Confusión y autoengaños cotidianos Si salimos del circuito de los festivales internacionales, la obra de Hong Sang-soo es en términos prácticos desconocida para el gran público, lo que sinceramente es una pena porque el director y guionista es uno de los maestros contemporáneos del cine minimalista y melancólico. El coreano se especializa en el arte de escudriñar -desde el laconismo- cada pequeño recoveco del amor mediante una coctelera de influencias cinéfilas que abarca una pluralidad de realizadores, como por ejemplo Ingmar Bergman, Jean-Luc Godard, Robert Altman, John Cassavetes, Woody Allen y sobre todo Éric Rohmer. Al igual que el francés, Hong gusta de retratar la trivialidad y los misterios de ese azar tragicómico que parece guiar las relaciones románticas entre los personajes, siempre remarcando que el ideario y la sensibilidad de los susodichos resultan más importantes que la trama propiamente dicha. Las herramientas formales son más o menos siempre las mismas: tenemos una enigmática colección de tomas secuencia con cámara fija -condimentadas vía zooms furiosos sobre los rostros y algún que otro flashback esporádico- en las que dos o más personajes se traban en extensas conversaciones alrededor de su rutina, su idiosincrasia o los pormenores del vínculo en cuestión, poniendo en interrelación tanto los puntos a favor como los elementos en contra de cada caso. El Día Después (Geu-hu, 2017), su último opus, es otro pantallazo prodigioso en torno a sus obsesiones más lúdicas, léase la falta de comunicación y los equívocos que provoca, pero en esta oportunidad curiosamente dejando de lado -en gran medida- el tono de comedia dramática de antaño para privilegiar un pulso narrativo más acongojado e incluso más sobrio, coronado por una hermosa fotografía en blanco y negro. Ahora bien, el planteo central asimismo es escueto a más no poder y hoy por hoy pasa por los problemas en los que se mete Bong-wan (Kwon Hae-hyo), el jefe cuarentón de la Editorial Kang, un hombre casado que recientemente se separó de su amante y secretaria Chang-sook (Kim Sae-byeok) y para reemplazarla contrató a la también joven Ah-reum (Kim Min-hee), una chica a la que conocemos en su primer día de trabajo en el lugar. La batahola se genera cuando la esposa de Bong-wan descubre un poema de amor escrito por él para su amante, circunstancia que deriva primero en la irrupción de la exaltada mujer en la editorial y luego en una buena golpiza contra Ah-reum, confundiéndola con la “tercera en discordia”. El asunto para colmo no se queda allí porque a posteriori de las disculpas del caso y de pedirle a la magullada que a pesar de todo por favor continúe en la empresa, Chang-sook reaparece de repente y Bong-wan no tiene mejor idea que contradecirse y echar a Ah-reum, ahora doblemente aporreada, tanto por el hombre como por sus mujeres. Desde ya que Hong le pega duro al machismo cobarde y patético del protagonista y a la ceguera/ inocencia/ pasividad de los personajes femeninos, sin embargo el eje del relato está condensado en tratar de entender cada perspectiva individual -en especial con la “lógica” de los sentimientos y hasta una cierta espiritualidad- y enfatizar aquello de que la vida es un ciclo de ensayo y error que eventualmente llega a un fin que se parece bastante a la desconcertante oscuridad del comienzo. Una vez más el coreano se luce en la dirección de actores porque consigue trabajos estupendos de todos los intérpretes, los cuales dejan una ristra de corazones rotos que se homologan con la confusión y los autoengaños que van quedando en el trajín cotidiano como manifestaciones residuales de nuestro paso por este mundo. El absurdo y la disparidad intrínseca de determinadas situaciones se traslucen en diálogos irónicos que ocultan más de lo que revelan debido a que en esencia hablamos de seres fracturados que no logran del todo reconstruir los puentes que los unen entre sí…
En la historia que se cuenta hay tres mujeres y tres escenarios: la esposa, una nueva empleada y la amante; la editorial, el restaurant y la casa del editor. Alguna que otra secuencia transcurre en una plaza y en las calles, y también en la entrada de la empresa de ediciones. Los espacios son mínimos y la cantidad de personajes también; es el tiempo cambiante lo que resulta una experiencia maximalista. La referencialidad endeble del tiempo real complejiza las situaciones. Por ejemplo: la mujer del editor está furiosa, llega al trabajo de su marido y confunde a la nueva empleada con la amante y le propina, además, un par de cachetadas y un par de golpes a la cara. La empleada afirma que es su primer día de trabajo, y el editor también, frente a la perplejidad del espectador que ha visto que ellos habían avanzado en la relación. Decidir si mienten o no depende de otra escena intercalada en la que aparece la verdadera amante, aunque se llega a entrever que la relación entre la empleada y el editor puede o podría ser algo más que un vínculo laboral. Estas ideas y vueltas tienen un giro magistral en el desenlace, en el que la empleada que nunca fue amante vuelve a visitar mucho tiempo después el negocio, repitiéndose algunas oraciones en el intercambio entre ella y el editor.
Hong San-Soo lo hace de nuevo. Una vez más analiza las relaciones amorosas, en este caso a partir de un editor de libros que harto de su rutina familiar mantiene una relación extramatrimonial y es descubierto. El juego que propone el director hace que inevitablemente el espectador ordene las secuencias, las que, filmadas con sus herramientas características (zoom in, corrección del encuadre, por nombrar sólo algunas) proporcionan un disfrute único y una pesquisa que trasciende la propuesta.
Las Variaciones Hong Sang-soo. El día después, su largometraje más reciente, presentado en competencia en el último Festival de Cannes, es no sólo uno de sus films más depurados sino también uno de los más consecuentes con el cauce primigenio de su cine, hecho de matices y sutilezas. Hay dos tipos de espectadores en Argentina para el cine del gran director coreano Hong Sang-soo. Por un lado están aquellos que lo siguen devotamente desde sus comienzos, cuando su obra se dio a conocer ya en el primer Bafici, allá por 1999, provocando un deslumbramiento que a diferencia de otros nunca se desvaneció. Más bien, todo lo contario: Hong se fue afirmando película a película (y ya van veintiún largometrajes en veinte años), sumando nuevos seguidores con cada una de ellas. Entre esta creciente comunidad cinéfila, no es habitual comparar un film con el precedente –en apariencia todos muy similares– tratando de dilucidar cuál es mejor o peor, como sucede con cada novedad de Woody Allen, por citar un caso frecuente. La actitud ante el cine de Hong es otra, la de entregarse al fluir de una obra que es como el río de Heráclito: su cauce es siempre el mismo pero el movimiento de sus aguas es constante y cambia tanto como quien se sumerge en ellas. Hay una rara armonía en esa obra-río, en gran medida hecha de opuestos, empezando por uno básico y consubstancial a su cine: el hombre y la mujer, alrededor de quienes gira obsesivamente todo su mundo. Frente a los espectadores primerizos (que son mayoría, considerando que solamente uno de sus films previos, titulado En otro país, tuvo estreno comercial en Buenos Aires, y eso debido a que su protagonista era Isabelle Huppert), es más difícil explicar el embrujo de Hong. Sin embargo, El día después, su largometraje más reciente, presentado en competencia en el último Festival de Cannes, puede ser una excelente carta de presentación, en tanto se trata no sólo de uno de sus films más depurados sino también uno de los más consecuentes con el cauce primigenio de su cine, tanto que recuerda inexorablemente a su tercer largometraje, Virgen desnudada por sus pretendientes (2000). Filmado como aquel en un prístino blanco y negro, El día después tiene también una estructura muy geométrica, tanto en su construcción dramática como en la disposición de los planos. Si entonces la figura era la de un triángulo cuyos vértices estaban conformados por una mujer y dos hombres, aquí en cambio se trata de un cubo de cuatro personajes (un hombre y tres mujeres) al que el director deconstruye como si se tratara de un Rubik en el que nunca es posible restablecer del todo el orden de sus piezas. La anécdota no podría ser más sencilla: un vanidoso editor de libros, también prestigioso crítico literario, se enfrenta ya en la primera escena a las sospechas de su mujer, que está convencida de que lo engaña. El hombre inicialmente no lo admite ni lo niega, pero ese mismo día ocurrirá el primero de los varios malentendidos que jalonan el film, no exento de cierto humor absurdo pero siempre muy sutil. Su mujer confunde a la nueva empleada del editor con su joven amante, que en verdad es otra. Nada más ni nada menos. Un film de cámara, de una economía –formal y de producción– ejemplar, rodado en tres o cuatro locaciones: la cocina del matrimonio, la pequeña oficina editorial y un par de restaurantes donde se habla mucho y se bebe aún más. La gracia –tanto en el sentido de cualidad como en el de revelación– de El día después está en el modo en el que Hong distribuye esos personajes y situaciones al punto de que pareciera que el espectador estuviera conviviendo con ellos y hasta pudiera extender su brazo y pedirles que también a uno le sirvieran un vaso de soju. Al margen de unos breves y desconcertantes saltos temporales, que Hong suele practicar como para mantenernos alertas, sabiendo que la disrupción es una de los signos de estos tiempos, El día después se desarrolla esencialmente de modo lineal y aristotélico, algo que no había hecho en sus films inmediatamente anteriores. La clave, una vez más, está en la infinidad de mínimas variaciones que introduce en su puesta en escena, que algunos han asociado al jazz pero que quizás pueda tener una mejor analogía en las célebres Variaciones Goldberg de Bach, en donde las melodías pueden variar, pero subyace siempre un tema constante. El plano secuencia es una de las marcas de estilo favoritas de Hong, pero nunca de un modo ostentoso, sino estrictamente funcional. Las conversaciones de sus personajes pueden durar unos cuantos minutos y el director nunca duda en sostener el plano sin cortes, construyendo así una tensión creciente. Pero cada uno de esos planos, muy similares, está resuelto de manera diferente: con un paneo de la cámara hacia uno u otro personaje; con un zoom que abre o cierra el plano en un momento decisivo; o con un movimiento dentro del cuadro, cuando se incorpora un personaje que antes no estaba. ¿Y de qué se habla tanto? Al principio, puede parecer que solamente de banalidades. Pero poco a poco se van planteando preguntas esenciales que no siempre tienen respuestas, ni para los personajes, ni tampoco para el espectador y que Hong simplemente tiene la virtud de volver a plantear: ¿qué entendemos por la realidad?, ¿qué esperamos de la vida?, ¿qué es el amor? Sin unos actores excepcionales –como son los de la troupe habitual del director– ninguno de estos interrogantes tendría la verdad y de dolor con el que golpean en el pecho.
Es el segundo film del director coreano Hong Sang-soon que se estrena en nuestro país, aunque esta es su película numero 21. Es reconocido en el mundo por su talento y por la construcción de un estilo particular, de una gran calidad, que se mete de lleno con la delicada construcción de las relaciones humanas, los amores, los odios y por sobre todo por la constante insatisfacción, la amargura por lo perdido, por las decisiones no tomadas, por la incapacidad del disfrute pleno, por la sensación de perdida permanente. El protagonista es un escritor, dueño de una editorial y se relaciona con tres mujeres. Pero el film aparentemente naturalista, construido con un estilo que brinda escenas largas para evitar cortes, con paneos y la utilización del zoom, tiene delicados juegos temporales que introduce escenas del pasado en un presente inquietante y permite un atisbo del futuro. Ese hombre cincuentón emplea a una joven estudiante, en reemplazo de su anterior asistente que era su amante. En ese primer día de trabajo su esposa agrede a la nueva empleada porque, por un poema que encontró, piensa que ella es la amante de su marido. Una escena violenta, incómoda, vergonzosa. Esa nueva empleada quiere renunciar, pero cuando se va la esposa aparece la amante que quiere regresar. Y ese hombre voluble que minutos antes le rogó a la nueva empleada para que se quede, coqueteando con ella, decide despedirla y quedarse con su anterior amante. Pero lo que importa y se sabe por esos saltos temporales es que ese hombre esta otra vez en su lugar tradicional atrapado en la rutina de su matrimonio, exitoso en lo profesional, eterno disconforme con su presente. Las mujeres dolientes o decididas parecen más resueltas. Un cine interesante, profundo, para no perderse.
El editor, la empleada, su mujer y la amante Con una filmografía que incluye 21 obras, El día después ((Geu-hu, 2017) es recién la segunda película del surcoreano Hong Sang-soo que se estrena en la Argentina luego de En otro país (Da-reun na-ra-e-suh, 2012). Habitual presencia en los festivales más importantes del mundo, la llegada de su último opus, presentado en el 70 Festival de Cannes, es toda una celebración, tanto para sus seguidores como para aquellos espectadores que quieran disfrutar de una comedia dramática atípica que reflexiona sobre la atracción, el deseo, la mentira y los celos. El día después se centra en Bongwan, un crítico literario devenido en editor que mantiene una relación paralela con su asistente. La relación se fractura, la amante todoterreno abandona su trabajo y aparece una nueva empleada: Areum. Es ahí cuando la esposa se entera del engaño y confunde a la nueva empleada con la amante, que regresa repentinamente para querer volver a ocupar ambos puestos. Todo esto en el término de 24 horas. Hong Sang-soo filma una clásica comedia de enredos amorosos pero no desde el lugar común al que muchas veces se apela sino desde la crisis interna que afecta al protagonista, poniendo el acento en la confusa situación emocional que lo abate en cada uno de los encuentros que mantiene con su mujer, la nueva empleada y su amante. Para hacerlo recurre a una puesta en escena mínima (un departamento, la editorial, un restaurant), utiliza una fotografía en blanco y negro, planos largos, con solo algunos movimientos de cámaras y evita todo tipo de cortes, para que los diálogos tomen vital importancia como también la construcción de las atmosferas que envuelven cada una de las escenas. Se pasa del humor al drama (o viceversa) con la naturalidad que solo el surcoreano puede hacerlo. El día después no apura las situaciones, ni utiliza pirotecnia visual alguna como relleno. La trama, narrada en dos tiempos, va y viene permanentemente evitando todo tipo de referencias sobre el presente y el pasado, provocando una confusión adrede en el espectador, casi la misma que sufren los personajes que deambulan en ese espacio. Hong Sang-soo mantiene ileso su estilo, forjado en el rigor del plano largo y fijo, con la indiscutible sensibilidad del trazo y la penetración en los personajes que atestiguan la mano y la voz de un maestro, un brillante retratista del comportamiento humano.
El cine de Hong Sang-soo (“In Another Country”, “Yourself and Yours”) es quizás muy personal y autorreferencial. Esto hace que sus películas sean únicas, distinguidas y aclamadas por la crítica. Sin embargo, de vez en cuando su obra puede tornarse repetitiva y pretenciosa. Como es de costumbre, la trama girará en torno al amor, el engaño y la crisis existencial de los protagonistas que atravesarán un largo camino repleto de conversaciones que mezclan situaciones cotidianas con pensamientos filosóficos. Dichas charlas se distinguen por su ingenio y por la forma en la que están narradas. Habitualmente, Sang-soo recurre a los planos largos que alternan zooms y paneos respecto a la persona que está hablando y las reacciones de los interlocutores. Su brillantez a la hora de hacer atractivas dichas interacciones a veces se ven opacadas por ciertos momentos poco verosímiles y por la continua incidencia en el adulterio. Los personajes están llenos de grises y presentan psicologías bien definidas, eso los vuelve completamente tridimensionales e interesantes, logrando que las imágenes, que ya de por sí estaban embellecidas por un blanco y negro hipnótico, pero poco justificado, se vuelvan aún más magnéticas y atractivas. El relato nos cuenta la historia de una mujer que empieza a trabajar en una editorial. En su primer día se verá envuelta en la aventura amorosa de su jefe, cuando su esposa la confunda con la amante, una ex empleada con la que acaba de romper relación y vínculo laboral. Además de una lograda fotografía y un buen manejo de la cámara, otro interesante recurso narrativo en el que incurre el autor tiene que ver con la mezcla o alternancia de las líneas temporales. Si bien la mayor parte de lo relatado tiene que ver con un solo día (el del comienzo del trabajo de la nueva empleada), también se irán intercalando con escenas donde se nos muestra la relación del escritor con la otra mujer y con su propia esposa. Es así que el director nos brindará información a cuenta gotas para ir manteniendo cierta intriga en cuanto al accionar del protagonista y del resto de los personajes. Si bien es el jefe, el hombre que se haya en una situación de poder (y tratando de hacer abuso del mismo), serán las mujeres las que tendrán un rol más fuerte y preponderante en lo que refiere a las relaciones afectuosas y/o profesionales. En síntesis, Hong Sang-Soo nos ofrece un relato de aquellos que tanto le gusta construir. Para quienes ya lo conocen notarán muchos puntos en común con varios de sus relatos precedentes y para los que lo descubran en esta cinta se verán cautivados por una atrayente narrativa. El director surcoreano estrenó tres películas este año y quizás éste no sea uno de sus mejores trabajos, no obstante, representa una buena adición en su filmografía repleta de historias minimalistas y melancólicas donde las vueltas del destino y el azar hacen que sus personajes saquen a relucir las miserias y las fallas del ser humano.
El nacimiento del amor El cine de Hong Sang-soo es un universo autónomo con personajes propios y una coherencia temática y estilística única. En El día después vuelven los equívocos amorosos, los caprichos de la infidelidad, las pasiones intempestivas, las confesiones patéticas y la embriaguez liberadora. El cineasta hace de la economía de medios su fuerza estética y narrativa. El dispositivo está reducido a un puñado de actores, decorados comunes, algunos zooms como encuadres dramáticos y un breve motivo musical que se repite con independencia de la historia. La novedad radica en la apuesta por un entrelazamiento temporal que diluye los límites entre lo real, el deseo y los recuerdos. Hong utiliza los flashbacks de un modo desconcertante. El pasado vuelve repentinamente desde el presente. El lenguaje condiciona la realidad. Una memoria sensible explora las heridas, las palabras y las cosas. Bongwan está desayunando mientras su esposa busca develar el motivo de algunos cambios imperceptibles en su conducta. Las preguntas flotan en el aire, la pareja se enfrenta y se evita, la cámara oscila de uno a otro. La nieve cae sobre Seúl, la nostalgia impregna la película. Bongwan sale de su casa, camina en la madrugada fría y vacía, avanza y se detiene, deja pasar la vida. Se encuentra con una mujer y luego con otra, tal vez en otro tiempo. El personaje principal es escritor, crítico y editor, cobarde y orgulloso. Está casado, ama a su esposa, pero tiene un romance con la chica que trabaja con él en la editorial. Hong Sang-soo procede por ínfimas variaciones. Los planos fijos de las parejas son una pintura emotiva. El marco casi no se mueve, solo se invierten los roles: el dúo puede ser un matrimonio, amantes o compañeros de trabajo. Los momentos pasan, las lágrimas y los rencores se ahogan en un vaso de sake, los conciliábulos se transforman en confidencias, una melodía de Bach observa a las parejas nacer y deshacerse. La cámara registra la seducción casi inconsciente del protagonista: la debilidad de un hombre desgarrado que vive y desea dos realidades al mismo tiempo, mintiendo y acomodándose a las circunstancias, olvidando y recordando a su propio ritmo. La fotografía en blanco y negro invita a ver a los personajes bajo una luz cruda y directa, evocando al mismo tiempo siluetas fantasmales. La película juega con la desorientación del espectador: el montaje acorta o alarga sin previo aviso el tiempo de la historia, siembra la duda y favorece las interpretaciones alternativas de la realidad. El cine de Hong es deslumbrante y evidente al mismo tiempo. La película posee una gracia inexplicable que transmite el deseo de existir, de vibrar, de escribir y de hablar. Y a su vez, es una película increíblemente literal sobre el nacimiento del amor que confirma la capacidad del autor para reducir el drama a su esencia más simple.
El día después, de Hong Sang-soo Por Gustavo Castagna Con cuatro o cinco planos y con solo ver un par de minutos a través de esa cámara contemplativa, sometida al zoom in y a la toma secuencia nada enfática, solo valiéndose de esa visión apriorística, se percibe que El día después es un film del coreano Hong Sang-soo, el prolífico cineasta (21 títulos en 20 años), bendecido por Cannes y otros festivales clase A y por la crítica o buena parte ella de acá, de allá y de todas partes. Por estos lares solo se tuvo el estreno comercial de En otro país (porque trabajaba Isabelle Huppert), cuestión que reafirma que dentro de un negocio del cine que solo repara en superhéroes, films de animación y boludeces procedentes del terror menos original, el nombre de Hong Sang-soo únicamente podrá ser focalizado a través de los festivales y del elogio de la crítica (exagerado o justificado) sobre una cuantiosa filmografía elaborada en poco tiempo. Bienvenido, entonces, el estreno comercial de El día después. Confesión: no vi todo lo que hizo el director, más aun, creo que no supero la docena de títulos. Otra confesión: no estoy entre los adherentes incondicionales de su cine y al momento de elegir me interesan más sus films iniciales que algunos de los más cercanos. Última confesión: me jode que se tome como bandera de batalla al cine del coreano para oponerlo a otro que refiere a miserias, incorrecciones políticas, familias disfuncionales y una visión poco complaciente sobre el mundo. No entiendo esta perezosa y tajante división entre dos clases de cine, elogiado o denostado por su dosis o no de crueldad. Aclarados estos ítems, El día después exhibe a cuatro personajes (un hombre, tres mujeres), algunas pocas locaciones, una puesta en escena lacónica y austera, unos diálogos trabajados al extremo y un uso de los tiempos y del espacio totalmente funcionales a una trama que podría contarse en veinte, treinta palabras. Con solo esos elementos, pero desde un absoluto control de la puesta, Hong Sang-soo presenta a Bongwan, editor y crítico literario, a su amante asistente, a su furiosa esposa y a una nueva empleada. El tono es agridulce en las múltiples conversaciones entre dos o tres personajes, rociadas por buenas cantidades de soju, registradas por un blanco y negro que remite a los films iniciales de Eric Rohmer, a sus cuentos morales, a aquella panadera de Monceu y a esa coleccionista de los años 60 de la Nouvelle Vague. La referencia no es casual: como en determinados films del director de La dama y el duque, en el caso de El día después, las supuestas conversaciones banales encubren un estado de ánimo, un reflexión sincera, una infidelidad hipotética, un temor a la revelación. Por eso, la reacción de la esposa del protagonista, que cachetea y denigra a la nueva empleada creyendo que se trata de la amante de su marido, resulta un logrado momento de comedia de equívoco, de error inesperado y recurrente dentro del género. En ese punto se sitúa el film de Hong Sang-soo: mirar hacia la influencia rohmeriana y desde allí agregarle una buena dosis de situaciones dignas del género, teñidas de melancolía sobre el paso del tiempo en donde los afectos (o la falta de ellos) actúan como ejes desencadenantes de la trama. Todo eso, claro está, sustentado en esa puesta en escena invisible y sin adornos que caracteriza al cine del realizador. EL DÍA DESPUÉS Geu-hu. Corea del Sur, 2017. Dirección y guión: Hong Sang-soo. Con: Kwon Hae-hyo, Kim Min-hee, Jo Yoon-hee, Kim Sae-byeok, Ki Joabang. Producción: Hong Sang-soo. Duración: 92 minutos.
Sólo para verla con aire acondicionado Al comienzo hay unos acordes de música intensa, propia de un melodrama. Se abre la puerta, y entra a la cocina un tipo medio fulero en remera y bermudas, que no pega con la música ni con el género. Con este chiste viejo comienza la nueva película de Hong Sang-soo. Sus devotos lo festejan, hablan de genialidad, depuración absoluta, meditación de las ironías del amor y otras monsergas. Pero aún así reconocen que ésta es una obra menor en la trayectoria de su maestro. En eso cualquiera está de acuerdo. Con largas escenas de personas charlando sentadas a una mesa, o viajando solitarias por calles desoladas, todo en el estilo minimalista, monocorde, que lo caracteriza, ideal para salas con aire acondicionado, esta vez el hombre nos cuenta lo que en otras manos hubiera sido un auténtico vodevil, una comedia de equívocos, incluso un drama, el drama de un tipo cómodo que arruina todo lo que toca, mejor dicho, todas las que toca. Y aún así permanecen. La esposa cargosa y cornuda, la empleada y amante que le reclama una decisión, y la muchachita a quien la esposa confunde con la amante. Al menos esta escena de la confusión tiene movimiento. Y un feliz derivado: el tipo termina tomando cerveza con las dos chicas mientras la bruja lo espera sentada en casa. Pero ese no es el final. La historia sigue, los diálogos siguen, se repiten y siguen. Por suerte el aire acondicionado también sigue.
Las múltiples caras del amor El prolífico coreano Hong Sang-soo, favorito del circuito festivalero, vuelve a explorar las relaciones de pareja. Todo empieza como una charla cotidiana más. Son las 4.30 de la madrugada y el hombre ya está desayunando. Su mujer se sienta a la mesa para preguntarle por qué no puede dormir, por qué últimamente sale tan temprano rumbo al trabajo; le dice que lo ve más flaco, que tiene la cara distinta. Una cosa lleva a la otra y ahí, como por accidente, aparece la verdadera duda: ¿tiene una amante? Filmada en un blanco y negro que tiene una explicación tan incierta como su título, El día después está construida en base a escenas como la inicial: largos diálogos en plano secuencia, registrados por una cámara que hace ocasionales zooms o paneos de un personaje a otro. Conversaciones incómodas, profundas, filosóficas o espirituales, por momentos fascinantes y, en otros, poco creíbles, forzadas: ¿qué jefe le pregunta a una empleada a la que acaba de conocer de qué murieron su padre y su hermana? Tal vez uno como Bongwan, escritor y editor, seductor serial de subalternas en su oficina, a quien el título de acosador laboral no le quedaría mal. Junto con su esposa y una ex empleada, él es uno de los lados de un triángulo que amaga con convertirse en cuadrilátero con la aparición de una nueva empleada. Más allá de su ejercicio de abuso de poder, el hombre es el eslabón débil de esta cadena, una suerte de pusilánime sensible, manipulado por mujeres más decididas y fuertes que él. Niño mimado del circuito festivalero, el prolífico Hong Sang-soo -este año presentó tres películas, dos de ellas en Cannes, donde El día después participó de la competencia oficial- recurre a constantes saltos temporales que vuelven confusa a la narración. Pero que sirven para extenderse más allá de ese único día donde se desarrolla la mayor parte de la historia, y de esa manera mostrar tres etapas posibles de una relación amorosa: el principio, con la fascinación inicial del descubrimiento; los primeros tiempos con su alta intensidad pasional; y la decadencia, cargada de reproches, mentiras y una amarga sensación de encierro.
Insinuaciones amorosas y angustias existenciales Este año, Hong Sang-soo dirigió tres largometrajes. Dos de ellos -La caméra de Claire y El día después, que se estrena ahora en la Argentina- fueron exhibidos en la última edición del Festival de Cannes, una plaza acostumbrada para este coreano que suele filmar con presupuestos módicos y multiplicarse en diferentes tareas: guión, dirección, producción, música. Se suele decir que las películas de este autor tan prolífico (unos veinte largos en otros tantos años de carrera) se parecen entre sí, y es indudablemente cierto. Por lo general hay en el centro de la escena un hombre que detenta alguna clase de poder (un crítico y editor prestigioso, en este caso) que se encuentra frente a una encrucijada amorosa. Esta vez, el protagonista es Song Haejoo, un seductor empedernido y no muy dispuesto a hacerse cargo de las consecuencias de sus aventuras. Está casado, pero tiene una amante que trabaja con él en una oficina atestada de libros y papeles. Su mujer, una dama elegante y temperamental, lo intuye. La amante decide entonces dejar el trabajo y es reemplazada por una jovencita cándida y atractiva que también despierta el deseo de su flamante jefe. A partir de ahí ocurre lo habitual en las películas de este director: una serie de conversaciones en almuerzos y cenas regados de alcohol que cruzan insinuaciones amorosas, angustias existenciales y confesiones incómodas. El trabajo de puesta en escena de Hong Sang-soo siempre es riguroso: pocos movimientos de cámara, utilización del zoom como recurso sugerente e incisivo, apariciones espaciadas pero relevantes de pasajes musicales que aquí acentúan el tono melancólico del relato (también apoyado por la fotografía en blanco y negro, y el mustio entorno de un invierno crudo) y un registro de actuación intenso, pero para nada exacerbado. Lo que dinamiza la narración en esta oportunidad son los juegos con la temporalidad, que permiten observar las constantes en el indolente comportamiento de un protagonista egocéntrico, casi siempre deprimido y señalado como posible alter ego del director, enredado últimamente en un melodrama intenso y muy publicitado por la prensa de su país con una de sus actrices fetiche, Kim Min-hee, veinte años menor que él y de muy buen trabajo en este film. Eficaz y atildado, el cine del realizador coreano tiene referentes decenas de veces señalados, de estirpe puramente francesa -Eric Rohmer, Philippe Garrel-, pero también una identidad propia, elaborada minuciosamente durante dos décadas en las que pulió un estilo que ya se vuelve inconfundible.
En 2017 el prolífico y talentoso director coreano estrenó, además de este, otros dos largometrajes como En la playa, sola de noche y La cámara de Claire. Más allá de que todos se han exhibido en distintos festivales y muestras locales, solo El día después se estrena, a cuatro años de la llegada al circuito comercial de En otro país. Se trata, entonces, de un evento cinéfilo y, por eso, este lanzamiento en los cines argentinos cuenta con el auspicio de OtrosCines.com El más reciente de los tres largometrajes presentados este año por el maestro coreano, rodado en blanco y negro y en el crudo invierno coreano, tiene como protagonista a un crítico literario y dueño de una pequeña editorial que se debate entre la desgastada relación con su impulsiva esposa, una vieja amante que desaparece un tiempo y una joven que ingresa como empleada a su empresa. Con pocos y largos planos secuencia (su marca de fábrica), con el aporte de sus maravillosos intérpretes para sostener extensos diálogos entre comidas y alcohol, la película expone la inseguridad, las contradicciones (la cobardía) de este hombre rodeado por tres mujeres. Como los grandes artistas, Hong hace fácil lo difícil. En tiempos de cine solemne, de cortes permanentes, golpes de efectos y mucha posproducción su cine fluye con ligereza aun cuando los conflictos puedan hacer que los personajes -como en este caso- griten y lloren en varios pasajes. Dueño de un mundo propio y de un estilo reconocible que ha marcado a muchos colegas (basta ver las últimas películas de Claire Denis y Philippe Garrel también presentadas en Cannes 2017 para comprobarlo), Hong se posiciona como la antítesis, el antídoto perfecto frente a ese cine del sadismo y la crueldad que abundaron este año en el principal festival del mundo. Por supuesto, los premios fueron para esos otros...
Su desarrollo es en blanco y negro aquí ya el director nos está adelantando algunos rasgos de la trama. El protagonista un hombre de unos cincuenta años es el dueño de una pequeña editorial, tiene un matrimonio desgastado, una empleada y una amante. Este hombre vive envuelto en distintas situaciones con tres mujeres diferentes entre sí, a través de sus acciones, planos secuencias, plano detalle, entre otros planos, con charlas, recuerdos, comidas y bebidas vamos apreciando y conociendo a cada uno de estos personajes todo en un tono pausado, nostálgico, melancólico y artístico. Una historia más que muestra las relaciones humanas, las mentiras, los secretos, los rencores, las frustraciones, los deseos, el amor, las insatisfacciones y la soledad entre otros temas. Un film para un público sensible y exigente .
El Día Después (The Day After / Geu-hu, 2017) es un largo en blanco y negro en el que Hong Sang-soo despliega nuevamente su don para contar historias e indagar sobre las relaciones humanas, sobre todo las amorosas. Sus relatos siempre se vinculan con parejas de amantes que, tras juntarse a tomar alcohol, al otro día -como en el título del film- comienzan a tener enredos amorosos de todo tipo, como en el de este caso: un escritor casado sale con una joven que trabaja para él en su editorial, pero ella deja de trabajar, emplea a otra y su pareja cree que el engaño era con esta última. Luego de In Another Country (2012), en la que mostró algo diferente, como viajar a distintas regiones y trabajar con una actriz francesa del tamaño de Huppert, en El Día Después , por más que es un film por demás placentero, no demuestra ningún desafío más que continuar con la misma línea que venían trazando sus otras películas.
Cine de los intervalos Para aquellos lectores que siguen con avidez a Hong Sang-soo, director Sur-coreano que se hizo conocido en Argentina gracias a festivales como BAFICI, y Mar del Plata, sabrán que tildarlo de director repetitivo es al menos aventurado y esconde en el concepto cierta pereza intelectual a la hora de analizar o pensar su obra. Lo que no puede dejar de rescatarse es que el director multipremiado ya ha logrado imponer un estilo y sello personalísimo a cada una de sus películas. Su característica austeridad en el cine no es equivalente a su amplitud en materia de recursos narrativos y mucho más aún de las ideas que a lo largo de cada film realimentan su poética. A vuelo de pájaro podría decirse que para el realizador, la palabra y la imagen no son lo mismo, que el lenguaje cinematográfico es un modo de sintetizar la realidad y su percepción como parte de un planteo filosófico. En definitiva, sus personajes siempre se vinculan al ámbito intelectual no como signo de marcar distanciamiento con otra clase, sino como representativos de una variedad de discursos sobre un mismo fenómeno. Por eso como suele ocurrir en sus propuestas todo comienza en una charla, en el tiempo de la charla con esa paciencia característica que permite al avance del fluir de la conversación. No es literatura firmada como podría ocurrir con otro tipo de autores, es notable el trabajo minucioso de los diálogos desde el guión con cero improvisación y marcadas situaciones, donde cada actor saca a relucir un histrionismo contenido propio de la austeridad buscada en la puesta en escena. De un lado de la mesa, un hombre y del otro su esposa. Él cumple los rituales de la pareja que comparte el mismo techo y acepta un plato, siempre dispuesto a la tranquilidad de ese instante de degustación. Ella habla mientras su esposo come parsimoniosamente pero llega el intervalo de la pregunta incómoda: ¿estás saliendo con otra?, y allí… En los puntos suspensivos se concentra el cine de Hong Sang-soo, es un espacio en el que el desfasaje de tiempos arremete sin pedir permiso y solamente con un mapa de su poética alcanza para seguirle el rumbo. Rumbo que desde el vamos aleja todo tipo de cronología y equipara presente con pasado y con futuro. En ese sentido, la continuidad no la marca ni en el espacio ni en el tiempo del almanaque o el reloj, cualquier interior o exterior ajustado al fluir de las palabras vale para ese tiempo cinematográfico. Abandonada la charla del esposo con su esposa, surge la estudiante y la amante, cuyo nexo es el hombre cuestionado y su manera de convivir con el deseo y la traición. Hablar de amor para el autor de Woman on the beach es reflexionar sobre el deseo y también de que los happy endings los busquemos en otro sitio. No hay que sesgar la mirada de Hong Sang-soo y asociarlo al cinismo de moda que pulula en festivales de alta jerarquía, tampoco encontrar en su cine una apuesta al romanticismo de los hombres y las mujeres. Es mucho más enriquecedor disfrutarlo por lo que es su propuesta integral: descubrir en el cine un espacio para el fluir de la conciencia y de la auto conciencia en una charla infinita.
En general, los críticos locales e internacionales tenemos un cariño preferencial por el cine de Hong Sang-Soo. Un típico director "festivalero" que compone sus relatos, con cierta magia particular. Le gustan las películas hechas en pocas locaciones. Prefiere que sus personajes hablen (y mucho), bebiendo o tomando en bares y restaurants. Muestra predilección por cierta inocencia en la construcción de los roles de sus protagonistas, como si siempre estuvieran en una etapa de descubrimiento personal. Y encuadra bastante fijo para mi gusto. Más de Hong Sang-Soo? Le gustan las historias de amor y... hay que reconocer que tiene un estilo propio, claro y sus historias son reconocibles. A su favor, habla de cosas que a los directores occidentales les gusta poco hablar y se permite hacer un cine que con el correr de sus entregas, muestra que hay una enorme diversidad de público para este tipo de propuestas. A mi, en lo personal, hay películas de Sang-Soo que me fascinan... y otras en las que cabecé repetidamente. "El día después" está justo a mitad de camino. No creo que sea de las mejores ("El día que él llega" -2011; "Un cuento de cine" -2005 y la tierna "En otro país" -2012 que debe ser de las pocas del director que se estrenó aquí comercialmente, son mis favoritas) pero tampoco es de las más herméticas. "El día después" presenta una trama de enredos amorosos. El director de una editorial (mujeriego, débil y poco confiable), se desayuna una mañana con la noticia de que su mujer lo acusa de infidelidad. Con una empleada recién contratada en la empresa. Pero claro, hay algunos detalles que la mujer no logra acertar en su primera charla: es cierto, el hombre la ha traicionado, pero con otra mujer. Y la misma, ya no está en la editorial. Preocupado por todo esto, ¿Qué puede hacer un personaje de Sang-Soo? Beber soju? Una cerveza? Algo así. Y hablar. Mucho. Como todo el cine de este cineasta oriental, sus acciones están orientadas a que sus personajes tomen contacto con sus problemas de maduración a la hora de llevar adelante sus relaciones amorosas. Largos planos de charla, alguna secuencia que temporalmente intenta o confundirnos o ayudarnos a armar el rompecabezas de emociones que se juegan, y el ritmo habitual de Sang-Soo que, no es para el espectador novato. Creo que este trabajo no es de los más potentes de su cine, pero sí es interesante que haya podido llegar a salas comerciales. Es una jugada osada de la gente de Zeta Films y hay que saludar esa iniciativa. Este es un cine honesto, austero, distinto pero que tiene mucho por contar. Y sí es cierto que no es lo que estamos acostumbrados a ver quienes somos más afines al mainstream. Creo en el cine arte, pero no definiría a Sang-Soo como cultor de esa escuela. Me parece que sus historias conectan con un nivel de sensibilidad al que cierto público no accede en forma natural, y eso dificulta su llegada masiva. Pero volviendo a "El día después", puede decirse que a los fans del realizador coreano, no defraudará. Al público tradicional, les digo que es una buena oportunidad para conocer su cine, en sala. La posibilidad de explorar una mirada distinta en un mundo (cinematográficamente hablando) tan estructurado, puede ser un plato exótico tentador para más de uno. Ustedes sabrán.
Dramatismo puro reflejando sutiles conflictos de pareja Las mujeres cuando ven un cambio notable en la actitud, costumbres o aspecto físico de sus maridos en general aciertan con sus sospechas, y este relato observamos que no es la excepción a la regla. El director sur coreano Hong Sangsoo aborda una vez más el tema tan conocido de una mujer que intuye respecto de que su esposo tiene una amante, pero que él niega rotundamente tal situación. La particularidad es que aquí la historia es tratada desde el punto de vista del protagonista, el Jefe (Hae-hyo Kwon), que tiene una editorial de libros, porque su esposa, Haejoo (Yunhee Cho), aparece sólo en un par de escenas, pero provocan unos fuertes cimbronazos que sacuden el ritmo parsimonioso del relato. Filmada en blanco y negro, cuenta la vida de una persona que edita libros y tiene una secretaria más joven que él de la que se enamora, Lee Changsook (Sae-byeok Kim), quien en un momento no soporta que el Jefe no abandone a su esposa y renuncia. Entonces el editor contrata a otra chica, Areum (Min-hee Kim), que dura un solo día en el trabajo porque vuelve arrepentida la amante y la suplente no tiene lugar. El protagonista es el que lleva el peso del relato. Casi todas las escenas son diálogos por él con sus chicas en su casa, la editorial. o un restaurante. La calle se utiliza poco, son zonas de transición que desembocan luego en interiores para estar sentados y charlar. Con Areum filosofan sobre la vida, pero con Changsook hablan sobre la pareja, bajo los efectos del alcohol, y sus conversaciones son más profundas. Ante los momentos más dramáticos suena siempre una misma melodía, lo que acentuar más el trance por el que están pasando. Él no se siente el galán de la historia sino que sufre lo que está pasando. Se encuentra presionado y no sabe como actuar.. Realizada con innumerables flashbacks, hay que seguir la narración con mucha atención porque durante una misma secuencia se mezclan el presente y el pasado, por lo que el espectador puede llegar a confundirse. El film tiene un dramatismo puro. Los diálogos están bien estructurados y prevalecen por sobre las acciones. No se necesita nada más para reflejar una narración de relaciones de pareja, sus encuentros y desencuentros, tanto con la mujer oficial como con la amante. Muchas veces lo que puede ser una aventura amorosa, una viveza para comentar con los amigos, puede resultar una tortura y los daños provocados pueden ser inimaginables.
¿LA REPETICIÓN HACE LA DIFERENCIA? Hace unos años, un prestigioso crítico respetado incondicionalmente (hoy recluido y denostado por su ideología política, pero también por su soberbia) refería en un catálogo del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata que las películas de Hong Sang-soo podían verse como una sola. No lo decía despectivamente, pero ponía sobre la mesa una característica que con el tiempo se ha vuelto en contra, más allá de lo que digan los cultores de siempre, aquellos que aman instalar cineastas en cimas un poco apresuradas. Son los mismos que demuelen a palos a Woody Allen con el mismo argumento que le critican a quienes osan tocar su cinefilia sagrada. Claro: uno es un director popularmente conocido; el otro pertenece al clan festivalero. Y en este caso, la sensación personal es que el director coreano lo hizo de nuevo, es decir, volvió con más de lo mismo. Es un riesgo que corren quienes filman una o dos películas por año. De ahí que la fórmula se repite: encuentros y desencuentros románticos en mesas de bares; unidades narrativas encapsuladas y filmadas con planos fijos; posición frontal de la cámara y encuadres perfectos; y diálogos que mutan imperceptiblemente de la simpleza a un estado emocional complejo. Un crítico literario envuelto entre su mujer y una joven amante es el conflicto mostrado en un glorioso blanco y negro. La curiosidad, como suele ocurrir con el director, está en el montaje que altera los tiempos y obliga a preguntarse por el orden en que ciertos hechos transcurren. También en la neutralidad con la cual maneja temas de peso dramático, donde todo parece estar contenido, más allá de dos o tres irrupciones de llanto. Cada vez más inclinado a la tradición de la Nouvelle Vague y a los problemas de pareja (sobre todo a Rohmer), Sang-soo cumple aunque no necesariamente dignifica siempre.
El director surcoreano Hong Sang-soo retoma en su nuevo film, El día después, una mirada minimalista, pero sumamente realista, sobre las relaciones sentimentales y en donde se analiza con profundidad la infidelidad desde la figura del hombre. A través de dos líneas narrativas, y en un elegante blanco y negro, la película retrata la vida de Bong-wan (Kwon Hae-hyo), un critico literario y dueño de la editorial Kang, que se debate entre la rutinaria y gastada relación con su mujer, el recuerdo de su vieja amante y ex secretaria Chang-sook (Kim Sae-byeok) y el ingreso de una nueva empleada, la joven Ah-reum (Kim Min-hee) quien llama ampliamente su atención. Desde su perspectiva, el director hace uso de sus distintivas largas tomas con cámara fija para evidenciar un conflicto de intereses. La primera escena comienza con una de estas secuencias, en la que la mujer interroga a su marido sobre una presunta infidelidad. Ambos enfrentados en una mesa. Se intuye la falta de comunicación. El hombre es incapaz de defenderse o contrarrestar las constantes acusaciones. Por un lado, desea confesar su adulterio, sin embargo el hecho de estar sobrio le impide ser honesto. El alcohol es el único medio que encuentra para sincerarse. Luego de esta secuencia, la película alterna dos relatos: la relación sentimental entre el jefe y la amante y la relación laboral con su nueva empleada, ambos separados por un cambio temporal indeterminado. A medida que avanzan, estas dos historias se comparan para generar la sensación de repetición y deja vu latentes en todo el film. El hombre repite las mismas acciones y diálogos que, anteriormente, protagonizó con su antigua amante, lo que permite entender que el jefe ve en su reciente empleada una nueva conquista amorosa que sustituye el vacío de su viejo amor. Sin embargo, la primera reaparecerá en escena para unificar la narración y dar comienzo al gran desencadenante dramático de la trama. Lo más interesante del film son, sin dudas, las extensas conversaciones entre los diferentes personajes que reflejan temas íntimos y profundos como la manifestación del duelo, las contradicciones del amor, la fe religiosa y la nefasta idiosincrasia masculina que con cierta cobardía aprovecha su posición laboral para beneficio personal. Una vez más Hong Sang-soo utiliza una de sus temas recurrentes como lo es la falta de comunicación y lo que genera en los vínculos, sólo que en esta ocasión utiliza un tono narrativo más angustiante y bellamente ilustrado por la fotografía en blanco y negro. Otra herramienta que también es remarcable en relación a la perspectiva de género es cómo sentencia al machismo patético del protagonista y a la pasividad de los personajes femeninos, pero no deja de mostrar cada perspectiva individual, haciendo énfasis en la lógica de los sentimientos. Cada intérprete logra dar con la naturaleza de sus personajes que transitan con confusión la eterna agonía del corazón roto y la desilusión lamentable.
Lo nuevo del gran director coreano es una comedia humana y en apariencia simple que parte de un enredo romántico para reflexionar sobre cuestiones mucho más trascendentes que las de la mayoría de las películas supuestamente “importantes” que circulan por las salas y obtienen premios en festivales. Un páramo en medio en medio de una competencia cuyo tema podría ser las miles de variantes posibles de la maldad, la nueva película del realizador coreano nos devuelve a un universo reconocible, habitado por personas complejas y contradictorias, que se pierden, se encuentran y se vuelven a perder en sus universos románticos. Filmada en blanco y negro, con sus clásicos zooms, mesas de bares regadas de alcohol (esta vez no tanto como otras) y escenas de extraordinaria longitud, el director de THE DAY HE ARRIVES vuelve a entregar una joyita de tramposa simpleza, casi una serie de conversaciones, desencuentros y confusiones que parecen propios de una comedia romántica (a su manera, lo son), pero que también, como es costumbre en el realizador, dejan entrever cuestiones, si se quiere, un tanto más metafísicas. La segunda de las películas de Hong en verse en Cannes (la otra, CLAIRE’S CAMERA, con Isabelle Huppert, es uno de los trabajos menores del director, casi un pasatiempo filmado durante Cannes 2016) se centra en Bongwan (Kwon Haehyo), un crítico literario, dueño de una editorial, que está casado y engaña a su mujer con la empleada de su compañía. En un juego temporal que no queda del todo claro, el affaire parece mostrarse como un flashback que se divide entre escenas entre el escritor y su amante, Changsook, las tribulaciones del protagonista y las sospechas de parte de su esposa. Y si bien está montada en forma paralela, la otra parte de la historia (con Bongwan contratando una nueva empleada y empezando a flirtear con ella) transcurre un poco tiempo después. Es esta la parte que tendrá mayor peso y desarrollo, con Kim Minhee como Aerum, la recién llegada que, en un par de largas conversaciones, pone al escritor y editor en aprietos con su historia de vida, sus reflexiones y análisis. Ella es quien de alguna manera desnuda ciertas miserias y justificaciones del sufrido pero a la vez un tanto insufrible protagonista. Cuando, en su primer día de trabajo, se termina revelando la historia de amor oculta de Bongwan, las cosas se empezarán a complicar para los cuatro involucrados. Como en las mejores películas de Hong, el secreto está en los detalles, en cómo las conversaciones casuales sobre temas en apariencia banales van mutando hacia asuntos más importantes, muchas veces con la ayuda del alcohol. Del deseo como motor de todos los actos hasta ciertas reflexiones de orden filosófico de Aerum, EL DIA DESPUES va proponiendo un juego en el que los personajes se ven enfrentados a sus límites y a lo que son capaces o no de hacer para poder mantener vivos esos deseos, pese a los inconvenientes que estos puedan provocar en ellos mismos o en los demás. Con otra actuación discretamente conmovedora de Kim –una escena de ella en un taxi se cuenta entre las mejores de la carrera del director–, la nueva película de Hong tiene sus momentos de malicia y crueldad, pero es el propio protagonista (un alter-ego del cineasta) el más hipócrita de todos. Ella, en tanto, es lo más parecido a un rayo de luz que ilumina este negrísimo Cannes. Cuando su personaje reflexiona sobre la brevedad de la vida y el valor de disfrutar lo maravilloso que ésta tiene para ofrecer, parece hablar sobre las otras películas de la competencia del festival. Y el espectador, agobiado por la negrura cinematográfica de todas ellas, la escucha, la ve y siente que sus palabras y su mirada son un oasis en medio de tanta miseria.
Una mujer se despierta de madrugada porque su marido no está en la cama. Lo encuentra en la cocina, él le dice que va a salir a caminar porque se desveló. Ella lo interroga: por qué no puede dormir, por qué sonríe, por qué pierde peso y si está viendo a alguien. Él la mira y ríe, se queda callado. No le miente pero tampoco le permite entender lo que en verdad ocurre, aunque de alguna manera, ambos ya lo saben.
Infidelidades, desencuentros amorosos, conflictos existenciales, diálogos extensos con el alcohol como detonante…. Si se tratase de uno de esos juegos en donde a partir de cuatro fotos hay que descubrir que palabra es el denominador común de cada una, uno tendería a imaginar que tal enumeración es el prolegómeno de una nota sobre Woody Allen. Nada más lejos que eso: el cineasta en cuestión es Hong Sang soo, un director clave dentro del panorama del cine contemporáneo que filma mucho más de lo que habla (a juzgar por sus escuetas entrevistas). 2017 fue el año más prolífico de su carrera. En febrero, durante el festival de Berlín, el público cinéfilo se desayunó la presentación de En la playa sola de noche. En mayo, bajo el sol de Cannes, tuvo un estreno duplicado: La cámara de Claire, una película pequeña y amable grabada durante la edición anterior del festival, con la inestimable colaboración de Isabelle Huppert y El día después, película que hoy merodea por la cartelera argentina. Más allá que en Asia es frecuente la producción indiscriminada de algunos cineastas (especialmente aquellos devotos de las artes marciales o de los yakuza) el de Hong Sang soo es un caso atípico dado que cada una de sus películas tienen una gran circulación festivalera. En la playa sola de noche En la playa sola de noche Una advertencia que creo válida para cualquier neófito: la ligereza y austeridad técnica de sus películas pueden, en una primera impresión, ser repelentes. Su minimalismo es brutal, lo cual no necesariamente implica la imposibilidad de una profundización dramática y filósofica. Malacostumbrados como estamos a creer que el barroquismo visual, la solemnidad tonal y la dimensión social del tema están proporcionalmente ligados a la validación estética de una película, el cine de Hong Sang soo es la válvula de escape necesaria para refutar estos postulados. Bajo la aparente monotonía de planos/escenas extensos sobre personajes conversando o discutiendo (con la compañía del soju) y con el zoom como la nota que le aporta el toque distintivo a la melodía, el cineasta coreano pone por delante situaciones cuya transparencia irá devorando lentamente al espectador hasta hundirlo dentro de la corriente de la película. Muchos lo acusan de repetirse al punto que siempre hace la misma película, aunque yo preferiría ponerlo en otras palabras: en todas sus canciones sobrevuela la misma línea de bajo que lo obligan a recurrir en sus letras al estribillo que mejor sabe realizar, a saber, a restaurantes, al consumo de soju, a las conversaciones de amor o a las caminatas, pero aun a pesar de ello cada melodía es diferente. Su reiteración no es circular sino que es elíptica, ante cada nueva reiteración hay una variación. Envuelto en la polémica que desveló a la prensa rosa surcoreana En la playa sola de noche se erige como la obra –quizás- más personal, sensible y, naturalmente, autobiográfica de su carrera. Kim Min-Hee -con quien el director tuvo un affaire durante el rodaje de su película anterior y tuvo alcances mediáticos- encarna a Younghee, una actriz que se instala en Hamburgo a la espera del reencuentro con su amante, un reconocido director de cine, quien nunca llega. Desamparada visitará librerías, se reunirá con su amiga coreana y sus amigos estadounidenses y recorrerá las calles de la ciudad, en donde los fantasmas de su pasado darán pie a hipotéticas situaciones que nunca sabremos si forma parte del orden de la realidad. De vuelta en Corea Younghee descenderá al curso obligatorio de las reuniones entre amigos donde se embriagará con soju, siendo este el agravante para que exteriorice su furia por lo sufrido. Pondrá en tela de juicio la noción que tienen del amor sus compatriotas, vagarà en soledad por la playa y se acostará en la arena con la única compañía del viento. Por más melodramático que se pueda volver el entramado de la película, los filmes de Hong Sang-Soo jamás se codean con la solemnidad ni el sensacionalismo, dado que no existe por parte del autor ningún tipo de juzgamiento hacia sus personajes sino más bien señales de aprecio y respeto hacia ellos. Basta comprobar la naturalidad de los sucesos y de los actores para poder entrever en cada escena la convivencia de una belleza esperanzadora, como si siempre, aún en momentos trágicos, quedara la hendija de la puerta levemente abierta. En El día después, película a la que vuelve al blanco y negro de textura suave, la esposa de Kim –Hae-hyo Kwon– descubre en su apatía matutina la certificación de una infidelidad, que tuvo él con una ex compañera de trabajo a quien le escribió un poema. Areum – Kin Min-Hee- se encontrará en su primer día de trabajo en la editorial de Kim con el desafortunado malentendido de la esposa de su jefe, quien la golpeará creyendo que ella es la amante del escritor. Él se disculpara pero el retorno de su verdadera amante a la editorial, quien le exigirá la devolución de su puesto de trabajo, lo forzará a tener que despedir a su nueva empleada. Como es una tendencia en su cine las mujeres poseen una mayor determinación y poder de acción sobre los hombres, aunque la fragilidad e inestabilidad de estos repercutirá de alguna manera en ellas. Así las cosas, Kim y Areum tendrán una conversación en un bar que gradualmente se convierte en un debate ontológico sobre la realidad y las creencias religiosas, donde se entrechocan el escepticismo del artista y el optimismo humanista de ella. Su bondad e ingenuidad, como En la playa sola de noche, habilitan su derrota y la condenan a retirarse sola y silbando bajito. ¿Nihilismo o pesimismo? Para nada. Simplemente se trata de personajes desencantados por las circunstancias pero que a pesar de todo todavía poseen la voluntad de seguir adelante. Areum se asume como una persona de fe y entonces, en una de las escenas más hermosas de toda su filmografía, Hong Sang soo le concede su deseo. Ella baja la ventanilla del taxi y se cumple su anhelo: cae la nieve en Seoul. Bajo el velo de una simpleza apabullante, sin florituras discursivas, el coreano alcanza, como muy pocos lo logran, una gran profundidad dramática con un comedido tinte de comedia. Todavía hay quienes no logran rendirse ante esta simpleza y dejarse llevar por la naturalidad de los acontecimientos. A ellos, mi recomendación: se puede hacer cine de bajo presupuesto sin perder el espíritu o la esencia. Hong Sang-soo es la prueba de esto.
Si no conoce a Hong Sangsoo, uno de esos directores que agotan entradas en Bafici y Mar del Plata (aunque alguna vez se estrenó In another country, una de las dos películas que hizo con Isabelle Huppert), tiene la oportunidad dorada de ver una de sus creaciones. En realidad pusimos “drama” porque el tono no es tan pirotécnico como en el cine americano, pero en parte es también una comedia romántica, género que Hong maneja con soltura. Aquí hay una mujer a quien confunden con la amante de su jefe, una aventura amorosa que ha terminado, y otra mujer un poco confundida. Como siempre en el director -por eso es interesante ver esta película para entrar en su mundo- hay algo doble, una historia que se espeja en sí misma. Pero sobre todo hay personas que, obsesionadas con sentimientos y necesidades que no encuentran la empatía ajena, entran en el error y provocan la aparición del absurdo, sin que por eso la historia avance hacia lugares a veces inesperados. Hong es además un extraordinario director de actores, por lo que todo se logra con soltura, como si estuviéramos espiando vecinos. El año termina bien arriba.
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Con el corazón roto Al director coreano Hong Sang-soo las mujeres le han roto el corazón. Como a Woody Allen. 21 películas en 21 años. También el cineasta neoyorquino entregó a sus espectadores una película por año. En la reciente "El día después" Sang-soo cuenta el día de un editor envuelto en una historia con tres mujeres: su mujer, su amante y su nueva empleada. Otra vez, un hombre con mal de amores. Este editor de ficciones decide confesar a su mujer su infidelidad, al tiempo que su amante lo abandona y lo acusa de cobarde, y la nueva empleada en su primer día de trabajo le pregunta si sabe por qué vive, mientras comen comida china y consumen botellas de soju, en una perfecta fotografía en blanco y negro, con largos planos secuencia que buscan gestos mínimos. ¿Esto basta para redondear una buena película? Obviamente que no. La estructura repetitiva de Hong-soo resulta hartante sobre todo cuando el relato de tanto ir y venir en el tiempo y espacio termina confundiéndolo todo. Además, el tono de comedia que intercala al argumento dramático del filme -al estilo de Woody Allen- no provoca el efecto buscado, al menos en esta parte del mundo.
El Día Después es la nueva cinta del prestigioso director sur-coreano Hong Sang-Soo, quien en el mismo año filmó En la Playa Sola de Noche y La Cámara de Claire. Si bien no ha obtenido muchos premios a lo largo de sus poco más de 20 años de trayectoria (debutó en la dirección con El Día que un Cerdo Cayó al Pozo, en 1996), Hong Sang-Soo, tanto en esta ocasión, como en muchísimas otras, ha entrado en consideración de las selecciones de Cannes, obteniendo incluso en 2010 el galardón Un Certain Regard, por su cinta Hahaha, así como ha sido reconocido en múltiples ocasiones por su labor como director; en 2016 en El Festival de San Sebastián, por su película Vos y los Tuyos, en 2013 en Locarno, por Our Sunhi, y El Astor de Plata a Mejor Dirección en 2006, por Mujer en la Playa. Mediante un clima pausado, y la presencia de un blanco y negro nítido, relajante, Hong Sang-Soo nos induce en su nueva cinta, pidiendo al minuto cero la atención del espectador, que no debe pasar por alto, ni obviar, no sólo acciones, sino hacia donde llevan los diálogos, que por momentos son de vital importancia, y en otros danzan en la intrascendencia, dejando en claro que el nivel de atención no puede decaer, en ningún momento. La historia trata sobre un hombre que comienza una relación amorosa con una empleada de su editorial, e intenta ocultarlo a su mujer. Tras una situación que parece insostenible, contrata a una nueva chica, sumamente agradable, y que parece la indicada para el empleo. No obstante, apenas pasadas unas horas, la mujer del jefe irrumpe en la editorial, y agrede a la chica nueva, pensando que ella es la amante de su marido, sin siquiera percatarse de su falsa conclusión. Tras las aclaraciones, pareciera que las cosas retoman su rumbo original, pero el clima laboral cambió tras la brusca aparición de la mujer, y lo que en un principio se presentaba como una relación laboral sana y satisfactoria de ambas partes, a partir de allí toma una nueva dirección, y el retorno será difícil, mas ante la aparición póstuma de la amante, que a la larga exigirá su viejo empleo. Sin duda el foco que infiere Hong Sang-Soo esta puesto en el entramado de las relaciones, en el desgaste que pueden sufrir las mismas, y en como ante alguna decisión errónea, todo puede llevar a lugares inesperados, más si uno no tiene total consciencia en el accionar. Los diálogos cumplen una función esencial, generando momentos de reflexión, que invitan un poco al espectador a ser parte de los mismos. No obstante, en otros momentos desvarían, y pueden llegar a desviar la atención, y ese es sin dudas el punto más flojo de la película, que pese a algún exceso en lo mencionado, nunca llega a aburrir, puesto que de alguna forma, Sang-Soo remonta la historia, y se acomoda de inmediato. No obstante, aclaran un poco el pensamiento de cada uno de los protagonistas, cuestiones que hablan de creencias religiosas, sentido de moralidad, y razonamientos acerca de por que razones vale la pena vivir. Si bien hay momentos de tensión, generado por algunos diálogos fuertes, eso también ayuda a interpretar la historia y sus laberintos. Los enfoques de cámara a veces también ayudan a la incomodidad, y ese aumento de tensión, desviándose por momentos directamente al rostro de los protagonistas, y remarcando sus gestos, facciones y sensaciones. Sin ser una obra magistral, El Día Después, es una cinta amena, con momentos de sumo interés, y una historia simple, pero con dosis breves que la dotan de cierta emotividad, e invitan al espectador a ser parte de ella, siempre y cuando uno se deje llevar, y tenga alerta esa capacidad perceptiva.