cabeza cuando realmente hace falta, porque sabe que en ciertos momentos el fuera de campo es sólo una forma de huida. Para muestra, vean Cigarette burns o En la boca del miedo, dos obras tan valientes como aterradoras. Ese es el miedo que necesitamos, el que se hace cargo de verdad de lo que quiere contar. Aprendé de ese director Strickland, no seas miedoso.
Un hombre (ese gran actor que es Toby Jones, a quien también, cosa curiosa, “se escucha” en Capitán América) debe editar los efectos sonoros de un film de terror en un tenebroso estudio italiano. Pero esos sonidos terroríficos habrán de apropiarse de sus horas lúcidas y, poco a poco, embrujando al estudio y sus habitantes. En primer lugar, Berberian... es un film de terror hecho y derecho, donde lo sobrenatural cala hondo y provoca un miedo que va mucho más allá del efecto especial (el detalle de utilizar el sonido como vehículo es notable). Luego es, más que homenaje, una puesta en valor del “giallo” italiano, ese género alguna vez despreciado pero nunca reivindicado como corresponde. Y, por último, un solo de actuación de Mr. Jones, que con su rostro y cuerpo tan especiales sabe representar -y hacernos creer- en el horror más puro. Que además se trate de una película muy original le ofrece un plus notable. De paso, si quieren saber para qué sirve el Bafici, véanla: salió de esa enorme e internacional cantera.
La técnica como horror. El cine es un arte y una industria que implica una serie de habilidades y técnicas: de observación de detalles que definen su espíritu. La técnica como conjunto de procedimientos artificiales define al arte como representación y al cine como una forma de ficcionalizar la realidad o representarla, transformando la realidad y la percepción en el proceso, borrando así los límites entre ambas. Berberian Sound Studio es la segunda película de Peter Strickland, el guionista y director inglés. Mientras que en su ópera prima, Katalin Varga, indagaba sobre la venganza, aquí analiza la relación entre los artistas y la técnica a partir de la figura del ingeniero de sonido, una pieza clave en la construcción de un film. Así las cosas, un afamado ingeniero de sonido, Gilderoy (Toby Jones), es contratado para participar de un giallo en la década del setenta basado en la historia real de unas mujeres acusadas de brujería, torturadas y asesinadas en la Edad Media. El hosco, taciturno e inseguro ingeniero se entera del carácter de terror de la película apenas arriba al Berberian, un famoso estudio de sonido equipado con todos los avances de la época. Durante la grabación de las cintas de sonido y los efectos de El Vórtice Ecuestre, Gilderoy debe soportar la prepotencia y la arrogancia de Francesco Coraggio (Cosimo Fusco) y Giancarlo Santini (Antonio Mancino), productor y director respectivamente, mientras su silencio lo convierte en confidente de las intrigas y el enfado de la voluptuosa protagonista, Silvia (Fatma Mohamed).
El Grito Hacia 1892 Evdard Munch escribió en su diario: “paseaba por un sendero con dos amigos -el sol se puso-, de repente el cielo se tiñó de rojo sangre, me detuve y me apoyé en una valla muerto de cansancio -sangre y lenguas de fuego acechaban sobre el azul oscuro del fiordo y de la ciudad-, mis amigos continuaron y yo me quedé quieto, temblando de ansiedad, sentí un grito infinito que atravesaba la naturaleza.” Dos años antes, a su hermana le diagnosticaron un trastorno bipolar y fue internada en un hospital psiquiátrico. Y veinte años antes de eso, su madre y una hermana más pequeña morían de tuberculosis, a la vez que el trato con su padre empeoraba paulatinamente. A mediados de 1893 Munch exhibió por primera vez El Grito (Skrik), una pintura que mostraba a un hombrecito gritando, con un cielo rojizo de fondo y unos sujetos indefinidos detrás de él. Al día de hoy las conjeturas al respecto del motivo del grito siguen siendo eso mismo, puras especulaciones sin un sustento real, pero podemos intuir que la pintura responde al orden de la situación emocional de Munch. Pero también resulta curioso pensar que ese grito, al estar representado gráficamente, es un bramido mudo, sin sonido, por lo que se puede deducir que es una exclamación sin cuerpo, una queja ahogada, acallada, las ganas de pedir ayuda desesperadamente pero sin poder decirlo en voz alta, mirando fijamente al espectador. Gilderoy (Toby Jones) bien podría ser el sujeto retratado en el cuadro de Munch. Es un pequeño hombre gris, sin carácter, tímido, pero que lentamente se irá sumergiendo en sus propias fantasías y delirios reprimidos. Pero antes (siempre hay un antes) habrá un espacio, personajes y un conflicto. Y sonidos, que serán el detonante de ese grito mudo. Gilderoy, ingeniero de sonido de películas, es convocado al estudio Berberian Sound en Italia (donde toda la historia se desarrollará) por el productor Francesco Coraggio (Cosimo Fusco) para trabajar en la última película de Giancarlo Santini (Antonio Mancino), “El Vórtice Ecuestre”, película ficticia dentro de la película real cuya secuencia de créditos es recreada completamente en violentos rojos y negros al comienzo del film. Gilderoy, siendo muy hábil en su especialidad pero reservado hasta límites exasperantes, se deja manipular por el inescrupuloso productor y el libidinoso director, sumiéndose lentamente en una espiral opresiva y pesadillesca impulsada, mayormente, por las sugestivas imágenes violentas del film sobre el cual están trabajando y que, decisión nada casual, el espectador jamás verá. Vale aclarar aquí que la fantástica y desconcertante Berberian Sound Studio transcurre en los setentas y es un homenaje a las películas de terror italianas, al giallo más precisamente, y a sus directores, Mario Bava, Darío Argento, Lucio Fulci y tantos más. Pero el homenaje no recae tanto sobre el género o los nombres ilustres sino sobre una de las tantas características esenciales de este tipo de películas, esto es, sobre el doblaje en estudio (esto se debía, generalmente, porque muchos actores no eran necesariamente italianos, sino que provenían de todas partes de Europa) y la recreación completa de los sonidos (el tratamiento o la reconstrucción de sonidos en estudio se llama “foley”; en los años setentas, en Europa, era una técnica bastante común porque aún no estaba desarrollada o era muy costosa la tecnología necesaria para capturar sonido ambiente o directo). La película carece de música extradiegética, todo proviene del material que se está trabajando y perturbadoramente los audios se irán filtrando en la cabeza de Gilderoy, despertando sensaciones reprimidas y ocultas. Digamos que los gritos de las actrices, repetidos una y otra vez, casi como si se tratasen de una especie de mantra o de grito primario inquietante, encuentran la forma de llegar a la torturada mente de Gilderoy, llevándolo a un viaje enrarecido donde la ficción y la realidad se confunden, con ecos de Mullholland Drive e Imperio de David Lynch y de La Conversación de Francis Ford Coppola. Es que Gilderoy carga con sus propios demonios y traumas personales (mantiene una relación epistolar misteriosa, cuando no sospechosa, con su madre) y una vez sumergido en ese terreno de confusión y turbación se verá (y lo veremos) como el personaje de Munch, gritando, solo, y, paradójicamente, sin emitir sonido alguno.
Gran film inglés. Una bella obra de Peter Strickland que homenajea al cine en sí mismo, a su función de entretenimiento y su confección artesanal.
Berberian Sound Studio es un filme de terror que trabaja sensiblemente con el sonido para crear su atmósfera inquietante. Ver en el cine es inevitable. Todos aprendemos a mirar porque el sentido de la vista define y predomina en nuestra percepción; el cine reproduce e intensifica la condición óptica de los hombres; además, reconocer el ABC de la gramática cinematográfica no requiere la misma dedicación que entender los postulados básicos de la mecánica cuántica. Escuchar en el cine también es inevitable, pero no todos sabemos escuchar. Berberian Sound Studio, más allá de su trama y homenaje cinéfilo al giallo (un subgénero de cine de terror italiano) funciona como una pedagogía meticulosa sobre la construcción poética del sonido en el cine. El segundo filme de Peter Strickland podría verse con los ojos cerrados. Un ingeniero de sonido inglés llamado Gilderoy viaja a Italia para trabajar en el acabado sonoro de un filme de terror. Ese país extranjero, como la película que Gilderoy viene a sonorizar, permanece en un total fuera de campo. Lo único visible es el estudio Berberian, que se parece a un castillo kafkiano en el que se practica una burocracia ligeramente autoritaria y ostensiblemente patriarcal. La atmósfera ominosa también puede remitir al universo del Conde Drácula. Pasará un buen rato hasta que Santini, el director del filme en cuestión, aparezca en escena. Su semblante es misterioso. No tiene colmillos, pero a juzgar por su acecho permanente a las actrices que ponen la voz en su película, ellas no están lejos de ser víctimas de un monstruo. Que el filme transcurra prácticamente en el estudio de sonido italiano sugiere que el ingeniero Gilderoy no solamente es un extranjero en un mundo lingüístico ajeno sino casi un prisionero. Desde el momento en el que llega, la distancia y la sospecha definen las relaciones entre él y el resto del personal. Frente a cierta discrepancia estética sobre la película en la que trabaja, el productor demanda su profesionalismo; un comentario negativo de Gilderoy sobre el género del filme despierta la ira de Santini: "No es una película de terror. Es una película de autor". Como sucedía en Figner: el fin de la era del silencio (2006), una película poco conocida de Nathalie Alonso Casale, Strickland revive una tradición extinta del trabajo sonoro en el cine. El ingeniero de sonido Gilderoy representa esencialmente al "foley", quien solía encargarse de grabar sonidos en sala para las escenas. Recordemos que el sonido directo es tardío en el cine, pero incluso así ¿cómo grabar el audio de un puñal atravesando la carne? Despedazando un repollo a cuchilladas, por ejemplo. Uno de los placeres inesperados de la película reside en constatar la creación de una realidad sonora a partir de elementos culinarios. El trabajo artesanal sobre el sonido en la era analógica era un formidable ejercicio de sustitución e imaginación. Imperceptiblemente, Berberian Sound Studio se convierte en los últimos 30 minutos en un filme de terror psíquico, más cerca del cine de David Lynch que de los popes del género giallo, como Argento y Fulcio. Más que a brujas y demonios, el enrarecimiento de la trama responde al los fantasmas edípicos que amenazan la estabilidad psíquica del personaje. Cuando sonido e imagen se sincronizan por completo la descomposición psíquica del buen Gilderoy es irreversible. El terror siempre comienza en nuestra mente.
A diferencia de otras ramas del arte, el cine se hace con máquinas. Las imágenes y los sonidos se registran o se construyen con máquinas y, cuando están listos, se reproducen con máquinas. La mediación, ya sea analógica o digital, es inevitable. Esta afirmación implica, por extensión, que siempre hay una voluntad que decide desde cuándo y hasta cuándo la máquina filma, graba o registra. Siempre hay, para ser más concretos, un camarógrafo o un sonidista. Berberian Sound Studio gira alrededor del segundo de estos roles, un sonidista llamado Gilderoy, interpretado por Toby Jones, que debe crear los efectos sonoros para una película de terror italiana. La manera de caminar, de hablar y de mirar que tiene el protagonista lo alejan de cualquier figura heroica: no genera miedo, lo padece. Sólo se lo puede ver bien plantado frente al productor, al director o a los actores cuando se sienta en la consola o cuando está rodeado de las máquinas que le permiten hacer su trabajo. La película se sitúa en los años setenta, un momento en el que la tecnología todavía era analógica, las máquinas eran grandes y hacían ruido. La cámara de Peter Strickland potencia esta circunstancia: las cintas de grabación, las perillas, los micrófonos y hasta los insólitos elementos que sirven para generar efectos (incluyendo una amplia variedad de verduras y frutas), trazan un recorrido visual que se impone. La primacía del sonido, sin embargo, no existe sólo en el mundo de El vórtice ecuestre, la película que están creando. El despliegue de profundidades sonoras genera un clima denso, cercano al cine de David Lynch, que encuentra anclaje en el cuerpo distante de Toby Jones. Rara vez se pueden ver las escenas de la película para la cual Gilderoy está trabajando. El sonidista mira la pantalla, con un cuchillo y un repollo en la mano, y espera la señal para ejecutar. Toda la dinámica parece apuntar, de manera directa, hacia la paradoja fundamental que está en la base de nuestra relación con el cine: sabemos que lo que está frente a nuestros ojos es un artificio, una mentira, pero una parte de nosotros elige creer. En Berberian Sound Studio la invitación es extrema, porque sólo vemos las costuras, el proceso a partir del cual se construye la película. Ganadora de la Competencia Internacional en el XV BAFICI, la segunda película de Peter Strickland demanda una disposición inusual: lejos de la interpretación, lejos de las respuestas, lo que queda es una experiencia sensorial, nada más ni nada menos.