Actuar para vivir Ya octogenarios, los hermanos Taviani (legendarios directores de films como Padre padrone, La noche de San Lorenzo y Kaos) regresan en buena forma con una película que combina documental y ficción, película carcelaria y teatro clásico de Shakespeare con un balance bastante alentador. No creo que sea la obra maestra que muchos saludaron cuando ganó el Oso de Oro de la Berlinale 2012, pero sí un film que merece ser visto y analizado en profundidad. La idea es la siguiente: los Taviani llevan su cámara hasta la prisión de máxima seguridad de Rebibbia, en las afueras de Roma, para filmar durante seis meses el proceso de creación de una puesta de Julio César (desde el casting hasta su emotiva presentación en una sala colmada) a cargo de los internos que participan del taller teatral del lugar. Es conmovedor ver a los presos (hombres grandotes, curtidos, pesados), condenados a penas que van desde los 14 años hasta cadena perpetua, presentarse a las audiciones y luego ensayar el texto hasta llegar a la representación final. Hay muy buenos actores… y de los otros, pero eso poco importa porque el “experimento” de los Taviani pasa por otro lado y va más allá de la búsqueda de la perfección y el profesionalismo. De todas maneras, la zona del film que menos funciona es cuando los presos se “interpretan” a sí mismos; o sea, cuando tienen que actuar para la cámara sus experiencias cotidianas en, por ejemplo, sus celdas. En cambio, cuando los directores los observan en su preparación de la obra, la película gana en intensidad, credibilidad e interés. Rodada en su mayor parte en blanco y negro (sólo la performance que se ve al comienzo y al final son en color), César debe morir encuentra una interesantísima conexión entre la épica shakespeareana con el complot político y la existencia cargada de miserias y traiciones de estos hombres encarcelados en muchos casos por sus conexiones con la mafia (es notable la decisión de los Taviani de hacerlos “decir” los diálogos de la obra en sus dialectos calabrés o napolitano) y en tiempos “tiranos” de la era berlusconiana. En el elenco surge una verdadera revelación como la de Salvatore Striano, que interpreta al malvado Brutus -personaje trágico que llega al autosacrificio luego de matar a Julio César- hasta, cuándo no, un argentino llamado Juan Darío Bonetti, que encarna a Decio. Si por momentos hay una sensación de que la propuesta original era mejor que el resultado final (ay, los carteles en los créditos de cierre para darle al proyecto un aire "curativo" y reivindicatorio), César debe morir tiene en todo caso suficientes logros y motivos como para que merezca una calurosa recomendación.
Una propuesta diferente, contada en su mayor parte en blanco y negro. Una película basada en los textos de Shakespeare, contada de manera original, con intérpretes inusuales y con una decisión por parte de los directores muy clara. Una muy buena película, para disfrutar de un clásico de la literatura que se siente sorpresivamente bien interpretado en una prisión. No se la pierdan.
Si a uno le dicen que va a ver una película sobre presos que hacen una versión teatral de un clásico de Shakespeare, seguramente no se entusiasmará demasiado. Si encima, le cuentan que la mayor parte del film transcurre en blanco y negro, menos. Y si para los tiempos que corren, te informan que los directores son octogenarios, ya está. No hay manera en que te imagines que "César debe morir" es un peliculón de aquellos. Pero lo es. Una cátedra de cine. Hay muchos abordajes posibles para esta propuesta de los legendarios Taviani brothers. Lo primero que hay que hacer, es graficar el encuadre elegido: una prisión de máxima seguridad, convictos purgando penas muy graves y un taller de teatro preparatorio para una muestra con público. La propuesta, un clásico drama de la vieja escuela (Julius Cesare), de uno de los popes de la dramaturgia universal. Lo novedoso, que ese proceso, desde el casting mismo inicial, será registrado por los directores in situ, así como también el recorrido de ensayos de la obra, realizados en el mismo presidio y bajo la atenta mirada de los guardias de seguridad... ¿Por qué desestructura e impacta al espectador? Primero, porque es una narración ideológicamente comprometida, fuerte y está estupendamente actuada. El elenco de la obra está integrado por delicuentes peligrosos, de la camorra incluso, y tienen marcado en el rostro, su historia, que extrañamente se funde con la complejidad de los personajes que encarnan. La historia es la de un crimen. Julio César, máxima autoridad del imperio romano, es asesinado en una conspiración tramada desde el corazón mismo de su séquito. Una disputa de poder, egos y traición, ideal para este grupo de hombres, familiarizados con tales emociones (aventuro). Luego de un tremendo cast, comienzan los ensayos, y les anticipo, pocas veces me he conmovido tanto en una sala. Los mismos tienen lugar en diversos rincones de la penitenciaría, con el resto de los presos, actuando como coro y participando con su mirada, gritos y presencia, bajo el control de hombres armados. Lo que superficialmente parece un entusiasta grupo de personas llevando adelante una obra clásica, se transforma en una alegato de cómo el arte, puede llevar luz, donde no hay otra cosa que sombras y oscuridad. Cada uno de los protagonistas serán afectados por la experiencia y dejarán también sus impresiones a la cámara de los Taviani... Sí, el poder sanador y liberador de la creación llega y se hace cuerpo, al actuar. Lo vemos. Se respira en el aire. La prisión se desdibuja y en el instante que ellos presenten su obra, serán libres en sus mentes y corazones. Les anticipo, esa energía, la van a sentir en la butaca. Los directores logran un crossover increíble entre teatro y documental como pocas veces ví. No se la pierdan. Realmente, es única. Y busquen una sala en que puedan verla en pantalla grande, su visión, en ese formato, amplifica la fuerza del relato. Sobresaliente.
Grupo teatro liberación Los grandes directores italianos –en todo sentido- de clásicas películas de la historia del cine como Padre Padrone (1977) y Kaos (1984), nos acercan con César debe morir (Cesare deve morire, 2012) un relato sobre la libertad, al representar la obra Julio Cesar de William Shakespeare por un grupo de presos de máxima seguridad. Lo interesante del film de Paolo y Vittorio Taviani, ganador del Oso de Berlín, es que no se trata de un “detrás de escena” de los preparativos de la obra. La película comienza con el final de la obra representada sobre el escenario. El público aplaude efusivamente el compromiso y la sagacidad de cada recluso -devenido actor amateur- en la composición de los personajes. Una leyenda menciona “seis meses antes” y, en un realista blanco y negro, veremos cómo cada preso irá metiéndose en el personaje a escenificar hasta perder de vista al hombre detrás del rol. César debe morir funciona al trazar un paralelismo entre la obra y la situación de encierro que viven los condenados. Como en toda tragedia cada personaje tiene un destino pautado (la sentencia en el caso de los presos), el cual asume con grandeza (la muerte en escena). No por nada la representación final adquiere sentido luego de ver todo el trayecto de ensayos, en los que cada preso/actor incorpora su rol en su habitual vestimenta y rutina carcelaria. Hay también una serie de planos simétricos, que viene a establecer la rectitud y lógica del sistema carcelario. Como si los directores Paolo y Vittorio Taviani estuvieran refiriendo a Michel Foucault en la composición de sus imágenes. Es que el concepto de libertad viene dado tanto en la obra como en la realidad por oposición al poder imperante (llámese César o sistema carcelario). El mecanismo de rebelión al poder se manifiesta por la revolución en la obra y por un motín en la cárcel. Con tal uso del paralelismo trazado ya desde el afiche de exhibición del film, César debe morir culmina siendo un alegato sobre el poder de sublimación del arte, llevando a los prisioneros a canalizar sus deseos de libertad a través de la representación teatral.
El arte como liberador Reclusos ensayan “Julio César” en este sugestivo filme. “Desde que me familiaricé con el arte esta celda se ha vuelto una prisión”. El que habla, desde esa celda en el ala de máxima seguridad de la cárcel de Rebibbia, en Roma, es uno de los reclusos que participa en un taller de teatro. El y otros compañeros ensayan Julio César, de William Shakespeare, para presentar a un público que colmará la sala, en este filme de los hermanos Taviani en el que confluyen las parábolas y los acercamientos entre la vida de los presos y los vericuetos de la obra shakespeareana. Los octogenarios realizadores, que en sus mejores tiempos nos brindaron clásicos como Padre padrone y La noche de San Lorenzo, se instalaron en la cárcel y siguieron el casting, los ensayos y la vida doméstica en prisión, hasta desembocar en la interpretación de la obra ante invitados. Así, en César debe morir convergen la ficción y el documental. Con suerte dispar, ya que cuando los presos interpretan -sin ser actores- los personajes de Julio César (Julio César, Cassio, Bruto, Marco Antonio, Decio, Lucio) parecen mucho más naturales que cuando deben “hacer” de sí mismos. Esta suerte de experimentación de los Taviani, claramente, permite por elevación hablar, a la vez, de las libertades colectivas. En definitiva, César debe morir es una adaptación de la obra, ciñéndose a los diálogos en otras circunstancias, pero el tema del poder y de la amistad están allí, siempre en primer plano. Quizá no hiciera falta en la presentación de los protagonistas citar qué condena están cumpliendo. ¿Importa la sentencia -los hay con sentencia a cadena perpetua, por tráfico de drogas, crimen organizado y asesinato, uno de ellos nacido en Buenos Aires, otro, luego de su liberación, se transformó en actor- o la acusación, a la hora de adentrarse en la trama del filme? Si uno ingresa a la sala unos minutos más tarde, la disfrutará igual, sin saber quién cometió varios crímenes. Los Taviani filmaron en blanco y negro la elección del elenco, los ensayos -manteniendo los distintos dialectos- y viran al color recién en la representación final de la obra. Como una manera de develar el contenido, el resultado. La prisión es representada como una gran sala de ensayo: metáfora social sobre la que se esgrime este sugestivo filme, premiado con el Oso de Oro en el Festival de Berlín el año pasado.
Convocados por los hermanos Taviani, los fantasmas shakespearianos renacen entre los muros de una cárcel de alta seguridad en la periferia de Roma. La conjura fratricida que apunta a César va a conducir a su trágico final, pero esta vez las voces que la traman hablan en napolitano, calabrés, siciliano, romano... y las palabras suenan febriles, vibrantes, cargadas de inédita y potente emoción, con los colores vivos de una Italia popular y múltiple. Es el genial bardo el que las ha escrito, pero aquí, puestas en boca de quienes han matado y pagan sus crímenes con el encierro, cobran una nueva dimensión, una verdad palpitante y perturbadora. Hablan Bruto, Casio, Metello, Decio, César, pero quienes palpitan, se apasionan, se estremecen o arrebatan bajo los personajes son los improvisados intérpretes que tienen más autoridad que cualquier actor profesional para hablar de ira, de muerte, de traición, de culpa, de lucha por el poder. El verbo de Shakespeare, su espíritu, se colma de los ecos de la vida verdadera de quien lo pronuncia. Este formidable operativo, llevado adelante por los cineastas italianos a partir de la acción de Fabio Cavalli, director teatral del penal de Rebibbia, adquiere una rara potencia emotiva. En el comienzo, el film reproduce la escena final de la tragedia, cuando un atormentado Bruto, vencido en Filipos y agobiado por la culpa, suplica a sus camaradas que le den muerte. Es una escena sobrecogedora (mención aparte merece su intérprete, Salvatore Striano, el único del grupo teatral que ya ha cumplido su condena y ha emprendido carrera como actor), que introduce en el estilo que los directores han elegido para su puesta, la subrayada entrega de los actores próxima a la sobreactuación y en contraste, el despojamiento y la austeridad de la escena concebida no de frente a un presunta platea sino organizada según el punto de vista de la cámara. Tras el ruidoso aplauso del final, se disipa cualquier equívoco. No se trata de una representación filmada ni de un documental sobre el fenómeno del teatro dentro de una cárcel sino de lo que toda esa operación artística -y la experiencia escénica y vital de los presos puestos en contacto con la invención dramática de Shakespeare- ha inspirado a los Taviani. A la notable escena inaugural, siguen otros innumerables hallazgos: los primeros son el regreso de cada actor custodiado a su respectiva celda o el flashback que recrea a continuación el singular casting que se ha realizado semanas antes, proceso durante el cual cada aspirante expuso su talento histriónico, y también sus antecedentes penales. César debe morir bien puede contarse entre las obras mayores de los Taviani. Es una obra que impresiona por su inusual espesor dramático y conmueve por su potencia y su visceralidad. Además, claro de la belleza plástica que debe darse por descontada tratándose de los autores de La noche de San Lorenzo .
Tragedia a puertas cerradas Detrás de esos personajes, inclusive detrás de esos actores, hay hombres con nombre y apellido, convictos que encuentran la libertad en las palabras que cuatro siglos atrás ya había puesto en sus bocas y en sus conciencias William Shakespeare. Las suspicacias y la desconfianza se palpaban en el aire antes de la primera proyección de Cesare deve morire en el Festival de Berlín del año pasado. Los autores de films fundamentales de los años ’70 y ’80, como Padre Padrone y La noche de San Lorenzo, parecían casi inactivos desde hacía más de una década, desaparecidos no sólo de las carteleras sino también del circuito de festivales. Pero no tardaron en demostrar que estaban en excelente forma, con un proyecto tan atípico como logrado: el registro de los ensayos y la consiguiente representación de una de las grandes tragedias históricas de Shakespeare, Julio César, según un grupo de internos de la prisión de máxima seguridad de Rebibbia, en Roma. Y el Oso de Oro de la Berlinale fue su recompensa. La película de los Taviani empieza por el final, con el último acto de la obra, representado en el teatro de la cárcel, con familiares y público en la platea. Pero ese registro en colores cede a un espléndido blanco y negro cuando un cartel informa “Seis meses antes”. Y a partir de allí se asiste a la gestación del espectáculo, desde la primera lectura del texto y el reparto de personajes hasta los ensayos, pasando por las presentaciones del caso, por supuesto. ¿Quiénes harán de César, de Bruto, de Casio, de Marco Antonio? Un integrante de la camorra, un convicto por asesinato, otro por tráfico de drogas, un cuarto por robo a mano armada. Nadie esconde nada: los espectadores del film saben, desde un comienzo, cuando son presentados a cámara, por qué esos hombres están allí, recluidos. Y sin embargo se produce un extraño milagro: en las voces tronantes, en los rostros curtidos, en las manos temibles de esos convictos las pasiones de las que hablaba Shakespeare cobran una vida impensada, que parece superar en convicción y verdad a la que pudiera proponer el mejor actor. Claro, todos ellos saben, por propia experiencia, de qué trata la obra. Todos han experimentado –y de alguna manera siguen experimentando en la cárcel– la lealtad y la traición, el miedo y la ambición de poder, la violencia y la muerte. Al fin y al cabo, Shakespeare escribió sobre Roma y sus hombres. Y cuatro siglos después, estos internos de Rebibbia, filmados en sus calabozos, siguen siendo prisioneros de los mismos sentimientos. Es curioso, a su vez, contrastar esta experiencia con las de Jean-Marie Straub y Danièlle Huillet también en tierra italiana: mientras los autores de Othon siempre trabajaron a partir del distanciamiento brechtiano, los Taviani (también de formación marxista, pero finalmente italianos) privilegian en cambio –a pesar del blanco y negro, de las rejas y de los guardias, siempre presentes– la inmersión en el texto, la pasión, la catarsis. Esta decisión no impide, sin embargo, que los Taviani recurran en determinados momentos a una típica “puesta en abismo”, ese procedimiento narrativo que consiste en imbricar una narración dentro de otra, desnudando los cimientos de la estructura dramática. Sucede por ejemplo en la escena en que César (el imponente Giovanni Arcuri) y uno de sus lugartenientes, Decio (interpretado por un convicto argentino, Juan Bonetti), se expresan sus resentimientos. Allí los personajes de pronto se salen del texto de Shakespeare y comienzan a manifestar la animadversión que se tienen los reos. Ya no hablan César y Decio sino Giovanni y Juan. Pero, ¿acaso no se están interpretando a sí mismos, según el guión preparado por los Taviani? César debe morir sabe sacar el mejor provecho no sólo de los rostros curtidos y el histrionismo natural de los reclusos –que dicen sus líneas en sus propios dialectos: napolitano, siciliano, apuliano– sino también del opresivo ambiente de la cárcel misma. Los corredores estrechos, las celdas exiguas, el angustioso patio de recreo de la prisión se convierten en la mejor escenografía para dar cuenta del complot que se cierra sobre el Emperador. Pero al mismo tiempo que el espectador se compromete emocionalmente con la tragedia, no puede dejar de recordar, a cada paso, en cada escena, que detrás de esos personajes, inclusive detrás de esos actores, hay hombres con nombre y apellido, convictos que encuentran la libertad y la redención en las palabras que cuatro siglos atrás ya había puesto en sus bocas y en sus conciencias William Shakespeare. Como reflexiona uno de los reclusos, en la soledad de su calabozo: “Desde que conozco el arte, esta celda se ha convertido verdaderamente en una prisión”.
Shakespeare para todos Los hermanos Taviani ya tienen más de ochenta años pero siguen haciendo películas originales, lejos de las fórmulas y de cierta domesticación proveniente de Estados Unidos que padece el cine europeo. César debe morir tal vez no tenga la potencia de sus mejores títulos (Kaos; Padre padrone; La noche de San Lorenzo; Las afinidades electivas) pero presenta una suma de riesgos estéticos y temáticos más que sorprendentes en los hermanos ya octogenarios. En una prisión de las afueras de Roma un grupo de presos de alta peligrosidad, algunos condenados a cadena perpetua, con las sugerencias de por medio de un director de teatro, construye, ensaya, analiza y traslada al escenario de la cárcel la obra Julio César de William Shakespeare. El pretexto es ese y resulta más que suficiente para que los directores de El sol sale también de noche exploren en cada uno de los rincones de la prisión, haciendo fusionar el ambiente "real" (la cárcel) con la representación de la obra. No son necesarias ni togas, sandalias y túnicas para escarbar en los alcances de una obra vigorosa debido a su eterna vigencia. Los "presos pesados" del lugar actúan con su ropa de todos los días y hasta se animan a discutir las idas y vueltas del libro. Con notables momentos donde los pasillos y rejas de por medio del lugar transmiten una asfixia insoportable, y valiéndose de sus personajes reconocibles (Julio César, Casio, Bruto, Marco Antonio), interpretados por un grupo de no-actores procedentes de la mafia y la camorra, los Taviani organizan un pequeño y gran film de cámara en un espacio casi único, recorrido por personajes de ficción y, al mismo tiempo, auténticos asesinos y delincuentes. Shakespeare y la mafia italiana que se hace entender a través diversos dialectos: la fórmula perfecta.
Shakespeare encarcelado Incluso para presos de una cárcel de alta seguridad, el arte puede ser el camino para encontrar la libertad interior. Los hermanos Taviani muestran en este nuevo filme, que es una suerte de documental intercalado con ficción, el trabajo que realiza Favio Cavalli, que dirige un taller de teatro en la cárcel de Rebibbia, en Roma, con internos condenados por crímenes severos, incluso algunos cumpliendo cadena perpetua. Sin embargo, si la película no optara por poner en placas esos datos, el espectador sentiría que está asistiendo a un ensayo más de una obra de Shakespeare, en este caso, “Julio César”. Intercalando los ensayos, que se realizan en distintos ámbitos de la prisión, con la vida cotidiana, el filme resalta la íntima relación entre la obra de ficción y las vidas reales de sus intérpretes. Cómo alguna parte del texto les permite expresar cuestiones personales, o los remite a algo puntual de sus vidas. La película comienza con una escena de la obra siendo realizada, en color, para remontarse a seis meses antes, pasando al blanco y negro, con el comienzo de los castings y los ensayos. La línea a seguir será la misma obra, cuya escena final continúa al último ensayo, permitiendo al espectador asistir a la obra por un lado, pero con la íntima observación de lo que ocurre con sus intérpretes al mismo tiempo. El trabajo de montaje es clave para lograr esa continuidad. Considerando el hecho de que no son profesionales, las actuaciones también son verosímiles, y logran transmitir, además de la historia en sí, la alegría que viven estos reclusos a la hora de actuar.
Lazos de sangre Los hermanos Taviani convocan a los fantasmas de Shakespeare en medio de una cárcel de alta seguridad. Los condenados interpretan el papel de su (propia) vida. Un singular grupo de actores amateur representa Julio César: una tragedia alimentada por las pesadillas del dramaturgo británico, paradójicamente cercana a las vidas de los presos. Los directores sostienen un delicado equilibrio entre la ficción teatral, los ensayos y los registros documentales, eludiendo las continuidades narrativas y cronológicas. La historia mítica de la Antigua Roma cruza el presente perpetuo de la cárcel. Las luchas fratricidas y las guerras de clanes se entrelazan en el tiempo y el espacio con la vida real de los actores en prisión. La muerte de Brutus, apenas comenzada la película, es de una verosimilitud conmovedora. Pero el dispositivo se revela una vez que se baja el telón: los actores dejan la escena para volver a sus celdas mientras el público sale bajo la mirada atenta de los vigilantes. La película deriva entonces hacia un blanco y negro contrastado, que funciona más como una pertinente elección estética para representar la abstracción del espacio carcelario que como un subterfugio narrativo para ubicar la acción en el pasado. La puesta en escena integra con destreza el decorado de la prisión como el marco grandioso de la Roma Imperial. Los ensayos encuentran ecos terribles en las vidas caóticas de los actores. Los ladrillos de las paredes están llenos de conspiraciones, los asesinatos se preparan a la sombra de los tristes calabozos, las rejas y los barrotes ocultan las miradas de los testigos. Los hermanos Taviani retoman los mejores momentos de su filmografía. Los condenados de Rebibbia prolongan el grito de Giulio, el preso anarquista de San Miguel tenía un gallo que hace más de cuarenta años reivindicaba el derecho a la palabra en el aislamiento de su celda. Como el pequeño pastor sardo de Padre Padrone, los personajes de César debe morir utilizan el dialecto: la palabra es el lugar de la identidad. Las escenas se actúan para un espectador invisible materializado por la presencia de la cámara o de observadores inesperados. Son momentos en los que la ficción se impone a la realidad, como en la notable secuencia del asesinato de César que los supervisores observan fascinados, demorando el silbato del fin del recreo hasta conocer el desenlace de la historia. La extraña alquimia de este pequeño mundo enfrentado a una realidad múltiple se abrevia en las palabras del preso que interpreta a Casius: “Desde que descubrí el arte, mi celda se convirtió en una prisión”.
Teatro en una cárcel romana Es un documental, que mezcla elementos ficcionales, para mostrar cómo funciona un taller de teatro en la cárcel de Rebibbia, en Roma. A través de lo que los presos cuentan, el espectador y el director de la obra, se enteran de por qué esos hombres están detrás de las rejas. La nueva película de los hermanos Paolo y Vittorio Taviani (‘Padre padrone’, ‘La noche de San Lorenzo’, ‘Kaos’), es un documental, que mezcla elementos ficcionales, para mostrar cómo funciona un taller de teatro en la cárcel de Rebibbia, en Roma. ‘César debe morir’, enfoca la preparación del estreno de ‘Julio César’ de William Shakespeare, que Fabio Cavalli, director de la institución carcelaria, les propone ensayar y representar a los presos que quieran hacerlo, para luego darla a conocer en el teatro de la prisión. Los que deciden participar, deberán pasar por un casting, en el que tendrán que decir en voz alta, sus nombres, si tienen familia y por qué están en la cárcel. La mayoría acepta y los ensayos se ponen en marcha. A través de lo que los presos cuentan, el espectador y el director de la obra, se enteran de por qué esos hombres están detrás de las rejas. La mayoría integraron una banda de criminales organizada, o están ligados al narcotráfico. LA PREPARACION Pero eso a Fabio Cavalli, el director de la obra, no le importa, para él, a medida que comienzan los ensayos, los presos pasaran a ser un grupo de actores, a los que tendrá que guiar en sus papeles. Giovanni Arcuri es elegido para hacer de César y Salvatore Striano, será Bruto su fiel servidor. La versión de Cavalli, se apoya en que César luego de vencer a Pompeyo y regresar a Roma, ambiciona abolir la República y adueñarse del poder. A partir de esa sospecha se arma una conspiración para asesinarlo y el elegido para hacerlo es Bruto. Ganadora del Oso de Oro, en Berlín y el David de Donatello, en su propio país, ‘César debe morir’, es un drama contundente, en el que los hermanos Taviani, consiguen que el arte del teatro se fusione con la vida misma. Por momentos, los textos de Shakespeare, despiertan en los presos viejos rencores, que se fusionan en los ensayos de la obra, para adquirir nuevos matices dramáticos, muy verosímiles y si se más quiere trascendentes, por el énfasis que los ‘actores’ le aportan a sus personajes. HOMBRES LIBRES El empleo del blanco y negro, para la mayoría de las escenas que forman parte del contexto carcelario y el color, durante la representación, en que los presos por un instante se convierten en ‘hombres libres’, le otorgan al filme, un impacto de áspera poesía. El contraste que se produce cuando los presos dejan sus papeles y luego de recibir el contundente aplauso del público en el teatro de la cárcel, deben volver a sus celdas, los Taviani lo subrayan a través de una frase -‘desde que me familiaricé con el arte, la celda se volvió una prisión’-, que dice Giovanni Arcuri, que, como se dijo, cubre el papel de César. Salvatore Striano (Bruto), intensifica su actuación a través de constantes matices melodramáticos. En otros papeles se destacan, Antonio Frasca (Marco Antonio) y Vincenzo Gallo (Lucio).
Nueva obra maestra con el sello Taviani En la cárcel de máxima seguridad de Rebibbia, en el Lazio, el nene más bueno cumple 15 años de condena por "afiliado a la camorra", como decía el tango. Homicidas, narcos, "uomini d' onore". Casi todos grandotes macizos. ¿Qué fueron a hacer ahí Paolo y Vittorio Taviani, viejitos de 82 y 83 años respectivamente? Pasa que el amigo Fabio Cavalli, actor, dramaturgo, conduce un taller de teatro para los internos. La pieza que representarán ese año es el "Julio Cesar" de Shakespeare. Un drama de traiciones, venganzas, crímenes, reclamos de libertad, confusos sentimientos de patria y sociedad, peleas campales. De eso los reos saben bastante. Un detalle: como la sala de ensayos está en refacciones, deben practicar sus parlamentos por los diversos rincones de la cárcel. Y Cavalli les pide que mantengan sus dialectos y tonadas regionales para sonar más creíbles. Entonces hacen Shakespeare, si, con todo respeto y notable talento, pero a su manera y soltando la bronca del encierro. Lo que hacen entonces los Taviani es ir escenificando los ensayos en el mismo orden en que avanza la obra teatral, de tal modo que los reos parecieran estar preparando un verdadero ajuste de cuentas en el presidio. Cuando matan a César en el fondo de un pasillo, cuando Bruto se explica desde el patio ante los monos que gritan encaramados en las ventanas, y Marco Antonio los solivianta con su discurso emponzoñado, bueno, si no fuera porque están recitando a Shakespeare creeríamos que se trata de un auténtico drama carcelario. Para más, filmado en impactante blanco y negro como las viejas películas de cárcel, un blanco y negro que remarca las facciones de esos actores tan particulares. Pero luego, en colores, van a una sala, se caracterizan, actúan, reciben aplausos, César resucita, le tiende la mano a su asesino y juntos saludan al público. ¿Un llamado a la conciliación entre las gentes?, ¿la salvación por el arte? ¿U otra cosa? Depende cómo se entienda lo que dice a cámara el intérprete de Casio, cuando vuelve a su celda. Toda esa potencia y sugerencia que ofrece Shakespeare, los Taviani, y el elenco de Rebibbia-Cavalli, en apenas 76 minutos admirablemente editados por Renzo Perpignani, viejo montajista de los hermanos, con quienes hizo "Padre padrone", "La noche de San Lorenzo" y tantas otras. Dos detalles finales: Salvatore Striano, el que hace de Bruto, ya no estaba preso, pero allí aprendió a actuar, de eso trabaja ahora (lo hemos visto en "Gomorra"), escribió un libro, "Libero dentro", y se integró como refuerzo al elenco actual. Y el que interpreta a Decio, el que maliciosamente instiga a César a presentarse en la plaza donde lo esperan los conjurados, se llama Juan Darío Bonetti, porteño preso por narcotráfico. Es así, los argentinos tenemos buenos actores hasta en las cárceles italianas.
Las líneas del documental y la ficción nunca estuvieron tan borrosas. Enviada italiana a la carrera oficial durante los últimos premios Oscar, César debe morir es un ingenioso experimento cinematográfico veraz y ciento por ciento realista. El propósito de los directores, los hermanos octogenarios Paolo y Vittorio Taviani, fue retratar la vida de un grupo de reclusos en la prisión de Rebibbia mientras se sumaban al plan teatral del complejo. Como todos los años, los residentes interpretan dentro del plan del director Fabio Cavalli una obra y en este es el turno de Julio César, clásico inmortal de William Shakespeare. Los Taviani se arrojan a la tarea con una puesta en escena sobria, dotando al film de un tratamiento en blanco y negro para contar los entretelones de los ensayos de la obra, en modo flashback, mientras que el comienzo y el final retornan al color, a la triste vida de estos hombres -no hay mujeres, ni lugar para ellas en la trama- que lo perdieron todo y han encontrado en las artes escénicas una burbuja de aire entre tanta opresión de concreto. Es impresionante el nivel actoral que poseen los protagonistas, hombres que han cometido crímenes verdaderos y cumplen sentencias de por vida. Son personas que uno vería cotidianamente en la calle, vecinos, ahora presos oficiando de actores jugando a ser actores de teatro. Salvatore Striano, Bruto, nos lleva en un viaje emocionante desde la primera escena. Actúa desde las mismas entrañas y genera escalofríos al transmitir humanidad en cada escena. Sus compañeros lo siguen de cerca, pero la cámara lo elige a él como protagonista. La duración de Cesare deve morire es escueta, se extiende lo justo y necesario para contar su historia y ya, pero por momentos quiere llegar a una base más profunda y no lo logra. ¿A qué me refiero? A que la parte documental se termina comiendo a la narrativa de ficción, en los detalles de que cada personaje histórico tiene algo que ver con el preso que lo interpreta y las repercusiones que esto tienen para con los otros encerrados. Quizás la falta de tiempo no ayuda a reflejar en su verdadera dimensión este punto, pero la sensación que persiste es que el guión esfuerza este detalle cuando no hay ninguna necesidad. Homenaje a Shakespeare, comentario social, clase de cine, todo para uno y uno para todo. César debe morir es una pequeña gran película, notable desde lo artístico, pero que le falta un poco más para ser una obra maestra. Sin embargo, el escenario que propone alucina.
Antes y después del encierro Desde que conozco el arte, esta celda se ha convertido verdaderamente en una prisión, reza la elocuente frase de uno de los protagonistas de César debe morir, documental que los hermanos Paolo y Vittorio Taviani presentaran en Berlín con la obtención del premio máximo y que ahora llega a nuestro errático panorama de la distribución cinematográfica local con calurosa bienvenida. La cárcel conoce historias de traiciones, lealtades, alianzas, violencias y deshumanización y por eso retomar la tragedia que hace casi cuatro siglos escribiera el dramaturgo inglés William Shakespeare, Julio César, cobra un verdadero significado dada su universalidad así como transformar a una cárcel, espacio acotado si los hay, en un lugar para el ensayo y la interpretación de una obra de teatro a cargo de los propios reclusos sin vocación actoral. Al estructurarse la puesta en abismo que sigue paso a paso los ensayos, las discusiones frente al texto y las propias internas de los participantes, los directores italianos (octogenarios debe decirse) aportan un enfoque bastante original para desplazarse en el ámbito carcelario cuando frecuentemente desde el cine documental o la ficción prevalece el estereotipo o la distancia entre los condenados y la cámara pero también en el recorte parcial de la realidad, algo inevitable si de cine se trata. El mérito es haber encontrado la grieta o el hueco por dónde mirar y atravesar el alma de los presidiarios, muchos de ellos con penas de cadena perpetua, homicidios y vínculos directos con la camorra que encuentran la catarsis en el proceso de preparación teatral pero también el despojo de las máscaras para desnudar su propia historia de vida antes y después del encierro. Ese operativo de la emoción no forzada aunque a la vez de la impostura en la actuación permanente frente a una cámara testigo por momentos desencaja y sorprende cuando emerge verdad, angustia y cuerpo. En el rostro apagado de Giovanni Arcuri seleccionado en un singular casting por el director de la obra se vislumbra esa terrible contradicción que es la condición humana en sí misma, lo más sublime y lo más miserable en su mirada tajante. Algo similar queda para el argentino Juan Bonetti, elegido para interpretar a Decio, quien es nada menos el encargado de la muerte de Julio César para comprender todo lo que está en juego en esta actividad que propone la liberación dentro del propio encierro. El comienzo que en realidad cronológicamente se ata al final nos muestra un escenario y actores en escena en el último acto de la tragedia shakesperiana que estalla en un aplauso del público y en un grito guerrero para auto determinarse sin que sospechemos que una vez que la furia se disipe y la alegría se apague quedarán las rejas y el silencio. Por fortuna existe este tipo de películas que logran por momentos que esos barrotes desaparezcan y que los hombres detrás de las rejas recuperen aquello que los hizo hombres: la voluntad, la imaginación, las ganas de vivir.
Los hermanos Taviani mezclan aquí ficción y realidad. Se trata de mostrar cómo presos de una cárcel romana ponen en escena una versión de Julio César, la tragedia histórica de Shakespeare. El resultado es tierno y duro al mismo tiempo, reflejo de la realidad e investigación de cómo el arte, como metáfora, exorciza demonios. En algún momento el espectador puede sentir un exceso alegórico, pero la fuerza documental del film permite que no altere el resultado final.
Larga vida a los Taviani A la luz de los cambios narrativos y formales que ha atravesado el cine como medio expresivo en los últimos años, directores como los hermanos Paolo Taviani (1931) y Vittorio Taviani (1929) se ven extraños, como artistas desvelados en mantener encendidas llamas a punto de extinguirse. Ha ocurrido también con otros directores como John Huston o Akira Kurosawa, quienes, al seguir filmando –sin apuro, fieles a sí mismos– pasados los ochenta años, conservan en sus últimas películas una mesura, una dignidad y una sabiduría que terminan volviéndolas misteriosas en el contexto. Es lo que ocurre con César debe morir, realizada con una claridad conceptual, un desdén por artilugios de moda y una visión humanista que, indudablemente, el cine va perdiendo (si bien, al mismo tiempo, va ganando en otros terrenos). La idea inicial es registrar los ensayos de una representación teatral de la obra Julio César de William Shakespeare por un grupo de internos de una prisión de máxima seguridad, aprovechando la verdad que pueden encontrar en ella esos actores espontáneos que conocen muy bien –porque lo han vivivo o sufrido en carne propia– la furia de la venganza, la fuerza del perdón, la indignación ante el engaño, la cercanía de la muerte. A través de ellos, los directores no sólo buscan resignificar el texto original sino también demostrar cómo el arte puede mitigar carencias. Y, aunque aquí casi no hay exteriores, mujeres ni demasiado espacio para esa experiencia gozosamente física que contenían películas como Padre padrone (1977), La noche de San Lorenzo (1981), Kaos (1984) e incluso –aunque en menor medida– otras más recientes como El sol sale también de noche (1990) y Tú ríes (1998), se perciben singularidades que permiten reencontrar el espíritu de los Taviani: de hombres que sueñan, añoran, sufren o se unen para lograr un objetivo está hecha su obra. Coherencia que permite ver en estos presos curtidos que encuentran en el teatro una forma de liberación ecos de aquel Gavino de Padre padrone, maravillado por la música que un acordeonista pasaba interpretando por el inhóspito paraje donde vivía. Hay otros detalles que también indican que no se está ante realizadores anodinos. La presentación de cada uno de los presos-actores se hace con un primer plano de sus rostros acompañado de un texto escueto informando cuáles son sus condenas y por qué delitos, momento al que los Taviani logran darle un soplo de tristeza con la música de una armónica de fondo, interpretada por uno de ellos. En otra secuencia, los directores sugieren un “diálogo” entre dos reclusos que ensayan sus parlamentos en sus respectivas celdas con un paneo que lleva de una puerta a la otra. No hay cámara en mano ni tampoco flashbacks para salir del ámbito opresivo de la prisión: en este sentido, los recuerdos de momentos vividos afuera son maravillosamente sugeridos con una mano acariciando una butaca en la que podría estar la mujer amada, o con la nostálgica mirada al paisaje de un cuadro que se hace repentinamente más tangible. Por lo demás, César debe morir abunda en argucias para desafiar los límites entre documental y ficción, teatro y cine, arte y testimonio, la Roma antigua y la actual, el ceremonioso peso del texto shakesperiano y la brusquedad casi infantil de los reclusos. Dentro de ese juego de cajas chinas (ocasionalmente llevado por la música al clima de un antiguo policial), afloran las íntimas preocupaciones de hombres comunes, a quienes en el film nadie defiende pero tampoco ataca, los mismos a los que, después de la exitosa representación teatral, se los ve volviendo a sus celdas mientras el público sale jubilosamente a la calle. “Deberían llamarnos guardiantes del techo” se le escucha decir en off, en algún momento, a uno de ellos acostado sobre su cama, en medio de otras reflexiones de sus compañeros, un poco como las de aquellos chicos en el aula de Padre padrone: el cine de los Taviani vuelve a ser un medio para hacer oír los reclamos y sentimientos ocultos en el corazón de los seres humanos.
El valor de la fuerza humana, los poderes del arte La última película de los Taviani obtuvo un justo reconocimiento en términos generales, sin embargo, los elogios no pueden disimular cierto sesgo racionalista en gran parte de la crítica local a la hora de referirse a ella con expresiones tales como “docuficción”, “proyecto atípico” o “experimento”, los cuales atentan contra la fuerza que tiene y las implicancias ideológicas que conlleva. César debe morir es una libre recreación del Julio César de Shakespeare y está filmada en una cárcel de alta seguridad en Roma, llamada Rabbibia. Allí, los internos seleccionados en un desopilante casting interpretarán la obra ante un auditorio. Esta información la conocemos a los cinco minutos, ya que la primera secuencia es el fragmento final del clásico shakesperiano, en colores. Inmediatamente se abandona (por fortuna) la idea del teatro filmado y se produce un descenso a “la realidad”: el regreso a las celdas. Cambio a blanco y negro, seis meses antes; los preparativos y las etapas ganan terreno para asistir al largo camino hacia el estreno. Se inicia el drama. Uno de los aciertos notables es la actitud política que la película evidencia en términos de adaptación cinematográfica, metiéndose nada menos que con una larga tradición de fiascos basados en la obra del gran dramaturgo inglés, más apegados al texto literario que a las posibilidades fílmicas. Los Taviani son lo suficientemente inteligentes como para potenciar en esa cárcel (que es un mundo también) los recursos con los que trabaja el cine para trasladar la fuerza del texto dramático y traducirla con imágenes. En este sentido, la idea de espacio escénico se multiplica y se enriquece en un juego de ensayo y performance constante por los pasillos, las celdas, los descansos, la biblioteca y el patio, filmados desde diversos ángulos. La secuencia de la muerte de César es el punto culminante de este procedimiento y es la concreción de lo que uno siempre hubiera querido ver en pantalla (¿cuánto habría evolucionado la relación entre la literatura y el cine si hubieran proliferado mucho antes películas como ésta y no ilustraciones para conquistar mercados?). Qué mejor espacio que la cárcel con sus paredes sucias, sin decorados estridentes, que la misma experiencia de los que habitan circunstancialmente ese lugar, para actualizar a Shakespeare, para destacar su vigencia y su humanidad, frente a tanta perorata de guiños cultos y solemnidad de voces altisonantes. Tal vez, con el correr de los siglos, nos dimos cuenta de que lo peor fue sacar al genial William de las calles. Calificar lo anterior como “una suerte de experimentación” es escamotear la honestidad política de la película, lo que nos está diciendo en relación al camino que puede tomar el cine sin necesidad de quedar en un rango inferior ante la literatura, aceptando que son lenguajes diferentes. La otra cuestión pasa por lo genérico. Los críticos dedican gran parte del tiempo a consagrarse a los rótulos (que docudrama, que docuficción) y algunos manifestaron cierta incomodidad en aquellas escenas donde los presos actúan de sí mismos. Así, por ejemplo, mientras descansan por la noche, se activan sus pensamientos (monólogos) sobre experiencias vividas. No deja de ser un dato menor porque si bien hay aspectos en la película que dejan colar el peso de lo real (carteles con los nombres y las condenas), en todo momento el artificio se hace presente: los personajes miran a cámara, son conscientes de ello, los espacios cotidianos se resignifican para que la intensidad dramática no se pierda y la misma cárcel va cediendo su condición para transformarse en un universo estético con reglas propias. El mismo desarrollo de la preparación de la obra se condice con los momentos climáticos de una tragedia. Por ende, no hay necesidad de preocuparse por los límites entre la ficción y el documental, porque la película se conecta con el tópico barroco del mundo como teatro y es clara en su voluntad por desdoblar los niveles de representación para tal efecto, y para acentuar un continuo transcurrir onírico, como si se tratara del Segismundo de La vida es sueño reencarnado en todos esos seres. Por último, se podría hablar del gesto más noble, el que involucra repensar la cárcel como una institución perfectible, donde el arte también sea una vía de escape, de salvación, o una práctica guiada por un sentido democrático y colectivo. Uno de los personajes dice hacia el final (también actuando): “Desde que conozco el arte esta celda se ha convertido en una prisión”. La sentencia se vincula con un ideologema de los directores: vivimos en una época donde debemos ser conscientes más que nunca del valor de la fuerza humana y del poder revolucionario del arte. A continuación, para contrarrestar la mirada resignada del presidiario, nos enteramos en los créditos finales de un pequeño pero hermoso triunfo: muchos de ellos han publicado libros o han estudiado teatro, es decir, han podido expresarse, gritar su humanidad. Es el único momento real que importa.
Los sospechosos de siempre Los hermanos Taviani, octogenarios ellos, vuelven al ruedo del arte cinematográfico rejuvenecidos ya desde la propuesta: Documentar, en términos de ficción, la experiencias teatrales llevadas a cabo en una cárcel de Roma en la cual los presos ensayan, y luego presentan, una obra teatral. Este filme recibió el “Oso de Oro” en la 62 edición del festival de cine de Berlín, la declaración de sus autores en ocasión de recibir el premio, fue…”aunque un hombre esté condenado a cadena perpetua no dejará de ser un hombre hasta su último día”…. Algo del mismo orden que planteara Primo Levy en su texto más conocido: “Si esto es un hombre”. El cine de los Taviani en principio siempre fue inteligente, humanista, complejo, poético sin esfuerzo. Cabe recordar producciones como “Tu Ridi” (1998), “Las Afinidades electivas” (1996), “Kaos” (1994), o su Opus, a mi entender, “Padre padrone” (1977). En este caso, ya desde el origen de la idea hay planteado un doble juego. La elección de la obra “Julio Cesar” de William Shakespeare no es casual, pues como es de esperar en autores de esta talla, no se quedan en la mera impresión del “experimento” carcelario. Indagan y forman paralelismo entre la vida cotidiana de los “actores” y sus representaciones, profundizando cada tema que proponen, como la amistad, la lealtad, la venganza, la culpa, la tiranía, etc. Simbolizando con veracidad y potencia formal esa tragedia sobre dilemas morales, planteos de actos éticos, como la confabulación, la ingratitud, la traición, la avidez de poder, la venganza y la manipulación psicopatica de la opinión popular, en esa arenga incomparable de Marco Antonio ante los restos de Cesar consiguiendo modificar la opinión de ese pueblo que minutos antes parecía haber interpretado y alababa las razones del acongojado Bruto para asesinar al hombre que le funciono como un padre, pero que, desviándose por ansias de poder, intentaba ejercer el despotismo. El montaje que eligieron para contar una historia con tantas ramificaciones está en función de poner como manifiesto su propia idea de la personalización de los sujetos, sea el momento que sea que estén viviendo, no juzgan a sus criaturas, solo las presentan Para eso van construyendo el filme como un gran flashback, que comienza cuando termina la representación de la obra, y luego hay un retroceso de seis meses en el tiempo, tal cual reza el axioma, que la historia no empieza con el relato de la misma, ni se cierra en sí misma, siempre hay un antes y habrá un después. El primer obstáculo, luego de presentar la propuesta a los internos de la presidio, es conseguir los interpretes con actores no profesionales, o si se quiere no actores. El segundo, es hacer viable, sobre todo seductor, el estudio del texto. El universalismo de Shakespeare beneficia a los presos para poder identificarse con los personajes. Es un “camino largo y sinuoso”, arduo, invadido por la incertidumbre que genera y la esperanza, imaginaria, por momentos falaz, que les provoca. Son los mismos sentimientos que suelen tener los presos en la intimidad aislada de su celda, ¿Quién es realmente Giovanni, el hombre que interpreta a César, y quién es Salvatore, transformado en Bruto? ¿Qué han hecho para estar condenados al encarcelamiento? La película no intenta en ningún momento esconder sus crímenes. Pero lo “novedoso”, si es que le cabe el termino, además de lo expuesto, esta en cómo es conjugado el texto con los distintos elementos que configuran el cine, la estética utilizada, el uso de color o el blanco y negro, las diferencias temporales mostradas también con el diseño de sonido, y principalmente los escenarios elegidos, los espacios utilizados como los pasillos, las celdas, las rejas, rígidos, por momentos asfixiantes, que parecen por momentos funcionar, casi como personajes, gracias a la forma de manejar la cámara, los movimientos y los planos utilizados acorde a la necesidad dramática que impone el argumento. Un film intenso, provocador y comprometedor.
Shakespeare entre muros carcelarios Una admirable experiencia que abre un diálogo con las artes y su público, con la sociedad y la historia, es la que proponen los hermanos Taviani con "César debe morir". Hay una relectura desde el espacio teatral con el modo de narrar de estos directores. Desde sus primeros films, en aquella década de los años 60 en la que los nuevos cines ubicaban frente a los ojos del espectador los mecanismos de su dramaturgia, los artificios de su puesta en escena, los hermanos Taviani han pensado siempre al espectador como un sujeto activo, abierto a interrogantes, dispuesto a subrayar, a dinamizar, a poner en discusión su conciencia crítica. Y desde la experiencia en acto que ahora tenemos ante nuestra mirada, precedida por un prólogo que marca un significativo corrimiento temporal, el poder transformador del montaje permite que los espacios de una prisión pasen a ser salas de ensayo, para que una obra que remita a una época de decadencia y corrupción, la Roma de los Césares, sea representada por cuerpos, voces y sombras de nuestro presente, corporizadas en presidiarios que están allí por haber cometido distintos tipos de delitos, crímenes, situaciones de narcotráfico, secuestros de persona. El texto de Shakespeare, su "Julio César", llevado al cine en aquellos años cincuenta por Joseph L. Mankiewicz e interpretado por Marlon Brando, James Mason, John Gielgud, entre otros, adquiere aquí, ahora, desde la relectura y desde esta nueva puesta en escena una resignificación que se inscribe en una poética autoral que permite abrir el concepto de lo clásico en múltiples direcciones y que se abre al juego de las prácticas estéticas en su aspecto más provocador. A partir de haber sido invitados en más de una oportunidad a la cárcel de Rebibbia, ubicada en las afueras de Roma, en la que los convictos desde una experiencia teatral representaban pasajes del Infierno de la Commedia de Dante, los hermanos Taviani comenzaron a pensar en la escritura de un guión y en la realización de este film en el que estuviesen presentes por un lado la relectura de esta pieza de la tragedia clásico, desde el espacio teatral, y por el otro ese modo de narrar que caracteriza a gran parte de su filmografía, en la que reconocemos la herencia de la mirada documental, los lineamientos de la estética de Bertolt Brecht, el diálogo entre arte y sociedad que es ya en sí toda una declaración de principios en la poética de ambos. De esta manera tras haber pasado por Berlin, donde obtuvo el Oso de Oro al mejor de Oro al mejor film, y de haber obtenido posteriormente los David de Donatello en los principales rubros, y de no haber sido considerado a la hora de los Oscars, podemos finalmente conocer esta tan particular e inusual expresión del cine contemporáneo, "Cesar debe morir", film que actualiza la letra de Shakespeare, su "Julio César", entre las paredes de una prisión y que cumple con el sueño tanto de este ya canónico autor como el de Dante: el de que escuchemos sus palabras en el escenario de la cultura popular. Desde esa coherencia ideológica que caracteriza todo su cine, la filmografía de los octogenarios hermanos Taviani, cuyos primeros films datan de principios de los años 60, el film que celebramos comentar nos propone una puesta en acto de las diferentes acciones que caracterizan esta obra de Shakespeare, tales como la traición y el crimen, el ejercicio del poder y la fuerza del destino, en ese territorio custodiado, en esa zona de máxima seguridad; en ese ámbito en el cual los que allí cumplen condenan han perdido, en principio, todo sentido de libertad. Y es el mismo texto que se nombra, que se va recitando desde cada uno de los que fueron elegidos, en ese dialecto que los identifica a cada uno de ellos, el que va construyendo, a través de ese otro juego escénico, una constante reflexión sobre la condición humana. Al considerar como punto de arranque la dirección teatral que venía realizando el dramaturgo Fabio Cavalli con los presidiarios y con la participación particular de uno de los que allí había cumplido condena años ha, Salvatore Striano, quien el film asume el rol de Bruto, el film de los hermanos Taviani planteaba ese desafío rosselliniano al proponerse de ver cómo a través de la experiencia artística se podía recuperar, en un ámbito como el carcelario, ese perdido sentimiento de libertad, desde lo que ello mismo expresaron en conferencia de prensa: " El film nacía de una necesidad. Los hombres a los que les hicimos la propuesta respondían de su pasado, lejano o reciente, de culpas o delitos, de valores ofendidos, de relaciones humanas fracturadas". El film de los hermanos Taviani, quienes pasaron a ser reconocidos internacionalmente en 1997 cuando en el Festival de Cannes, tras una serie de tensiones, fue reconocido con la Palma de Oro, "Padre Padrone", se nos presenta en el mismo tiempo en que se va construyendo la puesta en escena, desde los preparativos, la elección de personajes, rodado en blanco y negro, hasta la misma representación de la pieza, desde una visión que desenmascara lo conflictivo y que marca los lugares de borramiento entre vida y ficción, en tanto son esas historias personales las que comienzan a cabalgar sobre la misma naturaleza de la misma pieza teatral. Pese a su premiación en Berlin, "Cesare deve moriré" recién pudo ser estrenada en Italia cuando la distribuidora que le pertenece al actor y director Nanni Moretti, la Sacher Films, se mostró realmente interesada en el mismo. De lo contrario el itinerario del film hubiese sido otro, ya que como podemos comprobar a diario se ha fijado y sellado una dictadura de mercado. Desde el 2007 no se daba a conocer film alguno de estos directores; en esta oportunidad, en sala alternativa, pudimos admirar e nuestra ciudad "La casa de las alondras" o bien como se la estrenó en nuestra ciudad, "El destino de Nunik, una realización que nos remite, siempre en el marco del Cine Memoria que los particulariza, al genocidio armenio. Y al ubicar los Taviani, Paolo e Vittorio, nacidos en la zona de la Toscana, herederos de la tradición del Neorrealismo y de la ética de Roberto Rossellini y de su amado film "Paisá", al cine como depositario de la memoria de la Historia, podemos evocar los momentos finales de aquel sublime film de fines de los años 80, "Good morning, Babilonia" de por sí, todo un legado.
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
Cesare deve morire Por Mónica Acosta Cesare deve morire. 76 min. Dir. Paolo y Vittorio Taviani Italia, 2012 Los hermanos Paolo y Vittorio Taviani en su mejor juventud: una perfecta síntesis de sus búsquedas estéticas y políticas en su último filme. Llega, como tantas películas, con muchos premios, entre ellos, el Oso de oro de Berlín, el premio del Jurado Ecuménico, El David de Donatello al Mejor director, montaje, película, productor, tomador de sonido en vivo, fotografía, músico, guión, entre otros, y hasta una nominación para el Oscar. Acostumbrados a ver pasar películas premiadas, solemos escatimar adjetivos que a menudo sobran en un mundo, el cinematográfico, que a veces parece agotado de tantos festivales y tantas prensas que suelen formar parte subsidiaria, pero que hoy se han transformado en lo más importante del cine, como si este metièr hubiera llegado a su fin y ya no tuviera fuerza propia para hablar de sí mismo. Pero no, todavía hay ‘tavianis’ por ahí, y por suerte para nosotros, ha llegado un filme que supera todas las síntesis de sus apuestas estéticas y políticas de todos los tiempos, las propias y las del resto de un cine que -en palabras de Ricardo Manetti, uno de los anfitriones del BACI, 2da edición del Festival de Cine Italiano que se realiza desde el miércoles 5 hasta el domingo 9 de diciembre en Buenos Aires- ha sido tan importante no sólo para generaciones y generaciones de nuestro público, sino fundamentalmente para todos aquellos directores argentinos que se han formado en la escuela del Neorrealismo Italiano, y que –ya en palabras propias- han hecho de nuestro cine algo más que un juego estilográfico volátil y burgués, superando las posibles influencias del cine francés de los sesenta, para terminar formando una serie de estéticas, poéticas, políticas, narrativas fundantes del cine argentino -y a las que no estaría nada mal, volver a rever, repensar, resignificar, desde la experiencia actual- tal como lo están haciendo estas cinematografías, en un tiempo centrales, y que hoy buscan en la expresión de su aldea, de su dialecto y de su cine regional, una vitalidad perdida en los últimos años, y que hoy se muestra emergente. Cuando veía por segunda vez la película (la primera por la mañana, en el Cine Cosmos, la segunda por la noche del miércoles, en el Cine Teatro Coliseo), no pude dejar de pensar en Favio y su último Aniceto. Algunos directores, con la vejez, se agotan. Otros, como el caso de Favio y de los hermanos Taviani, llegan a una síntesis en sus diálogos, en las expresiones de sus actores, la fuerza de las acciones dramáticas, el ascetismo de las locaciones, la potencia de la música elegida, los silencios, las miradas, los tiempos del montaje, la estructura dramática del film, la puesta de cámara, la unión entre decisiones estéticas y convicciones políticas, que hacen que una película, en nuestro líquido siglo, vuelva a inscribirse en el único relato posible para nuestros tiempos: el arte. Hay en un suburbio de Roma, sobre la Via Tiburtina, una cárcel de máxima seguridad, la cárcel de Rebibbia. Allí van a parar todo tipo de criminales que, a diferencia de Aniceto, no son simples ladrones de gallinas. Son, al decir de muchos habitantes de nuestro siglo ‘lacras sociales que merecerían la pena de muerte’, la peor muerte, la peor venganza del ‘ciudadano común’, del ‘buen vecino’, del ‘hombre que merece’ que el estado se ocupe de su seguridad y no de la seguridad de ‘esos criminales que ya no tienen remedio’. Paolo y Vittorio Taviani eligieron filmar dentro de la cárcel con esos ladrones, asesinos, traficantes de drogas, participantes de las más terribles vendettas a la italiana, y lograron un filme que es uno de los más bellos, más realistas, más poéticos, más perfectos que este ojo haya mirado. ¿Por dónde empezar a hablar de este film? En principio, explicando que en la Cárcel de Alta Seguridad de Rebibbia hay un director de teatro, Flavio Cavalli, que hace teatro con los reclusos. Pero no un teatro cuya primera finalidad es la terapéutica, sino un teatro en todas sus palabras y formas: los criminales hacen obras de William Shakespeare, las estudian, las ensayan, las preparan, las montan y las estrenan para el público que los va a ver, los aplaude, se emociona con ellos, y después, el burgués gentihombre, sale y se va conmovido por lo que acaba de ver, rumbo a su casa, o al restaurante, o a perderse en las calles de Roma; mientras los reclusos vuelven, acompañados por las policía penitenciaria de la sección de máxima seguridad, a sus celdas, a veces individuales, en general, compartidas. “CESARE DEVE MORIRE” (2012) es el film que Paolo y Vittorio Taviani han dirigido sobre la tragedia Julio César de Shakespeare puesta en escena por un profesor y director de teatro que trabaja con los presos: desde la propuesta, el casting (una de las mejores escenas del cine italiano actual, en la que todo tipo de bordelines que suele habitar esos lares, despliega sus capacidades cómicas y trágicas, mostrándole al mundo, tal vez, demostrándole, que si hubieran podido nacer en otras circunstancias, habrían llegado a ser no menos que un Marlon Brando para el star system, y podrían estar recibiendo miles de aplausos, al mismo tiempo que miles de dólares), los ensayos, los quiebres de los personajes-sujetos de la palabra, la puesta, el estreno, los aplausos, la vuelta a la habitación cerrada de la cárcel, la soledad que entra cuando todos se acuestan y miran el cielorraso, con la seguridad de que jamás, o demasiado tarde, podrán salir de allí. Pero no han nacido donde han debido, sino en “Roma, ciudad de la vergüenza” -al decir de Cassio según Shakespeare- cuyo hombre que lo representa, un asesino que tiene cadena perpetua, se confunde y dice -“Nápoles, ciudad de la vergüenza”, al mismo tiempo que pide disculpas durante el ensayo, porque dicho en su dialecto, en su lenguamadre, Roma es como su Nápoles natal, la mierda de la que él salió, y ahora, tal vez gracias a otro marginado inglés que le antecedió en quinientos años, recién ahora, él lo sabe. El film es la historia de un complot, del asesinato de César en manos de los senadores romanos, y de la traición de su hijo-ahijado más amado, Bruto. El personaje del traidor es representado por Salvatore Striano, un convicto que ha cumplido su pena y que hoy es uno de los mejores actores italianos, alejado de la belleza líquida de los jóvenes actores actuales, y cercano al pathos original de la escena griega-inglesa-italiana. Striano ha enviado una nota a los argentinos que podamos acercarnos al festival, dice que nos quiere porque quiere a Maradona, y que el arte lo ha salvado. La nota es leída por Giovanna Taviani, joven hija-directora que también participa del festival. Las palabras de los personajes clásicos: Cassius, Marco Antonio, Ottavio, Bruto, Julio César, dichas en dialecto, libera a estos hombres de todas sus ataduras y remite el film a las búsquedas estéticas universales del cine italiano: volver al dialecto como lengua de la realidad, como lengua que expresa la verdad en cine: Visconti, Rossellini, Pasolini, Taviani… Al final, Cassio, el promotor del asesinato, afirma: “Nada volverá a ser como antes”, en una cita que asume un valor real, meta-teatral, metafísico… y sigue: “Ahora que he conocido el arte, esta celda se convirtió en una cárcel.” La verdad asoma todo el tiempo en un juego de contrapunto entre los que estos hombres representan en la obra, representan para la sociedad, para sí mismos, para nosotros, para todos los ávidos de seguridad en un mundo infame. “Si pudiera arrancarle el espíritu sin destrozar el pecho” -repite Bruto cuando piensa en el asesinato de César, e inmediatamente entra en la duda de todo su ser: ¿por qué cuando se arrabbió, no intentó pensar que tal vez, podía cambiar un espíritu, sin matar? Pero se reprime y enuncia su convicción audaz, la que lo hace ser quién es, Bruto-Striano: “La justicia no es un matadero. Esto no es un asesinato, sino un sacrificio que el pueblo agradecerá”. “CESARE DEVE MORIRE” es uno de los más expresivos, ascéticos y verdaderos filmes de esos tiempos aciagos en los que la sed de justicia se torna a veces, sed de mal. Los Taviani, por razones de edad y salud no han podido venir, pero uno de ellos nos ha enviado un saludo filmado que se proyectó antes del filme. Allí recuerda la venida de los hermanos a Buenos Aires, cuando recién comenzaba la democracia. Nos regala un recuerdo en el que narra el estreno de “La noche de San Lorenzo” (1982), la identificación entre una Argentina que quería liberarse de las ataduras dictatoriales y el personaje colectivo de ese sentido filme. En su recuerdo evoca a una mujer cualquiera conocida en ese momento, una tal, sensual y bella Coca. Ayer, viendo un documental sobre Oscar Niemeyer, un periodista le preguntaba qué era lo más importante de su vida, y el arquitecto, miembro de esta generación de grandes artistas que nos están dejando o están entrando en el momento final de sus vidas, le contestó, riendo y gozando de su respuesta: ‘La mujer’. Hay que tener un poder de síntesis de la experiencia propia y ajena superior para dar esas respuestas, después de haber creado el siglo XX en imágenes que ya son parte del siglo y de nuestra memoria, y que, si no fuera por estos filmes que a veces aventuran, ya hubiéramos olvidado que el cine llegó para seguir quedándose entre nosotros, a pesar de todo: “CESARE DEVE MORIRE” (2012) de Paolo y Vittorio Taviani, es uno de los más bellos filmes políticos de este siglo XXI.
EL ARTE LIBERA Los hermanos Vittorio y Paolo Taviani venían de mucho tiempo sin hacer nada notable. Tras varios años haciendo productos menores y hasta algunos telefilms, reaparecieron con su majestuosidad cinematográfica en la Berlinale 2012 con esta película que reivindica el poder del arte para elevar el alma a un estado de libertad superior. César debe morir transcurre en una cárcel de alta seguridad de Italia, donde los reclusos ensayan el Julio César de Shakespeare los meses previos al estreno en el teatro de la institución donde están presos. Con fotografía en blanco y negro, exceptuando la presentación final de la obra, los Taviani van poniendo la cámara en plenos ensayos, como aprovechando la escena teatral para un ejercicio cinematográfico refrescante y sumamente potente a nivel visual, que convierte el filme en una doble-obra, tanto desde el aspecto teatral como el de la película en sí misma, respetando magistralmente una sola línea narrativa en la que convergen varias ideas que dan poder a la imagen. El valor del cuerpo como medio de comunicación de la dramaturgia está puesto en un lugar que pocas veces se vio en el cine reciente. La conciencia artística puesta en su más grande expresión, mediante el poder del cine y su raíz influyente más cercana, el teatro. Se destaca la presentación de los personajes, un casting que dura casi diez minutos, pero que resume a la perfección la idea de mostrar la condición en la que se va a encarar la obra. La más reciente película de los octogenarios cineastas italianos nos hace partícipes de cómo estos actores (que son prisioneros de verdad, a excepción del protagonista Salvatore Striano, ex convicto, ahora actor profesional) viven la actuación y la incorporan a sus vidas como una forma de olvidar el tiempo que llevan privados de la libertad. De hecho, en un momento uno de los protagonistas rompe la cuarta pared y se dirige a la cámara para pronunciar una frase fuerte y bellísima: “Desde que descubrí el arte, esta celda se ha convertido en una prisión.”
LIBERARSE César debe morir, de Paolo y Vittorio Taviani es un documental, pero con todas los difusos límites que este término conlleva. Porque un documental es también una ficción. Simplemente por el hecho que exista una cámara que filma, o sea un encuadre, y un sujeto consciente de la mirada de esta cámara sobre sí mismo. La primera escena nos muestra una actuación, un grupo de personas realizando la obra Julio César, de Shakespeare, una representación dentro de una representación. Los colores, el escenario y los trajes de época enmarcan la situación. Luego la película se tiñe de blanco y negro y se sitúa en una cárcel. Sí, los actores (algunos muy destacables en su papel) están presos. Todo lo que vamos a ver después son los ensayos de esta obra dentro de los diferentes lugares de la prisión. Por momentos la ficción se mezcla con la realidad, aunque suene difícil hablar de “realidad” cuando alguien está encerrado durante años entre rejas. Pero como bien sabemos no siempre hace falta tener custodia, cadenas, ni barrotes para sentirse encerrado… Una serie de personajes se nos presentan con una mirada a cámara, con su nombre, condena y delito escrito por debajo de su rostro. En este punto disiento, no me parece necesario saber el motivo por el cual están presos, porque de alguna manera los etiqueta. Justamente lo que importa es que son personas que tienen un objetivo en común y para lograrlo tienen que trabajar en equipo, pero en este caso el objetivo no es lavar el patio, ni aprender oficios, sino representar la obra de uno de los autores más importantes de la literatura universal. Y es fácil identificarnos con ellos, aunque no hayamos asesinado a nadie, ni participado en el tráfico de drogas, ni en el crimen organizado, porque no son formalmente artistas (como muchos de nosotros) pero a través del arte (ajeno) pueden sublimar y sentirse “reyes” por lo menos por un rato. Vemos en una puesta en escena un mural de un mar y una isla, un decorado de cartón que contrasta con la asfixiante prisión, llena de puertas de hierro y cables de alta tensión. En la película el arte está representado por los colores, la diversidad de tonalidades y matices, y la realidad (carcelaria en este caso) por la ausencia de los mismos, una realidad en blanco y negro donde todo parece tener dos caras: los buenos y los malos, los que tienen el poder y los que acatan, los que están adentro y los que están afuera. Pero además podríamos inferir que la película nos está diciendo que la vida sin arte, se torna oscura. Luego de escuchar el sonido de las cerraduras que se traban y de la puerta indestructible que se cierra a su espalda, alguien nos mira de frente y nos dice: “una vez que me familiaricé con el arte, esta cárcel se convirtió en una prisión”. Claro, cuando se nos muestra cualquier tipo de belleza su ausencia nos deja un sabor amargo, pero en este caso un detalle es fundamental: ahora todo lo que vemos en ese encuadre dentro de la celda es a color. Es evidente que en los personajes hubo un cambio durante el recorrido de la obra. Porque si hay algo que nos hace sentir libres, aunque sea por un instante, es el arte.
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La realidad, la ficción, el cine y el teatro CESAR DEBE MORIR, de los hermanos Taviani, daba para desconfiar cuando se exhibió en el Festival de Berlín 2012, ya que la última película más o menos potable de Paolo y Vittorio era de 1998. Y, a los 82 y 80 años, costaba imaginarlos renovados. Pero no sé si es algo que sucede a esa edad (como los casos de Clint Eastwood y Manoel de Oliveira, por ejemplo), o si simplemente fue la historia que cuentan la que los hizo rejuvenecer y entregar un filme fresco y bastante original, una de las más interesantes adaptaciones shakesperanas que vi en mucho tiempo. El juego que emprenden los Taviani parece sencillo pero no lo es tanto. Los presos de una cárcel italiana tienen un taller de teatro en el que se montará JULIO CESAR y el filme -en digital y en blanco y negro durante gran parte del relato- lo que hará será avanzar paralelamente con la trama de la clásica obra y con el trabajo en la puesta en escena. Cesare-deve-morire 2Paralelamente, la obra se irá armando y desarrollando, desde el casting al estreno, al que llegaremos junto con la culminación dramática de la pieza. Y, a la vez, dará para que la situación “ficcional” se mezcle con la “realidad” de la cárcel y de las vidas de los presos, ya que la trama de poderes y traiciones shakespereanos no está tan alejada de la cotidianeidad de los protagonistas en ese ambiente y en el mundo de la mafia. A todo esto hay que sumarle que el filme es una ficcionalización -o al menos lo parece- de un caso de la vida real, con los presos haciendo de sí mismos (“a la iraní”, dirían algunos) y demostrando ser (algunos más que otros) muy buenos actores. Y aún cuando no lo son, el entramado del filme los habilita para el error. Una gran película que nadie esperaba. (Adaptación de la crítica publicada durante el Festival de Berlín 2012, en el que la película se llevó el Oso de Oro)
El arte sana "Cesare deve morire"es el galardonado trabajo de los hermanos Taviani ("Padre padrone", "La noche de San Lorenzo", "Kaos") que presenta a un grupo de presidiarios preparando de manera magistral la famosa obra shakespeariana, "Julio César". No es una representación de la cárcel hecha por actores, no no, es una película filmada con presos reales de La Rebibbia, una prisión de máxima seguridad ubicada en las afueras de Roma. En este aspecto inusual, los Taviani colocaron el factor principal de su trabajo y no se equivocaron. Impacta y moviliza ver los procesos emocionales por lo que pasan estos tipos para poder dar vida a la obra que se proponen llevar adelante. Realidad y ficción se mezclan de manera inversa a lo que estamos acostumbrados a ver, además de que se combina teatro con cine de una manera que resulta refrescante para la gran pantalla. El producto está potenciado doblemente, por un lado a través de la vivencia de una historia famosa de Shakespeare que trata poderosamente temas como el bien mayor, la traición y la amistad, y por otro la conducción profesional de los directores que hacen quedar en evidencia a más de un ladri que anda dando vuelta por Hollywood. El problema que yo percibí en este film es la dinámica, el ritmo que por momentos se ahoga entre tanto cine arte. Me gusta el cine arte, pero creo que debe encontrar un equilibrio con el entretenimiento. Que "César debe morir" esté filmada un 90% en blanco y negro y sólo un 10% en color me parece muy útil para transmitir las sensaciones que se viven en la historia, que se haga una analogía entre las duras vivencias de los presos y las emociones que genera la obra de Shakespeare es muy bueno también, al igual que ese mensaje tan cierto y contundente que redondea el metraje invitándonos a vivir más de cerca el arte. El inconveniente es que a veces este tipo de producto es concebido para un grupo reducido de espectadores, que está acostumbrado a este cine, y se deja atrás al público no tan educado en esta forma. NO estoy hablando de poner explosiones, minas en bolas o efectos audiovisuales, sino más bien me refiero a imprimir un ritmo más dinámico y sensorial, que movilice no sólo a través de la idea del film, sino a través del uso de técnicas cinematográficas de edición, ritmo narrativo y visuales que sean un poco más fáciles de digerir. Una peli recomendable, que hay que ver con predisposición y paciencia. Una peli que interpela y que, al igual que a los internos de La Rebibbia, nos sana a través del arte.
Shakespeare entre rejas Bienvenida vuelta al cine a los maravillosos hermanos Taviani ("Padre Padrone, "Kaos", etc)quienes ya octogenarios la arremeten con la posibilidad de instalar su cámara en la ficción teatral que desarrollan una serie de personas tras los muros de la prisión de Rebibbia en Roma. La idea es montar una puesta en escena del descomunal "Julio César" de William Shakespeare. Los privados de la libertad -gente muy pesada además- se enganchan con la difícil apuesta de dramatizar la historia clásica de traiciones y muertes lo más eficientemente posible. Caerán en las dudas, buscarán la verdad en el texto, y no necesitarán de un vestuario fastuoso de togas y sandalias, alcanzará tan solo con la intencionalidad de las palabras. Una película distinta, confeccionada con el particular estilo de estos magistrales realizadores peninsulares que es contada de manera contundente, descubriremos como estos hombres -entre ellos un argentino- pueden resultar libres con la ayuda del arte, en este caso del teatro, aún estando encerrados.
Publicada en la edición digital Nº 6 de la revista.
Arte carcelario y catarsis colectiva Los hermanos Vittorio y Paolo Taviani son conocidos en el mundo del cine por representar la vertiente del realismo socialista o neorrealismo italiano, con gran influencia de Roberto Rossellini. Sus películas más memorables son “Padre Padrone” (1977) y “La noche de San Lorenzo” (1982). Muy politizados, sus enfoques siempre refieren a la lucha de clases y los conflictos sociales. En esta oportunidad, reaparecen luego de varios años de silencio, con una obra singular que mereció el premio Oso de Oro de la Berlinale (2012). “César debe morir” es una adaptación libre de la tragedia “Julio César” de William Shakespeare y refiere a la creación colectiva de un grupo de reclusos, en una cárcel de máxima seguridad próxima a Roma, Rebibbia, como una de las actividades de rehabilitación que cumplen dentro del presidio. El relato comienza mostrando la escena final de la obra, cuando Bruto, arrepentido por haber participado en el asesinato de César, su mentor, solicita a uno de sus seguidores lo ayude a cometer suicidio. La obra concluye y los actores saludan en el escenario. Inmediatamente después, el film retrocede seis meses y en riguroso blanco y negro se dedica a narrar toda la preparación previa de ese significativo acontecimiento. De modo que la mayor parte del relato cinematográfico se despliega en el interior de la cárcel de Rebibbia, lugar donde los presos que cumplen distintas condenas por hechos delictivos de variada implicancia, se reúnen en la biblioteca del penal y bajo la dirección del funcionario que tiene a su cargo los talleres culturales, empiezan a diseñar la representación de la tragedia shakespeareana. El film muestra una especie de casting, en el que cada recluso se presenta a sí mismo y ofrece un perfil de su carácter histriónico, y también de su procedencia. Luego, se hace el reparto de personajes y después empiezan los ensayos, que tienen como locación distintos lugares de la cárcel, mientras, el teatro está sometido a obras de refacción para la gran función con público, meta final del trabajo que motiva a todos. Valor humanístico del arte “César debe morir”, lejos de ser una película convencional, se trata de un producto carcelario con características estéticas rudimentarias, aunque no por ello menos significativas, y es evidente que los hermanos Taviani se proponen expresar el valor humanístico del arte, cuya experiencia permite una suerte de reflexión acerca de la propia condición a cada uno de los actores. Y precisamente, la interpretación de una tragedia, que por momentos se confunde con la vida misma dentro de la cárcel, los lleva como grupo y también de manera individual a la experiencia de la catarsis aristotélica, logrando la tan añorada redención o la liberación por el arte. “César debe morir” no es un producto de consumo fácil ni cómodo, no es una película cuyo fin sea el entretenimiento ni el espectáculo como negocio, es un experimento de laboratorio que muestra las posibilidades que ofrece la experiencia estética, en el proceso de reconciliación de un grupo de personas bajo castigo con la sociedad de la que fueron apartados por sus conductas lesivas. La película termina igual que como empieza, con la función teatral y el público aplaudiendo, luego de las escenas finales, marcando la diferencia por el uso del color en ambas secuencias, como queriendo decir que paradójicamente, la vida verdadera transcurre en ese momento de comunión entre los actores y los espectadores, momento en que se produce la magia del fenómeno estético, remarcando que es algo que está al alcance de todos.
Con el paso del tiempo, al volver a leer un libro o mirar una película, se siente que sobre ello se tiene una mirada nueva o al menos enriquecida. Algo parecido es lo que sucede con esta docu-ficción de los hermanos Taviani; sólo que aquí lo que ha mutado no es sólo la mirada de los directores italianos sino la clásica obra shakespeareana Julio César; esta obra teatral que fue adaptada en varias oportunidades a la pantalla grande (entre ellas, la versión más conocida es la protagonizada por Marlon Brando y dirigida por Joseph L. Mankiewicz) adquiere en César debe morir un ritmo y una forma acordes a los tiempos que vivimos; es decir, los Taviani, que ya son octogenarios, tienen una mirada particular que les ha otorgado la experiencia artística y personal la cual pusieron al servicio de la obra transformándola y actualizándola pero sin deformarla. Los directores, recordados por las excelentes Padre padrone o Kaos, se enteraron de que en la cárcel de máxima seguridad de Rebibbia (Italia) se interpretaban obras y quisieron retractar la experiencia. Paolo y Vittorio, con la habilidad que los caracteriza, lograron esquivar los golpes bajos y los lugares comunes consiguiendo mostrar una historia fluida, precisa, con la dosis justa de emoción y tensión. Los Taviani logran que por momentos el espectador genere una empatía tal con los protagonistas del film que olvide que son presidiarios. Lo que se cuenta en César debe morir es el proceso de puesta en escena de la obra Julio César desde el casting, pasando por los arduos ensayos, hasta llegar al momento de la presentación; lo interesante es la elección de esa obra de Shakespeare entre tantas del autor, en primer lugar por la cercanía de la tragedia con la historia de los reclusos tanto en lo íntimo (los presos se sienten identificados) como en lo concerniente a los primeros tiempos de su país; en segundo lugar, por la actualidad que logra tener la historia ya sea por lo que tiene que ver con lo estrictamente político o con la situación que se vive dentro de las prisiones. Este film, rodado en gran parte en blanco y negro, es un buen ejemplo de reescritura interminable ya que muestra que la mirada sobre un tópico, sea cual fuere, nunca se agota.
Desde roma con amor Los hermanos Taviani bien saben lo que hacen. Es que llevar al cine una obra teatral shakespeariana, como lo es Julio César, no es ni siquiera posible sin caer en las modalidades básicas de los otros filmes de la historia que han intentado adaptarla. Pero para éstos italianos se les dio fácil, o al menos, eso aparenta esta gran obra cinematográfica contemporánea, que marcará un antes y un después si de adaptaciones teatrales se trata. Es que a través de cierto misticismo, Paolo y Vittorio nos introducen en un nuevo sub-género del séptimo arte: el docuficción o “falso documental”. Este híbrido apartado dentro de la historia del cine prefiere proyectos más crudos, más “objetivos”, aunque las puestas de cámara y en escena sean totalmente permisibles. Así se nos propone una historia un tanto particular: el reconocido profesor de teatro Fabio Cavalli comienza a dictar cursos de dramaturgia en la cárcel de Rebibbia, en Roma. Un grupo de reos (Salvatore, Giovanni, Antonio, Cosimo, Vincenzo, Francesco, el argentino Juan y demás) participarán de un casting (increíblemente plasmado en imágenes en blanco y negro, en planos cortos y con las voces en primer plano sonoro) para conseguir un papel en la obra, a estrenarse en el teatro de Rebibbia. De esta manera, se nos introduce de lleno a la vida presidaria, para compartir con nuestros simpáticos reos los días y noches de ensayo dentro de la penitenciaría. Poco a poco, cada uno de los personajes principales encontrará la manera de identificarse con su correspondiente personaje de la obra, permitiendo entrever cómo éstos últimos van carcomiendo y rellenando la vida de los primeros. Es que estos presos están condenados a cadena perpetua y el contacto casi efímero con el arte les devuelve la esperanza y las ansias de libertad. El hombre deshumanizado (por crímenes, robos y demás) se vuelve a humanizar, hallándose en personajes legendarios de habla inglesa. La película, técnicamente hablando, es una maravilla. Logra que el espectador se mantenga atento la hora y cuarto de filme gracias a una fotografía enamorante, un sonido imponente y una increíble dirección de actores (basada en actuaciones puramente teatrales). Hay dos momentos fotográficos particulares: el pasado y el presente, a los cuales les corresponde el blanco y negro y una vívida paleta cálida respectivamente, que también logran ese efecto de habernos trasladado del cine al teatro. Los límites entre uno y otro se ponen en juego constantemente y eso le aporta un dinamismo tanto a lo audiovisual como a lo narrativo. La obra de Shakespeare se ve resumida en un montaje directo y elocuente, que permite el natural devenir de las acciones. A partir de los ensayos con los personajes vamos avanzando sobre la obra y para el final de la misma ya se nos traslada directamente a la butaca del teatro de Rabibbia, donde adquiere importancia la escenografía, el vestuario y la utilería. La iluminación del filme generalmente es del tipo artificial y brillante, generando contrastes suaves en el blanco y negro y una saturación excesiva del color, aportando un clima totalmente diferente al que nos vemos expuestos. cesar debe morir “César debe morir” es un retrato no sólo de un pasado literario, sino del actual estado de la sociedad moderna, que considera al preso como un monstruo enjaulado al cual automáticamente se le extinguen las culpas y las pasiones. Pero estos reos, al entrar en contacto con un nuevo propósito, el de hacer arte, descubren que la libertad va más allá de las rejas y que, en realidad, es un mero estado de la mente. Homicidas, narcotraficantes, ladrones y malhechores dedican su condena en pos de algo superior, por lo menos para redimirse consigo mismos. Para aplaudir de pie.
Caesar Must Die: a beautiful jail docudrama Not long ago, the Taviani brothers, perhaps the best Italian filmmakers alive, visited a certain small theatre off the commercial circuit, and truly loved the play and the performers they saw there. So they decided to film them, but representing another play, William Shakespeare’s Julius Caesar, no less. You’d think there’s nothing special about a play being turned into a film by accomplished directors — it’s been done so many times, it’s even a cinematographic subgenre in itself. However, this one play has something unusual about it: it’s played by convicts sentenced for various crimes (from drug-trafficking to murder) with various sentences at Rebibbia, an Italian high-security prison.Cesare deve morire (Caesar Must Die) is the name of this inspired, thought-provoking feature that falls into the undefined, ambiguous territory between documentaries and fiction films. So far, it’s has had a great response among viewers and critics alike, more so after it won last year’s Golden Bear at the Berlin Film Festival. It’s also a work that explores the boundaries between the modes of representation of theatre and cinema, but it’s not the kind of cerebral essay hard to grasp abstractions. On the contrary, it addresses and deploys emotions and feelings; it’s filled with drama and physicality. No wonder why: Shakespeare’s Julius Caesar is anything but cerebral, and the Tavianis have certainly understood where the raw power of the play is, even if they show only part of it. Caesar Must Die works on three levels at once: one level is the prison’s stage, where the play is enacted. The two other levels take place in the rest of the prison, where prisoners rehearse the play, but also go about their normal lives with their daily routine. The interesting thing is that the moments of rehearsing are made to look like they are, in fact, parts of the movie itself thanks to how the camera, the editing, and the music are employed. In contrast, the situations when the prisoners are out of character in their everyday life seem to be acted, as if they still were actors rehearsing their own prison play. As a result, the actual play on the stage, which should be the clearly fictional part, feels like the only non-fictional part of the movie, like a documentary – which it is not. In fact, this is precisely the point: what is it that we are watching and when do frontiers blur? Or, even more important, does it really matter to know what level of representation we are in? Shouldn’t it be enough to immerse into the text and the drama, regardless of the help of categories? Perhaps what’s more compelling about the whole movie is the fact that the text of Julius Caesar, with all its elements of treason, power, corruption, greed, lies, deceit, revenge, and violence does have a special resonance within the walls of a maximum-security prison. The words are the same (even if the text it’s a bit simplified), and yet they have a different meaning here, more so when sometimes the text from the play unexpectedly gives way to improvised dialogue by the convicts, or when it’s forgotten and the convicted start talking about their own affairs triggered by the words in the play. For the better, it sometimes gets confusing, which allows viewers to get a more sensorial and emotional grasp of the material instead of intellectualizing it. And last, but by no means least, about 90 percent of the movie is shot in splendid black and white, and the cinematography by Simone Zampagni, is simply arresting. By means of a very precise camera work, prison cells are transformed into Roman houses, and simple courtyards become the Senate and the grand Forum of the Eternal City. It embodies the “less is more” aesthetics to superb effect. Only the scenes of the play on stage are shot in colour — and this choice is instrumental in the filmmakers’ management of reality. The music composed by Giuliano Taviani and Carmelo Travia emphasizes the pathos of the tragedy. Furthermore, Salvatore Striano stars the leading role as Bruto, his rough-edged dedication is imperfect but authentic, other supporters, the stand-outs are Cosimo Rega’s Cassio and Juan Dario Bonetti's Decio. Modest, austere and assured, Caesar Must Die is a movie with plenty of assets that should prove enjoyable for those who know Shakespeare as well as for those who don’t. It’s not so much about the words of the play; it’s live theatre with living people doing their best to find some solace through art and self-expression. It’s a true blessing to justify the fact that directors could surpass themselves even as octogenarians.
Entre muros Tras las entusiastas crónicas que celebraron la obtención del Oso de Oro en la Berlinale, el último film de los hermanos Taviani llega con justificada pompa a las salas del país. César debe morir es una de esas obras en apariencia simples, pero de múltiples lecturas, y aporta una saludable cuota de originalidad a la alicaída cartelera porteña. La película narra la adaptación del drama shakesperiano Julio César, a cargo de una compañía teatral integrada por presos de una cárcel de máxima seguridad. Con riguroso blanco y negro, Paolo y Vittorio Taviani documentan el casting de actores, cuyas pruebas se encuadran como una ficha carcelaria (dato curioso: el primer examinado es un argentino) mientras, a la inversa, el retorno a las celdas parodia un ingreso a los camarines. Luego, las cámaras se inmiscuyen sin pudor durante los ensayos, registran las cargadas de otros presos, de los guardias (para quienes los actores convictos son, desde luego, una anomalía). César es asesinado en el patio de la cárcel y sigue un grand finale a todo color en el teatro de la penitenciaría. Y sí, la entrega de los reclusos (dos de ellos, sentenciados de por vida) emociona; la revuelta provocada por Bruto es un motín, a la vez que una simbólica resistencia al cesarismo, y la impronta marxista de los Taviani queda más que implícita. Pero sobre todo, lo trascendente es esa delgada línea entre ficción y realidad, la sospecha de que todo es una pantomima, con ecos a hitos del cine (desde Marat/Sade y 12 hombres en pugna hasta fragmentos de Monty Python). Con más de cincuenta años de oficio, lejos de repetir viejas fórmulas, los autores de Padre padrone siguen apostando a un cine innovador y abierto al debate.
Publicada en la edición digital #253 de la revista.