Camino a la Paz es una road movie y opera prima de Francisco Varone. Con Rodrigo de la Serna como protagonista siempre existe la promesa de que estamos ante una buena película. ¿Alcanzará para llegar a buen puerto? Rock n’ roll y nada más Sebastian, es un roquerito, vago, desempleado, que por alguna extraña razón está de novio con una piba oficinista, detallista y tranquila. Primera pareja despareja de la historia. Deciden mudarse y Sebastian elige su nuevo hogar solo basándose en que este tiene una parrilla. Su novia tan solo quiere un hijo, pero Sebastian está muy lejos de una responsabilidad como esa. De hecho está lejos de cualquier tipo de responsabilidad. Por otra parte el teléfono de este nuevo hogar no para de sonar, con gente llamando a una remisería que evidentemente supo funcionar allí en algún tiempo pasado. Tras varios chistes y gastadas telefónicas, la situación de la pareja tendrá un giro cuando echen del trabajo a su novia y ambos se encuentren desempleados. Por necesidad, Sebastian comenzará a utilizar su amado Peugeot 505 como remis, aprovechando la confusión de la gente que todavía llama al teléfono. En uno de estos viajes conocerá a Jalil. La fuerza en Kioto, la destreza en Kuwen, pero la Paz… se encuentra en Bolivia Jalil es la contraparte de la pareja despareja protagonista de la película. Un anciano musulmán, que en cierto modo se encariña con Sebastian y le pide que lo lleve a un viaje a La Paz. Apretado económicamente, Sebastian accede a la eterna travesía en auto desde Buenos Aires hasta Bolivia. Como toda road movie, el habitáculo de un auto no solo estrecha los espacios, si no que también las relaciones y los vínculos. Pasarán cosas realmente graciosas, algunas otras conmovedoras. sin jamás pegar un golpe bajo, y ese es el mérito de Varone y su Camino a La Paz. La relación despareja entre entre las parejas y como empieza a modificarse, sobre todo desde el lugar de un perdido Sebastian, que comienza de a poco a encontrar su rumbo, es el lo más destacado de la película. Un árabe mendocino Ante la pregunta de Sebastian sobre si Jalil es árabe, este responde con sobriedad que no, que es mendocino. Esa es la tesitura de la ironía que maneja Jalil con un perdido y atolondrado Sebastian. Con quien irá estrechando un lazo lleno de ternura, respeto y compresión mutua. Rodrigo de la Serna se luce en un papel que realmente le sienta muy bien. Comienza quizás en su zona de confort, con ese roquerito medio animaloide, y va progresando a una persona sensible y llena de ternura. Ernesto Suarez compone a Jalil con maestria y frescura. Equilibrando de manera perfecta al Sebastian de De la Serna. La pareja fluye, se ve orgánica y sobre todo se siente autentica. Conclusión Como todo viaje largo, lo importante no es el destino si no lo que sucede en transito. Camino a la Paz es realmente una película con una sensibilidad y humildad admirable. Como sucedió en el festival pasado con Pistas Para Volver a Casa de Jazmin Stuart, Francisco Varone instala una road movie con momentos memorables, amenos y realmente emotivos. Y como ya dije antes, sin apelar a ningún golpe bajo. Aunque Jalil aparenta ser el personaje más frágil de la película, es Sebastian quien estalla en mil pedazos para de a poco comenzar a juntarse a si mismo. Le agradezco a Varone la oportunidad que me dio de poder ser testigo de esta historia.
Camino a La Paz (Francisco Varone) es, simplemente, una road movie con dos personajes diferentes llevados a una mutua comprensión, algo así como Un cuento chino (2011, Sebastián Borensztein) en la ruta, cambiando aquí a un joven chino por un anciano musulmán. Funciona como divertimento sentimental, ayudado por la eficacia de Rodrigo de la Serna y Ernesto Suárez, con algunos chistes mejores que otros y las circunstancias que atraviesan los protagonistas casi siempre creíbles. Cuando se estrene, el debutante Varone conseguirá, probablemente, una buena respuesta del público, pero lo que propone huele mucho a costumbrismo televisivo, a concesión. No necesariamente debe exigírsele originalidad, pero se extraña en Camino a La Paz algo de vuelo, de amor por el cine.
Viaje al norte Hay toda una tradición de films argentinos ligados al viaje introspectivo por las rutas del país. Son viajes realizados casi siempre al sur, y podemos pensar en las películas de Carlos Sorín o Caballos salvajes (1995) de Marcelo Piñeyro. En Camino a La Paz (2015) el remisero ocasional que compone Rodrigo de la Serna hace por encargo un viaje en auto hasta La Paz, Bolivia, atravesando el norte del país para llevar al musulmán Jalil (Ernesto Suárez) a ver a su hermano. En la primera escena vemos a Sebastián (Rodrigo de la Serna) buscando una casa para vivir con su mujer. Mira por la ventana y decide mudarse al ver hacia afuera de ella, como buscando una salida, su lugar en el mundo. Es un muchacho de barrio, simple y sin planteos existenciales burgueses, pero con un pasado que lo retiene y aqueja en una serie de sensaciones encontradas que lo hacen sentirse extraño en su propio hogar. Su otro gran amor es su Peugeot 505 “con accesorios originales” que le dejó su padre antes de morir, y la música de Vox Dei. Reiterados llamados telefónicos confunden la casa con una remisera hasta que Sebas decide capitalizar ese error y convertirlo en trabajo. Uno de los clientes habituales es Jalil (Ernesto Suárez), un anciano musulmán que le propone el comentado viaje. Ahí comienza la película. Camino a La Paz no propone una historia original (el viaje iniciativo, el choque de culturas, las enseñanzas que brindan los acontecimientos) pero lo hace desde un enfoque innovador. El director debutante Francisco Varone logra una historia tan simple como su premisa inicial, un relato cargado de emotividad, climas y estados de ánimo. Con personajes humanos que no verbalizan sus sentimientos sino que demuestran en acciones aquello que transitan en su interior, de manera conmovedora siempre desde la sutileza y sin necesidad de golpes de efecto. La banda sonora y las geniales actuaciones de su elenco cumplen un rol fundamental en la recreación de atmósferas. Jalil es musulmán y, si bien hay escenas donde vemos rituales religiosos, es la manera diferente de entender el mundo lo que prevalece e infiere en su vínculo con Sebastián. La mayor parte del film depende de la relación (conflictiva, familiar, respetuosa) entre ellos, resuelto con simpleza por dos grandes intérpretes como son los protagonistas de la película. Rodrigo de la Serna ya había hecho un viaje introspectivo al norte acompañando a Gael García Bernal en Diarios de motocicleta (Walter Salles, 2004), y vuelve a demostrar su oficio de gran actor al cargarse la película al hombro. Ernesto Suárez con extensa experiencia teatral hace su primer gran papel en cine a los 72 años. Ambos resuelven con maestría momentos complejos de la trama, trasmitiendo las vicisitudes que atraviesan y emocionando con sus gestos. Si el viaje al sur con sus magníficos paisajes representa el encontrarse consigo mismo, el viaje al norte representa encontrarse con el otro (y de esa manera consigo mismo). Con otra cultura, con otra manera de pensar que enriquece la propia y amplia la forma de ver el mundo. No será una idea del todo original pero sin duda un planteo tan novedoso como noble en la búsqueda de la libertad interior.
Un viaje espiritual El género de Road Movie es uno de los más nuevos que ha dado el cine, aunque mucho antes hubo ciertas películas que coinciden con esta descripción: el término fue recién acuñado en la década de 1960 cuando Russ Mayer puso a mujeres a viajar por la carretera, la más popular fue Faster, Pussycat! Kill! Kill! (Russ Mayer, 1965), cambiando el tono Easy Rider (Dennis Hopper, 1969). En los 70´ hubo un crecimiento y Vanishing Point (Richard C. Sarafian, 1971) introdujo en la cultura popular a Kowalski; también en 1971 Duel fue la primera película de un director por entonces desconocido llamado Steven Spielberg; desde Australia, introduciendo una nueva variante llegó la “Road Movie apocalíptica” con Mad Max (George Miller, 1979), sus dos secuelas en la década del ochenta y una secuela/remake/reboot del año pasado con Mad Max Fury Road (George Miller, 2015). En los 80´en USA se mezclaron con la comedia en National Lampoon's Vacation (Harold Ramis, 1983) o Planes, Trains and Automobiles (John Hughes, 1987) con Steve Martin y John Candy. La década del 90´ tuvo títulos como Wild At Heart (David Lynch, 1990), Thelma&Louise (Ridley Scott 1991), Kalifornia (Dominic Senna, 1993), David Lynch volvería al género con The Straight Story (1994) y Oliver Stone mostró las andanzas de Mickey y Mallory en Natural Born Killers (1994). En Argentina es menor la cantidad de “Películas de carretera” que se han filmado, pero en el 2015 se pudieron ver tres y muy diferentes entre sí: Refugiado (Diego Lerman) donde el eje está puesto en la huída de una mujer que sufre el calvario de la violencia de género; Pistas para volver a casa (Jazmín Stuart) es una película sobre las relaciones familiares pero que se sitúa en la comedia dramática; y Yarará (Sebastian Sarquis) un docu-ficción donde el director revive una película dirigida por su padre. La primera semana del 2016 trae el estreno de Camino a la Paz, en este caso Sebastián (Rodrigo de la Serna) es un joven desempleado recién casado con Jazmín (Elisa Carricajo) que aprovecha un error para empezar a trabajar de remisero con un Peugeot 505 “todo original” heredado de su padre. Entre los habituales clientes se encuentra Jalil (Ernesto Suárez) un anciano musulmán que le ofrece una importante suma de dinero si acepta llevarlo a La Paz en Bolivia. Durante la travesía surgirán obstáculos que los hombres tendrán que sortear y que pondrán en duda la llegada al país vecino. Francisco Varone escribe y dirige su ópera prima donde el choque cultural está presente en todo el relato, además conjuga las dosis justa de comedia y emotividad sin llegar al recurso del golpe bajo que tantas veces termina sobresaliendo por sobre la historia. La química entre De la Serna y Suárez es muy buena, lo que garantiza que la relación de los personajes pase por todos los estados que tiene que pasar sin notarse forzado ni poco creíble, un buen acierto a la hora de elegir el elenco. La fotografía de Christian Cottet acompaña muy bien el viaje y muestra las imágenes de las rutas argentinas y los paisajes del norte de buena manera, una fotografía simple que no busca perderse en pretensiones estéticas por demás, lo que termina siendo otro acierto. Camino a la Paz es un relato de road movie clásico, una historia pequeña donde no hay otro objetivo para los personajes más que llegar y superar las barreras del camino, una película entretenida que no aburre en sus 94 minutos de duración.
Cuando lo que importa es el viaje Rodrigo de la Serna y Ernesto Suárez son los disímiles protagonistas de esta más que digna road movie que significó la ópera prima como guionista y director de Varone. Camino a La Paz se inscribe en el grupo de películas nacionales ruteras centradas en los avatares del personaje de turno girando por la inmensidad del territorio argentino, con gran parte de la filmografía de Carlos Sorín y la reciente Las Acacias como principales referentes. Recorrido que es, como en nueve de cada diez road movies, disparador de cambios en los personajes. La ópera prima de Francisco Varone encuentra a Sebastián (Rodrigo de la Serna) empezando a trabajar como remisero a raíz de la flamante desocupación de su novia (Elisa Carricajo). Uno de sus clientes habituales es un viejo cascarrabias y enfermo llamado Jalil (Ernesto Suárez), quien para sorpresa de Sebastián le ofrece que se encargue de llevarlo hasta la capital de Bolivia, donde debe encontrarse con su hermano mayor. Suerte de historia de pareja dispareja forzada a convivir en el opresivo espacio de un Peugeot 505, Camino a La Paz muestra el recorrido de la dupla por medio país. Lo hace con emotividad, plena conciencia de sus alcances y limitaciones, siempre preocupándose por la suerte de sus personajes y sin jamás forzarlos a cambios bruscos ni mucho menos arbitrarios.
En su ópera prima, Francisco Varone presenta una road movie en la que dos personajes totalmente diferentes deben compartir un largo viaje que tiene como destino la ciudad de La Paz, en Bolivia. Sebastián (Rodrigo De la Serna) es remisero y acepta llevar en su viejo Peugeot 505 al anciano Jalil (Ernesto Suárez) desde Buenos Aires hasta La Paz. Desde el inicio ambos chocan constantemente, ninguno es amistoso con el otro y sólo comparten un mismo auto por necesidad: Sebastián por plata y Jalil porque debe llegar a Bolivia para encontrarse con su hermano. En su debut cinematográfico, aunque con una larga trayectoria en el teatro, Ernesto Suárez demuestra un gran talento y su Jalil divierte y emociona. De la Serna le otorga naturalidad a su personaje y junto a Suárez presentan una gran química que constituye el corazón del film. A medida que avanzan en su viaje, inevitablemente comienzan a aprender uno del otro, a entenderse y a mirar más allá de las diferencias. Los paisajes calmos, inhóspitos y rurales son otro importante personaje de la película, como lo es el auto que utilizan. Un interesante aspecto es el hecho de que Jalil es musulmán y su religión una intrínseca parte de su vida. En varias escenas se pueden observar distintas costumbres de su religión, su devoción por rezar y su necesidad casi física por vivir su fe. Del otro lado, está un Sebastián escéptico y curioso por ese tipo de vida. Camino a La Paz es una road movie que cumple con los objetivos que se propone y presenta una gran dupla que entretiene. Más allá de los obstáculos que encontrarán, de las peleas, las situaciones ridículas y las más trágicas, el punto central es el choque de dos personas con distintas maneras de ver el mundo, que luego de un inesperado viaje se permiten conocer al otro y aprender. Con sus propios demonios y miedos, el título de la película juega con sus significados y deja en claro que no sólo se refiere al destino claro y tangible de su viaje, sino también a uno espiritual y emocional al que arribarán los personajes sin darse cuenta.
Experiencia sensible de amplio espectro Un joven remisero y un anciano musulmán en viaje hacia Bolivia son los personajes de este film en el que su director –debutante– logra que el espectador se convierta en el tercer pasajero de esa agradable travesía hacia el corazón de sus protagonistas. Si algo puede decirse de Camino a La Paz, ópera prima de Francisco Varone, es que se trata de una de esas películas de las que es casi imposible no disfrutar. Y no porque se trate de una obra perfecta sino porque, a pesar de las impugnaciones que se le puedan realizar, algo en ella consigue ser transmitido con una potencia tal que no hay nada que se interponga entre la película y el público mientras dura la proyección. Cualquier objeción o duda que aparezca recién lo hará más tarde, un rato después de los títulos finales y como parte de las réplicas de ese modesto terremoto interior que sólo producen algunas películas. Buena parte del mérito proviene de la habilidad de su director –también autor del guión– para hacer que el relato fluya; para que sus protagonistas no sólo resulten entidades construidas con precisión sino que además transmitan con solidez su carácter esencialmente humano y, sobre todo, para que el asunto completo resulte una experiencia sensible de amplio espectro que puede ser prescripta a casi cualquier tipo de espectador. Logros para nada menores en un director debutante.Suárez y De la Serna supieron dar con el color y el tono justo para que sus personajes funcionen.No deja de ser cierto que Camino a La Paz parece estar todo el tiempo subrayando el hecho de que se trata de una “película con mensaje”, como si se temiera que alguien se pudiera distraer y perderse aquello que se deseó expresar. Sin embargo, también lo es que lo más intenso de la película no se encuentra en la moraleja superficial. Por el contrario, el gran éxito de Varone son sus dos personajes centrales, que no sólo son notables como sujetos autónomos sino por la poderosa reacción química que desencadena su encuentro. Ahí está Sebastián, un joven ya no tan joven, desocupado y que acaba de mudarse con su novia a una casa nueva, que por simple aburrimiento comienza a trabajar de chofer respondiendo a los repetidos llamados que confunden su número de teléfono con el de una remisería. Entre los muchos clientes que empieza a atender de manera regular está Jalil, un viejo cascarrabias con cara de pocos amigos con el que parece no congeniar del todo. De esa fricción entre ambos surge uno de los dos perfiles clásicos que pueden percibirse en Camino a La Paz: el de las buddie movies, esos films en los que una pareja de personajes con características opuestas es forzada a ir tras un objetivo en común que acabará por unirla.Esa aventura es el viaje a La Paz del título que Jalil le propone hacer a Sebastián, previo pago de una importante suma en metálico. Sucede que Jalil, que es musulmán, está enfermo y no puede viajar ni en micro ni en avión, pero necesita encontrarse con un hermano, con el que emprenderá la peregrinación a La Meca que todo iniciado en la fe de Alá debe realizar al menos una vez en la vida. Está claro que Sebastián aceptará y que el inicio de la travesía estará plagado de desencuentros, tal como lo indica el canon de las películas de parejas desparejas. Tan claro como que la ruta forja al hombre, ley de oro de otra clase de película que también es Camino a La Paz: una road movie. Regla que este tipo de relatos vienen cumpliendo desde que a Homero se le ocurrió llevar a Odiseo de regreso a Itaca.Más allá de estos aciertos, el éxito no podría ser completo sin los intérpretes adecuados. Tanto Rodrigo de la Serna –ocupando el rol del desconfiado pero noble Sebastián–, como Ernesto Suárez –en la piel del ceñudo y sabio Jalil– supieron dar con el color y el tono justo para que sus personajes funcionen tanto de manera individual como en tándem. Lo de De la Serna es un lugar común, porque se trata de uno de los actores locales más versátiles y al que siempre es agradable ver en acción, en cambio lo de Suárez es una sorpresa. De trayectoria más que vasta en la escena teatral de la provincia de Mendoza, donde desde hace más de cincuenta años se destaca como actor y director, este papel representa, sin embargo, su debut cinematográfico a los 72 años de edad. Con una presencia y un arsenal de gestos que recuerdan al gran Alberto Laiseca, su labor es impecable.También es cierto que algunas situaciones parecen demasiado calculadas para provocar determinadas reacciones emotivas. O que a algunos personajes, como el de María Canale, se los podría considerar cabos sueltos debido a su escaso desarrollo, algo que quizá nace de la forzada deriva que impone el formato de las road movies. Sin embargo, a pesar de esas u otras anotaciones marginales, Camino a La Paz consigue lo que se propone: atarse al destino de Sebastián y Jalil sin abandonarlos nunca a su suerte y hacer que el espectador se convierta en el tercer pasajero de esa agradable travesía hacía el corazón de sus protagonistas.
Road movie con buenas actuaciones Sebastián (Rodrigo de la Serna) tiene problemas con el trabajo. La relación con su pareja (Elisa Carricajo) también tiene sus vaivenes. El futuro es pura incógnita. Tiene un auto de un modelo viejo, pero muy bien conservado, y lo usa para hacer viajes cortos, los típicos de un remisero. Pero aparece inesperadamente la propuesta de uno mucho más largo y poco convencional: uno de sus clientes eventuales (Ernesto Suárez) le ofrece una cantidad de dinero que no le vendría nada mal para que lo lleve hasta La Paz, Bolivia. Primero, Sebastián duda. Pero finalmente acepta y ahí empieza la aventura de esta dupla que primero se trata con distancia y recelo, pero muy pronto irá estableciendo un vínculo más estrecho. Planteada como dinámica road movie, la película trabaja un tópico conocido, el de la evolución de la relación entre dos personajes a primera vista incompatibles (Las acacias, exitosa película independiente de Pablo Georgelli, tenía una premisa similar). Sebastián es mucho más joven que su cliente, tiene más energía, mejor salud y otro temperamento. Las diferencias también son culturales: el viaje de su pasajero, Jalil, tiene que ver con sus convicciones religiosas, que tendrán un papel relevante en la trama. En su ópera prima, Francisco Varone dosifica muy bien el humor con las peripecias dramáticas, usa la música de una manera original y filma el paisaje sin caer en tentaciones esteticistas a lo largo de ese viaje rutero en el que habrá pasajes hilarantes, situaciones dramáticas, exóticas ceremonias religiosas y, sobre todo, algunos sucesos y revelaciones que modificarán el presente y probablemente el destino de dos protagonistas entrañables. El trasfondo del accidentado recorrido es uno muy conocido, pero siempre abierto a la reflexión: el tema de la paternidad. De la Serna y Suárez dotan a sus interpretaciones de distintos matices y consiguen generar la química necesaria para que la narración avance con menos tropiezos que su irregular derrotero.
La ruta de la redención Ni el viaje ni sus peripecias alcanzan para sostener una riesgosa apuesta de transformación del carácter. Road movie con trasfondo religioso, Camino a La Paz es la opera prima de Francisco Varone, autor también del guión. Es una historia de redención la suya. Sobre la transformación de Sebastián (Rodrigo de la Serna) que de manera casi inconsciente emprende un viaje que lo llevará a confrontar con él mismo. Semejantes pretensiones humanitarias se diluyen en un recorrido por paisajes ruteros y en el acercamiento que van logrando los dos protagonistas. Pero el origen del cambio que sacude a Sebastián asoma escasamente sustentado siendo este la base del filme. Allí están los baches de esta película que es viaje y peregrinación a la vez, en la debilidad motivacional y en algunas situaciones bizarras e innecesarias que surgen de la nada misma. Sebastián lleva una vida anodina. En pareja con Jazmín, se convierte en remisero por azar, o por destino, y por las mismas causas conoce a Jalil (Ernesto Suárez), un anciano musulmán que lo elige para su gran travesía, viajar a la La Paz, Bolivia, contratado de chofer. (El plan de Jalil es llegar a La Meca, pero su remisero sólo llegará a Bolivia) Choque de personalidades fuertes, la del joven, egoísta y desganado, y la del viejo, sabio y decidido, que van tejiendo un relación por momentos exasperante. Discusiones, rezos, el Corán y la Biblia (de Vox Dei) sonando en el pasacasete del 505 SR de un tipo fierrero, vago y oportunista, encuentran en la ruta señales que van modificando el el paisaje, el vínculo, con diálogos variados sumergidos varias veces en el lugar común. Es cierto, así suelen ser los diálogos, pero aquí, por momentos, acorralan a la historia en un encierro del que cuesta salir. Sensación curiosa para una road movie con el trasfondo de la religión árabe en nuestro país. Vale el viaje, algunos momentos del vínculo entre Sebas y Jalil, la oda al Peugeot y algunas preguntas. ¿Por qué van, los que van? También están los sueños, los cuentos, las relaciones rebuscadas entre esas historias que buscan explicarse. Todas metáforas en riesgo de perderse en el camino.
Camino a la paz es de esos films nacionales que uno desearía que pudiesen contar con un mayor aparato de publicidad para que pueda llegar a más gente porque sería una verdadera pena que se la pierdan. La historia es entrañable, inspiradora y reconfortante en cierto punto. Hace que uno piense en sus seres queridos y los valores que tenemos. Que un film cause eso es muchísimo y habla muy bien de la obra como un todo. Si bien la historia es simple y ya la hemos visto en road movies similares (dos personas opuestas comparten un viaje y terminan formando un gran vínculo) poco importa porque la emoción opaca al resto. Algo muy importante para remarcar es el nivel de producción, dado a que filmar una película en tantas locaciones diferentes, inclusive otros países, no es nada sencillo. Estos escenarios naturales se convierten en un protagonista más y uno fundamental para contar la historia que viven los personajes de Rodrigo De la Serna y Ernesto Suarez. Ambos geniales en cada aspecto y detalle. Dos verdaderos actores con todas las letras, de esos que da placer ver. El director Francisco Varone le saca lo mejor a cada uno a través de muy bellos planos y fotografía en su ópera prima. Otro aspecto para destacar es el lugar y la importancia del Islam en el film. Se ha hecho muy poco en el cine argentino con esta religión, algo que Camino a la paz corrige muy bien enseñándonos como es en verdad y con personas auténticas en lugar de la mala información (muchas veces adrede) que viene de películas de Hollywood sobre este credo tan importante en el mundo. Por todo esto puedo decir que nos encontramos ante un estreno nacional que te emociona de verdad, vayan a verla.
Road movie en el altiplano ¿A quién no le ha pasado? Mudarse a una casa nueva y recibir llamados para el dueño anterior. Muchos llamados. Eso es lo que les sucede a Sebastián (Rodrigo de la Serna) y a su novia al comienzo de esta historia, reciben decenas de llamados para la remisería que antes funcionaba en el lugar. Sebastián es un rolinga desempleado fan de Vox Dei, de esos con campera de jean, tomador de cerveza y con muchos amigos; y su novia es una empleada responsable, que luego de la casa nueva todo lo que quiere es un bebé, algo imposible de conseguir con un novio irresponsable. Las llamadas equivocadas continúan, hasta que un día, cansado, Sebas decide seguir el juego y convertirse en remisero al mando del cuidado y adorado Peugeot 505 que heredó de su padre. En su nueva ocupación conoce a Jalil (Ernesto Suárez), un anciano musulmán con varios problemas de salud, al que lleva y trae del hospital. Luego de un par de recorridos en los que no parecen tolerarse demasiado, y solo vemos las diferencias que hay entre ambos, Jalil le propone que lo lleve en un largo viaje hasta La Paz, Bolivia, donde debe encontrarse con su hermano. Debido a su salud Jalil solo puede viajar en auto, con varias paradas y una ruta muy específica, lo que hace el viaje aún más molesto para Sebastián, pero ante las dificultades económicas que atraviesa decide aceptar. Así comienza esta road movie donde en el estrecho espacio de un auto los protagonistas se conocen, se comprenden, se encariñan uno con el otro y atraviesan juntos un camino lleno de buenas experiencias y también de muchas complicaciones. Donde por momentos Jalil se convertirá en el padre que a Sebastián le faltó, y Sebastián en el hijo que Jalil no tuvo. Uno llegando al final de su camino y el otro animándose a empezar, construyen una historia simple, agarrando la ruta sobre un camino seguro con situaciones creíbles, con las que el publico en general podrá conmoverse sin caer en sentimentalismos y con momentos de humor para distenderse y reirse un rato. Tan seguro es el camino que por momentos la historia pierde ritmo y se hace un poco larga, pero es bien llevada gracias al buen trabajo de los compañeros de ruta, especialmente de Ernesto Suárez que compone un personaje sobrio, tranquilo, un hombre que ya está de vuelta, mientras que Rodrigo de la Serna interpreta un personaje bastante similar a otros que ya ha hecho, un pibe ansioso, sensible tratando de encontrarse a si mismo. Se trata de una road movie clásica, adaptada a estas tierras, con personajes sólidos que crecen durante la historia, con buena música, buena fotografía, y una historia disfrutable.
Se hace camino al andar La opera prima de Francisco Varone, Camino a La Paz cuenta el viaje que emprenden Sebastián (Rodrigo de La Serna) y Jalil (Ernesto Suarez) desde Buenos Aires a la ciudad boliviana cuando sus vidas se cruzan azarosamente. A lo largo de los más de 3000 kms recorridos, esta road movie relatará los tropiezos y aprendizajes que el camino les deparará a estos dos desconocidos. La vida de Sebastián oscila entre el cuidado obsesivo de su Peugeot 505 y la música de Vox Dei. Luego de recibir varias llamados que confunden el teléfono de su casa con una remisería, resuelve comenzar a darle otro uso al auto heredado de su padre y comienza a trabajar como remis para llegar a fin de mes. Al mismo tiempo, su novia (Elisa Carricajo) se queda sin trabajo, por lo que su repentina ocupación se convierte en el puntapié para sacar a su hogar a flote. Un buen día, Jalil, un anciano y asiduo cliente de religión musulmán radicado en Mendoza, lo contrata para realizar un viaje a la ciudad de La Paz, en Bolivia, donde debe encontrarse con su hermano. Sebastián duda pero termina por aceptar dado que la paga le resulta muy tentadora. Es así como emprende camino junto a este anciano inquieto por llegar a destino. A lo largo de distintos pasajes que suceden mientras que atraviesan el centro y norte del país,-desde el encuentro con otra religión y hasta circunstancias más disimiles como un robo en el medio de la nada- todas y cada una de las situaciones confluyen sacando a los protagonistas de su mundo conocido y confortable. A su vez, cuanto Sebastián más se interioriza en la vida del misterioso anciano que quiere cumplir una meta personal, más aumenta su anhelo de que llegue a destino cueste lo que cueste. La propuesta de Varone no es la excepción a la típica estructura de una road movie que va la mano de las peripecias que generalmente los personajes atraviesan en el trayecto, pero también es una película fresca, llevadera y sensible sobre la soledad, el paso del tiempo, la búsqueda de un lugar en el mundo y las segundas oportunidades. Camino a la Paz no es otra cosa que el encuentro entre dos culturas diferentes, dos seres extraños que inician una experiencia reveladora que enriquecerá la percepción de sus vidas y, al mismo tiempo, deja entrever que la mayoría de la veces los viajes que emprendemos no son solo geográficos, sino también al interior de cada uno. Por lo demás, aunque Camino a la Paz haga uso de formulas ya conocidas, todo eso armoniosamente articulado dan cuenta de un film logrado con emotividad y belleza.
“Camino a la paz” (Argentia, 2015) es la ópera prima de Francisco Varone, una potente y sólida road movie que intenta atrapar la química entre dos personajes totalmente opuestos entre sí y que de un día para el otro se necesitarán para poder cumplir sus anhelos más profundos. “Camino a la Paz” es la historia de Sebastián (Rodrigo De la Serna) y Khalil (Ernesto Suárez), uno joven, el otro anciano, que por circunstancias particulares terminan conociéndose y entablando una relación comercial en la que el primero deberá llevar al segundo hacia La Paz, Bolivia, a encontrarse con su hermano. Sebastián acepta el desafío luego de comprender que su vida marital no está atravesando por el mejor momento, y que pese a los esfuerzos que su mujer (Elisa Caricajo) ha hecho por mantener el vínculo intacto, la relación, desgastada por su poco claro rol entre ellos necesita un poco de “distancia”. Khalil, ermitaño, apático, musulmán, aislado del mundo exterior, pero lleno de filosofía y religión para compartir, se subirá al auto de Sebastián sin saber que éste no es remisero “profesional” ni que mucho menos tiene idea de cómo llegar al país hermano. La ruta comienza a absorber la pantalla y la música comienza a trascender por encima de las palabras, pocas, que entre ambos en algún momento se disparan. Pero Khalil está enfermo, y cada tramo que avanzan con el auto es también la posibilidad de ir perdiendo chances de poder hacer que él esté mejor, y así y todo el plan que tienen trazado para llegar a La Paz continua. Varone dirige midiendo a Sebastián y Khalil, como si sólo quisiera mostrar algunos aspectos de cada uno, lentamente, por eso la primera parte de la película, mucho más descriptiva, se reposa en ambos para poder configurar el mapa sobre el cual luego la acción se desarrollará. Cada uno es detallado al máximo, y si uno está obsesionado con la música de Vox Dei, el otro cada 15 minutos debe bajar del auto para ir al baño, tenga o no ganas, lo que habla también de un comportamiento obsesivo que terminará por desencadenar hechos sorpresivos durante la segunda etapa del filme. La Paz está lejos, y su propia paz también, por eso el guión apela a construir un relato digresivo en el que además de los protagonistas humanos, el peso que la naturaleza irá cobrando hacia el final del mismo es inmenso. Pocas palabras, música que sugiere, vínculos que se muestran hasta cierta punto, son tan sólo alguno de los elementos con los que esta ópera prima va interpelando al espectador, sabiendo que en la totalidad se terminará por configurar una historia sobre la amistad entrañable. De la Serna una vez más se entrega a su personaje de una manera radical, y aporta algunos de los momentos más emotivos del filme. El hallazgo de Ernesto Suárez, además, le permite a “Camino a la Paz” el poder renovar cierto espectro actoral en tanto que en el minimalismo de los gestos y voces posibilitan el reconocimiento en ese otro de una de las interpretaciones más logradas de los últimos tiempos (Suárez se llevó el premio Revelación en el último Festival Internacional de Cine de Mar del Plata). Road Movie, película de amistad y descubrimiento, “Camino a la Paz” llega a los cines para demostrar que a pesar de algunos recursos de fórmula y género se puede seguir soñando con un cine potente a partir de una pequeña historia.
El camino más simple y directo Hay muchas películas que se enredan, que dan miles de vueltas, que van para un lado y luego para otro. Algunas lo hacen por torpes, por indecisas, porque no tienen claro qué contar. Otras simplemente porque pareciera que a sus realizadores les encanta complicarse la vida, hacerse los complejos de balde. Sin embargo, en ciertos casos tenemos películas que son lo opuesto: no dan demasiadas vueltas, rápidamente se plantean un rumbo y lo siguen sin vacilaciones. Y lo hacen porque tienen en claro determinados parámetros a seguir y porque nunca buscan ser más de lo que son. Eso no las convierte en conformistas o cobardes, sino todo lo contrario: simplemente son conscientes de su identidad y de lo que quieren contar, y son sumamente honestas para con el espectador. Camino a La Paz pertenece a este último grupo de films y a partir de ahí se va constituyendo en una experiencia tan sorpresiva como placentera. El planteo de la ópera prima de Francisco Varone -desde ahora un director a tener en cuenta- es simple y hasta se podría decir que parece una mera excusa para el viaje propuesto por la historia: Sebastián es un hombre sin trabajo que de manera casi casual, aprovechando un malentendido con el teléfono de su casa, se convierte en remisero, y también casi de casualidad, aquejado por los problemas económicos a partir de que su esposa se queda sin trabajo, terminará aceptando la propuesta de un cliente, Jalil, de llevarlo a La Paz. Están todos los lugares comunes de las road movies: la pareja despareja que irá aprendiendo a conocerse, el paisaje y la ruta como personajes decisivos, los cambios en los protagonistas que se suceden a medida que aumenta el kilometraje, la confrontación de perspectivas entre el joven y el anciano, la constatación del crecimiento hacia el final. Pero esos lugares comunes funcionan a la perfección, ratificando la eterna vigencia del género y su capacidad para renovarse cuando hay un director con una mirada atenta a lo que filma y lo que está narrando. En Camino a La Paz hay personajes con espesor, a los que contemplamos en un momento preciso y acaso decisivo de sus vidas, aprendiendo sobre lo que les pasa a partir del contacto con el otro. Todo lo que sucede en la película es escueto y directo, hasta predecible, pero hay una fluidez estética y narrativa, y un cuidado por los temas -como el descubrimiento de la religión musulmana- que llevan a que todo adquiera mayor complejidad. Varone parece decirnos en voz baja, sin grandes gestos, con lecciones de vida -que no bajadas de línea- que surgen en los momentos justos, que en las pequeñas acciones surge lo grandioso de los individuos comunes. Para eso cuenta con las inestimables ayudas de Rodrigo De La Serna -probablemente el actor argentino más humano junto a Ricardo Darín- y Ernesto Suárez, que están brillantes. De a poquito, sin prisa pero sin pausa, Camino a La Paz va creciendo de la mano de sus personajes hasta llegar a ser un gran film. Lo hace con una seguridad llamativa, dándole una identidad al paisaje -que es también constitutivo de lo que les sucede a los protagonistas- y a los individuos que entran y salen de la trama. Lo que se impone es el respeto: por los conflictos, los aprendizajes, los miedos a ser superados, incluso los defectos de ese dúo conformado por Sebastián y Jalil. Y claro, la simpleza, la sencillez, evidenciando en cierto modo que hay decisiones que pueden ser fáciles pero que en verdad hay que saber tomarlas, porque no dejan de implicar riesgos. A su modo, Camino a La Paz, al igual que sus personajes, va afrontando unos cuantos desafíos y sale airosa, dándole un nuevo aire al género de las road movies y diciéndonos de manera sutil que cada viaje es único y distinto para cada persona.
Para tratar de salir de la mala situación económica que atraviesa con su pareja, Sebastián (Rodrigo de la Serna) empieza a trabajar como remisero y encontrando cierto disfrute en un trabajo que alguien de clase media como él jamás habría pensado hacer. Uno de sus clientes es Jalil, un anciano un tanto mañoso con el que no parece llevarse muy bien. Sin embargo, el hombre mayor lo sigue llamando y finalmente le encarga un trabajo complejo: llevarlo hasta La Paz, Bolivia, donde Jalil necesita visitar a un familiar. Sebastián no quiere aceptar, pero el dinero no sobra y termina metiéndose en la aventura –en la road movie— con este hombre. Previsiblemente, la relación entre ellos irá cambiando. Pero, imprevisiblemente, no de las maneras esperadas. Jalil es musulmán, practicante, y ese descubrimiento primero incomoda a Sebastián –cuando por ejemplo tienen que detenerse para rezar–, pero de a poco las aventuras que viven los irán acercando, especialmente a partir de la crisis de pareja que él vive con su esposa (Elisa Carricajo) y el frágil estado de salud del anciano. CAMINO A LA PAZ tal vez no se escape de un modelo y formato narrativo de encuentro de opuestos bastante practicado en el mundo y hasta en la Argentina (uno podría decir que está en la línea temática de LAS ACACIAS), pero el relato funciona con cierta fluidez y momentos de genuina emoción, más allá de alguna que otra situación no del todo bien resuelta. Camino-a-La-Paz-10Un detalle aparte es la mirada cercana a la cultura musulmana que la película muestra como un eje importante de toda la trama. En la incomodidad –primero– y fascinación –después– que los actos y costumbres religiosas generan en Sebastián, la película tiene otro eje paralelo, tratado con cuidado, sutileza y respeto, que le agregan otro punto a favor a un tipo de relato que, sin esos ingredientes, podría quedarse en la anécdota.
"Camino a la Paz" es la opera prima de Francisco Varone quien desembarca en el mundo cinematográfico con esta película, pero que si no supieras que es su debut, no lo notarias. Solidez, claridad y una road movie que te va a hacer vivir grandes momentos emotivos. El dúo, Rodrigo de la Serna - Ernesto Suarez es imbatible. De la Serna vuelve a sorprender con una actuación impecable, desparramando, minuto a minuto, los tintes que conforman a Sebastián, un personaje que emprende un viaje que lo cambia para siempre. Suarez, quien interpreta a Khalil, se amolda al ritmo de Rodrigo y el resultado es una gran película que no tenes que dejar de ver. Lo bueno es que no apunta al golpe bajo, y que cuando se mete en terreno sensible, por una cosa u otra, el guión te roba una sonrisa para descontracturar. Gran gran gran primer estreno de cine nacional, con una excelente apuesta técnica, desde la banda sonora hasta la fotografía. "Camino a la Paz" no solo supone un viaje a Bolivia, sino a la paz que todos buscamos en algún momento.
Cuando se hace camino al andar La película, dirigida por Franciso Varone construye un viaje sin demasiado vuelo poético que se aferra demasiado al guión. Sin embargo, logra una gran empatía con el espectador. Suerte de road movie minimalista y de viaje de reiniciación de un personaje y de características crepusculares para el otro, la opera prima de Francisco Varone se suma a una tendencia del cine argentino iniciada hace casi dos décadas a través de las películas de Carlos Sorín. Dicha referencia, desde donde pueden encontrarse títulos como Historias mínimas y El perro, tendría más adelante en Las acacias de Pablo Giorgelli otro marcado ejemplo. Aun con ecos y reflejos de los films citados, la travesía de Camino a La Paz apunta hacia zonas menos transitadas en las road movies vernáculas. En efecto, la pareja central trasluce desde el contraste de las características del remisero Sebastián (Rodrigo de la Serna) y el viejo Jalil (Ernesto Suárez), quien profesa la religión árabe profundizando sus aspectos ortodoxos. La situación principal se establece a los veinte minutos: el viaje que ambos deben emprender a Bolivia donde se produciría el reencuentro de Jalil y su hermano. Además de Sorín y Giorgelli como citas e invocaciones a la trama central, Camino a La Paz, en cuanto al reencuentro de dos parientes cercanos, referiría a Una historia sencilla de David Lynch, acaso la zona menos oscura de la filmografía de un gran director. Esa empatía entre Sebastián y Jalil, al principio entre enojos y cierto desinterés del primero al otro, obviamente, se irá fortificando a medida que disminuyan los 3000 kilómetros de distancia. En ese punto, la película ingresa en su etapa crítica al construir un discurso sin demasiado vuelo poético, aferrándose a aquello que sólo pide el guión y a los eventuales y pequeños acontecimientos que viven los viajeros. Desde allí la película fluctúa entre un tono amable y empático hacia el espectador que aun atenúan los momentos de tensión que padece la pareja, por ejemplo, a través de un robo o al instante en que el Peugeot 505, también protagonista, dice basta. Esos reparos que pueden encontrarse en algunas zonas del film, de acuerdo al registro placentero que elige el director, que serán bienvenidos o no por el público, descansa con autosuficiencia en la química actoral que se establece en la pareja protagónica. La mirada primero crítica y luego comprensible de de la Serna, metido en la piel del oscilante e inestable Sebastián, actúa a favor del registro dramático que gobierna casi todo el desarrollo de Camino a La Paz. El contrapunto, en tanto, funciona a la perfección desde la minuciosa e introspectiva actuación de Ernesto Suárez, un hombre de las tablas que recién debuta en cine en este viaje hacia la paz interior de dos personajes marcadamente opuestos.
La "road movie", un género en sí mismo, es la excusa ideal para que el director Francisco Varone instale una travesía inusual de la mano de personajes que esperan y buscan una nueva dirección en sus vidas. En ese sentido, Camino a la Paz, elige a través del humor y la emoción, una historia que se apoya en la atracción de los opuestos. Sebastián -Rodrigo de la Serna-, un joven sin trabajo que realiza algunos viajes con su amado Peugeot 505, recibe a un pasajero particular, Jalil -Ernesto Suárez-, un anciano musulmán que solicita sus servicios de transporte y, que un día, le ofrece una gran suma de dinero para que lo traslade desde Buenos Aires hasta La Paz, en Bolivia. Nada menos. Poco convencido al comienzo, Sebastián acepta finalmente la propuesta y deja atrás su rutina y a su novia, para embarcarse en un viaje en el que las dificultades están a la orden del día. Amante de la música de Vox Dei y fumador incansable, Sebastián desatará la molestia de su cliente -y viceversa- pero con el correr de los días, irán limando asperezas y también se sumará un simpático perro al viaje. La película de Varone acierta en las creación de los climas y en las situaciones insólitas -ambos deben ocupar la habitación de un albergue transitorio en la ruta- que se plantean a partir de diálogos que van mostrando lentamente los dos mundos diferentes de los personajes. El choque de culturas e intereses irá integrándose en esta travesía conmovedora que logra atrapar al espectador gracias a las actuaciones de la dupla protagónica, que lleva adelante a criaturas disímiles en caracteres y edades. Sin otras intenciones que las de mostrar el camino hacia la espiritualidad y la luz que afronta Sebastián, el film también traslada sus ideas sobre la vida y la muerte, y las oportunidades que aparecen una sola vez en la vida. Con el magnífico marco escenográfico que ofrece la naturaleza, el film coloca en primer plano emociones, miradas y silencios a lo largo de un camino hacia la redención.
Original cuento de viajeros y fábula de pérdidas y ganancias Joven pareja busca vivienda. El muchacho se decide por una medio fulera, sólo porque tiene parrilla en el patio. Luego, lo único que pone en el asador son unas salchichas. Esto puede contarse como sainete burlón o como drama de frustraciones asumidas. Francisco Varone, el autor, elude esas opciones. Prefiere el sobreentendido, el camino abierto a lo que traiga la vida. Y lo que trae es un cuento de viajeros, fuera de lo común, con moralejas universales que también se sobreentienden, o más bien se sienten por dentro, sin que nadie las explique demasiado. Una fábula de pérdidas y ganancias, contada con hábil humorismo y lindos paisajes. Improvisado remisero, el muchacho tiene dos tesoros y un cliente fijo: el auto que era del padre, una colección de Vox Dei, un viejo medio apestado.También tiene un sueño feo, pero esto lo sabremos más adelante, cuando entre más o menos en confianza con el viejo, que es musulmán y lo contrata para ir hasta Bolivia a reunirse con el hermano en el sueño de peregrinar en un barco a la Meca. En suma, un porteño algo nervioso y un anciano que sabe imponerse sin necesidad de levantar la voz. La Biblia según los rockeros y cánticos sufíes por un grupo cordobés. Salamines y ajo. Kilómetros largos rumbo a las montañas, sazonados con curiosos episodios. Un par de perros, un par de maleantes, mucha gente buena. Entendimiento y despojamiento paulatinos. En especial, entender y despojarse del sueño feo mediante una parábola sobre la fe que suelen usar los predicadores de diversas religiones. A veces la historia suena un poquito inverosímil. O presenta unos saltos propios de película hecha a los saltos. Pero esos lunares quedan de lado, porque el autor sabe empujar la intriga, transmite buen ánimo general a partir de cosas no siempre gratas, y envuelve su relato con cariño, sentido de la comunicación, y personajes compradores. No sólo los principales, sino también los perros, las esposas pacientes, una chica musulmana en motoneta, etcétera. Muy bien Rodrigo de la Serna, que dice mucho sólo con los ojos. Y una revelación para el cine don Ernesto Suárez, reconocido actor y director de teatro mendocino que por primera vez aparece ante la cámara. ¿Cómo es que nadie lo aprovechó hasta ahora?
Camino a la paz es una roadmovie escrita y dirigida por Francisco Varone. Los protagonistas son bien diferentes: uno es Sebastián, el marido desempleado, interpretado por el reconocido Rodrigo De la Serna; el otro es Jalil, un musulmán anciano llevado a cabo por el profesor de teatro mendocino en su debut en cine, Ernesto Suárez. Sebastián vive junto a su esposa (Elisa Carricajo), encargada de mantener la casa económicamente gracias a su trabajo. En aras de crecimiento personal y, a disgusto de su mujer, él consigue empleo como remisero privado. Cierto día, y por casualidad, Sebastián se topa con Jalil, un anciano musulmán que le hace una propuesta difícil de rechazar: un viaje a La Paz, Bolivia,a cambio de mucho dinero. Camino a La Paz avanza durante 80 de sus 92 minutos gracias al dúo protagónico Sebastián-Jalil. El joven Varone maneja el género con cuidado y equilibra a la comedia y al drama de una forma tan sutil que logra un resultado muy armonioso. Ayudado por silencios y la utilización de escenas dramáticas en el momento justo, aborda temas pesados como lo son la religión y la muerte sin caer en golpes bajos. De la Serna y Suárez, uno ya conocido por la versatilidad de sus interpretaciones y el otro toda una revelación, consiguensin dificultad la empatía del público. Hay situaciones que cumplen, en parte, con los cliché de las roadmovies (películas de carretera). Hay otras que no. Esas que no lo hacen alimentan al relato diferenciándolo del resto y apuntan al descubrimiento de una religión que para muchos es desconocida.El tono de comedia le cae bien a los dos personajes y no es excesivo. Eso es obra y maniobra de un Varone que promete. El director consigue, a través de un auto, dos tipos y Vox Dei, un viaje místico. Logra dejar su mensaje en el espectador luego de que este haya transitado momentos divertidos y dramáticos llevados adelante por un dúo protagónico más que logrado y por un montaje que sabe manejar los tiempos. Camino a la paz parece, a simple vista, una película sencilla, pero eso es difícil cuando la religión y la muerte están en juego.
Curiosa historia: un remisero con problemas de pareja y económicos -ambos ligados- es contratado por un cliente asiduo para un viaje a La Paz, Bolivia. El cliente es de creencia islámica, sufí -algo importante para este caso; el hombre es un treintañero como muchos. El camino es en parte una serie de discusiones y, como cualquier road movie, una serie de peripecias que va creando un vínculo entre dos seres opuestos. La virtud del film es no apartarse ni de sus criaturas ni de su premisa, y dejar que todo fluya.
Filmmaker Varone masters the art of subtlety in his debut feature Camino a La Paz Points: 8 “Camino a La Paz is a tale about the meeting of two antagonistic persons, two cultures and two ways of being in the world. That is to say, an opportunity for mutual learning as a trip from Buenos Aires to La Paz brings together two men who find themselves in very different moments in their lives,” says filmmaker Francisco Varone about his sensitive debut feature Camino a La Paz, winner of the Bronze Alexander Award at the Thessaloniki Film Festival and that also won Ernesto Suárez the Best Argentine Breakthrough Performance Actor Award at the Mar del Plata International Film Festival. Sebastián (Rodrigo De La Serna) is a newly married 35-year-old man whose main obsessions are his car, an old Peugeot 505 SR, and the music band Vox Dei. Jobless and somewhat unsettled, he’s in urgent need of cash and so he starts working as a gypsy cab driver. It fits like a glove: it’s not a tough job and it allows him to be with his beloved car at all times. What he didn’t expect is that he would soon be making a 3,000-km trip from Buenos Aires to La Paz, Bolivia. It so happens that one of his new clients, Jalil (Ernesto Suárez), an Argentine Muslim, is in dire need to visit his brother who lives in La Paz. And for medical reasons, he can only do the trip by car. Of course, he doesn’t drive either. So when Jalil asks Sebastián to take him to La Paz, Sebastián first says it’s out of the question. But, you know, the money is pretty good and the old man is as harmless as he is honest. It’s a piece of cake. So off they go en route to La Paz. Yet if Sebastián had only known the many obstacles they’d find on the road, he’d have never taken such a ride. But there’s no point in crying over spilled milk: after all, road movies are all about curves and hurdles. Meaningful long trips are filled with some or many unexpected difficulties and occurrences, which eventually give rise to meaningful inner transformations for those who have embarked on the trips. So you have to see the outer journey as a metaphor for the inner one, and consider that often times the end result is far from what the travellers had envisioned prior to departure. Like the cycles of life itself, if you will. And while Camino a La Paz is not what you’d call a breakthrough in the history of road movies, the truth is it doesn’t have to be one. More precisely, it doesn’t want to be one. Instead, what you have is an accomplished genre piece which effortlessly follows predetermined narrative conventions and almost always makes the most out of the vicissitudes on the road. And it does so in a subtle way, with no stridence. Director Varone knows better than to have his characters utter pretentious truths or enlightening messages to viewers. With a notable sense of spontaneity and naturalism, Camino a La Paz draws a moderately nuanced portrayal of two individuals at odds with their lives. Sebastián and Jalil are not hopelessly sunk in acute crisis, which makes them particularly appealing since their dilemmas come across as more immediate and ordinary. It’s the bond they establish that gives the film its nobility, and it’s no coincidence that such a bond looks and sounds so real since Varone has done a terrific job in coaching his actors in order to have them develop the essential chemistry for the story. You can even sometimes feel the real exhaustion of the trip in their faces, voices, and gestures. The invisible editing by Alberto Ponce and Federico Peretti keeps the film unfolding at a precise rhythm that’s neither fast nor slow, just like the unobtrusive camerawork by Christian Cottet captures the actors’ most expressive moments and more. In synch, Manuel de Andrés provides a realistic sound design and properly brings to the foreground what matters the most, and last but not least, the art direction by Daniela Podcaminsky gives the film an unmistakable air of its time as great atmosphere is achieved with few elements. Production notes Camino a La Paz (Argentina, the Netherlands, Germany, 2014). Written and directed by Francisco Varone. With Rodrigo De La Serna, Ernesto Suárez, Elisa Carricajo, María Canale. Cinematography: Christian Cottet. Editing: Alberto Ponce, Federico Peretti. Running time: 94 minutes. @pablsuarez Increase font size Decrease font size Size Email article email Print Print Share Vote Not interesting Little interesting Interesting Very interesting Indispensable
En su debut cinematográfico Varone que nos presenta una “road movie” que se inicia en Buenos Aires y termina en La Paz. Este film participó en festivales de cine y obtuvo algunos reconocimientos de los jurados. Tiene momentos emotivos, divertidos, personajes que aportan interesantes momentos a la historia, (tiene toques a las películas de Sorin), buenos climas, los que levantan su desarrollo son los actores, entretiene y puede servir para reflexionar.
Francisco Varone es el director y guionista de “Camino a La Paz”, road movie intimista, su ópera prima, una coproducción entre Argentina, Suiza, Holanda y Alemania. Road movie es la narración fílmica de una historia a través de un viaje, y todo viaje es un camino de búsqueda y madurez, en este caso apropiadamente realizado. Y como ópera prima marca el inicio del realizador en la cinematografía, en éste caso un largometraje. Si cada proyecto implica un desafío para cualquier director con experiencia, para el primerizo significa enfrentase a un reto mayor aún por comenzar el complejo camino de un cineasta. Dice Francisco Varone que la idea “nació durante la época de la crisis, en el 2001. Tuve la idea de alguien que pedía un remis para hacer un viaje largo. Al mismo tiempo tenía en mente a un chico joven que no tenía trabajo y terminaba, de casualidad, siendo remisero. Hice talleres de guión y pude trabajar estas dos semillas… El financiamiento siempre es la parte más difícil de conseguir, pero en el 2010 gane el concurso Opera Prima del INCAA. Ese fue el primer empujón. Luego salió un fondo de ayuda de Suiza, y teniendo el sí de Rodrigo pude salir a ofrecer la película. Para ese entonces Juan Taratuto quería ser coproductor y hace un año se sumó Gema Suarez Allen, quien ha producido documentales y tiene experiencia en financiamiento y festivales. Con ella conseguimos apoyo de Holanda y Alemania.” El equipo de filmación estuvo integrado por 23 personas y el rodaje tuvo locaciones argentinas de Buenos Aires, Pergamino, La Falda, Rosario de la Frontera, Córdoba, Jujuy, Salta y La Quiaca, y en Bolivia, en Villazon, Potosí y La Paz. El resultado es el haber logrado transmitir lo que es un viaje, con sus momentos álgidos y de calma, las diferencias entre los protagonistas y los encuentros que se producen durante el viaje. El proyectó tuvo dos goles a favor al inicio mismo de la filmación: el primero, haber logrado reunir a Sebastián (Rodrigo de la Serna), un joven recién casado, fanático de Vox Dei, quien motivado por una necesidad económica empieza a trabajar de remisero con su Peugeot 505, con Khalil (Ernesto Suárez), un anciano poco comunicativo, un pensador sufí, octogenario, cuyo último deseo es llegar a La Paz a encontrarse con su hermano. Suárez resulta ser una verdadera revelación para el cine en su primera película, pero con mucha experiencia en el espectáculo pues acaba de cumplir 50 años con el teatro, y por si fuera poco es de Mendoza, por lo tanto desconocido para el resto del país, y a decir verdad, después de ver la película sólo él podía interpretar a ese personaje. Es casi un lujo lo que aportan los dos actores al cargar sobre sus espaldas toda la obra llevándola a buen puerto, con momentos emotivos bien logrados, con verosimilitud y naturalidad para traducir la vida misma poniendo a prueba la relación entre ellos llegando a transmitir una relación de padre-hijo superando las diferencia culturales y generacionales, a quienes la convivencia hace que se conozcan y se respeten como seres humanos, algo que el realizador va acentuando a lo largo de la narración, apoyado en un elenco que secunda a los protagonistas sin desentonar para nada. La música es otro punto aparte, ya dijimos que Sebastián es fana de Vox Dei y que Khalil no logra entenderla, por lo tanto decide escuchar música de él, la cual es inentendible para Sebastián, generando naturales tira y afloja para alcanzar la aceptación mutua. Según el realizador “es una película muy musical, lo cual es difícil porque sale mucha plata. La mayoría de esas canciones ya existen, porque la ruta es algo que va de la mano con la música. Uno piensa en un viaje y de inmediato piensa en la música”. La fotografía de Christian Cottet es muy efectiva, bien lograda, porque va describiendo paisajes sin caer en guía turística, sino enmarcado adecuadamente la sucesión en la acción narrativa. , al tiempo de y nos va mostrando los lugares del viaje, sin caer en una guía turística. En resumidas cuentas, una interesante y bien lograda producción, que logra dejar bien colocado a su realizador para verlo en obras posteriores y un gran descubrimiento para el cine, Ernesto Suarez. Estimo que no debe dejar de verla, y más aún, recordarla ya que estamos iniciando un año y seguramente al llegvar a diciembre lse ubicará entre las buenas realizaciones argentinas.
Viajar sobre tu vida El encuentro con esos fines no se da en el destino, sino atravesando la ruta, siendo parte del camino que se recorre. “Camino a la paz”, es la historia de Sebastián (Rodrigo de la Serna), un hombre sin pretensiones, trabajo ni aspiraciones, que se muda a un departamento con su mujer y no le importa más que la gran parrilla del patio. Tras una discusión sobre su futuro, decide convertirse en remisero, idea que le vino a la mente porque su número de teléfono era confundido con una agencia de ese rubro. Jalil (Ernesto Suárez) es uno de sus clientes y le ofrece por buen dinero hacer un viaje hasta la Paz, Bolivia. Con muchas dudas acepta, sin saber que ese traslado será un punto de inflexión en su vida. La idea de revolución interna y crecimiento que uno analiza en estas “road movies”, se da en “Camino a la paz”, de manera trascendental, pero en forma secreta, tan natural que es difícil verlo a simple vista. Ambos protagonistas hablan poco, y no es cuando se comunican que llegan a grandes reflexiones, sino en la marcha y a pesar de las discusiones que mantienen con respecto a quién o qué subir al auto, bien más preciado para Sebastián. El paso por una mezquita, o el asado que comen en agradecimiento por llevar a una chica a su casa, adoptar un perro, y dormir en un albergue transitorio, son algunas de las peripecias que padecen en su búsqueda por llegar al norte. Es que por más que uno intente un viaje para obtener lo que hay más adelante, “Camino a la paz” explora aquello que decía Vox Dei en “Génesis” (que forma parte de la banda sonora): “Vive solo hoy”. Tanto Ernesto Suárez como Rodrigo De la Serna entregan grandes actuaciones con sutilezas más que con expresiones, lo que transforma el filme en pristino, pero no por ello menos intenso.
Transitando destinos prestados Sebastián acaba de comprar una casa con su pareja, pero transcurridos los primeros días comienza a hacerse patente una sensación de vacío, fruto de la ausencia de proyectos comunes como individuales. Sebastián está desempleado y su novia está en un momento laboral inestable. Casi por accidente, el hombre comienza a trabajar como remisero, y en esa labor conoce a Khalil, un hombre mayor, de conductas extrañas, parco y un poco avasallante. Un día Sebastián recibe una extraña propuesta: Khalil planea un viaje muy largo hacia Bolivia para encontrarse con su hermano, pero por problemas de salud necesita hacerlo en automóvil. Lo contrata como chofer durante esa travesía, en la cual se consolidará un vínculo afectivo que a Sebastián le cambiará la vida. El relato comienza trazando el escenario de un estado emocional en el que viven y no-viven sus personajes. Por un lado, Sebastián atraviesa un momento de transición especial, probablemente la muerte de un padre, que lo ha sumido en un estado depresivo donde el desempleo puede leerse como signo de la ausencia de proyectos, personales y de pareja. De hecho, una de los aspectos interesantes del relato es que los únicos proyectos que Sebastián parece encarnar activamente están vinculados con la conservación material (la casa y el auto que ha heredado de su padre). Por su parte, su novia expresa un proyecto de pareja asociado únicamente a la maternidad; incluso la posibilidad remota de una mejora en el trabajo (un supuesto ascenso) está siempre asociada a tener el dinero suficiente para poder afrontar la crianza de un hijo. Se podría decir que la novia es casi la contracara de Sebastián, también ella afronta un proyecto heredado. El desencadenante de la narración es de una alta efectividad; por lo repentino, por lo inesperado, por lo humorístico; harto Sebastián de recibir sistemáticamente llamados telefónicos de clientes de una vieja remisería (“Turismo Magallanes”), decide un buen día que él será esa empresa de remisería. Buena metáfora de un designio de sí mismo que ha sido determinado externamente por su padre, de quien ha heredado el auto que ahora maneja haciéndose pasar por otro que él no quiere ser. Es precisamente en esa “peripecia remiseril” donde conoce a Khalil, un anciano a quien lleva en varias ocasiones al hospital a realizar un tratamiento de diálisis. Luego del primer viaje, Khalil solicita a la supuesta empresa el servicio específico, que Sebastián sea designado chofer en todos los traslados. Hasta aquí, todo parece desenvolverse en una rutina esperable, hasta que un día Khalil ofrece a Sebastián el largo viaje hacia la ciudad de La Paz, Bolivia, donde espera encontrarse con su hermano. Ambos practicantes de la religión musulmana para comenzar en barco una larga peregrinación hacia La Meca. Y aquí irrumpe el segundo elemento interesante del relato: el viaje como metáfora. El viaje que Khalil propone a Sebastián funciona como otra situación que se le ha impuesto a Sebastián, no sólo en su destino sino además en su itinerario específico. Sebastián nunca tiene voto en las decisiones. El destino es la ciudad boliviana de La Paz, efectivo juego de palabras para dos personajes en peregrinación hacia un estado de consciencia. Khalil, quien ya ha encontrado esa paz, anhela re-unirse (en el sentido estricto de hacerse uno) con su hermano y ambos retornando al origen religioso. Sebastián, ni siquiera tiene un destino, viaja errante y sin rumbo propio, tomando en préstamo rumbos ajenos (primero el que su padre le ha heredado, luego el que Khalil le está pagando). Como culminación del viaje, de transitar por un rumbo que primero no es el suyo, recorrerá los kilómetros de su propia historia; se reencontrará con los miedos que lo atan al vacío de la ausencia de su padre. Y entonces, el camino de Khalil será también el camino de Sebastián, tanto como el de Sebastián será el camino que Khalil ya había diseñado para sí mismo. Incluso en uno de los momentos del film Sebastián pregunta a Khalil por qué lo ha escogido precisamente a él para hacer este viaje… pregunta que no tendrá una respuesta enunciada, pero que se revela en ese camino del héroe que transita Sebastián tomando rutas prestadas para luego apropiárselas. Cabe destacar dos circunstancias muy interesantes desde lo narrativo y muy bien logradas desde lo dramático: por un lado, la visión respetuosa (pero sin caer en la solemnidad) que el film quiere plantear frente al espectador (quien se identifica con la mirada de Sebastián) sobre las costumbres y prácticas rituales de la religión musulmana. Y ésto, dado precisamente en un momento de política internacional muy complejo, adquiere más valor todavía. Téngase presente que el estreno del film coincide de hecho con el aniversario del atentado a la publicación parisina Charlie Hebdo, en el que fueron asesinadas doce personas, entre las cuales se encontraban tres dibujantes de dicha publicación. La segunda, derivada de la anterior, es el momento del film en el que Khalil quiere obsequiarle a Sebastián el ser-musulmán. Sebastián podría perfectamente haber aceptado para hacer feliz al viejo, pero en cambio decide honestamente rechazar el regalo, porque precisamente luego de todo el camino que ambos han recorrido él ha comprendido lo que significa para Khalil ese don que le está proponiendo, y sabe también, a pesar de su íntima conexión con Khalil, cuáles son sus diferencias. Merecen un comentario aparte las extraordinarias composiciones actorales de Ernesto Suarez y de Rodrigo de la Serna, quienes cargan sobre sí mismos todo el peso dramático de la narración. Una narración de recursos materiales minimalistas, pero de altísimo nivel de dramaticidad y de conflictividad emocional. Quizás el único cabo suelto del relato sea el personaje de la novia de Sebastián. Probablemente su inclusión haya tenido como objeto simplemente ser un contexto para la partida del protagonista, y de allí la poca importancia que ha recibido el tratamiento de ese personaje. Pero es verdad que aún en este caso, los primeros momentos del film parecen un poco chuecos y fuera de equilibrio. Tal vez, un trazo más preciso del personaje hubiese alivianado dicha impresión.
Camino a la Paz es la ópera prima de Francisco Varone y fue parte de la competencia Argentina del festival de cine de mar del plata. Todo empieza con Sebastiàn (Rodrigo de la Serna) y su novia mudándose a una casa nueva, y una parrilla en el patio es lo que define la decisión. Por azar, pero también por la viveza de Sebastián, empieza a trabajar de remisero con su mas que amado auto con piezas originales. En uno de esos viajes conoce a Jalil (Ernesto Suárez), un musulmán que le pedirá que lo lleve en un viaje, todo pago, hasta La Paz, Bolivia, para reencontrarse con su hermano. Asi empieza el Camino a La Paz. Ya uno puedo imaginar lo que pasara, dos mundos que chocan en un viaje de más de una semana, diferencias culturales y otras situaciones ya vistas en una road movie. Camino a la Paz, sin embargo, plantea esto de modos diferentes y los “choques” en si, no son tales, si no mas bien una comunión y entendimiento entre dos partes. Si hay algo clave para que una película como esta funcione, es la química entre los actores, y en Camino a la Paz, De la Serna y Suárez brillan. Hay momentos para conocer un poco más la religión de Jalil y en una escena clave en Cordoba, Sebastian no solo se deja llevar si no que empieza, de alguna forma, a ser parte de ese mundo. Párrafo aparte para la música de Camino a la Paz, “La biblia” de Vox Dei suena de principio a fin y eso, está muy bien.
Casualidad o no, Camino a La Paz tiene la particularidad de unir los dos papeles más famosos de Rodrigo de la Serna. Por un lado, el actor vuelve a emprender un viaje iniciático por las rutas de Latinoamérica, como cuando encarnó hace diez años a Alberto Granado, fiel amigo del Che Guevara, para Diarios de Motocicleta (aunque esta vez será solo hasta Bolivia y sin el tinte revolucionario de su anterior periplo). Y por otro, su interpretación del inmaduro Sebastián lo acerca al recordado Ricardo de la serie Okupas. Cuesta ubicar la época donde transcurre la ópera prima de Francisco Varone. El look de Sebastián (bigote, patillas y una inefable campera de corderito) y su fetichismo por Vox Dei y un Peugeot 505 hacen pensar en unas tres décadas atrás. Pero la presencia de teléfonos celulares y, sobre todo, un contexto en el que su mujer pierde su trabajo y él es una suerte de desocupado estructural parecen arrimar la historia hacia fines de los 90'. Producto de un mal entendido, Sebastián empieza a trabajar de remisero y conoce a un cliente bastante particular. Se trata de Jalil (Ernesto Suárez), un anciano musulmán que le hace una propuesta poco menos insólita: llevarlo hasta La Paz (Bolivia), donde se reunirá con su hermano, y de allí partirán rumbo a La Meca, en Arabia Saudita. Como marcan los cánones, al principio Sebastián no querrá saber nada con el viaje, pero luego terminará aceptando y el dúo se lanzará a la ruta. Clásica road movie de personajes opuestos, a medida que Sebastián y Jalil vayan atravesando Argentina y parte de Bolivia se establecerá una simbiosis entre ellos. Sobre todo por parte de Sebastián, que observará con perplejidad un universo que le era ajeno hasta ese momento: Jalil es capaz de ponerse a orar en plena banquina, visitar una comunidad musulmana en Córdoba o comer ajo puro porque un compañero suyo le había dado resultado para vivir más de cien años. Por supuesto que también pasarán por algunos contratiempos que irán sorteando. Si se exceptúa algún golpe bajo y cierta liviandad a la hora de "convertirse" al islamismo, Camino a La Paz se sostiene gracias a las grandes actuaciones de De la Serna -a quien la pantalla grande debería tener un poco más en cuenta-, y de Suárez, un veterano actor de teatro que debuta en cine y resulta un verdadero hallazgo (obtuvo el premio Revelación en el último Festival de Mar del Plata, donde la película fue exhibida). Un film sencillo, entrañable, con dos personajes en busca de un destino.
Escuchá el audio (ver link). Los sábados de 16 a 18 hs. por Radio AM750. Con las voces de Fernando Juan Lima y Sergio Napoli.
Una ópera prima más que atendible La discreción expresiva resulta casi siempre una virtud. En su debut, Francisco Varone elige el camino de la austeridad afectiva y estética. Una buena decisión, algo arriesgada, y en cierta medida admirable: frente a los paisajes imponentes del norte argentino y el sur de Bolivia, y ante la curiosidad de inmiscuirse en la liturgia de una religión como la musulmana, el joven director elige mostrar lo justo. Ninguna postal, nada de proselitismo religioso; filmar lo necesario es suficiente. Como su título lo indica, Camino a La Paz propone un relato de viaje. La promesa implícita de cualquier road movie es que el espectador viaje con el filme, y que en su trayecto, eventualmente, aprenda algo. Para que eso suceda es el personaje el que primero debe aprender, y nosotros, por consiguiente, aprendemos a través de él. Lo que él no ve es lo que sí puede percibir el espectador: los impedimentos iniciales para el aprendizaje, los imperceptibles descentramientos que facilitarán el entendimiento y la lenta toma de conciencia del viajero de que algo ha sucedido. Todo esto se cumple en este delicado filme de Varone. El improvisado remisero que interpreta Rodrigo De la Serna no será el mismo al final de su camino. Sebastián no consigue trabajo y su compañera Jazmín está a punto de perderlo. Es evidente que se quieren, pero la fragilidad laboral de ambos comporta un riesgo. Por una interferencia telefónica reiterada en la que el número de Sebastián se confunde con una agencia de viajes, el joven decidirá fingir que es él efectivamente un chofer de esa compañía. Su única posesión es un auto, objeto que lo remite directamente a su padre. Así, cuando un cliente ocasional llamado Khalil lo contrate para un viaje peculiar, un periplo no exento de sorpresas y peligros, tal vez la economía del joven empiece a mejorar. Ese viaje será a Bolivia, aunque el verdadero destino final de su cliente es La Meca, pero lo que aquí importa es el camino, no el destino, y la relación de los viajeros. Al estigmatizado seguidor de Alá le gustará encontrarse aquí con un retrato respetuoso de su fe. En pleno viaje a La Paz, Khalil visitará una comunidad musulmana en Córdoba. Las oraciones y las danzan sagradas de los fieles, la interacción entre los hombres y las mujeres allí reunidos, poco tienen que ver con la habitual representación cavernaria de fanáticos que viven escondidos en cuevas. La inesperada satisfacción de Sebastián participando del dhikr es uno de los placeres moderados que tiene la película. Hay otros. Es que Varone supo dirigir este relato sin miedo alguno. No fue perezoso y trabajó conscientemente sobre los materiales, con suma eficacia y sensibilidad. Fue así que la película fue más importante que él. Lo que comprende su personaje involuntariamente es parte de una sabiduría adquirida que se duplica con elegancia en la puesta en escena.
Las road movies siempre tienen ese toque de aprendizaje a través del viaje y las peripecias, el reconocimiento de uno mismo a partir de los espacios, del otro y de un tránsito particular como metáfora del tránsito de la vida. La nueva película de Francisco Varone muestra el cambio que se da en la vida de Sebas a partir de la entrada en su vida de Khalil, quien lo embarca en una absurda pero divertida historia. Sebas (Rodrigo de la Serna) oficia de taxista de manera azarosa, sus días transcurren de modo abúlico, no presenta grandes aspiraciones a largo plazo, consume cigarrillos de manera compulsiva y tiene un humor algo efervescente, con mañas típicas de un viejo (a pesar de no serlo). Al recibir una propuesta fuera del molde, sus hábitos irán modificándose paulatinamente: su pasajero frecuente, Khalil (Ernesto Suárez), un musulmán entrado en años y de salud delicada, le pide que lo lleve en su “taxi” hasta La Paz, Bolivia, para encontrarse con su hermano y hacer un viaje a La Meca. Desconcertado pero apremiado por su situación económica, Sebas accede. Como es de esperarse esta aventura comprenderá un abanico amplio de situaciones y emociones: el acercamiento de estos dos personajes desde una relación de amistad, el conocimiento propio y del otro que los lleva a forjar un vínculo de padre e hijo, a partir del cual vivirán situaciones de riesgo, cómicas y tristes. La historia es bastante simple y emocional, lo cual la hace efectiva. Lo que la hace realmente atractiva son las actuaciones en conjunción con la narración: la progresión de los personajes es perfectamente natural, el relato sostiene el vínculo entre Khalil y Sebas y los actores hacen que este vínculo brille. La transformación más importante es tal vez la de Sebas, quien a medida que pasan los kilómetros va dejando sus rabias en el camino y se deshace de aquellas cosas que más lo definían como persona: fuma cada vez menos, su temperamento se amansa, se desprende de bienes materiales, abre su cabeza a nuevas experiencias y principalmente encuentra lugar en su vida para otra persona que no sea él mismo; de a poco, el bienestar de Khalil empieza a ser su objetivo primordial. En esta transformación también se deja ver el ciclo de la vida del que tanto escuchamos hablar: cuando los viejos comienzan a necesitar ser cuidados por sus hijos y se comportan como niños. En relación a esto choca las maneras desesperadas y acartonadas de Sebas frente a la pasividad y actitud relajada de Khalil, con un dejo de esa sabiduría que solo otorgan los años. Como es de esperarse, entre estos dos personajes se va dejando ver una relación padre/hijo casi indispensable. La película recorre hermosos paisajes al ritmo vintage de Vox Dei; transita situaciones ocurrentes y giros inesperados. Una road movie con todas las letras y una buena historia para contar, relatada del modo justo, con personajes que se meten de lleno y no nos hacen dudar ni por un segundo.
El estreno de la ópera prima de Francisco Varone tiene para los mendocinos un ingrediente especial. Uno de sus protagonistas es nuestro gran Ernesto Suárez. Un ícono de la escena local que lejos de instalarse en el concepto de ser una suerte de leyenda o institución, sigue explorando con un espíritu tan movedizo como el que lo ha motivado durante décadas sobre las tablas. "El Flaco" enfrenta por primera vez a los 75 años el gran desafío de encabezar el elenco de un largometraje, y en su debut su trabajo luce tan convincente como el de su compañero Rodrigo de la Serna. Camino a La Paz es una road movie con todas las de la ley que nos zambulle en un viaje a bordo de un Peugeot 505, con Sebastián (De la Serna), un hombre que no atraviesa el mejor momento en su relación de pareja, y Jalil (Suárez), un musulmán nacido en Mendoza que quiere llegar a Bolivia para encontrarse con su hermano. Sebastián acaba de mudarse a una nueva casa, y tras recibir numerosos llamados telefónicos que confunden su hogar con una remisería, se lanza como improvisado conductor y empieza a llevar pasajeros. La difícil situación económica que está pasando con su mujer, lo lleva a aceptar el inusual viaje que propone Jalil: atravesar el norte argentino y cruzar a la ciudad de La Paz. Como en toda road movie, intuimos de antemano que esta travesía no solo implicará un desplazamiento geográfico, sino una experiencia de mutuo aprendizaje. Varone sigue con sutileza la evolución en el vínculo que va forjándose entre estos dos desconocidos a medida que el periplo avanza. Y claro, como en toda road movie, se cruzarán con llamativos personajes secundarios y una serie de situaciones que no conviene anticipar. Más allá de cierta dominante melancólica en el relato, Camino a La Paz se permite algunas bocanadas de humor. Con sorprendente timing y percisión, al duó De la Serna-Suárez le basta una mirada cómplice, una acción, o unas pocas palabras para sobrepasar las tensiones que surgen entre ellos. La película en ningún momento abusa de la tentación de regodearse ante los paisajes que atraviesan los personajes, ni de volverse solemne o aleccionadora; dos de los vicios más frecuentes que presentan algunas road movies. Una mirada atenta y sensible se extiende a lo largo de una historia que jamás se asoma al golpe bajo. Con un pulso sostenido pero sin necesidad de apostar a un ritmo frenético, el director se detiene en los contrastes y momentos de entendimiento entre Sebastián y Jalil, con escenas de genuina emoción que fluyen orgánicamente y avanzan hacia la construcción de un propósito. Desde un par de perros encontrados en la ruta y sumados al viaje, hasta la irrupción de rituales religiosos musulmanes; nada resulta forzado o puesto como cuota adicional de color que nos distraiga de la médula del exquisito encuentro entre estos dos seres. En un verano en que películas como Star Wars o Snoopy y Charlie Brown cuentan con más de 200 salas cada una, Camino a La Paz ha convocado en sus primeros días a cerca de 10.000 espectadores solo en 20 pantallas en el país. El hecho de que el film esté desarrollando una muy buena performance en los circuitos mendocinos, sin una gran campaña promocional, habla del buen boca a boca que produce la película de Varone, tanto entre el público adulto como joven. El siempre inquieto Ernesto Suárez extiende de esta manera su poder de convocatoria del teatro al cine, en lo que quizás sea el despegue de una carrera en la pantalla grande con más capítulos por venir. Camino a La Paz / Argentina-Holanda-Alemania / 2015 / 89 minutos / Apta todo público / Guión y dirección: Francisco Varone. Con: Rodrigo de la Serna, Ernesto Suárez, Elisa Carricajo y María Canale.