Es un film que no es previsible para nada. Vas a ver que es imposible adivinar el modo en que va a terminar o para dónde se va a dirigir la historia, sea a los quince minutos como a la hora de proyección o más. El desarrollo de sus ricos y bien...
Un hombre (casi) común. Barney Panofsky es un viejo productor televisivo de Montreal que dedica su tiempo al whisky, los cigarros y la soledad. En la primera escena lo vemos llamar al actual marido de su ex esposa a las 3 de la mañana: “Estoy acá, mirando fotos de ella desnuda, me preguntaba si vos también querías verlas. En ese entonces era joven y estaba en toda su gloria”. Horas más tarde su hija -la única compinche que tiene- le comunica jovialmente que al padrastro le dio un infarto. Barney sonríe. Ese pasado de sobresaltos que carga como un tortuoso equipaje lo ha convertido en un hombre cínico, resentido y atormentado, que pese a todo no perdió su ácido sentido del humor. Sobre la base de un episodio casual, el hombre debe destapar su cofre de recuerdos, momento en que el director Richard J. Lewis comienza a construir un relato por medio de flashbacks. Es innegable que este Panofksy tuvo una vida agitada. Lo vemos frecuentar la bohemia romana de los 70, emborracharse con su insólito padre, casarse tres veces e involucrarse en la bizarra muerte de su mejor amigo. En el preludio de este viaje, El mundo Según Barney se regocija con las miserias que muestra, y la crueldad de algunas situaciones bordea el mal gusto aunque esto es disimulado por una efectiva dosis de humor negro. La performance del ganador del Globo de Oro Paul Giamatti, un actor segundón de superproducciones hollywoodenses que se destacó en películas independientes como American Splendor y Entre Copas, resulta ser bastante convincente, y ni hablar de Dustin Hoffman, que entrega una de sus mejores actuaciones en años. Sin embargo, con ellos parece no alcanzar. El film de Lewis, basado en la novela de Mordecai Richler y nominado para el León De Oro en el Festival Internacional de Venecia del año pasado, podría ser visto como especie de falsa biopic. El problema es que el personaje central no parece merecer tanto interés como para justificar semejante consideración. ¿Eran necesarios 135 minutos de metraje para narrar la existencia de un tipo que, más allá de algunas cualidades pintorescas, no parece ser nada del otro mundo? Con el avance de los hechos narrados la propuesta inicial comienza a deshilacharse, a perder la brújula, a hundirse en la intrascendencia, y a esa altura del partido ya no hay humorada incisiva que valga, porque hasta ese recurso se torna irritante. Al director, cuyos antecedentes se limitan a la pantalla chica, no le queda otra que apelar a un culebrón de lo más corriente. Si lo que se veía en los primeros tres tercios de El mundo Según Barney era más que nada la historia de los amores de este, el final lo constituye su lento y lastimoso deterioramiento a causa de un Alzheimer implacable, matizado con algunos detalles tan obvios como pretenciosos. Un mensajito de hace 30 años guardado en una billetera, una tumba matrimonial y demás cursilerías son empleadas para exaltar la relación entre el protagonista y su tercera esposa (una adorable Rosamund Pike), sin duda el amor de su vida. Al final, el suplicio del pobre Barney se termina. El nuestro también. Como dato curioso, cabe destacar los cameos de varios maestros del cine canadiense: aparecen David Cronenberg, Atom Egoyan, Denys Arcand y Ted Kotcheff. Aprovechando que los tenía ahí, mal no le hubiera venido a Lewis pedir un par de consejos.
El mundo contra mí ¿Hasta dónde puede llegar la autoindulgencia? Esa es la pregunta que resuena veladamente durante toda la historia de este personaje, relatada a través de los años. Desde la primera imagen, sabemos que Barney no es feliz en su elegante y clásico departamento. Es alcohólico y gordo, está viejo y solo. Llama a su ex mujer en medio de la noche y le satisface despertar a su sucesor. En verdad, su estado actual es resultado de una conducta egoísta que ha sostenido durante toda su vida, que vamos a recorrer en flashbacks alternos. La historia retrocede hasta sus años de juventud, cuando llevaba en Roma una vida de bohemia, alcohol, amigos y una esposa que lo engancha con un embarazo. Cuando comprueba que el hijo –que nace muerto- no era suyo, abandona a la mujer en el hospital. Ella se suicida a los pocos días. De regreso en Canadá, comienza una carrera exitosa como productor de televisión, se casa con una heredera bella pero tonta, en la fiesta de su casamiento conoce al amor de su vida y no descansará hasta seducirla. También tiene su alta cuota de responsabilidad en la muerte de su mejor amigo. Forma una familia pero descuida su matrimonio, con lo cual regresamos a la primera escena. El mundo según Barney -basada en una premiada novela de Mordecai Richler que tuvo cierto éxito en Canadá y los Estados Unidos- trata sobre la mediocridad, pero también sobre la autoindulgencia. Narrado desde el punto de vista del protagonista, presente en todas las escenas, nadie en el film sale de un nivel mediocre, y Barney sobre todo es una persona bastante miserable. Jamás un ejercicio autorreflexivo, jamás un matiz diferente en su conducta autocentrada. Pero he aquí la trampa: así como él tiene una luctuosa autocomplacencia, el film parece perdonarle todas sus agachadas, mantiene la ambigüedad o termina por sentir simpatía hacia él. Y en lo mismo puede caer el espectador: “cálido relato”, “emocionante”, ha dicho la crítica norteamericana, siempre dispuesta a rescatar estos antihéroes, a buscarles la faz redentora. Este film canadiense bien narrado tiene un cast formidable: Paul Giamatti logra una composición del irreductible Barney que le valió un Globo de Oro al mejor actor de comedia -aunque la película no se encuadra en el género, o en todo caso es una comedia muy dramática-, Dustin Hoffman es quien más se luce como su padre, un policía bastante brutal que no parece tomarse nada en serio, y Rosamund Pike da bien una sufrida esposa, que demora en reaccionar ante el egoísmo de Barney, mientras Minnie Driver es una total caricatura, intencional, imagino. Como juego cinéfilo, la película presenta cameos de prominentes directores canadienses, como Denys Arcand, David Cronenberg y Atom Egoyan.
Una historia de matrimonios y muertes Los años no llegan solos y a Barney (Paul Giamatti), le llegaron tres matrimonios y varias muertes, como bien muestra El mundo según Barney (Barney’s Version, 2010), película que presenta al espectador dos facetas de un mismo personaje. Un contraste entre un hombre joven, vivaz y alegre, con otro viejo, amargado y con secuelas que el paso del tiempo dejó en él. El film es un recorrido por la vida de Barney, en donde se muestran los momentos claves de su historia, incluidos sus tres matrimonios. Y es entre las celebraciones de sus múltiples bodas que ocurre otro hecho relevante: la desaparición de su mejor amigo Boggie (Scott Speedman). Un caso cuyo esclarecimiento sigue pendiente y mantiene al protagonista como principal sospechoso, y que el detective O'Hearne (Mark Addy) decide mantener vivo al plasmarlo en un comprometedor libro. El mundo según Barney comienza por el final para luego volver en el tiempo y mostrar una secesión de escenas que explican la situación presente. A pesar de este avance y retroceso, el director Richard J. Lewis decide plantar la duda sobre si el personaje es responsable o no del destino de Boggie en el inicio de la película y mantenerla latente hasta su último minuto. Amor y muerte son los dos temas que componen el argumento de la película, y al agregarles el paso del tiempo, El mundo según Barney muestra los cambios que sufre el personaje a medida que los años dejan su marca en él. En cuanto al amor, para Barney se cumple la regla de la tercera es la vencida, ya que luego de dos matrimonios encuentra finalmente a la mujer de la que se enamora, al conocerla justamente en la celebración de su segunda boda. El tercer matrimonio que Barney contrae, además de ser diferente por qué quien viste de blanco es finalmente objeto de su amor, también lo es por la ausencia del mejor amigo del novio, lugar en dónde entra el factor muerte, ya que el protagonista es sospechoso de haber matado a su compañero. La película cuenta justamente la versión de Barney (título original) sobre cómo se sucedieron los hechos para justificar su inocencia, y contradiciendo lo que el detective escribió en su libro. Las dos caras de un mismo personaje que brinda Paul Giamatti con su excelente actuación, que por momentos despierta desprecio y luego simpatía, logrando mantener al espectador pendiente de la pantalla durante casi dos horas, ante escenas cuyos desenlaces son impredecibles.
La historia de un eterno perdedor. El mundo según Barney una gran película por muchos motivos. Al estupendo elenco interpretativo hay que sumar una historia humana que consigue tocar al espectador donde menos lo espera. El mundo según Barney contiene situaciones y personajes ricos, en momentos la película tiene dificultad de encontrar el tono adecuado para contar una historia melodramática que en pantalla se inclina más por el drama que por la comedia. Por momentos nos brota sonrisa y por momentos tristeza, tiene una amalgama de momentos que contienen un bello equilibrio. El humor engancha al espectador, la ironía y el sentimentalismo seducen a meterse dentro del film y los personajes. Todo se va narrando durante décadas montado sobre el hilo del personaje y sus situaciones amorosas. Con excelentes interpretaciones, un medido Dustin Hoffman, y un Paul Giamatti, que personifica a un bebedor y fumador compulsivo se destacan sobre los demás. La película bucea en el mundo de los éxitos y los fracasos de este querible y por momentos repulsivo personaje. Matrimonios express, amores imposibles y el mundo de arte contra la televisión basura como telón de fondo. La dirección del film es muy correcta y no se hace notar en ningún momento salvo con ciertos matices en la fotografía, que se utilizan sabiamente para marcar las distintas etapas en las que ocurre la historia. Por momentos la película parece un poco dulzona, un poco idealista, pero esos detalles se superan con excelentes actuaciones y personajes perfectamente logrados. El Mundo de Barney es una película sobre el amor, la amistad y la lealtad, el espectador conseguirá salir del cine y pegarse una buena reflexión.
Dispositivos de tortura. Parece que hay una nueva tendencia que ya está bastante consolidada: películas que torturan física y psicológicamente a sus personajes hasta los límites más insospechados. El cine de Mariano Cohn y Gastón Duprat, de Michael Haneke o, en menor medida, de los hermanos Coen, son claros síntomas del malestar de películas que se conciben a sí mismas como un dispositivo de sometimiento de las criaturas que habitan en su interior. No se trata de si una historia contiene algún componente de crueldad o no, porque en los casos que nombro lo cruel no es algo que se dé únicamente al nivel de la historia sino que también se lo percibe, justamente, en la relación que la película entabla con el relato y sus personajes. Alcanza con ver los primeros minutos de Yo presidente para entender que Cohn y Duprat (autores de una coherencia envidiable) hacen lo mismo que en Querida, voy a comprar cigarrillos y vuelvo desde su ópera prima: un presidente obligado a posar frente a cámara mientras que la película se mofa de su gesto congelado extendiéndolo de manera innecesaria. Lo que pasa en los planos que muestran a Alfonsín haciendo un gesto con las dos manos juntas no tiene nada de cruel, pero la forma en que la película se ríe de eso, sí. Algo similar ocurre con la mosca que sobrevuela insistentemente la cara de Menem: nos reímos porque es Menem y porque recordamos la famosa avispa, pero el plano, en el que el ex presidente no dice nada y solamente espanta a la mosca, está puesto en el metraje exclusivamente para burlarse de él y, obvio, para invitarnos a nosotros a que lo hagamos a la par de la película. El mundo según Barney viene a inscribirse en esta tendencia. El problema de esas películas y de la adaptación de la novela de Mordecai Richler dirigida por el ignoto Richard S. Lewis es que someten a sus personajes a un sinfín de penurias y se amparan en una especie de justificación moral del sufrimiento: como tantas otras víctimas, Barney, aunque no deja de ser un buen tipo, en cierta medida merecería que le pase todo lo que le pasa. Por dejado, por cómodo, por inocente, por cínico, por calculador, etc; en la película el personaje constantemente deja ver motivos cuestionables para sus acciones que son los que terminan matizando los golpes que le propina la película. Por ejemplo, cuando Barney quiere divorciarse de su esposa para empezar una relación con otra mujer, se alegra de encontrar a su cóyuge en la cama con su mejor amigo. Entonces, agarrándose de las faltas del protagonista, la miserabilidad del guión no se detiene ante nada ni nadie a la hora de humillar y hacerlo sufrir: tiene que casarse con una mujer a la que no quiere ni un poco porque ella quedó embarazada; esa mujer, desequilibrada y un poco malvada, se suicida y Barney carga con la responsabilidad; acepta entrar en un matrimonio por conveniencia con una mujer rica y estúpida que no para de recordarle que tiene una maestría (esos momentos junto al diálogo que tiene Barney con el padre de la finada y también con su propio padre son algunas de las escenas más misóginas que vi en mucho tiempo); su nuevo matrimonio es pura rutina y aburrimiento y más todavía desde que el protagonista conoce a la mujer de sus sueños ¡en la fiesta de su propio casamiento!; se lo somete al oprobio público más descarnado cuando se lo acusa sin pruebas contundentes del asesinato de su mejor amigo. Entonces, cuando cerca del final asoman los signos de una enfermedad terminal que amenaza con deteriorar cada vez más a Barney y este, después de haber echado a perder su tercer matrimonio (ahora sí, con la mujer que amaba con locura) por culpa de una aventura pasajera, no nos queda mucha capacidad de sorpresa: la película no repara ni siquiera en mostrar detalladamente los estragos que la enfermedad terminal deja tirado por el camino un Barney cada vez más destrozado. La película pareciera no definir un lugar específico para ubicar al espectador: por un lado lo acerca a Barney, lo coloca junto a él, pero por otro lo hace tomar distancia y lo invita a burlarse de él y a juzgarlo. No el caso del binomio Cohn-Duprat o de Haneke, donde el público claramente ocupa el rol de juez. En cambio, acá pareciera haber una zona franca que propone las dos cosas: amigo o verdugo, o incluso las dos cosas a la vez. Prefiero elegir entre uno u otro papel de los posibles que Lewis me asigna, y en un escenario así, siempre voy a optar por la primera opción, por estar del lado de Barney; no me importa qué tan ruin, torpe o indeseable sea el personaje, cualquier cosa antes de jugar el juego de crueldad despiada que propone una película tan miserable como El mundo según Barney.
Ácida y abrumadora historia de vida "Barney's version" es la adaptación cinematográfica de un best seller candiense muy laureado. El libro en cuestión fue escrito en 1988 por Mordecai Richler y es recomendado por abordar, además de una historia de vida colorida, características de la cultura canadiense particulares en los últimos treinta años. Richler es judío y dueño de un estilo irreverente que hace recordar a los mejores de su escuela y en este, su trabajo más conocido, reflexiona con acidez sobre sucesos que definen a la sociedad de ese país y subrayan su particular modo de vida. Para esta llevar este desafio adelante la industria buscó a un director de amplio currículum en televisión (Richard J Lewis) y se procuró generar un guión confiable a la altura de la popular obra. Es ahí donde buscó apoyarse la adaptación de Michael Konyves, lineal y fiel a la magnética personalidad de Bareny, aunque sin los sabrosos regionalismos que no pudieron encontrar espacio en la pantalla grande. La esencia y espíritu de la obra está. Paul Giamatti la trae. Sin él, no estaríamos hablando de "Barney's version". Ganador del Globo de Oro este año por este protagónico, el veterano y talentoso norteamericano sostiene con su gran actuación una película que de otra manera habría caído fácilmente en el olvido. Conocemos a Barney (Giamatti) en la actualidad. Es productor de televisión en Canadá, tiene 65 años y le gusta beber. Siempre quiso ser escritor, pero la vida lo llevó por otros caminos. En este momento del camino, tiene un buen pasar y muchos problemas matrimoniales, de hecho, está separado de su esposa, Miriam (Rosamund Pike) y muy enojado con la situación que le toca vivir. Barney, digamoslo claro, no es un buen tipo. Sus actos no son los que nos inflan el pecho ni nada parecido. Más bien, están unidos a nuestro lado miserable, ese que no nos gusta ver y el que actúa muchas veces cuando nos sentimos frustrados o desesperanzados. Es un hombre normal, astuto (el film siempre marca con claridad que su olfato laboral lo deposita en el camino correcto) y políticamente incorrecto. No le gusta aparentar y vive como lo siente, lo cual hace que coseche antipatías serias que le juegan en contra durante toda su vida. Mientras toma un whisky en un bar, un polícia le obsequia un libro autografiado. Eso presenta la historia. Años atrás, Barney estuvo implicado en la desaparición de uno de sus mejores amigos y para este oficial (el detective O'Hearne, jugado por Mark Addy), él fue responsable de su muerte. Pero el cuerpo no apareció y sin él, el presunto delito no pudo ser probado. Por ende, O'Hearne escribió una novela policial para contar su hipótesis. Molesto con esto, Barney reorganizará algunos recuerdos y tendremos su versión de los hechos, que desgranarán muchos episodios significativos de su pasado, con gran detalle. Desde sus años mozos hasta el fin de sus días. "Barney's version" es una historia de vida que atraviesa tres décadas con flashes que van mostrando cómo el protagonista se fue transformando en quien es actualmente. Digamos, en su favor, que no tuvo una existencia fácil. Se casó tres veces, estuvo implicado en un asesinato, es ícono de la televisión canadiense... Giamatti compone un gran papel y se calza sus mejores ropas: llena la pantalla a lo largo y a lo ancho todo el tiempo. Donde no aparece él, el film se cae. Sin él, me habría ido antes de la sala, sin dudas. Algo sucede con el interés que la trama presenta, que si no te identificás con ella, se hace tediosa. A pesar de lo bien que trabaja Giamatti, hay una extensión innecesaria en algunos tramos del relato que cansan al espectador. Hay mucha carga abrumadora en los actos de Barney por lo cual, tenerlo tanto tiempo como rol central desgasta los puentes que conectan con el interés de la audiencia: si es un mal bicho y encima la historia se hace larga, la atención se va perdiendo. Eso sucede aquí. Promediando el metraje, miré el reloj y había pasado una hora. Me restaba otra y quince minutos más para el cierre... Uno nunca controla el tiempo cuando la está pasando bien. En general, si el goce es intenso, volvés a la realidad cuando se encienden las luces. Quizás lo tortuoso e incómodo de algunos tramos de la vida de este hombre no sean algo que uno quiera ver. Al que si hay que prestar atención es a Dustin Hoffman haciendo de su padre. Enorme actuación secundaria, cuando los dos (Giamatti y él) están en escena, el film vibra y atrae. Desgraciadamente, eso no sucede muchas veces. Al menos, no las que hubiésemos deseado. No es una mala película "Barney's version", debemos decir. Es correcta, está bien filmada y mejor actuada. Pero no me cerró. No se si definir si fue así por una cuestión de piel. De hecho, amé "Sideways" (del mismo protagonista) y lo tengo entre mis actores favoritos pero... Hay en "Barney's version" mucho drama moral (supongo) y no siempre está bien dosificado su devenir. Su acidez a veces va más allá de lo tolerable y me nace pensar que no todo se puede tapar con grandes actuaciones. Una cinta debe lucir equilibrio entre todos sus factores, sin olvidar que su objetivo principal debe ser entretener al público. Por alguna razón siento que aquí, eso está logrado a medias. No es de las películas que volveré a ver ni de las que recomendaría, aunque no niego sus valores y la calidad de sus intérpretes. Está en ustedes decidir si le dan una oportunidad o no...
Un Mundo Feliz. Claro, el título original lo dice, Barney’s Version, y es su versión de la historia, el repaso de toda su vida desde su perspectiva. Porque en definitiva siempre es así, no contamos la verdad de nada, solo nuestra percepción de cómo ocurrieron los hechos. Y eso nos da un abanico de posibilidades, una gran cantidad de versiones, de todas las personas que hayan estado involucradas en un episodio, en un fragmento de la vida de alguien. Y lo tenemos a Barney, un Paul Giamatti increíble, como siempre. Porque Giamatti es un tipo que, independientemente del papel que interprete, le agrega a la historia ese condimento especial, ese sabor único, ese gusto particular que, como en un plato exquisito, no podemos identificar bien de qué se trata pero sabemos que nos gusta. Y eso me pasa con él. ¿Por qué? Por varias razones, todas muy simples pero no por eso menos valederas. El Giamatti de ficción es un tipo inteligente y sumamente pensante y analítico, y el Giamatti de la vida real probablemente también lo sea; sí, no es una boludez lo que digo: esta cualidad se le nota y es explotada 100% en la pantalla. No importa que encarne a un loser, a un escritor virtuoso, a un policía obsecuente, a un tipo enamorado de un chica de un cuento, sus personajes siempre dejan entrever esa cosa de que el tipo es brillante, que la tiene clara, que se ríe de si mismo y de los demás. Sumado a esto, así como Al Pacino es un tipo que labura con la mirada, Giamatti labura con la boca, con la voz. Cada actor tiene lo que yo llamo su “caballo de batalla”, una característica que lo diferencia del resto y que está presente en todos sus personajes, y la suya es esta. Giamatti tiene una dicción perfecta; no se por qué pero siempre me llamó la atención eso, que el tipo te articula las palabras con esa voz ronca, con cuerpo, y las palabras adquieren otra presencia cuando salen de su boca. Me da la sensación de que cualquier parlamento que pronuncia se enaltece gracias a esta hermosa característica. Además de este rasgo inusualmente atractivo, Giamatti es un actor que se mete en sus personajes, que realmente se mete, los analiza, los desmenuza y te da esto, representaciones magnificas de individuos, nada más ni nada menos. Hace del ser humano aparentemente más común del mundo algo extraordinario. Me acuerdo de la película suya que más me impactó, Entre Copas, una película hermosa, con un argumento simple pero cautivante, un film perfecto, gracias, en gran parte, a él, a su dicción, a su inteligencia y a su amor por su personaje. Creo que Giamatti se enamora de sus personajes (como lo hace de sus mujeres en la ficción) y sabe sacar como nadie lo mejor de ellos. Me encanta eso en un actor, me encanta cuando veo pasión en la composición del personaje, y él es eso, pura pasión, desde el movimiento, desde la caracterización física, desde la mirada, desde la manera de hablar, desde todo punto de vista. Gracias al director Richard Lewis (de quien no se casi nada -excepto lo que leí ayer en el folleto del cine, que dirigió algunas series, con lo cual no me interesa para nada-), podemos deleitarnos también con un par (o sea dos, nada más -ni nada menos-) de actuaciones soberbias. Dustin Hoffman es reverencial. Es el padre de Barney, judío hasta la médula, ex policía, y el padre más increíble del mundo, el padre que todos soñamos tener. ¿Por qué? Por una línea que dice en una escena; solo basta escuchar esa línea para saberlo. Barney le dice en un momento que encontró al verdadero amor de su vida, que no es su esposa con la que acaba de casarse, que se quiere divorciar e ir a buscar a esa chica; el padre le da un par de consejos geniales pero no muy útiles, hasta que en un momento le dice: “Ok, let’s do it”. ¿Y qué más necesita un hijo? ¿Qué otra cosa necesitamos aparte de la incondicionalidad absoluta, el hecho de saber que los viejos de uno están y van a estar, y nos acompañan en cualquier decisión que tomemos? Y que nos apoyan porque les basta saber que eso que estamos eligiendo es lo que queremos; eso que Barney quiere es suficiente para que el padre le diga “estoy con vos en esto y lo vamos a hacer juntos”. ¿Acaso no es lo único que le podemos pedir a nuestros padres, total incondicionalidad y confianza? Durante esa escena, yo anoche, en el Cine Club Núcleo, lloré como una pelotuda, más que en cualquier otra escena. Y es así cómo vemos que Barney ama a este padre, no permite que nadie le falte el respeto, ni su suegro ni nadie, y así es como lo llora cuando muere, lo llora y a la vez se alegra porque sabe que la vivió y que murió feliz. Creo que vi pocas películas en mi vida en las que en una escena, en el diálogo de una línea de una escena, se sintetice tan maravillosamente lo que es el amor incondicional entre padre e hijo. Y también vemos lo que es el amor (casi) incondicional entre marido y mujer, por la otra gran responsable del atractivo de la película, Rosamund Pike. La mezcla que tiene esta mujer de mina dulce, inteligente, comprensiva, melancólica, sensual y otros tantos adjetivos es hermosa de observar. Hacia el final de la película como que la cosa se vuelve un tanto predecible y sus reacciones, muy predecibles también, pero eso no oscurece de ninguna manera su presencia en la película. Y para mí las grandes actuaciones se ven en lo macro y en lo micro, en lo más ostensible y en lo mas pequeño del personaje, en lo general y en los detalles y matices: en la escena en la que ella le dice a Barney, mientras le agarra la mano en la cama, “deja de hacerte el mártir, no te vas a dormir al living, no dormimos separados”; en la forma de mirarlo; en la manera de ponerse el pelo atrás de la oreja; en la forma de hablar. Rosamund Pike es simplemente hermosa y en esta película lo vemos en cada escena en la que aparece. Y lo que trato de esbozar en esta crítica es lo siguiente: esta es una película de actores. En sí, la historia, qué se yo, no es la gran cosa, no hay mucha incógnita ni suspenso; ya sabemos de entrada cómo termina casi todo, vamos descubriendo un poquito cómo es que pasaron algunas cosas. La vida de Barney es interesante de cierta forma, pero no es lo que verdaderamente atrapa de la película. Lo que verdaderamente atrapa es lo que le imprimen estos actores de puta madre.
De amor y de humor Paul Giamatti es un impulsivo y autoindulgente productor de TV que tropieza varias veces con la misma piedra en su vida amorosa. No aprende. Barney no aprende. Pasan los años, las mujeres por su vida y el tipo insiste en corroborar aquello de que el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra. O más. Barney es un impulsivo -cuesta diferenciar a veces cuándo una persona deja de ser impulsiva para tildarla de infantil- que además es autoindulgente. Cómo hizo para enamorar a las tres mujeres que cuenta la película, es una incógnita. Productor de un exitosísimo programa de TV, Barney sufre horrores ya desde la primera toma, aquella en la que despierta por teléfono a la nueva pareja de una de sus ex esposas, para preguntarle si no quiere ver fotos de Miriam desnuda, cuando ella era joven. Después de que Brian le corte, vemos que las fotos que Barney tiene en sus manos son de Miriam, sí, pero toda una señorita y señora, como luego veremos que fue. El mundo según Barney -que nada tiene que ver con El mundo según Garp de hace casi 30 años, sobre el libro de John Irving, con Robin Williams- se centra, sí, en este hombre panzón en distintos momentos de su vida, que el debutante en la dirección de cine (con una veintena de series de TV sobre sus espaldas) Richard J. Lewis irá narrando en diferentes saltos narrativos. Así veremos a un Barney jovencito y bohemio, con su enamorada en Italia, con quien se casa y descubrirá una infidelidad. Luego con una hija de empresario forrada en plata y de religión judía como él, en cuya mismísima fiesta de bodas conocerá a la que -entiende Barney- es la mujer de su vida. Y que no es su esposa. Probablemente El mundo según Barney no sería lo que es sin Paul Giamatti como protagonista. El actor de Entre copas vuelve a pro barse en un personaje con mucho de patetismo, rodeado de otros seres no menos sombríos o melodramáticos, con un padre (Dustin Hoffman) al que cada vez que le pide un consejo paternal... prepárense. También sea excesivo el tratamiento de la cultura judía en varias escenas -para los que no la practican y para los que sí-, pero eso es un dato menor dentro de una comedia que desembocará en drama recién a la hora y cuarenta de su proyección. De amor y de humor, parece decirnos, también se (sobre)vive.
El film presenta un personaje central sin demasiados matices Desde la primera hasta la última escena de esta película es evidente que el mundo, desde el punto de vista de un señor llamado Barney Panofsky, es un lugar más bien triste, lleno de resentimientos y donde lo único que importa es justamente lo que Barney quiere. Un personaje egocéntrico y egoísta con una notable capacidad para rodearse y conseguir el amor de personas mucho más interesantes y generosas que él. Personas a las que, casi sin excepción, termina lastimando gravemente. El desafío de transformar a este hombre y su vida en un personaje atractivo como para encabezar el film recayó sobre Paul Giamatti ( Entre copas ), un talentoso actor que aquí no se luce como otras veces. Tal vez porque las escenas más significativas y emocionantes que tiene las comparte con Dustin Hoffman, que interpreta a su padre, Israel o Izzi como prefiere ser llamado. Con unas pocas apariciones, Hoffman se roba la película y consigue lo que el guión y el director debutante no logran nunca: aportarle dimensiones a su protagonista. Historia de vida El recorrido del film comienza con un joven Barney pasándola bien en Roma, rodeado de amigos bohemios y mujeres hermosas aunque desequilibradas como Clara, esa artista plástica que dice estar embarazada de su hijo. Menos enamorado e interesado en la mujer que en leer el manuscrito de Boogie, su carismático amigo escritor (interpretado por Scott Speedman, a años luz de su inexpresividad en Felicity e Inframundo ), el protagonista rápidamente cambiará su destino regresando a su Canadá natal. Allí, mientras comienza a trabajar como productor televisivo, se casará con la mujer equivocada (Minnie Driver) y se enamorará de la correcta (la bellísima y dúctil Rosamund Pike) en su propia boda. Y hasta esa retorcida forma del romance perderá su brillo por la incapacidad de Barney para reflexionar sobre sus propios errores y dificultades. Con el material aportado por una exitosa novela, el director debutante Richard J. Lewis realiza una labor correcta, pero no supera la estructura planteada por un relato que revisa la vida y obra de un personaje más bien insoportable aunque muy bien acompañado.
Picaresca, drama y “una de llorar” a la vez Presentada en competencia en Venecia 2010, ganadora del Premio del Público en San Sebastián, lo que la coproducción canadiense-italiana El mundo según Barney no logra mostrar es el mundo según Barney. La novela en que se basa –escrita por Mordecai Richler, suerte de Philip Roth canadiense, considerado uno de los mayores novelistas de ese país en la segunda mitad del siglo XX– está presentada como si se tratara de la autobiografía del protagonista, corregida y editada por su hijo. La película, en cambio, dirigida por el estadounidense Richard J. Lewis, parecería no comprender que todo el sentido del asunto (¡hasta el título, que en inglés es Barney’s Version!) se basa en esa subjetividad y esa disociación, cometiendo el error garrafal de adoptar un modo falsamente “objetivo” y derrumbando así el edificio entero. El Alzheimer que el protagonista sufre en los últimos años de su vida explica, en la novela, baches e incongruencias del relato. En la película, a lo único que da lugar el Alzheimer es a una operación de chantaje emocional a toda orquesta, practicada por director y guionista en el último tramo. Como consecuencia de ello, la incoherencia, que en la novela es del narrador, en la película es de un relato que comienza como picaresca, sigue como drama matrimonial y termina como “una de llorar”, a puro lagrimón. Con el efecto de manipulación sobre el espectador que eso entraña, desde ya. Vehículo de lucimiento para Paul Giamatti (recordado sobre todo como protagonista de Entre copas), Barney Panofsky pasa aquí de unos años ’70 de camisa estampada, pantalón pata de elefante, paraísos artificiales –y, sobre todo, un espantoso peluquín enrulado aplicado sobre su calva– a productor de los más berretas novelones televisivos. En la tradición de la novela de pícaros, la película narra los episodios más diversos (tres casamientos, alguna locura juvenil, un par de infidelidades, subas y bajas de la fortuna, el posible crimen de su mejor amigo, la investigación posterior), variando tono y registro de acuerdo con lo narrado y mostrando al protagonista como un tipo despreciable, uno con el que empatizar y, finalmente, alguien digno de la más lacrimosa e impuesta forma de piedad. En un desfile de secundarios que le quita al hijo el papel preponderante que tenía en la novela, Dustin Hoffman disfruta de un pequeño y simpático show como ex policía y padre del protagonista, la alta y mandibular Minnie Driver reaparece después de prolongada ausencia, el galancete Scott Speedman está absolutamente insoportable como amigo escritor y drogón, la británica Rosamunde Pyke luce una voz de contralto que haría quedar a Lauren Bacall como émula de Valeria Lynch y el también británico Mark Addy (el gordito de The Full Monty) está absolutamente notable como policía durísimo. Que el productor haya sido Robert Lantos, el más poderoso de Canadá, explica la aparición de un verdadero seleccionado de realizadores de ese país en breves cameos actorales. Desde Atom Egoyan hasta Denys Arcand, pasando por el mismísimo David Cronenberg, quien seguramente habría sabido narrar el mundo de Barney como versión y no como verdad absoluta.
Los recuerdos y los años felices Richard J. Lewis es un nombre conocido en Estados Unidos por sus participaciones como guionista en series televisivas como CSI y la más reciente The defenders. Por eso no resulta extraño que su debut cinematográfico El mundo según Barney tenga como protagonista también a un guionista huraño, quien pese a contar con una productora propia reconoce que su talento se ha desperdiciado en tiras mediocres pero que le permitieron sobrevivir a lo largo de sus 40 años, atravesados por un camino tragicómico y de fracasos amorosos, entre otras cosas. Nunca mejor elegido para interpretar a Barney Panofsky que el talentoso Paul Giamatti, cuyas habilidades actorales para encarnar personajes torturados le permiten auto inventarse en una extensa galería de perdedores en diferentes historias como el dibujante que encarnara en American Splendor (2003) por citar un caso paradigmático. El presente de Barney está teñido de grises y angustia: odia su trabajo, perdió en manos de un contrincante duro de vencer al amor de su vida y encima debe soportar la presión de una investigación policial, la cual dio origen a una novela que lo señala como el principal sospechoso del asesinato de su mejor amigo Boogie (Scott Speedman). Pasados 30 años de aquel confuso episodio, aún no han podido encontrar el cuerpo de la víctima y es por ese motivo que el protagonista nunca debió pasar sus días detrás de las rejas. No obstante, la prisión de la rutina es aún más sofocante para este hombre que parece acabado por sus propios errores. El relato comienza con un flashback detonado por la publicación de la novela y se remonta hacia la temprana juventud de Barney en Italia junto a sus amigos artistas. La energía positiva y optimismo de aquel muchacho agradable contrasta fuertemente con la versión actual de un hombre peleado con la vida. Y sobre ese proceso de transformación o metamorfosis lenta se apoya la trama. Sin embargo, más allá de su trabajo como guionista y de su secreta admiración por Boogie, aspirante a escritor, alcohólico y mujeriego, el protagonista busca desesperadamente el amor de una mujer. Así, se casa por segunda vez con una joven judía (Minnie Driver), hija de un millonario luego de que su primera esposa se suicidara. No obstante, el mismo día de su boda Barney se enamora perdidamente de una de las invitadas, Miriam (Rosamund Pike), por quien se obsesiona al punto de proponerle una fuga de amantes o tiempo después -ya divorciado- que pase con él el resto de sus días. La condensación de la historia en pequeñas situaciones dramáticas y algunas con apuntes de comedia, sumadas varias subtramas, parece un obstáculo que el guionista Michael Konyves debió sortear al tratarse de la adaptación cinematográfica de una extensa novela del escritor -ya fallecido- Mordecai Richler, que llegó a convertirse en best seller. A pesar de este aspecto problemático en la distribución y estructura narrativa no hay fallas visibles pero sí en la ambigüedad sobre el tono del film ya que al cinismo de los primeros segmentos se le va adosando una fuerte carga de melodrama, desequilibrando así la balanza. En esa zona ambigua sin lugar a dudas la presencia de Giamatti y un gran trabajo secundario de Dustin Hoffman en el rol de padre, viudo y ex policía, aportan grandes momentos. El realizador Richard J. Lewis desarrolla y bucea a fuerza de sutileza, convicción y relajadamente, los deterioros en las relaciones que comienzan siendo idílicas entre las parejas para convertirse en una rutina desgastante. El paralelismo de este proceso destructivo encuentra un puente directo con el deterioro físico del protagonista, enfocado en el gradual avance de una enfermedad que destruye la memoria y sobre todas las cosas su tesoro más preciado: los recuerdos y los años felices. Paul Giamatti consigue en El mundo según Barney un papel para lucirse y mostrar con absoluta ductilidad la transformación de su complejo personaje en un registro que no por apelar a las fibras sensibles del espectador puede tildarse de especulativo o sobreactuado.
Amores, excesos y un Hoffman memorable Después de «Pequeño gran hombre», «El graduado», «Los perros de paja», «Tootsie» y tantos otros clásicos, se podría pensar que Dustin Hoffman, por más que se esfuerce, no puede volver a sorprender. Pero este gran actor se supera a sí mismo, y en «La vida según Barney» ofrece un trabajo memorable, tanto en caracterización como en profundidad, al interpretar al ex policía judío de alta incorrección política que se desvive por aportar algún tipo de guía espiritual a la desequilibrada y excesiva existencia de su hijo, especie de hippie descarriado convertido en famoso productor de la TV canadiense. Claro, este personaje es el Barney del título, e interpretado por Paul Giamatti es el protagonista del film, no Hoffman, que tampoco juega a robarse la película cada vez que aparece, sino que se integra perfectamente al elenco en cada escena (también actúa Jake, el hijo de Hoffman, personificando a su nieto, pero por razones argumentales los dos nunca aparecen juntos en una misma escena). Basado en una novela de Mordecai Richler (legendario escritor canadiense) «Barneys version» cuenta con todo detalle las terribles desventuras afectivas del personaje de Giamatti, por suerte mitigadas con algunos logros esporádicos pero gloriosos. No se sabe quién es más desbordado, si el talentoso actor o su excesivo personaje, pero de todos modos esta comedia dramática, con momentos de humor negrísimo, narra con notable pulso los tres casamientos de este productor televisivo metido en líos de todo calibre, incluyendo una acusación de homicidio. Básicamente, la película es una historia de amores y desamores, condimentados con chistes de drogas, dramas con drogas, borracheras descomunales y un riquísimo retrato de la sociedad judía de Montreal de mediados de la década de 1970. El punto culminante del film es el momento en el que el productor que encarna Giamatti conoce al gran amor de su vida, exactamente en su segunda fiesta de casamiento. Esta larga escena de una boda judía no tiene desperdicio -y es una de los ocasiones en las que Hoffman se luce asustando a la esposa del Gran Rabino con cuentos obscenos-, con un gran momento de comicidad musical y ambientación de época: la banda de música tradicional judía, impecablemente vestida con trajes y kipá, va evolucionando con los excesos de la fiesta y de golpe está tocando clásicos funky de James Brown. «La vida según Barney» tiene muchas cualidades y un par de defectos graves. Es demasiado larga (135 minutos) y al final le cuesta mantener el tono corrosivo propio del autor de la novela original. Una pena, ya que durante la primera hora y media se sostiene brillantemente, pero se puede suponer que el director encaró el proyecto con el mismo espíritu excesivo de su protagonista. Todo no se puede, pero esto no impide que se pueda recomendarla, y no sólo por el trabajo increíble de Dustin Hoffman.
Despojado hasta de sus recuerdos Barney no fue nunca feliz. No fue feliz en su juventud bohemia en la Italia de los ’70 cuando era inseparable con un grupo de amigos con los que compartía casi todo: alcohol, drogas y hasta la que iba a ser su esposa por apenas un día. Porque el mismo día que se casa, su flamante mujer pierde al bebé que estaba esperando, Barney comprueba que no era suyo, la abandona en el hospital y ella se suicida. Después, tampoco fue feliz en Canadá, donde ya instalado como un exitoso productor –en un trabajo que detesta–, se casa nuevamente, esta vez con una buena y superficial chica judía –a la que llegará a detestar–, pero en la fiesta conoce a la mujer de su vida, a la que va a perseguir hasta conquistarla y compartir con ella el resto de su vida. Pero tampoco es feliz. La vida según Barney toma al personaje en sus últimos años y, a través de flashbacks, reconstruye su existencia en el mundo adulto como una sucesión de actos egoístas que lo llevan en la vejez a la soledad, la autoconmiseración y una enfermedad terrible y devastadora, que poco a poco lo va despojando de los recuerdos. Ahora bien, más allá de la extraordinaria composición que realiza Paul Giamatti del protagonista, acompañado por un buen elenco en donde sobresalen Rosamund Pike como la mujer que lo va a acompañar hasta el final y el sorprendentemente medido y convincente Dustin Hoffman como un duro mujeriego y ex policía, padre de Barney, el principal problema de la película es su velado conservadurismo al encuadrarse dentro del tipo de relatos que bien podrían considerarse “justicieros”, esto es, aquellos que luego de mostrar las miserias del personaje, –que aquí incluyen la muerte dudosa de un amigo, el alcoholismo y el desinterés por los seres queridos–, lo condena hacia el final con desenlace desolador como una forma de castigo.
Las tres vidas de Barney Barney Panofsky (Paul Giamatti) ha tenido lo que los chinos llamarían "una vida interesante". No particularmente fuera de lo común, pero sí llena de pequeños incidentes que alcanzan para volverla curiosa. Joven viudo en Italia, pequeño productor televisivo en Canadá, enamorado a primera vista de Miriam (Rosamund Pike) el mismo día en que se casó con su segunda esposa, sospechoso de asesinato y, finalmente, desencantado hombre de mediana edad. La historia comienza justamente el día en que Barney despierta convertido en ese hombre ya mayor, recién divorciado, con hijos adultos que se percatan de algo que no está bien. De repente, Barney siente que toda su vida lo alcanza y que recupera con el correr de los días algunos momentos que parecía haber borrado de su memoria. En esta película pequeña, íntima, el director Richard J. Lewis aborda de manera dinámica, narrativamente eficaz, el corrimiento de la memoria histórica para ocupar el lugar de la memoria cotidiana, en un desplazamiento que tiene que ver no sólo con la condición clínica de un ser humano, sino fundamentalmente con su historia emotiva. Dejando de lado un guión cuyos giros dramáticos se vuelven más y más previsibles a medida que la historia avanza, aquí juegan un notable rol de interés los personajes en sí. Las actuaciones por sí mismas justifican el visionado de la película y no especialmente porque sean sobresalientes, sino porque es fácil dejarse llevar por el relato de cada personaje. A través de tres décadas y dos continentes, como propone la sinopsis del filme, el espectador se inmiscuye en los recuerdos de Barney y sólo por momentos puede atisbar la perspectiva de quienes le rodean, intuyendo aquello que el protagonista ignora. El juego es atrayente, aunque un poco fallido, ya que a menudo la mirada externa a Barney se superpone con ésta, la que importa, la del propio personaje, generando algunas situaciones anticlimáticas que, de cualquier manera, logran superarse rápidamente. En su medida justa, "El mundo según Barney" entretiene y emociona al público con naturalidad, apelando a una simpatía relativa por un personaje no necesariamente querible, envidiable por momentos y fundamentalmente humano.
La amargura del escepticismo El filme está basado en la novela de Mordecai Richler, un best seller que el director canadiense Richard J. Lewis decidió llevar a escena. Lo hace correctamente, con algunos excesos en la extensión y un equipo actoral de lujo. A medida que transcurre "El mundo según Barney" no se puede dejar de pensar en otros mundos de otros directores, los protagonistas de Woody Allen, los antihéroes del mundo del cine de Fellini, en fin los "perdedores" del mundo del espectáculo, hijos de la vida diaria. Nadie puede dejar de reconocer el egoísmo de este Barney lloroso que balbucea desdicha a la madrugada, llamando a su ex esposa. Un pasado previsible, una bohemia ajena. Este Barney, en el presente exitoso productor televisivo, tiene un pasado cuestionable, engañado en el amor, por qué no repetir el engaño del que fue víctima con otros, como por ejemplo, él mismo, para decirse que será feliz con una chica joven y rica, de cabeza tan hueca como la vida de tantos. MARIDO Y PADRE Adicto al alcohol y al trabajo, ausente como marido y padre, Barney recibe lo que construyó y sin embargo su compacta fisonomía y su carácter rico en lamentos y dudas, lo hace hasta medianamente querible. Quién sabe, por lo parecido que es a todos nosotros. "El mundo según Barney" está basado en la novela de Mordecai Richler, un best seller que el director canadiense Richard J. Lewis decidió llevar a escena. Lo hace correctamente, con algunos excesos en la extensión y un equipo actoral de lujo. Porque Paul Giamatti es Barney y entonces todo pasa a segundo plano, tiene el carisma necesario para opacar al resto, a pesar de que aparezca Dustin Hoffman en un papel fuerte, mientras Rosamund Pike interprete a la esposa y Minnie Driver ("Círculo de amigos") haga un papel no tan importante como su trayectoria lo exige. Película escéptica, un tanto caótica, con ironía y asuntos para reflexionar.
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Historias de vida y muerte Un film que recorrió gran cantidad de Festivales, fue nominado al Oscar y premiado con el Globo de Oro al mejor actor en comedia: Paul Giamatti, El Mundo según Barney relata la historia de la vida políticamente incorrecta de Barney Panofsky (el siempre correcto Paul Giamatti). Barney Todo sucede como lo dice el título de la película, contada desde el punto de vista de Barney, el relato se extiende a lo largo de tres décadas y dos continentes y nos lleva a través de los diferentes actos de esta inusual historia personal. La razón por la que Barney decide contar su historia en este momento - o, al menos su versión de ella - es que su enemigo acérrimo, un detective policial, acaba de publicar un libro contando detalles que desentierra los capítulos más comprometedores del pasado de Barney: los muchos y oscuros recuerdos, sus manejos empresariales que lo condujeron a su éxito, sus tres matrimonios, (todos terminados) y, lo más problemático, la misteriosa desaparición, casi sin resolver, del mejor amigo de Barney, Boogie; un posible asesinato por el cual sigue siendo el principal sospechoso y perseguido por el detective. Hoy mientras su memoria comienza a fallar, más la mala costumbre de emborracharse locamente en momentos cruciales, Barney llevará al espectador de paseo por sus recuerdos, no sólo para explicar su vida a los demás, sino también para explicársela a sí mismo. Esta comedia con toques de drama ofrece muchos ingredientes interesantes, como suspenso, momentos de humor, y un amor que se presenta en el momento, más o menos, oportuno en la vida del protagonista. Además de traer consigo las tradiciones judías y un ocurrente padre interpretado por Dustin Hoffman, un policía que se encuentra viudo pero dispuesto a morir por las mujeres. El Mundo según Barney es un film con historias de vida y muerte, que cuenta con sólido elenco y filmado en su totalidad en tres décadas, en coloridos otoños, y con la llegada del invierno como desenalce, como metaforizando la situación del Barney.
Paul Giamatti. Esa es la razón por la que uno puede llegar a disfrutar de esta irregular película. Porque la interpretación de este cascarrabias repleto de defectos llamado Barney Panofsky es una delicia. La película...ese es otro tema. El film va a los tropezones. ¿Comedia? ¿Drama? Giamatti ganó como actor cómico en los Globos de Oro... ¿Comedia entonces? Para nada. Quizás ese sea su principal defecto, la falta de claridad en lo que desea contarnos. El televisivo Richard J.Lewis no logra alcanzar el tono acertado. Esa es una de las fallas. La otra es que pasan los minutos y uno se queda afuera, observa las miserias de Panofsky pero sin una conexión que interese demasiado a pesar de que las siente solo por Giamatti. El film arranca a puro flashback. Barney esta viejo, solitario, iracundo y borracho y llama para martirizar al hombre que ahora duerme con la que fue su mujer. Todavía no sabemos quién es esa mujer que extraña tanto ni aún como la conoció, menos como la perdió. Tampoco sabemos porque un policía retirado que cruza en un bar cree tan fervientemente que él es el asesino del que fue su mejor amigo. Ahí arranca el primer flashback que nos lleva a Italia, a un joven Giamatti en plena bohemia europea para desandar el camino de una vida más agria que dulce. Va y vuelve, reconstruyendo una vida de Barney que si no fuera por Giamatti no resultaría interesante. -Nota aparte también merece Dustin Hoffman en el papel de su padre ex policía (y que, claramente, ya esta mas allá de todo), desquiciado y torpe, hace una perfecta pareja con el Barney de Paul, regalándonos una química impagable- Creo que a pesar de que la historia no atrapa, es en Giamatti donde uno puede apoyarse para no pasarla mal, es que sus quejas, sus mohines de apático y fracasado tan vistos (pero no por eso ineficaces) desde Esplendor Americano y Entre Copas son creíbles y queribles. La historia de amor con su mujer es una de las cosas que empujan hacia delante el relato. A pesar de lo forzado a priori de verlos como pareja, uno termina convencido de que esas diferencias justifican la unión, ahí uno se deja llevar. Se adivina cada cosa que va a pasar (la narración no intenta ocultarlo) pero se disfruta igual. Pero (siempre hay otro pero) para el final vamos oliendo que se acerca un golpe bajo de esos que nos buscan las lágrimas. Y viene nomás la patada abdominal. Para que mentir, va a ser una verdadera patada en los huevos. Uno puede entender el hecho, pero cuando se repite y regodea, difícil no acabar con una sensación de tristeza, de mal sabor en la boca. Un final injusto para un Barney humanamente imperfecto. Una película en que suma Giamatti y Hoffman, y después, para de contar.
La cándida confesión de Barney recorre cuatro décadas y dos continentes, e incluye tres esposas, un padre impresentable y un amigo encantador y totalmente licencioso. El mundo según Barney no es otra cosa más que la vida de Barney, si bien quien da título a la película tiene fuertes convicciones y opiniones sobre ciertos temas como el amor o la familia, la historia se dedica a seguir a lo largo de cuatro décadas a un personaje de moral cambiante. Sin otra continuidad más que el paso de los años, la versión de Barney discurrirá a lo largo de más de dos horas sobre los aspectos más relevantes en la vida de su protagonista. Y al tratarse de esto, el guión amaga y retrocede, cuando perfila hacia un punto, toma un desvío. Por momentos el tema es el matrimonio, tres esposas diferentes dan cuenta de esto, por otros una subtrama policial es la que se apropia del relato en diferentes etapas, para que finalmente sea una enfermedad la que lleve la historia a un puerto, bueno o malo queda a criterio del espectador. Richard J. Lewis, quien durante más de dos décadas ha trabajado en la pantalla chica, hace su debut en cine con un filme que tiene mucho de televisivo. Como si se tratase de una serie, incapaz de sostenerse a lo largo de los episodios con sólo un conflicto, el guión de Michael Konyves abre las puertas a todo aquello que Mordechai Richler incluye en su novela. Son tantas las ramificaciones de la historia, que solo a base de estirar a 134 minutos su duración es que se puede llegar a desarrollarlas. A pesar de esto, el argumento central, el camino del cual no se debería haber apartado, está muy bien llevado, con fragmentos realmente divertidos y emotivos. Mucho de esto corre por cuenta de las figuras principales, Paul Giamatti en un muy buen papel sobre el que recae la totalidad de la película, y un Dustin Hoffman con una pizca de Focker que interactúa en forma correcta con quien interpreta a su hijo. El costado más atractivo de la película se muestra en el revelador adelanto que se exhibe en los cines. Dos matrimonios fallidos conducen a que Barney encuentre al amor de su vida, Miriam, con quien comparte 25 años hasta que el desgaste y una crisis los lleva a la separación. Esta versión alcanza y sobra, un hombre a quien la vida encuentra en Roma en los '70 con un grupo de artistas y acaba como un productor de televisión de larga trayectoria con tres esposas a cuestas. Los conflictos laborales, policiales, neurológicos, no hacen más que rellenar en exceso las breves rendijas que la vida de Barney deja entre pareja y pareja. Una comedia dramática con vuelo propio no necesita de agregados que busquen hacerla extraordinaria, menos a un equipo pendiente del rating.
Busco mi destino Exquisita comedia dramática que tiene además de un muy buen guión, basado en la novela de Mordechai Richler “La Versión de Barney”, escrito por Michael Konyves, con infinidad de detalles, ya sea en la construcción de todos los personajes, como en los diálogos, en las acciones, en el desarrollo de la historia, un plus la actuación de el genial Paúl Giamanti como Barney y al gran Dustin Hoffman como su padre, acompañados por un grupo de actores también extraordinarios. Giamatti tiene oportunidad provocarnos risas y lamentos, rechazo y cariño, de aparentar una tremenda borrachera, despiste, dolencia y pasión, sin que en ningún momento nos percatemos que está actuando, tal es la naturalidad con la construye al personaje. Además, demuestra una química con ese otro icono mundial de la interpretación que es Dustin Hoffman. Verdad es que su rol es secundario, pero luego de verlos juntos no cabría la posibilidad de que otro actor se instale como padre del protagonista, es un abogado, ex-policía judío sugestivamente ruin y a la vez encantador. En este relato dadivoso y agudo conocemos a Barney Panofsky, como él quiere que lo conozcamos: un hombre ilusoriamente ordinario, que tiene una vida que a él le resulta extraordinaria. La franca revelación de Barney abarca cuarenta años, se desarrolla principalmente en tres espacios específicos del orbe: Roma, Toronto y Nueva York. Su historia incluye tres esposas, de la primera poco sabemos, sólo que se casa sin pensarlo ni desearlo, la segunda es nada menos que Minnie Driver, quien personifica a una típica chica judía de alta sociedad, superflua por donde se la mire. Su tercera esposa, Miriam, interpretado por la bellísima Rosamund Pike, que es con quien conforma una familia, con quien tiene dos hijos, y será el gran amor de su vida. A estos hay que sumarles el ya mencionado padre lejos de ser ejemplar, pero padre al fin, un amigo de toda la vida, casi un hermano, entrañable, disloco y un misterio. Incluyendo como si fuese un homenaje, merecido por cierto, los cameos de grandes directores de cine canadienses, como son Atom Egoyan y David Cronenberg, personificando a sendos directores de series televisivas de precaria calidad de la productora de la que Barney es el dueño. Uno de los puntos más importante deja de ser esto, para pasar a ser la forma en que esta relatado todo, los cortes temporales, las idas y vueltas en el tiempo y la desaparición aparente del guión como estructura rígida a tener en cuenta por el director, y nunca necesitar del golpe bajo para emocionar o la exageración para hacer reír. Del mismo modo, la utilización de los espacios como lugares de retorno, el diseño de arte, especialmente lo referente al vestuario, pero con un gran trabajo de maquillaje, los personajes envejecen, es cierto, pero se nota por más por los cambios de actitud, que por la exageración de la cosmética. Un párrafo aparte para la muy buena banda de sonido, que en relación directa con los otros rubros, pasa desapercibida, pero queda registrada en la memoria del espectador. En definitiva, no es más que la historia de una vida, con momentos alegres y momentos tristes, con humor y amargura, logros y fracasos, simple, sencilla, sin tragedia.
Seré honesta si digo que desde que viera el trailer de Barney's version, título original del estreno de esta semana, no me llamó demasiado la atención. Pero considerando que hay tantas historias simples en el mundo del cine que terminan siendo una verdadera gloria y de que Paul Giamatti era el protagonista me picó la curiosidad. Giamatti es uno de esos actores que uno reconoce casi como el secundario de turno, pero que indudablemente el cinéfilo sabe que ha hecho cosas más que interesantes. Son esos actores querendones, uno de esos cuyos personajes siempre se arreglaron para conquistarnos de alguna manera. Esta vuelta Barney Panofsky es la excepción que confirma la regla. Es uno de esos tipos que toda mujer no desearía de marido, borrachín, desconsiderado y un tanto atormentadamente inseguro. Pero el problema de esta historia, basada en la novela homónima del Canadiense Mordecai Richler, no es tanto el personaje en sí, sino que los 134 minutos que dura el film se hacen extenuadamente larguísimos. Y cuando eso pasa es que el guión ciertamente no funciona; al menos para mí ya que otros la han puesto como un film imperdible. Es que veamos, empieza la cosa percatándonos de que Barney es un medianamente exitoso guionista de una serie televisiva y que en algún punto de su pasado se lo ha inculpado de un crimen del que parece haber salido aireoso para la opinión pública pero no para el investigador de turno (Mark Addy). De ahí comienzan a darse los infaltables flashbacks que nos cuentan finalmente quien fue el muerto en cuestión mechado con los tres diferentes matrimonios que tuvo el protagonista. Y eso es todo amigos. No hay diálogos extremadamente inteligentes aunque se hayan empeñado en intentarlo, no tiene un sello de dirección personal aun cuando uno intuye querer semejarse a un estilo por momentos Woodiano (si me permiten el neologismo) y la narración termina por tener tantos viavenes entre comedia infructuosa y drama moralista que no atrae. Cuesta como espectador someterse a lo que nos cuentan, uno termina por no identificar nunca con nadie, y aun cuando las problemáticas matrimoniales y humanas por las que pasa el pobre de Panovsky pueden ser tan cotidianas y reales como la de cualquier hijo de vecino, su tratamiento termina siendo tan mezquino y frío que honestamente uno no ve la hora que termine la cosa. Ni que hablar cuando llega esa última media hora en que el guión pega una voltereta tan manipuladora que más que lograr hacernos llorar de emoción y desconsuelo termina lográndolo por fastidio. Si en algún punto el film tiene sus aciertos, indudablemente serían las actuaciones. Giamatti logra de alguna manera salir bien parado en remar dentro de este dulce de leche de guión al igual que los demás, en especial un Dustin Hoffman que- aunque personalmente y por cuestiones fuera de cámara me cae medio pesado- reafirma que es un grande que puede hacer bien cualquier papel que le planten por delante. De hecho la única escena que me parece muy bien lograda en todo este film es el de la cena, y todo gracias a este actorazo. Sin cerrar como comedia ni como drama absoluto, La vida según Barney puede gustar algunos y ser la pesadilla de otros, una película que a pesar de sus muchas nominaciones en distintos festivales y entregas de premios no hace el oasis que uno esperaba. Una de esas opciones más bien para la comodidad del hogar que para el desembolso de una visita al cine. Curiosidades: viendo al que personifica al hijo de Giamatti en el film y encontrándole un rostro realmente familiar me vengo a enterar que es el hijo de Dustin Hoffman, Jake Hoffman, ¡qué tul! ¡realmente son muy parecidos!
La versión de mi vida. Las partes del todo Ganadora de un Globo de Oro al mejor actor de comedia y nominada entre otros, a los premios Oscar 2011 y al León de Oro en Venecia, la película marca el retorno a la gran pantalla de Richard J. Lewis luego de años dedicado a la televisión. El resultado es una historia interesante, que conmueve y logra entretener a lo largo del relato. El film, adaptado de la última novela escrita por el canadiense Mordecai Richler, muestra la vida de Barney Panofsky (Paul Giamatti), un exitoso empresario y productor de filmes para adultos que aparentemente lleva una vida acomodada. Pero la publicación de un libro que lo involucra con la muerte de su amigo Boogie (Scott Speedman) muchos años atrás lo hará rememorar su pasado, en un intento por dilucidar lo que pasó, a la par de otras decisiones que marcaron su vida. De esta manera, la película maneja un constante ir y venir entre 1974 y 2010, desde que el protagonista es un joven dubitativo con respecto a qué hacer con su vida, hasta convertirse gracias a su tío, en el hombre de negocios que es en la actualidad. Sus recuerdos lo llevarán a lo largo de dos continentes hacia los diversos conflictos y situaciones que ha atravesado, como sus tres matrimonios, la relación con sus amigos, que muchas veces lo lastiman o lo hacen sentir sapo de otro pozo, o el encuentro con el amor de su vida en el lugar menos esperado. El problema es que cada vez que algo importante sucede, Barney se emborracha y pierde la noción de los hechos, por lo cual muchos de sus recuerdos son parciales, y le jugarán una mala pasada. Hay una intención del director de retratar el amor de la pareja como el pilar fundamental en las relaciones humanas, no sólo desde la óptica del romanticismo sino también considerándolo como una pulseada de poder. Al mismo tiempo sobrevuelan en toda la película de modo implícito temas existenciales en tono de comedia o drama, alternativamente. La música acierta al ambientar varios de estos momentos, aportando un aire descontracturado que da equilibrio y continuidad a las escenas. Cabe destacar el gran trabajo de maquillaje realizado por Adrien Morot, que recibió la nominación al Oscar en este rubro, al transformar con excelente precisión los rostros del todo el elenco a la par del paso de las décadas. Giamatti se luce en el rol de Barney Panofsky, con sus debilidades y virtudes, sus arranques y su fragilidad. Toda la película se apoya en él, y ese mérito le permitió alzarse con el Globo de Oro como mejor actor protagónico, además de recibir menciones en otros festivales de cine europeos. El elenco se completa con las actuaciones de Rosamund Pike, Minnie Driver, Rachelle Lefevre, Bruce Greenwood y Dustin Hoffman, que interpreta a Izzy Panofsky, padre de Barney, en una breve pero destacada participación. Una película recomendable que invita a la reflexión sobre la soledad, las decisiones de la vida y el significado del amor.
Ascenso y caída de Barney Dirigida por Richard J. Lewis, quien ha desarrollado su carrera principalmente en la televisión estadounidense, El mundo según Barney es la adaptación de la novela Barney`s Version del canadiense Mordecai Richler. La historia es básicamente un recorrido por la vida amorosa de Barney Panofsky interpretado por gran Paul Giamatti, que no sólo se apropia de cada sutileza de un personaje complejo, sino que a la vez oficia como sostén casi único de una película con algunas fallas. Entonces, Lewis nos presenta a un melancólico Barney, productor de televisión, quien vive un presente hundido en la soledad y la melancolía. Entonces comienzan una serie de flashbacks que nos muestran, una a una, las historias amorosas y también algunos hechos relevantes de de la vida de Barney, principalmente su vida con Miriam (una extremadamente sutil Rosamund Pike) y como todo esto terminó en un presente apático y cansino. En principio es una propuesta poco original pero no despreciable, que funciona bien sobre todo cuando la ironía y cierta mala leche del personaje de Giamatti despiertan del tono de pesadez general. Porque la falla principal de El mundo según Barney es la falta de ritmo, y quizás por momentos la falta de pulso para balancear la comedia dramática y el drama liso y llano. También hay buenos momentos en las intervenciones de Izzy Panofsky (Dustin Hoffman), el padre de Barney, un personaje que parece salido de algún film perdido de Woody Allen, que refresca por momentos pero que quizás está fuera de registro con respecto al elenco en general. Entre las fallas también cuenta cierta subtrama policial, un hecho confuso entre Barney y su amigo Boogie (Scott Speedman), que está insertada a la fuerza. Es cierto que el hecho es importante y definitorio para el personaje principal, sin embargo, nunca tiene suficiente peso y al final se resuelve, pero ya no tiene tanto significado como el director pretende. Suma pero nunca se acopla, y si se la piensa en perspectiva, podría haber sido eliminada y la cosa no cambiaba demasiado. Donde la película si funciona, y en gran parte es gracias a Giamatti, es en su bien contado retrato de una persona absolutamente consciente de sus buenos aciertos y también de sus grandes errores. Aparece allí una mirada melancólica, pero para nada autocomplaciente o victimizada de porque las cosas llegaron a estar en tal o cual estado. Barney Parnofsky se lamenta, pero sabe y recuerda que mucho de lo malo que le sucede es por su responsabilidad, y hay un poco de patetismo y ternura en ese saber. El mundo según Barney es entonces una historia demasiado larga de victorias y fracasos personales, que puede llegar a aburrir, pero no deja de ser simpática por momentos, por lo cual se deja ver. Además, deja la certeza de que un gran actor como Paul Giamatti puede sostener casi mucho de una película por propia capacidad, a pesar de que el contexto no sea demasiado favorable.
El mundo según Barney debería ser sarcástica, sórdida, pura acidez, pero termina pareciéndose demasiado a esas películas que pretenden elevarse por encima del mainstream y etiquetarse como “cine arte”. La combinación Paul Giamatti/Barney Panofsky parecía inmejorable: el actor que mejor ha retratado el patetismo del hombre medio, interpretando a un personaje patético, autoindulgente, misántropo. Pero el canadiense Richard J. Lewis, de extensa trayectoria en la televisión, no parece haber captado el subtexto sardónico de la obra de Mordecai Richler en la que está basada El mundo según Barney. Su película, que debería ser sarcástica, sórdida, pura acidez, se termina pareciendo demasiado (excesivamente en su última media hora) a esas películas que pretenden elevarse por encima del mainstream y etiquetarse como “cine arte”, con su recurrencia a la muerte como instancia redentora, a la utilización de la música como connotante de emociones y a la factura sin mayores hallazgos narrativos, con una superficie extremadamente pulida y cristalina como para que un público amplio pueda “disfrutar” de la propuesta. Si algo sostiene a El mundo según Barney son las actuaciones, obviamente la de Giamatti, pero también las de Dustin Hoffman y Rosamund Pike. Barney Panofsky es un tipo que ha tenido éxito en el mundo del espectáculo, produciendo un show televisivo de dudosa calidad (a juzgar por lo que se ve) lo que tiene una singular relación con su vida personal: tipo patético, incapaz de conectar con el mundo, incluso sufre las traiciones de sus amigos más cercanos. Tipo tan patético y poco confiable, que se termina enamorando de otra mina durante su noche de bodas. Hay que reconocer que en esos primeros minutos, la película sostiene su interés por la actuación de Giamatti, ese tipo capaz de convertir en humor la cuestión más sórdida. Es como si Harvey Pekar se hubiera metamorfoseado en Barney. El clic en la historia llega con la aparición de un policía que está a punto de publicar un libro (una de esas investigaciones que se convierten en best seller), quien revela oscuras cuestiones de la vida personal de Panofsky, incluido el supuesto asesinato de un amigo. Este hecho, obligará a Barney a rever momentos clave de su vida y, de paso, a los espectadores a conocer los pormenores de este señor que no parece muy feliz que digamos. Así, El mundo según Barney viaja a la década de 1970 en Italia y continúa en Canadá: el relato está hilvanado por los tres matrimonios del protagonista, hasta llegar a Miriam (Pike), la mujer que volverá loco a Panofsky. La forma que encuentra Lewis para conducir el relato se parece mucho a esas comedias dramáticas qualité que puntúan entre la risa y el llanto, abordando cuestiones sórdidas pero siempre cuidadosamente, y que en su extensión (134 minutos) parecen decir que se trata algo importante. Vestuario, música, maquillaje, dirección de arte, todo confluye en una gran producción que se reviste de auto-importancia. Claro está, el golpe de suerte llega con una enfermedad, en este caso el Alzheimer. Si bien van apareciendo algunos signos que nos van avisando lo que le pasa a Panfosky (el olvido del auto, palabras raras jugando al Scrabble), el film nunca logra que la enfermedad tenga el peso narrativo que debería tener. Es decir, cómo alguien con Alzheimer logra recordar su pasado. Qué selecciona, qué olvida, cómo la mente manipula las emociones. Lewis apenas utiliza la enfermedad como una excusa para que queramos a la fuerza al despreciable Barney. Y lloremos a moco tendido sobre el final. En esa decisión del director, el film pierde el norte y también el mínimo interés en lo que está contando. Por ahí aparecen, en cameos, David Cronenberg, Atom Egoyan, Ted Kotcheff y Dennis Arcand. Uno supone que por el orgullo de ser canadienses y no por el de aparecer en esta película menor.
La vida normal del aparentemente normal Barney Panofsky esconde más de lo esperado. Desde el siglo XXI, donde un anciano Barney se encuentra solo, con algunos problemas para ubicarse en el tiempo y con falta de memoria, viajamos hasta la Roma de 1974, donde toda esta historia tiene su comienzo. Contada desde el punto de vista del protagonista (la traducción del título original “Barney’s version” hace referencia a este concepto) la versión oficial indica que su vida se rigió por ser un tipo común, albergando a un insatisfecho crónico con todas sus decisiones tomadas, incluso sus tres matrimonios. La desesperación y el menosprecio son los motores de su vida hasta que conoce a la mujer ideal el mismo día en que él acababa de pasar por el altar con su prometida. Basada en la premiada novela de Mordecai Richler, El Mundo según Barney fue nominada al Oscar a mejor maquillaje, ganó el premio del público en el festival de San Sebastián y le valió a Paul Giamatti el Globo de Oro al mejor actor en comedia (ironías aparte teniendo en cuenta que, en su mayor parte, el filme no pertenece a dicho género). Hay que mencionar que el personaje que le tocó en suerte a Rosamund Pike (la tercera esposa del indeciso hombre) tampoco es de sencillo abordaje, estando a la par de su coequiper masculino. Mucho menos convincente es la participación de Dustin Hoffman, quien parece esta estancándose en un estilo de personaje que le sale sin esfuerzo y que le requiere poco compromiso: el del padre canchero, casi desubicado, que brinda consejos liberales por doquier sin que ni siquiera alguien le haya pedido su opinión.
Con el ritmo de la vida Si existiera la porción de media estrellita, a El mundo según Barney le corresponderían tres y media. Pero no hay, y la balanza se inclina hacia el trío. El filme canadiense cuenta la vida de un tal Barney, un productor de televisión canadiense. Y cuando decimos “la vida” incluye desde su juventud, hasta la última vejez: sus matrimonios, sus hijos, su padre, su trabajo, sus amigos, sus viajes, sus reflexiones existenciales. Un exhaustivo repaso que el mismo Barney narra para demostrar que él no fue el autor del crimen de su mejor amigo. La ambición del relato incluye en la trama el romance, el drama, el policial, el humor, el sedentarismo. Como en la vida de cualquiera. Pero bajo la mirada del director Richard Lewis, la existencia de este hombre ordinario se convierte en una sucesión de eventos intensos. Como la vida, no va hacia un lugar en especial, simplemente va, con naturalidad y altibajos. Quizá por eso, la historia se dispersa, se dilata (dura dos horas y cuarto) se pierde y se vuelve a encontrar. Las actuaciones son las que sostienen el magnetismo. Como en Esplendor americano, Paul Giamatti tiene uno de esos papeles que parecen hechos a su medida. Encuentra los matices para representar las contradicciones de un personaje egoísta, sensible, ambicioso, carismático, apático y pasional; querible e irritante en la misma medida. Dustin Hoffman interpreta al padre de Barney, un policía retirado, judío, mujeriego y encantador, el personaje más rico de la historia. La producción es muy buena y hay escenas que podrían hacer de esta una gran película, aunque en el mapa completo pierdan fuerza. De yapa, hay cameos de algunos reconocidos directores canadienses, como David Cronenberg y Denys Arcand. Al terminar el filme, uno se pregunta si es una biopic basada en hechos reales o es una absoluta invención. Difícil saberlo. El escritor Mordecai Richler presentó la novela como una historia de ficción, pero muchos arriesgan que es una autobiografía.
Es lo que se podría llamar una aventura romántica, es decir, con un protagonista al que se lo muestra en diferentes momentos de su vida. Aparecen sus amigos, amores, excesos, familiares y pareceres sobre eso que todo el mundo dice que sabé como encarar. Rompiendo con la temporalidad lineal, el director le saca el jugo a un gran actor como Giamatti, quien ganó el Globo de Oro por su actuación. Con facilidad, la película va rozando los bordes del melodrama matizandolos con toques de comedia agridulce. Barney es un tipo común lucha por sus ideales muchas veces contrarios a su entorno y a él mismo. Pero su tenacidad y espíritu libertario lo ponen continuamente a prueba. Resulta de ese relato un filme de dos horas llevadero gracias a los matices con los que se pintan los personajes y al mensaje: vivir sólo cuesta vida.
Los Blancos, los Negros y los Grises La Vida según Barney es un drama acerca de la vida misma, de las vueltas que nos depara el mundo, demostradas en la vida de un personaje extravagante, desagradable pero muy divertido a la vez, se podría decir que Barney es un HDP bastante entrañable. Por supuesto que esas cuestiones importantes en la vida como el amor, el divorcio, la enfermedad, la confianza, los lazos familiares, la vejez, están exageradas en la vida del protagonista, pero de alguna manera, recorre situaciones que a muchos les toca vivir en su paso por la Tierra, pero lo hace de una forma original y políticamente incorrecta. Dirige esta historia Richard J. Lewis, un tipo que trabajó toda su vida en TV y que ha dirigido capítulos para series reconocidas como CSI y Family Law. En el cine tiene poca experiencia, pero Barney`s Version es una muy buena película para presentarse en sociedad y comenzar una carrera en el campo de los largometrajes, aunque espero que no tan largos como este, al que a pesar de mantener la atención, le sobran aproximadamente unos 20 minutos. Las situaciones en la vida de Barney están encaradas de manera muy inteligente por Lewis, combinando muy bien excentricidad, acidez, drama y comedia, así como la cultura norteamericana y su contraste con la canadiense, hecho que conforma escenas bastante interesantes. Los matices que juegan entre los extremos y los grises son buenísimos, poniendo en jaque algunos paradigmas de las sociedades conservadoras. Protagonizan el gran Paul Giamatti (Entre Copas, El Ilusionista) en un personaje para poner en la repisa de sus logros, Rasamund Pike (An Education, Otro Día para Morir) que en esta ocasión está tremendamente bien haciendo un papel muy lindo y creíble, Dustin Hoffman (Los Fockers, Tootsie) impecable, Minnie Driver (Good Will Hunting) y Scott Speedman (Underworld, Los Extraños). El cast es experimentado e interesante, pero sobresalen los roles de Giamatti y Rasamund que le dan ese toque de alto vuelo a este film y que conforman una de las parejas románticas menos pensadas en Hollywood, aunque en la cinta se los vió con una química excelente. La película también explora los absurdos de la vida, un poco del karma y las consecuencias de las decisiones tomadas, tanto las buenas como las malas. Los personajes tienen gran personalidad y carisma para transmitir lo que Lewis está queriendo mostrar en esta película, que trata simplemente, de las vueltas de la vida. ¡Muy buenos diálogos y unos excelentes últimos 30 minutos!
Cuando los excesos pasan factura “El mundo según Barney” es una película que es mejor no subestimar, porque si se mira con atención, presenta muchos aspectos interesantes que tienen que ver no sólo con toda una vida, la vida del personaje protagónico, sino con una época, el espíritu de esa época, una generación que lleva la marca de un estilo de vida que se comprometió, quizás sin pensarlo demasiado, con una expansión de la conciencia hacia límites desconocidos, y muchas veces, sin pasaje de retorno. El joven Barney (Paul Giamatti), hijo de un policía judío de personalidad carismática (Dustin Hoffman), fue hippie en los setenta, vivió y sufrió el amor libre, se casó con una joven borderline que pronto lo deja viudo mediante suicidio, se vuelve a casar con una mujer de familia acomodada, pensando en la conveniencia, pero casi al mismo tiempo se enamora de la mujer de su vida, a quien perseguirá hasta alcanzarla. Fiel, a pesar de las íntimas traiciones, a un grupo de amigos también fronterizos, que gastan su vida rápidamente inmolándola en el abuso de drogas, alcohol y sexo descontrolado, Barney se las ingenió para navegar sobre aguas revoltosas y pese a todo, mantener el rumbo de su nave. Es productor de televisión y sabe cómo manejar su negocio. Mientras sus amigos andan a la deriva, él mantiene su cable a tierra, aunque se permite algunas excentricidades, sobre todo, en cuestiones afectivas. Por momentos parece caprichoso, tirano con los que ama, egoísta, sin embargo, es capaz de gestos nobles, de entrega desinteresada y siempre está cuando lo necesitan. Un tipo simpático, medio loco, pero sentimental, al fin y al cabo. Las cosas se le ponen más turbias de lo que hubiera imaginado cuando su mejor amigo desaparece en circunstancias muy confusas y Barney es acosado por un policía que lo acusa de asesinato, y aunque nunca puede probarlo, escribe un libro con su tesis, con el solo fin de manchar el nombre de su sospechoso. De modo que el protagonista está sometido a un cúmulo de presiones que tratará de sobrellevar, intentando mantener el control de su vida, y al mismo tiempo, encontrar las respuestas que también a él lo trastornan. Estaba tan borracho que no recuerda qué pasó con su amigo al momento de desaparecer y se ve que la duda lo perturba. Al momento actual, se ha divorciado también de la madre de sus hijos, la mujer de su vida, su tercera esposa y está solo. Los primeros signos de decadencia física empiezan a manifestarse y pronto se le diagnosticará una enfermedad degenerativa progresiva que va sumiendo su mente en una nebulosa. El talento de Dustin Pese a los esfuerzos por mantenerse al frente del timón, no podrá con sus propios límites y ya en el final de su vida, aun cuando algunos misterios logren revelarse, se sugiere que muchos secretos se irán con él, perdidos en su memoria destruida por la enfermedad. Es una película que apela a los raccontos de manera insistente, con la intención de reconstruir el hilo de la historia íntima del personaje, aunque la narración tropiece precisamente con esos paréntesis en que no se sabe a ciencia cierta qué ha ocurrido, ni cómo han experimentado los acontecimientos los otros personajes. Es solo el punto de vista del protagonista, que como tal, es incompleto y lleno de zonas grises. Aunque al mismo tiempo, es una historia que se parece a la de mucha gente de esa generación, que decidió vivir la vida con intensidad, forzando los límites. El plus de calidad lo aporta Hoffman, el veterano actor hollywoodense, quien con su talento le sube la calificación al filme.
A SU MANERA Adaptación de la novela Barney´s Version de Mordecai Richler, El mundo según Barney recorre cuatro décadas en la vida de Barney Panofsky. Cómo su nombre lo indica, la película sostiene con rigor el punto de vida del singular protagonista. Según cómo y quién lo vea, Barney Panofsky puede resultar un caso perdido o un luchador incansable, un fracaso o una promesa, un artista o un productor mediocre, un idiota útil o un amigo incondicional. Según quién interprete y valore las circunstancias de su -a menudo- tormentosa vida, el hombre puede ser redimido o condenado. Por ejemplo, el detective que investigó el episodio en el cual perdió la vida su mejor amigo Boogie, lo considera un asesino y acaba de publicar un libro sobre el crimen que nunca pudo probar. Ese libro, que cuenta una historia que es la suya y, a la vez, es tan ajena, dispara los recuerdos del protagonista. En eso consiste, básicamente, El mundo según Barney (Barney´s version). No es un legado, una defensa, ni una reinvindicación. Es más bien el recorrido final de un hombre a través de los sucesos que lo marcaron. Una construcción de sí mismo, en el momento en que su memoria es todavía el principal asidero a una realidad que comienza a resultarle esquiva, frente a los primeros atisbos de una devastadora enfermedad mental. Su película íntima y personal. A partir de este postulado, el film recorre las diferentes etapas de una vida que va de lo trágico a lo desopilante. La bohemia de una juventud cargada de excesos, el suicidio de su primer mujer, el fracaso de su segundo matrimonio, la conquista del amor de su vida y la familia soñada, y otra vez la pérdida... Todos los actores desfilan en ese particular teatro tal como él los ha visto y sentido. Claramente el relato no expresa la verdad; nunca podría hacerlo, cuando está teñido de impresiones y sentimientos, e impregnado de la más completa subjetividad. Más que un recuento de hechos, el espectador comparte la visión de Barney, el modo en que él ha percibido el mundo. Así es como su mente rememora con melancolía y pena a su primera esposa, con sarcasmo a la segunda –de quien ni se menciona el nombre-, con indulgencia a su mejor amigo, con admiración a su padre y con infinito amor a la mujer de su vida. La propuesta más interesante del trabajo de Richard J. Lewis (responsable de un buen número de capítulos de la serie C.S.I.) es, pues, la reflexión sobre el punto de vista; esa invalorable herramienta que permite filtrar las historias y narrarlas a través de una determinada mirada. El film opta por sumergirse de lleno en la visión del protagonista (así lo expresa desde su mismo título), y de ese modo gana intensidad y autenticidad. A su vez, dado que Barney (una brillante interpretación de Paul Giamatti) es un pintoresco antihéroe, que abraza sus vicios y repite sistemáticamente sus errores, pero no se victimiza por ello, la película ni siquiera roza el discurso aleccionador. En suma, la noción subyacente es que la realidad no admite una única interpretación, que habrá tantas como voces y representaciones existan. No por casualidad, todos los afectos de Barney ensayan la creación desde diferentes lugares, espacios y materiales: escritores, pintores, actores, locutores; todos están buscando el modo de expresar su idea sobre el mundo. No necesariamente la verdadera, mucho menos la definitiva; tan sólo una más, que merece ser escuchada. También Barney lo hace. Y ésta es su versión.