Iván Drago y el Juego Filosofal El inventor de juegos (The Games Maker, 2014) luce un historial de producción rarísimo. Es una película basada en la novela del argentino Pablo De Santis, dirigida por el argentino Juan Pablo Buscarini – realizador de las pelis de animación El ratón Pérez (2006) y El arca (2007) – y rodada íntegramente en Argentina, que encabeza una coproducción internacional junto a Canadá e Italia. Por otro lado, la mayor parte del elenco es norteamericano o europeo, y el diálogo es totalmente en inglés (aunque aparentemente se doblará al español para el estreno comercial). Vale aclarar la naturaleza heterogénea de la película. El inventor de juegos no viene ni se dirige a ningún lugar en particular. Existe en el plano del realismo mágico completamente divorciado de la noción del tiempo y el espacio, como las películas de Jean-Pierre Jeunet o Wes Anderson, aunque por más estilizada que sea El inventor de juegos carece de una impronta autoral así de fuerte. El protagonista es Iván Drago (no confundir con el malo de Rocky IV), un niñito de 10 años amante de los juegos de mesa que decide entrar en un torneo por correspondencia para convertirse en el inventor de juegos por excelencia. Su victoria es efímera, ya que queda huérfano al desaparecer sus padres en un accidente en globo aerostático, y termina en un miserable internado que lleva cien años hundiéndose en un pantano, aunque según el director es “por la acumulación del conocimiento”. Así empieza lo que es, esencialmente, un recorrido por las típicas utopías del imaginario infantil: el internado misterioso (Hogwarts), la fábrica fantástica (estilo Willy Wonka), etc. El Voldemort-Willy Wonka de la historia es Morodian (Joseph Fiennes), quien aguarda hacia el final pero cuya presencia kurtziana domina toda la película. Del lado de Iván (David Mazouz) se encuentra su abuelito Nicolás (Ed Asner), cuyas sabios consejos siempre giran en torno a los juegos de mesa y suelen retumbar en la banda sonora en momentos de crisis. El film cuenta con un diseño de producción y una dirección artística y fotográfica envidiable, y dan vida eficazmente al mundo imaginario de Zyl. El montaje es otra historia. Los personajes hablan demasiado rápido y sus líneas no se dejan espacio entre sí, casi superponiéndose. Tampoco ayuda que no haya un solo momento de distensión a lo largo del desarrollo de la trama. Cada personaje que se cruza con Iván está apurado por contarle algo acerca de su familia o de Morodian, y debe hacerlo con la mayor sensación de urgencia y vaguedad posibles. La película termina explicando mucho más de lo que muestra. No hay momentos de alegría, tristeza, miedo o ternura, sólo curiosidad ante las llamativas peripecias del joven protagonista. El inventor de juegos se apropia de la magia de Disney para contar la misma historia con contenidos levemente variados, pero la magia nunca toma vuelo del todo.
No es fácil, el público infanto-juvenil. ¿Cómo llegar a personas que no son ni chicos ni adolescentes? Se corre el riesgo de insultar su inteligencia o de ser demasiado exigente y complejo. Pero hay muchos artistas que saben alcanzar ese equilibrio, como el escritor Pablo De Santis. Entre sus libros con esta temática se destaca El Inventor de Juegos, que desde su publicación en 2003 hizo furor no sólo entre los no-tan-niños sino en lectores de todas las edades. Tal es así, que ya tiene adaptación cinematográfica y en clave de co-producción. El pequeño Iván Drago (David Mazouz) parece no encontrar su pasión, hasta que da con un concurso para crear juegos de mesa. Tras ir avanzando en el certamen con cada juego creado, obtiene el primer premio. Todo marcha perfecto, hasta que la vida le da un cachetazo: sus padres desaparecen durante un viaje en globo y es llevado a un orfanato. Pero en ese contexto de tristeza y soledad hará dos descubrimientos cruciales: por un lado, que es parte de una dinastía de inventores de juegos; por otro, que la clave para encontrar a su familia está relacionada con un oscuro y temido individuo. Juan Pablo Buscarini venía de dirigir El Ratón Pérez y El Arca, y queda clara su muñeca para contar historias destinadas a los chicos de 8 años en adelante. Se nota en la caracterización de los personajes, en el ritmo -ágil sin ser apabullante- y en la creación de mundos que se parecen al nuestro pero no lo son. En este caso, el realizador y su equipo técnico supieron sacarle provecho a la Ciudad de los Niños, de Buenos Aires, para darle forma a Zyl, la tierra de los juegos de mesa. También potenció los guiños a obras cinematográficas (para empezar, el nombre Iván Drago remite al boxeador ruso inmortalizado por Dulph Lundgren en Rocky IV) y literarias (la estructura digna de Charles Dickens; el cuento La Caída de la Casa Usher, de Edgar Allan Poe, y más), que ya estaban en el texto de De Santis. Otro punto fuerte es el elenco. David Mazouz, quien hará de un muy joven Bruce Wayne en la serie Gotham, se carga el film al hombro; sabe transmitir vulnerabilidad y fuerza, y resulta imposible no acompañarlo en su viaje. Lo acompaña un interesante plantel de secundarios, donde se destacan Tom Cavanagh -también lo veremos en una serie superheróica televisiva: The Flash-, Edward Asner -entre otras cosas, le puso la voz al anciano protagonista de Up, una Aventura de Altura- y, sobre todo, Joseph Fiennes. El actor que se destacó en Shakespeare Apasionado compone a Morodian, una suerte de Willy Wonka menos amigable… del que no conviene contar mucho más, aunque se trata de uno de los personajes más pintorescos que le tocó encarnar en una carrera no demasiado fascinante. Por el lado de Argentina, pese a pocas escenas, logran destacarse Alejandro Awada y Vando Villamil, un veterano de esta clase de co-producciones. No será Harry Potter, no será Pixar, pero unas correctas gotas de imaginación y aventura, más algunos giros argumentales, hacen de El Inventor de Juegos una buena opción para que los niños vayan al cine y se sientan adentro de un juego, si no memorable, al menos entretenido.
Un discreto entretenimiento que resulta un grandes éxitos de otras cintas destinadas al publico infantil y adolescente. A los siete años, Iván Dragó participa en el concurso de invención de juegos auspiciado por La Compañía de los Juegos Profundos, del que resulta ganador. El único detalle fuera de lo común es que no se anuncia cuál es el premio. Lo que sí sabe es que a partir de ese momento empezarán a sucederle las cosas más extrañas: un viaje en globo de impredecibles consecuencias, un colegio que se hunde en la tierra, una niña invisible, un laberinto que esconde pesadillas... Se abrirá para él un mundo de aventuras y misterios en el que nada le resultará fácil y donde cada paso, lo mismo que en un tablero, será un desafío. El juego de tu vida El Inventor de Juegos es un libro publicado en el año 2003 por el autor Pablo de Santis. 11 años después de su primera edición nos llega la película, una co-producción entre Argentina, Canadá e Italia que contó con un presupuesto cercano a lo $6 millones de dolares. Me saco el sombrero ante los diseñadores de producción y otros responsables de áreas claves, ya que el film nada tiene que envidiarle a Hollywood y sus super-producciones que buscan atraer al mismo público pero con una cantidad de dinero que fácilmente (y como mínimo) quintuplica la previamente mencionada. Sin lugar a dudas este es el punto mas fuerte de El Inventor de Juegos, ya que se ve y se escucha como pocas cosas lo han hecho dentro del cine nacional. Si bien muchos de los actores involucrados son del exterior, detrás de cámara hay una gran cantidad de talento argentino que da prueba una vez mas que aquí también podemos hacerlo. Desgraciadamente, El Inventor de Juegos también parece buscar en producciones extranjeras algo de inspiración. Es inevitable trazar paralelismos entre Iván Drago y Harry Potter, no solo como personajes si no que también a nivel historia: Desaparición de los padres, una escuela particular, la aparición de una figura paterna, un villano que es total opuesto de nuestro héroe. Aunque muchas de estas cosas son "gajes del oficio", la forma en que decidieron presentarlas invita a la comparación. Nuestro pequeño héroe Iván Drago (no, nada que ver con el boxeador soviético de Rocky IV) está interpretado por David Mazouz, a quien quizás recuerden de la serie de poca duración Touch, con Kiefer Sutherland. Mazouz tiene la suficiente habilidad y carisma para llevar adelante la película al igual que su co-protagonista Megan Charpentier (la temible niñita de Mama). Ambos están bien acompañados por un elenco de figuras nacionales e internacionales entre los que se destacan Edward Asner (la voz de Carl en Up!), nuestro querido y todo terreno Alejandro Awada y Joseph "Hermano de Lord Voldemort" Finnes, quien interpreta a una suerte de Willy Wonka de la industria del juguete. La película obviamente está destinada a un público en particular pero tiene los suficientes elementos como para que cualquiera pueda identificarse y disfrutarla mas allá de la edad. La dirección de Juan Pablo Buscarini (Condor Crux, El Arca, El Ratón Pérez) es por demás de correcta, aunque el guión por momentos se siente que depende mucho del dialogo. Conclusión Incluso a casi dos semanas de haber visto la película, todavía no estoy en condiciones de afirmar si realmente me gustó o no. De lo que sí estoy seguro es que los mas pequeños y/o seguidores del libro (del cual tengo entendido que es una adaptación bastante fiel) la van a disfrutar. En lo personal, me resultó por momentos aburrida y que se queda a mitad de camino cuando pretende emocionar e impresionar. Y si bien es una co-producción y el 3D no aporta demasiado, hay un gran trabajo de producción como pocas veces se vio en el cine argentino.
Al igual que la reciente Amapola, de Eugenio Zanetti, El inventor de juegos resulta otra clara muestra de un cine argentino que intenta ampliar mercados a partir de importantes coproducciones que incluyen la participación de reconocidos intérpretes extranjeros y la posibilidad de contar con un importante despliegue de recursos. Basada en la exitosa novela de Pablo de Santis, esta película coescrita y dirigida por Juan Pablo Buscarini (El arca, El ratón Pérez) apunta a un público preadolescente, aunque con una historia de aventuras fantásticas capaz de seducir también a esos adultos que acompañarán a las salas a niños de entre 8 y 13 años (su target principal). Hablada en inglés (y con un doblaje al castellano no del todo convincente), la película está dividida en cuatro grandes partes (la vida en familia del niño inventor, su paso por un rígido colegio pupilo tras la desaparición de sus padres, una breve convivencia con su abuelo y las desventuras en una corporación dedicada a la creación de juegos liderada por el malvado Morodian, que interpreta Joseph Fiennes), aunque por momentos las transiciones entre una y otra parecen un poco abruptas y forzadas. El film regala un bello diseño de producción (desde la dirección de arte, con un imponente trabajo escenográfico, hasta el aprovechamiento de locaciones como La República de los Niños) y una cuidada fotografía del alemán Roman Osin (Orgullo y prejuicio) que en algunos pasajes se ve empañada por algunos desajustes en la conversión a 3D. Si en términos visuales El inventor de juegos se ubica entre lo más ambicioso y fascinante que el cine argentino ha conseguido en el terreno infanto-juvenil, a nivel narrativo la película no alcanza la fluidez y la seducción como para convertirse en un entretenimiento del todo incuestionable. Más allá de que hay unos cuantos pasajes atractivos y entretenidos (incluso con algunos momentos de logrado lirismo), el film por momentos luce algo frío y mecánico. Así, sus casi dos horas resultan un poco extensas y, por lo tanto, la atención del espectador se resiente. Con elementos que remiten a la filmografía de Tim Burton (sobre todo a Charlie y la fábrica de chocolate y El gran pez) y a la saga de Harry Potter, esta transposición de El inventor de juegos es, más allá de sus apuntados desniveles, una digna apuesta al cine de entretenimiento familiar.
La entretenida aventura de una vida Se acaba de estrenar la ambiciosa y lograda producción del director y guionista argentino Juan Pablo Buscarini, que reunió a un elenco estelar (Joseph Fiennes, Alejandro Awada, Edward Asner) para filmar un libro de Pablo de Santis. El protagonista de El inventor de juegos es Iván Drago (David Mazouz), un niño que al encontrar en una revista un concurso de juegos de mesa finalmente da con su mayor talento: ser un inventor de juegos. Pero un giro abrupto en su vida lo llevará a vivir una aventura totalmente diferente a lo que él esperaba. Juan Pablo Buscarini, el director de Condor Crux, El raton Pérez y El arca enfrenta acá una producción internacional basada en la novela del gran escritor Pablo De Santis. El elenco es una mezcla de actores europeos y estadounidenses más algunos rostros argentinos. Y el gran lujo extra que tiene El inventor de juegos es tener a una leyenda como Edward Asner entre sus protagonistas. La muy buena noticia es que Buscarini ha crecido mucho como realizador, que con una producción mayor y un equipo técnico de gran calidad acompañándolo, logra llegar más lejos de lo que había logrado en El ratón Pérez, que era hasta este nuevo film su mejor película. La estética del film es particularmente inspirada, bella y, como suele ocurrir no solo con Buscarini sino también con Pablo De Santis, hay un gran respeto por el receptor de la obra, un enorme cariño por los géneros y por el imaginario de la literatura y el cine de aventuras y la fantasía. Sí, está claro, El inventor de juegos se ve plagada de citas a otros films y obras literarias, pero en realidad esto no molesta para nada, al contrario, es como si la película expusiera su árbol genealógico a manera de homenaje. De Harry Potter a Charles Dickens, pasando por Tim Burton, todo suma y nada resta. Lo importante es que las citas no afectan en lo más mínimo la narración, que por otro lado fluye con una velocidad notable. Muchas cosas ocurren en este film destinado a todo público, capaz de entretener a gente de cualquier edad. No caeremos en el paternalismo de decir que es saludable que se hagan films así desde Argentina, porque esta coproducción con Canadá e Italia es motivo de festejo no importa en qué país o época sean realizadas. El inventor de juegos es una buena película en cualquier lugar y momento. Un largometraje bello, inteligente y entretenido, festejo de la imaginación y la aventura.
Pese a la enorme cantidad de buenas historias que se pueden encontrar en la literatura argentina dedicada a los chicos, el cine nacional siempre ignoró por completo estas propuestas. En otras partes del mundo lograron adaptar con éxito novelas populares que brindaron excelentes películas familiares. Suecia lo hizo con el clásico de Astrid Lidgren, Ronja, la hija del bandolero (1984), Alemania con Momo (1986), basada en la novela de Michael Ende y ni hablar los norteamericanos que no dejan pasar una en esta cuestión. En Argentina, al margen de los trabajos realizados en la animación, es muy difícil encontrar una buena producción para chicos que merezca su recomendación. En los años ´70 y ´80 se hicieron algunas cosas, pero eran horribles y presentaban argumentos mediocres. Parece que de a poco esta situación empieza a cambiar. El año pasado se estrenó la adaptación cinematográfica de Caídos del mapa y ahora le tocó el turno a El inventor de juegos, la novela juvenil de Pablo De Santis. A través de una co-producción internacional entre Argentina, Colombia, Venezuela e Italia lograron desarrollar un producto de calidad que reunió muy buenos artistas. La dirección corrió por cuenta del argentino Juan Pablo Buscarini, quien previamente había realizado El ratón Pérez y El arca. En este caso trabajó un argumento menos infantil dirigido a espectadores mayores, a partir de los 10 años, que son los que van a disfrutar mejor esta historia. La película es una de las producciones más ambiciosas que se hicieron dentro de este género en nuestro país y presenta sus mayores virtudes en los aspectos técnicos. Bucarini contó con excelentes colaboradores como el director de fotografía Roman Osin, quien había trabajado en Orgullo y prejuicio (Keira Knightley) y el diseñador de producción Dimitri Capuani, cuya labor se destacó en Pandillas de Nuevas York, Regreso a Cold Mountain y El príncipe de Persia. El trabajo de Capuani, especialmente, es fabuloso y me encantó la manera en que usó las locaciones de La República de los Niños, de la ciudad de La Plata, y las ambientaciones que creó para el tercer acto de la trama, que se desarrolla dentro de un barco. Es loco porque este film fue filmado íntegramente en Argentina pero el reparto está conformado en su mayoría por actores extranjeros. El rol protagónico quedó a cargo de David Mazouz (el joven Bruce Wayne de la serie Gotham), quien en este caso trabajó junto a Mega Charpentier (la nena del film de terror Mamá) y veteranos como Ed Asner (una leyenda de la comedia norteamericana), Joseph Fiennes y Tom Cavanaugh (El oso Yogi). Entre los actores argentinos aparecen en roles muy secundarios Alejandro Awada y Vando Villamil. En la versión doblada al castellano las interpretaciones quedaron más equilibradas con el doblaje latino. Aunque la trama juega por momentos con cierto realismo mágico, el conflicto central se enfoca a pleno en las aventuras de misterio más que en la fantasía. Una historia que además transcurre en un mundo particular, donde los avances tecnológicos e internet no tienen cabida y los juegos de mesa son los entretenimientos más atractivos para los chicos. El inventor de juegos es un film ameno y entretenido que consiguió brindar una propuesta familiar bien realizada. Motivos más que suficientes para alentar su recomendación.
Una aventura para toda la familia que cuenta con un diseño de producción impactante para nuestra industria cinematográfica. Y es que la cinta de JUAN PABLO BUSCARINI resulta brillante en su diseño, arte, puesta y efectos. Además de contar con un elenco digno de una superproducción, es un entretenimiento fílmico que atrapa y no suelta el espectador hasta el último fundido a negro.
Una fantasía criolla a lo Hollywood No diremos "no parece argentina", porque en estos días esa expresión puede sonar mal (sólo en estos días). Pero es cierto, más que argentina parece una gran proproducción hollywoodense de 60 millones de dólares. Lo interesante es que costó apenas la décima parte de esa cifra. Se trata de una coproducción argen-ítalo-canadiense, pensada para el público preadolescente, y realizada gracias al Royal Bank of Canada y otros amables contribuidores, grandes cabezas de varios lados del mundo, y, sobre todo, mucho ingenio y empeño argentinos. Bien, tampoco diremos "empeño". Tenacidad y sudor de gota gorda, entonces. La historia, ya se sabe, está basada en una novela de Pablo de Santis para chicos. Este hombre ya hizo decenas de novelas para chicos y grandes, fue libretista de televisión, guionista de las historietas de Max Cachimba, etc. Y en "El inventor de juegos" puso drama, intriga, acción, aventura, un posible huerfanito, un colegio tétrico, una niña cómplice, odiosos enemigos, un secreto de familia, un juego retorcido con reglas ocultas elaboradas por un canalla que, a fin de cuentas, es solo otro huérfano en busca de su posible espejo y heredero, rescates en el último minuto, en fin. Para ilustrar todo eso Juan Pablo Buscarini ("Cóndor Crux", "El arca", "El ratón Pérez", y otras varias como productor, adaptador o creador de efectos) se juntó con unos cuantos buenos: Dimitri Capuani, que estuvo en el diseño de "La invención de Hugo", "Corazón de tinta", etc., Roman Ozin, fotografía de "Mr. Magorium's Wonder Emporium", Marcela Bazzano, arte de "Chiquititas", Chris Munro, sonidista de "Maléfica", Federico Cueva, supervisor de efectos, Fernando Brun, de "Lucky Luke", el músico Keith Power y la Sinfónica de Bratislava, el editor Austin Andrews, Axel Kuschevatzky, los productores italianos De Angelis, y siguen las firmas. No cualquiera. Y así la Ciudad de los Niños luce virtualmente como nueva, un centenario orfanato de Pilar, el interior del Colegio San José, el Club Español, una esquina de Coghland, se transformaron en lugares de cuento, aparecen tiburones, un barco, un enorme cerebro mágico, globos aerostáticos, y fondos montañosos que parecen hechos con pintura completiva, un recurso propio de la época añorada de fantasías inocentes y juegos de mesa en que se ambienta el relato. El pibe David Mazouz, el viejito Edward Asner, Joseph Fiennes, están al frente del elenco. Alejandro Awada y Vando Villamil, al medio. Y hay unos cuantos atajando. Acaso falte algún guiño que nos identifique, como "El estanciero", quizá la tensión previa de algunas situaciones quede superada por la ilustración de sus resoluciones, nadie es perfecto y el trabajo era inmenso. Eso se nota y se aprecia. La película se arrima a productos tipo "Charlie y la fábrica de chocolates", se mete entre ellos, no parece argentina. Y de paso estimula la fantasía, el amor a la familia y los juegos de mesa, y la lectura. Postdata. Hay versión en inglés y en castellano. El narrador de esta última es Ricardo Alanis. Y doblando a los actores principales, Thomas Lepera, Kike Porcellana y Mariano Chiesa.
Adaptación del libro de Pablo De Santis, suma en la ambientación y el clima intimista. Un mundo de fantasías, versión juegos de mesa, desplegó el director Juan Pablo Buscarini (El Ratón Pérez y El arca) en la Ciudad de los Niños, en Gonnet. El objetivo fue recrear Zyl, la onírica tierra de El inventor de juegos, donde esta Babel cinematográfica (coproducción con Canadá e Italia y un elenco norteamericano-europeo) destiló desafíos, melancolía y el impulso de una búsqueda. La película se centra en Iván Drago -metáfora de lucha con el implacable boxeador ruso de Rocky IV (1985)-, el personaje encarnado por David Mazouz (Bruce Wayne, en la tira Gotham) a quien puede compararse con Charlie Bucket, el personaje del filme Charlie y la fábrica de chocolate. ¿Por qué? Veamos. Uno, la superación e inventiva como motor. Iván buscará ganar un concurso sin fin para diseñar originales juegos de mesa; obviamente se alzará con el premio mayor. Por su lado, el humilde Charlie era el elegido para codirigir la dulce factoría del excéntrico señor Wonka. Dos, la ausencia/conflicto paternal y sus consecuentes traumas. Tópico repetido en el cine de Tim Burton (desde La leyenda del jinete sin cabeza, El gran pez, etc.) y la ligazón con la misteriosa desaparición de los papás de Drago luego de un viaje en globo. Tres, un excéntrico personaje dueño de un imperio lúdico. El actor Joseph Fiennes (Shakespeare apasionado) encarna a Morodian, el misterioso líder de La Compañía de Juegos Profundos, que vendría a ser como el Willy Wonka de Charlie... pero sin la versatilidad y el histrionismo de Johnny Depp: Fiennes se esconde detrás de un papel de novela algo exagerado. La adaptación cinematográfica del libro homónimo del escritor Pablo De Santis, publicado en 2003, suma en cuanto a la ambientación y el clima intimista-lúdico que genera. Tanto la fotografía del filme como la lograda banda de sonido sumergen al espectador infanto-juvenil en un realismo mágico que pendula entre la inocencia y la crueldad. En este amplio vaivén se pierden -como si fuese un juego de cartas-, barajas importantes: la brecha entre dos públicos diferentes necesita de un guión que desmenuce a cada uno de los personajes para su doble comprensión. Esto no ocurre en El inventor de juegos. Como si fuese un sólido bloque de cemento, la narración se transporta de un ambiente a otro en forma homogénea, sin darle lugar a los matices y la sensibilidad del atractivo universo que el filme recrea. Esta película tiene sus aciertos, sobre todo desde el plano irreal, como el colegio que se hunde (guiño mágico al Hogwarts de Harry Potter) o el pintoresco papel de Alejandro Awada, actuando en inglés por primera vez. Pero sobran las falencias: el metraje del filme se estira demasiado con la excesiva interacción entre Drago y Morodian, los consejos del abuelo Nicolás Drago (Edward Asner) y la aparición de Anunciación (Megan Charpenter), la niña con poderes, que desentona en comparación con Mazouz, toda una revelación. El final de esta película (feliz, obvio), pareció cerrarse a las apuradas, sin un amplio desarrollo, algo que sobró en el resto del filme.
Volver a los clásicos Iván Drago (David Mazouz) es un niño de diez años; su pequeña altura y poco amor por los deportes lo distinguen del resto de los niños y de las aspiraciones de su padre. Por esas cosas del destino, o no, cae en sus manos una historieta en cuya última página hay un concurso para crear juegos, y así Iván descubre que tiene un talento innato para esa actividad. Sus juegos son cada vez más creativos y complejos, de manera que consumen casi todo su tiempo. Iván se encuentra fascinado con su nueva tarea, hasta que un accidente hace que su vida cambie por completo, y deba sumergirse en una peligrosa aventura que requerirá de todo su ingenio para recuperar la vida que tenía, y en el camino descubrir quién está detrás del misterioso concurso de juegos. Iván es un niño que recorre el camino del héroe, atraviesa tragedias, vence obstáculos, y llega a su meta. En el camino vivirá de todo, y más también. Las aventuras del protagonista nos recuerdan a clásicos como los Goonies, donde niños inexpertos viven situaciones extraordinarias, y descubren talentos que hasta el momento estaban dormidos. La ambientación y la estética surrealista y atemporal son excelentes, es casi imposible no reconocer influencias de Terry Gilliam o Jean Pierre Jeunet, y es maravilloso que se hagan productos para chicos con esa calidad estética de manera que acostumbren los ojos a algo más interesante y sofisticado que las formas redondeadas y los colores estridentes. Dinámica, colorida, y con la sensación por momentos de estar en una montaña rusa (con mareo incluido) la película es recomendable para chicos de más de diez años, que puedan entender y disfrutar una historia que, además de un sólido guión y hermosas imágenes, cuenta con excelentes actuaciones entre las que se destacan Megan Charpentier, como una misteriosa niña con la capacidad de pasar inadvertida en todas partes, y Joseph Fiennes, quien interpreta al extraordinario Morodian. Basada en el exitoso libro de Pablo De Santis, y dirigida por Juan Pablo Buscarini, la película es una coproducción entre Argentina, Canadá e Italia; la mayoría de sus actores son norteamericanos o Europeos, y está hablada en inglés, pero filmada íntegramente en Argentina donde, cabe destacar, encontraron excelentes locaciones para recrear cada uno de los universos de la historia.
El libro es de Pablo de Santis y la realización, de Juan Pablo Muscarini, con una producción muy ambiciosa y elenco con famosos nuestros e internacionales. Intriga, buen suspenso, un poco intrincada pero entretenida.
Una rareza con resultados para celebrar No son usuales los proyectos como El inventor de juegos en la industria cinematográfica local. Que se trata de una película dirigida al público infantil y preadolescente basada en un libro de Pablo De Santis, uno de los autores más prolíficos y multifacéticos de su generación –su obra incluye novelas policiales, libros para chicos y adolescentes e historieta–, es lo menos llamativo. Lo que provoca sorpresa es que se trata de una coproducción de presupuesto millonario, rodada íntegramente en el país, con un elenco encabezado por una estrella menor del firmamento hollywoodense como Joseph Fiennes, casi una decena de actores estadounidenses y europeos, y un amplio reparto local que incluye a Alejandro Awada y Vando Villamil a cargo de roles importantes. Y sobre todo impacta la decisión de rodarla en idioma inglés, una elección que deja bien claro que se trata de una película pensada no sólo como una obra, sino también como un producto destinado a comercializarse en el mercado global. Teniendo en cuenta que, según informan sus responsables, el 70 por ciento del copyright del film pertenece a la Argentina, se trata de una muestra interesante de lo que el cine puede ser cuando se lo piensa como una industria cultural. Esto por supuesto no es una diatriba en contra de las películas realizadas atendiendo antes a los fines artísticos que a los comerciales. Pero pensar seriamente al cine como un mercado es uno de los puntos débiles de la industria cinematográfica local y esta película marca un camino posible. Por otra parte, todo lo anterior no serviría de mucho si el producto que se intenta vender fuera malo, a pesar de todo lo que se ha invertido. Pero felizmente no es el caso de El inventor de juegos. En primer lugar porque realiza una operación que usualmente suelen eludir las películas infantiles en la Argentina: no subestima a su público. El inventor de juegos da cuenta del complejo origen de un juego de mesa que, en la imaginaria realidad que el film propone, es el más popular del mundo. El juego se llama “La vida de Iván Drago” y debe aclararse, para quienes hayan formado su cinefilia en los años ‘80, que no tiene nada que ver con la máquina soviética que enfrentaba Rocky Balboa en Rocky IV. Este Iván Drago es un chico de barrio al que no le interesa casi nada, pero que a partir del anuncio en una vieja revista de historietas se mete en un concurso para inventores de juegos de mesa que será la puerta de entrada a una vida que desconoce por completo. Es cierto que la película abusa de la voz narradora, herramienta que permite compactar una cantidad de información pero que también provoca que el desarrollo de las situaciones sea por momentos algo abrupta. Pero Buscarini es eficiente en la tarea de diseñar una realidad fantástica convincente, en la que el niño protagonista debe enfrentar un mundo adulto muy poco dispuesto a contemplar de manera comprensiva esa anomalía llamada infancia. Y cumple con el objetivo de ser fiel a los principales nodos de la obra infantil de De Santis, un mérito nada menor.
Ensueño analógico Un exquisito mundo anticuado se despliega como un tablero maravilloso en El inventor de juegos, la adaptación cinematográfica de la novela juvenil de Pablo De Santis. El cuidado respetuoso por el universo de antaño que rodea a Iván Drago es lo más llamativo y sólido del filme, junto a la excepcional interpretación de David Mazouz como el valiente niño huérfano Drago, a medias entre los personajes de Dickens y el joven Bruce Wayne. Aunque la referencia más cercana es el Hugo Cabret de Scorsese, ya sea por la confianza última y no exenta de nostalgia en las viejas artes de la ilusión (los juegos, el cine, las historietas) como por las reglas analógicas de un mundo donde todavía existen relojes con aguja, televisores en blanco y negro, globos aerostáticos y locomotoras. Y, también, las atmósferas sombrías de eras decimonónicas: si bien al principio la vida suburbana de Drago es colorida -cercana al pop televisivo de Bryan Fuller-, cuando sus padres desaparecen trágicamente tras un viaje en globo todo cambia: las tinieblas del mal, convocadas por el inventor de juegos Morodian (Ralph Fiennes), se ciernen sobre el protagonista, que a partir de allí vivirá peripecias que incluyen el asilo en un colegio que se hunde, la visita a la ciudad de Zyl donde vive su abuelo y el arribo último a La Compañía de Juegos Profundos. El tan lineal como zigzagueante guion se resuelve bien en ese casillero con aires de reality show paranoico, en el que Morodian, un poco a lo Joker, hace de la vida de Iván un macabro juego existencial con ecos a The Truman Show. La ubicuidad espacio-temporal de la película de Buscarini permite la convivencia sin contratiempos con el extraño doblaje al castellano de actores localmente reconocibles como Alejandro Awada, efecto por otro lado comprensible en una coproducción argentino-extranjera. Algún matiz más en el guion y la moderación de la omnipresente música de fondo -que parece querer darle a la historia más impulso del que tiene, de manera innecesaria- harían aún más redondo a un filme que confía con nobleza en el poder de las grandes decisiones antes que en el voluble azar que dictan los dados.
Jugar por jugar Financiada entre Canadá, España e Italia, El inventor de juegos es una coproducción muy particular. Pese a los países participantes, está protagonizada mayormente por intérpretes anglosajones y hablada originalmente en inglés; sin embargo, fue dirigida por el cineasta argentino Juan Pablo Buscarini, basándose en la novela de otro compatriota, Pablo de Santis, y rodada íntegramente en suelo argentino. Heterogéneos detalles culturales y regionales para un film dirigido al público infantil en 3D que, de todos modos, cuenta con unidad expresiva y la suficiente magia como para atraer al sector al que está dirigido. A través de la historia de un niño de 7 años apasionado por los juegos de mesa, logra interesar a niños de distintas edades y atraer a los adultos, con un despliegue visual pocas veces alcanzado dentro del género en el cine nacional. El protagonista accederá a un concurso y se transformará en una pequeña eminencia en ese metier lúdico, lo que le permitirá vivir aventuras, dificultades, encuentros con peculiares personajes y diversos misterios a resolver. Atractivas fantasías atemporales y realidades paralelas se irán sumando a la trama, más allá de algunos huecos en la estructura dramática. Las muy cuidadas imágenes del director de fotografía de Orgullo y prejuicio, Román Osin, y del diseñador de producción Dimitri Capuani (La invención de Hugo Cabret, Pandillas de Nueva York) compensan satisfactoriamente esas falencias. Se les suman sólidas actuaciones, en especial la del niño David Mazouz y figuras como Joseph Fiennes, Tom Cavanagh y Edward Asner, mientras que los intérpretes argentinos Alejandro Awada y Vando Villamil aportan su indudable oficio. El mejor logro en la interesante trayectoria de Buscarini, pionero a través de Condor Crux y solvente en films posteriores como El Ratón Pérez.
Una rareza argentina Cuesta creer que un argentino como Juan Pablo Buscarini realizara una película de esta magnitud, pero la co-producción con otros países, como Italia, España y Canadá, fue crucial para ello. No es que desperdicie esta película, sino todo lo contrario, ya que la misma logró tener un estilo propio, por empezar, la escenografía hace recordar a las obras del Dr. Seuss por su gran colorido o el hecho que el protagonista tras la desaparición de sus padres pasa por diferentes lugares, hecho similar a Una serie de eventos desafortunados. La realidad es que esta historia está basada en el libro de Pablo de Santis, que cuenta cómo el pequeño Iván Drago (que nada tiene que ver con el emblemático personaje de Rocky IV), encuentra su pasión inventando juegos de mesa, pero las cosas se vuelven más oscuras cuando sus padres desaparecen. Desde ahí, el joven se embarcará en una aventura que incluirán una niña invisible, una escuela ubicada sobre un pantano y una ciudad fantasma para llegar al siniestro responsable de esa oscuridad. Tanto escritor (de Santis) como el director ya habían participado en adaptar una historia literaria, previamente lo hicieron con El ratón Pérez en 2006 y mal no les fue, Buscarini sabe cómo entretener al público infantil y preadolescente, porque no toma a su público por tontos como muchas propuestas infantiles que hoy en día se estrenan. Es sorprendente como con un corto presupuesto de 6 millones de dólares hayan podido sacar provecho y hacer una delicada escenografía como la Ciudad de los niños transforma en Zyl, el lugar de origen de los inventores de juegos. Como parte del elenco, destaca el protagonista David Mazouz, quien transmite un excelente mensaje en el film sobre cómo enfrentar la vida. Este joven tuvo una excelente performance con la serie Touch, pronto lo veremos encarnando a un joven Bruce Wayne en la serie Gotham, así que habrá Mazouz para rato. Tom Cavanagh, Ed Asner y Alejandro Awada acompañan al protagonista. Mientras que Joseph Fiennes logra un villano infantil muy entretenido, algo así como un Willy Wonka malvado. El inventor de juegos es otro gol de la producción argentina con el respaldo internacional, con una duración justa y un universo paralelo, pero a su vez no muy distinto al que vivimos nosotros. Es una excelente propuesta para ir a ver en vacaciones de invierno.
Una buena y una mala. La buena es que los fanáticos de la muy buena novela infantil de Pablo de Santis van a ver en pantalla lo que leyeron. La mala es que en gran medida, y salvo algunos pasajes, el film es la ilustración de un libro y se nota en los diálogos o en ciertas situaciones de un registro raro, que no acierta ni a la caricatura ni al realismo. Es esa diletancia, esa imposibilidad de jugarse por una forma e ir a fondo -tratar de contentar a todo el mundo es la idea- la que hace de la película algo fallido, aunque con valores de producción correctos.
Ambiciosa fantasía criolla Es difícil que una película destinada a un público infanto- juvenil logre romper las barreras de la edad para imponerse también en el complejo mundo de los adultos. Lo consiguieron “E.T. El extraterrestre” y “La invención de Hugo Cabret”, entre otros de una corta lista que también incluye clásicos como “La novicia rebelde” o “Mary Poppins”. Esto se debe fundamentalmente al tratamiento que recibe la historia en su paso del libro a las imágenes. “El inventor de juegos” enfrenta ese problema. El paso de la exitosa novela del argentino Pablo de Santis a la pantalla, a través de la lente del también argentino Juan Pablo Buscarini (“El arca” y “El ratón Pérez”) no alcanza la fluidez necesaria para transformar la película en un producto masivamente seductor. Aun disponiendo de todos los ingredientes que hicieron famosos otros tanques de Hollywood (un niño que queda huérfano y debe vivir en un tétrico internado, una amiga cómplice de sus aventuras, un misterioso tatuaje y un diabólico enemigo) esta historia, por alguna razón, no consigue conmover profundamente. Por momentos, es inevitable la comparación entre Iván Dragó, con el super exitoso Harry Potter. Sin embargo, esta superproducción de capitales argentinos, italianos y canadienses es impecable desde el punto de vista técnico y visual. La fotografía del alemán Roman Osin (“Orgullo y prejuicio”) es sorprendente y consigue transportar al espectador a ese universo repleto de realismo mágico que propone la novela de Pablo de Santis. Una mención especial merecen los protagonistas. El joven actor David Mazouz tiene la suficiente habilidad y carisma para llevar adelante la película al igual que su coprotagonista Megan Charpentier (la temible niñita de la película “Mamá”). Ambos están bien acompañados por un elenco de figuras internacionales entre los que se destaca Joseph Fiennes, hermano de Ralph, que interpretó a Lord Voldemort (¿pura casualidad?) en la saga de Harry Potter.
No es sencillo hacer una “para toda la familia”, como le dicen. Debe ser por eso que, fuera del cine de animación, encontrar propuestas atractivas en este apartado se vuelve cada vez más complicado. ¿Será que la tentación del exceso está a la vuelta de la esquina? Aquí el diseño de producción tiene el espíritu y la empalagosidad de la fábrica de chocolate de Willy Wonka que llevó al cine Tim Burton. A la vez, el protagonista David Mazouz (Ivan, el ‘inventor’ del título) tiene la predisposición a la sorpresa que caracterizó a Freddie Highmore en su comienzos y, en un film en el que los problemas no son actorales, desde su labor hasta el torpe y malévolo Morodian de Joseph Fiennes, todos comprendieron el tono del relato: una aventura fantástica donde el valor y la motivación, la voluntad para seguir, son fundamentales. Esto se transmite en las expresiones de un elenco que –si les digo que esto puede percibirse en un doblaje, es porque es cierto- se puso la camiseta. “El inventor de juegos” es una fantasía sobre un niño que debe recuperar su verdadero lugar en el mundo. Un mundo que aparece distinto al que conocemos y que teje conflictos y dilemas que desconocen su profundidad o, mejor dicho, que la conocen pero la niegan. Hay muchos escenarios y personajes, buenos y malos, que deberían interactuar con el protagonista para enriquecer su viaje pero lo tratan condescendientemente, con frases hechas, lavadas y sin compromiso. Los más jóvenes (especialmente Megan Charpentier –ya nos había volado la cabeza en “Mamá”-, cuyas escenas con Mazouz están entre lo más disfrutable del film) se salvan de esta falla. Por su parte Buscarini, más preocupado por armar el “gran rompecabezas” (la película podría –y quiere- ser leída como un súper juego de mesa, pero no le otorga a dichos juegos la atención suficiente como para reforzar esta idea), descuida el detalle de lo que se encuentra detrás de toda gran aventura: un aprendizaje. La historia avanza sin problemas pero a costa de abandonar personajes a mitad de camino (la simpatiquísima y amigable dupla que conoce al llegar a Zyl, capital de la invención de juegos; de los padres vemos poco y nada), ciertas arbitrariedades temporales y geográficas que no sé si la fantasía llega a justificar del todo (la inexplicable visita de Ivan al laberinto y la llegada de la combi que lo llevará a su destino), conflictos y subtramas esquemáticas (la infancia de Morodian, el personaje de Alejandro Awada) que no hacen ancla en ningún lugar y dan como resultado un producto sin centro, sin brújula. Y eso que fui con mis primitos, por lo que esperaba que el ‘factor contagio’ activara algún filtro. Lo cierto es que “El inventor de juegos” será una película difícil de rememorar o reconstruir desde la sonrisa.
Un juego peligroso Ante todo, El inventor de juegos no puede dejar de verse como un estreno extraño para nuestras tierras. Más allá de lo que uno profundice al interpretar virtudes e irregularidades del film de Juan Pablo Buscarini, el hecho de que se hable en inglés, con locaciones que son íntegramente de nuestro país, un elenco cosmopolita que combina figuras reconocibles del cine nacional como Alejandro Awada o del ámbito hollywoodense, como Joseph Fiennes (hermano del enorme Ralph Fiennes), junto a actores europeos, basándose en una obra literaria de Pablo de Santis, lo hace al menos llamativo y, por qué no, saludable. Este cine de entretenimientos que ha sido rara vez producido en nuestro país demuestra, positivamente, la continuidad de tendencias que buscan garantizar calidad en torno al cine masivo desde fórmulas fácilmente reconocibles. Con El inventor de juegos tenemos una película que logra enganchar más allá de las falencias que se pueden advertir en sus 111 minutos, dando un resultado irregular que tiene un gran comienzo pero que va volviéndose más inconsistente hacia el desenlace, dejando un gusto agridulce más allá de sus méritos. Nuestro protagonista es Iván Dragó (David Mazouz, el mismo de la cancelada serie Touch), un muchacho introvertido apasionado por los juegos de mesa, que sin embargo se encuentra en un hogar donde esa afición no esta tan bien vista. Su madre (Valentina Lodovini) intenta protegerlo al ver su enorme capacidad creativa e imaginación para crear juegos, pero procura mantener el secreto para que su padre (Tom Cavanagh) no se entere. Debido a su talento decide participar en un ostentoso concurso por idear el mejor juego, donde demostrará ser un genio en el campo lúdico. Sin embargo, ganar la competencia le terminará generando más problemas. El enigmático premio apenas le sirve para algo y su padre se enfadará con él, mostrando una faceta de su pasado que lo llevará a buscar desesperadamente la tierra de los juegos, Zyl, donde reside otro creador de juegos de la familia, su abuelo Nicholas Drago (Edward Asner). Pero la tragedia golpeará su vida tras un viaje en globo de sus padres que los tendrá desaparecidos o presuntamente muertos (un elemento clásico de las coming of age), llevándolo a la soledad de un oscuro colegio al que es admitido como huérfano. Esta introducción, que sorprende por su solvencia narrativa y su capacidad de síntesis con un ritmo admirable, es el pasaje más logrado de la película y donde mejor se delinea el personaje de Iván. También es donde mejor se ven las virtudes estéticas de Buscarini: la expresiva fotografía, las secuencias de animación intercaladas, planos cerrados que definen inteligentemente lo que sucede y la elegante puesta en escena, son algunos de los rasgos que nos llevan a comprender que estamos ante alguien que conoce el género a la perfección. De hecho, salvo en la utilización de algunos efectos especiales sobre el final (mucho que ver tiene el croma), la creación del mundo fantástico que envuelve la historia resulta creíble y contiene en locaciones como el colegio o Zyl una dirección que transmite perfectamente las sensaciones que produce el lugar. Las irregularidades comienzan a advertirse en el desarrollo de algunas secuencias de peso dramático que, sin embargo, pasan prácticamente inadvertidas. Lo mismo sucede con el antagonista interpretado por Joseph Fiennes: si bien la caracterización y sus motivos son claros, lo cierto es que la riqueza del personaje se pierde rápidamente en el guión. En particular el detalle de su filosofía en torno al juego, que lo oponen a Nicholas e Iván, y aparece referenciado en algunas secuencias del colegio o flashbacks, pero que hacia el final no es retomado como un elemento climático del desenlace. Esto le quita peso al enfrentamiento, que cargaba con la expectativa que se genera a lo largo de todo el film. Lo mismo sucede en menor medida con la mística en torno al personaje de Gabler (Alejandro Awada), que se torna en un instrumento narrativo que se pierde rápidamente en el dramático final. Por otro lado, las secuencias finales de acción resultan más desprolijas y confusas, no sólo por los mencionados efectos sino también por la forma en que se desarrolla la acción en torno al globo. Finalmente, y a pesar de sus falencias, El inventor de juegos es una rareza irregular que en sus ocasionales tonos oscuros encuentra rasgos de originalidad que poco se han visto en el cine nacional para niños, demostrando que es posible generar un producto solvente e inteligente sin subestimar al público que apunta.
La vida como un complejo juego de tablero Son tres los momentos distinguibles en el argumento de El inventor de juegos, tres instancias que operan como niveles de complejidad dentro del recorrido que su protagonista, el niño Iván Drago (David Mazouz), debe sortear: el colegio-orfanato, la búsqueda de su abuelo, el reencuentro con sus padres. Tríada que, desde una concepción profunda, el film plantea como dilema de niñez que enfrentar, al tiempo que arroja al espectador a un mundo que confunde la vivencia real con su costado imaginario. El límite impreciso entre estas nociones -las cuales, se sabe, son intrínsecamente indisociables- es el camino desde el cual podría haber elegido abismarse la película de Juan Pablo Buscarini (El ratón Pérez, El Arca). Hay un ánimo de intención, pero no llega a la profundidad que podría. Es decir, el núcleo del relato está en la pérdida, en el accidente fatal que se lleva la vida de los padres de Iván. A la vez, un concurso postal le elige el mejor inventor de juegos. Entre una situación y la otra, el enredo de vida que toca al niño comienza a ser reinvención constante, así como habilidad que le permite desafiar al colegio autoritario, alcanzar el afecto perdido, y enfrentar al miedo mayor (encarnado por Joseph Fiennes). Este devenir mezcla los juegos de tablero, que Iván tan perspicazmente sabe diseñar, con las peripecias que le toca sobrellevar. Para ello, bien sabrá valerse de la amistad de Anunciación (Megan Charpentier), niña que vive entre las sombras de este colegio empantanado, y a quien Iván -llegado el caso- sabrá presentar a sus padres como su "amiga imaginaria". Es decir, si lo visto es cierto o consecuencia de cómo el niño explica su orfandad no será aseveración que la película deba aportar; de todos modos -acá lo decisivo-, no hay demasiados matices que en el film permitan ambigüedad, de manera tal que el reencuentro de Iván con sus padres será feliz. Tampoco es que deba pedírsele una resolución contraria a El inventor de juegos, pero tal vez sea la precipitación de sus acontecimientos la que culmina por obstruir lo que está por allí dando vueltas, de manera molesta. En este sentido, son varios los desafíos visuales que el film asume, a partir de la novela homónima de Pablo De Santis. No sólo los resuelve de manera convincente, sino que descubre al cine infantil argentino posibilidades estéticas de calidad (en el reparto técnico hay figuras técnicas partícipes en producciones como La invención de Hugo Cabret y Gravedad). Pero también es cierto que culmina por aportar una sobreabundancia que hace perder el móvil de fondo, el nudo afectivo de la cuestión. De acuerdo con ello, para este cronista el capítulo mejor de El inventor de juegos es su episodio segundo, el que da cuenta del encuentro entre Iván y su abuelo (el gran Edward Asner), en plena República de los Niños de La Plata, remodelada de manera extraña, como pueblito perdido dentro de un libro troquelado. Allí es cuando, por fin, los diálogos se prolongan, la acción reposa, el niño come postre, el abuelo le mira con picardía, los abrazos se prolongan.
UN JUEGO PESADO Otra de magos y de escuelas espectrales, con celadoras implacables y autoritarismo, una fábula con algo de Harry Potter y esa mezcla de encierro y misterio que tiene como centro a un nene lleno de preguntas. Como siempre, lo que da aliento narrativo es el espíritu de búsqueda, un impulso que se alimenta de curiosidad, deseos y atrevimiento. Pero el film no atrapa. Es muy oscuro para los chicos y muy inocente para los grandes. Las novelas de Pablo de Santis se apoyan en historias muy bien aceitadas. Y aquí orilla lo fantástico sin decidirse a ir más allá de la agradable impostura. Es lujosa y cuidada y apunta al mercado extranjero y a una franja etaria muy consumidora. Pero se queda a mitad de camino. Le falta ritmo, ocurrencias, impacto, más vivacidad y más sorpresas. Ni da miedo ni da risa. Se demora más de la cuenta y algunos saltos narrativos le agrega distracciones a un producto discreto que está allí, con algo de ingenio y poca fantasía. En resumen, juegos sin gracia en la República de los Niños.
El tatuaje imborrable El protagonista de estas aventuras tiene nombre de luchador, se llama Iván Drago, como el boxeador de Rocky, pero aquí se trata de un flacucho y pálido niñito de 10 años que se aburre mucho con las opciones de entretenimientos y actividades deportivas que le propone realizar su padre, hasta que por azar encuentra en una revista un concurso para inventar juegos de mesa. Con creciente placer, descubre que es capaz de crearlos sin dificultades y logra quedar seleccionado entre miles de aspirantes, aunque no puede contárselo a su progenitor, quien más bien busca apartarlo de esas aficiones. Progresivamente, ayudado por la comprensión de su madre, alcanza el premio principal: un tatuaje imborrable en el que se encuentra la clave para una serie de asombrosos descubrimientos acerca de su familia y su vocación. La gran búsqueda se inicia con la desaparición de sus padres y la inesperada condición de huérfano que lo lleva a un siniestro internado, donde seguirá las pistas que se suceden y derivan en suspenso continuo por claustros antiguos, una ciudad fantasma y una prodigiosa fábrica de juegos que encierran inquietantes secretos. La película esencialmente es un recorrido por las típicas utopías del imaginario infantil, del que mucho conoce el escritor Pablo de Santis, en cuya novela está basado el guión que tiene el mérito de llegar al difícil sector infanto-juvenil integrado por preadolescentes. La geografía y el tiempo de la historia se deslizan -como un cuento de hadas- en una dimensión de lo maravilloso, común y universal. Además, como en todo relato tradicional, tendrá ayudantes y oponentes sobre los que se impone un temible villano: Morodian, el creador de la Compañía de los Juegos Oscuros. Del lado de Iván (David Mazouz) se encuentra su abuelito Nicolás (Ed Asner), cuyos sabios consejos siempre giran en torno a los juegos de mesa, capaces de enseñar destrezas para desenvolverse en la vida y forjarse en la lucha para ser un ganador, resolver enigmas y despejar dificultades. Ambicioso, fascinante y oscilante El realizador Juan Pablo Buscarini cuenta en su haber con películas de animación como “El ratón Pérez” (2006) y “El arca” (2007); en este caso, sube la apuesta con una coproducción internacional totalmente rodada en Argentina (en locaciones como La República de los Niños en la ciudad de La Plata y otras del Gran Buenos Aires) pero con la mayor parte del elenco norteamericano o europeo, diálogos en inglés y doblados al español. Otro punto fuerte es el elenco: David Mazouz, conocido por la serie “Gotham”, transmite naturalmente la inteligencia, fragilidad y valentía que definen al protagonista infantil. Lo acompaña un interesante plantel de secundarios, sobre todo Joseph Fiennes como el principal villano, en un papel atípico para el actor de “Shakespeare apasionado”. Por el lado de Argentina, aunque aparece en pocas escenas, se destaca Alejandro Awada, interpretando a una especie moderna del mitológico Vulcano en el inframundo de la fábrica de juegos oscuros. Por momentos, las transiciones entre los distintos aspectos de la historia parecen un poco abruptas o forzadas, en un montaje donde los personajes hablan demasiado rápido, aportando mucha información. Tampoco ayuda que no haya un considerable momento de distensión a lo largo del desarrollo de la trama donde no caben respiros para explayar sentimientos, más allá de la curiosidad ante las llamativas peripecias del joven protagonista. A pesar del imponente trabajo escenográfico y un diseño de lujo, realzados por la atractiva fotografía, la película luce estilizada pero sin una impronta autoral fuerte: se parece un poco a la saga de Harry Potter, otro poco a la fantástica fábrica de chocolates de Tim Burton y hasta a “La invención de Hugo” de Martin Scorsese. Si en términos visuales “El inventor de juegos” se ubica entre lo más osado y fascinante que el cine nacional haya conseguido en el campo específico de lo infanto-juvenil, a nivel narrativo la película no logra fluir ni seducir como para convertirse en un entretenimiento incuestionable. Más allá de pasajes atrapantes y de logrado lirismo, por momentos impresiona como algo distante y mecánico, aunque siempre funciona como una muy buena opción para que los niños vayan al cine a ver un entretenimiento de calidad aunque no sea extremadamente memorable.
Cuando mis hijos vieron los anuncios del estreno inminente de “El Inventor de Juegos”, se mostraron exhultantes ante tal perspectiva, puesto que han leído tantas veces el libro del reconocido escritor argentino, Pablo de Santis, que pueden contar y describir con lujo de detalles una y mil veces. Y, como era de esperarse, sus miles de formas de imaginarse la vida de Iván Drago, por fin iban a plasmarse cinematográficamente, poco mas de una década después de que se publicara la primera tirada del libro. Bajo esa invisible presión del "público literario" (es realmente una bestseller muy popular), se rodó esta importante producción local. Quedense tranquilos lectores y fans: no falta nada; el colegio Possum, Zyl, Nicolás Drago, Krebs, Morodian, todos los elementos están. Es así que, “El Inventor de Juegos”, llega a la pantalla grande de la mano de Juan Pablo Buscarini, (“El Ratón Pérez”, “El Arca”) un director quien demuestra tener muy claro lo que quiere y conduce con oficio una cinta arriesgada para adaptar (toda lo es). Sin embargo, moldea el universo esperado, sin ninguna dificultad, y además tiene la capacidad de medirse con las producciones millonarias hollywoodenses con mucho menor presupuesto. Una amalgama equilibrada en el reparto de actores van llevando con mucha solidez la puesta en escena de la historia tan conocida de Iván y su familia de inventores. Es una película homónima de un libro que se relata casi fielmente, salvo algun que otro detalle menor que no aparece, aunque no por eso defrauda, sino mas bien, todo lo contrario, estructura la trama con solvencia. David Mazouz (protagonista de la serie “Touch”) interpreta con gran destreza a Iván Drago, quién desde niño ha mostrado su gusto por los juegos de mesa, que por cierto, a su padre no le hacían mucha gracia. Durante un paseo el dia de su cumpleaños, se encuentra con la posibilidad de participar de un concurso donde debe inventar su propio juego. Termina siendo ganador , pero desconoce su premio. Y como dice Pablo De Santis ¿qué premio podía ser tan extraordinario como el hecho de que no mencionaran premio alguno? Inclusive un viaje por el mundo tenía sus limites y sus plazos... pero uno sin nombre, podía ser imaginado y vuelto a imaginar, y nunca se gastaría...” Iván deberá superar extrañas situaciones, además de lidiar con el malvado inventor Morodian (Joseph Fiennes), para averiguar sobre la desaparición de sus padres. Este es el inicio de un devenir de eventos que afectarán la atribulada vida del protagonista, pero que no serán impedimento para la busca de respuestas. Tarea compleja, que no hará solo, sino acompañado por Anunciación (Megan Charpentier de “Mama”), conocida también como "La Niña Invisible", amiga de Iván en el colegio Possum. Proyecto estructurado íntegramente en Argentina (y en inglés! -gran desafío) en coproducción con Canadá, España e Italia, por un convincente y audaz Buscarini, es, sin dudas, una apuesta alta. El aspecto técnico de la realización es sólido y apoya el contenido del relato de manera sustanciosa. Ed Asner, Tom Cavanagh, la italiana Valentina Lodovini, nuestros queridos Alejandro Awada y Vando Villamil, Joseph Fiennes son algunos de los nombres mas destacados que componen el elenco. “El Inventor de Juegos” muestra el camino que debe transitar el cine nacional, su producción ha mostrado una evolucion en sonido e imágen destacada, dentro de un mercado local que día a día brega por superarse. Pequeños grandes lectores (y los que no lo son querrán ir a buscar el libro seguramente) se sentirán muy cómodos, pero sin ninguna duda, esta cinta propone un atractivo plan también para los mas grandes. A verla y disfrutarla gente! Nosotros acá, ya quedamos ansiosos esperando el próximo viaje al que nos invitará Buscarini. Porque como piloto, es un hombre a respetar.
La metáfora del juego y la actividad lúdica como manera de existencia. El esforzarse por sobresalir y comprender que en el intento, uno puede plasmar mucho más que una idea. Estos son tan sólo algunos de los conceptos con los que trabaja Juan Pablo Buscarini en “El inventor de Juegos” (Argentina, Canadá, Italia, 2014). Basada en la exitosa novela de Pablo de Santis y protagonizada por actores de diferentes nacionalidades, el filme logra imponer una estética y una narrativa clásica en un género tan difícil como lo es el de aventuras para niños. “El inventor…” cuenta como un joven llamado Ivan Drago (David Mazouz) comienza a relacionarse con el mundo de una manera diferente. El punto de inflexión será cuando desatienda una máxima de su hogar: “nada de juegos de mesa en la casa”. En este caso no es que decidirá jugar con algún tablero que lo transporte a lugares inimaginados, sino que comenzará a diseñar estrategias para juegos propios y así ganar el premio al mejor inventor de juegos de una antigua empresa. Luego de miles de intentos y de comenzar a superar etapas de selección, un día su madre le lleva el sobre a su cuarto con la noticia que ha sido el escogido entre miles de participantes. El premio, un tatuaje temporario. Indignado con él, Iván no comprende cómo luego de tanto esfuerzo, un mero tatuaje sea considerado como la recompensa ideal para alguien que ha puesto tanta dedicación y esmero por sobresalir en la industria del entretenimiento. Mientras aún procesa esa información, sus padres inexplicablemente desaparecen de la faz de la tierra arriba de un globo aerostático por lo que Iván es confinado como pupilo a una escuela en la que el orden y el respeto jerárquico sólo irrumpen como amenaza a la cotidianeidad infantil. En el colegio conocerá a Anunciación (Megan Charpentier), una niña con la capacidad de disfrazarse y desaparecer a demanda, que será su aliada para que Iván pueda adaptarse a un ambiente hostil en el que intentarán excluirlo por aquel tatuaje famoso que le otorgaron. Pero todo se volverá más extraño cuando luego de hundirse en medio de un pantano, el colegio desaparece e Iván escapa, para tratar de conseguir respuestas en la misteriosa fábrica de juegos Morodian. Al tratarse de una trampa, gestada por el malvado Morodian (Joseph Fiennes), que sólo hizo que Iván caiga en sus redes a través de simples señuelos que fue regando en todo el proceso de “cooptación” del niño a la empresa, el niño verá como sus sueños se truncan. Pero mientras intenta escapar de allí, recibirá una revelación, en ese esfuerzo con el que inventó tantos juegos, que lo llevaron a la final del concurso no hay más que la continuación de una estirpe de inventores que surgen con su abuelo (el increíble Ed Asner) y que a pesar que una profecía daba por muerto el linaje, continúan en él. Allí la película virará hacia el intento del niño y su abuelo por desenmascarar al cruel Morodian para poder así liberar a todo el mundo de la opresión y el control que a través de los juegos ejerce sobre la ciudadanía y saber qué pasó realmente con sus padres. Buscarini logra un tempo ideal para este tipo de filme, como así también las atmósferas necesarias para que la idea de De Santis sea transpuesta casi al pie de la letra y con un nivel de producción impecable para el cine nacional. Historia de amistad, concreción de sueños, respeto por la familia y repleta de valores como la honestidad, la pasión y el esfuerzo, “El inventor de juegos” es una buena opción para entretener y a la vez demostrar que en el país se pueden realizar productos de fórmula con calidad y oficio y ganar mercados internacionales.
Una partida demasiado segura. En un momento particular de El Inventor de Juegos (The Games Maker, 2014), el héroe de la historia es recriminado por causas poco ortodoxas. Ya separado de su familia e internado en el lúgubre colegio Possum, el pequeño Iván Drago (David Mazouz) sigue intrigado por el rompecabezas de su tatuaje, símbolo de su misteriosa habilidad para crear diversiones y nexo a la trágica desaparición de sus padres, cuando es advertido por el principal del lugar. ¿Por qué? Es que, desde su llegada ocurrida una semana antes, todos los chicos están empezando a jugar de forma más alegre, haciéndolo quedar como una amenaza para la estricta institución. Pero hay un inconveniente, y no ocurre dentro de la pantalla: nosotros no vimos nada de eso, porque la semana fue saltada en un fundido a negro tras las escenas de su primer día en el lugar. Como una premonición accidental, eso resume la intención y los resultados de un film que, si bien tiene a su disposición los elementos necesarios para dejar una marca, se pierde en la generalidad del género. No es que nadie haya intentado. A la hora de adaptar el libro escrito por Pablo de Santis en 2003, el director rosarino Juan Pablo Buscarini (Cóndor Crux, El Arca) llevó a cabo una labor monumental para llegar a filmar una producción que respetara la escala del material original, logrando una co-producción entre Argentina, Italia, Canadá y Colombia con idioma anglosajón, elenco internacional y visión de estreno masivo, aunque con el corazón en su tierra patria, filmando en locaciones de Buenos Aires, Pilar, Tigre y La Plata. Es por eso que, mientras transcurre este relato atemporal sobre un chico con un destino de gloria como inventor de juegos lidiando con un juego por una fuerza malévola, existe una sincera diversión en ver como se transformaron lugares como el Parque de la Costa y la República de los Niños en un gran contexto libre del espacio y del tiempo a través de un muy buen trabajo técnico, encontrando el look de cuento al expandirlos a escondites de villanos más grandes que la vida y ciudades legendarias, algo que encaja con la mirada nostálgica por el viejo relato fantástico y el juego manual. 10286734_778191445546536_3733910177539885084_o Pero donde no cierra eso es en el relato mismo, donde las partes usadas para jugar se vienen repitiendo desde hace bastante. Como en tantos otros relatos de jóvenes humildes con habilidades especiales ocultas que tienen que descubrir su lugar antes de que aparezca un enemigo poderoso, El Inventor… no se distancia, apurándose a través de la fórmula sin tener tiempo para establecer alguna impresión propia. Vimos todo esto antes: héroes precoces e inseguros de sus destinos, mentores distanciados, aliados inseparables, amenazas colosales y confiadas. Pero el modelo puede funcionar, y aún lo hace… excepto en este tipo de obras, que están tan preocupadas en la apariencia exterior de sus mundos mágicos que se olvidan del elemento más importante: seres que respiren y vivan a través del lugar. No comprenden que la personalidad es el verdadero hechizo, y la clave al interés por esas antiguas piezas empolvadas. Esa falta se ve también en la coraza de las actuaciones, y ocurre con la mayoría del elenco adulto. El caso principal es Morodian, villano interpretado por Joseph Fiennes, que cuenta con un pasado atractivo: Tras la huida de su madre adultera y la muerte de su padre, el trastornado hijo se volvió un productor de juegos nihilistas, que armó una compañía en contra de su anterior pueblo. Uno creería que, con esa historia de fondo, se abrirían muchas posibilidades interesantes. Pero no, al final sólo es una mala imitación del Willy Wonka de Johnny Depp en la remake Charlie y la Fábrica de Chocolate. Lo mismo pasa con la mayoría de los grandes, excepto por Ed Asner y Alejandro Awada (quien antes puso su voz para Buscarini como el protagonista de El Ratón Pérez), quienes no tienen mucho material para aprovechar. En comparación, el elenco infantil los pasa por arriba de forma sorpresiva. Como la figura central, Mazouz (estrella de la serie Touch y próximo Bruce Wayne en el show Gotham) deslumbra en su primer rol cinematográfico, demostrando un carisma innato y una confidencia asegurada haciendo del perseverante Iván. Y no es el único, ya que viene acompañado por una amiga invisible, Anunciación (Megan Charpentier), con quien expresa mayor interés que el resto del elenco junto. 002 Es el interés de un niño lo que mantendrá en una buena posición a El Inventor de Juegos, con la audiencia pequeña logrando atravesar las gastadas aguas de esta producción. Para los que ya vimos esta historia demasiadas veces, el aspecto técnico será lo único a destacar en este producto, que carece de la imaginación de sus protagonistas.
La aventura está servida Iván Drago (David Mazouz) es un niño de 10 años con mucha imaginación a quien su padre (Tom Cavanagh) intenta infructuosamente hacerlo ocupar su tiempo en algo que lo saque de su habitación. El día de su cumpleaños, sus padres lo llevan a un parque de diversiones de donde se trae una revista de historietas en cuya contratapa hay una invitación a participar en un concurso para inventar juegos de mesa. Eso capta automáticamente su atención y empieza a participar, hasta que, un año después, resulta el ganador. Su premio: un misterioso tatuaje con forma de rompecabezas. Aunque él no lo sabe, ese premio es el disparador para que su vida de un giro de 180 grados. Sus padres desaparecen misteriosamente, lo que hace que sea enviado como interno a un colegio decrépito -que se hunde lentamente en la tierra- llamado Possum. Allí conocerá a Anunciación (Megan Charpentier), una niña que vive escondida detrás de las paredes de la escuela y en donde recibirá un mensaje de su abuelo Nicolás Drago (Ed Asner), que creía estaba muerto. Poco a poco, David se enterará de que lo que le está pasando es obra del poderoso Morodian (Joseph Fiennes), dueño de la Compañía de Juegos Profundos, y antiguo discípulo de Nicolás. La intención del villano es vengarse de él y apoderarse de la ciudad que creó, Zyl, cuna de los juegos más ingeniosos. El pequeño deberá seguir la sagrada tradición de su familia y convertirse en un verdadero inventor de juegos para derrotarlo. Esta película está basada en la novela homónima de 2003, escrita por Pablo De Santis (si alguno no conoce su obra, hágase un favor y compre sus fabulosos libros). La novela está dividida en tres partes: "El Ganador del Concurso", "Zyl" y "La Compañía de los Juegos Profundos", que el filme retrata -salvo un par de cosas- fielmente. Hay dos puntos que vale remarcar para poder valorar esta película. El primero es que esta película es argentina y tiene un nivel de producción, trabajo, búsqueda y compromiso pocas veces visto (por ejemplo las locaciones que, aunque no lo crean, son todas argentinas). El segundo punto, y tal vez el más importante, es que apela a aquellas películas infantiles que tanto nos regocijaron cuando éramos niños. Es decir, "El Inventor de Juegos" no abusa de efectos especiales para recrear escenarios fantasiosos en donde cualquier cosa es posible, sino que los espectadores (los niños en este caso) pueden sentir que lo que le sucede al protagonista también lo podrían experimentar ellos. Y eso es el mayor acierto. El director Juan Pablo Buscarini es uno de los realizadores con más experiencia en cine infantil de nuestro país -Cóndor Crux (1999), El Ratón Pérez (2006), El Arca (2007)- y se nota su oficio a la hora de narrar. Un acierto es la elección del chico protagonista, David Mazouz, puro talento a la hora de actuar y que le brinda la sensibilidad necesaria al personaje. Ralph Fiennes hace un delicioso villano, bastante shakesperiano, que le calza perfecto a la historia. Hay presencia argentina con actores como Vando Villamil o Alejandro Awada, entre los más conocidos. El Inventor de Juegos es una película que no hay que dejar pasar y que los chicos no deben sino merecen ir a ver. Porque no hay nada como embarcarse en una aventura y jugar a ser el protagonista. Se lo debemos a nuestros hijos y al chico que todos llevamos dentro.
Publicada en la edición digital #264 de la revista.