La película de Zemeckis se toma su tiempo hasta llegar al clímax, pero la espera vale la pena. Todos vimos las fotos en algún lado, la flaca silueta del hombre sobre la cuerda entre las torres gemelas. La historia de Philippe Petit resultó en un fantástico documental (Man on Wire, 2010 ganador del Oscar) donde cuenta en primera persona su hazaña, usar el World Trade Center como un escenario. La primera pregunta que viene a la mente luego de ver el film es si necesitabamos la dramatización hollywoodense de la historia. La respuesta es si, aunque fuese inevitable de cualquier manera. Quién más se luce en “En la cuerda floja” es su director, Zemeckis juega con la tecnología a su disposición para crear la sensación de vértigo necesaria para involucarnos en la trama, y haciendo desde su silla de director lo imposible posible. Desde poner la cámara sobre la cuerda hasta crear dos edificios que ya no existen. Si bien “En la cuerda floja” es en su mayoría un preludio hacia “la” escena, el guión se las arregla para mantener el interés en el viaje del protagonista, en gran medida sostenido por el enorme carisma de Joseph Gordon-Levitt que empieza el film rompiendo la cuarta pared (un artilugio arriesgado) y sin embargo logra que sea convincente, tanto como su acento y su aspecto 60’s french. Zemeckis es un showman, tanto como Petit, por ende le sienta muy bien la ambición artística de su personaje para desarrollar todo su arsenal de efectos (especiales y emocionales) estos últimos que en su filmografía en general rozan con el melodrama cursi (Forrest Gump, 1994). Era inevitable también que un film de un estudio estadounidense, guionado y dirigido por estadounidenses desaproveche la oportunidad para ser un canto de cisne de las Twin Towers, la película también es eso, un homenaje (innecesario) a esos edificios y la tragedia de 2001, hecho por un director que sabe manipular a su audiencia de manera condescendiente. Ver el film en 3D y en IMAX agiganta la experiencia, pero en definitiva “En la cuerda floja” es pochoclo, de calidad, pero pochoclo.
El director de Forrest Gump, Robert Zemeckis, nos trae una película de superación, en donde todo puede ser posible. Basada en las memorias escritas por Philippe Petit (Joseph Gordon-Levitt), un funambulista francés que en 1974 caminó sobre una delgada soga que separaba a las Torres Gemelas de Nueva York, a 110 pisos del suelo… Joseph, carismático, le dio la pasión justa al personaje, y manejó de excelente manera dos idiomas al mismo tiempo. Ben Kingsley, también es parte del cast, y siempre es un placer verlo actuar en pantalla grande. La experiencia cinematográfica es mágica, logra vértigo en los espectadores. La secuencia en donde Philippe se pasea durante unos 17 minutos en las alturas es además emocionante, y conmueve. Y pensar que esos 17 minutos fueron solo un tercio del tiempo que Petit pasó en el alambre en la realidad. No existe material de archivo de la caminata de Petit (sólo hay fotografías), por eso Zemeckis compró los derechos de la historia de Petit hace una década. Y para quienes amaron este film, deberán ver el documental Man on Wire, del año 2010.
Robert Zemeckis vuelve al cine de primer nivel con En La Cuerda Floja (The Walk), una de las pocas películas donde vale la pena pagar de más por el 3D. Caminando por un sueño 1974. Philippe Petit es un artista callejero, despreciado por su familia, que se dedica de lleno a sus habilidades como malabarista, pedaleando en monociclo o caminando sobre cuerdas. Luego de conocer a la mujer de sus sueños y al que será su mejor amigo, descubre la adrenalina que es hacer equilibrio entre dos puntos extremadamente altos tras caminar ilegalmente sobre la Catedral de Notre Dame. Desde entonces tendrá solo una idea y un deseo en mente: cruzar con su cuerda las Torres Gemelas en Nueva York. No apta para gente con vértigo La historia creo que es conocida por todos. De hecho, ya existe un documental al respecto llamado Man on Wire, ganador del premio Oscar en el 2008. Pero de todas maneras, Zemeckis y su equipo decidieron adaptarlo en forma de ficción a la gran pantalla, y en tres dimensiones. Y aunque suelo renegar bastante ante el formato 3D, esta vez hay que reconocer que la película hace un uso magistral de dicho recurso, provocando verdadero vértigo en el espectador cuando Philippe Petit camina a una altura monstruosa cruzando las Torres Gemelas. Zemeckis logra sacarle todo el provecho posible a esta tecnología, y no solo tirando cosas a la pantalla o poniendo la cámara contra picada para ver como caen objetos desde el vacío. No, el efecto tridimensional esta usado para sumergirnos aun más y poder sentir de cerca la adrenalina que vivió Petit al lograr tal hazaña. En lo personal, desde Gravedad que no veo un uso tan inteligente de un recurso que muchas veces es usado como único gancho para atraer espectadores, cuando en realidad deberían implementarlo de esta forma. Como una herramienta más. Pero En la Cuerda Floja no sobresale solo por el buen ojo de su director a la hora de aprovechar el 3D. Las actuaciones si bien no son nada del otro mundo y dudo que alguno de los actores este nominado a algún premio, son lo bastante solidas como para que empaticemos con ellos. En especial Joseph Gordon - Levitt, quien a la hora de tener que hablar con un acento francés corría el riesgo de sonar forzado, pero a los pocos minutos se nos hace creíble su nacionalidad y no desentona frente a actores que si son de origen galo. El punto más blando de En la Cuerda Floja es sin duda su guión. La historia escrita por el propio Zemeckis y Christopher Browne se hace demasiado simple, sin ningún conflicto en concreto salvo que Petit pierda el equilibrio y se estrole contra el piso. Todo le sale demasiado bien a los personajes, y pareciera que pueden hacer lo que quieran sin que nadie se los impida. Más allá de ser un hecho verídico es también una película de ficción, no un documental, y hubiera sido mejor aprovechar ese margen para adornar un poco la historia y volverla más interesante. Eso sí, el dúo de guionistas se tomó su tiempo para rendirle un homenaje a las Torres Gemelas, que por cierto se siente bastante fuera de lugar. Conclusión Muy a pesar de su simple historia, En la Cuerda Floja es una muy buena película. Es simpática y con el sello de Robert Zemeckis impreso en cada minuto, y los ávidos consumidores de cine, que siguen la carrera del realizador, ya tendrán una idea clara de lo que se van a encontrar. Pero los desprevenidos que lleguen sólo por el espectáculo van a ver un film ameno y entretenido, que aprovecha al máximo las benditas tres dimensiones y que los hará sentir contento de haber pagado esos pesos extra. Sin dudas uno de los mejores ejemplos del buen uso del 3D que podamos ver hasta hoy.
Robert Zemeckis sabe como contar buenas historias, y la de Philippe Petit no es la excepción. Acá, un relato “basado en hechos reales” se transforma en una fábula cargada de sueños por cumplir, vértigo y mucha nostalgia por una época que ya desapareció, al igual que las torres que son desafiadas. En el año 2008 James Marsh plasmó la gran odisea del “artista de las alturas” Philippe Petit en el oscarizado (y muy recomendado) documental “Man on Wire”. Un documento que no sólo detalla la increíble hazaña del francés, sino su extravagante personalidad. Petit es un “personaje” por dónde se lo mire, y quien mejor que Zemeckis para llevar a cabo esta tarea de conjugar las fantasías más exuberantes, con el drama y los riesgos de la realidad, tomando como punto de partida su propia autobiografía, “To Reach the Clouds”. Acá no hay spoiler que valga, el equilibrista es responsable de perpetrar lo que se dio en llamar “el crimen artístico del siglo” pasado, o sea que el 7 de agosto de 1974 se atrevió a cruzar los 43 metros que separaban las Torres Gemelas del World Trade Center sin ningún cable de seguridad... ¡a 400 metros de altura! Al igual que con los muchachos de “Everest” (2015), por ejemplo, uno podría indignarse o maravillarse fácilmente por la locura de este ser humano que no tiene reparos a la hora de arriesgar su vida en nombre de los sueños por cumplir o el hecho de desafiar todo tipo de leyes (acá aplican tanto las de la gravedad, como las de la ciudad de Nueva York, obviamente). Por eso el director convierte la hazaña de Petit -interpretado por el genial Joseph Gordon-Levitt, en un papel que le calza como anillo al dedo- en una película de “atracos y golpes maestros” muy al estilo de “La Gran Estafa” (Ocean's Eleven, 2001), aunque con un objetivo muy diferente: plasmar su propia visión artística de los hechos. Zemeckis nos plantea dos tipos de aventura: una primera parte más cercana a una fábula fantástica que narra los atisbos iniciales de Philippe, el artista, su enamoramiento por las alturas y sus performances por las callecitas de Paris. El nacimiento de un “personaje” que lo acompañará a lo largo de su vida y al que Gordon-Levitt sabe ponerle el cuerpo y el alma juguetona, con falsos toques de sofisticación. El director da en el clavo al permitir que sus personajes hablen en el idioma que corresponde (hay muchísimo francés), justificando el exceso del inglés y el extraño acento de Joseph. El truco funciona de maravilla y de a poco vamos entrando en la etapa del gran golpe donde se concentra la segunda mitad de la película. Con la llegada de Petit y sus “troupe” a Nueva York, la historia toma otro ritmo. Claro que hay obstáculos en el camino, pero no olvidemos que esto sigue siendo una especie de cuentito donde no faltan los ayudantes, devenidos en “cómplices” y las situaciones tensas. En los momentos finales, es la hazaña en sí, donde entran en juego todas las habilidades de Zemeckis como narrador y artista que sabe muy bien como utilizar cada uno de los elementos que le brinda el séptimo arte, incluso cada efecto especial (que una vez más pasan desapercibidos y dejan de ser efectistas para convertirse en espectáculo) y el recurso del 3D (altamente recomendable) que, como muy pocas veces, se usa en total beneficio del relato para dejar lugar al vértigo y la ilusión de que nosotros también podemos recorrer junto al protagonista ese intrincado, pero liberador camino. La reconstrucción del World Trade Center y el entorno de la Gran Manzana son un hermoso espejismo cargado de cierta inocencia (perdida) que viene aparejada con la época y muchísima nostalgia. Las emociones no se hacen esperar, no pueden evitarse, aunque Zemeckis no tiene necesidad de recurrir a posturas políticas ni caer en golpes bajos para sacudirnos en ese último momento. Las Torres Gemelas recién inauguradas se convierten en un símbolo: el de la meta de un artista (y las metas de tantos otros seres humanos) y el de una ciudad que se resignifica constantemente, en esta oportunidad, gracias a las ocurrencias de este malabarista de las alturas. “En la Cuerda Floja” tiene sus pequeños baches narrativos, pero ninguno tan importante como para desestabilizar la acción constante, la magia y este nueva fábula fantástica “basada en hechos reales” que nos propone el siempre genial Robert Zemeckis. Dirección: Robert Zemeckis Guión: Robert Zemeckis, Christopher Browne Elenco: Joseph Gordon-Levitt, Ben Kingsley, James Badge Dale, Ben Schwartz, Steve Valentine, Charlotte Le Bon.
Una aventura de altura El director de Volver al futuro, Forrest Gump y Náufrago toma la espectacular historia de Philippe Petit para rendirle un homenaje a las Torres Gemelas. La historia es conocida y su desenlace, también. Tal como contó Man on Wire, el documental de James Marsh emitido aquí en el canal de cable I-Sat y ganador del Oscar, el equilibrista y artista circense francés Philippe Petit alcanzó la fama y el reconocimiento mundial en 1974, cuando se balanceó y caminó durante 45 minutos en una cuerda floja atada entre las dos Torres Gemelas del World Trade Center, a más de cuatrocientos metros de altura y sin red que lo protegiera ante una eventual caída. Esa anécdota es la que recrea Robert Zemeckis (Volver al futuro, Forrest Gump, Náufrago) en En la cuerda floja. El primer tercio es un “relleno” para el plano fuerte y, como tal, carente de sustancia. La apertura está a cargo del Petit (Joseph Gordon-Levitt), quien habla desde la Estatua de Libertad para recapitular sus orígenes personales y vocacionales, incluyendo la falta de apoyo de su familia y la relación con su flamante novia y su “maestro” Papa Rudy (Ben Kingsley, en el enésimo papel con acento estrambótico de su carrera). En un lejano pero fundamental segundo plano de esa primera escena pueden verse a las Torres Gemelas. Que la imagen final funda a negro sobre ellas marca que Zemeckis entiende la lógica vehicular de los géneros norteamericanos. Al fin y al cabo, En la cuerda floja toma como modelo una historia clásica de superación para ser en realidad otra cosa, en este caso una suerte de “homenaje” a las torres, pero sobre todo una elegía a un tiempo pasado que empezó a irse el 11-S y está cada día más lejos de volver. El film se vuelve definitivamente más interesante sobre la segunda mitad, cuando replica el modelo narrativo de una de “robo a bancos”, con el proceso de reclutamiento de la banda, los preparativos, los inevitables imponderables y toda la tensión durante “golpe”. Golpe en el sentido más delictivo del término, ya que, vale aclararlo, Petit realizó su gracia sin autorización alguna, lo que le valió una cantidad importante de cargos policiales levantados a raíz de la enorme repercusión mediática. A lo largo de este tramo, Zemeckis saca el máximo provecho del 3D ampliando la sensación de peligro inminente ante el vacío, convirtiendo a En la cuerda floja en una de las pocas películas cuya magnitud se amplía gracias a los anteojitos.
Por las nubes. Robert Zemeckis vuelve a las pantallas con el fin de contar la historia de Philippe Petit, aquel funambulista francés que en 1974 cruzó -a través de un cable tensado- la distancia entre las ya desaparecidas Torres Gemelas de New York. Aquí el director expone nuevamente su afán por las historias que se centran en un sólo personaje y su mundo (ya nos ha narrado las desventuras del personaje de Denzel Washington en El Vuelo, y nos ha invitado a acompañar a Tom Hanks en Forrest Gump y Náufrago). En esta oportunidad la historia ya fue narrada por aquel excelente documental ganador del Oscar en el 2008, Man on Wire; sin embargo la visión de esta propuesta, apoyada en gran medida y con excelentes resultados en la tecnología 3D, rinde sus frutos aunque claro, con algunas falencias. El inicio del film se torna algo tedioso, acuñado en demasiadas palabras explicativas, con un paso lento de la historia que nos tiene esperando por aquello, que a mediados de la película y llegando a su final, nos envuelve en una tensión espectacular, una angustia injustificada porque la mayoría conoce el resultado de la hazaña. No obstante la propuesta visual es perfecta y logra su cometido: tener a los espectadores pendientes de un hilo, o más bien de un cable, siempre tensos en sus butacas. Puede cuestionarse la elección del actor Joseph Gordon-Levitt para el personaje principal. Al inicio la peluca y los lentes de contacto azul se tornan difíciles de acomodar a la vista, pero cuando comienzan a contarse los planes de la proeza a llevar a cabo, las habilidades natas del actor como gimnasta (lo era en sus años más jóvenes) dejan claro el por qué de la elección y nos volvemos parte del sueño, sin cuestionarlo. De esto trata entonces la historia detrás del sueño de un hombre que fue rechazado desde temprano por su familia, la cual discrepaba con él debido a su amor por las artes circenses. Petit se muda a la mágica ciudad de París, donde conocerá el amor y la amistad: su pareja y su mejor amigo serán los primeros cómplices en esta aventura denominada “el crimen artístico del siglo”. Se unirán luego al equipo personajes pintorescos que serán parte fundamental para ayudar al protagonista a cumplir su anhelo. Estamos ante una propuesta de ficción sobre un hombre real con un sueño demasiado particular. De hecho, es una interesante experiencia cinematográfica para disfrutar en 3D… debe ser una de las pocas películas que realmente lo vale.
Proeza, revolución, asombro. En esos tres conceptos residen las obsesiones de Robert Zemeckis. Basta con chequear algunos ejemplos de su filmografía: el fervor que generan Los Beatles cuando tocan en El Show de Ed Sullivan (I Wanna Hold Your Hand), la escritora que se vuelve parte de la aventura (Tras la Esmeralda Perdida), viajes en el tiempo (trilogía de Volver al Futuro), dibujos animados que conviven con los humanos (¿Quién Engañó a Roger Rabbit?), pociones de la eterna juventud (La Muerte le Sienta Bien), interacciones con vida extraterrestre (Contacto), la presencia de entes sobrenaturales (Revelaciones y Los Fantasmas de Scrooge), la supervivencia en condiciones extremas (Náufrago), el chico que conoce a Papá Noel (El Expreso Polar)… En la Cuerda Floja tampoco escapa a esas constantes, y ahora el director las lleva a lo más alto. A fines de los 60, Philippe Petit (Joseph Gordon-Levitt), un joven malabarista callejero de París, tiene un único objetivo: cruzar las por entonces novedosas Torres Gemelas del World Trade Center, en Nueva York, desde lo más alto, haciendo equilibrio sobre una cuerda floja. Decidido a concretar su meta, y junto a un grupo cada vez más numeroso de colaboradores, se irá perfeccionando durante años: colecciona noticias y datos de las torres, practica sin parar, hace un importante ensayo sobre la Catedral de Notre Dame, viaja a los Estados Unidos, saca fotos, sigue investigando, sigue practicando… hasta llegar al 7 de agosto de 1974, el momento de jugarse por su tan anhelado deseo, dispuesto a desafiar al mundo y a sí mismo. Basada en la hazaña del verdadero Petit (que supo inspirar su autobiografía To Reach the Clouds y el excelente documental Man on Wire), la película no sólo muestra la pasión y la dedicación de un artista para cumplir su sueño; es una oda a la pasión y a la dedicación en pos de un sueño a secas (sea uno artista o no), y de cumplir un sueño que puede consistir en cualquier otra cosa. Zemeckis destaca la importancia del trabajo en equipo -Petit fue ayudado por amigos y aliados anarquistas que se fueron sumando- y de un mentor, encarnado por Ben Kingsley. Elogia el valor de la perseverancia y de arriesgarse no sólo por una búsqueda de gloria mundial y eterna sino de autosuperación, aunque eso implique desafiar a la ley, a todas las convenciones. Otro de los puntos fuertes es el protagonismo de las aquí recreadas Torres Gemelas. Si bien quedaron en la historia por el atentado del 11 de septiembre de 2001 (que continúa inspirando largometrajes, siempre de corte dramático y oscuro), el film rescata un episodio positivo que las tuvo como escenario y glorifica su leyenda, desmarcándola un poco de su estigma como símbolo del golpe mortal recibido por la nación más poderosa. Por supuesto, la secuencia clave es el acto de Petit. Zemeckis le saca provecho a la tecnología 3D y consigue imágenes impactantes, de puro vértigo y emoción, para que el espectador sienta que está acompañando bien de cerca al intrépido Philippe. Una vez más, las composiciones de Alan Silvestri potencia la destreza visual y narrativa del realizador de Forrest Gump. Un muy caracterizado Joseph Gordon-Levitt da en el blanco con su interpretación del personaje principal: alegre, carismático, ambicioso, y algo propenso a la locura más obsesiva. De hecho, él mismo hace de narrador de la historia, cual presentador del más riesgoso y épico show circense. Además de Kingsley, integran el elenco secundario Charlotte Le Bon como la novia de Petit y un nutrido plantel masculino, entre los que sobresalen Clément Sibony y James Badge Dale. En la Cuerda Floja es proeza, es revolución, es asombro. En definitiva, es Robert Zemeckis.
Dos ideas paralelas recorren EN LA CUERDA FLOJA a lo largo de su desarrollo. La primera tiene que ver con el tono elegido por Robert Zemeckis para contarla y la segunda, a una curiosa elección: la de tener al narrador contando a cámara su propia historia. Una funciona más o menos bien durante un rato. La otra, nunca. Como lo hizo en sus películas animadas como EL EXPRESO POLAR, Zemeckis parece apostar con este filme por un público entre infantil y adolescente, por lo que el tono de las acciones y las actuaciones tiene la exageración y recursos ampulosos propios de una película que intenta acercarse a los más chicos, más cerca de un PETER PAN que de un filme para un público adulto. Este sistema resulta simpático por un rato ya que uno lo emparenta con el tono que tenían ciertas películas de estudios de los años ’60, con un falso París en sepia, un aire zumbón y algo tonto de las comedias de aventuras de entonces y esos acentos caricaturescos propios de alguna película tipo LA VUELTA AL MUNDO EN 80 DIAS. Pero mientras se va contando la historia de Philippe Petit, el hombre que en los años ’70 intentó cruzar sobre una cuerda floja de una a otra de las entonces aún no terminadas Torres Gemelas, de a poco el tono se va volviendo cansino, hasta irritante, más cercano al AMELIE, de Jean-Pierre Jeunet, que a CHARADA, de Stanley Donen, por poner algún ejemplo. De hecho, una película reciente que homenajeaba ese tono y salía bastante mejor parada era EL AGENTE DE CIPOL. THEWALK2Si a esto se le suma el relato constante a cámara, en irritante acento francés, de Joseph Gordon-Levitt, el asunto en algún momento se empieza a volver casi indigesto. Uno entiende las intenciones, pero los resultados no aparecen. Y cuando Petit se va metiendo en el mundo del circo, con equilibristas, malabaristas y, ¡ay!, mimos, uno siente que el asunto se volverá imposible de levantar. Por decirlo de una manera cruda, mi sensación es que entre los 15 minutos de la película y la hora y algo estamos ante una de las peores cosas que el habitualmente sólido Robert Zemeckis hizo en su carrera. Pero, de a poco, la historia empieza a dar un vuelco. Sin cambiar el tono ampuloso, EN LA CUERDA FLOJA se convierte en una suerte de parodia de película de espionaje o de ladrones a la italiana, con un grupo de bastante impresentables sujetos –Petit, su novia, un fotógrafo, un muchacho que sufre vértigo y la gente algo bizarra que se les une una vez que llegan a los Estados Unidos– embarcados en la absurda y a la vez fantástica empresa de cruzar las Torres, acción mítica que muchos ya conocemos gracias al premiado documental MAN ON WIRE, que cuenta esta misma historia. De ahí en adelante, la película cuaja. Se vuelve un simpático thriller que culmina con casi media hora de asombrosa recreación de la(s) caminata(s) de Petit en el aire, armada puramente con efectos especiales pero que no solo resulta creíble sino que posee una belleza poética de esas que a veces Zemeckis sabe alcanzar. the walkEs cierto que es un poco tarde. Por decirlo de otro modo, la película “se pone buena” en los últimos 40, 45 minutos y es posible que esa belleza sea suficiente premio para soportar la previa, los acentos, el tono infantil y bobalicón del resto del relato. Cuando Petit (Levitt) está en el aire, cuando la cámara sobrevuela el cielo de Nueva York en 3D, cuando todo lo sobrante desaparece, EN LA CUERDA FLOJA se encuentra a sí misma, al punto que uno quisiera reeditarla y reestrenarla en un corte que vaya de ahí en adelante. Hay otro espacio/tema que vuelve a la película más interesante y dramáticamente compleja una vez que el grupo de intrusos empieza a armar su plan de subir al piso más alto de las Torres Gemelas para allí colgar sus cables. Y son las torres en sí mismas. Los recorridos internos por ese lugar, por los pequeños espacios y esquinas que hoy ya no están, confrontarse con los enormes bloques de metal y concreto y con lo que pasó allí adentro –metáfora que el filme nunca subraya pero que es inevitable, está ahí– le agrega un peso dramático extra a la película que se combina a la perfección con esa especie de proeza físico-poética de Petit, literalmente, colgado en medio de las nubes. the-walkEs una lástima que, para llegar a eso, uno tenga que pasar por toda la historia previa del personaje contada como si fuera una fábula infantil (no por serlo, sino porque no funciona). Es que Petit no es un personaje demasiado interesante –es un clásico “francés excéntrico”, creído de sí mismo y un tanto absurdo– y la película se vuelve atrapante no cuando habla sin parar, no cuando explica su filosofía de vida, no cuando se hace el gracioso, sino cuando se desliza sobre un cable en medio de la nada. Es la acción en sí misma la película, la belleza visual de ese momento. Lo demás, sobra…
Una anécdota conocida. Lo que hizo Phillipe Petit: tender una cuerda entre las torres del World Trade Center y caminar sobre ella sin seguridad. El film de Robert Zemeckis comienza chato pero desde la segunda mitad, con un 3D que aquí adquiere su gran dimensión, crea una tensión en la preparación y la proeza que atrapa al espectador y homenajea a los torres.
La caminata Phillipe Petit es un funámbulo francés mundialmente famoso debido a su obsesión por cruzar caminando un cable, haciendo equilibrio a gran altura, en lugares famosos. Su verdadero reconocimiento ocurrió cuando luego de años de soñarlo, subió a las Torres gemelas del World Trade Center en Nueva York para caminar por un alambre entre ambas. Desde antes de empezar a construirse, esos dos edificios fueron su pasión. Acerca de esa historia se hizo un documental llamado (2008) ganador del Oscar. Ahora, catorce años después de la destrucción de las Torres en un atentado terrorista, llega una película de ficción que cuenta el desafío de Petit. Para quienes no conozcan los hechos ocurridos en 1974 ni por las noticias ni por el documental, la película será todo sorpresa, y aconsejo no averigüen nada hasta después de verla. Petit está interpretado en el film por Joseph Gordon Lewis, un actor muy versátil que da el físico para el papel, pero que fuerza su acento francés de forma artificial y cada vez que habla, distrae. Lo mismo para el cirquero sabio que interpreta Ben Kingsley. La película no sabe bien con encontrar el rumbo para su esperado clímax en las las Torres. A los tumbos avanza como puede y el gran director Robert Zemeckis parece muy incómodo con el relato, no del todo convencido. De Zemeckis lo más reconocible es su pasión por las proezas tecnológicas que ya le hemos visto hacer en Volver al futuro, ¿Quién engañó a Roger Rabbit? y Forrest Gump, entre otras. El espectador distraído tal vez no entienda que más de la mitad de la película transcurre en lo alto de dos edificios que ya no existen. Todo lo malo de la primera mitad de En la cuerda floja se va acomodando en la segunda parte, aunque hay algunas imperfecciones técnicas con la figura del actor que estorban un poco el altísimo nivel técnico de todo. Digamos que los efectos son casi perfectos, a diferencia de la reciente Everest donde eran completamente perfecto en su manera de que todo lo importante del film ocurra en un espacio hecho en postproducción. Tal vez Zemeckis está más impresionado por las posibilidades del cine que por las andanzas de Petit, y creo que por momentos se nota. Es más amor por la imagen que otra cosa. La emoción, de todas maneras, la otorgan las Torres, que vuelven a elevarse una vez más y que, gracias a dos artistas, no son olvidadas. Una vez vista la película, vean Man On Wire, y sumen a un artista más. Si acaso Petit logró que las Torres gemelas cobren una humanidad que la opinión pública no les daba, el documentalista James Marsh ya sabía que fue su desaparición lo que le otorgó a la historia un elemento extra. Robert Zemeckis, de forma ya mucho más clara, homenajea a aquel símbolo de Nueva York, y representante de la inestabilidad del mundo del presente. El final de En la cuerda floja es genuinamente emocionante.
Fábula del equilibrista en las alturas Lo mejor del nuevo film del realizador de Volver al futuro pasa por su reconstrucción visual de la hazaña de Philippe Petit, quien en 1974 caminó entre las Torres Gemelas. Pero termina cayendo en la tentación de acicatear la sensibilidad del público. Gran jugador del juego del cine, el estadounidense Robert Zemeckis vuelve a apostar por la grandilocuencia en su nueva película, intentando contar una de esas historias más grandes que la vida misma que tanto le gustan. Se trata de En la cuerda floja, adaptación del libro Alcanzar las nubes en el que su autor, el equilibrista francés Philippe Petit, reconstruye la historia de cómo en 1974 atravesó los 43 metros que separaban a las por entonces flamantes Torres Gemelas del World Trade Center, pero caminando sobre una cuerda que unía ambas terrazas, a casi 420 metros de altura y luego de vulnerar todos los sistemas de seguridad de los famosos edificios. Una historia que, basada en el mismo libro, ya ha sido contada en Man on Wire, documental que en 2008 le valió un Oscar al director James Marsh. A tal punto es evidente ese origen compartido, que la reconstrucción ficcional que realiza Zemeckis se atiene casi punto por punto al relato que el propio Petit realiza en el film de Marsh.La gran diferencia entre ambas versiones consiste en la representación de la génesis de la historia. De cómo Petit se convierte en un arriesgado funámbulo y llega a obsesionarse con realizar la hazaña que le dio fama mundial, incluso antes de que las célebres torres fueran construidas. Sin embargo, esto que pone distancia entre En la cuerda floja y el documental, es justamente una de sus debilidades (aunque no la mayor). Para narrar ese origen, Zemeckis adopta un tono entre luminoso y naïf que de algún modo se asemeja al que usó para contar las aventuras de ese Ulises cándido llamado Forrest Gump, en su viaje a través de la historia estadounidense del siglo XX. Un punto de vista que resultaba utilitario para crear un personaje con ese proverbial nivel de pureza, pero que no se lleva bien con el carácter avasallante, egocéntrico y hasta manipulador de Petit, que no tiene un pelo de tonto. Algo que expresa muy bien el retrato que Marsh hace de él en Man on Wire y que coincide con los testimonios de sus amigos y compañeros en aquella aventura, que el mismo documental recoge.Al contrario, la tensa puesta en escena de la intrusión al World Trade Center, el montaje del cable con el que Petit y sus cómplices unieron las dos torres durante la madrugada del 7 de agosto de 1974 y la espectacular secuencia de las ocho veces que el protagonista fue y vino caminando sobre Nueva York, se encuentra tal vez entre lo mejor de la obra de Zemeckis, en la que no faltan los puntos altos, valga la palabra. Tal es el efecto físico que las imágenes proponen, que se recomienda a quienes sufran de vértigo abstenerse de ver la película. En cambio, aquellos que busquen que el cine les haga sentir en el cuerpo algo único, no deben dejar pasar la oportunidad de hacerlo en una sala. Por desgracia Zemeckis no puede evitar la tentación de acicatear la sensibilidad del público –sobre todo la de sus compatriotas–, con una serie de esporádicas alusiones sobrecargadas de una seudo poesía entre romántica y melancólica, en memoria de esas dos torres que los neoyorquinos detestaban durante su construcción, pero que hoy son parte de la simbología básica de la cultura estadounidense. Ahí se empieza a lamentar que la genuina y leal acción cinematográfica ya se haya terminado.
La belleza del vértigo Una experiencia extrema también en el cine, basada en la hazaña del francés Philippe Petit. En la cuerda floja, la nueva película de Robert Zemeckis, vuelve la asombrosa historia de Philippe Petit todavía más asombrosa. Vértigo e hipnotismo inocula esta ficción biográfica sobre el equilibrista y malabarista francés que un día vio la foto de las Torres Gemelas y se propuso cruzarlas por lo más alto, de una a la otra, caminando sobre un cable de acero. La película, como la vida misma de Petit (Joseph Gordon-Levitt) nos guía por ese camino, un embudo hechizante hacia los 45 minutos de una proeza inusual, desconcertante y bella, hacia un amanecer de agosto de 1974. Al parecer, Zemeckis empezó su proyecto preguntándose qué valdría la pena filmar en 3D. Y vaya si ha respondido. No es que la historia no funcione sin los anteojitos, pero hay que verla en 3 D, a menos que sufra de vértigo, claro. Es una película espectáculo la suya, un cuidado recorrido hacia un acontecimiento extremo, hedonista, obsesivo y vital. Y Zemeckis prepara magistralmente la escena para el plato principal. Primero construye cierta empatía con el personaje. Siempre centrado en Petit, fascinante no por su altruismo o su compromiso social sino por armar su vida ciegamente en torno a lo que para muchos podría ser un sinsentido, caminar, hacer equilibrio sobre un cable de acero para cruzar de una torre a otra en el World Trade Center. Apenas da lugar a los contextos el filme, a su biografía, para guiarnos por su elección, por su círculo de confianza integrado principalmente por su pareja Annie (Charlotte Le Bon), por Papa Rudy (Ben Kingsley), su maestro y gran equilibrista de un circo, por un amigo fotógrafo y por otro matemático. Juntos van asumiendo un mandato que crece en París, con diálogos en francés e inglés, una especie de sociedad secreta tan anarquista como la de Roberto Arlt en Los siete locos, con la “revolucionaria” misión de llevar a un artista callejero y arrogante que hace las suyas en París a cumplir su sueño americano, dar el golpe. En Nueva York, Zemeckis nos adentra en su mundo espectacular. Es cierto que esta historia antes fue biografía, escrita por el propio Petit, y también fue Man on Wired un premiado documental. Acá es otra cosa. Travelings que escalan las torres, picados y contrapicados increíbles de unos pies danzantes en las alturas de Manhattan, sensación de estar al borde, de pergeñar esa hazaña, de subirnos a esa cuerda asumiéndonos partícipes. Por decisión de Petit, de Zemeckis, por su historia trágica y por esa obra maestra de reconstrucción cinematográfica, las Torres Gemelas son un actor más, homenaje discreto que admite interpretaciones varias. No es lo esencial. Sí lo es ese vívido asalto final al que nos transporta el filme, un abismo real.
Sólo con el 3D no alcanza Hubo veces en las que Robert Zemeckis pudo combinar su pasión por el aspecto más técnico e innovativo del cine con una narración a la altura de la magia de los efectos especiales que tanto lo fascinan. Esas veces Zemeckis consiguió imprimir en la cultura popular personajes inolvidables como el Marty McFly de Volver al futuro, el Roger Rabbit de ¿Quién engaño a Roger Rabbit y Forrest Gump. El mismo director que logró que el público se emocionara con la pelota Wilson de Náufrago no puede ahora hacer que el personaje central de En la cuerda floja se parezca a un ser humano. Aunque en realidad lo sea porque el film está basado en la vida y obra de Philippe Petit, el equilibrista francés que en 1974 decidió que era una buena idea cruzar de una Torre Gemela a la otra en su cuerda. Interpretado por Joseph Gordon-Levitt Petit, el protagonista es una colección de estereotipos, un bufón insoportable que dice que habla en inglés todo el tiempo (con un acento digno de dibujito animado) para practicar el idioma, un absurdo del guión que no se cansa de manipular la hazaña de Petit para darle un sentido que nunca tuvo. Gracias a las maravillas del 3D, las escenas sobre las torres impresionan, atrapan, pero Zemeckis y su coguionista no se conforman con eso y necesitan recalcar una y otra vez la belleza de los edificios, su mística y su carácter. Una descarada y aprovechada referencia tácita al ataque del 11 de septiembre de 2001. En manos de algún otro realizador podría haber sido un homenaje, pero hecho por Zemeckis resulta un apunte cursi y meloso. Tanto como el tono general de la película que pone a su protagonista y narrador a contar la historia desde lo alto de la Estatua de la Libertad, dándole a todo el asunto un aire de fantasía y un ritmo entre circense y afectado, más apropiado para la moderna animación que el director desarrolló en El expreso polar, Beowulf y Los fantasmas de Scrooge. Por momentos con sus posturas, su acento y esos lentes de contacto imposibles, Levitt parece pertenecer a alguna de esas películas más interesadas en exhibir una tecnología que en la historia que están contando.
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Ah, esto sí que es la magia del cine y sobre todo la experiencia de verlo en 3D y en una pantalla gigante, se siente hasta el vértigo de balancear el cuerpo mientras se camina sobre una cuerda de acero. "En La Cuerda Floja" (The Walk) es una película que deja sin respiro. Es emocionante y al mismo tiempo angustioso, asistir a los actos de equilibristas y trapecistas sin red en los circos. Todos con la boca abierta y conteniendo la respiración como si ese pequeño aliento fuera a derribar a los que tienen tan alto oficio. Robert Zemeckis impacta en lo visual y en el corazón de la platea. Aquél que diera vida al insólito Forrest Gump y su éxito no buscado, que lo llevó a un Oscar como mejor director, a Tom Hanks, como mejor actor y a la peli, como la mejor del año 1994, ahora se mete con una historia que en verdad sucedió. Si no lo creen, les dejo el artículo de la revista Time y donde se asombrarán por el parecido entre Joseph Gordon-Levitt (el actor) y el verdadero protagonista de la hazaña, ¿locura? que se cuenta, Philippe Petit. (Ver: http://time.com/3976999/philippe-petit-twin-towers/). Qué hizo Philippe Petit para quedar en la historia: nada más ni nada menos que montar una operación para caminar antes de que quedaran definitivamente inauguradas las imponentes Torres Gemelas, las mismas que en 2001 fueran derribadas en un hecho que conmovió al mundo. En 1974, lejos estaba este triste episodio y más aún de los comienzos de Petit como equilibrista. Su padre era militar (nada que ver con lo artístico), su madre ama de casa en la campiña francesa y una tarde, en el dentista, vio la imagen de esos dos edificios, que iban a ser los más altos del mundo, y su corazón y su mente, se empecinaron por lograr el cruce. Temprano, Petit se va de su casa paterna a París, pues "las zanahorias estaban cocidas" (en la traducción verán "arroz", no sé por qué) y el horno no estaba para bollos. Para conquistar el cielo neoyorquino necesitaría un equipo humano y aquí es donde intervienen Annie (Charlotte LeBon), su primera reclutada, amiga y algo más, artista callejera como Philippe; un fotógrafo y mejor amigo, para retratar los momentos de preparación y sobre todo, esperar la gloria; un experto matemático (uno dirá para qué), pero tiene su razón de ser y otros varios más que se unirán a la aventura. Quien un poco refunfuñando deposita su fe en este hijo adoptivo es Papa Rudy, un Ben Kingsley impagable. Es el que le hará ver a Philippe cuál es el secreto del éxito cuando la adrenalina se trepa a la cabeza y hasta se alucina; le hace entender cuán importante es ser agradecido y no abandonar hasta el último paso cuando la jabalina que acompaña al hombre en el equilibrio se deposita en la otra orilla. Humor, el desconcierto de aquellos que fueron testigos de aquél momento de transgresión. Fíjense que acá mismo hubo un revuelo bárbaro cuando se descolgaron los de Greenpeace en el Obelisco, imagínense, eso mismo en 1974, en aquellas moles que eran símbolo de poder, hasta se podría decir de un orgullo desmedido y que alguien de apellido Petit (pequeño), francés, se atreviera a profanarlas aún antes de que empezaran a funcionar como el World Trade Center. Otra vez nos encontramos que para el hombre que tiene claro hasta dónde quiere llegar no hay más impedimento que uno mismo y sus oscuridades particulares. Es parte de lo que quiere contarnos esta atrapante historia basada en la novela "Para Alcanzar Las Nubes" que escribiera este singular personaje. Parafraseando a Forrest, Forrest Gump: "Mi mamá siempre decía, 'La vida es como una caja de bombones. Nunca sabes con qué te encontrarás'" y vale para "En La Cuerda Floja", que sorprende y divierte. Advertencia: no vayan si sufren de vértigo o tápense los ojos ya que la experiencia se siente muy real.
Siempre que me olvido lo genial director que es Robert Zemeckis, llega una nueva película suya que me hace recordarlo. Pero antes de ser ese genial realizador, es primero un excelente narrador, que hace que sus historias tengan un gusto personal e íntimo, pero que a su vez impacta desde lo visual para aderezar su relato con imágenes que se quedan grabadas tiempo después de terminado el film. The Walk no es muy diferente a la filmografía que ha entregado una y otra vez el cineasta, en donde un iluminado y por demás agradable protagonista vence todos los obstáculos que la vida le pone enfrente. Alejado un poco ya de sus manía con la animación computarizada -léase The Polar Express, Beowulf y A Christmas Carol-, Zemeckis vuelve a trabajar con un elenco de carne y hueso, pero sin alejarse demasiado del crear un mundo a partir de efectos digitales. Es casi imposible ahora pensar en armar una película en torno a la tristemente mítica imagen de las Torres Gemelas sin digitalizarlas, y él se sale con la suya. Es uno de los mejores en el campo y en esta ocasión los usa a discreción. En su anterior proyecto, The Flight, su uso fue notable y al servicio de la historia, y en The Walk se prestan al relato una vez más. El alma de la película es el siempre carismático Joseph Gordon-Levitt, que le presta toda su energía a representar al intrépido y audaz Phillipe Le Petit, un joven cuya meta en la vida es sorprender al mundo con acrobacias impensadas. Trabajando en las calles de París es cuando fortuitamente se cruza con la imagen de las, en ese entonces, recién nacidas Torres Gemelas, y se pone como meta caminar la distancia entre una torre y la otra. El atractivo que ejercen sobre Phillip es casi como el canto cautivador de una sirena, y pronto comenzará a reclutar cómplices para cumplir con su sueño. Mediante la narración de Le Petit trepado a la punta de la Estatua de la Libertad, Zemeckis y su cómplice Christopher Browne van tejiendo la trama como si se tratase de una aventura salida de los años '90. Es un toque nostálgico, que parece fuera de lugar, pero que realmente funciona a la historia. Es un detalle que rebosa sacarina a cuatro costados, pero que funciona al fin y al cabo. Gracias a la fuerza interpretativa de Gordon-Levitt, la película sale adelante, incluso cuando esos lentes de contacto azules distraen más de lo que uno pueda imaginar, y el acento francés del actor sea un poco flojo en algunas partes. Joseph es la película, y si bien el fresco elenco secundario lo delimita con firmeza, es su show. Un aplauso también al director de casting por encontrar en Charlotte Le Bon a la respuesta canadiense a Winona Ryder. El parecido es inquietante, y su hermosa presencia justifica el irregular tratamiento de su personaje. Debido a un primer acto donde se presenta al protagonista y toda su vida hasta el momento decisivo de caminar por sobre las Torres, la historia avanza despacio y casi sin inconvenientes. Es un tramo un poco ingenuo, casi carente de drama, pero que prepara el territorio para lo que va a venir después. Todo lo que se le pueda objetar a The Walk se silencia una vez que el plan es puesto en marcha y la carrera contrarreloj comienza. Mi recomendación personal es ver el film en la pantalla más grande posible, y si es en IMAX, mucho mejor. Zemeckis toma partido del formato del monstruoso cine para generar una experiencia inmersiva que, por una vez en la vida, usa el efecto 3D casi de manera escalofriante. Cada vista al vacío, cada paso, cada ráfaga de aire se siente desde la butaca como si el espectador estuviese ahí mismo, al borde de la nada misma. Las palmas sudan, los dientes rechinan, las uñas se clavan en la butaca. Es un momento que se fue preparando durante toda la película y, cuando llega, es tremendamente satisfactorio y vale la pena el valor de la entrada sólo por esas escenas. No voy a decir que The Walk es una vuelta en forma de Zemeckis, sino que es una nueva confirmación de que el director ama las fábulas, y sus películas tienen mucho de eso. Por más simple que pueda resultar su manera de narrar, el resultado es abrumadoramente hermoso. Para disfrutar por completo de esta experiencia recuerden: véanla en la pantalla más grande disponible, no se van a defraudar. Y lleven una bolsa de papel en el bolsillo por si necesitan respirar un poco en ella para calmarse.
En la cuerda floja esta basada en la historia real de Philippe Petit, un hombre que en 1974 caminó sobre una cuerda floja tendida entre las torres gemelas del World Trade Center. Robert Zemeckis se vale de la última tecnología para narrar esta fábula plagada de sentimiento, que desafía la ley de gravedad y marca uno de sus puntos más altos en su carrera. Joseph Gordon-Levitt se transforma física y psicológicamente para encarnar a este artista mítico, una personalidad cautivante, el símbolo de una época. Con la ayuda de un sutil efecto 3D la película nos lleva a lo más alto de Manhattan y nos pone al borde del precipicio, en una espectáculo no apto para espectadores con vértigo. Cine pochoclera y de autor unidos en un metraje atrapante que emociona desde el primero hasta el ultimo fotógrama.
Perdiendo el equilibrio ‘En la cuerda floja’ es un paso en falso de Zemeckis, que no logra transmitir la tensión dramática de una historia fascinante. Sobre En la cuerda floja van a leer y escuchar elogios al trabajo visual del 3D y esto es rigurosamente cierto: pocas películas en los últimos tiempos han usado el 3D en forma tan eficaz. Pero también es cierto que esa es su única virtud y que aparece en pocos momentos de la película, sobre todo al final. Y para una película de poco más de dos horas, tiene sabor a poco. La historia es fascinante -y verídica- pero tiene algunas complejidades para ser trasladada a la pantalla grande. Philippe Petit es un artista callejero y equilibrista francés que un día de 1974 se obsesiona con extender una cuerda sobre las recién construidas Torres Gemelas y cruzarlas haciendo equilibrio. Para eso junta a un grupo de ayudantes con los que se infiltra en los edificios todavía en obra, y prepara el escenario para su acto, su “golpe”, como él lo llama. El propio Petit cuenta la historia en Man on Wire, un documental dirigido por James Marsh (el de La teoría del todo) que ganó el Oscar en 2009. Esa película es extraordinaria por varias cosas, pero sobre todo por la elocuencia de Petit, que narra los hechos con gracia y seguridad. Marsh le pone dramatizaciones, fotos y otros testimonios, pero el corazón de la película es Petit. En la cuerda floja está lejos de la tensión dramática y de la sorpresa que transmite Man on Wire. La relación me hizo recordar a la de La secretaria de Hitler y La caída. El documental de André Heller y Othmar Schmiderer tenía como único elemento el relato escalofriante y cadencioso de Traudl Junge, la secretaria del Führer que sólo con sus palabras pinta el ambiente de los últimos días en el búnker nazi. La caída, más allá de la excepcional composición de Bruno Ganz, no alcanza ni de casualidad a empardar el tono y el ritmo del documental. Hay una diferencia, que se repite en la dupla Man on Wire-Sobre la cuerda floja, entre el relato narrado por su protagonista -con todo el efecto de realidad que eso conlleva- y el relato “dramatizado”. Lo que sí tiene En la cuerda floja, para asemejarse un poco a su compañera documental, es una narración en off a cargo del Petit ficcional que es Joseph Gordon-Levitt. El problema es que Gordon-Levitt hablando con acento francés parece Pepe Le Pew y aunque muestra cierta agilidad y ligereza de movimientos, da toda la sensación de que se sacrificó eficacia en favor de parecido físico. Los hechos son parecidos. La historia se asemeja a la del robo a un banco, los distintos engranajes del plan se van ensamblando y cada personaje secundario cumple su rol. Pero, curiosamente, es la película de ficción la que no aprovecha las ventajas que le da la naturaleza de la historia. Ningún secundario es atractivo -se lleva el premio al personaje insulso y sin sentido la pobre Charlotte Le Bon, interés romántico de Gordon-Levitt- y el encanto de la aventura no se ve reflejado por la narración. Por eso es una lástima que sean tan breves las escenas que sí se destacan y con las que Robert Zemeckis claramente se siente cómodo: las que aprovechan el 3D para transmitirnos las alturas que desafía Petit. Sacando una escena breve cerca del comienzo, en la que lo vemos al equilibrista practicando a un metro del suelo entre dos árboles y que nos hace ilusionar con que toda la película sea así, lo bueno llega al final, cuando Petit realiza su acto. La última escena es sutil y emotiva, pero no hace más que poner en relieve (en 3D) la película que no fue. A veces una historia es tan apasionante que cualquier agregado la arruina. Podemos ser benévolos y pensar que eso ocurrió, o quizás que Zemeckis dio un paso en falso y fue incapaz de transmitirnos la pasión de ese francés loco y hermoso.
En la cuerda floja de Robert Zemeckis, recorre parte de la vida de Philippe Pettit que fue un artista callejero en Paris que comenzó una apasionada búsqueda del perfecto lugar del cual colgar una soga para hacer equilibrismo. En esa maravillosa búsqueda, se topo con lo que sin lugar a dudas es uno de los mas icónicos símbolos de los últimos 50 años, las torres gemelas. Pettit está encarnado por el genial Joseph Gordon-Levitt, y es al mismo tiempo creíble y exagerado, una mezcla entre las caricaturas de personajes de Moulin Rouge y una bio pic. La película está escrita y dirigida por Robert Zemeckis, un director que entro de lleno al corazón de los cinéfilos de varias generaciones cuando estreno en 1985 Volver al futuro” que no fue su primer película, pero si la primera que apasiono al publico de todo el mundo. Su filmografía es vasta y variada, pero desde que estrenó en el 2000 el film Revelaciones (What lies Benneath), nunca pareció encontrar la profundidad ni la frescura que su cine solía tener. Sin ser una de esas genialidades a las que nos tenía acostumbrados, En la cuerda floja, cuyo título original se traduce como “La caminata” es una linda película que nos transporta al momento en que los dos gigantes de hierro se vuelven el icónico símbolo del país más poderoso del planeta, mucho tiempo antes de volverse el símbolo de la decadencia de ese imperio. Con una gran pericia técnica, uno de los mayores meritos del film es poder transmitir las emociones y sensaciones del personaje. Por un lado, las físicas, la pantalla envolvente y el 3D generan una impresión de vacío y vértigo que a más de uno podría dejar impresionado. Por otro lado, y aunque abuse un poco de la voz en off, la mirada de Gordon-Lewitt y la puesta del director reflejan el estado anímico y emocional que el equilibrista logra encontrar en esa, su comunión con el mundo. No falta por supuesto una mirada sobre las torres, pero justamente esta, sorprende por su sutileza y falta de golpe bajo. El director construye desde la imagen, que es su punto fuerte y eso se nota y disfruta.
Poética de la tecnología. Cuando Philippe Petit cruzó de una Torre Gemela a la otra caminando sobre una cuerda floja en 1974, lo primero que le preguntaron los periodistas fue “¿por qué?”. “Era una pregunta muy norteamericana”, cuenta el funámbulo. “Hice algo magnífico y misterioso y recibí un práctico ‘¿por qué?’ Y la belleza de todo esto es que no tenía un por qué.” Así relata su historia el mismo Petit en el fantástico documental de 2008 Man on Wire, obra que ganó el Oscar (estatuilla que el acróbata luego balancearía sobre su pera). Siete años después, Zemeckis decidió aventurarse en el desafío de contar esta historia con En la Cuerda Floja, lo cual se presentaba como un objetivo de lo más complejo. Y es que Man on Wire no es solo un buen documental por su elegancia, sino principalmente porque Philippe Petit es un personaje que se construye a sí mismo, y maravillosamente bien. Es un hombre de muchas palabras, un poeta por sobre un acróbata. El documental además cuenta con un material de archivo envidiable, que va desde fotos de Philippe cruzando la cuerda floja hasta videos de cuando fue arrestado por la policía. La pregunta entonces es por qué. ¿Por qué eligió Zemeckis este desafío de contar una historia que ya fue contada por su mismo protagonista, y bien? Quizás es para intentar un regreso que ya muchos consideran imposible, o simplemente para ir por lo seguro: al ya conocer la historia sabemos lo espectacular qué es, y la premisa por sí sola es más que suficiente para atraer a más de uno a la sala. Pero quizás la clave aquí sea citar al mismo Petit: Zemeckis hizo algo bello; no hace falta encontrar un por qué. La película tiene sus defectos, desde ya. El uso de la voz en off se siente forzado y molesto, y la imagen de Philippe contando todo desde la Estatua de la Libertad se torna ridícula muy rápidamente. Los diálogos de a momentos son cursis y cliché. Pero los personajes se vuelve entrañables fácilmente, y la película ofrece un trasfondo de Philippe ausente en el documental, el de sus días como aprendiz en un circo. Todo lo sucedido en la primera mitad de la película está bien, pero no es nada excepcional. Y luego: la caminata que le da nombre a la obra. Aquí yace la belleza del film, el logro de Zemeckis: el de poner en escena “el” momento que ningún aparato del momento logró capturar. En la Cuerda Floja es la tecnología de nuestra época rindiéndole homenaje a la magia que hizo Petit en los 70. Es lo que siempre quisimos ver. Pero más que nada, es un momento en tono con Philippe como personaje, lleno de vértigo y poesía, más cerca de apreciar la belleza del acto que la picardía del espectáculo. Es una escena larga y disfrutable hasta su último minuto, en la que sentimos vértigo cuando pone un pie sobre la cuerda, y tranquilidad cuando vemos en él la paz que siente en ese infinito de nubes por sobre el que camina. Me atrevo a decir que la película vale solo por su poder técnico (y, por qué no, poético) de mostrar ese momento, de relamerse en él: no escatimar ni un segundo. El uso del 3D es impecable, dato no menor en épocas en las que esa tecnología es abusada a veces por el solo hecho de tenerla al alcance de la mano. En la Cuerda Floja, sin la caminata, es una película simpática, decente. Pero con ella vale cada uno de sus minutos de duración. Y esto, que puede leerse como una debilidad, también puede verse como un testimonio de la belleza de un momento, del poder que encierra un solo acto de arte que rápidamente se torna en acto de comunicación.
"En la cuerda floja", un sueño posible El 4 de abril de 1973 se inauguraban en Nueva York las Torres Gemelas, que formaban parte del complejo de edificios del World Trade Center. Durante un tiempo fueron los edificios más altos del mundo con más de 400 metros de altura. Eran asombrosos. Pero más asombroso fue lo que pasó en la mañana del 7 de agosto de 1974 cuando un hombre se atrevió a cruzarlas haciendo equilibrio sobre un cable. Ese intrépido era el francés Philippe Petit, un funámbulo (artista que camina a lo largo de un delgado alambre, cuerda o similar) de 24 años que unió por primera vez en su historia a ambas torres. A esta hazaña, totalmente ilegal por cierto, él la llamó "El crimen artístico del siglo"; y cuando se le preguntó porqué lo hizo simplemente contestó: "Cuando veo tres naranjas, hago malabares; cuando veo dos torres, las cruzo". Y de esto trata "En la cuerda floja" (The Walk, 2015), la nueva película del director Robert Zemeckis. Ese hecho histórico, esa hazaña irrepetible, esa locura artística lograda gracias a la obsesión de un hombre. Corre el año 1968. Philippe Petit (Joseph Gordon-Levitt) es un artista callejero, equilibrista, mago, mimo, se gana la vida en las calles de París mostrándole al público su arte. En una visita inesperada a su dentista, mientras espera que lo atiendan, toma una revista para hacer tiempo y ahí ve por primera vez lo que se convertirá en el objetivo de su vida. Es un artículo sobre la construcción de unas nuevas torres en la ciudad de Nueva York, y a partir de allí se obsesionará con una idea: cruzarlas haciendo equilibrio sobre una cuerda floja. Claro que eso no será nada fácil porque, más allá de la dificultad de la odisea en sí, necesita prepararse para lograr el objetivo. Para ello le pedirá ayuda a su mentor, Papa Rudy (Ben Kingsley), con todo lo relacionado a las técnicas, información y secretos que lleva consigo el arte del funambulismo. Contará también con el apoyo de su novia Annie (Charlotte Le Bon) y un equipo de inadaptados a quienes recluta en Francia y los Estados Unidos. Sólo resta dar el primer paso… La historia de Philippe Petit mezcla tanta locura y pasión que es imposible que no sea atractiva para llevarla a la pantalla grande. De hecho en 2008 el director James Marsh, el mismo de "La teoría del todo" (The Theory of Everything, 2014), hizo un documental que retrata este hito llamado "Man on Wire", que se ganó el Oscar en 2009. Tanto ese documental como esta película se basan en el mismo libro: "To Reach the Clouds", del mismo Petit. Zemeckis -acá también guionista- construye una trama sólida y usa a Gordon-Levitt para que nos vaya relatando toda la historia, y con ese recurso el espectador va comprendiendo al protagonista, empatizando con él y llenándose de su misma pasión. La reconstrucción de época, así como la de las torres es impecable. Si había algo difícil era no caer en el golpe bajo de la lágrima fácil por el 11S, cosa que Zemeckis rodea muy bien (esto hace alusión al final de la película). Pero sí, obviamente, el filme se transforma en un tributo nostálgico a la ciudad de Nueva York y su pérdida. El largometraje está tan bien logrado que no es apto para gente con vértigo; de hecho en la premiere que se hizo en la Gran Manzana varias personas vomitaron por el mareo (este periodista da fe que uno se siente ahí arriba en la cuerda con Petit y la sensación del vacío se siente en todo el cuerpo). "En la cuerda floja" es un largometraje maravilloso que nos muestra que cualquier sueño, por más loco e imposible que parezca, se puede lograr. Sólo hay que atreverse a soñar.
Trastabilla pero se equilibra Paradójicamente, En la cuerda floja -2015- es un film irregular que trastabilla al comienzo por no encontrar el tono adecuado a semejante hazaña visual, pero que logra equilibrarse promediando la segunda mitad en la que el espectáculo de la tecnología 3D descolla gracias al talento de Robert Zemeckis y su capacidad narrativa clásica intacta. A veces hay películas donde amerita invertir en los anteojitos 3D para gozar de una manera mucho más intensa el despliegue visual que esa tecnología bien utilizada puede llegar a proporcionar en manos de directores que saben explotar la imagen. Desde la proeza de Forrest Gump -1994- que seguía el recorrido de una pluma en el espacio, donde la cámara encontraba el encuadre flotante y danzaba con ese minúsculo elemento hasta lo que significa haber hallado la mejor historia posible para explorar en la profundidad y en la perspectiva del 3D como ocurre En la cuerda floja -2015-. Para muchos, la historia de Philippe Petit y su histórico cruce de las torres gemelas en 1974, -antes de su inauguración-, resulta conocido si es que tomaron contacto con el documental ganador del Oscar Man on wire -2008- de James Marsh. Pero más aún, no puede pasar desapercibido el 11 de septiembre de 2001, cuando ambos rascacielos fueron derribados. En la cuerda floja intenta recuperar de manera nostálgica aquel espíritu de sueños imposibles, y establece así un paralelismo bastante básico entre la proeza del equilibrista francés y aquel símbolo del poder imperialista. Zemeckis reconstruye los interiores de lo que pudo haber sido el rascacielos en plena construcción y hace de ese mega emprendimiento el mayor obstáculo para el protagonista y su grupo de secuaces, en tono de película de atraco bancario con chances de que salga mal. Esa tensión y cúmulo de situaciones extremas, que pueden dar por finalizado el sueño de Philippe en cualquier momento son, en parte, la antesala ideal para que el cruce en la cuerda consiga el efecto emocional buscado. Por momentos el 3D se une a una mirada poética, que se ve exacerbada y que acompaña de manera justa la imagen, la sensación de libertad o de esa suspensión del espacio y el tiempo en la altura, hace del film una atractiva experiencia a nivel sensorial. También está logrado el efecto del vértigo y la adrenalina por el uso correcto de la profundidad y de los encuadres que maximizan la imagen. No obstante, en donde el film de Robert Zemeckis –también guionista- trastabilla en más de una oportunidad, es en la primera mitad y en el fallido recurso de utilizar al protagonista como narrador desde la Estatua de la Libertad. El francés impostado y el inglés mal hablado a propósito le quitan seriedad a la aventura. Así, un desaprovechado Ben Kingsley queda totalmente opacado por el grupo de secundarios que acompañan a un Joseph Gordon-Levitt sobreactuado en su loca proeza. La idea de que los sueños no se concretan sin cómplices queda demasiado subrayada, así como el espíritu artístico relacionado con lo genuino también se resume en una especie de fábula que no ayuda en lo más mínimo a la historia de superación, sumando el apunte humorístico elemental por el que se pierden preciados minutos que podrían haberse trasladado de manera eficaz al verdadero sentido de ese desafío en las alturas.
Flojas la cuerda y la película Aún está en cartel una película donde el vértigo juega un papel importante. Es "Everest", que le agrega un enorme dosis de dramatismo a las escenas de alpinismo, dado que cuenta la historia verídica de una expedición que terminó en desastre, además de describir con profundidad las obsesiones de sus personajes, explicando las motivaciones que los llevan a arriesgar la vida escalando la montaña más alta del planeta. "En la cuerda floja" también cuenta una historia real en la que el vértigo es el atractivo principal. Joseph Gordon Levitt es Philippe Petit, un francés delirante obsesionado por hacer malabarismos a gran altura, trepándose ilegalmente a cualquier monumento o edificio alto que tenga a mano. Y su gran hazaña fue caminar en un cable en lo alto de las dos torres del World Trade Center. La película dura dos horas, y realmente durante más de la mitad de la proyección Zemeckis aburre contando una historia anodina y sin aportar nada interesante sobre la vida del personaje y los inicios de su plan para hacer su acto en el cielo de Manhattan. Hay atractivas canciones pop y una buena actuación de Ben Kingsley como el maestro del malabarista, y un intento de narrar la película como si se tratara de un film de suspenso, sólo que con la tensión tan floja como la cuerda a la que se refiere el título. La pesada narración en off al estilo "Forrest Gump" tampoco ayuda mucho. Para que la película tenga sentido hay que esperar, lógicamente, a la segunda mitad, donde los preparativos del evento van sacando al espectador de su sopor, hasta una media hora final realmente excepcional filmando la caminata en cuestión desde todos los ángulos posibles, incluyendo vertiginosas tomas subjetivas del protagonista. Si estas imágenes notables, filmadas por el talentoso Dariusz Wolski redimen o no el conjunto del film, ya es algo que depende del gusto de cada espectador.
El imperio de las imágenes A partir de la instalación del 3D como objeto de consumo del cine mundial, si hay algo que se puso en crisis fue la pertinencia de las imágenes. Claro, las imágenes ya se habían puesto en crisis con la irrupción del CGI allá por fines de los años 80’s, pero esta es una escalada más en ese lenguaje en constante movimiento al que parece que -agotados muchos de sus recursos- solamente se puede sacudir a través de los progresos tecnológicos: ¿cuáles son los límites de lo virtual? ¿Hasta dónde la utilización de esas imágenes puede reemplazar lo real? ¿La simulación artificial logra sustituir el peso de lo material? Robert Zemeckis indagó en ese aspecto a partir de su incursión en el cine animado con captura de movimiento, una técnica con un potencial infinito pero que carece aún del componente humano y resulta sumamente frío. Llamativo, porque Zemeckis ha sido desde siempre un especialista en el uso de la tecnología, innovando en algunos terrenos y logrando que el cuento se imponga siempre. En la cuerda floja es su acercamiento al 3D en un film de acción real. La historia de cómo allá por los 70’s el funámbulo Philippe Petit logró cruzar las dos Torres Gemelas por un cable de metal suspendido a 110 metros de altura, es un material notable desde lo visual para que Zemeckis imponga con su criterio habitual una serie de imágenes notables que logren subyugar por su belleza. Claro está, el imperio de la imagen es el sometimiento de la palabra: así es como la película se potencia cuando apuesta puramente al virtuosismo visual de su última parte y pierde cuando se deja ganar por un tono decididamente naif y algo bobalicón con el que se cuenta la historia de Petit hasta llegar a esa instancia histórica. El problema principal de la película es que en la despareja lucha de fuerzas, esa primera parte del relato es bastante pobre desde la construcción de personajes y situaciones, recorriendo con poco brillo algunos momentos supuestamente formadores del equilibrista: el innecesario biopic, que siempre busca una explicación psicologista a todo. En la cuerda floja está atravesada por el relato oral a cámaras del propio Petit (un sobreactuado Joseph Gordon-Levitt), quien cuenta cómo es que llegó a obsesionarse con cruzar las dos Torres Gemelas. En defensa de Zemeckis hay que decir que es más que evidente, desde los tonos pasteles de la imagen hasta lo ampuloso de las actuaciones, que apuesta por un cuento demodé, por una recreación nostálgica e ingenua del pasado, invocando de alguna manera una parte del Hollywood clásico que concebía historias con una vitalidad propia del multitarget. Evocación que no resulta del todo lograda porque la cruza del cuento con el biopic es decididamente fallida (son dos códigos totalmente disímiles que requieren mucha precisión para trabajar juntos), y que por poco liquida las ambiciones de Zemeckis. Pero el director de Volver al futuro sabe que en verdad fuimos al cine por eso que ocurrirá en la última hora (y nos preguntamos por qué no se ahorró todo ese innecesario prólogo), que es la preparación y finalmente el cruce sobre las Torres Gemelas. Ahí es donde Zemeckis impone su poder de gran narrador, haciendo equilibrio con su inteligencia para manejar la tecnología y apropiársela a favor del relato. El director crea imágenes sumamente poéticas, construye climas notables y trabaja lo físico con enorme potencia. En esa segunda parte del relato, que se construye a puro ritmo sobre la base de aquellas películas europeas sobre grupos de profesionales y golpes maestros, es donde Zemeckis resuelve una de las incógnitas mayores que tiene el espectador: ¿para qué vamos al cine? No hay una razón, si no varias. Y una de esas razones es, sin lugar a dudas, la experiencia que podemos vivenciar a partir de imágenes novedosas que nos involucren a través de las sensaciones: y el vértigo y el peligro en la película son algo real. En la cuerda floja no precisa la palabra (de hecho cuando llega, viene a romper el clima que se genera con Petit sobre la cuerda, al igual que la obvia e innecesaria musicalización) porque el vínculo que establece con el espectador es puramente físico: y así es como justifica no solamente el uso de las tres dimensiones, sino además el hecho de ir al cine y ver una historia en pantalla grande. En sus mejores momentos, En la cuerda floja es un gran espectáculo construido con las imágenes justas, realistas pero a la vez imaginativas, tan fantásticas como verosímiles; imágenes hechas con la certeza de que tienen la capacidad intrínseca de transmitir sensaciones. Y como si fuera poco, a partir de esa fisicidad -y no por las empalagosas palabras de su protagonista-, es que En la cuerda floja encuentra su tema: un homenaje a las Torres Gemelas. No un homenaje desde una perspectiva nacionalista, sino más bien a su iconicidad; una iconicidad que es una demostración prepotente de cómo el ser humano construye (edificios, eventos, emociones) desde un sentido de eternidad inconsciente, sin caer en cuenta de su inevitable finitud. Es el espíritu de trascender a ese cruento final lo que lleva, tal vez, a los grandes acontecimientos. Como el viaje de Petit para llegar hasta allí arriba, el de Zemeckis para encontrar su película se hace algo tumultuoso y traumático. Pero el suspenderse en el cielo, la sensación de estar ahí arriba, es algo inigualable; y algo que se logra a partir del nivel de perfección que alcanzan hoy las imágenes y que un artesano como Zemeckis sabe trabajar con sabiduría.
La nueva película de Robert Zemeckis se vuelve interesante y entretenida recién a partir de sus segunda mitad, principalmente por su impresionante apartado visual y composición de planos, pero termina funcionando más como un sentido homenaje a las torres gemelas que por su historia. Robert Zemeckis toma un hecho verídico ocurrido en 1974 -previo a la inauguración de las Torres gemelas y sobre el cual ya existe un documental llamado Man on Wire ganador de un premio Oscar en el 2008- y desarrolla una historia de ficción simple y sencilla, incluso sin conflictos potentes que justifiquen su extensa duración, pero haciendo un uso magistral del formato 3D transportando al espectador a la mismísima terraza de los famosos rascacielos, incluso provocando verdadero vértigo cuando Philippe Petit camina por La Cuerda Floja cruzando las Torres Gemelas. En la cuerda floja tiene como protagonista a Philippe Petit -Joseph Gordon Levitt-, un artista callejero despreciado por su familia que un día descubre su verdadero sueño. Luego de conocer a la mujer de sus sueños y al que será su mejor amigo, se propone el desafío de cruzar con su cuerda las Torres Gemelas en Nueva York antes de su inauguración. Las Torres Gemelas se vuelvan protagonistas casi desde el comienzo y la historia avanza rápidamente y sin conflictos que atrapen al espectador. Todo le sale demasiado bien a los personajes y a pesar de las solidas actuaciones no logran que enpaticemos con ellos. El sello de Robert Zemeckis está en la impresionante composición de planos que logra en las alturas y como logra sacarle el máximo provecho posible al 3D, para colocar al espectador en las alturas y poder sentir de cerca la adrenalina que vivió Petit al lograr tal hazaña. En la cuerda floja comienza a entretener pasada la mitad del relato y termina siendo un tributo y celebración a aquel icono estadounidense que conmociono al mundo. Pero también una de las pocas películas donde se justifica y vale la pena el 3D.
Escuchá el audio (ver link). Los sábados de 16 a 18 hs. por Radio AM750. Con las voces de Fernando Juan Lima y Sergio Napoli. Un espacio dedicado al cine nacional e internacional. Comentarios, entrevistas y mucho más.
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Película imperfecta pero con un fascinante “loco suelto en Manhattan” Robert Zemeckis es un director que en el pasado ha realizado varios films notables como “Volver al futuro”, “¿Quién engaño a Roger Rabbit?”, “Forrest Gun” y “Náufrago”. No es el caso de “En la cuerda floja” (“The Walk”), que en conjunto no llega al nivel de las antes nombradas y de algunos más de sus hasta ahora 17 largometrajes, en casi 40 años de carrera cinematográfica. Y sin embargo la visión exclusivamente en 3D (ya no está en IMAX) de los últimos treinta minutos resultan un espectáculo fascinante, como lo es el personaje que recrea la película. Ese tramo transcurre el 7 de agosto de 1974 y curiosamente este cronista, que en esa época residía en la ciudad de donde es originario el francés Philippe Petit, funámbulo y malabarista, no se enteró del evento que significó cruzar caminando sobre un cable los casi 50 metros que separaban a las Torres Gemelas. (Era verano en Europa y seguramente estaba visitando otro país y no leyendo los diarios!). “Man on Wire” un documental en 2008 ya se había referido al tema, ganando incluso el Oscar correspondiente pero las imágenes que aquí se recrean son verdaderamente espectaculares y logran disimular las falencias de este film de Zemeckis. Para quien quede impactado con el hecho histórico vale además la recomendación de leer el libro del propio Petit aquí conocido (y recién editado) con el título local del film, cuyo original de 2002 es “To Reach the Clouds”. Las numerosas fotos que allí aparecen, incluyendo la de esta nota, son las que verdaderamente tomó Jean-Louis, uno de los amigos que acompañó a Philippe en esta verdadera locura en Manhattan. En el papel de Philippe Petit no defrauda Joseph Gordon-Levitt (“Origen/Inception”, “Looper”) aunque hubiese sido preferible que lo encarne un francés. Ben Kingsley jerarquiza el reparto con su interpretación de Papa Rudy, su mentor y que le aconseja usar una cuerda de seguridad, que obviamente el “loco suelto” ignora. El resto del elenco es poco conocido aunque vale destacar la dulzura de Charlotte Le Bon como Annie, su compañera y pareja en ese momento. El libro de Petit reserva algunas sorpresas adicionales, que la película no menciona, como la mención del mago argentino René Lavand (recientemente fallecido) cuando dice textualmente: “Siempre que abordé lo imposible y lo milagroso de la aventura del World Trade Center, me acordaba del mago René Lavand” - ¿le he contado alguna vez? – que sólo tenía una mano. Poeta y extraordinario prestidigitador de cartas, desconcertaba a sus colegas ilusionistas concluyendo sus brillantes demostraciones exclamando: “¡Lo que acabo de mostrarles puede también hacerse con dos manos”. Un bello y merecido homenaje.
El que habita en las alturas “En la cuerda floja” es ante todo un alarde técnico. El director Robert Zemeckis y su equipo demuestran que no hay límites para los efectos visuales en la pantalla grande. Y sí, la espectacularidad está garantizada y hay momentos en que la película se convierte en una experiencia casi física, incluso abrumadora, en especial para aquellos que, como James Stewart en “Vértigo”, sufran acrofobia (o alguna variante de temor a las alturas). Pero el destino del filme es el de un portentoso fuego de artificio. A principios de agosto de 1974, el funambulista francés Philippe Petit consumó una proeza, tan descabellada como lírica, considerada por muchos como “el crimen artístico del siglo”: ante una multitud de neoyorkinos atónitos caminó durante varios minutos (46, según se ocupa de marcar la película) sobre unos alambres de acero que tendió entre las hoy desaparecidas Torres Gemelas de Nueva York, a 417 metros de altura. La minuciosa reconstrucción de este hecho es el eje de la película, muchísimo más espectacular y vertiginosa que emotiva. En “Forrest Gump”, Zemeckis (director de la saga de “Volver al futuro”) había sido capaz de utilizar con talento los recursos tecnológicos e innovadores disponibles al servicio de una historia llena de humanismo y sentimientos. Y puso a Tom Hanks al lado de John Lennon, Richard Nixon y John F. Kennedy. Aquí los efectos especiales son magníficos, pero llaman demasiado la atención sobre sí mismos. Tanto que la profundidad psicológica del protagonista, sus auténticas motivaciones y sus conflictos internos (que dadas las circunstancias posiblemente hayan sido muchos) quedan al margen. Algo parecido a lo que le ocurría también a Zemeckis en “La muerte les sienta bien” (1992), protagonizada por Meryl Streep y Goldie Hawn. Actores y torres Hay que reconocer la entrega de Joseph Gordon-Levitt, a quien posiblemente le habría sentado mejor en esta película quitarse los lentes de contacto verdes, para interpretar a Petit. Sin embargo, una de las limitaciones del filme es que cede ante la gravitación de los efectos visuales, acción que va en desmedro de la profundidad de sus personajes y sus motivaciones. Casi todos, incluido el protagonista, que en un presuntuoso golpe de efecto cuenta su historia desde lo alto de la Estatua de la Libertad, son una acumulación de estereotipos (que se observa con claridad en las actuaciones de Steve Valentine como Barry Greenhouse, “el hombre dentro de las Torres” de Petit y en la de James Badge Dale como J.P., una especie de “productor” canchero y entrador, que consigue los elementos). Algo que ni siquiera logra eludir el solvente Ben Kinsgley como Papa Rudy, veterano equilibrista que transmite sus secretos profesionales al ansioso protagonista. La extraña proeza de Petit ya había sido llevada a la pantalla en el film documental “Man on Wire”, de 2008, más preocupado por comprender las motivaciones del equilibrista para orquestar un acto casi demencial en pos de la excelencia artística. Dirigida por James Marsh, aquella película trataba también, en cierto modo, de desentrañar el enigma de ese hombre tentado por la adrenalina de caminar al filo del abismo sin ninguna protección. Era un trabajo excelente, testimonio de un hecho histórico y aproximación lúcida hacia personalidades intrigantes, no sólo la de Petit sino también la de sus cómplices. “En la cuerda floja”, con la misma base, carece voluntariamente de esa dimensión: el Petit recreado por Zemeckis no es mucho más que la excusa perfecta para mostrar los imponentes escenarios donde realizó el número de equilibrismo que finalmente lo colgó en la historia del siglo XX. A pesar de sus personajes unidimensionales, reiteraciones y vorágine de efectos visuales a cada instante más ampulosos, es una película entretenida y técnicamente perfecta.
Este film forma parte de un reducido conjunto: el de las películas donde la tecnología de 3D y pantalla gigante (en la Argentina, desgraciadamente, sólo hay una sala de exhibición IMAX) son tomados como elementos dramáticos, y no sólo como aditamentos espectaculares a la trama. La mayoría de las películas “3D” son en realidad “2D” convertidas, lo que no sucede con “Avatar”, “Gravedad”, “Misión rescate” o este film. Por otro lado, es interesante que no se trata de una fantasía como las otras películas mencionadas, sino de la reconstrucción de un hecho real, el paseo repetido de un equilibrista francés entre las dos Torres Gemelas neoyorquinas. Como en todas las películas de Zemeckis, todo confluye en una sola secuencia de pura acción física donde las diferentes tramas se anudan. De hecho la película, que tiene su humor y sus juegos con el espectador (cosas que caen hacia nuestros ojos, peleas contra el tiempo, momentos de puro ingenio), parece un catálogo de toda la obra previa de un director que en los últimos años no parecía dar en el clavo. Aquí lo hace, y aunque no logra un gran film del todo, sí nos pone realmente en la situación de ser otro, de estar a menos de un milímetro del desastre total, así como alguna vez nos puso a menos de un milisegundo de la pérdida absoluta. Lo más molesto del film (y tampoco tanto) es el falso francesismo de Joseph Gordon-Levitt, quien, cuando tiene que actuar con todo el cuerpo, lo logra y borra cualquier exceso histriónico posterior. Quizás con los años se vuelva un clásico, por ahora es un agradable “veremos”.
Suspenso y espectacularidad en otra muestra de un gran cineasta “Ella sólo fue una víctima inocente de las circunstancias” afirmaba ingenuamente el conejo Roger en “¿Quién engañó a Roger Rabbitt?” (1987), al referirse al affair de su mujer Jessica. Esa ingenuidad, esa actitud naif conforma la base, muy sólida por cierto), sobre la cual se mueven los personajes de toda la filmografía de Robert Zemeckis. Una ingenuidad que coquetea fehacientemente con lo utópico, con las metas difíciles pese a tener todo en contra. Personajes de discursos simples contra los cuales los males de este mundo quedan expuestos y desnudos. Dicho de otra manera, los protagonistas de las películas de Robert Zemeckis son “buenos”. Gente buena, simpática, pero sin dejar de poseer cierta oscuridad. Ciertos grises que tiñen sus vidas. Desde Rudy, quien intentaba evitar que el lote de autos no caiga en manos de un despiadado empresario en “Autos usados” (1980), a “Forrest Gump” (1994), pasando por el Doc de la saga de “Volver al Futuro” (1985-1993), quien enfrenta el desafío de viajar en el tiempo, pero también la Jodie Foster de “Contacto” (1997), el Tom Hanks de “Náufrago” (2000), o el guarda de “El expreso polar” (2004), asumían sus razones de ser desde una pureza casi inmaculada, esa que revelaba las falencias de las miserias humanas. Sin ser la excepción, algo de “hacer lo imposible” está plasmado una vez más en éste espectáculo que se estrena esta semana: “En la cuerda floja”. Philippe Petit (Joseph Gordon-Levitt) está a punto de embarcarse en una aventura suicida: recorrer, en su altura máxima, la distancia que hay entre las Torres Gemelas usando sólo un cable de acero y una vara. ¿Por qué? Porque, como todos los personajes centrales de Robert Zemeckis, cree que es posible. Desde luego que habrá lugar para que éste narrador nato nos pueda emplazar como espectadores en el contexto histórico con lugar para una notable construcción de personajes. No sólo de Petit, sino de cada uno de los que conforman su entorno. Ese que lentamente se cierne sobre él. Con la premisa de entretener, el realizador va contando cómo se llega a semejante idea, y sobre todo por qué es absolutamente verosímil que ocurra. Este elemento va a ser la médula espinal para justificar luego una de las secuencias más espectaculares que el cine recuerde en mucho tiempo. En este punto, y para estar contada como está contada, se podría decir que esta producción asume el mismo tipo de compromiso con la hazaña que asumió el verdadero Petit allá por los setenta. “En la cuerda floja” funciona en todo su conjunto por la fuerza narrativa e interpretativa de un equipo que además se nutre de lo mejor de los efectos visuales, sin los cuales sería imposible contar la historia, aunque con éste artista detrás de las cámaras nunca se sabe. Lo dicho, difícilmente habrá espectadores que se olviden de la tensión, el suspenso y la espectacularidad de la cual serán testigos, pero además presenciar otra muestra de éste gran cineasta.
En un año marcado por regresos de directores veteranos y sagas nostálgicas, Robert Zemeckis regresa con The Walk, una película que cuenta la historia de Philippe Petit, un artista callejero francés cuyo sueño es colocar un alambre de acero entre las recién construidas torres gemelas y ofrecer su espectáculo a la ciudad de Nueva York. En la cuerda floja es un espectáculo visual imponente. En medio de la sobreexplotación del formato 3D, que en la mayoría de las ocasiones resultan oscuras, mal convertidas o solo para aumentar el costo del boleto, llega este tipo de películas que te hacen recordar la verdadera razón de la existencia de las pantallas IMAX y el uso del 3D. Y siendo honestos, con miras a la próxima temporada de premios, le auguramos muy buena suerte con los premios técnicos. Pero todo esto no basta. Joseph Gordon Levitt tiene un carisma impresionante, y es quien carga toda la película. Confirma que es uno de los mejores actores de su generación. Sin embargo, no hay que perder de vista el otro personaje de esta película: las Torres Gemelas. Si estamos acostumbrados a que los gringos hagan películas y homenajes a sus héroes, era evidente que las Torres gemelas deberían de tener más películas. El objetivo no sólo es contar las aventuras de Philippe, que por cierto, es un gran acierto del guión contar solo lo necesario: los personajes secundarios que tienen intervención directa, y construir toda la historia para llegar al momento culminante que te deja con los nervios de punta; sino que además sirve de fondo para rendir homenaje a dos personajes que la ciudad de Nueva York extraña después de 15 años: sus torres gemelas. La mejor prueba es el plano final del filme. Pero no por ello deja de ser un enorme éxito en la filmografía de Zemeckis, con un maravilloso soundtrack cortesía de Alan Silvestri. Un espectáculo que es imperdible en todo su esplendor.
En la cuerda floja es un film envolvente y sumamente atractivo, sobre todo cuando sabés que esa increíble locura fue realizada por una persona de la vida real por el simple placer de lograr lo que parecía un sueño imposible. La excelente interpretación de Joseph Gordon-Levitt logra transmitir al público ese deseo loco y tenaz que...
Un hombre cruzó varias veces Las Torres Gemelas de norte a sur en 1974. Un paseo entre las nubes. El prestigioso cineasta Robert Zemeckis, el ganador del Premio por “Forrest Gump”, quien además dentro de su filmografía se encuentra el “Náufrago”, “Volver al futuro”, “El expreso polar” y “El vuelo”, nos introduce en una historia verídica de un equilibrista, cuando, una mañana en agosto de 1974, el joven francés Philippe Petit (interpretado muy bien por Joseph Gordon-Levitt y además con acento francés), usando unos cables para cruzarse de una de las Torres Gemelas de Nueva York a la otra, caminado en el inmenso vacío, realizó una gran hazaña y logró producir el número artístico más impresionante del siglo pasado. Dentro de su desarrollo vamos conociendo más al joven Philippe Petit en Francia. Este realizaba distintos números artísticos logrando la atención de muchos personas, un equilibrista callejero que ganaba su sustento a la gorra y que era corrido por la policía. Un día, por casualidad, mientras espera en un consultorio médico, ve en una revista las Torres Gemelas y ahí descubrió su gran sueño. Practica constantemente, hasta que conoce a quien sería su mentor Papa Rudy (Ben Kingsley), también un acróbata y equilibrista. Junto a él aprende algunas técnicas y, entre éxitos y errores, se prepara para la gran aventura. Una vez en Nueva York, junto a grupo de amigos tan locos como Philippe, más su novia la bella y dulce Annie (Charlotte Le Bon, "La espuma de los días"), convierte un sueño en realidad y, a lo largo de unos 45 minutos, el vértigo se instala en los espectadores, cuando un hombre intenta cruzar sobre Manhattan a través de unos cables a más de 400 metros de altura mientras las ráfagas de viento se hacen sentir, varios obstáculos, pero cabe suponer que todo está sincronizado. A esta altura, nada tiene que demostrar el prestigioso cineasta Zemeckis. Cuenta con la muy buena preparación y actuación de Joseph Gordon-Levitt y, en menor medida, la de Ben Kingsley, a quien se lo ve poco tiempo en pantalla. Ofrece al espectador unos 45 minutos en una secuencia aterradora, le da nerviosismo, se encuentra llena de suspenso y tensión, vertiginosa, con un excelente trabajo de cámara, visualmente brillante, atrapante de principio a fin y también se encuentra respaldada por la tecnología del 3D. La película te deja varios mensajes, entre ellos, habla sobre la perseverancia y el encontrar y lograr tus sueños. Tiene momentos conmovedores y un gran homenaje a las Torres Gemelas.
Imaginando un mundo de hace 40 años atrás, cuando las mayores obras que el hombre había construido fueron desafiadas tan sólo por un francés muy delgado, con a una cuerda de acero y un bastón cruzando sin ningún cable de seguridad, alrededor de 400 metros de altura. Es fácil ver la fascinación que puede generar esta película, (si viste el excelente documental del 2009 Man on Wire), mucho de lo que hay en la película se nota totalmente genuino, con un excelente trabajo, como de costumbre de Robert Zemeckis. La película cuenta la historia de Philippe Petit, que en la mañana del 7 de agosto de 1974 cruzó las torres gemelas de World Trade Center, realizando una de las mayores hazañas de equilibrio y malabarismo hechas por el hombre. A diferencia del documental la película se concentra en Philippe y no tanto en el acto del cruce, mostrando el lado artístico y la motivación del mismo. Intentando transmitir las facetas del arte y del artista. Interpretado por Joseph Gordon-Lewit de forma correcta-me pareció medio exagerado el tono cargado del francés- pero al mismo tiempo consiguió mostrar un poco del porqué consiguió convencer a sus compañeros del acto en sí y también de su alegría y fascinación en cruzar las torres. En la parte técnica esta impecable, con un 3D perfecto, y como de costumbre Zemeckis mostrado su inventiva en los planos y su habilidad de encontrar siempre el ángulo correcto para cada escena. Aún sabiendo cómo termina, el momento que Philippe está cruzando las torres genera una tensión terrible, queriendo que termine lo mas rápido posible para que te puedas sentir tranquilo, y eso, hoy en día, si que es un logro. Lamentablemente, la película fuera la travesía en sí no se sustenta mucho, con una tonelada de clichés, desde la eterna parte amorosa que empieza con una pelea, como la primera parte que, siendo mostrada en blanco y negro suena como exagerado. Así como la desición de mostrar la película siendo narrada por el propio Petit desde la estatua de la libertad con las torres de fondo, interrumpiendo de forma constante para explicar algo que recién lo viste en pantalla. El primer acto es muy flojo, mejorando mucho cuando empieza el “golpe” en sí, como comenté más arriba. Pero creo que mas que nada es un gran homenaje al Word Trade Center, consiguiendo recordar lo que fueron, reconstruidas digitalmente de forma impecable, mostrando después de la travesía un plano con brillo de Sol dorado sobre ellas, como una forma de despedirse de las Torres Gemelas.
Lo más importante de cualquier historia, aquello que hace que conmueva al público, que persista en la memoria de la audiencia y se destaque en la crítica, aquello que cuando emerge no puede ser negado es la autenticidad. Con En la cuerda floja (The Walk) tenemos justamente eso. Una película que nos conquista desde una lugar muy delicado, recordándonos que en algún momento de nuestras vidas realmente creímos en ese idealismo romántico de pensar que el mundo es lugar hermoso y el arte es parte de la vida.
La película basada está basada en la vida de Philippe Petit, un hombre que quería caminar por una cuerda que vaya de torre a torre en las torres gemelas. “En la cuerda floja” está basada en hechos reales, había un hombre que estaba así de loco y enamorado de su profesión que quería hacer eso. Joseph Gordon- Levitt (“500 días con ella”) le da vida a Phillipe y él cuenta la historia desde el principio, desde la primera vez que vio a equilibrista hasta que se transformó en uno. En un momento de locura se entera que están por terminar la construcción de las torres gemelas y decide viajar para caminar entre ellas. Ahora deberá reclutar un equipo que lo ayude a entrar, para hacer esto sin que nadie se entere (porque es ilegal).
Las aventuras de Zemeckis "The Walk" es la nueva película de aventuras del aclamado director Robert Zemeckis ("Forrest Gump", la trilogía de "Volver al futuro"). Debo decir que cuando me enteré de la temática me costó bastante engancharme. Vi el trailer promocional y pensaba... "¿toda una película basada en un tipo cuyo sueño de vida era caminar sobre una cuerda entre las dos torres gemelas? ¿resultará interesante eso? Mmmm... no lo creo". De a poco fui viendo algunos avances promocionales más, entrevistas y también me ayudó el hecho de que haya sido dirigida por un talentoso como es Zemeckis y protagonizada por Joseph Gordon-Levitt que es un actor que me resulta interesante y fresco en pantalla. Bueno, en fin, me decidí ir a verla. La verdad es que no defrauda, sobretodo al espectador como yo que fue al cine esperando algo de dudoso atractivo. Zemeckis es un genio de la aventura y sabe como contar historias. El tipo te hace un film sobre lo que sea y te construye junto a los guionistas un relato que resulta interesante en todo su proceso. En el caso de "The Walk" nos presenta primero a nuestro protagonista, Philippe Petit (Joseph Gordon-Levitt), un artista callejero cuya habilidad es el equilibrio y vocación es caminar cuerdas en altura. Su sueño es lograr caminar sobre una cuerda colgada entre las dos torres gemelas del World Trade Center. Se hace un buen trabajo enganchando al público con la personalidad de Philippe, al punto de que aún sabiendo como termina la hazaña del artista, la trama nos mantiene expectantes a los momentos previos de la gran caminata. Los actores de reparto hacen un buen acompañamiento como el equipo que hace posible esta proeza. Por momentos hace acordar un poco a la dinámica del equipo de "Ocean's Eleven" de Soderbergh. En lo que refiere al trabajo audiovisual, Zemeckis logra escenas de gran calidad con efectos especiales que funcionan de manera muy natural, sin que parezcan forzados, cuando en realidad son casi 100% generados por CGI. Es otro buen ejemplo de efectos especiales al servicio de la historia y no viceversa. En conclusión, se logra un entretenimiento de calidad, cuya historia si bien no resulta de lo más impactante está contada muy bien, con timing y frescura. Recomendable.
Toda película basada en una historia real, cuyo final conocemos de antemano, encierra una gran limitación en cuanto al factor sorpresa. Si el film en cuestión tiene como eje central una situación de enorme suspenso, como la del cruce de un funámbulo sobre una cuerda que pende entre cada una de las terrazas de las Torres Gemelas, el asunto se complica todavía más. En 2009, Man on Wire, un documental basado en esta hazaña de Philippe Petit se llevó el Oscar, y ahora Robert Zemeckis (Náufrago, Forrest Gump, Volver al futuro), vuelve sobre esta apasionante y demencial gesta, titulada por los medios en su momento como "el crimen artístico del siglo". En la cuerda floja opta por un tono lúdico y naif. En la apertura del relato, lo tenemos a Philippe (Joseph Gordon-Levitt) contándonos su historia desde la antorcha de la estatua de la libertad. Con una atmósfera de fábula, Zemeckis nos pasea por la infancia, adolescencia y primeros años de juventud de este artista en las calles de París. En aquel tiempo Petit conoce a Papa Rudy (Ben Kingsley), un patriarca del mundo circense experto en las más precisas técnicas de equilibrismo; y también queda impactado por la dulzura de Annie (Charlotte Le Bon), una bella chica que canta con su guitarra en los más pintorescos rincones parisinos. La preparación para el plato fuerte de la película tiene una cocción a fuego lento. En el camino, se suman los necesarios cómplices para cruzar el océano, y así emprender la clandestina proeza en New York. Zemeckis encara con ligereza esta introducción, que toma más de una hora del relato, confiando demasiado en un tono de cuento que descarta fuertes cruces entre los personajes, y bordeando algún momento sombrío, pero sin atreverse a la oscuridad. El hecho de que la novia de Philippe tenga un rol que apenas se asoma por encima de lo decorativo, y que los secuaces estén tan encandilados con su desafío en las alturas, le resta potencia a unos enfrentamientos dialécticos que no superan algún infantil chispazo. En cambio, la película gana en encanto e incorrección cuando esta atípica troupe inicia su profanación de las Torres Gemelas, que en aquel momento se encontraba en el último tramo de su construcción, para montar todo el andamiaje necesario para el gran cruce sobre la cuerda. Así y todo, el realizador se encarga de que la vulnerabilidad en los débiles límites de seguridad de aquellos monumentales edificios que estaban listos para ser estrenados en 1974, no sea mostrada de una manera avasallante e invasiva, conserva el tono juguetón y presenta a los derribados íconos de la arquitectura urbana con una ineludible mirada metafórica que oscila entre la admiración y el homenaje. El film potencia su performance con un impecable 3D, tal vez uno de los más logrados en las grandes producciones de los últimos tiempos. Exquisito en el tramo en que acompañamos los inicios del personaje en París, y decididamente vertiginoso cuando Philippe camina a más de 400 metros de altura sobre la cuerda trazada entre los legendarios rascacielos. Fue justamente Petit quien, a través de su desmesurada peripecia, se encargó de dotar de humanidad y cariño a esas grandes moles del World Trade Center. Gordon-Levitt despliega un arsenal de recursos para componer al extravagante personaje, y por momentos luce algo pasado de rosca y artificial con esos lentes de contacto celestes que opacan la autenticidad de su mirada. Así y todo, la contundente habilidad de Zemeckis para crear un puñado de imágenes tan hipnóticas como intensas, se eleva por encima de cualquier falencia y nos lleva a sentir el sublime aire de las alturas. The walk / Estados Unidos / 2015 / 124 minutos / Apta todo público / Dirección: Robert Zemeckis / Con: Joseph Gordon-Levit, Ben Kingsley, Charlotte Le bon, James Badge Dale, Clement Sibony.