El Imaginario Mundo del Doctor Parnassus es el último filme del excéntrico Terry Gilliam. Gilliam comenzó formando parte de la mítica troupe cómica británica Monty Python, pero con los años decidió independizarse. Si bien había llamado la atención con Los Bandidos del Tiempo en 1981, no sería sino hasta el estreno de Brazil (1985) - una reimaginación Gilliamniana del 1984 de George Orwell - que obtendría reconocimiento internacional. En general los filmes de Gilliam distan mucho de ser éxitos comerciales y entran dentro de la categoría de cine arte, con la diferencia que suele utilizar astronómicos presupuestos. Si bien es un tipo de creatividad ilimitada, también es un artista que termina sucumbiendo a su propio ego, generando costosos delirios con presupuestos gigantescos y fuera de control. El caso de Gilliam es el típico ejemplo del sindrome del director con control total sobre su obra, lo que termina generando enormes dolores de cabeza a quienes financian sus filmes. En sí, el control maniático de Gilliam no difiere mucho del que hacían Kubrick o Welles, con la diferencia de que el británico suele revolver cielo y tierra, y siempre termina encontrando sufridos productores que lo respalden. El otro gran problema con Gilliam es que es un artista con una impresionante mala suerte, la cual se ha contagiado a más de un proyecto que ha empezado y ha terminado dilatado durante años o directamente terminó en el basurero. Caprichos del director, productores en bancarrota, retrasos de producción que se hacen eternos ... y la muerte de alguno de sus protagonistas. En el caso de El Imaginario del Doctor Parnassus, la yeta de Gilliam volvió a demostrar de que lo seguirá acompañando hasta el final de sus días; en mitad del rodaje ocurrió la muerte de Heath Ledger por una sobredosis accidental de somníferos, y todo pareció indicar que el proyecto estaba condenado - tal como le ocurrió en el 2000 con El Hombre que Mató a Don Quijote, cuya filmación quedó inconclusa -. A esto se sumaría la muerte de uno de los productores e incluso un severo accidente automovilístico que sufrió el propio Gilliam tras el rodaje (si esa no es mala suerte...). Perjurando de su propio destino, Gilliam se puso las pilas y se dispuso a concluir el filme a como fuera lugar. Utilizando el recurso del espejo mágico que figura en el libreto, pudo convocar a tres amigos de Ledger - Jude Law, Colin Farrell y Johnny Deep - y los puso a reemplazar al actor en su papel, a la vez que realizaba profundos retoques en el guión. Pero aún con todo el esfuerzo puesto por el director y los actores, El Imaginario del Doctor Parnassus no termina de cerrar. Ciertamente no debe ser la visión original que Gilliam reservaba para el filme, pero la historia da la impresión de no tener un propósito definido más allá de ser un collage de los excesos visuales que le encantan al director. Si había algún tipo de mensaje, quedó sepultado en el cuarto de edición y con la muerte de Ledger. Los filmes de Gilliam suelen ser el equivalente visual de un George Melies intoxicado con drogas pesadas. Toda la estética barroca de la película no difiere demasiado de otro filme de Gilliam - Las Aventuras del Baron Munchausen - y que a su vez pareciera inspirarse en la estética de Melies, al estilo de Un Viaje a la Luna (1902). Disfraces recargados de orfebrería, decorados de cartón pintado, paisajes alucinantes pintados a mano. Aquí hay un inmortal que viaja con su troupe de actores - su familia artística - con un espectáculo barato de feria. Parnassus se pone en trance e invita a los espectadores a cruzar el espejo mágico, en donde materializan sus fantasías en el imaginario del buen doctor. El filme jamás explica cómo Parnassus obtuvo semejantes poderes - uno deduce que le debe haber ganado otra apuesta al diablo -, ni cual es el sentido de poseer semejante habilidad. Durante la mayor parte del tiempo uno piensa en que Parnassus termina siendo un esbirro de Mr. Nick, ya que de una forma u otra termina recolectando almas para el diablo. Uno podría pensar que la dimensión fantástica a la que pasan las victimas de turno terminaría siendo una especie de purgatorio en donde las personas son castigadas con sus propios vicios. Pero Gilliam tampoco pone el empeño por allí, mas allá de disparar fabulosos efectos visuales. Tampoco la película se centra en Tony, el recién llegado, ya que termina siendo el pato de la boda en otra carrera de apuestas entre Parnassus y el diablo. En un momento uno piensa que Tony va a terminar siendo el sucesor del ilusionista, y que Parnassus va a culminar pagando con su alma por la relación con el diablo - lo que quizás haya sido la intención original de Gilliam -. Pero el rearmado del proyecto tras la muerte de Ledger le termina de sacar filo al personaje, transformándolo en un accidente del relato. Es un caracter que parece honesto y después termina por demostrarse que no lo es, y en el fondo todo eso termina por desvirtuar al filme. Como interpretación postuma de Heath Ledger, no es memorable. Ledger termina siendo molesto en unas cuantas escenas, como si siguiera sintonizando al Joker de Batman, el Caballero de la Noche. Jude Law y Colin Farrell son flacos reemplazos, y quizás el filme se hubiera visto mucho más favorecido si Johnny Deep hubiera tomado el papel desde el vamos, ya que le da un toque de ingenuidad y cierta manía al rol que era lo que precisaba. Christopher Plummer y Tom Waits se deleitan con sus papeles, y el resto de los secundarios está más que ok, pero el libreto no es consistente. Siempre uno debe considerar que esto es un emparche de último momento, pero da la impresión de que lo más importante se quedó en el tintero. Tal como está, El Imaginario del Doctor Parnassus termina siendo una alegoría autobiográfica del propio Gilliam. Un veterano showman circense, creador de fantasías delirantes, que siente que ha debido pactar con el diablo para materializar sus obras y que ahora se encuentra pasado de moda. Pero, lamentablemente, no hay mucho más allá de eso. El destino amputó el potencial de la obra, y lo que vemos en pantalla es un pálido reflejo de la visión original del director.
The imaginarium of Doctor Parnassus era una película muy esperada por todos. Muchos la esperaban especialmente por ser la última película de Heath Ledger, quien murió durante el rodaje y no llegó a completar algunas escenas. Otros, porque estimamos bastante a Terry Gilliam, un extraterrestre bastante curioso y excéntrico dentro del mundillo cinematográfico, por haber sido miembro de Monty Python, y por su persistencia en el género fantástico, pese a sus últimos traspiés en la materia, anclado en anteriores films descomunales como Brazil o Las aventuras del Barón Munchausen. Claro que han pasado más de veinte años desde aquellas, y The imaginarium… viene a recordarnos la brecha que hay entre las mencionadas y sus más recientes incursiones en el cine fantástico, incluyendo esta última. ¿Qué pasó con Gilliam y sus particulares universos imaginados? El problema nunca fue su desmesura visual. El fantástico no sólo habilita esa desmesura, sino que es el espacio ideal para que la desmesura se haga presente. La realidad cinematográfica de Gilliam sería maravillosa, si su imaginación no determinara últimamente universos inconsistentes, vacuos, caprichosos y autoindulgentes. The imaginarium… parecería ser el colmo de la inconsistencia narrativa de Gilliam. Si el género fantástico es el terreno ideal para una estética desmesurada, éste requiere de cierta consistencia narrativa que equilibre con el despliegue visual (pensemos, por ejemplo, en la distopía de Brazil). Este no es el caso. El argumento es una mera excusa para una película que suma caprichos visuales en un intento fallido de cine surrealista (Gilliam parece confundir surrealismo con mera ensoñación), con buenas actuaciones, pero con personajes carentes de toda profundidad, en un cuento mágico con mucho ruido y pocas nueces. Es inevitable hacer mención a la participación de Ledger. Como todos sabemos, Ledger no pudo completar su papel, para terminar el rodaje se reescribieron algunos pasajes del guión y en su papel aparecen Colin Farrell, Jude Law y Johnny Depp, quienes donaron sus honorarios a la hija de Ledger. Naturalmente, esta decisión de reemplazar a uno de los protagonistas por tres actores diferentes, en otra película hubiese dado lugar a un film incoherente. Podríamos preguntarnos cómo hubiese sido esta película si Ledger no hubiese muerto durante el rodaje, pero no tiene mucho sentido. Primero, porque la realidad es esta, y segundo, porque se nota cierta reescritura en el guión, pero la inconsistencia general, amparada en la supuesta libertad que da el fantástico, hace que el cambio de actores para el personaje se integre convenientemente a su estructura. Cada vez que Tony se adentra en el mundo imaginado, cambia de rostro, y se evidencia otra faceta de su personalidad. Si la reconstrucción anecdótica del film, a partir de la muerte de Ledger, no hace ruido en la historia (no más ruido que la historia misma), sí lo hace puntualmente el final del personaje, que el destino (y Gilliam) dejó en manos de Colin Farrell, para completar lo que no pudo el desaparecido actor. Se puede aceptar que las participaciones de los otros actores se den en el ámbito de los viajes fantásticos de Tony, pero no es tan fácil ver a otro actor ocupándose de la resolución del personaje. Este hecho hace que la película no pueda desprenderse del abrupto final de Ledger durante el rodaje, una condición que podría haber afectado a toda la película, si no fuera porque la película ya se encontraba afectada desde su propio planteo. De todas maneras, pese a que The imaginarium… cobró mayor importancia a partir de la muerte de Ledger, no nos engañemos, el protagonista absoluto es Christopher Plummer, brillantemente caracterizado como el anciano inmortal Parnassus, mientras que la mejor elección en el elenco es Tom Waits, y otro secundario importante es Verne Troyer. Ledger, y sus tres reemplazantes, cumplen con eficiencia el papel de Tony, pero ese personaje está lejos de ser el protagonista exclusivo. The imaginarium of Doctor Parnassus es una muestra de la poderosa imaginación visual, que no narrativa, de Terry Gilliam, un director que sabe construir universos fantásticos, pero que últimamente parece estar encerrándose demasiado en sus propias imágenes, relegando tremendamente la importancia de una historia sólida que soporte semejante derroche de efectos y de animación. Lo que queda entonces, es un capricho visual de dos horas de duración, que a los diez minutos ya nos aburre, ametrallándonos con imágenes, pero sin una historia que valga la pena contar.
La belleza, el delirio y el caos Este nuevo delirio fantástico de Terry Gilliam resultó el trabajo póstumo de Heath Ledger. De hecho, luego de su muerte, el galán australiano fue reemplazado para algunas escenas inconclusas por Johnny Depp, Colin Farrell y Jude Law. Hay que admitir que el cambio de actores está bastante bien justificado, ya que los personajes entran y salen de universos paralelos a través de un espejo mágico y es ahí como, por ejemplo, Ledger abandona la Londres contemporánea para "transformarse" en Depp en una secuencia de corte onírico y surrealista. En esos pasajes imaginarios, el film hace uso y abuso de los efectos visuales generados por computadora y se convierte prácticamente en una película de animación. Además de Ledger, Depp, Farrell y Law, en esta ambiciosa producción aparecen otros conocidos intérpretes: desde el veterano Christopher Plummer, como el doctor Parnassus del título, un hombre inmortal con poderes mentales que lidera a una patética troupe de artistas que viaja en una carroza y hace unas performances en la vía pública; hasta Tom Waits, como el malvado de turno. El relato -muy vistoso pero bastante caótico en su narración- se ubica en la misma línea de los últimos y fallidos trabajos del ex Monty Python, que supo tener mejores etapas con films como Brazil, 12 monos, Pescador de ilusiones o Las aventuras del Barón de Munchausen.
A veces, más es menos... El Dr Parnassus (Christopher Plummer) recorre diversos escenarios con su extraordinario show Imaginarium e intenta atraer la atención del público. Luego de obtener la inmortalidad, se enamora y hace un trato con el diablo (Tom Waits) para que le otorgue juventud. A cambio de esto, tendrá qeu entregar a su hija Valentina cuando cumpla los 16 años. El Dr. Parnassus debe hacer todo para protegerla. Quién pueda ayudarlo en su tarea, tendrá la mano de su hija en matrimonio. Tony, uno de los personajes que desfilan por el film comenzó con la actuación de Heath Ledger. Después de su muerte, Johnny Depp, Jude Law y Colin Farrell se encargaron de continuar el papel y representaron diferentes costados del mismo personaje. El director Terry Gilliam (Las aventuras del Barón Munchausen) pone toda su imaginación al servicio de un relato que muestra a artistas de varieté en decadencia, con su espectáculo ambulante y su puesta del Imaginarium. La historia resulta atrapante durante la primera media hora, en la que se presentan los personajes y hace su aparción Tony (Heath Ledger), un joven colgado y al punto del suicidio. Pero después pierde puntos. Toda la artillería y parafernalia visual está puesta al servicio de un relato que se sumerge en lo fantástico (de hecho, el público entra a otra dimensión a través de una puerta mágica), pero la historia no progresa y no siempre divierte. La acción se se ve siempre paralizada por el delirio y adornada por pirotecnia visual. Con una suerte de figuras toqueladas, cortinas que abren las puertas de otros mundos, y universos que parecen propios de Alicia en el país de las maravillas, Gilliam rinde homenaje al teatro y construye un film plagado de criaturas extrañas (Percy, el enano del show, la mano derecha del Dr. Parnassus) y excesos. El hecho de que Heath Ledger haya sido reemplazado no cambia demasiado las cosas. La intervención más breve es la de Johnny Depp, pero los actores que sobresalen siempre son Christopher Plummer y Tom Waits, en el rol del diablo. Un viaje sólo vistoso, que invita a morder la manzana, pero que en ningún momento llega al nivel de las realizaciones anteriores del cineasta. Al igual que en el teatro, se ve el cartón pintado. Hasta se da el lujo de cerrar la película como "un film de Heath Ledger y sus amigos..."
El desbordante mundo del Sr. Gilliam Promocionada en todo el mundo por ser la película póstuma del actor Heath Ledger, el nuevo opus de Terry Gilliam es una nueva incursión del realizador en los universos paralelos, muchas veces esenciales para enriquecer la experiencia mundana. El film comienza con la rutina de magia que llevan a cabo el doctor Parnassus (un monje milenario, interpretado con convicción por Christopher Plummer), su hija adolescente (Lily Cole), y dos ayudantes (un joven y un histriónico enano). Espectáculo de feria tan anacrónico como singular, no consigue la atención del público al que parece estar dirigido, que se divide entre los apáticos y los desentendidos. Claro que tanto unos como otros ignoran que tras el espejo que promociona el asistente del doctor, en verdad se encuentra su desbordante mundo imaginario. Hasta que un día la particular troupe se topa con un hombre a punto de morir ahorcado (Heath Ledger) y este encuentro no tardará en encontrar relación con el pacto que Parnassus realizó con el mismísimo demonio (un Tom Waits en clave Aníbal Pachano). Dicho pacto vencerá cuando su hija alcance la edad de dieciséis años, momento en el que la joven se convertirá en propiedad del diablo. Escrita en colaboración con Charles McKeown (en Brazil -1985- y La aventuras del barón Munchausen -The Adventures of Baron Munchausen, 1988- ya habían trabajado juntos), la película estuvo a punto de ser abandonada tras la muerte del célebre actor. No hubiera sido la primera vez que Terry Gilliam hubiera dejado un film inconcluso, tal es el caso de su transposición de Don Quijote. Si el proyecto persistió, fue gracias a que el rol del actor fue “completado” por sus amigos. Pero qué amigos: Jude Law, Colin Farrell, y Johnny Depp. En términos de verosimilitud, se trata de una jugada de riesgo que salió bien. Cada vez que el personaje ingresa al mundo imaginario, su rostro muta. Claro que el mecanismo no aplaca ciertas falencias narrativas. A partir de la irrupción del personaje en la vida de Parnassus, el relato se bifurca hacia la reconstrucción de la identidad del mismo, crucial para la resolución del film. Una línea de la película que no termina de articularse con las secuencias del desbordante mundo, fascinantes la más de las veces, pero un tanto reiterativas y disgregadas de la totalidad del metraje. Película irregular casi por antonomasia, no deja de ser un acierto que la versatilidad del realizador por construir mundos paralelos también se ajuste a la composición del “mundo Real”. La Londres contemporánea es el reverso del mundo colorido y surrealista de Parnassus. Espejo deformado de aquel, como todo en la filmografía del director, no deja de presentar dos caras. La primera es la que vemos desde el comienzo, la de una metrópolis desangelada y miserable, en donde la modernidad no es sinónimo de bienestar. El otro costado está relacionado con la visión de la hija de Parnassus, tal vez la más condescendiente, emparentada con la confianza en la familia y el mercado. Una visión real y a la vez optimista. Al fin de cuentas, desde ese mundo Terry Gilliam piensa sus realizaciones. El final encontrará a su milenario hechicero ajustando cuentas con ese mundo. ¿Se encontrarán?
La fantasía está de moda otra vez. La semana pasada Peter Jackson nos trajo la imperfecta pero hermosa Desde mi Cielo. La semana que viene se estrena la esperada versión de Alicia en el País de las Maravillas del gran Tim Burton (esperemos que no nos desilusione, aunque yo no tengo altas expectativas). Pero esta semana es el turno de otro fanático de la literatura de Carroll: Terry Gilliam. Pero antes de arrancar con la crítica repasemos un poco la carrera de este genio maldito, maltratado y a la vez admirado por cinéfilos de todo el mundo. La Maldición Gilliam Casi cuatro décadas atrás, un joven Terry Gilliam encaminaba su carrera artística dando cuenta de su talento en la animación. Cuentos que contaban cuentos, avivando leyendas medievales, la historia del mundo y una sátira mordaz, un humor negro surrealista, donde se mezclaba la caricatura con el collage, fotos animadas con dibujos estrafalarios… Y un día, un grupo de comediantes, se fijaría en la habilidad, creatividad e increíble imaginación del mundo de Gilliam, lo sumarían a participar de su show al otro lado del océano.. porque aunque muchos no lo crean… Terry Gilliam es estadounidense, el único del grupo británico humorístico Monty Python. Empezó teniendo un espacio de animación humorístico, un sketch en el show Flying Circus, y de ahí no se detuvo. Participaría en la parte creativa de cada una de las películas posteriores, y también como intérprete ocasional en Los Caballeros de la Mesa Cuadrada, La Vida de Brian y El Sentido de la Vida. A medida que la vida de los Python en cine avanzaba, Gilliam tomaba mayor participación como guionista, e incluso director de secuencias con actores, como Los Piratas de la Agencia de Seguros, el segmento inicial de la genial, El Sentido de la Vida. Previo a eso, el director había conseguido llevar a cabo una simpática fábula de ciencia ficción y aventura, inspirado por los cuentos y cultura medieval: Los Bandidos del Tiempo. Un grupo de enanos, llevan a un chico de los años ‘80s hacia diferentes etapas históricas… desde las cruzadas hasta las guerras napoleónicas. El éxito de los Python junto a Los Bandidos… dieron energía a Gilliam para llevar a la pantalla su proyecto más ambicioso y personal: Brasil, un clásico de la ciencia ficción inspirado en 1984 de Orwell con Jonathan Price. El éxito parecía sonreír a Terry. Es nominado al Oscar como mejor guionista. Con su siguiente trabajo, Gilliam empezaría a ser tratado con mayor frialdad. La superproducción, Las Aventuras del Baron de Münchausen, a pesar de su originalidad, es demasiada ambiciosa y costosa. Se convierte en uno de las mayores pérdidas económicas de la historia del cine. Entre la fantasía y la cruel realidad, la desigualdad social, la búsqueda del amor… Gilliam encuentra nuevamente la cima de su carrera artística con Pescador de Ilusiones (1991) con un hermoso duelo actoral entre Robin Williams y Jeff Bridges, el príncipe y el vagabundo… Le sigue su película más exitosa, el thriller de ciencia ficción, inspirada en el cortometraje de Chris Marker, La Jeteé, 12 Monos (1995) con Bruce Willis, reminiscencias con Brasil, donde un personaje debe cambiar el curso de la historia, al tiempo que sale de un futuro decadente y entra en un presente desolado… Los excesos y las alucinaciones empiezan a jugar en contra de Gilliam. Su siguiente proyecto, la lisérgica crónica autobiográfica del periodista Hunter S. Thompson, Pánico y Locura en las Vegas, no logra la resonancia esperada… divide las aguas de la crítica y empieza a circundar el mito, que el cine de Gilliam no es lo que era en un principio. A igual que sus contemporáneos, Gilliam se deja llevar por los avances computarizados, y su universo empieza a verse artificial… Pánico… a pesar de todo es una divertida experiencia, una road movie juguetona… El aspecto de Johnny Depp ayuda a construir este arquetipo de personaje, ayudado por un exagerado Benicio del Toro. Pero el mayor desastre de la carrera de Gilliam sería la realización de El Hombre que Mató a Don Quijote basada en la novela de Cervantes. Teniendo en cuenta el humor e ironía del director, mezclado con su procaz imaginación, es inevitable no pensar que es el director ideal para tal proyecto. Pero el destino no quiso que Terry la terminara todavía, y al igual que la versión de Orson Welles, que estuvo repleta de inconvenientes y se filmó a lo largo de varias décadas, el Quijote de Gilliam pasó las de Caín: Hollywood retiró el dinero, y se tuvo que reducir el presupuesto a una cifra afable para la cinematografía europea; debido a problemas de salud, el protagonista Jean Rochefort (idéntico a la imagen que brindó el escritor español) tuvo un problema de salud, que le impidió volver a montar a caballo; los sets fueron destrozados repetidas veces por tornados; fallecieron técnicos, Johnny Depp (interpretando a Sancho Panza) decidió salirse del proyecto. Los realizadores del backstage, crearon a partir de estos imponderables el documental Lost in La Mancha, un diario sobre una producción totalmente fracasada. La película ganó numerosos premios, pero Gilliam no volvió a encarar el proyecto. En cambio se avocó a reproducir el mundo fabulesco de los hermanos Grimm. La película sufrió numerosos contratiempos y enfrentamientos entre Gilliam (que tiene fama de tener mal carácter) con el estudio Dreamworks. Nuevamente pospuesta varias veces, la fecha de estreno de Los Hermanos Grimm, con Ledger y Matt Damon, fue otro sonado fracaso del director en Hollywood, trabajando por encargo para un gran estudio. A pesar de, en apariencia, vincularse visual y temáticamente con obras anteriores de Terry, parece haber sido filmada por un imitador, y básicamente, se trata de una comedia de aventuras y fantasías poco imaginativa en su narración y muy convencional en su estructura dramática con personajes poco atractivos y creíbles. Al mismo tiempo, mientras esperaba que los problemas internos de los Grimm los resolviera el estudio, él filmó Tideland, otra oscura fábula de drogas y chicos, que remite a Alicia en el País de las Maravillas, proyecto que siempre se sintió tentado a rodar, pero nunca pudo (y ahora le robó Burton). Nuevamente la fantasía desbordante, y los simbolismos obvios superaron las intenciones de Gilliam. A pesar de ser mejor que los Grimm, Tideland es un proyecto bastante pobre para un director que se merece mejores trabajos. Nuevamente contó con la desaprobación de la crítica, y en la taquilla le fue peor que a Münchausen. “No la fue a ver nadie”, dijo bastante deprimido. Parnassus, un proyecto autorreferente Gilliam es ante todo un soñador y a pesar de la mala suerte de sus últimas películas no baja los brazos. Decide volver al cine con capitales europeos: El Increíble Mundo del Doctor Parnassus, el proyecto que en este momento no arremete, combina lo mejor y lo peor que Gilliam ha hecho a lo largo de su carrera. Es una reflexión, un análisis altruista, pero que guarda muchas semejanzas con el mundo real. Lamentablemente, antes de seguir con la crítica, vale aclarar que hubo aspectos nuevamente malogrados durante el rodaje. En Enero del 2008, en pleno rodaje, fallece uno de sus protagonistas: Heath Ledger. Gilliam y el resto del equipo quedan destruidos. No saben como seguir el rodaje sin él. Sin embargo, a manera de homenaje Terry decide evocar a Depp, Jude Law y Colin Farrell para seguir con el personaje, cada vez que este entra en un mundo imaginario. Por suerte, Gilliam consiguió que Ledger filmara toda su participación en el mundo real. Pero no fue la única pérdida, también a mitad del 2008, fallece William Vance, el productor canadiense del proyecto. La mala suerte sigue a Gilliam. Cuando la película se presenta fuera de competencia en el Festival de Cannes 2009, las críticas reconocen que el director ha mejorado y se dividen entre los que quedaron fascinados y lo que no se dejaron impresionar. El film se estrenó en diciembre del 2009 en Estados Unidos y lamentablemente, a pesar del recuerdo por Heath Ledger, no tuvo ni el reconocimiento ni el éxito económico necesario para devolver a Gilliam a la senda exitosa. Gilliam no se rinde, a pesar de todo. Su próximo proyecto es retomar El Hombre que Mató a Don Quijote, esta vez con Robert Duvall en el rol protagónico. En Parnassus, Gilliam retoma la idea rectora de Münchausen, un anciano capaz de cautivar la imaginación de las personas y motivar a que se sigan contando historias fantásticas alrededor del mundo, con elementos de la cultura medieval que expuso en Pescador y Los Bandidos del Tiempo, como la carreta ambulante, los artistas nómades, las leyendas, los juglares, etc. A la vez sigue metiendo viajes en el tiempo como en 12 Monos, la posibilidad de cambiar el presente, y personajes que penetran en constantes fantasías como en Brasil o Tideland. Sí, la película, por suerte tiene el sello Gilliam en cada fotograma, ya sea a nivel temático / narrativo como visual… Nuevamente, como en Pescador, los personajes del medioevo viven como vagabundos de la ciudad (en vez de Nueva York, es Londres). El Doctor Parnassus del título (Plummer, soberbio como siempre), es un monje inmortal que le ha ganado una apuesta antigua al diablo (Waits, un poco estereotipado). Parnassus tiene la misión eterna de relatar cuentos para sostener el universo. En la antigüedad lo hacía en un templo, ahora viaja en una caravana con su eterno asistente Percy (Troyer, sorprendente interpretación), su hermosa hija Valentina (Cole) y el comediante, mago y acróbata Anton (Garfield). Sin embargo el diablo, vuelve a aparecer para reclamar una vieja apuesta: llevarse a Valentina cuando cumpla los 16 años. Faltan dos días y Parnassus lo quiere evitar a toda costa. El diablo le da otra oportunidad, el primero que junta 5 almas, se queda con Valentina. Parnassus acepta, pero su deplorable estado y los conflictos internos de su grupo, no ayudan. En el medio encuentra a Tony, un misterioso y carismático (Ledger) joven capaz de captar la atención del público, y llevarlos con la atracción principal del circo de Parnassus, un misterioso espejo, donde cada persona vive sus fantasías más surrealistas como si fueran reales. Pero, a la vez Tony también tiene un lado oscuro. El gran conflicto que surge en Parnassus, es similar a lo que sucedía la semana pasada en Desde mi Cielo de Peter Jackson. Por un lado Gilliam, hace un trabajo personal, no es difícil encontrar similitudes entre Parnassus (personaje) y el director, quizás un alter ego de su mente creadora. La misión del doctor es que “la gente siga creyendo en la fantasía”. Con el paso del tiempo la gente ha dejado de creer (similar mensaje que el de La Historia Sin Fin) y por tanto, Parnassus ha caído en el alcoholismo, se pelea con todos sus compañeros, fracasa constantemente. El problema es que Gilliam, “necesita” meter una crítica política y social en el medio, y ahí es donde el controvertido Tony, termina causando un efecto contraproducente en la trama: así como su vida anterior complica al personaje de Parnassus, en la película misma su rol queda confuso, forzado poco claro. La relación con Valentina nunca se profundiza, y de pronto toda la trama desde su aparición se va enlazando y confundiendo. La ambición de Gilliam por abaratar muchos tópicos al mismo tiempo (incluyendo la crítica hacia las obras de caridad, que sirven de vidriera de negocios mafiosos) lo van alejando del tema principal: la necesidad de que la gente siga motivada a imaginar mundos maravillosos y entrar en el subconsciente. A la vez, la presencia y magnetismo de Ledger (que por momentos recuerda al Guasón) opacan al verdadero protagonista: Christopher Plummer. También termina siendo banalizada la historia romántica entre Anton y Valentina. Al igual que Jackson, cuando Gilliam se entusiasma imaginando los mundos más fantasiosos creados en animaciones completamente identificables con el realizador, la narración decae en ritmo y entusiasmo. Por supuesto, que al principio el espectador no lo nota, porque los sorprendentes dibujos de Gilliam, son demasiado imponentes y admirables para notar que la narración decae. Además, está el “plus” de ver que actor va a reemplazar a Ledger cada vez que se mete con algún “cliente” en el Imaginarium de Parnassus. Por otro lado, como pasaba con Jackson, a pesar del caos visual / narrativo se nota un gran amor del realizador por la obra completa y los personajes. A diferencia de Jackson, Gilliam logra ser más coherente estructuralmente, y menos contrastante en tonos, y montaje de secuencias. Tiene más dinámica y armonía que Desde mi Cielo. Además el pesimismo de Terry y la falta de cursilería juegan a favor de la diégesis. Los personajes (excepto Tony) resultan ambiguos, son antihéroes identificables que logran mimetizarse con el espectador. Con respecto al finado Ledger, lamentablemente, el hecho de que nunca queda demasiado claro, cual es el rol verdadero del personaje en la historia, y el aporte de demasiados tics, propios del actor juegan en contra. Si bien no resulta molesto ver otros actores en sus fantasías, si uno no tendría la información previa, de “por qué” fue cambiado, podría leerse que los cambios no tienen verdadera justificación. En defensa de Gilliam se puede pensar que esto no fue concebido desde el guión. El mejor de los “imaginarios Tonys” resulta ser Depp, quien se desenvuelve con mayor soltura, dada su experiencia con Burton quizás en mundos imaginarios. Pero es Farrell quien tiene mayor participación, y da con el tono más parecido al que venía trayendo Ledger. Habría que preguntarse, si Depp no debería haber sido la elección correcta del director desde el principio. Jude Law, es tapado completamente por la estética del Imaginarium. En cuanto a los mundos “imaginarios” resulta cautivante ver muchas autorreferencias: el primer “imaginarium” parece haber salido de Münchausen, pero más reconforta ver el “imaginarium” donde Ledger se transforma en Law: el humor y la estética remiten directamente al mundo Python, por lo cual, un fanático de ley del grupo inglés verá más que retribuida el precio de la entrada. El Imaginario Mundo del Dr. Parnassus nos puede devolver a la infancia gracias a su magia y cierta inocencia. A pesar de los desniveles narrativos (especialmente en el final) la película supone un regreso de Gilliam a los orígenes de su carrera. Entre el humor, la melancolía, la nostalgia y el romance, se arregla para demostrar que la fantasía no está muerta. Esperemos que, a diferencia de Welles, pueda terminar su versión quijotesca… Muchos molinos de viento pasaron por su camino…
El imaginario mundo del señor Gilliam Debe ser complicado que el protagonista de una película se muera en pleno rodaje. Eso le pasó a Terry Gilliam mientras filmaba esta película y Heath Ledger pasaba al otro mundo luego de atragantarse con pastillas varias. Sin embargo, el hecho de que sea justamente Gilliam quien está detrás del asunto permitió sortear la cuestión con creatividad y la ayuda de algunos amigos. Porque hay que señalar que se trata de una película de Heath Ledger y amigos. El veterano Christopher Plummer personifica al Dr. Parnassus, quien desde hace siglos vive apostando con el diablo, interpretado como nadie por el genial Tom Waits, y fue en una de esas apuestas donde ganó la inmortalidad y en otra donde signó el destino de su hija Valentina (Lily Cole), el de pasar a pertenecer al diablo el día que cumpla 16 años. La fecha se acerca y el doctor está inquieto, nervioso, no sabe como decirle a su hija lo que está a punto de suceder. Pero al diablo no le gustan las cosas tan simples y le propone al viejo un nuevo juego. Claro que en el medio de tamaña situación entrará a jugar un joven al que el equipo que acompaña a Parnassus salva de la muerte. Se trata de un sujeto misterioso, llamado Tony, que nada recuerda de su vida antes de ser ahorcado y se suma al itinerante imaginarium, donde se ofrece la posibilidad de hallar el mundo ideal que uno imagina con tan solo cruzar un espejo. Johnny Depp, Jude Law y Colin Farrell son quienes ocupan el lugar de Ledger, tomando cada uno de ellos oportuno control de su personaje Tony y dotando al filme de un giro que inicialmente no poseía. Es justo señalar que, aún siendo muy firmes en aquello de que las justificaciones no se filman, el resultado final está algo afectado por tan ingrata cirunstancia y sería anormal que así no fuera; pero el talento de Gilliam, artesanal y clásico aún con las nuevas tecnologías a su disposición, va más allá. Se impone su mirada, sus dramáticos planos angulares, los dibujos que lo identifican desde los tiempos del "Monty Python Flying Circus", su humor mordaz, satírico y sobre todo, el placer que nos da el saber que detrás de cada plano hay un artista y no un frío vendedor industrial de nuevas tecnologías. El mundo de Parnassus vive, transmite emociones, confunde, maravilla y atormenta gracias al trabajo de un cineasta capaz de sobreponerse a una de las peores cosas que podrían sucederle, y lo consigue gracias a una ayuda de sus amigos. Nuestra calificación: Esta película justifica el 90 % del valor de una entrada.
La idea para reemplazar a Heath Ledger por Johnny Depp, Colin Farrell y Jude Law, quedó perfecta, agregando un ingrediente que hace más interesantes a las escenas del espejo, ya que quizás si se hubieran hecho todas con Ledger...
La imaginación al poder Terry Gilliam ("Brazil") vuelve con aire fresco a sus mejores andadas. Por hechos fortuitos, que tiene n más que ver con la distribución de los estrenos en la grilla semanal, (sobre)abundan los títulos en los que la relación padre/hija son el centro de la trama. Aunque en general lidian con la muerte de sus primogénitas (a Días de ira y Desde mi cielo se suma esta semana Al filo de la oscuridad), en El imaginario mundo del Doctor Parnassus el personaje del título es capaz de hacer lo que sea para que el Diablo, con el bombín y bigotito de Tom Waits, no se lleve a su hijita adolescente. Pero Parnassus está rodeada de otras cuestiones, que tanto tienen que ver con su trama como con la muerte de uno de sus actores principales, Heath Ledger, por lo que El imaginario. es el trabajo póstumo del último ganador del Oscar como actor de reparto por Batman, el Caballero de la noche. Así, mucha atención del espectador estará en ver al australiano y cómo Terry Giliam resolvió suplantarlo -Ledger murió cuando promediaba el rodaje- por sus amigos Johnny Depp, Jude Law y Colin Farrell. Y es más: aquí el director de Brazil se lanza -cuándo no- desbocadamente con un historia fantástica en todo el sentido de la expresión, en la que atravesar un espejo puede significarle a quien lo hago ingresar en un universo mágicamente transformador. Gilliam suele hablar en sus filmes de una sociedad que devasta y excluye al diferente. Habrá quienes lo vean con mayor optimismo, pero los protagonistas de los relatos del ex Monty Python suelen estar agobiados en su pesimismo -aunque la peleen- y ser a la larga perdedores. Pero hay que tener mil años y enfrentarse en una apuesta con el Diablo. Parnassus lleva su carromato por Londres. Tiene como compañía a su hija, un enano y un joven. La vida vacía de los transeúntes que se le cruzan cambia radicalmente si atraviesan ese espejo. Y Tony (Ledger) lo descubre, luego de ser rescatado de una horca en un puente sobre el Támesis. Tony, agradecido, quiere que al Dr. Parnassus le vaya mejor que como le va, al menos en lo económico. Cuando el espectador se entere de que el longevo personaje necesita conseguir cinco almas antes de que Valentina cumpla años, ya Terry Gilliam habrá tirado toda la carne sobre el asdor. Y el asado resulta un festín, nada del todo esperable viendo lo que fueron las últimas realizaciones del ahora ciudadano británico. Pero junto a uno de sus coguionistas de Brazil, Charles McKeown, parece que Gilliam encontró aire fresco. A su reconocida imaginación esta vez le pudo sazonar cierta cuota de lirismo y un diseño de producción que maravilla. Del otro lado del espejo hay mucho efecto especial y animación computarizada, es cierto, tanto como que uno espera como un niño que Tony o quien sea cruce el espejo para disfrutarlo. Con algunos recortes y retomas, Gilliam solucionó la ausencia de Ledger: cada vez que Tony pasa por el espejo, en ese mundo paralelo, cambia su rostro. Entonces tendremos tres Tonys más: Depp, Law y Farrell. Quien no sepa nada de la muerte de Ledger, tampoco extrañará el cambio: la historia es tan alocada y aceitada que permite todo tipo de dislates, soportados por la lógica gilliamista: suelta tu imaginación, y si no logras tu própsito, al menos lo habrás disfrutado. De eso se trata.
Terry Gilliam, en su obra más autobiográfica El imaginario mundo del doctor Parnassus ofrece riqueza visual, desorden narrativo y el aporte póstumo a la pantalla de Heath Ledger Cada vez que se mira en el espejo del carromato con el que recorre Londres al frente de una extravagante compañía de teatro ambulante, el doctor Parnassus podría reconocer tranquilamente del otro lado la imagen de Terry Gilliam. Ese personaje de edad imprecisa que sueña con la inmortalidad a cambio de un pacto con el mismísimo Diablo refleja el perfil de su creador. Estamos ante el film más autobiográfico de Gilliam, con las virtudes e imperfecciones de su trabajo creativo elevadas a la máxima potencia. De un lado, una portentosa capacidad para construir toda clase de estímulos visuales y trasladarnos desde allí hacia mundos fantásticos y siempre sorprendentes. Del otro, la anarquía narrativa y el desinterés por la lógica del relato, enteramente subordinado a un aluvión de imágenes sugestivas, hipnóticas y embrolladas. Al mundo fantástico de Parnassus y su troupe (una hija, un enano, un torpe asistente) llega Tony, rescatado cuando estaba con la soga al cuello. Este giro argumental agrega un elemento inquietante al film, ya que el personaje es interpretado por Heath Ledger, cuya muerte en medio del rodaje agregó misterio e incertidumbre a una trama que Gilliam debió modificar sobre la marcha como un prestidigitador. Curiosamente, la vuelta de tuerca resultó provechosa, ya que el personaje finalmente atraviesa el espejo y encuentra al otro lado, a través de tres variantes del personaje (encarnadas con riqueza de matices por Johnny Depp, Jude Law y Colin Farrell) cierto vuelo y una riqueza de matices que de otra manera quizás no se hubiesen alcanzado. Sólo en ese atractivo tramo final el viaje de Parnassus parece cobrar movimiento y escapar a una rigidez sólo en parte disimulada por la ilimitada creatividad visual de Gilliam, que no deja de sacar conejos de su galera de trucos mientras a su alrededor no ocurre casi nada. Lo ayudan la autoridad interpretativa de Plummer, la juguetona composición del Diablo que hace Waits y la presencia ineludible del añorado Ledger, en cuyo rostro se ratifica esa rica mezcla entre intensidad y profunda melancolía de sus últimas y celebradas apariciones.
Pasen y entren en una mente oscura La nueva película del director de Brazil representa para su autor un modo de revisar su obra. Y de ese ánimo tal vez devenga la obsesión con la muerte que atraviesa toda la película, tiñéndola de una melancolía que hasta ahora Gilliam tendía a repeler. De Los aventureros del tiempo a 12 monos, de Brazil y Las aventuras del Barón Munchausen a Pánico y locura en Las Vegas, los protagonistas de la obra de Terry Gilliam siempre recurrieron a la fantasía como modo de escape. En ese sentido, es posible que El imaginario mundo del Dr. Parnassus represente para Gilliam un modo de revisar su obra. De ese ánimo de revisión tal vez devenga la obsesión con la muerte que atraviesa toda la película, tiñéndola de una melancolía que el maniático estilo visual del autor hasta ahora tendía a repeler. Obsesión debida sin duda a la muerte de su estrella, Heath Ledger, así como también la de uno de los productores. Teniendo en cuenta que Gilliam se acerca a los 70, es posible, sin embargo, que el tono crepuscular de El imaginario mundo... vaya más allá de esas eventualidades. La escena introductoria es de tono oscuro y sentido transparente. “¡Pasen y entren en la mente del Dr. Parnassus!”, convoca a los gritos el presentador de un circo ambulante, plantado en medio de una Londres contemporánea nocturna y ominosa, con homeless y basura en las calles. Frente al escenario, nadie. Apenas unos borrachos que salen de algún club nocturno (Gilliam se cuida de hacer de esos hooligans muchachitos de clase media, de los que cualquier lady querría de novios para sus hijas) y que vandalizarán escenario, actores y decorados. El remedio para tanta sobredosis de realidad está del otro lado de unas cortinillas de celofán que funcionan como espejo de artificio. Detrás de ellas, el mundo que da título a la película y que se reconfigura constantemente, como una suerte de inconsciente colectivo móvil, a la medida de sueños y pesadillas de cada visitante. En este caso el del vándalo middle class, que pagará por lo que hizo. Con un increíble castillo vagabundo por casa, teatro y carromato, la del Dr. Parnassus es una troupe medieval, implantada en medio del mundo contemporáneo. En el caso de Parnassus (un Christopher Plummer como de taxidermia), lo de medieval puede llegar a ser literal. El hombre dice ser inmortal y andar por los mil años, producto de un pacto que hizo con el Diablo (Tom Waits, con maquillaje blanco y bigote anchoíta) para conquistar a la mujer amada. A cambio de ello el ilusionista debió ceder a su hija Valentina (la impavida Lily Cole), a quien el Malo se apresta a recoger para siempre. Anda cabizbajo Parnassus, y lleno de culpa, en el momento en que se incorpora a la troupe un tal Tony (Heath Ledger). Tony anda huyendo de algo, y el milenario émulo de Fausto le pedirá una ayuda. No sólo la premonitoria escena de presentación de Ledger –con el cuello colgando de una cuerda, bajo el London Bridge– sino su necesario reemplazo por tres actores (Johnny Depp, Jude Law y Colin Farrell encarnan los avatares de Tony, cada vez que atraviesa el espejo), el aspecto mortuorio de Plummer y la pesadumbre de mil años de su personaje, sumen a la película en un tono fúnebre. Tono que el guión (coescrito por Gilliam con Charles McKweon, de vuelta con él luego de Brazil y Munchausen) tiene la lucidez de convertir en signo del fin de una época. La época de los relatos, de las ficciones, que ya a nadie le interesa escuchar. Es verdad que esta idea, que un diálogo entre Parnassus y el Diablo explicita, se contradice con el arte de Gilliam, que tiende a poner la fantasía visual, el diseño del sueño, la efusión ilustrativa, por encima de la narración. En la reconstrucción de ese imaginario, ese Parnassus llamado Gilliam vuelve a contar con la ayuda del milanés Nicola Pecorini (uno de los inventores de la steadycam, su director de fotografía estable desde Pánico y locura...) y una dirección artística que quien se inició como ilustrador de los Monty Python habrá vigilado estrechamente. La dirección de arte echa mano de coloridos campos, ondulaciones y sembradíos dignos de Grant Wood, tanto como bosques de cartón teatral, onirismo de medusas gigantes y escaleras al cielo, decorados gigantescos, grandes ilusiones digitales y hasta algún número musical que parece homenajear la memoria de los Python. El imaginario mundo del Dr. Parnassus, o Pasen y entren en la mente del Dr. Gilliam.
La gran paradoja de este estreno es que si Heath Ledger no hubiera fallecido este trabajo de Terry Gilliam hubiera terminado directamente en los videos clubes. No es que sea una producción mala pero es raro en estos días que un estudio norteamericano se arriesgue a exhibir internacionalmente este tipo de obras que tienen un público sumamente limitado. No es un film para todo el mundo. Lo que ocurrió recientemente con el último trabajo de Spike Jonze (Donde viven los monstruos), que no se desarrolló dentro de lo que son las fórmulas comerciales refritadas es un claro ejemplo de este tema. En muchos países Warner la mandó directamente a video. Hay que acostumbrarse. Si la película es original y distinta puede terminar en dvd. El imaginario mundo del Doctor Parnassus es uno de los filmes más lisérgicos y bizarros que se estrenaron en Argentina en mucho tiempo, donde el director Terry Gilliam ofrece una experiencia única que ni siquiera se puede comparar con otros trabajos de él. Si bien tiene algunos puntos en común con lo que fueron Las aventuras del Baron Munchausen y algunos de sus filmes con el grupo Monty Pitón, Parnassus llevó su locura creativa a otro nivel. Queda claro que de no haber sucedido la tragedia de Ledger, la película hubiera sido mucho mejor. Acá Gilliam más que presentar su verdadera visión de Parnassus lo que hizo fue completar la producción de la mejor manera posible para que la última interpretación de Heath no quedara en la basura. Si bien el principal protagonista en la historia es Christopher Plummer, quien interpreta a al personaje principal, Ledger estuvo a cargo de un rol secundario que cobra importancia con el transcurso de la trama. La realidad es que antes de morir el actor llegó a filmar bastantes escenas y es genial que de ese material el director creó este gran tributo para quien fue uno de los artistas jóvenes más importantes que surgieron en los últimos años. Por eso también es un poco triste ver Parnassus, ya que si bien el trabajo de Ledger tampoco está a la altura de su memorable Guasón, es clarísimo que el tipo iba a camino a convertirse en uno de los mejores actores de su generación. Era uno de los buenos. La trama es un oscuro cuento de hadas, que al menos desde mi experiencia, me remitió bastante a las historias locas que Neil Gaiman escribía para la serie de cómic The Sandman, donde te encontrabas con personajes y lugares imaginarios que nunca viste en ninguna otra historia. Gilliam le encontró la vuelta de manera original a la trama para que los reemplazos de Johnny Depp, Jude Law y Colin Farell quedaran bien conectados con el conflicto. Aunque Farell está un poco más en escena que el resto, los tres hicieron un gran trabajo con una tarea que no era para nada sencilla, ya que en poco tiempo tenían que continuar con sus interpretaciones el personaje que había construido Ledger. De todas maneras, la gran estrella del reparto es Tom Waits, quien se come la película con su soberbia e inolvidable interpretación del Diablo. Un personaje perfecto para él al que le sacó el jugo. Las escenas que tiene con Plummer son fantásticas. Las secuencias de efectos especiales estuvieron muy bien logradas (pese a que el director no contó precisamente con el presupuesto de Avatar) y logran transportarte a esos mundos surrealistas creados por Gilliam. El problema de Parnassus está en la trama, donde la muerte de Ledger, claramente obligó al director a ir por otros caminos que tal vez no tenía pensado cuando concibió este proyecto. No todo lo que se ve tiene un sentido argumental y todo el simbolismo que despliega Terry a lo largo de la película hacen que el film sea mucho más complejo de lo que parece. El cuento es algo caótico y confuso por momentos y no todo el mundo va a salir encantado con esta propuesta. Sin embargo, para quienes busquen disfrutar de una experiencia totalmente distinta a la que ofrecen la mayoría de los estrenos por estos días, la nueva película de Gilliam merece su visión.
Si bien no leí el libro, luego de ver el trailer tuve cierto interés en ver la película, y definitivamente creció al enterarme que su protagonista había fallecido. El hecho de que Heath Ledger, protagonista, y una de las principales razones por las que Terry Gilliam podía llevar adelante este proyecto, falleciera, además de ser una gran pérdida para el mundo del Cine, significó que la película se dejara de filmar. Por suerte, Johnny Depp, Jude Law, y Colin Farrell se sumaron a este proyecto, y lograron que la película se terminará de filmar. Sin dudas Terry Gilliam realizó un excelente trabajo, porque usó mucho del material en el que aparece Ledger, y logró combinarlo con las escenas en las que aparecen los otros tres actores, de una manera maravillosa, y que nos hace olvidar por un momento, que la película terminó siendo así por problemas que surgieron durante el rodaje de la misma. No es casual que el título de la película incluya la palabra "Imaginarium", de hecho creo que es la clave para entender, y disfrutar al máximo de esta película, dejar volar la imaginación, y disfrutar de todo aquello que se nos presente en la pantalla grande, más allá de que sea totalmente irreal e incluso un tanto bizarro... Las actuaciones están muy bien, sus protagonistas son cuatro actores de primer nivel, algunos con mejores actuaciones en su haber que otros, pero todos buenos actores al fin, así que en materia de actuación el nivel está muy bien. Y si tuviera que destacar una en particular, sin dudas sería la de Heath Ledger, quien vuelve una vez más a sorprenderme (una verdadera lástima que se haya ido...). En lo personal, me gustó muchísimo por lo que mencioné anteriormente, esta sensación de poder estar recorriendo este mundo imaginario aunque sea por un raro, y romper con la rutina diaria al menos por dos horas. Algo que me parece sumamente importante aclarar es que NO ES UNA PELÍCULA PARA CHICOS, es decir, no lleven a su hijo, hermano, sobrino, etc. de 5 o 6 años a verla, porque no va a entender nada, se va a aburrir, y posiblemente termine molestando a alguno de los espectadores (me pasó). "El imaginario mundo del Dr. Parnassus" es una puerta de entrada a un mundo de fantasía, que de vez en cuando no viene mal visitar ;)
Una película de puro diseño Para sobrellevar la muerte de su protagonista Heath Ledger, Terry Gilliam convocó a Johnny Depp, Jude Law y Colin Farrell como alter egos. Es muy sencillo descubrir un film de Terry Gilliam con sólo ver un par de fotogramas. Por lo general, tal característica suele citarse como virtud de cineastas importantes. Pero Gilliam, paradójicamente, es un cineasta menos bueno cuanto más se nota su estilo. El ex Monty Python y –sobre todo– dibujante tiene un amor enorme por el diseño, la caricatura, la historieta y la animación. Este amor es tan grande que, con frecuencia, se devora la historia. No sería un problema si se tratara de películas no narrativas, si sólo fueran experimentos visuales. Pero Gilliam además siente predilección por el cuento de hadas, por la fantasía y la frontera entre lo real y lo imaginario, con la ética y la iconografía tanto medieval como barroca. Cuando sus grandes angulares y sus miniaturas de cartulina se retiran un poco y dejan respirar a los actores –o, a la inversa, cuando toman por asalto todos los fotogramas hasta la locura– aparecen sus mejores películas: Doce monos, Las aventuras del barón Munchausen o Pescador de ilusiones (donde un notable Jeff Bridges sostiene la absurda, mágica trama) muestran esa capacidad. Cuando el estilo se impone y carece de trabas, los films naufragan en imágenes a veces bellas y a veces impactantes, pero sin peso propio, apenas tinglados (Pánico y locura en Las Vegas, Los hermanos Grimm). Quizás sea que no siempre puede extender el talento para la viñeta gráfica que mostró en sus aventuras con los Python. Nadie puede negar que su imaginación es frondosa y su capacidad de invención gráfica superior a la media del cine actual. Sólo que son capacidades ajenas –o no privativas– al cine mismo. Parnassus cuenta una historia que, más allá de sus vueltas de tuerca complicadas, sus visiones barrocas y sus invenciones oníricas, es simple: un hombre inmortal (Christopher Plummer) juega varias apuestas con el Diablo (Tom Waits). La última implica perder a su hija al cumplir 16 años: para salvarla, debe conquistar “para el bien” a cinco almas. Y, por azar, recibe la ayuda de un hombre amnésico (o no tanto) que es, también, un pícaro (Heath Ledger, realmente notable y maduro como actor). El “Imaginario” es un espejo: del otro lado, como en la Alicia de Lewis Carroll (obra a la que Gilliam aludió en su primer film, Jabberwocky) espera el mundo de los deseos y las tentaciones, creado a puro juego digital. Allí las almas se pierden o se salvan y allí es donde se juega ese continuo pasaje de lo real a lo fantástico típico de los films del realizador. El gran problema de la película es que, justamente, estas secuencias son de gran inventiva, pero llegar a ellas se hace narrativamente trabajoso. Como si el film no comenzara nunca, tarda en exponer su asunto mucho más de lo que la imaginación del espectador en comprender la historia. Así, la digresión involuntaria que surge para darles espacio a las invenciones gráficas termina funcionando como ripio, como interrupciones (a veces bellas, a veces cautivantes) en el fluir de una trama que se disfraza de profunda cuando sólo es engorrosa. La realización y la actuación (ver al notable Verne Troyer, aquel “Mini Me” de Austin Powers, en un rol perfecto) son en general sólidas. Aun si el film total carece de forma.
La muerte de Heath Ledger, hace apenas más de dos años, transformó en histórica a El imaginario mundo del Doctor Parnassus. Nadie hubiera apostado que lo nuevo de Terry Gilliam hubiera visto la luz tras la desaparición del enorme Guasón, pero ahí también reside parte del encanto de la película que recurre, como pocas antes, a la gastadísima “magia del cine”. Gilliam consigue crear un universo donde todo es posible, y nada mejor que ahí mismo Johnny Depp, Jude Law y Colin Farrell demuestren que ellos pueden ponerse un ratito en la piel de Ledger durante esos fascinantes viajes oníricos que tiene su personaje. El imaginario mundo del Doctor Parnassus consigue capturar una serie de imágenes impensables y, lo que es mucho más atractivo, transformarlas en cine.
El principal atractivo de El imaginario mundo del Dr. Parnassus es, mal que les pese a muchos, el morbo que genera ver “la última película que filmó Heath Ledger“. Como desafío fílmico es también una novedad ver a ¡4 actores de primer nivel! interpretando al mismo personaje (completaron el film en lugar de Ledger figuras de la talla de Johnny Depp, Colin Farrell y Jude Law), y aunque es cierto que el film ofrece cuestiones interesantes, sin dudas no es tan genial como quiere hacer creer el grueso de la prensa especializada. La historia, muy complicada de explicar en un texto, sería más o menos la siguiente: el Dr. Parnassus es un ser inmortal que básicamente cree en la bondad de los hombres. Según su concepción de la vida, los humanos elegirán siempre el bien común por sobre su bienestar personal. Como contracara está el diablo, quien asegura totalmente lo contrario: el mundo es básicamente un “sálvese quien pueda”. La discusión de estos dos seres pasa a ser una disputa por las almas de los hombres: su relación es mediante apuestas. Así, Parnassus quiere enamorar a una mujer, para lo cual desea además recuperar su juventud. El diablo le ofrece la posibilidad, a cambio de que el Dr. le entregue a la hija que ellos conciban cuano ésta cumpla 16 años. Justamente en la previa del cumpleaños es que se ubica la película, y Parnassus deberá entregar a su hija. Sin embargo, el diablo le ofrece una nueva apuesta: podrá liberarse de la deuda siempre y cuando consiga antes que él 5 almas. Es decir, siempre y cuando 5 hombres que estén ante la duda de la elección, opten por el bien general antes que su bien personal. Para ésto es que Parnassus se mueve con un “circo itinerante”. En un truco en el que se presta como una suerte de mentalista, el Dr. ubica a los hombres ante la disyuntiva, y éstos deberán elegir. Para vencer al diablo, Parnassus contará con la ayuda de un embaucador profesional (Ledger), que él mismo no tiene bien claro cuál de las dos opciones elegiría… La película se destaca sobre todo por su despliegue visual. Los colores son realmente geniales, las escenografías sorprenden (sin hacer uso de la “facilidad” del 3D) y los vestuarios son interesantes. La historia en sí es buena, y la película -comandada y escrita por el ex Monty Python Terry Gillian- es interesante, aunque insisto en que sin dudas habrá “estrellitas” de más en las calificaciones de los medios.
Los Demiurgos de Terry Gilliam se miran al espejo Cuenta la historia que allá por el año 2006 Terry Gilliam comenzaba a bosquejar un guión propio concentrado en el derrotero de un grupo de actores transhumantes en la Londres contemporánea, quienes aparecían transportados a mundos imaginarios tras atravesar un espejo. A partir de ese momento se contactó con el guionista Charles McKeown, con quien ya había trabajado en el libro de Brazil y Las aventuras del Barón Munchausen. La sociedad creativa no tardó en concretarse y así fue creciendo el proyecto de la caótica y melancólica El imaginario mundo del Dr Parnassus. ¿Acaso el desborde de la imaginación de un artista a quien le fascina asumir riesgos no es caótico? Si hay algo que define la carrera cinematográfica de este director, sin duda lo primero que surge es la alternancia de universos en distintos niveles de realidades: el de la locura en 12 monos; el de las alucinaciones lisérgicas de Pánico y locura en Las Vegas; o simplemente el que aporta el sueño y la pesadilla del propio realizador en calidad de símbolo o alegoría, cuyo ejemplo más concreto no es otro que Brazil. Otra de las obsesiones que persiguen al ex Monty Python (desde los orígenes de su carrera con Los aventureros del tiempo) es la de los relatos literarios, claro nexo emocional con la infancia desde el punto de vista narrativo, tal como quedara plasmado en su fallida Los hermanos Grimm y en su particular y retorcida visión de la Alicia de Lewis Carrol desde Tideland. Todos esos elementos conceptuales, bañados del cinismo y la particular mirada del autor, se mezclan alquímicamente en la trama de su nueva obra coronada no sólo por la expectativa de su retorno sino por la repentina muerte del protagonista Heath Ledger; acontecimiento que casi pone punto final a la continuidad de la aventura, pero que gracias al creativo Gilliam no hizo mella sobre el proyecto más que transformar algunos aspectos del relato y, entre otras cosas, reemplazar al actor fallecido por tres estrellas populares como Johnny Depp, Jude Law y Colin Farrell, sin alterar el espíritu de su película.. Y si de alquimistas se trata, ese mote le cabe perfecto al personaje central interpretado magistralmente por Christopher Plummer, un condenado a la inmortalidad que por su ambición pactó con el Diablo (sorprendente performance del músico Tom Waits) la entrega de su hija Valentina (la modelo Lily Cole) cuando ella llegara a cumplir los 16 años. Mientras se acerca el plazo, deambula con su troupe de actores por las sombrías y empedradas calles londinenses ofreciendo un espectáculo en donde los participantes pueden vivir temporalmente en sus propios mundos imaginarios, ayudados por la poderosa mente de Parnassus y un espejo por el que deben pasar. Así, la multiplicidad de escenarios posibles por los que transita la historia, junto al inagotable reservorio de ideas del delirante Gilliam, dominan el film aportándole energía y una fuerza creativa que mezcla imágenes surrealistas, escenografías que remiten al teatro con sus representaciones de cartón pintado y una batería importante de efectos visuales y digitales al servicio de la acción y no como ejercicio exhibicionista, cuyo máximo responsable es Nicola Pecorini desde la deslumbrante fotografía. Si el azar o el destino tienen algo que ver con la aparición de Tony (Ledger hasta su fallecimiento, luego Depp, Farrell y Law), poco importa ya que el misterio que rodea a la identidad de este extraño seduce tanto a Parnassus como a Valentina, su hija adolescente; al mismo tiempo que despierta los recelos de Anton (Andrew Garfield), el pordiosero presentador que forma parte del grupo junto al cínico enano Percy (Verne Troyer). Con la firme intención de despojarse de los arquetipos del bien y del mal podría decirse que estos dos personajes, Parnassus y el Diablo, equilibran la balanza del mundo a partir de la apuesta constante de las almas, como los Demiurgos que digitan la gran obra teatral del universo (sí, la serie "Lost" no inventó nada al introducir personajes sobrenaturales), atravesada por la tragedia y la fuerza de la voluntad para vencer el miedo a los propios deseos y, en definitiva, a la soledad que es la mueca más perversa de la inmortalidad. Esa es la tortuosa y a la vez maravillosa piedra que carga el protagonista, quien debe apostar con su enemigo para darle sentido a su ambiguo y siniestro don de la inmortalidad en un mundo de mortales, narcotizados por lo mundano y lo superfluo, para quienes un teatro ambulante y un anciano en posición de buda resulta anacrónico y aburrido. De ahí que debe entenderse a este nuevo trabajo de Terry Gilliam como un puente intertextual que se vincula dialécticamente con toda su prolífica obra, pero sobre todas las cosas con sus pensamientos más profundos acerca de la banalidad del mundo (piénsese en la subtrama de la caridad con un gran cameo de Peter Stormare como presidente hemipléjico) y los tiempos que lo rodean, donde la única esperanza parece encontrarse en el camino de la imaginación; de la creación en pleno proceso y en el retorno a los orígenes de los relatos, cruzados con las fábulas y los arcanos siempre vigentes y tan actuales y necesarios en un siglo en el cual lo profano sepultó a lo sagrado, tal como presagia el desenlace del film. Tal vez el azar o el destino hayan querido que este fuera el legado cinematográfico de Heath Ledger, cuyo crecimiento actoral avizoraba un futuro tan rico como arriesgado. No obstante, eso quedará en el terreno de la especulación sin generar otro anhelo que la necesidad de volverlo a disfrutar en esta singular mirada del realizador de Pescador de Ilusiones, en la que los Demiurgos propios se enfrentan cara a cara y se miran al espejo.
El Doctor Parnassus es el mismo Terry Gilliam y no hay mucho más para agregar. Sus apuestas con el diablo, esas que le han garantizado la inmortalidad, son la metáfora perfecta de su conflictiva relación con los estudios de Hollywood. La muerte de Heath Ledger es apenas otra triste anécdota dentro de una carrera plagada de las más bizarras eventualidades, chequear sino Lost in La Mancha (2002). Tan exuberante y enajenada como cabía esperar, la película es una extraordinaria montaña rusa visual que celebra en términos conceptuales todos los desbordes posibles de la imaginación humana. A pesar de un elenco repleto de apellidos ilustres, el que se roba el show es el genial Tom Waits componiendo a un Mefistófeles de antología...
El artista Terry Gilliam es seguramente el director más personal y barroco de los que están en actividad. Desde los días en que formaba parte de Monty Python le gusta forzar los límites de la representación y el artificio. Liberado del peso que le imponía la obligación de hacer películas en cierta forma episódicas para el lucimiento de todo el grupo, Gilliam dejó volar su imaginación y ya fuera para contar las aventuras del Barón de Münchhausen o para contar una ucronía deprimente como Brasil, Gillian apelaba a distintos lenguajes o texturas y si era necesario dejaba ver los hilos del artificio. El imaginario mundo del Dr. Parnassus vuelve a mostrar a un Gilliam convencido de contar historias mas grandes que la vida, historias aleccionadoras, historias en las que el realismo puede virar al mas extremo non sense, típico de los ingleses (aunque en verdad él sea estadounidense). Un actor que está cumpliendo mil años, Parnasus (Christopher Plummer) esconde un secreto que lo oprime y lo hace sufrir. Lo une un pacto con el demonio según el cual debe entregarle a Belcebú su hija cuando ella cumpla los quince años cosa que cuando empieza la película está a punto de suceder. El asunto es que ese barroquismo y ese jugarse a fondo de Gilliam más de una vez le ha hecho pasar apuros cómo cuando filmando una versión de El quijote de la Mancha todos los dioses se pusieron en su contra y nunca logró terminar esa filmación, pero en cambio de allí salió un excelente documental sobre lo que un artista es capaz de poner en juego en función de terminar su obra y lo que tarde en rendirse. El imaginario… sufrió también problemas en el momento de la filmación. La muerte de uno de sus actores principales, Heath Ledger. Con buena parte de la historia ya filmada, Gilliam suspendió para re escribir el guión y con la ayuda de Colin Farrell, fearrel, Johnny Depp y Jude Law, tomando la responsabilidad de encarar distintas alucinaciones del papel de Ledger, fue que la película llegó a su fin. La película es entonces una ficción alucinada de un director habituado a los desbordes pero también es el documental de cómo Gilliam se la ingenio para burlar a la muerte. En ese punto hay que decir que el film es una proeza artística, una aventura, una quijotada a contramano de lo que el mercado dice que debe hacerse y por eso hay que verla, porque es una causa pérdida y esas son las únicas causas que vale la pena defender.
Simpatía por el demonio Un carromato atravesaba Londres ofreciendo una atracción de feria, un viejo tenía o aparentaba tener poderes no demasiado claros. Algunas personas de mal talante trasponían un espejo mágico y se metían en un mundo raro, un poco violento, pero que no se entendía qué era. Mientras tanto yo estaba en problemas y pedía a gritos (internos, para no escuchar chistidos de mis compañeros de sala) que alguien me explicara qué era lo qué estaba viendo, qué cuernos hacía el Doctor Parnassus mientras parecía estar en trance y sobre todo, a dónde iba a ir a parar el argumento de esta película, si es que existía. Después, muy trabajosamente, la cosa se fue despejando y supe un poco de qué se trataba El imaginario mundo del Dr. Parnassus, la última película de Terry Gilliam. Entendí que el mentado Parnassus (Christopher Plummer, luciendo unas arrugas majestuosas) era un hombre inmortal y que tenía trato bastante frecuente con el diablo. También a las cansadas me enteré de que uno de esos acuerdos consistió en un canje por el cual Satán lo rejuveneció para que pudiera levantarse a una chica a cambio de que, en el caso de tener fruto de esa unión, entregara el alma de su hija a los poderes del averno cuando cumpliera dieciséis años. Perder a su hija y vivir para siempre eran los dos grandes problemas que acosaban al héroe y que lo llevaban a la bebida y a una constante sucesión de apuestas con el mismísimo Lucifer. Ya más tranquila y presintiendo que la cosa venía por el lado de Fausto, pude abandonarme al disfrute de una película tan caprichosa como oscura. Caprichosa porque nada era seguro mientras transcurría. Cualquier cosa podía suceder, desde que los protagonista cambiasen de cara (el finadito Heath Ledger se transformaba en Johnny Depp, Jude Law y Colin Farell cada vez atravesaba un espejo mágico) hasta la creación de mundos inexistentes y freudianos en que el bien y el mal luchaban por saber quién se ganaba un alma. En El imaginario mundo del Dr. Parnassus también la dirección es arbitraria, llena de planos en gran angular donde la idea es meternos, sin necesidad del 3D, en esos lugares inventados. La cámara recorre esos territorios, pero en el momento en que nosotros nos sentimos seguros y adoptamos su visión, hace un movimiento brusco y nos deja desubicados, tan extrañados como los personajes que alucinan ese momento.Al estilo de filmación se le suman algunos datos más que hacen de El imaginario una película por sobre todo oscura. En primer lugar por el dato necrófilo: sabemos que Heath Ledger murió a mitad de la filmación y hubo que hacer malabarismos extraños con la trama para que poder terminarla. Al respecto, tengo que confesar que me produjo una mórbida fascinación ver actuar a un hombre que sin saberlo estaba terminando sus días, contemplarlo en su despedida involuntaria, ver en presente a alguien que ya es puro pasado. También hay algo de oscuridad en las ideas que rondan el film. Allí la moralidad de los personajes es dudosa: todos tienen momentos de debilidad y ropa sucia que esconder, si no es en el pasado, es en sus fantasías, ese mundo privado que nos lleva muchas veces a lugares poco confesables. Ni siquiera los héroes resisten allí que le revisen los archivos, y el discurso del film parece decir que esto no está tan mal. Las acciones que representan el bien no son tan probas ni las villanías tan abominables, y menos aún lo es Satán, que en los zapatos de Tom Waits es pura maldad, picardía y elegancia. Es entonces que la ambigüedad narrativa y axiológica de la película (que ya parece ser marca registrada de Terry Gilliam) nos deja un poco alucinados, confundidos y permisivos con las elecciones éticas. A fuerza de caos e imágenes sensuales nos quedamos pensando que capaz no es tan malo dejarse caer en el maravilloso mundo del Doctor Parnassus en el que las tentaciones toman el cuerpo de Johnny Depp, Jude Law y Colin Farell, y donde a las almas castigadas nos recibirá como anfitriona del fuego eterno la sonrisa torcida de Tom Waits.
Partes que no suman Pocos nombres del cine de los últimos 20 años han cosechado un reconocimiento tan excesivo como el de Terry Gilliam. Veamos: ¿cuántas películas buenas de verdad filmó luego de formar parte de aquel grupo maravilloso llamado Monty Python? Y hace de esto ya suficientes años como para exigirle, a cambio, una carrera más o menos regular. Pero no, su cine ha sido siempre un resumen de buenas ideas visuales arruinadas cuando las mismas se convirtieron en relato: 12 monos o Brazil pueden ser ejemplos en contrario de esto. El imaginario mundo del Doctor Parnassus es no sólo otro film más lastrado por su diseño visual, sino además un caso especial ya que aquí Gilliam hasta parece darse el lujo de auto-homenajearse. El Doctor Parnassus (Christopher Plummer) es no sólo un mentalista, sino además el jefe de una especie de trouppe circense con rasgos medievales que transita la Inglaterra actual. La decadencia barroca, algo de lo que Gilliam parece ser adicto, genera un choque más que ostensible en los primeros minutos. Allí tal vez se encuentra lo más interesante, y una de las tesis argumentales: cómo determinado tipo de entretenimiento, que antes era popular, ahora es sólo una expresión fatigada y a la que nadie parece darle demasiada importancia. Para más precisiones, el arte de contar historias. El imaginario mundo del Doctor Parnassus no mide en ese defasaje el dolor de lo que ya no es, sino que lo que le interesa es hablar del tiempo (físico, metafórico), y de cómo su fuga y la imposibilidad de asirlo nos provoca melancolía y angustia. Vaya uno a saber de qué extraña manera la temprana muerte de Heath Ledger, uno de sus protagonistas, terminó impactando en el relato. ¿Sería la misma película de no haber ocurrido este desgraciado suceso? Ledger interpreta a Tony, un misterioso sujeto que es encontrado por la trouppe de Parnassus. Su aparición se da ahorcado, colgando de un puente. Y nadie puede acusar a Gilliam de lucrar con la muerte: eso estaba en el film de manera promisoria. Más allá de sus errores, Gilliam cuenta con dos elementos a favor: uno de ellos es su inimitable imaginación; hasta da la impresión de que sus películas las sueña y luego las filma, en vez de pensarlas en guión. En esas instancias donde la fantasía se desborda, se puede ver a un artista en plena forma, creando, más allá del desborde en el que incurre a veces. El otro elemento es su humor: británico, pero siempre dos niveles más arriba, la fantasía animada de Gilliam muchas veces es aplicada en retorcidas cuotas de humor. De hecho un número musical sobre la policía parece querer recuperar aquellos tiempos con los Monty Python. Todo esto es lo que salva al film del aburrimiento pedante. El circo ambulante del Doctor Parnassus tiene un espejo, donde aquel que ingresa verá sus fantasías aumentadas y convertidas en universo: así, un niño podrá transitar un camino con globos gigantes o una señora muy elegante, zapatos que flotan en una atmósfera fashion. Allí se ve otro de los problemas de Gilliam: utiliza la fantasía como metáfora aleccionadora. Un poco moralista, el primer intruso en el mundo de Parnassus recibirá su merecido al caer en un río de botellas de vino vacías. Que lo fantástico tenga como fin la lección de vida, le quita méritos a la imaginación del director ya que la circunscribe lejos del terreno que debe ser: el de la libertad. Y en ese ir y venir entre aciertos y desaciertos, sí hay un gran acierto de Gilliam con el personaje de Ledger. Se sabe, el actor murió antes de terminar el rodaje, por lo que en vez de trucarlo digitalmente se prefirió llamar a varios actores amigos y famosos (Johnny Depp, Jude Law y Colin Farrell), quienes representan a Tony en esos instantes donde se introduce a través del espejo. La doble identidad es otro de los temas del film, y el director utiliza ese recurso de manera acertada. Como ocurre siempre con Gilliam, El imaginario mundo del Doctor Parnassus no es para descartar así nomás. Amén de lo ya mencionado, también posee los toques cool que caracterizan al director (aquí un Tom Waits haciendo del Diablo), la deformidad vista con ojos amables (el impecable Verne Troyer) y la seducción del relato fragmentario e imbuido en cierta somnolencia que le da un aura místico. Lo peor en Gilliam es que todo eso no alcanza a construir un film, que siempre es la suma de sus partes. Lamentablemente la falta de fluidez, la escasa claridad expositiva, la desprolijidad de varios instantes en los que los actores parecen conducirse sin orden y un barroquismo que atenta contra la empatía con los personajes son otros componentes habituales de su cine. Aunque la recurrencia en estos errores podrían convertirse ya en marca de autor, y estaríamos hablando de un raro caso de auto-boicot. Teniendo en cuenta a los personajes de Gilliam, esto último no sería tan descabellado.
Caos en la vida de un narrador. El cine de Terry Gilliam es bastante peculiar. Sus películas son amadas u odiadas (últimamente, más odiadas que amadas). El director puede dar rienda suelta a su poder de imaginar mundos alteras y piscóticos que a veces, funcionan y terminan por sumir al espectador en una experiencia surrealista y sensorial. Brasil, una de las más polémicas obras del director, trataba sobre una víctima de un Estado totalitarista, y si bien el nivel de disparate era alto, en el tercer acto todo se desmesuraba. Pasión por la fantasía y lo caótico, algo que también agrada en 12 monos, aquella ficción con Bruce Willis. Durante el rodaje de la película, Heath Ledger falleció y Gilliam sólo contó con la mitad de su papel rodado. Casualmente, eran todas las secuencias "reales" del film. Para saber a qué me refiero, vale la sinopsis de la película. El Doctor del título es un monje de miles de años de edad, un inmortal, que vive apostando contra el diablo (una carismática creación del músico Tom Waits). A través de los siglos, estos seres estuvieron apostando almas humanas. Parnassus tiene un espejo mágico que, al cruzarlo, refleja la imaginación del (o los) visitante(s). También es controlado en parte por el mismo Parnassus y el diablo, que intentarán convencer a cada uno de que vaya para su lado. Hasta la llegada de Tony, un hombre al que la compañia ambulante del inmortal salvó del suicidio, las cosas no iban bien. No sólo porque ya nadie parece interesado en el mugroso y anticuado show, sino porque la misma banda de fenómenos (entre los que se encuentran la bonita Lily Cole y el cómic relief de la película, Verne Troye, Mini-me en la saga de Austin Powers) carece un de un show-man. Ese es el papel con el que juega Heath Ledger. Según Gilliam, el papel y el guión no sufrieron modificaciones notables a pesar de la muerte del protagonista (aunque algunos diálogos en el Imaginario parezcan indicar que sí). El papel de Tony, que algunos podrán ver como un ángel (está siempre de blanco) salvador del teatro ambulante y callejero, tiene varios matices, y muchas caras. Y no sólo porque cada vez que cruce al Imaginario sea un rostro literalmente distinto. Vale aclarar que con la muerte de Ledger, Gilliam recurrió a sus amigos para completar el material. Así tenemos a Johnny Depp, Jude Law y Colin Farrell (los cuales, salvo el último, no tienen considerable tiempo ni protagonismo en pantalla). Uno no se puede quejar de que se rompa algún tipo de conexión emocional con Tony al cambiar de rostro, porque sinceramente, no creo que se produzca con algún personaje. No es algo necesariamente malo: la película no trata de ser sentimental, sino, puramente visual. Quizás no tanto, porque la trama está plagada de giros inesperados (un tanto caprichosos e incomprensibles) como para dar el tercer acto tan típico del director de Pánico y locura en Las Vegas. Si bien en la historia hay romance y rendención, el acento está puesto (y debe ser donde el lector se enfoque, si quiere disfrutar la película) en el vasto despliegue visual y fantástico del universo imaginario. Gilliam es un artista, y se nota en cada edificio, construcción, o detalle que tengan sus personajes. Desde mundos conformados por láminas desiguales hasta árboles de madera y escaleras que van hacia las nubes, pirámides que simbolizan el camino hacia Dios, o la purificación del alma. Una obra menor suya, es más original que el resto de las películas promedio. El problema con todo el relato es, justamente, la narración. Es totalmente caótica. Y en esto, Gilliam profundiza sus errores. Por todos los aciertos que tiene el film (que son bastante y agradables) también uno siente la truncada y esforzada narrativa. Desde los flashbacks que carecen de mucho sentido, hasta las tragedias que sufren sus personajas. O el desarrollo de la película, que quiere abarcar mucho y termina apretando poco y nada. Ejemplos hay a montones. Como las visitas al Imaginario, que en un primer momento son impresionantes, para luego ser repetitivas y arbitrarias. Es obvio que Gilliam se identifica con los artistas londinenses callejeros que protagonizan su relato. Y va por más: se anima a decir que el universo, el cosmos, el orden, funciona gracias a que siempre hay una historia por ser contada. Perdón, una historia que se cuenta en ese mismo momento. Parnassus es Gilliam. Es un narrador, que pone enfásis en las imágenes del relato, pero se olvida que para que las imágenes se complementen, debe haber una fluidez notoria con lo que uno cuenta. Mirando la película, me preguntaba si haciendo más abstracta la "historia" no hubiese sido más productivo para todo el film. Para sentir una experience totalmente surrealista, bella, y bien trabajada (todos los actores están bien, algunos más, como el gran Christopher Plummer). Digo, las alegorías se notan sin necesidad de remarcarlas, y por lo que uno se lleva de "la historia" (la película parece una sucesión de secuencias creativas, pero que no siempre encajan) no sería demasiado problema. Después de todo, para ser inmortal, Gilliam tiene al cine. Y seguramente nos cautivará con una obra maestra. Por ahora, sólo es un show aceptable.
Un mundo de sensaciones Para bien o para mal, Gilliam 100% Terry Gilliam siempre ha sido un director que ha hecho lo que quiso. Avalado por algunos éxitos inesperados por la industria consiguió sostenerse en un mundo donde los fracasos (estrepitosos y millonarios) no son acumulativos. Después de Los hermanos Grimm y Tideland y siguiendo con esa temática de fantasía a la que es tan proclive se internó en el mundo del Doctor Parnassus y con la presencia de Heather Ledger vio como se le abrieron las puertas para su proyecto. Pero nunca nada es tan sencillo. El protagonista murió antes de terminar la filmación y Gilliam se vio envuelto en un dilema. Con una pequeña ayudita de los amigos de Ledger (Deep, Farrell, Law) se resolvió lo que aún restaba filmar y el resultado está ante nuestros ojos. Un cuentito pura fantasía y magia que carga con todos los tics del mundo gilliamista. Sus virtudes y defectos. Un hombre inmortal (Plummer), artista trashumante, de esos de carromato y carretera, afecto a los relatos y al juego ha hecho un pacto con el diablo (Waits) por el cual consiguió la juventud para enamorar a una bella joven y le debe entregar el alma de su hija cuando ésta llegue a los 16. Estamos en plazo a cumplir y el negocio del encantamiento no anda nada bien. La troupe (viejo, hija, enano y joven asistente) rescata en su camino a un muchacho (Ledger) que se ha ahorcado bajo un puente, que tiene un secreto que ocultar y ganas de colaborar con sus salvadores. De evidente lectura autobiográfica (un hombre a contrapelo de una contemporaneidad que lo excluye y lo olvida), el filme desarrolla un mundo de magia y trucos de cartón pintado, despotrica contra uno real hipócrita y de superficial corrección política, levanta los afectos frente al dinero y funda su fuerza en el poder de la palabra narradora. El guión con baches estructurales y desquicios propios de una cabeza en ebullición permanente y con aciertos para solucionar el problema de la muerte (el protagonista cambia de aspecto al atravesar el espejo y todo fluye naturalmente), no deja mucha opción: o uno se adentra en esa realidad fantasiosa planteada o se sienta a buscarle la quinta pata al gato y pedir, algo así como, un realismo inapropiado.
Raro, como encendido Lo último de Terry Gilliam sigue la línea de la mayoría de sus películas y guiones en general. Sus ideas surreales e imaginativas se remontan a los tiempos de Monty Python en donde más particularmente se destacaba por sus burlescas animaciones que involucraban todo tipo de ideas delirantes que convirtieron a la serie del quinteto humorístico en un programa de culto absoluto. De los cinco Python’s, Gilliam fue el único que se atrevió a dirigir y guionar sus propias películas, o al menos el que más se destacó por ello (pese a que John Cleese por su parte recibió una nominación al Oscar por el guión de A Fish Called Wanda). Puede acusarse que El imaginario del Doctor Parnassus es efectista, hasta cierto punto algo simple e incluso no tan poderosa a nivel visual como lo fue Brazil o 12 Monos, lo cual deja al descubierto ciertas lagunas narrativas, no obstante es irrefutable que se trata de una obra muy personal y única que no deja de sorprender en ningún momento. Vale la pena compararla con la obra de su colega Tim Burton dada la naturaleza de la premisa fantasiosa, pero a diferencia de Burton, Gilliam no explota sus recursos del mismo modo que lo hace Burton desde hace diez años, es decir, pese a que siempre se mantiene en la misma línea narrativa y sigue el curso de un género que ha sabido aprovechar por largo tiempo, de algún modo logra reinventarse y buscar una vuelta distinta que distinga a su película como diferente del resto, lo cual no se puede decir del creador de Jack que en los últimos tiempos no ha sabido más que convertirse en un estereotipo de sí mismo. Y es por este motivo que Doctor Parnassus resulta una bocanada de aire fresco en su carrera que luego de sus anteriores dos producciones (Tierra de pesadilla y Los Hermanos Grimm) parecía ir cayendo en picada. Mucho se ha dicho al respecto de que se trata de la última (e inconclusa) aparición del difunto actor Heath Ledger que debió ser reemplazado por tres otros intérpretes (Johnny Depp, Jude Law y Collin Farrell). Lo curioso es que de haberse escrito el guión original de esta manera, ciertamente hubiera parecido natural y no un último recurso. La verdad es que la situación se supo salvaguardar de manera sorprendente hasta el punto de que resulta increíble creer que se debió cambiar tanto el guión para poder terminar el rodaje. En definitiva, no es ésta una película para cualquiera, y es incluso difícil de ver, no por la complejidad del relato sino por el mero hecho de que Gilliam siempre ha manejado una narrativa muy particular que no siempre es bienvenida por todos los espectadores. Bonus Track -Tom Waits en su papel de diablo es un deleite para sus fanáticos. De todos los papeles que ha hecho para el cine, probablemente éste sea el mejor desarrollado, y no parece casualidad que el rol de diablo le siente tan bien.
Parnassus, en un momento de la película, dice algo así: dejar de contar historias acabaría con el mundo. El diablo le demuestra que no, que no se acabaría nada y así se resuelve esa breve escena. Sin embargo me queda colgada de alguna neurona y vuelvo constantemente a ese momento cada vez que pienso en El imaginario mundo… Todo en este aparente sinsentido creado por Terry Gilliam se pone en contraste y para eso nada mejor que un espejo visiblemente falso para ejemplificarlo. Todo tiene su contratara, su opuesto. La película es colorida, mágica y luminosa pero también oscura, sombría y corriente. Es llana y esquiva. Deslumbrante y seductora y también demasiado deslumbrante y barroca y por momentos entusiasma pero se hace larga. Y un dejo de melancolía (si se quiere, extra cinematográfica) la recorre, porque la presencia de Ledger (Tony), hoy que es nostalgia y ausencia, es insoslayable, y esa tristeza se imprime de alguna manera en el tono del relato pero no se podría decir en absoluto que es una película triste. Parnassus es un viejo mago o ilusionista o ser maravilloso, vaya uno a saber, tampoco importa demasiado, que vive haciendo tratos con el diablo en busca de inmortalidad, amor o el mero deseo de apostar incansablemente con ese entrañable amigo que supuestamente proviene del infierno, aunque en realidad el único infierno en la película parece ser la vida moderna y bien real de la que Parnassus ofrece escapar por unas monedas en un desvencijado carromato y con solo trasponer un espejo, cosa que efectúa con un éxito bastante lamentable, vale decir. Hasta que aparece Tony. Tony es un personaje que podríamos describir acabadamente con la palabra chanta, no sin dejar de agregar que es tan o más encantador que ese espejo. Tony introduce cambios, moderniza las apariencias del truco, trae clientes, almas ávidas de plasmar deseos, de dejarse llevar. Tony parece que va a modificar el rumbo de la vida de Parnassus y de la película pero poco pasa, porque en realidad no pasa mucho y a la vez todo, los personajes están ahí, crecen, se pelean, se enamoran, viven, acá y allá. La película es eso, mundo real e imaginario conviven de la misma manera. Cada viaje hacia el otro lado no es otra cosa que la materialización de la imaginación de cada uno, entonces cada momento dentro del “imaginarium” será, tanto a nivel narrativo como visual, único, desparejo, vibrante, pobre, incoherente, metafórico… tanto como la imaginación de cada uno. Y un poco de esa manera, con recelo pero finalmente traspasando el espejo es una buena forma de acercarse a El imaginario mundo…, dejarse llevar por sus excesos, su exuberancia, romanticismo, humor, color, nostalgia. Abandonarse al maravilloso sinsentido. No buscar entender, entender todo y pensarlo después.
¿Cómo explicar un filme de Terry Gilliam? O peor aún, ¿cómo calificarlo? Quizá valga decir que los delirios (llamémosle dialéctica fantasía/realidad) del director de “Brazil” nunca llegaron tan lejos como en “El imaginario mundo del Dr. Parnassus”. Encima, la muerte de Heath Ledger en medio del rodaje le agregó a la película un manto de oscura maldición secreta. Un manto similar al que cae sobre el Dr. Parnassus, que posee el don de guiar la imaginación de los otros, pero que, jugador empedernido, miles de años atrás hizo una apuesta con el Diablo (un gran Tom Waits), con la que se ganó la inmortalidad, a condición de entregarle a su hija al cumplir los 16 años. El Imaginarium de Parnassus es como un circo ambulante y medieval en pleno siglo XXI y entrar en él, queda claro, es entrar al mundo onírico de Gilliam.
Seres de una estirpe extraordinaria Cuando las esperanzas se difuminaban, y el nonsense carrolliano se perdía en la cobertura de torta de casamiento que es la Alicia de Tim Burton, aparece el Dr. Parnassus. Lo que equivale a decir Terry Gilliam. Lewis Carroll y Terry Gilliam. Sí, siempre, desde la primera de sus películas. Por las dudas, recordemos su título, prueba suficiente: Jabberwocky (1977). Todavía más, porque el sinsentido, la ironía, la burla majestuosa, ya estaban en los Monty Python, con Gilliam como miembro sobreviviente y norteamericano del grupo inglés e incomparable. Luego sus films en solitario, con el espíritu de Alicia como guía, con la confianza en la fabulación, con el saber necesario como para poetizar de forma lumínica y tantas veces oscurísima. Tierra de pesadillas (Tideland, 2005) es expresión última. Entre momentos pendulares de plenitud alegre o depresiva, aparece el mundo de imaginaciones del Dr. Parnassus. Apenado y sufriente, Parnassus acarrea el mal de la vida eterna. El Diablo me engañó, se queja. Me dejó ganar la apuesta y la vida eterna porque sabía que el mundo cambiaría. Ya nadie gusta de escuchar historias, de dejarse encantar por el "había una vez", de perderse en laberintos imaginarios. Los labios de Parnassus continúan el periplo del juglar que narra pero a oídos ahora sordos, a bordo de su escenario rodante, con una hija adolescente, un chico de la calle, y un enano que es su voz lúcida y conciente. Entre Parnassus y el Diablo se juega el destino del mundo. Y los dos, que quede claro, aman el mundo. En otras palabras, entre Christopher Plummer y Tom Waits. ¿Qué más decir? Decir que el film está dedicado a Heath Ledger, dada su muerte prematura, a sólo un mes de rodaje. Los rostros de Colin Farrell, Johnny Depp y Jude Law cubren las otras caras del actor, todas y cada una expresiones del espejo que deforma y revela. El espejo que habrá de atravesarse para el ingreso en los mundos imaginados. Algunos de riqueza bellísima, otros de estupidez consumista. No hace falta a Gilliam dar lecciones de panfletería, sino sólo plasmar sus no lugares de ensueño, en el seno mismo de tanto shopping carcelario. A través, por ejemplo, de su coreografía -tan, pero tan alla Monty Python de policías afeminados, donde las rayas de las pantymedias saben dar textura al culo de la ley. El imaginario mundo del Doctor Parnassus es tan melancólica que juega sus cartas para un desenlace de desencanto, con interrogantes que persisten sobre los personajes, sin respuestas tontamente claras. Parnassus tiene tantas caras como el espectador quiera o se atreva. Miembro de honor de la estirpe mágica de seres extraordinarios como el Dr. Lao, el de las siete caras, en aquel film bello de George Pal (1964). Depositario de los misterios que viene de un más allá remoto y oriental, soñado y misterioso. Quizás la realidad que quepa hoy a su magia sea la del homeless que mendiga palabras. Todo ello como parte de un mundo cuya imaginación parece derruirse, tal vez reconstruirse.
EL CAOS DE LA IMAGINACIÓN Hay películas que se destacan por presentar un argumento complicado pero deslumbrante, hay otras que triunfan por su simplicidad y otras que con originalidad logran salirse del género introducido para impregnarse de diferentes características. Pero, hay otras que sin tener un desarrollo cronológico importante o difícil atraen por ser distintas, por mostrar algo de la esencia del cine arte y por invocar una locura imaginativa que se destaca en todo momento. Esto último sucede con esta cinta. El Dr. Parnassus es un anciano que logró hacer un pacto con el diablo a cambio de poseer la vida eterna. Cansado, agobiado y sin nada de qué comer, decide junto con su hija, Valentina, y sus amigos Percy y Anton, llevar adelante un excéntrico show callejero en donde invita a sus espectadores a dar un viaje por sus sueños y así poder ganar dinero. Una última apuesta con el Rey del infierno y la llegada de un misterioso personaje van a ser los conflictos por los que ellos van a tener que pasar y tratar de solucionar. Se podría decir que dentro de este film hay dos totalmente diferentes: la realidad y los sueños. Estas dos partes se complementan pero presentan un desarrollo totalmente distinto. En la realidad los personajes deben luchar con el hambre, la suciedad, la originalidad, la vida y la ambición por vivir dentro de una familia tipo. Es aquí donde se plantean los problemas y donde algunos de ellos se solucionan, donde aparecen interesantes personajes y actuaciones increíbles. Pero también es el lugar donde van apareciendo las incoherencias, los saltos abruptos en la narración y una historia muy sencilla que no da lugar a las sorpresas y se deja dominar por la previsibilidad. Teniendo esto en cuenta, la primera mitad de narración se vuelve algo tediosa ya que el problema no logra explicarse con fundamentaciones y no se va a ningún lado cronológicamente. Pero es allí donde va apareciendo el otro costado de la película y donde las cosas empiezan a mejorar. Cada vez que un personaje entra al espejo del Doctor Parnassus, donde la imaginación cobra sentido y donde lo subrealista es el principal protagonista, uno siente estar viendo otra película separada a la antes planteada. Los colores cambian, los diseños de los decorados son diferentes y las sorpresas son el principal atractivo. Hay muchísimas situaciones para pensar, mucha filosofía mezclada con los hechos principales de la cinta. Es allí donde el espectador debe empezar a seleccionar y disfrutar del festín de ridiculeces que van apareciendo y tratar de que las mismas cobren sentido. Por el lado actoral Christopher Plummer (Parnassus) hace un trabajo muy bueno, sus momentos finales y principalmente sus charlas con el diablo son majestuosas. Tom Waits (Mr. Nick) es quien encarna al mejor personaje de toda la cinta y su actuación es perfecta. Heath Ledger (Tony), aunque no es su mejor actuación por momentos logra sacar las luces que tanto lo caracterizaron en “The Dark Knight”, para así darle identidad propia a su personaje. Quienes lograron un trabajo muy bueno son los tres actores (Johnny Depp, Jude Law y Colin Farrell) quienes reemplazaron al fallecido actor y lograron captar la esencia que el mismo había generado en Tony. Excelente labor de actuación. Por el lado técnico el film es bellísimo, el vestuario diferente, sucio y coherente a la locura que desborda del guión; la edición correcta; los efectos especiales cobran protagonismo en los sueños, muy bien implementados por cierto; la música acompaña muy bien el desarrollo y la dirección difícil pero satisfactoria. Si bien en la primera mitad la historia no va para ningún lado, el inventivo y el disfrute de la última media hora merecen que esta cinta sea vista y disfrutada. Un film raro, caótico en su desarrollo y planteamientos, diferente y muy original. Una propuesta para pensar y disfrutar, que a la vez es un pequeño tributo al fallecido Heath Ledger, uno de los más interesantes actores de su generación. UNA ESCENA A DESTACAR: la aparición de Depp y el musical de los policías
CON UNA AYUDITA DE MIS AMIGOS El regreso de Terri Gilliam a la cartelera demuestra la coherencia y la identidad del director, así como también la locura y originalidad de sus proyectos. A esto hay que sumarle que esta película quedará para la historia del cine como el último trabajo de Heath Ledger, quien no logró terminar el film, pero que, gracias a la magia del cine y a un poco de ingenio ha logrado aparecer una vez más en la pantalla. Terri Gilliam, el director de El imaginario mundo del Doctor Parnassus, es un realizador muy particular, un verdadero autor en el sentido de que sus films poseen una estética coherente a lo largo de los años y una iconografía reconocible de forma inmediata. Su carrera comenzó junto al legendario grupo cómico británico Monty Phyton, al que dirigió en Los caballeros de la mesa cuadrada (Monty Phyton and the Holy Grail, 1974). Su trayectoria como director arrojó varios films de culto, como Brazil (1985), verdadero clásico de los 80. Luego vendrían film más o menos industriales, pero tanto en Los aventureros del tiempo (1981), Las aventuras del Barón Munchausen (1989), Pescador de ilusiones (1991) o 12 monos (1995), entre otros, se puede observar siempre un universo particular, único, muy parecido a sí mismo. Al ver El imaginario mundo del Dr. Parnassus uno podría definir -a modo de juego- esa estética Gilliam como una mezcla entre Tim Burton y Emir Kusturica, es decir, una fantasía original inmersa dentro de un universo sórdido, una especie de circo decadente, que en su nuevo film es casi un concepto literal. Aunque esto no significa que Guilliam se apropie de mundos ajenos, sino por el contrario, su estilo responde a una mera afinidad entre universos estéticos. Cabe decir también que el cine de Terri Gilliam posee dos características más que están presente de forma constante en sus películas: por un lado un placer por el trazo grueso y vulgar, tanto en las situaciones, en los ángulos de cámara como en el sentido del humor, un trazo grueso que no es accidental, sino producto de una búsqueda estética. La segunda característica habitual es el acento que pone en las situaciones por encima -y en detrimento de la narración-. Sus films tienen en general una estructura que no avanza, sino que resulta una combinación de sketches y momentos cuyo clima es la esencia misma del cine de Gilliam. Tal vez por eso Pánico y locura en Las Vegas (1998) parezca un film que sólo él podía "contar". El imaginario mundo del Dr. Parnassus es la confirmación de todo esto e incluso, por momentos, el film de Gilliam más cercano a sus escenas de animación durante su paso por el grupo Monty Phyton. Sin duda los admiradores del director tendrán en esta película lo más auténtico de él. Aquellos que, por el contrario, no se sientan atraídos por este universo, esta película será la corroboración de todas las sospechas. El hecho de que el guión haya sido cambiado para cubrir la ausencia de su protagonista -Heath Ledger murió durante el rodaje- no hace más que potenciar la locura y la intencional confusión narrativa del film. A esto hay que sumarle la falta de energía de Ledger que reciente el film. Por el contrario, a Johnny Depp -uno de los tres reemplazantes, junto con Colin Farell y Jud Law - le alcanza con una escena para demostrar hasta que punto él es un actor talentoso que merece la fama que posee. Incluso si el papel lo hubiera interpretado él desde el inicio habría sido un acierto para la película. Finalmente, el esfuerzo por terminar el film y la presencia de estos tres actores -a los que hay que sumarles a Christopher Plummer y Tom Waits en otros roles- lo convierten en un espectáculo rico en lo visual y en lo emocional. El título final lo dice todo: Un film de Heath Ledger y sus amigos. Una sentida y sincera despedida para un actor que se fue demasiado pronto.
El nuevo film de Terry Gilliam sera recordado por haber sido el ultimo trabajo de Heath Ledger antes de su muerte. Tras su gran actuación como The Joker en "The Dark Knight" (por la que gano el Oscar tras su muerte), Ledger estaba en el mejor momento de su carrera. Durante la filmación de esta película ocurrió su muerte, dejando un actuación inconclusa que el director igualmente decidió aprovechar. En todos sus films, Gilliam emplea un alto grado de fantasía y delirio, logrando buenos trabajos ("Brazil", "The Fisher King") y otros no tan buenos ("Tideland", "The Brothers Grimm"). Aquí el Dr. Parnassus tiene un teatro ambulante en el que la gente puede experimentar un mundo de imaginación al atravezar un espejo mágico. Teniendo suficiente material filmado de Ledger para una hora de película, el director supo resolver bien el tema, modificando el guión de forma que Tony cambie su apariencia física cada vez que ingresa a ese mundo de imaginación. Johnny Depp, Jude Law y Colin Farrell asumen el personaje de Ledger en distintos momentos fantasiosos del film, manteniendo una apariencia similar a la que èl tenia. Las actuaciones de los 4 actores son parejas y no desentonan en el mismo personaje. Christopher Plummer como el Dr. Parnassus y Tom Waits como Mr. Nick están bárbaros en sus papeles. Habria que ver como era la historia original y si el destino de Tony era el mismo pero, bajo estas circunstancias, la forma en que todo se resuelve esta muy bien. Los trabajos de Terry Gilliam no se caracterizan por tener una estructura tradicional, lo que muchas veces resulta confuso y delirante. No es un cine para todos. Todas las escenas del mundo imaginario son el clásico delirio de Gilliam. Hay que darle merito al director por haber logrado terminar la película sin contar con su actor principal.
La imaginación según Gilliam La influencia que ejercen los trabajos anteriores del director Terry Gilliam, si dudas aparecen todo el tiempo en la continuidad de su obra. Ofreciéndonos ahora esta producción donde hay concomitancia con la mayúscula "Brazil", o con "Las aventuras del Barón de Munchausen", "12 Monos", "El pescador de ilusiones" y muy especialmente al grupo cómico inglés al que perteneció durante años(Monty Phyton, y su "Monty Python's Flying Circus"), y por supuesto no olvidemos a ese algo olvidado filme: "Los aventureros del Tiempo" (Time Bandits, 1981), verdadero prodigio del cine de aventuras. Ahora Gilliam la emprende con el Dr. Parnassus -un notabilísimo Christopher Plummer-, dueño de un circo ambulante, especie de show imaginarium, que lleva a cabo en su gran carromato-sorpresa junto a un asistente, su hija, y un enano (el mini-me de "Austin Powers"), pero el viejo ha hecho antiguamente un pacto con el diablo (nadie mejor para darle su máscara que Tom Waits), y éste se le aparecerá en contínuo para reclamarle el pago en prenda de su hija. La intervención de otro personaje extraño será la clave para el transcurrir, desenlace y final con el cual abrochará la fábula fílmica. Este personaje es actuado en póstuma aparición para la pantalla del recordado Heath Ledger, quién no pudo acabar este filme y sus partes debieron ser retomadas y completadas, a partir de un giro en el guión que hace que mágicamente se encargasen de proseguir su papel: Johnny Depp, Jude Law y Colin Farrel en breves intervenciones. Si bien visualmente es magnífica, por algún colador narrativo se escapan puntas que podían haber redondeado mejor la peli. Surrealista, onírica, delirante, casi lisérgica es esta fantasía fílmica del imaginario y extravagante Dr. Gilliam, que a su vez muestra la calidad actoral de un malogrado -por esto de su muerte repentina- Ledger, a quién se le dedica el filme.
A Heath Ledger. Sobre el recuerdo. La historia de cómo se logró concebir la última película de Terry Gilliam es fascinante y emotiva. Todo tenía un rumbo y una idea definida, hasta la lamentable muerte de Heath Ledger el 22 de enero del 2008, incluso medio año antes de que se estrene la película que lograría darle todos los honores que injustamente no se le había dado por su comprometido papel en Brokeback Mountain (Ang Lee, 2005). Por desgracia, nunca se volvería a superar el papel del Joker que hizo en The Dark Knight (Christopher Nolan, 2008), pero aún así el personaje que Ledger interpretó en sus últimos días de vida era crucial para la historia. Por eso, y por el mismo motivo que Nolan duda en hacer una tercera entrega de Batman, Gilliam suspendió la realización de The imaginarium... hasta un próximo aviso. Finalmente, y luego de muchas idas y vuelta, el director británico decidió que la mejor manera de homenajear al actor era continuar con la historia, por lo que se finalizó con el proyecto. El resultado fue una película con un alto grado de imaginación, odas al surrealismo, y un homenaje al recordado 'corazón de caballero' que corona la cinta diciendo, en vez de "Un film de Terry Gilliam", "Un film de Heath Ledger y sus amigos". La historia es difícil de seguir durante los primeros minutos. Empieza lenta, pero una vez que todas las piezas están en su lugar (y eso pasa recién cuando Ledger aparece en escena colgando de un puente y posteriormente sabemos la historia del Dr. Parnassus), se comienza a vivir en armonía con un guión espectacular y un despliegue de efectos especiales que nos hacen sentir dentro de un mundo lejano, donde nuestra imaginación no tiene límites distintos a nuestras propias limitaciones como seres humanos. Y ese es el tema que trata Gilliam en su nuevo opus: la codicia, el materialismo, la desconfianza, la identidad y los viajeros errantes de un mundo que cada día se vuelve más propenso a abandonar los confines de la mente y el corazón con tal de no apartarse del sistema. En una Inglaterra moderna (respetando la estética), la película se va abriendo camino hacia una profundidad filosófica poco palpable, pero muy enriquecedora si se tiene en cuenta el contexto en el que se llevó a cabo el filme. Y ahi es donde más importancia recae en las oportunas e importantes actuaciones de Johnny Depp (quien, a mí gusto, participa en la mejor escena), Jude Law y Colin Farrell. A cada uno de los tres les toca algo esencial en un personaje de Ledger que, lejos de ser el mejor del último ganador del Oscar a mejor actor de reparto, sorprende gracias a un monumental trabajo de edición sobre dos tramas distintas encarnadas por actores diferentes en tiempos diferentes. Depp es el que recuerda a Ledger. Lo trae al filme aún cuando después con el "bualá" lo tendremos de vuelta con su talento, aunque sea unos minutos más. Lo cita, lo homenajea, lo hace estar presente envuelto en su propia cara. La escena de Depp habla de la muerte, y como ésta nunca podrá vencer a la inmortalidad de los que, gracias al corazón, la mente y la memoria, se quedan para siempre en el mundo. Law es quien desenmascara al personaje de Ledger. Lo ayuda a terminar un papel que por su partida no pudo desmembrar del todo. Y a Farrell le toca darle el toque final a un papel que (disculpen mi ignorancia si estoy equivocado) quizás por primera vez haya sido tan multitudinario. Una joya invaluable. Christopher Plummer actúa muy bien haciendo del Dr. Parnassus, quien lidia con el demonio (¡Tom Waits!) por culpa de sus vicios y su ambición. La atractiva Lily Cole no estará en una gran actuación, pero le da algo de lujuria a una historia demasiado visual para tanta profundidad narrativa, que por supuesto -y valga la redundancia- se apoya en las imágenes, como sólo el mejor cine puede hacer en estos días de escaza producción de emociones que nos trae el 7mo arte. Un film que los invito a ver, no sólo para atraparse con una interesantísima trama, sino también para recordar a un gran actor como lo fue Ledger. Podrá ser algo simple en cuanto a su definición global, pero si nos tomamos el trabajo de apreciarla por su grado emotivo, este es uno de los indispensables del 2009. Un tratado sobre la imaginación, la memoria, y la muerte. Y la mejor de las frases sale de la boca de Depp, quien en dicha línea pareciera hablar directamente con su desaparecido camarada: "Que renazcas. Y, recuerda, nada supera esto. Ni siquiera la muerte."
Existen al menos tres constantes en la filmografía de Terry Gilliam que lo convierten en un Autor. La primera es el cruce entre lo fantástico y lo real. Sus películas están situadas a medio camino entre este mundo moderno, caótico y corrupto, lleno de hastío, y un mundo fantástico, pletórico de imágenes y sensaciones. Un mundo donde lo mítico es moneda corriente, donde lo atemporal habla de la esencia del hombre. La segunda característica es la idea de Sacrificio: para obtener el objeto más preciado de nuestro deseo debemos renunciar a él. Allí radica una contradicción fundamental y es uno de los motivos por el que las películas de Gilliam son objeto de culto. Y finalmente la tercera, casi a caballo de la primera, es que la Ficción sostiene lo Real. Son los relatos que nos contamos los que sustentan nuestra realidad. La palabra es una potencia creadora. El lenguaje (oral, visual, sonoro…) no es un desdoblamiento del mundo, sino el acto de creación del mismo. En El imaginario… estos tres elementos están presentes y en abundancia. Parnassus (Christopher Plummer) es un nómade, que junto con su hija Valentina (Lily Cole), Anton (Andrew Garfield) y Percy (Verne Troyer), montan un espectáculo de feria al mejor estilo teatro medieval. El show requiere que alguien de la audiencia atraviese un espejo que lo lleva a un mundo imaginario (controlado por el Doctor) que le muestra lo que más anhela. Allí deberá elegir entre dos caminos: uno lo lleva a un lugar de iluminación, el otro lo lleva a su autodestrucción. Los que eligen este segundo pasaje, lo hacen bajo la influencia del Sr. Nick (Tom Waits), alias el Diablo, quien ha concedido a Parnassus su inmortalidad a cambio de que le entregue a su hija cuando ésta cumpla los 16 años. Ya a punto de cumplirse el plazo, el Sr. Nick le ofrece al Doctor una apuesta: el primero que recolecte cinco almas antes del cumpleaños se queda con Valentina. Entretanto, los trovadores encuentran colgando de un puente a Tony (Heath Ledger), quien tiene un pasado oscuro con una entidad de beneficencia para niños. Tony ayudará de manera un tanto dudosa al grupo del Doctor a juntar las cinco almas. Probablemente lo que más se recordará de este film es el hecho de que el actor Heath Ledger murió durante su filmación, obligando a Terry Gilliam a introducir una serie de modificaciones en el guión – cada vez que Tony ingresa al Imaginarium su rostro cambia. De esta manera, la película cuenta con las participaciones de Johnny Depp, Jude Law y Colin Farrell en el mismo rol. Una nota interesante es el hecho de que la banda de sonido fue hecha por el mismo Terry Gilliam. La música, como siempre en los films de este director, es fundamental. El viraje al jazz o blues cada vez que aparece en escena el Sr. Nick, la cacofonía en la presentación del espectáculo de feria, son elementos que construyen, junto con los efectos visuales, estos mundos fantásticos del ex integrante de los Monty Python. Las actuaciones son impecables, al igual que el guión. Quienes amen los films de este director encontrarán todos los elementos que son objeto de fascinación: la relación entre amistad y enemistad que sostienen el Doctor Parnassus y su némesis el Sr. Nick, los desdoblamientos de Tony, la figura de la mujer representada por Valentina – que conjuga a todas en una (la niña, la seductora, la vengativa, la comprensiva, la hija, la madre, la esposa…) Se puede decir con toda seguridad que en El Imaginario del Dr. Parnassus, Terry Gilliam hace una síntesis de su carrera como guionista y director. Y no nos defrauda.
Un viejo mago que logró la inmortalidad al ganarle una apuesta al mismísimo Satanás, sobrevive con un acto de feria donde hace pasar a los espectadores por un espejo mágico (de verdad) que los manda a otra dimensión, donde se enfrentarán a sus propios fantasmas, deseos y frustaciones. Los que hicieron esta peli desayunaban con un clericó de ácido, por lo menos. Durante la filmación de este mambo fue cuando fisuró Heath Ledger de sobredosis. Lo reemplazaron Johnny Depp, Jude Law y Colin Farrell. Delirante y extraña, como toda obra de Terry Gilliam, vale la pena.
VideoComentario (ver link).
¿Puedes ponerle precio a tus sueños? A Terry Gilliam, director y guionista junto a Charles McKeown de esta visualmente impactante película de fantasía y aventuras, podría achacársele cualquier cosa, menos que sea un director que a pesar de manejar repartos de grandes figuras y presupuestos abultados, busque el reconocimiento comercial. Gilliam es ferozmente arriesgado, loco, tenaz realizador de Films que no pasan inadvertidos. Se gustan o se odian, se disfrutan o se padecen pero todo porque es evidente esa impronta personal que seguramente marca cualquier proyecto que se le cruce por la mente: “Lo haremos a mí manera”. El imaginario del Dr. Parnassus- clara alegoría quizá del arte e imaginación en sí misma- es difícil de contar, ¿quién podría contar el argumento de 12 monos, de Brazil o del Barón Munchausen sin caer en algún tipo de infidencia? Sin embargo podríamos sucintamente definir la historia como la pelea entre una entidad demoníaca representada en un Tom Waits vestido de pulcro traje negro con apariencia de inglés formal a punto de tomarse su té de las cinco y una especie de monje venido a menos, zaparrastroso y casi patético interpretado genialmente-debo decir- por un viejísimo Christopher Plummer. Lo que cada uno de ellos representa quizá sea lo divertido de la cinta y queda a la exclusiva interpretación del espectador. El aspecto visual de la película es lo más sorprendente. Mundos de sueños y pesadillas retratados con una fotografía de luces y contraluces, colores y formas de verdadero cuento fantástico. Invita a soñar y deslumbrarse aunque lamentablemente de alguna u otra forma el film decae en su última media hora de una forma penosamente infeliz. Pero se prevé tal vez si uno piensa que el riesgo de hacer algo tan personal puede brindar maravillas cinematográficas como las anteriormente nombradas o las peores historias jamás contadas como Tideland o Los hermanos Grimm. Recordemos que Heath Ledger, quien interpreta aquí a Tony, desgraciadamente fallece durante el rodaje de la misma por lo que el proyecto se vio parado por unos cuantos meses hasta que- por esta gracia e ingenio del director y su loca historia que facilitaba la solución- fue reemplazado en distintas escenas por Johnny Depp, Jude Law y Colin Farrell quienes generosamente han donado las ganancias del proyecto a la hija del desaparecido joven actor. El imaginario del Dr. Parnassus es una aventura en sí misma, llena de color y escenas de antología, un film que hay que ver aunque no sea lo mejor del año ni lo mejor de Gilliam. Recomendable, divertida, atrevida.
Delirio controlado Por muchos esta película será recordada como la última interpretada por Heath Ledger, y la que vio su rodaje interrumpido por la súbita muerte del actor. Cuando el director Terry Gilliam recibió una llamada en la que le daban la mala noticia pensó súbitamente que su filme tendría que suspenderse. Pero un tiempo después se le ocurrió una idea genial: reconfigurar el personaje de Ledger de modo que cada vez que atrravesara un espejo y pasara a un mundo imaginario, también se transformara su rostro. En esas metamorfosis, el personaje de Ledger se convierte nada menos que en Johnny Depp, Jude Law y Colin Farrell sucesivamente, y lo sorprendente del asunto es que la idea fue totalmente acertada. En ningún momento se ve como algo forzado, los distintos intérpretes energizan el relato (las tres apariciones son grandiosos clímaxes) y aportan nuevos dobleces al personaje. Gilliam es un director irregular, y uno sumamente desafortunado. Su película El barón de Munchausen fue un estrepitoso fracaso comercial; y su emprendimiento abortado, The man who killed Don Quixote tuvo uno de los rodajes más accidentados que puedan recordarse. Pero Gilliam es relevante ante todo por sus brillantes aciertos, que en particular son tres: Brazil, Doce monos y, en menor medida, Pánico y locura en Las Vegas. Hoy habría que sumar esta demencial El imaginario mundo del Dr. Parnassus. Gilliam es reconocido por su imaginación desaforada, por un humor inteligente y absurdo y por su tendencia a los excesos. Estas tres características surcan de principio a fin su obra, pero las sobredosis a veces saturan, y en este sentido ha logrado películas casi insoportables como Los hermanos Grimm o Time bandits. En esta obra las verborragias y la saturación de elementos son, por fortuna, intercalados con amables momentos de distensión, de sinceramiento entre varios personajes, y sirven como vehículo para un mayor involucramiento. El Dr. Parnassus -grandioso Christopher Plummer- es un líder de una compañía teatral, y algo así como un semidiós inmortal y alcohólico. Siempre lo sigue de cerca su archienemigo, el diablo, -impagable Tom Waits- haciéndole la vida imposible y tentándole con juegos y apuestas macabras. En consideración a un trato anterior, le ofrece una oportunidad para salvar a su propia hija: debe conseguir cinco almas antes que él. Para ello el Dr. Parnassus cuenta con la ayuda de los estrambóticos miembros de su compañía y, por supuesto, con Tony -Ledger tan brillante como siempre- un mercachifle amnésico que esconde un pasado dudoso. La película sitúa su fauna en las sucias calles londinenses y estas se alternan con fantásticos mundos surrealistas que adaptan sus dimensiones a los sueños de los personajes; el terreno no podría ser más atractivo. Gilliam siempre tuvo un potencial indecible. Pero sus películas usualmente sufren de arritmia, y ésa suele ser su principal limitante. Un buen montaje es decisivo para volver sus descontrolados delirios en películas llevaderas y es algo que, afortunadamente, se ha cumplido en este caso.
Una película de Heath y sus amigos La historia de esta película es probablemente mucho más interesante que la película en sí, desde el día en que Heath Ledger murió antes de que finalice su participación (muy importante, de hecho) en el film. El director de esta obra, Terry Gilliam, es conocido por sus arriesgadas producciones, su estilo particular y su pésima suerte a la hora de trabajar. No es que no haya tenido suerte a la hora de recaudar o que las críticas lo hayan tratado mal: su problema siempre ha sido con los presupuestos para las películas, las empresas productoras, los editores y, en algunos casos, como este, con desgracias que ocurrieron a sus actores. Detallemos un poco: una de sus películas más emblemáticas, Brazil (1985), estuvo guardada durante mucho tiempo antes de poder estrenarse porque sus productores querían darle un final más amigable y el director se negaba. Tuvo que exhibirla en secreto en festivales y lograr premios para que los Estudios Universal estrenen la película casi sin cambios. para Las aventuras del Barón Munchausen (1988), la producción gastó una suma impresionante de dinero (46 millones de dólares) y el filme recaudó tan sólo 8 millones en Estados Unidos. Luego tuvo problemas con El hombre que mató a Don Quijote, una película que aún no pudo estrenar porque el protagonista (Jean Rochefort) sufrió durante el rodaje de hernia de disco, lo que le imposibilitó al intérprete de Don Quijote subirse al caballo. A mediados de los '90, Gilliam y McKeown -los mismos creadores de ...Parnassus- idearon la secuela de Time Bandits, pero varios artistas de su elenco ya habían muerto. Cuando falleció Heath Ledger durante el rodaje de ...Parnassus, Terry Gilliam decidió cancelar la producción. Los estudios que la financiaban habían puesto el dinero con la condición de que Ledger fuera de la partida. Su muerte califica a Gilliam sin dudas como el gran realizador con peor suerte del mercado. Recién cuando algunos amigotes de Ledger (Johnny Depp, Colin Farrell y Jude Law) se ofrecieron a trabajar en el filme en su reemplazo y donar sus ganancias a la hija de Ledger, la producción se retomó. Una de las mejores cosas que tiene la película es poder brindar una locura -cuatro actores interpretando al mismo personaje- sin que quede desprolija. La historia cuenta que hace mucho, mucho tiempo el Dr. Parnassus fue tentado por el demonio, que le ofreció vida eterna a cambio de algún favor. Claro que, como siempre ocurre, el diablo no dejó de visitarlo y aparece cada tanto para ofrecerle alguna apuesta a la que Parnassus no puede negarse. En su ultima visita, Mr. Nick (el diablo, interpretado maravillosamente por el músico Tom Waits) le recuerda a Parnassus que faltan tres días para que su hija Valentina cumpla 16 años, con lo indefectiblemente el demonio se adueñaría de su joven alma. Valentina (Lily Cole) forma parte de la troupe de teatro del Dr. Parnassus junto con el joven Anton (Andrew Garfield) y el enano Percy (Verne Troyer, conocido por su papel de Mini-mi en la saga de Austin Powers y quien tiene las mejores líneas cómicas del filme). La estrella de este grupo de teatro itinerante es un espejo mágico que lleva a quienes lo atraviesan a explorar su imaginación y que fue un "regalo" del diablo. El guión de Gilliam y McKeown no es demasiado explicativo. Más bien deja que los hechos hablen por si mismos y los espectadores saquen sus propias conclusiones de qué es lo que ocurre dentro del espejo, cómo se produce y por qué. Y toma la misma iniciativa en cuanto al personaje de Heath Ledger, Tony, de quien se sabe muy poco desde un principio y recién al final terminamos de comprender cuáles son sus motivaciones e intereses. Heath Ledger fue desde el comienzo de su carrera un actor muy carismático. Lo comenzó a demostrar en su primer protagónico en 10 cosas que odio de ti, una comedia romántica juvenil bastante buena en donde hacía de un joven rebelde y revoltoso. Ya desde ese momento se le notaban algunos mohines algo exagerados, que lo acompañaron junto con su inmensa personalidad durante toda su carrera actoral. Más de esas muecas pudieron verse en Corazón de caballero, una película que se soporta bien gracias a su fresco elenco. Y sus gestos sobreactuados tuvieron su punto más alto cuando interpretó magnificamente a un Guasón al que todos esos mohines le eran absolutamente necesarios para evidenciar su desquicio. El personaje de Tony en ...Parnassus también tiene su carga de gestualidad exagerada y una vez más, la lleva con suficiente carisma como para que sea un adorno para el personaje y no una carga negativa. El resto del elenco cumple muy bien, en especial Christopher Plummer como Parnassus y Tom Waits como un diablo muy tramposo pero también muy calmo. Cabe destacar las presencias estelares de Depp, Law y Farrell que no desentonan en un personaje que no les es propio. El tratamiento visual del filme, a cargo de los efectos especiales por computadora y del director de fotografía Nicola Pecorini (colaborador usual de Gilliam, en Miedo y asco en Las Vegas, por ejemplo) que decidió filmar con equipos de angulo muy ancho, por lo que casi todas las imágenes que vemos son realmente muy extrañas: se genera un inusual efecto de claustrofobia tanto en las escenas en lugares cerrados como en las de exteriores, que por momentos dan la sensación de que fueron filmadas en un patio abandonado del barrio. Los efectos especiales -útiles para contar las secuencias dentro del espejo- están bastante bien, sin llegar a ser deslumbrantes, aunque sin abandonar jamás el toque limado y "fumón" de Gilliam. El imaginario mundo del Dr. Parnassus es una película que sería otra si Heath Ledger no hubiera muerto, que gana una popularidad y un renombre por ese motivo más allá de la enorme trayectoria de Gilliam. También es una película interesante, con el sello del director, pero que probablemente no pase a la historia como relato en sí, sino como la última película -como reza el crédito final- "de Heath Ledger y sus amigos". Sin dudas lo extrañaremos.