"Le Concert" logra convertirse en un film divertido y, a su vez, emocionante. Divertido en su primera parte, planteando con humor la reunión, la planificación y el viaje de este grupo de músicos judíos a París, donde diferentes propósitos personales interfieren con los ensayos. Emocionante en su segunda parte, donde se construye el drama con la redención de su protagonista y un secreto con trasfondo político que oculta hace años. Por último, se da lugar a la música con el Concerto de Tchaikovsky en un final conmovedor. Nominado a 6 Premios César 2010 (incluyendo Mejor Película, Director y Guión) y ganador del merecido Premio a Mejor Música y Sonido, uno debe permitir ciertos aspectos poco creíbles del relato para poder apreciarla y disfrutarla.
En principio, lo único que me provocó esta comedia europea fue nostalgia. En efecto, la nostalgia decepcionante que me dejó como saldo venía encabezada por un interrogante fundamental: ¿Qué habrá sido de la vida de esas comedias europeas de antaño, dónde dicha sociedad se autocriticaba y se volvía sobre sí misma de una forma constructiva, retratando su costumbrismo y cotidianeidad con una mirada personal, sin por ello dejar de hacer reír hasta el dolor de barriga? Y todavía más: ¿cómo fue que se llegó a este tipo de comedia burda, abundante de clichés, densa, caricaturesca, aparatosa? El argumento se posa en Andrei, un director sinfónico expulsado brutalmente de la orquesta (el Bolshoi) durante la época de la persecución comunista, que en el presente sobrevive, para colmo, siendo el encargado de limpieza de dicha orquesta. Deseoso de recuperar lo perdido y reivindicarse, viaja a París con el objetivo de presentarse en un prestigioso teatro junto a todos los otros veteranos músicos que lo acompañaban en ese entonces, bajo el engaño de que se trata realmente del Bolshoi ruso. El metraje resultante es un rejunte de humor sin humor, chistes fáciles gratuitos, ridiculizamiento gratuito de las culturas rusa, francesa, gitana, judía, árabe, sobre todo la primera, amparada en una supuesta “revisión” histórica que, al igual que en El Secreto de sus Ojos, por más que pertenezcan a géneros distintos, terminan obedeciendo a un sentimentalismo sin una pizca de interés real en su propio pasado. ¿Qué pasó, por ejemplo, con Amarcord, de Fellini, film también repleto de personajes pintorescos como en la presente, lleno de situaciones típicas y frecuentes retratadas en pos de hacer a su vez una revisión histórica de la sociedad italiana mussolinista, anclada en lugares comunes pero al mismo tiempo llevándolos mucho más allá y reconstruyendo aquel viejo imaginario entero para ser repensado críticamente? En El Concierto ni siquiera está claro lo que se propone. Pretende combinar la pasión artística de un director de orquesta junto con un conjunto de músicos olvidados que se las rebuscan para sobrevivir en el presente, con la seriedad sociopolítica histórica, la comedia revoltosa, y de a ratos excesivamente empalagoso, de enredos, y hasta el tema de la recuperación de la identidad. Pero finalmente no se inmersa de lleno en ninguno de los temas propuestos. La sobrecarga temática de la película produce que el montaje se apresure de forma sistemática y pase revista casi alfabéticamente a la situación particular de cada uno de los personajes secundarios: el encuentro del manager de la supuesta orquesta con su antiguo aliado comunista; padre e hijo judíos que recorren París con el objetivo de hacer changa;, el pasado de la violinista; el repentino descubrimiento de la farsa por parte del administrador del Bolshoi que casualmente está de vacaciones en París (un dato: durante toda la secuencia sobrante de su paseo por París junto a su familia no lograba recordar de quién se trataba hasta que finalmente lo descubre). Si bien había escenas muy rescatables que obedecían al género más puro de la comedia, como por ejemplo el llamado de parte del manager al administrador del teatro francés donde se presentará la orquesta, cómo éste al colgar se desespera y muestra el choque que le produce tener que admitir a una orquesta rusa allí, o cuando el manager se queda sólo y abandonado en el restaurante que tanto peleó por conseguir con una odalisca que le baila solitariamente mientras come; llega un punto donde el sentimentalismo comienza a jugar sus cartas y el discurso se resquebraja estrepitosamente. Para un concierto que pretende ser sinfónico, todavía le falta afinar un poco más sus instrumentos.
La venganza viene con la batuta en la mano Una magnífica co-producción entre Rusia y Francia que cuenta, en tono de comedia y con un ritmo envidiable, una historia de personajes relegados y olvidados que forjan su propia venganza. En épocas de Leonid Brezhnev (secretario general del Partido Comunista de la Unión Soviética desde 1964), Andreï Filipov (un perfecto Alexeï Guskov) era el director de la célebre Orquestra del Bolshoi. Pero su presente es distinto: trabaja en el Bolshoi como empleado de limpieza. Fue material de desecho en la era comunista y más por haber protegido a sus músicos judíos. Enfrentado al Director del Bolshoi, un funcionario burócrata del partido comunista, Andrei decide entonces reunir, con la ayuda de su viejo amigo Sacha (un espléndido Dmitry Nazarov que recuerda a Bud Spencer), a sus viejos camaradas que sobreviven realizando las tareas más eclécticas en Moscú y presentarse en el teatro Châtelet de París. El director Radu Mihaileanu utiliza como punto de partida esta idea descabellada para retratar una sociedad, una época y a personajes actuales enquistados en un mundo desaparecido. Y lo hace con maestría, conduciendo la película como si se tratase de una orquesta en la que todos los instrumentos suenan afinados. La descripción de los personajes (Sacha), las situaciones que enfrentan para volver al centro de la escena en París, la llegada al aeropuerto, y todos los contratiempos que atraviesan, están contados con ingenio y salpicados por la partitura musical que ejecutan: Tchaikovsky. La trama también depara sorpresas, historias de amor, flashbacks en blanco y negro y presenta a la violoncelista Anne-Marie Jacquet (Mélanie Laurent, la de Bastardos sin gloria) que deberá presentarse en la función con estos "improvisados" que se ven impulsados por su pasión: la música. También se destaca Miou Miou dentro de un elenco sólido y muy creíble. El concierto es una película altamente recomendable, reconfortante y muy graciosa que se convierte en una de las mejores propuestas en lo que va del año.
Tocando por un sueño El concierto (Le concert, 2009) es una entretenida comedia dramática que refleja los peores vicios del comunismo aunque sin caer en la solemnidad y con un buen manejo del humor frente a estos. El film de Radu Mihaileaunu, presenta alguna que otra situación poco verosímil, y ciertos efectismos para conmover que redundan, pero sale triunfante en su totalidad. Andreï Filipov (Alexeï Gruskov) es un director de orquesta que fue retirado 30 años atrás de su profesión por el régimen comunista, acusado de traidor por formar una orquesta con músicos judíos. Hundido en la depresión y el alcoholismo trabaja ahora en el teatro ruso “Bolshoi” como empleado de limpieza, pero manteniendo candente su deseo de volver a dirigir. Es por dicho motivo que decide robar de la oficina del director un fax en el cuál el teatro “Chatelet” de Francia solicita a la prestigiosa orquesta del lugar para una función. Andreï convoca a su amigo Sasha (Dmitry Nazarov) y a su antiguo manager Iván Gavrilov (Valeri Barinov)-un fanático comunista que traicionó a Andreï en aquel momento- para armar nuevamente la antigua orquesta y, haciéndose pasar por la verdadera, cumplir su sueño de volver a dirigir. El Concierto encara un diálogo con un pasado transcurrido 30 años atrás en la Unión Soviética y sólo desde ese cruce tiene sentido la historia de los personajes y su accionar. Este vínculo temporal encierra también un misterio que abre una historia paralela, la de la violinista Anne Marie Jacquet (Mélanie Laurent), convocada también por Andreï para el esperado concierto. La representación de esa historia es por momentos un poco explícita, sumando imágenes que no aportan mucho y le restan una sutilidad que hubiera resultado más acorde al film. Pero lo que vale realmente destacar es el equilibrio que la película crea entre el drama y la comedia y si bien argumentalmente está propuesto ese juego, la efectividad de la línea humorística está dada principalmente por los actores. Sí están presentes los estereotipos: los judíos comerciantes, los gitanos que trabajan al margen de la Ley, el fanático comunista; pero siempre desde un lugar de respeto y no de burla. El director no muestra sólo aquellas facetas que le permiten la comedia, y con ello consigue verdaderos y efectivos personajes. Estos complementan la historia principal, si bien con escenas que no resultan tan creíbles pero que no dejan de hacer reír. La música clásica tiene por supuesto un protagonismo especial en la película, es la cualidad transformadora de este arte lo que este film reivindica. Ese aura lo convierte en un factor clave dramáticamente. Radu Mihaileaunu arma una historia con situaciones y personajes disímiles, pero consigue armonizarlos de forma natural y obtiene un resultado ciertamente encantador.
Una película que desafina El concierto es del tipo de películas que odio: obvia, burda, maniquea... El tono elegido (cercano al grotesco), la total inverosimilitud de su trama (quién se puede creer este tipo de enredos en tiempos de Internet), su propuesta demagógica, su estereotipada y oportunista mirada sociopolítica (vean si no cómo se representa a los viejos comunistas, a los gitanos, a los oligarcas), su permanente exageración, sus personajes sin vuelo ni carnadura... todo se conjuga para resultar de lo más irritante. Radu Mihaileanu (una verdadera deshonra para el excelente cine rumano) es el mismo de El tren de la vida y Ser digno de ser, pero aquí se "supera" con la historia de Andrei Filipov (Alexei Guskov), un director de orquesta del Bolshoi que 30 años atrás fue víctima de una purga antisemita por parte de la adminitración Brezhnev. En la actualidad, degradado a... ¡limpiar los baños! del teatro, descubre un ¡fax! que pide que la filarmónica rusa viaje a París para reemplazar de urgencia a la de Los Angeles para un concierto en el Thâatre du Châtelet en París. Andrei no tiene mejor idea que robarse la información y buscar a los viejos integrantes de su orquesta para rearmarla y viajar al evento. Luego de tan torpe premisa, vienen los mil y un contratiempos (cuando todo parece perdido surge siempre el golpe de suerte) hasta llegar al gran concierto final con la gente de pie y tirando flores al escenario. Sí, conté el desenlace ¿Esta claro que no la recomiendo?
Música del alma Comedia dramática sobre un director de orquesta, censurado en la ex URSS, que busca redimirse. Radu Mihaileanu, realizador de El tren de la vida y Ser digno de ser , nació en Bucarest en 1958. Por una cuestión generacional, y porque estudió cine y se radicó en Francia, sus películas no se parecen a las de Nueva ola de cine rumano , como las de Cristian Mungiu ( 4 meses, 3 semanas y 2 días ), Cristi Puiu (La noche del señor Lazarescu ), Corneliu Porumboiu ( Bucarest 12:08 ), Radu Muntean ( Martes, después de Navidad ) o Catalin Mitulescu ( Cómo celebré el fin del mundo ). Aunque podría compartir el tono farsesco/histórico/político con Bucarest...y, sobre todo, con la fábula Cómo celebré..., El concierto es un producto más cercano al transitado cine europeo de qualité . Estamos ante una comedia dramática prolija, emotiva, convencional, estereotipada, que alude, con humor y finalmente con solemnidad, a los abusos del comunismo en la ex Unión Soviética. Muchos de sus personajes, sobre todos los secundarios, condescienden a la parodia y -en algunos tramos-, a los excesos colectivos, en un tono que los acerca a Emir Kusturica. Pero, por otro lado, predominan el esquematismo, la corrección política, la “delicadeza” -la película transcurre en el mundo de la música clásica- y una estética por momentos de postal turística, que incluye desde la Plaza Roja de Moscú hasta un crucero por el Sena. Desde el principio, queda en claro que Mihaileanu utilizará un recurso típico en su cine: la impostura, el juego con los cambios de identidad. Un ex director de la Orquesta del Bolshoi, Andreï Filipov (Alexeï Guskov), devenido empleado de limpieza del teatro, logra capturar una invitación de Théatre du Chatelet, de París, y decide reunir a la vieja formación y hacerla pasar por la orquesta rusa. No sólo necesita reclutar a los antiguos músicos sino también a un ex funcionario de la KGB, que fue manager del Bolshoi y ahora lo será de la falsa formación del teatro. Filipov carga con la angustia de haber sido echado por orden de Brezhnev en 1980, en pleno concierto para violín de Tchaikovsky . El gobierno comunista pretendía expulsar a los músicos judíos de su orquesta, pero Filipov siguió adelante: el concierto -una obsesión para él- fue interrumpido en plena ejecución. Desde entonces, el ex director carga con sueños rotos, culpas, alguna adicción y un secreto, vinculado con una violinista talentosa, interpretada por Mélanie Laurent ( Bastardos sin gloria ). El tono inicial de comedia amable va dejando paso al de (bello, aunque artificial) alegato contra el totalitarismo. Dos rarezas de muy distinta matriz: 1) Una mención a Messi, como “el mejor delantero del mundo”, 2) La rara crítica que hace el filme del antisemitismo. Uno de los músicos, judío, no para de intentar hacer negocios durante su viaje a Francia. Un estereotipo que parece convalidar, más que invalidar, los prejuicios.
Un film caótico y prejuicioso que acepta cualquier mezcolanza Al francorrumano Radu Mihaileanu le gusta valerse del humor para hablar de temas dramáticos y no le tiene miedo a la mezcolanza de géneros. Vuelve a demostrarlo en El concierto , donde añade otro ingrediente que suele hacer muy buenas migas con el cine popular: la música (Tchaikovsky, para más datos) y donde asoma otra vez un asunto recurrente en su cine (la persecución de los judíos), aunque en este caso sólo como antecedente directo de una acción que transcurre en la actualidad. Sus películas suelen partir de una idea ocurrente (a veces tan arriesgada como la de El tren de la vida , donde los habitantes de una aldea europea, para escapar de los nazis, falsificaban su propio tren de deportación), que después desarrolla con mayor o menor fortuna. La de El concierto no es demasiado original ni mucho menos probable, pero resulta funcional al enredo. En la Rusia actual de multimillonarios que compran clubes de fútbol y reyes del gas de cuyos humores depende media Europa, hay un empleado de limpieza del Bolshoi que todavía (?) está pagando la culpa de haberse atrevido a desafiar a Brezhnev: hace treinta años, cuando dirigía la orquesta del teatro y era la batuta más famosa del país, se negó a desprenderse de los músicos judíos de su organismo y desde entonces fue humillado de todos los modos posibles. Hasta que el azar le da la oportunidad de la revancha: una noche intercepta un mensaje de París donde invitan a la orquesta del teatro a presentarse en el Châtelet y concibe la absurda idea de asumir el compromiso y viajar a Francia para hacerse cargo del concierto. Sólo le faltan los músicos, los instrumentos, un manager, los pasaportes, la sala de ensayos, todo. Pero tiene la pasión y cuenta con los amigos y con la energía eslava, que se pone en marcha para reparar la injusticia. Mihaileanu guarda ases en la manga para engatusar al público: la revancha de los humillados, el pintoresquismo de personajes coloridos alla Kusturica, la música de Tchaikovsky (25 minutos finales de su concierto para violín en un crescendo que el montaje subraya). Pero no puede disimular la caótica marcha de un film que acepta cualquier mezcolanza y cualquier incongruencia, ni el postizo añadido de una historia sentimental que apela en vano a la emoción y sólo produce baches en la acción.Ni mucho menos redimirlo del retrato prejuicioso de judíos, eslavos, gitanos, nuevos ricos rusos y homosexuales, puros clichés imperdonables. Sólo restan algunos buenos trabajos (Valeri Barinov, el manager, por ejemplo) y algunas escenas graciosas, sobre todo en la primera parte.
Enfundá la mandolina, ya no estás pa’ serenatas En películas previas, el realizador rumano Radu Mihaileanu (Bucarest, 1958) había logrado tratar la condición judía en sus costados más paradójicos, echando mano de ciertas tradiciones narrativas populares. Dicho esto tanto en términos de géneros (la comedia de simulaciones, la picaresca, el melodrama sentimental) como de estilo, que aún con algunos barquinazos conseguía fusionar lo cómico con lo trágico-histórico. En El tren de la vida (1998), un grupo de judíos de Europa Central urdía, en tiempos del nazismo, una deportación simulada como modo de evitar la verdadera, pero terminaba chocando de frente con el tren de la historia. En Ser digno de ser (2006), un niño etíope cristiano, hecho pasar por judío, se topaba con la intolerancia religiosa, en un Israel que lo acogía para después rechazarlo. En El concierto, Mihaileanu vuelve a intentar cruzar comicidad y tragedia, picaresca e historia, absurdo y sentimentalismo, pero esta vez fracasa estentóreamente. Allí donde la frescura, la eficacia o la ambición permitían disimular torpezas, simplificaciones y grosores, ahora la ecuación se invierte, con resultados que merodean el desastre a toda orquesta. Desde el comienzo se fuerza al espectador a suspender su incredulidad, no una sino mil veces. Joven prodigio de la dirección musical, treinta años atrás la carrera de Andrei Filipov se truncó de golpe, cuando el mismísimo Leonid Brezhnev ordenó destituirlo del Bolshoi. La razón: haber salido en defensa de un par de músicos judíos de la orquesta, acusados de “sionistas y enemigos del pueblo”. Ahora, Filipov sigue trabajando en el Bolshoi... como limpiapisos. ¿No bastaron la caída de la URSS, la glasnost, la perestroika y la mar en coche para redimirlo? Por lo visto, no. Teniendo en cuenta que Andrei no pasa de los cincuenta y pico, ¿podía dirigir la orquesta de la sala oficial, en plena gerontocracia soviética, siendo apenas un veinteañero? El espectador no llega a contestarse esas preguntas que ya se está haciendo otras, porque el encargado de la limpieza acaba de interceptar un fax de una importante sala de conciertos parisiense, invitando a la orquesta del Bolshoi a presentarse allí. Andrei hace desaparecer el fax y sale a reunir a sus antiguos músicos, con la intención de simular ser la orquesta oficial e interpretar, finalmente, aquella página que el dictador de las cejas gruesas arrancó de raíz a fines de los ’70: el Concierto para Violín y Orquesta de Tchaikovsky, al que Filipov considera “el” concierto. ¿Cómo harán Andrei y sus muchachos para trasvestirse por los otros? ¿Qué pasaportes presentarán en aduana? ¿El administrador de Le Châtelet no sabe que al ruso que se le hace pasar por su par lo echaron hace añares? ¿Ignora acaso que lo único que Filipov empuñó en las últimas tres décadas no fue la batuta, sino el escobillón? ¿No le anda la conexión de Internet como para hacer un mínimo chequeo de datos? Todo ese (in)verosímil se podría dejar de lado si la película jugara con coherencia la carta de la comedia rusa alla italiana, que en sus comienzos parecería querer barajar. Pero no: en medio de todas esas licencias, a Mihaileanu se le ocurre incrustar un melodrama político-humano-histórico-racial, con músicos judíos deportados a Siberia en tiempos de la URSS y una hija perdida, recuperada, enviada a París y actualmente violinista eximia, que resultará... No se puede contar más, porque a pesar de esta crítica algún lector querrá ir a verla y se merece al menos una mínima sorpresita o golpe bajo. Sí se puede contar que hay una segunda subtrama en la que un grupo de nostálgicos gerentes quiere restablecer el comunismo, un montón de peroratas anticomunistas en boca de los personajes (y otras tantas sobre el arte como elevación y hasta superación del comunismo), subrayados verbales a montones, actores cómicos como de mal teatro amateur, estereotipos raciales que justificarían una sucesión de juicios del Inadi, unos horribles flashbacks con esfumados en blanco y negro, coros rusos para intensificar los momentos más lacrimógenos y una orquesta que, sin un solo ensayo previo, ejecuta de modo tan sublime el Concierto Nº 35 de Tchaikovsky que hace llorar tanto al temible administrador de Le Châtelet como al más duro crítico musical de toda Francia.
Ser digno de ser: cuando mueren las palabras El director de la emotiva Ser digno de ser (Va, vis et deviens, Francia-Bélgica-Israel-Italia, 2006) vuelve a crear en la segunda hora de El concierto un clima empático similar al de aquella película, aunque esta vez alcanza una elaboración mayor y su realización tiene más complejidad. Tanto en esta oportunidad como en Ser digno de ser se roza el melodrama, al que no hay que confundir con telenovelón. En la primera hora se expone una comedia coral muy veloz y casi disparatada que, a juicio de este crítico, no acierta con el tono, aunque es muy llevadera. Se mezcla la estructura del conocido camino del héroe con el trasfondo de la Rusia actual, país que no dejará fácilmente atrás ni el siglo de comunismo que tuvo, ni muchos otros más de autocracias. Quizá se exagera con giros extremos del relato y situaciones que llevan a los personajes, en el “momento negro” de la trama, al borde de incredulidad, donde el nivel de exasperación es a veces fatigoso (aunque no traidor del desborde propio del “alma rusa”). El mencionado camino (o viaje) del héroe fue la estructura narrativa empleada en historias como la de La guerra de las galaxias, El hombre araña 1 y Estación Central, donde una persona común deviene héroe, con los debidos pasos de su transformación. Pero su mero empleo no garantiza el éxito; según cómo se lo maneje y los elementos nuevos que se empleen habrá interés del espectador o fiasco. Pero contra la sensación de pesadez que domina la historia a mitad de su recorrido, Radu Mihailenau -tanto en su función de director como guionista- supera holgadamente la prueba, cambiando el género hacia un drama sentimental, a partir del diálogo en un restaurante del protagonista con su primera violinista. Lo logra dosificando escenas como esa y con la calibrada aplicación de recursos tan ingeniosos y funcionales como adelantar el epílogo mediante flashforwards, haciendo uso del quiebre espacio-temporal que le permite la continuidad de la música en la larga secuencia final (en ella se interpreta el conocido concierto para violín, en re Mayor, opus 3, de Tchaikovsky, detonante de toda la trama). El “alma rusa” se manifiesta en las brillantes actuaciones de Aleksei Guskov (el frustrado director de orquesta que hace su viaje de héroe, aunque no tanto, porque es una película europea) y de Dmitri Nazarov, su chelista y compañero en el trayecto. Aunque no se abusa de ella, la música siempre está, como ese lugar “donde mueren las palabras” y se calman las fieras (léase, pasiones humanas). No es menor para el aporte de la emoción final la música de Tchaikovsky y la calidad de su interpretación; pero su valor agregado es que el contrapunto donde el moderno aspecto visual (y su resultado audiovisual) y la música encuentran ese “volar hasta la última armonía” de la que habla el personaje protagonista, en su lucha para lograr ser digno de ser.
Anexo de crítica: A diferencia de lo que ocurría en El tren de la vida, el realizador rumano Radu Mihaileanu no acierta con el tono y el humor en su despareja El concierto, dejando entrever en una trama donde subyace el contexto de la Rusia comunista un mejor resultado a la hora de volcarse hacia el melodrama como pasaba en Ser digno de ser. Pese a estos desniveles en la estructura general del film, que toma la premisa de un viaje de un director de orquesta y su reencuentro con afectos y sobre todo con la música clásica, la fibra emotiva se moviliza promediando el desenlace en lo que sin lugar a dudas es uno de los mejores segmentos de la película. El actor Aleksei Guskov entrega a su personaje un sesgo de nostalgia y sensibilidad que aporta la épica necesaria a su travesía, aspecto que desde el guión se malogra considerablemente...
Cuando el cine y la música se fusionan, muchas veces lo que acontece es un momento de armonía, de disfrute, de goce. Y por eso, El Concierto es el estreno de la semana. Cuando el cine y la música se fusionan, muchas veces lo que acontece es un momento de armonía, de disfrute, de goce. Y “El Concierto”, en términos generales, es esos filmes que alimentan en alma a nivel musical pero que a nivel cinematográfico no es muy destacable, pero que igualmente abren caminos, dejan mensajes y entretienen, y eso a fin de cuentas también es relevante. Siempre existe esa gran discusión sobre qué es cine y qué deja de serlo, una zanja que se cruza sin desmedro y que en muchas ocasiones no es necesario trazar, porque el mundo, las artes, los espectadores y los directores tienen ese mix complejo de la no perfección para los ojos de los otros y que tan bien nos hace a todos esa riqueza oculta detrás de lo imperfecto. “El Concierto” está en éste camino pero se deja ser y fluye. Muchos podrán tildar el filme de poco distintivo o más de lo mismo pero se deja translucir un destello de armonía que muchas veces no se contempla en otras películas. Dirigida por el rumano Radu Mih?ileanu y protagonizada por Mélanie Laurent, AlekseyGuskov y Dmitri Nazarov, con una nominación a los Golden Globe a mejor película extranjera, este filme cuenta la historia de Andrey Filipov, director reconocido de la orquesta de Bolshoi que hace 30 años fue despedido por contratar músicos judíos. Ahora solo limpia la sala de ensayo de la sinfonía actual pero los recuerdos que impidieron su éxito no lo dejan en paz. Un día cualquiera en su aburrida rutina, intercepta la invitación oficial del Teatro Châtelet para la orquesta Bolshoi y a partir de ahí, una loca travesura rondará en su cabeza: reunir a su vieja orquesta (a pesar de falta de instrumentos y problemas de dinero y alcohol) para presentarse en París y completar su concierto interrumpido. Pero detrás del intento por recomponer su vida y la de los suyos, contratará a una joven violinista (Laurent) está unidos a ellos más allá de lo que ella cree, y que Filipov (Guskov) le permitirá también, de esta manera, componer su pasado. Es una historia simple, con un transfondo histórico importante que permite una articulación interesante para unir la tercer pata de la narración: la música. Todo un deleite en las escenas plenamente musicales, la banda sonora compuesta por Armand Amar con un tema escrito por el director Mih?ileanu hace poner la piel de gallina, y una reproducción impecable del “Concierto para violín en re mayor” de Tchaikovsky que nos deja maravillados. La actuación de Mélanie Laurent en el escenario es muy apropiada y se luce muy bien, gracias a dos meses de alto entrenamiento con el violín junto a Sarah Mentanu de la Orquesta Nacional de Francia .Para quienes les resulte conocida pues Laurent es la protagonista femenina del gran filme de Quentin Tarantino: InglouriosBasterds en el papel de Shosanna. Mientras que Gustov y Dmitri Nazarov (como el amigo Sasha) hacen una dupla redonda, donde cada uno con sus personalidades logran momentos muy consolidados. Realmente, es un filme entretenido, con escenas muy cómicas que no deja de tocar temas sociales delicados aún no resueltos en los países del este tras los cambios políticos que vivieron en los últimos 30 años. Como buena defensora del material independiente y de los filmes europeos de poca distribución, “El Concierto” me parece muy recomendable para ver en familia, divertirse y comprender un poco más de las cosas que suceden lejos de nuestras casas, donde los sueños son muy parecidos y donde las distancias logran acortarse con solo mirar un filme.
Sinfonía para estereotipo y trazo grueso El film presenta la historia de un reconocido director de la Orquesta del Bolshoi que en tiempos de Brezhnev fue destituido por negarse a echar a músicos judíos, y que en la actualidad está encargado de la limpieza en el teatro. Lo peor de ser burdo es cuando uno se toma en serio, lo peor de ser pretencioso es cuando no se tiene con qué. El concierto es el ejemplo de ambas opciones y de lo que puede resultar de esa mezcla de humor ramplón y vocación de sentencia. El rumano Radu Mihaileanu vuelve a tocar temas como el racismo, la identidad, la impostura y la dignidad, que ya había incluido en films previos como El tren de la vida y Ser digno de ser, esta vez mezclando el grotesco, el drama familiar y las apelaciones a la alta cultura. El protagonista es Andrei Filipov (Aleksey Guskov,) quien conoció la gloria como director de orquesta y también el escarnio al ser expulsado por negarse a despedir a sus músicos judíos durante la era Brehznev, escarnio del que no escapará ni tres décadas después (aun a 20 años de la desaparición de la URSS). Para mayor humillación, debe ganarse la vida como personal de limpieza en el Teatro Bolshoi de Moscú. Por casualidad, intercepta la invitación a un concierto en el Teatro Chatelet de Paris y elabora un plan para viajar con sus antiguos músicos haciéndose pasar por la verdadera orquesta. Lo que sigue son los enredos y situaciones embarazosas por la cuales se lleva el plan a cabo, para desembocar en un final que no por inverosímil resulta menos previsible. El plan, claro, tiene un fin reivindicativo, pero también otra intención que tiene que ver con la condición que pone Filipov: la inclusión en el concierto de la violinista francesa Anne-Marie Jacquet (Mélanie Laurent), elección que involucra un secreto familiar que será revelado con el sentimentalismo de rigor. Mihaileanu le hace decir a sus personajes solemnes parrafadas que expresen sus definiciones sobre el arte, la política o la vida. Pero aun si no fueran banalidades pronunciadas con tono grave es difícil tomárselas en serio en medio del trazo grueso, la comicidad básica, la sensiblería lacrimógena, un anticomunismo rancio de jardín de infantes, y la colección de estereotipos que ningún personaje se salva de portar. Y está Tchaikovski, que tendrá su gran momento en la escena del concierto final. Escena que tendrá la doble función de servir de marco para la resolución de todos los conflictos y darle a este desfile de torpezas un prestigio que no le corresponde, de tomar prestado el carácter de obra mayor de una que sí lo es a otra que de otro modo no sería más que una comedia chata que pretende más de lo que puede dar. Un ejercicio de apropiación tramposo que ni Tchaikovski ni cualquier otro compositor, por genial que sea, pueden redimir. <
Moscú no cree en lágrimas Muy pocas veces nos encontramos ante un texto fílmico de la riqueza de lectura como la que plantea esta realización. Supera ampliamente a la historia relatada, atravesada por muchas o casi todas las variables o temas inherentes al estado de lo humano. Imponiéndose como un discurso, toma de posición del director, y es toda una declaración de principios. Así podemos encontrar desde una feroz crítica al sistema capitalista imperante en el mundo entero, como también al comunismo tradicional, si es que habría otro. El film comienza, y esto no es ingenuo, con un primer plano de unas manos que se mueven al compás de una melodía que estamos escuchando, tal cual un director de orquesta dirigiéndola, para luego la cámara abrir sobre el dueño de esas manos y entonces vemos a un director en esa tarea. Este terminara siendo el primer engaño, salvando las distancias, diferenciándose de otras producciones que le mienten al espectador, y de esa manera manipulan los estados de ánimo de los mismos, lo que no sucede en este caso. Al mismo tiempo de cumplir con la premisa de dar cuenta de un alegato, el realizador utilizando el recorrido casi lineal de la narración va introduciendo esas ideas que se le cruzan en la lectura de una realidad tan compleja y diversa como lo es actualmente la humana. Es de esa manera que nos enfrentamos no sólo a cuestiones políticas y sociales, sino a la multiplicidad de construcción de las relaciones humanas y de sus interpretes. Los temas, de profundidad de pensamiento, empiezan a enclavarse en el filme con un muy buen manejo del humor, en tono de comedia dramática, ya que creo que de otra manera se tornaría insoportable. La misma sensación me produjo en su momento la producción italiana “Mediterráneo” (1991), de Gabrielle Salvatores, ganadora de premio Oscar a la mejor película de habla extranjera. Ya desde su titulo “El Concierto” instituye una analogía de equivalencia entre los conceptos sociales y el sentimiento gregario, como del mismo modo la constitución del sujeto como unidad. Asimismo se podría pensar la construcción de éste film y del cine en general. Todas y cada unas de las historias giran en derredor de una orquesta en particular y de la música en general, donde cada pieza es necesaria con un sólo objetivo, el llegar como un todo al momento sublime de la armonía. Como dice uno de los personajes, sólo en ese momento se concreta la utopía donde el objeto, (la melodía ejecutada y escuchada) es un bien común, le pertenece a todos. Luego, al finalizar, se acabó el romanticismo de la igualdad, el director, y en esta pieza elegida también el solista, se llevan la mayor parte de la gloria. La producción narra la historia de un ex director de la orquesta del famoso Bolshoi de Moscú, en momento de apogeo de la “Orquesta Roja”, como se la conocía en el mundo entero, quien fuera calificado de traidor, destituido en su cargo y desprestigiado como persona, por el poder durante el gobierno de Leonid Brezhnev (Período 1977-1982) en la ex Unión Soviética. De él son las manos que vemos al inicio del filme, pero décadas después y ahora cumpliendo funciones de limpieza en el mismo teatro. Mientras realiza su tarea por accidente llega a sus manos una invitación para que la orquesta del Bolshoi se presente en el Châtelet de Paris. Retiene la nota y considera la posibilidad de suplantar a la orquesta estable actual, reemplazándola por sus músicos integrantes desplazados en algún momento, con él como director, para ofrecer el concierto propuesto por el prestigioso teatro francés. La idea loca es bien recibida de los ex integrantes de la orquesta del Bolshoi, resolviendo involucrarse y llevar adelante el proyecto. El grupo se integra con toda una variedad de personajes que conformarían desde sus propias características y orígenes una verdadera comunidad de naciones, desde rusos, los nuevos ricos y los otros, eslavos, franceses, gitanos, judíos. Todos construidos a partir de sus particularidades, en tono de humor, a veces satíricos, a veces melancólicamente, otras con una mirada cínica, por momentos parece un catalogo de clishés lo que podría molestar a algunos, pero en realidad es tal el afecto que tiene el director por sus criaturas que termina de dar por tierra con esa idea. La primera parte nos va adentrarnos en las historias personales, y este sería el fragmento más trabajado desde el género de comedia, luego cuando empiezan a cerrar todas y cada una de las historias, el humor deja paso a los sentimientos, para lo cual no le fue necesario recurrir a los golpes bajos. Sí quedan muy bien plasmadas cuestiones como la amistad, el amor, el poder, la culpa, el honor, el deseo, la nostalgia, la discriminación, lo moral y lo ético, el honor y la honra. Como dato importante, en razón del cual se subraya con una análisis paralelo, es la elección de la música que van a ejecutar en el concierto, con el que cierra el filme. No sólo elige al gran compositor ruso Piotr Ilich Tchaikovski (1840-1893, sino que de él su concierto para violín y orquesta, ahora considerada como una pieza clave de la música en general y uno de los puntos más sublimes del periodo romántico. Su autor, ecléctico desde su producción, fue defenestrado por la mayor parte de sus contemporáneos y la crítica, particularmente su concierto para violín. Claro que todo esto no podría ponerse en juego si no fuera por la selección de actores, todos con performances cercanas a lo perfecto, todos creíbles, ya sean actores reconocidos como los franceses Melanie Laurent (Lea y Ann Marie Jacquet), recordada por nosotros como la joven judía que explota el teatro en “Bastardos Sin Gloria” (2009), Francoise Berleand (Olivier Duplessis), el policía de la saga de “El Transportador”, la reconocida actriz Miou Miou (Guylene) y grandes actores rusos entre los que se destacan Aleksei Guskov (como el director Filipov) y Dimitri Nazarov (Sasha). En relación a los rubros técnicos, son todos de una manufactura impecable, desde la dirección de arte hasta el diseño de sonido, pasando por el montaje.
El mareo Andrey Filipov (Aleksey Guskov) supo ser el ex director de la orquesta del Bolshoi, pero en tiempos de Gobierno comunista en Rusia lo echaron del cargo por mantener en su puesto a un grupo de músicos judíos. Tres décadas después, lo encontramos como empleado de limpieza en el mismo teatro donde actúa la reconocida orquesta: evidentemente ha sido castigado y nunca pudo retomar su lugar. Sin embargo, verá la oportunidad cuando se cruce con un fax enviado desde París, invitando a la formación a participar de un importante concierto. Filipov intentará juntar a la vieja tropa y, arrojando el fax a la basura, suplantar a la orquesta rusa en la capital francesa. Uno puede invalidar inmediatamente el film de Radu Mihaileanu por su inverosimilitud: cómo en tiempos de Internet se puede generar semejante conflicto a partir de las comunicaciones. No obstante, muchas veces el andamiaje de la comedia de enredos exige que se suspenda la incredulidad. Pero a pesar del esfuerzo, El concierto no convence porque a esa manipulación le suma muchas otras, incluso otras más preocupantes. Por empezar, un humor apto sólo para señoras bien de más de 70 años, pero también una mezcolanza política e ideológica en su burla del totalitarismo, que la lleva a defender a los judíos para luego hacer chistes antisemitas, reforzando el prejuicio que cree combatir. A todo esto, Mihaileanu le adosa una subtrama familiar y sentimental, con una violinista (la hermosa Mélanie Laurent, de Bastardos sin gloria) que tiene un vínculo particular con el director, y que intenta ser el complemento lacrimógeno del film. Pero tampoco esto funciona, ya que la manipulación emocional del guión se observa a kilómetros de distancia. El mayor problema de El concierto es que si bien intenta ser una sátira, sobre su última parte se pone demasiado seria y solemne como para que aceptemos el trazo grueso y la ordinariez de su conflicto. Si bien en la actualidad el cine rumano ha dado nombres como los de Cristian Mungiu, Cristi Puiu o Corneliu Porumboiu, y películas como Bucarest 12:08, 4 meses, 3 semanas y 2 días, La noche del señor Lazarescu, Martes, después de Navidad o Cómo celebré el fin del mundo, un cine social que no olvida las posibilidades de la comedia o el melodrama, con una apuesta formal bien definida, Radu Mihaileanu pertenece a otra escuela, una más cercana al cine europeo qualité, ese que intenta sacar migas de la alta cultura, marcando diferencia snob con el cine llamado “comercial”, pero atrasando unos 50 años. Adivine usted cuál de estos cines es el que llega a las salas de estreno en la Argentina.
Si bien una partitura del colosal Tchaikovsky en un final de película a toda orquesta es potencialmente emocionante de por sí, el film El concierto es mucho más que eso. La realización del rumano Radu Mihaileanu va más allá del simple estímulo sonoro de una obra del gran compositor ruso espléndidamente recreada. El autor de la extraordinaria El tren de la vida aprovecha al máximo los elementos expresivos que tenía entre manos y arriba a una obra que aúna comedia con drama y denuncia política y que se podría definir como un emocionante y a la vez divertido homenaje a la música y al espíritu artístico incluyendo críticas descarnadas a más de un sistema gubernamental. Nominado en los últimos Globo de Oro, el film fustiga en su trama al comunismo soviético, especialmente el comandado por Leónidas Brézhnev, que convierte al director de orquesta del Bolshói -que luego se tomará su gran revancha-, en un empleado de la limpieza ante su empecinamiento de incluir músicos judíos en su formación. Por otra parte el personaje de la violinista solista, a cargo de la bellísima y talentosa Mélanie Laurent (Bastardos sin gloria) también sufre en su más tierna infancia atropellos del régimen. Pero estos apuntes decidamente críticos se extienden también al fuerte neo capitalismo que impera en el país ruso. Por supuesto que apuntar a tantos objetivos al unísono hace tambalear por momentos el andamiaje y especialmente la credibilidad de El concierto, pero hay que decir que el film apela a elementos sencillos como el carisma de sus personajes, a cargo de un estupendo elenco, y la emoción que producen la música y la tenacidad de un artista. Los pasos de comedia, un ritmo indomable a puro pulso emotivo y la reconfortante y magnífica escena final hacen el resto.
En la época de Brézhnev, Andrei Filipov era el mejor director de orquesta de la Unión Soviética, pero fue proscripto por no querer separarse de los artistas judíos. Treinta años después le llegará la ansiada oportunidad de volver al escenario, sólo que lo hará fingiendo que él y sus músicos son del famoso Bolshoi. Las historias de segundas oportunidades siempre son efectivas, la posibilidad de que una acción permita cambiar la vida entera es un sueño para cualquier espectador. Estas películas protagonizadas por mayores muchas veces pecan de inverosímiles, como ocurre en las de deportes o, para citar un ejemplo puntual más improbable, con Jinetes del espacio, sin embargo este no es el caso de El concierto, ya que la música ofrece una chance concreta de que eso se haga realidad. Si bien son muy diferentes, puede reconocerse algo de Still Crazy, comedia sobre la ficticia banda de rock Strange Fruit, la cual encuentra a sus integrantes entrados en años tras dos décadas alejados de los escenarios dispuestos a hacer un regreso con gloria. En la película franco rusa un director de orquesta que se desempeña como bedel en el Teatro Bolshoi, encuentra por casualidad un fax que le ofrece lo que desde hace años estaba esperando, una nueva oportunidad de triunfar. Haciéndose pasar como miembro de la aclamada orquesta, uno a uno reunirá a los antiguos miembros de la suya, quienes han abandonado la música y se dedican a manejar taxis, realizar mudanzas o a la venta ambulante, y los preparará para el espectáculo de sus vidas. Encabezados por Alexei Guskov, Dmitri Nazarov y Mélanie Laurent, a quien recientemente se la pudo ver en Bastardos sin gloria, se construye a partir del engaño una historia plagada de situaciones cómicas que, si bien no son efectivas en todo momento, tienen su cuota de originalidad y suavizan la trama que con su contenido histórico y político podría haber tenido un resultado tedioso. La constante referencia al pasado termina perjudicando en parte a la película, dado que el espectador queda descolocado ante muchas cosas que no se entienden y que recién pueden encontrar su explicación en los últimos minutos. Todos los personajes hablan de Tchaikovsky una y otra vez, y si bien uno sabe quien fue este compositor ruso, no queda claro el motivo por el que se lo menciona tanto, hasta que esto sea explicado recién hacia el final luego de casi dos horas. Hay que destacar el cierre a toda orquesta, cuando el evento en el teatro Châtelet en Francia finalmente se lleve a cabo, dado que es eso lo que se espera desde el comienzo y el motivo por el que en definitiva se la ve. Son 12 minutos en los que el concierto para violín de Tchaikovsky, se apodera de la pantalla, imponiendo un ritmo in crescendo que cala hondo y eleva el nivel de la película. No hay dudas de que el espectáculo se va a dar y que el resultado será sublime, pero es necesario que el director sea capaz de reflejar su importancia y eso es lo que se hizo. Si bien el montaje con tapas de diarios que dan cuenta del evento se pasa de inocente, no afecta el gran trabajo de toda la secuencia. Mezclando así algo de drama histórico con comedia actual, y fundamentalmente acompañado por bellísima música clásica es que se desarrolla el nuevo film de Radu Mihaileanu, que suma otro más a la lista de títulos provenientes de Rumania, país que desde hace algunos años se ha mostrado como la revelación del cine europeo.
El único comunismo posible Hace 30 años, durante el gobierno de Brezhnev al frente de la Unión Soviética, el maestro Andreï Simonovich Filipov buscaba la armonía última en el Concierto para violín y orquesta Op. 35 en Re mayor de Piotr Illich Tchaikovski. Por ese entonces, dirigía la Orquesta del Teatro Bolshoi, integrada en buena parte por músicos judíos. Cuando el régimen le reclamó que se deshaga de ellos, el se metió en un enfrentamiento desigual que sólo podía terminar mal, cuando el director del teatro, Ivan Gavrilov, irrumpió en el sublime momento musical para humillarlo, lo que sólo sería el comienzo de la caída. Tres décadas después el comunismo es sólo un partido minoritario en la otrora URSS, pero Filipov sigue en el destino en el que se lo castigó: es empleado de limpieza en la mítica sala. Las tareas de higiene lo llevan a la oficina del director actual, donde el azar lo pone en posesión de un fax con la invitación a la orquesta para dar un concierto en el parisino Théâtre du Châtelet. Sin dudarlo un momento, roba el fax, borra las huellas, y comienza a pergeñar un plan tan arriesgado como fantástico: reunir a sus viejos músicos (castigados como él) y suplantar a la agrupación oficial con el objeto de terminar en la capital francesa lo que no pudo concretar en el pasado. Especialmente, porque hay razones especiales para que París sea la sede de esa conquista final: allí habrá que resolver algunas cuestiones del pasado. Así, como una anterior obra del director Radu Mihaileanu, la poco conocida en nuestro país “El tren de la vida” (en la que una aldea judía urdía un plan de autodeportación, disfrazando un tren como si perteneciera a la Alemania nazi) aquí los protagonistas se van metiendo en una delirante espiral sin vuelta atrás: Filipov tiene que reunir una orquesta que lleva 30 años sin tocar, en una semana, y llevarla a la Ciudad Luz. Para eso se apoyará especialmente en su cellista Aleksandr “Sasha” Grossman y en Gavrilov, el mismo burócrata que lo condenó, a quien necesitan como manager y quien colaborará movido por razones particulares. Él será el encargado de negociar las condiciones contractuales, especialmente la participación de la solista Anne-Marie Jacquet. Elogio de la belleza “Sólo la música es bella. Después se meten las palabras y lo complican todo”, le dice en un momento Sacha a Anne-Marie. Y eso es esencialmente el filme: una celebración de la música como la más etérea de las bellezas; una prueba de que un instante de gloria redime décadas enteras de sufrimiento, ostracismo y secretos. Y de que es el único contexto en el que un grupo de personas reúne sus talentos para lograr la armonía suprema, algo que los trascienda a ellos mismos. “Ése es el verdadero comunismo”, le explicará Andreï a Ivan. Mihaileanu vuelve a hacer creíble lo inverosímil, haciendo que el espectador se desespere un poco a cada rato por ver si el loco plan tiene éxito (y que haga fuerza para que eso suceda). Logra además encontrar el tono adecuado para el filme, dosificando comedia y drama sin irse a los extremos ni caer en el grotesco. También logra escapar a la tentación de “hacer una película sobre París”, mostrándola en su punto necesario (de hecho, quizás haya más vistas urbanas de Moscú). Los esfuerzos de la fotografía están puestos especialmente en hacer lucir el clímax de la cinta, en la sala del Châtelet, una búsqueda por empatar desde lo visual la belleza de la música de Tchaikovski, otro que sufrió mucho en su tiempo. Poner el cuerpo De todos modos, nada de esto sería posible sin un elenco de fuste, a la altura de las circunstancias: Alexeï Guskov construye un Andreï complejo, sin sensiblerías ni golpes bajos. Dimitri Nazarov como Sasha le sube el tono a la comedia, aunque tiene a su cargo algunos momentos de gran ternura. Mélanie Laurent pone belleza, sensibilidad y carácter a Anne-Marie, y se luce en la asimilación de la técnica violinística, que su personaje requiere. Entre los secundarios se lucen Anna Kamenkova Pavlova como Irina Filipova, la esposa de Alexeï (y el motor que lo mueve cuando sus fuerzas flaquean); el siempre solvente François Berléand como Olivier Duplessis, director del del Châtelet, secundado por el atribulado Bertrand (interpretado por Laurent Bateau); la veterana Miou-Miou como Guylène de La Rivière, quien crió a Anne-Marie; y Valeri Barinov como el anacrónico Gavrilov. La sorpresa la pone el violinista rumano Anghel Gheorghe como el simpático y talentoso gitano Vassili, responsable de buena parte de la “magia” necesaria para concretar el plan. Ellos son los pilares de un cuento moderno, con algunas moralejas: que lo único “bueno” de haberlo perdido todo es la libertad de no tener nada que temer; y de que las segundas oportunidades existen, y sonríen especialmente a quienes tienen el coraje de salir a buscarlas.
Orquesta afinada ofreciendo espectáculo de alto nivel En general, cada tanto la cartelera nos regala un film singular. Algo único, quizás no tan original, pero maravillosamente ejecutado y que conmueve. No pasa siempre (este año no recuerdo ninguno, todavía, de ese calibre), pero ha llegado a nuestro país "Le concert", una película elegante, divertida y que nos roba el corazón desde el primer fotograma. Film nominado al Globo de Oro en 2010, arriba con bastante retraso aquí pero es de celebrar que los distribuidores hayan puesto en pantalla una cinta de tanta calidad, sabiendo que su impacto en la taquilla será más que discreto, seguramente. A los argentinos, en general, no nos atrae el cine europeo. Estamos muy influenciados por el pensamiento único, el discurso dominante pro-Hollywood y fuimos educados, desde los tanques de Disney en nuestra niñez hasta las aventuras de Di Caprio, los thrillers de De Niro y Pacino y el cine de acción de Stallone, Schwarzenegger y compañía en la adultez. Eso, sumado a que cuando vamos al cine a ver cine argentino, las películas de relieve terminan siendo dramones de aquellos conectados a...los desaparecidos y la década del 70. La tendencia que siempre nos dio resultado en el exterior. Volviendo a la idea anterior, si esa es nuestra cultura, estamos seteados para ir y dejar de lado el cine europeo. En general, se cree que está reservado a los intelectuales, universitarios y cinéfilos de gusto exótico. Nada que ver. El cine del viejo continente es como el de todas partes, claro, si tiene particularidades regionales (su ritmo de narración lo distingue del americano) pero tiene películas regulares, buenas y malas. Eso si, nuestros distribuidores, eligen cintas ganadoras de festivales internacionales, de directores interesantes pero poco conocidos para el gran público y siempre que se estrena algo de esta geografía hay que prestarle atención. Repito, la filmografía que llega a nuestras salas ha sido seleccionada por gente que sabe y tiene mucho aval y prestigio ganado, por lo que vale echarle una buena mirada cuando se producen esta clase de estrenos. "Le concert", es un exquisito y simpático film de un director al que hay que prestarle atención: Radu Mihaileanu. Rumano, filma aquí con actores rusos y franceses, una historia muy movilizante para el público politizado. Treinta años atrás, un director de orquesta soviético, Andrei Filipov (Aleksey Guskov) en el pico máximo de su carrera ve interrupido su concierto más importante (Tchaikovsky) cuando Brezhnev ingresa en medio del mismo a llamarlo "traidor" y "enemigo del pueblo". Filipov había desobedecido la orden de desafectar de su banda a los músicos judíos, razón que le valió ser expulsado de su puesto y degradado desde lo artístico hasta terminar con su carrera como un simple ordenanza. Cuando comienza el film, Andrei oficia de empleado de limpieza en el Bolshoi, en Moscú. El marco de partida, es indudablemente fuerte. Un artista en el pináculo de su carrera, defendiendo sus convicciones, cae bajo la presión política del régimen soviético de ese entonces. Pero los tiempos han cambiado. Y ya nada es lo que era. Cierto día Filipov, mientras limpia la oficina de su jefe donde trabaja, recibe un fax dirigido a su director, donde se invita a la orquesta a hacer una presentación en París, más precisamente en el teatro de Chatelet. La idea se le viene a la cabeza al instante, rearmar a su viejo grupo de aquel entonces e ir en busca de la reestauración del prestigio de su orquesta, suplantando a la original del Bolshoi. Osado punto de partida, juntar a más de treinta músicos desperdigados por todo Moscú y convencerlos de las bondades de volver a tocar juntos. Ya, instalados en la historia, comienza la diversión: estos sujetos son una postal de la Rusia actual, pobres, usureros, mafiosos... Pero talentosos. Cuando logran plasmar la idea, necesitan un jefe de negociaciones para arreglar lo contractural con los franceses, labor que hará un antiguo enemigo de los músicos y de Filipov que buscará reposicionar el sentimiento comunista en Francia, junto a ellos. El viaje viene madurando. De ahí en más, y sin anticipar mucho (hay mucho y es muy disfrutable), habrá que seguir el derrotero de la orquesta, desde su patria hasta Francia. Y allí, pasar dos días antes del concierto viendo como los sujetos que vienen del este, (rusos que beben en cantidad, judíos que traen caviar para vender, gitanos que comercializan productos truchos, viejos dirigentes que sueñan con reflotar el pensamiento stalinista como bandera, etc) llegan a París dispuestos a hacer la suya , dejando de lado la actividad primordial por la que están ahí -ensayar y prepararse para tocar-. La película trabaja varias puntas, la situación arte versus política; el choque cultural este-oeste y el problema de la identidad y el origen, corporizado por la deliciosa Melanie Laurent, (Anne Marie Jacquet en la película) violinista famosa que desconoce quienes fueron sus padres y las circunstancias en que ellos murieron y que será la solista invitada del evento. Todas ensamblan bien y logran un maridaje perfecto: la película es absolutamente disfrutable y deja satisfecho hasta al público más exigente: el cierre de la misma es para aplaudir de pie, una secuencia de 20 minutos que arrancará lágrimas a más de uno en su butaca. Muchos colegas piensan que es un film correcto, pero no de gran vuelo. A mi me parece que Mihaileanu armó un escenario magnífico y montó su propia orquesta donde todos los instrumentos suenan afinados y se complementan de maravilla. En este cuento del director de orquesta, la audiencia sale de la sala con una amplia sonrisa dibujada en el rostro y eso, amigos, no hay precio de entrada que lo pague. Un film de gran factura que nos transporta al mundo del arte, las ideas y las emociones y que no debemos dejar pasar en cartelera. Ir tranquilos, un concierto inolvidable los espera.
Un puente de hermandad desde la música La película rescata a un eximio director que reconstruye una orquesta de músicos judíos y gitanos perseguida por una supuesta conspiración contra el régimen de Breznev. Muestra así como el arte permite comprender y revalorizar la historia. Tras varios meses de postergación por cuestiones referentes a la actitud de algunos programadores en su relación con los llamados cines del interior, finalmente, y en dos queridas salas de nuestra ciudad se puede ver hoy, El concierto, film que desde su carácter de co producción (son cinco los países que financian este proyecto) apunta a marcar un puente de hermandad entre los diferentes estados europeos; tal como desde sus actuaciones como director de orquesta lo viene planteando el eximio Daniel Barenboim. Al hacer memoria sobre films que se proyectan hacia un planteo similar, podemos pensar en Los unos y los otros de Claude Lelouch (vista con cortes en los meses del conflicto por las islas Malvinas) que reunía sobrevivientes de diferentes latitudes en un escenario montado en los jardines de la Torre Eiffel, en el que el recordado primer bailarín Jorge Donn nos ofrecía su versión tan distintiva del Bolero de Ravell. Casi diez años después, tras la caída del Muro y frente a los problemas de las nuevas fronteras entre el Este y el Oeste, el director húngaro István Szabó estrenaba Encuentro con Venus, cuya historia nos llevaba a ver cómo esos mismos conflictos se debatían en el interior de una orquesta, cuyo director, proveniente de la Europa del Este, viajaba a París invitado para dirigir el Tanhäuser de Richard Wagner. En relación con El concierto, el film que hoy nos motiva briosamente a pensar ya en ver cómo el gran público también responde a estas propuestas, silenciada en parte por films tanques de Hollywood, invitamos a observar detenidamente el afiche. En él, en un plano anterior, frente a nosotros, vemos a un hombre de espaldas, que por su actitud y labor, pertenece al personal de limpieza. Detrás de él, una orquesta en plena función en un teatro que se reconoce en el film como el Bolshoi. Este hombre, cuyo nombre es Andrei Filipov, lleva sobre sus espaldas, tanto él como sus compañeros, el peso de la humillación y el desprecio, de la condena y el olvido. En un mismo escenario su director, ya desde el afiche cuyo diseño fue igual en numerosos lugares de presentación del film, marca una historia, un puente, un nexo interrumpido por entre el presente y el pasado; más aún, si observamos que su mano, localizada sobre su espalda, sostiene una partitura. A nivel de refuerzo de la imagen, el haz de luz más dominante ubica y destaca su presencia. Desde este montaje, un tanto metafórico, su director de origen rumano, Radu Mihaileanu, nos invita a escuchar este relato que revisa conductas totalitarias, como las que debieron soportar entonces tanto este personaje como los integrantes de la orquesta que el tenía a su cargo; músicos de origen judío y gitanos acusados injustamente de conspirar contra el gobierno de Breznev, hacia 1980. Pero un día, ya pasados treinta años de silencio, ante las continuas presiones y mandatos despóticos, Andrei Filipov tendrá una nueva oportunidad: una carta llegada de París. Tal como en su film más aplaudido, El tren de la vida, de 1998, aquí comienza a orquestarse una fábula que se proyecta hacia la revaporización de un ideario, en la que Andrei Filipov, eximio director de orquesta en aquellos años, desplegará nuevamente su conducta solidaria. Se trata ahora de reconstruir lo que fue entonces, de buscar, de volver a reencontrarse con aquellos músicos, integrantes de su orquesta, encarcelados, juzgados, y en algunos casos deportados y aniquilados en campos de exterminio. No sólo vamos tomando conocimiento de esta historia colectiva a través de los diferentes hechos, que se vuelven auténticos núcleos de la acción dramática, sino también por el valor simbólico que representa el Concierto para violín y orquesta del siempre sublime Peter Tchaikovski. Será esta composición la que va a permitir volver a conectar la imagen de una batuta arrancada y quebrada para que la función se reanude. Y el mismo tema ayudará a develar una historia en la que entrarán en juego la primera violinista, Anne Marie Jacques, rol que asume una reveladora Mélanie Laurent y su asistente Guyléne de La Riviere, personaje que compone con mesura y expresión contenida la actriz Miou Miou. El concierto es una construcción que plantea cómo a través del arte podemos llegar a comprender y revalorizar la historia de numerosos pueblos reprimidos y masacrados. Y es al mismo tiempo un reencuentro, una revelación, con la auténtica historia individual que permite conocer más la identidad de sus personajes, de poder llegar a preguntarnos quienes somos. Film que se anima, en el turbulento escenario de la sociedad de hoy, movido por tensiones de poder y de una voraz economía, mafias, El concierto, a pesar de ciertos estereotipos, nos lleva a reconocer las voces y los planteos, los modos de narrar, tanto de Ken Loach como de Emir Kusturica, pensado este último desde ciertos coloridos y desmesuras, desde la alegría contagiante de la música y de la danza, desde el abierto humor y la desenfadada ironía.
Esta extraordinaria co-producción entre Rumania, Bélgica, Italia y Francia, y que vio la luz en el año 2009, fue dirigida por Radu Mihaileanu. El largometraje empieza cuando AndreyFilipov (interpretado por el actorAleksey Guskov), quien se encargaba de la limpieza del teatro Bolshói (Moscú,Rusia), se entera casualmente, a través de un fax, que desde Francia están invitando a la orquesta Sinfónica del Bolshói, para hacer una presentación. Filipov, aunque trabaja, como ya dije, en la limpieza, es en realidad un prestigioso director de orquesta que fue degradado durante una época en que se perseguía a los judíos; él se negó a sacar a los judíos que había en su orquesta y el régimen autoritario lo castigó con la humillación, prohibiéndole volver a dirigir. La trama de la película se centra precisamente en ese concierto que deberá realizarse en París. Este evento desata, de una manera inesperada, la esperanza de Filipov y de sus amigos músicos. Es importante entender la presión política a la que están sometidos Filipov y sus amigos músicos. Y una manera que usaron los guionistas para entender esto es a través del trabajo de la esposa de Filipov, quien vive de conseguir multitudes, organizar gentes en papeles de extras, ya sea en manifestaciones a favor del régimen político (o para la boda de algún mafioso),con el objetivo de dar la impresión de que el evento que se esté realizando es muy concurrido y es todo un éxito, con lo cual se nos expone una cara no muy bonita de la sociedad de Rusia. Pero volviendo a la historia medular, Filipov entusiasmado, poseído por una fiebre que sólo puede curar la música, organiza una orquesta con sus viejos amigos y decide hacerse pasar, a escondidas por su puesto, por el Bolshói y sustituirlo en su presentación en París. Me gustó mucho la manera en que abordó la ilusión del director Filipov, es decir, la de volver a dirigir, el detener bajo su batuta a todos sus músicos e interpretar a Tchaikovsky. Filipov tiene una obsesión, pero de tipo artística, con el músico ruso Tchaikovsky, y éste es un punto importante de la trama y también del desenlace de esta película. Por supuesto que no les voy a contar la historia de la película; pero sí les diré que los amantes de la música que decidan verla, no quedarán decepcionados. Y a los que no aman tanto la música, pero sí las historias con buen argumento,salpicadas de buen humor y con un final intenso, les diré que esta es una cinta que no querrán perderse. El final, mientras toca la orquesta en París, con la violinista estrella Anne Marie Jacquet (interpretada por la actriz francesa Mélanie Laurent), en medio del ímpetu de la música, se entregan al espectador los últimos detalles con que se cierra la historia. Me gustó mucho la manera en que el director contó el final, no sólo por las reveladoras palabras, sino por la imágenes que en ningún momento se debilitan. Es un final casi orgásmico, por su ardor artístico, pero también por la dicotomía de por lo trágico y lo reivindicativo que se mezcla en las últimas tomas. Por cierto, el guión fue escrito por Radu Mihaileanu y Alain Michel Blanc. Para terminar, quiero decir que esta película es totalmente recomendable y la puedo describir con una sola palabra: maravillosa.
Un concierto racista Es interesante ver como en una película entran tantos estereotipos juntos. Constantemente, los personajes resultan presos de un humor muy burdo y sin sentido, que no respeta de ningún modo a la dignidad humana. Es irritante en todo momento y para colmo, los chistes son híper-conocidos y mal ejecutados. Desde el comienzo, "El concierto" es algo completamente absurdo, lleno de errores e incongruencias. Simplemente con aclarar que un músico de orquesta es alguien muy dedicado y apasionado por su trabajo, podemos tirar abajo a toda la película. Todos los músicos de la película no sólo cayeron en desgracia sino que perdieron cualquier rasgo de dignidad. Para colmo, algunos son ridiculizado de una forma patética por el director (claro ejemplo son los judíos) y otros parecen ser tratados como unos idiotas (ej. El manager cree que puede renacer el comunismo). Igualmente la frutilla del postre fue la actitud de la banda en general. No sólo es increíble que en vez de querer tocar públicamente en un gran concierto reivindicatorio (¡por un día!, después hagan su vida) hayan decido hacer los trabajos más comunes de una ciudad (ej, mudanza, taxista, vendedor ambulante), sino que un mensaje de texto les haga cambiar de opinión, ya es cualquier cosa. Le pongo 2 debido a la pequeña historia interpretada por Melanie Laurent. Donde claramente su gran talento hizo que por momentos esta película logre emocionarnos. Igualmente, también pude haberle puesto un 3 por el final bien emotivo, pero como el director lo arruino intercalándolo con las repercusiones de la noche, deje la crítica con un 2.