El reparto de primera línea felizmente es un cualidad más en este film en vez de ser un gancho tramposo para atraer gente al cine y tapar una mala película como ha sucedido incontables veces. Entre otros aspectos a favor encontramos los brillantes diálogos, la dirección, la fotografía y la banda de sonido. El guión nos muestra un retrato sólido...
Drama sobre el fraude, la traición, el dinero y los turbulentos negocios en Wall Street que, con un relato irónico, profundo y de calidad, logra convertirse en una propuesta muy interesante, con muy buenas actuaciones, una acertada dirección y con un relato que se centra en contar las movidas de una empresa ante la inminente llegada de la bancarrota.
Cuanto más conozco a la gente, más quiero a mi perro Antes de comenzar a redactar esta crítica, me siento en la obligación de sincerarme sobre dos puntos: primero, nunca fui adepta a las películas ambientadas en oficinas o sobre temáticas relacionadas con la economía, será quizás porque nunca me llevé bien con los números...
Los indicios de la crisis económica La crisis financiera actual de Estados Unidos y diversas regiones del mundo son de masivo conocimiento y el cine no podía manifestarse ajeno a tal situación, por eso en El Precio de la Codicia, opera prima de J. C. Chandor, se crea una interesante ficción en torno a tales sucesos. Eric Dale (Stanley Tucci) es un antiguo empleado de una poderosa firma financiera, el cual en un momento complicado es despedido; antes de irse le dejará a Peter (Zachary Quinto) un trabajo que estaba terminando, el cual decretará una catastrófica crisis en el modelo potentado de la empresa...
La llamada de la selva Cuando leí acerca de una película de la crisis financiera de estos últimos años (cuando la famosa burbuja estalló en EEUU y por ende, resultado de esa palabra ya vieja "globalización", a escala mundial) no creí que el resultado alcanzara un nivel satisfactorio, en parte porque me parecío que las finanzas no son terreno de comprensión para los simples mortales (acaso por eso funcionan tan bien para tan pocos, las manos mágicas del libre mercado). Pero la decisión de El Precio de la Codicia, cuyo título original es Margin Call, de acotarlo a un momento, a una noche, transforma esa gestación de años a una "llamada" y nos enfrenta a la tensión de la urgencia, dejando un thriller intenso, en donde todo se define en quién sale primero a quemar las naves. A priori parece convencional. Actores de renombre, drama que podría adivinarse televisivo, una historia verídica (o lo cerca que puede ser posible). Un film que podría diluirse en medio de la madeja de operaciones bursátiles pero que no es así. Funciona, y uno siente que se esta cociendo un guiso que va a caer mal a todos. La historia se apoya en un guión férreo, las pequeñas batallas personales llevadas adelante sin estridencias ni vueltas de tuerca construyen la tragedia. Esas personas que se manejan por mayor elevación, ni siquiera el verde cielo es el límite, siempre puede haber más dinero. Antípodas, el personaje Tucci queda relegado a la calle y el de Irons pertenece al cielo. El punto fuerte de la película son sin lugar a dudas las actuaciones. Hay nombres: Tucci, Bettany, Spacey, Irons (entre otros), pero que como sabemos muy bien, eso no asegura nada. En esta ocasión si. No sobran el gesto, no golpean el escritorio para cargar de espectacularidad un plano, con una mirada, quedarse callados, alcanza. Sin mayor expresión que un resoplido o tomarse la cabeza frente al fin de una era que sabían iba a suceder. Como se explica, siempre sucede, lo que les duele es que les suceda a ellos, el saberse los enterradores. Pura carnicería capitalista. En la aparición de un Jeremy Irons vampírico se marcan las pautas de cómo se mueve el mercado, sangrar el último truco bursátil hasta la muerte. El británico con tanta racionalidad financiera llena la pantalla de una lógica e inescrupulosidad que asusta. Uno entra en la historia absolutamente convencido de las movidas de sus personajes, se siente atrapado frente al espanto, el morbo no nos deja apartar la vista y finalmente, cuando no quedé más que enterrar el muerto, habrá que sudar un poco, pero sin siquiera quitarse la corbata.
Atrapantre relato sobre la crisis finaciera Si algo llama la atención en este sólido relato de J.C. Chandor es la inquietante historia (nominada al Oscar por su "guión origina" en la última entrega de los Premios Oscar), ambientada en el arriesgado mundo de las finanzas. Lejos de ser tediosa, la trama se convierte en un verdadero hallazgo (hasta los personajes piden "simplificar las cuestiones técnicas" para entender lo que sucede) que pone en jaque a un grupo de empleados de un banco de inversión durante las veinticuatro horas previas a la crisis financiera de 2008. Todo parece marchar sobre rieles en un mundo frío dominado por los números y las decisiones rápidas hasta que un jefe (un impecable Stanley Tucci) es separado de sus funciones. Antes de partir deja a Peter Sullivan (Zachary Quinto, el Spock de Star Trek), un analista principiante, información que podría probar la cáída de la empresa, hecho que genera el caos en las diferentes cadenas de mando y de los empleados que podrían ir directo a la calle en cuestión de horas. El precio de la codicia (Margin Call) echa luz sobre las consecuencias de la fragilidad laboral, la soledad, el trabajo en grupo y lo prescindible que resultamos como empleados o piezas de un "extenso rompecabezas". Entre ejecutivos que responden a una cadena interminable de superiores, desfilan por la pantalla actores de renombre en roles realmente destacados: Kevin Spacey, un hombre que hace más de treinta años que pertenece a la empresa y cuya vida personal tambalea debido a su perra enferma; Jeremy Irons, quien representa a la "cima" del poder y de las decisiones; Penn Badgley, como otro de los principiantes; Demi Moore, una inescrupulosa mujer de negocios, y Paul Bettany. Todos impecables en los roles que les tocaron en suerte. Un relato convincente en sus diálogos, en la creación de sus climas, en la mención de cifras millonarias y en la fragilidad de las personas que sucumben en momentos decisivos.
El cero absoluto Poco casual resulta un paralelismo entre este filme que me lleva a redactar las líneas que en este momento leen, para con el plan del reset económico/social que plantea el Fincher de El Club de la Pelea (Fight Club, Estados Unidos, 1999). Es que así, con sus diferencias y accidentes del causal y el efecto, se plantea una reforma y una vinculación al orden y estatuto monetario mundial por pertenecer el carácter central al epicentro mismo del control y auge financiero de la principal potencia.
El color del dinero En su más que interesante debut como guionista y director, J. C. Chandor hace un inteligente trabajo para exponer -desde la perspectiva de los propios ejecutivos de Wall Street- las dimensiones y alcances (tanto humanos como económicos) de la crisis financiera de 2008. El film describe un día (y una noche) de furia en el seno de una poderosa corporación que está demasiado cerca del colapso. Chandor denuncia la codicia del título (de estreno en Argentina) y la falta de escrúpulos de los players con bastante rigor, mostrando la dinámica demoledora en la toma de decisiones cuando el tiempo apremia y las pérdidas deben ser disimuladas y/o traspasadas. Diálogos contundentes (el film fue nominado con justicia al Oscar al mejor guión original), sólidas actuaciones dentro de una estructura coral, tensión creciente y un tono casi alucinatorio conforman la propuesta de Chandor, quien sólo en un par de momentos cede a las convenciones de la corrección política y apela a lugares comunes (¡qué fijación tiene el cine norteamericano con los perros a la hora de exponer las contradicciones íntimas de sus personajes!). El thriller económico sobre las miserias de los grupos de poder se han convertido en uno de los subgéneros más transitados por la producción estadounidense “seria”. En muchos casos, ha servido para que los artistas “denuncien” los abusos y “laven las culpas”. En este caso, El precio de la codicia se sostiene por méritos propios. Es una película que desentraña una operatoria feroz y desalmada con las armas más genuinas del cine: la narración, los diálogos y las actuaciones. Vale la pena.
La crisis ética De las películas que se realizaron acerca de la crisis financiera actual, El precio de la codicia (Margin Call, 2011) es una de las mejores por varios motivos. En primer lugar no es sobre las víctimas ni las consecuencias de la crisis, sino sobre sus responsables, representados por un descomunal elenco que incluye a Jeremy Irons, Kevin Spacey, Stanley Tucci y Demi Moore, entre otros. Otro punto es un guión sólido y atractivo que además explica claramente los complejos motivos detrás del exabrupto en la bolsa de comercio. La película transcurre en su mayoría dentro de las oficinas de la financiera. Allí, un empleado despedido –después de 19 años en la empresa- por reducción de personal, descubre que las cuentas no cierran hace varias semanas. Otro empleado continúa el trabajo de su ex colega y, al constatar la gravedad del asunto, informa a su superior. Éste convoca al suyo y así sucesivamente. En el transcurso de la noche se definirá el futuro de la empresa. Esta cadena de mandos en El precio de la codicia logra una historia sólida y esclarecedora sobre el germen de la crisis. Pero no sólo eso, sino que nos presenta a sus (ir) responsables de la mejor manera: con el humor que tipos tan siniestros como atractivos pueden tener. Seres cada vez más crueles, cínicos y perversos a medida que aumenta su sueldo y su poder, como si nos sumergiéramos en El infierno del Dante. Por supuesto los únicos que entienden la base del conflicto son los empleados. Esto implica que a medida que se presenta un “jefe” o “superior” deban explicarle el tema –la crisis- de manera más gráfica y sencilla, a tipos que sólo están preocupados por el estado de su cuenta bancaria. Así, con explicación tras explicación, entendemos las razones de la crisis desde la platea. Aclaración: sólo interpretes como los que protagonizan El precio de la codicia, pueden darles a los personajes los matices y ambigüedades necesarios para componer seres tan humanos como desalmados a la hora de tomar decisiones. Vale comentar también que la película contiene metáforas muy sutiles para graficar las conductas de sus personajes. Es por todos estos motivos, que El precio de la codicia es un film tan eficaz, adulto y esclarecedor sobre la debacle financiera contemporánea.
Éxito a cualquier precio Hay una serie de despidos. Alguien alerta que algo anda mal. Un joven ejecutivo descubre una falla fundamental. Sus jefes quedan anonadados por la nueva situación: incertidumbre. De aquí en más, “crisis” será la palabra clave de El Precio de la Codicia (Margin Call, 2011), película que deambula entre el drama y el thriller teniendo a las personas como foco de atención. 24 horas de trabajo ante una crisis financiera de dimensiones inimaginables. La agonía allende a una derrota. Cae Wall Street en el 2008 y algunos tienen que vender aquello que los hizo ricos para, sí, aunque suene imposible, sobrevivir. La bolsa de valores es un lugar donde lo sucio y lo legal comparten espacio, se intersecan y hacen uno. Así, se descubre que una de las principales casas de bolsa cae en picada después de un seguimiento interno que salta a la luz. Cientos de empleados se ven afectados y los altos directivos, más dos jóvenes pujantes, deberán corregir el escenario en pocas horas, bajo el stress de hacer o no lo correcto. El Precio de la Codiciarecuerda, bajo alguna forma, a guiones como el de David Mamet y aquella gloriosa película de James Foley llamada El Precio de la Ambición (1992), o al de Wall Street (1997), bajo dirección de Oliver Stone, ya que ocupa su intensidad en mostrar, casi en tiempo real, conflictos laborales sujetos en contextos poco favorables. Sin pecar de catequista ni cayendo en moralinas que podrían resultar fáciles de emplear, El Precio de la Codicia, que nunca toca el tema desde el señalamiento netamente capitalista, se sostiene en intervenir la realidad, demostrando que, en ciertos casos, no hay buenos ni malos sino distintas posiciones ante los mismos hechos. Su principal propósito es elaborar un “espíritu empresarial” y despertar, pese a que el cuento entromete al nunca bien ponderado “Capital”, una cierta nobleza, esa humanidad presente delante –o detrás, o de costado- del vil metal. Cierto es que El Precio de la Codicia tiene un elenco de lujo –están los experimentados: Kevin Spacey, Paul Bettany, Jeremy Irons, Demi Moore y Stanley Tucci; más los jóvenes: Zachary Quinto y Penn Badgley-, cierto es, también, que Kevin Spacey se está convirtiendo en uno de los productores a tener en cuenta –en su currículum oficial ya figuran unas 22 intervenciones como tal, entre las que se destacan 21 Blackjack (2008), Fanboys (2008) y Red Social (Network, 2010)-. De esta forma, al tratarse de un equipo con nivel superlativo, el debutante en dirección y otrora sonidista J.C. Chandor la tiene cómoda. Tan cómoda que termina resultando, ésta, una película de personajes, de hombres y mujeres luchando en un mundo atípico, donde cualquier dejo de normalidad es segregada, allá lejos de toda la acción. Sin demasiadas explicaciones técnicas, en una decisión tan positiva como facilitadora de entendimiento, el film dará lugar a cuestiones bien inherentes al humano, como la codicia, la especulación, el egoísmo y la ignorancia, resultando los principales factores de bretes. Más, mucho más que aquel que parecía ser el principal enemigo o preponderante elemento de riesgo: los números en sí. En rigor, El Precio de la Codicia, nominada a los Premios Óscar de la Academia en la categoría “Mejor guión original”, puede desprenderse de la media como una de las películas más correctas que nos dará el 2012.
El precio de la codicia es una producción independiente que tiene la virtud de hacer apasionante el mundo de las finanzas y además darse el lujo de trabajar estos temas a través del thriller. Se trata de un film producido por Zachary Quinto (el señor Spock de la última Viaje a las estrellas) que está inspirada en la quiebra de la compañía Lehman Brothers y la crisis económica que se desató en Estados Unidos en el 2008. Esta es probablemente la mejor película que abordó temas de economía de una manera atractiva desde el clásico de Oliver Stone, Wall Street, de 1987. En este caso la trama se desarrolla a lo largo de 36 horas en las que el director J. C. Chandor retrata ese gran mundo de pirañas que componen el mundo de las finanzas y las acciones que emprenden que emprenden una serie de personajes que tienen un impacto internacional. La película plantea un interesante y realista retrato de lo que pudo haber sido las horas previas en varios despachos de Wall Street antes que se desatara la crisis del 2008. No es necesario ser economista para entender el conflicto ya que el guión sobresale por trabajar toda la información técnica de un modo dinámico y sencillo que termina por engancharte con el relato. El trabajo del reparto es soberbio y si bien todos tienen momentos para destacarse el actor que más sobresale es por lejos Jeremy Irons. Su personaje, John Tuld, por momentos hace que Gordon Gekko (Michael Douglas en Walls Street) sea visto como un monje budista. Un gran regreso de un actor que hace rato no veíamos en el cine. Lo mejor de El precio de la codicia es la dirección de Chandor que logró hacer un film de suspenso con una temática complicada que en principio no resulta muy atractiva pero acá lograron hacer una muy buena película.
"Hay tres formas de ganarse la vida en este negocio, ser los primeros, ser los más inteligentes o hacer trampa". (John Tuld, Margin Call, 2011) La caída de los mercados en el 2008 abrió un abanico de posibilidades para el cine y la televisión del que, con resultados dispares, muchos han sabido valerse. Desde documentales, como el laureado Inside Job, hasta comedias como Tower Heist, un amplio cúmulo de realizaciones han explorado las causas y consecuencias de este tópico recurrente. Margin Call se centra en una ficticia firma financiera, ligeramente inspirada en un histórico gigante de los Estados Unidos como Lehman Brothers, el día previo al estallido de la crisis económica global. En su prometedor debut cinematográfico, J.C. Chandor aborda con tino los primeros síntomas del generalizado colapso económico, no por el lado de los millones de damnificados, sino por el de las escasas personas que lo provocaron. Con una ligereza y simplificación que pronto contrastará con el buen ritmo y suspenso in crescendo de la realización, esta ópera prima presentará a sus protagonistas de un rápido vistazo. Como para repetir a sus personajes de rango más elevado, quienes una y otra vez piden explicaciones sencillas a los problemas, se expone con trazo grueso a los principales involucrados, quienes, a medida que la trama avance, irán rompiendo estereotipos y cobrando dimensionalidad. Así, Margin Call pronto dará cuenta de su estructura empresarial, una pirámide en la que el rol central lo ocupa el jefe de cada escalafón. Si Zachary Quinto y Paul Bettany nadan a sus anchas en el comienzo, es porque la bola de nieve no ha rodado lo suficiente como para que los peces gordos, como Kevin Spacey, Demi Moore, Simon Baker y ni hablar del tiburón que es Jeremy Irons, tengan que meterse al agua. Este logrado thriller se enfoca entonces en personas y en decisiones, en los empresarios que buscaron sobrevivir antes que en el documento sobre cómo hirieron de muerte a la Bolsa para lograrlo. Si bien no es fácil de comprender el lenguaje técnico, más allá de que se lo busque dar a entender en una versión básica como para un niño o un cachorro, el conflicto y el film en general se siguen sin dificultades. Sucede que, si bien se trata de una película sobre la crisis reciente, persiste la idea de que esta no es diferente a ninguna otra. Así acaba siendo un detonante para sus personajes, que descargan reproches y broncas pasadas, concentrados en un futuro que se ve negro para la mayoría. Cuando John Tuld enumera 16 catástrofes económicas desde 1637 hasta la fecha, se entienden una a una todas las ramificaciones de su estrategia, como a quién mantener, a quién sacrificar y el por qué de su reflexión "no podemos detenernos". No habría entonces que preguntarse el por qué de esta tormenta, sino cuándo será la siguiente.
Esos aviesos tiburones de Wall Street... En primer lugar aclaro que la temática que aborda esta correcta opera prima de J.C. Chandor no es precisamente de mi agrado. En segundo lugar encuentro que el conflicto que desarrolla –el instante en que explota la crisis económica en una compañía financiera allá por 2008 en Nueva York- debería funcionar como contexto o background. Eso es lo que me interesaría ver a mí, pero sería otra película… una que a Chandor no le inquietó hacer. Como relato coral animado por ejecutivos y brokers la historia está bien llevada, no lo niego, aunque tampoco seduce. No hay personajes con quienes empatizar, excepto el de Kevin Spacey que está obviamente humanizado para que el espectador se identifique con alguien, y sin embargo si vale la pena El Precio de la Codicia es por lo que aportan sus conocidos actores. Jeremy Irons, Simon Baker, Paul Bettany, Stanley Tucci, Demi Moore y Zachary “Spock” Quinto, además uno de los productores, se desempeñan magníficamente aunque si analizamos fríamente el guión no hay muchas escenas superlativas como para que puedan lucirse. El tópico quizás sea importante pero no por afrontarlo y enunciar cierta tendencia al realismo (para naturalismo le queda grande) podemos hablar de un trabajo memorable. El Precio de la Codicia, como sus personajes, es ambiciosa pero no sé si está tan bien escrita como muchos aseguran… ¿Qué se puede decir sobre el ambiente bursátil que no haya sido tocado hasta ahora? Muy poco, realmente. El anclaje histórico es aquí trascendental pero las motivaciones y acciones de sus protagonistas son las mismas de siempre: por la plata baila el mono, amigos… No obstante, sí es curioso observar cómo se relacionan jefes y subalternos en este esquema de roles. Irónicamente el que mejor capta lo que sucede, y al que a los demás les cuesta bastante seguir en su línea de pensamiento, es Peter Sullivan (Zachary Quinto) el empleado más inexperto del Departamento de Riesgos (divierte ver las reacciones de la junta de ejecutivos al revelarse que este buen muchacho es un ingeniero espacial egresado del MIT). La trama narra las 36 horas claves a partir del descubrimiento de la ecuación que anticipa la debacle económica que haría trizas a los Estados Unidos (y a varios países más; ni los argentinos nos hemos librado de ella). En un comienzo lleno de tensión somos testigos de cómo despiden a una cantidad de gente de la empresa para la que trabaja Eric Dale (Stanley Tucci), jefe de Peter y del analista Seth (Penn Badgley). Tras una escena humillante en la que dos mujeres enviadas por la compañía le notifican que debe retirar sus objetos personales de la oficina, Eric le entrega un pendrive con un proyecto inconcluso a Peter. Le advierte con razón antes de marcharse del edificio: “¡Cuidado con eso!”. En ese pequeño dispositivo Peter detecta el embrión de lo que sería una auténtica bomba para el mercado de valores. Alarmado llama a su flamante superior Will Emerson (Paul Bettany) para notificarlo... Tras esta situación desencadenante empieza un efecto dominó fascinante a medida que las malas nuevas son impulsadas de forma piramidal hasta que entra en escena el capo di tutti capi, John Tuld (toda una creación del inglés Jeremy Irons). Este bastardo despiadado no teme en aniquilar toda la economía del país con tal de no perder plata. Uno de los pocos momentos realmente vibrantes, al menos desde lo actoral, ocurre cerca del final. Un distendido Tuld almuerza animadamente mientras el mundo se cae a pedazos; sin dejar de comer, le explica a un apesadumbrado Sam Rogers (Kevin Spacey) su visión sobre los negocios. “Es sólo dinero –pronuncia muy suelto de cuerpo-, un invento, pedazos de papel con dibujos para que no debamos matarnos para conseguir algo de comer. No es algo malo…”. Luego, tras citar las crisis más importantes de los últimos dos siglos, completa su monólogo frente a un callado Rogers: “No podemos controlarlas, sólo podemos reaccionar. Ganamos mucho dinero si acertamos y quedamos a un costado si nos equivocamos…”. ¡Este señor sí que le da una nueva dimensión al adjetivo inescrupuloso! En el epílogo Rogers debe hacerse cargo de una tarea ingrata, dolorosa. Se parece mucho a una metáfora: Chandor cierra la película a través del único personaje capaz de expresar culpa. Una buena idea desde lo conceptual para un thriller sobrio y profesional que por suerte no se empantana con diálogos farragosos sobre cuestiones tan técnicas que ni los mismos ejecutivos de la financiera entienden a fondo…
Un guión inteligente sobre los excesos y los abusos de las corporaciones financieras Realizada con un presupuesto irrisorio (poco más de tres millones de dólares) para los actuales estándares del cine norteamericano, esta ópera prima del guionista y director J. C. Chandor contó con un elenco impresionante: Kevin Spacey, Jeremy Irons, Paul Bettany, Zachary Quinto, Stanley Tucci, Demi Moore, Simon Baker y Mary McDonnell. Los salarios habituales de estas figuras multiplicarían por cinco o por diez el costo final de la producción, pero todos ellos apostaron al proyecto cobrando cifras simbólicas. Queda claro, entonces, que para sus actores era una película "importante" y -más allá del costado de corrección política que tiene esta historia que denuncia los excesos y abusos de las corporaciones financieras durante la crisis de 2008- se entiende semejante entusiasmo. Estrenada en la competencia oficial del Festival de Berlín del año último, tuvo varios meses después una recompensa inesperada: una nominación al Oscar al mejor guión original. Toda una proeza para un escritor y realizador casi sin antecedentes en la industria. El precio de la codicia narra 24 horas cruciales en las actividades de una poderosa corporación financiera -bastante parecida a Lehman Brothers- que está al borde del colapso y cómo sus empleados deben afrontar (y ser parte de) una acción desesperada por parte de los dueños para salvarla de la quiebra, sin importar las consecuencias que desaten en el sistema tras el inevitable efecto dominó. En este sentido, el film no sólo expone con crudeza la operatoria salvaje de estos grupos económicos sino también sus implicancias humanas y hasta morales. Entre un clásico como Wall Street y el cine de David Mamet (los filosos diálogos remiten, por ejemplo, a films como El precio de la ambición), la película de Chandor se sostiene en buena parte gracias a la ductilidad y convicción de sus actores y a la tensión que le imprime el director, quien construye con paciencia y rigor una estructura de thriller, aunque en algunos pasajes asoma el subrayado a la hora de exponer la falta de escrúpulos y el cinismo que imperan en el sector. Más allá de esos desniveles o de ciertas caracterizaciones un poco obvias (el ejecutivo desalmado que ama a su perro hasta el final), El precio de la codicia resulta una bienvenida rareza. Una película que desnuda con inteligencia y valentía, sin jamás degradar a la historia ni al espectador, las contradicciones y miserias de estos tiempos.
Pulcritud formal y ambigüedad conceptual Cada vez está más extendida la confusión acerca de qué es –o qué debería ser– una producción “independiente” en los Estados Unidos. Seleccionada en competencia oficial en la Berlinale del año pasado y ganadora del premio a la mejor ópera prima de los Independent Spirit Awards –que se entregan supuestamente en oposición al Oscar–, El precio de la codicia está adornada con un elenco puramente made in Hollywood: Kevin Spacey, Demi Moore, Paul Bettany, Stanley Tucci, Jeremy Irons y Zachary Quinto, el nuevo Spock de Viaje a las estrellas. Y no sólo su reparto mira en esa dirección: también su ética y su estética. ¿Qué queda aquí del auténtico espíritu indie? ¿El cine de los hermanos Safdie o de Kelly Reichardt, por citar apenas un par de ejemplos, ya no será “independiente” sino que habrá pasado a ser directamente marginal? El director debutante J. C. Chandor, además autor del guión, tiene la eficiencia del sólido artesano formado en la televisión, pero también todas sus limitaciones. Se diría que la pulcritud formal de la película es equivalente a su ambigüedad conceptual. Un poco a la manera de los viejos “boardroom dramas” de la primera generación de la televisión, El precio... trabaja con una fuerte unidad de tiempo y espacio. En menos de 24 horas, un grupo de gerentes y accionistas de una importante firma de inversiones con sede en Manhattan debe decidir no sólo qué hacer con sus valores en la Bolsa, sino hasta qué punto esas decisiones pueden afectar al común de la gente, ésa que camina inocentemente treinta pisos debajo de la torre donde se juegan los destinos de cientos de miles de trabajos e hipotecas. El tema se inspira en la crisis financiera de Wall Street de 2008, que terminó sacudiendo a casi todo el mundo, pero la película de Chandor no aspira a dar cuenta de las consecuencias de ese fenómeno, sino apenas de las dudas y conflictos de conciencia de ese grupo de CEOs enfundados en sus trajes a medida y apartados del mundo exterior por gruesas paredes de cristal. Que esos conflictos no sean muy profundos ni duraderos sino apenas la oportunidad, en algún caso (como el personaje de Kevin Spacey), de una modesta expiación de pecados, parece un cinismo más del director, quien afirmó: “Mi padre trabajó para la consultora Merrill Lynch por casi cuarenta años”. A confesión de parte, relevo de pruebas...
En las vísperas del fin del mundo Con ritmo de thriller, el director debutante J. C. Chandor cuenta los entretelones de una empresa a punto de hacer crac. El extraordinario elenco incluye a Kevin Spacey, Paul Bettany, Jeremy Irons, Demi Moore y Stanley Tucci. La crisis financiera que se hizo explícita hace poco más de dos años en los Estados Unidos, y que luego se extendió por buena parte del planeta, fue abordada por varias películas recientes. Sólo para citar dos ejemplos, ahí están Wall Street 2: El dinero nunca duerme, en donde el tema se trata de manera colateral porque el núcleo del relato es el legendario Gordon Gekko, y la excelente miniserie Too Big to Fail, que cuenta el gigantesco salvataje de los grandes imperios financieros al que se vio obligado la reserva federal estadounidense. El precio de la codicia, del debutante J. C. Chandor, centra su mirada en la primera alarma del inminente crac en una empresa de corredores de bolsa, que a su vez es parte de una poderosa corporación. En medio de una de los habituales reestructuraciones –léase despidos masivos–, mientras junta sus cosas antes de abandonar la empresa, Eric Dale (Stanley Tucci) trata de advertir a sus compañeros que un estudio que está por terminar sobre las proyecciones financieras de la empresa demuestra que la crisis es inminente. Sólo Peter Sullivan (Zachary Quinto) toma en cuenta el aviso, hace sus propios cálculos, confirma la hipótesis y comienza a subir la cadena de mandos para que se tomen medidas. Con ritmo de thriller que aumenta su intensidad a medida que transcurren las horas de una noche que parece eterna, los diferentes directores de área, encargados regionales, y finalmente el presidente de la corporación, se van enterando de lo que va a pasar en el comienzo de las actividades de la mañana siguiente, mientras comienza a tomar forma el plan para desprenderse de las acciones basura y así resguardar a la empresa, sin miramientos por la ola de despidos y las consecuencias sociales que producirán sus decisiones. Con un elenco extraordinario que incluye a Kevin Spacey, Paul Bettany, Jeremy Irons, Demi Moore, Stanley Tucci y Simon Baker, cada uno encarnando a personajes bien delineados y llenos de matices, el film muestra la cínica voracidad empresaria, la lógica implacable que traslada las culpas de la timba financiera a los millones de infelices que sostienen al sistema, consumiendo más allá de sus ingresos y sumando hipotecas que no pueden afrontar. Transcurridas las casi dos horas de relato, el mayor mérito de El precio de la codicia es mostrar el complejo mundo financiero con diálogos inteligentes y una tensión siempre en aumento, pero sobre todo, trazar un perfil humano de los protagonistas aun cuando esos rasgos incluyan la codicia, la crueldad y el salvajismo disfrazado de la civilidad que marcan los elegantes trajes a medida.
El fin de la fiesta Se luce un gran elenco en este filme sobre Wall Street. Ninguno de ellos lo sabe, pero en poco más de 24 horas el mundo tal como lo conocen desaparecerá. O, al menos, se transformará radicalmente. Una tarde de 2008 se produce una enorme purga de personal en una empresa neoyorquina y poco antes de que el jefe de uno de los pisos (Kevin Spacey) arengue a los sobrevivientes diciéndoles que ellos quedaron por ser mejores y que deben aprovechar la oportunidad, uno de los despedidos (Stanley Tucci) le da a Sullivan, un joven analista de riesgos del mercado (Zachary Quinto), un pendrive y le deja una frase: “Tené cuidado”.La información obsesiona a Sullivan al punto que se queda después de hora descifrándola. Y lo que encuentra allí provocará no sólo un caos que podría acabar con su centenaria empresa, sino hasta causar una crisis financiera nacional. Lo que El precio de la codicia cuenta es una versión dramatizada de los hechos que llevaron al desbande económico de Wall Street. Y lo que nos dice es que la culpa, en realidad, es un poco de todos.Con la estructura de una pieza teatral en la que las palabras pesan mucho más que las acciones –y apenas unos pocos escenarios, en su mayoría en los pisos de la empresa-, la opera prima de JC Chandor intenta algo muy difícil: contar los manejos egoístas y codiciosos que llevaron a la crisis y, a la vez, mostrar que buena parte de estos personajes no tenía otra opción que hacer lo que hizo. Una suerte de canto a la obediencia debida: si el jefe máximo dice que hagas algo para salvarte sin importar a quién puedas dañar, bueno, lo hacés...Es raro que esta película que narra las idas y venidas que los distintos jefes de la compañía (Simon Baker, Demi Moore, Paul Bettany y Jeremy Irons como el único verdadero villano, el capo máximo) haya sido apropiada por el movimiento anti-Wall Street como bandera, ya que pareciera querer demostrar que los banqueros no han tenido más culpa en ésto que el común de los mortales, que los que manejaron mal el asunto son tan culpables como los que pidieron créditos que no podían pagar.Esa “humanización” sirve para dar un interesante grado de grises a los personajes, como a Rogers (Spacey), que no está convencido de las actitudes de sus superiores y que tan malo no debe ser porque llora por su perro enfermo. Pero un poco más arriba en la escala (los personajes de Baker y Moore) el gris se vuelve más oscuro y las motivaciones más espurias. Igual es el caso de Emerson (Paul Bettany), otro de los jefes.Pese a una longitud un poco exagerada y a un exceso de tecnicismos en los diálogos, la película se sigue con interés y la tensión crece, ya que nunca sabemos muy bien cómo explotará la situación y cómo afectará a cada personaje. Lo mejor que hace Chandor es lograr mantener a raya a actores propensos al exceso (como Spacey e Irons), que entregan muy buenas performances, ayudadas por un diálogo preciso y de rítmica teatral, veloz, a lo David Mamet. Sin terminar de convencer –ni cinematográfica ni ideológicamente-, El precio...es una buena película para entender lo mal que la pasan los que ganan 250 mil dólares al año por no poder ganar millones.
La crisis financiera contada puertas adentro. Nominada al Oscar en la categoría de mejor guión original, El precio de la Codicia (Margin Call, 2011) es una muy interesante película sobre la crisis financiera de 2008 en los Estados Unidos contada a través de un grupo de empleados de un banco de inversiones durante las 24 horas previas a la debacle. Eric Dale (Stanley Tucci) es un gerente de riesgo del banco que es despedido antes de poder terminar un análisis realmente importante, por eso decide entregar esa información a uno de sus empleados principiantes, Peter Sullivan (Zachary Quinto). Peter entiende que, bajo las condiciones en que se lo dio, algo relevante tenía que haber detrás de ese pen drive, y luego de que todos sus compañeros se retiran de la oficina, se sienta a ver qué hay detrás de todo eso. Así detecta lo que efectivamente es algo para preocuparse: los cálculos analizados pasan a ser un tema de vida o muerte para la compañía, una vez que Sullivan los presenta a su compañero Seth Bregman (Penn Badgley) y Will Emerson (Paul Bettany), y a su jefe, Sam Rogers (Kevin Spacey). Un error en la calificación sobre el nivel de riesgo de un producto financiero con el que opera el banco pone en jaque el futuro de la entidad y, para ello, deberán vender esos activos antes de que sea demasiado tarde. Esa es la decisión que tomarán medianoche de por medio, el equipo ejecutivo de riesgo del banco comandados por el director y consejero John Tuld (Jeremy Irons). Una cinta con diálogos complejos pero cortos y concretos, con escenas de tensión contenida y angustia emocional atrapada, con muy buenas actuaciones, principalmente del viejo Irons que siempre da gusto ver y de Spacey, que logra un papel intenso, fuerte, como nos tiene acostumbrados. Con un elenco que termina de completarse con Demi Moore y Simon Baker (más conocido por su papel en la serie The Mentalist), la historia es contada puertas adentro con algunos exteriores, priorizando las azoteas para dar cuenta del vértigo literal o no que sienten sus protagonistas en un momento que sus vidas profesionales penden de un hilo. Efectiva, con suspensos construidos por palabras, gestos y muchos números. Muy recomendable.
Cada tanto, el sistema capitalista se ve inmerso en alguna nueva crisis económica. Las razones varían según el momento (super-producción, precio del petróleo, etc), pero el resultado suele ser el mismo: un tendal de ahorristas empobrecidos, muchos empleados que pierden sus trabajos, y las grandes financieras que manejan los hilos de la cuestión, que de una forma u otra, sobreviven, y vuelven al ruedo en pocos años. Con su película El precio de la codicia, J.C.Chandor (nominado por éste a mejor guión original en los últimos Oscar) intenta explicarnos el principio de la última de estas crisis, la de 2008. Este film se ubica en el sub-género que podría llamarse “thriller financiero”, y, si bien por momentos la trama puede volverse un tanto críptica, dado que se discuten temas de ecuaciones y productos financieros, el director y guionista J.C.Chandor lo tiene en cuenta, y lo simplifica de modo que sea más accesible al público. Incluso pone en boca del personaje de Jeremy Irons lo que el espectador seguramente está pensando: “explicámelo como si fuera un niño, o mejor, como si fuera un Golden Retriever”. Al fin y al cabo, lo principal en esta historia, no es la explicación minuciosa de lo que genera la crisis, sino mostrar al espectador los diferentes comportamientos y reacciones de cada uno de los protagonistas, todos empleados de distintas categorías de la empresa que dispara el desastre. Así, en apenas 24 horas, vamos desde el nivel más bajo (paradójicamente el único que realmente entiende, en las cifras y ecuaciones, lo que está sucediendo) para ir escalando en niveles hasta llegar a la cima, que determinará el rumbo a seguir. Este ascenso no es sólo jerárquico, sino que se ejemplifica con las reuniones, cada vez en pisos más altos del edificio. La historia es atractiva, y está bien llevada. La música, la elección de los planos, y hasta el marco de ciertas escenas, colaboran con un guión interesante, con líneas muy inteligentes, que no deja de lado la ironía y un cierto dejo de humor, a pesar de estar hablando del peor drama financiero de estos años. La única salvedad es que, a quien no le interesa este tipo de temática, la película se le puede hacer algo densa. Para los demás, un film inteligente, interesante, muy bien escrito y actuado. Vale la pena.
Convincente postal del apocalipsis financiero Stanley Tucci tiene un día horrible en la oficina. Está por descubrir que la empresa para la que trabaja, una especie de Lehman Brothers de ficción, está a punto de quebrar. Pero justo lo despiden luego de casi veinte años en la firma, y lo hacen de un modo bastante humillante, cortándole el celular, y haciéndolo acompañar a la calle con sus efectos personales por personal de seguridad. Sin embargo el empleado modelo se las arregla para darle a uno de sus asistentes un pendrive con los datos apocalípticos. El resultado es que el asistente analiza los datos, se da cuenta de que se está yendo todo al demonio, y a las 11 de la noche de ese mismo día está llamando a uno de los jefes, que llama a su superior y de golpe todos están buscando desesperadamente a Tucci y armando una reunión de directorio de emergencia a las 4 de la mañana. «El precio de la codicia» intenta reconstruir un día aciago en una de las firmas culpables de la última crisis financiera mundial y, dado lo frío del tema, lo hace bastante bien, utilizando grandes actores para que estos personajes actúen con realismo e incluso con humanidad. El director debutante J.C. Chandor, también guionista, intenta darle un poco de suspenso al asunto y por momentos lo consigue, aunque en general su opera prima es un drama un tanto frío y maniqueo, donde cada tanto surge, por ejemplo, la comparación entre el trabajo físico, o el diseño de un puente, con la actividad financiera. Gracias a algunos buenos diálogos y, por sobre todo, gracias a los actores que los dicen, el asunto se sostiene, con momentos brillantes, como cuando el gran jefe Jeremy Irons le recuerda a un conflictuado Kevin Spacey que «detalle más detalle menos, venimos haciendo lo mismo desde hace casi 40 años». Pero, más ellá de estos picos de talento y algunas buenas descripciones de un mal clima oficinesco, esto no es «Wall Street», le falta intensidad dramática y el dinamismo que necesita toda película realmente eficaz.
Esos sucios juegos del poder Relato frío y apasionante donde analistas y asesores pueden caer en picada, pero la red que los contiene es tan sucia que cuesta utilizarla. "El precio de la codicia" revela a un gran director, dueño del desparpajo de la juventud, el manejo de las tensiones y un ritmo endemoniado Un banco financiero de primer nivel en uno de los imponentes rascacielos de la Gran Manzana neoyorquina. La escala jerárquica de sus miembros tiene como común denominador trabajar con millones de dólares que se multiplican hasta lo infinito, pero pueden desaparecer por su misma volatilidad. Los más nuevos integrantes del grupo, Peter Sullivan y Seth Bregman, se hicieron amigos. Seth vive para multiplicar efectivo y Sullivan para celebrar la simpleza de su compañero. Cerca de ellos, lejano en cuanto a jerarquías está el jefe, Sam Rogers, ese indiferente al que nada le interesa, pero que llora en soledad la próxima muerte de su perra. Una mañana cualquiera, una inspección general; el veterano Eric Dale, uno de los mejores analistas es despedido. La frialdad de la "ceremonia" de despido asombra a los más jóvenes que toman conciencia que así puede ser también la de ellos. DESPOJOS Eric Dale se va. Un despojo al que los pisos que lo acercan a la planta baja transforman en un hombre sin importancia, despojado del celular y ya ajeno a la circunspecta "gallina bancaria de los huevos de oro", millonaria en bonos y cauciones. Antes de irse, Dale pide a Peter que dé una mirada a un trabajo que estaba haciendo para la empresa. Lo que se descubre, provoca una implosión en la empresa, y lo que suceda después, será causa imprevisible de la Segunda Depresión, ésa que abarcó de 2008 a 2011 y se extendió por Estados Unidos hasta invadir el mundo. La inspiración del filme para el joven director J.C. Chandor, surgió en la familia. Su papá trabajó más de treinta años en Merryl Lynch y con la debacle del 2008, en Estados Unidos, bancarrota de Lehman Brothers, incluída y su proyección al mundo, el tema quemó. MUNDO PRIVADO La película desnuda el privado mundo de las altas finanzas y navega aguas turbias de pasiones, pequeñeces, egoísmos y cobardías. Con máxima tensión, elegante diseño de producción y sonoridades exactas, el filme coloca a una corporación al borde del desastre y la hace pasear por la cornisa hasta el final. ¿Cómo se conjuga la ambición y la corrupción, el cinismo y la debilidad, mientras gira un paquete de bonos basura y se plantea la necesidad de destruir o salvarse, de dignificar lo indigno? Relato frío y apasionante donde analistas y asesores pueden caer en picada, pero la red que los contiene es tan sucia que cuesta utilizarla. "El precio de la codicia" revela a un gran director, dueño del desparpajo de la juventud, el manejo de las tensiones y un ritmo endemoniado. Casi dos horas para disfrutar de gloriosos veteranos, Kevin Spacey, Jeremy Irons, Stanley Tucci, Demi Moore y conocer a los más jóvenes, Zachary Quinto y Penn Badgley. Atención con este director debutante de tan solo veintiséis años.
En medio de una época en la que la discusión en torno al capitalismo se volvió una constante, motorizada por nuevos sucesos que la ponen en interpelación día tras día, el estreno de una película que subraya algunas de las miserias más nítidas del sistema no sorprende. Kevin Spacey, el yuppie bueno. Kevin Spacey, el yuppie bueno. Sin embargo, el caso de El precio de la codicia, más que destacar recuerda en más de un pasaje a lo que ya vimos hace tres décadas en Wall Street, el opus militante de Oliver Stone. En ese largometraje de los 80s la lupa estaba puesta sobre los yuppies, personajes excluyentes del mundo financiero de aquel entonces. Esos mismos personajes, desde otro prisma y treinta años después, ocupan el protagonismo aquí, en este film menor y que no termina de definir el lugar en el que está parado. Margin Call, tal su título original, se centra en lo que sucede en una empresa multimillonaria cuando uno de sus empleados descubre que se avecina un quiebre financiero, un golpe fatal a la compañía. El dato origina un tornado entre los cabecillas del negocio que provoca reuniones de madrugada y un frenesí de oficina de proporciones épicas. Todo entre las paredes de un rascacielos típico de los dueños poder económico según Hollywood. Más allá de un guión que se sostiene con buen pulso, la película tropieza con la falta de interés, con la ausencia de atractivo con la que cargan los personajes que llevan adelante el relato, un grupo de especuladores, parte de un engranaje financiero atroz, culpable de la crisis que arrastró a buena parte del mundo a la incertidumbre económica como hacía décadas no sucedía. ¿A alguien le importa el destino de un grupito de villanos grises y sin mayores tonalidades? El único destacable en el combo es el crápula interpretado por Jeremy Irons, siempre justo e impecable. Así es que El precio de la codicia se enmarca en el género del drama pero con apenas algunas pinceladas de feedback entre lo que sucede en pantalla y el espectador, que atraviesa los 103 minutos de cinta a la espera de algún personaje que lo cautive, o que al menos le inspire el mínimo ligazón necesario para hacer suya la historia. En ese camino, el rol jugado por un medido Kevin Spacey es el que más se acerca, pese a una escena final que satura de obviedad.
Basada en eventos reales que llevaron al colapso financiero, la película comienza con despidos masivos y competencia sin control en empresas financieras y se abre a la codicia sin fin de quienes solo pensaron en sus ganancias. Por momentos, bien lograda. Con grandes actores. A veces se estanca, se pone hermética, pero vale.
VideoComentario (ver link).
Nominada al Oscar en el rubro mejor guión original, la cinta escrita y dirigida por J.C. Chandor se basa en los sucesos reales que tuvieron lugar en el año 2008 y que llevaron al colapso mundial de los mercados financieros. Con un elenco multiestelar, este thriller empesarial se mete de lleno dentro de una ficticia firma de Wall Street en las veinticuatro horas previas al estallido de la crisis económica global. El primer indicio se filtra gracias a un analista del departamento de gestión de riesgos. La situación es terminal, los peces gordos se devorarán entre ellos, aplastarán a los eslabones más débiles de la cadena de mando y las cabezas rodarán por montones. En un mundo donde todo se mide en millones de dólares, tanto las ganancias como las pérdidas, la crueldad y voracidad de las organizaciones financieras no dudan en deshacerse de empleados valiosos cuando los mismos dejan de serles funcionales a sus propósitos. Dentro de las reconocidas figuras (Kevin Spacey, Paul Bettany, Demi Moore, Jeremy Irons, Stanley Tucci), Zachary Quinto también ofició de productor y se reservó uno de los personajes más interesantes del relato, el cual defiende con convicción. Este debut de Chandor no es perfecto, pero merece ser celebrado en vistas de su promisorio futuro.
Warren Buffet, considerado el mejor inversor a largo plazo del mundo que, dicen, logró convertir 100 dólares en 14 billones, aconsejaba que nunca había que invertir en negocios que uno no pudiera entender. Si transferimos eso al cine, la ópera prima de J.C, Chandor, Margin Call (El precio de la codicia en Argentina), sería una de las mejores inversiones de los últimos tiempos que claramente demuestra cuánto este novel director sabe de cine. Lo primero que llama la atención es la gran habilidad que tuvo Chandor de conseguir un reparto más que impresionante para su primer película y que, además por sobre todo, se manejara excepcionalmente para construir un guión donde estos a modo casi coral se destacaran por igual. Nadie sobra en esta historia de crisis financiera y nadie opaca a nadie, aun cuando grandes nombres como el de Jeremy Irons pareciera destacarse por sobre el resto, todos tienen su rol bien planteado para contar de manera equilibrada uno de los momentos más tensos de la economía, ya no solo americana, sino global. Wall Street y sus tejes y manejes son traducidos por Chandor de una manera casi de manual para dummies que aunque se escapen los detalles más puntillosos, solo perceptibles a los ojos de los expertos, bien se hacen entender para el público promedio. Margin Call demuestra que no importa qué está pasando; de hecho aunque no sepamos de economía nos lo imaginamos. Vamos, que no hay que ser experto en el tema para entender que la bolsa es una especie de juego de ruleta legal en el que unos apuestan con éxito mientras otros lo pierden todo. Se vende por un lado, se compra por el otro y los tira y aflojes se vuelven muchas veces peligrosos. Esto es lo que se descubre al principio del film, un manejo tan desequilibrado de la cosa que es inevitable el desastre y ahora, ese ritmo de suspense que forma una especie de prólogo del relato, se focaliza exclusivamente en cómo parar la bola de nieve que viene cayendo, hacia dónde es mejor correr para no sucumbir bajo ella. En el camino quiénes quedan o quienes se van, no importa, importa el “sálvese quien pueda”. En medio de toda la barahúnda que genera esta bomba a punto de estallar, Chandor se toma el tiempo, mínimo pero concreto y efectivo, de retratar cómo es el mundo salvaje, frío y deshumanizado de la economía. Jefes que parecen alentar a sus empleados a trabajar eficientemente con métodos de manual mientras se angustian más por la salud de su perro que por ese empleado al que acaban de despedir luego de años de servicio y quien, después de todo, termina siendo clave en el pronóstico del caos. Jóvenes que terminan ascendiendo casi por casualidad mientras otros, mal que les pese, deben aceptar su condición de chivo expiatorio. Hombres que desesperan por un futuro en el que ya no podrán gastar millonadas en autos, mujeres y noche. Sin moralismos baratos, sin academicismos matemáticos, Margin Call termina por hablar de condiciones humanas tan universales como la codicia, la especulación, la lealtad o la traición. No en vano ha sido uno de los films, considerados prácticamente independientes, más ovacionados del año aún cuando su popularidad no pase de ese reparto llamativo que nombrábamos antes. La película causa miedo por meternos en un mundo alejado del hombre promedio y hacerle entender de qué va la cosa, cómo pasan las cosas, porqué suceden, qué ocasionan, y todo sin necesidad de hablar de continuo del vil metal. El dinero no es el mensaje pero sí su referente, el dinero no es la clave pero sí quiénes lo manejan. Si hay algo que además colabora con esa atmósfera opresiva del desmoronamiento a punto de suceder son los espacios cerrados mucho más presentes que los abiertos. Todos entran y salen de oficinas, de ascensores, van y vienen en automóviles, hablan y discurren entre cuatro paredes mientras afuera el mundo sigue girando sin saber qué se viene. El mundo, el afuera, nosotros, yacemos en una enorme pecera nadando y nadando mientras los otros, esos que “saben más”, tratan de salvarse en silencio, sin levantar polvareda al correr para que el caos no sea peor. Todo lo que sube tiene que bajar, dice el dicho y este debut de Chandor, antes sonidista, ahora prometedor director sin dudas, refleja exitosamente ese subibaja social mortal vedado para muchos y que gratamente nos sabe acercar más terrenalmente que cualquier experto en el tema. Film para no perderse aun cuando ese mundo no nos atraiga demasiado, lujo singular del cine de la última década que con el tiempo, me atrevo a apostar, ingresará en la lista de grandes clásicos.
Hace alrededor de un quinquenio se estrenaba en Argentina, a contramano de cualquier tipo de escrúpulo, un muy buen documental de origen francés, dirigido por el británico Peter Chapell, titulado “Nuestros amigos de la banca” (1997). Se trataba de un representativo documental, de tan solo hora y media, que nos revela determinadas reuniones en los que los representantes del poder económico deciden la supervivencia o la defunción de un sinnúmero de vidas. Con una orientación que parece buscar una mirada objetiva, pero poseedora de una cadencia digna de un film de suspenso. El director cuenta las pujas que existieron entre el gobierno de Uganda, necesitado de capital para ejecutar sus planes públicos, un Banco Mundial, que precisa situar préstamos, y un Fondo Monetario Internacional que estipula imponer un mandato financiero internacional sin importar los costos. Diez años antes Oliver Stone nos entregaba una ficción de pujas de poder y corrupción en el centro económico del mundo capitalista, “Wall Street” (1987), nominado a varios premios Oscar, pero sólo recibiría Michael Douglas el correspondiente a mejor actor. Esta, tal vez larga introducción al posible análisis del filme que nos convoca, es necesaria por el sólo hecho de querer comparar y mostrar antecedentes, ya que lo más importante de este filme, que marca el debut detrás de cámara de J.C. Chandor, es la historia que se desarrolla momentos antes de la debacle económica ocurrida en 2008. A diferencia de las anteriormente mencionadas, “El precio de la codicia” transcurre durante 24 horas, y casi queda circunscripta a una locación, las oficinas de una gran empresa financiera. En momentos que en dicha empresa se esta realizando un ajuste económico, y como siempre la variable de ajuste son sus empleados, Eric Dale (Stanley Tucci) es una de las primeras victimas, justo en medio de una investigación. Antes de retirarse de las oficinas le dice a uno de sus, hasta ese momento, subalterno, que continúe su trabajo, pero que tenga cuidado. Peter Sullivan (Zachary Quinto) fiel a su ex-jefe, lo hace. Descubre que algo anda muy mal en el sistema y pone sobre aviso a los jerarcas de la empresa. El filme es un despliegue casi insolente de personajes sin ninguna moral y menos ética. Todo un catalogo de los verdaderos “Men in Black”, en la que sólo cobra importancia un par de aspectos, como el no estar dentro de los afectados por el sismo y, de ser posible, no perder dinero. En relación a su estructura es extremadamente lineal, poseedora de un desarrollo progresivo clásico, con algunos elementos comunes al genero del suspenso. El guión, escrito por el mismo director, tiene como un muy buen atributo la construcción de cada uno de los protagonistas, muy reconocibles sobre todo como arquetipos. En segunda instancia, los diálogos cobran vital importancia, cortos, conciso, por momentos dramáticos, en otros manejando un humor que va del cinismo a la burla lisa y llana, no sólo ayudan a la constitución de los personajes, sino que terminan siendo lo más logrado de la producción. Para que esto tenga un andamiaje fuerte es necesario contar con actores que hagan creíbles cada una de sus intervenciones. De todo este seleccionado se destacan los ya nombrados junto a Jeremy Irons, en la piel del siniestro John Tuld, dueño de la empresa, Kevin Spacey, como el gerente de la sucursal, y Demi Moore, como una desalmada arribista con ansias de poder femenino en un mundo mostrado como misógino. Muy por debajo se encuentra la manufactura de los otros rubros. La música no da ni quita nada, sino existiera sería lo mismo; la fotografía es correcta desde lo técnico, pero no refleja ningún tipo de búsqueda estética que lo diferencie, lo mismo sucede con la compaginación. Consecuentemente termina por ser un filme entretenido, en cuanto a que el tiempo no es letárgico, que intenta instalar cierto tipo de ideología progresista y posicionarse como denunciante justiciero, pero que al no lógralo se torna ambivalente.
Dentro de la burbuja En los ochenta tuvimos Wall Street, cuando Oliver Stone tenía alguna que otra cosa interesante para decir sobre el mundo. Ya en el nuevo milenio, el talento del cineasta estaba evidentemente agotado y por eso la secuela era una completa tontería, sin nada para decir, excepto que siempre es bueno que la familia permanezca unida. Ahora aparece El precio de la codicia (traducción boba para el título original, Margin call, cuya traslación podría ser “Margen de riesgo”), que aborda de manera ficcional el comienzo de la crisis económica del 2008, con una firma financiera en la que uno de los empleados descubre que los números se están yendo al demonio, con lo que se inicia una maniobra de ventas que es puro humo, haciendo estallar todo el sistema por el aire y, obviamente perjudicando a los peces más pequeños y fortaleciendo a los más grandes. Desde el principio de la trama, con una sucesión de despidos masivos, donde sólo terminan quedando el 20 % de los empleados, el film exhibe un mérito: no redundar en explicaciones. Los distintos personajes utilizan términos económicos y matemáticos, pero no se detienen a esclarecer exactamente lo que están afirmando, algo que abunda demasiado últimamente en el cine hollywoodense, incluso en películas supuestamente “inteligentes” como El origen. Por eso la narración avanza sin prisa pero sin pausa y mantiene atento al espectador. Lo que se va desprendiendo claramente de El precio de la codicia es que los protagonistas y los hechos son creíbles cuanto menos abundan los diálogos. Un buen ejemplo es el personaje de Kevin Spacey, que arranca como un cínico y manipulador total, para terminar siendo alguien más consciente de ese cinismo y manipulación que lo constituye. Cuanto menos habla y más acciona a través del cuerpo, más se le cree su reacomodamiento. En cambio, cuando habla y se explica, es difícil creerle. A pesar de sus filosos diálogos -recitados por un ejército de peso pesados, como Jeremy Irons, Stanley Tucci, Demi Moore y Paul Bettany-, El precio de la codicia propone algo nuevo desde el silencio, cuando contempla las oficinas vacías o a los protagonistas esperando la hecatombe, mientras meditan sobre las terribles consecuencias de sus acciones como algo en abstracto. Porque, al fin y al cabo, de eso se trató siempre Wall Street: tipos que trabajan en torres de cristal, que funcionan como burbujas que los aíslan del mundo real y tangible, que piensan en términos macroeconómicos, pero jamás a niveles sociales o incluso microeconómicos. Sin el vuelo formal y narrativo de Red social, aunque con el mismo espíritu para reflejar ciertos comportamientos propios del capitalismo más salvaje, El precio de la codicia evoca con mesura un espacio off, correspondiente a la crisis, a punto de hacerse visible. La calma antes de la tormenta.
Finanzas que me hiciste mal Unidad de tiempo: dos días, una noche en vela crucial y una coda nocturna. Unidad de espacio: el edificio de una empresa y apenas breves lapsos en exteriores. Unidad de acción: sin desvíos, sin historias secundarias, con fuente unificada de tensión. (Sí, el error del título de la nota es a propósito). Una tragedia financiera. Asistimos al comienzo de la caída de un banco de inversiones, y en ese sentido Margin Call es algo así como “Titanic 2008: crisis financiera” pero sin grandilocuencia alguna. Margin Call es un naufragio trágico, sí, pero sin grandes desmoronamientos explícitos, visibles; una película con la sabiduría necesaria para que las acciones se inserten en una historia cíclica, es decir, en la historia de las crisis del capitalismo. Margin Call prueba que se puede lograr gran intensidad sin apelar a gritos y sorpresas argumentales. No hay revelaciones en la película, hay consecuencias lógicas, negociaciones que son imposiciones porque así es la lógica del dinero y los intereses. No hay villanos especialmente villanos, no hay héroes: hay gente que busca ser eficiente. Y esa eficiencia tiene muchas veces cara de hereje. Esta es una película difícil de abordar si uno no quiere caer en la fórmula: “perfecto timing y grandes actuaciones de todos estos grandes nombres”. En cuanto a eso, sí: entre otros axiomas está Stanley Tucci, un ancla moral del cine. Y también hay una perfecta iluminación, verdadera en su ostensible falsedad al dejar en las sombras a diversos personajes y también al tirarles una luz que los endurece hasta lo poco beneficioso para la imagen (Demi Moore no juega a estar radiante). Margin Call no es fácil de escribir, de decir, de describir críticamente. Habrá que rodearla y más que de lo que es tal vez deberíamos hablar de aquello que no es. Muchas veces, las películas de grandes tiburones de las finanzas toman el modelo de gomina brillosa patentado por Oliver Stone y Michael Douglas y, sin quererlo, se convierten en films de reclutamiento. Miran demasiado frontalmente lo que consideran sin mucha reflexión como “el mal” y en ese desprecio no especialmente lúcido se esconde una embobada envidia. Margin Call va por otro lado, menos untuoso, menos graso. Hay otra forma fascinada distinta a la receta de Stone y Douglas: la más aguda (sharp en inglés) que juega a mostrar a estos tiburones (sharks en inglés) con altas dosis de cancherismo, como si la película fuera una emanación de un rodaje a puro whisky consumido con A Tribute to Jack Johnson de Miles Davis a todo volumen. Tampoco es así de funky Margin Call. Es una película sobre el mundo del trabajo. En otra de sus decisiones inteligentes, el director y guionista (debutante) J.C. Chador no elige oponer el “mundo del trabajo” frente al “mundo de la especulación financiera”. Las finanzas también son un trabajo, y esta es una película sobre un grupo de trabajadores, algunos extraordinariamente bien pagados, que tratan de hacer lo mejor posible. Lo mejor posible, cada uno de ellos para cada uno de ellos. Hay muchos diálogos buenísimos, de esos que directores más inseguros habrían destacado con reflectores y que aquí fluyen con el resto de las palabras. Destaco algunas: las arengas de Kevin Spacey y su significativa interacción. La reflexión final de Jeremy Irons y sus efectos en Spacey, la frase final de Paul Bettany sobre el puente de Tucci. Y hay numerosos detalles que funcionan como fondo, nunca como claves, típicos de una película que se mete en un mundo particular con deseos de describirlo antes que de juzgarlo velozmente: así, el ritmo nada estridente de Margin Call está marcado por el repiqueteo nervioso, sin euforia, de lapiceras caras.
Así empezaba lo peor Es la precuela del desastre financiero que todavía tiene arrinconado a medio mundo. Estamos en una poderosa empresa financiera horas antes del gran derrumbe del 2008. El filme arranca cuando el tsunami financiero ya estaba en marcha: un gerente de área es despedido junto a otra docena de colaboradores. Reajustes, que le dicen. Pero antes de marcharse, le entrega un pendrive a un colaborador: "echale un vistazo y cuidate". Y en la pantalla surgirán los primeros síntomas de la epidemia que se viene. ¿Qué hacer? Se encienden las alarmas y esa misma noche el presidente de la corporación llega en helicóptero para conducir el salvataje o la huida. Porque nunca se sabe. El filme es eso. Cuenta las doce horas fatales antes del estallido. Todos temían, pero nadie creía que podía ser tan drástico y tan extendido. El libro y la realización es de un debutante, J.C. Chandor, un tipo que sabe lo que hace: está bien escrita, no descuida el tema general, y sabe aproximarse a sus personajes. Un thriller financiero, muy transitado en esta época. Empiezan las dudas, los aprietes, las opciones. No hay lugar para actos heroicos ni para salidas decentes. Hay que salvarse como sea arrojando al agua lo que haga falta. El plan de acción debe conciliar eficacia y urgencia. No hay que detenerse a contar heridos ni dejarse ganar por los sentimientos. Hay que vender ya, antes que todo se descubra. Uno de los gerentes primero se niega, pero al final acepta este plan aniquilador. El resto se mueve como marionetas de una estrategia que los ignora. Buen tema, gran elenco, ritmo preciso, tensión dramática, diálogos filosos y una mirada inquietante sobre un derrumbe que aun sigue generando escombros. Los banqueros saldrán otra vez sin lastimadura pese que ellos causaron el choque. Es que al final -como dice el líder- no hay que preocuparse, porque las crisis siempre vuelven y siempre se resuelven. (**** MUY BUENA).
El cine como equilibrismo No sé (dudo que alguien lo sepa) qué es el cine o qué debería ser. Estoy seguro, sí, que no hay una especificidad del cine como la entendían y la buscaban los teóricos y directores de la década del 20 en adelante: una pureza que no debe contaminarse con influencias provenientes de otros lenguajes. Desde siempre, las “invasiones” más frecuentes que sufrió el cine vinieron de la literatura y el teatro (las de la pintura fueron menos y más felices, y las de la televisión y el videoclip llegaron mucho después; del videojuego recién ahora se están teniendo noticias), pero hoy es difícil hablar mal de una película argumentando ese tipo de cruces, justo en una época cuyo signo distintivo es la amalgama incesante de estilos, géneros, lenguajes, etc. En todo caso, hay cineastas que aprovechan bien o mal las influencias de otros medios expresivos, pero ya no se puede recurrir a un axioma del tipo “es teatro filmado” para pegarle a una película. El precio de la codicia tiene todo para caer rápidamente bajo el peso de ese rótulo: abuso del primer plano, omnipresencia de los diálogos, espacios reducidos y repetidos; la película del director y guionista J.C. Chandor da cuenta constantemente de un peso teatral que inunda las imágenes. Sin embargo, El precio de la codicia es cine, y bueno. Es mejor cine, por ejemplo, que El artista o que La invención de Hugo, que creen que por hablar de la historia del medio y por apropiarse sin mucha responsabilidad de una batería de elementos formales, automáticamente se garantiza el estatuto cinematográfico del producto. Chandor hace bien lo que Scorsese y Hazanavicius hacen mal: crea personajes robustos, con virtudes y falencias, capaces de chocar entre sí y generar chispas, de hacer surgir la tensión solo a partir de un intercambio de pocas palabras. Con eso alcanza; todo lo demás (el conflicto moral, el contexto real, la denuncia) es suplementario, puede sumar o restar según la ocasión, pero siempre como reajuste de un núcleo duro que son los protagonistas y la trama. En ese sentido, el problema también nace de esa apuesta, porque la película confía tanto en sus criaturas, en lo que tienen para hacer y comentar, que muchas veces las magnifica de manera innecesaria. Así, los diálogos cortos y sugerentes, de un timing notable, conviven con frases impostadas que necesitan señalar su propia importancia. Lo mismo pasa con las imágenes: mientras que algunos planos logran transmitir el clima enrarecido del edificio vacío y a oscuras (o del amanecer y de los breves momentos a solas que tienen los personajes para sí mismos), otros funcionan solo como subrayado de un gesto o como modo de acentuar una frase. El precio de la codicia oscila entre esas dos tendencias, y no es casual que algunas de las escenas que mejor se resuelven estén filmadas con pocos planos y diálogos. Cuando Jared Cohen (Simon Baker) se afeita en el baño creyendo estar solo, de una de las puertas emerge un quebrado Seth Bregman que, de la nada y sin ningún vínculo que los una, empieza a contarle a su superior cuánto valora su propio trabajo; Cohen apenas lo mira de reojo y no le contesta. La escena se construye principalmente sobre el plano único que enmarca a Cohen como un gigante y a Bregman cada vez más pequeño (esos tamaños se condicen con su estado actual, tanto laboral como anímico), pero también se apoya en los silencios que reverberan como única respuesta a cada queja del chico que se sabe despedido de antemano. Otro mérito de la película es servirse a medias de un hecho real. A medias porque El precio de la codicia remite con precisión a la crisis financiera estadounidense de 2008, pero lo hace casi sin dar nombres, como si el conflicto de carácter local ganara en universalidad evitando hacer referencia a firmas, empresarios o políticos (sobre el final se mencionan una o dos empresas financieras, y nada más). Chandor se las arregla para sostener la particularidad de la crisis imprimiendo una generalidad anclada en una atmósfera de tragedia que ayuda a que su película trascienda el contexto económico americano. Pero así como se logra establecer un balance entre lo local y lo universal, El precio de la codicia teme que sus espectadores no entiendan mucha de las cuestiones que se tratan, y entonces recurre a un didactismo ramplón. Se percibe cuando los personajes declaran a viva voz que no comprenden algo para que el otro se lo explique todo de nuevo o de una forma más sencilla. El ejemplo más grosero es el del CEO encarnado por Jeremy Irons, que proclama más de una vez que no conoce nada del tema e invita a la mesa de analistas a que le expliquen todo como si fuera un chico. Si El precio de la codicia es una película de equilibrios sutiles que fracasa cuando se produce un desbalanceo, no es raro que lo más interesante de los personajes sea que prácticamente todos están pintados con un gris que encuentra su punto justo en la medianía, bien lejos de los extremos. En el guión de Chandor no hay buenos y malos, santos ni pecadores, sino hombres (y una mujer que se mueve entre ellos como si fuera uno más) con pasiones, gustos, opiniones formadas, pasados, obsesiones. Aunque un poco repetitiva, la fijación que tiene Bregman con el sueldo de los otros es un rasgo interesantísimo que define al personaje de manera rápida e eficaz. Lo mismo ocurre en el momento en que Eric Dale (Stanley Tucci) le cuenta a Will Emerson (Paul Bettany) sobre su carrera de ingeniero: el relato no solo ilumina al personaje con una luz completamente nueva, también constituye uno de las reflexiones más lúcidas de la película sobre la dicotomía producción-finanzas. Pero Dale, el ingeniero que construía puentes y le permitía a la gente ahorrar tiempo de su vida en viajes, no está libre de culpas porque trabajó durante años para la empresa que ahora lo echó. Algo parecido puede decirse de todos los personajes pero especialmente de Will Emerson, el cínico con ideales que cree que las cosas pueden cambiar, al menos hasta cierto punto y siempre que él pueda mantener su puesto. En esa escala de personajes construidos a base de tonos medios, los extremos son los más torpes: el inocente e impoluto Peter Sullivan (Zachary Quinto) y el irresponsable y manipulador John Tuld (Jeremy Irons) representan algo así como alegorías morales, los polos abstractos entre los que gravita el resto de los personajes reales, de carne y hueso. Vale la pena ver en El precio de la codicia ese mecanismo a veces milimétrico que decide el destino de los diálogos y las escenas: el error más pequeño resulta en una solemnidad molesta, pero cuando la máquina funciona, es fácil zambullirse en la constelación enorme de afinidades y duelos que despliegan los personajes, y en el estoicismo que se agazapa detrás de las decisiones que se toman y de las reacciones que se disparan ante una tragedia inminente de proporciones (para ellos, que están en el ojo de la tormenta) inimaginables.
Capitalismo para principiantes Con llegada oportuna en tiempos de sismos financieros (más aún en el momento de su estreno original, a comienzos de 2011), El precio de la codicia se mete de lleno en la oficina de una importante firma de Wall Street a punto de colapsar, narrando todo con el sigilo tenso de un thriller bursátil de madrugada; es que todo ocurre una misma noche, cuando el pen drive de un ex empleado revela la caída en picado de los activos de la firma, cuyos responsables deberán hacerse cargo del inminente colapso, vendiendo como sea las acciones disponibles. Argumento que sirve también como spoiler, porque lo cierto es que no suceden muchas más cosas en este debut de J. C. Chandor: el resto son caras apesadumbradas de jerarquías diversas que de a poco van entrando en razón de que se les viene la noche, discusiones severas a puertas cerradas y planos de altura de Nueva York que funcionan a la vez como contexto distractor y como metáfora del poder que se cuece en los altos edificios de la Gran Manzana. Y al igual que esas postales ilustrativas, El precio de la codicia se vuelve obvia al trazar ese fresco de señores trajeados sin escrúpulos que dialogan a fuerza de efectistas sentencias hollywoodenses, como cuando Jared (Simon Baker) dice: “Esto es extraño, parece un sueño”; y un sombrío Sam (Kevin Spacey) le responde: “No lo sé. Quizá sólo nos hayamos despertado”. Y la cuestión recrudece cuando el jefazo de poder abismal (los edificios le quedan chicos, por eso llega en helicóptero) John Tuld (Jeremy Irons) se erige como el capitalismo en persona al repasar todas las depresiones económicas de la historia, para terminar diciendo: “el dinero son sólo papeles con dibujos que sirven para comer” y “siempre ha habido ganadores y perdedores, el porcentaje sigue siendo el mismo” y “no podemos cambiarlo, sólo reaccionar”. Entre tanto análisis superfluo de la “codicia”, el filme encuentra su razón de ser en la relación afectiva entre Sam y su perra moribunda, demostrando que una vida concreta puede resultar más valiosa que los números y cifras y porcentajes abstractos y esa población “global” que titila en los rascacielos.
Cold Street Lo 1ro que pensé cuando comencé a ver esta peli fue "Que bueno que Paul Bettany volvió a los filmes serios y se dejó de hinchar los huevos con ser caza vampiro y ángel de la Legión de la berreteada". Hablando en serio, este trabajo logró sacar interpretaciones de mucha calidad, cuestión que creo, conformó el pilar fundamental del producto elevándolo a un resultado de lo más eficaz. ¡Gran despliegue de talentos! "Margin Call" es un thriller impecable sobre el mundo financiero norteamericano, allí donde se mueve la economía global y donde suceden cuestiones tan impactantes como secretas, fuera del alcance de los ciudadanos normales a los que sólo nos llega con delay un "estamos en crisis financiera". El director J.C. Chandor dirige la historia con una frialdad muy calculada, en la que se refleja claramente lo que está sucediendo sin tanto subrayado ni perdiendo el tiempo en explicaciones largas. La carga dramática llega de manera natural, no por inducción obligada del director, sino por la manera de poner en pantalla los sucesos que van teniendo lugar. En realidad trata sobre un hecho financiero que a la media del público que asiste al cine podría parecerle de lo más irrelevante y aburrido, pero con mucha pericia termina convirtiéndolo en un thriller impactante que está a la altura de "Wall Street". Es como la hermana más seria y adulta de este último film de culto. Como dije antes las interpretaciones son el alma de la cinta, Kavin Spacey, Jeremy Irons, Stanley Tucci y Paul Bettany están super bien, conformando un equipo de gran talento para el deleite del espectador. Zachary Quinto, Demi Moore, Simon Baker y Penn Badgley también aportan lo suyo pero con menos trascendencia que los anteriormente nombrados. Una peli elegante, inteligente, fría y corrupta que garantiza un buen entretenimiento para los amantes de los dramas financieros y políticos.
Al borde del abismo "El precio de la codicia" es una película que se parece demasiado a una obra de teatro que revela los entretelones de una crisis que bien pudo ser la última que afectó a los Estados Unidos haciendo tambalear su economía. Sin embargo, lo más importante de la historia es la descarnada descripción de la endeble estructura que sotiene al sistema económico del país que lidera al mundo. Con actores como los convocados por el director es difícil que algo salga mal, sin embargo el único mérito del filme para subrayar varias veces es la agudeza con la que J.C. Chandor aborda los inmensos territorios del egoismo humano y del “¡sálvese quien pueda!” que deja como recurso un sistema basado en la acumulación de bienes en pocas manos.
Algo está por Explotar En el año 2008, los mercados financieros colapsaron, precisamente este hecho recrea una historia ficticia sobre el tema en esta propuesta fílmica, en la cual un grupo de ejecutivos y analistas financieros se las ven negras ante la infiltrada novedad que la gran empresa está a punto de quebrar. En término de horas -el guión se desarrolla en casi toda una madrugada íntegra- habrá que revertir situaciones, apurarse en vender acciones y hasta hacer rodar alguna que otra cabeza ante el directorio. Lo que se dice "Mal de muchos, ganancias de unos pocos". El debutante realizador J. C. Chandor nos brinda una suerte de thriller financiero con unas muy relevantes actuaciones, donde nadie está al menos regular: Kevin Spacey está soberbio como acostumbra, Jeremy Irons como el Jefe de jefes es feroz por momentos, en algún momento asegura: "Hay tres formas de ganarse la vida en este negocio, ser los primeros, ser los más inteligentes o hacer trampa", Paul Bettany, Simón Baker y Stanley Tucci otro tanto, y Zachary Quinto (también productor) como el empleado que descubre la novedad y rápidamente la informa a sus compañeros. La panorámica de Wall Street se yergue imponente sobre una película que seguro gustará a los interesados en el tema, y a los que lo desconocen, pero también a los que buscan un cine donde las situaciones se suscriben a la mirada y la capacidad actoral de cada protagonista.
LA CONSPIRACIÓN DE LOS IDIOTAS ¿Para qué sirven los mercados financieros? ¿De verdad son tan importantes para nuestra vida cosas como la bolsa de valores o la compra y venta de acciones? ¿De qué manera impacta lo intangible en el mundo real? ¿Es uno más importante que el otro? EL PRECIO DE LA CODICIA (MARGIN CALL) nos invita a que nos hagamos ese tipo de preguntas, al mismo tiempo que muestra las fisuras del sistema capitalista y retrata con crudeza el trato deshumanizado y abusivo que tienen las empresas hacia sus empleados. Lo más destacable de este film son las reflexiones que dispara y las actuaciones de un elenco de buenos intérpretes, algunos reconocidos (como Kevin Spacey, Demi Moore, Stanley Tucci, Paul Bettany y Jeremy Irons) y otros no tanto, pero no por eso menos sólidos (como Zachary Quinto y Simon Baker). En una compañía financiera, se lleva a cabo un recorte de personal. Uno de los despedidos es Eric Dale (Stanley Tucci, en una de las mejores actuaciones del film, aunque no tiene demasiado tiempo en pantalla), a pesar de sus muchos años de trabajo. Antes de irse, casi corrido a los empujones, logra pasarle a uno de sus subordinados una investigación en la que estaba trabajando pero que no pudo completar. El joven empleado, interpretado por un correcto Zachary Quinto, profundiza los cálculos y llega a la conclusión de que se viene el estallido. Entonces, comunica la proyección del desastre financiero a sus superiores. Aquí resulta muy curioso ver como los datos, debido a su gravedad, van pasando de jefe en jefe hasta llegar al punto de convocar a una reunión de urgencia con el capo máximo de la compañía para tomar las decisiones con las cuales resolver un caos que parece inevitable. El director y guionista J.C. Chandor construye un buen relato de suspenso creciente, pero falla en los momentos en que busca hacer comprensible el mundo de las finanzas: hasta la mitad de la película cuesta entender la gravedad de lo que está sucediendo. Lo gracioso es que son los mismos jefes los que les dicen a los empleados más jóvenes que no entienden los gráficos de datos y les piden que les expliquen las proyecciones financieras de forma simplificada: esto genera, por otra parte, una reflexión interesante: ¿Quiénes son estos tipos y cómo llegaron a estar tan arriba en la jerarquía de la compañía? El jefe de jefes (un Jeremy Irons avasallador, al que sólo le basta un par de escenas para demostrar su solidez actoral) explica en un momento que hay tres formas de triunfar: ser inteligente, engañar o ser el primero en hacer algo. Estos tipos demuestran que no son inteligentes, y son ellos, con sus decisiones estúpidas, sus trajes caros, encerrados en sus oficinas elegantes en edificios altísimos, los que impactan gravemente en el resto de la sociedad: al final parece que nada tiene sentido, que todo es una broma, un juego, una conspiración de idiotas que se hunden y nos llevan a todos hacia el fondo. Y lo peor es que nadie es culpable porque la orden vino de arriba. Otro aspecto sobre el que reflexiona la película es la manera en que las empresas tratan a sus empleados, que muchas veces dan años de servicio y a cambio sólo reciben la frialdad de un gigante silencioso que descarta a los que no le sirven. Un claro ejemplo de esto es Eric (Stanley Tucci), quien luego de haber sido despedido es obligado a regresar cuando se lo necesita. Algo similar pasa con Sam Rogers, rol interpretado por Kevin Spacey (quien logra darle consistencia necesaria a uno de los personajes más interesantes del film): se trata de un hombre que ha trabajado durante casi 40 años en la compañía y no tiene nada más que su trabajo, aunque ni siquiera se le respeta su punto de vista. Incluso cuando manifiesta su deseo de renunciar, su jefe le pide (sin darle mucho margen para negarse) que se quede dos años más: es prácticamente un prisionero. La película tiene diálogos ingeniosos, buenos personajes -pero mejores actuaciones- y plantea interesantes ideas. Otro punto a favor es que está basada en los hechos que llevaron a la crisis financiera de 2008 en Estados Unidos, con lo cual, por medio de un enfoque realista, intenta ser un llamado de atención sobre los manejos de un sistema agrietado, aunque sin emitir un juicio. Sin embargo, en el balance general de EL PRECIO DE LA CODICIA, aprecen algúnos números en rojo: los conceptos financieros (que son cruciales en la trama) se vuelven, por momentos, demasiado técnicos, algo que no deja que el espectador pueda entregarse completamente al disfrute del film.
Publicada en la edición digital de la revista.
El negocio de salvarse a cualquier costo Es una película independiente, cuyo costo no superó el millón de dólares. El autor del guión y director es J. C. Candor, de 37 años, egresado de la Universidad de Wooster, Ohio, con una extensa trayectoria como realizador de filmes comerciales y documentales. Su asesor en este filme fue su propio padre, quien trabajó durante cuarenta años en la empresa financiera Merrill Lynch. La producción la asumió el joven actor Zachary Quinto, quien obtuvo la participación desinteresada de un elenco de primer nivel. El guión está inspirado en lo ocurrido en 2008 a la financiera Lehman Brothers, y su propósito, enunciado por el propio director, fue "comprender el proceso que llevó a tomar las decisiones que nos metieron a todos en este desastre". La historia se desarrolla durante veinticuatro horas en un Banco de Inversiones, que necesita vender los denominados "activos tóxicos" a cualquier precio, porque se están degradando, y convertirlos en dinero para evitar su quiebra. El único que previó ese posible fatal desenlace es el veterano analista de riesgos Eric Dale (Stanley Tucci), al que acaban de despedir. Antes de retirarse, le deja a su compañero de trabajo Peter Sullivan (Zachary Quinto) la investigación en la que estaba trabajando. Sullivan corrige algunos datos y deduce la inminencia del derrumbe de la empresa. Alerta a su jefe Will Emerson (Paul Bettany) y éste a Sam Rogers (Kevin Spacey), quien a su vez convoca a sus superiores Jared Cohen (Simon Baker) y Sarah Robertson (Demi Moore). El último en arribar, ya en la madrugada, es el poderoso CEO John Tuld (Jeremy Irons), un cínico para quien hay sólo tres maneras de vencer en el negocio financiero: "ser el primero, ser el más inteligente o trampear". Para la ocasión, recurre a la tercera variante, y sin escrúpulos. Lo hace con la inicial oposición de Rogers, quien es consciente que salvar el empleo representa avalar el fraude masivo a clientes incautos y hundirse en el descrédito moral. Pero cede porque, dice, necesita el dinero. "Tu pérdida es mi ganancia". Esta expresión, posible lema del neoliberalismo salvaje que hoy impone sus reglas a escala mundial, lo pronuncia Tuld, a quien no le interesa la gente sino el dinero, y cuyo objetivo es no sólo sobrevivir a la crisis, sino utilizarla para retroalimentarse. El guión de Candor, que fue nominado a un premio Oscar de la Academia de Hollywood, no tiene desperdicio, porque posee una precisión de relojería. Pero el director contó además, para desarrollar su propuesta, con la valiosa colaboración de los actores, y sin excepción. Con ellos procuró imprimir un rostro humano a las variables de una crisis que prima facie parecía ser sólo una cuestión de números y papeles.