A pesar de contar con un buen elenco, el nuevo film de Gregor Jordan (director de la pésima "The Informers") fue enviado directo a dvd en países como Estados Unidos e Inglaterra. Esto posiblemente se deba a que la historia gira alrededor de un atentado terrorista, un tema muy delicado en esos países en los últimos años y algo que el público prefiere evitar a la hora de distraerse frente a la pantalla grande. Creo que la decisión fue acertada, ya que es una de las películas mas indignantes que ví en largo tiempo. Un ciudadano norteamericano es arrestado tras anunciar, mediante un video, que tres bombas explotarán en distintas ciudades de los Estados Unidos. Este hombre es trasladado hacia un lugar secreto, donde una agente del FBI y un misterioso interrogador intentarán obtener información acerca de la ubicación de las bombas. Prácticamente todo el film se desarrolla dentro de este lugar secreto, donde se intenta plantear un debate sobre las torturas a terroristas, enfrentando dos personas con visiones distintas sobre el tema. Por un lado, la agente del FBI que busca obtener la información de manera legal respetando los derechos del hombre, y por el otro, un interrogador que es capaz de utilizar cualquier método para obtenerla. A medida que avanza la cinta, queda claro cual es la postura del director frente al tema. Pero más allá de la opinión que uno pueda tener sobre este delicado punto, no creo que nadie disfrute ver cómo se tortura al hombre durante gran parte de la película y menos aún si se involucra a su familia, lo cual me parece desagradable e indignante. Una cosa es ver algo así en la saga "Saw", o algún otro thriller sangriento donde uno va preparado para ese morbo, pero ésto pretende ser un film serio mezclando drama con suspenso. Samuel L. Jackson interpreta al torturador, el mismo Jackson de siempre en un personaje que no entiendo por qué habrá aceptado. Michael Sheen ("Frost/Nixon", "The Queen") interpreta al supuesto terrorista, con un rol limitado que sólo le permite mostrarse en un par de escenas. Carrie-Anne Moss ("The Matrix") es la agente del FBI. Mas allá si la historia es interesante o no, si tiene un buen final o no, luego de un par de escenas de mal gusto, quedé bloqueado.
Si bien prácticamente toda la película transcurre dentro de la sala de interrogación, no por ello decae el interés, al contrario, el clima cada vez se pone más tenso, aunque es posible que algunos espectadores se sientan...
Éticas de la urgencia Cuando el ensayista Slavoj Zizek publicó hace unos años un artículo sobre la sensación televisiva 24 le puso de título “Jack Bauer y las Éticas de la Urgencia”. La pregunta que se hizo no fue si estaba bien mostrar lo que ya todos sabíamos, sino por qué se mostraba, precisamente, ahora, y de dónde surgía la necesidad de hacerlo. La misma pregunta debería cerrar el film El día del juicio final (Unthinkable, 2010), firme apología de hora y media a la violencia y la tortura como herramientas de un bien mayor. En una sala de interrogación se sacan chispas el torturador ‘H’ (Samuel L. Jackson, el policía malo) y la agente del FBI Brody (Carrie-Anne Moss, la policía buena), turnándose para cuestionar al terrorista Younger (Michael Sheen). Su objetivo es hacerle confesar dónde ha escondido tres bombas nucleares, cada una de las cuales estallará en un plazo de cuatro días a menos que cumplan con sus demandas. Negociar nunca es una opción, así que deben hacer carrera con el reloj y sacarle una confesión. Alejada de la estética que predomina sobre otras películas de símil índole (cámara en mano y un furioso montaje de brevísimos planos), el film adopta un ritmo más clásico, donde la tensión está maniatada a la intensidad de las actuaciones de los protagonistas (en particular Jackson, en el eterno rol de capo, y Sheen como el fervoroso terrorista) y su atmósfera enclaustrada (el escenario default es precisamente la sala de interrogación). La lógica del policía bueno/malo domina la estructura de la película. Las escenas se suceden de la misma manera –el turno de ‘H’, el turno de Brody, ‘H’ da cátedra a Brody de cómo torturar a un prisionero, y repetición. Su lógica es la de la película. A veces Younger rompe el hielo y arenga a la pareja pasionalmente. El discurso es de stock, el mismo que todo terrorista capturado en Hollywood repite una y otra vez: váyanse de nuestro país. Claro que nunca se lo acepta como un argumento válido: es el equivalente al ladrido de un perro, el cacarear de un ave de corral. Hollywood sabe el sonido que hacen los hombres con bombas, pero no los entiende. El resultado no puede ser otro que caricaturesco. No hay margen para la duda, para el debate, para la objeción. Brody es un ser débil y endeble, representación del espectador, horrorizado con ‘H’, cuyos actos de creciente violencia (“impensables”, de ahí el título original de la película) siempre son la respuesta correcta. Describirlos no tiene sentido, ya que la “gracia” es fascinarnos ante su ausencia de moral y manualidades medievales. ¿Por qué sale esta película ahora? ¿Por qué necesita probar un punto, su único punto? Que El día del juicio final milite a favor de la violencia inconstitucional y el terrorismo de estado como “medidas desesperadas, pero a veces aceptables” es un mensaje monstruoso y propagandista, tanto más cuando el discurso de la película es uno solo y recorre un carril rectilíneo e inamovible, que no admite otra opción ni deja lugar a duda. La disidencia no es aceptable, y esto convierte a éste film en un rencoroso sermón y no en el relato de precaución que quiere ser.
Lo impensable, puede pasar hoy! El Día del Juicio Final llega a las carteleras de cine, como la película jamás estrenada en los Estados Unidos. Con una trama más que interesante, al igual que su reparto. Un agente de operaciones encubiertas H (Samuel L. Jackson, Tiempos Violentos, IronMan 2) junto con un escuadrón anti-terrorista está a cargo de la interrogación de Younger (Michael Sheen, quien interpreto a Tony Blair en La reina y próximamente se lo verá en Tron: El Legado), la persona más buscada de Norteamérica, pero su vez cautivo del gobierno. Younger o Josebh Mojamed, es un sospechoso americano-musulmán acusado de haber colocado tres dispositivos nucleares en diferentes ciudades estadounidenses y solo divulgará su solicitud el último día, antes de que los dispositivos estallen. Tanto el misterioso H como la Agente del FBI Helen Brody (Carrie-Ann Moss, Trinity en Matríx ) tendrán menos de cuarenta y ocho horas para dar con el paradero de las bombas. El film cumple su cometido: mostrar el lado más sucio de la guerra y qué es lo que ocurre cuando las cosas se invierten y el enemigo está en territorio propio para sembrar el terror a toda costa. Los instrumentos son los mismos de un lado de la batalla, que del otro, mucho caídos, tortura y un sinfín de interrogantes. El director logra transmitir en El Día del Juicio Final la sensación de paranoia en la que muchas vidas corren peligro. Ya sea una sola explosión en Estados Unidos o más lejos. Además de la bruta idea militar de que "todo vale" en tiempos de guerra y lo plasma perfectamente en su papel Samuel L. Jackson. Lo mismo ocurre con la convincente interpretación de Michael Sheen, demostrando más allá de todo, el sufrimiento que puede soportar una persona, esta vez no por una idea política sino religiosa. Lo demás en el film puede ser reprochable, pero Unthinkable tensiona y moviliza al espectador. Lo que no es poco.
¿Y si fuera verdad...? Fuerzas de seguridad estadounidenses torturan a un ciudadano convertido al islamismo y presunto terrorista. Lo que plantea la película es políticamente tan incorrecto que El día del juicio final no se estrenó comercialmente en los cines en los Estados Unidos, pasando directamente al DVD. Se sabe, y hay muestras a rolete: allí hay temas que no les gusta ver, ni hablar, por lo que se intuye el destino del filme: la tortura a la que se somete a un ciudadano estadounidense convertido al islamismo por parte de un compatriota, con la aprobación de los altos mandos del Gobierno. No es que le falte elenco al filme del australiano Gregor Jordan (que filmó, en parte, en Buenos Aires The Informers , no estrenada aquí): Samuel L. Jackson es “H”, el inquisidor profesional ; Michael Sheen ( La reina ), el terrorista, y Carrie-Anne Moss ( Matrix ), la agente que parece ser la única con sensibilidad y sentimientos en un grupo de hombres -militares, agentes y políticos- que consienten que a Steven le corten los dedos, apliquen picana, vaya uno a saber qué le hacen en la boca y varios etcéteras más, que si bien no se ven en primer plano, son suficientemente elocuentes como para generar repulsión. Precisamente ese sentimiento es el que genera la controversia en la película, que manipula información y se vale de la remanida frase “mejor que sufra/muera uno a que mueran millones”, ya que Steven envió un video en el que muestra que colocó tres bombas nucleares en tres distintas ciudades, y si el Gobierno no accede a un petitorio que todavía no difundió, explotarán. Quedan cuatro días para que eso suceda, y el terrorista se deja atrapar mansamente. Está dispuesto a todo. Lo mismo que el director Jordan, ya que es fácil adivinar que le lluevan palos por la agresión física que recibe el presunto terrorista (presunto, porque nadie sabe si las bombas existen o no) y las actitudes de “H”, a las que Jackson le agrega todo su sarcasmo. Pero la posibilidad de que lo que se cuente pueda ocurrir, esto es, que fuerzas de seguridad de los EE.UU. realicen este tipo de tortura ante presuntos terroristas, no parece muy lejano de la realidad, tras lo que se sabe que sucedió en Medio Oriente. Allí radica el asunto principal, el tema de fondo de un filme que tiene suspenso constante, escenas apenas tolerables y un sinfín de preguntas sin respuestas.
Este film se promocionó como “la película nunca estrenada en Estados Unidos” como si fuera una obra polémica que sufrió la censura. La verdad que es una buena producción que simplemente por problemas de distribución no logró llegar a los cines en ese país y terminó directamente en video. Es una lástima porque con el elenco que tiene y el trabajo que brindan los actores tal vez no le hubiera ido mal en la taquilla. Por lo general en ese país cuando una película no pasa por los cines se debe a que es mala y en la funciones de testeo fracasó miserablemente. Bueno, no es el caso de El día del jucio final que ofrece un thriller decente muy bien actuado sobre el terrorismo internacional. Samuel Jackson y Michael Sheen se roban la película con interpretaciones excelentes. A Sheen lo pudimos ver el año pasado como el protagonista de Frost/Nixon y acá sorprende con un personaje totalmente distinto. El film plantea dilemas morales interesantes donde con el transcurso de la historia la percepción que uno tiene de los personajes va cambiando. El terrorista, que está pirado debido a una ideología fundamentalista, por momentos parece más humano que los interrogadores del gobierno norteamericano que no parecen estar más sanos que él. Que la vida de miles de personas en la historia se encuentren en manos de estas dos clases de psicópatas es lo que genera que la trama mantenga enganchado al espectador hasta el final. A la película le juega en contra el desgaste que tiene la temática que trabaja. En los últimos años se han estrenado muchas películas de este estilo como El sospechoso (Reese Whiterspoon), Syriana o Red de Mentiras que pese a que fueron abordadas con enfoques distintos el tema es exactamente lo mismo. De todas maneras, para aquello que no se hayan aburrido todavía con esta clase de historias El día del juicio final es un thriller decente que está para ver.
Elogio del tormento Ya sea por los misterios insondables de la distribución global o por las pocas luces de algunos de los involucrados, hoy nos topamos en Argentina con el estreno de un film que en el mercado estadounidense salió como un “directo a DVD” (parece que no le tenían mucha confianza al producto…). El Día del Juicio Final (Unthinkable, 2010) es una típica “película planteo” que sigue la consigna un tanto quemada de “qué pasaría si…”: mientras que este disparador circunstancial en una propuesta estándar de género podría resultar inocente, en el contexto de un thriller político cae de lleno en el terreno de la manipulación. El norteamericano convertido al Islam Steven Arthur Younger (Michael Sheen) envía un video a las autoridades en el que exhibe tres bombas nucleares programadas para explotar en menos de una semana. Pronto se deja atrapar y desde ese momento tanto el FBI como el Ejército quedan al servicio de un “consultor externo” de la CIA que responde al seudónimo de “H” (Samuel L. Jackson), un carnicero especializado en doblegar a prisioneros. Así las cosas, la agente del FBI Helen Brody (Carrie-Anne Moss) no verá con buenos ojos el “modus operandi” de H, el cual incluye diversas amputaciones y cirugía dental innecesaria. Corriendo el telón de inmediato para demostrar de qué va el asunto en realidad, no se puede más que señalar que estamos ante una combinación bastante barata de porno de torturas y suspenso de entorno cerrado, todo presentado bajo la apariencia de un “drama serio” centrado en los alcances concretos de los estatutos para combatir al terrorismo. Las torpezas y baches esporádicos de la mísera historia ideada por Peter Woodward, un actor devenido guionista, hacen que la acción quede petrificada en un elogio del tormento y que encima constantemente se pierda el interrogante simplista referido a si “el fin justifica los medios”. Por suerte el elenco evita el desastre: Samuel L. Jackson ofrece otro enajenado con tintes fascistas, Carrie-Anne Moss cumple dentro de sus posibilidades y en especial se destaca la labor de Michael Sheen, un británico que hasta ahora había pasado desapercibido. El director Gregor Jordan, el mismo de las fallidas Ned Kelly (2003) y The Informers (2008), entrega un rip-off deslucido de 24 que carece de convicción e inteligencia. En resumen, El Día del Juicio Final es un engendro demagógico y en extremo inverosímil, una obra plagada de estereotipos, delirios de derecha y errores varios que empantanan la narración...
La cuestión del fin y los medios Un thriller que apunta a pensar sobre el uso de la tortura como arma de guerra El día del juicio final reedita la antigua cuestión del fin y los medios y la aplica a un tema de debate que ha cobrado penosa actualidad: el empleo de la tortura como arma en tiempos de guerra. Sobre ésta, evita manifestarse claramente: prefiere hacer oír voces contradictorias y dejar que sea el espectador el que se incline por una postura u otra. En cuanto al asunto del fin y los medios, bien podría alcanzar a la propia película. En nombre de la eficacia de un thriller que quiere avivar la discusión, ¿se justifica la exhibición pornográfica de los más sádicos métodos de tortura (y su consabida apología)? Probablemente ni Gregor Jordan ni su libretista, que no son precisamente dechados de sutileza, se hayan hecho esos planteos. Lo que buscan es el impacto directo: quieren generar la discusión, sí (aunque su examen del tema de la tortura no va mucho más allá de lo superficial), pero también ofrecer un plato fuerte de suspenso con abundante tensión e imágenes de impresionante crudeza. Esto se percibe desde el planteo, en el que hay reminiscencias de la serie de TV 24 : un militar norteamericano convertido al islamismo más radical ha amenazado con hacer detonar tres bombas nucleares que ha plantado en distintos lugares del país si sus demandas no son satisfechas en 72 horas. El hombre se ha dejado apresar y ahora que los plazos se acortan los agentes del FBI afectados a la lucha antiterrorista reciben -por orden de "muy arriba"- la ayuda de un especialista en secretas operaciones de interrogatorio (Samuel L. Jackson), cuyos métodos harán confesar la verdad al talibán y evitarán la muerte de miles de personas. "Lo que tengo que hacer es? inconcebible", le anticipa a la oficial del FBI (Carrie-Anne Moss) que aporta la dosis de compasión femenina que el film necesita para compensar tanta brutalidad. Las imágenes que siguen se encargan de demostrar que el interrogador no exagera y que sus "esfuerzos persuasivos" pueden redoblarse hasta el infinito (incluso hasta alcanzar a la familia del reo), en busca de la verdad sobre las bombas. El trazo grueso y la verbosidad retórica abundan en la película casi tanto como el clima de pesadilla y las imágenes estremecedoras. Esto será seguramente más celebrado por los aficionados al cine de alta tensión que por los que busquen nuevos elementos para debatir si la única forma de vencer al terrorismo es utilizar tácticas tan inhumanas como las que ellos practican.
La suma de todos los miedos El film de Gregor Jordan plantea el dilema moral que tiene lugar en un centro de detención, en el que se recurre a la tortura para que un prisionero confiese en qué lugar del territorio estadounidense escondió tres bombas nucleares. Después del atentado a las Torres Gemelas y el casi inevitable camino que tomaron los Estados Unidos al considerar al mundo árabe su enemigo y al resto del planeta como sospechoso, el cine y la televisión empezaron a producir películas que daban cuenta del estado de miedo y paranoia que impera en la potencia mundial. En este contexto, El camino de Guantánamo y Standard Operating Procedure –que en la Argentina fue directamente al cable– son sólo dos ejemplos de producciones que abordan la cuestión de la violación de los Derechos Humanos: la primera sobre los prisioneros de la cárcel norteamericana ubicada en territorio cubano y la otra acerca del centro de detención de la ciudad iraquí de Abu Ghraib. Pero fue la serie 24 la que condensó, capítulo a capítulo y en tiempo real, el alarmante desplazamiento moral del país, con el agente Jack Bauer (protagonizado por Kiefer Sutherland) como un psicópata que era capaz de todo, torturas incluidas, en nombre de la “seguridad nacional”. El día del juicio final destina buena parte de sus 97 minutos al dilema moral que significa emplear la tortura sobre un prisionero para que confiese dónde están ubicadas tres bombas nucleares en territorio estadounidense. Así, la película muestra un centro de detención donde las garantías constitucionales están suspendidas, al menos para Younger (Michael Sheen), un estadounidense convertido al islamismo, convencido de su causa, que soporta más allá de lo imaginable las torturas a las que lo someten para que confiese al agente de operaciones encubiertas H (Samuel L. Jackson). Por supuesto, el guión contempla un endeble equilibrio con la representante del FBI, Helen Brody (Carrie-Anne Moss), un personaje que funciona como la conciencia crítica de la nación –y del aparato del Estado–, que se opone a la tortura como método de interrogatorio. Mutilaciones, asfixia, electrocución y hasta la amenaza a familiares del detenido son algunos de los tormentos que se ven en la pantalla; un catálogo de atrocidades que más allá de que podrían estar sólo sugeridos, para el relato resultan efectivos en la lucha contra el terrorismo, en tanto el prisionero demuestra que puede manejar los tiempos del interrogatorio y que sólo con más tortura se podrá evitar que la hecatombe nuclear se produzca. El día… entonces comienza como una denuncia sobre la violación a los Derechos Humanos, pero después planea hasta dónde se puede llegar para obtener información. Y la respuesta que tiene la película es clara: hasta el final.
Un video casero llega a las oficinas del FBI, en este se puede ver a un hombre hablando de frente a la cámara perfecto ingles, que dice ser ciudadano estadounidense, llamarse originalmente Steven Younger (Michael Sheen), quien ha decidido adoptar la religión islámica y que además ha colocado tres bombas nucleares en tres diferentes ciudades de los EEUU. Punto, corte. Las fuerzas de seguridad mueven cielo y tierra, todos son posibles cómplices, todos son sospechosos. Al frente de la investigación se encuentra la agente Helen Brody, (Carrie Anne Moss), legalista desde el primer momento. Pero la psicosis colectiva se ha desatado. Una verdadera cacería de brujas se esta llevando a cabo en todo el territorio de la “madre patria del norte”. En ese frenesí los agentes llegan a la casa de Henry Humpries (Samuel L. Jackson). Aquí nos enfrentamos con lo que sería, a la postre, el primer gran problema. Henry es violentado en su casa, pero el puede reducir a los dos agentes del FBI, sin perder nunca el buen humor y los mejores modales. Cuando llega el resto de la caballería, gente del las más altas esferas del poder les informa que éste buen señor es un “intocable”. Henry es simpático, sencillo, padre de familia, amable, afable, el espectador compra rápidamente. Por otro lado nos muestran a Steven como un loco desaforado, que abandonó a su familia, a su patria, que no le teme a nada y que esta dispuesto a cualquier cosa en pos de una idea, sea esta buena, mala, defendible, justificable o no. El tercer componente del triangulo es la nombrada agente del FBI, no sólo es legalista, también es la única mujer, “madre” del trío en conflicto. Steven se deja capturar. Ante la negativa de contestar al interrogatorio ortodoxo de Helen, recurren a un experto, y éste es nada más y nada menos que el “simpático” Henry. Un experto por completo heterodoxo en sus métodos. Todo esto sucede en los primeros quince minutos de narración. El resto transcurre prácticamente en la sala de interrogatorio, con escenas violentas de tortura. Parecería ser que el filme se interrogara desde distintos puntos de vista, filosóficos, éticos y morales, sobre la justificación o no de estos métodos. Pero en definitiva, no es así. El cierre de la historia lo instala con un discurso fascista y prepotente. Por supuesto que a nivel de construcción es muy bueno, típico producto de acción hollywoodense, muy bien filmada, mejor contada, atrapante por el cómo, pero desagradable en lo estético. A esto hay que sumarle el catálogo de golpes bajos que propone y muestra con el sólo fin de lograr empatía con el espectador. Grandes actores, en algún punto desperdiciados. Violenta, prepotente y por momentos de mal gusto, podría calificarla de mala, pero en realidad no sería justo, debería inaugurar un no tan nuevo calificativo, “prescindible”.
¿Si hay que interrogar a alguien que dijo haber puesto tres bombas nucleares que van a matar a millones de personas, se lo tortura hasta que confiese la localización de los explosivos? ¿Hay límites, hay una frontera entre lo salvaje y la barbarie paraestatal, o se extiende a medida que corre el tiempo? Las preguntas que el Unthinkable dispara como punta de debate son miserables, parte de una discusión execrable, mucho más allá de lo políticamente correcto o incorrecto; se trata de un interrogante pueril y a la vez criminal. Tenemos enfrente un debate ético centrado en una disyuntiva que puede ser falaz desde lo humano, aunque el radicalizado pragmatismo de los servicios de inteligencia y las fuerzas de seguridad lejos está de todo tipo de cuestionamiento al concepto de que el fin justifica los medios. Hablamos de un Estado como el norteamericano, dominado por la paranoia y el odio al otro, de un Pentágono manejado por fanáticos, de centrales de inteligencia gerenciadas por asesinos de traje y corbata. Ahí es donde pone el foco este film que nos trae el reiterado tópico de "la amenaza terrorista", pero con una vuelta de tuerca que incomoda a poco de comenzar. La trama se dispara cuando un ciudadano estadounidense convertido al islamismo (Michael Sheen) es arrestado tras haber confesado que colocó tres bombas nucleares en tres ciudades distintas de norteamérica. Una vez maniatado, el terrorista es puesto a disposición de un "especialista", llevado hasta allí por el Estado para que le saque información. Aquí es donde entra en juego el señor H (Samuel L. Jackson), psicópata con chapa al servicio de Washington que da inicio a su interrogatorio al islamista cortándole un dedo. De ahí en más, el horror. La estética que utiliza Gregor Jordan para su relato es similar a la que hemos internalizado gracias a la saga Saw y similares, con altas dosis de gore, con una cámara casi quirúrgica que nos ahorra el trabajo de imaginar lo que le sucede al victimario devenido en víctima. Apenas (y nada menos que) eso; una sala de torturas, un fanático anti-yanqui, un torturador, una agente sensible (Carrie-Ann Moss) que intenta frenar al demente Mr. H. Y, sobre todo, ese elemento impensable del título como as en la manga del represor estatal, un "Tigre" Acosta made in USA para el pochoclo de la dama y los nachos del caballero. Bonus Track -La película no fue estrenada comercialmente en los cines de Estados Unidos (se editó directo en DVD) por su temática y su puesta en foco de la tortura desde el Estado. -Hay conexiones con lo que hemos visto durante varios años en 24, un discurso por momentos ambiguo, aunque el disparador de debate que supone el film va mucho más allá de lo que fue el producto catódico de Fox (la justificación del aparato represor construido en Washington y profundizado luego de los ataques de 2001). -A Michael Sheen ya lo viste en Frost vs. Nixon, en el papel del periodista que puso en jaque al presidente yanqui; también en The Queen, como Tony Blair. Además, lo vas a ver en pocos dias, en Tron Legacy.
Una experta del FBI intenta dialogar con un terrorista, mientras un torturador avanza sobre él a fuerza de cercenamientos, vejaciones, agresiones físicas y morales, ante la mirada de las autoridades. El día del juicio final es una larga tortura. Steven Younger (Michael Sheen) es un ciudadano norteamericano, convertido al islamismo, que asegura haber colocado tres bombas nucleares en tres ciudades diferentes de los Estados Unidos. Lo de siempre: graba su video, lo manda a las autoridades, pero surge lo imprevisto: se deja detener mansamente. Allí aparecen la experta del FBI Helen Brody (Carrie-Anne Moss) y el torturador del Ejército “H” (Samuel L. Jackson), recurriendo a técnicas enfrentadas para sacarle información al supuesto terrorista. Mientras ella cree en el diálogo, él avanza a fuerza de cercenamientos, vejaciones, agresiones físicas y morales, ante la mirada impávida de las autoridades. El día del juicio final es una larga tortura de 97 minutos. El film del australiano Gregor Jordan pertenece a la oleada de películas norteamericanas post 11-S que intentan ver al terrorismo islámico de una manera oblicua: en vez de analizar al otro, lo que hacen es mirarse a sí mismos y observar cómo esta violencia arrastra a otras que estaban agazapadas en una sociedad que aparenta normalidad bajo la cordialidad y el apego a las leyes. No es de extrañar, entonces, que al igual que pasa con las películas en Irak, esta les haya pasado desapercibida a los norteamericanos: de hecho, no tuvo estreno en las salas comerciales del país del norte. Sin embargo, más allá de su denuncia, lo que siempre uno cuestiona de este tipo de películas es el dispositivo que utilizan para decir lo mal que está el mundo. Jordan juega un juego macabro: él mismo es Younger, alguien que se dejó atrapar no tanto para cometer el atentado sino para sacar a relucir las atrocidades que esconden los otros. Su “disfrute” de la tortura es una sádica manera de comprobar sus teorías acerca del medievalismo de la sociedad norteamericana. Por eso que se trate de un estadounidense “convertido” no es menor. El director, entonces, lo que hace es apostar cada vez más duro para jugar con el espectador. Mostrarle el horror, llevarlo a los límites, intentar derrotarlo en su postura humanista -en el caso de tenerla- y dejarle en claro que, él también como espectador, es un morboso del carajo que disfruta gozosamente de un espectáculo como este. El día del juicio final no es tanto un film sobre el terrorismo sino más bien uno sobre la justificación de la violencia como mal menor. Por eso el desenlace de El día del juicio final -que aquí no revelaremos- es impropio de lo que se quiere contar, innecesario y gratuito: el film ya había dicho lo suyo y ese paneo lateral pone la discusión en otro lugar y, se podría decir, hasta termina contradiciéndose y justificando la violencia por mano propia. Sostenida casi como un film de cámara, si hasta parece una adaptación teatral con su casi único espacio, uno cree bastante de lo que ve gracias a un trío Moss-Jackson-Sheen impecable. Sin embargo, sobre el final un par de giros ridículos del guión hacen que se pierda un poco el rigor construido hasta ese momento en pos de un suspenso, la mayor parte de las veces, bastante incómodo. Seguramente lo más interesante que tiene para decir el film es cómo el discurso progresista -ese que representa la agente Brody- sucumbe ante la lógica perversa del argumento extremista. El día del juicio final, además, es de esa clase de películas que construyen con mayor solidez al villano que al héroe: ver cómo avanza “H” contra la pobre agente del FBI. Ahí, también, un poco del peligro de este tipo de productos que se balancean riesgosamente en el límite de la justificación del fascismo a partir de sentirse seducidos por este tipo de personajes.
Cuando dos personas se juntan a conversar, digamos en un café, es sabido que hay temas difíciles de tratar o de aquellos que mucha gente propone dejar de lado al realizar una reunión familiar para que la velada sea placentera. Temas como política, religión…uno puede escaparles, discernir, estar o no de acuerdo, inferir, criticar, volcar la propia opinión según sus vivencias, creencias, con menor o mayor razón, callar, asentir y el mirar hacia otro lado, no sirven más que para terminar de dar la razón a la otra postura. Ahora, hay gente que al ocurrir un suceso como el que destaco, deciden tomar otra postura, levantarse de su asiento, postura erguida y retirarse. No por cobardía sino como un rechazo a los planteos que pueden estar realizándose. Al momento de estar viendo El Día del Juicio Final, algo por el estilo pasó por mi comportamiento. Sentía que la butaca se había convertido en una cama de fakir, me dolían las rodillas, miraba hacia otro lado que no sea el de la pantalla con desprecio, creo no haber sido el único, he visto a otros hacer lo mismo. “Impensable”, como sería el título original en inglés, es escribir un guión tan vehemente, que actores de la talla o ya podríamos considerar caducos como Samuel L.Jackson o Carrie-Anne Moss o el excelente entrevistador Frost al que habría puesto en escena Michael Sheen. ¿Cómo puede ser que hayan aceptado participar de tan inescruputoso film?. El Día…fue vendida como “el film que no quieren ver dejar ver Estados Unidos”. El film trata sobre el posible caso que una personas, aquí un retirado de las fuerzas, Steven (Michael Sheen), norteamericano y profesante de religión islámica, decide colocar tres bombas nucleares en tres ciudades “x” de Estados Unidos y no desactivarlas si sus requerimientos no son cumplidos en determinado plazo. Steven quiere ser vendido como un Hannibal Lecter después del 9/11, encerrado en una celda con interrogatorios un tal “H” (Samuel L.Jackson), un verdugo a quien el Estado llama sólo en casos de urgencia extrema como este, el hombre que gracias a sus métodos de tortura siempre ha logrado extraer lo que se proponía de sus víctimas. La agente Helen (Carrie-Anne Moss) no se más que un calquito de Clarice Starling. Algo indica que se ha tomado el guión del afamado film clase B ganador de cuantiosos premios, El Silencio de los Inocentes, conjunto a una idea frente a los sucesos de terrorismo de estado contemporáneos y plasmar ambos. El resultado, en gran parte por las decisiones del director Gregor Jordan, equívocas como el mostrar miembros amputados en escena cuando la temática ronda principalmente por un cuestionamiento ético y moral, es determinante. El Día del Juicio Final es de esos films que como los temas que planteábamos antes, deben hablarse, deben debatirse, en una fiesta, una reunión, donde sea, pero el mayor logro de ese debate sería “la forma”, aquella que éste film estuvo ausente y lamentablemente causaron en mí todas las ganas de levantarme e irme. Fuera de los cines, la realidad se asemejaba a lo visto en pantalla, cuestionamientos (pacificar o reprimir) sobre asentamientos ilegales. El discernir, tomar una postura, a veces no tan simple, con intereses de más de un partido político, gobierno nacional o de la ciudad de turno, políticos que pelean y se contradicen como niños. La urgencia en actuar para luego no tener que remediar, cuatro muertes reales hasta el día. En fin, a veces vemos en pantalla cosas “Impensables”, de aquellas que al retirarnos de la sala a los minutos olvidamos y descreemos que puedan ocurrir, la realidad al final se asemeja a lo “impensable”. Lindo sería vivir en un lugar y momento donde estan cosas no ocurran mas, las torturas, la discriminación, la utilización de la pobreza con fines políticos, la ausencia de planes de vivienda. Ojalá algun día podamos salir de una sala y ver una peli como Cuando Harry Conoció A Sally… y las preocupaciones no sean otras que conseguir un buen helado en un día de calor como el de hoy.
Una tortura Me vi obligada a tomarme mi tiempo al escribir esta crítica para que las ideas decantaran. Decidí alejarme del monitor y redactar esto con tinta y celulosa. Admito que fui inconscientemente al cine, sin siquiera haber leído una sinopsis y comencé a ver eso que parecía ser una película de acción: un equipo de policías intentando demostrar su eficiencia para descubrir dónde un terrorista había escondido 3 bombas nucleares. Hasta acá nada raro, hasta que nos enteramos de que el “criminal en cuestión” es un ciudadano norteamericano nativo y, para colmo, miembro altamente calificado del ejército de dicho país que se convirtió al islamismo. Podríamos suponer que se está tratando de demostrar que los islámicos pueden lavarle el cerebro a cualquiera pero ¡no señores! En pocos instantes nuestro terrorista se convertirá en una víctima aferrada a sus ideales (y los mismos policías en algún momento admitirán que se trata de un reclamo valido) que será torturado brutalmente para confesar la ubicación de las bombas. El director no se ahorrará ningún detalle, y nos involucrará tanto en la vida íntima y familiar de este personaje como en la de su verdugo (Samuel L. Jackson). Mostrándonos un claro paralelismo entre ambos, percibiremos que en esta historia así como en la realidad no hay malos ni buenos, sino seres humanos que se vuelven simples piezas que obedecen ordenes. Veremos las contradicciones existentes entre todos los personajes pertenecientes a las diversas fuerzas del orden (militar y policial), oiremos las palabras de la agente Helen Brody (Carrie-Anne Moss) “no podemos tolerar que se lleve a cabo la tortura de un civil en territorio norteamericano, la ley no lo permite” pero la tortura igual se llevará a cabo. Las críticas planteadas por la película son varias: por un lado, si no la vemos y si no se lleva a cabo en Estados Unidos, podemos tolerar la tortura; por otro lado se cuestiona el límite de lo que somos capaces de hacer para “salvar vidas”, de lo simple que resulta dejar de lado la ética y los derechos civiles cuando la vida de algunas personas pasan a valer menos que las de otros. La película lanza una bomba: la crítica a una sociedad que ha tratado de mostrarse como ejemplo para el resto del mundo (a pesar de estar resquebrajándose) y que niega las masacres en los países islámicos o las justifica con la escusa de intentar erradicar células terroristas. La tensión se mantendrá constante y al final nos dejará un revuelo de sensaciones. En lo que a mi respecta la experiencia fue doblemente inquietante al percibir que la reacciones en otras personas era tan diferente, algunos probablemente quedaron tan consternados como yo, pero no logro entender cómo otras personas hayan podido besarse tranquilamente frente a semejantes escenas o que pudieran reírse continuamente como si existiera algo mínimamente cómico. Supongo que cuando la gente va a ver una película en la que trabaja Samuel L. Jackson espera sólo acción y pasar un rato de entretenimiento, aún así no logro concebir tanta indiferencia. En cierto punto consideré que podría quizás ser excesiva tanta violencia en un film que critica justamente la violencia. Pero entiendo que el objetivo de Gregon Jordan era shockear al espectador y realmente me asusta que en algunas personas ni siquiera esto surta efecto. Probablemente las pantallas nos tienen tan acostumbrados a la violencia que esta se ha vuelto tan cotidiana que podrá pasarnos desapercibida. Quizás nos estemos convirtiendo en espectadores pasivos de nuestras propias vidas, viendo a través de cámaras, hablándonos a través de teléfonos, expresando nuestros sentimientos con emoticones, construyendo muros virtuales y otros reales para no ver lo que no queremos ver y no mostrar de nosotros al resto toda esa mugre que tenemos debajo de esa fina capa de superficialidad. En El día del juicio final se hablaba de Estados Unidos y de los crímenes producidos por este estado en los países islámicos, pero no debemos alejarnos mucho para encontrar la misma hipocresía en nuestra sociedad.
Luego de haber visto “El día del juicio final” del director australiano Gregor Jordan uno logra entender por qué en su país de origen, Estados Unidos, no fue estrenada en cines y fue directamente a video. Ocurre que “Unthinkable”, tal su título final que podría traducirse como “impensable” o mejor aún como “inimaginable”, incomoda. Y por más de una razón. Por un lado está su tema central: la amenaza que hace un norteamericano de origen árabe, una excelente actuación de Michael Sheen (“Frost/Nixon, la entrevista del escándalo”), de no detener la explosión de tres bombas atómicas instaladas en grandes ciudades de su país, si no se atienden sus demandas. Está claro que el film explota una fobia que se ha instalado en el país del norte desde el 11 de septiembre de 2001 de que se produzca otro desastre, como el aquí se insinúa. Pero hay otro tema que enriquece la propuesta de la película y que tiene que ver con los métodos que se usan, basados en diversas formas de tortura, y que no toda la población norteamericana reconoce ni condena. Aquí la misma la ejerce un personaje detestable de nombre Henry Humphries o simplemente H (Samuel L.Jackson), buen padre de familia pero ejecutor implacable de métodos inhumanos en donde “el fin justifica los medios”. Y ese objetivo es descubrir dónde están las bombas. Para ello someterá al amenazante Steven Arthur Younger (Sheen) a los peores tormentos, amputándole dedos de la mano, aplicándole electrodos en su cuerpo, sumergiéndolo en agua para que no pueda respirar y muchos otros suplicios. Cabe aclarar que estas escenas que llenan buena parte del metraje son de difícil tolerancia para un público sensible y si bien no son del todo gratuitas pueden molestar a más de un espectador. A modo de contraste con H se ubica el personaje de la agente del FBI, Helen Brody, que interpreta en forma convincente Carrie-Anne Moss (“Memento”, “Matrix”), quien prueba “por las buenas” de sacarle la información a Younger. Sus intentos fracasan pero también los de H no llegan a buen puerto y es entonces que, faltando tres horas para el posible estallido (y algo menos de media hora de película), la estrategia aplicada será distinta. La misma consistirá en poner frente al terrorista a miembros de su familia (esposa, dos hijos pequeños) y, sin ética alguna, amenazar en aplicarle los mismos métodos (aquí H usará la expresión “unthinkable”). Serán las escenas más duras de soportar (ya se lo habíamos advertido al posible espectador) y el final, algo más convencional, no defraudará a quienes se hayan quedado en la sala hasta la aparición de los títulos. Este cronista confiesa que la película lo atrapó lo suficiente como para no levantarse antes de la butaca y para afirmar que, sin ser un gran film, “El día del juicio final” se deja ver.
Todos los miedos de la sociedad norteamericana reunidos en una sola película. ¿Quién diría que finalizando el 2010 todavía pasan este tipo de cosas en el mundo del cine? Hace poco contaba sobre la situación horrible que vive el cine Iraní debido a la encarcelación de Jafar Panahi, algo que realmente conmociona al mundo cinéfilo, y por más que no haya punto de comparación con el tema que quiero comentar hoy, siento que hay algunos puntos en común: El miedo de la sociedad de ser devorada, muchas veces por hasta sus propios demonios. Durante este último mes se está estrenando en Buenos Aires “El día del juicio final” (Unthinkable) una muy buena película de Gregor Jordan (Buffalo Soldiers) con un elenco realmente impecable de la mano de Samuel Jackson, Carrie-Anne Moss (Trinity en Matrix) y Michael Sheen, este último con el papel de un ciudadano Americano convertido a musulmán que por su conocimiento en armas (formo parte del ejercito en oriente medio) logro robar material para armar tres bombas nucleares caseras y las coloca en tres ciudades estratégicas de los Estados Unidos. El resultado: Un thriller psicológico de lo mejor que se pudo ver en muchos años, con actuaciones dignas de mas de una nominación a premios de la academia, tocando uno de los temas mas urticantes en el mundo actual: El terrorismo. Películas como esta hay miles, pero en este caso hay una vuelta de tuerca que hace que Unthinkable sea, a pocos días de terminar el 2010, una de los Films mas recomendados del año. Veamos un poco el por que: H (Samuel Jackson) es básicamente un torturador. Uno realmente bueno (a la altura de los enfermos de Hostel) que aparentemente es convocado por el gobierno americano cada vez que tienen un interrogatorio ‘dicifil’. H intenta quebrar un Yousuff (Michael Sheen) completamente decidido a que millones de ciudadanos americanos mueran a menos que el gobierno acepte retirar todas sus tropas en oriente medio (un pedido, que a pesar de los medios, es muy razonable a esta altura). A medida que avanza la película, H va logrando autorización para avanzar en su interrogatorio y va saliendo a la luz una de las paradojas mas fuertes de nuestros tiempos. “¿Hasta donde somos capaces de llegar?” “El día del juicio final” se anima a plantear todos estos interrogantes, exponiendo claramente los motivos que podrían llevar a un fanático religioso a hacer una locura como ésta, y lo que es capaz de hacer un gobierno para impedirlo, sin dejar nunca de preguntar a la audiencia que posición tomaría. Pocas películas hoy día invitan a pensar, a tomar una postura, a reflexionar realmente. Esta película lo hace, por lo tanto en Estados Unidos se va directo al DVD, en Wikipedia se encuentra poco y nada, en YouTube se ofrece GRATIS, etc. Un film, que repito, tiene todo pero se termina quedando con nada y se estrena en Argentina casi… por la puerta de atrás. No es nuevo que el gobierno americano mantenga a sus ciudadanos lo más dormidos posible frente miles de cuestiones que pasan frente a sus ojos a diario. Lamentablemente no extraña que siendo el 2010 la misma industria le de la espalda a películas de este tipo, que tientan a la gente a pensar, a preguntarse aunque sea un poquito sobre al menos la naturaleza humana. El hombre occidental intenta individualmente cada vez con más fuerza, lograr un despertar conciente; se nutre de filosofías orientales, chamánicas, adivinatorias y hasta new-agers para lograrlo pero todavía no da el como sociedad y especie el primer paso. Este paso consiste en darse cuenta que somos los seres con menos compasión del planeta. Somos capaces de secuestrar, torturar, mutilar, violar, de asesinar no solo en forma individual sino masiva, hacemos esto a diario y si no lo hacemos damos vuelta la cara cuando hay que juzgarlo, no tenemos respeto ni por la naturaleza ni por nuestros hermanos no humanos, lo único que nos importa es seguir soñando con ser el centro de nuestro universo, tener un plato de comida al final del día y si es necesario, que el mundo mismo se joda. Eso somos, eso soy yo que escribo y tu que lees. Disfruten la película.
¿De qué lado estás? El día del juicio final logra desactivar al gusto como parámetro para calificarla, porque instala una pregunta demasiado importante: ¿se puede torturar? Un terrorista norteamericano convertido al islam pone tres bombas nucleares en tres ciudades diferentes de los Estados Unidos, amenaza con hacerlas estallar si no se cumplen sus demandas y se deja atrapar por la policía. Ahí comienza el trabajo del FBI y del ejército para averiguar la locación de las bombas. Samuel Jackson interpreta a un torturador sin límites y Carrie Ann Moss se encarga de la parte moral de la película, como agente del FBI que se opone a los métodos del ejército. El filme es explícito, el director Gregor Jordan no recurre a ningún eufemismo. Su tesis es que Estados Unidos “también” es eso: una bestia inhumana que es capaz de todo en nombre de la humanidad, una bestia convencida de que el fin justifica los medios. El asunto es lo que esa película provoca en el espectador: ¿es válido infringir ese sufrimiento en un hombre para evitar el sufrimiento de muchos hombres? Jordan logra construir el suspenso sobre ese debate ético. La acción avanza sobre la base de que mientras más cerca se está del mal absoluto, más permisiva se vuelve la moral de la nación. Hay amputaciones y otras acciones inimaginables, crueles, y hay un final anticipado por la desafortunada traducción del título original (Unthinkable, “impensable”): en el medio, el espectador recibe golpes de efecto y puras preguntas. El día del juicio final no se estrenó en cines en EE.UU. y pasó directo al DVD. Forma parte (menor, pero parte al fin) de ese cine norteamericano que empezó a hacerse preguntas (básicas, pero preguntas al fin) sobre la forma en la que construyó el liderazgo mundial que ese país ostenta desde hace más de medio siglo. Después de un atentado en el que mueren 53 civiles norteamericanos, el terrorista dice que no va a sentir pena por las víctimas, porque Estados Unidos mata esa cantidad de gente a diario en Medio Oriente... en otra parte de la película la agente Brody (Moss) intenta parar la tortura y dice “que exploten las bombas, nosotros somos humanos”. La toma final termina el triángulo de tensiones sobre el que la película esboza su propia ética. Para beneficio de su política narrativa, y como el desafío ya había quedado bien planteado del lado del espectador, esa ética ya tampoco importa.
"La tocás a ella y te mato... ¡Te mato!" En la escena del interrogatorio de El secreto de sus ojos -reveladora del pensar de la película- el acusado Isidoro Gómez admite su culpabilidad en el crimen luego de ser víctima con un infantil ardid. Furioso porque cuestionaron su virilidad, insulta a Irene Menéndez Hastings y le pega una trompada. "La tocás a ella y te mato... ¡Te mato!", grita luego -tarde- Benjamín Esposito, cuando Gómez ya había tocado a Irene. Unthinkable (2010), de Gregor Jordan, es básicamente la escena de Campanella transformada en un loop de 97 minutos. Luego de cada golpe del torturador profesional "H" Humphries sobre el terrorista Steven Younger la agente del FBI Helen Brody reacciona indignada. "Esto es inconstitucional", esgrime de entrada, ante los primeros maltratos. "Si le hace daño los nenes, lo mato", agrega una hora después, cuando el torturador hace entrar a la sala de tortura a los hijos del terrorista. Pero quizá lo peor de la película no sea su postura a favor de la tortura, planteada a partir de un dilema moral tan simple como tramposo y una puesta en escena que no sabe escapar del plano-contraplano. Lo más jodido es que ni siquiera plantea alguna alternativa para pensar el asunto desde otro lado. "No negociamos con terroristas", dice sobre el final la agente Brody, personaje que funciona como la reserva moral de la película. Ahí, justamente, está el problema. Afortunadamente, Unthinkable tuvo un efímero e irrelevante paso por la cartelera porteña en los últimos días del año pasado. Como si fuera poco la distribuidora local, Distribution Company, decidió titularla con el desgraciado El día del juicio final y se equivocó con el afiche: le puso la cara de Gil Bellows a Michael Sheen.
Tortura explícita "Inimaginable" es la traducción de Unthinkable, el título original de este thriller policíaco en donde los límites éticos de uno de los protagonistas, se desplaza poco a poco hacia lo irracional. ¿El fin? Obtener la información necesaria (en este caso ubicaciones exactas) para ir a desactivar tres bombas nucleares que Steven Arthur Younger (Michael Sheen) colocó en tres ciudades americanas. El ciudadano estadounidense, convertido al islamismo, decidió poner en jaque a las autoridades gubernamentales de su país debido a una misión altruista (¿utópica?) que persigue: entre otros estamentos, que el país del norte retire sus fuerzas militares de todas las naciones islámicas del mundo. ¿Inconcebible, inimaginable? Sí, también se logra desde el guión que se corre poco a poco de lo establecido. Por algo El día del juicio final salteó las salas de cine estadounidenses y pasó directo a DVD. La película (que durá 97 minutos) muestra –muy explícitamente-, el método de tortura al cual recurre H, un agente de operaciones encubiertas y profesional del dolor, encarnado por Samuel Jackson. El señor Younger (que se deja atrapar para conocer a sus futuros opresores) es encerrado por días en un complejo secreto. Y allí comenzará su calvario: electrocuciones, golpes, laceraciones, amputación de falanges, asfixia, etc. En resumen, parte de lo que ya se reflejó al mundo desde algunos centros de detención militares del Caribe y Medio Oriente. ¿Coincidencia? Entre tanta desidia asoma el papel conciliador, humano y racional de la agente del FBI Helen Brody (Carrie-Ann Moss), quien con su semblante esculpido por el dolor ajeno (difícil no asociar a la canadiense con la Trinity de Matrix) busca convencer a Younger para que revele donde escondió los dispositivos bélicos. Y deje de sufrir. Ella logra, desde la indiferencia y desconfianza (dudar que las bombas existan, por ejemplo), lo que los músculos y maltrato de H no cosecha: la primer ubicación del artefacto bélico. Las continuas discusiones y planteos de Brody con sus superiores –un recurso del que se abusa en la película-, la tensa relación (y hasta mimetización) de víctima y victimario como así también el cinismo de H (con el cual combate la hipocresía de su profesión), ensambla el marco narrativo de una película que dejará pensando a más de uno. ¿Ficción?. O debería llamarse, ¿imaginable?